Tema 3.

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CENTRO DE ESTUDIOS DE POSTGRADO

TEMA 3:

COMPETENCIA PROFESIONAL,
AUTOCONOCIMIENTO, Y AUTOIMAGEN

3.1. AUTOIMAGEN: BASE DEL AUTOCONCEPTO Y LA


AUTOESTIMA

Un aspecto fundamental para entender la forma en que actuamos y


nos relacionamos, así como la manera en que interpretamos la realidad, es
el conjunto de creencias y percepciones que tenemos acerca de quiénes
somos y cómo somos. Este conocimiento, que engloba diferentes aspectos
de nuestra personalidad, como la apariencia física, los rasgos y capacidades
que creemos tener, las expectativas que generamos, o el modo de
comportamos en las diferentes situaciones, constituye nuestro
autoconcepto.

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El autoconcepto puede ser considerado como una estructura


cognitiva compleja, que se mantiene relativamente estable y unitaria a lo
largo de nuestra vida. Y también como un conjunto de contenidos mentales,
articulados y flexibles, que varían en función de las experiencias que
tengamos, de nuestras metas y necesidades, y del modo como valoremos e
interactuemos con los diferentes contextos en los que nos desenvolvemos.

Desde esta perspectiva más dinámica, y por lo tanto menos


estructural, se asume que las distintas partes, o facetas, que componen el
autoconcepto pueden contener características que, en el pasado, tuvo la
persona, otras que posee en el momento presente, y también ciertos
aspectos que le gustaría desarrollar en el futuro. El autoconcepto puede
construirse además de una forma más simple o más compleja, dependiendo
de lo diferenciadas que estén las descripciones que haga la persona en
relación con cada una de sus facetas. Por otra parte, y puesto que algunas
de nuestras características y atributos nos gustan más y otras menos, en
función de cómo los evaluemos, esos contenidos pueden organizarse,
dentro del autoconcepto, de distinto modo: en compartimentos más
independientes, o, por el contrario, en unidades más integradas.

Profundamente ligada a la evaluación y el contenido del


autoconcepto se encuentra la autoestima. Si bien, no existe hasta el
momento una definición homogénea acerca de lo que es la autoestima, la
acepción más comúnmente sostenida es que la autoestima viene dada por
el nivel de valoración positiva y por el sentimiento de afecto y
reconocimiento hacia uno mismo.

La autoestima representa una característica psicológica con

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importantes implicaciones sobre los procesos de autorregulación, el estado


emocional y el ajuste psicológico del individuo. En la actualidad se considera
que el mantenimiento de una autoestima adecuada se fundamenta, más
que en la presencia exclusiva de sentimientos positivos, en otra serie de
características, tales como la autenticidad, la congruencia, la estabilidad y
la aceptación.

Cuando nos formulamos a nosotros mismos la pregunta «¿Quién soy


yo?» podemos observar que, aunque no sea posible encontrar una
respuesta del todo precisa, podemos formarnos una cierta idea, o tener
alguna intuición que nos permita responder a dicha cuestión. De igual
modo, si tratamos de averiguar qué es lo que sabemos acerca de nosotros
mismos, de cómo es nuestra forma de ser o de pensar, o de cuáles son
nuestros puntos fuertes o nuestras limitaciones, vemos que nos puede
resultar algo complicado tomar una cierta distancia, y contemplarnos como
un objeto sobre el cual reflexionar.

El intento por definir lo que es el autoconcepto, y diferenciarlo de lo


que es el sí mismo, o el self si empleamos el término anglosajón, constituye
un área de estudio importante y prolija dentro del ámbito de la psicología
de la personalidad.

El primer psicólogo en plantear esta cuestión fue James (1890), quien


estableció una diferencia fundamental entre el Yo como sujeto consciente y
pensante, y el Yo como un objeto que puede ser pensado. Mientras que el
Yo como sujeto sería equiparable al yo mismo, es decir a una entidad mental
y subjetiva que representaría el núcleo o la esencia de lo que somos, el Yo
como objeto se relacionaría con la idea de «lo que es mío».

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De acuerdo con esta segunda acepción, el Yo equivaldría a un


agregado de partes diferentes que comprenderían: el cuerpo, las facultades
mentales, los roles sociales, los impulsos, dirigidos a preservar y proteger al
individuo o a promover su expansión; y los sentimientos que tuviera la
persona con respecto a sí misma, pudiendo ser estos de agrado y
satisfacción, o de vergüenza, descontento y confusión. Desde una
perspectiva más moderna (Leary y Tangney, 2003; Mischel y Morf, 2003;
Robins, Tracy y Trzesniewski, 2008) el Yo como sujeto es entendido como el
sí mismo o el self, esto es, como un sistema dinámico y coherente de
representaciones cognitivas y afectivas, que, de forma consciente e
inconsciente, registra nuestras experiencias; permite darnos cuenta de
quiénes somos; identifica nuestros pensamientos y sentimientos; es capaz
de planificar, ejecutar y observar nuestra conducta en los diferentes
contextos sociales; y procesa, construye e interpreta la información
proveniente de nuestras interacciones sociales.

El Yo como objeto, por su parte, se refiere al conjunto de


percepciones, creencias y evaluaciones que el individuo tiene y hace en
relación consigo mismo, siendo equivalente a su autoconcepto.

El autoconcepto, por lo tanto, constituye una estructura mental


compleja, cuyo contenido viene dado por el conocimiento que la persona
tiene sobre sí misma; conocimiento éste que, por otro lado, debe ser
valorado por la persona como cierto. Es decir, con independencia de lo
sesgado que pueda estar, o de lo impreciso o incorrecto que pueda ser para
un observador externo, lo fundamental del autoconcepto es que la persona
crea que ese conocimiento define su manera de ser (Brandt y Vonk, 2006).

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Una primera formulación del autoconcepto es la que lo concibe como


una estructura nuclear fija y consistente; configurada a partir de una serie
de características físicas y psicológicas que se mantendrían relativamente
estables lo largo de toda la vida del Individuo (Allport, 1968; Beck, 1967;
Horwitz, 1987). Según esta perspectiva, se entiende que el autoconcepto va
a mostrar resistencia a integrar cualquier información que cuestione sus
contenidos centrales; siendo, en consecuencia, poco permeable a los
cambios que se produzcan en el entorno del individuo.

Este enfoque ha sido complementado por otra orientación que aboga


por un planteamiento más sofisticado del autoconcepto (Cantor y Kihlstrom,
1987; Greve, 2005; Miriam y Wurf, 1987; Robins y col., 2008),
contemplándolo, además de como una entidad coherente y unitaria, como
un sistema dinámico, flexible, y multifacético.

Desde este posicionamiento se entiende que la persona es capaz de


construir diferentes autoconceptos, cuyo contenido puede variar en función
de los distintos contextos en los que se desenvuelva (p. ej., «Cómo soy yo
cuando estoy de vacaciones»), de los acontecimientos vitales que
experimente (p. ej. «Cómo era yo antes de mi enfermedad), de las
relaciones sociales que establezca (p. ej., «Cómo soy yo como amigo»), o de
los roles sociales que desempeñe (p. ej., «Cómo soy yo en mi trabajo»)

El autoconcepto posee de este modo una naturaleza social y


simbólica, y, por lo tanto, es capaz de influir en la selección y en el modo de
interpretar la información que, referida a uno mismo, se obtiene a partir de
las relaciones sociales. Esta información puede estar basada en las
comparaciones que hagamos entre nuestras características y las de los

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demás; en los Juicios de valor que realicen otras personas acerca de


nuestras actuaciones; o en el tipo de percepción que obtengamos acerca de
nosotros mismos (Camichael, Tsai, Smith, Caprariello y Reis, 2007; Markus,
Smith y Moreland, 1985).

El hecho de que el autoconcepto se forma y está inextricablemente


unido al contexto relacional, es una de las formulaciones básicas de la teoría
del apego (Bowlby, 1969). Según esta teoría el modelo mental que cada
persona construye acerca de si misma, viene modulado por la experiencia
con sus cuidadores en las primeras etapas de la vida, y por el tipo de vinculo
que ha establecido con ellos. De esta forma las personas aprenden quiénes
son y qué son a partir de las relaciones que mantienen, en las fases iniciales
del desarrollo, con los otros más cercanos y significativos.

En esta etapa es cuando el autoconcepto resulta más moldeable, y


por tanto más susceptible a incorporar los valores, las evaluaciones y las
expectativas provenientes de las figuras de apego. Este aspecto representa
para algunos autores (Cracker y Park, 2003) un componente básico en la
formación de la autoestima insegura y condicionada. Esta clase de
autoestima se desarrolla cuando el niño percibe que su sentimiento de valía
depende de la aprobación y el rechazo por parte de sus progenitores, y no
de la experiencia de ser querido y aceptado de forma incondicional.

Por otra parte, hay que señalar que el autoconocimiento construido


mediante las experiencias sociales, funciona, al mismo tiempo, como un
mecanismo que guía la conducta, y contribuye a definir las metas y las
estrategias que se van a poner en marcha en las diferentes situaciones
(Cantor, Markus, Niedenthal y Nurius, 1986). Así, por ejemplo, una persona

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con un autoconcepto negativo tenderá a ponerse metas excesivamente


bajas y fácilmente alcanzables, con la intención de evitar posibles resultados
negativos y proteger su autoconcepto.

La visión del autoconcepto como un sistema multifacético y flexible,


por lo tanto, facilita al individuo la posibilidad de actuar convenientemente
en cada situación, adaptándose a las demandas específicas que en ella se
planteen. Al mismo tiempo que le permite ir revisando los diferentes
contenidos del autoconcepto para integrarlos de una forma realista, y no
excesivamente ilusoria.

Teniendo en cuenta las ideas que venimos desarrollando, podemos


concluir que el autoconcepto representa el conocimiento que tiene cada
persona acerca de sí mismo; o. para expresarlo de un modo más concreto,
el conjunto de creencias, esquemas o imágenes que la persona mantiene
respecto a sus características, sus habilidades, los roles que desempeña, y
su forma particular de actuar. Entender el autoconcepto como una
estructura organizada de conocimiento nos permite, así, responder a
preguntas tales como ¿quién soy yo? o ¿cómo soy yo?

Asimismo, el autoconcepto también representa un objeto al que


podemos valorar, y hacia el cual podemos sentir un afecto determinado. Así
una persona puede evaluar lo que ella cree que es, y cómo cree que es, en
términos globalmente positivos, experimentando entonces una sensación
de valía y aceptación hacia sí misma. O, por el contrario, puede evaluar su
autoconcepto de una forma desfavorable, generando entonces
sentimientos negativos hacia sí misma, como desaprobación, desagrado o
devaluación.

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Este componente evaluativo y afectivo del autoconcepto es lo que un


gran número de investigadores considera como autoestima (Baumeister,
Smart y Boden, 1996; Brown, 1998; Coopersmith, 1967). En este punto
Rosenberg (1979) considera la autoestima como la actitud positiva o
negativa que se tiene en torno a uno mismo. De acuerdo con este enfoque
se concibe la autoestima como un constructo unidimensional, que hace
referencia al grado en que cada persona se valora de forma positiva, y
mantiene un sentimiento de afecto en relación consigo misma. Así, cuando
la persona tiene una alta autoestima, siente que es alguien valioso, se
respeta a sí misma, y se gusta y acepta tal como es.

Otros autores (Epstein, 1999; Gecas, 1982; Harter, 1999; Mruck,


2006; Tafarodi y Swann, 1995) sostienen, por el contrario, que entender la
autoestima exclusivamente como un sentimiento global de valía y de
autoaceptación supone una visión demasiado simplista de la misma. En este
sentido argumentan que una valoración extremadamente positiva acerca
de las cualidades personales, también puede relacionarse con aspectos o
conductas perjudiciales, como el excesivo engrandecimiento de la imagen
personal, el egocentrismo o el narcisismo. Por ello consideran que la
autoestima debe estar conectada también con las habilidades y acciones
que realice el individuo, así como con las metas que este alcance.

Esta orientación de la autoestima ligada también a la capacidad


efectiva de actuar en el medio, fue planteada inicialmente por James (1890),
quien la definió como la relación entre los éxitos conseguidos y las
pretensiones:

Autoestima = Éxitos / Pretensiones

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De esta manera James establecía como componentes de la


autoestima, por un lado, los deseos, las metas o las aspiraciones de la
persona; y por otro, su propia capacidad para poder alcanzarlos o llevarlos
a cabo.

En la actualidad esta concepción dual de la autoestima supone


admitir la reciprocidad entre el mantenimiento de una actitud positiva hacia
uno mismo, y la consecución de un adecuado nivel de competencia. Ello
implica considerar los objetivos que se plantea la persona en áreas que son
relevantes para ella, y que tienen un significado personal; así como las
habilidades con las que cuenta para poder lograrlos.

Asimismo, se entiende que el actuar de forma competente va ligado


a un sentimiento de valía personal; es decir la persona con una adecuada
autoestima va a tratar de actuar de forma beneficiosa para ella, evitando
aquellas acciones que puedan resultarle destructivas. Por este motivo el
simple sentimiento de sentirse bien con respecto a uno mismo no tiene por
qué reflejar necesariamente una autoestima alta. Es la combinación de la
creencia de competencia con el sentido de valía personal, el aspecto que va
a fundamentar la autoestima, la cual se concibe así de un modo
bidimensional. La definición que da Branden (1969, p. 110) sobre la
autoestima posiblemente ilustre bastante bien esta Idea que estamos
comentando. De acuerdo con este autor la autoestima representa “la
convicción de que uno es competente para vivir, y valioso por estar vivo”.

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3.2. AUTOEFICACIA
3.2.1. Autoeficacia y competencia personal

Bandura (1986) indica que “un rendimiento adecuado requiere tanto


la existencia de habilidades como la creencia por parte del sujeto de que
dispone de la eficacia suficiente para utilizarlas” (p.416), siendo en muchas
ocasiones la falta de autoeficacia la que impide el rendimiento adecuado.
Por ello se puede afirmar que la autoeficacia percibida por el sujeto será un
factor determinante que actúa de forma independiente a las habilidades de
que disponga el sujeto.

Así pues, las consideraciones propias de esta teoría son aquellas que
hacen referencia a la forma de cómo el individuo juzga sus propias
capacidades y cómo sus autopercepciones de eficacia afectan a su
motivación y conducta (Bandura, 1977, 1986). Esta autoeficacia no
consistirá únicamente en conocer previamente la forma de actuación más
adecuada en cada situación, ni las pautas de comportamiento o los recursos
que dispone un individuo, sino la opinión que cada individuo tenga de éstos
y de cómo utilizarlas.

La autoeficacia supone una continua improvisación de distintas


habilidades que permiten dominar las circunstancias cambiantes que nos
rodean, formadas en la mayoría de los casos por elementos ambiguos,
imprecisos y altamente estresantes (Bandura, 1986). La eficacia conlleva
una capacidad generativa donde será necesario integrar las
subcompetencias de carácter cognitivo, social y conductual en cursos de
acción, con el objetivo de conseguir diferentes propósitos. Para Bandura

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(1986) el éxito en la consecución de dichos objetivos necesitará la


elaboración y el ensayo de distintas formas alternativas de conductas y
estrategias que requerirán un esfuerzo perseverante.

Bandura define “Autoeficacia percibida” como “los juicios de cada


individuo sobre sus capacidades, en base a las cuales organizará y ejecutará
sus actos, de modo que, le permitan alcanzar el rendimiento deseado”
(1977: 177).

Y añade que “por lo tanto, el concepto no hace referencia a los


recursos de que se disponga sino a la opinión que uno tenga sobro lo que
puede hacer con ellos” (1986:416).

Posteriormente señala que “la autoeficacia percibida se refiere a las


creencias en las propias capacidades para organizar y ejecutar los cursos de
acción requeridos para manejar situaciones futuras" (1999:21). influyendo
sobre el modo de pensar, sentir, motivarse y actuar de las personas.

La autoeficacia o las percepciones de autoeficacia son juicios


personales, creencias sobre nuestras propias capacidades, relacionadas con
la experiencia de domino personal. Kendal (1985, citado en M.C. Soto, 1990)
identifica la autoeficacia con "control personal”. A través de la previsión los
individuos elaboran pautas de acción, valorando y ensayando
simbólicamente diferentes conductas.

La experiencia personal no es un rasgo pasivo, es un aspecto dinámico


que interactúa complejamente con el ambiente, así como con los distintos
mecanismos motivacionales, autorreguladores y la retroalimentación

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procedente de tareas realizadas. La autoeficacia percibida determinará qué


es lo que nosotros hacemos con nuestras habilidades (Soto, 1990).

3.2.2. Expectativas de eficacia y expectativas de resultados

Para elaborar juicios y creencias acerca de las capacidades personales


para una tarea o situación dada, los individuos crean expectativas
antecedentes de acción que pueden ser expectativas de eficacia o
autoeficacia y expectativas de resultados o acción-resultados (Bandura.
1977).

Bandura (1977) expone la teoría de la autoeficacia como un modelo


de expectativa de dominio y cambio conductual, distinguiendo los dos tipos
de expectativas comentados anteriormente. Ambos tipos de expectativas
son considerados como antecedentes de acción que actuarán como
motivadores y guías cognitivas para determinar el comportamiento del ser
humano y, en concreto, el esfuerzo, la elección de actividades y la
persistencia en ellas, así como los patrones de pensamiento y las respuestas
emocionales (Bendiga 1977, citado en I. Balaguer, A. Palomares y J.F.
Guzmán, 1994).

Para empezar a explicar el concepto de autoeficacia percibida,


Bandura (1977, 1986, 1999) establece las diferencias existentes entre dicho
concepto y el de expectativas de resultados. Para el autor las diferencias
son:

a) "Autoeficacia percibida” o "Expectativas de eficacia" o 'Expectativas

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de autoeficacia" es: la creencia de que uno es capaz de ejecutar con


éxito un determinado comportamiento requerido para obtener unos
resultados específicos, es decir, es el juicio emitido sobre la propia
capacidad para alcanzar un cierto nivel de ejecución.

b) "Expectativa de resultados” o “Expectativas de Acción-resultados”:


"creencia de una persona de que un determinado comportamiento
conducirá a unos determinados resultados” (Bandura, 1977:193). Un
ejemplo sería la creencia de que si me esfuerzo mucho conseguiré ser
más eficaz. Esto es lo que les pasa a los niños: que a veces confunden
jugar bien con derrochar energía y sacrificio.

Así pues, la expectativa de autoeficacia vendría a estar basada en un


juicio emitido por el sujeto sobre su propia capacidad para obtener un
determinado nivel de ejecución, mientras que la expectativa de resultados
partiría de una valoración de las consecuencias subsecuentes a la emisión
de determinadas conductas.

Por lo tanto, la expectativa de resultado es una consecuencia de la


expectativa de autoeficacia; se diferencian al incidir entre actuación y
consecuencia. Las expectativas de eficacia y de resultado se distinguen. Así,
una persona puede creer que al seguir un curso de acción determinado se
producirán ciertos resultados, pero se inhibirá en su acción desde el
momento que piense que carece de habilidades para llevarlas a cabo (Soto,
1990).

Ahora bien, para Bandura (1986) no es posible separar los resultados


obtenidos de los juicios valorativos sobre el propio rendimiento del cual

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depende, de hecho, el juicio previo al acto depende considerablemente de


aquellos juicios sobre su propia eficacia realizados anteriormente.

Como indica Bandura (1986) “el individuo considera los resultados


obtenidos contingentes con lo adecuado o no de su conducta y siente interés
por ellos, a la hora de decidir la conducta a desarrollar, se basa en la
expectativa de autoeficacia” (p. 416) y, por lo tanto, cualquier tipo de
conducta que esté basada en la autoevaluación de la autoeficacia,
conseguirá un bienestar superior al que aporta unas conductas precipitadas
y que no tengan en cuenta las propias capacidades.

Jiménez (1990) señala que, en las interacciones con el entorno, los


posibles resultados obtenidos no son independientes de los propios actos,
sino que la mayoría de los primeros derivan de los segundos. Así pues, la
forma que tiene cada ser humano de comportarse determinará en gran
medida los resultados obtenidos: por lo tanto, ambos pueden interactuar
para determinar la conducta de manera que, aunque un sujeto pude
apreciar que una determinada conducta leva a un resultado concreto
(dependiendo de alta expectativa de resultado), si este sujeto no dispone
de la creencia sobre sus capacidades para realizar con éxito dicha tarea (baja
expectativa de autoeficacia) posiblemente no realice la tarea o la realice de
manera incorrecta (Guzmán. 1996).

Aunque la conducta pueda pronosticase mejor teniendo en cuenta


ambas creencias, las de resultado y las de eficacia, Bandura (1966, citado en
D.L. Felt, 1995) expone que cuando las creencias de autoeficacia están
controladas se justifica gran parte de las posibles divergencias en los
diferentes tipos de resultados esperados. Este es el motivo por el que las

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creencias de autoeficacia predicen mucho mejor la ejecución que las


expectativas de resultados (Felt, 1995). Existen numerosos estudios que
demuestran que la autoeficacia percibida predice el rendimiento mucho
mejor que las expectativas de resultados en conductas tan diferentes como
fobias, abandono del tabaco, tolerancia al dolor y en pruebas deportivas.

De ambos tipos de expectativas, Bandura (1986) confiere a las


expectativas de eficacia un papel más importante en el pensamiento
autorreferente, pues será la autoeficacia percibida la que determinará la
iniciación conductual, el esfuerzo dedicado a una actividad determinada, el
rendimiento actual y futuro y el patrón de reacciones emocionales.

3.2.3. Influencia de la autoeficacia percibida en la conducta


y el rendimiento

Para Bandura (1986, 1999) la autopercepción de eficacia actúa


prácticamente en todas las conductas del ser humano, como guionista
principal de la vida del individuo y actuando coma un “conjunto de
determinantes próximos de su conducta, de sus patrones de pensamiento y
de las reacciones emocionales que experimenta ante diferentes situaciones"
(Bandura, 1986:418).

Autoeficacia y procesos cognitivos

Durante toda nuestra vida el ser humano está constantemente


tomando decisiones sobre sus actuaciones con la idea do lograr los
objetivos que se ha marcado. Bandura (1986, 1999) defiende que el

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establecimiento de objetivos que el sujeto realiza constantemente está


determinado en gran parte por las auto-estimaciones de sus capacidades,
por lo que:

1. Evitará y anulará aquellas conductas y acciones que él crea que son


imposibles de realizar.

2. Intentará realiza aquellas conductas y acciones que se crea capaz de


realizar y dominar.

Es decir, cuanto más fuerte sea la autoeficacia percibida, más


retadores serán los objetivos que se marquen las personas y mayor firmeza
mostrarán en su compromiso para alcanzarlos.

Esto significa que las personas predecirán la ocurrencia de los


eventos, creando los medios necesarios para ejercer control sobre aquello
que puede afectar a sus vidas. Esas destrezas de resolución de problemas
requieren un procesamiento cognitivo efectivo de la información,
“generando hipótesis acerca de factores predictivos, para sopesar e
integrarlos en reglas compuestas y poder, posteriormente, comprobar sus
juicios acerca de la información resultante comprobando lo bien que han
trabajado” (Jiménez, 1990:22).

Aquellas personas que dispongan de un nivel de autoeficacia elevado


visualizarán los escenarios de manera positiva, promoverán el desarrollo de
actividades, el incremento de conductas a dominar y, como consecuencia,
el crecimiento del número de competencias. En definitiva, se tratará de
individuos inconformistas, con afán de crecer y dominar mayor número de

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situaciones y acciones.

Por el contrario, aquellas personas que dudan de su eficacia


visualizarán los escenarios de actuación como fracasos, evitarán
determinadas conductas y entornos que les pudieran ser útiles en un futuro;
serán pues personas conformistas, miedosas y sin aspiraciones a seguir
engrosando sus conductas a dominar.

Al conocer y aprender esas reglas de predicción y regulación, el ser


humano recurre a su conocimiento para construir opciones, sopesando e
integrando los diferentes factores predictivos, comprobando y revisando
sus juicios en función de los resultados anteriores y actuales, para acabar
recordando los diferentes factores probados y su funcionamiento (Bandura,
1999).

En este sentido, “el tiempo transcurrido entre la evaluación de la


autoeficacia y la acción es otro factor que influye en el grado de relación
entre ambas” (Bandura, 1986:57). Como se indicaba anteriormente, la
percepción de autoeficacia es una percepción que conlleva pequeños
cambios a lo largo de la vida de una persona, pero modificables a grandes
rasgos en el caso de pruebas muy convincentes.

Bandura (1986, 1999) expone que las autopercepciones de eficacia


en general son sensibles a la información que va adquiriendo el sujeto, y se
añadiría más, incluso aquellas que están fuertemente arraigadas, pueden
cambiar a través de experiencias importantes (como por ejemplo una
competición deportiva de elevada importancia para un atleta), por lo tanto
“la relación entre el pensamiento autorreferente y la acción se manifiesta

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de una forma más precisa cuando se miden ambas en estrecha proximidad


temporal” (Bandura, 1999:421).

En definitiva, las personas cuando creen con firmeza en sus propias


capacidades para resolver situaciones de toma de decisiones complejas, se
establecen retos, usan un buen pensamiento analítico (Bandura y Wood,
1989) y consiguen logros en la ejecución, mientras que cuando cuentan con
un nivel de autoeficacia bajo se cometen más errores, se reducen sus
aspiraciones y disminuyen la calidad de sus ejecuciones. Bandura lo resume
en la siguiente frase: “es difícil lograr algo cuando se lucha contra las dudas
con relación a uno mismo." (1999:24).

La estimulación cognitiva por la cual los individuos se visualizan


ejecutando actividades hábiles aumenta la calidad de la siguiente ejecución
(Feliz y Landers, 1983 y Bandura, 1986), por lo que se puede decir que existe
una relación bidireccional entre la percepción de autoeficacia y la
estimulación cognitiva. Esto significa que un alto nivel de autoeficacia
supondrá el fomento de construcciones cognitivas de acciones eficientes, y
éstas a su vez aumentarán la autopercepción de eficacia (Bandura, Adam y
Beyer, 1977; Bandura, 1999, 2001).

Autoeficacia y motivación

La motivación, desde esta perspectiva, hace referencia a una doble


vertiente: por un lado, la activación y persistencia de la conducta y por otro
la influencia de ésta en el establecimiento de metas.

Al Igual que los juicios de eficacia actúan sobre los procesos

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cognitivos, también determinan la “cantidad de esfuerzo que empleará el


individuo al enfrentarse a los obstáculos y a las experiencias adversas, así
como, la cantidad de tiempo que persistirá. A mayor autoeficacia percibida,
mayor esfuerzo empleado y persistencia en el mismo" (Bandura, 1986:419).

Así pues, se aprecian dos grandes posibilidades:

Individuos con una percepción de su autoeficacia baja, que ante


determinados obstáculos se sienten inseguros, por lo que tienden a
abandonar rápidamente ante pequeños problemas.
Individuos con una percepción de autoeficacia alta que, ante
determinados obstáculos, realizan esfuerzos más intensos y
duraderos para poder dominar el desafío con el que se encuentran.

Dicha activación y persistencia de la conducta se encuentra arraigada


en las actividades cognitivas comentadas anteriormente, pues la capacidad
de visualizar escenarios futuros proporcionará una fuente de motivación, ya
que, a través de la representación cognitiva de futuros resultados, el ser
humano podrá generar motivadores de conducta. creando expectativas,
anticipando posibles beneficios y eliminando posibles dificultades (Bolles,
1972, citado en C. Jiménez, 1990).

Las creencias de autoeficacia de las personas determinan su nivel de


motivación, lo que se refleja en la cantidad de esfuerzo y perseverancia que
muestran en las tareas, especialmente cuando aparecen obstáculos difíciles
de superar. Actualmente se evidencia que los logros humanos y el bienestar
positivo requiere un sentido optimista de la eficacia personal (Bandura,
1986, 1999) debido a las diferentes realidades sociales, repletas de

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adversidades, frustraciones e injusticias. Jiménez (1990) señala que "las


personas deben tener un gran sentido de eficacia personal para sostener el
esfuerzo perseverante necesario para triunfar” (p.27). Bandura (1986, 1999)
distingue entre el efecto que ejerce la eficacia percibida sobre el esfuerzo
desarrollado durante la fase de aprendizaje de una habilidad y sobre la fase
de práctica de una habilidad adquirida:

Autoeficacia y persistencia

a) Influencia sobre el esfuerzo desarrollado durante la fase de


aprendizaje de una habilidad en el caso de individuos que se
consideren muy eficaces: En este caso, es muy posible que los sujetos
no crean necesario desarrollar esfuerzos preparatorios algunos.

b) Influencia sobre el esfuerzo desarrollado durante la fase de práctica


de una habilidad adquirida en el caso de individuos que se consideren
muy eficaces: En este otro caso, los individuos intensifican y aportan
el esfuerzo necesario para alcanzar el rendimiento adecuado en
tareas complejas.

Bandura (1986) llega a la conclusión de que “la inseguridad crea un


impulso para aprender, pero no favorece la utilización adecuada de las
habilidades previamente adquiridas” (p. 419). Los individuos al crearse
expectativas de éxito con respecto a una ejecución determinada, y
valorando la ejecución alcanzada como insuficiente, desarrollarán una
cierta inseguridad, la cual les ayudará a motivarse e incrementar el grado de
persistencia en la tarea.

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A partir del estudio de Salomon (1984) que realiza con niños, Bandura
defiende que “el autodesarrollo de capacidades se ve favorecido por una
opinión elevada de autoeficacia para superar el fracaso junto a un cierto
grado de inseguridad (más que en lo que se refiere a la tarea, que a las
propias capacidades), que estimule la adquisición de conocimientos y
habilidades” (Bandura, 1986:419).

Ahora bien, será necesaria e imprescindible una evaluación razonable


y precisa de aquellas capacidades y conductas a dominar por el individuo,
así como su nivel de autoeficacia con respecto a dichas conductas.

Para una mejor explicación, se ha decidido realizar la siguiente


clasificación en la cual tan sólo aparecen las cuatro situaciones extremas,
situaciones poco realistas, pero que nos ayudarán a aclarar este concepto.
Entre estas cuatro situaciones, se encuentra una amplia gama de
posibilidades a la hora de conjugar el nivel de adquisición de una conducta
o capacidad y su autoeficacia respectiva.

a) Individuo que domina una gran cantidad de conductas y


capacidades con un nivel de autoeficacia muy alto. Se trata del
estado ideal al cual se debe aspirar.

b) Individuo con una autoeficacia alta y con un dominio de


conductas y capacidades muy inferior a las que el individuo
cree dominar. En este caso el sujeto tenderá a realizar
actividades que se encuentran muy por encima de sus
posibilidades lo que a corto, medio y largo plazo le causará
problemas, disminución de su credibilidad y fracasos

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innecesarios.

c) Individuo con poca autoeficacia, pero que domina una gran


cantidad de conductas y capacidades. El individuo, aun
pudiendo realizar con éxito muchas y variadas tareas, debido a
que cree muy poco en sus posibilidades para realizarlas con
éxito, rehúye de ellas limitando así su crecimiento personal, es
decir, le priva de experiencias gratificantes.

d) Personas con un nivel de autoeficacia bajo, y además con un


bagaje reducido de conductas y capacidades. Se trata de
personas que rehúyen aquellas conductas que dominan poco.

Al realizar esta división no se pretende encasillar a cada persona en


uno de estos cuatro niveles, pues son casi infinitas las conductas que el ser
humano puede realizar y dominar. Cada una de ellas conlleva un grado de
maestría y de autoeficacia y, por lo tanto, una persona puede parecerse a
una persona descrita en la situación C en aspectos deportivos, pero a otra
do la situación B en el mundo de la literatura.

Para Bandura (1988) los juicios de autoeficacia que resultan más


útiles son aquellos que exceden ligeramente por encima de las propias
capacidades, ya que esto hace que el sujeto “emprenda de una forma
realista tareas que constituyen un reto para él y le proporcionan la
motivación necesaria para el desarrollo progresivo de sus capacidades”
Bandura (1986:81).

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Autoeficacia y establecimiento de metas

Las propias creencias de autoeficacia supondrán un papel clave en la


autorregulación de la motivación, que como se indicaba anteriormente, se
construye de una forma cognitiva.

A su vez, Bandura (1999) defiende que las personas tienden a


motivarse a sí mismas, dirigiendo sus acciones de manera anticipada a
través del ejercicio del pensamiento anticipador, elaborando autocreencias
sobre lo que pueden o no hacer, anticipando los posibles resultados,
estableciendo objetivos y planificando cursos de acción destinados a hacer
realidad los futuros previstos.

En este sentido, este autor considera que existe una estrecha relación
entre la teoría de la autoeficacia y las teorías motivacionales más actuales,
para lo cual establece el siguiente paralelismo:

I. Autoeficacia y atribuciones causales.

La teoría de la atribución (Weiner, 1979, 1986, 1990, citado en


G. Marrero, J. Martin-Albo y J.L. Núñez, 1999) tiene que ver con
las reglas que el individuo utiliza para intentar explicar las
causas de la conducta.

Este modelo considera al ser humano como un procesador activo de


la información que utiliza unos procesos mentales complejos para
determinar su conducta. El modo en el que el ser humano atribuye las
causas de los diferentes resultados de sus conductas afecta a las futuras

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expectativas de éxito o fracaso y también al esfuerzo y a la ejecución. Por lo


tanto, el sujeto podrá atribuir los resultados a sí mismo (atribución interna)
o al entorno (atribución externa).

Las creencias de autoeficacia influyen sobre dichas atribuciones


causales (Alden, 1986; Grove, 1993 y McAuley, 1991), de forma que las
personas que perciben un nivel elevado de autoeficacia, atribuyen sus
fracasos al esfuerzo insuficiente o a las condiciones externas adversas; por
otro lado, las personas que se consideran ineficaces atribuyen su fracaso a
su escasa habilidad o dominio de la conducta a desarrollar.

II. Autoeficacia y la teoría del valor de la excedencia.

Siguiendo a Bandura (1999), en la denominada teoría de la


expectativa “la motivación está regulada por la expectativa de
que un determinado curso de acción producirá ciertos
resultados y el valor concedido a dichos resultados” (p.25).

Desde el punto de vista de la autoeficacia, si es ésta la que controla


las posibles acciones y los posibles resultados que se derivan de éstas, se
puede decir que la motivación procede de la influencia de las expectativas
de resultados. Al analizar el carácter predictivo de la teoría de la excedencia
se puede entender la influencia de la autoeficacia sobre dicha teoría
motivacional (Schwarzer, 1992).

III. Autoeficacia y la teoría de las perspectivas de metas.

Las metas que se pretenden conseguir, así como las propias

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posibilidades que se tienen de alcanzarlas o evitarlas, van a determinar la


motivación que experimentan los seres humanos (Torre y Cárdenas. 1999).
Dos son los tipos de perspectivas de metas que se proponen (Nicholls, 1984;
Ames y Archer, 1988; Dweck y Leggett, 1988 y Coll, Palacios y Marchesi,
1992);

a) La experiencia subjetiva de posible mejora de la propia


ejecución o dominio de las demandas de la tarea. Son el criterio
implícito del éxito subjetivo.

b) La mejora y el dominio de la tarea no son suficientes,


consiguiendo el éxito subjetivo a través de una comparación
favorable de las propias capacidades frente a otras personas.

Dentro del primer apartado, diferentes autores hacen referencia con


diferentes términos al mismo concepto: Dweck y Eliot, (1983) y Duda y
Nicholls (1989), lo denominan metas orientadas al aprendizaje, mientras
que Ames (1981), Nicholls (1989) y Roberts (1995), dentro del campo del
deporte, lo denominan como metas de maestría.

Por otro lado, aludiendo a la segunda perspectiva. Dweck y Elliot


(1983) lo denominan metas orientadas a la ejecución. Duda y Nicholls
(1989) metas orientadas al yo, Ames (1981) metas orientadas a la habilidad
y Nicholls (1989) y Roberto (1996), dentro del campo del deporte, metas de
competitividad.

Bandura (1999) señala que la motivación basada en el


establecimiento de metas supone un proceso cognitivo de comparación en

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el que se analiza la propia ejecución percibida y un patrón personal


adaptado en busca de metas valiosas, sintiéndose repulsados a intensificar
sus esfuerzos ante las posibles insatisfacciones producidas por las
ejecuciones inferiores al estándar previamente establecido.

Así pues, desde la perspectiva de la autoeficacia, y con relación a la


teoría de las perspectivas de meta, Bandura (1999, 2001) defiende que la
percepción de autoeficacia contribuye a la motivación al determinar las
metas que cada persona establece oportunas, la cantidad del esfuerzo que
para dicha persona supondrá, el tiempo que perseverará ante situaciones
problemáticas y, por último, su resistencia al fracaso.

Autoeficacia y selección de conductas

Para Bandura (1999) los juicios de eficacia personal actuarán de


manera prioritaria en el proceso de selección y construcción de ambientes
por parte del ser humano: “las personas son en parte, el producto de su
entorno” (p.28), es decir, el nivel de autoeficacia percibida conducirá el
curso que adopten las vidas de las personas, influyendo sobre los tipos de
actividades, así como sobre los entornos que escojan.

Betz y Hackett (1981), así como Lent y Hackett (1987), señalan que el
poder de las creencias de autoeficacia afecta al curso de la vida mediante
procesos de selección. El individuo tenderá a evitar aquellas tareas y
situaciones sociales que crea exceden sus capacidades, e iniciará y
desarrollará aquellas otras que considere capaz de dominar (Bandura,
1986). El nivel de autoeficacia percibida se puede considerar como un factor
que influye en la elección de conductas y situaciones, las cuales pueden

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afectar de manera intensa la dirección que tome el desarrollo personal. El


sujeto realiza generalmente elecciones de conductas con un nivel de
autoeficacia elevado, para posteriormente comparar su eficacia con su
predicción.

Por lo tanto, para Bandura (1986, 1999) aquellas personas con un


nivel de autoeficacia bajo evitan las tareas difíciles por consideradas como
amenazas, piensan constantemente en sus deficiencias, obstáculos y
resultados adversos, reducen al mínimo sus esfuerzos y abandonan
rápidamente, necesitan mucho tiempo para recuperar su sentido de eficacia
tras el fracaso, lo que los lleva a experimentar estrés y depresión.

En contraposición, las personas con un nivel alto de autoeficacia


percibida enfocan las tareas difíciles como retos y no como amenazas, y
fomentan el interés intrínseco y la implicación profunda en las actividades.
Se imponen retos manteniendo ante ellos un fuerte compromiso,
aumentando y sosteniendo sus esfuerzos ante las situaciones más
complejas y recuperando la sensación de eficacia de manera rápida ante
fracasos. En definitiva, supone una mejor predisposición para conseguir
logros personales y reducir el estrés propio de nuestra sociedad actual.

Bandura (1986) propone que el ser humano construye su propio


futuro y no simplemente se limita a predecirlo, por lo que:

1. El individuo que se considera eficaz:

a) Se impone retos que favorezcan su interés.

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b) Desarrolla actividades nuevas.

c) Intensifica sus esfuerzos cuando no ha conseguido sus


propósitos.

d) Afronta las tareas amenazantes sin estrés.

2. El individuo que se considera ineficaz:

a) Evita tareas difíciles.

b) Reduce sus esfuerzos ante las dificultades.

c) Incrementa sus deficiencias personales.

d) Disminuye sus aspiraciones.

e) Padece en gran medida estrés y ansiedad.

Cuando se habla que la elección de una determinada conducta y


acción por parte del ser humano está determinada “en gran parte” por los
juicios de eficacia personal, se indica “en gran parte” y no totalmente,
porque aparecen factores y aspectos del entorno que limitan esa elección
de conductas y acciones deseables.

En muchas ocasiones el individuo posee los conocimientos y


habilidades suficientes para realizar determinadas actividades, e incluso
tiene la certeza de que es capaz de conseguirlo, pero puede ocurrir que no
se disponga de los medios suficientes para poder realizarlo.

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Bandura (1999) indica que cuando el rendimiento se encuentra


obstaculizado debido a una falta de incentivos por la ausencia de recursos
adecuados o por limitaciones, además, la eficacia percibida será mayor al
rendimiento real desarrollado; en este caso, no es que el individuo ignore
sus capacidades reales, sino que determinados factores externos
obstaculizan su desarrollo óptimo.

Para Bandura y Cervone (1983) "cuando los objetivos están claros y el


nivel de rendimiento es discernible con claridad, las autopercepciones de
eficacia actúan como determinantes del nivel de rendimiento que se intenta
conseguir” (p.423). Sin lugar a dudas, este es uno de los apartados donde
más puede y tiene que participar el educador/entrenador o director del
grupo.

Ahora bien, si el individuo no tiene ningún tipo de objetivo o bien no


puede observar su rendimiento (no recibe ningún tipo de conocimiento de
resultado), no dispondrá de herramientas suficientes para traducir su
percepción de eficacia en un esfuerzo de magnitud adecuada, es decir, no
sabrá si sus conductas son eficaces o no, adecuadas o no, remitiéndose
única y exclusivamente a la consecución del logro, esto es, entenderá que
es eficaz solamente cuando logra la victoria.

Para Bandura (1986, 1999, 2001) la ambigüedad del rendimiento


aparece cuando:

a) Los aspectos del propio rendimiento no se pueden observar


personalmente (Feltz, 1982; Carro y Bandura, 1987).

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b) El nivel del logro está determinado socialmente por criterios mal


definidos, dependiendo de los demás para saber si la actuación es correcta
o no.

Por lo tanto, a modo de resumen, si se analizan los diferentes


procesos activados por la autoeficacia en el mecanismo que determina la
acción del ser humano, existiría un continuo en el que los extremos estarían
representados por aquel sujeto con un nivel de autoeficacia elevado y otro
con un nivel de eficacia escasa.

3.2.4. Fuentes de Información de la autoeficacia

Experiencias de dominio

Los logros de ejecución o experiencias de dominio constituyen la


mayor fuente de información sobre eficacia personal ya que se basan en
experiencias de dominio real. Éstas aportan la prueba más autentica de si
uno puede reunir o no todo lo que se necesita para conseguir el éxito

Las experiencias propias de maestría afectan a los juicios de


autoeficacia a través del procesamiento cognitivo de la información, es
decir, el aprendizaje desde las consecuencias de las respuestas también se
concibe como un proceso cognitivo (Jiménez, 1990). El modo en cómo éstas
sean percibidas dará lugar a un aumento o disminución de su autoeficacia,
esto es, el éxito en las ejecuciones conlleva (Bandura, 1999):

Aumentar las evaluaciones positivas de eficacia.

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Crear una robusta creencia con relación a la eficacia personal.

Mientras que el fracaso en las ejecuciones supone (Bandura, 1999):


Disminuir las evaluaciones positivas de la eficacia.
Debilitar la creencia con relación a la eficacia personal.
Disminuir y debilitar la autoeficacia, sobre todo si se producen al
principio de la actividad cuando uno está empezando antes de haberse
establecido firmemente un sentido de eficacia.

Para Bandura (1999) “desarrollar un sentido elevado de la


autoeficacia mediante las experiencias de dominio o logros de ejecución no
se consigue adoptando hábitos preparados. Conlleva la adquisición de
instrumentos cognitivos, conductuales y autorreguladores para crear y
ejecutar los apropiados cursos de acción necesarios para mejorar las
circunstancias continuamente cambiantes de la vida" (p.21).

Por lo tanto, para el incremento o disminución del nivel de


autoeficacia, desde el punto de vista del éxito en las ejecuciones, será más
importante, no el resultado final de la ejecución en sí, sino el cómo el sujeto
ha percibido dicha ejecución.

En general, el éxito aumenta el nivel de autoeficacia y el fracaso


[definido por Bandura (1977) como la falta de habilidad para completar con
éxito una tarea] la disminuye. Este fracaso será especialmente notable si se
experimenta muy pronto durante el proceso de desarrollo; sin embargo,
una vez que el ser humano ha alcanzado un nivel elevado de autoeficacia
debido a logros en la ejecución o experiencias de dominio éste tiende a
alcanzar un estado firme y permanente, siendo poco probable que los

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fracasos ocasionales puedan modificarlos, considerando responsables de


dichos cambios a la falla de esfuerzo o estratega inadecuada.

Es decir, después que las fuertes expectativas de eficacia se hayan


desarrollado a través de los éxitos repetidos, el impacto negativo de
fracasos ocasionales se reduce.

Si el individuo dispone de un nivel de autoeficacia elevado considera


que los responsables de los fracasos son factores externos, un esfuerzo
insuficiente por su parte o la falta de estrategias acertadas. En este caso, el
fracaso fomentará la creencia que, en un futuro, unas estrategias mejores
y/o un mayor esfuerzo conducirán al éxito (Anderson y Jenkins 1980, citado
en I. Balaguer, A. Palomares y J.F. Guzmán, 1994). Cuando esta autoeficacia
está firmemente establecida, si posteriormente se superan esos pequeños
fracasos (los cuales el ser humano imputa a la falta de esfuerzo o estrategia),
con mayor esfuerzo o mejor estrategia incrementará notablemente la
autoeficacia percibida, y esas dificultades y reveses en los logros humanos
y deportivos servirán para aprender que el éxito requiere un esfuerzo
sostenido. “Una vez que las personas se convencen de que cuentan con lo
que es necesario para alcanzar el éxito perseveran ante la adversidad y se
recuperarán de los reveses” (Bandura, 1999:21).

Si se consigue una autoeficacia elevada, positiva y firme, se hace


extensible a otras situaciones y planos de la vida, sobre todo a aquellas
actividades que más se parecen. Por otra parte, facilita el crecimiento
personal que se traduce en el desarrollo de otras conductas y habilidades
dando lugar a un proceso en espiral.

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La manera en la que el individuo modificará su autoeficacia percibida


a través de experiencias dependerá entre otros factores de:

1: Grado de Dificultad de la Tarea.

Al realizar una tarea sencilla con éxito, la información que ésta


proporciona sobre la autoeficacia resultará redundante, ya que se dispone
de ella. Por otro lado, la realización con éxito de tareas complicadas
supondrá nueva información valiosa sobre nuestra autoeficacia.

2.- Cantidad de esfuerzo.

“La gente tiende a considerar el esfuerzo dispensado como


inversamente proporcional a sus capacidades" (Nicholls, y Miller, 1984,
citado en A. Bandura, 1986:427). Cuando se consigue éxito en una tarea
complicada aportando un esfuerzo mínimo, el ser humano entiende que
dispone de un nivel de capacidad alto ante este tipo de tareas; por el
contrario, si para lograr éxito en tareas similares se tiene que emplear un
esfuerzo máximo, será menos probable que incremente la autoeficacia
(Bandura, 1986).

3.- Ayuda externa que reciba.

Si se consigue éxito con ayuda de agentes externos, el posible


incremento del nivel de autoeficacia puede ser menor, ya que el sujeto
puede atribuir el éxito a dicho agente externo y no a la propia capacidad
(Bandura, 1986).

Para Bandura (1999) “la tasa de logros así cono su patrón temporal

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resultarán de utilidad a la hora de juzgar la eficacia personal. Los individuos


que periódicamente cosechan fracasos pero que van mejorando a medida
que transcurre el tiempo, aumentarán con mayor probabilidad su eficacia
percibida que aquellos otros que a pesar de tener éxito ven como su
ejecución se estanca en comparación con su tasa de mejora previa” (p. 427).

Diferentes estudios de las atribuciones, unos en el marco teórico y


otros en el práctico. (Bem, 1972; Frieze, 1976; Weiner, 1979; Weiss, Wiese
y Klint. 1989; George, 1994; Harrison, Fellingham y Buck, 1995; Guzmán,
1996: Chase, 2001 y Bond, Biddle y Ntoumanis. 2001) han analizado cómo
los juicios causales correspondientes a factores como el esfuerzo y las
dificultades de las tareas influyen en la ejecución, es decir, aquellas
personas con una autoeficacia elevada perciben ante tareas en las cuales
obtienen éxito, que el esfuerzo es escaso y la dificultad mínima, y atribuyen
sus fracasos a la falta de esfuerzo, mientras que aquellas personas que se
consideran ineficaces perciben la tarea excesivamente complicada y
atribuyen el fracaso a su falta de habilidad (Collins, 1982; George, 1994;
Harrison, Fellingham y Buck, 1995: Guzmán, 1996; Chase, 2001 y Bond,
Biddle y Ntoumanis. 2001). Por lo tanto, “la autoeficacia actúa a la vez como
determinante de las atribuciones causales y mediador de sus efectos sobre
la ejecución” (Bandura, 1986:427).

Bandura (1986) indica que "si el fracaso se atribuye a un esfuerzo


insuficiente, a unas condiciones adversas, al desanimo o a un estado de
debilidad física, la probabilidad de que la ejecución deficiente haga
disminuir la autoeficacia del sujeto es escasa o nula" (p. 427). Por otro lado,
Jiménez (1990). señala que la percepción de autoeficacia, no solamente se

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ve influida por la forma de interpretar los éxitos y los fracasos, sino también
por las posibles distorsiones en las atribuciones de la ejecución. Los sujetos
que atienden y recuerdan únicamente los aspectos negativos o los positivos
de su ejecución tenderán siempre a interpretar negativamente, o con
excesiva benevolencia, su ejecución, por muy bien que hayan procesado sus
recuerdos.

Experiencia vicaria

Los seres humanos aprenden parte de su conducta a través de la


observación del comportamiento de otros sujetos, que sirven de referencia
para establecer una determinada imagen. En la observación a los demás, se
desarrolla una idea de cómo se ejecutan las nuevas conductas para
posteriormente, codificada ya esta información, utilizarla como guía para las
acciones propias (Bandura, 1981). Más adelante, adquirida la experiencia
práctica personal, será la información proveniente de la propia ejecución la
que aporte la información necesaria para realizar las adaptaciones y
correcciones oportunas.

El ver y/o imaginar a otras personas con características similares


actuar con éxito ante determinadas conductas o habilidades puede predecir
un incremento de la autoeficacia percibida del observador.

Dicha evaluación de eficacia se basa, frecuentemente, no en


experiencias comparativas en cuanto a rendimiento, sino en similitud con
las características personales del modelo.

Las actitudes valientes, exhibidas por modelos perseverantes, que de

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manera repetitiva van superando obstáculos continuos en su camino hacia


el objetivo deseado, pueden tener más influencia, para aquellos que lo
observan, que las habilidades particulares que realizan (Bandura, 1999).
Será, por lo tanto, más determinante el carácter batallador, de lucha, de
constancia por parte del modelo que el mero hecho de realizar o no la
destreza, o ésta en sí misma.

Persuasión verbal

las informaciones aportadas por otras personas sobre si el sujeto


podrá, o no realizar una tarea determinada, con un grado de eficacia
elevado en su ejecución, suponen otra fuente de información que ayudará
al sujeto a estimar su nivel de autoeficacia hacia dicha tarea. Mediante la
sugestión que produce la persuasión verbal los sujetos pueden llegar a creer
que son capaces de afrontar con éxito situaciones que en el pasado les
abrumaban.

La información persuasiva se utiliza como estrategia cognitiva para


inducir en el sujeto la creencia de que posee la capacidad suficiente para
conseguir aquello que desea (Bandura, 1986). Cuando a una persona se le
persuade verbalmente de que posee las capacidades necesarias para
dominar determinadas conductas o habilidades, tiende a realizar más
esfuerzo y a mantenerlo más tiempo que cuando duda de si misma (Litt,
1988; Schunk. 1989).

Este tipo de información es más débil que las anteriores, siendo las
técnicas persuasivas solamente efectivas si:

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a) las valoraciones incrementadas están dentro de la realidad. es


decir, podrá contribuir a conseguir un rendimiento adecuado si
el incremento do la autoeficacia está dentro de unos límites
reales. La técnica de persuasión influirá con mayor fuerza en
aquellas personas que tienen algún motivo para pensar que
realmente pueden conseguir sus objetivos a través de sus
actos.

b) La importancia de esta información dependerá en gran medida


de la confianza, la credibilidad, el prestigio, la veracidad y la
calidad del experto que persuada al sujeto.

El gran problema en la utilización de técnicas de persuasión es que:

a) Se induzcan creencias falsas sobre las competencias


personales, lo que produce que el individuo no alcance nunca
el objetivo marcado, llegando incluso a la frustración y
abandono; en este caso, el coach actuará como agente
determinante para plantear objetivos alcanzables.

b) Excesiva dependencia de este tipo de técnicas para alcanzar un


objetivo concreto.

c) Las expectativas de dominio de la tarea, inducidas a través de


la persuasión verbal. pueden ser extinguidas rápidamente por
las experiencias prácticas disconformes. De nada servirá una
correcta persuasión verbal, si luego el cliente no dispone de
medios suficientes para lograr éxitos determinados.

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