JAIMITO EL PERRO VIAJERO Sergio Gonzales

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JAIMITO EL PERRO VIAJERO

Por: Sergio Marcelo Gonzales López

Santiago era el hermano menor de cuatro hermanos, era muy pequeño, muy inquieto,
pero no había perro callejero que no le moviera la cola. Sus padres decidieron
obsequiarle una mascota.

Un día inolvidable, sin que sepa, fue llevado a una casa muy pobre. En el patio de
tierra, había varios perritos que se le acercaron muy contentos. Su padre le pidió que
escogiera uno, Santiago cargó al más peludo que desde un inicio le movió la colita, era
todo marrón y solo la punta era blanca como la nieve, enrollada como un chanchito. Se
encariñó con él y lo llamó Jaimito.

Jaimito era tan travieso como el gato de la casa Mercurio. Jaimito, también era
cariñoso, dormía solo a los pies de Santiago y siempre lo acompañaba a todas partes
de la casa. Desde la ventana, Jaimito divisaba las montañas, árboles y un río.
Pensaba que es lo habría más allá, se quedaba inmovilizado mirando esos paisajes.

Una tarde, casi al anochecer, Jaimito vio la puerta abierta de su casa y le ganó la
curiosidad por ver que había afuera, ya que siempre le habían prohibido acercarse a la
puerta de la calle para que no se perdiera. Entonces, él mientras caminaba por una
calle de restaurantes, su collar se soltó, y al sentir los olores de un exquisito sabor de
comida, no se pudo resistir al agradable aroma y se dejó llevar por su sentido del
olfato.

Santiago y su padre buscaron al gordito, así lo llamaban a veces. Solo encontraron su


collar en unas ramas algo disecados, llamaron y buscaron por toda la ciudad, pero no
lo encontraron, el niño regresó con su papá muy triste. Jaimito se fue alejándose cada
vez más, y por más que buscaba el regreso a casa, se perdió. La turba noche cayó
con una lluvia, tenía mucha hambre, sus tripas sonaban, extrañaba los cariños de su
dueño; buscó comida en la basura, después un lugar donde pasar la noche, caminó
tanto que llegó debajo de un puente, era el único hogar donde podía protegerse del
frío y la lluvia.

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Jaimito quería encontrar el camino a su casa, extrañaba mucho a Santiago, pero cada
vez sentía que se alejaba más, sin comida y agua se sentía más débil, el cariño y
aprecio lo tenían atónito. Apenas veía un camino a lo lejos donde pasaban muchos
carros a mucha velocidad, sintió un profundo sueño, apenas llegó a ese camino,
Jaimito se durmió, en realidad, se había desmayado. Una familia que viajaba desde
Lima, lo vio tendido en el suelo, Dios mío, son unos ángeles para poder brindarle su
apoyo a un ser sin voz, le dieron agüita y comida, asimismo, le curaron las patitas que
de tanto caminar tenía heriditas. Lo trataron muy bien, hasta que tomaron la decisión
de llevárselo a su casa, donde lo bañaron y le hicieron sentir nuevamente en familia.

Pasaron algunos días y Jaimito se sintió más fuerte, pero su mirada estaba perdida, ya
que sentía tristeza, extrañaba a Santiago, cuando iba a despertarlo con una lamida en
la cara para que vaya al colegio, extrañaba cuando jugaban en el parque con la pelota
y extrañaba su juguete favorito, su pollo de goma, que recuerdos y cuanta nostalgia.

La familia Curi fue quien lo recogió en la carretera. Los Curi tenían dos hijitos Pedro y
Alberto, el primero tenía siete años y el más mayorcito era Alberto con sus once años.
A la familia le encantaba conocer el Perú, ellos eran de Jauja, pero, por el trabajo del
papá vivían en Lima, la mamá era muy amorosa y cuidaba mucho a su familia, era
muy divertida y le encantaba cocinar.

Jaimito estaba contento, se divertía con su nueva familia, desde la ventana del carro
podía ver muchos paisajes, cerros, árboles, chacras, vacas y otros perros. Se
imaginaba correr con todos esos perritos. Jaimito ya más recuperado a veces cometía
travesuras, mordía zapatos, sillas y medias; siempre estaba pensando que travesura
hacer, lo que más le gustaba era morder su cama hasta sacarle todo el relleno.

Un día mientras paseaba por un parque con Alberto, le pareció ver a Santiago, solo dio
un ladrido muy fuerte como diciendo que lo extrañaba mucho y siguió paseando al
lado de su nuevo amigo.

Escuchó conversar a su nueva familia que tendría un viaje por el sur de Ayacucho ese
fin de semana, Jaimito pensó que conocería más lugares, más pueblitos y poder ver
más animales que nunca había visto.

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Un sábado por la tarde, empezó el gran viaje. La familia Curi salió rumbo a
Vilcashuamán, pasaron por varios hermosos paisajes, campos verdes y cerros
multicolores, pudieron hacer una parada para tomarse fotos con las Puyas de
Raymondi, quedaron maravillados con esa planta gigantesca, no sabían que para
florecer tenían que pasar como cien años. Siguieron su viaje, llegaron así al anochecer
a Vilcashuamán, y se hospedaron en un hotel en la plaza principal. Al día siguiente
conocieron la pirámide de Ushno, el tempo del Sol y la Luna, construidas por los
poderosos incas. Jaimito posó en todas las fotos, con el Templo del Sol y la Luna, la
plaza con paredes incas. Jaimito no podía creer lo que estaba viendo, se imaginaba
ver esos paisajes al lado de Santiago. ¡cuanto extrañaba a ese niño!

Durante el viaje pudieron ver vizcachas, vicuñas y cóndores, les pareció muy
emocionante y bonito ver esos animales en su hábitat porque en la ciudad los habían
visto en el zoológico y también por la televisión, nunca los habían visto correr y volar
en la naturaleza. Jaimito imaginó como sería volar en la espalda del cóndor.

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En la noche, ya en el hotel la familia planeaba el siguiente día, conversaron sobre su
próximo destino: Millpu. Ese lugar era conocido por sus aguas color turquesa. Pasaron
varias horas viajando, lo admirable eran las profundas quebradas, hasta llegar a un
pequeño pueblo, a partir de ese lugar tuvieron que recorrer a pie, a Jaimito no le
gustaba caminar mucho pero cuando escucho una caída de agua se emocionó y fue a
ver corriendo, que maravilloso era ese lugar. Jaimito estaba feliz porque nunca había
visto aguas tan bonitas, le dieron ganas de meterse un chapuzón, el guía muy atento,
les comentó que no podían entrar al agua de Millpu.

Casi de noche continuaron el viaje llegando a Huancapi, un pueblo muy bonito,


pasearon por su plaza donde destacaba un robre gigantesco, Jaimito se quedó
asombrado. Hacia un poco de frio y fueron a una cafetería, conversaron como
conocieron a Jaimito. La familia buscó un hotel y todos juntos abrazados vieron una
película y se durmieron.

Al día siguiente, el papá los despertó temprano y salieron con rumbo al volcán
Pachapupu donde disfrutaron del hermoso paisaje, Jaimito pensaba que era otro

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planeta porque había muchos cerros cubiertos con ichu, nunca había visto esos
paisajes. Llegaron al volcán, se tomaron muchas fotos y se bañaron en las aguas
termales, quisieron aprovechar más el paisaje, pero cayó una lluvia torrencial con
granizo, todo era muy divertido. Partieron del volcán con dirección a la ciudad de
Huanca Sancos.

Pasaron la noche en Huanca Sancos, al amanecer, después de desayunar un caldo


de gallina, se desplazaron al pueblo de Sarhua donde vieron hermosas tablas pintadas
a mano que representan el día a día de las personas que habitaban en dicha
población, una maravilla.

El último día del paseo conocieron más lugares y pasaron por varios pueblitos que les
hubiese gustado conocer. Llegaron a un pueblo llamado Carampa, donde conocieron
el único cenote del Perú: Chapalla, este lugar muy bonito, era un hoyo profundo con
aguas azules verdosas, también conocieron una cueva que les guio una buena y
amable señora de la zona que encontraron en el pueblo, fue quien les indicó y se
ofreció a llevarlos hasta el cenote.

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Así, Jaimito se convirtió en el perro viajero, recordaría su primer viaje por el sur de
Ayacucho, su familia cada fin de mes salía de Lima a conocer nuevos lugares. Jaimito,
se imaginaba en su nueva aventura, conocer nuevos lugares, pensaba en los nuevos
amigos que haría por todo el Perú, siempre antes de dormir pensaba en su gran amigo
Santiago.

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