2 Decadencia Del Paradigma Del Siglo XX Resumen
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2 Decadencia Del Paradigma Del Siglo XX Resumen
De este modo la modernidad alumbrará dos teorías básicas que aspiraban a ordenar la
realidad humana desde la razón. Una el liberalismo, otra el socialismo marxista, la primera
tuvo su nacimiento oficial con la Revolución Francesa de 1793, la segunda con la
publicación del Manifiesto Comunista en 1848.
Ambas teorías, ambas ideologías, son hijas de una misma madre: La Razón, y ambas
doctrinas son hijas de un mismo padre: el Iluminismo, sustentados en un mismo objetivo: el
Progreso.
Básicamente la disputa entre liberalismo y marxismo es la disputa entre dos verdades, y ya
se sabe que la razón (como la fe) solo admite una verdad.
El pensamiento racional es el que da origen al pensamiento científico y el objeto de la
ciencia es llegar a LA verdad, la modernidad es un tiempo que aspira a alcanzar la verdad,
por eso sus doctrinas políticas, liberalismo o marxismo, se suponían ambas poseedoras de
la verdad. La modernidad no es una cultura que acepte pensamientos tibios o débiles, es
tiempo de doctrinas sólidas y definitivas.
Era una verdad que el Hombre se realizaba por su trabajo, una verdad asumida tanto por el
liberalismo como por el marxismo, y el trabajo era un verdadero credo en la cultura
moderna. Y el sistema económico del viejo paradigma así lo reflejaba mediante su
organización laboral vertical, jerarquizada y disciplinaria.
Porque esta sociedad moderna era una sociedad disciplinaria, ordenada en base a una
estructura normativa sólida, donde las normas expresaban ese Pacto Social que aseguraba
la convivencia, establecía las funciones y roles de cada ciudadano. Una sociedad con guías
claras y mapas consistentes para vivir en ella.
No había lugar en la modernidad para las aventuras personales que rompieran el molde
establecido, no había lugar para los rebeldes o los locos. La vida diaria también respondía a
este molde disciplinario donde cada quien sabía qué era lo que tenía que hacer dentro de la
institución de la que formaba parte. Una normatividad social por todos aceptada que dejaba
en claro la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, una normatividad
social que privilegia el interés colectivo por encima de los intereses individuales, en la
búsqueda de la totalidad.
No estamos hablando aquí necesariamente de autoritarismo sino de disciplina social, una
organización normativa que reparte premios y castigos, está claramente estratificada, es
vertical y privilegia la idea de unidad, porque otra de las características que asume la
modernidad es su pretensión Universal, se trata de una forma de vida dominada por una
Moral Universal que se presenta como un paraguas que a todos cubre.
En ese marco racional se hace fuerte la dualidad cuerpo/espíritu proveniente del viejo molde
platónico, retomado por el cristianismo y consustanciado en la cultura occidental que la
modernidad hace propia y afinca en el imperativo del Deber. Una realidad binaria, dialéctica,
en la que no hay lugar para terceras opciones: verdadero/falso, masculino/femenino,
crecimiento/decadencia, patrón/trabajador, mayoría/minoría, izquierda/derecha,
salud/enfermedad, natural/artificial, público/privado, etc.
La modernidad no aspira a la diferencia, ni a valorizar lo que hay de diverso en cada uno,
sino a reafirmar el destino común para todos, un destino de progreso, el camino de la utopía,
la visión en el futuro, porque además de la Razón, el otro puntal de la modernidad era el
Progreso, entendido como la dinámica ineludible que impulsa la Historia Humana, cuya
comprensión era de carácter teleológico, no como un regalo de Dios sino como
consecuencia de la voluntad humana.
Por eso el Hombre de la modernidad proyecta, piensa en su futuro, realiza sus actos con
ese objetivo, demora, posterga, resigna el presente en pos del mejor mañana que le espera.
El hombre de la modernidad pospone, no se entrega a la satisfacción inmediata.
Y en esa búsqueda de Futuro, el hombre de la modernidad también rescata el Pasado como
escalón esencial de la escalera del Progreso, porque para subir hacia el mañana es
necesario asentarse firmemente en el escalón previó del ayer. En ese tránsito el tiempo
Presente es simplemente un momento de paso, irrelevante.
Allí donde la modernidad buscaba verdades últimas, la nueva ciencia solo ofrece
posibilidades.
Ya no hay una realidad única, fija y cognoscible, solo hay realidades individuales, el mundo
deja de verse como un conjunto de verdades y pasa a verse como un ramillete de opciones
y posibilidades en permanente cambio.
Las soluciones colectivas comienzan a perder confianza en las sólidas construcciones
ideológicas que prometieron el acceso a un mundo de felicidad, igualdad y paz.
A partir de entonces el Hombre moderno comienza a recluirse en un mayor individualismo, y
se produce un lento proceso de reindividualización y descolectivización. El mundo comienza
a proponer soluciones biográficas a lo que son problemáticas sistémicos.2 Todos los
problemas parecen anclar en las particularidades de cada individuo sin importar su
condición, aún cuando esa condición fuera lo social o lo económico. Cada persona pasa a
ser responsable de su suerte, la reindividualización de la unidad colectiva de la modernidad
pasa a ser el sello del nuevo tiempo.
Las sólidas ideologías de la modernidad estallan en un abanico de pensamientos pequeños
y transitorios, muchos juegos del lenguaje describiendo realidades temporales sustituyendo
los grandes relatos de sentido de la modernidad.
Se desmorona el orden racional ante el avance de la espontaneidad del deseo, se
desvanece la idea de progreso como herramienta para construir el futuro, un futuro que se
vuelve amenazante y oscuro y se va disolviendo frente a la cada vez más imponente
presencia del presente.
El futuro se convierte en una gran desilusión y el pasado en una profunda frustración, ya que
como sostiene el historiador Jacques Revel, al no proyectarnos hacia el futuro el pasado se
vuelve opaco, difícil de descubrir.
Así, derribadas las columnas de la Razón y del Progreso, se cierran los caminos de la
modernidad. Caída la razón se entroniza el Deseo, disuelto el Progreso se impone el
Presente.
El viejo paradigma cultural de la modernidad se queda pues sin su soporte cultural y el
nuevo paradigma se afinca en un nuevo sustrato cultural, la posmodernidad, como bautizó
Jean Francois Lyotard a esta nueva cultura, o bien la hipermodernidad, como prefiere
llamarla Gilles Lipovetsky.
2
Ulrich Beck, citado por Zygmunt Bauman, En busca de la política.
Fondo Monetario Internacional (FMI), entre otras cosas había establecido el Patrón Oro de
Cambio a una cantidad fija de 35 dólares por onza de oro para regular el funcionamiento del
mercado financiero, lo cual convertía a la superpotencia norteamericana en el verdadero
actor protagónico de la estabilización de la economía occidental.3
De tal modo antes de 1970 el sistema financiero internacional estaba regido por tasas de
intereses artificialmente bajas mantenidas en esa situación por la Reserva Federal de
Estados Unidos, y estas tasas tan bajas obligaban a los capitales a buscar la inversión
productiva como mejor manera de obtener beneficios, mucho más atractiva que la
especulación financiera. Esta opción por la inversión productiva le da a esta etapa del
capitalismo el sello de la generación de trabajo, pleno empleo y crecimiento económico.
Pero en 1967 este sistema financiero internacional estabilizado sufrió su primer golpe con la
devaluación de la Libra Esterlina, a lo cual siguió la devaluación del Franco y la revaluación
del Marco. La fluctuación en las cotizaciones de las monedas comenzó a quebrar la
estabilidad financiera, que recibió el golpe de gracia cuando en 1971 el entonces presidente
de EE.UU., Richard Nixon, anunció la devaluación del dólar y en los hechos el fin del
sistema que ataba la moneda norteamericana al patrón oro. El dólar quedaba de tal manera
liberado a las fluctuaciones del mercado de capitales.
El acuerdo de estabilización financiera de Bretton Woods había muerto y el sistema
financiero internacional quedaba sometido al libre flujo de capitales sin el anclaje fijo que
representaba el patrón dólar-oro abriendo la puerta a una economía de especulación
financiera, a un cambio de paradigma donde ya no será la inversión productiva el destino de
los capitales, que comenzaron a emigrar entonces hacia el sector financiero.
Mientras que en 1970 el 95% de los capitales existentes en el mundo se encontraban
invertidos en la actividad productiva, hoy, más de 40 años después de la liberalización del
mercado financiero internacional, solo el 5% de los capitales existentes se encuentran
vinculados a esa economía productiva real, el resto busca beneficios en los flujos de la
especulación financiera global.
Coincidiendo con este escenario de cambio se produce el otro hecho que actuará como
detonante del fin del industrialismo: la crisis petrolera de 1973.
En 1973 se produce una nueva crisis política en el Medio Oriente, los países árabes
productores de petróleo echan mano a su gran herramienta de presión política y económica:
la posesión de la canilla que controla el flujo del insumo energético fundamental del sistema
industrial: el petróleo.
Los países productores de petróleo reunidos en la OPEP 4 decretarán un boicot a la
producción del hidrocarburo, vital como el oxígeno para la economía industrial, a fin de
mejorar su posición de negociación al mismo tiempo que forzar el abandono de las
potencias occidentales, especialmente Estados Unidos, de los asuntos del Oriente Medio.
El bajo precio del petróleo apuntalaba el auge del industrialismo, pero a partir del boicot de
la OPEP ese precio se disparó y pasó de 4 dólares el barril a 40 dólares el barril.5
El aumento del precio del petróleo generó una interminable cadena de quiebres en la
economía industrial, que afectó tanto a los países capitalistas como a los socialistas, aunque
el efecto de la crisis se hizo notar esencialmente en los poderosos países industriales en
Europa, en Japón y en Estados Unidos.
El aumento del precio del petróleo elevó de inmediato el costo de las manufacturas ya que
alteró el precio de los insumos energéticos disparando una espiral inflacionaria en todo el
mundo industrial. Ante la crisis productiva los mercados consumidores se contrajeron, la
gente dejó de comprar y la recesión se paseó por todo el mundo a partir de ese momento.
3
En 1950 el 60% de todos los capitales mundiales tenían sede en Estados Unidos, y en 1970 aún el 50% de los
capitales mundiales se encontraban en la potencia norteamericana .
4
Organización de Países Exportadores de Petróleo.
5
Un barril de petróleo equivale a aproximadamente 160 litros.
6
180.000 millones de dólares entre 1974 y 1979.
7
La Argentina es un ejemplo de ello, ya que en 1976 comenzó a generarse la formidable Deuda Externa que se
registra hoy en día, y dio forma al fenómeno llamada Plata Dulce que se instaló en nuestro país a finales de los
70 de la mano de las políticas económicas de la dictadura militar autotitulada Proceso de Reorganización
Nacional.
9
Ulrich Beck, El Poder de la Impotencia
10
En 1970 1 Megabite de DRAM costaba 5.257 dólares, el mismo megabite en el año 2000 tenía un precio de
0,17 dólares. Del mismo modo la velocidad de los microprocesadores desde 1970 se ha venido duplicando cada
18 meses, a razón de un millón de instrucciones por segundo, el procesador 486 a comienzos de los 90 tenía una
velocidad de 50 Mhz en tanto el Pentium III en el año 2000 ya alcanzaba los 500 Mhz y los 3 Ghz del Core i7.
11
La ingeniería genética es parte de las tecnologías de la información ya que se trata de decodificar, manipular y
reprogramar los códigos de información de la materia viva.
Además, en 1980 el peso del presupuesto militar sobre el PBI en la Unión Soviética
duplicaba similar medición hecha en los Estados Unidos. El sector militar lo era todo en la
economía soviética y el consumidor no existía como tal.
La lógica soviética del crecimiento cuantitativo de su economía alcanzó sus límites y cuando
debió cambiar por un crecimiento cualitativo que imponía la transformación en marcha no
estuvo en condiciones de hacerlo ya que seguía estancado en la tecnología del acero y el
petróleo cuando el mundo comenzó a virar hacia la electrónica y la biotecnología.
El golpe final se produjo en 1989-1991 coincidentemente con la desregulación financiera
que arrolló el mundo y no se detuvo en los países socialistas, que, como Hungría o
Rumania, habían ingresado al club de los países fuertemente endeudados.
La respuesta soviética ante la crisis fue la apertura económica (Perestroika), pero ya era
tarde, al abrir las puertas del gigante socialista a la inversión capitalista la marea financiera
proveniente de los países ricos destruyó lo poco que quedaba de los cimientos del sistema
soviético, acompañado por un estallido social generalizado. Era imposible ejercer una
apertura limitada a lo económico, al liberar la puerta de la economía por ella iba a pasar la
totalidad del sistema.
La economía soviética fracasó en pasar de un modelo de desarrollo extensivo o uno
intensivo, de uno cuantitativo a otro cualitativo, de uno pesado e inmóvil a otro ágil y
dinámico, y en ese fracaso cimentó su caída y desaparición, oficializada el 8 de diciembre
de 1991, 74 años después de la Revolución de Octubre de 1917.