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El Otro Asterioěn - Joseě Watanabe

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El otro Asterión

El adulterio de la madre con el toro era evidente


por lo insólito del monstruo híbrido. Minos decide
alejar de su palacio esta infamia y encerrarlo
en una mansión intrincada.
Ovidio (Metamorfosis )
De tantos juegos el que prefiero
es del otro Asterión. Finjo que viene a visitarme
y que yo le muestro la casa.
Jorge Luis Borges (La casa de Asterión )

1.
Miras al sol en su hora cenital
(los altos muros no te permiten otro sol) y su luz
ilumina tu cuerpo inverosímil.
De noche la luna pasa mirándote silente
en medio de la soledad brillante de las estrellas.
Ellas son eternas. Ellas no transcurren.
Sólo tú transcurres, Asterión: tus órganos
palpitan y tienes hambre.
Cascas los huesos juveniles
que aún conservan el tremor del miedo.
No comprendes el miedo.
Crees que todos deberían resignarse a ti.
¿Por qué los muchachos y las doncellas
arañaban los muros
queriendo huir por una escalera que no existía?
¿Por qué rezaban?
Miras sobre el polvo las huellas de sus pies desesperados,
sus idas y venidas que tejían una red, una trampa,
en cuyo centro, como araña monstruosa,
tú los esperabas.
Esta casa que me muestras, Asterión,
no es, como en tus sueños, un desierto
donde inventas una arquitectura intrincada. Existe
como tu biología
que no conocerás nunca (ese último nervio tuyo
tan fino
que se hace alma).
Tus días son para andar y desandar estos pasajes
al azar
como ciego que tienta el aire
hasta encontrar su asiento perdido, y luego sonríe,
vencedor de su propia confusión.
2.
A veces
un leve crujido entre dos piedras,
un grito lejano, un temblor del aire,
sobresaltan tu sueño. Tu pensamiento
es de sospechas.
¿Crees que el mundo se está desmoronado
por sus bordes
y está cayendo en el mar?
¿Crees que ya todo está destruido
y esta casa flota en el espacio buscando un lugar
donde posarse?
Esta casa, Asterión, es como el águila
que cruza el cielo: ha nacido
del propio deseo de navegación del infinito.
Los cretenses temen esta construcción, la evitan,
dicen, aunque no me consta: ¿no hubiera sido más simple
encerrarlo en una cueva tapiada
o entre cuatro paredes con un perro carcelero?
El Rey pudo haberte asesinado, Asterión,
y arrojado a los extramuros donde las aves de rapiña
y los cerdos
se disputan los animales muertos.
Te exilió aquí como una advertencia.
Eres más que la memoria de su vergüenza:
en ti se cumplió la más honda biología, el deseo
que se realiza como en el sueño
donde lo atroz es una feliz inconciencia.
En ti está la otra belleza,
la que encendió a tu madre,
la que podría desordenar el mundo.

3.
Es joven y dice llamarse Teseo
y blande su espada refulgente alrededor de ti.
Vino creyendo encontrar a una fiera,
ahora sabe que no lo eres.
Mirando tu danza de esquivamientos
comparte contigo la razón peligrosa:
la vida depende de una falla en la cadencia.
El traspié ha sido tuyo Asterión:
la espada ha entrado ciegamente en tus entrañas:
qué verdadero es el metal en la blandura de un cuerpo,
y tu frente hirsuta
y tus agudas astas
caen ante este muchacho que te confiesa temblando
que tú eres su primer muerto.
Míralo irse apremiado por la gloria que lo espera.
Se va ovillando el hilo que fue tendiendo al entrar.
Él no es de los audaces que se echan al camino ignoto
sin la certeza de volver.
No quiso la incertidumbre.
El hilo que lo guía hacia la salida
hace mediocre su brillante aventura.
Tú quedas como un derrumbe de piedras
y una debilidad infinita, casi placentera.
Tu mirada, ya casi transparente, descubre
en el polvo
las huellas inequívocas
de las sandalias atenienses de Teseo.
Entre tantas antiguas pisadas confusas,
ellas van claras y decididas hacia la salida.
De pronto el sol se enciende sobre tu cabeza
y su luz reemplaza a tu sangre en tus venas
y circula
como una gracia postrera.
Anda tras las pisadas de Teseo, Asterión,
y muere mirando el paisaje de los hombres.

4.
¿Puedes ver los campos que se extienden respirando
cansinamente
como si una conciencia subterránea
aún deseara que el mundo fuese acogedor y eterno?
Mira: sobre la superficie, en el camino cercano,
la estatua degollada de un dios olvidado,
un anciano que sube penosamente por un sendero de cabras
un asno que agoniza o duerme bajo un olivo,
un labriego que cosecha el trigo
que comerá mañana caviloso y cansado.
Aunque no esperabas otra cosa, Asterión,
estás desencantado.
Pero ya cae la tarde y bajo el último sol
sólo brilla tu cuerpo que ya no existe.

de Banderas detrás de la niebla (2006)

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