El Demonio de La Acedia (5 / 13) : Artículo Patrocinado

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Diciembre 4, 2023

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Sectas, apologética y Apologética:


conversos Especiales

El demonio del mediodía

El demonio de la acedia
(5 / 13)
La Acedia es una tristeza por el bien, por
los bienes últimos, es tristeza por el bien
de Dios. Es una incapacidad de alegrarse
con Dios y en Dios. Nuestra cultura está
impregnada de Acedia.

Por: P. Horacio Bojorge | Fuente: EWTN

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El

demonio del medio día


En este quinto capitulo vamos a asomarnos a la
experiencia de los monjes del desierto; que fueron
al desierto –a los monasterios– en búsqueda del
amor de Dios; de entregarse enteramente al amor
de Dios. Y es también la experiencia de los
religiosos de todos los siglos que han querido dejar
todas las cosas para seguir a Nuestro Señor
Jesucristo.

En este impulso de buscar la perfección del amor


de Dios en la Tierra, se maniZesta, con toda su
agudeza, la oposición del demonio de la acedia que
también los ataca. De manera especial cuanto más
decidido es su impulso de buscar el amor de Dios y
dedicarse a Él ya desde esta vida, enteramente,
tanto más el enemigo se hace sentir poniéndoles
obstáculos.

Esto dio lugar, en la Iglesia, desde muy temprano,


una vez que terminaron las persecuciones
exteriores y la vida de los Zeles en las ciudades se
fue como entibiando por las tentaciones de las
cosas de este mundo, se perdió el fervor de los
primeros mártires. Entonces muchos de los
cristianos que querían vivir intensamente su
entrega a Dios vieron que tenían que irse de la
ciudad, irse al desierto; a buscar al Señor
enteramente en una vida pura y sin las tentaciones
de las ciudades; en donde muchos se ablandaba en
sus virtudes teologales, en su fe, en su amor a Dios,
en la esperanza de los bienes eternos y quedaban
como prendidos en las redes de este mundo. Ellos
precisamente hicieron esa experiencia de querer
desprenderse de todos los impedimentos, irse al
desierto y dedicarse enteramente a Dios. Y allí se
encontraron –en toda su intensidad– con el
demonio de la acedia; con el demonio de la tristeza
por los bienes divinos.

Fue el impedimento más grande. Pero, al mismo


tiempo, estos primeros Padres del Desierto –con
esta experiencia– nos enseñaron mucho acerca de
las causas de este demonio y de cómo se
presenta. Por eso es tan importante que
dediquemos este espacio a reconocer esta
doctrina, a recordarla.

Muchos Padres del Desierto hablaron del demonio


de la acedia. Entre otros pensamientos ellos
hablaban de los ocho pensamientos o de los siete
pensamientos -- reZriéndose a los vicios capitales
–; pero no como fenómenos de orden moral sino
del orden espiritual. Éstos siete pensamientos u los
ocho pensamientos son los pensamientos que trae
el enemigo para impedir el camino o disuadir del
camino a los hombres que buscan a Dios. Nosotros
actualmente conocemos esa lista como los 7
pecados o vicios capitales.

Evagrio Póntico, uno de los Padres del Desierto,


habla de ocho pensamientos, él –como Casiano y
otros padres– habla del demonio de la acedia. Y
hacen una especie de retrato de lo que le sucede al
monje ante este demonio de la acedia; retrato que
quiero resumirles un poco brevemente.

El demonio de la acedia se presentaba en la vida


del monje, – imagínense los monjes que vivían en
los monasterios en el desierto, sin mayor
vegetación, a veces en laderas de los torrentes, en
cuevas excavadas en las rocas. Algunos, como
ermitaños, en una cueva donde vivían con una
austeridad muy grande, con largas horas de
silencio y de soledad. Aparecía sobre todo el peso
del demonio de la acedia a eso del mediodía.
Habían ayunado desde la cena de la noche anterior,
para celebrar la Eucaristía más tarde. Un ayuno
muy largo, de muchas horas. Al mediodía, en el
desierto, en esas zonas un calor tremendo, nada se
movía afuera y ellos, en ayunas. Se les hacía muy
largo el tiempo, y en ese momento entonces se
presentaba como una pérdida del consuelo divino.
Su voluntad los había empujado al desierto a
buscar a Dios, pero ahora su sensibilidad se
revelaba contra el sacriZcio que esa búsqueda de
Dios le imponía a su carne, a su naturaleza.

Naturaleza que se cansaba de esos ayunos, de esa


fatiga, que se debilitaba... que por efectos de la
soledad, del sol, del calor, sentía el peso de ese tipo
de vida, entonces entraba en su sensibilidad ese
desasosiego. Esa ansiedad le hacía asomarse a las
ventanas, buscar con quien hablar, le producía una
inquietud física a veces irresistible, y le venían
pensamientos de que él vivía mejor afuera, añoraba
su existencia en el mundo, se sentía tentado de irse
de ese lugar a otro, donde quizás podría tener un
oZcio distinto dentro del monasterio; estar con
otros hermanos en el monasterio y no solo en su
gruta, en Zn la tentación de la huída del lugar donde
estaba.

Tanto Casiano como Evagrio dicen que el demonio


de la acedia es el demonio más pesado entre los
que atacan al monje, mucho más que los demás
pensamientos, del pensamiento de la gula, de la
lujuria, de la riqueza o el sueño por las cosas
pasadas, de los afectos de la vida familiar, de su
trabajo o de sus amistades en la ciudad… Mucho
más pesado que todos esos pensamientos, era
este pensamiento de no encontrar el consuelo de
Dios que habían venido a buscar, porque –
posiblemente– en sus primeros tiempos de
conversión los consuelos habían sido –como suele
suceder con los convertidos– muy abundantes,
muy profundos.

Los dones espirituales que Dios imprime en la


inteligencia y en la voluntad –como somos una
sola unidad– redundaban en el resto de su persona,
también en la parte sensible. Y entonces sus
sentimientos eran muy agradables. Ahora quedaba
la voluntad, quedaba la inteligencia, pero la
sensibilidad estaba atormentada por las penas de
esta vida dura que habían abrazado, por la
abstención de la obediencia, de la pobreza, de la
castidad. Las cosas que habían sacriZcado. Y todo
para encontrar el amor de Dios. Porque era un
abandono radical de todas las cosas buscando a
Dios. para que Dios se manifestara, y parecía que
ahora Dios se ausentaba, se alejaba, no se
manifestaba, no se lo encontraba.

La sensibilidad se revelaba contra este sacriZcio


que se le imponía, contra esta cruz que se le
imponía y encontraba que buscar a Dios era algo
demasiado costoso para ese aspecto de su
personalidad, para su ser humano, que la vida que
estaba viviendo se trasformaba –un poco– en
inhumana, por querer ser demasiado divina, venían
entonces estas tentaciones: ¿todo este sacriZcio
es necesario?, ¿podría yo encontrar a Dios de otra
manera mucho menos radical?, ¿podría encontrarlo
en la vida?, venían entonces las tentaciones de
abandonar la vida monástica.

Esta es –globalmente– la descripción y las causas


de cómo en la vida monástica, que era
precisamente donde más radicalmente se buscaba
a Dios, el demonio de la acedia se manifestaba
también con una radicalidad mucho mayor. Tan es
así que, las descripciones que estos monjes del
desierto nos hacen del demonio de la acedia,
parece que nos impiden reconocerlas en aquellas
formas que se maniZesta entre los laicos, o entre
personas que no viven la vida religiosa tan
radicalmente, con un deseo tan grande y con una
consecuencia mayor en dejar todas las cosas por
seguir a Dios.

Esta radicalidad evangélica para buscar a Dios era


el caldo de cultivo apropiado para que el demonio
atacara con una mayor radicalidad en la vida
monástica. Ya vamos a ver que en la vida laical, en
la vida nuestra, la acedia se maniZesta de una
manera mucho más sutil, porque como también la
decisión de la búsqueda de Dios no es tan grande,
no es tan radical y deZnida, entonces también es
mucho más sinuoso el ataque del demonio de la
acedia en los laicos o incluso en los religiosos de
vida activa.

Es muy interesante la descripción que nos hace


Evagrio Póntico, este padre del desierto, de cómo
experimenta el monje el ataque del demonio de la
acedia, que se llama demonio meridiano porque
ataca generalmente alrededor del medio día, –dos
horas antes, dos horas después–, en los
monasterios se comía a lo que actualmente es
hora de la siesta, de modo que el almuerzo estaba
retrasado y se hacía muy penoso el ayuno. Los
invito a ver esta descripción que nos hace –Evagrio
Póntico– sobre el demonio de la acedia porque es
muy gráZca (yo haré algún comentario en medio de
ella).

Dice que el demonio de la acedia, o demonio del


mediodía, es el más pesado y duro de sobrellevar,
ataca entre dos horas antes y dos horas después
del mediodía. Primero produce la sensación de que
el sol se ha detenido, como si el tiempo no
avanzase, (algo parecido a lo que nos pasa en los
insomnios, en los que nos parece que han pasado
horas y apenas han pasado diez minutos), el
tiempo no pasa nunca.

Luego lo obliga a andar asomándose por las


ventanas a ver si hay por allí algún otro con quien
poder conversar, buscar el consuelo de las
criaturas; pasar el tiempo encontrando algún
consuelo y distracción. Le inspira una viva aversión
al lugar donde está, “¿pero qué estoy haciendo yo
aquí?”. Y le inspira también la idea de que la
caridad ha desaparecido en el monasterio, (“nadie
me quiere, nadie se preocupa por mí, estoy aquí tan
solo”). Dios no me basta Busco un poquito de
consuelo o afecto humano. Si por casualidad ha
sucedido que en esos días alguien lo ha
entristecido –dice Evagrio– el demonio se vale de
esto para aumentar su aversión hacia el lugar
donde está. Le hace desear estar en otro lugar, en
otro monasterio, en cualquier lado menos aquí, se
imagina que en otro lugar podrá encontrar más a
Dios, donde podrá tener un oZcio menos penoso,
más entretenido, más provechoso, (la imaginación
vuela hacia lugres donde se sentiría bien huyendo
de esta sensación de malestar que lo acosa aquí)
Razona que servir a Dios no es cuestión del lugar,

Piensa que podría servir a Dios en otro lugar más


tranquilo, sin tantas privaciones El demonio de la
acedia se le hace como consejero compasivo que
le dice “¿no ves que aquí te estás dañando la
salud?”, se hace el cariñoso con el monje. Se
acuerda entonces de sus parientes, y de su vida
pasada. Evagrio justamente dice que el demonio de
la tristeza comienza con el recuerdo de las cosas
dulces y termina con un “eso, ¡nunca más!, eso lo
has perdido deZnitivamente”.

Y de paso, notemos hermanos, para nuestra propia


experiencia, cómo también en nosotros puede
entrar así la tristeza. A veces esos pensamientos
dulces de la vida pasada nos precipitan después en
la tristeza, en la desesperanza de que eso es ya
irrecuperable y no lo podremos conseguir más. Por
eso los santos Padres del Desierto son grandes
maestros del alma de los cristianos, y tenemos
muchísimo que aprender de ellos, no son
exclusivamente maestros de los monjes y de los
religiosos que viven en la vida recluida en los
monasterios, también tienen muchísimas
enseñanzas para nosotros, también para los Zeles
laicos que viven en el mundo, porque son maestros
del alma, de la psicología, de las tentaciones, de
cómo aparecen en el alma esos pensamientos que
después lentamente nos van llevando a otra cosa, y
de cuyo proceso no somos normalmente
conscientes. Los Padres del Desierto nos enseñan
a ser conscientes del proceso de los
pensamientos. Volver sobre los pasos, como nos
aconseja San Ignacio de Loyola, el patrono de este
templo en que estamos grabando este programa,
nos enseña a volver a recorrer los pasos de los
pensamientos, para ver cómo de pronto empezaron
de una forma agradable, buena, y luego nos fueron
llevando a la tristeza, al desánimo, a la
desesperanza.

Este demonio –dice Evagrio–, como para darle al


monje el ánimo para que lo soporte, no es seguido
por otro. Cuando el monje lo vence, después de
esta lucha, sucede en el alma que nace un estado
de paz y una alegría inefable. Porque,
misericordiosamente para con su sensibilidad, le
explica al alma: “¿Por qué estás triste alma mía?” -
como dice el salmista - ¿Por qué me conturbas?
¡Espera en Dios que volverás a alabarlo!”

El comienzo del salmo 42 es precisamente un texto


en el que el salmista habla con su alma que está
acosada con el demonio de la acedia, en la lejanía
de Dios, y le explica a su alma que debe
mantenerse en la esperanza de los consuelos
divinos, que Dios volverá a visitarla, y que debe
soportar –por lo tanto– esa dureza de la ausencia
de Dios, que es como el reverso de la moneda de
su amor que quisiera estar siempre en su
presencia, que quisiera estar ya en la eternidad
gozando de Dios para siempre, pero que está
todavía en esta vida, en este mundo, sufriendo la
ausencia, la lejanía de Dios, que en ese momento
se le hace especialmente dura, pero aceptando esa
dureza en este mundo, el alma que busca a Dios
encuentra una paz y un gozo muy grande en la fe.
San Juan de la Cruz va a hablar de la noche del
sentido, la noche del espíritu. El alma se aveza a
pasar esas noches sabiendo que no son un signo
de la lejanía de Dios, sino que Dios –de alguna
manera– se ha escondido de la sensibilidad, pero
que está alcanzable siempre a través de la fe; que
quiere –precisamente– hacernos crecer en la fe,
aZrmarnos en la fe, y saber que la fe, aunque sea
oscura, nos pone en contacto con su misterio,
precisamente porque Él también es misteriosos, y
el único camino que tenemos para alcanzar su
misterio, es el camino de la fe.

Buen consejo Znal este que da Evagrio: de poder


resistir el demonio de la acedia, las desolaciones
en la vida. Esto para nuestros Zeles laicos que a
veces comienzan un camino de conversión, - a
veces pasa, lo he visto en nuestros hermanos del
movimiento carismático– que empiezan con un
gran consuelo, una gran conversión sensible, pero
apenas se extinguen los fuegos de la sensibilidad,
les parece que han perdido a Dios. Se apartan de la
comunidad, se van. No perseveran en el camino del
Señor. El Señor exige que sepamos vivirlo en fe, no
vivirlo solamente en lo sensible.

Hay experiencias sensibles, anteriores a la fe, que


muchas veces nos pueden engañar. Otras que
provienen de la fe pero que no le son esenciales
porque la fe puede perseverar aunque sea sin ellas.
Tal vez fueron –en el comienzo sobre todo– fuente
de consolaciones para atraernos hacia Dios,
después la fe debe perseverar y arraigarse en lo
profundo.

Hay un poeta argentino, Francisco Luis Bernárdez


que tiene un soneto muy hermoso que se puede
! a lo de la fe, dice:
aplicar

«Porque después de todo he


Rosario por la paz con el Papa …
comprendido
que lo que el árbol tiene de oorido
vive de lo que tiene sepultado».

Así también, en la vida cristiana. La vida cristiana


tiene las oores de las virtudes de la vida cristiana
que viven de la fe, que está como enterrada en la
oscuridad de la tierra, pero que nutre - esa fe - a las
virtudes de la caridad, de la esperanza.

Para animar al monje a que resista a ese espíritu, a


ese demonio de la acedia, y persevere en la dureza
de la prueba, Evagrio dice la verdad: que cuando el
monje vence, sobreviene una paz y un gozo muy
especial, muy particular, que no es quizá el de las
consolaciones sensibles anteriores, pero que es un
gozo muy profundo y espiritual.

¿Pero que pasa cuando el monje no resiste este


embate y es vencido por el demonio de la acedia?,
Isidoro de Sevilla tiene unos textos que quiero
compartir con ustedes, son sabrosos y no
necesitan comentarios:

«Quienes no practican la profesión


monástica con intención inflexible,
cuanto con más flojedad se dirigen
a conseguir el amor sobrenatural
tanto con mayor propensión se
inclinan nuevamente al amor
mundano»

Es decir vuelven a desparramarse en las cosas del


mundo, y es mucho peor. Es como el soldado que
deserta

«Porque la profesión que no es


perfecta vuelve a los deseos de la
vida presente, en los cuales, por
más que de hecho no se vea atado
el monje, pero ya se ata con amor
de pensamiento».

Es decir lo preferiría. Hay como un haber dejado


aquel impulso y aquel deseo que lo llevaba a
buscar el amor de Dios y buscar a Dios sobre todas
las cosas.

«Porque el ánimo que considera


dulce a esta vida, está lejos de
Dios».

En realidad nosotros estamos en situación de


destierro, lo dicen todos los cristianos que han
vivido su cristianismo, su fe, esperanza y caridad,
se sienten aquí como en un destierro, como en un
tiempo provisorio. Ésta es una experiencia
cristiana, de la vida cristiana. No tenemos aquí una
morada permanente, una patria permanente, dice la
Carta a los Hebreos.

«Alguien así no sabe qué es lo que


debe apetecer de los bienes
superiores, ni qué es lo que ha de
huir de los bienes inferiores»

Estos monjes, dice Isidoro de Sevilla, desearían


volar a la gracia de Dios, pero los amores del
mundo los retienen, la codicia del siglo los retrae.
Quieren tener ambas cosas, todo lo de este mundo
y a Dios también.

Y así sucede que:

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«Quien ha prometido renunciar al


siglo, se hace reo de transgresión
si cambió de voluntad, y así se
hacen dignos de ser severamente
castigados en el juicio divino los
que menospreciaron cumplir de
hecho lo que en su profesión
prometieron».

Hay como un menosprecio de las cosas divinas, un


retroceder en ese impulso, que era un impuso de
gracia Acá se trata de que han sido inZeles a una
gracia inicial, Dios los ha invitado, les ha dado una
gracia, y ellos han menospreciado la gracia recibida
al no continuar con ese impulso, al no aceptar la
invitación al banquete que les ha hecho el Señor.
Porque tienen otras ocupaciones u otros deseos.
Hay aquí algo de reminiscencia de la parábola de
Nuestro Señor Jesucristo de los invitados al
banquete que después no son hallados dignos
porque no tienen el traje de Zesta, no se han
vestido enteramente para la Zesta. No han entrado
en el banquete de la alegría divina, del amor divino,
y se vuelven entonces a desear los manjares del
mundo.

Por Zn, un último tema de los Padres del Desierto


que es muy importante, en cuanto a la doctrina de
la acedia, es lo que los Padres llaman las “hijas de
la acedia”, este pensamiento del demonio produce
vicios en el monje pero también en los laicos.

Isidoro de Sevilla habla de que produce:


■ El ocio –la pereza– para las cosas divinas–, uno
entonces ya no quiere orar, no quiere rezar los
salmos, no quiere rezar el Rosario, o tiene una
especie de pesadez para las cosas relativas a Dios.
A los laicos les pasa que no tienen deseos de ir a
Misa, no tienen ganas de hacer la lectura de la
Sagrada Escritura, la somnolencia, la pereza en las
cosas de Dios.
■ La importunidad de la mente: las distracciones
que le vienen continuamente y que te atacan
muchas veces en la oración;
■ La inquietud del cuerpo –la ansiedad, que
necesita moverse, que no puede estar quieto–, la
inestabilidad, la inconstancia –si hace un proyecto
de vida espiritual, después no lo puede cumplir–;
■ La verbosidad –habla y habla, y busca siempre
con quien hablar, se derrama en las cosas
exteriores, en los comentarios de las cosas
mundanas, en palabrería vana que no conduce a
nada–; y por Zn
■ La curiosidad –estar siempre atento a un
montón de cosas, a la televisión, Unos religiosos
contaban un chiste de la vida religiosa diciendo:
“menos mal que el rayo cayó en el coro, porque si
cae en la sala de la televisión nos mata a todos”.
Estaban en la sala de televisión en lugar de estar
frente al sagrario. Y a veces estamos delante de la
televisión como delante de un sagrario. En vez de
estar donde debemos estar que es delante del
amor, del espectáculo del amor divino.

San Gregorio Magno habla más bien de las hijas


espirituales de la acedia: la malicia, el rencor, la
falta de ánimo para las cosas grandes de Dios, la
desesperanza, la pesadez y la divagación de la
mente en cosas inútiles.

Hemos terminado así, queridos amigos, esta breve


síntesis de la doctrina de los Padres del Desierto
acerca del demonio de la acedia, tal como se
presenta en el monasterio, pero que también nos
sirve a nosotros, por semejanza con situaciones de
la vida laical, para darnos cuenta también de cómo
nos ataca a nosotros, sobre todo cuando nos
ponemos a buscar a Dios y sentimos cómo el
demonio se opone a eso con mucha mayor fuerza.

Preguntas y comentarios al autor de


este artículo, P. Horacio Bojorge S.J.

Capítulos de esta serie: 1- EL DEMONIO DE


LA ACEDIA
2- ¿QUÉ ES LA ACEDIA?
3. LA ACEDIA EN LAS ESCRITURAS
4. EL PECADO ORIGINAL

Enlace para leer el libro: LA CIVILIZACIÓN


DE LA ACEDIA

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