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Art. Epistemología Corporizada

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EPISTEMOLOGÍA CORPORIZADA: SOBRE LO QUE SE PUEDE HABLAR.

Ps. Rodrigo Robert Zepeda.1


Universidad de Valparaíso.

RESUMEN.
Este artículo trata acerca de la importancia de la reflexión epistemológica y de los
fundamentos de un enfoque corporizado de la misma. Con este propósito, se examinan algunas
ideas que la psicología y la neurociencia han hecho a este respecto, así como también la
coherencia que esta perspectiva tiene con la etimología misma del término epistemología. Se
plantean, finalmente, algunos de los eventuales riesgos que presenta la ausencia de la reflexión
epistemológica en nuestra vida cotidiana.

SUMMARY.
This article is about the importance of epistemological reflection and the foundations of an
approach embodied of it. With this purpose, I examine some ideas that psychology and
neuroscience have made in this regard, as well as the consistency of this perspective with the
etimology of the term epistemology. I argue, finally, some of the potential risks posed by the
absence of epistemological reflection in everyday life.

Palabras Claves: Epistemología, cognición corporizada, enacción, neurociencia, cibernética.


Keywords: Epistemology, embodiment cognition, enaction, neuroscience, cybernetics.

1 Magíster en Psicología Clínica con Mención en Terapia Familiar Sistémica. Docente del
Instituto de Filosofía de la Universidad de Valparaíso (rodrigo.robert@uv.cl)
INTRODUCCIÓN.

La idea de percibir la totalidad del universo en una gota de rocío, si bien puede conllevar
una mirada exageradamente reduccionista acerca de nuestro entorno, puede también devenir de
una mirada aparentemente mística, que es más bien una disposición a captar los complejos
patrones de interacción que de un modo altamente recursivo conforman nuestra existencia. Esta
forma de percibir, en general, aún nos resulta extraña, pues la tradición de pensamiento
occidental intentó prescindir de la interacción de los fenómenos como una manera de simplificar
el estudio de los mismos. El método analítico propuesto por Descartes, fundamento de la
tradición racionalista y del quehacer científico más conservador, que influyó significativamente
en el desarrollo inicial de la psicología, da cuenta de ello.
Curiosamente, esta concepción del mundo, a pesar de la hegemonía que ha tenido
durante siglos, adolece de validez ecológica, pues desde hace tiempo que se entiende, como
señala el neurobiólogo Antonio Damasio, que “la vida se desarrolla al interior de un linde que
define un cuerpo” (1999:157) y que este cuerpo u organismo debe procurar permanecer con
vida, siendo obviamente ésta su tarea o misión fundamental. Mantener este medio interno,
como lo denominó el biólogo francés Claude Bernard, constituye una función biológica
fundamental que, a principios del siglo XX, Cannon denominó homeostasis. Esta operación,
que hace posible mantener el precario equilibrio que sustenta el proceso de vivir, requiere que el
organismo interactúe con su entorno, para lo cual debe contar con estructuras sensoriales, que le
permitan distinguir lo que sucede en él, y estructuras motoras, que le hagan posible hacer todos
los ajustes que sean necesarios. Desde esta perspectiva, todo organismo debe estar
constantemente haciendo operaciones de distinción, de naturaleza inconsciente e involuntaria,
para poder mantenerse con vida, proceso que configura un operar recursivo de coordinaciones
sensorio-motoras, que hizo posible la evolución del sistema nervioso desde una perspectiva de
deriva natural, como lo sostienen Maturana y Varela (1984) y lo profundizan Varela, Thompson
y Rosch (1991).
Asumir que el vivir es siempre el vivir de un organismo en interacción, nos lleva a
reconocer que toda operación de distinción que ese organismo haga está fundamentada en la
estructura biológica particular que éste tenga al momento de hacer dicha distinción. Es decir, es
la corporalidad particular que se tenga en un momento dado, lo que hace posible que se distinga
o no un estímulo y que se responda a él de un modo también particular, respuesta que, a su vez,
es siempre dependiente de dicha estructura corporal. Esta concepción que a partir del trabajo de
Maturana y Varela distinguimos como determinismo estructural, curiosamente ya estaba en
cierne hace casi 2.500 años en las ideas de Protágoras, “el hombre es la medida de todas las
cosas”, así como también en los planteamientos de los empiristas ingleses, Locke y Hume, en
las ideas de Kant, Hegel, Herbart y, más recientemente, en los planteamientos de Dewey, Piaget
y Vygotsky.
El cuestionamiento acerca de la validez de las distinciones que hacemos ha sido tema
desde los orígenes de la filosofía hasta nuestros días, siendo el ámbito de la psicología clínica
donde adquiere para nosotros particular relevancia, dadas las repercusiones éticas que tienen las
conversaciones que co-construimos con los consultantes. Aunque parezca obvio, la psicoterapia
no se da en el aire, no es una relación fuera del tiempo y el espacio, sino muy por el contrario, es
una interacción particularmente situada donde se encuentran las singulares corporalidades de
terapeutas y consultantes, que a su vez son el resultado de la historia de cambios estructurales
que hasta ese momento han experimentado. La terapia, con todo lo que ello conlleva, pasa a
formar parte de la historia de cambios estructurales de los miembros del sistema terapéutico,
cambiando de manera transitoria o permanente la corporalidad de los participantes, lo que
ciertamente tiene consecuencias en el operar futuro de éstos, de allí la dimensión ética de todo
proceso terapéutico. Cabe señalar, que un proceso similar, aunque emocionalmente menos
intenso, dado su carácter colectivo, se puede advertir en algunas prácticas pedagógicas, que
aspiran a ofrecer una educación más personalizada.

DE LA RECURSIVIDAD SENSORIO-MOTORA A LA COGNICIÓN CORPORIZADA.

Si el vivir de un organismo supone necesariamente un operar recursivo de


coordinaciones sensorio-motoras, por lo cual toda conducta se puede entender de esa manera,
entonces toda interacción entre organismos conlleva un proceso de mayor nivel de recursividad
que supone una coordinación de coordinaciones sensorio-motoras, es decir, una coordinación de
conductas entre organismos que configuran un proceso circular o de causalidad recíproca
continua, como lo distingue Andy Clark (1997), y que son los fenómenos que dieron lugar a la
teoría de sistemas, la teoría de los sistemas dinámicos y la cibernética hacia mediados del siglo
XX. Ahora, si además esta coordinación de conductas se mantiene en el tiempo, los cambios
estructurales que devienen de ello, que solemos distinguir como aprendizajes, darán lugar a una
integración de coordinaciones de coordinaciones sensorio-motoras, una síntesis que permitirá la
emergencia de una nueva estructura, un sistema, cuyos miembros coordinarán sus
coordinaciones sensorio-motoras, sus acciones, de manera consensuada. Esta coordinación de
coordinaciones conductuales consensuales es lo que Maturana y Varela (1984), siguiendo la
tradición pragmática, distinguen como lenguaje, reafirmando así, desde la biología, lo que
Dewey consideraba que era el motivo primordial de éste, “influir –a través de la expresión del
deseo, la emoción y el pensamiento- en la actividad de los demás.” (1933:201).
La teoría biológica del conocimiento planteada por Maturana y Varela en la década de
los ’70, así como también, unos años más tarde, la teoría de las metáforas conceptuales de
Lakoff y Johnson, ambas herederas de los enfoques pragmatistas y fenomenológicos,
especialmente de las ideas de Merleau-Ponty, se constituyeron en los principales referentes
teóricos que conllevaron al desarrollo de la denominada Cognición Corporizada,
conceptualización que también integra los planteamientos de la cibernética, en especial las ideas
de Gregory Bateson, la teoría de los sistemas dinámicos, la neurociencia cognitiva y los modelos
conexionistas de la inteligencia artificial. Francisco Varela, uno de los principales fundadores de
este enfoque, reconoce en la obra de Piaget una de las principales inspiraciones para esta
concepción encarnada de la cognición, pues fue él uno de los pioneros en sostener que los
procesos cognitivos más complejos y sofisticados, se fundamentaban en las coordinaciones
sensorio-motoras recurrentes que se daban en la niñez temprana. Sin embargo, a mi parecer, por
el mismo hecho que la obra de Piaget se inspira en los trabajos de Claparède y éste en los de
Dewey, así como por la influencia que también tuvieron de los psicólogos de la Gestalt, el
enfoque de la cognición corporizada también es heredera de la concepción situada y organísmica
que estos autores promovieron en la primera mitad del siglo XX.
Cabe destacar, que todas estas influencias no se traducen en un cambio de paradigma en
la psicología, ni en las ciencias en general, sino hasta avanzada la segunda mitad del siglo XX,
manteniéndose hasta entonces la aspiración de alcanzar un conocimiento certero, objetivo, bien
definido y abstracto de la conducta, es decir, la idea de que se puede desarrollar la psicología y
el estudio de la cognición, sin considerar la dimensión biológica y social que tiene toda acción
humana. En este proceso, fue fundamental la integración de la cibernética y de la teoría
biológica del conocimiento, la neurociencia cognitiva, para confrontarnos con el hecho de que
“el mundo no es algo que nos haya sido entregado: es algo que emerge a partir de cómo nos
movemos, tocamos, respiramos y comemos” (Varela, 1996:14), idea que está a la base de la
concepción encarnada o corporizada de la mente.
Para Varela, la cognición corresponde a una enacción, término que deriva del inglés “to
enact” y que alude al hecho de que la cognición es un proceso recursivo de poner en acto, de
hacer emerger, a un organismo en las situaciones específicas que le toca experimentar. Es la
forma singular en que este organismo está encarnado lo que determina el mundo particular que
éste habita y al cual responde, su determinismo estructural. Desde esta perspectiva, lo
fundamental es comprender cómo el organismo que percibe guía sus acciones en las diversas
situaciones que vive cotidianamente, las cuales a su vez, son modificadas por las mismas
acciones que éste realiza. Así, el mundo que cuenta es el que emerge del acoplamiento
estructural del organismo con su entorno, no siendo posible plantear la existencia de un mundo
independiente del sujeto que percibe. La mente, el cuerpo y el mundo están estrechamente
relacionados y sus fronteras no están tan claramente delimitadas como hasta hace poco tiempo
se creía. Como señala Clark (1997), la idea de una cognición incorpórea, desvinculada de las
acciones del organismo, en un medio estable y bien acotado, parece el resultado de una ilusión y
de un lujo que la naturaleza no se podía permitir.
Una aplicación cotidiana y congruente de esta teoría la plantean Lakoff y Johnson, para
quienes el enfoque corporizado de la cognición permite también fundamentar el desarrollo de la
mayor parte de nuestros conceptos, incluso de los más abstractos, pues teniendo como base
nuestra estructura corporal, los seres humanos somos capaces de proyectar metafóricamente
nuestras experiencias a otros dominios o ámbitos, haciéndolos, de este modo, comprensibles o
significativos. Un ejemplo, de estas metáforas conceptuales, es la frase “estoy bajoneado” o
“estoy por el suelo” para dar cuenta de un estado emocional de tristeza o desgano, pues ambas
expresiones aluden claramente a experiencias corporales bastante concretas. Del mismo modo,
hacer alusión a “la Reina de la casa”, “le movieron el piso”, “le destrozaron el corazón”, “estar
en medio de una guerra”, “me duele tu comentario”, entre otras expresiones metafóricas,
permite advertir cómo cotidianamente proyectamos nuestras experiencias corporales para darle
sentido a una gran multiplicidad de expresiones lingüísticas.
Otro antecedente que sustenta la tesis del enfoque enactivo y que tiene importantes
repercusiones en el vivir cotidiano, es el hecho de que la investigación en psicología cognitiva
ha llevado a concebir la comprensión del lenguaje como una acción eminentemente corporizada,
pues la experiencia lingüística siempre conlleva la activación de un programa motor, una
resonancia motora, que emula la actividad a que alude la expresión lingüística (Zwaan y Taylor,
2006). Es decir, al estar expuestos a una oración, ya sea en forma oral o escrita, el organismo
activa los patrones de actividad sensorio-motores necesarios para simular la experiencia a la que
alude dicha oración, por lo cual la comprensión no es posible concebirla como un proceso
abstracto y descorporizado. Estas investigaciones reafirman también algunas ideas que el
pragmatismo y la fenomenología habían sostenido tiempo atrás, en cuanto a que toda
experiencia involucra siempre a la totalidad del organismo, la comprensión toma al cuerpo por
completo, incluyendo la historia de éste, lo cual permite darle continuidad y sentido a la
experiencia.
Resulta coherente con este entendimiento, incidiendo en la sustentabilidad del mismo, el
hecho de que si indagamos en la historia de muchos de los términos y conceptos que utilizamos
cotidianamente, el devenir del lenguaje verbal, la etimología de las palabras, nos encontramos
que sus raíces suelen aludir a la estructura de nuestras experiencias corporales y al carácter
concreto de nuestro operar en el mundo. Así, la epistemología corporizada sobre la que versa
este texto, pareciera ser la más congruente con el concepto mismo de epistemología en tanto
teoría del conocimiento. Este término nos llega del griego episteme y está conformado por el
prefijo epi-, que alude a la acción de estar sobre algo, por encima de, y el verbo histamai, que
nos remonta al protoindoeuropeo con la raíz *steh-, que en inglés (to stand) sobrevive con su
significado original, “estar de pie”, hallándose presente también, con una forma similar, en las
diversas lenguas que derivan de los pueblos indoeuropeos, incluyendo el sánscrito con el verbo
tisthati y en alemán con el verbo stehen, ambos con el mismo significado. Resulta interesante
advertir, en este mismo sentido, que en el idioma persa, el sufijo –stan se traduce como “tierra
de” o “país de”, es decir, el lugar donde originalmente uno se ha parado. La deriva que tuvo este
verbo en latín también es significativa, pues dio lugar al verbo stare, que en español devino en el
verbo estar, pues estamos donde nos paramos.
Si a la indagación anterior, agregamos el término griego logos, que se suele traducir
como palabra, habla o discurso, advertimos que deriva de la raíz indoeuropea *leg-, cuyo
significado original era coger, tomar, asir, en el sentido de juntar con cuidado, por lo que puede
inicialmente haber estado vinculado al acto de cosechar. En latín, esta raíz la encontramos en el
verbo legere, de donde deriva en español el verbo leer, que alude a recoger o juntar los signos o
palabras. La misma raíz se halla también en el concepto inteligencia, inter-legere, que menta
sobre la acción de tomar entre lo que hay, en el sentido de recoger lo que es apto o apropiado.
De este modo, la conducta inteligente, que se ha vinculado tradicionalmente con la capacidad de
abstracción, tiene su origen en la habilidad de tomar lo que es adecuado, que es, quizás, la
acción más concreta y básica para que un organismo pueda sobrevivir. Ha sido, entonces, la
recursión de la acción que hemos podido tomar, distinguir, a través del lenguaje, lo que ha
permitido el desarrollo de la abstracción, cuyo fundamento, olvidado con el paso de los años, es
siempre concreto y encarnado.
Al integrar todos estos antecedentes, es posible plantear que el término epistemología
hace referencia a “hablar desde donde estamos parados” o “sobre lo que se puede hablar” o
“hablar acerca de lo que tengo al frente”, de lo cual soy testigo, de lo que he experimentado
porque he estado allí. Así entendido, este concepto alude a la idea de que el fundamento de todo
discurso se halla en la experiencia de estar en un lugar determinado, situación que sólo es
posible en la medida que se tiene un cuerpo que es capaz de reaccionar a las perturbaciones del
entorno, siendo estas vivencias corporales lo único de lo cual puedo dar cuenta. Más aún, en
estricto rigor, sólo podemos referirnos explícitamente a algunas de esas experiencias, que son
aquellas de las que somos o podemos ser reflexivamente conscientes, proceso que también
depende de nuestra estructura corporal, específicamente, de los procesos recursivos que se dan
entre las áreas sensoriales y motoras del encéfalo, los cuales hacen posible la emergencia de un
sujeto o agente cognitivo (Varela, 1996; Damasio, 1999).
Nuestro desarrollo filogenético, nos ha llevado a convertirnos en mamíferos vulnerables
y dependientes de otros organismos de nuestra especie, por lo cual nuestra sobrevivencia
requiere que nos paremos o estemos junto a otros seres humanos, especialmente en los primeros
años de nuestras vidas. Para distinguir esta condición de sobrevivencia, se hace necesario que a
la raíz protoindoeuropea *steh- se le agregue el prefijo griego syn-, que tiene el sentido de juntar
o reunir, además del sufijo –ma, que al utilizarse con lexemas verbales indica el resultado de la
acción, de todo lo cual deviene el concepto de sistema, que originalmente aludiría a lo que
resulta de estar reunidos o parados junto a otros, por lo que conformar sistemas se vuelve una
necesidad fundamentada en nuestra corporalidad.
Sin embargo, para ser coherentes con el carácter dinámico del vivir, hay que enfatizar el
hecho que estar junto a otros no supone estar detenido o, literalmente, parado junto a quienes
nos rodean, excepto de manera provisional, pues sobrevivir requiere cambio, movimiento, cierto
grado de inestabilidad, en una búsqueda constante del equilibrio, del ajuste que hace posible la
homeostasis, concepto que también tiene como raíz al protoindoeuropeo *steh-. Se hace
necesario buscar la manera, el modo, de desplazarnos o movernos junto a otros, es ésta también
una condición para poder sobrevivir, acción que se distingue en los pueblos indoeuropeos con la
raíz *sent-, que alude al acto de ir, dirigirse hacia algún lugar, a la cual, posteriormente, se le
agrega el prefijo latino cum-, que refiere a la idea de ejercer la acción junto o en unión con otros,
dando origen al término consenso. La búsqueda del consenso, desde esta perspectiva, deja de
ser una mera opción y se convierte así también en una necesidad para la sobrevivencia de la
especie. Se podría señalar, por tanto, que la evolución nos impele al consenso, el que a su vez
nos transforma, de manera gradual, sistemática e inconsciente, en organismos viables.
Resulta fundamental destacar, que si bien el consenso, el hecho de movernos junto a
otros, puede constituir una necesidad evolutiva, nada determina a priori la dirección que debe
tomar dicho movimiento, el sentido específico del desplazamiento. Los caminos viables no
están diseñados con anterioridad a la acción del organismo, por lo cual existen múltiples
posibilidades que emergen con cada movimiento, las que a su vez presentan, al mismo tiempo,
ciertas restricciones que están dadas por la estructura que cada organismo tiene en un momento
determinado. Así, es el propio organismo el que define los movimientos que le resultan viables,
debiendo también considerar, necesariamente en sus decisiones, lo que es viable para el sistema
del cual forma parte, pues no hacerlo sería una torpeza evolutiva, un error de lectura, un acto
poco inteligente.
En nuestra filogénesis, lo que en un principio iba recursivamente definiendo el camino,
por dónde transitábamos, el sentido del consenso, eran los receptores olfativos, extendiéndose
más tarde a los demás receptores del organismo, de allí, probablemente, que el término sentido
se aplique tanto para referirse a una dirección, una orientación espacial, como a los órganos que
van definiendo el rumbo particular del desplazamiento, extendiéndose también hacia las
experiencias conscientes que dichas estructuras generan en el organismo, los sentimientos. De
esta manera, el sentido particular que adopta nuestro desarrollo evolutivo, tanto a nivel
individual, social e histórico, nunca es necesario ni óptimo, pues no contamos con un mapa
antes de recorrer el territorio, sino sólo viable y depende, en última instancia, como señala
Maturana (1999), del deseo de movernos en esa dirección, porque tenemos la sensación,
fundada en sensaciones previas, que es o será un sentido viable.
A diferencia de la concepción filosófica que ha imperado en occidente, según la cual
podemos pararnos en un mundo sólido y estable, independiente de los organismos que lo habitan
y experimentan, la creencia y adopción de una realidad objetiva; la perspectiva corporizada de la
cognición asume la imposibilidad de renunciar al hecho de tener un cuerpo cuya estructura, en
constante proceso de cambio, al interactuar con el entorno en el que dicho cuerpo está situado,
hace emerger el mundo que ese organismo experimenta. Son las reacciones del organismo las
que dan forma al mundo que éste vive, las que determinan dónde éste se para, las que definen
dónde es viable que éste esté. Dar cuenta del mundo que experimentamos supone,
necesariamente desde esta mirada, revelar dónde nos paramos, dónde estamos al momento de
distinguir, pues sólo desde allí le podemos dar sentido al mundo que procuramos consensuar.
Lo que resuena en el organismo, las reacciones sensorio-motoras que en él se producen
con cada interacción, constituyen el único fundamento del mundo que recursivamente
enactuamos y lo único de lo cual podemos legítimamente hablar. Asumir que el mundo, las
cosas y los otros seres humanos, no están allá afuera, de un modo trascendente, sino que forman
parte de nuestro propio organismo al momento de enactuarlo, supone adoptar una epistemología
corporizada, sistémica y consensuadamente orientada, de la cual debemos comenzar a hacernos
responsables.
El fundamento corporizado del carácter sistémico y consensuado del vivir, se puede
advertir también con los desarrollos de la neurociencia, específicamente con las investigaciones
acerca del circuito de las neuronas espejo, cuya evolución habría hecho posible el desarrollo del
lenguaje y de los principales aprendizajes implícitos necesarios para el desarrollo de la vida
humana (Rizzolatti, G., Craighero, L., 2004). La actividad de estas neuronas, da cuenta de la
existencia de un proceso, inconsciente y sutil, que conecta y coordina el sistema nervioso de
cada individuo con el de aquellos que lo rodean, conformando un sistema que se puede
distinguir como una red neuronal extracorpórea, una genuina “wi-fi neurológica” como la
denomina Daniel Goleman (2006). Este circuito, que sería el fundamento de la denominada
teoría de la mente, de las habilidades sociales, del desarrollo de la empatía y la compasión, haría
posible la emergencia virtual de un otro en el propio organismo, lo cual desdibuja la clásica
distinción adentro-afuera o interno-externo, en el ámbito de las interacciones sociales.
Esta conceptualización nos retrotrae a las ideas de Gregory Bateson (1972) acerca de la
necesidad de reestructurar nuestra forma de pensar acerca de nosotros mismos y de los demás.
La noción clásica de individuo, de una mente individual capaz de abstraerse de su entorno,
pierden sentido, dando lugar a un enfoque ecológico de la mente, entendiendo a ésta como un
sistema cibernético, que constituiría la unidad de evolución fundamental. Esta mirada, como
señala Bateson, expande la mente hacia el exterior, haciendo de la mente individual un
subsistema de una mente más amplia, que puede asemejarse a Dios, al Tao o a una ecología
planetaria de carácter místico, que nos permite, de un modo fractal, advertir la totalidad del
universo en una gota de rocío.
CONCLUSIONES.

En 1978, en el marco de las Conferencias de Lindisfarne, donde participaba Gregory


Bateson, Francisco Varela expuso sus reflexiones acerca del golpe de estado chileno y la crisis
social y política del cual éste emergió y que contribuyó, ciertamente, a profundizar. En su
relato, Varela explicita la relevancia que, a su juicio, tiene la epistemología, reafirmando el rol
fundamental que Bateson le había asignado a ésta. “La epistemología crea el tipo de mundo en
que vivimos y los valores que profesamos. No reconocer que construimos este mundo desde
una epistemología es más peligroso que cualquier debate encendido entre filosofías opuestas”
(Varela, 1979:59-60).
Explicitar y examinar críticamente dónde nos paramos a hacer distinciones es una
recomendación que ya estaba, de alguna manera, hace más de dos mil años en los
planteamientos de los sofistas griegos, pese a lo cual, fueron necesarios miles de años para que,
nuevamente, la reflexión epistemológica tomara fuerza gracias a los empiristas británicos,
quienes influyeron significativamente en el desarrollo de las ideas de Kant y, a través de éste, en
el devenir de la filosofía alemana, que a su vez, ha sido una importante fuente de inspiración
para el desarrollo de la filosofía y psicología europea y estadounidense hasta nuestros días.
Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido, a lo largo de toda la historia de la cultura
occidental, se ha intentado sistemáticamente, aunque no siempre de manera explícita, acallar las
voces que invitan a mirar dónde estamos parados y a fundamentar desde allí nuestros procesos
cognitivos y nuestro actuar en el mundo. Los sofistas fueron considerados rebeldes y sus ideas
deslegitimadas por no ser coherentes con la tradición de la época. Una suerte similar siguió
Sócrates, quien pagó con su vida su afán de invitar a la reflexión a los ciudadanos griegos. Las
monarquías europeas y la curia vaticana, se aliaron durante miles de años para no perder el
poder político, económico y religioso que ostentaron por siglos, gracias a la cultivada
ignorancia, ceguera y sordera, que cuidadosamente promovieron, siendo el oscurantismo, el
absolutismo y la Inquisición una manifestación de ello. No es casualidad que la reflexión
epistemológica llevara al desarrollo de la Revolución Francesa, al término de las monarquías
tradicionales y a un nuevo cuestionamiento de la Iglesia Católica Romana que llevó a promover
la libertad religiosa y el desarrollo de una educación laica.
Si el fundamento del vivir humano ya no podía estar en la religión, quizás sí podría
hallarse en la ciencia, convirtiéndose ésta en el nuevo referente para justificar las prácticas
políticas, económicas y sociales hacia mediados del siglo XIX. En el ámbito de la biología, las
ideas de Charles Darwin acerca de la evolución generaron una crisis paradigmática fundamental,
que gracias a la particular lectura que hizo Herbert Spencer de éstas, derivaron en una
cuestionable e interesada aplicación de esta supuesta teoría científica en el ámbito político y
económico, conocida como darwinismo social, que el mismo Darwin no tardó en rechazar. El
ideal de progreso que conllevaba la evolución, el carácter teleológico que Spencer le asignó a la
teoría de Darwin, hizo posible que algunos le dieran una connotación positiva y científica al
individualismo, al liberalismo económico, a la eugenesia, al racismo, al colonialismo, a la
explotación indiscriminada de los recursos naturales y a la despreocupación por los más pobres,
los enfermos y los ancianos, dado que éstos no eran funcionales a los supuestos propósitos de la
naturaleza. Los efectos de estas singulares lecturas perduran hasta la actualidad.
Rehuir de la reflexión epistemológica ha tenido, al menos, a mi parecer,, dos importantes
consecuencias para el desarrollo de la psicología, de las ciencias y de la cultura occidental, en
general. La primera, el buscar afanosamente un fundamento para sostener la idea de que es
posible plantear la existencia de un conocimiento certero y de validez universal, lo que
Maturana y Varela distinguieron como el supuesto de la objetividad sin paréntesis. La creencia
en el conocimiento objetivo lleva a deslegitimar la diversidad, a imponer ciertos valores y
formas de vivir, al dogmatismo, al fanatismo religioso y político y, con ellos, más temprano que
tarde, a la violencia en sus múltiples manifestaciones. La segunda, el individualismo
exacerbado, la falta de una mirada sistémica, la ilusión de la historia personal, la creencia de que
se puede distinguir con claridad la experiencia individual y social, de que nos podemos
desconectar de los otros sin tener mayores consecuencias.
El educado temor a la reflexión epistemológica, el no tomar en cuenta dónde estamos
parados al momento de hacer distinciones, de percibir, de actuar, nos ha permitido no asumir la
responsabilidad que supone todo acto cognitivo y las acciones que éste conlleva. Es
aparentemente grato, más simpático, en ciertas ocasiones, asumir ante la vida una perspectiva
newtoniana de causalidad lineal. Así, el mundo, la naturaleza, Dios, la sociedad, son la causa de
cuanto nos sucede, somos simples efectos, organismos que ingenuamente sólo intentamos
sobrevivir o que, en otras ocasiones, luchamos por imponer la razón y la verdad.
Creo que no hay nada más peligroso que las personas que se creen seres privilegiados
por tener acceso a la verdad objetiva, en especial, si cuentan con los recursos económicos o
políticos para imponerles su verdad a los otros. Por lo mismo, creo que no hay nada más
peligroso que seguir evitando la reflexión epistemológica, pues como decía Bateson, los errores
epistemológicos se pagan muy caros. El calentamiento global, las guerras, las crisis
económicas, políticas, religiosas y sociales son los costos que a diario asumimos a nivel global.
La violencia, la delincuencia, la pobreza, la crisis educacional, los conflictos familiares, la
drogadicción, el alcoholismo, los trastornos de salud mental, entre otros, son los efectos a un
nivel más local, reconociendo, obviamente, la relación de codependencia que hay entre estos
niveles.
Asumir nuestra condición de organismos autopoiéticos, nuestro determinismo
estructural, nuestra experiencia corporizada, nuestra necesidad de operar consensuadamente con
quienes nos rodean, el carácter complejo del vivir, la relevancia de la epistemología en nuestro
operar cotidiano, son condiciones necesarias, al parecer, para la sobrevivencia de nuestra especie
y de nuestro entorno, tal como hasta hoy lo experimentamos.

REFERENCIAS.

Bateson, G. 1972. Steps to an Ecology of Mind. New York:Chandler Publishing Company.

Clark, A. 1997. Being there: Putting Brain, Body and World together again. Cambridge:MIT
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Dewey, J. 1933. How we think. Lexington:Heath and Company.

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Goleman, D. 2006. Inteligencia Social. México:Planeta.

Maturana, H., Varela, F. 1984. El Árbol del Conocimiento. Santiago:Universitaria.

Maturana, H. 1999. Transformación en la Convivencia. Santiago:Dolmen Ediciones.

Rizzolatti, G., Craighero, L. 2004. The Mirror-Neuron System. Annual Review of


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