GermanFerro RecuperandoMagdalena

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 22

¿De qué hablamos cuando decimos

que estamos recuperando el río Magdalena?*


Germán Ferro Medina**
* Este documento hace parte de una serie de ocho artículos contratados para presentar
en los foros regionales “¿Para dónde va el río Magdalena? Riesgos sociales, ambien-
tales y económicos del proyecto de navegabilidad”. Foros que se llevaron a cabo en
2015 en Bogotá (14 de abril), Barranquilla (28 de julio) y Honda (septiembre).
Los documentos se publicarán próximamente en un libro, editado por el Foro Nacio-
nal Ambiental y Fescol.

** Antropólogo e historiador. Fundación Erigaie. ferromedina@gmail.com.


Este artículo está basado en un documento anterior y sobre varias experiencias de
viaje por el río Magdalena. Ha sido modificado ampliamente y orientado con base
en un nuevo objetivo y título que se anuncia, queriendo responder al foro “¿Para
dónde va el río Magdalena? Costos sociales, ambientales y económicos del proyecto
de navegabilidad”. Se trata de un recorrido por el río, río arriba y río abajo, a partir
de Honda. La caracterización social y cultural en general de los diferentes tramos me
invita a cuestionar el sentido que se le está dando a lo que se ha venido llamando “la
recuperación del río”.
instar aquae tempus
(El tiempo es como el agua)

Introducción

L
a historia y el sentido del río Magdalena es un palíndromo, “la ruta
natural” para descubrir lo que ya existe porque ya alguien lo ha des-
cubierto y lo volvemos a encontrar por nuestros propios medios. El
Magdalena, río arriba, río abajo, en la geografía y en el tiempo, es el espejo en
el que reconocemos lo que hemos ido construyendo, lo que “somos” lo que
estamos siendo. ¿Qué queremos recuperar de él?

Del Magdalena conocemos muy poco y mucho menos de su cuenca, que


ocupa casi 25% del territorio colombiano y con la que se relaciona cerca de
85% de la población y del producto interno bruto del país. De modo que
preguntarse por su recuperación es la misma pregunta por la paz de Colom-
bia, por la sostenibilidad de la etapa posterior a la firma de los acuerdos. Si
de tal tamaño y responsabilidad es su envergadura, la recuperación deberá
ser pensada desde una perspectiva integral de orden territorial, sociocultural,
ambiental y económica, y contar con gran voluntad política.

El Magdalena es mucho más que una corriente hídrica para recuperar la


navegabilidad. Se trata de un río-civilización, un río-memoria, un río-gen-
te en permanente cambio, como sus aguas, que corren sinuosas, haciendo
meandros, ensanchándose y estrechándose, formando islas y brazos, es un
río-cienaga que recibe, a su vez, cientos de tributarios que bajan de los An-

3
|
4 ¿De qué hablamos cuando decimos que estamos recuperando el río Magdalena?

des, un río-región que crea territorios y diversos ecosistemas culturales. Es


uno solo desde su nacimiento hasta la desembocadura, son muchos ríos a
través de su recorrido. ¿De cuál estamos hablando cuando nos referimos a su
recuperación?

Conviene entonces hacer un viaje de observación directa a lo largo de su


recorrido, un viaje a escala humana para conocer el río-hoy, no uno pensado
en el pasado o desde una visión romántica. La tarea fundamental en su re-
cuperación es un ejercicio pedagógico de sensibilidad y restablecimiento del
vínculo con él.

Inicio del viaje


He viajado de nuevo al encuentro con el río. Bajo al puerto de Honda, allí
donde está el Magdalena, río de la vida y de la muerte, incrustado en el alma
de un país que creció a sus orillas. ¿Qué queremos recuperar, el origen de
nuestro sueño? Resalto el verbo bajar porque así ha sido nuestra historia, un
subir y bajar para después volver a bajar y subir a la cordillera de los Andes.

El Magdalena corre abajo por el valle interandino de las cordilleras Cen-


tral y Oriental, en un viaje a lo largo de 1.540 kilómetros de paisajes, historias,
economías y culturas, desde su nacimiento en el Macizo Colombiano hasta
su desembocadura en el mar Caribe. Desde los Andes hasta el Caribe. ¿Qué
queremos recuperar, la conexión entre los dos ecosistemas culturales?

El siglo veintiuno nos pone de nuevo en condición de viajeros. ¿Eso será


lo que se quiere recuperar del río? Repetimos lo que hicieron nuestros ante-
pasados americanos, los más antiguos y los más recientes, la administración
colonial española, el proyecto republicano y la sociedad moderna, para darle
vida a un proceso de ocupación de un territorio: el desafío de conectar el mun-
do de arriba de los Andes con las tierras cálidas y bajas por donde transita el
Magdalena. Conectar o morir parece ser el imperativo de este trópico monta-
ñoso y sin estaciones, donde el espacio, y no el tiempo, marcará para siempre
la dinámica ambiental, socioeconómica y cultural de Colombia. ¿Qué quere-
mos recuperar, la velocidad en el tiempo de la navegación o la conexión entre
las tierras altas y las bajas, la conexión regional y transversal?

Al puerto histórico de San Bartolomé de Honda se baja desde Bogotá, la


capital de Colombia, por un recorrido prácticamente el mismo del que fuera,
desde épocas prehispánicas, el eje de intercambio entre las tierras altas y ba-
Germán Ferro Medina |5

jas, la frontera cultural entre muiscas y panches; el camino de conquista del


altiplano por las huestes españolas, el camino nacional de Honda, el camino
de herradura que hizo posible la existencia y sobrevivencia de la antigua San-
tafé de Bogotá, empotrada en las alturas a más de 2.600 metros más cerca de
las estrellas, pero muy lejana y distante casi 2.600 metros del río Magdalena
en las tierras bajas.

Al bajar uno se encuentra con la tierra caliente. Nuestro clima, así como
nuestra economía, agricultura, vegetación, culinaria y, en general, las formas
de vida social y la mentalidad colectiva y urbana se crean y se transforman en
el espacio. Sí, el recorrido del espacio geográfico, espacio que es movimiento
y no, en el tiempo, que es inmutable, no tiene estaciones en el trópico, es casi
siempre igual a sí mismo: tiempo de lluvias o tiempo de sequía. De modo que
Colombia es un viaje en el espacio como un río y un tiempo al parecer deteni-
do. ¿Qué significa, entonces, recuperar el río, recuperar el tiempo o recuperar
el espacio en su dinámica siempre cambiante?

Colombia parece decir el río soy yo, como en el poema de José Eustasio
Rivera la identidad del paisaje, la fusión entre su ser y el río: “Soy un grávido
río, siempre he sido eso: un río que copia paisajes, un río nostálgico (…)”.

El Magdalena nace a 3.685 metros sobre el nivel del mar en las tierras
frías del páramo, y solo a 200 kilómetros, en un descenso vertiginoso de su
recorrido, llega al primer puerto, Neiva, a menos de 500 metros de altura,
lugar estratégico que los españoles visionaron y conquistaron para conectar
por río todo el sur de la actual Colombia. Neiva es el comienzo y el fin de su
navegabilidad, depende de donde se mire, si navegamos río abajo o río arriba.
Allí comienza un río de tierra caliente y seguirá así su recorrido por las tierras
bajas, por las que más de la mitad de su trayecto será a menos de 100 metros
sobre el nivel del mar. El río se ensancha y arrastra grandes cantidades de se-
dimentos, es entonces un río color café que huele a tierra caliente, a pescado,
parte de una tierra de zancudos, de gente morena, de abundancia, tierra del
olvido y de pobreza, tierra y río de violencia desde mediados del siglo veinte,
en el que las comunicaciones tomaron otros rumbos y el sueño de progreso
se vino a pique. Cuando decimos recuperar el Magdalena, ¿estamos pensando
en el alto Magdalena, en Neiva, ciudad que le ha dado la espalda, y que fue el
origen de su viabilidad económica?

En 2014, desde Bogotá vamos a encontrarnos con el río por el mismo ca-
mino de siempre, ahora convertido en carretera: Facatativá, Sasaima, Villeta,
|
6 ¿De qué hablamos cuando decimos que estamos recuperando el río Magdalena?

Guaduas y Puerto Bogotá, para terminar en Honda (ahora también se viaja


por La Vega, conectándose con Villeta). Viajo en Expreso Bolivariano, con
su eslogan actual: “Vamos por Colombia”. De nuevo o actualizado el deseo
de Bolívar por una nación soñada. Viajo en una “aerovan”, nombre curioso
también, que sueña con volar y llegar rápido, pero la congestión ocasionada
por tractomulas y accidentes alarga a casi ocho horas el descenso a la tierra
caliente. Dentro de poco la carretera de Sol pasará, ya está pasando, cerca de
Guaduas, y se conectará directa y velozmente con Puerto Salgar, al norocci-
dente de Cundinamarca, quedando los pueblos mencionados (Villeta, Gua-
duas, Puerto Bogotá, Honda y Puerto Salgar, además de La Dorada) por fuera
de la vía principal. ¿Qué estamos recuperando con esta vía de alta velocidad?
¿Cuál será el destino de estos pueblos ligados al río por los que la circulación
de vehículos y el comercio ya no pasarán y cuya vocación ha sido eminente-
mente de comercio, lugar de paso e intercambio?

Llegar a Honda por tierra significa volver, como los viajeros de antes, a
buscar un hospedaje, punto tradicional de descanso para retomar el viaje,
almacenar o comerciar por el río, sitio tradicional de la captura de pesca y
consolidación de la cultura fluvial. Pero por el río ya no se llega, sus puertos
están en ruinas, las economías de las fábricas de licor, jabón y tabaco, las tri-
lladoras, los bancos, los teatros y los hoteles se han ido y la pesca disminuye
dramáticamente. Una nueva hostelería intenta conjurar la crítica condición
de lugar de paso al que se ha venido relegando el municipio de Honda y bus-
ca convertirla así en un lugar de destino, de turismo cultural como en épocas
pasadas, en el lugar privilegiado que fue, el punto de encuentro por excelen-
cia, lugar de memoria y centro histórico donde se divide la navegación por el
río: arriba hasta Neiva, abajo hasta su desembocadura.

La tarea de una nueva concepción de turismo, responsable y consciente


del lugar como centro histórico, bien de interés cultural de la nación, que
representa una nueva hotelería, los vecinos y amigos de Honda, los museos
en renovación, la red de pueblos patrimonio, es orientar al viajero o visitante
para que observe y comprenda en detalle la geografía de Colombia, reconozca
la lógica de los caminos y las comunicaciones, el papel de los puentes, iden-
tifique los puntos y la posición de los pueblos más notables en el diálogo de
las tierras bajas con las altas: la conexión histórica del río con Barrancaber-
meja, Mompox o Ambalema, Girardot y Neiva; y con Mariquita, Manizales,
Guaduas y Bogotá. E investigar y documentarse sobre el río, valorar y respetar
los oficios y saberes, especialmente los de los pescadores, el carácter de su
urbanismo, arquitectura y paisaje, y la simultaneidad entre su pasado y la
Germán Ferro Medina |7

modernidad, para convencer a los nativos, nacionales y extranjeros, de que


Honda es un destino de pedagogía de país. Me pregunto, ¿cuando se habla de
recuperar el río se piensa en Honda y su región como un gran patrimonio por
proteger y apoyar?

Detenerse en Honda permite entender el Magdalena y a Colombia. “Hon-


da, la ciudad del río”, la denomina Ángela Guzmán en su investigación sobre
este puerto del siglo dieciséis. Como ella, más de un centenar de pueblos se
asoman a sus orillas generando una cultura de río, no solo en la linealidad del
eje fluvial, sino en su entorno. Cada uno de estos lugares han sido espacios
de confluencias, centros de convergencia, puntos gravitatorios de dinámicas
económicas, sociales y culturales que han creado históricamente territorios
de vida, ligados estrechamente al río y conectados con las tierras altas o las
grandes ciudades. Son ciudades del río o, mejor, podemos decir el río son sus
ciudades, sus poblaciones, sus gentes, que a sus orillas han construido país.
Me pregunto por estas poblaciones cuyas ciudades han dado sentido al río, ¿en
ellas se ha pensado cuando se habla de recuperarlo?

Honda río arriba


Cuando se habla de la recuperación del río generalmente se refiere a uno que
parece comenzara en Puerto Salgar, río abajo, pero este es, independiente-
mente de su sectorización y diversidad regional, un eje integral, un todo, lo
que pasa arriba afecta el río abajo, y viceversa. Recorrámoslo hasta su naci-
miento a partir de Honda. Río arriba en sus orillas están asentados cuarenta y
seis municipios vinculados fuertemente al mismo.

El Magdalena es un río-memoria, un río-palimpsesto, donde cada lugar


nos evoca un viaje en el espacio-tiempo e involucra una dimensión ambien-
tal, dinámicas económicas y de poblamiento, un desarrollo tecnológico y una
vida cultural y política que se expresa en sus huellas materiales e inmateria-
les, en sus músicas y comidas, un río-civilización, un río-patrimonio. ¿De esto
se piensa cuando se habla de su recuperación?

Arriba de Honda nos encontramos de inmediato con el Puente Navarro,


emblema del puerto de Honda, que atraviesa el Magdalena. Este es uno de los
puentes más significativos de la historia del río. Su presencia imponente, su
bella, moderna y amarilla estructura metálica fue comprada en Nueva York
a la firma San Francisco Bridge Company y traída al país por el comerciante
|
8 ¿De qué hablamos cuando decimos que estamos recuperando el río Magdalena?

Bernardo Navarro. Es un puente que empieza a funcionar en el siglo veinte,


su luz de 167 metros permitió, a pesar de su carácter de ser solo peatonal y
para mulas, la comunicación segura entre las dos orillas, el intercambio entre
regiones de dos departamentos (Tolima y Cundinamarca), uniendo los dos
países, el del oriente y el del occidente, mediante mil cuarenta y tres tablones.
¿Será que quienes hablan de la recuperación han examinado con cuidado la
importancia y conexión transversal del río? Grandes y pequeños puentes son
la vida de muchos pueblos.

Más adelante está Arrancaplumas, estación de tren y puerto fluvial aban-


donado, bodegas y arquitecturas sin uso, invadidas, solo con el rimbombante
título de bien de interés cultural pero sin ningún destino ni apropiación.

Subiendo por el río, en la orilla oriental está Beltrán, pequeña población


asaltada por los actores armados una y otra vez. ¿Qué estará pagando esta
gente empobrecida que ha quedado una vez más aislada por la guerra? ¿Le
preguntarán eso a su Virgen y a su iglesia caída, otrora un santuario impor-
tante de la región? ¿Recuperar el río no será examinar las condiciones reales
de conflicto y violencia a la que están expuestas sus poblaciones por su aisla-
miento y el olvido del río?

Un poco más arriba, en la otra orilla, está el espectro de Ambalema, co-


municada precariamente con la otra orilla por medio del ferry Omaira.

Ambalema, un fantasma que agoniza


Ambalema es un lugar mágico y un poco fantasmal, resguardado del sol in-
clemente por una galería casi continua de aleros sostenidos por centenares
de columnas verdes y torcidas que siguen la naturaleza del palo. Hasta allí
llegaron las ilusiones a todo vapor de las grandes empresas de la economía
de agroexportación: el tabaco, tal vez la primera y de gran rentabilidad en la
República. Para ello, el empresario Francisco Montoya diseñó el vapor Unión,
ajustado a las condiciones propias del río Magdalena, y hasta allí lo llevó en
1839 para sacar todo el tabaco que pudiera, en un boom que hace ya mucho
tiempo dejó de pasar por Ambalema. Que agoniza y cuyas casas se caen sin
que la gente tenga los recursos para restaurarlas, aun cuando se resiste a mo-
rir. Su honorable título de centro histórico y bien de interés cultural de la
nación de poco o nada le sirve, pues ya ni el tren ni los vapores pasan por allí
y las casas de las antiguas factorías también se caen. Hace poco se restauró su
Germán Ferro Medina |9

estación de tren art déco. ¿Qué función y apropiación se le dará a esta recupe-
ración de fachada?

Cerca de Ambalema se llega a las ruinas de Armero, que busca, como


tantos lugares asociados al río, subsistir y permanecer en la memoria. En no-
viembre de 2015 se cumplen treinta años de la tragedia, ¿qué lecciones hemos
aprendido de Armero?

Avanzamos hacia Girardot, ubicado en la esquina suroccidental de Cun-


dinamarca y que a principios del siglo veinte se convirtió en una gran ciudad
moderna, en un puerto fluvial, férreo y aéreo. Todo un mundo de civilización
y comercio llegaba por Girardot a través del río, para más tarde entregárselo a
Bogotá vía el ferrocarril. En 1930 se inauguró su impresionante puente férreo
y peatonal sobre el Magdalena, y hoy todavía sorprenden su ingeniería y la
vocación de conexión entre Cundinamarca y el Tolima. Su esplendor es ya
historia, la crisis y muerte de las comunicaciones férreas a las que se les apos-
tó con todo el ímpetu de lo moderno y por las que el país se endeudó en gran
magnitud muy poco tiempo duró, y la ciudad ha quedado abandonada, como
su plaza de mercado y con un río que debe soportar los millones de toneladas
de basura y desperdicios sólidos e industriales que le vierte el río Bogotá. ¿Se
ha pensado para la recuperación del río Magdalena en la incidencia de los
cientos de ríos tributarios que casi desde su nacimiento le vierten aguas ne-
gras, sin poner atención al problema ambiental y social de cientos de pueblos
sin acueducto, sin pedagogía de río?

Villavieja, Aipe y la Tatacoa, comienzos del valle del Magdalena


A 436 kilómetros del nacimiento se llega al ancho y caluroso valle del Tolima
y el Huila. Un territorio históricamente inconquistable que presentó una fuer-
te resistencia al proyecto de dominación española. Una resistencia al violento
proyecto “civilizador” que convirtió al otro en un caníbal. Allí permanecen
las huellas de la lucha indígena y siguen estando presentes grupos indígenas
y campesinos como los natagaimas y coyaimas, asomados, con su cultura, al
río. Su oficio de olleros está abandonado.

Las formas de resistencia indígena al avance español no permitían que se


fundaran poblaciones al lado del río, como Villavieja. Aun así, el proceso de
conquista siguió por este valle bañado de sangre y, más de sesenta años des-
pués, se logró consolidar con la fundación de la ciudad hispánica de Neiva, el
emplazamiento más estratégico al sur de río y último punto navegable.
|
10 ¿De qué hablamos cuando decimos que estamos recuperando el río Magdalena?

Villavieja es puerto sobre el Magdalena, puerto férreo adonde crece a


sus anchas un bosque seco conocido como el desierto de la Tatacoa, con ex-
tensiones llenas de memoria fósil y arqueológica pero, sobre todo, aldea de
pescadores y pastores que con sus prácticas de supervivencia en el desierto y
en el río luchan por no dejarse del abandono. El tren ya no pasa, la estación y
la capilla están abandonadas, a pesar de que ambas son bienes patrimoniales.
No hay un puente para pasar a la otra orilla, donde está Aipe. Pero sí llegan
las formas abusivas y no ordenadas del turismo obsesionado por el lucro, que
están poniendo en riesgo la riqueza ambiental, paisajística (uno de los pocos
bosques secos tropicales) y arqueológica. ¿Recuperar el río no será acaso sa-
car del abandono y aislamiento a su población con políticas certeras de mane-
jo y protección al patrimonio, planes y programas de formación y capacitación
en oficios, turismo, museología, astronomía, artesanías, capricultura y apoyo
a la actividad pesquera?

“El Huila es un río”, ¿o será una represa?


Neiva es la capital del departamento del Huila, atravesado de sur a norte por
el Magdalena. Dice sabiamente Gilberto Vargas Motta: “El Huila es un río”. Su
historia de ocupación y poblamiento, así como buena parte de sus activida-
des económicas, han estado ligadas estrechamente al Magdalena.

A 221 kilómetros del nacimiento del río, Neiva se convirtió, desde su


fundación en 1612, en el puerto que conectó, a través del río, con las regiones
del norte, y mediante este comercializó toda la producción ganadera (carne)
y agrícola, especialmente de tabaco y cacao, y otros productos como cerá-
mica, madera, tejidos y los famosos sombreros Suaza. Desde entonces fue el
punto intermedio y estratégico entre los dos grandes centros administrativos
coloniales: la antigua Santafé de Bogotá y Popayán. Al paso por la ciudad la
anchura del Magdalena es de gran dimensión, aspecto que pronto perderá o
se irá reduciendo a medida que lo vamos remontando. El malecón, paralelo
al río, aun marginal y olvidado, busca recuperar para la ciudad su orientación
hacia el Magdalena, que la hizo posible, pero apenas desde un ámbito turís-
tico y de poca conciencia ambiental e histórica. Allí se organiza una venta de
pescado fresco que se ha capturado en la noche y en la madrugada.

En busca de su nacimiento, el río viene presentando una caída verti-


ginosa, encajonado entre las cordilleras, lo que permite represarlo. Primero
fue Betania y ahora la represa del Quimbo, grandes proyectos de desarrollo
Germán Ferro Medina | 11

hidroeléctrico que transforman el ciclo natural de regulación de sus aguas río


abajo, afectando el comportamiento del ciclo de los peces. Las represas gene-
ran energía para todo el país y para el exterior, pero a altos costos ambientales
y sociales. El proyecto hidroeléctrico del Quimbo avanza y genera grandes
inquietudes e impactos entre los habitantes de varios de los seis municipios
afectados por la enorme área inundada, más de ocho mil hectáreas de tierras
altamente productivas en el corazón del Huila. Un panorama desalentador se
vislumbra: un desplazamiento forzado que obliga a las gentes a abandonar
sus tradicionales lugares de trabajo y formas de vida y desarticula las formas
ancestrales de comunicación territorial. Nos preguntamos entonces, ¿el desa-
rrollo para quien y a qué costo?

El Magdalena se va estrechando desde el alto del Perigongo, sin posibi-


lidades ya de navegarlo río arriba. Desde la carretera y con el afluente bien
encañonado, nos encontramos con la huella arqueológica de la estatuaria pre-
hispánica llamada de manera inapropiada agustiniana, erigida por los anti-
guos habitantes de esta región hace más de dos mil años. A lado y lado del
cañón del río Magdalena (conocido como el Huaca-Hayo, río de las tumbas),
se desarrolló una civilización que dejó esta gran necrópolis de montículos
cubiertos y dólmenes funerarios, cuya piedra fue ricamente tallada con repre-
sentaciones diversas y complejas de seres humanos y animales.

¿Cuál ha sido, me pregunto, el significado y el legado de este monumen-


tal centro ceremonial? Las estatuas, muchas de ellas orientadas hacia el río
(como la Chaquira), nos miran impertérritas, silenciosas, miran la vida y
guardan la muerte. ¿Hemos aprendido de sus autores su complejo conocimien-
to del medio, el manejo regulado de las aguas, su vínculo y relación estrecha
entre los Andes y la Amazonia, su profundo conocimiento espiritual y ritual,
su oficio experto de talladores, su sentido y representación de la muerte, sus
formas de vida y sociedad? Muy poco. Habitaron las orillas del Magdalena,
nombraron el río como el río de las tumbas, construyeron el conjunto mega-
lítico más monumental y hermético de la Colombia actual (inscrito en la lista
de Patrimonio mundial de Unesco desde 1995), del que los colombianos no
se han apropiado realmente.

El nacimiento, un lugar sagrado sin camino


Del municipio de San Agustín se avanza por carretera al sector del alto Quin-
chana, y de allí, después de dos jornadas a caballo, se llega al nacimiento del
|
12 ¿De qué hablamos cuando decimos que estamos recuperando el río Magdalena?

Magdalena en medio de un paisaje silencioso, frío y sagrado: el ecosistema de


páramo. La inmensidad de la montaña y un entorno lagunar conforman un
escenario bioclimático único. Estamos en el Macizo Colombiano, donde nace
el río Magdalena, en una laguna pequeña (la Magdalena), en la planicie del
páramo de las Papas. Junto con él nacen otros cuatro de los grandes ríos co-
lombianos: Caquetá, Putumayo, Cauca y Patía. El paisaje silencioso y sagrado
es conmovedor, merece todo nuestro respeto y emoción.

Pero el sistema de páramos, este gran reservorio de aguas, está amenaza-


do: la frontera agrícola y de cultivos ilícitos, con toda la violencia que trae,
avanza despiadada y sin tregua. ¡El problema no es ambiental, no nos enga-
ñemos! Para salvar el páramo y la frágil zona de los humedales donde nacen
todos estos ríos es necesario, como ha dicho y reiterado el ecólogo Andrés
Hurtado:

[…] solucionar los problemas de la violencia, proteger como sea los bosques,
los páramos, los nacederos de agua, comprando o expropiando, lo que sea,
[…], inyectando en cantidades navegables factores sociales, como ayuda al
campesino, salud, educación, mercado para productos y no solamente las
dos soluciones que receta el gobierno: presencia militar y glifosato […] sus-
titución de cultivos en las áreas clave para los ríos y en todo el Macizo [...]1.

En la actualidad, prácticamente no existe el camino para llegar al naci-


miento, y las posibilidades de acceso son muy difíciles y exigentes. Por el
viejo camino corre un lecho de agua sobre piedras sueltas e inclinadas, que es
motivo de sufrimiento y peligro para caballos y humanos. En los años setenta
existía una cuadrilla del gobierno que mantenía el camino, en los ochenta y
noventa la guerrilla controlaba el paso y obligaba a los habitantes a cuidar y
trabajar en el camino. Hoy ninguno de los dos hace presencia, no existe seña-
lización y los guías baquianos de la zona son muy escasos. No existen tampo-
co unas condiciones de alojamiento mínimas para los visitantes ni apoyo a las
viviendas de campesinos que generosamente dan morada a los caminantes.
Me pregunto, ¿cómo podremos recuperar el río si no tenemos una mínima
política de protección, manejo y programas de todo tipo para este valiosísimo
lugar de nacimiento del Magdalena? ¿Cómo podemos recuperar el río si no lo
podemos conocer, si no nos invitan a respetarlo y a emocionarnos de su naci-
miento, mágico, sagrado y permanente, de su origen prístino?

1 http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1521988
Germán Ferro Medina | 13

Honda río abajo


De nuevo parto de Honda, pero esta vez río abajo, por un poco más de mil
kilómetros hasta su desembocadura, donde el río entrega sus aguas al mar
Caribe con un caudal promedio de 7.100 metros cúbicos por segundo. De
nuevo, el río-conector, Honda, ubicada en el centro del país, unida por el
Magdalena, aguas abajo, con Mompox, Cartagena y Barranquilla, en una ten-
dencia predominante de vías de comunicación en dirección sur-norte. El río
enlaza el interior con la costa y conecta el oriente con el occidente, mediante
los casi treinta puentes existentes a lo largo de todo su trayecto. ¿Será que
la recuperación del río habla de esta conectividad de gentes y dinámicas cul-
turales y económicas que son pesqueras, agrícolas, alimenticias, de comuni-
cación?

A pocos kilómetros, río abajo, encontramos dos puertos, Caracolí y Puer-


to Gallote: el uno al frente del otro nos hablan de dos épocas diferentes y un
mismo punto estratégico. Puerto Gallote está en la orilla derecha del Magdale-
na, antiguo puerto colonial con sus bodegas y rampas construidas en piedra,
ahora en ruinas. Caracolí, por su parte, el gran puerto de Honda que con sus
bodegas sirvió a la navegación hasta mediados del siglo veinte, bodegas que
dejan entrever la importancia del lugar y la intensa actividad comercial que
desde mediados del siglo dieciséis tenía esta parada. Nos preguntamos, ¿por
qué los actuales proyectos de recuperar la navegación por el Magdalena no
contemplaron esta zona tradicional de puertos y dejan en gran aislamiento
a este punto que durante años sirvió, y sirve, de intercomunicación con los
cuatro puntos cardinales?

Un desarrollo excluyente e inequitativo. ¿Se ha pensado lo que para las


poblaciones de Honda y Puerto Bogotá representará la pérdida, al parecer to-
tal, de la pesca que se les viene anunciando con los trabajos de modelación
del río? El problema solo se mitiga, si acaso, con el cambio de actividades, en
el menos peor de los escenarios (promesas ya incumplidas). El problema es
también ignorar lo que significa acabar con una actividad pesquera que es,
además de económica, una forma de vida y cultura centenaria que compro-
mete a una sociedad y a una región. ¿Recuperar un río se traduce en uno sin
pescados ni pescadores?
|
14 ¿De qué hablamos cuando decimos que estamos recuperando el río Magdalena?

El Magdalena medio, abundancia y muerte


Continuando con el recorrido llego a La Dorada, en la margen izquierda, un
poco más abajo de Puerto Nare y, a la derecha, de Puerto Salgar y Puerto Bo-
yacá. El río acerca a casi todos los departamentos de Colombia, que imperio-
samente han buscado llegar a esta vía principal de comunicación y comercio.
En este punto del Magdalena medio confluyen los departamentos de Caldas
y Antioquia, al occidente, y Cundinamarca y Boyacá, al oriente. El Magda-
lena es el río-región: ¿será que su recuperación contempla esta constitución
de territorios y áreas económicas y culturales, articuladas al río pero que no
se pueden comprender solamente como eje fluvial o mediante la tradicional
división político-administrativa de departamentos?

El valle medio del Magdalena está formado por grandes campos de cul-
tivo y tierras dedicadas especialmente a la ganadería, cuya propiedad se ha
ido concentrando en pocas manos, ocupando además los playones ribereños,
otrora comunales. El rico comercio de la zona en medio de un paisaje mara-
villoso se ha ensombrecido por la presencia desafortunada y sistemática de
grupos armados al margen de la ley, que, bajo los intereses de la gran propie-
dad, la concentración de la tierra y el comercio de ilícitos, han hecho de este
corredor un camino de la muerte, un sendero de sometimiento a las gentes de
bien que aún no salen del terror al que han sido sometidas.

Antioquia tiene una gran deuda con el río Magdalena y con los habitan-
tes de Puerto Nare y Puerto Berrío y sus zonas aledañas. El primero fue la
entrada al departamento y a Medellín, el viejo camino de Islitas que se con-
virtió en el cordón umbilical de la región, dándole vida y haciendo posible la
actividad comercial de importación y exportación. A partir de 1876, Medellín
buscó conectarse por vía férrea con el río. Allí empezaron a llegar entonces
los grandes buques a cargar el café que salía de estas comarcas en las alturas
de los Andes y a descargar todo tipo de productos. Puerto Berrío, por su parte,
atrajo una gran población que colonizó estas tierras y encontró trabajo en las
jornadas continuas de cargue y descargue de mercancías. ¿Tiene Antioquia
entre sus grandes proyectos de desarrollo económico y social una tarea de
recuperación de su río Magdalena?

Río abajo comienza una de las partes más difíciles de la historia de la


navegación por el Magdalena. En épocas de verano las aguas están muy bajas
y el cauce del río se explaya formando grandes islas y desapareciendo otras.
Germán Ferro Medina | 15

Los primeros vapores que navegaron por el río usaban como combustible
la leña, que consumían en grandes cantidades y a un costo ambiental enorme,
lo que contribuyó también a aumentar la deuda con el Magdalena. A partir
de 1922 el combustible fue el fuel-oil, que los hizo más rápidos y con mayor
capacidad de carga. Hacia los años treinta, varios buques fueron movidos
con diesel. Al recuperar la navegación por el río, ¿se ha examinado el tipo de
combustible que utilizarán los transportadores?

La historia oral recuerda en innumerables relatos las experiencias de na-


vegación por el río, una actividad no solo económica, sino también llena de
vida, que ofrece transporte a los habitantes de los diferentes puertos, conec-
tando el Caribe con el interior del país, mediante viajes propicios para el dis-
frute del paisaje, el turismo y el intercambio social, una actividad que murió
con el incendio del emblemático buque David Arango en enero de 1961. Me
pregunto, ¿cuando se habla de la recuperación del río Magdalena, se ha teni-
do en cuenta el gran potencial que ofrece para el turismo, la gastronomía, la
música, el comercio o su conocimiento y valoración patrimonial por parte de
quienes lo desconocen en todo sentido?

Los estudiosos dicen que el río es aún muy joven y todavía no ha encon-
trado su verdadero cauce. En tiempo de lluvias, de invierno, la región que va
hasta Bodega Central pasando por Cantagallo, San Pablo, Simití y Arenal, en
el departamento de Bolívar, se ha convertido en zonas afectadas por grandes
inundaciones de un río que ahora no tiene control ni logra regular sus aguas.
Por supuesto, no todo es culpa de este río inmaduro. Aquí, de nuevo, como
en regiones del bajo Magdalena, el problema ambiental es social y político,
generado por la mala y corrupta gestión sobre su cauce; la avanzada de las
haciendas que han desecado las ciénagas y roto así las formas naturales de
regulación de las aguas; los ávidos señores de la guerra; y el abandono, la po-
breza y el caos administrativo de innumerables instituciones encargadas del
río, que en lugar de asumir su responsabilidad se la entregan la una a la otra.

Barrancabermeja, una fuerza laboral


Llegamos a Barrancabermeja, la antigua población de Tora, hoy convertida
en un importante puerto y una modernísima refinería de petróleo, en el que
buena parte de sus productos salen por el río en grandes planchones. Estamos
en el departamento de Santander, que también estableció su conexión con el
río Magdalena a través de Barranca y, río abajo, con Puerto Wilches.
|
16 ¿De qué hablamos cuando decimos que estamos recuperando el río Magdalena?

Barranca es la puerta de entrada al Caribe. Toda la región está marcada


por el río, el comercio de exportación y la explotación petrolera, que atrajo
una ingente fuerza laboral compuesta por bultiadores o braceros, colonos,
trabajadores portuarios, del ferrocarril y la naciente mano de obra petrolera,
calificada y no, convertida en una importante colectividad obrera que apren-
dió a organizarse y a luchar por sus derechos laborales y las reivindicaciones
sindicales de gran repercusión en todo el país. Me pregunto, ¿cuál es el papel
de Ecopetrol en la recuperación del río, cuál el interés por él de las agremia-
ciones y sindicatos obreros, por qué no hace parte de sus pliegos de peticiones?

El recorrido nos lleva hasta Gamarra, en el departamento del Cesar, desde


donde se imaginó un cable aéreo que buscó también el Magdalena. Un cable
que conectara comercialmente al río con las altas tierras andinas de Norte de
Santander, hasta la lejana y aislada ciudad de Cúcuta. El sueño solo alcanzó
hasta Ocaña. Los restos de este proyecto están en ruinas y hoy son conside-
rados parte de nuestro patrimonio industrial. De nuevo, la conexión regional
con el río: de los Andes a las tierras bajas, ¿se han planteado mecanismos
transversales que permitan reactivar o continuar este intercambio de pisos
ecológicos, económicos y culturales?

En toda esta región coincide la preocupación de la merma cada vez ma-


yor de la pesca y su disminución total con los trabajos de navegabilidad del
río. Hay preocupación por la población flotante y desconocida que llegue a
hacer los trabajos, en los que los nativos no tienen oportunidad, por requerir
de mano de obra especializada.

Después de La Gloria encontramos El Banco, “viejo puerto”, lugar de gran


evocación y cuya tradición oral y musical está viva y potente, con aires de
cumbia representada por la mítica La piragua del compositor José Barros. En
una curva maravillosa formada por el río está el puerto de El Banco, donde
inicia el bajo Magdalena o el reino de las ciénagas, como la inmensa de Za-
patosa, de cerca de cuarenta mil hectáreas, que llega a través del río Cesar y
comunica, por intermedio de ella, a Chimichagua, Chiriguaná y Valledupar
con el nororiente del país. El río viajero, musical que se encuentra con las cié-
nagas y sube a la montaña. ¿Qué pasa con las ciénagas colmadas de trasma-
llos? ¿La recuperación del río no contempla el valioso y delicado ecosistema de
río-ciénaga donde está comprometida la vida de los peces?
Germán Ferro Medina | 17

Mompox no es un sueño
En El Banco el río se divide en dos ramales, el de Mompox y el de Loba, que
conduce hacia Magangué. El brazo de Mompox fue el cauce natural y prin-
cipal del río que a mediados del siglo diecinueve se fue secando; la mayoría
de su caudal tomó entonces por el brazo de Loba, hacia San Martín de Loba,
consolidando así la plaza comercial de Magangué.

Mompox es el corazón, el alma del Magdalena, y llegar a ella por él es una


experiencia espléndida para sentir el significado histórico que ha tenido el
río para Colombia, pero ahora ¡prácticamente imposible! A escasos 29 metros
sobre el nivel del mar, Mompox se constituyó, desde su temprana fundación
española, en la primera mitad del siglo dieciséis, en el puerto más importante
y estratégico del río para el control y desarrollo de la administración colonial,
junto con Cartagena y Honda.

El río perdió su navegabilidad para Mompox a mediados del diecinueve,


y los buques a vapor solo llegaban hasta El Banco para desviarse hacia Ma-
gangué. Desde entonces, a sus orillas no llegan los numerosos champanes que
navegaban por allí entre Cartagena y Honda y la convirtieron en el centro de
comercio, bodegaje y parada obligatoria de la Nueva Granada.

Me atrevería a decir entonces que quien no haya ido a Mompox no co-


noce ni comprende lo que significó el río en la construcción de la nación co-
lombiana. Este es un lugar potente de memoria y patrimonio mundial (desde
1995), al que hay que visitar una y otra vez para advertir y apreciar su legado.
Me pregunto, ¿qué lugar tiene Mompox en esta recuperación del río, cuando
las condiciones de navegabilidad comercial son casi imposibles por este bra-
zo? ¿Quedará por fuera de esta recuperación el centro histórico por excelencia
del río, cuyas gentes sufren aisladas el desempleo y ven pocas posibilidades de
futuro? Actualmente, su acceso es todo un laberinto que obliga a numerosas y
costosas conexiones. Algunos sueñan con que reabran el aeropuerto, cerrado
hace años.

Desde el arribo al puerto se advierte su profunda condición ribereña, su


urbanismo hispánico que se adaptó al lenguaje del río, sus bodegas e igle-
sias asomadas a un río peregrino y pagano. Los templos, así como su joyería,
la forja de sus ventanas y las mecedoras, se han elaborado en una delicada
filigrana, manufactura de alarifes, joyeros, forjadores y ebanistas que dejan
circular el calor y dan a Mompox un estilo único de gran valor cultural. Lo
|
18 ¿De qué hablamos cuando decimos que estamos recuperando el río Magdalena?

mismo que su Semana Santa mestiza, que recoge a todos los habitantes de
la depresión Momposina, y su gastronomía y su música de río. Me pregunto,
¿Mompox seguirá aislada en esta recuperación del río?

De allí se parte para pasar por las poblaciones de San Zenón y Santa Ana
y llegar a la boca de Tacaloa, donde los dos brazos se vuelven a juntar. El Mag-
dalena es otra vez un río vigoroso, alimentado aguas arriba por el brazo de
Loba, al que le han llegado las aguas de otros dos ríos importantes: el Cauca
y el San Jorge. En boca de Tacaloa estamos a 241 kilómetros de la desemboca-
dura, en medio de una llanura aluvial de innumerables ciénagas y pantanos.
Los nativos karibes llamaron a este sector del río Karihuaña, “agua grande”.
El Magdalena, un río nombrado y habitado por diversas culturas no es un río
homogéneo, ¿será que la recuperación lo contempla?

El canal del Dique, la salvación de Cartagena


Río abajo, una vez se deja la población de El Plato y se pasa por el corregi-
miento de Barranca Nueva y los municipios de Tenerife y Pedraza, entre otras
poblaciones, está el puerto fluvial y férreo de Calamar, desde donde es posible
tomar la desviación por el canal del Dique hacia Cartagena. El canal es una
obra de ingeniería colonial construida en 1650 para conectar a Cartagena con
el río Magdalena, asunto que fue y ha sido hasta la actualidad de vida o muer-
te para la ciudad de Cartagena.

Siguiendo la dirección a Barranquilla, a su desembocadura, conviene


resaltar la importancia del río para la ciudad de Cartagena, ya que una vez
que se logró la construcción y apertura del canal se convirtió en el principal
puerto fluvial de la Nueva Granada por más de dos siglos. El canal logró la
conexión de esta zona a través de una red infinita de caños y ciénagas. En
1571 se habían construido, igualmente, caminos de herradura hasta Mahates
y de ahí hasta Barranca del Rey, la actual Calamar. Más tarde, en 1894, se
construiría el ferrocarril en este mismo tramo de Calamar a Cartagena, con el
fin de conectar, a como diera lugar, Cartagena con el río. No obstante, el tren
dejó de pasar hace tiempo y Calamar, otrora un puerto estratégico, también
ha quedado en el olvido.

Desde el siglo diecisiete hasta hoy, en la zona se han hecho incontables


trabajos, y fue a mediados de siglo veinte que se logró un verdadero canal
del Dique, el cual se está rectificando y ampliando permanentemente, por
Germán Ferro Medina | 19

más de 100 kilómetros. Por el canal pasa todo el petróleo que se transporta
desde Barrranca. ¿Qué plan de recuperación o gestión o protección se plantea
para esta zona húmeda y pantanosa del canal, adonde se asoman poblaciones
como Santa Lucía, Mahates, Soplaviento o San Basilio de Palenque, que desde
su situación de precariedad ha mostrado al mundo sus excepcionales huellas
histórica, lingüística, política y cultural, siendo declarada entonces patrimonio
cultural inmaterial de la humanidad?

Barranquilla, la puerta de oro


Río abajo están la población de Zambrano, azotada por las grandes inunda-
ciones y la violencia que se enconó en su calles, y El Plato, evocadora del
relato oral y mítico de su población, en el que un hombre se volvió caimán,
signo inequívoco de la cultura anfibia de la zona, del intercambio de pesca
por agricultura y ganadería. Cruzamiento de formas de vida, unas veces de
río otras en tierra.

Toda la cultura creada en las tierras bajas y también medias y altas del
Magdalena viaja por el río para alimentar y llenar de fiesta y vida a la popu-
losa, pujante y cosmopolita ciudad de Barranquilla, que desde la segunda mi-
tad del siglo diecinueve, dada su ubicación estratégica en la desembocadura,
se tornó en un puerto fluvial, férreo, marítimo y aéreo de gran importancia
para el país. Su actividad comercial, portuaria e industrial mueve casi todas
las mercancías que salen de y entran al territorio colombiano por el Caribe.
Ha sido la rectora de la navegación por el río y uno de sus principales astille-
ros. En su vocación de abrir paso hacia el interior y el exterior del país se le
denominó, con razón, “puerta de oro de Colombia”. Todos los años, antes de
cuaresma, le devuelve al río y a sus gentes, con toda su alegría, un carnaval,
ahora también patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.

Pero Barranquilla ha abandonado el río, que no se ve ni está presente


en el diario vivir de sus gentes. El hotel El Prado es un hotel con memoria
que comunica una historia y evoca una época. El Prado hizo parte de esa
modernidad otorgada por el río y el gran desarrollo de la navegación y las co-
municaciones durante los años treinta, cuando se propuso una nueva ciudad
bajo modelos urbanísticos de planificación, arquitectura y servicios comple-
mentarios con la orientación de Karl Parrish. La huella de la ciudad pujante
se deja ver en los barrios alrededor del hotel, en la elegancia de esas casas de
muy variados estilos arquitectónicos, con grandes antejardines, numerosos
|
20 ¿De qué hablamos cuando decimos que estamos recuperando el río Magdalena?

adornos y un lujo que da cuenta de lo que Barranquilla fue durante esos años.
Barranquilla, ¿dónde está el río?

Llegamos a bocas de Ceniza, cuyo tajamar permite, desde 1935, entrar los
barcos por el propio delta del río hasta la ciudad. El Magdalena encuentra su
fin entregándole sus aguas al mar Caribe en un intercambio de colores y de
historias, mientras sus habitantes pescan con cometa. El río-testimonio fina-
liza aquí este largo viaje, mientras allá arriba, en el páramo, su nacimiento es
permanente, para que la historia continúe. ¿Qué historia permitirá la recupe-
ración del río?

Podríamos comenzar de nuevo desde el delta, en 1501, cuando las hues-


tes de Rodrigo de Bastidas avistaron la desembocadura del gran río. Era el 1
de abril, conmemoración de la conversión de María Magdalena, razón por
la cual le dieron este nombre, que lleva hasta hoy. Un nuevo hallazgo de ese
río, ya descubierto y ocupado por poblaciones desde hacía más de doce mil
años. Pocos años después, Pedro de Lerma (1531), Jerónimo de Melo (1531) y
Gonzalo Jiménez de Quesada (1536), asaltarían el río y remontarían su viaje
de conquista, río arriba. ¿Qué nuevo hallazgo, qué nuevo descubrimiento hará
esta recuperación del río, qué nueva historia tendrán sus gentes frente a esta
nueva conquista de encauzsamiento y dragado?

Bibliografía
Acevedo Latorre, Eduardo. 1981. El río grande de la Magdalena: apuntes
sobre su historia, su geografía y sus problemas. Banco de la República-
Biblioteca Luis-Ángel Arango. Bogotá.
_________ (ed.). 1968. Geografía pintoresca de Colombia. La Nueva Granada
vista por los viajeros franceses del siglo XIX. Litografía Arco. Bogotá.
Alemán Z., Carlos. 2010. En cada casa un piano. Trilce Editores. Bogotá.
Alvear S., José. 2005. Manual del río Magdalena. Cormagdalena. Bogotá.
Baena, Fernando, José Ramón Vergara. 1922. Barranquilla, su pasado y su
presente. Anales, efemérides y vida actual de Barranquilla. Banco Du-
gand. Barranquilla.
Banco de la República. 1963. Acuarelas de Mark: un testimonio pictórico de la
Nueva Granada. Banco de la República-Biblioteca Luis-Ángel Arango.
Bogotá.
Germán Ferro Medina | 21

Bejarano, Jesús Antonio (ed.). 1977. El siglo XIX en Colombia visto por histo-
riadores norteamericanos. Editorial La Carreta. Medellín.
Boy, Herbert. 1955. Una historia con alas. Ediciones Guadarrama. Madrid.
Camacho Roldán, Salvador. 1973. Notas de viaje. Tomo I. Banco de la Repú-
blica. Bogotá.
Castaño Uribe, Carlos. 2003. Río grande de la Magdalena. Banco de Occi-
dente. Cali.
Fals Borda, Orlando. 2002. Historia doble de la costa. 2a edición. Universidad
Nacional de Colombia-Banco de la República-El Áncora Editores. Bogotá.
Ferro Medina, Germán. 2010. Río Magdalena: navegando por una nación. 2a
edición. Museo Nacional. Bogotá.
_______ (inv.). 2005. Vida cotidiana, viajes y política en Antioquia y Caldas.
Mis memorias. Justiniano Macía. 1867-1955. Uniandes-Ceso. Bogotá.
_______. 1994. A lomo de mula. Bancafé-Fondo Cultural Cafetero. Bogotá.
Gómez Picón, Rafael. 1951. Magdalena, río de Colombia. 5a edición. Nuevo
Mundo. Bogotá.
Gómez Valderrama, Pedro. 1977. La otra raya del tigre. Siglo XXI Editores.
Bogotá.
Guzmán, Ángela Inés. 2002. Honda, la ciudad del río. Unibiblos, Universidad
Nacional de Colombia. Bogotá.
Lamilla Guerrero, Eloísa. 1996. Festival del río y el pescador de Puerto Bo-
gotá. Inventario de valoración de fiestas de Cundinamarca. Fundación
Erigaie. Bogotá.
Montaña, Antonio. 1996. A todo vapor. Editorial Nomos. Bogotá.
Murillo, Amparo, et al. 1993. Un mundo que se mueve como el río: historia
regional del Magdalena medio. Ican-Colcultura-PNR. Bogotá.
Noguera Mendoza, Aníbal. 1980. Crónica grande del río de la Magdalena.
Fondo Cultural Cafetero. Bogotá.
Pérez Ángel, Gustavo. 1977. Colgados de las nubes: historia de los cables
aéreos en Colombia. Bancafé. Bogotá.
Pérez Arbeláez, Enrique. 1949. Hilea magdalenesa: prospección económica
del valle tropical del río Magdalena. Imprenta Nacional. Bogotá.
|
22 ¿De qué hablamos cuando decimos que estamos recuperando el río Magdalena?

Plazas, Francisco de Paula. 1950. Villavieja, ciudad ilustre: aspecto histórico


y genealogías de Villavieja. Dirección de Educación Pública. Neiva.
Posada Carbó, Eduardo. 1989. “Bongos, champanes y vapores en la navega-
ción fluvial colombiana del siglo XIX”. Boletín Cultural y Bibliográfico.
21. Banco de la República. Bogotá.
Poveda Ramos, Gabriel. 1998. Vapores fluviales de Colombia. Tercer Mundo
Editores. Bogotá.
Rivera, José Eustasio. 1921. Tierra de promisión. Casa Arboleda y Valencia.
Bogotá.
Samper G., Diego, David E. Peñas, Alberto Corradine. 1995. Mompox, isla en
el tiempo. Diego Samper Ediciones. Bogotá.
Santamaría, Germán. 1986. Ambalema. Compañía Agropecuaria e Industrial.
Cali.
Useche Losada, Mariano (ed.). 1995. Caminos reales de Colombia. Fondo FEN
Colombia. Bogotá.
Vargas Motta, Gilberto. 1987. Breviario del Huila y otros escritos. Ediciones
Los Cámbulos. Neiva.

También podría gustarte