El Dios de Jesús
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El Dios de Jesús
EL DIOS DE JESÚS
APROXIMACION EN CUATRO METÁFORAS
a. El Dios desconocido
Cuando san Pablo llega a Atenas y pronuncia su discurso ante el Areópago, empieza con
una alusión sugerente y casi inquietante: paseando por las calles y observando los monumentos,
había encontrado un altar dedicado "Al Dios desconocido" (Hch 17,23). Posiblemente la
inscripción decía "a los dioses desconocidos"; y con probabilidad la intención de la misma era
una precaución elemental: la de protegerse contra la ira de esos dioses o la de ganarse su favor.
Representaba, pues, como un grito hacia lo desconocido, para conjurar la angustia de su
oscuridad o propiciar su gracia posible e incontrolable.
Con ello los atenienses ponían palabra a una ancestral inquietud de la humanidad: cómo
es Dios o cómo son los dioses, cuáles sus pautas de conducta, qué puede llegarnos desde ellos...
Acostumbrados --demasiado acostumbrados-- a la rutina catequética, que dese pequeños nos
hace "saber" tantas cosas de Dios sin "entender" de verdad ninguna, porque todavía no tienen
enganche real en nuestra vida, corremos el peligro de no captar la seriedad de esta pregunta.
Seriedad verdaderamente mortal para el hombre y la mujer enfrentados al enigma del universo
y al misterio de la propia existencia. Un texto sumerio, que se remonta nada menos que al tercer
milenio antes de Cristo, lo expresa muy bien:
"Ojalá supiera si estas cosas agradan al dios. Lo que a uno le parece bien puede ofender
al dios; lo que a uno le parece despreciable puede agradar al dios. ¿Quién puede conocer la
voluntad de los dioses del cielo? ¿Quién puede entender los planes de los dioses del abismo?
¿Dónde han aprendido los humanos el camino de un dios?" (Alabaré al Señor de la sabiduría, II
33-38).
Martín Lutero, siempre genialmente atento a lo misterioso de Dios y sensible --acaso
demasiado sensible-- a los costados oscuros de su experiencia, traducirá de modo muy expresivo
esta impotencia del hombre para acertar en el conocimiento de Dios. La compasión que
Maragall derramará sobre la "vaca ciega" tropezando por todos los caminos, la anticipa Lutero
a nuestra propia situación buscando a Dios sin poder encontrarlo:
"La razón juega a la vaca ciega con Dios y topa siempre en falso y golpea siempre fuera
de sitio, llamando Dios a lo que no es Dios, al tiempo que no llama Dios a lo que es Dios (...). Por
eso cae tan torpemente y da el nombre y gloria divinos y llama Dios a lo que le parece que es
Dios sin acertar nunca con el verdadero Dios, sino con el demonio o con su propio parecer
gobernado por el demonio" (WA 19, 206-207).
Y el más somero repaso de la literatura moderna nos hace sentir por todas partes ese
sentimiento tremendo de (lo que se cree) la "ausencia" o el "silencio" de Dios, con la
correspondiente sensación de soledad y abandono. Cuando esa sensación no se traduce en dejar
la búsqueda entregándose al ateísmo, se hace en muchos casos interrogación profunda,
pregunta lancinante (Rosalía de Castro, Unamuno, Machado...); en otros --tal vez el de la
mayoría de los creyentes-- se convierte en ansia íntima, en deseo de encontrar para la propia
vida el verdadero rostro de Dios.