Gaceta: Sindical
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Reflexión y Debate
SINDICALISMO Y GLOBALIZACIÓN
ISBN: 84-87851-64-9
Depósito Legal: M-31045-2002
© Madrid, junio 2002
ÍNDICE
ACTUALIDAD/COYUNTURA
Huelga general, 20 junio. Rechazo social a una reforma que facilita el despido
libre y restringe derechos y prestaciones a los parados ........................................ 275
Documento. Extracto del Documento sobre globalización sometido a debate
por los responsabes de Política Internacional de la C.S.de CC.OO .................... 281
Isaías Barreñada Bajo ...................................................................................... 287
Palestina y Sahara Occidental, el fracaso de la razón internacional
AUTORES
Ramón Alós
Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona
Isaías Barreñada Bajo
Politólogo, miembro de la Secretaria de Política Internacional de CC.OO.
Carlos Berzosa
Catedrático de Economía de la Universidad Complutense
Cecilia Castaño Collado
Catedrática de Economía Aplicada de la Universidad Complutense
Manuel Castells
Profesor de la Universidad Oberta de Cataluña. Catedrático de Sociología y Planificación
Urbana y Regional de la Universidad de California
Vicente Donoso
Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Compluetense. Director del Depar-
tamento de Análisis Económico Internacional (Instituto Complutense de Estudios Interna-
cionales)
Javier Doz
Secretario de Política Internacional de CC.OO
John Evans
Secretario general del Comité Asesor Sindical ante la OCDE
Miguel Angel García Díaz
Economista. Gabinete Técnico Confederal de CC.OO.
Agustín García Laso
Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Salamanca
Juan Carlos Jiménez
Coordinador de la Secretaría de Política Internacional de CC.OO.
Julián Jiménez
Secretario general de la Federación de Comunicación y Transporte de CC.OO.
Pere Jódar
Profesor de Sociología de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona
Alfons Labrador
Miembro del Consejo Confederal de CC.OO. Coordinador del Foro Social de Barcelona
Juan Moscoso del Prado y Hernández
Profesor asociado de Economía de la Universidad Carlos III de Madrid
Albert Recio
Profesor de Sociología de la Universidad de Barcelona
Miguel C. Rodríguez-Piñero Royo
Catedrático de Derecho del Trabajo y Relaciones Laborales de la Universidad de Huelva
Solidaridad internacional ante la
globalización
“Nos hallamos ante situaciones relativamente novedosas y profundas, que dejan a sus
autores con el poco margen de sugerir tan solo algunas interrogantes, cumpliendo la expec-
tativa de ordenar el debate”. Así comienza el texto de uno de los autores que colaboran en
este número. Palabras que con toda lógica pueden iniciar esta introducción.
En la globalización, etapa actual en el desarrollo de la economía capitalista, se combi-
nan e interrelacionan factores diversos; entre otros, el alto grado alcanzado por las nuevas
tecnologías, especialmente en el campo de la información, la capacidad operativa del capi-
tal financiero, la desregulación de los mercados que caracterizan la época neoliberal, con
el correspondiente incremento de poder de las empresas multinacionales, las nuevas
estructuras de las empresas, entre cuyos rasgos destacan la”subcontratación o deslocaliza-
ción de actividades” (empresas red). En el interior de este número se analiza desde diver-
sos ángulos y especialidades esta mundialización de la economía; análisis, ni siquiera hay
que decirlo, no exhaustivo.
Como algunos autores hacen notar, la integración en sí misma no es recusable; incluso,
podría contribuir al incremento de la riqueza y el bienestar de los pueblos, al fortaleci-
miento de sus derechos y libertades democráticas. Pero esta posibilidad de mejora de las
condiciones tanto económicas como sociales y humanas a que la integración podría dar
lugar, está lejos, como se señala en las páginas que siguen, de ser una realidad. Antes al
contrario, con la economía global, aun sin haber alcanzado el cenit que sus teóricos pre-
conizan, se han incrementado las desigualdades entre los pueblos, ha aumentado el
número de pobres tanto en los países del Norte como del Sur. En la U.E. ha aumentado
el desempleo; en USA la pérdida de poder adquisitivo de los salarios hay que unirla a la
drástica reducción de los derechos sociales. En todas las latitudes, además, se originan o
aumentan problemas tales como la como la deslocalización de empresas, los trabajos pre-
carios o la movilidad de los trabajadores. Una consecuencia, a veces silenciada de la glo-
balización es, como se señala en el interior de este número, la destrucción de tejido pro-
ductivo en países del Sur, efecto de la política de las multinacionales. El mercado por sí
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INTRODUCCIÓN
mismo, tanto da que sea nacional como global, solo atiende a la consecución de benefi-
cios. Hay que añadir que problemas preexistentes permanecen o aumentan con la globa-
lización: discriminación de la mujer, marginación y explotación de los inmigrantes, la
explotación infantil...
Es esta realidad la que ha llevado a dirigentes de numerosas organizaciones sindicales a
denunciar la globalización en su forma actual como un peligro grave para los trabajadores
y para el movimiento sindical. Enzo Friso, ex secretario general de la CIOSL, hombre de
reconocido prestigio y talante democrático, avalado por años de lucha contra las desigual-
dades sociales y las dictaduras políticas, señalaba que la “raíz de la mundialización”, el
“Fondo Monetario internacional y el Banco Mundial han provocado una competencia
económica basada en menores costes sociales y en el dumping social, confrontando entre
sí directamente a países con diverso grado de desarrollo social o a países socialmente ade-
lantados con otros muy atrasados en ese campo. Con ello provocaron un proceso de nive-
lación hacia abajo de las condiciones de trabajo y de las condiciones sociales en general”1
Recuerda así mismo Friso la estrategia de desindicación llevada a cabo por políticas no leja-
nas en USA, “la lucha abierta contra el sindicalismo no solo en USA sino en todo el mundo.
Y añade el dirigente sindical: “En el sector privado se contrataron asesores especializados
para desembarazarse de los sindicatos”
El Derecho del Trabajo, garante jurídico de la arquitectura social, uno de los grandes
logros de los países más avanzados de Europa, “ se ve especialmente afectado por la globa-
lización”. La “rigidez” del mercado laboral, una de las obsesiones de gobernantes, empre-
sarios y teóricos del neoliberalismo, es considerada consecuencia de ese derecho garan-
tista. De ahí que aun respetando, teóricamente al menos, otros aspectos del Estado de Bie-
nestar, el neoliberalismo no puede ocultar cierta desazón en lo que atañe a los derecho
laborales. Precisamente la U.E., entre otros retos ante la globalización, tiene el de mante-
ner y extender el modelo social europeo, legalmente protegido por el Derecho del Trabajo.
En el interior de este número se enumeran algunas propuestas para darle un carácter
positivo a la globalización o cuando menos para combatir sus efectos más perversos, desde
la tasa Tobin, que permitiría disponer de cien mil millones de dólares anuales para ayudar
a los países en vías de desarrollo, hasta medidas especificas sindicales como la organización
de sindicatos internacionales de empresas asimismo internacionales.
1 Enzo Friso : “Los efectos de la globalización en el empleo y la vida social” Ambitos, nº 1 Diciembre 1998.
Fundación F. Largo Caballero. Madrid
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INTRODUCCIÓN
Especial mención merece la solidaridad internacional. Una de las notas, que por su repe-
tición parece constituir un rasgo esencial de la economía global, es la “competitividad”.
Como se dice en las páginas que siguen, la competitividad intenta sustituir a la solidaridad
en el interior de las empresas. Esta constatación exige de los sindicatos una labor que otras
organizaciones, entre ellas los partidos políticos, no pueden desarrollar en toda su dimen-
sión. Más allá de las clases, incluso de la adscripción política, la solidaridad es un impera-
tivo ético. Sin este imperativo es difícil alcanzar, por más que se enuncie en discursos o pan-
fletos, la igualdad, la redistribución o la justicia, tan necesarias hoy para combatir el ham-
bre y la exclusión de gran parte del mundo.
Los sindicatos han de llevar al límite esta solidaridad que ya no basta que esté en sus decla-
raciones o en sus estatutos. Hoy, lo que afecta a un trabajador o a un ciudadano de Indone-
sia o de Brasil afecta a todos los trabajadores del mundo. La lucha por la extensión de los dere-
chos sociales y laborales concretos, que dadas las políticas imperantes en los países del Norte,
sin distinción de signo, y las instituciones económicas internacionales, solo pueden desarro-
llar los sindicatos, es el mejor modo, si no el único, de extender a escala global los derechos
ciudadanos y democráticos. La solidaridad internacional de los trabajadores con los trabaja-
dores de cada país en la defensa de sus empleos, sus salarios, sus derechos... solo la pueden
impulsar y realizar los sindicatos. Esta solidaridad, llevada a la practica de la acción sindical,
es esencial en la lucha contra las peores consecuencias de la globalización de la economía.
En el Congreso de Durban, último de la CIOSL, en el que como es lógico los problemas
de la globalización ocupan gran parte de sus conclusiones, se señala que es el movimiento
sindical, tanto en el ámbito internacional como en el de los sindicatos nacionales, quien ha
de luchar para que los derechos fundamentales de los trabajadores se extiendan a todos los
lugares del mundo. Como con insistencia se viene repitiendo, la mundialización de la eco-
nomía exige la mundialización de los derechos sociales y ciudadanos.
José María Fidalgo, secretario general de Comisiones Obreras, decía en la Cumbre sin-
dical iberomericana, celebrada en la Ciudad de Panamá en octubre de 2000, que el “mer-
cado ha sido incapaz de construir sociedades democráticas y por lo tanto estables. [...] Por
ello hemos dicho que la globalización económica para ser ingrediente de progreso debe
desarrollarse con una globalización de los derechos y la construcción de instancias demo-
cráticas transnacionaless, que en el plano de lo política redistribuyan la riqueza generada
por la ampliación de los mercados, las innovaciones tecnológicas y el crecimiento econó-
mico.” Y subraya en el mismo foro que para “actuar en la extensión de los derechos labo-
rales y sociales es imprescindible la existencia de organizaciones sindicales supranaciona-
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MARCELINO CAMACHO
les, de ámbito regional y mundial...” Es asimismo necesario, añadía Fidalgo, que los sindi-
catos consigan que las decisiones de la OIT, institución que protege los derechos de los
trabajadores, tengan el mismo carácter vinculante y fuerza que las de la OMC y otras orga-
nizaciones mundiales de rango más o menos oficial.
Como en los número anteriores, recordamos que de las opiniones e ideas que integran
este número solo son responsables sus autores, a los que desde GACETA SINDICAL agra-
decemos su prestigiosa y desinteresada colaboración. Agradecimiento que hacemos exten-
sivo a la Dirección de la Fundación 1º de Mayo, por su participación en la realización de
este número.
M. M.
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CARLOS BERZOSA
Introducción a la globalización
Alfonso R. Castelao, Si, si, pero a xente vaise, 1923. Publicado en «Galicia», 9-X-1923
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CARLOS BERZOSA
lado dará paso progresivamente a uno menos regulado, entrándose en un período econó-
mico de corte neoliberal. La globalización es, por lo dicho, una fase que corresponde al
capitalismo neoliberal que se manifestará en el plano mundial y dentro del espacio interior
de cada estado-nación. El capitalismo global está suponiendo asimismo la intensificación
del comercio, pero lo que resulta más relevante destacar, como una fase que se diferencia
de las anteriores, es la hegemonía adquirida por el capital financiero y la creciente concen-
tración del poder económico vinculada a la expansión de las empresas trasnacionales y la
fusión y/o compra de unas empresas por otras.
El capitalismo neoliberal y el predominio de las finanzas internacionales serán, por
tanto, los rasgos más distintivos de esta fase, que también viene acompañada por una inten-
sificación del comercio y de las inversiones de capital de inversiones directas, como resul-
tado de la progresiva liberalización que está teniendo lugar en todas las esferas de la econo-
mía. Esto cambia las formas concretas que asume la acumulación sobre otros períodos
anteriores. La presencia de las empresas multinacionales en el escenario internacional, que
no es nueva, aumenta a escala global y así sucede con la concentración y centralización del
capital. Todo ello conduce a una gran concentración de la riqueza en pocas manos y una
creciente polarización.
La liberalización económica favorece la creación de un mercado global, de bienes y
capitales, aunque siga habiendo trabas de diversa índole, pero que se pretenden ir, progre-
sivamente o de forma brusca, eliminando. De este modo, las empresas multinacionales y
la circulación de mercancías se mueven más a sus anchas a lo largo del mundo que lo que
pudieron hacer en las décadas correspondientes a los años dorados del crecimiento, y en los
que la regulación e intervención eran mayores que ahora. Esto significa que, en el período
en el que nos encontramos, se refuerza el poder del capital y se debilita el del trabajo.
Ahora bien, lo que conviene subrayar es que, dentro de los diferentes mercados exis-
tentes, en el que más se ha avanzado en la creación de un mercado único es en el del dinero.
Éste se desenvuelve a escala planetaria, a lo que denominamos globalización financiera. Es
en este ámbito financiero en donde se ha avanzado más en el proceso de la globalización,
pues, si bien resulta evidente que ésta se encuentra también relacionada con la extensión
del mercado mundial a los bienes, servicios y capitales, ha sido en la esfera de las finanzas
en donde más lejos se ha llegado.
La consecuencia de todo esto está a la vista. Ha aumentado el componente especula-
tivo a la par que la inestabilidad. Los años noventa han sido testigo del desencadenamiento
de graves crisis monetarias. En primer lugar, se produjo la crisis que afectó al sistema mone-
tario europeo y que duró desde septiembre de 1992 hasta agosto de 1993, que supuso la
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INTRODUCCIÓN A LA GLOBALIZACIÓN
salida del sistema de la libra esterlina y la lira, y tres devaluaciones de la peseta en un corto
período. En segundo lugar, la crisis mexicana de 1994, que dejó a este país sin reservas, se
extendió a todo América Latina y repercutió en el resto de países, hasta el punto de que
España devaluó por cuarta vez. En tercer lugar, la crisis asiática que estalló en agosto de
1997 y que ha tenido incidencias en otras partes del mundo, principalmente en América
Latina. Por último, la grave crisis argentina pone de manifiesto los graves males que está
provocando la globalización financiera, sobre todo en los países de desarrollo intermedio
y bajo.
Todas estas crisis se han saldado con pérdidas, no sólo de reservas monetarias y de recur-
sos de pequeños ahorradores, sino que han necesitado para su salida el llevar a cabo ajustes
económicos, que en los países menos desarrollados han sido muy dañinos para los más
pobres y vulnerables, como mujeres, niños y personas de edad avanzada. Las crisis finan-
cieras han venido, pues, acompañadas de tremendos costes sociales como consecuencia del
auge que ha adquirido este mercado autorregulado y sin ningún tipo de control.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) se ha quedado sin capacidad para regular,
estabilizar y prever el surgimiento de las crisis. Su intervención se produce siempre a pos-
teriori y la mayor parte de las veces con sus actuaciones en lugar de apagar el fuego lo
enciende aún más, por lo menos para los pobres y necesitados.
Además de lo dicho, hay que añadir que la globalización financiera está fortaleciendo
el poder de los grandes grupos económicos y fomentando la desigualdad. Todo lo cual
viene acompañado de una mayor concentración de las grandes empresas trasnacionales,
cuyo peso crece en el escenario internacional.
Ahora bien, dicho esto, lo que conviene es preguntarse acerca de si realmente este pro-
ceso que estamos describiendo es realmente novedoso o hay, por el contrario, precedentes
históricos. Hagamos algunas consideraciones a este respecto.
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CARLOS BERZOSA
gran imperio y compartía con él algunas características. Pero era algo diferente y nuevo. Era
un tipo de sistema social que el mundo en realidad no había conocido anteriormente, y que
constituye el carácter distintivo del moderno sistema mundial. Es una entidad económica
pero no política, al contrario que los imperios, las ciudades- estado y las naciones- estado.
De hecho, comprende dentro de sus límites imperios, ciudades- estado y las emergentes
naciones-estado. Es un sistema mundial, no porque incluya la totalidad del mundo, sino
porque es mayor que cualquier unidad jurídicamente definida. Y es una economía-mundo
debido a que el vínculo básico entre las partes del sistema es económico. Antes de este
tiempo, hubo otras economías-mundo, pero acabaron convirtiéndose en imperios, como
el chino.
La economía-mundo se forma en aproximadamente un siglo, entre los años 1430 y
1540, que es cuando los mercaderes, navegantes y conquistadores europeos exploran las
costas de África, consiguen bordear el continente y hacerse con el control del comercio
indo-arábigo del océano Índico, avanzan hacia China y Japón, y descubren el continente
americano.
En los siglos en los que tuvo lugar la disolución del feudalismo y la emergencia del
nuevo orden capitalista, la economía europea se expandió a lo largo de prácticamente todo
el mundo, mostrando una vocación ya por entonces muy internacional. El origen del capi-
talismo está relacionado con una expansión económica mundial, que fue muy relevante
para la época. Esta economía-mundo es precapitalista, pero aquí ya se encuentra el germen
del nuevo modo de producción. No obstante, conviene matizar de acuerdo con Polanyi
que, hasta la Revolución Industrial, la institución de mercado, aunque existiera desde anti-
guo, sólo desempeñó una función secundaria en la vida económica de las diferentes civili-
zaciones. Se daban, por tanto, en esta época de gran expansión comercial internacional,
mercados locales, pero el mercado interior de los estados-nación estaba poco desarrollado.
No había una articulación entre los pequeños mercados locales y el gran comercio, el cual,
además, representa una mínima parte de los intercambios. Para Polanyi, la implantación
del mercado como dominante en las relaciones económicas de intercambio fue debida a
una acción del estado y se alcanza con la Revolución Industrial.
Entre el siglo XV y la Revolución Industrial tenemos un fenómeno de mundialización,
aunque no adquiere aún las condiciones de acumulación capitalista, sino que representa
una transición entre el viejo orden que se resiste a morir y la emergencia de otro que venía
imponiéndose con cierto empuje. Esta mundialización se desenvuelve principalmente en
el intercambio de mercancías.
Una vez iniciado el proceso industrializador, un buen ejemplo de lo que es la vocación
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INTRODUCCIÓN A LA GLOBALIZACIÓN
de extenderse a escala mundial del sistema capitalista nos lo ofrecen Marx y Engels en El
Manifiesto Comunista de 1847:
«Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la bur-
guesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en
todas partes, crear vínculos en todas partes.
Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cos-
mopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento
de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas indus-
trias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son
suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital
para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias pri-
mas nacionales, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo,
y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del
globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales,
surgen necesidades nuevas que reclaman para su satisfacción productos de los paí-
ses más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento y
de la autarquía de las regiones y naciones, se establece un intercambio universal, una
interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción
material como a la intelectual.»
De modo que, Marx y Engels, ya perciben con suma claridad la existencia de un mer-
cado global de mercancías en el siglo XIX, a la vez que nos muestran cómo la acumulación
capitalista, por lo que concierne a la provisión de mercancías como a la realización de éstas,
necesita una base mundial y no sólo nacional. A mitad del siglo XIX, la internacionaliza-
ción del capital no se había dado, sino que llega más tarde, a fines del siglo XIX y princi-
pios del XX. Esta época que corresponde al imperialismo, a la que ya hemos hecho refe-
rencia, supone una intensa globalización, alcanzándose cotas bastantes elevadas tanto en la
circulación de mercancías y de capitales, y que es el precedente más cercano al de ahora,
aunque hubiera diferencias notables con lo que sucede en la actualidad. Esta fase fue ana-
lizada por Hobson, Hilferding, Rosa Luxemburgo, Bujarin y Lenin.
Posteriormente, la globalización sufre una regresión, como consecuencia del estallido
de la Primera Guerra Mundial, la Gran Depresión de los Treinta y la Segunda Guerra Mun-
dial. Después de acabado este periodo trágico y de barbarie, se inició el gran crecimiento
económico, pero éste se sustentó, en gran parte, en el mercado interior, aunque la econo-
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CARLOS BERZOSA
La globalización actual
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INTRODUCCIÓN A LA GLOBALIZACIÓN
como en la defensa a ultranza que desde estos principios se ha hecho de la existencia de los
paraísos fiscales, como un lugar de refugio del capital ante las excesivas imposiciones exis-
tentes en los países, los cuales lo que tienen que hacer es precisamente bajar impuestos para
estimular la inversión. No obstante, como se ha podido constatar en los hechos más recien-
tes del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, los paraísos fiscales se han vuelto contra
el propio sistema y han puesto de manifiesto su propia vulnerabilidad. Ha sido un aten-
tado de esta naturaleza, con las consecuencias tan trágicas que ha llevado consigo, lo que
parece que está haciendo reaccionar a los grandes poderes mundiales en establecer contro-
les sobre el dinero de los terroristas, y en poner cerco a los paraísos fiscales.
La excesiva desregulación financiera ha podido traer algunas ventajas, pero los efectos
negativos las han superado notablemente. Es por esto por lo que desde determinadas posi-
ciones se clama por una regulación de un mercado que se ha mostrado como altamente
inestable y con elevados componentes especulativos. Las proposiciones que se hacen son
variadas, pero tal vez convenga subrayar, por la importancia que está adquiriendo, la nece-
sidad de implantar una tasa sobre las transacciones financieras, conocida como tasa Tobin,
pues fue este economista, premio Nobel de economía, quien la propuso en los años setenta.
Por lo que concierne al resto de los componentes que intervienen en la globalización,
libertad creciente de la circulación de mercancías y de capitales, hay que señalar que, lejos
de beneficiar a la economía en su conjunto, están contribuyendo a la polarización y al desa-
rrollo desigual. La razón es clara, la creciente fuerza que está adquiriendo el mercado va en
detrimento de los mecanismos de intervención, tanto en el plano interno, debido a que el
estado-nación se debilita ante la creciente importancia que adquieren los grandes poderes
económicos y financieros, como en el plano internacional, en el que no existen institucio-
nes reguladoras de intervención y de regulación.
La brecha entre los países ricos y los pobres se agranda con el paso del tiempo. Estas
grandes diferencias no son nuevas y conviene especificar esto para no creer que la gran desi-
gualdad actualmente existente tiene como causa principal la globalización. Myrdal (1957),
ya en esta década de los años cincuenta, enfocaba su estudio Teoría económica y regiones sub-
desarrolladas, un clásico de la literatura sobre el desarrollo económico: «En el problema de
las muy grandes, sostenidas y crecientes desigualdades económicas que existen entre los
países desarrollados y los subdesarrollados. Aun cuando estas desigualdades y su tendencia
a crecer son notorias realidades, y a pesar de que son la causa básica de la tensión interna-
cional en el mundo actual, no se tratan generalmente como un problema central por la lite-
ratura del subdesarrollo y desarrollo».
Por su parte, Tinbergen, otro premio Nobel de economía, al igual que Myrdal, pero en
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CARLOS BERZOSA
este caso hay que subrayar que fue el primero que se concedió conjuntamente con Schultz,
en su libro Planificación del desarrollo (1967) pone el énfasis en la misma cuestión: «Desde
hace algún tiempo es objeto de preocupación por parte de los políticos del mundo entero
el desnivel existente entre el bienestar de las naciones ricas y el de las naciones pobres. Mien-
tras los países técnicamente desarrollados han ido ganando en prosperidad, y ello a un
ritmo, estos últimos años, cada vez más acentuado, la mayor parte de los países africanos,
asiáticos y sudamericanos han tropezado con ingentes dificultades para mejorar su nivel de
vida». Usa un estudio comparativo del profesor Zimmerman para señalar, en primer lugar,
que se da un acusado desnivel entre la renta per cápita de los países desarrollados y la corres-
pondiente a los países subdesarrollados, y los datos indican, en segundo lugar, que este des-
nivel va en aumento. Como vemos, por tanto, el problema no es nuevo y la tendencia hacia
una mayor desigualdad estaba ya presente en los años cincuenta y sesenta.
En los mismos términos se expresa Sampedro (1972): «Este foso, para empezar, es grande.
Como vimos, el afroasiático medio vive con un ingreso casi cuarenta veces menor que el esta-
dounidense. Pero con ser grave este hecho, hay todavía algo peor: el agrandamiento progresivo
de la distancia». Por lo que se puede deducir que lo que sucede actualmente no es sino el
agravamiento de la tendencia que se venía dando con anterioridad, aunque la globalización
profundice más en el problema de las graves diferencias.
La razón principal de este hecho es que, como dice muy bien Myrdal, normalmente el
juego de las fuerzas de mercado tiende a aumentar, más bien que a disminuir, las desigual-
dades. Los países avanzados después de la Segunda Guerra Mundial lograron con la apli-
cación de políticas keynesianas y la expansión del Estado del bienestar atenuar las grandes
desigualdades que el sistema capitalista genera. Pero estos mecanismos de redistribución
no existen a escala internacional, y apenas se dan en los países subdesarrollados. Los países
pobres se caracterizan también por grandes diferencias verticales, y dentro de cada uno de
ellos son realmente notables. Esto hace que la desigualdad mundial sea aún mayor de la que
tiene lugar entre países.
Myrdal (1957) hizo un análisis en el que planteaba que las fuerzas del mercado genera-
ban mayor divergencia entre las economías como en el interior de éstas. Se provocaba una
causación circular, de modo que la riqueza generaba más riqueza y la pobreza a su vez
pobreza. La única manera de resolver esta espiral perversa era introduciendo mecanismos de
intervención pública de diversa índole. Así, se ha hecho en los países ricos, con las políticas
regionales, sistemas fiscales progresivos y de gasto público dirigidas a los sectores y regiones
menos favorecidos. En la Unión Europea también se dan mecanismos de compensación con
los fondos estructurales y de cohesión. Pero estas políticas, hoy en día en cierta decadencia,
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INTRODUCCIÓN A LA GLOBALIZACIÓN
apenas existen en los países menos desarrollados y son inexistentes a escala internacional. La
globalización, que es el triunfo del mercado frente a las instituciones, provoca mayor dispa-
ridad, tanto en el interior de los países ricos como entre los países.
El comercio internacional no genera beneficios para todas las partes que intervienen
en las transacciones, tal como expone, por lo general, la teoría económica convencional,
sino que existe un intercambio desigual, tal como han puesto de manifiesto las teorías hete-
rodoxas (Berzosa,1993), y, por tanto, lo que se fomenta con la defensa del libre comercio
es la perpetuación cuando no el aumento de la desigualdad de esas relaciones. Además,
aunque a estas conclusiones se puede llegar desde planteamientos teóricos y empíricos,
tiene lugar en la realidad actual el hecho de que los países desarrollados suelen ser bastante
proteccionistas en lo que concierne a la importación de productos básicos agrícolas y mine-
ros, cuando compiten con la producción de sus países, mientras que fuerzan a los países
menos desarrollados a abrir sus mercados para que penetren con mayor facilidad las mer-
cancías procedentes del Norte rico. Se da una asimetría en el plano de los hechos reales que
dificulta el desarrollo de los países más pobres y que basan sus exportaciones principal-
mente en productos primarios.
Las ventajas del libre mercado no son tan evidentes, pues no es una situación en la que
se producen transacciones económicas entre iguales, como nos suelen describir los manua-
les al uso más habituales en las enseñanzas de la economía, sino que el intercambio tiene
lugar entre desiguales, tanto entre los individuos que acuden al mismo para satisfacer sus
necesidades, pero que lo hacen con muy diferentes niveles de ingresos, como entre los ofe-
rentes, en los que los de mayor poder tienen más posibilidades de llevarse el gato al agua.
El mercado es la libertad del dinero y del poder.
En esta desigualdad de oportunidades destaca el inmenso poderío del que gozan las
grandes empresas multinacionales, cuya actividad productiva, financiera, de comerciali-
zación y de venta, se desenvuelve en el mundo aprovechándose de las ventajas comparati-
vas de los países. No son estas empresas factores siempre de progreso, sino que abusan del
gran poder del que gozan ante los gobiernos y consumidores. La gran concentración de
poder no tiene factores de compensación a escala global, pues mientras estas empresas fun-
cionan a lo largo de todo el mundo, los sindicatos lo hacen a escala nacional. Estas empre-
sas, que tienen una gran capacidad organizativa y tecnológica, y no se puede negar la con-
tribución que hacen al crecimiento económico, no obstante, en bastantes casos, son gran-
des contaminadoras del medio ambiente, se aprovechan del trabajo infantil en los países
pobres y presionan a los gobiernos para que introduzcan políticas liberalizadoras, que
vayan en su propio beneficio.
GACETA 21 SINDICAL
CARLOS BERZOSA
GACETA 22 SINDICAL
INTRODUCCIÓN A LA GLOBALIZACIÓN
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Berzosa, C. (1993):«El comercio internacional, ¿beneficioso o perjudicial para el Tercer Mundo» en Gonzá-
lez, S. (coordinadora): Organización Económica Internacional, Mc Gras Hill, Madrid.
Myrdal, G. (1957): Teoría económica y regiones subdesarrolladas, Fondo de Cultura Económica, México, 1959.
Polanyi, K. (1944): La Gran Transformación, Juan Pablos editor, México, 1975.
Sampedro, J.L. (1972): Conciencia del subdesarrollo, Salvat, Barcelona.
Sampedro, J.L. y Berzosa, C. (1996): Conciencia del subdesarrollo veinticinco años después, Taurus, Madrid.
Tinbergen, J. (1967): Planificación del desarrollo, Guadarrama, Madrid.
Wallerstein, I, (1979): El moderno sistema mundial, Siglo XXI, Madrid.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
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Arriola, J. y Guerrero, D. (2000): La nueva economía de la globalización, Universidad del País Vasco, Bilbao.
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Martínez Gónzalez- Tablas, A. (2000): Economía política de la globalización, Ariel, Barcelona.
Martínez Peinado, J. (1999): El capitalismo global, Icaria, Barcelona.
Vidal Villa, J.M. (1996): Mundialización, Icaria, Barcelona.
GACETA 23 SINDICAL
MANUEL CASTELLS
* Conferencia pronunciada por el profesor Castells en la Escuela de Verano de CC.OO. en julio de 2001
F. Todó, Corda tibant, aguafuerte en Dotze temes de circ, 1959-1984 (color invertido)
GACETA 27 SINDICAL
MANUEL CASTELLS
de sociedad que está produciendo, y a partir de ahí analizaré la relación entre nuevas tec-
nologías y empleo.
Analizaré la transformación del proceso de trabajo en sí mismo. Analizaré, entonces, la
emergencia del empleo flexible y trataré de situar el porqué. Me referiré brevemente a la
relación entre globalización y trabajo. Y terminaré por algunas reflexiones sobre las nuevas
relaciones entre trabajo, sistema de economía de información y Estado del Bienestar.
Era de la Información no es simplemente un cambio tecnológico. Es la combinación
de una serie de procesos que juntos están constituyendo un nuevo tipo de economía y de
sociedad.
Es una serie de procesos que, en su conjunto, se caracterizan por estar centrados en un
nuevo tipo de tecnologías de información que permiten, que son la base, la infraestructura
de lo que es la nueva forma de realización económica y social, como las tecnologías de la
Revolución Industrial permitieron la emergencia de la sociedad industrial, tanto en su
variante capitalista como en su variante socialista.
Estas tecnologías son fundamentalmente las tecnologías de tipo microelectrónico y en
último grado, hoy día, sobre todo, Internet como forma de organización de la comunica-
ción. Estas tecnologías no son las que causan los nuevos procesos. Pero, sin estas tecnolo-
gías no podría existir ni la globalización ni las nuevas formas de realización económica y
social. Por tanto son una condición necesaria, pero no suficiente.
Las transformaciones sociales vienen de otros factores económicos, políticos, cultura-
les. Pero, estas nuevas tecnologías son las que han permitido la emergencia de esta nueva
economía, y nueva sociedad. Que en términos de la relación entre economía - sociedad y
organización del trabajo, yo resumiría fundamentalmente en tres grandes rasgos. El pri-
mero es que la productividad y la competitividad de empresas, personas, regiones, países
dependen fundamentalmente de la capacidad de generación de conocimiento y procesa-
miento de la información. Esto es fundamental. Esto no quiere decir que haya desapare-
cido el capitalismo, más bien no, estamos por primera vez en una economía que en todo el
planeta es capitalista, por primera vez en la historia de la humanidad. Pongamos aparte, y
sólo parcialmente, Cuba y Corea del Norte. Estamos en una economía capitalista global.
Pero es un capitalismo de tipo nuevo, en-que. lo fundamental, la forma en como se genera
valor y como se compite y se produce, depende esencialmente de esta capacidad de gene-
ración de conocimiento y procesamiento de información en base a las nuevas tecnologías.
En segundo lugar, es una economía global. Global no quiere decir que todos los proce-
sos sean globales, pero son globales aquellas actividades económicas fundamentales tales
como la circulación de capital, la organización de la producción, la organización de la ges-
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tión, la tecnología, la ciencia, los principales mercados, esto está organizado en circuitos
globales.
En realidad, el trabajo no es global, el trabajo en general es local. Se calcula que más o
menos un 90% de los puestos de trabajo en el mundo son locales y regionales. Pero el capi-
tal es global. La organización de la producción es global. Por tanto, aquí hay una disocia-
ción en que el trabajo y por tanto las personas son locales, mientras, excepto una elite pro-
fesional, mientras que la organización de la producción es global, y aquí hay una de las pri-
meras contradicciones en el sistema productivo en que nos encontramos.
Y, en tercer lugar, algo que me parece muy directamente relacionado con lo que vamos
a analizar hoy, la organización de las empresas, la organización del trabajo, la organización
de la economía tiene, se hace, fundamentalmente en redes: pero en redes de información
activadas mediante intercambió electrónico y, cada vez más, en torno a Internet.
Esto quiere decir, por ejemplo, que las empresas, las grandes empresas cada vez más fun-
cionan de forma descentralizada con sus unidades, sus divisiones muy autónomas organi-
zándose en red. Que las pequeñas y medianas empresas se organizan en redes de coopera-
ción para añadir una masa crítica de recursos que les permita movilizar esos recursos en su
estrategia competitiva. Que luego, estas pequeñas y medias empresas trabajan en relación
con segmentos de las grandes empresas, con unidades de las grandes empresas, y en fin estas
grandes empresas, cada departamento de división coopera con otras, formando en cierto
modo acuerdos estratégicos para líneas de mercado, para líneas de producto, para tecnolo-
gías determinadas. Y estos acuerdos cambian constantemente, con lo cual si bien la pro-
piedad del capital y la gestión del capital en ese último término la unidad de gestión y de
acumulación es la empresa.
Pero la práctica operativa de la empresa no se produce en la propia empresa, sino en pro-
yectos empresariales en los que contribuyen distintos segmentos de distintas empresas cada
uno con sus trabajadores, con lo cual los que realmente contratan trabajadores, que utili-
zan y despiden en su caso, no son empresas como tales cada vez más sino proyectos forma-
dos por distintos segmentos de distintas empresas.
Esto cambia extraordinariamente la organización del trabajo y del empleo. En cierto
modo, esta idea de la red ya existía desde hace mucho tiempo. Es muy vieja, pero no podía
operar más allá de una cierta complejidad, porque no había la tecnología capaz de que ope-
rara.
Es decir, Internet permite a la vez centralizar la decisión, la programación estratégica de
la empresa y descentralizar, autonomizar la ejecución, y por consiguiente es una forma muy
flexible que permite integrar elementos y recursos en el proceso de producción y, al mismo,
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autonomizar los procesos de decisión. Más aun, la red permite una relación directa con el
mercado, con los consumidores, con los clientes, y una relación directa con los proveedo-
res. Con lo cual, una empresa, hoy día hay que concebirla como red de redes.
Y en esa red de redes es donde los trabajadores reciben distintas asignaciones, distintas
tareas, distintos empleos en función de lo que las empresas deciden en cada momento. Esto
tiene consecuencias considerables.
Este modelo de organización en red es claramente superior en términos de competiti-
vidad y de eficiencia, pero al mismo tiempo plantea considerables problemas sociales. Y de
estabilidad no solamente social sino económica. En todo caso es el modelo emergente; es
el modelo que se está desarrollando en todo el mundo y, en cierto modo, sustituye al que
fue el gran modelo de organización de la economía industrial, la fábrica, la gran corpo-
ración.
La gran empresa verticalmente organizada, esta fábrica, esta gran corporación pierde
capacidad competitiva con respecto a redes ágiles de redistribución de recursos y por con-
siguiente lo que fue el motor eléctrico a la empresa industrial, que permitió la generación
de la fábrica como elemento mucho más avanzado que otras formas de producción, es hoy
día Internet como elemento tecnológico que permite la organización en red, que desarro-
lla una forma productiva de nivel muy superior.
En estas condiciones, ¿cuál es el proceso de transformación de empleo y trabajo? En pri-
mer lugar, quiero pasar rápidamente, pero hay que pasar sobre ello, sobre el famoso tema
de la relación de nuevas tecnologías y empleo. Es algo que yo creo que en el sindicalismo
general, y en el sindicalismo español en particular, se han superado los debates de hace algu-
nos años.
En todo caso, la observación empírica, la observación de los datos muestra que no hay
relación directa entre introducción de nuevas tecnologías y destrucción de empleos. No
hay. En este sentido, tampoco necesariamente hay la relación inversa de que las nuevas tec-
nologías generen empleo, como suelen decir otras versiones ideológicas. No hay una rela-
ción directa. Depende de más factores; depende de qué políticas tenga la empresa, de qué
tipo de formación de trabajadores, etc.
EE.UU., que fue el país que introdujo nuevas tecnologías en la producción, creó más
empleo que nunca en su historia. Se crearon en la década de los noventa 30 millones de
nuevos puestos de trabajo, netos, en EE.UU. Y de esos puestos de trabajo, en contra de otro
mito que ha circulado por Europa, la proporción de puestos de cualificación alta entre nue-
vos puestos fue mayor que la proporción de puestos de cualificación alta que existía ante-
riormente.
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Por consiguiente hay problemas de transición laboral. Y también hay otro tipo de pro-
blema: la nueva economía de alta cualificación genera nuevo tipo de empleos, de empleos
mejor remunerados y empleos más creativos y empleos, digamos, con mayores perspecti-
vas profesionales. Pero, la generación de esos empleos es de intensidad diversa según como
se sitúan los países en la economía global. Es decir, aquellos países tecnológicamente avan-
zados, que son competitivos, se llevan una parte desproporcionada de estos empleos de alta
cualificación con respecto a los otros países. Lo que quiere decir, es que cada vez más las
Alcatel de nuestro mundo van a tener, por un lado, empleos de alta cualificación, de diseño,
de ingeniería de innovación, etc., en los principales centros tecnológicos, Francia, EE.UU.,
Escandinavia, etc. Y trabajos de fabricación en los países de nueva industrialización, no
subdesarrollados, sino de nueva industrialización: Singapur, Taiwan, China, etc.
Y en medio tienen problemas los países que lo que saben hacer es fabricación tradicio-
nal, léase España, fabricación tradicional, pero al mismo tiempo de buena calidad, pero
cara porque los costos sociales son más altos que en Singapur o en Taiwan. Al mismo
tiempo, los países que no tienen la capacidad tecnológica o profesional de hacer innova-
ción y diseño a nivel de punta, estos países son los que van a recibir un impacto mayor de
la nueva reorganización productiva.
La nueva economía genera, no destruye empleo sino que genera otro tipo de trabajo.
Destruye un tipo de trabajo, genera otro tipo de alta cualificación, sí. Pero, ¿dónde se loca-
liza ese tipo de trabajo? Es decir, que por un lado van a faltar empleos cualificados en algu-
nos lugares y van a sobrar empleos no cualificados en otro. Por lo que sé, las predicciones
en la Unión Europea es que para el 2003 faltarán más o menos un 20% de los puestos de
trabajo en las posiciones de nuevas tecnologías, porque nuestro sistema universitario no es
capaz de producirlos. Ello quiere decir que hay un desfase entre el sistema de formación y
educación en la sociedad y los requerimientos de la sociedad de economía global.
Y, como las empresas no esperan, cambian de localización o utilizan inmigración para
satisfacer sus necesidades inmediatas. Por tanto, no destrucción de empleo, pero sí desfase
entre la capacidad formativa de nuestras sociedades y las necesidades económicas del nuevo
sistema productivo.
De ahí que uno de los temas para debatir es el de formación y recualificación de los tra-
bajadores, es el tema me parece más importante, más fundamental, que se plantea hoy en
la reconversión de la nueva economía.
Vayamos, ahora, con la transformación del proceso de trabajo en sí mismo. El trabajo
se está reorganizando en red, dentro de la empresa y con relación a otras empresas. El tra-
bajo recibe valor diferente, si añade valor al producto y al proceso mediante una mayor
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capacidad de incorporar conocimiento a ese producto, con lo cual se está produciendo una
creciente disociación entre dos tipos de trabajo. El trabajo que yo llamo autoprogramable,
que es el trabajo en que una persona tiene la capacidad de aprender constantemente las téc-
nicas que necesita y aplicar esas técnicas y esos conocimientos a la gestión, a la información,
a la producción en función del cambio rápido del entorno tecnológico de la empresa, de lo
que va pidiendo el mercado, etc.
Ese trabajo, esa capacidad de trabajo autoprogramable es lo que la mayor parte de tra-
bajo profesional hace. Junto a éste, hay el trabajo que, sin ningún tipo de connotación
peyorativa, podemos llamar el trabajo genérico, que es aquel en que para las empresas es
igual que lo haga uno u otro, o una máquina, u otro trabajador en un país más pobre. Es
decir, el trabajo que es intercambiable, en que hay unas tareas predeterminadas, que aña-
den poco valor y en el que simplemente hace falta alguien o algo que lo ejecute. La inver-
sión para generar ese puesto de trabajo se puede realizar aquí o en otro país. Asimismo, la
sustitución de un puesto de trabajo por una máquina es un simple cálculo económico.
Cuál es la mejor combinación de máquina, trabajo en país subdesarrollado o trabajo en
país avanzado según el proceso y según el producto en cada momento, se decide por un cál-
culo de beneficios selectivos.
La idea aquí es que sólo el trabajo autoprogramable, sólo aquel trabajo que requiere una
capacidad humana de reaprendizaje constante y de reciclaje constante, es el trabajo que es,
realmente, indispensable a una empresa.
Ese trabajo, hoy por hoy, es el trabajo que se hace en los niveles profesionales avanzados,
pero no tiene por qué ser así. Nadie dice que sólo el trabajo de ciertas actividades tenga que
ser de alta cualificación. Y pongo un ejemplo. Un trabajo poco pagado y poco cualificado,
según parece, según lo que hoy día se paga en la sociedad, maestros: los maestros son entre
los peores pagados en todas las sociedades; yo no encuentro otro trabajo más importante,
más complicado que enseñar y educar a los niños, pero sin embargo ese trabajo se considera
poco cualificado y poco pagado. Se exige poca formación, no se reactualiza, no se invierte
en formación, etc. Esa es una decisión de la sociedad, no es la característica del trabajo.
O, si quieren, tomen un ejemplo del sector privado: el trabajo que tanto en término de
tasa de crecimiento, que crece más en todo el mundo no es el trabajo de informática, ese es
el segundo, el que crece más es el trabajo de seguridad y vigilancia privadas.
Lo cual es un indicador del tipo de sociedades que estamos creando. Ese tipo de tra-
bajo, en principio, es un trabajo mal pagado, para el que se exige poca cualificación, un
poco de artes marciales, en algunos casos una licencia de armas. Pero claro, eso es también
por el tipo de definición que se hace de ese trabajo.
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Porque yo tampoco concibo algo más complicado que saber cómo, cuándo y dónde uti-
lizar la psicología, o la fuerza para no tener que disparar, para manejar una situación com-
plicada, una situación conflictiva o de delincuencia. Pero, insisto, ese trabajo en general va
acompañado de muy pocos niveles de cualificación y de remuneración. Ese podría ser,
debería ser un trabajo autoprogramable en que la gente es capaz de aprender en cada situa-
ción, de tener los conocimientos psicológicos y otras muchas cosas más, legales, por ejem-
plo, para saber manejarse.
Es decir, hay una enorme distancia entre el extraordinario nivel de creatividad y profe-
sionalidad que requieren las nuevas fuerzas productivas, basadas en las nuevas tecnologías,
y el tipo de formación y de cualificación que se hace en la sociedad. El tipo de organización
empresarial, hoy por hoy, en general tiende a reducir el núcleo que añade valor a los secto-
res de alta formación profesional, y resolver el resto de actividades o bien mediante máqui-
nas o bien mediante trabajo poco cualificado, mal pagado, que se puede ir desplazando de
lugar a lugar, de empresa en empresa.
Junto a este sector de trabajo que es globalizado, del sector privado, que es el que crea
riqueza, hay sin embargo una masa cada vez mayor de trabajos de servicios, y, sobre todo,
se servicios públicos y de servicios personales que son trabajos no globalizados, no expor-
tables y ligados a mercados concretos, por ejemplo no es pensable una organización global
de producción de cortes de pelo, los cortes de pelo son locales, no globales. O en otro sen-
tido, servicios sanitarios o servicios educativos o servicios de limpieza municipal. Todo este
sector de trabajo de servicios públicos y para-públicos no está globalizado; tampoco son
trabajos de tipo rentable, por consiguiente es aquí donde se va refugiando cada vez la mano
de obra que es expulsada de los sectores dinámicos productivos. Con lo cual tenemos un
sector privado cada vez más concentrado en las fuerzas productivas donde se genera el valor,
de un trabajo profesional de alta cualificación, y, por otra parte, un sector de servicios per-
sonales de poca cualificación y de servicios públicos o para-públicos en los que trabaja cada
vez más una proporción de gente con niveles de poca cualificación.
Pero, este segundo sector depende, para su remuneración, de lo que va generando la
riqueza del primer sector, que es el sector competitivo, productivo, globalizado.
Y ahí se genera la contradicción: servicio público, servicio privado, empleo dinámico,
empleo que se considera no productivo. Y todos los recortes vienen para trabajos poco cua-
lificados en los sectores públicos o para-públicos.
Las investigaciones disponibles muestran que el aumento de la desigualdad social en
todas las sociedades avanzadas, que ha tenido lugar en los últimos diez años, se debe, fun-
damentalmente, a esta distinción entre trabajo autoprogramable y trabajo genérico.
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bajo con casi un 90% de sindicalización de la fuerza de trabajo, y en el que desde 1990 hasta
ahora el trabajo flexible, es decir el trabajo definido por esta diversidad de formas, ha
pasado del 10% al 38% de fuerza de trabajo, y sigue incrementándose.
¿Por qué es así? Porque está ligado a la necesidad y a la posibilidad. Necesidad de las
empresas para organizar las redes, que requiere tener una oferta de trabajos muy flexibles,
para pasar de una tarea a otra, de una empresa a otra. Pero, por otro lado, posibilidad de
que mediante las nuevas tecnologías, y mediante Internet y mediante sistemas informáti-
cos de relación se pueda establecer toda una red muy compleja de trabajadores con tareas
relativamente autónomas y asignadas individualmente, pero que a pesar de ello se pueden
mantener en relación.
Para entendernos, la tendencia exagerada sería que todos fuéramos consultores de
todos. Lo que un trabajador temporal no puede hacer, lo deja, y otro trabajador temporal
puede retomarlo, porque está todo en el ordenador y no tiene más que ponerse allí, llegar
con sus conocimientos y seguir con la misma tarea.
Entonces, lo que surge es el tema de la relación entre flexibilidad y precariedad. Yo creo
que la idea de que todo trabajo flexible es precario, es una idea correcta a los niveles bajos
de cualificación. Pero, hay que distinguirlo analíticamente: precariedad quiere decir que al
trabajador le puede pasar cualquier cosa en cualquier momento.
La flexibilidad del trabajo no implica necesariamente esto. ¿Por qué? Porque si hay una
protección social y un mantenimiento de los derechos sociales y del nivel de remuneración
del trabajador, el hecho de negociar distintas situaciones en distintas formas de organiza-
ción del trabajo en sí no cambia, lo que sí cambia es cuando no hay más que una negocia-
ción individual entre trabajador y empresa y no hay otra protección.
Aquí quiero hacer la comparación entre el modelo Silicon Valley y el modelo holandés.
En Holanda había, en los años 80, el 22% de paro. En los años 90 introdujeron el modelo
flexible de puestos de trabajo, especialmente trabajos a tiempo parcial, sobre todo feme-
nino. El nivel del paro en Holanda bajó a menos del 3% en estos momentos, porque
cuando hubo flexibilidad se empezaron a crear empleos sin necesidad de que la empresa
tuviera que comprometerse a mantener a largo plazo el empleo. Por tanto, extraordinaria
flexibilidad. Pero todo ciudadano, por el hecho de ser ciudadano, tiene derecho a un nivel
de prestaciones. Mantiene todos sus derechos, sea cual sea su situación, y con un nivel de
salario base puede asegurar las transiciones de un puesto de trabajo a otro.
Quiero decir con esto que las consecuencias de la flexibilidad y la precariedad depen-
den de las políticas sociales; no tanto del modelo productivo, que tiende estructuralmente
a la flexibilidad.
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dualizadas. Son entre cierta empresa específica y cierto trabajador específico, sobre qué se
ponen de acuerdo y sobre qué no.
En la construcción de una sociedad industrial, el proceso fue cómo pasar de pequeños
artesanos y campesinos a un trabajo socializado con condiciones de trabajo similares en la
gran fábrica, en la gran empresa. Por tanto fue pasar de la individualización de la produc-
ción a su socialización. En estos momentos estamos haciendo el movimiento histórico
inverso, pasar de la socialización de la producción, con una situación salarial más o menos
homogénea, a la individualización de las relaciones contractuales de trabajo. Y esto plan-
tea problemas muy profundos; porque el sindicalismo por definición se ha construido
mediante la representación de intereses colectivos en base a agregación de los trabajadores.
Si se pasa a una fuerza de trabajo extremadamente individualizada, se plantea el problema
de cómo se representa de forma centralizada una fuerza de trabajo extremadamente des-
centralizada con condiciones específicas. Con condiciones de formación, de vida, de tra-
bajo, de remuneración muy distintas. De modo que se plantea aquí, qué forma de reagre-
gación de intereses se hace más allá de las condiciones específicas de trabajo.
Es ahí donde se abren todas las perspectivas del sindicalismo de tipo social, sindicalismo
de servicios, sindicalismo de protección del ciudadano y de los derechos sociales en su con-
junto. Es decir, sindicalismo como defensor de actores sociales colectivos y no, simple-
mente, de trabajadores específicos. Paradójicamente, lo que parecía el sindicalismo más
moderno, el sindicalismo de empresa, en estos momentos es el sindicalismo que más frac-
ciona a los trabajadores porque es el sindicalismo que representa intereses más diferentes.
Es el sindicalismo de empresa el que aumenta el fraccionamiento de los trabajadores; mien-
tras es el sindicalismo de tipo socio-político el que unifica intereses a otros niveles que no
son los específicos de salario y de contratos de trabajo que son, cada vez, más distintos.
Junto a estas transformaciones, hay dos elementos que hay que añadir que forman parte
de lo que he dicho, pero que tienen un nivel específico de tratamiento. Uno es el gran fenó-
meno de la feminización de la fuerza de trabajo. La incorporación masiva de la mujer al
mercado de trabajo cambia totalmente el sistema de relaciones sociales y, en el fondo, de la
sociedad. En estos momentos, aunque España vaya por detrás la tendencia es la misma. En
los países capitalistas más avanzados, entre las mujeres entre 25 y 50 años, la tasa de activi-
dad es la misma que para los hombres.
En estos momentos, en EE.UU. o Escandinavia, el 65% de las mujeres trabajan. Y si sólo
se tienen en cuenta a las de menos de 50 años, el 70% de las mujeres trabajan. Por consi-
guiente, estamos ante una situación nueva, en que la forma de discriminación del mercado
laboral se hace, sobre todo en estos momentos, en base a género. En los países de la OCD,
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el nivel de salario para cualificación igual todavía se sitúa para las mujeres, más o menos,
según los países, entre un 60 y un 75% del salario del hombre. Y se siguen observando sis-
temáticamente prácticas de discriminación.
Aquí, también hay un tema paradójico, y es que siendo el mercado de trabajo cada vez
más femenino, sin embargo aquí se hereda la falta de sindicación de la mano de obra feme-
nina. Está cambiando en la medida que la mujer entra en la actividad laboral. Pero, toda-
vía, la tasa de actividades, la tasa de sindicación comparada es muy inferior.
En este sentido se plantea la cuestión de en qué medida afiliar y organizar mujeres es lo
mismo que organizar hombres en los sindicatos. Cada vez más las secciones sindicales femi-
nizadas dicen no, son otras formas de relación, son otras formas de articulación, que a lo
mejor un día los hombres van a imitar. Según algunos estudios ingleses, los sectores de
fuerte feminización como los sectores de salud o de educación, han cambiado el modelo de
organización sindical con respecto al modelo tradicional en las fábricas. Estos modelos
funcionan mucho mejor, incluso cuando se exportan a otros sitios. Resumiendo, se puede
decir que son modelos mucho más relacionales, que exclusivamente reivindicativos. Rela-
cionales quiere decir que no solamente se ocupan de lo que pasa en el convenio colectivo,
sino que se ocupan de la vida concreta de la trabajadora, cada día, y en el conjunto de sus
dimensiones. Y parece que esto está funcionando mucho más.
Los sindicatos americanos están en una crisis profunda, pero están reactivándose, sobre
todo en California, en base a dos segmentos de la población: inmigrantes y mujeres, espe-
cialmente en los servicios públicos.
Otro gran tema que creo que también hay que señalar es la transformación del Estado
de Bienestar. Existe la posición ideológica de que el Estado de Bienestar está superado en
una economía flexible. Sin embargo, todos los datos empíricos muestran lo contrario. El
Estado de Bienestar es un elemento indispensable de los sistemas productivos más compe-
titivos como los escandinavos, porque precisamente en una sociedad en que la información
y el conocimiento son la fuente de la riqueza, la producción por parte de la sociedad de una
fuerza de trabajo educada, informada, enterada del mundo es el fundamento de la pro-
ductividad. Eso depende de un alto nivel de desarrollo de la mente humana, y como las
mentes están ligadas a los cuerpos, es necesario empezar por buenas condiciones de vivien-
da, de salud, de servicios públicos, etc. Por tanto, lo que se invierte en Estado de Bienestar
en último término redunda en términos de productividad por parte de la fuerza de trabajo;
la elevación la productividad dentro del sistema permite pagar, invertir, en el Estado de Bie-
nestar. Es por tanto un círculo virtuoso en lugar de una suma cero, entre lo que se quita del
Estado de Bienestar y lo que se da a las fuerzas de trabajo.
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Ahora bien, lo que ocurre, es que la flexibilidad de trabajo, el hecho de que un traba-
jador no esté ligado mucho tiempo en la empresa a un puesto de trabajo, hace cada vez más
difícil el mantenimiento del Estado de Bienestar si éste sólo está centrado en la empresa y
centrado en las cotizaciones sociales, en base a la empresa.
Cada vez más se evoluciona, y toda la discusión de la Unión Europea va en ese sentido,
de modo que son los derechos adquiridos del trabajador los que el trabajador transporta a
través de su vida, incluso cuando no trabaja; derechos garantizados por el Estado, más que
dependiendo de sistemas de cotización empresarial. En este sentido se disocia la relación
trabajador-empresario, en base a empleo y remuneración, de la relación trabajador-ciuda-
dano-Estado de Bienestar, que depende de la cobertura social que todo ciudadano debe
tener por ser ciudadano y no sólo por ser trabajador.
Cómo y de qué manera se gestiona la transición de un Estado de Bienestar de los tra-
bajadores a un Estado de Bienestar de los ciudadanos, depende esencialmente de cómo se
realiza la negociación entre Estado, empresas y sindicatos. Y en este sentido, tengo que
decir que Finlandia es también el país más interesante: en 1995 se hizo una negociación tri-
partita en que los sindicatos cedieron en términos de flexibilidad del trabajo a condición
de la garantía por parte del Estado de la cobertura de los derechos sociales de los trabaja-
dores en las mismas condiciones que tenían anteriormente.
El problema es cómo se financia. Se financia por impuestos, no hay otra forma de finan-
ciar. Los estudios muestran que la gente está dispuesta a pagar impuestos si ve los resulta-
dos de los impuestos. Y es el caso de Escandinavia. No está dispuesta a pagar impuestos para
no ver que los servicios mejoren, pero sí está dispuesta si los servicios mejoran.
La ecuación no es impuestos sí o impuestos no. Sino crecimiento de los impuestos con
respecto al crecimiento de la productividad. Si los impuestos crecen o se mantienen pero
la productividad crece más, más rápidamente que los impuestos, quiere decir que la gente
paga más impuestos pero tiene más dinero. Porque la productividad genera más riqueza
que se distribuye entre impuestos, beneficios y renta.
Este es el modelo escandinavo. Esto es lo que está ocurriendo en la nueva economía
europea más avanzada, que es la nueva economía de Escandinavia. En la que hay creci-
miento de la productividad mayor que crecimiento de los impuestos, pero crecimiento de
impuestos y crecimiento de servicios al mismo tiempo. El resultado es poca inflación, alto
nivel de empleo, alto nivel de rentas y alto nivel de servicios sociales.
No hay que dejarse llevar por otros modelos. A veces las cosas no son tan claras. Pero, lo
que quiero decir, es que hay que huir de la idea del fin del Estado de Bienestar por la trans-
formación del modelo productivo.
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AGUSTÍN GARCÍA LASO
zás pueda ser más orientativo que en 1984 sólo 3 nuevas publicaciones incluían el término “globaliza-
ción” en el título o en el resumen (Moss y Pittinsky, 1995). Hoy, una búsqueda a través de alguna de las
librerias virtuales al uso nos proporciona, sólo en el mundo anglosajón, más de cien libros con este pala-
bra en su título.
GACETA 45 SINDICAL
AGUSTÍN GARCÍA LASO
financiera, limita su extensión y empobrece el debate (tanto para los partidarios como para
los detractores). Reivindicar un carácter multidimensional, al tiempo que destacar visio-
nes alternativas nos permite comprender el fenómeno en todas las dimensiones posibles.
De este modo, el debate no debe girar entre “globalización sí” o “globalización no”, sino
debatir sobre qué tipo de globalización, su alcance y qué políticas son posibles. Como
homenaje a Bourdieu - recientemente fallecido - , no podemos caer en simplificar un
debate tan complejo: nuestro compromiso nos exige una visión y revisión de las diferentes
dimensiones de la globalización económica de forma crítica y desde una perspectiva histó-
rica.
Podemos destacar cuatro visiones o dimensiones de la globalización, esto es, cuatro
grandes campos sobre los que extiende su influencia el concepto de globalización y sobre
los que se debate este tema:
– Los intercambios comerciales, esto es, el volumen del comercio internacional, de las
transacciones con el exterior.
– Los flujos de capital. En este caso tendremos que analizar no sólo la cantidad, sino la
dirección y características de los mismos.
– Los mercados de trabajo. En la literatura económica se analizan los flujos migratorios
y sus efectos se miden a través de sus efectos sobre las variaciones de los salarios reales en los
países de origen y destino de estos flujos. Sin embargo, el campo de actuación es mucho
más amplio.
– Otros campos de globalización, en especial, la cultural. No voy a entrar a analizar este
campo de análisis al exceder de los objetivos previstos. Este campo es muy amplio y tam-
bién ligado a planteamientos económicos: la expansión comercial, los procesos de fusión
de empresas y la extensión de multinacionales genera una abrumante proceso de absorción
de pautas de comportamiento, de consumo. Estas pautas no son elegidas voluntariamente
por los ciudadanos, sino impuestas por una dinámica y una propaganda al uso que exige su
cumplimiento. A pesar de que ciertamente tiene efectos que deben ser corregidos, sin
embargo, su sobredimensionamiento respecto a los temas clave de la globalización en oca-
siones produce una evidente simplificación de los debates.
En este artículo, pues, analizaremos someramente estas tres grandes visiones de la glo-
balización económica desde una perspectiva histórica, esto es, a partir la comparación con
otros momentos en los que también nos hemos encontrado con unos indicadores econó-
micos en estos campos que reflejan situaciones similares. Los apologetas de la globalización
suelen subrayar la novedad del proceso, los cambios drásticos que ha provocado en la eco-
nomía. La perspectiva histórica nos permite relativizar las magnitudes exacerbadas de estos
GACETA 46 SINDICAL
VISIÓN Y REVISIÓN DE LA GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA
cambios económicos surgidos en las dos últimas décadas. La conclusión que obtendremos
es que las dos olas de globalización que comentaremos son superficialmente similares pero
fundamentalmente diferentes (Baldwin y Martin, 1999). El proceso de globalización eco-
nómica no es inevitable, ni nuevo, ni irrepetible.
Junto a ello, abordaremos las consecuencias de los procesos de globalización econó-
mica, en particular sus efectos sobre la convergencia económica. Finalmente, esbozaremos
los pilares sobre los que se puede sustentar una visión alternativa de la globalización eco-
nómica.
Globalización y comercio.
Una serie de recientes estudios sobre el tema3, destacan dos olas de globalización eco-
nómica: la primera en el período 1870-1914; la segunda a partir de 1960 hasta la actuali-
dad (acentuada en las dos últimas décadas). Estos estudios han permitido proporcionar
una nueva visión sobre la globalización: frente a los fanáticos de “nuevas sensaciones” y
“visionarios” de “cambios”, “catástrofes”, “mutaciones sin igual”, este tipo de análisis per-
mite reflexiones mucho más serenas de modo que relativiza las “transformaciones” y las
“novedades”. A partir de este modelo, vamos a intentar analizar las similitudes y diferen-
cias entre ambas olas, con el objetivo de extraer las “novedades” del modelo globalizador
actual y los ejes sobre los que se asienta.
Un primer aspecto que se resalta del fenómeno globalizador es la creciente importan-
cia de las transacciones comerciales, medida en particular por el volumen de las exporta-
ciones. Bajo la “obsesión de la competitividad” (Krugman,1997) se ha sobredimensionado
la importancia de este indicador sobre las economías nacionales. Desde el punto de vista
de las transacciones comerciales, existe la percepción de un espectacular aumento de éstas
avalado por la eliminación de las restricciones comerciales derivada de los acuerdos del
GATT (hasta finales de los años 80). Si analizamos el volumen de exportaciones –Cuadro
1– se observa que el volumen de exportaciones en el periodo inmediatamente anterior a la
primera guerra mundial era muy elevado y de hecho varios países aún no han llegado a ese
nivel.
3 En especial, Baldwin y Martin (1999); Franklin (2000) o el propio World Bank (2001).
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4 “ EEUU no tiene una economía más abierta que la que tuvo Gran Bretaña en 1850. Es evidente que desde
la segunda guerra mundial ha abierto el mercado y esto puede explicar por qué la globalización no tiene
precedentes para los pensadores americanos” (Baldwin y Martin, 1999)
5 Datos referidos a 1999 (Elaboración propia a partir de datos del Informe del Banco Mundial, 2001).
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VISIÓN Y REVISIÓN DE LA GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA
El primer dato que se observa es, por otra parte, el más obvio, la caída en importancia
de las transacciones de materias primas y el paralelo incremento del comercio de manu-
facturas -en especial de maquinaria con alto nivel de especialización- . Más significativo es
que ha aumentado el volumen de exportaciones de mercancías de los países en desarrollo
(desde los años 70). Un análisis más detallado - Cuadro 3 - nos permite comprobar que en
toda la fase de crecimiento, en la “segunda ola globalizadora”, el volumen de exportaciones
de manufacturas al Sur ha permanecido constante. Las diferencias las encontramos en las
exportaciones del Sur: progresiva caída de exportaciones de materias primas en porcentaje
respecto del total y fuerte incremento de las exportaciones de manufacturas. En todo caso,
6 Si tenemos en cuenta simplemente la evolución del comercio mundial en el año 2000, apreciamos que
mientras que la producción europea ha crecido en un 4,5%, el comercio lo ha hecho en un 12% (Euros-
tat, 2001)
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AGUSTÍN GARCÍA LASO
hoy las naciones en desarrollo tienen menos importancia en el comercio mundial, si bien
la composición de sus exportaciones es más simétrica (esto es, mayor volumen de exporta-
ciones industriales): dos tercios del comercio es entre países ricos; de este comercio, _ es de
doble vía en manufacturas. Es decir, el comercio mundial está dominado por el comercio
intraindustrial en productos similares. Por otra parte, en 1890 el peso de EE.UU. en el
comercio mundial era del 48,37%; en 1989, ha sido del 69,47%. Es evidente la concen-
tración del comercio en los países más desarrollados y en especial en la primera potencial
mundial.
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VISIÓN Y REVISIÓN DE LA GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA
referidos a la UE. No existe correlación positiva entre ambas variables. Parece claro que la
evolución de las exportaciones es más vulnerable al ciclo económico y a la situación inter-
nacional, al tiempo que lo es con relación a la evolución del tipo de cambio.
20,0
15,0
10,0
5,0
0,0
1985 1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000
-5,0
-10,0
Var % X Var % PIB real
-15,0
La obsesión por el comercio internacional, por el fomento de las exportaciones olvida que
la producción de bienes y servicios que no están sujetos a las transacciones internacionales
constituye la mayor parte del PIB de cualquier país. El comercio entre países deriva de su nivel
de productividad relativo, depende, por tanto, de cuestiones internas de precios relativos, de
modo que “aunque el comercio mundial sea mayor de lo que nunca ha sido, los niveles de
vida de un país están muy claramente determinados por factores domésticos antes que por
algún tipo de competencia en los mercados mundiales” (Krugman, 1997, p.19).
Una matización a este análisis procede del Banco Mundial (World Bank, 2001) que
introduce una distinción en este análisis de las olas de globalización, entre una segunda ola
(1945-1980) y una nueva ola (a partir de los años ochenta). La distinción que realizan es
interesante -pues les permite reconocer errores y fallos de planteamiento- pero mantiene
nuestras conclusiones anteriores. Así, la segunda ola se caracterizó por una fuerte reducción
de barreras arancelarias entre países desarrollados - si bien “sin restaurar los movimientos
internacionales de capital y trabajo” (p.28) - pero con resultados “espectaculares” (sic) en
cuanto que introdujo un nuevo tipo de comercio entre países desarrollados no basado en
las ventajas comparativas sino en las economías de aglomeración, esto es, en el ahorro de
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costes. De este modo, en esta fase el incremento de los intercambios comerciales se con-
centró en los países desarrollados: “dos tercios de la producción manufacturera de bienes
intermedios se vendía de una empresa a otra”(ibid) , de modo que se fomentaba la con-
centración geográfica entre países desarrollados, sin participación alguna en el comercio de
los países en desarrollo7. La consecuencia en términos de distribución de renta, fue que
mejoró la distribución de renta entre los países desarrollados, permaneció constante la dis-
tribución entre los países en desarrollo y aumentó la distancia entre países desarrollados y
en desarrollo. Por supuesto, este análisis obvia el impacto de las políticas de redistribución
del gasto público en los países desarrollados, por cierto, negadas por esta institución a los
países en desarrollo.
Esta diferenciación les permite alentar la actual “nueva ola de globalización” iniciada en
los años 80, caracterizada por aprovechar los países en desarrollo su ventaja competitiva en
términos de industrias intensivas en mano de obra: las exportaciones de productos manu-
facturados intensivos en trabajo pasaron del 25% en 1980 al 80% en 1998, al tiempo que
aumentó la exportación de servicios (del 9% al 17%). Por más factores que intenten intro-
ducir la única diferencia existente a partir de los años ochenta fue la liberalización de las
inversiones extranjeras8.
El alto grado de concentración de este comercio en los países más desarrollados, la cre-
ciente importancia del comercio intraindustrial y entre empresas, limita la percepción de
este indicador. El volumen de exportaciones no proporciona información sobre la situa-
ción económica de un país, sólo su situación en términos de precios relativos con el exte-
rior.
7 “Durante la segunda ola de globalización la mayor parte de los países en desarrollo no participaron en el
más su economía y los que la han abierto menos, si bien reconocen que “es difícil establecer una rela-
ción entre apertura y crecimiento de forma rigurosa” (p.37). Esta clasificación les lleva a concluir que
aquellos países que habían habierto más su economía han logrado mayor nivel de convergencia econó-
mica frente al resto (no dentro de ellos). Los problemas económicos que aparecen en el heterogéneo
grupo de países “más abiertos”, como es el caso de México y Argentina, concluyen que no derivaron de
su apertura comercial sino de la fijación de los tipos de cambio y los riesgos de los flujos de inversión.
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VISIÓN Y REVISIÓN DE LA GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA
Con motivo de los “ataques especulativos” contra la libra esterlina y la lira italiana en
1992, se sucedieron una serie de artículos y de estudios en torno a las consecuencias de la
libre movilidad de capitales recientemente establecida en la Unión Europea como paso pre-
vio a la Unión Económica y Monetaria. En ellos se llegaba a reconocer que “el control de
de estas inmensas corrientes de dinero está hoy fuera del alcance de los gobiernos”9. Toda
la prensa especializada del momento se hizo eco del “caos” producido al eliminar el control
de los movimientos de capital que había caracterizado la “edad de oro” creada a partir de
los acuerdos de Bretton Woods.
El período de crecimiento de los años 50 y 60 se había caracterizado entre otros rasgos
por la estabilidad monetaria: tipos de cambio fijos pero ajustables, aseguraron un creci-
miento económico equilibrado y liberaron a la política monetaria de funciones internas.
De los instrumentos establecidos en estos acuerdos, no ha sido suficientemente subrayado
que “los controles de capitales fueron el único elemento que funcionó más o menos como
se había planeado” (Eichengreeen, 2000)10.
Desde una perspectiva histórica, esta movilidad de capitales no es tampoco un fenó-
meno novedoso. A lo largo de esa “primera ola globalizadora” no hubo controles sobre las
transacciones financieras internacionales y existía un elevado grado de integración de los
mercados financieros11. Es de destacar que buena parte de esta integración vino dada por
el papel de “líder” que asumió la economía británica al asegurar la estabilidad cambiaria
necesaria, de modo que aunque existieron frecuentes crisis monetarias pervivió la con-
fianza en el sistema. En el Cuadro 4 podemos comprobar la importancia de estos flujos en
9 Es más se concretaba esta cuantía de movimiento de capitales: “Nicholas Brady, Secretario del Tesoro
de EEEUU, estima que los fondos que se mueven a través de los mercados de divisas mundiales ascien-
den a cerca de un billón de dólares diarios. Esto equivale a diez veces el valor de la producción de la eco-
nomía mundial” (Washington Post, 18 de septiembre de 1992, citado en Cuadernos de Información Eco-
nómica, 66, p.139).
10 El propio autor subraya que “los tipos de cambios fijos pero ajustables sólo eran viables porque los con-
troles de capitales aislaban a los países que trataban de proteger su moneda de los movimientos de capi-
tales desestabilizadores y daban el margen de respiro necesario para organizar ajustes ordenados”
(p.132).
11 Dejamos a un lado el debate sobre el papel estabilizador que jugó el patrón oro, pues por una parte
Eichengreen (2000) subraya que fueron la propia apertura de los mercados y el dinamismo del comercio
contribuyeron los que posibilitaron por sí mismos el funcionamiento del mecanismo de ajuste del patrón
oro. Otros autores inciden en que el marco anterior a la primera guerra mundial no era tan idílico y que
sobre todo era fruto de un determinado momento histórico que no era posible haber continuado con
posterioridad (Aldcroft, 1990).
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el período anterior a la primera guerra mundial y cómo algunos países aún no han supe-
rado esa cuantía. La movilidad de capital puede medirse de muy diferentes formas, y, en
este caso, aparece medida como el cociente entre el valor absoluto de la balanza por cuenta
corriente y el PIB de una serie de países.
En el amplio y detallado estudio de Taylor -del que aquí hemos extraído sólo los datos
referidos a algunos países- , sólo Alemania, Japón y EE.UU. presentaban a mitad de los
años 90 unos valores superiores que a comienzos de siglo12. Es más, los datos no muestran
un crecimiento tan espectacular en la última fase, si bien son los más elevados desde la
segunda guerra mundial. Por otra parte, los datos referidos a Argentina dan idea del papel
económico que jugaba en aquellos momentos, su capacidad de atracción de capital y, como
veremos también de mano de obra.
Estos datos ahondan, pues, en la idea que intentamos subrayar de los aspectos “no nove-
dosos” de la actual situación económica mundial. Sin embargo, si cambiamos de indica-
dor para medir estos flujos y utilizamos el volumen de activos en poder de extranjeros,
podemos observar algunos matices diferenciativos13. El Cuadro 5 ofrece estos datos y com-
pues se entiende que los flujos financieros resultantes tienen como finalidad financiar los desequilibrios
de la balanza comercial. Ésta es también su limitación, en aquellos momentos históricos en los que los
movimientos de capital no están guiados a esta finalidad.
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VISIÓN Y REVISIÓN DE LA GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA
probamos el alto nivel que alcanzaba a comienzos de siglo (17-18% PIB), los modestos
valores en el período postbélico hasta los años 80 y los avances posteriores. Las tendencias
son idénticas a las expresadas en el Cuadro 4, pero aquí sí observamos los cambios experi-
mentados en los años noventa: el volumen de activos en poder de extranjeros llega al 56,8%
del PIB mundial. Aquí encontramos una de las principales “novedades” de la situación
actual, el peso de inversiones en cartera y de fusiones y adquisiciones de empresas, funda-
mentalmente llevadas a cabo por empresas trasnacionales.
1870 6,9
1900 18,6
1914 17,5
1930 8,4
1945 4,9
1960 6,4
1980 17,7
1995 56,8
Fuente: Obstfeld y Taylor(1999)
Taylor (1996) insiste en que el mercado global de capitales no está ahora más integrado
de lo que lo estaba a comienzos de siglo. Pero si analizamos más detalladamente los flujos
de inversión podemos apreciar que a fines de siglo y hasta 1914 predominaban los movi-
mientos de capital a largo plazo dirigidos a la financiación de grandes inversiones en infra-
estructuras, en especial el ferrocarril en el continente europeo. Destacamos aquí dos datos
que, desde nuestro punto de vista, son esenciales para entender el proceso actual: la orien-
tación de las inversiones (a comienzos de siglo, directamente a actividades productivas); y,
por otra parte, el plazo de los créditos contraídos (largo y muy largo plazo a comienzos de
siglo). Es especialmente importante el tema del plazo de las inversiones, pues éste asegura
la realización concreta de la inversión, así como la estabilidad de los tipos de interés (en la
que se confiaba claramente a comienzos de siglo). Esta situación proporcionaba mayor
seguridad a las inversiones y mayor estabilidad a los mercados cambiarios14.
Frente al modelo globalizador anterior, el modelo globalizador de capitales actual se
caracteriza por grandes movimientos de capital a muy corto plazo (Obstfeld y Taylor,
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1999) y una gigantesca rotación en los mercados de cambios (esto es, movimiento de cien-
tos de billones de dólares no derivado de desequilibrios en las balanzas por cuenta
corriente). Esto no quiere decir que en el sistema anterior no existiesen crisis financieras
(Kindleberger recuenta no menos de 22 entre 1870 y 1914), pero su alcance y significado
no es comparable a las crisis financieras de los años 9015 - “quizás el más espectacular sín-
toma de la globalización financiera (Baldwin y Martin, 1999) - . Por otra parte, la causa de
estas espectaculares crisis financieras en buena medida han sido las denominadas “inver-
siones especulativas”, causa del predominio actual de las inversiones a corto plazo. La com-
paración con el periodo anterior, ha llegado a algún autor a cuestionarse si existían a
comienzos de siglo (Ohlin), pero se reconoce que “es indudablemente cierto que los movi-
mientos desestabilizadores eran entonces relativamente mucho menos importantes de lo que
lo serían después” (Eichengreen, 2000, p.44)16.
Esta “novedad” de la actual ola globalizadora en los movimientos de capital, podemos
reflejarla en los destinos geográficos de los movimientos de capitales. El Cuadro 6 recoge la
evolución de la inversión directa, que constituye uno de los principales instrumentos de
transferencia de recursos entre países.
14 El papel que jugaban los Estados en el compromiso de estabilidad del tipo de cambio y su credibilidad,
es ampliamente subraya en su explicación del mecanismo por Eichengreen (2000): “los bancos centra-
les podían infringir las reglas de juego a corto plazo pero no cabía duda alguna de que las obedecían a
largo plazo. Sabiendo que las autoridades acabarían tomando las medidas que fueran necesarias para
defender la convertibilidad, los inversores desplazaban capital a los países de moneda débil, finan-
ciando sus déficits incluso cuando sus bancos centrales incumplían temporalmente las reglas del juego”
(p.45)
15 Crisis financieras más importantes de los años 90: Unión Europea (1992-93); México (1994); Tailandia,
muchas de ellas han sido precedidas por la liberalización de la economía; segundo, todos los episodios
de inestabilidad monetaria se iniciaron con un fuerte incremento de entradas de capital seguidos por una
también rápida salida” (Akyüz y Cornford, 1999). Estos autores también subrayan que este pánico de los
nuevos inversores en la segunda ola ha llevado al incremento de la dotación de reservas en las inversio-
nes a países en desarrollo: durante los años 90, más del 20% de entradas de capital eran utilizadas como
dotación de reservas (en los 80 era del 3%). Parece que la confianza de los inversores en estos últimos
años no ha sido “ciega”.
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(alcanza el 5% del PIB), pero, si excluímos China, “como media el total de entradas de capi-
tal a países en desarrollo como proporción de su PIB fue menor en el periodo 1990-98 que
durante 1975-1982” (Akyüz y Cornford, 1999, p. 8). Por último, es apreciable el incre-
mento cuantitativo de las inversiones en cartera, fruto de las inversiones de multinaciona-
les y en especial los procesos de privatización de empresas en países en desarrollo17.
17 Fusiones y adquisiciones de empresas constituyeron la parte más importante de este aumento de FDI,
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mercados y privatizado sus empresas, en detrimento de los países más pobres, cuyo volu-
men se ha reducido19. Se trata, por tanto de inversiones donde es muy significativo el peso
de las empresas trasnacionales20. En este caso de empresas trasnacionales, un reciente
Informe de la UNCTAD subraya los problemas que presenta este tipo de inversiones en
los países menos desarrollados destacando en especial, la escasa creación de empleo y
aumento de equipo capital, la menor posibilidad de transferencia tecnológica y, sobre todo
los problemas de concentración de poder en el mercado interno de estos países, donde está
escasamente desarrollada una política de defensa de la competencia (UNCTAD, 2000).
Sin embargo, la característica de estas inversiones en los años noventa ha sido la inesta-
bilidad de los mercados y sus repercusiones en las inversiones privadas y a corto plazo, con
una fuerte caída de las inversiones entre 1995 y 1998. La propia UNCTAD ha reconocido
los efectos perniciosos de la liberalización de capitales en la crisis de Asia Oriental21.
18 En este grupo se incluye un heterogéneo grupo de países: Argentina, Brasil, Chile, China, Colombia,
Ecuador, Egipto, India, Indonesia, Corea, Malasia, México, Marruecos, Perú, Filipinas, Tailandia, Túnez,
Turquía, Uruguay y Venezuela. Estos 20 países han recibido como media el 40% de los flujos de capital
en las pasadas dos décadas y se elevó al 90% en los años 90.
19 En 1999, “diez países en desarrollo recibieron ellos solos el 80% de las corrientes totales de inversión
exterior directa al mundo en desarrollo” (UNCTAD, 2000). Entre los datos que aporta el estudio pode-
mos obsservar que utilizando un “indice de trasnacionalidad” ésta se concentra en: Trinidad y Tobago
(57.4%), Singapur (36,2%) y Malasia (35,4%).
20 Es importante recalcar que el 90% de las fusiones y adquisiciones (FAS) fronterizas en 1999 se llevaron
a cabo en países desarrollados y fueron de tipo horizontal para aprovechar economías de escala. Como
se destaca en un Informe de la UCTAD citando una encuesta al respecto, “las empresas trasnacionales
atribuyeron una gran importancia al tamaño del mercado interior y poca al acceso a los mercados inter-
nacionales” (UNCTAD, 2000, p.21)
21 “La respuesta consistente en adoptar una política de restricciones monetarias agravó el impacto de la
crisis sobre los sectores financiero y empresarial, y contribuyó a contraer la producción y el empleo aún
más....Si bien todas las monedas de la región fueron sufrieron ataques, fueron la gran vulnerabilidad
financiera exterior y las presiones especulativas los factores determinantes en la incidencia de la cri-
sis...En realidad, los datos indican que la depreciación monetaria infligió mucho menos daño a las
empresas que el alza de los tipos de interés y el recorte de las líneas de crédito dentro del país, ya que
muchas firmas con un gran endeudamiento exterior extaban orientadas hacia la exportación” (UNCTAD,
2000, capt. IV).
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presa de los jóvenes cada vez que les cuento que antes de 1914 viajé a la India y América sin
pasaporte y que en realidad jamás en mi vida había visto uno”22. Esta visión un tanto idí-
lica de un mundo visto por un cosmopolita que no refleja las formas de vivir de tantos otros
millones en aquellos años, nos permite introducirnos en otro aspecto de la liberalización
como es la movilidad de la mano de obra en contextos de globalización económica y sus
efectos sobre el mercado de trabajo.
Cuando pretendemos analizar los efectos de la globalización económica sobre los mer-
cados de trabajo se han destacado fundamentalmente tres líneas de análisis: en primer lugar
los efectos de la apertura comercial sobre el nivel de empleo; por otra parte, se han estu-
diado los efectos de los cambios tecnológicos; y, por último de forma más reciente en rela-
ción con la última ola globalizadora, los efectos sobre la convergencia económica entre paí-
ses medido a través de la convergencia en salarios reales. Será este último aspecto en el que
me centraré por ser el aspecto más novedoso y su tratamiento histórico más acorde con la
línea expositiva que pretendo, esto es, la contextualización histórica del fenómeno globa-
lizador.
Comercio y empleo
Han sido numerosos los estudios que han reflejado los efectos de la apertura comercial
en el nivel de empleo entre países y en general sobre el crecimiento económico23. Estos
estudios analizan el crecimiento económico de diversos países a partir de los agregados
macroeconómicos (en especial el PIB per capita y la productividad trabajador hora) y las
causas que han explicado el crecimiento económico de los países. Desde esta perspectiva se
ha acentuado el factor tecnológico, o el crecimiento endógeno (capital humano). Desde el
punto de vista del comercio internacional subrayan el principio de la ventaja comparativa
y la especialización de los países en industrias intensivas en mano de obra o en tecnología:
el comercio internacional posibilitará procesos de localización de industria intensiva en
mano de obra en países en desarrollo que puedan aprovechar su ventaja comparativa basada
en menores costes laborales; al tiempo que a largo plazo se va a provocar una transferencia
tecnológica que equilibre, al menos en parte, las diferencias salariales y de dotación tecno-
lógica. Los efectos de convergencia son medidos por el PIB per capita y, en general, con-
firman - desde un análisis histórico - tal convergencia. En los casos en que estadísticamente
22 Stefan Zweig: El mundo de ayer. Memorias de un europeo, edición en español en Quaderns Crema, 2001.
23 Destacan, entre muchos otros: Abramovitz (1986), Barro (1991) o Baumol (1986).
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VISIÓN Y REVISIÓN DE LA GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA
24 Krugman (1997). En especial resulta clarificador al respecto de este tema, el análisis expuesto en los
capítulos 3 y 4.
25 “La contribución fabril al PIB se está reduciendo porque la gente hoy compra, en términos relativos,
menos bienes; el empleo industrial se reduce porque las empresas están sustituyendo a trabajadores
por máquinas y están utilizando de forma más eficiente aquellas que ya poseían. Los salarios se han
estancado porque la tasa de crecimiento global de la productividad de la economía se ha frenado, y los
trabajadores menos cualificados en particular están sufriendo porque una economía de alta tecnología
requiere cada vez menos de sus servicios. Nuestro comercio con el resto del mundo juega en cada caso,
como mucho, un pequeño papel” (ibid. p. 49).
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ductividad” (ibid. p.72). A esto habría que añadir que la presión laboral (aunque él nunca
la cite) forzará a que aumenten sus salarios y las condiciones de trabajo (algo que ya pode-
mos observar tímidamente en algunos de estos países emergentes).
Con respecto a los países industrializados la obsesión por la competitividad y por la
importancia del sector exterior oculta que tanto el PIB –como ya hemos indicado anterio-
res– como el nivel de empleo no están directamente relacionados con la evolución de las
exportaciones del país26. Como muestra de ello, en el Gráfico 2 observamos la evolución
de las exportaciones y del empleo en la UEM y la ausencia de correlación entre ambos indi-
cadores27.
20,0
15,0
10,0
5,0
0,0
1985 1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000
-5,0
-10,0
Var % X Var % Empleo
-15,0
Por otra parte, por encima del debate teórico sucintamente tratado aquí, algunos
recientes estudios empíricos muestran que los efectos sobre el empleo no son los previstos
26 Como Williamson (1998) reconoce, “la riqueza y el empleo no están ya tan concentrados en el sector
comercial hoy como lo estaban hace un siglo” (p.69).
27 Aunque no lo incluímos en el texto, pero si relacionamos la evolución del PIB y del empleo se comprueba
que la correlación es muy alta. Las variaciones del nivel de empleo en la UE se explica en mayor medida
por las variaciones de su PIB, por sus indicadores internos (la R2 de las exportaciones sobre el empleo
es de 0,008; mientras que la R2 del PIB sobre el empleo es de 0,7).
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VISIÓN Y REVISIÓN DE LA GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA
por la teoría. Márquez y Pagés (1997) en un estudio sobre los efectos de la apertura comer-
cial (medida por flujos de comercio, economía sumergida, aranceles medios y controlando
los efectos del tipo de cambio) en 18 países de América Latina y Caribe entre 1975 y 1996
muestra que no hay un efecto directo en las políticas de apertura comercial con la produc-
ción total (si acaso indirecto por absorción de nuevas tecnologías) y que el efecto sobre el
empleo ha sido negativo - si bien pequeño -, en especial en la industria manufacturera, al
tiempo que muestra una fuerte relación con el tipo de cambio (algo muy perceptible
recientemente en el caso de Argentina). El estudio es coincidente con otros referidos a
México, Brasil o Marruecos.
Asimismo, otros análisis sobre los efectos sobre el mercado de trabajo de los Acuerdos
de Libre Comercio, muestran datos reveladores. Scott, Salas y Campbell (2001) destacan
las pérdidas de empleo en EEUU consecuencia del incremento de importaciones de este
país, los desplazamientos de trabajadores por sectores, el aumento de la desigualdad de los
ingresos y efectos sobre sindicación y negociación colectiva. En cuanto a México, si bien se
ha incrementado la inversión directa y el nivel de empleo (éste último en torno a un 3%
por año) sin embargo es significativo el descenso de los salarios reales en torno a un 20%
entre 1993 y 1999 y el incremento del diferencial de salarios con EE.UU. (datos que con-
tradicen a la teoría convencional del comercio internacional ya expuesta y también a la
corrección de Krugman en cuanto que los incrementos de productividad no han llevado
consigo incrementos salariales)28.
Una simple muestra sobre los escasos avances en el crecimiento salarial de países que
han abierto su comercio internacional lo podemos observar en el Cuadro 8. Frente a la teo-
ría del incremento salarial de los países en desarrollo, las diferencias salariales de México y
los nuevos países emergentes asiáticos con respecto a EE.UU. se mantienen a pesar de la
apertura exterior, tanto comercial como financiera29.
28 Existen numerosos estudios empíricos sobre los efectos de la globalización en Iberoamérica, desgra-
ciadamente poco conocidos cuyos resulltados contradicen las principales tesis del comercio interna-
cional. En concreto para el caso de México podemos destacar Pries y de la Garza (1999) y Margáin
(1997), aparte de diferentes estudios de caso sobre efectos de la inversión extranjera en las regiones del
Norte del país, así como los análisis del Economic Policy Institute que realiza un detallado seguimiento
de las consecuencias sobre el empleo del Tratado de Libre Comercio.
29 En todo caso, hay que tener en cuenta que los datos mostrados no indican el poder de compra de los
ingresos al no incluir las variaciones de precios ni - y este dato es importante en estos países - la volati-
lidad de los tipos de cambio.
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1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000
EE.UU. 100 100 100 100 100 100 100 100 100 100 100
México 11 12 14 15 15 9 9 10 10 11 12
Asia NICs 25 28 30 31 34 37 39 37 32 33 34
UE 115 114 121 110 113 126 123 111 110 106 92
Fuente: Bureau of Labor Statistics.
Tecnología y empleo
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Desde la perspectiva de las relaciones con los países menos desarrollados, la teoría con-
vencional nos muestra que la apertura comercial - aunque sea aprovechando la ventaja
comparativa de estos países en industrias intensivas en mano de obra - propiciaría un tras-
vase de tecnología hacia estos países, así como un aumento de renta y de ahorro interno que
permitiría una inversión autóctona. La evidencia empírica al respecto es muy escasa y poco
concluyente. Por una parte se ha apreciado una concentración geográfica de las industrias
localizadas en estos países, con procesos de desplazamiento de población, al tiempo que
aumenta el diferencial de ingresos entre regiones del mismo país. Sin embargo, la eviden-
cia del incremento de inversión autóctona y, en especial, las tasas de inversión nacional han
mostrado escaso incremento, en especial en la última década en que la inversión extranjera
privada se ha canalizado en especial en forma de fusiones y adquisiciones de empresas.
En los últimos años varios estudios se han centrado en los aspectos de convergencia eco-
nómica entre países como consecuencia de los procesos de globalización (medida por aper-
tura de mercados y libre movilidad de capital y trabajo). Frente a la abundante literatura
que ha medido la convergencia a partir de agregados macroeconómicos - en especial el PIB
per cápita y la productividad por trabajador entre países -, estos estudios utilizan los sala-
rios reales como eje de la correlación entre globalización y convergencia. Entienden que
aparte de ser una medida más próxima para analizar los niveles de vida de los países, los
resultados muestran que esta convergencia es más acusada que utilizando los indicadores
anteriores.
Recordamos que desde la teoría convencional de comercio internacional, la liberaliza-
ción de los mercados de bienes y de capitales posibilitaría que la renta per capita a medio
plazo de los países menos desarrollados aumentara disminuyendo la desigualdad en la dis-
tribución con los países desarrollados (de igual modo sucedería con la productividad al
aumentar la dotación de capital en los países menos desarrollados). Los estudios aplicados
a la “primera ola” (1870-1914) mostraron unos resultados que confirmaban la hipótesis si
bien eran débiles. Williamson (1998) y O’Rourke y Williamson (1999) realizan una serie
de trabajos aplicados a la primera ola globalizadora tomando como eje los salarios reales de
los trabajadores no cualificados. Entienden que los flujos comerciales, de capital y de mano
de obra influencia directamente a los precios (salarios) y sólo indirectamente al PIB per
capita (que está influenciado por otra serie de factores) y observan una “incondicional línea
de convergencia de los salarios reales entre 1870 y 1913 entre países”. El análisis es intere-
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AGUSTÍN GARCÍA LASO
sante - en especial por sus conclusiones - pero aparte de ello, por cuanto va a ser utilizado
recientemente por el propio Banco Mundial (World Bank, 2001). En todo caso, es com-
plementario del anterior (deudor del modelo de Solow ampliado al capital humano) y
enfatizando la importancia de la apertura comercial - a pesar de los datos que muestra-.
El estudio de la convergencia en salarios reales se realiza a partir de una serie de factores
que explicarían esta convergencia: educación, flujos migratorios, flujos de capital y libera-
lización del comercio. En el Cuadro 9 se incluyen las principales conclusiones del estudio
a partir de los datos aportados.
De este modo, observan que la educación está asociada positivamente con el creci-
miento y la convergencia en especial la educación inicial. De la muestra de datos observan
que es cierto para los países escandinavos que partían de altos niveles formativos y también
para España y Portugal en cuanto que sus escasos niveles educativos les habrían impedido
- junto con el resto de factores - participar de esta primera ola globalizadora. En este punto
no hay problema y existe suficiente bibliografía al respecto que también lo apoya incluso
para el caso de España.
El segundo factor, la emigración, va a explicar buena parte del “éxito” de la primera ola
globalizadora. La emigración en masa de aquellos años - en torno a 60 millones de perso-
nas, un 10% de la población mundial - desde Europa hacia países escasos de mano de obra
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VISIÓN Y REVISIÓN DE LA GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA
30 Consideran al igual que el Informe del Banco Mundial (2001) que en el caso de Irlanda, la emigración
explica más de la mitad del crecimiento salarial y un cuarto del crecimiento del ingreso per capita y, al
tiempo, explica - tanto para Irlanda como para Italia- toda la convergencia en salarios reales con EE.UU.
y del 65% al 87% con Gran Bretaña. La disminución de salarios en los países receptores llegó al 22% en
Argentina, 16% en Canadá y 8% en EE.UU.
31 No es momento de traer aquí el tema tan debatido de la revolución industrial en España (tardía o fraca-
sada). En todo caso, conviene indicar que los aranceles sobre productos agrícolas (en torno a un 15%)
eran similares a otros países igual que los aranceles sobre productos industriales (en torno al 40%, cifra
similar a EE.UU.) - datos procedentes entre otros de Crafts, 2000-. Creo que en este debate deberían
introducirse elementos de distribución de renta entre regiones: en el caso español, la debilidad del con-
sumo interno - así como del ahorro - explicada por las bajas rentas en especial en Castilla pueden expli-
car buena parte del gap frente a nuestros vecinos europeos, mejor que las cifras de comercio interna-
cional. Por otra parte, en 1910 sólo un 10% de la población ocupada lo estaba en la industria, frente al
40-50% en los países industrializados del momento.
32 “La emigración en masa fue la mayor fuerza igualizadora de ingresos....La emigración fue probable-
mente más importante que el comercio y el movimiento de capitales” (World Bank, 2001, p.26). Del
mismo modo, O’Rourke y Williamson (1999) concluyen que su papel fue “central”:
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sólo tendrá efectos positivos si existe libre movilidad de trabajo y - lo que es más importante
- plena flexibilidad de los salarios en todos los países. Williamson (1998) afirma que “existe
un consenso general en la literatura histórica que la política de inmigración ha sido sensi-
ble a las condiciones del mercado de trabajo y que los flujos de inmigración han sido sen-
sibles a los diferenciales de salario y empleo entre países” (p.64). De aquí le lleva a explicar
que las políticas restrictivas a la inmigración surgidas con posterioridad a esa primera ola
(en EE.UU. desde los años 20) fueron concesiones “políticas” en cada país - en especial
EE.UU. - con el fin de mantener y no reducir el nivel de vida de sus trabajadores pobres:
de este modo la política migratoria ha sido más sensible a las condiciones de trabajo de los
países de destino que a los niveles de inmigración, restringiendo de este modo los flujos
migratorios.
De hecho, hoy, comparativamente con la anterior etapa, los flujos migratorios son muy
inferiores: cerca de 120 millones de personas (2% de la población mundial) vive en países
extranjeros (la mitad en países desarrollados); sin embargo, dado que la población de los
países en desarrollo es cinco veces mayor, esto quiere decir que los emigrantes se concen-
tran en los países desarrollados (suponen un 6% de su población) más que en países pobres
(1% de su población). La causa de la emigración sigue siendo el diferencial de ingresos
entre países, que ahora son superiores. Los incrementos en la desigualdad a lo largo del
siglo e incrementados en las dos últimas décadas impulsan estos desplazamientos, en par-
ticular con las presiones de población en los países pobres y en un contexto en que gracias
a las tecnologías de información, el mundo desarrollado cercano deja de ser un descono-
cido y la reducción de los costes de transporte también facilitan estos flujos.
La libre movilidad del trabajo se asocia a la libre movilidad de capital y los firmes defen-
sores de ésta exigen también la de la primera con plena flexibilidad salarial. Rodrik (1998)
ya alertaba que la disminución de la imposición sobre el capital genera un aumento rela-
tivo de la imposición sobre el trabajo con efectos sobre el empleo que deben ser asegurados
por programas gubernamentales. Asimismo, se puede alentar una competencia entre paí-
ses con reducciones de los impuestos sobre el trabajo para atraer capitales. La concentra-
ción de los trabajos de inmigrantes en los puestos de trabajo menos cualificados genera
competencia por los salarios bajos con efectos reductivos sobre ellos. Todos ellos son deba-
tes abiertos que se están iniciando y que requieren análisis menos apasionados y mayor evi-
dencia empírica, teniendo siempre presente cuál es el modelo que está detrás de cada plan-
teamiento.
Para terminar este apartado, simplemente subrayar que la relación que tiene la globali-
zación con el mercado de trabajo no hace referencia exclusivamente a la libre movilidad de
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VISIÓN Y REVISIÓN DE LA GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA
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AGUSTÍN GARCÍA LASO
El comercio
33 Una reciente argumentación en esta línea parte de Hernando de Soto que en su libro El misterio del capi-
tal. Por qué el capitalismo triunfa en Occidente y fracasa en el resto del mundo (2000) sostiene que el pro-
blema está en que en los países menos desarrollados no está extendido un sistema de derechos de pro-
piedad garantizados y esto provoca un predominio de economía informal que impide desarrollar un buen
funcionamiento del sistema. El propio Banco Mundial se ha hecho eco de esta tesis. La cuestión clave
es que para ello el Estado en un país en desarrollo debe estar dotado de un aparato institucional y, por
tanto, de un sistema tributario equiparable al de los países desarrollados.
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VISIÓN Y REVISIÓN DE LA GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA
Constituye esta movilidad la principal diferencia entre las olas globalizadoras: en la ter-
cera ola predominan los flujos de capital a muy corto plazo. Es importante subrayar esta
diferencia para impedir la relación mecánica de los logros económicos del periodo
1870/1914 con las nulas restricciones a estos flujos: en cuanto que fueron inversiones a
largo plazo, dirigidas fundamentalmente a infraestructuras y donde jugaba un papel cen-
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tral la potencia dominante en aquel momento como era el caso de Gran Bretaña (y su rela-
ción con sus colonias), el proceso permitió asegurar transferencias tecnológicas, al tiempo
que jugaba un papel equilibrador del sistema monetario.
Alejado de estas restricciones, el modelo actual como hemos visto gira en torno a inver-
siones a muy corto plazo con una creciente importancia de inversiones en cartera, funda-
mentalmente por fusiones y adquisiciones de empresas fruto de las políticas de privatiza-
ción de empresas públicas a que han sido obligados los países menos desarrollados. Se reco-
noce que las inversiones directas son el mejor instrumento de inversión, aparte de las ayu-
das públicas al desarrollo (hoy en retroceso). Una alternativa lleva a potenciar las ayudas
públicas a largo plazo y concentrar las inversiones privadas en inversiones directas. ¿Pero
cómo? Es aquí donde entra el debate sobre el control de los flujos financieros a corto plazo.
El establecimiento de algún tipo de regulación - impositiva o no - resulta obligada en un
entorno de libre movilidad y constatado desinterés por los resultados de la inversión34.
Por otra parte, otro de los riesgos a que lleva esta liberalización de capitales es a la com-
petencia entre países por atraer inversiones (fundamentalmente mediante reducciones en
su tributación). Una forma de controlar estas funestas inclinaciones es el fomento de inte-
gración económica entre países y la prohibición entre ellos de estas prácticas. A nivel mun-
dial debería funcionar el control de los paraísos fiscales : la OCDE dispone ya de un listado
de las 33 “jurisdicciones” y una propuesta de cooperación fiscal global.
Por último, como hemos señalado, en los últimos años se han intensificado las fusiones
y adquisiciones de empresas. Ya hemos comentado los problemas que éstas generan, fun-
damentalmente no supone inversión nueva, escasos o nulos efectos de empleo y, sobre
todo, en especial en aquellos casos derivados de la adquisición de empresas públicas, crea-
ción de oligopolios en los mercados nacionales de estos países. Nuevamente esto genera la
necesidad de unas instituciones fuertes en estos Estados menos desarrollados que garanti-
cen una política de competencia similar al resto de países. Del mismo modo, estos países o
grupos integrados de ellos deberían limitar las privatizaciones en especial de suministros
de servicios públicos esenciales (vg. el agua).
34 Reflexionando sobre la necesidad de mantener durante tiempo las inversiones realizadas en Bolsa, por
la seguridad que produce a la empresa y al país, Keynes, que ejercía también este trabajo (si bien el man-
tenía que le dedicaba muy poco tiempo), consciente de la posibilidad de inversiones especulativas con-
cluía que “la implantación de un impuesto fuerte sobre todas las operaciones de compraventa podría ser
la mejor reforma disponible con el objeto de mitigar en EE.UU. el predominio de la especulación sobre
la empresa” (Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, Fondo de Cultura Económica, 1943,
p. 146 13ª reedición).
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VISIÓN Y REVISIÓN DE LA GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA
Frente al modelo globalizador neoliberal que hemos descrito, que busca una severa dis-
minución de sus competencias, una visión alternativa debe justamente subrayar la abso-
luta necesidad de su consolidación. Casualmente el propio Banco Mundial al analizar las
olas de globalización recuerda que la primera ola “también coincidió en Europa con el esta-
blecimiento por primera vez en la historia de los grandes pilares legislativos de la protec-
ción social (educación de masas, seguro del trabajo y pensiones)” (World Bank, 2001).
Sin embargo para cumplir sus funciones, el Estado debe estar respaldado por unos
ingresos fiscales estables como los de cualquier Estado desarrollado, para lo cual debe crear
una adecuada reforma tributaria que asegure unos ingresos suficientes35. Dada la especial
distribución de renta que manifiestan algunos países en especial en Iberoamérica36, se hace
necesario que el Estado disponga de una política de gasto social dirigida en especial a la
población más necesitada y su correspondiente financiación.
Por otra parte, el Estado debe posibilitar un ahorro interno que genere inversión autóc-
tona y, por tanto sea cada vez menos dependendiente del ahorro externo. Ambos ahorros
requieren un clima político adecuado, esto es, estabilización de la paz interna y fortaleci-
miento del Estado frente a la corrupción37.
Uno de los principales cambios apreciables en la estructura de los países desarrollados
entre la situación a comienzos de siglo y su situación actual es la participación del Estado
en la economía. El fortalecimiento y consolidación del Estado de Bienestar en estos países
ha permitido asegurar una demanda efectiva (con efectos sobre el nivel de producción y
empleo), una consolidación de la industria, el mantenimiento de reglas que garantizan la
libre empresa y la competencia y, sobre todo, un compromiso por un crecimiento estable
35 En el caso de los países iberoamericanos los ingresos públicos apenas alcanzan al 20% del PIB, frente
a un 30-40% en los países desarrollados. Por otra parte, la estructura de los impuestos es claramente
favorable a los impuestos indirectos sobre el consumo (en un estudio sobre tributación en Mercosur, los
impuestos sobre la renta están en torno al 15% del total de ingresos y los impuestos sobre el consumo
en torno al 50%). Ingresos por tanto escasos y regresivos.
36 Argentina y Brasil presentan los mayores niveles de desigualdad en la distribución de renta: en Brasil el
primer decil de población apenas llega al 0.8% de renta, mientras que el último dispone del 47% (Inte-
ramerican Development Bank, 1998).
37 La corrupción de los países en desarrollo, en buena medida mantenida por los propios inversores, se
torna en un obstáculo serio al desarrollo interno de estos países. Pero esto no puede llevar al análisis
reciente, que, como en el caso de Argentina, tiende a culpar a la propia administración argentina y su
nivel de corrupción (idéntico, por cierto al de hace diez años) de los desórdenes financieros recientes,
entre los cuales, los organismos internacionales no citan -por cierto- la aceptación ciega de la vincula-
ción del peso con el dólar en 1991.
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AGUSTÍN GARCÍA LASO
En el Cuadro 10 observamos el fuerte crecimiento del gasto público a lo largo del siglo
y los altos niveles con que cuenta en la actualidad. Característica diferenciadora con res-
pecto a la primera ola globalizadora, de forma que si bien el volumen de exportaciones
medido en función del PIB es similar a comienzos de siglo (incluso también el de inver-
siones) no es así el papel del Estado en la economía. La función estabilizadora del Estado
ha sido reconocida por tanto en todos los países desarrollados. Sin embargo, en contraste,
en los países en desarrollo nos encontramos con niveles de gasto público comparativa-
mente mucho más bajos y que apenas han tenido variación en los últimos treinta años.
Estos países no han sido capaces de crear unas estructuras estatales que aseguren las fun-
ciones antes reseñadas para los países desarrollados. De esta forma se mantienen unos nive-
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VISIÓN Y REVISIÓN DE LA GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA
Por último es importante destacar que un mayor peso del sector público no tiene que
suponer una restricción exterior. Como ha destacado Navarro (1999 y 2000), en Europa
se ha correspondido la etapa de mayor expansión exterior en etapas y en países donde más
ha crecido el gasto público38.
38 “Es más, la época de mayor expansión del Estado de bienestar en aquellos países (1970-90) coincidió con
la expansión de las exportaciones y del comercio exterior ... En realidad aquellos países pudieron compe-
tir exitosamente precisamente por tener unos Estados fuertes que basaron sus políticas económicas y
sociales en un pacto social que asumía una intervención estatal fuerte y dirigista” (Navarro, 2000, p. 60).
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Mercado de trabajo
Como hemos subrayado el mercado de trabajo juega un papel clave de engarce del
modelo globalizador convencional: la movilidad de mano de obra y la flexibilidad salarial
que provoca posibilita los logros de convergencia económica. Sin embargo, frente a este
planteamiento cabe un modelo de interpretación alternativo que gire en torno a tres pun-
tos claves:
En la última década se ha intensificado por parte de las instituciones oficiales comuni-
tarias y mundiales provocar una “obsesión” por el funcionamiento y logros del mercado
laboral estadounidense, en particular en materia de creación de empleo. Sobre esta “obse-
sión” se hacen girar todos los debates en los marcos institucionales y en publicaciones espe-
cializadas. Los “logros” de empleo generados por la economía de EE.UU. giran en torno a
un elevado nivel de rotación laboral (flexibilidad de entrada y salida en el mercado de tra-
bajo), débil presencia de las instituciones (administración o sindicatos) en la regulación de
las condiciones de trabajo y una fuerte disminución de los salarios reales desde la década de
los ochenta39. La causa de esta caída de salarios reales es también motivo de controversia:
unos consideran que es consecuencia directa del proceso de apertura de mercados; sin
embargo, cabe hablar más bien de una cuestión de poder fruto de la desarticulación sindi-
cal y la desprotección institucional. El equilibrio de poder se rompió, por encima -como
ya hemos indicado- de la integración en un área de libre comercio.
Frente a este modelo se yergue el modelo social europeo que destaca por su mayor cohe-
sión social, mayor nivel de reglamentación y coordinación y papel predominante de la
negociación colectiva. Desde el Consejo de Lisboa 2000 parece evidente en todos los tex-
tos oficiales de las cumbres de empleo una apuesta decidida por la UE con respecto hacia
este modelo cohesionado y sus nuevos campos de políticas, en especial las de inclusión
social. Reivindicar sin complejos esta decidida apuesta resulta una política alternativa, al
tiempo que ofrece a otros países en desarrollo otros modelos de aproximación. No cabe
aquí alegar que este modelo restringe los intercambios comerciales ni la liberalización
financiera; antes al contrario, son éstas, especialmente la libre movilidad de capitales el
principal foco de preocupación del modelo al fomentar competencias por la localización
industrial entre paises vecinos mediante concesiones fiscales y/o laborales y procesos de
deslocalización industrial, en especial en épocas de crisis.
39 Un buen análisis de las consecuencias laborales de este tipo de políticas de los años ochenta se encuen-
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VISIÓN Y REVISIÓN DE LA GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA
Desde una perspectiva internacional con respecto a los países en desarrollo, se hace
necesario “globalizar” los derechos sociales, muy en especial los Core Labor Standars, un
código de derechos laborales mínimos aprobado por la OIT y que debe ser ratificados por
todos los Estados40. Si bien todavía hay bastantes países que no los han suscrito en la última
década se ha intensificado su confirmación por países en desarrollo41. Esta medida unida
a la aplicación de la “etiqueta social” en los intercambios comerciales o a una progresiva
aplicación voluntaria en grandes empresas multinacionales de códigos voluntarios de con-
ducta o el posible establecimiento de un sistema de preferencias comerciales a países que
demuestran la observancia de este código de conductas. De este modo, frente a una “des-
nacionalización de los sistemas jurídico-laborales” (Baylos, 1999) se ponen los pilares de
una nueva construcción laboral que palíe los efectos corrosivos de una globalización ten-
dente a potenciar las ventajas comparativas de países en desarrollo en términos de costes
laborales y condiciones de trabajo. En todo caso, todavía estos sistemas están aún poco
desarrollados y la presión social a su implantación (muy en especial la “etiqueta” sociales
que diferencie los productos procedentes de países que cumplen este código de derechos).
Por último se impone una nueva dimensión internacional del espacio de actuación de
los sindicatos. La integración europea exige fortalecer el sindicalismo europeo (la Confe-
deración Europea de Sindicatos), extender los derechos sociales finalmente introducidos
por el Tratado de Amsterdam y tejer una negociación colectiva en empresas que operen en
este espacio. Este “sindicalismo renovado” (Bourdieu) debe ser consciente de estos cam-
bios, pero sin dejarse llevar por aquellos aspectos que como hemos comprobado no han
cambiado. Por otra parte, debe manifestar un mayor compromiso con los países menos
desarrollados (Moody,1999) y comprometerse a extender los derechos laborales en estos
países sin dejarse tentar por el proteccionismo exterior sólo favorecedor de los privilegios
de países desarrollados.
Mientras tanto, los creadores de ideas “fetiche” continuarán en la búsqueda de nuevos
conceptos que atraigan la atención de especialistas, instituciones, comunicadores y público
en general. En esta globalización de las ideas-concepto o ideas “fetiche” todos continuarán
-continuaremos- escribiendo y pensando sobre las nuevas inscripciones, tales como el
“conocimiento a lo largo de toda la vida”o el “equilibrio presupuestario”; seguiremos sus-
40 Son 5 derechos fundamentales: 1. Prohibición del trabajo infantil; 2. Prohibición del trabajo forzoso; 3.
Libertad de asociación; 4. Derecho de negociación colectiva; 5. No discriminación en el empleo.
41 Distintos estudios recogidos por la OCDE subrayan que no existe evidencia empírica de que el cumpli-
miento de estos derechos tenga efectos negativos sobre el comercio (OECD, 1996). Un análisis más
reciente en Kucera (2001)
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VICENTE DONOSO
Globalización:
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Introducción
Precisiones conceptuales
Antes de abordar los aspectos cuantitativos de la cuestión, hay que ponerse de acuerdo
en algunas cuestiones terminológicas. La confusión –frecuentemente interesada– de los
diversos matices conceptuales, impide a la política económica un correcto tratamiento de
muchos de los problemas que están hoy día en el centro del debate mundial. Sin pretender
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VICENTE DONOSO
darle más dimensión que la puramente instrumental para facilitar la comprensión de lo que
se va a exponer, realizaré algunos deslindes conceptuales.
En primer lugar, deslindemos integración de globalización. La integración, en cuanto
proceso genérico de creciente imbricación de países, sociedades e individuos, es un hecho
tan antiguo como la humanidad. El carácter social del ser humano, junto con intereses his-
tóricos de diversa índole e intensidad (cultura, economía, religión...) han ido acrecentando
los intercambios de todo tipo entre los grupos humanos. No es difícil para los historiado-
res datar fases importantes en este proceso. Por poner un ejemplo tópico, la apertura de las
rutas hacia América en el siglo XV significó un hito importante en la integración humana.
Integración que –no hace falta decirlo– no ha sido, ni es, en muchas ocasiones pacífica;
pero sigue siendo integración.
En segundo lugar, distingamos globalización de globalismo1. Podemos convenir en
apellidar «globalización» a todo proceso de creciente y acelerada integración, como por
ejemplo el que se registra en la economía mundial a partir de la década de los ochenta del
siglo XX aproximadamente. Los síntomas genéricos de ese proceso han sido el incremento
notable del comercio; la multiplicación sin precedentes de las corrientes financieras, par-
ticularmente de las de corto plazo; la dispersión de la producción por numerosas sedes
mundiales, según las estrategias de las empresas multinacionales y de acuerdo con las posi-
bilidades que brindan las tecnologías fragmentables; la mayor permeabilidad de las fron-
teras para la circulación de la fuerza de trabajo cualificada, en un flujo que, en conjunto,
tiene una clarísima orientación Sur-Norte; y en fin, el auge de la prestación de servicios y
de otras formas de intercambio económico «desmaterializado», hechos posibles por el pro-
greso técnico y la difusión de los recursos de la informática.
Como es conocido, el proceso descrito se ha desenvuelto en un ambiente legal e ideo-
lógico definido por el término «neoliberal», y bien resumido en el llamado «consenso de
Washington». Dicho consenso, más tácito que explícito, promueve, entre otras cosas, la
total apertura de los países a las actividades de empresas e inversores extranjeros, la desre-
gulación de las operaciones económicas, la flexibilidad del mercado de trabajo –que no es
otra cosa que restituir al empleador la facultad de gobernar a su antojo la fuerza laboral– y
la retirada del sector público de toda actividad que no pueda identificarse como un bien
público «puro»; frontera que está siendo rebasada en la práctica puesto que el Estado ha
empezado a retirarse de parcelas que corresponden al ámbito de los bienes puros: justicia
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GLOBALIZACIÓN: UNA PERSPECTIVA NORTE-SUR
Si uno consulta los datos empíricos sobre las corrientes comerciales de las dos últimas
décadas (Cuadro 1), observa un hecho que puede ser embarazoso para los entusiastas del
globalismo: las cuotas de los países del Norte y del Sur prácticamente han permanecido ina-
movibles, en medio de las grandes transformaciones culturales, sociales, económicas, polí-
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ticas... de la realidad. Este hecho se puede cualificar, desde otro ángulo, convirtiéndolo
todavía en más molesto para los globalistas: durante la última década de acelerada integra-
ción, el número de pobres absolutos (los que viven con menos de un dólar al día) ha cre-
cido ligeramente (hasta los algo más de 1.210 millones actuales). A la vez, su distribución
por continentes y regiones muestra una geografía de la pobreza prácticamente inamovible,
si se exceptúan un par de matices: la incorporación al ejército de perdedores de una gran
parte de lo que fue el «segundo mundo», del socialismo real; y el leve progreso de una parte
de la población china junto con el progreso mayor de una porción apreciable de la pobla-
ción del sureste de Asia. La función de estos hechos no es probar que el globalismo causa
pobreza3, sino que, en contra del ideario liberal, no contribuye a remediarla, si se prescinde
de la intervención consciente de las sociedades y los Estados.
EXPORTACIONES IMPORTACIONES
REGIONES 1980 2000 1980 2000
Economías desarrolladas 62,9 63,5 68 67,2
Economías en desarrollo 29,1 29,5 24,3 26,5
Economías en transición 7,7 4,2 7,4 3,6
Pro memoria: Asia 15,6 25,9 16,6 22,3
Errores y omisiones 0,3 2,8 0,3 2,8
Mundo 100 100 100 100
Fuente: Elaboración propia con datos de la Organización Mundial del Comercio.
Pero, entonces, ¿dónde quedan los milagros del libre comercio y de las otras recetas al
uso del imaginario neoliberal? No todo puede ser una superchería. En efecto, no todo es
superchería. Hay ciertas bases objetivas que no se pueden desconocer, aunque la interpre-
tación correcta tal vez acabe no gustando a sus defensores. Y es que, lo que ha ocurrido, ha
sido una redistribución de las magnitudes entre los países del Sur (Cuadro 2). De tal forma
3 Ese es el terreno en el que les gusta a los globalistas situar la discusión: si se puede demostrar que
el globalismo causa pobreza. A partir de aquí, la discusión escolástica, un tanto estéril, está garanti-
zada. Mejor es argüir que el globalismo NO remedia la pobreza, ni siquiera la reduce, relativa o abso-
lutamente, al margen de las intervenciones del Estado y otros agentes sociales.
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GLOBALIZACIÓN: UNA PERSPECTIVA NORTE-SUR
que los nuevos países industriales, fundamentalmente situados en el este y sur de Asia, con
el añadido de algunos otros como México, han ocupado parcelas crecientes del comercio a
expensas del resto del Sur. Este resto incluye de modo muy notorio al África subsahariana,
a América Latina y al «nuevo sur» venido de la órbita soviética. Los datos atestiguan que los
13 puntos de cuota de comercio ganados por ciertos países del Sur –que fundamentan el
espejismo del «milagro», que tanto gusta a los globalistas para probar las bondades del neo-
liberalismo– han sido arrebatados, básicamente, a otros países del Sur.
EXPORTACIONES IMPORTACIONES
REGIONES 1980 2000 1980 2000
América del Norte 14,4 16,6 15,4 22,5
Estados Unidos 11,1 12,3 12,4 18,8
América Latina 5,4 5,6 6 5,8
Europa Occidental 40,1 38,4 44,6 38,5
Unión Europea-15 37 35,4 40,8 35,4
Extra Unión 14,5 13,5 18,8 14,5
Europa Central y Oriental,
Bálticos, CEIs. 7,7 4,3 7,4 3,6
África 5,9 2,3 4,7 2,1
Oriente Medio 10,5 4,1 5 2,6
Asia 15,9 28,7 16,9 24,9
China 0,9 3,9 1 3,4
Japón 6,4 7,5 6,5 5,7
Total mundial 100 100 100 100
Fuente: Elaboración propia con datos de la Organización Mundial del Comercio.
Pero, si de los hechos pasamos a las políticas, se descubren realidades, según se comentó
antes, que tienen poco que ver con el imaginario globalista. Para resumir el hilo de la argu-
mentación, los datos muestran que el éxito del Sur en la globalización del comercio es un
cierto espejismo producido por el desplazamiento de cuotas de países «perdedores» del Sur
a países «ganadores» del propio Sur, asentados preferentemente en Asia. La paradoja se
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GLOBALIZACIÓN: UNA PERSPECTIVA NORTE-SUR
4 Para no cansar al lector con prolijas explicaciones en el texto, puede consultarse Organización
Mundial del Comercio (1998), capítulo 4º.
5 Véase muy especialmente Rodríguez y Rodrik (1999).
6 Véase Srinivasan y Bhagwati (1999).
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tar y exportar ciertos recursos naturales, desde el petróleo hasta la ganadería; la contracción
del sistema productivo, en la medida en que ramas o segmentos de ramas industriales caen
destruidas ante la competencia sin regular de las importaciones, debido a una política que,
por cierto, no ha adoptado ninguno de los grandes países de hoy, empezando por Estados
Unidos, Japón o Alemania7; la dislocación de la estructura productiva nacional, puesto que
el capital extranjero adquiere industrias, o fragmentos de industrias, que supedita a sus pro-
pias estrategias e intereses, lo que obstaculiza que se pueda articular una economía en la que
sectores primarios, bienes de consumo y bienes de inversión consigan un grado de acopla-
miento y coherencia que les permita funcionar con cierta autonomía, rasgo distintivo de
las economías centrales del Norte; finalmente, la apertura irrestricta al exterior tiene como
consecuencia que las bases de la existencia material de regiones y países pasan a depender
de agentes extranjeros, que no dudan en abandonarlas, transformarlas o destruirlas cuando
no sirven a los intereses de un elevado beneficio económico.
Valgan los desarrollos anteriores como justificación de las siguientes afirmaciones: la
integración mundial a gran escala o globalización puede producir frutos saludables para los
países del Sur, siempre y cuando se ponga coto a los planteamientos del globalismo neoli-
beral, una de cuyas mayores deficiencias es confundir los medios con los fines. Así, el fin ten-
dría que ser el desarrollo y el bienestar, y el medio, la apertura al exterior y la integración en
los mercados mundiales. Esto implica que, primero, hay que tener un proyecto de país, des-
pués las instituciones adecuadas, y por último los medios para gestionarlo, antes de embar-
carse en la aventura de abrirse completamente al exterior. Por el contrario, el globalismo neo-
liberal aspira a convencer a las naciones, fundamentalmente del Sur, cuyas riquezas y mer-
cados codicia, a que se abran primero, ya que el crecimiento, el bienestar e incluso la justi-
cia social caerán después cual fruta madura. Pero no hay que engañarse en este punto: como
he intentado argumentar, aduciendo la debilidad de las diversas posiciones «científicas» en
la materia, la última palabra es necesariamente política, algo que, digan lo que digan los pro-
pagandistas del globalismo, los países del Norte-Norte tienen meridianamente claro.
El obligado tratamiento del comercio no debe impedir atender a otras facetas donde se
revela la asimetría intrínseca del globalismo dominante, además de su perdurabilidad en el
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tiempo si se prescinde de las intervenciones correctoras de los Estados. Esos aspectos tie-
nen que ver con los flujos financieros, principalmente de inversión directa, y algunas acti-
vidades económicas emparentadas con lo que vagamente puede apelarse la «nueva econo-
mía».
Un primer comentario merecen las inversiones directas. Es sabido que, si algo ejempli-
fica el auge de la integración mundial, son los mercados financieros, a los que el globalismo
gusta referirse como ejemplo a imitar en las otras facetas de la actividad económica. El
tópico de los dos billones de dólares movidos diariamente en los mercados internacionales
de divisas sirve para reforzar la idea de eficiencia cuando se eliminan trabas, dando por sen-
tado que los capitales se mueven en tiempo real hacia las zonas en que más se necesitan. Un
análisis un poco más detenido mostraría las debilidades intrínsecas de la libertad ilimitada
y desregulada de los movimientos financieros, que ha conducido a que expertos, políticos
y movimientos sociales de diversa procedencia hayan confluido en pedir control y regula-
ción; otra cosa es que se consiga, debido a los poderosos intereses que hay en juego. Pres-
cindiendo de esta polémica amplia, basta para el propósito de este trabajo comprobar que
la globalización financiera en su aspecto productivo más relevante para los países, esto es,
en la inversión directa, ofrece los mismos rasgos de asimetría y perdurabilidad que ya se
comprobaron en el comercio.
Así, los datos empíricos de las dos últimas décadas indican que, aproximadamente, los
países del Sur en desarrollo han pasado de emitir casi el 3% de la inversión directa hasta el
10%; complementariamente, los países del Norte han descendido desde el 97% hasta el
90% en esos mismos veinte años. Si de la emisión se pasa a la recepción de inversiones direc-
tas, los datos indican también una ganancia de cuota de algunos puntos porcentuales por
parte los países del Sur. Pues, en efecto, su parte en la entrada de flujos ha subido desde el
26% hasta casi el 32%; en correspondencia, las economías del Norte han menguado desde
el 74% al 68% del total de flujos mundiales de inversión directa exterior. La desagregación
por zonas geográficas vuelve a poner de manifiesto que el éxito del Sur se ha concentrado
en un puñado de países de reciente industrialización, fundamentalmente del este y sur de
Asia, que coincide con los que han tenido éxito comercial y, por tanto, con los que se han
apartado del recetario globalista de las instituciones multilaterales internacionales. La con-
clusión es, por tanto, que la integración bajo pautas neoliberales no arregla las asimetrías
económicas; muy al contrario, más bien las refuerza, si se hace abstracción de aquellos paí-
ses con éxito comercial y financiero que han triunfado justamente aplicando políticas con-
trarias a la ideología globalista.
Un segundo aspecto a considerar es la brecha del desarrollo tecnológico, donde unos
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8 Véase Pérez Campanero (2000), pág. 49, cuadro 2, y pág. 50, cuadro 4.
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Terminar aquí estas reflexiones tendría el peligro de inducir algunos malentendidos que
conviene evitar. Sin embargo, previamente, hay que dar algún rodeo para situar la discu-
sión en su justo término.
El resurgir del interés por la geografía económica ha llevado a prestar creciente atención
al influjo de los condicionantes espaciales en el rendimiento económico de países y empre-
sas. Por eso, vuelve a hablarse de los condicionantes geográficos de la competitividad, y se
están analizando las ventajas que ofrecen las llamadas «economías de aglomeración» que se
registran, por ejemplo, en las ciudades, y que serían un fundamento racional para explicar
el porqué de las megaurbes, o al menos de la tendencia al incremento incesante de la pobla-
ción urbana, estimada ya hoy día en el 47% del total de la población mundial.
El otro aspecto de la geografía económica trabaja con una perspectiva aún más agregada
y de largo plazo, y trata de analizar en qué medida la ubicación de los países en determina-
das ecozonas (tropicales, subtropicales, templadas...) puede explicar el desarrollo de muy
largo plazo. Se han encontrado relaciones interesantes que, si no se malinterpretan, ofre-
cen argumentos razonables para comprender cómo actúa el espacio (entendido en un sen-
tido muy amplio, que acoge más a las características del «hábitat» que a las puramente físi-
cas) sobre los colectivos humanos. Es en esta corriente de pensamiento donde encajaría una
visión Norte/Sur adecuadamente entendida. Esto último significa que debe huirse de todo
determinismo meramente mecanicista, que acabaría reduciendo la historia humana a un
apéndice de la historia natural; algo por lo demás muy del gusto del «naturalismo» deci-
monónico, que se refleja hasta en el arte o en la literatura.
Un análisis más fino, y desde otras premisas metodológicas más convincentes, descu-
briría que sobredeterminando al factor geográfico aparece el elemento sociopolítico en
toda su complejidad. Esto explica el título del presente apartado: hay un sur del Norte y un
norte del Sur, porque, más allá del factor geográfico, con su dosis de virtualidad para expli-
car ciertos fenómenos económicos, se encuentran las realidades sociopolíticas condicio-
nando el resultado final de las sociedades y países. Por eso, al analizar la integración mun-
dial, realizada bajo pautas neoliberales, se advierte que los perdedores también se agrupan
en el Norte, y a la inversa, los triunfadores en el Sur. El asunto bien merece una reflexión
más detenida.
El globalismo, en cuanto apertura al exterior sin restricciones, crea las condiciones para
que determinados estratos de la población pierdan en el Norte, al tiempo que otros estra-
tos triunfen en el Sur. Una de las cuestiones más estudiadas en este ámbito se relaciona con
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los efectos del comercio: la entrada de importaciones baratas de los países del Sur perjudica
al empleo y los salarios de los trabajadores poco cualificados del Norte. El desenlace de esta
competencia puede venir por una o varias de las vías siguientes: se incrementa el desempleo
en el Norte (digamos, situación de la Unión Europea); se deterioran los salarios (salida tipo
Estados Unidos, donde las cifras de pérdida de poder adquisitivo son casi del tercer
mundo); se ajustan a la baja las cuotas sociales, que sirven para financiar el Estado de
bienestar; o se cierran empresas que se trasladan a localizaciones más acordes con las con-
diciones de la competencia del Sur. Incluso expuesto de forma un tanto impresionista,
resulta claro que el globalismo impone unos costes sociales nada despreciables a los países
del Norte, o más precisamente a los estratos menos cualificados y protegidos del Norte,
cuya situación se deteriora aún más por efecto de la reasignación de recursos públicos a
otros menesteres, como las armas, o las transferencias a los ricos, vía la reducción de
impuestos practicada por las derechas globalistas. La consecuencia ha sido un aumento
visible de la marginación, el desempleo y la pobreza en el Norte.
El reverso de esta medalla, el norte del Sur, tampoco hay que pasarlo por alto. Un norte
del Sur que tiene tres estratos principales de asentamiento, cuya colusión sirve para conso-
lidar determinados rasgos del globalismo neoliberal, aun a costa del empobrecimiento y la
dislocación de sus países del Sur. En primer lugar está el estrato de los políticos y miembros
de las Administraciones públicas a los que –entre otras posibilidades que les proporciona el
globalismo– los programas de privatización, de los que no se ha librado ningún país, les han
brindado amplia ocasión para el enriquecimiento personal; a estas alturas, no hay que des-
perdiciar mucho tiempo en demostrar la relación entre privatizaciones y globalismo, vía
«consenso de Washington». En segundo lugar están los estratos ligados a las inversiones
extranjeras en ambos sentidos, entrada y salida, que, por este medio, se pueden subir al carro
de las ventajas indudables que el globalismo ofrece a los detentadores de buenas sumas de
capital; estrato donde habría que situar a fortunas tradicionales, pero también, y de forma
muy importante, a las nuevas capas capitalistas y empresariales, con vocación y mentalidad
internacional. No sería difícil poner nombres y apellidos en países concretos a estos agentes,
al igual que son conocidos del público culto español las principales familias y vectores del
capital ligados al globalismo financiero y empresarial internacional. En tercer lugar es norte
en el Sur el sector de profesionales muy cualificados a quienes el globalismo les facilita alguna
de las siguientes salidas: emigrar al Norte, sobre lo que volveré más adelante; emplearse para
el segmento de capital extranjero presente en muchos países del Sur, capaz de ofrecerles las
ventajas del Norte que no encontrarían en el capital autóctono; expatriarse durante un
número de años que les permita acumular un buen patrimonio.
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nia; país este último que necesitará importar, al menos, 100.000 ingenieros hasta el año
202510.
Un cálculo económico de los recursos incorporados a este «capital humano» que es atraído
–permítase una licencia lingüística: «robado»– arroja miles de millones de euros, que se
transfieren al Norte desde el Sur, al tiempo que drenan la mejor fuerza de trabajo del Sur y
la que más podría contribuir a su desarrollo. Se cierra el círculo cuando se advierte que, en
estos casos, al igual que ocurría en la época de la «guerra fría», se invoca el «derecho» a emi-
grar libremente de estos trabajadores, en amargo contraste con aquellos cuyo «derecho» es
a quedarse anclados en el sur del Sur.
Una posible propuesta sería gravar esta emigración con un impuesto tipo «tasa Tobin»,
a pagar por los beneficiarios de la operación, el país de acogida, la empresa contratante, el
propio trabajador... Dicha tasa serviría para recuperar en el Sur al menos una parte del capi-
tal nacional invertido en un factor cualificado de producción cuyo destino va a ser el Norte.
Esto conjugaría los intereses de quien quiere o puede emigrar con los de los países de pro-
cedencia del Sur.
Lo primero que se ha intentado en este trabajo ha sido clarificar algunos conceptos cuya
confusión provoca malentendidos para una política económica correcta. Aquí se ha defen-
dido que la integración, en sentido amplio, es un fenómeno humano, antiguo e imparable;
esa integración se ha ido convirtiendo en mundialización o globalización en las dos últi-
mas décadas, debido a la celeridad y amplitud con que está avanzando; desafortunada-
mente, el proceso de integración mundial realmente existente está dominado, no obstante
la creciente contestación social, por una ideología neoliberal (con recetario resumido en el
«consenso de Washington») que propugna un globalismo de consecuencias perversas para
la inmensa mayoría de la humanidad.
El análisis del comercio y la inversión directa muestra la persistencia de la asimetría eco-
nómica mundial, con la novedad de que el Sur se ha fragmentado para bien de un grupo
de nuevos países industriales que se han beneficiado de importantes ganancias en cuotas
de comercio a costa de los perdedores de África subsahariana, América Latina y el antiguo
bloque soviético.
10 Véase ibid.
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GLOBALIZACIÓN: UNA PERSPECTIVA NORTE-SUR
Sin embargo, las mayores diferencias Norte/Sur se están acumulando justo en los vec-
tores más modernos del avance: generación de tecnología, y especialmente en los aspectos
relacionados con las de la información y comunicación que sirven de base a la «nueva eco-
nomía».
De todos modos, los hechos demuestran que, trascendiendo el determinismo geográ-
fico que está implícito en el binomio Norte/Sur, existen perdedores en el Norte y ganado-
res en el Sur, porque, en definitiva, los resultados de un país están condicionados por los
elementos sociopolíticos que lo informan. Una afirmación que nos remite a la necesidad
de debatir, más allá de mecanicismos geográficos o de tópicos que se amparan en la ciencia
económica, las políticas correctas para promover el desarrollo y bienestar de los ciudada-
nos: este es el fin, todo lo demás deberían ser medios.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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JUAN MOSCOSO DEL PRADO Y HERNÁNDEZ
La globalización existe
La UE ante la globalización
1 Libro Verde. Fomentar un marco europeo para la responsabilidad social de las empresas. COM (2001)
366 final. Comisión Europea.
rios de estabilidad en sus inversiones a medio y largo plazo. El cambio de actitud de los
consumidores y el acceso a cada vez mayor información también presiona favorable-
mente a las empresas a adoptar una visión más ética de su actividad y de su relación con
los países en vías de desarrollo.
Las instituciones europeas, sin caer en el error de contemplar este proceso desde una
perspectiva idealista, confían al menos en que éste permita que muchos problemas tiendan
hacia su resolución de manera más o menos espontánea. Al mismo tiempo consideran que
existe una correlación positiva entre un entorno empresarial transparente y que opera en
un entorno dominado por la certidumbre y una sociedad democrática, socialmente desa-
rrollada y plural.
El tercer riesgo que lleva implícita la globalización es el de la insostenibilidad del
modelo de crecimiento. Es evidente que el deterioro medioambiental es una amenaza que
implica, y en cierto sentido lo ha hecho ya, consecuencias irreversibles. De hecho en algu-
nos países ya ha provocado retrocesos en los niveles de renta y bienestar. La situación es pre-
ocupante porque en todos los países del mundo, salvo en los más desarrollados, la devasta-
ción continúa. La destrucción de recursos naturales y humanos –epidemias o guerras–
recrudece la pobreza, fuerza emigraciones masivas y provoca conflictos. La globalización
no es la causa de este proceso, pero sin duda contribuye al mismo, como lo ha hecho con la
propagación del virus del sida, permitiendo la exportación de maderas preciosas por todo
el globo, acabando con las selvas y los bosques húmedos y contribuyendo a modificar el
clima y a extender la desertización.
Las instituciones comunitarias consideran que todos los países deben ser capaces de
tener en cuenta lo que ocurre más allá de sus fronteras en materia medioambiental. Y en un
plazo de tiempo razonable, cinco años por ejemplo, marcarse objetivos cuantitativos pre-
cisos en esta materia. Si los países ricos no se marcan objetivos definidos y claros, ¿cómo
van a hacerlo los que están en vías de desarrollo? Si la esperanza de vida ha caído en nueve
países africanos más de diecisiete años de media a causa del sida y occidente no hace nada
para facilitar el acceso de esas poblaciones a las medicinas que ya existen, ¿bajo qué princi-
pios morales se puede exigir el respeto de los derechos de propiedad intelectual de otras
muchas medicinas o productos a esos países en la OMC?
La conclusión que se obtiene al analizar estas tres amenazas, desigualdad, inseguridad
e insostenibilidad, es que la globalización mal gestionada sólo puede propiciarlas, y que
también existe una clara interrelación entre conflicto y pobreza. Esta interrelación también
se da entre pobreza, degradación medioambiental e inseguridad política. Todo conduce a
la pobreza. Incluso desde una perspectiva egoísta, la del propio interés de occidente, la vía
más adecuada para evitar futuros conflictos es considerar seriamente, con todas sus impli-
caciones, la interrelación que existe entre el comercio y la ayuda al desarrollo. Porque el
comercio enriquece y aproxima a las naciones. El camino contrario es el de la deforesta-
ción, el cambio climático, la propagación del sida, las guerras de los diamantes o de la
droga, el integrismo, las catástrofes humanitarias de todo tipo y la degradación de los Esta-
dos y de sus gobiernos. La gobernabilidad de la globalización lo exige y así es como la Unión
Europea se plantea sus estrategias respecto a la misma.
rrollo, y más del 50 por 100 de la ayuda humanitaria mundial. Así mismo financian un ter-
cio de la ayuda mundial a Oriente Próximo –el 50 por 100 para los territorios palestinos–,
cerca del 60 por 100 a Rusia y a las repúblicas surgidas de la antigua Unión Soviética y el
40 por 100 del esfuerzo de reconstrucción en Bosnia y Herzegovina. Además de esta ayuda,
en un nivel más político, la Unión contribuye al mantenimiento de la paz internacional –lo
cual puede conducir si es necesario al recurso a la fuerza militar–, al fomento de la coope-
ración internacional, de la democracia y de los derechos humanos.
determinadas subvenciones directas para las exportaciones de los productos agrarios. Otro
tanto ha ocurrido con las denominaciones de origen, que no se mencionan, tema que preo-
cupa particularmente a España e Italia. Según la mayoría de observadores y analistas de los
resultados de la cumbre de Doha, si se considerasen todas estas cuestiones de manera simul-
tánea durante las próximas negociaciones, es evidente que la UE puede acabar apareciendo
como el principal obstáculo al éxito de la nueva ronda, interpretación que incluso los
EE.UU. podrían contemplar con simpatía.
En otros ámbitos distintos al agrario, la UE y también los Estados Unidos y Japón, tras
Doha, van a tener que plantearse una reducción de sus picos arancelarios sobre ciertos pro-
ductos manufacturados con origen en los países menos desarrollados a cambio de que éstos
abran más sus mercados. Frente a los EE.UU., Europa desea negociar el fin de medidas que
presentadas como de antidumping o competencia desleal, en el acero por ejemplo, han difi-
cultado los intercambios bilaterales. Por ello, los EE.UU. estarían dispuestos a que la UE car-
gara con la responsabilidad de un posible freno a las negociaciones. Otra cuestión polémica
es la voluntad de la UE de instaurar normas mínimas en materia de políticas de competen-
cia y de inversión extranjera. Existen también importantes problemas entre los EE.UU. y
otros grupos de países – la India principalmente – en materias como los productos textiles.
En cuanto a la relación que debe equilibrar el comercio con la protección del medio
ambiente, planteamiento defendido por la UE contra todos los países en desarrollo porque
ven en él un nuevo instrumento de protección, éste no ha conseguido todavía ser definido
de manera que satisfaga a los países ricos y a los países en vías de desarrollo. Lo mismo puede
decirse de la integración de una dimensión social en los intercambios comerciales, blo-
queada por los países en vías de desarrollo por la misma razón.
A partir de Doha, el sistema de comercio multilateral debe ser la base del desarrollo sos-
tenible y de la erradicación de la pobreza. Este planteamiento de la política comercial se
complementa en la Unión con vistas a promover el desarrollo con el sistema de preferen-
cias generalizadas (SPG), que se revisa más adelante.
La Unión Europea estima que la responsabilidad sobre la situación en materia comer-
cial no es exclusiva de la OMC, sino de todos los actores que participan en la misma, como
es el caso de los Estados miembros de la Unión que participan en la OMC bajo una única
voz, la de la Comisión Europea. En Doha, la Comisión Europea reconoció que la liberali-
zación de la economía real y de los intercambios de bienes, servicios e inversiones depende
de las negociaciones que se desarrollen en la OMC, lo que sin duda es uno de los pilares de
la globalización y del crecimiento económico global. Los Estados de la UE deben asumir
como algo inevitable y necesario la apertura de sus mercados de bienes y servicios según un
esquema de normas no discriminatorias y predecibles, jurídicamente seguras y estables.
Pero ello no es suficiente. Los otros dos pilares del sistema son las instituciones fundadas
en Bretton Woods –el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM)–
y las Naciones Unidas. Si la acción de estos tres pilares no es coherente, la globalización no
rendirá todos los beneficios que puede ofrecer y sobre todo no lo hará para todos. La Unión
Europea considera que los países ricos deben asumir la responsabilidad de que estas insti-
tuciones operen de modo más eficiente, en interés de los más pobres y por tanto también
en el de ellos mismos.
Aunque todavía no es posible conocer en qué se materializará realmente este plantea-
miento de la Unión, en éste se muestra al menos una mayor preocupación por la promo-
ción del desarrollo. Esta es una visión que también valora la situación actual del sistema
comercial multilateral en ciertos ámbitos presuponiendo cierto grado de desgobierno, de
gestión ineficaz o de distanciamiento respecto a los principales problemas que se dan en un
contexto mundializado, como el crecimiento de la pobreza. Todo ello denota una valora-
ción negativa de la UE o cuando menos crítica. Por ello, la UE estima que es necesario refor-
zar la supervisión de la OMC en áreas como las de inversión, competencia y política comer-
cial, campos hasta los que deben llegar también las consecuencias de la aplicación de los
principios de transparencia y no discriminación. La transparencia debe convertirse en
norma en ámbitos hasta ahora poco definidos como el respeto de las normas de protección
medioambiental, la ecoetiqueta, o el uso y abuso del principio de precaución en las rela-
ciones comerciales, aumentando las competencias de los Gobiernos sobre estas cuestiones
frente a la de la propia OMC. Este camino debe servir también para implicar de manera
más directa a los países pequeños en las negociaciones en el seno de la OMC.
guiar a los países en desarrollo hacia un modelo de crecimiento sostenible. Ello exige abrir
más sus mercados y asegurar que los países en desarrollo se benefician de la liberalización
multilateral. Las negociaciones comerciales y las normas de acceso a los mercados deben ir
complementadas, y es en la OMC donde deberían alcanzarse estos acuerdos, con conteni-
dos como la ayuda para la promoción del comercio, reducción de la pobreza y acceso a
medicinas. Además de las instituciones de Bretton Woods deben participar también las
organizaciones creadas en el seno de las Naciones Unidas como la Conferencia de Nacio-
nes Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) y el Programa Medioambiental
de las Naciones Unidas (UNEP).
En conclusión, los objetivos que guían la acción de la Unión en la nueva ronda de nego-
ciaciones de la OMC abierta en Doha se pueden condensar en tres grandes principios:
mejorar la gobernanza, fomentar el crecimiento económico y favorecer el desarrollo soste-
nible. Estos objetivos implican cambios de actitud importantes en diferentes sentidos,
directamente relacionados con el funcionamiento de los mercados. Así, la apertura de los
mercados debe combinarse con la aplicación de reglas multilaterales. La liberalización de
exportaciones e importaciones debe combinar no sólo los intereses de las empresas, sino
también los de los países en vías de desarrollo. Las normas sanitarias, medioambientales,
sociales y de protección de los consumidores deben reforzarse a escala global. Sólo así se
garantizará la existencia de mercados más eficientes, más cohesión social y una mejor pro-
tección del medioambiente.
Todavía es pronto para valorar el éxito de esta estrategia, aunque sin duda su mero plan-
teamiento supone ya un cambio de actitud considerable, y contrasta claramente con la de
otros actores básicos de la escena internacional como los Estados Unidos, más aún después
de los acontecimientos del 11 de septiembre que parecen haber conducido a cierto aban-
dono de algunas sensibilidades por parte del gigante norteamericano. Europa ha sido
durante mucho tiempo el laboratorio en el que esas ideas se han ido fraguando y donde el
esquema ha madurado. No es fácil encontrar una causa principal para ello, si bien el com-
promiso europeo hacia estas cuestiones, por motivos de todo tipo que ahora no es posible
revisar –históricos, culturales, geográficos, etc.–, sea probablemente el responsable.
pos en los que los intereses de la UE resultan mejor atendidos desde acciones a nivel comu-
nitario de conformidad con el principio de subsidiariedad. Este es el caso de la prevención
y resolución de conflictos, la estabilización económica, los movimientos migratorios y las
pandemias. También es así en aquellos casos en los que por razones pragmáticas y operati-
vas resulta más eficaz coordinar los esfuerzos a nivel europeo, por ejemplo, la ayuda y la
seguridad alimentarias y la prevención de las catástrofes.
El presupuesto comunitario constituye el instrumento financiero general de la coopera-
ción al desarrollo cuyas ayudas tienen un planteamiento doble: geográfico (cuenca medite-
rránea, Asia y América Latina, Sudáfrica) y temático (el medio ambiente, la lucha contra el
sida, la lucha contra la droga, el apoyo a la seguridad alimentaria y la ayuda humanitaria).
Además del presupuesto comunitario, las intervenciones se basan en dos instrumentos
financieros más específicos: el Fondo Europeo de Desarrollo (FED) –a partir de contribu-
ciones de los Estados miembros– y el Banco Europeo de Inversiones (BEI) –que concede
préstamos–. Estas medidas se complementan con el planteamiento comercial de la política
de desarrollo basado en el sistema de preferencias generalizadas (SPG).
El objetivo del sistema de preferencias generalizadas (SPG) es conceder exenciones– o al
menos reducciones –aduaneras a los países en desarrollo sobre los productos industriales ter-
minados o semielaborados, agrícolas transformados y textiles. No existe una cláusula de reci-
procidad para los países en desarrollo beneficiados, que solamente están obligados a aplicar
la cláusula de la nación más favorecida y a no practicar discriminaciones entre los países de la
Comunidad. El objetivo es triple: favorecer el aumento de los ingresos de exportación de los
países en desarrollo, promover la industrialización de estos países y acelerar su crecimiento
económico. Sin embargo, los principales productos agrarios no responden al tipo de pro-
ductos que se benefician del SPG, como se ha visto antes en el apartado de política comercial.
El SPG se ha desarrollado progresivamente para incluir la posibilidad de establecer
cláusulas medioambientales o sociales, modular los aranceles en función de la sensibilidad
de los productos en cuestión y establecer un mecanismo de graduación para favorecer a los
países menos avanzados. Por otra parte, se ha implantado una mayor selectividad, pues
algunos países ahora industrializados o productores de petróleo no necesitan ya el meca-
nismo. El Consejo de la UE tiene ahora la posibilidad de suspender al SPG para un país
determinado si se demuestra que el país en cuestión no cumple algunas disposiciones fun-
damentales, sobre todo en relación con los derechos humanos.
El SPG se complementa con la política comercial de la UE en la OMC. Ahí, la inte-
gración de los países en vías de desarrollo en el sistema comercial multilateral es una prio-
ridad absoluta. La UE considera que la dimensión del desarrollo debe ser situada en el cen-
tro de las negociaciones de la OMC, de modo que los países en vías de desarrollo mejoren
su acceso a los mercados agrarios e industriales, mejorando sus oportunidades en los mis-
mos, y contribuyendo a la definición de las normas multilaterales para que puedan acce-
der a los mercados desarrollados en las mejores condiciones. Sin embargo, como se ha visto
antes, hasta ahora no ha sido posible llevar este espíritu a la práctica.
Desde una perspectiva geográfica, la principal vía de cooperación al desarrollo de la
Unión Europea es el sistema de relaciones que mantiene con el Grupo de Países de África,
Caribe y el Pacífico, el grupo de países ACP. En junio de 2000 los países ACP y la UE fir-
maron el Acuerdo de Cotonou que con una vigencia de 20 años sucede a las Convencio-
nes de Lomé. Los objetivos de esta asociación son promover y acelerar el desarrollo econó-
mico, cultural y social de los estados ACP, contribuir a la paz y a la seguridad y propiciar un
clima político estable y democrático. En la práctica, el principal objetivo del Acuerdo es la
erradicación de la pobreza, de forma coherente con los objetivos del desarrollo sostenible
y la integración progresiva de los países ACP en la economía mundial. Este fin se persigue
junto a numerosos objetivos secundarios como incluir los asuntos de género en todos los
ámbitos de la cooperación. El Acuerdo introduce como principal novedad, y como prin-
cipio fundamental, la participación de socios no estatales, incluyendo a la sociedad civil, el
sector privado y las organizaciones de la misma en la asociación entre ACP y la UE. El sig-
nificado real del principio sobre la participación de la sociedad civil dependerá del grado
en que se desarrollen mecanismos y modos de trabajo para implementarla.
El Acuerdo de Cotonou incorpora una visión amplia de los diferentes esfuerzos que exis-
ten en materia de desarrollo, como son los objetivos y principios del desarrollo definidos en
las Conferencias de las Naciones Unidas, y el objetivo establecido por el Comité de Asis-
tencia para el Desarrollo de la OCDE de reducir a la mitad el número de personas que viven
en una situación de pobreza extrema de aquí a 2015. También incorpora los compromisos
suscritos en las conferencias de las Naciones Unidas de Río, Viena, El Cairo, Copenhague,
Beijing –Pekín–, Estambul y Roma, con el fin de proseguir los esfuerzos y aplicar los pro-
gramas de acción definidos en estos foros. La participación de la sociedad civil es reconocida
como condición previa importante para realizar una campaña eficaz contra la pobreza. Con
las disposiciones sobre participación, los principios sobre la igualdad de los socios en la coo-
peración, la propiedad de las estrategias de desarrollo y la inclusión de los asuntos de género,
el Acuerdo de Cotonou puede convertirse en un buen instrumento para contribuir a alcan-
zar los objetivos fijados en la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social de Copenhague y en
la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer de Beijing, entre otros.
La instrumentación de las políticas financieras de gestión de la ayuda exterior de la UE
Gobernanza
Respecto a la gobernanza mundial, la Unión Europea reconoce que debe extender a sus
actuaciones a escala global los mismos principios que han de guiar la misma a escala comu-
nitaria. Ello implica mejorar el diálogo con los agentes gubernamentales y no guberna-
mentales de terceros países y potenciar la existencia de una sola voz de la Unión en el con-
texto internacional.
La posición de la UE es que el desarrollo y el gobierno de la economía global para los
países en desarrollo depende en gran medida de la gobernanza doméstica, hasta el extremo
de que sin buena gobernanza no puede haber desarrollo. Las normas multilaterales deben
dejar espacio para que a nivel doméstico o nacional se desarrollen estrategias de inversión,
competencia, potenciación del comercio, todas ellas destinadas a mejorar el crecimiento
económico, la eficiencia, reducir costes y atraer la inversión extranjera. Otras medidas
como mejorar la transparencia de las regulaciones en materia comercial, medioambiental,
o de protección de los consumidores mejorarán el funcionamiento de los mercados. En
cierta medida estas propuestas son las lecciones que la UE ha aprendido después de déca-
das de aplicación de los principios del mercado común y del mercado único, pero a escala
global. La gobernanza global debe ir mucho más allá que la aplicación de las reglas de la
OMC. La política global debe ser coherente. La de todos los organismos internacionales
en primer lugar, congruente y real, no retórica. Por ello las normas sociales de Naciones
Unidas y de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), las medioambientales, los
derechos humanos y la lucha contra la pobreza deben ocupar el mismo lugar que hoy osten-
tan las negociaciones comerciales, mucho más desarrolladas y respetadas.
Desarrollo social
Desarrollo sostenible
Las noticias generadas en Porto Alegre han competido en igualdad de repercusión con
las que venían de Nueva York, y ello se ha conseguido a pesar de la diversidad de partici-
pantes –intelectuales, movimientos de todo tipo, políticos, sociales, indigenistas, ecolo-
gistas y muchos otros más– que en algún momento ha dificultado la posibilidad de obte-
ner resultados o conclusiones lo suficientemente claras.
En esta ocasión ambos foros se han acercado en el sentido de que en Porto Alegre ha
habido una importante presencia oficial europea por parte de ministros y parlamentarios
de Estados miembros de la UE, al tiempo que desde el Foro de Davos en Nueva York algu-
nos de sus protagonistas han subrayado la necesidad de corregir la acentuación de las dis-
tancias entre ricos y pobres que provoca la globalización. En cierto sentido, por primera
vez en el Foro Económico Mundial se ha reconocido explícitamente que existe cierta dia-
léctica económica entre globalizadores y globalizados. La lucha contra el sida, la búsqueda
de una gobernanza global o la definición de un programa de cooperación con África han
sido objeto de análisis en el Foro de Davos, lo cual, a pesar de los modestos acuerdos alcan-
zados –no ha habido propuestas concretas para hacer realidad esa supuesta solidaridad
con los más pobres–, constituye un éxito del movimiento antiglobalización. Parece evi-
dente que los asistentes a esta conferencia han contemplado en esta ocasión el futuro con
más fragilidad e incertidumbre que en años anteriores. Los atentados del 11 de septiem-
bre, la situación en Oriente Medio y en Asia y la ralentización de la economía así lo impo-
nían. En Nueva York se ha señalado que la globalización ha sincronizado los movimien-
tos recesivos, de la misma manera que lo hizo con la fase de crecimiento. En definitiva, los
ciclos económicos han experimentado el mismo proceso que tantas otras cosas, se ha apro-
ximado, acercado, mimetizando a escala global las tendencias de las regiones más ricas y
poderosas.
En Nueva York se ha podido comprobar también que la UE y los EE.UU. no compar-
ten una visión común sobre cuestiones de las que depende a medio y largo plazo el mundo
que surja de la globalización. Así, el ministro francés de Asuntos Exteriores, Hubert
Védrine, declaró en Nueva York que antes que un mundo estable hay que conseguir un
mundo justo. Por contra, como se apuntaba al principio, el secretario del Tesoro ameri-
cano, Paul O’Neill, señaló que su país sólo actuará ante crisis económicas en el tercer
mundo cuando éstas le afecten directamente. El desencuentro no sólo afecta a la visión de
ambos gigantes sobre el desarrollo socioeconómico del tercer mundo. Otras cuestiones
como la crisis en Oriente Medio, que tantas implicaciones socioeconómicas y políticas
plantea sobre los efectos de la globalización sobre el mundo, son también objeto de un evi-
dente desencuentro. En muchas regiones del mundo, la prioridad que EE.UU. concede a
Conclusión
deba servir para reducir la carga presupuestaria que concentra la política agraria comuni-
taria y liberalizar ese mercado, liberando recursos para otros fines como la cooperación al
desarrollo.
Esta visión que parece irse consolidando poco a poco en la UE no está, no obstante,
exenta de una carga ideológica. En este sentido, la existencia de gobiernos de una orienta-
ción política concreta puede haber contribuido en los últimos años a favorecer este plan-
teamiento, aunque es evidente que el equilibrio puede modificarse rápidamente como ha
sucedido en los EE.UU. tras el cambio de administración y los acontecimientos del 11 de
septiembre de 2001. En este país, la preocupación por lo que sucede mas allá de sus fron-
teras ha perdido repentinamente el escaso interés que despertaba. Si no se conoce lo que
sucede en el resto del mundo, es muy difícil plantear estrategias para salvar abismos, aun-
que éstos se vayan abriendo más y más a velocidades vertiginosas.
No es neutra por tanto la idea de que la globalización debe ser controlada para regular
democráticamente los conflictos que se derivan de ella, para evitar la inestabilidad, las cri-
sis financieras y las desigualdades crecientes que genera. La globalización tiene la virtud de
que llama la atención sobre las crecientes distancias entre el espacio económico y el control
político, como señala el escritor mejicano Carlos Fuentes. Por ello, el control democrático
se vuelve difícil y obliga a buscar nuevas fórmulas que permitan combatir las distorsiones
creadas en la distribución de recursos, a definir medidas de solidaridad social, a defender el
medio ambiente y a crear bienes públicos. En Europa, para resultar creíbles, y para ser efec-
tivas, estas medidas deben poder ponerse en práctica de manera coordina desde las insti-
tuciones de la Unión Europea.
La Unión Europea desea e intenta que los beneficios que se derivan de la globalización
se extiendan al mayor número de personas, de países, de regiones del mundo. No es cues-
tión de estar a favor o en contra de la globalización. Los beneficios del comercio son indis-
cutibles al tiempo que los países más pobres son también los más cerrados. En cierto modo,
el proceso de ampliación de la UE, si se analiza desde una perspectiva exclusivamente eco-
nómica, analizando los beneficios de la integración y los costes de no hacerlo, sigue la
misma lógica que la que se deriva del proceso de globalización. Tanto los beneficios de este
proceso como los obstáculos que existen constituyen referencias evidentes de cómo debe
guiarse el proceso, campo en el que la teoría de la integración económica lleva mucho
tiempo ofreciendo interesantes resultados. Las conclusiones son todavía más contunden-
tes si se consideran los beneficios derivados de realidades como la consolidación democrá-
tica, el refuerzo institucional o la estabilidad política.
Todo ello exige soluciones globales, normas sociales y ecológicas que afecten a todos,
Globalización en positivo
Demouth, Chimenea y Torre
das hacia la máxima ortodoxia de la económica de la oferta con independencia que los pro-
blemas a tratar sean diferentes en los distintos países donde se reclama su ayuda. Son sig-
nificativos sus fracasos en Indonesia, Tailandia y Corea en 1997, o los más recientemente
provocados por sus consejos en países latinoamericanos. La crítica es extensible a la ayuda
al desarrollo de los países más poderosos, por ser utilizada en demasiadas ocasiones para
encubrir operaciones exportadoras. Las partidas incluidas en este capítulo más bien pare-
cen una versión moderna de las antiguas prácticas colonizadoras.
El ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, Joskua Fischer, apuntó algunas ideas
interesantes después de las multitudinarias movilizaciones de Génova en 2001, que des-
graciadamente acabaron con fuertes disturbios. Haciendo frente a quienes intentaban
demonizar a los participantes clasificándolos como violentos, afirmó que si él tuviera
veinte años habría estado presente activamente en las manifestaciones. Un apoyo personal
hacia un movimiento denunciante activo de una situación injusta, cuya solución, por lo
menos parcial, se puede afrontar con el esfuerzo de un grupo relativamente reducido de
países en comparación con los que la soportan. Pero junto a la muestra de solidaridad con
el noble comportamiento de la mayoría de los participantes en las protestas, señalaba las
similitudes del actual movimiento antiglobalización con el surgido en mayo del 68, en el
que había participado activamente: muchas preguntas y casi ninguna respuesta. Se podría
añadir que problemas complejos no se solucionan con soluciones simplistas.
Compartiendo el apoyo a los movimientos preocupados por denunciar estas situacio-
nes injustas, sería conveniente avanzar en la enumeración de algunas propuestas, que
pudieran paliar en parte los problemas de los habitantes de estas zonas más pobres, despo-
jados también de ordinario de su categoría de ciudadanos. Con este propósito se puede
apuntar la necesidad de analizar el proceso de globalización desde una perspectiva más
amplia, intentando alejarse de la parte más folkclórica o incluso parásita, habitualmente
pegada a cualquier movimiento social o político. Esta decisión no inicua para el desenlace.
Algunas posturas bienintencionadas, de forma consciente o inconsciente, no se concen-
tran en la identificación de las causas y la búsqueda de soluciones eficaces para los afecta-
dos, sino más bien tratan de recrearse en el camino, sin duda, con marcado componente
épico. El resultado final de este comportamiento lleno de discursos grandilocuentes, pero
a menudo bastante vacuos, puede ser satisfactorio para algunos de los partícipes, a nivel
personal o político, pero ineficaz para quienes soportan los problemas reales.
Antes de continuar, reconocer la incapacidad de quien escribe estas líneas para realizar
un análisis satisfactorio de las causas que han provocado la actual situación de desequili-
brio en el reparto de la riqueza creada. Una incapacidad extensible a no disponer tampoco
ferencia hacia las elites de los países necesitados de la ayuda. En paralelo, los países desti-
natarios han aumentado la deuda externa con el consiguiente perjuicio para sus habitan-
tes, que deben asumir el reembolso del principal más unos intereses desmesurados al sufrir
además una importante prima de riesgo - país. El impago de la deuda contamina el resto
de sus actividades al imposibilitar disponer de financiación a un precio razonable, limi-
tando los ya de por sí reducidos márgenes disponibles. Los únicos beneficiarios de la situa-
ción creada vuelven a ser los perceptores de rentas de capital, nacionales o extranjeros, que
aumentan su patrimonio por encima de la pérdida del valor monetario creado por la infla-
ción.
Como se decía en una entrevista reciente sobre la situación argentina «los propietarios
de los 20.000 millones de dólares depositados en bancos norteamericanos también son
Argentina».
Dar contenido a un modelo alternativo de globalización es tarea de muchos. En este
camino puede ser útil mencionar algunos temas. La puesta en práctica de la tasa Tobin
puede paliar parcialmente los efectos negativos de la especulación financiera en los países
menos desarrollados, a la vez que obtener algunos recursos adicionales para potenciar el
desarrollo en los países más pobres. Gravar con tan sólo el 0,1% el movimiento especula-
tivo de capital permitiría recaudar 100.000 millones de dólares al año1. La mayoría de los
estudiosos y gobernantes de los países más desarrollados son conscientes de la viabilidad de
la medida, si políticamente se considera oportuna. Pero a la vez, su aplicación parece insu-
ficiente para dar respuesta a los problemas a solucionar.
Los países pobres necesitan de los recursos financieros para poder afrontar sus necesi-
dades materiales, pero a la vez necesitan configurar un tejido productivo propio. Necesi-
tan desarrollar sus mecanismos de crecimiento económico en un escenario de estabilidad
financiera, al igual que les vendría bastante bien prescindir de los innecesarios conflictos
armados creados por motivos étnicos y religiosos.
Las ayudas iniciales de los países más ricos son necesarias, incluido el perdón de las deu-
das anteriores, pero no son suficientes para avanzar en el futuro. En este sentido, es conve-
niente resaltar el papel clave a jugar por sistemas fiscales suficientes para desarrollar políti-
cas públicas y justas en la distribución de los esfuerzos entre los ciudadanos. La extensión
a los países menos desarrollados de este instrumento, normal en los países de la Unión
Europea, permitiría disponer de una iniciativa pública que, combinada con las actuacio-
la renta. Las repercusiones son obvias, si en los países desarrollados los efectos de este tipo
de medidas son regresivos, las consecuencias en países pobres son una tragedia para la
mayoría de la población.
El valor de los sistemas tributarios es también válido en la reflexión de cómo se pueden
articular las ayudas desde los países desarrollados. Disponer de recursos públicos suficien-
tes puede conllevar la obligación de los estados de aplicar ayudas concretas al desarrollo
pagadas de forma equilibrada por toda la población. Los impuestos de los ciudadanos ricos,
la mayoría de los habitantes de los países desarrollados, pueden garantizar alcanzar por
mandato democrático la transferencia del 0,7% de su PIB a los territorios menos avanza-
dos. La ausencia de estos ingresos abre una vía difusa, encubierta en múltiples casos en el
desvío de la responsabilidad hacia el voluntarismo de la actividad desarrollada por las
ONGs. La solidaridad colectiva de la primera opción se cambia por un comportamiento
cercano a la caridad individual.
Con el paso del tiempo, la globalización económica se hace más patente, entre otras
cuestiones porque, como se ha mencionado, ahora se dispone de avances espectaculares en
el campo de las telecomunicaciones. Puede ser hora de acotar las críticas y avanzar en la enu-
meración de soluciones de los problemas asociados al modelo de globalización utilizado
hasta la fecha. Identificar las causas y no confundirlas con los efectos. Saber que los pro-
blemas complejos no tienen soluciones simplistas. Los problemas de los ciudadanos más
pobres del planeta son responsabilidad de los países desarrollados y, por ende, obligación
también de sus ciudadanos buscarle solución, pero no se debe olvidar la importancia de
remover los sistemas de organización social y económica prevalentes en estos países. Si se
quiere avanzar en su desarrollo, es imprescindible introducir modificaciones significativas
en una mejor distribución interna de la renta.
Con ese objetivo sería muy positivo recuperar el concepto de globalización para la
mayoría de la sociedad, llenándole de contenido progresista. Además de reclamar un
gobierno del mundo más justo, es preciso decir qué significa esta afirmación y cómo se
puede avanzar para conseguirlo.
E l presente texto persigue ser un ejercicio de reflexión. Nos hallamos ante situaciones
relativamente novedosas y profundas, que dejan a los autores con el poco margen de
sugerir tan sólo algunos interrogantes, cumpliendo la expectativa de ordenar el debate. Por
otra parte, hemos rehuido cualquier pretensión de sentar doctrina desde el «mundo de la
academia» sobre aquello que debiera hacer o no el sindicalismo hoy. Somos conocedores
de que desde hace ya algunos años los sindicatos centran gran parte de sus debates en torno
a los efectos que la globalización produce sobre su actividad y organización, así como sobre
su base afiliativa, los asalariados; si bien también sabemos que estos debates y reflexiones
apenas trascienden más allá del «mundo sindical». A menudo vemos cómo se opta por
ignorar a los sindicatos, remarcar sus defectos o, a lo sumo, hacer alguna chanza sobre sus
intereses periclitados y sus acciones jurásicas.
Naturalmente, ésta no va a ser nuestra óptica; los sindicatos pueden y han de ser cri-
ticados, pero tal y como exponían los Bluestone (1995) –padre, dirigente de la
AFLCIO; hijo, economista de Harvard–, si no existieran habría que inventarlos. Su fun-
ción social es insustituible, aunque sin duda mejorable, en diversos sentidos. Por ejem-
plo, incorporando los nuevos retos que se abren ante la profunda reestructuración del
capital (por cierto, que este último emplea algunos mensajes e ideas recuperados del viejo
baúl decimonónico o, incluso, feudal), o abriendo horizontes de representación hacia los
colectivos tradicionalmente menos o poco representados, tales como mujeres, jóvenes,
emigrantes, precarios, parados, autónomos dependientes, o ejércitos de reserva y de tra-
bajo barato de países menos desarrollados. Los esfuerzos concretos del capital por
ampliar las prácticas e ideologías de la globalización, muestran que los problemas de esos
ejércitos de reserva (la precariedad y la pobreza en el primer mundo; la subsistencia o
menos en el tercer mundo) ya empiezan a acercarse a los trabajadores «protegidos» o
regulados, incluso a los obreros acomodados y, en algunos países, a determinadas clases
medias.
Hacer frente a esos retos significa acomodar o generar nuevas ideas que sirvan de
alternativa y punto de unión, no sólo para parar la ofensiva, sino para construir nuevos
horizontes socialmente más amables que los que nos proponen los adalides de un mer-
cado abstracto y globalizado.
En este artículo vamos a introducir algunas consideraciones sobre la globalización.
Destacaremos, así, su combinación con nuevos modelos organizativos de empresa, resal-
tando los efectos que produce sobre el trabajo y las relaciones laborales. Concluiremos
con algunas reflexiones a modo de propuestas abiertas.
1 Véase, por ejemplo, Beck, quien denuncia las falacias de lo que él llama globalismo, esto es, la ideología
entre 1991 y 1999, el 94% de las 1.035 modificaciones introducidas en las legislaciones de
los países de todo el mundo se orientan a establecer un marco más favorable para las inver-
siones directas del exterior.
Todo ello conduce a fuertes iniciativas, en algunos casos de internacionalización de la
empresa, en otros de internacionalización del proceso productivo3. En el primer supuesto
es la empresa la que organizativamente se transnacionaliza, mientras en el segundo la trans-
nacionalización afecta al proceso productivo en su conjunto, situándose las empresas que
participan en el mismo en relaciones de mayor o menor dependencia de unas respecto a
otras. En la medida en que una empresa en el país A trabaje exclusivamente o casi para otra
empresa ubicada en el mismo país o en otro, la primera será altamente dependiente de la
segunda; volumen de actividad, cadencia de la misma, características del producto o servi-
cio, costes, etc., son aspectos sobre los que la primera empresa dispone de escaso margen
de decisión, en la medida en que está sujeta a las decisiones que adopte al respecto la
empresa para la cual trabaja. Conforme una empresa trabaje para un número más amplio
de empresas, es de esperar que su relación de dependencia resulte menor4.
El conjunto de temas comentados plantea nuevos retos para los sindicatos, al menos en
los aspectos que a continuación señalaremos. Ante todo, no debemos olvidar que las orga-
nizaciones sindicales hoy existentes tienen todas ellas un fuerte componente nacional o
estatal. Como organizaciones sociales han surgido y desarrollado su actividad, y extendido
y adaptado su organización, en correspondencia con el territorio del estado-nación. Ello
no es casual. Los estados-naciones que se consolidan en el siglo XIX constituyen desde
entonces el horizonte en el que se desarrolla la actividad de la empresa. La legislación
comercial, civil, penal y sobre todo la laboral, son los marcos reguladores a los que deben
atenerse las empresas. En este contexto histórico, el sindicalismo experimentó un amplio
empuje a tres niveles:
5 En ciertos aspectos, incluso las organizaciones empresariales pueden haber coadyuvado a la negocia-
ción colectiva de sector, a los efectos de fijar con ello unos costes laborales a modo de baremos mínimos
para la competencia empresarial.
y Ross, aparece un doble movimiento en los espacios de intervención, uno hacia arriba y
otro hacia abajo. El primero hace referencia a los ámbitos supranacionales, que cada vez se
convierten más en espacios de decisión; en ese nivel, la empresa se ha transformado en el
actor por excelencia, actor global, con sólo un limitado protagonismo de otras institucio-
nes (sobre todo intergubernamentales) o de los sindicatos. El segundo movimiento con-
duce hacia la empresa, o mejor hacia el centro de trabajo; pero éstos se nos presentan con
nuevas características; siguiendo lo ya comentado, se han aligerado y reducido sus dimen-
siones mediante los procesos de descentralización productiva y las nuevas posibilidades de
control central que ofrecen las TIC. Es decir, se transforman en espacios debilitados, que
dificultan la obtención de una masa crítica suficiente para la intervención sindical.
El contexto y las prácticas descritas generan unos resultados muy concretos, sobre los
cuales existe un amplio consenso; las empresas se hallan en una posición más ventajosa res-
pecto a años pasados con relación al trabajador asalariado6. Ello se entiende si se tiene pre-
sente, por una parte, la mayor facilidad con la que cuenta una empresa para trasladar o reu-
bicar actividades de un territorio, o incluso país, a otro emplazamiento; el traslado se con-
vierte en una amenaza o en una realidad a la que se puede recurrir para condicionar la actua-
ción de los trabajadores y la del sindicato. Existen múltiples ejemplos al respecto, por lo que
no puede hablarse ya como si se tratara sólo de algunas prácticas aisladas7.
Dentro de los aspectos del contexto descrito que afectan de forma importante a las rela-
ciones laborales, cabe destacar la tendencia bastante generalizada en los países occidenta-
les hacia la descentralización de la negociación colectiva; esto es, al desplazamiento de los
ámbitos de negociación colectiva desde espacios centrales y con mayor capacidad de inter-
vención solidaria (estado-nación y fundamentalmente sector) hacia la empresa o centro de
trabajo. Esta tendencia descentralizadora aparece con menor claridad en el caso español,
debido a la herencia de una estructura de la negociación colectiva en la que se mezclan dosis
de centralización y de descentralización, junto a una notable presencia de negociación en
los niveles intermedios (provinciales sobre todo). La descentralización de la negociación
colectiva no es más que el reflejo del movimiento por el cual las empresas o centros de tra-
bajo se convierten en espacios de decisión debilitados, en cuestiones de salarios y de con-
6 Se dispone hoy de una bastante extensa bibliografía al respecto, que partiendo en su mayor parte de estu-
dios de caso, concluye resaltando el desplazamiento de las relaciones de poder, entre capital y trabajo,
hacia el empresario o los núcleos directivos. Véase, por ejemplo, Locke, Kochan, Piore (1995), Martin y
Ross (1999) o Prieto (1999).
7 Véase, por ejemplo, en Sisson y Martín Artiles (2001).
diciones de empleo y, por lo general, con menor capacidad de incidencia de los represen-
tantes de los trabajadores8.
Por otra parte, se constatan diversos niveles de implantación de las políticas identifica-
das como de gestión de los recursos humanos que, naturalmente, persiguen varios objeti-
vos por parte de las empresas. Uno de estos objetivos, como han destacado numerosos
autores9, es la sustitución de las tradicionales relaciones laborales por relaciones de empleo
más individualizadas. Como muestran las experiencias de países como Estados Unidos o
Gran Bretaña, en los que estas orientaciones cuentan con más larga tradición, la negocia-
ción individualizada promovida desde los departamentos de recursos humanos suele ser en
gran medida un eufemismo de regulación unilateral, por parte del empresario, de las con-
diciones de empleo. La relación individualizada, con el trabajador o colectivo afectado,
raramente va más allá de la información o consulta, por lo que no puede hablarse de nego-
ciación, en el sentido en que el término expresa intercambio entre partes y con un resul-
tado que no tiene por qué ser previsible de antemano. La gestión de recursos humanos suele
comprender, de este modo, la regulación unilateral por parte del empresario, y también la
concesión discrecional desde la jerarquía de ciertos márgenes de disponibilidad y respon-
sabilización sobre el propio trabajo por parte del trabajador.
La descentralización de la negociación colectiva e incluso la individualización de las
relaciones de empleo plantea, pues, un importante reto para los sindicatos. Para las empre-
sas este tipo de regulación adquiere importancia frente a la negociación colectiva más cen-
tralizada en la medida en que, de ese modo, la empresa individual puede ajustar mejor las
condiciones de empleo a sus horizontes competitivos, al mismo tiempo que, como for-
mulábamos en Alós y Jódar (1998), en ese marco la dirección dispone de una mayor capa-
cidad y de una legitimación más favorable para plasmar sus propuestas. Como han mani-
festado UGT y CC.OO. (2000), en la mesa bipartita sobre la estructura de la negociación
colectiva con CEOE y CEPYME, una negociación y unos convenios colectivos sectoriales
de ámbito nacional fuertes deben constituir un parapeto de los derechos de los trabajado-
res; dado que el tejido industrial español está compuesto mayoritariamente por empresas
con menos de seis trabajadores, que no cuentan con delegados del personal. Los sindicatos
8 Sólo determinados colectivos profesionales o centros de trabajo, dada su especial situación de mercado,
poseen un elevado poder de negociación. Este es el caso de los pilotos de aviación o el de los trabajado-
res de algunas empresas públicas, semipúblicas o con fuerte dominio de mercado. En estos casos es usual
que el sindicalismo corporativo encuentre un terreno propicio, lo cual denota las dificultades de unificar,
que no significa uniformizar, la actividad sindical con la de otros sectores menos favorecidos.
9 Véase, por ejemplo, Sengenberger (1991) o Storey (1997).
en su propuesta añaden que la negociación colectiva sectorial no sólo debe regular, sino
también debe articularse con negociaciones de ámbitos inferiores, fundamentalmente el
de empresa. En definitiva, una negociación colectiva descentralizada puede ofrecer algu-
nos resultados satisfactorios para el trabajador sólo en aquellos casos, de empresa o centro
de trabajo, en los que exista una organización sindical con alto poder de negociación. Pero
esta no es la situación esperable para una gran parte de centros de trabajo o de empresas, en
especial las que cuentan con menor plantilla y las más dependientes en las cadenas de sub-
contratación10.
La articulación de la negociación colectiva, en sus diversos niveles, aparece también
como una de las cuestiones hoy fundamentales de las relaciones laborales. Como muestra
Katz (1993) en su estudio comparativo sobre seis países (Suecia, Australia, Alemania, Ita-
lia, Gran Bretaña y Estados Unidos), en todos ellos desde los años 80 se destaca una des-
centralización de la negociación colectiva, pero con algunas características propias en cada
caso. Para el autor, los cambios en el poder de negociación, así como en la diversificación
de intereses entre los empresarios y entre los trabajadores, junto con los cambios en la orga-
nización del trabajo, son los que explican la generalización de las tendencias descentraliza-
doras comentadas. Pese a que, en todos los casos examinados (excepto en Australia), los sin-
dicatos se opusieron a la descentralización de la negociación colectiva ante la perspectiva
de pérdida de control, las observaciones permiten al autor concluir que los sindicatos pue-
den, a pesar de todo, influir en la estructura de la negociación colectiva y en sus efectos.
Como ejemplos opuestos se citan el británico y el alemán. En el primer país, la descentra-
lización de la negociación colectiva ha comportado una descentralización en la fijación de
salarios y una elevada flexibilidad del empleo, lo que ha dado lugar a una acrecentada seg-
mentación del mercado de trabajo, con creciente fragmentación y desigualdad de salarios
y condiciones de empleo; por el contrario, en el caso alemán la iniciativa de los sindicatos
ha comportado una sustancial coordinación y conducción del conjunto del proceso, con
múltiples negociaciones de empresa o centro de trabajo, por parte de los comités de
empresa que, además, han contado con importantes referencias orientadoras.
Traxler (1997) se refiere también a la articulación de la negociación colectiva, desta-
cando cómo los sindicatos procuran hacer frente a los procesos descentralizadores comen-
cables por la actuación de los propios trabajadores y de la misma organización sindical, otros por la posi-
ción de mercado de la profesión o de la empresa y, en fin, otros derivados de la legislación o grado de
regulación existente.
11 El reciente Acuerdo para la Negociación Colectiva 2002 (ANC-2002) firmado en España entre CC.OO.,
UGT, CEOE y CEPYME se ajustaría a este último modelo.
Ahondando en la línea precedente, algunos autores subrayan para el caso europeo que
el proceso de integración económica y sobre todo monetaria (autoridad monetaria central
europea independiente del poder político y el euro moneda común) supone un cambio
sustancial de las relaciones laborales con respecto a situaciones precedentes. Para Martin y
Ross (1999), en la medida en que en el espacio europeo ya no son aplicables las políticas de
ajuste monetario y ante los límites impuestos a las políticas presupuestarias, la negociación
colectiva en los estados-nación se convierte en una negociación colectiva descentralizada;
mediante esta maniobra los sindicatos nacionales se regionalizan, compitiendo así en un
único mercado europeo. Por ello se refieren a la Unión Europea como un espacio que
cuenta con una multiplicidad de sindicatos regionales, algunos más fuertes, otros más
débiles, sin una sensible coordinación entre los mismos. Ante la carencia o casi de coordi-
nación, los sindicatos pueden verse empujados hacia una carrera deflacionista, de dumping
social destinada a contener o reducir los costes laborales para las empresas, lo cual afecta
directamente a salarios, empleo y a otras condiciones de trabajo. De dicho dumping social
pueden participar también los gobiernos nacionales o regionales, ansiosos por mostrar sus
éxitos económicos, mediante una política claramente perversa de atracción de grandes
empresas; perversa por el hecho de que los costes de establecimiento y fidelización de las
mismas son gravemente onerosos y las garantías de fidelidad mínimas.
Pero el proceso de integración europea, así como a otro nivel la misma globalización,
con la erosión que comportan de los sistemas de relaciones laborales nacionales, no sólo
supone riesgos e incertidumbres, sino que, como exponen Hoffmann y Hoffmann (1997:
25), pueden generar nuevas oportunidades para los sindicatos, en el sentido de conducir
sus estructuras organizativas y áreas de acción más allá de los límites nacionales. Como
apuntan los autores, este es un camino de alto riesgo, pero probablemente sin alternativa12.
Es una vía que no debe comprender tan sólo a las organizaciones sindicales, sino que debe
incorporar las instituciones internacionales, como la misma Organización Internacional
del Trabajo (OIT), hoy ya un organismo tripartito, ampliamente reconocido, pero sin el
protagonismo que debiera jugar. Los convenios de la OIT, y muy en particular sus acuer-
dos fundamentales, deben adquirir el carácter de normas internacionales, y como tales
debería reforzarse su aplicación13.
12 Breitenfellner apunta que el grado de diversificación hoy existente entre los sindicatos no debiera cons-
tituir un impedimento al movimiento sindical internacional; por el contrario, considera que «puede refor-
zar incluso la eficacia del sindicalismo mundial al hacerlo accesible a distintas perspectivas y más ágil
para dar soluciones a los nuevos retos» (1997: 597).
13 Véase Lee (1997), sobre las características y funciones de la OIT y sus normas de trabajo.
14 En UNCTAD (2000) se resalta que aproximadamente un tercio del comercio internacional corresponde
a compras y ventas que se dan en el interior de las empresas multinacionales.
15 Véase, entre otros, Streeck (1999b).
De los nuevos contextos en los que se desarrollan las relaciones laborales, nos interesa
resaltar también la mayor diversificación de las condiciones de empleo, como consecuen-
cia de la segmentación de este último. Cabe destacar a este respecto los efectos de la debili-
tación de los vínculos de los trabajadores hacia la empresa en la que prestan sus servicios.
Este debilitamiento de vínculos es una consecuencia bien de la extensión de las múltiples
modalidades de contratación temporal, bien del recurso a las empresas de trabajo tempo-
ral, bien de la utilización de procedimientos de subcontratación interna, esto es, la realiza-
ción de tareas dentro del propio espacio físico de la empresa para las que se sustituye la con-
tratación laboral, por parte de la propia empresa, por la contratación mercantil o la sub-
contratación a otras empresas16.
Ante la creciente presencia del trabajo atípico, temporal, a tiempo parcial y otras for-
mas contractuales contingentes, se sugiere la posibilidad de desarrollar la empleabilidad de
los trabajadores. El término empleabilidad, que identifica hoy uno de los cuatro pilares de
las políticas de empleo comunitarias, ha recibido numerosas críticas, fundadas17. Como
formula Streeck (1999a), la empleabilidad se entiende en el contexto de unos procesos de
sustitución de un estado del bienestar redistributivo por un nuevo contrato social domi-
nado por la competitividad empresarial; en este nuevo contexto, se pide al individuo que
sea empleable, es decir, que disponga de competencias y las ejerza de modo tal que aporte
competitividad, a semejanza de la figura más mítica que real del empresario emprendedor.
Así, bajo este término se trasluce la idea de fondo de que el reto para el trabajador en las
sociedades actuales consiste en que debe obtener competencias para ser empleado, o
emplearse, en una economía que se define como dinámica, en permanente cambio. Es
decir, si desde las teorías del capital humano se hace recaer en la persona la responsabilidad
de su propia formación y, en consecuencia, de su productividad en el mercado de trabajo
y de sus ingresos; si con el concepto de formación a lo largo de toda la vida (lifelong-lear-
ning) se hace a la persona responsable de su formación permanente, para estar capacitada
para mantenerse activa en el mercado de trabajo; con la noción de empleabilidad, la per-
16 En Proyecto SUNREG (1998) se analiza el caso de una importante empresa química que recurre a la sub-
contratación interna, lo que da lugar a una clara dualización en las relaciones de empleo.
17 La empleabilidad centra el primero de los así llamados cuatro pilares de las «Estrategias Europeas de
Empleo», siendo definida en las mismas como «asegurarse de que las personas adquieren las cualifica-
ciones precisas para ocupar los puestos de trabajo que ofrece un mundo en turbulenta ebullición»
(Comisión Europea, s.f.).
sona no sólo se hace responsable de su formación y reciclaje (de sus competencias), sino que
además debe capacitarse y tener iniciativa para con el empleo. En otras palabras, el traba-
jador-individuo acaba siendo el responsable de su situación con respecto al empleo
(Serrano 2000). Con cierta ironía podemos decir que es una manera de decir: mis manos,
mi capital; o todos somos capitalistas; claro que, parafraseando a Orwell, unos serán más
capitalistas que otros. En definitiva puede ser otra forma de traspasar el riesgo y las incer-
tidumbres del mercado hacia los trabajadores.
Si bien las críticas son ajustadas, cabe apuntar con Hyman (1997) que la empleabilidad
puede acabar siendo un objetivo central en la política de los sindicatos, no ajena a finali-
dades a menudo perseguidas por otros medios. En efecto, la empleabilidad puede relacio-
narse con la mejora de las capacitaciones individuales en educación y formación, y en este
sentido puede suponer para el trabajador una ampliación de las oportunidades de benefi-
ciarse flexiblemente (flexibilidad cualitativa) de dichas capacitaciones a lo largo de la vida
laboral; por otra parte, puede suponer también una disposición más efectiva hacia el tra-
bajador, tanto por parte del empresario como de las instituciones del sistema educativo y
formativo; y finalmente puede comportar la exigencia de políticas de creación de empleo,
para que la empleabilidad sea posible. Así, pues, ante la creciente inseguridad en el empleo,
las demandas de empleabilidad pueden significar una mejora de las oportunidades de
empleo, y en este sentido ser una importante referencia sindical unitaria. La dificultad
estriba, señala Hyman, en que las demandas relacionadas con la empleabilidad se dirigen
a diferentes interlocutores e implican diferentes niveles de iniciativa, y, por lo tanto, se
enfrentan a la dificultad de falta de coordinación. También es cierto que un reto como el
apuntado requiere regulación y políticas sociales; es decir, actores sociales legitimados y un
marco de intervención por ahora negado por las políticas basadas en la flexibilidad cuanti-
tativa o, simplemente, por aquellas amparadas en la ideología neoliberal. No puede olvi-
darse, por otra parte, que la empleabilidad tal como se expone debe ir acompañada de
actuaciones que tiendan hacia la igualdad de oportunidades, o como mínimo que no
amplíen las desigualdades.
En los estudios sobre el sindicalismo tiende a considerarse que éste ha tenido histórica-
mente dos motores principales, la solidaridad y la instrumentalidad. En base al primero,
los trabajadores se afilian y movilizan a partir de criterios de justicia social y de identifica-
ción con los valores defendidos por el sindicalismo. Con base al segundo criterio, los tra-
bajadores se afilian y movilizan en la medida en que esperan obtener beneficios, esto es,
mejoras más o menos inmediatas en sus condiciones de empleo. Habitualmente se consi-
dera que el factor identitario ha sido dominante en el sindicalismo europeo, si bien en los
últimos años adquiere un creciente protagonismo el aspecto instrumental. A nuestro
entender, estos análisis tienen cada uno de ellos su parte de razón, por ello consideramos
que los factores instrumentales e identitarios son necesariamente complementarios: difí-
cilmente pueden darse el uno sin el otro. En otras palabras, el sindicalismo raramente se
puede sostener exclusivamente con base a criterios instrumentales (como tampoco con
base sólo identitaria). La elevada estabilidad afiliativa que, pese a las variaciones existentes,
muestran los sindicatos es expresión de que los motivos instrumentales no aparecen solos,
sino acompañados de identificación, pues de otro modo la afiliación sería necesariamente
inestable y muy variable o frágil. Al mismo tiempo, cabe decir que la identificación en unos
valores se refuerza en la medida en que se acompañan con resultados instrumentales, en
términos de seguridad, amparo, mejora de las condiciones de empleo, de las condiciones
de vida, etc.
Con ello pretendemos combatir aquellas propuestas que consideran que el sindica-
lismo, ante los retos de la creciente diversidad de las condiciones de empleo y de las expec-
tativas en el trabajo por parte de los trabajadores, debería desarrollar sólo los componentes
instrumentales y aparcar los identitarios; dejando, así, a un lado los fundamentos de la soli-
daridad que emergen de valores como el de la justicia social, o de la identificación común,
esto es, la de asalariados dependientes cuyo salario es la principal fuente de sustento. A
nuestro criterio ello es erróneo. Por el contrario, la situación presente implica un notable
esfuerzo en identificar y construir nuevos espacios de solidaridad, entendiendo que la
diversificación en las condiciones de empleo y la diferencia de expectativas en relación con
el trabajo y la vida comportan espacios diversos, que dan lugar a diferentes formas de iden-
tificación. Lo cual resulta fácil de proponer, aunque arduo de conseguir, o construir. Pero
algunas experiencias nuevas van apareciendo al respecto. Una de ellas, por ejemplo, es la
llevada a cabo por los sindicatos alemanes, belgas y holandeses, conjuntamente. Desde
finales de 1998, los sindicatos de estos países han desarrollado iniciativas de coordinación
de la negociación colectiva, en lo que se conoce por «Declaración de Doorn» (Gollbach y
Schulten 2000). Asimismo, la Confederación Europea de Sindicatos, en su IX Congreso
celebrado en Helsinki en 1999, ha adoptado importantes iniciativas que suponen los pri-
meros intentos de coordinación de la negociación colectiva en Europa.
Como exponen Martin y Ross (1999: 396), la preservación de las esencias del modelo
social europeo, si bien incorporando formas más innovadoras, se presenta como un impor-
tante objetivo para los sindicatos; al mismo tiempo, éstos deben estructurar la descentrali-
zación y la flexibilidad de manera que no destruya sus capacidades de intervención. Si el
nuevo capitalismo ha reducido el papel desempeñado históricamente por los sindicatos en
la construcción del estado del bienestar, o como proveedores de los derechos de ciudada-
nía social, en la actualidad el freno y la limitación de las políticas neoliberales significa ya
una misión histórica.
A finales de los años 60, el modelo de crecimiento de los países centrales, la denomi-
nada «edad de oro del capitalismo» estaba llegando a su fin. Era un modelo basado en cre-
cimientos estables, mercados sin grandes incertidumbres y un contrato social explícito,
conocido como estado del bienestar, participado en mayor o menor medida por los repre-
sentantes legitimados de los trabajadores, de los empresarios y los gobiernos nacionales. El
intercambio de productividad por salario, la negociación colectiva, el salario indirecto
(bienestar) garantizado por los estados, aseguraban un puesto de trabajo fijo y estable, más
o menos de por vida, un cierto nivel de consumo (de masas) y un lugar en el mundo (ciu-
dadanía social). La demanda de bienes y servicios por parte de crecientes masas de trabaja-
dores acomodados garantizaba, por otra parte, las cuotas de mercado y el crecimiento eco-
nómico. Se seguía, con variaciones nacionales, las recetas keynesianas.
El desgaste del modelo tuvo seguramente diversas causas, como ya hemos hablado de
ellas con anterioridad (Alós y Jódar 1998), aquí sólo resaltaremos algunas.
¿Un cambio en la correlación de fuerzas entre capital y trabajo? Es posible que la fuerza
colectiva de los trabajadores, canalizada mediante las grandes organizaciones sindicales
existentes, se expresara en los movimientos sociales de finales de los sesenta y principios de
los setenta en pos de mejores condiciones de trabajo y de vida y mayor participación y con-
trol en la fijación de las mismas; asimismo, es posible que hubiera un efecto de reacción
contraria desde la perspectiva del capital.
¿Cambios en la composición de la clase trabajadora? Seguramente hay que contar con
este factor; la creciente presencia de mujeres con vocación profesional, el empuje de los jóve-
nes, el de los trabajadores de otras etnias. O, también ciertamente, hay que remarcar que no
a todos los trabajadores les iba tan bien en el modelo dorado; ya que junto a los trabajadores
centrales fuertemente garantizados siempre han existido periferias de trabajo barato.
¿Agotamiento del modelo de crecimiento? A buen seguro que hay que contar, asi-
mismo, con este factor. Quizá no tanto por causas endógenas, sino de relación entre pri-
mer y tercer mundo (aunque seguramente la crisis y posterior desaparición del segundo
mundo –el bloque soviético- ha de explicar más de lo que parece a simple vista). Así, mien-
tras el tercer mundo proporcionaba materia prima y mano de obra barata, su incidencia era
menor, ya que el consumo de masas y el desarrollo sin límites sólo era cosa del centro; pero,
¿qué pasa cuando algunos de esos países comienzan a desarrollarse? De todos ellos sólo
Japón ha entrado en el concierto del primer mundo, muchos otros se han quedado en el
camino o a medio camino. Pero con sus intentos han mostrado y muestran que el dese-
quilibrio entre Norte y Sur es muy acusado. También hay límites, suficientemente estu-
diados; por ejemplo, necesitaríamos varios planetas como el nuestro para producir lo nece-
sario para mantener una sociedad de consumo o de «bienestar» similar a la occidental para
todos los mundos de la tierra. Sin entrar en mayores profundidades, el caso es que el pri-
mer gran síntoma de crisis, aunque diversas grandes empresas habían comenzado movi-
mientos anteriores, se produjo con el aumento del precio del petróleo en 1973.
A partir de ahí quizá hubo algún Informe Lugano (George 2001); no lo sabemos, aun-
que tampoco somos muy dados a las versiones conspirativas de la historia. El caso es que
algunos pilares del crecimiento se transformaron. Las crisis se repitieron, si bien, como
Recio ha sugerido en diversas ocasiones, algunas de ellas eran simples reestructuraciones o
acomodamientos a los nuevos tiempos. Asimismo, tras aquella primera crisis de 1973 fue-
ron apareciendo algunas palabras clave (algo así como exorcismos o varitas mágicas) que
intentaban resumir e interpretar lo que estaba pasando: primero desregulación, después
flexibilidad y, más recientemente, globalización. Estos vocablos se van sucediendo en el
tiempo, pero el último siempre incorpora a los anteriores.
Es como si los temores suscitados por las revueltas de finales de los sesenta, y el nunca
superado al bloque soviético (aún hay reportajes televisivos que, en tono de chanza, rela-
tan las desgracias cotidianas de los rusos; los responsables de los telediarios parece que no
se hayan enterado de que aquello ya es también una sociedad de mercado), hubieran dado
paso a un toque de generala del pensamiento conservador. Desde, visto con ojos actuales,
la aportación de Daniel Bell (1976), se han sucedido los profetas más o menos libres, más
o menos pagados, del fin de la historia, de las terceras y cuartas olas, del fin del trabajo, del
triunfo absoluto del mercado, de la flexibilización de los pobres, de las nuevas tecnologías
salvadoras (como si la técnica fuera un instrumento neutro), de la inevitable globalización;
y algún que otro iluminado Smith, Marx o Weber del chip.
Y la verdad sea dicha, nadie se opone a estas cosas por sí mismas, aunque es cierto que
todo cambio, sobre todo si es impuesto, siempre genera resistencias. El problema es más
simple, pero a la vez de mayor calado que el que nos presenta el pensamiento único. Si la
tecnología, la flexibilidad, la globalización, son instrumentos para vivir o trabajar mejor,
aunque haya que hacer ciertas renuncias, pero se está informado, se participa en su gestión,
su uso, etc., se pueden aceptar. Si no es el caso, hay que buscar nuevos medios de resisten-
cia, denuncia y crítica.
El mercado es una abstracción; una familia, un grupo de asalariados puede ser una rea-
lidad social menor, pero ahí está. Una economía política, o como se reclama más reciente-
mente, la inserción social de la economía, nos hará pensar en las personas, en las familias.
Un mundo libre basado en la abstracción mercado, pero gobernado en realidad por orga-
nizaciones oligopolistas o monopolistas, tanto en la producción y comercialización de bie-
nes y servicios como en la producción y comercialización de pensamientos e ideas, sólo
acrecienta el poder de unos cuantos y las desigualdades de muchos.
El pensamiento neoliberal, tan práctico en sus soluciones teóricas y sus modelos abs-
tractos, poco nos dice de la realidad, de lo que realmente pasa en el mundo, ni de lo que ha
pasado, ni mucho menos de lo que pasará. Pero es una ideología eficaz, nos enfrenta a nues-
tra soledad individual y egoísta, erosiona la solidaridad, la acción colectiva. Es tan eficiente
que, por ejemplo, reclama a los sindicatos de forma continuada el número de afiliados o
cuestiona a diario las bases de su legitimidad, pero da por supuesto que una patronal no
tiene por qué tener esa contabilidad al día y, con toda naturalidad, no le demanda a una
empresa fraudulenta una mínima base ética o moral de legitimidad. El gobernante flexible
de un país o el directivo flexible de una empresa moderna se apresura a rodearse de rigide-
ces que aseguran su futuro (pensiones o salarios de lujo, contratos blindados, stock options,
etc.), mientras reclama a los asalariados que se acostumbren al riesgo y a la incertidumbre;
ya que eso es ser moderno, flexible y adaptable.
Se podría aceptar, incluso, que la idea de proletariado o de clase obrera está un poco tras-
nochada; pero de ahí a igualar la fuerza de trabajo a una mercancía, como un melón, una
grapadora, una cerilla, separando a la persona que la proporciona de su trabajo cotidiano,
va un trecho. Se denota, incluso, una cierta perversión del lenguaje. Las metáforas conti-
núan, en el franquismo los trabajadores eran productores, ya que el primer vocablo tenía,
quizá, cierto contenido masón; hoy se les conoce como recursos humanos. Y, atención, son
recursos con capital; capital humano, capital social, capital relacional, etc. Es ahí donde los
individuos, con independencia de sus orígenes sociales (y, claro, del problema oportuna-
mente olvidado de que no todos podemos estar a la vez en la cúspide, ya que es demasiado
estrecha), tienen todo un mar de oportunidades a jugar con su capital; claro siempre que
realizado con una versión anterior, el resultado es que al poco tiempo la memoria del orde-
nador no da para más, hay que pensar en un nuevo hardware; no obstante, no todo está per-
dido, Microsoft genera muchos puestos de trabajo indirectos en forma de empresas de aten-
ción a sus usuarios (claro, pagando estos últimos; una forma como otra de pensar con efi-
cacia). La abstracción mercado, es un buen escudo y ariete, permite dar golpes y amagar-
los cuando las cosas no salen como debieran.
El mercado actual está plagado de riesgos e incertidumbres y unas pocas empresas oligo-
polizan cada uno de los sectores clave y de futuro; o como mínimo unas pocas empresas con-
trolan las fases estratégicas del proceso de trabajo de dichos sectores. Por ello, nada más fácil
que descentralizar, no el control y el poder de la organización o de su parcela de mercado,
sino el riesgo y la incertidumbre. Hacia otros países, hacia la pequeña empresa y, ¿porqué no?,
hacia los trabajadores. De hecho, la desregulación, la flexibilidad o la globalización se están
usando para que el «capitalista» asalariado del que ya hemos hablado, alcance plena auto-
nomía y libertad. Es decir, se establezca por su cuenta como empresario y se relacione no
ya laboralmente, sino comercialmente, con su antiguo patrón. El falso autónomo sólo
tiene un cliente, es por tanto extremadamente dependiente, no tiene capacidad de control
sobre el proceso de trabajo; pero, no importa, ya que es extremadamente flexible, se pres-
cinde de él con una facilidad pasmosa, sus derechos ciudadanos son menores. Claro que,
¿por qué pararse ahí?, si se consiguiera que los asalariados se olvidaran de las rigideces del
derecho laboral, de la acción colectiva y sindical, se tendrían las mismas ventajas: el riesgo
y la incertidumbre para quien se las trabaja (o no se dota de las oportunidades necesarias
para blindarse ante ellas).
Por ello, hoy el pensamiento crítico y las organizaciones que llevan hacia delante accio-
nes solidarias y colectivas son más necesarias que nunca. Los problemas sociales son tan
complejos que, desgraciadamente, todavía no tenemos los instrumentos estadísticos,
matemáticos, de recolección y procesamiento de datos necesarios para tener en cuenta en
un solo modelo, o en varios complementarios, el conjunto de variables imprescindibles
para explicar la realidad y mucho menos para realizar prospectiva. Seguramente en un
futuro, esperemos que no muy lejano, los actuales aprendices de brujo del neoliberalismo
serán desenmascarados con sus burdas matemáticas ad hoc, sus modelos tan alejados de las
vivencias reales de las personas, sus pretensiones dogmáticas de Mesías de la humanidad;
y, salvados estos aspectos, tan sólo quedará una ideología siempre dispuesta al servicio de
uno u otro poder.
En ese horizonte, los sindicatos deben resistir y transformarse, como en su momento lo
hicieron pasando de los sindicatos de oficio a los de todos los trabajadores; aunque cabe
añadir que ese trabajador ha de incorporar también el género, la edad y la etnia, junto a
otras diferenciaciones. O como, en su momento, cambiaron adaptándose primero a las
grandes concentraciones fabriles, después al taylorismo, al fordismo, etc. Quizá el primer
impulso internacionalizador (el de las internacionales obreras del siglo XIX) debe recupe-
rarse, adaptándose a los nuevos tiempos. En este sentido su propuesta ha de ser más global,
puesto que los trabajadores trabajan y consumen, producen y viven, son asalariados y ciu-
dadanos, viven en el Norte y en el Sur. Para ello han de utilizar todos los recursos tecnoló-
gicos, informáticos, mediáticos, globalizadores, flexibles, mostrando que no están en con-
tra de esas cosas porque sí (aunque al final del trayecto quizá sí, porque el equilibrio ecoló-
gico, poblacional, social y político lo requieran), como fácilmente se les acusa, sino que los
objetivos son diferentes. Permitiéndonos un nuevo excurso, nosotros conocemos a los sin-
dicatos, pero es fácil imaginar que con todo lo que se les cae encima (aunque también hay
que reconocer que algunas voces críticas tienen parte de razón), para mucha gente dichas
organizaciones todavía deben escribir con la hoz y el martillo, con plumas estilográficas o
bolígrafos bic, utilizan cuadernos de debe y haber, o imprimen sus folletos con las mismas
máquinas tipográficas de Pablo Iglesias; y, naturalmente, no es eso; los sindicatos se dife-
rencian poco de una empresa actual en el uso de las nuevas tecnologías para su gestión y
comunicación. Quizá deberían diferenciarse más en encontrar usos alternativos de las mis-
mas; en forma de nuevos objetivos socialmente legitimados y nuevas formas de acción que
los hagan posibles.
No hay que engordar al mercado, que al fin y al cabo, aunque sea una abstracción, tan
sólo es una creación humana, sino que hay que tener atención a la humanidad; a las perso-
nas, familias y grupos que la componen. Gentes que hoy, a pesar del progreso, la técnica y
las redes globalizadas, sólo ven crecer el globo de la desigualdad y de la precariedad.
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L a globalización y sus efectos constituyen el debate en casi todos los ámbitos de las cien-
cias sociales, y los laboralistas no somos una excepción. Más aun, quizá seamos noso-
tros uno de los colectivos más implicados, porque consideramos que el Derecho del Tra-
bajo se ve especialmente afectado por ella, al menos por dos razones: la primera, que en los
términos en los que el mecanismo de la globalización está actuando, ésta pone en peligro
un siglo de desarrollo de la legislación laboral, y un determinado modelo de justicia en el
mercado; la segunda, que la incidencia de este fenómeno viene a añadirse a un proceso ya
largo de cuestionamiento y ataque a los elementos esenciales del Derecho del Trabajo,
comenzado hace treinta años con el impacto de la crisis económica y el debate de la flexi-
bilidad. En este proceso se ha pasado de defender la necesidad de reformas coyunturales
para hacer frente a un momento crítico del empleo, a plantear dudas no sólo sobre la opor-
tunidad sino incluso sobre la legitimidad de la legislación garantista laboral. La globaliza-
ción se presenta en este contexto como el último golpe, como la puntilla a un modelo que
se quiere hacer pretérito, al convertir los condicionantes económicos y la presión compe-
titiva en algo permanente, como una variable independiente e inmutable a la que deben
acomodarse todos los ámbitos de la actividad del Estado y de las organizaciones sociales.
Con ella se cierra el círculo iniciado décadas atrás, y lo que era coyuntural se hace estruc-
tural; en consecuencia, el Derecho del Trabajo pasa de necesitar una adaptación a casi tener
que desaparecer.
Los peligros para la regulación laboral se identifican con el fenómeno del dumping
social, un término ciertamente expresivo y que ha hecho fortuna, siendo de uso general en
todo el mundo a pesar de sus carencias técnicas. Porque, técnicamente hablando, el fenó-
meno al que se refiere puede ser social, pero no es desde luego un dumping, en los térmi-
nos en los que la ciencia económica ha delimitado este concepto. Ni siquiera se trata de un
fenómeno unitario, sino que con esta denominación engloba dos realidades diferentes. De
un lado, la deslocalización de empresas, el cierre de empresas en los Estados con altos nive-
les de protección social y legislación laboral de calidad, y su traslado a otros con regímenes
laborales menos desarrollados; se ha definido gráficamente como la búsqueda de banderas
de conveniencia por las empresas. Éstas, las auténticas protagonistas de la globalización,
sin patria ni raíces, se mueven libremente de uno a otro país, bien directamente mediante
la desinversión y la reinversión, bien indirectamente mediante la subcontratación interna-
cional.
De otro lado, el dumping social hace referencia al fenómeno de la tendencia de los Esta-
dos con regímenes laborales más desarrollados a reformar éstos para proteger a sus empre-
sas, y reducir así el impacto de la competencia de empresas situadas en Estados menos pro-
tectores. Esta competencia a la baja entre Estados, que reducen sus niveles de protección
legal para mantener empresas y atraer otras nuevas, se convierte en una auténtica race to the
bottom, y se le ha calificado gráficamente como una «devaluación social». En la práctica, los
Estados van a pujar por las fábricas y dependencias de las grandes multinacionales, ofre-
ciéndoles condiciones más favorables tanto mediante ayudas económicas como, especial-
mente, regímenes laborales más baratos, flexibles y cómodos. La represión sindical y las
zonas francas, en las que ni siquiera la escasa legislación laboral nacional se aplica, son el
extremo de este fenómeno.
En uno y otro caso, la lógica es la misma: que el Derecho del Trabajo protector incre-
menta el coste laboral para las empresas, reduciendo además la capacidad de gestionar
libremente los recursos humanos; por ello reduce la competitividad de las empresas some-
tidas a sus regulaciones, frente a las que producen en Estados menos reguladores e inter-
vencionistas. Lógica simplista e incierta, que no sólo ignora los otros factores que inciden
en la competitividad de las empresas, centrándose exclusivamente en los costes laborales,
sino que niega los evidentes efectos favorables para ésta de la regulación del mercado de tra-
bajo. Pero que está ahí, y que queramos o no se ha convertido en una de las premisas de todo
el debate sobre la globalización y sus efectos.
Lo cierto y verdad es que la globalización es vista más como un peligro que como una
oportunidad, como un desafío de cuyo resultado depende el futuro de nuestro modelo de
Estado y de mercado; tenemos que estar atentos, porque nos enfrentamos al argumento
definitivo para desmontar el Derecho del Trabajo entendido como ordenamiento protec-
tor y redistribuidor. Lo que nos deja muchas veces en una situación de desconcierto, ya que
el Derecho del Trabajo es considerado hoy más que nunca como un elemento secundario
y derivado de la ordenación de la vida económica, condicionado por las posibilidades que
el mercado permite en cada momento; en este contexto, las posibilidades de actuación son
ciertamente limitadas, pues la aceptación de las premisas de la globalización asfixia las vías
de defensa de sus efectos. La alternativa de enfrentarse a la globalización como tal, recha-
zando el fenómeno en su totalidad, es deslegitimada y estigmatizada, al encuadrarla con
posiciones irrealistas, radicales e incluso violentas; tal como están las cosas, quizá resulte
poco operativa. Es en el debate sobre «otra globalización», sobre el gobierno del mercado
mundial, donde debemos ubicarnos si queremos llegar a soluciones practicables y efecti-
vas; en la discusión sobre el modelo de integración que queremos, sobre el reparto de sus
costes y beneficios, sobre la construcción de un orden social justo en un contexto global.
El Derecho del Trabajo es, entre otras cosas, un mecanismo de regulación de mercados.
Del mercado de trabajo, desde luego, porque establece las condiciones en las que podrán
ofrecerse y adquirirse servicios laborales. Pero también de los mercados primarios de pro-
ducción y de servicios, porque afecta a las condiciones en que las empresas operan en éstos,
determinando la forma en que pueden usar sus recursos humanos y los costes laborales que
afrontan. Un elemento esencial de la estructura de costes de toda empresa, los costes del
trabajo, viene determinado así por un conjunto normativo, el Derecho del Trabajo, que se
aplica a todas las empresas de una forma idéntica o similar, por lo que todas estarán en igua-
les condiciones en cuanto a la utilización de sus plantillas.
Esta es la verdadera función originaria de la legislación laboral. La protección de los tra-
bajadores se consigue de dos maneras: directamente, mediante el establecimiento de unas
condiciones laborales consideradas justas y dignas; indirectamente, impidiendo que las
empresas compitan sobre costes laborales. Siendo la regulación del trabajo asalariado
común a todas las empresas, se evita que éstas presionen a la baja para conseguir salarios y
condiciones de trabajo inferiores a los del resto de empresas y obtener así una ventaja com-
parativa respecto de sus competidores; la competencia entre las empresas debe orientarse
hacia otros aspectos o funciones de ésta. Para poder asegurar este efecto, el Derecho del Tra-
bajo debe tener un ámbito de aplicación similar al del mercado en que operan los sujetos
económicos a los que se aplica. Por eso en la práctica totalidad de los casos la legislación
laboral es competencia de las autoridades centrales, en Estados descentralizados como
España; por eso se intenta la asignación de determinadas funciones reguladoras a la nego-
ciación colectiva centralizada, sectorial o de categoría.
Es cierto que la uniformidad total de condiciones de trabajo no existe, y que la nego-
ciación colectiva opera como un mecanismo de diferenciación de condiciones laborales
entre empresas, pudiendo provocar diferencias en las condiciones de trabajo entre éstas;
pero no hay que olvidar que la negociación colectiva es un derecho que rige respecto de
todas las empresas, por lo que todas acabarán por tener una regulación convencional; y
que las organizaciones sindicales se preocupan de evitar situaciones de competencia des-
leal entre empresas sobre la base de convenios excesivamente económicos o beneficio-
sos.
La identidad u homogeneidad entre los límites del mercado y el ámbito de aplicación
de la regulación laboral se presenta así como un factor esencial para poder evitar la compe-
tencia sobre costes laborales, que reduciría la eficacia garantista del Derecho del Trabajo.
dial, el estatuto de los trabajadores de la globalización. Incluso en sus mismos orígenes his-
tóricos la OIT pretendía afrontar los problemas que el comercio internacional estaba pro-
vocando para el desarrollo de la legislación social en los países desarrollados. No hay que
olvidar que en los mismos orígenes históricos de esta organización se encuentra la preocu-
pación por los problemas provocados por las diferentes regulaciones del trabajo en cada
país, en un contexto de intensificación de los intercambios comerciales: así, el Preámbulo
de la Constitución de la OIT en 1919 decía que «si cualquier nación no adaptare un régi-
men de trabajo realmente humano, esta omisión constituiría un obstáculo a los esfuerzos de otras
naciones que deseen mejorar la suerte de los trabajadores en sus propios países». En esta decla-
ración se pueden encontrar fácilmente los ecos del argumento de las distorsiones de la com-
petencia provocadas por la disparidad de regímenes laborales entre los Estados que comer-
cian entre sí, que está en la base del concepto de dumping social; en un momento histórico
en el que el comercio internacional estaba adquiriendo ya su importancia. No es de extra-
ñar, por ello, que cuando en 1927 la Sociedad de Naciones elaboró su proyecto de Orga-
nización Internacional del Comercio, encontrara lugar para una cierta regulación de los
aspectos laborales del comercio internacional.
Ello no obstante, no parece que esta organización internacional esté en condiciones de
asumir este papel de agente regulador de los mercados de trabajo en la edad de la globali-
zación. Sus mismos responsables han negado públicamente que su función sea la de regu-
lar los aspectos laborales del comercio internacional. No es que la OIT no haya estado
atenta a los nuevos temas planteados por la globalización; ésta ha estado presente, por el
contrario, en los debates producidos en su seno en los últimos años, dando lugar a una
importante producción de documentos y normas. Seguramente, la OIT ha intentado evi-
tar un razonamiento simplista, que le atribuye con suma ligereza el papel de gendarme de
las relaciones laborales globales, sólo porque es una organización internacional, y sólo por-
que produce normas. Su función quizá sea otra, aun aceptando que tiene un papel que
jugar en el gobierno de la globalización; una función más indirecta y sutil que la de crear
un Derecho del Trabajo global, como en ocasiones se pretende.
Es posible, también, que la misma organización sea consciente de las limitaciones que
manifiesta en este nuevo contexto, con normas y procesos ya antiguos, y con otras priori-
dades. Estas limitaciones se han venido resaltando en los últimos debates, y son bien cono-
cidas: se habla de una «inflación normativa», de un número excesivo de convenios y reco-
mendaciones, a veces reiterativos, a veces sobre temas muy puntuales y de poco interés, a
veces claramente obsoletos. Se señalan las dificultades que está encontrando para lograr
que los convenios y recomendaciones sean ratificados por los Estados, ante el respeto al
cidos. Todo ello en el proceso de integración económica más avanzado del mundo, el que
tiene instituciones más fuertes y un mayor compromiso de cesión de competencias por
parte de sus miembros; a nivel global nunca se llegará a tales niveles de integración, por lo
que tendremos que aspirar a mucho menos.
Las dificultades para el desarrollo de una regulación laboral supranacional no han sido
consecuencia tan sólo de la ausencia de agentes adecuados. En parte se deben a las peculia-
ridades del mercado de trabajo como objeto de regulación, y del propio Derecho del Tra-
bajo como mecanismo regulador.
La primera dificultad es el marcado carácter nacional de las legislaciones del trabajo,
que varían enormemente entre sí para adaptarse a las circunstancias de cada país. Esta adap-
tación a la realidad nacional es consecuencia de una pluralidad de factores: el nivel de desa-
rrollo, desde luego, que determina directamente el tipo de instituciones jurídico-laborales
de un país, y los niveles de protección social que éstas pueden garantizar. Pero también afec-
tan aspectos políticos, culturales y religiosos, o la experiencia histórica de cada país, la tra-
dición jurídica en que se inserta, la estrategia de los gobiernos y de los interlocutores socia-
les... Todo ello determina que las reglas que regulan el mercado de trabajo sean de una u
otra manera, se diseñen según unos patrones o modelos determinados. Sea como fuere, el
resultado es que el Derecho laboral es rabiosamente nacional, muy cercano a las peculiari-
dades de cada país; hasta el punto de que países muy cercanos geográfica y culturalmente
presentan legislaciones del trabajo radicalmente distintas.
Si de lo que se trata es de establecer una legislación laboral uniforme, única o armoni-
zada, las dificultades son evidentes. Hay dificultades técnicas, porque resulta complicado
encontrar una solución normativa adecuada para todos los países; lo que sirve para uno
puede ser inadecuado o quimérico para otro, sobre todo en un momento como el actual,
en el que las diferencias de desarrollo económico entre el mundo desarrollado y el resto se
acentúan. Incluso en sistemas más o menos homogéneos económica y políticamente, dise-
ñar instituciones laborales comunes es una tarea ardua, como nos enseña la experiencia
europea.
Este carácter nacional provoca, por otro lado, que los Estados se resistan a una regula-
ción supranacional homogeneizadora, que necesariamente modificará su legislación labo-
ral poniendo en peligro su identidad. Esta resistencia esconde, en realidad, el miedo a per-
der el poder de regular el mercado de trabajo nacional, y con ello un importante instru-
mento de política económica; pero ha sido un factor fundamental en el fracaso de las ini-
ciativas reguladoras supranacionales, especialmente en el largo proceso de negociación de
la Organización Mundial del Comercio.
Se corre el peligro de que, por buscar soluciones que todos puedan aceptar y aplicar, se
establezcan regulaciones excesivamente genéricas o vacuas, que no sirvan para asegurar el
fin último de evitar el dumping social estableciendo condiciones laborales y de gestión de
la mano de obra uniformes o próximas. Los peligros de imperialismo cultural o de «pensa-
miento único laboral» son igualmente evidentes, mediante la extensión acrítica de solu-
ciones nacionales a otros países. Tampoco está claro que la pluralidad y diversidad en los
regímenes laborales sea tan negativa, ya que en muchos aspectos es el resultado de la adap-
tación a las circunstancias y a la experiencia histórica de cada país.
Lo nacional del Derecho del Trabajo no es el único obstáculo que se presenta a su armo-
nización o unificación internacional, sino que existen otras dificultades intrínsecas que hay
que señalar. Por ejemplo, el ritmo de cambio de la legislación laboral, mucho más vivo que
el de otros sectores del ordenamiento jurídico, y que si se acude a una legislación suprana-
cional seguramente quedaría seriamente ralentizado. Dadas las dificultades que sin duda
plantearía la elaboración de un auténtico Derecho del Trabajo internacional, su produc-
ción sería lenta, poco acorde con las necesidades de adaptación continua que el mercado
de trabajo exige; una vez más, la experiencia del Derecho Social Europeo nos pone de mani-
fiesto cómo el proceso legislativo comunitario resulta poco eficiente para responder a las
demandas de armonización que la progresiva integración de las economías europeas
demanda.
Quizás la mayor peculiaridad del Derecho del Trabajo frente a otros sectores legales sea
el de la privatización de una parte fundamental de su producción, mediante el reconoci-
miento y apoyo de los poderes públicos a la negociación colectiva. El Derecho del Trabajo
moderno y democrático no es, no puede ser una tarea exclusiva del legislador estatal, sino
que éste tiene que colaborar con los interlocutores sociales en la regulación del mercado de
trabajo. Si lo que se está planteando es atribuir las competencias de regulación a instancias
supranacionales, esta colaboración no sería posible, ya que serían sujetos públicos, orga-
nismos internacionales, los que la llevarían a cabo.
Estas y otras razones hacen difícil que se pueda plantear seriamente una regulación
internacional común del trabajo, por más que sea ésta la solución más directa a los dilemas
laborales que plantea la globalización. La ausencia de tal regulación es la muestra más evi-
dente de estas dificultades. Habría que plantear alternativas de menor alcance, pero quizá
más factibles, y así se está haciendo en algunas experiencias regionales de integración: una
Hasta ahora hemos visto cómo la mundialización de los mercados ha hecho perder al
Derecho del Trabajo su papel de regulación de la competencia entre los agentes económi-
cos, dando lugar al fenómeno del dumping social; y cómo para evitar este efecto se hace
necesario desarrollar una ordenación internacional de los mercados de trabajo. Pero tam-
bién hemos visto las dificultades que esta tarea plantea, por la falta de agentes reguladores
adecuados, y por las particularidades del Derecho del Trabajo como ordenamiento regula-
dor. Todo ello ha obligado a buscar nuevas técnicas para evitar, al menos parcial y provi-
sionalmente, algunos de los efectos más nocivos de este proceso.
La falta de iniciativa de los organismos internacionales está llevando a que sean otros
sujetos los que estén adoptando estas medidas. Las organizaciones sindicales nacionales e
internacionales, así como otras organizaciones no gubernamentales, están intentando
limitar la deslocalización de empresas y la explotación de los trabajadores en países en desa-
rrollo mediante campañas de información y técnicas de comercio justo, que han dado lugar
a sistemas de etiquetado y otras formas de homologación, y al establecimiento de códigos
de conducta para las empresas. La misma OIT sigue su ejemplo, preconizando la adopción
de una «etiqueta social mundial».
Incluso en la misma lógica de ordenación de la competencia internacional mediante el
establecimiento de regulaciones comunes se ha planteado acudir a la negociación colectiva
internacional como mecanismo de producción de este Derecho del Trabajo internacional
que parece tan difícil de conseguir. Es cierto que hasta la fecha los resultados de esta nego-
ciación han sido escasos, muy lejos de lo que haría falta para lograr este efecto. Pero en algu-
nos casos han conseguido evitar estrategias empresariales en algunas multinacionales que
pretendían hacer competir entre sí a las distintas filiales, concentrando la producción en
una u otra en función de la flexibilidad y ahorro salarial que sus trabajadores estuvieran dis-
puestos a asumir; en el seno de estas grandes empresas la negociación coordinada entre las
distintas filiales se hace imprescindible para evitar este tipo de prácticas.
Una alternativa, o mejor un complemento a las medidas armonizadoras tradicionales,
comerciales a otros países, el grado en que los trabajadores de éste gozan de condiciones
laborales aceptables, así como de los derechos de libertad sindical y negociación colectiva.
Se podrá incluso borrar de la lista de Estados que tienen acceso en régimen de franquicia al
mercado estadounidense a quienes no respeten los derechos de los trabajadores. En con-
creto, la legislación laboral norteamericana se fija como objetivo el respeto de los siguien-
tes derechos: el derecho de asociación –lo que nosotros llamaríamos libertad sindical–; el
derecho de negociación colectiva; la prohibición del trabajo carcelario forzoso; la prohibi-
ción del trabajo infantil; el establecimiento y respeto de un salario mínimo; la limitación
de los horarios de trabajo; y la adopción de medidas para proteger la salud laboral. Esta polí-
tica comercial se plantea no por motivos filantrópicos o de convicción política, sino por
otros mucho más pragmáticos, la protección de los trabajadores y las empresas radicadas
en Estados Unidos contra la competencia de países menos desarrollados; de hecho, son las
organizaciones sindicales de este país las que más han trabajado para desarrollar esta legis-
lación a través de sus lobbies y de sus contactos políticos. En la práctica, además, el presi-
dente de los Estados Unidos ha hecho un uso bastante cínico de esta normativa, recono-
ciendo o no un tratamiento comercial de favor sobre la base de consideraciones exclusiva-
mente políticas.
La Unión Europea ha utilizado también de esta técnica, últimamente en su «Sistema de
Preferencias Generalizadas» de 1995-2004 que establece el tratamiento comercial que se
dará a ciertos países considerados «menos avanzados» según la definición de Naciones Uni-
das. Estas preferencias se activan en base a distintas finalidades, entre las que están la pro-
tección de los derechos laborales, el respeto a las normas medioambientales, la defensa de
los derechos de propiedad intelectual, la lucha contra la droga... Entre estas preferencias se
establece una especie de «cláusula social» que reconoce un margen de preferencia adicional
a algunos Estados, incrementando la reducción sobre el arancel aduanero previsto con
carácter general; este tratamiento es realmente favorable, pues estas preferencias adiciona-
les pueden duplicar las reconocidas por el régimen general. Para beneficiarse de este trata-
miento de favor es necesario demostrar el respeto a la libertad sindical, al derecho de nego-
ciación colectiva y a la prohibición del trabajo infantil, previéndose también que se pue-
dan perder si se demuestra la utilización de trabajo forzoso.
La OIT ha afrontado los nuevos escenarios con una serie de reformas que indican una
nueva dirección en su forma de operar. El desafío al que se enfrenta esta organización es el
de modificar sus mecanismos tradicionales de actuación, para incrementar su eficacia ante
las nuevas realidades, sin perder los rasgos que la caracterizan, el tripartismo, el volunta-
rismo y el universalismo. Para ello ha operado en distintos frentes, fijándose como objeti-
les nacionales; y no lo tenemos, entre otras razones, porque carecemos de una institución
reguladora supranacional, en un contexto de globalización desgobernada. En tanto no se
consigue esta institución y aquella regulación otros sujetos, y entre éstos especialmente las
organizaciones sindicales, están adoptando ya algunas medidas dirigidas al menos a evitar
los efectos más graves y urgentes de la integración económica mundial.
Globalización y género
Antonio Turok, Vendedora de carne, Granada, dic. 1984
Introducción
U no de los efectos económicos y sociales de la nueva economía global que más preo-
cupa a los ciudadanos es el impacto sobre el empleo y el trabajo. Se crean y se destru-
yen empleos, pero los empleos que se desplazan o desaparecen son muy distintos de los nue-
vos empleos creados. Y estos efectos de creación y desplazamiento afectan de forma distinta
a los diferentes territorios, pero también a las personas en función de su sexo, raza, nivel
educativo, religión, país de origen y otros elementos de diferencia. Cambian el tipo de
empleos, el mercado de trabajo se desregulariza y flexibiliza y las condiciones de trabajo se
endurecen, en general, pero más intensamente para los colectivos más desfavorecidos. La
difusión generalizada de las tecnologías de la información y el uso de Internet cambian la
forma de hacer negocios y de crear empleo en la nueva economía global.
La globalización, como la forma de funcionar de la economía mundial hoy día, es el
resultado de la confluencia de varios procesos, algunos ya en marcha, pero que se han ace-
lerado recientemente, y otros que son propios de las últimas décadas: liberalización comer-
cial y financiera; integración e interdependencia económicas crecientes; difusión generali-
zada de las tecnologías de la información y de Internet.
En este contexto, en las dos últimas décadas los países desarrollados han experimentado
reducciones del empleo industrial porque primero se exportaron los empleos más intensi-
vos en trabajo a países de bajos salarios, y posteriormente, conforme la tecnología era más
fácil de transferir, también otros empleos intensivos en capital. Se mantienen los empleos
relacionados con los intangibles (diseño, publicidad) y en general los servicios a empresas.
Las mujeres perdieron empleos en la primera oleada de transferencia. En la segunda los
pierden los hombres. Las pérdidas de empleo industrial femenino se están compensando
con creces por la creación de empleo de servicios en los países desarrollados (19 millones
en servicios en la Unión Europea, frente a 16 de pérdida en industria y agricultura, según
la ONU). Se crean empleos de servicios sociales («cuidados») y servicios a empresas, hos-
telería, y las mujeres son las principales beneficiarias de esta creación de empleos.
Por ocupaciones, en los países desarrollados se crean muchos empleos de alta cualifica-
ción relacionados con la información, o por el contrario empleos muy descualificados de
los servicios. Esto favorece la polarización.
En los países en desarrollo los procesos son un poco diferentes. El empleo se transfiere
de la agricultura de subsistencia a la capitalizada, a la industria intensiva en mano de obra
y a los servicios descualificados, y la mayoría de los empleos creados son para mujeres. El
perfil de las mujeres empleadas en estos países es una joven de menos de 25 años que tra-
baja en una fábrica de exportación, con malas condiciones de trabajo y salario bajo y que
ha de enviar la mayor parte, sino la totalidad, de sus ingresos para el sostenimiento de su
familia.
Pero la globalización también afecta al trabajo. Las relaciones laborales están cam-
biando. Los esfuerzos de las empresas para adaptar su empleo a las condiciones cambian-
tes de los mercados tienen consecuencias distintas en los países desarrollados y en los que
están en desarrollo.
En los países desarrollados dichos esfuerzos han conducido a una crisis del modelo labo-
ral de trabajo estable a tiempo completo y carrera profesional. Este proceso afecta de forma
desigual a hombres y mujeres. Aumenta el empleo femenino en actividades de servicios y
se reduce el empleo masculino industrial. El prototipo de obrero industrial que sostiene a
su familia porque tiene un empleo estable y bien pagado («bread winner») está en proceso
de desaparición. Ahora se crean empleos más inestables.
Este modelo laboral está muy relacionado con la feminización del mercado de trabajo.
Las empresas se adaptan con más facilidad a las condiciones del mercado utilizando mano
de obra femenina. Es empleo flexible para mujeres, pero también es que se buscan mujeres
para los empleos flexibles.
Así, podemos decir que el empleo experimenta un doble proceso de feminización: por
una parte, porque aumenta el empleo femenino; por otra, porque las condiciones, siem-
pre peores, del empleo femenino tienden a generalizarse, a afectar a todos los empleos. En
Estado Unidos se han reducido las diferencias salariales entre hombres y mujeres porque
los salarios masculinos han bajado, no porque hayan aumentado los femeninos. En
España, más del 50 por 100 de las mujeres ocupadas lo están en condiciones de flexi-tra-
bajo.
Pero, a veces, también se reduce el empleo femenino. Por ejemplo, en las crisis econó-
micas (como la de Tailandia en 97, que afectó más a las mujeres que a los hombres) o
cuando se eleva el nivel tecnológico de la producción (Corea) y se prefiere a hombres.
Con datos de la ONU1, el empleo femenino ha crecido sustancialmente más aprisa que
el de los hombres desde 1980 (con la excepción de África). La tasa de actividad femenina
para el tramo 20-54 años está en el 70 por 100, 80 por 100 en los más desarrollados y 60
por 100 en los menos desarrollados. En Oriente Medio es aún muy baja.
Sin embargo, no podemos olvidar que la globalización afecta de forma más favorable a
las mujeres de los países desarrollados, donde el nivel cultural es más alto y la democracia
y la defensa de los derechos de las mujeres están avanzadas, que a las de los países en desa-
rrollo. Por ello se aprecian efectos de polarización de la mano de obra femenina del mundo
por edades, clases sociales, niveles educativos.
El informe de la ONU (1999) sobre globalización, género y trabajo destaca la existen-
cia de efectos contradictorios de creación y desplazamiento de empleo femenino como
consecuencia de la globalización:
– En los nuevos países industriales (NPI) la industrialización orientada a la exportación
se sustenta en mano de obra femenina. Mientras mayor es la concentración de las exporta-
ciones en bienes intensivos en mano de obra (ropa, semiconductores, juguetes, bienes y cal-
zado deportivos) mayor es la presencia de mujeres, sobre todo en las empresas extranjeras.
En algunos países en desarrollo ha habido cambios drásticos: En 1978, Bangla Desh
sólo tenía cuatro fábricas de confección, y en 1995 eran ya 2.400 que emplean a 1,2 millo-
nes de trabajadores. El 90 por 100 son mujeres menores de 25 años. Este sector emplea al
70 por 100 de las mujeres asalariadas del país.
En las Zonas de Procesamiento para la Exportación (EPZ, las hay en 93 países), la pro-
porción de mujeres es también muy elevada (entre 55 y 85 por 100).
– Sin embargo, desde finales de los años 80 en ciertos países se está reduciendo la
demanda de mano de obra femenina para la industria en la medida que los productos para
la exportación son más intensivos en cualificación y en capital. Por ejemplo, en Corea la
industria electrónica ha cambiado su demanda hacia mano de obra masculina al fabricarse
1 Los datos que aporto se han publicado en United Nations (1999): 1999 World Survey on the Role of
Women in Development, New York; asímismo, he utilizado los Informes sobre el Desarrollo Humano
correspondientes a varios años. También he consultado otras obras: Maquieira, V., y Vara, M. J. (1997):
Género, clase y etnia en los nuevos procesos de globalización, Instituto Universitario de Estudios de la
Mujer, Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid; Sabaté Martínez, A, Rodríguez Moya, J.M. y
Díaz Muñoz, M.A. (1995): Mujeres, espacio y sociedad, Editorial Síntesis, Madrid.
se tienen menos derechos sociales (no genera derecho a prestaciones por desempleo, pen-
siones y otras).
b) Afecta negativamente a la promoción profesional. Si no imposible, es rarísimo que se
ascienda a puestos de responsabilidad a personas con jornada parcial. Y en actividades, como
el comercio minorista y otras con horarios de apertura muy dilatados, podría ser especial-
mente adecuado. Tampoco se incluye en los programas de formación a los empleados con
jornada parcial.
c) En general contribuye a que el trabajo de la mujer se siga considerando como secun-
dario, de segunda categoría, con respecto al del hombre. Como si las mujeres necesitaran
trabajar menos que los hombres, porque se supone que siempre hay un hombre que es el
principal proveedor de fondos, y por tanto a ellas se les puede pagar menos.
d) Finalmente, refuerza la división sexual del trabajo en el hogar. Se asume que el cui-
dado de los hijos es un problema de la mujer y que ella lo resuelve con un empleo de peo-
res condiciones.
El sector informal es cada vez más importante y genera un volumen cuantioso de los
empleos desde los años 80. Aunque es difícil medirlo, los esfuerzos realizados por la ONU
y la OIT muestran que representa la mayoría de las oportunidades de empleo en el mundo
en desarrollo: en Latinoamérica y Caribe representa el 83 por 100 de los nuevos empleos;
en India y Pakistán, el 75 por 100, sobre todo en empleo de fabricación.
Esto se debe a que constituye la alternativa más práctica a los requerimientos combina-
dos de flexibilidad –por la competencia cada vez más intensa– y de políticas de austeridad
–por los ajustes macroeconómicos–.
Y es una alternativa por tratarse de un entorno extremadamente competitivo, donde las
empresas y los empleos desaparecen con facilidad, se renuevan constantemente. Los
empleos que ofrece son irregulares y los salarios bajos, sin posibilidades de formación, pro-
moción o mejora de la empresa. Por eso constituye una pieza esencial de la reestructura-
ción económica en la globalización, porque ofrece al sector formal flexibilidad y oportu-
nidad para rebajar costes. Hoy constituye una parte integral del sector formal.
Las mujeres son la mayoría de la mano de obra de este sector (especialmente en los dos
primeros tipos). En África, el 72 por 100; 65 por 100 en Indonesia; 41 por 100 en Corea.
Son mujeres que trabajan en casa o venden en la calle. Que combinan esta actividad con
trabajo rural de autosubsistencia o remunerado estacional.
Trabajadoras a domicilio
La mayoría de los trabajadores que llevan a cabo su trabajo desde su hogar son mujeres
y su importancia está aumentando tanto en países en desarrollo como desarrollados.
Las actividades típicas son la confección de ropa, el tejido de alfombras, la fabricación
de calzado. Hoy también se ha extendido a la electrónica, plástico, juguetes y metal ligero
así como a tareas auxiliares de empaquetado, etiquetado o limpieza.
Aumenta su importancia en el sector servicios, especialmente en los países desarrolla-
dos, donde se utiliza muy frecuentemente como forma de subcontratar trabajo adminis-
trativo: teclear, procesar textos o datos, ensobrar, editar, traducir. Con las tecnologías de la
información se extiende a los empleos de cuello blanco (constituye una de las modalidades
más extendidas del teletrabajo).
En Europa, los trabajadores a domicilio son mayoría de mujeres, en general casadas y
con hijos y con frecuencia inmigrantes: 95 por 100 en Alemania, Grecia, Italia e Irlanda;
84 por 100 en Francia; 75 por 100 en España y 70 por 100 en el Reino Unido.
En los países en desarrollo las mujeres también son la mayoría (90 por 100 en India y
en Vietnam).
Los salarios son mucho más bajos que en el empleo regular, se calculan por pieza ela-
borada y los empresarios se benefician de una enorme libertad para variar el volumen de
producción y los salarios. Como tantas otras actividades femeninas, se caracteriza por la
invisibilidad.
Trabajadoras inmigrantes
Desde los años 70 hay más restricciones que antes a los movimientos de mano de obra
hacia los países desarrollados. Estos inmigrantes ocupan los puestos de trabajo que las
poblaciones de los países desarrollados rechazan por estar caracterizados, en palabras de la
ONU, por las tres D (dirty, dangerous, difficult).
Sin embargo, un rasgo nuevo es el aumento significativo del número de mujeres. Aun-
que los datos son escasos, en 1990 el número de inmigrantes en el mundo eran 57,1 millo-
nes de mujeres y 62,6 millones de hombres (Lim, 1998, citado en ONU, 1999), sin
incluir los inmigrantes ilegales, sin papeles, que se piensa que incluirán más mujeres que
hombres.
En general son mujeres que emigran ellas solas (sin marido) y como sustentadores eco-
nómicos principales de sus familias. La mayoría se integran en ocupaciones femeninas del
Conclusiones
2. Flexibilidad significa feminización del mercado de trabajo en dos sentidos: por una
parte, aumenta el empleo femenino; y por otra, porque las condiciones, siempre peores,
del empleo femenino tienden a generalizarse, a afectar a todos los empleos.
3. Flexibilidad significa también importancia creciente de las formas irregulares y fle-
xibles de trabajo, en las que se emplea preferentemente a mujeres: empleo a tiempo parcial,
trabajo en el sector informal, trabajo a domicilio y utilización de mano de obra inmigrante.
4. Se mantienen las diferencias salariales de género en todo el mundo.
5. La segregación horizontal tiende a reducirse (excepto en los países musulmanes) por
el acceso de mujeres a empleos tradicionalmente masculinos, pero la segregación vertical
se mantiene, incluso en los países desarrollados.
6. A pesar de la persistencia de la discriminación y de la doble jornada, el hecho de dis-
poner de ingresos propios por tener un empleo remunerado mejora la posición de las muje-
res en el hogar.
Estos temas trascienden ahora la antigua división del mundo o del movi-
miento sindical mundial entre países «en desarrollo» e «industriales».
Ahora un ataque a los sindicatos en cualquier lugar del mundo nos afecta
a todos, la campaña a favor de «globalizar la justicia social» se ha conver-
tido en algo mundial. A nivel europeo, la acción a favor de una «dimen-
sión social» para la integración europea es una reivindicación antigua y
seria de los sindicalistas europeos, que ha producido resultados concretos.
La acción en América, Asia y África a favor de una «dimensión social»
comparable se ha convertido en una reivindicación prioritaria para las
organizaciones regionales de la CIOSL, a pesar de la naturaleza extre-
madamente diferente de los procesos de integración regional.
RESPUESTA CRECIENTE DEL MOVIMIENTO SINDICAL A LA GLOBALIZACIÓN
Introducción
L a creciente desigualdad en la economía global durante las últimas dos décadas es una
rotunda evidencia de que el papel de los sindicatos para lograr la justicia social es más
necesario que nunca, en un momento en que la globalización movida por los mercados hace
que la acción sindical para lograr este objetivo sea más difícil. Pero sería erróneo perder de vista
las oportunidades que han surgido para cambiar la agenda política en comparación con la
situación de hace sólo una década. El logro de la justicia social y el desarrollo sostenible en la
economía globalizada se han convertido en elemento central del debate público. Los ejem-
plos de 40.000 sindicalistas manifestándose en la Cumbre Ministerial de la OMC en 1999
en Seattle o de 100.000 de nuestros afiliados manifestándose en la cumbre de la UE en Lae-
ken en diciembre de 2001 y en la Cumbre Europea de Barcelona en marzo de 2002 muestran
que los trabajadores pueden ser movilizados sobre temas de globalización de un modo que
hace diez años hubiera sido impensable. Una valoración interna del propio Banco Mundial
ha reconocido que las ONG, incluidos los sindicatos, merecen con frecuencia más confianza
por parte del público sobre temas de gobierno que los propios gobiernos o las empresas. El
hecho de que el debate sobre la globalización se haya convertido en un tema político princi-
pal en muchos países motiva ahora con fuerza al movimiento sindical para trasladar esa pre-
ocupación pública a conquistas concretas en nuestra agenda de justicia social.
La erosión del papel legítimo del estado y, en particular, la efectiva regulación pública o
«gobierno» de los mercados es la amenaza más seria de la globalización, no el comercio o la
inversión en sí mismos, de la que dependen muchos de nuestros miembros para conseguir su
sustento. Pero esta aproximación a la globalización no es un hecho inevitable de la vida, es el
resultado de una agenda política internacional en la que los sindicatos están intentando
influir con un crucial interés. La esencia de esta agenda es económica, pero tiene profundas
implicaciones sociales. A la larga influye en el entorno en el que trabajan los sindicatos o
incluso en el que se les permite trabajar. Si esto se denomina el «consenso de Washington» o
la «agenda neoliberal» importa poco. Emana de los Ministerios de Economía y Comercio y
de los Bancos Centrales. El capital internacional y los intereses empresariales en general son
muy activos, tanto de manera formal como informal, a la hora de perfilar esta agenda.
No debemos permitir que se acepte la noción de que, debido a la globalización, está pre-
dispuesta o es inevitable una pequeña variedad de políticas. Hay que desarrollar un marco
de mecanismos para la gestión de los mercados globales. Este marco incluye desde normas
internacionales obligatorias que afectan a ámbitos específicos; formas menos severas de
«legislación blanda»; mejor coordinación de la política nacional; integración regional; con-
tinuada reglamentación nacional y políticas a nivel regional o local más relajadas. Aunque
obligatorios, los mecanismos de regulación «duros» a nivel global sólo podrán afectar a un
número determinado de áreas. No son por tanto una alternativa a las formas menos seve-
ras de coordinación y cooperación en otras áreas. Al mismo tiempo, mientras la reducción
de la soberanía del gobierno nacional puede ser real, el estado nación sigue siendo un con-
sumidor, productor y distribuidor importante que no va a desaparecer para abrir camino a
las empresas multinacionales. Es necesario no obstante que haya un debate más amplio en
el movimiento sindical internacional sobre en qué temas queremos basar nuestra defensa
de la soberanía mediante su consorcio internacional y dónde queremos defender la sobe-
ranía de la nación estado.
Nuestra capacidad para modificar la agenda sobre globalización depende tanto de los
esfuerzos para influir en las instituciones a nivel nacional, regional y mundial como de la
capacidad para «hacer campaña y movilizar» a los afiliados sindicales respecto a los temas
de la economía global. Tenemos que conseguir ambas cosas y garantizar que existe una rela-
ción estratégica entre las dos. Por una parte, planteando reivindicaciones a las organiza-
ciones internacionales conseguiremos poco si no nos basamos en la presión a nivel nacio-
nal, que a su vez se refleja en la concienciación y el activismo de los miembros. Por otra
parte, la presión desde el centro de trabajo o desde las calles puede disiparse en el tiempo si
sólo ofrecemos calor y no luz. Debemos combinar el argumento de nuestra fuerza con la
fuerza de nuestro argumento.
Estos temas trascienden ahora la antigua división del mundo o del movimiento sindi-
cal mundial entre países «en desarrollo» e «industriales». Ahora un ataque a los sindicatos
en cualquier lugar del mundo nos afecta a todos, la campaña a favor de «globalizar la justi-
cia social» se ha convertido en algo mundial. A nivel europeo, la acción a favor de una
«dimensión social» para la integración europea es una reivindicación antigua y seria de los
sindicalistas europeos, que ha producido resultados concretos. La acción en América, Asia
y África a favor de una «dimensión social» comparable se ha convertido en una reivindica-
ción prioritaria para las organizaciones regionales de la CIOSL, a pesar de la naturaleza
extremadamente diferente de los procesos de integración regional.
veces más deprisa y afecta a diez veces más personas que la primera revolución industrial
del mundo occidental hace 150 años.» Percy Barnevik (antiguo director ejecutivo de
ABB - Brown Boveri).
tos sectores en tantos países». El comercio interior de las empresas representa por sí solo un
tercio de las exportaciones mundiales totales. La Conferencia de Naciones Unidas sobre
Comercio y Desarrollo (UNCTAD) estima que hoy día 60.000 empresas transnacionales
controlan unas 800.000 filiales extranjeras en todo el mundo. Uno de los nuevos rasgos de
esta ola de globalización es que los sistemas de producción de los países están cada vez más
entrelazados.
De todas formas, las inversiones extranjeras directas se han concentrado entre los
países de ingresos altos y medios. En 2000, más del 75 % (un billón de dólares) de los
flujos de entrada de inversiones mundiales fueron a países industrializados y de esos
más del 40 % fue a Estados Unidos, aunque sólo representa el 30 % del PIB OCDE. A
finales de los 90, el porcentaje de producción industrial generado por empresas que
están bajo control extranjero fue variado en los países OCDE con datos comparables
del 70 % en Irlanda y Hungría, a menos del 2 % en Japón. En la mayor parte de países
europeos estaba entre el 25 y el 30 %, mientras en Estados Unidos era del 18 %. Entre
los países en desarrollo se han dado también tendencias claramente divergentes en
cuanto a inversiones extranjeras –los 10 mayores receptores obtuvieron más del 70 %
de los flujos de inversiones extranjeras directas, con China y Hong Kong recibiendo
juntos casi el 30 %.
Para los sindicatos en Europa esto significa que, como término medio, casi un tercio de
la producción industrial está ahora en manos de empresas multinacionales de propiedad
extranjera. Sin embargo, debería señalarse que éste ha sido más un proceso de integración
entre países de altos ingresos que un verdadero proceso global. El mayor receptor de inver-
siones extranjeras directas fuera de la OCDE ha sido China.
Aunque pueden existir dudas de hasta qué punto las empresas de producción y servi-
cios se han globalizado plenamente, no existen esas dudas sobre la globalización de los mer-
cados financieros. La aparición del «mercado Eurodólar» en los años 60 estuvo seguida por
el derrumbe de Bretton Woods en los 70 y la supresión de los controles sobre el capital
nacional y la desregulación del sector financiero en los 80. El resultado ha sido el auge de
los préstamos transfronterizos, la aparición de nuevos «productos» financieros y la apari-
ción de instituciones financieras mundiales. Los bienes transfronterizos en poder de los
bancos se triplicaron en la década anterior a 1993. Las transacciones diarias de divisas
extranjeras se elevan ahora a más de 1,5 billones de dólares USA. Esto ha limitado la sobe-
ranía nacional y ha trasladado el poder de los gobiernos a los mercados financieros. Pero
debe resultar más preocupante la experiencia repetida de crisis financieras que se sienten
sobre todo en los países en desarrollo –con una fuga de capitales que lleva casi a la banca-
rrota de los países y con un devastador impacto social–, la crisis actual de Argentina estuvo
precedida por la crisis de Turquía, la crisis rusa, y la crisis asiática que comenzó en julio de
1997 con el colapso del Thai Baht. Antes de la crisis asiática estuvo la política del Fondo
Monetario Internacional (FMI) para insistir en la liberalización de las cuentas de capital
por parte de los países en desarrollo, tanto si era bueno para ellos como si no. Como resul-
tado, se emitieron enormes flujos de créditos a corto plazo en mercados financieros emer-
gentes sin sistemas de rendición de cuentas, transparencia y reglamentación prudente.
Los costes de la volatilidad del capital y los errores de la política del FMI han sido bien
descritos por el ganador del premio Nobel y antiguo economista del Banco Mundial,
Joseph Stiglitz: «La liberalización del mercado de capital está inevitablemente acompañada
por una alta volatilidad, y esto impide el crecimiento y aumenta la pobreza. Aumenta los
riesgos de inversión en el país, y por tanto los inversores exigen una prima de riesgo en
forma de beneficios superiores a lo normal. No sólo no se favorece el crecimiento, sino que
se aumenta la pobreza por varios canales. La alta volatilidad aumenta el riesgo de recesio-
nes – y los pobres siempre llevan el peso de dichas recesiones». (American Prospect, enero
2002). Un estudio publicado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) a media-
dos de 2001 apoyaba los argumentos de Stiglitz –descubrió que la liberalización de los mer-
cados financieros había tendido a aumentar la pobreza en Latinoamérica.
Ha habido un cambio en el desarrollo y la difusión de tecnología a nivel mundial. Hubo
mucha propaganda sobre el boom especulativo de finales de los 90 en las empresas de alta
tecnología –las empresas «punto-com»– y el consiguiente colapso en los valores bursátiles,
aunque el acceso a la tecnología «de vanguardia» se ha convertido en un factor clave para
determinar la competitividad en muchos de los sectores de crecimiento. En el ámbito de la
producción, las empresas conjuntas, los acuerdos de subcontratación y otros tipos de coo-
peración entre empresas se han convertido en parte de este proceso. En cuanto a la aplica-
ción, la integración de la tecnología de información y comunicaciones ha tenido un efecto
radical sobre la organización de la producción de bienes y servicios –permitiendo una
mayor especialización internacional en el seno de las empresas y entre ellas–. El uso de
Internet está transformando las comunicaciones y el comercio electrónico puede (más len-
tamente) transformar los sistemas de distribución. Relacionado con esto ha estado el
declive de los sistemas de producción masiva y la aparición de formas «flexibles» de orga-
nización del trabajo. Esto tiene implicaciones tanto en las estrategias competitivas que han
de adoptar los países de la OCDE como en las implicaciones políticas de lo que se deno-
minó, antes de la recesión económica de 2001, la «Nueva Economía».
Junto al cambio tecnológico, el paso político a la desregulación a finales de los 70 y en
los 80 ha sido claramente un estímulo del proceso de globalización y una reacción política
a él. Los últimos veinte años del siglo XX estuvieron dominados por el protagonismo de la
liberalización, la privatización y la desregulación. La mayoría de países OCDE pasaron a
privatizar partes de la economía que habían sido convertidas en propiedad estatal en el perí-
odo de posguerra. La unidad de desarrollo del sector privado del Banco Mundial ha trans-
mitido recomendaciones similares a los países en desarrollo y esto ha formado parte de la
condicionalidad de los préstamos del FMI mediante políticas de ajuste estructural. La pri-
vatización no ha sido sinónimo de desregulación, sin embargo, porque el estado se ha visto
forzado en muchas circunstancias a regular y finalmente intervenir en empresas anterior-
mente públicas. El debate fundamental a comienzos del siglo XXI es cómo garantizar la
regulación pública eficaz dada la desastrosa experiencia de los cortes energéticos en Cali-
fornia después de la desregulación energética, los choques de trenes británicos como con-
secuencia de la privatización y la crisis de la gestión empresarial tras el colapso de la empresa
Enron en Estados Unidos.
Ha habido una entrada de países no-OCDE en este «sistema de mercado global». Los paí-
ses que antes estaban planificados centralmente en Europa Central y del Este y la antigua
Unión Soviética han privatizado, liberalizado y desregulado sus economías en diferentes
grados. Los Países Recién Industrializados de Asia (Newly Industrialised Countries
–NICs–) tuvieron éxito durante un tiempo al intentar una estrategia de crecimiento orien-
tada a la exportación, mientras mantenían frecuentemente una política industrial nacio-
nal «dirigista». Pero en el mundo post-crisis asiática, ahora que China ha entrado en la
Organización Mundial de Comercio, los países de Asia Oriental se ven presionados a libe-
ralizar sus economías nacionales. Los países en desarrollo, en general, algunos bajo la pre-
sión de los programas de ajuste estructural del FMI y el Banco Mundial, están todos bus-
cando una mayor dependencia y relación con los mercados mundiales. Ya no existe un área
mundial que represente un contrapeso económico creíble al «capitalismo occidental».
hacia los sindicatos, incluyendo la actitud hacia el reconocimiento sindical, la política rela-
tiva a los costes laborales y su actitud hacia el cambio tecnológico y la organización del tra-
bajo están dictadas cada vez más por la competitividad internacional y las «modas» inter-
nacionales. La amenaza de trasladarse a lugares lejanos se ha convertido en algo común en
las negociaciones y en algunos casos es la realidad. Esto contribuye a un desequilibrio de
fuerzas entre los sindicatos y los empleadores en el mercado laboral. Tiene lugar asimismo
en el momento en que los gobiernos se están alejando de sus responsabilidades para esta-
blecer un marco político, ya sea el establecimiento de tipos fiscales, de gestión de la polí-
tica económica, y de la política sobre tipos de interés o la política de tipos de cambio.
Pero estas consecuencias negativas no son inevitables. El tema es cómo cambiar la
agenda política. El debate público está muy polarizado entre la mayoría de los gobiernos y
grupos empresariales que afirman que la globalización ha dado lugar a un crecimiento y
bienestar sin precedentes y muchas ONG que la ven como una fuente de crecimiento de
pobreza, desigualdad y destrucción de las culturas nativas. La experiencia de la globaliza-
ción en los últimos veinte años tiene dos caras; por una parte, los niveles de vida se han
incrementado significativamente en Asia Occidental y la pobreza se ha reducido cuando
los países han utilizado con éxito los mercados globales para aumentar las exportaciones y
ha desarrollado tecnología. Además, en los países en desarrollo los avances en el terreno de
la salud han permitido que la esperanza de vida aumente de forma constante. Sin embargo,
la capacidad para aprovechar la globalización y sus ventajas ha sido muy desigual. El nivel
de ingresos medios en los veinte países más ricos del mundo frente a los veinte más pobres
que era de 20 a 1 en 1960 ha aumentado para ser de 40 a 1 ahora. El Programa de Nacio-
nes Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha señalado que 66 países son más pobres ahora
que hace una década. Más de 10 millones de niños de países en desarrollo mueren todavía
cada año por enfermedades evitables.
Aunque existen muchos vínculos posibles entre la creciente desigualdad y la globaliza-
ción del comercio y la inversión, esta no es una relación inevitable. Las medidas de la desi-
gualdad entre países han mostrado evoluciones diferentes cuando se han visto enfrentadas
a la globalización. –Siguiendo la desregulación de los mercados y los ataques a los sindica-
tos en Estados Unidos, el Reino Unido y Nueva Zelanda después de 1980, la medida básica
de la desigualdad de ingresos (el «coeficiente Gini!») aumentó de manera bastante sor-
prendente en el Reino Unido y en Nueva Zelanda. Durante el mismo período la desigual-
dad de ingresos ha cambiado poco en Europa continental o en el este de Asia. Un estudio
sobre la desigualdad en América Latina realizado para la OCDE por el economista James
Robinson (¿De dónde viene la desigualdad? Ideas e implicaciones para América Latina,
OECD Development Centre, 2001) llegó a la misma conclusión: que ha sido el ataque
político sobre los sindicatos y las instituciones democráticas el que ha tenido el mayor
impacto en cuanto al aumento de la desigualdad.
Es por tanto la relación entre la globalización y el debilitamiento de los gobiernos la que
está en el centro de la creciente desigualdad, más que el comercio, la inversión y la mayor
apertura de la economía per se. A nivel nacional, instituciones como los sindicatos fuertes
y las políticas económicas y sociales públicas para gestionar y regular los mercados han con-
tribuido a garantizar que el crecimiento se distribuye en la sociedad, lo que es en sí mismo
buena economía y sentido social. El papel de la política pública a nivel nacional y las insti-
tuciones sociales como los sindicatos han estado sometidos a severas presiones. El paso de
los mercados al nivel mundial no se ha visto unido a un marco internacional y a institu-
ciones en marcha que puedan garantizar la justicia y la igualdad. Es esta situación la que
Joseph Stiglitz ha denominado «gobernanza global sin gobierno global». Él afirma que
«instituciones internacionales como la Organización Mundial del Comercio, el FMI, el
Banco Mundial y otras ofrecen un sistema ad hoc de gestión global, pero tiene poco que
ver con el gobierno global y carece de responsabilidad democrática. Aunque es quizá mejor
que no tener ningún sistema de gobierno global, el sistema no está estructurado para ser-
vir a intereses generales o para garantizar resultados equitativos. Esto no sólo plantea cues-
tiones de si valores más amplios son inmediatamente desechados, ni siquiera promueve el
crecimiento como una fuerza alternativa» (American Prospect op.cit.).
Otro desafío para los sindicatos es el cambio al relacionarse con empresas transnacio-
nales o multinacionales que hacen el capital más móvil que los trabajadores –esto puede
amenazar el empleo existente, amenazar la negociación colectiva y desplazar las relaciones
de fuerza–. Como se ha dicho anteriormente, la amenaza de traslado de una planta a un
lugar más allá de las fronteras se ha convertido en el juego habitual en las relaciones indus-
triales. Estas presiones son mayores a lo largo de las tres «fronteras» norte/sur, este/oeste
–México/EE.UU., Europa Central/Oriental, China/Asia Oriental–. Un estudio de la
Universidad de Cornell en 2000 para la Comisión de Revisión del Déficit de EE.UU.
(Terreno difícil: El impacto de la movilidad del capital sobre los trabajadores los salarios, y la
organización sindical) encontró que, a pesar del hasta entonces más largo boom en la his-
toria americana, los trabajadores se sentían más inseguros que nunca. Más de la mitad de
las empresas encuestadas, cuando se enfrentaban a campañas organizadas por los sindica-
tos habían amenazado con cerrar la planta y trasladarse a otro país. En algunos sectores, la
cifra se elevó hasta el 68 %. El estudio encontró también que sólo un pequeño porcentaje
de las empresas (5 %) cerraba realmente y se trasladaba –pero la percepción es parte de la
realidad–. Esto está aumentando el desequilibrio de poder relativo de los sindicatos y los
empresarios en el mercado laboral.
Para algunos empresarios y gobiernos es conveniente exagerar la pérdida de soberanía
local o regional. Permite una «desresponsabilización» de las elites sobre los resultados de
sus acciones. El gobierno conservador en Gran Bretaña (1979-97) fue uno de los más voci-
ferantes en defender la necesidad de debilitar a los sindicatos y desregular los mercados
laborales para adaptarse a un modelo de competitividad que existía en algún lugar no espe-
cificado de Asia Oriental. Pero, en 1997 el entonces gobierno coreano justificó su intento
de restringir los derechos sindicales alegando que Corea del Sur tuvo que rebajar sus normas
laborales para evitar que las empresas coreanas se trasladaran a Escocia y el Sur de Gales–,
atraídas por los flexibles mercados laborales de Gran Bretaña. Este argumento me lo plan-
teó a mí directamente el entonces ministro de Trabajo coreano en medio de una huelga
general contra las restricciones.
El mayor peligro no es la globalización en sí misma; es más el argumentar la parálisis
política como resultado de ella. Los sindicatos deben hacer campaña con fuerzas renova-
das a favor de políticas e instituciones eficaces para gobernar la globalización. Están dis-
ponibles una variedad de mecanismos para la gestión con, en un lado del espectro, un con-
junto de normas internacionales «severas» que cubran ámbitos específicos (por ej. OMC);
en el centro del mismo, una coordinación política más relajada (por ej. G8, OCDE,
FMI); integración regional (ej. Unión Europea); una normativa nacional continuada; y
políticas a nivel regional o local más liberales. Aunque obligatorios, los mecanismos de
reglamentación «severos» a nivel mundial sólo podrán cubrir un número limitado de
áreas; necesitan estar complementados por formas más libres de coordinación y coopera-
ción en otras áreas. Pero sobre todo necesitamos hacer campaña por la coherencia entre
las instituciones.
La arquitectura existente de gestión económica internacional muestra un sorprendente
desequilibrio en la fuerza y la capacidad de ejecución de diferentes instituciones. Aquellas
instituciones que representan los intereses económicos y los derechos de propiedad –la
Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mun-
dial–, tienen poderosos mecanismos de ejecución y están dominadas, sobre todo, por los
ministros de Economía y Finanzas. Aquellas que representan los derechos humanos, socia-
les o del ámbito medioambiental tienen baja capacidad de ejecución y agrupan a los minis-
tros que con frecuencia tienen menos poder a nivel nacional. El resultado es una «brecha
de gobierno» y una falta de coherencia a nivel mundial –significativamente mayor que la
existente a nivel nacional–. Como resultado, la política conduce a una globalización de
«dos velocidades» en la que los derechos de propiedad están protegidos a nivel internacio-
nal y los derechos humanos no. Es inaceptable que el sistema mundial de gobierno tenga
una protección obligatoria para garantizar los derechos de propiedad intelectual, los dere-
chos de los inversores, e incluso la normas medioambientales y que al mismo tiempo nie-
gue una protección que se pueda hacer cumplir para los derechos humanos, incluyendo los
derechos laborales fundamentales.
«Una globalización ética es nuestra mejor esperanza para construir puentes de respeto y
entendimiento entre la gente de diferentes culturas, tradiciones y modos de vida. Es nues-
tra mejor esperanza para que brille una luz de escrutinio sobre aquellos que violen los
derechos de los individuos y los grupos.» Mary Robinson, alta comisionada de Naciones
Unidas para los Derechos Humanos. Foro Social Mundial, Porto Alegre, febrero 2002.
la OMC ha traído a escena también el tema de los abusos de los derechos de los trabajado-
res y la ventaja comparativa.
Más allá de las zonas francas industriales, al menos quince millones de niños trabajan en
la producción para la exportación, en sectores como la minería, el vestido y el textil, la pro-
ducción de calzado, la agricultura, la manufactura de alfombras, la fabricación de balones
de fútbol y la producción de instrumentos quirúrgicos. Una minoría de países está dis-
puesta a tolerar el trabajo infantil en la creencia de que les dará un margen competitivo.
Cualquier ganancia a corto plazo será superada con creces por el daño a largo plazo que se
ha hecho al capital humano del país al enviar a los niños a las fábricas en vez de a las escue-
las.
Decenas de millones de trabajadores están afectados hoy por el trabajo forzoso. Es la
esclavitud moderna. En Birmania, cientos de miles de indígenas, vigilados por guardias
armados, trabajan o han trabajado en la construcción de infraestructuras, ferrocarriles y
oleoductos para empresas extranjeras como total-Elf-Fina, unocal y Premier Oil.
Pero una de las violaciones más preocupantes de los derechos sindicales sigue teniendo
lugar en Colombia. No menos de 177 sindicalistas fueron asesinados en 2001, por encima
de los 128 en 2000 y 69 el año anterior. Muchos han sido sindicalistas que trabajaban para
empresas multinacionales, abatidos por escuadrones de la muerte paramilitares de las
AutoDefensas Unidas de Colombia (AUC). Los sindicatos han entablado pleitos de accio-
nes civiles en los tribunales de EE.UU. contra empresas como la minera Drummond en
Alabama y Coca-Cola en Florida alegando su implicación en los asesinatos de represen-
tantes sindicales en sus plantas de Colombia.
Debe perseguirse el objetivo de una reglamentación eficaz para garantizar los derechos
laborales fundamentales. Lograr otros objetivos será difícil mientras pueden negarse fácil-
mente los derechos laborales básicos. El funcionamiento de la sociedad civil es necesario
para dar un impulso a la gestión eficaz de los mercados globales.
Durante los últimos años, ha tenido lugar un progreso apreciable de cambio en la «sabi-
duría económica convencional» para considerar los derechos laborales fundamentales
como algo que provoca efectos económicos y sociales positivos frente a considerarlo o bien
irrelevante o una distorsión del mercado. Centrarse en las normas básicas (es decir: liber-
tad de asociación, derecho a la negociación colectiva, libertad contra el trabajo forzoso o la
prisión laboral, libertad contra la explotación del trabajo infantil y no discriminación) ha
permitido una aceptación universal más amplia de ellos como derechos humanos inviola-
bles en una forma en que no lo hace el listado de 170 Convenios de la OIT. El acuerdo de
la OIT en 1998 de una Declaración sobre «Principios y Derechos Fundamentales en el Tra-
bajo» ha facilitado esta disposición de una norma sistemática. El análisis empírico y teórico
de la OCDE y el Banco Mundial considera ahora las normas básicas y, gracias a esto, el reco-
nocimiento sindical, al menos neutral en sus efectos económicos, y en el mejor de los casos
positivo por su influencia para mejorar la calidad de la gestión. El economista del movi-
miento laboral americano Tom Palley ha mostrado que una mejor libertad de asociación
puede aumentar el crecimiento en 1,2-1,4 % de media (La razón económica para las Nor-
mas Laborales Internacionales: Teoría y algunas evidencias). El pensamiento principal de
aquellos que trabajan en la ayuda al desarrollo también ha evolucionado para considerar
los derechos laborales básicos como parte de las estrategias de «desarrollo participativo y
buena gestión». Las Orientaciones sobre Reducción de la Pobreza del Comité de Ayuda al
Desarrollo de la OCDE adoptadas en 2001 incluyen ahora el respeto de los derechos labo-
rales como parte de los programas de asistencia.
En los años 80, muchos más países y comentaristas hubieran afirmado que el autorita-
rismo y los libres mercados eran rutas necesarias para lograr el «despegue» económico.
Ahora prefieren permanecer en silencio. El hecho de que en 1997 la OCDE estuviera dis-
puesta a censurar al entonces gobierno de Corea –un nuevo miembro– por no cumplir los
compromisos sobre libertad de asociación y negociación colectiva planteados cuando se
unió a la Organización, es significativo y ha tenido un impacto positivo sobre las liberta-
des sindicales sobre el terreno, aunque queda todavía mucho por hacer para aplicar las
libertades sindicales fundamentales en Corea. Además, las conclusiones del «Artículo 33»
de la OIT recomendando que los miembros adoptaran medidas económicas contra Bir-
mania por su uso sistemático del trabajo forzoso fue una acción sin precedentes.
El debate ha avanzado por tanto hacia dichos mecanismos de ejecución. El movimiento
sindical internacional ha pedido desde hace tiempo una «cláusula de derechos laborales» a
la Organización Mundial del Comercio y a su predecesor, el Acuerdo General sobre Tari-
fas y Comercio (GATT). El Consejo de la OMC de Doha en noviembre de 2001 no avanzó
en esta dirección, enfrentándose a la firme oposición de un pequeño número de gobiernos
de países en desarrollo, al escepticismo de muchos países en desarrollo y a un apoyo tibio
de la mayor parte de los países más industrializados y unos pocos países del sur, como Sudá-
frica. Los conflictos entre los derechos humanos y el comercio seguirán, de todas formas,
aumentando y podría lograrse un modesto progreso modificando el artículo XX del
GATT, Excepciones Generales, para clarificar la primacía de los derechos humanos sobre
las reglas de comercio.
Al mismo tiempo, la alta comisionada de NNUU para los Derechos Humanos, Mary
Robinson, ha pedido que se establezca un código de obligaciones legales que los gobiernos
ya han contraído para que funcione como contrapeso a las obligaciones del mercado que
existen. Todas estas propuestas muestran la necesidad de mejorar la coherencia en el sis-
tema internacional.
«... Algunas empresas pueden verse tentadas a no cumplir las normas y los principios de
conducta apropiados en un intento de obtener una indebida ventaja competitiva. Estas
prácticas por parte de unos pocos pueden poner en cuestión la reputación de la mayoría
y pueden suscitar una preocupación pública.» Orientaciones de la OCDE para las
empresas multinacionales, junio 2000.
informar sobre la sostenibilidad social y medio ambiental. Se están haciendo esfuerzos para
garantizar que las normas comunes son coherentes con las normas laborales internaciona-
les y las orientaciones de la OCDE. Si desarrolla normas y procedimientos adecuados, el
GRI podría convertirse en una referencia para los inversores. La Internacional de Respon-
sabilidad Social ha sido una de las pioneras en iniciativas multilaterales, privadas, y los sin-
dicatos han participado en el desarrollo de su código (SA 8000), que se basa en normas
laborales internacionales. Tiene también mecanismos de verificación y certificación. La
Iniciativa de Comercio Ético (ETI), aunque con sede en un país, el Reino Unido, aborda
la conducta en el extranjero de empresas con sede en el Reino Unido. Está gobernada por
una junta compuesta de tres representantes de cada una de las empresas, sindicatos y ONG.
ETI desarrolla programas piloto relativos a la aplicación de códigos de conducta de
empresa que son coherentes con el código de ETI.
Además, las Federaciones Sindicales Globales han negociado ahora abordar 20 acuer-
dos marco con empresas multinacionales a nivel internacional. En resumen, existe una
«caja de herramientas» en evolución con instrumentos que el movimiento sindical mun-
dial puede utilizar ahora para actuar como contrapeso al capital. Tiene que utilizarlos de
manera eficaz.
y la política educativa; y los temas de gestión empresarial. Algo de esto fue recogido en el
«Proyecto de crecimiento» de la OCDE publicado en 2001. Las estrategias cambiantes de
las empresas hacia el mercado global son consideradas un factor clave. Una interpretación
de este trabajo es que las empresas en el área OCDE se están bipolarizando. Por una parte,
existen aquellas atrapadas en viejos sistemas de producción que tienen que competir en un
mercado global cada vez más duro con la competencia de los bajos salarios de países no
OCDE. Cada vez más, no son las propias firmas las que tienen que competir sino los tra-
bajadores de diferentes países que ofertan sus trabajos con los mismos empresarios. Por otra
parte, existen firmas que han evolucionado hacia nuevas formas de organización del tra-
bajo en las que se da una alta recompensa al flujo de conocimiento e innovación. Estas orga-
nizaciones de «alta cualificación –alta responsabilidad» compiten en un mundo diferente
y claramente más benigno que sus rivales de producción masiva. En las organizaciones de
elevada responsabilidad, los trabajadores también necesitan tener una «voz» a través de sus
sindicatos.
Las implicaciones políticas de esto son que los gobiernos o incluso las autoridades regio-
nales pueden mover sus economías por caminos de un crecimiento más elevado mediante
el estímulo de la difusión tecnológica, la innovación, la organización del trabajo basada en
las «buenas prácticas» y el desarrollo de las infraestructuras adecuadas para la «sociedad de
la información». «Las sociedades del aprendizaje» y las empresas basadas en el conoci-
miento son la clave para el éxito. En este escenario, la desregulación de los mercados labo-
rales no es un tema fundamental. La flexibilidad funcional interna de los trabajadores en
línea con la cambiante organización del trabajo es mucho más importante para las empre-
sas. La flexibilidad para «contratar y despedir» parece en el mejor de los casos irrelevante y
en el peor podría favorecer la vía hacia la competitividad a través del salario bajo/cualifica-
ción baja. El desafío para los países de la OCDE es cómo llevar al conjunto de sus socieda-
des y no sólo a una elite hacia la competitividad por el «camino elevado».
Muchos de estos mismos temas surgen en los debates paralelos que están teniendo lugar
en la discusión global sobre la gestión de las empresas en cuanto al tema del «capitalismo
de accionistas»: sobre estrategias para las estrategias de desarrollo a nivel regional, de dis-
trito o de comunidad; y sobre el desarrollo de un consumo y una producción sostenibles.
Las Orientaciones de la OCDE sobre Gestión Corporativa adoptadas en 1999 tienen un
capítulo sobre «accionistas» que se logró por la presión y los debates sindicales.
Establecer un «nuevo paradigma» en esta área no es sólo una cuestión de «severas» regu-
laciones internacionales, es una cuestión de cambiar actitudes y ganar los debates y diseñar
las estrategias de los diferentes niveles de gobierno y empresas.
Los años 90 han sido una década de crecimiento relativamente rápido en EE.UU., pero
de crecimiento lento e importantes diferencias en Europa entre el crecimiento en resulta-
dos conseguidos y el crecimiento en potencial productivo de la economía.
Para contrarrestar esta situación, Global Unions y la CES han pedido de manera cons-
tante una estrategia económica más expansionista y una nueva estructura internacional para
coordinar la política, como condición necesaria para combatir el desempleo. El progreso en
esta área se enfrenta a tres problemas centrales: un análisis y unas prioridades políticas diver-
gentes entre los diferentes países industrializados; la hegemonía de los Bancos Centrales en
el quehacer político, y la consecuente globalización de los mercados financieros.
Las diferentes prioridades en la política macroeconómica durante los años 90 sustituye-
ron hasta cierto punto al consenso en la oferta de los 80, pero evitaron una respuesta polí-
tica coordinada por parte de los ministros de Economía del G7. El amplio acercamiento a
la política monetaria de los EE.UU. sirvió para que la Reserva Federal comprobase que las
aguas seguirían creciendo hasta que aparecieron realmente las restricciones inflacionistas.
Japón ya se había mostrado preparada para intervenir (de manera ineficaz) mediante pro-
gramas tradicionales de trabajo público cuando se enfrentó a una continua recesión. Es en
Europa donde todavía se está luchando la batalla por la arquitectura económica, la postura
política del Banco Central Europeo y por tanto las prioridades de la Unión. El tema central
debe ser utilizar la política económica para apoyar el crecimiento económico y el empleo.
Dado el poder sobre la política monetaria concedido ahora a bancos centrales inde-
pendientes, incluido el BCE, existe claramente la necesidad de reformar los objetivos de
los bancos centrales para que apoyen un régimen pro-crecimiento en vez de frustrarlo. El
objetivo unidimensional de la estabilidad de precios tiene que dar paso a un enfoque que
permita que las decisiones se tomen sobre el equilibrio de riesgos y compensaciones entre
los objetivos del empleo y la inflación. La teórica batalla se está desarrollando sobre si la
política monetaria afecta o no a la economía real a largo plazo. Muchos de los rasgos de este
debate actual no parecen especialmente nuevos, reflejan con gran parecido el debate polí-
tico de los años 20 en Europa y Estados Unidos. En los años 30, es significativo que la sabi-
duría convencional había cambiado para preocuparse por la caída de los precios y las expec-
tativas deflacionistas en vez de por las expectativas inflacionarias. La política cambió para
poner parqués en los mercados más que para desregularlos.
Si tenemos que lograr un crecimiento estable y sostenido, deben realizarse cambios en
la arquitectura del mercado financiero. Global Unions ha presentado durante los últimos
cinco años una serie de medidas diseñadas para establecer una mejor regulación de los mer-
cados financieros internacionales. En ellas se incluye:
• Una mejor coordinación de la política fiscal y monetaria entre la reserva emergente
de los bloques monetarios del dólar, el yen y el euro, para generar paridades más esta-
bles, junto con la eliminación progresiva de los déficit y excedentes de las grandes
cuentas corrientes a largo plazo.
• El reconocimiento del derecho de los estados a controlar los flujos de entrada y salida de
capital extranjero a corto plazo en interés de la estabilidad macroeconómica nacional.
• Normas internacionales vinculantes para una regulación prudencial de los mercados
financieros que incluya normas sobre las reservas de capital, límites para los riesgos
de moneda extranjera a corto plazo, controles y certificación sobre el comercio de
derivados y otras formas de inversión ventajosa basada en créditos.
• Garantizar que los sistemas bancarios son transparentes y están limitados por crite-
rios de revelación de datos eficaces.
• Una mejor información sobre los flujos monetarios, la deuda privada y las reservas;
• Un serio examen sobre la aplicación de una tasa internacional sobre las transacciones
financieras, –la tasa Tobin, como recomendó la Conferencia de NN.UU. «Copen-
hague + 5» (junio de 2000), y más recientemente algunos gobiernos europeos. Esto
podría estar unido a un posible aumento de los Derechos Especiales de Giro para paí-
ses en desarrollo.
Hace demasiado tiempo que el debate sobre la reforma del mercado financiero se ha
mantenido tras puertas cerradas por los banqueros y los responsables de los ministros de
Finanzas. Esto ha evitado que se oyera la voz de los sindicatos y del público en general. Las
instituciones encargadas de desarrollar las reformas del mercado financiero siguen cerradas
al debate con el movimiento laboral y la sociedad civil, aunque existen por el momento algu-
nos signos de apertura por parte del nuevo director del FMI. El trabajo debe tener «un sitio
en la mesa» de estos debates. La OCDE debería trabajar como «puente» para que esto
suceda.
la pasada década. Cifras recientes de la OCDE muestran que la tasa de los gobiernos va a
cambiar poco en los países de la OCDE. El estado, a diferentes niveles, sigue siendo res-
ponsable de administrar proporciones muy importantes de los ingresos nacionales. Los
desafíos que tiene por delante están aumentando las demandas sobre las finanzas públicas,
no reduciéndolas: –el envejecimiento de la mayor parte de poblaciones de la OCDE y la
necesidad de garantizar sistemas de pensiones sostenibles; la necesidad de invertir en for-
mación a lo largo de toda la vida; la necesidad de dar la vuelta a la reducción de las inver-
siones en infraestructuras; contrarrestar el crecimiento de la pobreza en el mundo mediante
aumentos en los recursos para la ayuda al desarrollo.
Es necesario que se produzca un debate no-ideológico sobre el papel del sector público
que acepte la idea de que un sector público eficaz es una necesidad tanto económica como
social. Una agenda «social» debe, por una parte, exponer la necesidad de cambiar la gestión
de los servicios públicos y la administración para hacerlos interesantes de cara al público y
no sólo para ahorrar dinero. Los acercamientos «coordinados» para cambiar funcionan.
Por otra parte, las presiones de los costes del envejecimiento y el cuidado sanitario junto
con la oferta de formación a lo largo de toda la vida van a dominar los debates sobre adju-
dicación de recursos. Este será un debate global y necesitamos «re-inventar el gobierno» de
verdad y no reinventar el sector privado, pagado por los contribuyentes.
Conclusiones
La respuesta del movimiento sindical a la globalización no es, por tanto, lamentar los
cambios o reaccionar a la defensiva. La respuesta consiste en luchar por los mecanismos de
gobierno para gestionarlos. Para cumplir con las legítimas aspiraciones de los consumido-
res, los empleados y los inversores, los mercados requieren una gestión eficaz, tanto si están
organizados a escala nacional, regional o global como si no. Ante un escenario de globali-
zación, son las formas de gestión las que tienen que cambiar, no el principio. Los sindica-
tos en general son una fuerza importante, con las ONG, para discutir la necesidad de lle-
nar el «vacío de gobierno». Pero los propios sindicatos también están cambiando; –lle-
gando a nuevos grupos de trabajadores; utilizando nuevas fuentes de influencia, como su
control sobre los fondos del pensiones, y desarrollando –mediante los sindicatos mundia-
les- sus estrategias para tratar con las empresas multinacionales. El desafío consiste en dise-
ñar el debate mundial sobre globalización y demostrar que los sindicatos son una parte
clave en la solución para volver a relacionar el desarrollo económico y el progreso social.
Globalización y sindicatos:
cuáles son los dilemas
Edward Weston, Armco stell, Ohio, 1922
Introducción
1 Para una visión de conjunto del proceso de globalización Martinez Tablas (2000), Vaquero (2000), Arriola
(2001).
zación que salen fuera del debate sindical, pero que constituyen cuestiones básicas para el
futuro de los derechos sociales y la humanidad.
2 Este es por ejemplo el punto de vista que adopta la CIOSL en Arriola (2001, vol . 1).
que los procesos actuales hayan tenido un impacto tan grande como el que se pretende. Los
intentos de evaluación del impacto sobre el empleo de los países desarrollados (y en parti-
cular de Estados Unidos, donde mayor ha sido el ataque a los salarios y condiciones de tra-
bajo de la mayoría de la población) no muestran resultados concluyentes sobre su impacto
neto global (Gordon, 1996; Freeman, 1997). Aunque sí puede haber afectado a algunos
sectores especialmente sensibles a los bajos costes laborales: textil-confección, montajes
electrónicos... Países que han avanzado en la desregulación laboral para hacer frente a los
peligros de la emigración de empresas (especialmente USA y Reino Unido) presentan un
pésimo escenario de su comercio exterior en comparación con aquellos que mantienen
regímenes laborales más progresistas. Paradójicamente, y en contra de lo que sugiere el
argumento de la competitividad como destructora del empleo, los países anglosajones se
presentan a la vez como paladines del casi pleno empleo y grandes fracasados en el área del
comercio internacional. Aunque se han dado casos pavorosos de deslocalización empresa-
rial (escribo mientras los trabajadores de Cervera pelean contra la marcha de la empresa
Lear a Polonia), éstos han sido menos habituales de lo que se ha pensado, y muchas de las
numerosas restructuraciones de empleo han tenido más de recorte de los excesos de capa-
cidad y de reorganización empresarial que de simple emigración a contextos sociales menos
articulados. Cuando se han producido, éstas han sido más habituales en aquellos sectores
donde ya imperaban salarios y condiciones laborales bajas (como el caso de Lear pone de
manifiesto) y casi siempre cuando se trataba de instalaciones con una moderada inversión
de capital (fácilmente amortizable y trasladable). La complejidad tecnológica (y la varie-
dad y calidad de los procesos implicados), la proximidad de los grandes mercados, el coste
de la inversión realizada anteriormente son factores que en muchos casos frenan la deslo-
calización.
El que se exagere la importancia de la deslocalización no supone que deba olvidarse. No
sólo para preservar el empleo local, sino para evitar que a escala planetaria proliferen con-
diciones laborales realmente inhumanas y salarios que no permiten vivir dignamente. Por
esto la lucha por el control del proceso de liberalización es tanto una lucha preventiva del
empleo como solidaria. Sin olvidar las enormes dificultades que entraña, considero que se
trata del reto al que más fácilmente pueden plantearse respuestas. El tipo de respuestas que
ya son visibles en gran parte de las estrategias sindicales a escala internacional: apoyo al
desarrollo y reforzamiento del movimiento sindical en los países en desarrollo (un campo
donde es posible desarrollar alianzas con los diversos movimientos pro derechos sociales),
fijación de un código internacional de derechos básicos a escala mundial (como la prohi-
bición de trabajo infantil, la generalización de los derechos aprobados en la OIT, etc.), la
cuando la tasa de interés real se situó en el nivel más alto de la historia y el paro masivo
alcanzó a países como Suecia, que nunca habían padecido el problema). Las políticas
sociales han cambiado de orientación y se han basado en el supuesto de que las personas
no trabajan si no se las fuerza y en el convencimiento que las provisiones públicas deben
limitarse a cubrir las necesidades de los más pobres (o, como ahora se llama eufemística-
mente, «los excluidos»). De esta visión se han derivado recortes importantes a los subsi-
dios de desempleo, políticas coactivas sobre los parados como las anglosajonas («work-
fare»), recortes de las pensiones de jubilación, alzas de tarifas públicas, etc. (Wacquant,
2001). La tercera pata ha consistido en la reprivatización de actividades públicas: pase a
manos privadas de empresas públicas, subcontratación creciente de servicios públicos
(que alcanza incluso al corazón del Estado: gestión de prisiones, seguridad y vigilancia)
y liberalización de mercados regulados, aunque en estos casos se ha procedido a la crea-
ción de agencias semipúblicas encargadas de controlar mercados específicos (energía,
telecomunicaciones, etc.).
Hay un discurso dominante que habla del debilitamiento del estado. Creo que se
trata de un punto de vista erróneo. Medido en términos del Producto Interior Bruto, el
estado no se ha debilitado en casi ningún país, más bien al contrario (Standing, 1999).
Lo que han cambiado son las formas de actuación y los objetivos. Donde antes imperaba
la gestión directa, ahora domina la prestación privada de servicios bajo supervisión y
financiación pública (como es el caso de una parte de nuestro sistema educativo y sani-
tario). Donde antes predominaba una política de gasto social ahora predominan sub-
venciones a las empresas para la creación de empleo, para la formación o, entre otras
cosas, la investigación militar. En los casos más extremos (los países anglosajones) se ha
producido un fuerte desplazamiento del gasto desde la protección social a las políticas de
represión y control social. En muchos casos los mejores negocios se producen en aque-
llos campos donde la colusión sector público-sector privado, como es el caso de los sumi-
nistros públicos y el desarrollo urbano. El sector público sigue manteniendo una gran
fuerza, lo que ha ocurrido es que sus intervenciones son más descaradamente procapita-
listas que nunca.
Hay que considerar además que el proceso actual ha visto el reforzamiento de entes
paraestatales a escala supranacional. La política económica y social de los diferentes esta-
dos está siendo escrutada, evaluada y condicionada por las recomendaciones, amenazas y
presiones de entes de carácter público como la Organización de Cooperación y Desarrollo
Económico, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio
o, a escala regional, la Comisión Europea. Todos ellos son instituciones creadas por acuerdo
interestatal (no creaciones del sector privado) y en todas ellas es visible el poder que ejercen
algunos estados sobre sus acuerdos y sus propuestas. El control que tiene el gobierno de
Estados Unidos sobre la mayoría de estos organismos es palpable (entre otras cosas porque
puede desactivarlos con la simple medida de no pagar sus cuotas) y su capacidad de blo-
quear cualquier tratado internacional que atente a lo que considera sus intereses, evidente
(los ejemplos son casi infinitos: Tratado antiminas, Tribunal Penal Internacional, Tratado
de Kyoto, etc.)3. En el campo europeo es asimismo palpable el papel que juegan las nacio-
nes más poderosas, de lo que es prueba elocuente el diseño del Banco Central Europeo o el
reciente avatar del Plan de Estabilidad, que de hecho ha dejado de aplicarse cuando el
infractor era el estado que lo había promovido: la República Federal Alemana. El que nues-
tro país no sea el centro del sistema imperial y el que las políticas que aplican la mayoría de
estados no estén orientadas al bienestar y la democracia para todos, no puede hacernos pen-
sar que el estado se ha debilitado. Porque de esta lectura difícilmente pueden extraerse polí-
ticas alternativas.
Las políticas neoliberales, en su doble vertiente de financiarización y cambio de las polí-
ticas públicas, suponen graves problemas a la acción sindical. De hecho allí donde se han
aplicado con más fuerza han tenido un componente directamente antisindical. En parte
porque generan el empeoramiento de las condiciones de vida, la incertidumbre, la preca-
riedad a la que se ha sometido a una parte de la base social revierten en pesimismo, descré-
dito de la acción colectiva, aislamiento..., en suma golpean el tejido de solidaridades y espe-
ranzas colectivas que constituye el terreno en el que se fortalece la lucha obrera. En parte
porque se trata de políticas que han sido formuladas con un potente apoyo institucional
(los informes del Banco Mundial, la OCDE, etc.), con un planteamiento de apariencia
científica (en el que tiene que ver un papel importante una academia económica pronta a
silenciar o reprimir a las, a pesar de todo, numerosas voces disidentes) y popularizadas
hasta la saciedad por los medios de comunicación. Enfrentarse al discurso dominante
requiere una tensión técnico-intelectual a la que difícilmente pueden hacer frente los sin-
3 Hay una anécdota reciente que resulta ilustrativa; en 1999, en el informe anual de la OCDE sobre mer-
cado laboral se publicó un documentado estudio que cuestionaba seriamente que existiera una relación
positiva entre creación de empleo y desregulación laboral (OCDE 1999), algo que ponía en cuestión la
propia ortodoxia de la organización. Al mes de su aparición el presidente de dicha organización hizo
unas declaraciones afirmando que dicho estudio no debiera haberse publicado. Los conocedores de
los entresijos de los organismos internacionales sugieren que posiblemente fueron una respuesta de las
amenazas norteamericanas de retirar financiación a la OCDE por publicar algo que cuestionaba su
punto de vista.
dicatos que no cuentan con los recursos ni experiencia para dotarse de una buena red de
asesores y analistas, tienen enormes dificultades para hacer llegar un discurso alternativo a
la mayoría de la población por su acotada presencia en los medios y, posiblemente, temen
adoptar políticas que en el contexto dominante son fácilmente tildadas de insensatez y
aventurerismo. Un temor reforzado además por las groseras políticas antisindicales que se
han aplicado en diversos países y que amenazan con arrasar años de conquistas obreras. En
los últimos años esta presión se ha vuelto aún más presente por un discurso mediático y
político que presenta a Estados Unidos como un modelo a seguir y a la Europa continen-
tal como un mundo indeseable. Un discurso fácilmente rechazable cuando se comparan
condiciones de vida y se cotejan las múltiples asechanzas de las comparaciones estadísticas
a pelo ( y con los harto discutibles indicadores convencionales), pero que hasta el momento
no ha sido suficientemente controvertido.
El marco neoliberal es una parte crucial del problema. A pesar de que sus fallos empie-
zan a ser clamorosos en muchos campos (crisis como la argentina, fiascos como el de Enron,
fracasos como la privatización de los ferrocarriles británicos, precariedad laboral en todas
partes...), existen poderosos intereses que trabajan para que se mantenga. Hacerle frente
exige atacarlo en muchos frentes: en el plano del análisis teórico y la evaluación de sus resul-
tados, en el avance de propuestas alternativas, en la de la reforma del actual sistema de regu-
lación internacional, en el de la propaganda de masas. Quizás demasiadas tareas para un
movimiento sindical que hasta ahora ha alcanzado sus mayores éxitos actuando en el plano
nacional, en la concertación cotidiana con empresarios y estados, negociando el reparto de
los frutos del crecimiento económico. Hoy por hoy, da la impresión que esta sigue siendo
la orientación que prima en la mayoría de grandes centrales sindicales. Posiblemente se
trata de una estrategia que ha dado frutos, particularmente en aquellos países donde el neo-
liberalismo ha estado atenuado por otras tradiciones e instituciones locales, pero que ni
despeja el campo de nuevas amenazas ni permite transformar las reglas de juego interna-
cionales en un espacio más favorable para el conjunto de la población trabajadora. Pensar
en la formulación de políticas alternativas, desarrollar propuestas de reforma de las insti-
tuciones internacionales (lo que exige sin duda una labor de debate y creación de proyec-
tos sindicales internacionalistas), generar un discurso social alternativo son tareas necesa-
rias para enfrentarse al neoliberalismo imperante. Una tarea con riesgos, que requiere
esfuerzos, que requiere cooperación e intercambio con otros movimientos y actores socia-
les, pero que no estimo más difícil que la que tuvieron que arrostrar otras generaciones de
sindicalistas que también debieron enfrentarse a proyectos sociales pensados para reducir
a la clase trabajadora a un mero «factor de producción».
Cuando culpamos a la globalización de los graves problemas que afectan a las clases tra-
bajadoras, tendemos a fijarnos en cuestiones que afectan a la esfera macroeconómica y a las
instituciones públicas. A menudo perdemos de vista que junto a los cambios en las institu-
ciones reguladoras del capitalismo a escala nacional e internacional se han producido, a la
vez, importantes mutaciones en las estructuras y formas de actuación de las grandes empre-
sas que son responsables de una buena parte de los retos que el sindicalismo debe afrontar.
Por decirlo de otra forma, las empresas multinacionales no constituyen un nuevo agente
empresarial. Existen desde hace más de cien años (o mucho más si consideramos el papel
jugado por las diversas Compañias de Indias británicas o neerlandesas en la gestación de la
civilización capitalista hace cuatro o cinco siglos). La década de los sesenta fue un período
de gran expansión de este tipo de empresas, implantándose masivamente en muchos paí-
ses, entre ellos España. Lo nuevo es el cambio de las formas de organización y gestión de estas
empresas y sus importantes impactos sobre la vida social.
No vale la pena detenerse sobre las razones de este cambio, aunque puede decirse que
es en parte el resultado de respuestas al cambio en el ambiente socioeconómico general
(mayor incertidumbre y presión competitiva, miedo a las demandas sociales del período
1965-75, crecimiento de las actividades de servicios...) y en parte el resultado de un apren-
dizaje y experimentación organizativa orientados a desarrollar nuevas formas de domina-
ción social y de protección frente a la competencia de otras empresas (Recio, 2001). Sea
cual sea la razón, lo cierto es que la organización empresarial, la forma de organizar la acti-
vidad de las empresas ha cambiado espectacularmente y tiene importantes implicaciones
para la acción sindical. A menudo estos cambios se explican como un mero resultado del
cambio tecnológico, más en concreto de las nuevas tecnologías de la comunicación: infor-
mática, telecomunicaciones, robótica... (Castells, 1999). No se trata de negar la impor-
tancia de los cambios técnicos ni pasar por alto que los mismos facilitan estas nuevas téc-
nicas de gestión, aunque bueno es recordar que una gran parte del cambio técnico es el
resultado de una búsqueda previamente orientada por parte de las empresas, y por tanto es
posible que muchas de las nuevas tecnologías hayan surgido como respuestas a las deman-
das organizativas de las mismas. Pero una gran parte de las transformaciones pasan menos
por nuevas tecnologías y más por el diseño de nuevas formas de interrelación personal, de
ordenación de las estructuras organizativas, canales de comunicación y fórmulas de eva-
luación, y por ello conviene explorar la cara organizativa de estas mutaciones.
Una parte de estos cambios tienen que ver con la forma de organizar los procesos pro-
ductivos, la gestión de las existencias, la distribución temporal del tiempo de trabajo, el uso
de más o menos personal, la delimitación de las categorías profesionales y las tareas enco-
mendadas a cada persona. Todos los aspectos que se engloban bajo la etiqueta de flexibili-
dad, una cuestión que está largamente debatida, aunque sigue siendo un tema abierto para
la acción y reflexión sindical (Pollert, 1991; Moody, 1997). La otra pata de la cuestión, ínti-
mamente relacionada con la primera, es la de la propia estructura y dimensión empresa-
rial, es sobre la que creo debe llamarse la atención cuando se analiza en conjunto el fenó-
meno de la globalización. Vale la pena puntualizar que no hay un solo modelo de empresa,
ni siquiera de gran empresa, de la misma forma que no hay un solo modelo de organiza-
ción del trabajo. Ello se debe a la propia complejidad y variedad de los procesos producti-
vos (de bienes y servicios), a la necesidad de adaptación a cada situación concreta y a la posi-
bilidad que un mismo problema sea resuelto por vías diferentes. Lo que sí es visible es una
tendencia general dominante que adquiere una enorme variedad de plasmaciones en cada
sector de actividad, territorio o empresa individual.
El rasgo común de este cambio es una tendencia a un modelo de empresa menos com-
pacto, menos centralizado en cuanto a su dimensión territorial, más reticular y donde el
núcleo central de la empresa tiende a concentrarse en lo que considera tareas estratégicas
y a mantener una enorme variedad de relaciones con las unidades básicas que llevan ade-
lante la actividad directa. Entre las funciones centrales de las grandes empresas se encuen-
tran las actividades financieras, la gestión de la imagen (un factor muy importante en un
mundo globalizado), el control de la investigación y del conjunto de la estructura pro-
ductiva que se organiza a su vez en formas muy diversas. Como norma general, las empre-
sas han procedido a externalizar parte de sus actividades o fragmentar sus estructuras en
unidades relativamente autónomas (al menos a efectos de evaluación), aunque un ele-
mento importante de la alta gestión consiste de forma creciente en analizar continuos
cambios en estos esquemas organizativos buscando aumentar la rentabilidad. Por esto el
cambio en la estructura de divisiones internas de las grandes empresas, las decisiones sobre
el volumen y fórmulas de externalización, el desarrollo de alianzas con otras empresas en
áreas específicas (o su ruptura) constituye una fuente de cambios casi continuos en la vida
empresarial.
La variedad de formas empresariales que producen estas políticas de externalización-
departamentalización son inmensas, aunque a efectos básicamente descriptivos creo que
podemos destacar varios submodelos.
Quizás sobre el que más se ha reflexionado es sobre el modelo de la gran empresa indus-
trial, el que algún autor ha llamado «empresa flexible» (Atkinson, 1986). Ésta consiste en
la externalización, bajo diferentes rúbricas, de partes del proceso productivo que anterior-
mente se realizaban en el seno de la propia empresa. Es, por ejemplo, el modelo imperante
en el sector automovilístico. De una parte ha crecido la importancia de algunos suminis-
tradores de componentes, que ahora pasan a producir partes enteras del vehículo que sumi-
nistran (siguiendo las formas de organización «just in time») a medida que son requeridas
por el proceso productivo de cada día. Entre la empresa contratista y los productores de
componentes se desarrolla una estrecha coordinación orientada a garantizar la fiabilidad
del producto, el desarrollo de innovaciones y el control de costes, una relación en la que en
la mayoría de casos el contratista realiza desde una posición de poder. De otra se produce
una subcontratación de una parte de las actividades que se realizan en la propia planta,
empezando por las consideradas tareas «auxiliares» (limpieza, mantenimiento, restaura-
ción, transporte), pero llegando a alcanzar partes del proceso productivo central (pienso en
la factoría Seat, donde por ejemplo la sección pinturas o el movimiento de vehículos al final
del montaje está en manos de empresas externas). En muchos casos la propia plantilla
interna está organizada bajo algún modelo de equipo autónomo al que se controla por
algún mecanismo evaluador predefinido. Y existe además la diferenciación contractual que
rige entre diferentes tipos de empleados, a los que se les asignan tareas diferenciadas. Al final
la actividad de una gran empresa de este tipo no puede explicarse sin tomar en considera-
ción la actividad conjunta de sus equipos de trabajo especializados, sus empleados tem-
porales y sus subcontratistas externos e internos.
En algunos países, como España, puede darse una segunda variante que supone una
mayor profundización de este modelo y al que denomino «empresa contratista». Pienso en
gran parte de las grandes constructoras y empresas de gestión de servicios públicos. Se trata
de grandes empresas con una estructura propia relativamente pequeña (muy centrada en
la financiación, la negociación con el sector público y la coordinación del proceso), pero
con una gran capacidad para movilizar una enorme cantidad de personal y de participar en
una enorme variedad de sectores. Ello lo realiza acudiendo a la subcontratación sistemá-
tica y a la formación de unidades independientes de negocio para cada contrato específico.
Con ello no sólo moviliza la mano de obra necesaria para cada proceso, sino que adquiere
también los conocimientos y experiencia personal necesaria para llevarlos a cabo. Cual-
quier gran obra presupone la subcontratación de una miríada de microempresas: talleres
de arquitectura, expertos en cimentación, empresas de encofrado, de pintura, de monta-
jes eléctricos. A menudo estas mismas empresas están presentes en muchos otros campos,
desde las plantas de tratamiento de residuos hasta la gestión de centros geriátricos que desa-
rrolla con modelos parecidos de subcontratación. Este es, en gran parte, el núcleo del capi-
talismo español y, a tenor de su reciente expansión internacional, parece ser un área donde
se ha alcanzado una experiencia notable
Mientras en la industria y la construcción experimentamos una tendencia creciente a
la descentralización de la actividad directa y una aparente pérdida de «peso» de la gran
empresa, por más que ésta es más ficticia que real, en el sector servicios se produce una ten-
dencia en sentido inverso. La mayoría de servicios, debido a la simultaneidad del proceso
de producción y consumo (por ejemplo «consumimos» teatro al mismo tiempo que los
actores trabajan o servicio médico al mismo tiempo que el médico nos atiende), requieren
desplegarse en un amplio territorio, estar cerca de la demanda final. Por esto el campo de
los servicios ha sido, salvo excepciones como el transporte público en las grandes metró-
polis, un espacio abonado a la pequeña empresa. Hoy, una gran parte de los servicios tien-
den a organizarse en forma de redes empresariales que están presentes en muchos sitios
mediante unidades de pequeño tamaño: redes bancarias, de supermercados, de cines... En
unos casos se trata de sucursales del propio centro y en otras se desarrollan nuevas formas
de relación del centro y las unidades periféricas como es el caso de las franquicias. En todos
los casos el centro tiene el control de los aspectos clave. En algunos casos estas innovacio-
nes incluso han invertido la relación existente entre distribución y producción. Mientras
en el pasado el campo de la gran empresa estaba en la industria, hoy las grandes cadenas
comerciales articulan una intensa red de proveedores, a veces invisibles para el consumidor
de marcas blancas, sobre los que tiene un enorme poder. Aparentemente la relación entre
empresas y proveedores es eminentemente comercial, pero el desigual poder de unos y
otros convierte al proveedor en una mera «sección» del cliente. Este es por ejemplo el caso
de la confección textil, donde son raros los casos de emigración de empresas a países en
desarrollo, pero donde es evidente que compran (aunque el rastro sea difícil de seguir), a
menudo con contratos de exclusiva, las grandes cadenas de distribución internacional que
fijan las condiciones de vida de una inmensa masa de productores en otros países.
La descripción de estos distintos modelos permite percibir un rasgo común. La exis-
tencia de numerosas actividades económicas organizadas centralmente por grandes gru-
pos económicos, pero desarrolladas en unidades que se organizan bajo fórmulas legales
diferentes y que, al menos formalmente, son independientes entre sí o, en el caso de los
equipos de trabajo y las divisiones, evaluadas como unidades independientes. Las venta-
jas que tienen los grandes centros por recurrir a este modelo organizativo se encuentran en
campos diversos, pero creo que aquí nos interesa subrayar los aspectos laborales. Éstos pue-
den resumirse en:
– Mayor espacio a la discriminación salarial y de condiciones de trabajo. Es sin duda el
En los grupos autónomos de trabajo también se produce esta presión colectiva por alcan-
zar los resultados impuestos casi siempre de forma exógena por el centro.
– Mayores posibilidades de aplicar medidas de flexibilidad que no tengan en cuenta las
necesidades de los empleados. La flexibilidad laboral es una cuestión compleja y con
muchos matices. En sus modalidades más habituales afecta a la temporalidad contractual,
la duración y configuración de la jornada laboral, la movilidad funcional. Se trata en
muchos casos de medidas que tienen un impacto importante sobre los ingresos y condi-
ciones de vida de la gente. Una aplicación responsable de medidas de flexibilidad debería
evaluar su bondad teniendo en cuenta sus efectos positivos –mejora en el servicio, ahorro
de existencias, adecuación a las necesidades de consumo, etc.– y sus aspectos negativos
–efectos sobre la organización de la vida cotidiana de los trabajadores, inseguridad laboral
y vital, efectos sobre la salud–. Y de su evaluación posiblemente saldría una aplicación más
sensata de la flexibilidad en la que se eliminarían aquellas prácticas que generan costes
sociales excesivos o se compensaría a las personas afectadas en los casos que su aplicación
fuera necesaria. Las políticas de flexibilidad actual, cuando no son un mero eufemismo
para colar rebajas de salarios y derechos laborales, se plantean como medidas de coste redu-
cido para las empresas y que ignoran los costes sociales que generan en la vida de la gente.
La fragmentación de áreas de negociación, la «objetivación» de necesidades que enfrenta a
las pequeñas unidades que negocian con el centro, la diversificación de los canales de
acceso a las empresas, el diferente poder de negociación constituyen un espacio adecuado
para la introducción de flexibilidad a coste cero, situando a los trabajadores de las unida-
des más periféricas en situaciones de «lo tomas o lo dejas». La lejanía de estos efectos más
nocivos en los empleados que se mantienen en los núcleos centrales constituye sin duda un
factor que ayuda a la aplicación de políticas en otros lugares donde la capacidad de presión
y negociación es menor.
– Posibilita la diferenciación de espacios y pautas de organización. Uno de los proble-
mas cruciales con que chocó el modelo fordista fue la creación de pesadas estructuras jerár-
quicas que trataban de imponer al conjunto de la fuerza de trabajo un fuerte rendimiento
laboral mediante prácticas similares de parcelización y control directo de su actividad. La
pesadez de estas estructuras constituía un problema, la dificultad de conseguir buenos
resultados laborales mediante el mismo recurso a la parcelización se muestra inadecuado
para otras tareas en las que se requiere la puesta en marcha de otros comportamientos: ni
todos los procesos son mecánicos (como el ensamblaje) ni todos los comportamientos
laborales pueden reducirse a la repetición continua de una misma actividad. Para conse-
guir buenos resultados en cada ámbito es preciso aplicar técnicas organizativas diferentes,
lo que resulta difícil aplicar, por las contradicciones que genera, en una gran organización
piramidal. La diferenciación de espacios mediante subcontratas y divisiones permite ais-
lar las diversas actividades y tratarlas de forma independiente, aplicando en cada una de
ellas políticas laborales diferentes. Ejemplos de este proceder no es difícil de encontrar: por
ejemplo, la banca está procediendo a concentrar sus unidades de tratamiento de datos (que
en muchos casos siguen organizadas bajo un modelo «fordista», mientras que especializa
a las unidades periféricas en una labor fundamentalmente comercial, en la que se pide a
los empleados un tratamiento individualizado y responsable de los clientes y donde se apli-
can técnicas de evaluación del tipo incentivos comerciales. O en la industria automotriz
donde los centros de diseño permiten la creación de equipos creativos bastante autóno-
mos, mientras que el grueso de actividades mantiene muchos elementos del sistema tra-
dicional. Esta separación de espacios favorece la quiebra de identidades colectivas, pues
cada cual tiende a autoafirmarse en su experiencia particular, y con ello se difumina un sen-
tido de pertenencia de clase que sigue siendo un campo necesario para desarrollar deman-
das sociales de gran amplitud. Por ejemplo es un terreno abonado a reforzar las desigual-
dades de género, las cuales tienen en la diferenciación ocupacional su principal campo de
actuación.
Se trata de un modelo pretendidamente antisindical. No cuesta percibirlo atendiendo
a los elementos ya citados: fragmentación de los espacios de negociación, diferenciación
de condiciones objetivas, etc. La reducción del tamaño de las unidades productivas y su
diferenciación institucional tiene además un elemento de pérdida de «economías de escala»
en la organización, puesto que reduce el número de personas a las que puede llegar un solo
cuadro sindical, obliga a un mayor esfuerzo en la difusión de la información, debilita los
espacios de encuentro colectivo en los que se difunde de forma informal la cultura sindi-
cal... La gestión personalizada, al modo pequeña empresa, constituye por su carga emo-
cional y su control directo un espacio difícil para la acción colectiva y la selección de repre-
sentantes obreros. Las propuestas de negociación diferenciada, justificadas como instru-
mentos para adaptar las condiciones de trabajo a las necesidades de cada lugar o empresa,
contribuyen al debilitamiento de los sindicatos como instrumentos de representación
colectiva de la clase trabajadora y dificultan la consolidación de un «suelo básico de dere-
chos laborales y sociales» necesario no sólo por razones de justicia social sino también para
mantener un sentido común de clase.
Subrayar los efectos negativos del nuevo modelo no implica reconocer que ni tiene igual
incidencia en todas partes ni todos sus males están generalizados. Pero sí me parece evi-
dente que en entre los elementos centrales del nuevo modelo empresarial hay tendencias
se podrá combatir un marco de organizaciones y políticas que en todas partes generan desi-
gualdades, inseguridad y desazón social.
Hay una segunda línea sindical en creciente desarrollo. Es la que parte de la creación de
organizaciones sindicales a nivel de grupos empresariales y a escala internacional. Sin lugar
a dudas se trata de una vía de análisis interesante en la medida que pueda impedir las manio-
bras de fraccionamiento de los grandes grupos multinacionales, favorece la transmisión de
experiencias, permite elaborar propuestas más generales, extender derechos laborales, etc.
En muchos casos, el paso de negociación colectiva de planta a una negociación a nivel de
empresa constituye un importante avance. Y en aquellos campos donde se produce la orga-
nización y representación del conjunto de subsidiarias del grupo lamina los impactos más
evidentes de la fragmentación. Pero la extensión del sindicalismo de multinacional debe
aún superar tanto problemas de coherencia interna importantes, los que habitualmente se
plantean cuando la empresa plantea una reestructuración que tiene un impacto negativo
diferenciado en cada territorio sindical y, en menor medida, los intentos de las transnacio-
nales de poner a competir las diversas unidades entre sí, particularmente es incapaz de hacer
frente al modelo de externalización regresiva al que me he referido anteriormente. Los
diversos sistemas de representación transnacional dejan fuera al creciente magma de acti-
vidades externalizadas y a lo sumo sólo organiza a los núcleos centrales de la clase trabaja-
dora sin ofrecer barreras a las presiones que la propia externalización tiene sobre el mismo.
El nuevo modelo empresarial exige a mi modo de ver una estrategia diferente. Orien-
tada a reducir las ventajas de la externalización y sus impactos sociales negativos. La esfera
de actuación fundamental pasa por la generalización de derechos socio-laborales y la limi-
tación de las desigualdades salariales. De hecho los países que han mantenido una nego-
ciación colectiva más centralizada, un abanico salarial más estrecho y una mayor cobertura
de derechos sociales han experimentado un deterioro reducido de las condiciones de vida
de los asalariados y han mantenido bajo control la escala de desigualdades. El manteni-
miento de esta situación depende por tanto de una negociación colectiva orientada a la
igualdad (y en este sentido resulta evidente que deben impedirse los proyectos de reducir
la contratación colectiva a nivel de planta o empresa) y de una extensión de los derechos
sociales garantizados por el estado. Pero es también evidente que la misma no podrá man-
tenerse sólo apelando a cuestiones «técnicas», como el grado de centralización de la nego-
ciación colectiva o simplemente apelando a la buena voluntad de la concertación social. El
empuje de la «americanización» es tan fuerte que difícilmente podrá pararse si no se realiza
un fuerte debate social que conduzca a mirar de otra forma el funcionamiento económico.
Una parte del éxito del discurso neoliberal se ha basado en la machacona insistencia en
algunos lugares comunes. El primero fue la hipótesis del fin del trabajo, que presenta el
empleo asalariado como un «bien escaso». Aparte la falacia conceptual (ni es escaso ni es un
bien), han bastado unos cuantos años de expansión para que los empresarios se quejaran
de la falta de personal y pidieran más libertad de emigración (aunque, eso sí, en condicio-
nes precarias). La segunda y más insistente la de que existe un grave problema de cualifica-
ción, con una gran masa de población poco productiva a la que sólo puede emplearse reba-
jándole su precio.4 Es este un tema de suma importancia social. Una de las cuestiones peor
analizadas es la de cómo se mide y se compara la productividad, en general los directivos
y clases medias que dominan los debates públicos son capaces de considerar cualificado
lo que ellos hacen y considerar superfluo lo que otros realizan. La única medida seria de
la cualificación es la del tiempo necesario para el aprendizaje de una actividad, cierta-
mente éste es largo en muchas actividades profesionales pero también lo suele ser para lle-
gar a ser eficiente en los trabajos agrícolas, el cuidado de las personas o la albañilería, acti-
vidades todas ellas con bajo prestigio social y reducidos ingresos. En una sociedad donde
crecen las actividades de atención personal, pública y privada, individual o colectiva, es
evidente que la misma entraña una tal complejidad y carga relacional que difícilmente
será satisfactoria si no existe un grado básico de igualdad entre las personas. Abrir este
debate, bien subrayado por la economía feminista, resulta crucial para hacer frente al dis-
curso teocrático dominante (Picchio, 2001; Carrasco, 2001). La tercera idea fuerza en
favor de la desigualdad es la de la competitividad empresarial. Aparte que competir nunca
puede ser un objetivo social, puede alegarse que como ocurre en el deporte se puede ganar
por méritos propios, por dopaje o por ayudas arbitrales. También en economía una
empresa puede ser rentable por su eficiencia productiva o porque explota más que las otras
o porque elude el pago de costos que carga a la sociedad (Tarling, 1987). Sólo la primera
es una vía socialmente interesante y para evitar las otras dos no hay mejor medida que fijar
precios parecidos a la fuerza de trabajo y normas reguladoras que impidan o reduzcan las
externalidades negativas. En definitiva hay que mostrar que la vía de la productividad sólo
es posible si se eliminan las discriminaciones y las externalidades como fuentes de benefi-
cio privado.
En otro orden de cosas, el modelo actual plantea una nueva demanda de democracia
social. Democracia a nivel de gestión de las unidades de base y democracia a nivel del con-
4 Para una crítica de esta hipótesis en el caso norteamericano Gordon (1996) y en el europeo Heylen, Gou-
trol de los grandes centros de poder. La propuesta neoliberal avanza en un sentido opuesto.
De una parte refuerza el poder autocrático de la alta dirección para imponer condiciones
de trabajo a millones de personas. De hecho una parte de estas reorganizaciones en la esfera
micro y macro están orientadas a realzar la figura del empresario- héroe- autócrata- profeta.
De otra crea una enorme serie de instituciones burocráticas, públicas y privadas, caracte-
rizadas por un elevado grado de opacidad, orientadas a fiscalizar la acción de los grandes
grupos privados. En los últimos años una avalancha de sucesos ha puesto en evidencia la
ineficiencia social de este modelo: Railtrack, Enron, las eléctricas de California, el crac de
las punto.com, Gescartera, etc., sirven para mostrar cómo el modelo produce elevados cos-
tes sociales, permite abusos y se basa en una colusión de intereses entre altos directivos
públicos y privados.
Sólo una expansión de la democracia a todos los niveles puede acabar con el modelo.
Búsqueda de formas democrático-participativas en el control de las unidades productivas
básicas, elaboración de normas de relación entre los distintos niveles de empresas (con
decididas políticas de desmantelamiento de aquellos modelos de empresa cuyo tamaño no
se justifique por un elemento claro de eficiencia económica), replanteamiento del carácter
público de los servicios básicos y democratización de su control, mayor trasparencia de la
actuación empresarial en los aspectos socialmente sensibles. El nivel de los escándalos es
tan grande que una acción sindical en este terreno tiene mucho que ganar, aunque creo que
ello también requiere un esfuerzo previo de apertura participativa de los propios sindica-
tos hacia su base social.
Por último el nuevo modelo empresarial exige posiblemente innovaciones en la esfera
organizativa. Aunque este es un tema sensible y en el que fácilmente se producen malen-
tendidos, me atrevería a indicar que un modelo sindical basado en la gran empresa tiene
serias limitaciones para representar al conjunto de la clase trabajadora y dar soluciones glo-
bales en clave igualitaria. La expansión del nuevo modelo no es sólo el producto de una
estrategia antisindical, también es una respuesta a los nuevos retos productivos y, particu-
larmente, a la expansión de las actividades de servicios. Algunos de sus rasgos posiblemente
perdurarán incluso si hay una inflexión del modelo neoliberal. Hay por tanto que pensar
en fórmulas organizativas y de acción que permitan organizar a una base social dispersa en
muchas unidades. Lo que posiblemente obliga no sólo a pensar en nuevas fórmulas de
organización y acción sindical, sino también en apoyar las mismas en otros movimientos
sociales y prácticas colectivas que actúan en el mismo territorio en el que se despliega la
lucha por los derechos laborales.
La globalización es algo más: los límites ambientales al crecimiento
He tratado de plantear los retos inmediatos que la globalización plantea a la acción sin-
dical tradicional: deslocalización, neoliberalismo macroeconómico y reorganización
empresarial. En parte es una visión algo reduccionista de la cuestión que deja fuera otros
aspectos importantes. Uno muy directo tiene que ver con los problemas de integración de
los diversos sindicalismos nacionales que hasta ahora han basado su estrategia en la exis-
tencia de instituciones particulares en cada país y en la búsqueda del crecimiento nacional.
Ello se traduce en dificultades de articulación de un movimiento sindical internacionalista
y en conflictos derivados de los diferentes intereses nacionales. La construcción de un
nuevo sindicalismo global tiene en este terreno mucho por innovar, aunque es obvio que
la lucha por la extensión de derechos básicos constituye una vía bastante adecuada.
Más compleja resulta la cuestión medio ambiental. Sobre todo porque hay bastantes
evidencias que apuntan que los sistemas económicos triunfantes generan una presión
ambiental que impide pensar en su replicabilidad: la limitación de recursos básicos, los
efectos negativos generados por muchas actividades, las limitadas dimensiones del planeta,
etc., impiden pensar que nuestro modelo de desarrollo pueda llegar a ser universal. La mar-
ginación de amplias capas de la población mundial es un resultado necesario de un creci-
miento no generalizable. Pero esta marginación da lugar a otros procesos que no sólo mues-
tran lo injusto del sistema económico mundial, sino su difícil estabilidad: los procesos
migratorios que generan reacciones fascistoides en sectores de las sociedades opulentas ( y
se usan para justificar políticas represivas), el uso de la migración ilegalizada para desman-
telar derechos laborales, las tensiones militares que se generan en las «fronteras» del mundo
rico son un efecto natural de un modelo productivo que no puede realizarse a escala pla-
netaria. O cuya extensión agravará las tensiones ambientales hasta extremos indeseables.
El sindicalismo tiene aquí un deber moral, de participar en la elaboración de un modelo
socio-productivo viable y deseable para el conjunto de la humanidad, y una necesidad.
Puesto que las tendencias que genera la crisis ecológica afectan directamente a las condi-
ciones sociales que permiten florecer un marco institucional que protege la dignidad y los
derechos de los trabajadores. No se trata de una respuesta fácil para unas organizaciones
que por su larga tradición de negociación colectiva están hasta cierto punto impregnadas
del productivismo dominante. Pero parece claro que la única fórmula de practicar un cos-
mopolitismo consecuente pasa por avanzar hacia un orden social que sea verdaderamente
universalista. Y ello requiere pensar propuestas sociales abiertamente distantes del actual
imperialismo neoliberal.
BIBLIOGRAFÍA CITADA
El sindicalismo en tiempos
de globalización
Ilustración explicativa de la derivada continental de Wegener
nos autores hablan de la política de las «tres D»: deflación, devaluación, desregulación) a
diferentes países con diferentes problemas y necesidades sino que ha tratado de desplazar
y sustituir a la política como instrumento de regulación y gobierno de las relaciones socio-
económicas, por las «leyes del mercado».
Por ello es necesario recordar que no hubiera bastado con el avance tecnológico o con
el incremento de los intercambios comerciales o las inversiones de las empresas multina-
cionales para desarrollar el actual modelo de globalización. Fueron los gobiernos de los paí-
ses más ricos, liderados por el G 7 y apoyados en las instituciones internacionales (Banco
Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización Mundial del Comercio, princi-
palmente) quienes impulsaron el llamado «consenso de Washington» alrededor de estos
pilares: la austeridad fiscal, (entendida como disminución de los impuestos directos, espe-
cialmente a las rentas del capital), la privatización de áreas controladas por el sector público
(muchas veces a compañías extranjeras), la desregulación de la actividad económica
interna (empezando por los mercados financieros) y la liberalización del comercio y la
inversión internacional.
Unas políticas iniciadas en Estados Unidos a finales de los años 70, continuadas por
Margaret Tatcher en Gran Bretaña durante la década de los 80 y que se convirtieron en
«pensamiento único» en los años 90.
El papel sindical
Esta situación puede propiciar ciertos sentimientos de impotencia ante fuerzas que
parecen todopoderosas y muchas veces difícilmente identificables, que parecen ubicadas
muy lejos de los centros nacionales.
A pesar de ello, el sindicato debe tratar de enfrentarse a la globalización con los mismos
objetivos con los que nos enfrentamos a cualquier proceso sociolaboral de ámbito nacio-
nal: tratando de ser instancias reguladoras, de cogobierno, de unas relaciones laborales que,
sin la negociación, la presión y el acuerdo, son dictadas unilateralmente.
La intervención sindical debe tratar de regular y modificar los resultados que se derivan
del funcionamiento de los mercados nacionales e internacionales, donde, sin la regulación
colectiva, las personas negocian de uno en uno y donde prevalece el poder de quien tiene
más recursos económicos.
El sindicalismo deben buscar ámbitos de interlocución, de diálogo, consulta y nego-
ciación con las instituciones internacionales y con las empresas multinacionales sobre los
modos de operar en los mercados mundiales. Nuestra intervención debe estar orientada a
crear ámbitos de negociación supranacionales, a desarrollar formas efectivas de presión
sobre las nuevas instituciones supranacionales que, en la práctica, regulan la economía glo-
bal (OMC, FMI...), para restringir y regular los derechos casi omnímodos del capital y
establecer un marco de relaciones internacionales que garantice en todo el mundo un nivel
básico de derechos sociales.
El movimiento sindical no puede refugiarse en medidas proteccionistas, supuesta-
mente nacionalistas, pretendiendo eludir un proceso de interrelación económica y cultu-
ral que parece difícilmente reversible. Como ha manifestado la Confederación Interna-
cional de Organizaciones Sindicales Libres no se trata tanto de luchar contra la mundiali-
zación como de democratizar su proceso, tratando de garantizar una mejor distribución de
la riqueza creada y haciendo beneficiarios de la misma al conjunto que la humanidad.
Democratizar la globalización
gidos a los líderes no elegidos del capital global”. (Documento de la CES, CIOSL, FSI
para Porto Alegre).
Además el gobierno de la globalización exige primar los enfoques multilaterales frente
a las soluciones bilaterales, regionales o incluso a unilaterales como las que parece impul-
sar Estados Unidos. Un enfoque multilateral reclama instituciones internacionales que
puedan regular las relaciones internacionales con normas consensuadas y que posibiliten
un mejor gobierno del sistema comercial, económico y financiero mundial. Es necesario
impulsar el gobierno democrático del mercado. Es necesario establecer y dar coherencia a
un sistema normativo internacional que establezca jerarquía entren los diversos acuerdos
y resoluciones que se establecen en los diferentes marcos e instituciones internacionales
para evitar que las normas comerciales prevalezcan sobre los derechos humanos, los eco-
nómico-sociales, los medioambientales o el derecho a la salud.
«Cuando estalla la crisis financiera de 1997... la urgencia no es, a partir de ese momento,
la liberalización de los mercados y la desregulación de los mismos, sino la existencia de
organismos reguladores eficaces; el mal no es el Estado grande (el Leviatán) sino la falta de
un Estado que haga funcionar las reglas del juego, que cobre impuestos, y dé seguridad jurí-
dica (y policial) ante la multiplicación de las mafias que trabajan como pequeños estados
dentro del Estado; es preciso asegurar unos mínimos de redistribución de la renta y la
riqueza para garantizar la cohesión de las sociedades, ya que el conflicto no opera entre la
eficacia del sistema y la cohesión social, sino entre la eficiencia del mismo y una creciente
desvertebración a la que condujo en muchos lugares un capitalismo sin semáforos y sin
controles; hay que reformar a los organismos multilaterales, tipo Fondo Monetario Inter-
nacional o Banco Mundial, para que además de guardar la ortodoxia y los equilibrios
macroeconómicos nacionales, anticipen los problemas y vigilen la tramposa opacidad de
los sectores financieros; etc.»2
Si no se llega a un acuerdo sobre unas pocas reglas del juego, algunos de los jugadores
van a elaborar sus propias reglas. Será difícil evitar las sanciones unilaterales por parte de
países o bloques comerciales poderosos, las restricciones a la ayuda para el desarrollo y en
los flujos financieros y el boicot de los consumidores. A partir de ahí, no cabe descartar el
peligro de la vuelta al proteccionismo.
Otro de los ejes centrales lo constituye los derechos fundamentales del trabajo.
La Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres quiere una cláu-
sula social basada en los siete convenios centrales de la Organización Internacional del Tra-
bajo:
• Convenios número 29 y número 105 sobre la abolición del trabajo forzoso;
• Convenios número 87 y número 98 sobre el derecho de libertad sindical y de nego-
ciación colectiva;
• Convenios número 111 y número 100 sobre prevención de la discriminación en el
empleo y sobre la igualdad de remuneración por trabajo de igual valor; y
• Convenio número 138 sobre la edad mínima de admisión al empleo (trabajo de
menores).
Estas normas se cuentan entre las que han sido ratificadas por más países en la OIT. No
se trata de normas de los países industrializados. Constituyen un pequeño núcleo de con-
venios que se consideran especialmente importantes por estar dirigidos a garantizar deter-
minados derechos fundamentales de los trabajadores y a suprimir ciertos abusos flagrantes.
Para la CIOSL ciertas normas internacionales del trabajo constituyen derechos huma-
nos fundamentales de los trabajadores; no se propone un salario mínimo mundial pero si
se quiere que los gobiernos cesan de obtener ventajas competitivas a través de la represión,
la discriminación y la explotación.
La adhesión universal a las siete normas fundamentales de la OIT evitaría las formas
más extremas de explotación y la competencia implacable. No pondría término a las ven-
tajas comparativas de los países en desarrollo pero establecería un proceso por el cual los
salarios y las condiciones de trabajo podrían ir mejorando de manera gradual a medida que
aumenta el comercio. Sería un mecanismo antiproteccionista que reforzaría la autoridad
política de la Organización Mundial del Comercio y, de esta manera, el marco multilate-
ral de normas que rigen el libre comercio mundial.
Hasta ahora en el debate sobre la cláusula social han predominado quienes, debido a
intereses creados, prefieren que no se mejoren las normas. El debate se sitúa entre las acu-
saciones de competencia desleal o «dumping social» y las de proteccionismo disfrazado.
Hemos visto como hay normas que gozan de mas consenso, como la de protección de la
infancia o del trabajo forzoso (hasta el punto de que antes de irse Clinton anuncio nuevas
subvenciones para la Iniciativa contra Talleres Explotadores y nuevos programas para ase-
sorar al Servicio de Aduanas para poner en efecto la prohibición de importar mercancías
hechas con trabajo infantil) mientras que el derecho a la negociación y al sindicalismo libre
siguen siendo cuestionados.
Tan importante como la labor de presión y convencimiento a los gobiernos nacionales
es la labor de consenso con los sindicatos del Sur. Si no se unen los derechos laborales bási-
cos a temas como el alivio de la deuda, apertura del mercado agrícola, asistencia sanitaria
al SIDA, etc., los derechos laborales parecerán un problema de los países desarrollados. El
respeto a los derechos laborales es una limitada ayuda para los trabajadores de países que
tienen un amplio sector informal, alto desempleo y una deuda nacional que impide el cre-
cimiento económico.
Para evitar rechazos, no solo hay que descartar el tema de un salario mínimo centrán-
dose en el reconocimiento del derecho a la sindicación y a la negociación colectiva. Tam-
bién hay que insistir en medidas positivas, de incentivo al cumplimiento de los derechos
laborales básicos, frente a la sanción. Un ejemplo de esta modalidad es la política exterior
de la Unión Europea que exige el respeto de las normas de trabajo fundamentales para el
acceso de los productos de los países en desarrollo al Sistema Generalizado de Preferencias
o las medidas contempladas en los acuerdos bilaterales (U.E./ACP y U.E./Sudáfrica).
Las políticas de las Instituciones Financieras Internacionales han jugado un papel terri-
blemente nocivo al condicionar sus préstamos a que se recorten los gastos y sistemas de pro-
tección social, y a que se practiquen unas determinadas políticas.
Por ejemplo, la política de privatizaciones impulsada en los años noventa, particular-
mente en los países en transición han llevado al colapso de muchas empresas cedidas a pro-
pietarios incompetentes y corruptos. Y en África el intento de acelerar la industrialización,
industrialización que en los países desarrollados se ha prolongado durante uno o dos siglos
ha sido fácilmente destruido en cuanto se han producido caídas de precios.
Las intervenciones del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial impo-
niendo medidas características de los países industrializados tales como liberalizaciones,
privatización y políticas fiscales restrictictivas han agravado la pobreza en Africa.
Las instituciones financieras internacionales aparecen como dogmáticas, (aplican idén-
ticas recetas a países distintos), inútiles (son recetas que no funcionan),e injustas (incre-
mentan las desigualdades).
El mas significativo y reciente caso es el de Argentina. La política del Fondo Monetario
La deuda externa
Sin embargo, el alivio de la deuda, anunciado con gran pompa en la Cumbre de Colo-
nia del G7 de junio del 99 ha caminado muy lentamente. A finales del 2001 tan sólo vein-
tidós países3 de los cuarenta y uno posibles beneficiarios habían obtenido un insuficiente
alivio de la deuda, cuya eficacia en la reducción de la pobreza está siendo cuestionada. Uno
de los requisitos para recibir la Iniciativa era la elaboración de un Papel Estratégico para la
Reducción de la Pobreza. En la mayor parte de los casos dicho papel se elabora sin partici-
pación de la sociedad civil y sus objetivos no son vinculantes, pueden quedar en mera retó-
rica, mera declaración de intenciones publicitaria, sin que su incumplimiento suponga
ningún perjuicio para el gobierno incumplidor.
Ni siquiera el alivio de la deuda parece suficiente; según un estudio del Banco Mundial
de una selección de doce países de entre los veintidós perdonados, ocho volverán a pagar
más deuda tras tres años de alivio. Volverán al punto de partida, y esto es lo que pone en
duda la efectividad de la iniciativa del Banco: parece un simple aplazamiento del pago.
Además no se tiene garantía de que el dinero que estos países dejaran de pagar no aca-
bará engrosando las fortunas de las oligarquías enquistadas en el poder en muchos de ellos,
dictaduras encubiertas algunos, y casi todos plagados por una corrupción rampante. Chad
es un ejemplo. Fue excluido tras comprobarse que parte del dinero se utilizaba para com-
prar armas.
La insatisfacción por el resultado de la iniciativa del Banco y la presión de las protestas
han provocado que varios de los países de el G7, Estados Unidos, Reino Unido y Canadá
decidieran, unilateralmente, dejar de cobrar los pagos de deuda a esos 41 países pobres más
endeudados. Otros miembros del G7, Alemania, Italia, Francia y Japón anunciaron medi-
das similares y otros países ricos de fuera del grupo, como Australia y los países escandina-
vos les han imitado.
Estas iniciativas son sin duda buena prensa para los países ricos, pero no puede ocultar
el hecho de que muchos de estos Estados imponen elevados aranceles de importación a los
principales productos de exportación de los países en desarrollo (alimentos y textiles). Aña-
dido a esto, los países de la OCDE han invertido miles de millones de dólares en subven-
3 Por orden cronológico los países que se beneficiaron de la Iniciativa para los Países Pobres Muy Endeu-
dados fueron: Uganda, Bolivia, Mauritania, Mozambique, Tanzania, Burkina Faso, Senegal, Benin, Hon-
duras, Malí, Camerún, Guyana, Gambia, Guinea-Bissau, Zambia, Santo Tomé y Príncipe, Nigeria, Nica-
ragua, Madagascar, Malawi, Guinea, Rwanda.
cionar sus sectores agrícolas. Las tarifas para productos como la leche, la carne, el choco-
late y el azúcar superan el 100% en la Unión Europea, Canadá, Estados Unidos y Japón.
Tampoco podemos olvidar que la Unión Europea, el mayor donante en cooperación
para el desarrollo y en ayuda humanitaria (un 55% de toda la mundial) tuvo en el último
decenio un fuerte descenso de un 20%, descontada la inflación. También en España. En la
Cumbre de Monterrey la Unión Europea ha acordado un incremento absolutamente insu-
ficiente de la ayuda al desarrollo. El 0,39% del Producto Interior Bruto acordado para
2006, aunque casi doblan la aportación española actual, está todavía muy por debajo del
0,7 del Producto interior bruto aprobado como objetivo hace ya treinta años y es el por-
centaje que existía a comienzos de la década de los 90.
Kofi Annan y hasta el mismo Banco Mundial opinan que los recursos destinados (57
mil millones de dólares) deberían doblarse para obtener éxito en la lucha contra la pobreza.
En ese sentido en CC.OO. consideramos claramente insuficiente el incremento previsto
en la Ayuda Oficial al Desarrollo y reclamamos al Gobierno español un mayor esfuerzo
desde el próximo presupuesto. El acuerdo debe considerarse como “de mínimos” y el
gobierno popular debería recordar que desde que está en el gobierno, y a pesar de la mani-
pulación de las cifras, la ayuda al desarrollo ha ido disminuyendo en contradicción con sus
promesas electorales.
Por último es necesario, además, tomar en consideración otros puntos de vista críticos
con el discurso oficial. Para unos, la deuda del Tercer Mundo (reembolsada cuatro veces
desde 1982) no debería pesar tanto como la deuda histórica, ecológica y social que han con-
traído los ricos países del Norte. Para otros es importante revitalizar el concepto de “deuda
odiosa” del Derecho internacional. Una deuda es “odiosa” cuando fue contraída por un
gobierno no democrático y no fue disfrutada por las poblaciones locales. La responsabili-
dad de los acreedores es manifiesta, baste con recordar que el Banco Mundial desafió en
1966 una resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas por la que todos los
organismos de la ONU debían retirar el apoyo a la Sudáfrica del Apartheid.
La vocación internacionalista del movimiento sindical está presente desde sus orígenes
en el siglo XIX, incluso puede decirse que se proclamaba entonces más fuertemente que en
la segunda mitad del siglo XX. Pero la fuente y el nexo de esa vocación era eminentemente
política e ideológica, no podía partir de las propias luchas sindicales concretas que se desa-
rrollaban, aunque el ejemplo y la influencia de las luchas, las victorias y las derrotas traspa-
saban las fronteras. La influencia de las ideas marxistas y bakuninistas, de la acción política
de las internacionales primera y segunda, estaba muy presente en la construcción del movi-
miento sindical organizado, en la segunda mitad del siglo XIX. Si la incapacidad para
impedir el estallido de la primera guerra mundial, quebró la 2ª internacional, dividió igual-
mente al sindicalismo. Pero a pesar de esta gran derrota, y de la división –con momentos
unitarios- del sindicalismo en el mundo, la componente internacionalista, ideológica y
política, siguió presente en las luchas sindicales y políticas del período de “entreguerras”.
Se puede hablar, sin embargo, de un repliegue hacia lo nacional en las décadas poste-
riores a la segunda guerra mundial, a pesar de acciones solidarias aisladas y del propio desa-
rrollo de las internacionales sindicales. En Europa y en la mayoría de los países desarrolla-
dos coincide con los pactos sociales sobre los que se asientan la construcción de los Estados
de bienestar sobre bases nacionales.
A partir de las crisis económicas de los 70, desencadenadas bajo la influencia de aumen-
tos fuertes de los precios del petróleo, se producen un conjunto de fenómenos económicos
y políticos que cambian el escenario para las relaciones sociales del trabajo y el sindicalismo:
crisis fiscal del Estado y cuestionamiento de las bases del Estado de bienestar; la recons-
trucción ideológica del conservadurismo político –Reagan y Tatcher-, que hemos citado
mas arriba, que rechaza los pactos sociales entre capital y trabajo; derrumbamiento del
socialismo real; cambios profundos en el modelo productivo y en las relaciones laborales
de los países desarrollados y de los países en vías de desarrollo como consecuencia de una
nueva revolución científico técnica; en fin, la entrada en la era de la globalización, de la que
comienza a tenerse conciencia teórica y política en la pasada década.
El nuevo internacionalismo que el movimiento sindical internacional tiene que cons-
truir, sin dejar de tener fundamentos ideológicos y políticos en la crítica al tipo de sociedad
mundial que el modelo de globalización neoliberal establece y en la aspiración a un mundo
basado en la justicia, la igualdad, la democracia y la plena y universal vigencia de los dere-
chos humanos, tiene que fundamentarse en un hecho nuevo: la necesidad de la acción sin-
dical transnacional, que resulta imprescindible no sólo para el cambio global, para la cons-
trucción de un nuevo orden económico y político internacional, sino para la defensa y
mejora del empleo y las condiciones de trabajo en cada país o/y en ámbitos regionales
supranacionales. Esta característica es el reto, un reto difícil, que deben acometer las inter-
nacionales sindicales, y que va implicar necesariamente su propia transformación para
enfrentarse eficazmente al mismo.
Una cosa es hacer una campaña mundial de opinión pública contra el trabajo infantil
o la degradación del medio ambiente propiciada por una empresa transnacional, y otra
coordinar a los trabajadores que dependen directa o indirectamente de ella en centros de
trabajo repartidos por todos los continentes para asegurar la vigencia en todos ellos de los
derechos sindicales y laborales, enfrentarse a las decisiones unilaterales de su centro de deci-
sión mundial acerca de la localización de sus actividades y del empleo, o enfrentarse desde
el interior de la empresa al trabajo infantil en empresas subcontratistas o a las actividades
contaminantes.
No hay que despreciar, en absoluto, el valor de las campañas de opinión pública gene-
rales; al contrario, hay que reconocer que el sindicalismo tiene que mejorar mucho en el
campo de la comunicación global y que, en muchas ocasiones, las ONG influyen con
mayor eficacia en la opinión pública por el superior impacto de sus acciones en los medios
de comunicación mundiales. Pero resulta bastante más difícil coordinar primero, y orga-
nizar después, a los trabajadores de una empresa multinacional (EMN) para trabajar por
los objetivos antes mencionados; y no digamos si además se pretende, como hay que pre-
tender, extender la acción sindical a los trabajadores de las empresas que contratan para las
EMN. Y ello, porque además de enfrentarse, en la mayoría de los casos, a la férrea volun-
tad de la empresa, hay que superar las debilidades organizativas de las internacionales sin-
dicales, las dificultades económicas y las resistencias corporativas de una parte de los tra-
bajadores, sometidos a intereses contradictorios en lo inmediato y a distintas influencias
culturales y políticas en cada uno de sus países.
Junto con esta componente de acción sindical y organización en las EMN, el movi-
miento sindical internacional tiene que desarrollar el de las regulaciones del trabajo supra-
nacionales, sean de carácter normativo o contractual, generales o sectoriales, en un área
geográfica regional determinada –Unión Europea, Mercosur, etc.- o a nivel mundial en
donde, hoy en día, la OIT es el único marco existente.
La experiencia de trabajo de la Confederación Europea de Sindicatos (CES) en la
Unión Europea supone –con todas las limitaciones que reconocemos- el modelo más avan-
zado de acción sindical transnacional en el mundo. Se produce, lógicamente, en la región
del mundo que, con mucha diferencia, más ha avanzado en un proceso de integración
comercial, económica y política supranacional.
Aunque los instrumentos europeos de participación sindical, diálogo social y regula-
ción de las relaciones laborales se han ido creando a lo largo de las tres últimas décadas, y la
CES se constituyó en 1973, se puede afirmar que fue en la pasada década, a partir de la elec-
ción de Emilio Gabaglio como Secretario General, cuando la Confederación europea
manifestó la voluntad –mayoritaria en su interior aún con numerosos matices- de iniciar
El ámbito más natural, más clara y específicamente sindical, de nuestro trabajo frente
a la globalización, un espacio, además, no coyuntural ni esporádico sino cotidiano y per-
manente, es la acción sindical en las empresas multinacionales (EMN).
Ya hemos mencionado que es un trabajo sindical complicado no sólo por la ausencia de
normativas y estructuras estables de diálogo social, sino también porque parece, a veces,
demasiado alejado de nuestros intereses y necesidades más inmediatas; más preocupados,
lógicamente, por los problemas laborales en nuestros países que en ámbitos geográficos
más lejanos y porque en muchos casos aparecen comportamientos proteccionistas y cor-
porativos, bien sean nacionales o de empresa, que solo pueden contrarrestarse situando a
la organización sindical como eje de la intervención.
Otro problema con el que hemos de enfrentarnos es el de encontrar métodos y vías de
comunicación y de coordinación de los sindicatos que operan en los distintos países den-
tro de la empresa multinacional.
Hay que aprovechar las ventajas de los nuevos sistemas de comunicación , el acceso a
los cuales deben constituirse en una reivindicación sindical universal, para crear y experi-
mentar redes de comunicación telemática.
Otro instrumento a desarrollar serían los Consejos o Comités Mundiales, transfor-
mando y ampliando los Comités de Empresa Europeos, aunque a su vez debidamente sin-
dicalizados a través de la directa participación de las Federaciones Sindicales Europeas, y
en su caso, Internacionales y el ejercicio de su necesaria función de coordinación y direc-
ción sindicales. Hay que establecer relaciones con los sindicatos nacionales de esos terce-
ros países tratando de organizar embriones sindicales . Por último, hay que seguir explo-
rando otras vías, que ya hemos practicado en algunos sectores, como las Coordinaciones
Regionales o las Conferencias Sectoriales y de Empresa: las FSI ya han creado comités de
empresa mundiales, comités de empresa regionales y redes oficiales y oficiosas de sindica-
tos que representan a trabajadores y trabajadoras empleados por la misma empresa. En su
mayor parte se tratan de estructuras que organizan reuniones donde sindicalistas de dis-
tintos países pero que trabajan para un mismo empleador pueden encontrarse para discu-
tir toda una serie de cuestiones. Se les da distintos fines, desde mejorar las condiciones loca-
les a través de la experiencia de otros hasta la verdadera cooperación mundial en la labor
sindical. A pesar de que en este sistema hay algunos problemas prácticos, incluyendo el
gasto de celebrar reuniones internacionales, las complicaciones del pluralismo sindical y
las barreras lingüísticas, los comités mundiales y regionales continúan siendo vínculos sin-
ción a marcos internacionales que pretendan sustituir o impedir acuerdos vinculantes sus-
critos con la representación sindical de dicho o superior ámbito. Al mismo tiempo es nece-
sario tomar la iniciativa sindical para, a partir de aquellos que no hubieran sido negocia-
dos, ni sean controlados por organizaciones sindicales (no podemos dejar nuestras res-
ponsabilidades de presencia y de influencia en manos de instituciones o de grupos de inte-
rés no sindicales), impulsar acuerdos formales sindical-empresariales que incorporen el
control sindical y modifiquen sus contenidos con específicos derechos sindicales de activi-
dad, representación, etc.
del movimiento podrían definirse como: una, radical, a la que no molesta la etiqueta perio-
dística de “movimiento antiglobalización” y otra que pretende construir una alternativa al
modelo neoliberal de globalización a través, entre otras cosas, de la creación de institucio-
nes democráticas regionales y mundiales. La gran mayoría de los sindicatos se identifican
con esta segunda tendencia, que también se pronuncia con claridad por la utilización de
medios de acción pacíficos y contra el terrorismo.
A partir de sostener con nitidez unos pocos principios políticos y de acción básicos, que
hemos venido desgranando en este artículo, distinguiendo los ámbitos de acción propios
del sindicato de aquellos en los que hay que converger con otras organizaciones, estable-
ciendo las adecuadas prioridades de trabajo y huyendo de planteamientos defensivos, el
sindicalismo tiene que ser un agente activo de una convergencia política y social transna-
cional por un nuevo orden económico y político internacional justo y democrático.
La experiencia del trabajo del Foro Social de Barcelona, impulsado por la CONC desde
el primer momento, puede servir de ejemplo en otros ámbitos. El hecho de que la mani-
festación del 16 de marzo en Barcelona, celebrada dos días después de la gran euromani-
festación sindical, fuera la más masiva y pacífica de todas las adjudicadas al “movimiento
antiglobalización” en el mundo, no es ajeno al trabajo del FSB.
Todo parece apuntar a que en el ámbito europeo la mayoría social dominante ha con-
seguido preservar las señas de identidad del pacto social surgido de la posguerra. En las últi-
mas cumbres europeas, como ya se ha señalado, cristaliza un nuevo consenso para preser-
var los elementos esenciales del modelo, se apuesta por el pleno empleo y ello se hace fiando
su consecución a una Europa para el desarrollo de la economía del conocimiento, versión
europea de la nueva economía americana. Esta apuesta es recogida incluso por los gobier-
nos más conservadores de la Unión, figurando como en el caso de la actual presidencia
española entre sus objetivos centrales.
La Sociedad de la Información está basada en el desarrollo de los sectores post-indus-
triales: servicios financieros, servicios culturales y de ocio, comunicaciones, telecomuni-
caciones, integración de canales y servicios y producción científico-técnica.
Esta concepción está expuesta a las dinámicas de transformación estructural que se pro-
ducen a escala mundial y europea, entre otras cosas por ser el soporte de la globalización.
Baste recordar las opiniones sobre el impacto de la llamada «nueva economía» y su pro-
yección actual que, no por haber detenido su «éxito arrollador» y especulativo, sigue siendo
un horizonte de desarrollo futuro (ha dejado establecido nuevos índices bursátiles en todo
el mundo, se siguen produciendo integración de tecnologías, fusiones de grandes grupos
mediáticos que aspiran a estar presentes en todas las áreas de desarrollo futuro de las TIC)
como demuestra las polémicas a escala europea sobre las nuevas licencias de telefonía
móvil, el desarrollo de la UMTS y las redes de banda ancha para un acceso privilegiado a
Internet y sus contenidos.
¿Deberíamos cambiar el concepto Sociedad de la Información por Sociedad del Cono-
cimiento?
La etiqueta Sociedad de la Información sigue siendo la más implantada para designar
el conjunto de transformaciones sociales desencadenadas por la generalización del acceso
a cualquier tipo de información. Pero la diferencia entre ambas denominaciones es que
Sociedad de la Información pone el énfasis en la capacidad de acceder en tiempo real, por
el contrario Sociedad del Conocimiento se refiere no sólo a la capacidad de acceso, sino al
procesamiento de la información para extraer pautas y referencias. Es seguro que a la infor-
mación cada vez hay más generalización del acceso, pero es más dudoso que se generalice
con tanta facilidad el conocimiento no manipulado por intereses económicos y mediáti-
cos. El término Sociedad de la Información suscita interpretaciones no demasiado homo-
géneas y con sesgos importantes en función de quien lo interpreta.
La plena Sociedad del Conocimiento no se alcanzará repentinamente, sino que se irá cons-
truyendo poco a poco. Muchos de los cambios sociales sólo serán perceptibles a largo plazo.
Para poder beneficiarse de las ventajas económicas y sociales del progreso tecnológico,
la Sociedad del Conocimiento debe basarse en los principios de igualdad de oportunida-
des, de participación y de inclusión de todas las personas, lo que sólo podrá lograrse si cada
ciudadano tiene acceso por lo menos a un conjunto básico de los nuevos servicios y aplica-
ciones que ofrece la Sociedad de la Información.
El acceso tiene diferentes dimensiones: disponibilidad, continuidad, precio, accesibi-
lidad y conocimiento. La forma de tratar estas dimensiones inclinará la balanza hacia una
sociedad integradora o excluyente; la diferencia está en manos de las políticas públicas.
En este contexto de cambio, el concepto de servicio universal es un concepto dinámico
y evolutivo, que debe estar sometido a revisión si se quiere que responda a las necesidades
y expectativas.
La naturaleza del diálogo social está siendo alterada, porque los interlocutores sociales
ya no actúan dentro de los sistemas tradicionales de negociación colectiva, debido a la apa-
rición de sistemas de producción flexibles, a la globalización de los mercados y de la pro-
ducción, a la integración y convergencia de industrias tradicionalmente separadas. Las
nuevas tecnologías, básicamente las tecnologías móviles, la externalización y el teletrabajo
en sus diversas facetas, han provocado la ruptura del entorno espacio-tiempo en el que tra-
dicionalmente se han desarrollado las relaciones laborales.
Esta circunstancia tiene repercusiones inmediatas en el movimiento sindical. La CES
puede estar satisfecha por el mantenimiento de las señas de identidad europeas, pero se está
enfrentando a la liberalización de lo público, lo que exige una rápida reacción de sus fede-
raciones de rama europeas de transportes, comunicaciones y energía.
De hecho, en la agenda de la primera cumbre europea celebrada en el período de presi-
dencia española, estos aspectos han formado parte de los debates centrales de la misma.
Esta nueva ola europea de liberalización surgida del pacto global de cómo Europa se
enfrenta al gigante americano, nos debe llevar a exigir una nueva regulación, basada en lo
social. Ello es coherente con la exigencia del pleno empleo, por que no se trata de un pleno
empleo a la americana.
Es necesario establecer un marco contractual europeo en el que urge se alcance el com-
promiso de las otras partes implicadas (gobiernos y patronales) para que exista una nueva regu-
lación de derechos, que evite una competencia basada en el dumping social y la precariedad.
Consideramos que este nuevo modelo es, desde una perspectiva igualitaria y demo-
crática, tanto un problema como una oportunidad. Al fin y al cabo este modelo combina
un importante nivel de centralización de decisiones económicas (decisiones que podrían
ser democratizadas) con una enorme descentralización (que permite pensar en una gestión
El sindicalismo y el movimiento
por otra globalización: la experiencia del
Foro Social de Barcelona
Roy Lichtenstein, Salida del sol, 1965
Un marco de encuentro
Un marco propositivo
El FSB es un marco propositivo que, desde una perspectiva crítica y de denuncia del
actual modelo de globalización neoliberal, sitúa la necesidad de elaborar propuestas y arti-
cularlas, para no quedarse sólo en la protesta.
Un marco representativo
Un marco estable
Una de las señas de identidad del FSB es su apuesta decidida por desarrollar la cultura
de la paz, como uno de los aspectos centrales del modelo alternativo. Eso implica una
defensa activa de la no violencia, por convicción y para no hacer el juego a los que están
interesados en descalificar las posiciones alternativas presentándolas como propias de albo-
rotadores.
Si algo interesa a todos los defensores del modelo actual de globalización es que el con-
flicto se sustancie entre minorías radicales y las fuerzas de orden público.
Será la incorporación de amplios sectores sociales, de forma pacífica y con propuestas
alternativas, la que hará que otro mundo sea posible. Y en este proceso el sindicalismo,
desde su autonomía, tiene, sin duda, una papel a jugar.
M ás del 84 por ciento de los trabajadores, pertenecientes a todos los sectores labora-
les, secundaron la huelga general. Asimismo, en la mayoría de las ciudades fue
masiva la participación en las manifestaciones convocadas por los sindicatos. En Madrid y
Barcelona participaron 500.000 ciudadanos; en Vigo, 150.000; en Zaragoza y Sevilla,
100.000; en Valladolid, 40.000; en Valencia, 200.000..., en una de las mayores moviliza-
ciones de la historia de nuestra democracia.
Las medidas propuestas por el Gobierno, convertidas más tarde en decreto-ley, bajo el
pretexto de racionalizar las prestaciones por desempleo, introducen graves recortes de dere-
chos sociales. Así, al propio subsidio de desempleo se le hace perder su carácter de derecho
del trabajador para dejarlo reducido a una mera facultad administrativa. La supresión de
los salarios de tramitación por parte del empresario facilitan y abaratan el despido, equi-
parando despido improcedente y despido procedente. Se apunta de nuevo al fomento de
la precariedad.
Respuesta sindical
CC.OO. y UGT rechazaron desde el primer momento una reforma tan lesiva para los
trabajadores, rechazo que hicieron saber al Gobierno, subrayando además que el INEM
tiene un superávit de 3.000 millones de euros y que más del 40 por ciento de los trabaja-
dores en paro no perciben subsidio de desempleo. El día 7 de mayo, los secretarios gene-
rales de CC.OO. y UGT en un carta extensa y documentada hicieron llegar al presidente
del Gobierno las razones de los sindicatos. Dos días más tarde, el ministro de Trabajo les
anunciaba que las propuestas del Gobierno no se retiraban.
El ataque a colectivos tan débiles como los parados, con el endurecimiento de condi-
ciones para la percepción del subsidio, suscitó muy pronto el apoyo de la sociedad a la con-
vocatoria de los sindicatos. Y así, más de mil intelectuales, artistas y profesionales manifes-
taron en un comunicado público su apoyo a la huelga general subrayando que el decreto
del Gobierno «golpea a los más débiles» y «aumenta a niveles no soportables la inseguridad
vital de las personas».
La prensa internacional se hizo eco de las movilizaciones sindicales. Por citar unos
ejemplos, Times informaba «España sacudida por la huelga geraeal», Washington Post:
«Huelga general masiva»; Le Figaro: «España paralizada por la huelga general».
«Democratizar la globalización;
construyendo el sindicalismo transnacional»
COYUNTURA
ACTUALIDAD
mundial, ampliándose las diferencias entre el 20% de la población más rica y el 20% de la
población más pobre. Según la CIOSL, en 1969 la relación entre la quinta parte más rica de
la población y la quinta parte más pobre era de 30 a 1. En 1999 pasó a ser de 74 a 1. Tres déca-
das de globalización han profundizado la brecha en la distribución de riquezas en más de un
135%, de manera que ahora la quinta parte más rica de la humanidad es la que efectúa el 86%
del consumo total, mientras que la quinta parte más pobre sólo consume el 1%.
..... Según Kofi Annan, los beneficios de la globalización se concentran en un número
reducido de países y, en ellos, se distribuyen de forma extraordinariamente desigual. Al
mismo tiempo denuncia que mientras existen normas concretas y vinculantes que facilitan
la expansión de los mercados mundiales, no pueden encontrarse instrumentos análogos para
los asuntos sociales, laborales, medioambientales, los relacionados con la defensa de los dere-
chos humanos o la erradicación de la pobreza. Asimismo advierte sobre los riesgos inheren-
tes a esta asimetría, que comienzan a provocar importantes contestaciones. O la globaliza-
ción se percibe como una fuente de beneficios comunes y se construye sobre valores com-
partidos o afronta el riesgo de encontrar notables dificultades para su desarrollo.
modelos. Una verdadera integración sólo puede caracterizarse por una aproximación que
tenga en cuenta simultáneamente componentes políticos, económicos, sociales o medioam-
bientales. De lo contrario, puede correrse el riesgo de circunscribirse a meros acuerdos de libre
comercio, más o menos maquillados, cuyos resultados puedan ser profundamente perjudi-
ciales para los socios más frágiles.
3. Renegociación de la deuda. El alivio de la deuda es, por lo tanto, una condición sine
qua non para que los países más débiles intenten participar de la globalización. No obstante
el alivio de la deuda debe estar condicionado al respeto de los derechos humanos fundamen-
tales y a la puesta en práctica de programas de desarrollo social (lucha contra la pobreza, edu-
cación, sanidad o todos aquellos consensuados con los representantes de la sociedad civil
organizada) y al respeto al principio de “buen gobierno”.
4. Democracia y desarrollo. El respeto de los principios democráticos y del Estado de
derecho son factores imprescindibles para el éxito de modelos de desarrollo que pretendan
una sólida vinculación y aprovechamiento del proceso de globalización. Es más, democracia
y Estado de derecho están íntimamente ligados a buen gobierno y estabilidad, factores que
favorecen las inversiones, los intercambios comerciales y que caracterizan a los países que pro-
tagonizan la globalización. Inseguridad política, fragilidad institucional o inestabilidad
social, dificultan el desarrollo de las exportaciones.
5. Vincular la liberalización comercial con el desarrollo. Los PVD denuncian que sus
productos encuentran grandes dificultades para acceder a los mercados de los países indus-
trializados cuando, por el contrario, los productos de éstos últimos inundan sin restricciones
sus países. Es más, la vigente normativa de la propiedad intelectual (regulada por los acuer-
dos ADPIC, de la OMC) atenta contra la seguridad alimentaria y la salud de esos países.
Pero hay que advertir también de los riesgos y límites de esta estrategia, por más que sea
defendida desde posiciones honestamente progresistas. La estrategia de desarrollo de los
PVD no puede sustentarse sobre la exportación de sus productos al reducido grupo de los paí-
ses industrializados sin el peligro de entrar en una espiral competitiva de bajada de precios
que arruine productores, provoque desabastecimiento o hipoteque la seguridad alimentaria
de los PVD. Además de realizar estudios de impacto sobre las consecuencias de la aplicación
de políticas incentivadoras de la exportación a los países industrializados y de la utilización
de las cláusulas de salvaguarda previstas por la OMC, parece necesario explorar estrategias de
desarrollo basadas sobre el fomento de los intercambios comerciales Sur-Sur.
6. Dotar a la globalización de una dimensión social. Este objetivo se alcanzaría
mediante la vinculación de las negociaciones comerciales con el respeto a los principios y
derechos fundamentales establecidos por la OIT, es decir con un zócalo mínimo de normas
universalmente aceptadas. Este nexo no puede interpretarse ni como proteccionista por parte
de los países industrializados ni como atentatorio contra ventajas competitivas de los PVD:
los países que refuerzan sus normas internacionales de trabajo pueden favorecer la eficiencia
de su economía aumentando el nivel de competencia de sus trabajadores, creando un clima
propicio a la innovación, al aumento de la productividad y tienen mayor facilidad para abrirse
al comercio[1].Garantizar la conexión entre respeto de normas sociales básicas e intercambios
comerciales requiere de un sistema sancionador que penalice las vulneraciones más graves o
flagrantes. Sin embargo, parece más efectiva la aplicación de un modelo incentivador que
tienda a privilegiar los intercambios con aquellos países que se esfuerzan para proteger y desa-
rrollar los derechos sociales fundamentales.
8. Dotar a la globalización de una dimensión medioambiental. Es necesario que se
vayan forjando convenios internacionales de protección medioambiental como los acorda-
dos sobre Cambio Climático, Contaminantes Organopersistentes o Bioseguridad, y que se
refuercen los compromisos adoptados en la Agenda 21, en Río 92, y que serán revalorizados
en la Cumbre de la Tierra, Río + 10, de Johannesburgo. Estos convenios y acuerdos deberían
ser tenidos en cuenta en las normas de la OMC.
9. Regular inversiones y flujos de capitales. La adopción de instrumentos que desani-
maran los movimientos de capital especulativo a corto plazo (subrayando que no todos los
movimientos a corto plazo son especulativos) como, por ejemplo, la Tasa Tobin. Sin
embargo, para que estos instrumentos puedan ser eficaces y no penalicen a los países que los
adopten, deben ser de aplicación universal.
10. Promover transferencias tecnológicas. Para los PVD, un problema importante
radica en el elevado precio que los activos tecnológicos adquieren en un mercado global regu-
lado por las normas de propiedad intelectual de la OMC. Una solución, que se ha propuesto,
es segmentar el mercado de forma que los proveedores de tecnología discriminen positiva-
mente a los PVD...
Una medida positiva para favorecer las transferencia en el marco de la OMC sería dotar
de una misión tecnológica a las entidades internacionales de capital-riesgo
11. Regular la emigración. Debe reconocerse el derecho de las personas a emigrar y la
necesidad de regular los flujos migratorios, impidiendo la explotación de los emigrantes. La
emigración debe contribuir al desarrollo mutuo del país de acogida y de origen.
13. Promover la formación. El primer paso sería invertir en formación básica, secun-
daria y profesional, apoyando, además específicamente a las mujeres, trasmisoras, en los
PVD, de los primeros saberes a los niños.
[1] Vid. OCDE: Estudio sobre comercio internacional y normas fundamentales de trabajo, agosto 2000
(actualización del estudio de 1996 sobre “Comercio, empleo y normas de trabajo: estudio de los dere-
chos fundamentales de los trabajadores y el comercio mundial”) .
ISAÍAS BARREÑADA
A primera vista puede parecer forzado establecer un paralelismo entre situaciones como
las que se viven en Palestina y en el Sahara Occidental. Obviamente se trata de pro-
blemáticas diferentes, resultado de procesos singulares y que han adquirido formas bas-
tante disímiles, hasta ocupar una presencia mediática y un lugar en la agenda internacio-
nal totalmente desigual. Sin embargo, ambas comparten un hecho esencial: son conflictos
que a pesar de estar claramente amparados en el derecho internacional siguen sufriendo las
consecuencias de las políticas de fuerza de actores locales con el apoyo o el consentimiento
de las potencias o de la comunidad internacional.
Además de esto, los dos conflictos tienen otros puntos en común.
– Si bien en la postguerra fría los conflictos han tendido a dejar de ser interestatales y se
han hecho esencialmente conflictos internos, en el caso de Palestina y del Sahara Occi-
dental se trata de conflictos clásicos: ocupación militar, lucha contra el ocupante y reivin-
dicación del derecho de autodeterminación en territorios no autónomos.
– En los dos casos el origen del conflicto deriva de situaciones coloniales; de procesos
de descolonización no convencionales (la partición del territorio en beneficio de los colo-
nos en Palestina, o la cesión de facto del territorio por parte de la potencia colonial a los esta-
dos vecinos en el caso del Sahara Occidental). En ambos casos hubo un elemento de dis-
puta territorial en la base del conflicto y de negación a la población autóctona del derecho
a decidir por sí misma.
– En ambos casos el origen del conflicto estuvo íntimamente ligado a una situación de
fuerza: la inmigración sionista amparada por el Mandato británico y la creación de Israel
1948, y la ocupación marroquí en 1975.
– Se trata de dos conflictos prolongados que con el tiempo se han complicado aún más,
interviniendo otros actores y generando nuevas situaciones, y en los cuales después de años
de enfrentamientos armados ha quedado patente la inviabilidad de una solución militar.
– En ambos juega un papel importante la cuestión de los refugiados (más de 3,5 millones
de palestinos, más de 160.000 saharauis, una parte substancial de las poblaciones afectadas),
pero también cuentan con población bajo ocupación (que sufre expropiaciones y la violación
de sus derechos fundamentales) y con población dispersa fuera de la región (diáspora).
– En los dos casos se ha instalado población colona en los territorios ocupados y la
dimensión económica (creación de un mercado cautivo, explotación de los recursos natu-
rales) ha sido una pieza clave de la ocupación.
– En los Estados ocupantes la pervivencia de estos conflictos ha marcado la política
interna y ha supuesto un importante lastre interno, tanto económico como de militariza-
ción.
– Es curioso que tanto Israel como Marruecos han sido tradicionalmente presentadas
como democracias en un vecindario autoritario; ambos países han sido y siguen siendo
aliados de las potencias occidentales (EE.UU., Unión Europea) que les han proporcionado
ayuda militar, financiera y diplomática. En cambio, y hasta los años noventa, los movi-
mientos de liberación nacional, la Organización para la Liberación de Palestina y el Frente
Polisario, fueron apoyados por los países socialistas, los regímenes revolucionarios y un
gran número de países no alineados.
– Estos dos conflictos han provocado numerosas resoluciones de la Asamblea General
y del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y han captado cantidades ingentes de
ayuda humanitaria. Los dos movimientos de liberación han adquirido un estatuto inter-
nacional sin equivalentes en ningún otro conflicto: la OLP es un cuasi gobierno recono-
cido por decenas de países, con un estatuto de cuasi miembro en NNUU y con el que la
UE firma incluso tratados internacionales1; la República Árabe Saharaui Democrática, a
pesar de existir en el exilio, es un estado reconocido por unos 70 países y es miembro de la
Unidad Africana.
– Ambos conflictos condicionan la estabilidad de sus respectivas regiones (Oriente
Medio y Magreb) e imposibilitan unas relaciones normales entre vecinos. Ambos están en
la cercanía de yacimientos de hidrocarburos. Pero, además, los dos dificultan las relaciones
inter árabes y también repercuten en cualquier proyecto de integración regional o de coo-
peración con Europa (es el caso del proyecto de Asociación Euromediterránea que pre-
tende crear una zona de estabilidad y de prosperidad compartida). En suma, los dos con-
flictos entorpecen los proyectos de reordenación regional.
– En ambos casos la comunidad internacional, si bien ha estado siempre presente,
durante mucho tiempo no ha pasado de intervenciones declarativas y en la práctica ha con-
sentido las políticas de hechos consumados, sin que las políticas de ocupación hayan aca-
rreado sanciones al infractor. Al contrario, éste se ha beneficiado de trato preferente y se ha
ido fraguando una representación que criminaliza la resistencia legítima contra el ocu-
pante.
– Finalmente, en estos últimos diez años se ha pretendido acabar con el conflicto
mediante arreglos políticos parciales y sin garantías internacionales, en los que se deja a
ocupantes y ocupados negociar como si de partes equivalentes se tratara.
fue firmado entre la Comunidad Europea y la OLP en beneficio de la Autoridad Palestina de Cisjordania y
la Franja de Gaza.
Desde hace años, Palestina está a diario en la prensa escrita y en la televisión. Casi siem-
pre se ilustra con escenas de guerra o de atentados. Para muchos ha acabado siendo sinó-
nimo de violencia permanente y de conflicto irresoluble porque irracional.
Si bien un conflicto que no es recogido por la prensa parece no existir, el que por la
fuerza de los años y de los hechos es seguido y tratado en exceso también tributa por ello.
Y en este caso, quizás más que en cualquier otro, los medios de comunicación han con-
tribuido a modelar las percepciones dominantes de este conflicto. El conflicto palestino-
israelí ha dado pie a que todos los «opinólogos profesionales» que se precien, con conoci-
miento mínimo de la cuestión y muchas veces sin él, tengan algo que decir. Según la
coyuntura han aplaudido acríticamente los acuerdos de Oslo, han glorificado a Rabin
cuando fue asesinado, han visto en Camp David II la máxima generosidad imaginable en
Israel, han secundado las más duras críticas a Arafat por pedir una solución a los refugia-
dos, han condenado a todas las acciones armadas palestinas (se hicieran donde se hicie-
ran, y contra quienes se hicieran), y llegado el momento, ¿por qué no?, también han unido
filas contra Sharon.
Los medios han contribuido a simplificar el conflicto reduciéndolo a su mínima expre-
sión: hay dos bandos enfrentados que recurren a formas extremas de violencia, y en ambos
bandos hay una minoría que está dispuesta a llegar a un acuerdo. Esta representación no
sólo ha caricaturizado el problema, sino que ha resultado muy beneficiosa para Israel, pues
ha construido una imagen de equivalencia entre las partes, lo que le da legitimidad y cierta
libertad de acción (un supuesto derecho de autodefensa o la exigencia de «concesiones»
palestinas en las negociaciones). Esta representación encubre que, según el derecho inter-
nacional y tal como lo ha señalado en numerosas ocasiones el Consejo de Seguridad de
NNUU, Israel es un «poder ocupante» y que su presencia en Cisjordania y Gaza supone
una «ocupación beligerante» y que como tal está sujeta a las Regulaciones de La Haya
(1907) y a la Cuarta Convención de Ginebra (1949). Por ello no sobra recordar algunas
claves de este conflicto.
De los conflictos activos de la actualidad, el que se vive en Palestina es uno de los más
largos, habiéndose iniciado a finales del siglo XIX con la llegada de los primeros inmi-
grantes judíos sionistas a la región. Como todos los conflictos prolongados, éste se ha hecho
cada vez más complejo; a su núcleo original (disputa de dos movimientos nacionalistas,
uno autóctono y otro extranjero, por un mismo territorio), se han añadido la intervención
de nuevos actores, su instrumentalización (por los países árabes, o por las potencias durante
la Guerra Fría), el peso de los hechos consumados y la creación de nuevas realidades (nue-
vas generaciones nacidas en Israel o en el exilio).
Desde 1949, con el fin de la guerra, la cuestión palestina tiene tres dimensiones: los
refugiados, Cisjordania y Gaza, y los palestinos en Israel. Las tres constituyen el conflicto
palestino, y la resolución global de éste pasa por abordar todas sus dimensiones.
– Con motivo de las guerra de 1947-1949, fueron expulsados de sus hogares más de
700.000 palestinos que se instalaron en los países vecinos. 53 años más tarde estos refugia-
dos y sus descendientes son más de 3,5 millones. En 1948, la resolución 194 de Naciones
Unidas ya estableció el derecho de estos refugiados a retornar a su tierra y a ser indemniza-
dos por la pérdida de sus propiedades; Israel siempre se ha negado a ello, primero alegando
no ser responsable del éxodo, y luego esgrimiendo su derecho a seguir siendo un país mayo-
ritariamente judío.
– La parte del territorio de la Palestina histórica que no pasó a formar parte de Israel
estuvo entre 1949 y 1967 bajo administración de Jordania y de Egipto. En junio de 1967,
Cisjordania y Gaza fueron ocupadas por Israel. La resolución 242 (1967) de Naciones Uni-
das condenó esa ocupación ilegal, llamando a una inmediata retirada. Actualmente viven
en estos territorios unos 2,5 millones de palestinos.
– Al finalizar la guerra de 1949, unos 150.000 palestinos permanecieron en sus pobla-
dos, que pasaron a formar parte del estado de Israel. Les fue asignada la ciudadanía israelí
y aunque formalmente disfrutan de los mismos derechos que sus conciudadanos judíos,
han sido israelíes de segunda clase, viven segregados, han sido marginados y hasta hoy días
son vistos como una «quinta columna». La exclusión que sufren ha incidido directamente
en su politización y en su acercamiento al resto de los palestinos. Hoy suponen más de un
millón, una sexta parte de la población israelí.
Cada dimensión del conflicto requiere soluciones diferentes, unas están contempladas
y amparadas por resoluciones específicas de NNUU, y otras sólo requieren basarse en la
aplicación de las normas que garantizan el respeto a los derechos humanos y la no discri-
minación. Tal como estipula la resolución 194, los refugiados y sus descendientes deben
poder retornar a sus lugares de origen y recibir compensaciones por los bienes perdidos. Tal
como estipula la resolución 242, Israel debe retirarse de todas las zonas ocupadas y los pales-
tinos de Cisjordania y Gaza, incluida la parte Este de Jerusalén, deben poder crear libre-
mente su estado. Y finalmente los palestinos con ciudadanía israelí deben poder ser ciuda-
danos plenos en Israel, para ello Israel debe llevar a cabo las reformas internas necesarias
que pongan fin a las prácticas discriminatorias. Una solución al conflicto sólo puede ser
global. Es ilusorio creer poder resolver el conflicto palestino permitiendo la creación de un
Tal como estaba previsto, a lo largo de los años siguientes se fueron firmando numero-
sos acuerdos parciales, en los que curiosamente siempre fue preeminente la cuestión mili-
tar y económica, y se creó una administración interina palestina (la Autoridad Palestina,
legitimada por elecciones de enero de 1996) a la que se fueron traspasando competencias
civiles y policiales. Sin embargo, Israel siguió manteniendo todas las palancas de poder:
presencia militar, control de fronteras, explotación de los recursos naturales y control de la
economía de las zonas ocupadas, lo que le permitió seguir con su política de hechos con-
sumados y consolidar la ocupación.
A pesar de ello, se impuso una representación de que las cosas avanzaban y que la paz
estaba cercana. La Autoridad Palestina recibió un importante apoyo internacional (esen-
cialmente europeo)2, e Israel logró romper el relativo aislamiento que había vivido hasta
entonces, normalizó sus relaciones con varios países asiáticos de importancia económica
clave y empezó un proceso de normalización con los países árabes, en lo político (relacio-
nes diplomáticas, paz con Jordania en 1994) y en lo económico (relaciones comerciales y
deslocalización industrial en los países vecinos).
Sin embargo, al cabo de cinco años los resultados no fueron los esperados.
– Las retiradas israelíes fueron muy limitadas (en 1999 apenas un 18% de Cisjordania
y el 60% de Gaza habían sido plenamente traspasados a los palestinos, el resto seguía ges-
tionado conjuntamente o bajo control exclusivo israelí). Acorde con su vieja lógica de sepa-
rar población de territorio, los israelíes se deshicieron rápidamente de sus obligaciones civi-
les, pero fueron más renuentes a evacuar territorio.
– De acuerdo con su principio de negociar desde una posición de fuerza, Israel aceleró
sus políticas de colonización (siguió con las expropiaciones de tierras, duplicó el número
de colonos, incrementó el trazado de infraestructura propia para las colonias) y recrudeció
sus medidas de represión (castigos colectivos, chantaje a la hora de liberar prisioneros polí-
ticos, cierre de los territorios).
– Los acuerdos económicos que preveían un gradual traspaso de los instrumentos fis-
cales a la AP no se cumplieron y ésta tuvo que recurrir a los fondos internacionales desti-
nados a las inversiones productivas para atender sus gastos corrientes (salarios de funcio-
narios y policías). Con ello no sólo se impedía la autofinanciación y se lastraba la viabili-
dad económica de la entidad palestina, sino que se convertía a los donantes internaciona-
les en los financiadores de los incumplimientos de Israel.
2 Ya en 1998, el Informe Marín de la Comisión Europea señalaba que el 55% de la ayuda internacional reci-
bida por la AP procedía de la UE y de los Estados miembros; EE.UU. había aportado un 10%.
– En la era de la paz se hizo cada vez más difícil la vida cotidiana. Los cierres, que impi-
den la movilidad interna y el acceso al mercado de trabajo israelí, incidieron de manera
directa en el deterioro de las condiciones de vida de los palestinos3. Cisjordania y la Franja
de Gaza fueron aisladas la una de la otra.
– Todo el proceso estuvo sujeto a los intereses israelíes y a los avatares de su política
interna. La gradualidad fue interpretada muy libremente por Israel, siendo esgrimida para
incumplir acuerdos y calendarios (la máxima de Rabin era «ningún calendario es sagrado»).
Se priorizó la «seguridad para los israelíes» (es decir, los derechos del ocupante sobre los del
ocupado). Las sucesivas retiradas sólo respondían a los intereses israelíes –conservar asen-
tamientos, puntos estratégicos, comunicaciones, áreas de valor natural– diseñándose un
territorio palestino inviable: un mosaico de islotes desconexos y ahogados entre carreteras
para colonos y asentamientos.
La crisis de este proceso se venía venir. En mayo 1999 se cumplieron los cinco años de
período interino previstos en Oslo, y no sólo las retiradas militares israelíes habían sido
muy limitadas y el cumplimiento de los acuerdos muy bajo, sino que las cuestiones del
estatuto final no se habían negociado todavía. El nuevo gobierno laborista de Ehud Barak
pretendió entonces abordar la discusión del estatuto final (es decir, pasar de lo interino a lo
definitivo) desde su posición de fuerza. Con el apoyo del presidente Clinton se preparó la
cumbre de Camp David II en el verano de 2000 a la que los palestinos fueron llevados a
regañadientes. En ella Arafat sólo pudo rechazar el dictat israelo-estadounidense, pues si
bien la propuesta israelí era sin duda la más atrevida jamás planteada (retirada de más del
90% de las zonas ocupadas, permuta de otros territorios, acuerdos militares...), era total-
mente inaceptable en la cuestión de los refugiados (negativa al retorno) y de Jerusalén.
El fracaso de Camp David agudizó el debilitamiento interno de Barak (cuyo laicismo era
contestado por los religiosos, cuya disposición a acuerdos con los palestinos era criticada por
la derecha, y que se ganó además la animadversión de la minoría árabe por la persistente dis-
criminación). En tal contexto no le vino mal presentar a Arafat como un intransigente y res-
ponsabilizarle de todo. En esta comedia, muchas figuras de la izquierda sionista y de la inte-
lectualidad liberal israelí repitieron el mismo mensaje («Arafat pretende que Israel se suicide»,
3 Con el argumento de la seguridad, a lo largo de los años noventa disminuyó drásticamente el número de
trabajadores palestinos en Israel (unos 150.000 antes del proceso de paz). Éstos fueron sustituidos por
trabajadores extranjeros, esencialmente asiáticos, importados por empresas de trabajo temporal.
4 Sobre el papel de la izquierda sionista en la configuración de la representación del conflicto árabi israelí
dominante en Occidente, ver: Yitzhak Laor, «The tears of Zion», New Left Review, julio-agosto 2001,
pp.47-60.
«Arafat ha dejado de ser un interlocutor válido»)4. La prensa internacional les siguió el juego.
El cansancio, la decepción, los escasos resultados de siete años de negociaciones y su exi-
gencia de acabar de una vez por todas con la ocupación fueron las verdaderas causas del
levantamiento popular palestino (intifada al-Aqsa) a finales de septiembre de 2000. En
consonancia con las prácticas represivas de todos estos años, la represión israelí fue extre-
madamente brutal. Hasta el punto de utilizar la misma violencia contra los palestinos de
dentro de Israel (13 muertos y decenas de heridos en los primeros días), lo que valió al
gobierno laborista la definitiva alienación de esta minoría cuyos votos son esenciales e
imprescindibles para cualquier nueva mayoría parlamentaria. Y a diferencia del levanta-
miento de finales de los ochenta, esta vez el componente militar de la resistencia fue mayor.
Mientras tanto, en las últimas semanas de su mandato presidencial, Clinton siguió pre-
sionando a los palestinos (su propuesta de diciembre 2000, versión mejorada de Camp
David) a que aceptaran la «oferta generosa de Barak». Y hasta el último momento de su man-
dato Barak intentó hacer de la cuestión palestina su salvavidas. Si bien en las últimas nego-
ciaciones de Taba (enero 2001) las dos partes hicieron importantes acercamientos5, de poco
sirvió, una vez más en el momento crítico el proceso de paz fue rehén de la política interior
israelí. El nuevo primer ministro Sharon optaría por las políticas de fuerza y bloquearía con
ello toda posibilidad de retomar las negociaciones sobre principios algo diferentes.
La violencia generada por el levantamiento y su devastadora represión han terminado por
hundir aún más las condiciones de vida de los palestinos. A los más de mil palestinos muer-
tos, a los miles de heridos y presos políticos, ha de sumarse el desempleo (más del 50%), la
pobreza (el 64% de la población sobrevive con menos de 300 $), la caída dramática de los
ingresos familiares... El caldo de cultivo idóneo para la desesperanza individual y colectiva.
Pero la intifada también está teniendo un enorme impacto en Israel. En su dimensión
militar: la movilización de reservistas y el aumento de las medidas de seguridad. En la sen-
sación de acoso y de inseguridad permanente que generan los atentados. En el plano eco-
nómico: Israel vive la más importante crisis desde 1953; el presupuesto de defensa ha
vuelto a absorber una parte importante de los recursos sectores como el turismo y la cons-
trucción han sufrido un verdadero colapso; el PIB cayó un 2,9% en 2001; ha crecido el
desempleo; los presupuestos han sido recortados. Sólo en el año 2001 las pérdidas han sido
5 Recientemente se hizo público un non-paper del enviado especial de la UE para Oriente Medio, el espa-
ñol Miguel Ángel Moratinos, que resume lo discutido en Taba. Ver una versión del texto en castellano en
http://www.nodo50.org/csca/palestina/moratinos_26-02-02.html
6 Ha’aretz, 21.03.2002.
evaluadas en 2.400 millones de dólares6. También en la política interna: las divisiones par-
tidarias nunca han sido tan fuertes como hoy; los principales partidos están radicalmente
escindidos; las pequeñas formaciones chantajean cualquier apoyo; los árabes (que suponen
el 15% del electorado) están más radicalizados que nunca.
En este contexto sorprende el papel de la izquierda israelí. Israel es una sociedad extre-
madamente plural, en su seno junto a personajes dignos de una antología de la barbarie
siempre ha habido voces más moderadas que gustaban de poner por delante la tradición
humanista judía, e incluso disidentes radicales respecto al establishment. Desde fuera se han
magnificado esas voces, intentando buscar a toda costa a israelíes que dijeran lo que los
demócratas occidentales querían oír de ellos. Sin embargo, la crisis del proceso de paz y la
intifada han dejado al descubierto la superficialidad y la extrema debilidad de la izquierda
sionista en Israel y de sus portavoces, los intelectuales liberales (Amos Oz, AB Yehoshua,
David Grossman...). Éstos han sido los primeros en condenar a Arafat por no aceptar las
ofertas israelo-americanas en Camp David II y por no renunciar al derecho al retorno, en
demonizar a los árabes israelíes cuando retiraron su apoyo al laborismo, en declarar su
incomprensión ante la violencia palestina contra el ocupante, o a exigir una intervención
de la comunidad internacional para... forzar a los palestinos a que cesen con la violencia.
La crisis ha dejado patente que siguen siendo ante todo sionistas antes que demócratas.
La crisis también ha hecho mella en la derecha. Después de un año, Sharon está per-
diendo apoyos; al igual que la extrema derecha le exige mano más dura aún (incluida la
expulsión de los palestinos, es decir la limpieza étnica), muchos de sus votantes admiten la
necesidad de un Estado palestino y exigen el retorno a las negociaciones. Por primera vez la
violencia palestina está haciendo cambiar muchas cosas en Israel. Asimismo nuevas formas
de desobediencia civil se están extendiendo en Israel. Un fenómeno que desempeñó un
papel importante durante la ocupación israelí del Líbano está resurgiendo: la objeción por
motivos éticos de algunas decenas de reservistas a prestar su servicio en las zonas ocupadas.
¿Por qué se ha llegado aquí? El proceso de paz no ha hecho crisis a causa de los radicales de
ambos bandos (islamistas radicales del lado palestino y nacionalistas radicales del lado israelí),
si bien es cierto que éstos no han facilitado las cosas. Se ha colapsado por sus contradicciones y
por no responder a la naturaleza misma del problema, por no aportar una solución justa al pro-
blema. Todas las partes implicadas (Israel, palestinos y comunidad internacional) han optado
por negociar un arreglo parcial, obviando dimensiones consustanciales del conflicto que en un
momento u otro han de reaflorar. La segunda razón es que a lo largo de estos años Israel no ha
querido asumir el coste de la paz, ha querido mantener las ventajas de la ocupación. La paz no
es viable si se mantienen injusticias, si una de las partes pretende seguir dominando a la otra.
Pero la crisis del proceso de paz también es el fracaso de la vieja guardia de la OLP a la
hora de liderar el proceso que debe llevar a la independencia, de gestionar el gobierno y de
construir el Estado. Ésta ha sido una dirigencia que se ha prestado en exceso al someti-
miento a Israel, no democrática, y que hoy no puede controlar a muchas de las corrientes
de la nueva resistencia.
En 1988, al aceptar formalmente las resoluciones del Consejo de Seguridad 242 (eva-
cuación israelí de los territorios ocupados) y 338 (instauración de una paz justa y durable
en Oriente Medio), la OLP asumía un compromiso histórico, por el cual aceptaba al
Estado de Israel, obviamente a cambio de que Israel asumiera una retirada total, permitiera
la creación de un Estado palestino y el retorno de los refugiados. Pero no fue así. Israel exi-
gió de la OLP un reconocimiento sin un gesto equivalente de su parte. Por ello Oslo cons-
tituyó un arreglo político y militar que tenía por objeto sustituir la ocupación por otra
forma de control; que además convirtió a la AP en colaboradora de Israel, en el controla-
dor de su pueblo. Oslo no buscaba la paz sino crear un protectorado, un bantustán pales-
tino al servicio de Israel. Esto era inadmisible para la población palestina.
Si se mantiene la lógica de Oslo tras la intifada, se volverá al proyecto de un bantustán
para la población palestina en Cisjordania y Gaza, y a la postre el desposeimiento final y el
abandono de la población palestina en la diáspora. Sólo tendrán futuro unas negociacio-
nes que pongan fin da la ocupación, que aborden integralmente el conflicto en todas sus
dimensiones, en las que se negocie el cumplimiento del derecho internacional y no el des-
pojo consentido de lo usurpado y en el que haya un mediador y garante internacional no
parcial.
7 Francis A. Boyle (2002): «Law and disorder in the Middle East», TheLink, 35:1, pp.2-13.
tares como civiles (responsables políticos), al igual que el Consejo de Seguridad lo ha hecho
para Yugoslavia.
7. Los gobiernos y los pueblos del mundo podrían llevar a cabo una campaña de reti-
rada de las inversiones en Israel y de boicot a las relaciones económicas, al igual que se hizo
con el régimen racista de Sudáfrica contribuyendo de manera efectiva al desmantelamiento
del mismo.
Estas medidas cuando menos podrían proveer a los palestinos de algunas palancas de
fuerza en las negociaciones, pero no ha sido el caso.
Los EE.UU. han sido el «gran consentidor» en este juego. Son el principal apoyo de
Israel (con sus vetos en NNUU, apoyo a sus posiciones, veto al envío de observadores inter-
nacionales tal como pide UE). Y aunque Israel es un estado cliente de EE.UU., cliente con-
flictivo (pues no faltan motivos de tensión y conflictos bilaterales), éstos le consienten, por
razones estratégicas pero también por razones internas, y defienden su excepcionalidad.
En cambio la Unión Europa ha sido la «gran chantajeada» y la «gran sumisa». En Pales-
tina ha jugado plenamente su papel de actor secundario, delegando el protagonismo polí-
tico (la ordenación estratégica) a los EE.UU. y asumiendo el papel de bombero (evitando
la explosión social). En el proceso de paz la UE financia (es el primer donante a ANP), pero
va a remolque de EE.UU. Y esto por dos razones. La UE asume con toda naturalidad que
Israel la perciba como pro palestina y por ello la descalifique como mediadora. Y por otro
lado porque la UE no tiene suficiente coherencia como para asumir políticas de presión
sobre Israel; algunos de sus Estados miembro le han traspasado los lastres de sus políticas
bilaterales. No utiliza las posibilidades de presión que tiene con sus relaciones comerciales
y con el Acuerdo de Asociación. Finalmente es incoherente en su acción exterior8.
En estas prácticas juegan un papel singular los medios de comunicación que han
logrado imponer unas representaciones extremadamente confusas y engañosas en los dis-
cursos dominantes. Una de las principales ha sido la equiparación de Israel y palestinos, lle-
gando a esgrimir derechos del ocupante (¡!), lo que de manera natural lleva luego a exigir
concesiones a ambas en aras del realismo político y el pragmatismo. Otra ha sido asignar a
los radicales de ambas partes, y especialmente a los llamados «fundamentalistas islámicos»,
8 Es el caso de la venta de armas. En los últimos cinco años, España ha exportado a Israel armamento valo-
rado en unos 14 millones de euros (más de 2.300 millones de pesetas). Los últimos datos disponibles se
refieren al primer semestre de 2001, época durante la cual el Gobierno vendió armamento a Israel por
valor de 0,43 millones de euros (unos 72 millones de pesetas). Datos de la Cátedra UNESCO sobre Paz y
Derechos Humanos de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), 2002.
la principal culpabilidad de la crisis del proceso de paz; se ha hecho del terrorismo la causa
cuando es la consecuencia. Asimismo, la presentación tendenciosa de la violencia política ha
llevado a amalgamar todas sus variedades; la irracionalidad del terrorismo contra civiles en
Israel se ha terminado equiparando con la violencia legítima contra la ocupación (reconocida
por el derecho internacional), encubriendo la violencia estructural de la ocupación o presen-
tándola con pudorosas fórmulas como «el uso desproporcionado de la fuerza» por parte de los
israelíes (como si el uso limitado de la fuerza fuera legal)9. En este magma de simplificaciones
no es de extrañar que se apruebe la postura israelí de no aceptar el retorno de los refugiados
(¿por qué los palestinos no podrían volver a su país si los refugiados albano kosovares, afganos
o timoreses sí pueden?) o se siga insistiendo en la singularidad de la democracia israelí (com-
patible con la ocupación fuera de sus fronteras y con apartheid en el interior).
Estas representaciones han convertido en aceptable la instrumentalización misma de la
paz para mantener el apartheid. El discurso de muchos liberales israelíes por el cual «sólo
un Estado palestino preservará el carácter judío y democrático de Israel» supone llana-
mente permitir una solución parcial para no tratar otro problema. Incluso algunos no sólo
esperan que los palestinos reconozcan a Israel, sino que la OLP se comprometa a recono-
cer y respetar el carácter judío de Israel (i que asuma la exclusión!). Incluso la izquierda
socialdemócrata europea asume plenamente esta lógica: achaca la crisis del proceso de paz
a los extremistas y a la derecha israelí, subraya la legitimidad de las dos causas (israelí y pales-
tina) y ve necesario que Arafat (¡!) concilie derecho y realismo político10.
Las perspectivas que se abren son inciertas. En el plano diplomático se está buscando
volver a una situación que permita retomar las negociaciones. El ministro de Asuntos Exte-
riores israelí, Simón Peres, y el presidente del Consejo Legislativo Palestino, Abu Ala, han
estado discutiendo un plan que contempla: un cese de los enfrentamientos, una retirada
israelí de las zonas autónomas, el reconocimiento de un Estado palestino y la negociación
del estatuto final. En este misma línea han actuado la UE (a raíz de la iniciativa francesa de
febrero 2002) y NNUU con sus últimas resoluciones. En esta lógica, la iniciativa saudí
aprobada por la Liga Árabe (28 marzo 2002) refuerza la posibilidad de una solución polí-
9 Un caso paradigmático fue el atentado perpetrado por el Frente Popular para la Liberación de Palestina
contra Rehavam Ze’evi, el ministro de Turismo israelí. Fuera de Palestina pocos señalaron que el minis-
tro fue ejecutado en un hotel situado en Jerusalén Este, es decir territorio ocupado. Aunque civil, un res-
ponsable político en territorio ocupado es un objetivo militar. Dejando de lado las consideraciones sobre
la oportunidad política de tal acción, un caso equivalente, como la ejecución de un ministro nazi por parte
de la resistencia francesa, habría sido objeto de medalla.
10 P. Fassino, F. Hollande, E. Di Rupo y J.L. Rodríguez Zapatero: «Oriente Próximo, otra vía es posible», El
tica negociada si cesa la ocupación. Pero hoy el problema no es que los palestinos no acep-
ten a Israel, es que Israel no acepta a Palestina.
Ambas partes saben que no hay una solución militar. Los palestinos no pueden expul-
sar por las armas a los israelíes de todos los territorios ocupados. Israel sabe que, a pesar de
la fuerza militar desatada, no está ganando la guerra, que ningún ejército por muy sofisti-
cado que sea puede imponerse a la voluntad de todo un pueblo y que los palestinos obten-
drán sus derechos y su independencia. Pero, ¿a qué coste, por qué medios, en cuánto
tiempo? El dilema para Israel es cuánta violencia se puede permitir y cuándo va a cesar, sin
que los costes políticos internos sean demasiado importantes. Es probable que a medio
plazo tenga lugar una retirada unilateral israelí, tomando como referente lo discutido en
Camp David II (julio 2000) y Taba (enero 2001), es decir conservando el control de los
grandes asentamientos y de Jerusalén este. Esto supondría permitir que Israel siguiera con
la consolidación de la ocupación, el enquistamiento en negociaciones y daría pie a mayo-
res tensiones internas en Israel (el coste de la evacuación de colonos).
La paz es posible si se permite que los palestinos establezcan su estado en Cisjordania y
Gaza, encontrándose una fórmula (como puede ser la presencia de una fuerza internacio-
nal) para Jerusalén que garantice el acceso a los lugares religiosos, si se define una solución
justa para los refugiados, y si se ponen en marcha cambios en el interior de Israel que per-
mitan acabar con el apartheid contra la minoría palestina.
11 Esta cesión se materializó en el Acuerdo tripartito de Madrid (14 noviembre de 1975). Sin embargo,
España no dejó de ser potencia administradora de iure, calidad que no se extingue por decisión unilate-
ral. El territorio pasó a estar administrado de facto por Marruecos y Mauritania, aunque no actúen como
potencias administradoras reconocidas por NNUU (obligadas a presentar informes regulares). Legal-
mente estos países son poderes ocupantes.
Desde la salida definitiva de España en 1976 se ha dado una guerra abierta entre el
movimiento de liberación nacional saharaui, el Frente Polisario, y los Estados ocupantes13.
La ocupación parcial del territorio permitió la instalación de población civil marroquí,
muchos de ellos funcionarios y otros trabajadores que han llegado atraídos por las ventajas
económicas de la región, y una relativa integración institucional y económica de esas nue-
vas «provincias saharianas» a Marruecos. Además la guerra acarreó la militarización de la
zona. La población autóctona que permaneció en el territorio se ha visto desplazada en la
vida económica y política, y sus posibilidades de libre expresión han sido limitadas.
Marruecos ha explotado los recursos naturales, esencialmente mineros –que han seguido
siendo extraídos directamente, tal como lo habían sido durante la colonia14– y pesqueros
–una parte importante de la pesca del banco canario-sahariano ha sido explotada mediante
concesiones y acuerdos pesqueros con la UE15–. Por otro lado, la cuestión del Sahara ha
supuesto un ingrediente esencial para el nacionalismo de estado marroquí y un factor de
aglutinación política. El régimen autoritario de Hassan II hizo de la «integridad territorial»
una causa sagrada, la justificación de las continuas postergaciones de las reformas demo-
cratizadoras, y construyó un supuesto unanimismo popular marroquí sobre la cuestión,
que ha terminado siendo creído incluso allende las fronteras marroquíes.
Por el otro lado se ha edificado un Estado saharaui en guerra y en exilio, que controla
una pequeña porción del territorio de la antigua colonia y que cuenta con una base, por un
lado, de población refugiada que vive en gran parte de la ayuda internacional y, por otra
parte, de población dispersa en los países vecinos. Este Estado, institucionalmente desa-
rrollado (con un parlamento, poderes locales, legislación, etc.), no sólo ha organizado a la
población, también ha llevado a cabo simultáneamente una acción militar y diplomática.
12 En la jerga internacionalista se denomina a estos territorios como «no autónomos». A principios de 2002,
había 17 territorios no autónomos reconocidos por NNUU: Timor Oriental (administrado temporalmente
por la UNTAET), Samoa Americana, Anguilla, Bermuda, Islas Vírgenes británicas, Islas Cayman, Islas
Falkland (Malvinas), Gibraltar, Guam, Montserrat, Nueva Caledonia, Pitcairn, Santa Helena, Tokelau,
Islas Turks y Caicos, Islas Vírgenes estadounidenses y el Sahara Occidental.
13 Los saharauis estuvieron en guerra contra Mauritania hasta agosto de 1979, a partir de entonces la gue-
marroquí Office Chérifien des Phosphates (OCP), aunque la SEPI sigue siendo propietaria de un 30% de
las acciones.
15 Recientemente, con motivo de la polémica suscitada por las concesiones de prospección petrolífera en
La cuestión del Sahara ha sido percibida por numerosos países como un caso más de des-
colonización. La República Árabe Saharaui Democrática ha sido reconocida por numero-
sos países, esencialmente africanos, asiáticos y latinoamericanos, y admitida como miem-
bro de la entonces Organización para la Unidad Africana.
Quince años de enfrentamientos han dejado patente la imposibilidad de una salida
exclusivamente militar. Marruecos invirtió enormes recursos para controlar el territorio; a
la masiva movilización de militares, sumó equipos e infraestructuras. Finalmente, con la
ayuda de Francia, EE.UU. e Israel, creó unos obstáculos físicos (los famosos muros defen-
sivos) para contener las incursiones militares y dividir de facto el territorio. Por su parte, el
Estado saharaui, a pesar de desarrollar una guerra basada en la lucha irregular y de contar
con el apoyo argelino, tampoco pudo evitar la ocupación de la parte útil del país.
En 1990, las Naciones Unidas y la OUA lograron que las dos partes aceptaran un plan
de arreglo que consistía en un cese del fuego, la instalación de una fuerza internacional de
observación (MINURSO) y la preparación de un referéndum por el que se decidiera el
futuro del territorio y de su población. El plan preveía la confección de un nuevo censo
electoral y una consulta en el territorio durante un período de administración temporal de
NNUU, una vez llevado a cabo el retorno de los refugiados, pero sin evacuación previa del
ejército marroquí.
La actitud de Marruecos no ha dejado ninguna duda; se prestó a participar en el plan
de arreglo con el único objeto de legalizar la ocupación. Muy pronto declaró que sólo par-
ticiparía en un referéndum que «confirmara la marroquinidad del Sahara». Primero puso
trabas al despliegue de la MINURSO, luego ha venido torpedeando sistemáticamente la
preparación del referéndum. Como en cualquier proceso similar, la clave para la consulta
es la determinación del cuerpo electoral; en este caso se acordó tomar como base el último
censo español de la colonia y ampliarlo a otros posibles derecho habientes (residentes no
censados, descendientes de los inscritos, etc.). En un primer momento Marruecos preten-
dió incluir en bloque a tribus saharauis que en su mayor parte están asentadas en territo-
rios que no son los de la ex colonia (es decir, hacer prevalecer derechos en base a una perte-
nencia tribal y no a lazos con el territorio); este argumento paralizó el proceso durante
varios meses. En 1996, NNUU y los EE.UU. reactivaron el proceso y lograron que se rea-
nudara la identificación de votantes; al cabo de un tiempo Marruecos volvió a bloquear el
proceso al constatar que la comisión de identificación, un organismo de NNUU y neutral,
había desechado a la mayor parte de sus candidatos al aplicar con rigor los criterios conve-
nidos. A principios del 2000 el censo provisional (unas 86.000 personas) no presentaba
grandes diferencias respecto al español. Marruecos promovió entonces la presentación
masiva de alegaciones (más de 130.000), cuya revisión llevaría al menos 18 meses más. Los
saharauis, si bien denunciaron la falta de buena fe marroquí, aceptaron este alargamiento
del proceso.
Al constatar que el proceso refrendario no estaba asegurado, Marruecos optó entonces
por descalificar el plan de arreglo y pedir una solución política, es decir olvidarse del refe-
réndum y buscar que el Frente Polisario aceptara una fórmula pactada: la integración del
Sahara Occidental en Marruecos a cambio de algunas concesiones en materia de autogo-
bierno (un régimen de autonomía en el Sahara). Esta opción, conocida como la «tercera
vía» y que venía a ser en realidad la aceptación lisa y llana de la ocupación, se hizo pública
en plena transición marroquí y con el cambio sucesorio monárquico, y recibió el apoyo
entusiasta de los aliados de Marruecos, especialmente de Francia, y de una parte de la clase
reformista marroquí. Ante la prolongación del proceso y lo gravoso de mantener a la
MINURSO, incluso el enviado especial del secretario general de NNUU, el estadouni-
dense James Baker, apoyó una solución de este tipo.
El radical rechazo del Frente Polisario a cualquier solución que esquivara una consulta
directa a la población, junto con el apoyo recibido por Argelia y la mayor parte de los Esta-
dos ex colonizados, ha dejado al descubierto la estrategia marroquí. La última propuesta
del Kofi Annan16, en la que se barajan cuatro opciones (imposición del plan de arreglo sin
consentimiento de las partes, reformulación del plan, partición del territorio o retirada de
Naciones Unidas), evidencia claramente dos consideraciones básicas: el coste de la labor de
NNUU (que lleva invertidos 500 millones de dólares en el plan de arreglo y la Minurso) y
la poca disposición a imponer por la fuerza una solución sujeta a derecho. En suma la pro-
puesta no ha hecho más que poner al descubierto la complejidad de intentar hacer com-
patible negociación política (incluyendo al ocupante) y aplicación del derecho.
Desde el inicio del conflicto las NNUU ha tenido un papel determinante en este con-
flicto, sin embargo nunca se han aplicado los instrumentos coercitivos existentes para
imponer una salida conforme a derecho. El gran beneficiado de esta situación ha sido
Marruecos, que ha hecho valer su imagen de país aliado de Occidente, país estable y más
recientemente país en vías de democratización.
A pesar de estar clara la situación irregular del territorio, numerosos estados han hecho
la vista gorda. Aunque es evidente la ilegalidad de la extracción de recursos naturales por
parte de la potencia ocupante, sin embargo la UE no ha tenido ningún reparo en firmar
16 Informe del secretario general de NNUU al Consejo de Seguridad (19 febrero 2002).
acuerdos con Marruecos para explotar los recursos pesqueros. Durante años, Marruecos ha
mantenido un conflicto bélico y sin embargo varios países europeos (entre ellos España,
haciendo uso de créditos de ayuda al desarrollo) han vendido armamento y vehículos de
doble uso.
El papel de España ha sido cuando menos escandaloso. Si la cesión del territorio fue resul-
tado de un apaño en las postrimerías de la dictadura, la España democrática ha hecho poco
para deshacer el entuerto. A diferencia de Timor Este, que contó con un apoyo constante y
coherente de su ex metrópoli colonial (Portugal denunció a Indonesia en distintos foros inter-
nacionales, y a Australia por explotar recursos naturales de Timor ocupado), el Sahara se ha
visto abandonado por España, más interesada en reconciliarse con el régimen marroquí.
Si bien la opinión pública española ha sido siempre muy sensible al conflicto, también
se ha ido extendiendo una interpretación propia del más puro realismo político. Sectores
políticos españoles, de la prensa y de la academia han ido sosteniendo que hay un unani-
mismo marroquí sobre la cuestión, que un Estado saharaui es inviable o sería un peón de
Argelia, que la causa independentista saharaui no es legítima al ser el Frente Polisario un
grupo artificial y autoritario (¡como si esto restara valor al derecho de autodeterminación
de un pueblo colonizado!), que el sistema político marroquí permitiría con algunas refor-
mas altos grados de autogobierno, que la reanudación de hostilidades es una amenaza
infundada dado que requiere la anuencia argelina... Finalmente los cambios que vive
Marruecos desde 1997 con el gobierno de alternancia, han terminado por dar un argu-
mento más: la independencia del Sahara debilitaría a la naciente democracia marroquí,
desacreditaría a los reformistas, favorecería a los militares y se correría el riesgo de deriva a
la argelina (de nuevo levantando el eterno espantajo del islamismo).
La retirada indonesia de Timor Este ha mostrado que casos parecidos pueden resolverse
a pesar de más de dos décadas de ocupación y de violencia extrema, y que al final el dere-
cho se ha impuesto, siempre cuenta con el apoyo decidido de Estados que históricamente
(Portugal) o geográficamente (Australia) están implicados.
Por su parte el gobierno saharaui está dando una inestimable lección de contención y
de madurez en todo este proceso. Ha apostado por una vía de negociación política, pero
ateniéndose al derecho internacional, sin renunciar a lo que el pueblo saharaui tiene dere-
cho. Está agotando todas las posibilidades de negociación, pero ya ha anunciado que se le
está abocando a utilizar la última opción que les quede: la resistencia legítima, el retorno a
la lucha armada.
La comunidad internacional está dejando pasar nuevamente una posibilidad de preve-
nir un nuevo conflicto armado. La menor visibilidad de la cuestión del Sahara es una des-
ventaja. Pero la reanudación del conflicto puede tener secuelas graves: las tensiones con
Argelia se agudizarían, la frágil economía marroquí no resistiría el impacto de una diver-
sión sustancial de recursos para la guerra, la ola de emigrantes huyendo de la pobreza o de
las levas afectaría a Europa...
Alegar que la independencia del Sahara debilitaría la democratización de Marruecos
constituye cuando menos un argumento paradójico. Durante estos años en Marruecos se
ha mantenido un discurso oficial ultranacionalista sobre el Sahara: se censura las posturas
del adversario y se sigue hablando de los independentistas como mercenarios a sueldo de
Argelia, es decir no se reconoce al otro. Hoy, si bien se han ampliado los espacios de liber-
tad de expresión para cualquier otro tema, casi nadie se atreve a sostener públicamente pos-
turas diferentes a las oficiales al tratar del Sahara, aunque todos reconocen que el problema
existe y que el descontento en las zonas ocupadas crece. Si el sistema marroquí es incapaz
de permitir el debate libre sobre la cuestión y si se viera afectado por la realización de un
referéndum libre, es que algo no va bien en él y que la resolución justa del conflicto en el
Sahara forma parte de la solución general de los problemas de Marruecos.
A pesar de su complejidad y larga duración, los dos conflictos comentados no son irre-
solubles. En ambos, a pesar del marco legal internacional, la comunidad internacional y las
NNUU han sido remisas a imponer medidas por la fuerza. La incapacidad de ejercer pre-
sión externa efectiva sobre Israel y Marruecos se ha debido a que ambos regímenes han sido
funcionales a las potencias occidentales y han podido vender su imagen de democracias
(aunque sean una democracia étnica en Israel y un feudalismo modernizado en Marrue-
cos).
La ocupación se ha consentido, el factor tiempo ha favorecido a los ocupantes y a la pos-
tre se ha alargado el sufrimiento de las víctimas. Tanto en Palestina como en el Sahara Occi-
dental se ha hecho patente la falta de un comportamiento racional y coherente de la comu-
nidad internacional. En ambos casos un acercamiento mínimamente crítico no puede
dejar de constatar que no se puede pretender alcanzar una paz estable sin hacer justicia y
sin resolver los problemas que crearon el conflicto. La paz sin justicia sólo se puede impo-
ner, e imponerla a un pueblo supone imponerla por la fuerza, perpetuando el conflicto.
En ambos casos, con la aprobación de la comunidad internacional y en aras del realismo
político, los procesos de resolución del conflicto puestos en marcha en estos últimos años
(proceso de paz en Palestina, Plan de arreglo en el Sahara) han primado el objetivo de desac-
tivar el peligro de guerra y relegado cualquier criterio de globalidad y de justicia. Es decir,
que se ha caucionado la parcialidad de los procesos y a la postre la violación del derecho
internacional. En la práctica los dos procesos han derivado hacia soluciones que buscan
legitimar la ocupación y mantener parcial o totalmente el statu quo (estado palestino tute-
lado, región autónoma saharaui). Al tiempo que se normaliza la ocupación y se criminaliza
per se cualquiera recurso a la resistencia o amenaza de ella, incluso si ésta es el último
recurso. La crisis de ambos procesos de paz/de arreglo se ha debido esencialmente a sus con-
tradicciones internas y a la falta de un mecanismo coercitivo (garantías internacionales)
para que se ejecute lo acordado.
Estos dos casos ilustran la acuciante necesidad de profundas reformas en la sociedad
internacional. Reformas que permitan hacer de la legalidad internacional el principal y
efectivo referente para las relaciones y para la resolución de conflictos. En situaciones de
ocupación ilegal y de violación del derecho, no es legítima la anuencia del infractor, no es
válida la equiparación de las partes, ni convertir la resolución en el mercadeo entre agresor
y agredido (la idea extendida de que las dos partes deben ceder algo en un acuerdo), ni reba-
jar el derecho (ni la OLP ni el Frente Polisario pueden negociar derechos inalienables
(retorno de los refugiados, derecho a la autodeterminación) de sus respectivos pueblos, sólo
pueden negociar la forma en que éstos se realicen). Se deben prever mecanismos, efectivos
y no sujetos a la voluntad de una potencia, de intervención internacional, de protección a
la población civil, de sanciones, de juicio a responsables de crímenes... Y se deben utilizar
esos mecanismos para que sean realmente efectivos17. Las víctimas de conflictos prolon-
gados tienen derecho a soluciones justas y no pueden darse por satisfechas con acciones
humanitarias que a la postre sólo alargan su situación.
En situaciones de desprotección internacional, si la comunidad internacional no toma
una actitud enérgica para la resolución justa del problema, se aboca a que las víctimas recu-
rran a la resistencia legítima ante el ocupante. El derecho internacional reconoce, cuando
se han agotado todas las vías de negociación política, la legitimidad del empleo de cualquier
medio de resistencia (incluida la resistencia armada) contra la colonización y la ocupación.
17 Marruecos e Israel han firmado acuerdos de asociación con la UE. Su artículo 2 dice: «Las relaciones
entre las partes, así como todas las disposiciones del presente acuerdo, se basan en el respeto de los
principios democráticos y de los Derechos Humanos fundamentales tal como se establecen en la Decla-
ración Universal de los Derechos Humanos, que inspira sus políticas interiores y exteriores y constituye
un elemento esencial del presente Acuerdo». A pesar de los comportamientos de Israel y Marruecos, la
UE no ha denunciado los acuerdos.