Bourdieu Cast
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Jordi Busquet
Director de la colección: Jordi Busquet
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Qué quiero saber
Introducción 9
El arte de la sospecha 11
El oficio de sociólogo 39
Contra el talante escolástico 39
7
Ascetismo metodológico 41
El Picasso de la sociología 45
La ruptura de los límites 47
La distinción 61
Gustos y disgustos 61
La cultura burguesa 67
Violencia simbólica 81
Cronología 87
Bibliografía 93
Glosario 97
8
Introducción
Pierre Bourdieu
“Es algo que siento fuertemente y que experimenté con mucha in-
tensidad en dos momentos de mi vida: cuando ingresé en la Éco-
le normale y cuando fui nominado para el Collège de France. A
lo largo de mis estudios en la École normale, me sentí tremenda-
mente incómodo. Tengo recuerdos muy vividos de la descripción
que hizo Groethuysen171 de la llegada de Rousseau a París que
para mí fue como una iluminación [...]
9
tantemente nuestra otredad despierta una permanente vigilancia
sociológica. Ayuda a percibir cosas que los demás no pueden ver
o sentir. Ahora bien, es cierto que soy un producto de la École
normale que traicionó a la École normale, pero había que ser de la
École normale para escribir sobre ella semejantes cosas sin parecer
motivado por el resentimiento...”
10
El arte de la sospecha
11
Bourdieu rehúye las etiquetas que lo han persegui-
do durante toda la vida. A pesar de ser un autor fran-
camente difícil de clasificar, el mismo Bourdieu en un
momento dado caracterizó su paradigma sociológi-
co como “constructivismo estructuralista”, cosa que
equivale a situarse dentro de la corriente construc-
tivista hacia la cual convergen autores como Nor-
bert Elias, Anthony Giddens, Peter Berger y Thomas
Luckman.
En sus memorias, Raymond Aron –personaje ca-
pital de la sociología francesa de la posguerra– dedica
unas palabras a Bourdieu, que fue “discípulo” suyo
y con quien tuvo una relación personal y profesio-
nal muy estrecha durante la década de los sesenta. Le
reconoce un extraordinario talento y capacidad: “en-
tonces ya prometía todo lo que ha conseguido: ser
uno de los grandes de su generación”. Pero después le
reprocha la cara más oscura: “líder de secta, seguro
de sí mismo y dominante, experto en intrigas univer-
sitarias, despiadado con aquellos que le pueden hacer
sombra” (Aron, 1983: 337). A pesar de estas palabras
lapidarias, podemos decir que Bourdieu es una figura
clave de la sociología europea del siglo xx y supone,
dentro de la tradición francesa, un claro continuador
del legado de Auguste Comte, Émile Durkheim y Lé-
vi-Strauss.
La obra de Bourdieu sorprende y desconcierta
por su amplitud y extensión. Su discípulo Loïc J. D.
Wacquant destaca la gama sorprendentemente varia-
12
da de terrenos de investigación especializados que ha
tratado (desde el estudio de los labradores, el arte,
el paro, la escuela, el derecho, la ciencia y la litera-
tura, hasta el análisis del parentesco, las clases, la re-
ligión, la política, el deporte, la lengua, la vivienda,
los intelectuales, el Estado) (Wacquant, 2005). Ante
el conjunto de la obra, es admirable la extraordina-
ria capacidad de trabajo y el hecho de que se prodi-
gara en temas de naturaleza tan diversa. En este sen-
tido, también destaca la multitud de registros y esti-
los empleados en sus trabajos de investigación más
(re)conocidos.
A pesar de la amplitud temática, hay una serie de
cuestiones que trata de manera obsesiva y recurrente
a lo largo de los años. Estas obsesiones van ligadas a
la cuestión del poder y del dominio simbólico. Tam-
bién se centra en el estudio del prestigio y del reco-
nocimiento social, reflexión que inició en la etapa ar-
gelina y que culmina, años más tarde, con La distin-
ction (1979), una de sus obras más celebradas.
Bourdieu es un hombre constante y tenaz. A lo
largo de los años mantiene una serie de intuiciones
fundamentales que constituyen la clave de una obra
que –como sucede en los grandes filósofos– se carac-
teriza por el afán sistematizador. Cómo señala Loïc
J. D. Wacquant, el trabajo de Bourdieu está en perpe-
tuo movimiento, puesto que el autor revisa perma-
nentemente el mismo núcleo de interrogantes, obje-
tos y localizaciones empíricas, a medida que su modo
de pensamiento recurrente y en espiral se despliega a
13
través del tiempo y del espacio analítico (Wacquant,
2005).
Bourdieu va a contracorriente y pone en práctica
la duda metódica, cuestiona las prenociones, las eti-
quetas y las clasificaciones, tanto las de sentido co-
mún como las periodísticas o las administrativas. En
este sentido es un personaje incómodo, inconformis-
ta y que pone en cuestión los dogmas de la tradición
científica heredada. Autor vanguardista, plantea un
cambio radical de paradigma científico. Contrario al
esencialismo de origen aristotélico, el autor francés
es partidario de una metodología que rompa con las
maneras de pensar “realistas” o “sustancialistas”. Por
eso, como veremos más adelante, elabora la noción
de “campo” y propone una manera relacional de pen-
sar la vida social: “si todo aquello real es relacional,
es necesario pensar relacionalmente”.
Trabajador infatigable, nos ha dejado un legado de
más de cuarenta libros (algunos escritos en colabora-
ción con colegas y discípulos), multitud de artículos
en revistas especializadas, entrevistas, conferencias y
documentales. Tras su muerte, se han publicado cen-
tenares de textos sobre su obra. Si quisiéramos hacer
la relación completa de todos los textos publicados
del autor (y sobre el autor) necesitaríamos un libro
mucho más extenso que este que el lector tiene en las
manos (véase, por ejemplo, Delsaut y Rivière, 2002).
Muchos estudiosos ignoran el carácter abierto, en-
sayístico (y, a menudo, provocativo) de algunos traba-
jos de Bourdieu. Tratan sus textos como obras aca-
14
badas, definitivas. No se dan cuenta de que a menudo
son textos de combate. Algunos títulos –ensayo, es-
bozo, elementos para una teoría, etc.– hacen patente
el carácter tentativo y provisional de su trabajo cien-
tífico. Por este motivo el autor ha revisado y ha re-
escrito diversas veces alguno de sus textos más nota-
bles. Por ejemplo, Le sens practique (1980) es un trabajo
fundamental, dado que presenta de manera explícita
y sistemática el marco teórico que le sirve para el aná-
lisis del mundo social. Se trata de una revisión y ac-
tualización de un trabajo anterior, Esquisse d’une théo-
rie de la pratique (1972). (La novedad que comporta la
última versión es que incorpora la noción de campo
con la voluntad de completar su concepción teórica.)
Es difícil hacer un resumen fiel y sistemático,
puesto que el mismo Bourdieu se ha dedicado a re-
visar y a (re)hacer continuamente un sofisticado edi-
ficio teórico que intenta poner a prueba con nuevas
conjeturas y que no da nunca por acabado. Curiosa-
mente, la hipercorrección es una constante en un au-
tor poco dispuesto a admitir públicamente sus erro-
res y poco dispuesto –todo se tiene que decir– a acep-
tar las críticas de los otros. La amplitud de sus intere-
ses y la profundidad de sus trabajos dificulta la sínte-
sis. Por otro lado, el estilo literario (si es que podemos
hablar de estilo) es oscuro y difícil. En una obra re-
pleta de citas y de referencias eruditas le cuesta admi-
tir abiertamente ciertas influencias. Este es uno de los
múltiples enigmas que esconde su producción cientí-
fica. A Bourdieu le gustaba mantener cierto misterio
15
y daba pocas pistas para descifrar el sentido de su tra-
bajo. Se muestra reacio ante los esfuerzos de algunos
de sus discípulos por hacer divulgación de su obra.
El éxito de su trayectoria se debe, posiblemente, en
parte, al carácter laberíntico de su prosa.
A riesgo de simplificar podemos señalar dos eta-
pas fundamentales en la trayectoria de Bourdieu. El
primer periodo se inició con los trabajos sobre la so-
ciedad argelina (en la década de los años cincuenta) y
culmina en 1982, con su nombramiento como cate-
drático del Collège de France. Entonces se produce
un episodio de “consagración”, plasmado en la con-
ferencia inaugural Leçon sur la leçon (1982). El primer
periodo se distingue por la confección de sus herra-
mientas teóricas y por una rigurosa correspondencia
entre los datos recogidos y los procesos de concep-
tualización. El segundo periodo se caracteriza por la
aplicación de su teoría social a multitud de campos
alejados de los campos donde se había gestado ini-
cialmente. Mientras que las obras de la primera etapa
se vinculan con la construcción de su teoría social,
las obras de la segunda entroncan con la extensión y
la aplicación de esta a otros ámbitos (Marqués, 2008).
El libro que el lector tiene en las manos es una
invitación a la obra de Bourdieu. Se ofrece una in-
troducción de todo el conjunto de los trabajos del
autor francés. Hay que pensar que tras su muerte
han proliferado los estudios que focalizan la aten-
ción en algún aspecto parcial de la obra del intelectual
francés: “en realidad, ha sido una práctica común se-
16
leccionar los escritos de Bourdieu atendiendo a una
parcela temática concreta, aislándolo del resto de su
obra” (Marqués, 2008: 149). Hay que recordar, por
ejemplo, que en España los primeros trabajos que se
tradujeron provienen del mundo educativo, pero a
menudo fueron muy polémicos y mal interpretados
al leerlos sin tener en cuenta el contexto general de
la obra de Bourdieu. Ciertamente, hay pocos trabajos
(de calidad) que nos ofrezcan una visión global y sis-
temática de su obra. Tenemos algunas excepciones:
en castellano podemos destacar, por ejemplo, la obra
de Francisco Vázquez (2002): La sociología como crítica
de la razón. Por otro lado, el mismo Bourdieu, junto
con Wacquant, en Una invitación a la sociología reflexiva
(2005), expuso con bastante claridad los elementos
clave de la obra bourdieuana y definió con precisión
la orientación teórica y metodológica.
En las páginas que siguen destacaremos las prin-
cipales aportaciones del autor de Denguin y expon-
dremos, de la manera más clara y concisa posible, su
concepción del mundo. Desgraciadamente las limita-
ciones de tiempo y espacio nos obligan a ser muy se-
lectivos y hemos dejado fuera algunos temas impor-
tantes. Por otro lado, no ha sido fácil tomar distan-
cia respecto de la vida y la obra de un autor de fuer-
te carácter, que entiende su obra fundamentalmente
como una herramienta de combate.
Antes de adentrarnos en su obra, es esencial co-
nocer sus orígenes sociofamiliares, y su propuesta de
socioanálisis, que marcan la personalidad de Bour-
17
dieu y su compromiso científico. El retrato que ha-
cemos a continuación se basa, en buena parte, en su
testimonio directo y en sus propias reflexiones ex-
puestas, sobre todo, en el libro póstumo Autoanálisis
de un sociólogo.
18
Las obras y los días
19
al esfuerzo y al estudio, consiguió una trayectoria de
éxito y de ascensión social que, paradójicamente, lo
alejó de sus orígenes.
20
existencia de un mundo social dominado por el jue-
go del servilismo, el oportunismo y la traición.
21
ritariamente parisinos, se movían como peces en el
agua. No sé sentía cómodo: era un mundo aislado,
cerrado, que formaba un grupo muy homogéneo y
propiciaba un distanciamiento intelectual y social del
resto de la sociedad (Lafforgue, 2009). En varias oca-
siones el sociólogo hace memoria y confiesa la sen-
sación de disgusto que le provocaba tener que disi-
mular su acento meridional y sus “maneras provin-
cianas”. Bourdieu se sienTE como un extranjero en
su propio país, cosa que le provoca sufrimiento, pero
que le permite afinar una sensibilidad especial ante
ciertas formas de marginación y “violencia simbóli-
ca”: “En Francia, venir de una provincia distante, ha-
ber nacido al sur del Loira, dota a uno de ciertas pro-
piedades que no carecen de paralelo con la situación
colonial. Otorga un tipo de externalidad objetiva y
subjetiva, y pone a uno en una relación particular con
las instituciones centrales de la sociedad francesa y,
por tanto, con la institución intelectual. Formas suti-
les (y no tan sutiles) de racismo social vuelven a uno
muy perspicaz: que nos recuerden constantemente
nuestra otredad despierta una permanente vigilancia
sociológica. Ayuda a percibir cosas que los demás no
pueden ver o sentir” (Bourdieu, 2005: 293).
En 1955 obtuvo la agregación de filosofía, una de
las disciplinas que entonces disfrutaban de más pres-
tigio universitario a escala europea. Después de un
breve periodo como profesor de instituto de provin-
cias, fue llamado a filas –como muchos jóvenes de
su generación– para servir como soldado del ejército
22
francés durante la guerra de independencia de Arge-
lia.
23
cuestas, estadísticas, fotografías, planos, grabaciones,
etc.)
Se trata de una etapa clave que muchos estudio-
sos han ignorado o han tratado de manera bastante
superficial. Son años decisivos en la formación del
autor: “Argelia fue el territorio en el cual se forjó su
aprendizaje como intelectual” (Marqués, 2008: 50).
Aparte de iniciarse como antropólogo y sociólogo,
las experiencias derivadas de sus investigaciones die-
ron a luz las herramientas conceptuales que lo han
hecho célebre.
La etapa argelina tiene una importancia capital. La
prueba es que una vez finalizada su estancia en el país
norteafricano, Bourdieu volverá a utilizar los datos
argelinos en las siguientes obras: Esquisse d’une théorie
de la pratique (1972), Le sens pratique (1980), Algérie 60
(1977) y La domination masculine (1998).
24
Los diversos textos sobre este tema se publicarán
reunidos en Le bal des célibataires (2002) después de
su muerte. Entre otras cosas, Bourdieu quiere resol-
ver el enigma que comporta que a menudo los chicos
del pueblo –incluso los hijos mayores de las buenas
familias (los herederos primogénitos)– se quedaban
solteros viviendo en el pueblo y la mayor parte de
las chicas huían a vivir con otros hombres de ciudad.
El baile de Navidad es el escenario apropiado para
observar este fenómeno, que ponía de manifiesto la
decadencia del mundo rural. Como el lector puede
comprobar personalmente, Bourdieu escribió una de
las páginas más sobrecogedoras de la sociología de
todos los tiempos.
25
su edad que ya están casados han dejado de ir al baile. O solo van
por la Fiesta Mayor o por la feria: en estas ocasiones no falta nadie
y todo el mundo baila, incluso los “viejos”. Los solteros no bailan
nunca, y este día no es una excepción [...].
26
París y la consagración académica
27
non, Jean-Daniel Reynaud y Luc Boltanski. En algu-
nos momentos, este equipo de colaboradores llega a
formar un verdadero grupo de trabajo con vínculos
estables y bastante cohesionado.
En 1968, Bourdieu fue nombrado director del
Centre de Sociologie Européenne, donde empezó un
proyecto de investigación colectiva, extenso y pione-
ro, que representó el inicio de sus trabajos sobre el
mantenimiento de los sistemas de poder por medio
de la transmisión de una cultura dominante.
En 1975 fundó la revista Actes de la Recherche en
Sciences Sociales, centrada en la publicación de artículos
de investigación que muestran los mecanismos por
los cuales la producción cultural ayuda a sostener la
estructura donminante de la sociedad.
En 1981 obtuvo la prestigiosa cátedra de sociolo-
gía del Collège de France ante su rival Alain Tourai-
ne, una de la figuras más notables de la sociología
europea del siglo xx. Por otra parte, se convirtió en
director de estudios de la École des Hautes Études
en Sciences Sociales.
El 23 de abril de 1982 pronunció la conocida con-
ferencia La leçon sur le leçon. En este discurso oficial
de recepción al ser nombrado miembro del Collège
de France realiza una crítica a este tipo de ceremonial
y pone en cuestión su eficacia como mecanismo de
consagración:
28
“No es ninguna casualidad que la época en que fui nominado para
el Collège de France haya coincidido con un extenso trabajo acerca
de lo que yo llamo la magia social de la consagración y los ‘ritos
de institución’.”
29
abierto y decidido con los excluidos y los desarraiga-
dos de la tierra.
El año 1996 fundó una asociación denominada
Raisons d’Agir y la revista Liber, que ponía –según sus
palabras– “el saber de sociólogos, psicólogos e his-
toriadores al servicio del movimiento social”. Tam-
bién creó una editorial, encargada de la publicación
de libros destinados a la crítica del neoliberalismo.
En este periodo destacan tres textos suyos que tu-
vieron una gran repercusión: Sur la télévision (1996) y
Contre-feux (1998 y 2001).
En el año 2000, con el cambio de siglo, le llegó la
edad de jubilación. Murió de cáncer, en el hospital de
Saint-Antoine de París, el 23 de enero de 2002 a la
edad de 71 años. El último libro escrito por Bourdieu,
Esquisse de socio-analyse (2002), es un ensayo de carácter
biográfico en que se toma a sí mismo como objeto de
estudio. Lo redactó en poco tiempo (entre los meses
de octubre y diciembre de 2001), pocos días antes de
su muerte. Pero, en realidad, es fruto de la meditación
de toda una vida de trabajo y reflexión.
30
El sociólogo ante el espejo
31
que si determinadas de las más banales reacciones solían ser mal
interpretadas, era quizás debido a la forma –el tono, la voz, los
gestos, las muecas, etc.– como las expresaba algunas veces, mezcla
de timidez agresiva y de brutalidad gruñona...”
32
En realidad toda la obra de Bourdieu se podría
considerar como un tipo de “socioanálisis” que gira,
a veces de manera obsesiva, en torno a los temas que
le han preocupado y le han afectado de manera pe-
netrante durante toda la vida. Efectivamente, hay una
continuidad entre los temas que trata en su obra y
los que le afectaban más directamente en la vida. Los
primeros estudios sobre el mundo de la educación –
ralizados en los años sesenta junto a Jean-Claude Pas-
seron–, en los cuales analiza el sistema educativo, le
permiten reflexionar sobre los procesos de acultura-
ción y de extrañamiento cultural que sufren los “estu-
diantes superdotados” que provienen de provincias y
rompen con sus orígenes. No hay que ser demasiado
perspicaz para darse cuenta que están reflexionando
sobre su propia trayectoria.
Algunas de sus obras más importantes tienen un
carácter abiertamente autobiográfico. Él mismo ad-
mite que Homo academicus (1984) es el punto culmi-
nante, al menos en sentido biográfico, de una espe-
cie de “experimentación epistemológica” que había
empezado a desarrollar, de manera totalmente cons-
ciente, a comienzos de los años sesenta, cuando apli-
có a un universo familiar los métodos de investiga-
ción que había utilizado antes para descubrir la lógi-
ca del parentesco en un universo extranjero, el de los
campesinos argelinos.
No es casual que sus últimos estudios, publicados
tras su muerte, tengan un carácter abiertamente au-
tobiográfico. Bourdieu inicia su obra póstuma, Es-
33
quisse de socio-analyse (2002), poniendo de manifiesto
la incomodidad que le suscita el género de la biogra-
fía y aclara que este texto no es una autobiografía.
Siempre a contracorriente, reniega de este “gènero
literario” que considera demasiado condescendiente
y sospechoso.
El autor francés rehúye de todo aquello que está
asociado a la “ilusión biográfica”, que es la tendencia
a dar sentido y coherencia a la trayectoria vital de un
individuo. Rechaza el “narcisismo” y la “confesión
intimista” del investigador como procedimiento de
reflexión epistemológica. “La sociología de la socio-
logía que defiendo no tiene nada que ver con el re-
torno intimista y complaciente sobre la persona pri-
vada del sociólogo” (Bourdieu, 2006).
Muchos intelectuales tienen una (auto)percepción
carismática. Bourdieu se aleja de la concepción ro-
mántica del trabajo científico y de su propia figura.
A pesar de ser un personaje dominante y enérgico,
muy seguro de sí mismo, en las últimas páginas que
escribió –como si se tratara de una confesión póstu-
ma– se muestra implacable consigo mismo y poco
(auto)condescendiente. Bourdieu se aplica a sí mis-
mo –sin concesiones– los instrumentos teóricos y
metodológicos de la sociología del conocimiento. Es-
tamos hablando de una vida difícil y de un pasado du-
ro y, a menudo, doloroso. Es significativo que inclu-
so en este tipo de autobiografía (o antibiografía) que
escribió a contrarreloj (cuando un cáncer fulminante
asediaba su vida) deje para el final la descripción de
34
los detalles más dolorosos y escabrosos, relativos a
sus orígenes familiares en Denguin y, de una manera
especial, la figura trágica y admirada de su padre –
humilde funcionario de correos, trabajador incansa-
ble, que vivió escindido entre el trabajo en el campo y
su nueva condición de empleado público–. Su padre
“murió de mala manera en Denguin” justo en el mo-
mento en que Bourdieu conseguía la consagración y
el reconocimiento académico en París.
35
Bourdieu, 2006.
36
viene, seguramente, de la dificultad que tiene el autor
francés para conciliar un origen social provinciano,
muy modesto, y un éxito social rutilante (no siempre
admitido y asimilado) en el mundo intelectual y aca-
démico francés. Estas tensiones y contradicciones vi-
tales le hicieron sufrir mucho, pero también se han
revelado como una fuente constante de reflexión y
están en la base de un trabajo extraordinariamente
fructífero.
37
El oficio de sociólogo
“Si, como dice Bachelard, ‘todo químico debe luchar contra el al-
quimista que tiene dentro’, todo sociólogo debe ahogar en sí mis-
mo el profeta social que el público le pide encarnar.”
39
El investigador francés tiene una manera particu-
lar de entender el trabajo científico, que se contrapo-
ne abiertamente al talante teoricista (y esteticista) de
gran parte de la intelectualidad francesa de su tiem-
po. A pesar del alcance y la importancia de su refle-
xión teórica, se muestra contrario al trabajo teórico
abstracto que rehúye la “realidad”. Según Bourdieu,
buena parte de la práctica intelectual europea de su
tiempo estaba dominada por “las teorías académicas
concebidas como la simple compilación escolástica
de teorías canónicas”. El autor rehúye de manera vis-
ceral la institución de la teoría como dominio discur-
sivo separado, cerrado y autorreferenciado, aquello
que Kenneth Burke denomina la “logología”, o sea,
“palabras a propósito de palabras” (Wacquant, 2005).
Bourdieu siente una profunda animadversión por
aquello que considera un talante altivo y aristocrático
dominante en el seno de la tradición cultural france-
sa. También siente un tipo de rechazo visceral hacia
esta clase de filósofos que mantienen una disposición
altiva y elitista, y que en Francia se encarna en la fi-
gura de Jean-Paul Sartre:
40
idea de intelectual, tal como Sartre la constituye y la impone, una
virtud esencial, la reflexividad crítica: hay muchos intelectuales que
cuestionan el mundo; hay muy pocos intelectuales que cuestionen
el mundo intelectual).”
Ascetismo metodológico
41
Se trata de una concepción científica inspirada en la
tradición de la epistemología francesa centrada en la
figura de Gaston Bachelard y que se puede sintetizar
en el lema siguiente: “El hecho científico se conquis-
ta, se construye y se comprueba”. Su concepción me-
todológica sitúa a Bourdieu como un maestro en el
arte de la sospecha (siguiendo la estela de autores co-
mo Nietzsche, Freud, Marx y Veblen). En este senti-
do la sociología de Bourdieu tiene un marcado carác-
ter desenmascarador, dado que pone al descubierto
una serie de mecanismos ocultos que garantizan la
dominación social: La obra del autor francés tiene el
objetivo de desenmascarar las estructuras más pro-
fundamente ocultas de los diversos mundos sociales
que constituyen el universo social, y también los me-
canismos que tienden a asegurar la reproducción y la
transformación (Wacquant, 2005).
Su trabajo de investigación está presidido por una
actitud permanente de vigilancia y cautela epistemo-
lógica. Se dedica a revisar y a (re)hacer continuamen-
te su sistema teórico, que intenta poner a prueba con
nuevas investigaciones. Bourdieu mantiene una aten-
ción incesante y polémica sobre las condiciones de
producción del conocimiento científico, con el obje-
tivo de vencer los prejuicios y de garantizar la cienti-
ficidad de su trabajo.
La tarea científica de Pierre Bourdieu estará mar-
cada por un talante intelectual intensamente ascético
y por las virtudes del rigor y del trabajo de un hom-
bre modesto y paciente: “No he querido liberarme
42
nunca de las tareas más humildes del oficio de etnó-
logo o sociólogo: observación directa, entrevista, co-
dificación de datos o análisis estadístico” (Bourdieu,
2006).
Con su testimonio y su manera de hacer “ciencia”,
Bourdieu pone de manifiesto el orgullo y la defensa
de unos orígenes humildes. Para Bourdieu el hecho
de dirigir el trabajo de campo, implicándose perso-
nalmente en las distintas tareas y realizando perso-
nalmente las entrevistas, era una manera de poner de
manifiesto un compromiso personal y también una
manera de “dar voz a los sin voz”.
Por otro lado, a lo largo de su trayectoria hace una
apuesta decidida por el trabajo colectivo, por cons-
tituir diversos equipos de investigadores que le per-
miten ejercer su maestría, asumir proyectos de cierta
envergadura y explorar simultáneamente varios cam-
pos de investigación (Estradé, 2003).
Bourdieu expresa una clara preferencia por una
investigación basada en una actitud ascética de traba-
jo constante y minucioso, muy atento a los detalles y
a las incidencias de la investigación empírica: “Pien-
so en el hecho de consagrar grandes ambiciones teó-
ricas a objetos empíricos a menudo a primera vista
triviales”. La obra de Bourdieu desconcierta “por la
manera de afrontar los problemas teóricos más am-
biciosos a través de la construcción de objetos apa-
rentemente menores, pero muy delimitados empíri-
camente” (Bourdieu, 2008).
43
No todos los conceptos y esquemas que usa Bour-
dieu son originales. Lo que sí que es original es la ma-
nera de usarlos. No le gusta, en absoluto, definir los
conceptos de entrada y de una manera definitiva. Su
relación con los conceptos es pragmática: “Los tra-
ta como cajas de herramientas” (Wittgenstein), dis-
ponibles para ayudarlo a resolver problemas concre-
tos que aparecen en el campo de investigación (Wac-
quant, 2005). Es consciente de que los términos ad-
quieren sentido en el contexto de una teoría deter-
minada. Sus dos conceptos fundamentales, habitus y
campo, no surgen de la nada: “Fueron concebidos
como herramientas heurísticas y, como tales, serán
modificadas con el paso del tiempo” (Marqués, 1998:
331). Son elaborados a través de multitud de aproxi-
maciones y sucesivas reestructuraciones como con-
secuencia del “contacto” con la realidad y con el ma-
terial empírico analizado.
La obra de Bourdieu aporta una serie de concep-
tos clave, que son –como veremos más adelante– las
piezas fundamentales de un sofisticado edificio inte-
lectual que hace y (deshace) continuamente. Las no-
ciones de habitus, capital cultural, capital social, capital sim-
bólico y violencia simbólica son conceptos que él aplica en
el contexto de varias investigaciones empíricas y que
van madurando a lo largo del tiempo. Elabora preci-
samente la noción de campo para que estos “concep-
tos dispersos” se vieran relacionados entre sí y pu-
dieran ser representados de una manera sistemática,
bajo la forma de una teoría social coherente.
44
Como todo filósofo francés formado en la Éco-
le Normale Supérieure (ENS) durante los años cin-
cuenta, su formación teórica tiene un carácter marca-
damente fenomenológico. Las preguntas del trabajo
de Bourdieu son heredadas, en parte, de la fenome-
nología, pero abordadas de manera diferente a co-
mo se solía hacer dentro de esta tradición filosófi-
ca. La jugada maestra de Bourdieu es “tratar de for-
ma sociológica objetos (como el tiempo) que tradi-
cionalmente han correspondido al ámbito de la filo-
sofía. O dicho con otras palabras, abordar el estudio
de la conciencia temporal insertándola bajo condi-
ciones económicas y sociales de posibilidad” (Mar-
qués, 2008: 100).
El Picasso de la sociología
45
cia a mitificar estas figuras, no siempre tenemos pre-
sentes las dificultades que han tenido que superar pa-
ra conseguir sus éxitos. Considera, no obstante, que
la fidelidad a los padres fundadores de las ciencias
sociales es más bien una cuestión de lealtad y de fe
(casi) religiosa.
Bourdieu deviene una de las figuras más desta-
cadas de una nueva generación de intelectuales que
romperá, de una manera más o menos traumática,
con las prácticas y las teorías de los grandes maes-
tros del siglo xx. Por talante y por actitud, Bourdieu
conecta con las vanguardias artísticas de principios
del siglo xx. Bourdieu manifiesta cierta iconoclastia
y rehúye el culto a la personalidad de los clásicos. Se
opone visceralmente al dogmatismo que lleva a las
ortodoxias intelectuales. Prueba de esta actitud an-
tidogmática es el uso pragmático e instrumental de
los clásicos del pensamiento social como compañe-
ros, en el sentido de una tradición de artesanos, a los
cuales uno pide asistencia en situaciones de dificul-
tad (Bourdieu, 1987: 39-40). Parafraseando a Bour-
dieu, podríamos decir que él construyó su teoría con
Durkheim y contra Durkheim, con Weber y contra
Weber, con Marx y contra Marx.
Su actitud vital oscila entre la modestia de un
hombre de origen humilde y la arrogancia caracte-
rística de un autor seguro de sí mismo que se siente
llamado a romper con la tradición cultural heredada.
Defensor a ultranza de sus descubrimientos, tiende a
46
crear una nueva ortodoxia y se rodea de colaborado-
res fieles y, a menudo, incondicionales. No es casual
que la relación con algunos de sus discípulos acabara
de manera repentina, con algunas rupturas sonadas.
47
gran pasión intelectual, el sociólogo francés aboga
por una ciencia social unificada.
Efectivamente, la trayectoria de Bourdieu se ca-
racteriza por una gran curiosidad ligada a una vitali-
dad extraordinaria y a una capacidad de trabajo casi
enfermiza. El ejercicio del oficio de sociólogo –con-
fiesa– le permite conocer y vivir intensamente sin re-
nunciar a vivir todas las vidas posibles. Esta amplitud
temática conllevaba, naturalmente, cierto peligro de
dispersión:
“Pero esta dispersión era también una manera –un poco extraña,
sin duda– de trabajar para reunificar una ciencia social fictíciamen-
te fragmentada y de rechazar en la práctica la especialización que,
impuesta por el modelo de las ciencias más avanzadas, me parecía
del todo prematura en el caso de una ciencia que estaba en sus
inicios.”
48
La reproducción social y cultural
49
La tarea de Pierre Bourdieu se puede resumir co-
mo el descubrimiento o la revelación de un fracaso
extraordinario e inesperado: el de la creación, en el
seno de la modernidad, de nuevas formas de privile-
gio y la discriminación entre los iguales (Giner, 1990).
Este proceso contradice una de las aspiraciones má-
ximas que inspiran el proyecto ilustrado.
En su obra, Bourdieu teoriza una dimensión du-
rante mucho tiempo ignorada de la lucha de cla-
ses. Bourdieu denuncia las formas de desigualdad en
las sociedades modernas, pero no solamente las de-
sigualdades de orden material y económico, sino tam-
bién las de origen cultural. Bourdieu señala –inspi-
rándose en Durkheim– que toda clase o grupo social
tiende a dotarse de los medios necesarios para per-
petuarse en el tiempo a través del paso de las gene-
raciones (más allá de la finitud de los agentes indivi-
duales en que se encarna). Subraya, en este sentido,
la importancia que tiene la herencia cultural en las
familias burguesas. Las estrategias de reproducción
social en estas familias no dependen únicamente del
capital económico, ni tampoco (solo) de las apuestas
que se hacen en el mundo educativo, sino que depen-
den (también) de una herencia cultural de clase que
coloca al burgués en una posición de clara superio-
ridad cultural en todos los ámbitos de la vida y, lógi-
camente, también en el mundo escolar: “[...] el capi-
tal cultural incorporado de las generaciones anterio-
res funciona como un tipo de adelanto [o anticipo] (en
el doble sentido de ventaja inicial y de crédito o des-
50
cuento) que, al asegurarle de entrada el ejemplo de la
cultura personificada en unos modelos familiares, le
permite empezar desde el origen, es decir, de la ma-
nera más inconsciente y más insensible [...]”. (Bour-
dieu, 1988: 69).
Según la concepción meritocrática, una de las
principales tareas del sistema educativo –que a me-
nudo pasa desapercibida– es hacer una selección de
los individuos más “calificados” que, después, entra-
rán a formar parte de la clase dominante. Con el fun-
cionamiento como institución autónoma, la escuela
y el sistema educativo contribuyen a la reproducción
de la estructura social y a la vez contribuyen a hacerla
legítima, puesto que las presentan como estructuras
esencialmente meritocráticas.
Este hecho se patentiza especialmente en su tra-
bajo de investigación titulado Les héritiers, les étudiants
et la culture (1964) y posteriormente en una de sus
obras más conocidas y controvertidas: La reproduction
(1970). En los dos trabajos reencontramos, de ma-
nera clara, la preocupación por el tema de la cultu-
ra y las instituciones educativas como instrumentos
de dominación y de legitimación de las estructuras
de desigualdad social. Esta preocupación por el pa-
pel de las instituciones educativas culmina –bastan-
tes años más tarde– en La noblesse d’état, grandes éco-
les et esprit de corps (1989). Se trata de un trabajo bas-
tante voluminoso sobre lo que representan, en Fran-
cia, las grandes écoles (la Escuela Normal, la Escue-
la Nacional de Administración, la Escuela de Minas,
51
etc.). Así pues, cada una de estas escuelas deviene la
principal vía de colocación y promoción de las diver-
sas fracciones de la clase dominante. Así –por ejem-
plo– los altos cargos del cuerpo funcionarial envían
sus hijos a la Escuela Nacional de Administración.
Según Bourdieu, en estos centros es donde se lleva a
cabo la gran selección de las personas que más tarde
serán los agentes que ocuparán el campo de poder
en Francia. Bourdieu hace evidente la red de relacio-
nes que mantienen estas escuelas entre sí e, incluso,
las oposiciones mutuas que reflejan las diferencias y
las oposiciones en el seno de la misma “clase domi-
nante”.
52
haya universalizado el acceso a la escuela no quiere
decir que se haya modificado –en términos reales–
la igualdad de oportunidades. El sistema escolar, en
virtud de su autonomía relativa, y a pesar de que esta-
blece un sistema de igualdad formal de oportunida-
des, produce una desigualdad real en cuanto a opor-
tunidades.
Bourdieu constata que esta desigualdad no es de-
bida, únicamente, a motivos de carácter objetivo o
estructural. Bourdieu pone de relieve la importancia
que, en ciertas circunstancias, pueden tener las expec-
tativas vocacionales de los jóvenes, que están vincula-
das a un habitus determinado de clase. La expectativa
del joven de mejorar su destino profesional a través
de la escuela se ajusta de una manera bastante apro-
ximada a sus posibilidades objetivas y está marcado
por el origen social de la familia. Esto es así –dice
Bourdieu– porque, dejándose llevar por las intuicio-
nes de un tipo de “sentido práctico”, que es produc-
to de una larga experiencia y de determinadas condi-
ciones sociales, anticipan la necesidad inmanente al
curso del mundo.
Muchos estudiantes, en una edad temprana, de-
sertan del mundo escolar y renuncian a continuar los
estudios porque asumen resignadamente su “destino
social”. Expresado en palabras de Francesco Albero-
ni:
53
“Muchas personas, sobre todo las que provienen de regiones más
pobres, con pocas oportunidades, tienden a desarrollar un pesimis-
mo básico, una desconfianza hacia ellos mismos y hacia los otros,
que es como una preparación al fracaso, a los malos resultados.
Dicen que no saldrán adelante nunca, que no hay nada que hacer,
que todo ya está decidido de la peor manera, desde el primer mo-
mento. Evitan así la desilusión del fracaso, pero al mismo tiempo
lo hacen inevitable.”
Alberoni, 1988.
54
Bernstein, los autores ponen de manifiesto que la en-
señanza se organiza en Francia según formas ocultas
de diferenciación: hay una gran afinidad (parecido)
entre la lengua y la cultura académica (que aparece
como una cultura objetiva y universal), y la lengua y
la cultura de la burguesía francesa.
Esta afinidad no se produce solamente en el te-
rreno lingüístico. El mundo escolar está lleno de ri-
tuales o de acciones “gratuitas”, de carácter similar a
las que hay en el “mundo burgués”:
55
liaridad y una facilidad “innata” que definen la rela-
ción de los “burgueses” con la “cultura legítima”. Las
cualidades burguesas son una de las aptitudes más
importantes que el sistema educativo valora, aunque
no enseña, y que a menudo los profesores esperan de
sus alumnos. Los individuos que no tienen este ba-
gaje y estas disposiciones culturales que no han “ma-
mado” en el ambiente familiar tienen más dificulta-
des y han de hacer un esfuerzo muy grande, que a
menudo resulta infructuoso.
Se da el hecho paradójico de que, dentro del sis-
tema escolar, a menudo no se reconocen los valores
“escolares” que la institución pretende inculcar, y en
cambio se valora el desparpajo y la seguridad que da
la relación burguesa con la cultura. Los criterios de
selección que actúan en el ámbito educativo general-
mente permanecen ocultos. No son explícitos, pero
pueden ser decisivos.
Esta “cultura ociosa” que se usa, implícitamen-
te, como criterio de selección, coloca en situación
de desventaja a los miembros de las clases popula-
res que, por su procedencia y formación, no están
familiarizados con la cultura escolar. Para integrarse
en la escuela, por ejemplo, los estudiantes originarios
del campo tienen que hacer un esfuerzo importante
y han de romper, a menudo de manera traumática,
con la cultura de origen: tienen que sufrir un fuerte
proceso de aculturación.
56
La ideología carismática
57
que ve la inteligencia como un don natural y no co-
mo una capacidad que también es producto de un
proceso de instrucción y de entrenamiento.
En virtud de la ideología carismática, se tiende a
negar sistemáticamente el nexo existente entre educa-
ción y cultura o entre inteligencia y educación. La esencia
de la cultura –dice Bourdieu, irónicamente– consiste
en poseerla sin haberla adquirido nunca. Para que la
cultura pueda ejercer su función de legitimación de
los privilegios heredados, es una condición necesa-
ria y suficiente que se olvide el nexo (claro y oculto)
que hay entre cultura y educación (Bourdieu y Dar-
bel, 1966).
58
En este estudio sobre el público de los museos
en Europa se constata que hay importantes diferen-
cias en la asistencia a las galerías de arte y los museos
según la procedencia y la clase social de origen. Por
ejemplo, el nivel de asistencia a los museos de las per-
sonas de origen humilde es muy bajo, y este hecho
se acentúa aún más cuando se trata de exposiciones
de arte moderno. Las personas de la clase trabajado-
ra experimentan una mezcla de hostilidad y venera-
ción por estas instituciones, pero raramente ponen
los pies en ellas. En realidad rechazan la alienación de
las instituciones de la “cultura legítima” respecto a la
cual ellos no se sienten preparados. En realidad, con-
sideran el acceso a los bienes culturales “como el pri-
vilegio de la clase cultivada”. La estructura del museo
y la disposición de las muestras corresponden a es-
ta ideología estetizante: “el carácter intocable de los
objetos, el silencio religioso que se impone a los visi-
tantes, el ascetismo puritano del equipamiento, siem-
pre escaso y poco confortable, el rechazo casi siste-
mático de toda didáctica, la solemnidad grandiosa de
la decoración y del decoro” contribuyen a hacer de
esta institución un recurso diferencial de quienes in-
gresan en ella y comprenden sus mensajes (Laffor-
gue, 2009).
No es cierta la idea o la pretensión dominante de
que el público de los museos y las galerías de arte es
un público más o menos indiferenciado y universal.
Bourdieu quiere demostrar, precisamente, que el ac-
ceso al “gran” arte no es una cuestión de virtud o
59
de don individual, sino de herencia cultural y de edu-
cación. “El acceso de los estetas a la universalidad
es el producto de un privilegio: tienen el monopolio
de aquello que es universal [...] podemos decir que
el ‘gran’ arte es más universal, pero las condiciones
de apropiación de este arte no están universalmente
distribuidas” (Bourdieu, 1994: 65).
En estos trabajos se subraya el valor “enclasante”
de la cultura del museo, un aspecto que se da de ma-
nera mucho más acentuada, todavía, que en el mun-
do escolar: “[... ] si esta es la función de la cultura: y
si el amor al arte es el signo vivo de la elección que
separa, como una barrera invisible o insuperable, a
todos aquellos ‘tocados’ de los que no han recibido
esta gracia, se comprende que los museos, en la reali-
zación de su función, pongan de manifiesto –incluso
en los más mínimos detalles– su función latente: la
de reforzar en unos el sentido de pertenencia y en los
otros, el sentido de exclusión” (Bourdieu y Darbel,
1966: 141).
60
La distinción
“[...] los juegos de los artistas y estetas y sus luchas por el mono-
polio de la legitimidad artística son menos inocentes de lo que pa-
recen; no existe ninguna lucha relacionada con el arte que no tenga
también por apuesta la imposición de un arte de vivir, [...]”
Gustos y disgustos
61
a las personas en su grupo social o en su clase social
de procedencia.
En La distinction (1979) –que nos ofrece un magní-
fico retrato histórico de las formas de distinción cul-
tural en Francia– Bourdieu considera que la perso-
na distinguida es la que sigue de manera escrupulosa
las formas y los modelos arquetípicos de conducta
vigentes en su grupo de pertenencia. Ahora bien, las
manifestaciones culturales y las afirmaciones del gus-
to no son, generalmente, producto de una elección
consciente y estratégica del individuo. El comporta-
miento cultural es producto del habitus, que es una
disposición “desinteresada” que impregna y da una
coherencia formal a todas las formas de comporta-
miento, y orienta las decisiones que organizan la vida
cotidiana de las personas.
En la teoría de la distinción de Bourdieu hay sub-
yacente el análisis de este fenómeno a partir de un
solo criterio básico, que es el gusto. Este deviene el
criterio de elección y discernimiento primordial, que
está en el centro de las elecciones que configuran las
formas y el estilo de vida de un grupo o de una clase
social determinada.
La distinción significa hacer legítima la arbitrarie-
dad del gusto propio, transformado este en algo ab-
soluto y en instrumento de poder. La distinction se
podría sintetizar mediante una fórmula breve: la bur-
guesía impone, mediante la legitimación del gusto
propio, la legitimidad del dominio propio.
62
Con este análisis sobre la genealogía del domi-
nio simbólico, Bourdieu contradice el prejuicio im-
perante, que considera la cultura como un ámbito de
reunión, de consenso y de reconciliación entre los di-
versos grupos sociales. La cultura es a la vez un pri-
vilegio y un instrumento de violencia simbólica.
Para construir su teoría sociológica de la percep-
ción estética, Bourdieu se distancia de los discursos
de la estética tradicional y busca en la estructura de
clases de una sociedad las raíces o la base de las dis-
tintas concepciones estéticas. Los gustos tienen una
profunda base social y son producto, sobre todo, de
la educación que se logra en el ámbito familiar. El
texto se iniciaba con una demoledora encuesta sobre
los gustos musicales a propósito de tres obras: el Cla-
ve bien temperado de Bach, el Danubio azul de Strauss
y Rhapsody in Blue de Gershwin. A pesar de la indis-
cutibilidad, la intimidad y la irrenunciabilidad de los
gustos, resulta que los profesores de Enseñanza Su-
perior, intelectuales y artistas, escogían masivamente
a Bach, la clase media y los cuadros administrativos a
Gershwin, y la clase obrera se inclinaba mayoritaria-
mente por el Danubio azul (Lafforgue, 2009). Como
se pone de manifiesto en La distinction, los gustos tie-
nen un carácter relacional: el buen gusto, legítimo de
la alta burguesía, se distingue a la vez del gusto pre-
tencioso de las capas medianas y del gusto vulgar de las
clases populares. Las elecciones estéticas se constitu-
yen por oposición a las de los grupos más próximos
en el espacio social, con las cuales la competencia es
63
directa e inmediata. La afirmación de los gustos pro-
pios y las diversas formas de intolerancia estética es-
conden a menudo un alto grado de intolerancia y de
violencia social. El gusto legítimo se manifiesta en for-
ma de disgustos y es una toma de distancia respecto de
los otros gustos.
Los gustos –es decir, las preferencias manifesta-
das– son la afirmación práctica de una diferencia
inevitable. No es por casualidad que, cuando se tie-
nen que justificar, se afirmen de manera plenamen-
te negativa, mediante el rechazo a otros gustos: en
materia de gustos, más que en cualquier otra materia,
toda determinación es negación, y los gustos son, sin
duda y sobre todo, disgustos, hechos horrorosos o
que producen una intolerancia visceral (es asqueroso)
por los gustos de los otros. Sobre gustos y colores
no se discute: no porque todos los gustos estén en
la naturaleza, sino porque el gusto se siente fundado
por naturaleza –y casi lo está, puesto que es habitus–;
esto equivale a condenar a los otros en el escándalo
de aquello antinatural.
El habitus cultural
La noción de habitus surge en el contexto de una teoría general de la
práctica y resulta un concepto clave para comprender las reflexio-
nes de Bourdieu sobre la cultura. Bourdieu considera que la con-
cepción humanista de cultura, vinculada al arte y a la experiencia
estética, es demasiado restrictiva. Desde la perspectiva del autor
francés, cultura, en sentido amplio, comprende todo aquello que se
hace relacionado con determinado habitus de clase y que engloba
64
formas y estilos de vida. El habitus es como una segunda naturaleza
de origen cultural que orienta las elecciones relativas a la comida,
al vestido, al mobiliario, a los espectáculos que se disfrutan, etc.
A la vez, el habitus impregna la manera de moverse, la manera de
hablar y el gesto.
65
tradicional” (Mauss, 1971: 377). Las técnicas “corporales” confor-
marían una “idiosincrasia social”, es decir, un conjunto de dispo-
siciones corporales marcadas por la educación recibida. Los valo-
res sociales no se asientan en una realidad exclusivamente mental,
sino también corporal. Se interiorizan de una manera casi carnal
y arraigan en lo más profundo de nuestros cuerpos. Y esto es así
puesto que cuando se encarnan, se ilustran en la misma motrici-
dad. Todas nuestras posturas, miradas y movimientos delatan los
códigos culturales que hemos interiorizado.
66
La cultura burguesa
67
valga sobre la función. Y es que hace falta una gran
familiaridad (nunca mejor dicho) y una particular dis-
posición desinteresada con las formas de la “cultura
legítima”.
La alta burguesía es una clase que se siente segura
de sí misma, y esto explica el rechazo de todo aquello
que resulte demasiado vistoso, frívolo o superfluo.
En el ámbito burgués se desprecia la intención de dis-
tinguirse y se valora, en cambio, la elegancia de la dis-
tinción espontánea y contenida que parece natural.
Esta es una de las paradojas más instructivas del fe-
nómeno de la distinción burguesa en contraposición
a la distinción del nuevo rico o a la misma distinción
aristocrática: la persona distinguida hace ostentación
de la discreción propia. Se trata –haciendo uno de los
juegos de palabras que tanto gustan a Bourdieu– de
una “elegancia sin busca de elegancia”, de una “dis-
tinción sin busca de distinción”.
El gusto burgués y sus formas de distinción imitan
o (re)interpretan, de una manera más discreta y aus-
tera, las formas de distinción expresivas de la antigua
aristocracia. Bourdieu describe las formas caracterís-
ticas del buen gusto propio de las clases dominantes
y lo califica como “el gusto de libertad”, y da por he-
cho que las clases dominantes están en condiciones
de imponer su estilo de vida y sus principios estéticos
al resto de las clases sociales.
En contraposición al buen gusto y a las formas
discretas y distinguidas de las clases dominantes, el
gusto de las capas intermedias o de la pequeña bur-
68
guesía se caracteriza por su aire ampuloso y enfático,
por la pretensión de lograr los estándares de excelen-
cia cultural de la alta burguesía. Según Bourdieu, el
modelo de comportamiento y el estilo de vida de los
sectores sociales intermedios consiste en imitar e in-
tentar lograr los modelos de las capas superiores; la
buena voluntad cultural de la pequeña burguesía es
pretenciosa y a la vez poco afortunada, porque la bus-
ca de distinción pone de manifiesto una carencia y
equivale a la negación propia. En la busca deliberada
de distinción, el pequeño burgués delata, a menudo
involuntariamente, su condición y su origen social.
Las formas de distinción cultural del pequeño
burgués son poco exitosas porque se basan en un
sentimiento constante de inseguridad. Y así, paradó-
jicamente, mientras que para las clases que tienen la
competencia cultural la cultura deviene un tipo de
juego, para las capas intermedias la cultura resulta ser
una cosa muy seria. Hay una profunda mitificación
de la realidad cultural.
Los que son naturalmente distinguidos no tienen
por qué dudar de su competencia, tienen la suerte
y el privilegio de no tenerse que preocupar mucho
ni tomarse demasiado en serio su distinción “natu-
ral”. Los aspirantes o los recién llegados (los nuevos
ricos), en cambio, tienen que aparentar y se toman
muy seriamente las convenciones y las reglas relati-
vas al buen gusto. Esto les aboca a una actitud muy
exigente y a un ademán muy rígido ante la cultura. Se
exponen, naturalmente, a hacer el ridículo.
69
Las arenas de contienda
La dialéctica social
71
dad subjetiva, que hemos interiorizado y hemos in-
corporado. En este sentido, estamos completamente
imbuidos de nuestra condición social.
La dialéctica social se podría sintetizar mediante
las siguientes preguntas: ¿Hasta qué punto los seres
humanos somos actores creativos que controlamos
activamente nuestras vidas? ¿O, por el contrario, gran
parte de lo que hacemos es, en verdad, el resultado
de fuerzas sociales que escapan a nuestro control?
Desde una óptica objetivista la sociedad se impo-
ne como un hecho ineludible. Desde esta perspecti-
va, la sociología tiene que seguir el antiguo precepto
durkheimiano y “tratar los hechos sociales como co-
sas”. En el plano “metodológico”, este punto de vista
estructuralista está orientado hacia el estudio de los
mecanismos objetivos o de las estructuras profun-
das latentes y de los procesos que las producen y las
reproducen. Esta aproximación descansa en técni-
cas objetivistas de investigación (por ejemplo, mues-
tras estadísticas, indicadores, etc.). Así, podemos de-
cir que “existen –en el mundo social mismo, y no so-
lamente en los sistemas simbólicos como el lenguaje,
el mito, etc.– estructuras objetivas independientes de
la conciencia y de la voluntad de los agentes y capa-
ces de orientar o de restringir sus prácticas y sus re-
presentaciones” (Bourdieu, 1987: 147).
El principal mérito del objetivismo es que permi-
te romper con las ideas preconcebidas y con la expe-
riencia inmediata del mundo social tal como es per-
cibido por los mismos actores (y que así es capaz de
72
producir un conocimiento que no es reductible al co-
nocimiento práctico poseído por los actores de carne
y hueso): “La fuerza de esta perspectiva objetivista
o ‘estructuralista’ radica en el hecho de que destruye
la ilusión de transparencia del mundo social” (Bour-
dieu et al., 1968).
Pero el objetivismo también presenta sus limita-
ciones. Al llevar esta perspectiva hasta las últimas
consecuencias hay el peligro de negar la dimensión
subjetiva de la experiencia. El análisis sociológico
tiene que prever, también, las representaciones que
los individuos se hacen del mundo social. El sub-
jetivismo presupone la posibilidad de algún tipo de
aprehensión inmediata de la experiencia vivida por
los otros y da por hecho que esta aprehensión es una
forma de conocimiento del mundo social más o me-
nos adecuada. Esta manera de mirar el mundo social
se acerca más a la vida social tal como es vivida por
los mismos actores protagonistas de la acción social.
Se interesa, en clave weberiana, por el sentido que los
actores otorgan a sus acciones y por los procesos a
través de los cuales construyen sus mundos sociales
en la imaginación. La fenomenología nos acerca a es-
te discurso. Las “técnicas cualitativas” –como la ob-
servación participante, la etnografía y el análisis del
discurso– tienen como objeto, sobre todo, el estudio
de la significación subjetiva de la acción social, pero
hay que complementarlas con una mirada más obje-
tivista.
73
Efectivamente, la ciencia social oscila entre dos
perspectivas aparentemente inconciliables: el objeti-
vismo y el subjetivismo. Este es el principal reto teó-
rico de la sociología durante la segunda mitad del si-
glo xx. Bourdieu sostiene que ambas perspectivas se
encuentran en una relación dialéctica (están profun-
damente interrelacionadas). Las nociones de habitus
y de campo tienen una importancia capital en la crea-
ción del paradigma teórico del autor francés y tienen
la pretensión de resolver la falsa antinomia entre sub-
jetivismo y objetivismo (entre individuo y sociedad
o entre idealismo y materialismo). La tarea del autor
francés ha sido intentar hacer una síntesis nueva que
permita superar el uso de las parejas de conceptos
dicotómicos (paired concepts) que la sociología ha here-
dado de la vieja filosofía social. La noción de campo
tiene una importancia estratégica para resolver esta
falsa antinomia.
La constelación de campos
74
Un campo, por lo tanto, es una esfera de la vida so-
cial que se ha ido autonomizando progresivamente a
través de la historia en torno a cierto tipo de relacio-
nes sociales, de intereses y de recursos propios, dife-
rentes de los otros campos. La autonomización del
campo corresponde –tal como señaló Max Weber en
la teoría de la modernización– al proceso histórico
seguido por las sociedades occidentales que ha dado
como resultado la creciente diferenciación de las di-
versas esferas sociales.
La noción de campo –que culmina la teoría social
del autor francés– ha sido planteada para abordar la
situación en que se encuentran los individuos (con-
vertidos en agentes) que intentan adecuar su com-
portamiento a las circunstancias que les ha tocado vi-
vir. Un campo no es simplemente la suma de actores
que participan. Por ejemplo, el campo periodístico no
se puede explicar únicamente a partir de las caracte-
rísticas individuales de los profesionales de la comu-
nicación. Hay que tener en cuenta, también, el siste-
ma de posiciones que ocupan los periodistas dentro
de su empresa y el peso relativo de las empresas de
comunicación dentro del ecosistema comunicativo.
La posición relativa de estos profesionales y las reglas
de juego dentro del mundo de la comunicación es lo
que explica su actuación individual y los límites de
sus acciones.
La noción del campo, pues, sirve para compren-
der el comportamiento “normal” y harto previsible
de los individuos que actúan en estos ámbitos socia-
75
les con independencia de sus características persona-
les. Huelga decir que la libertad personal de estos in-
dividuos está limitada o condicionada por el contex-
to o por las circunstancias.
La noción de juego
Para comprender la idea de campo es útil recurrir a la metáfora del
juego: un campo es un espacio de juego relativamente autónomo,
con objetivos propios que hay que lograr (envite), con jugadores
compitiendo entre sí y obstinados en diferentes estrategias según
su dotación de cartas y su capacidad de apuesta (capital), pero al
mismo tiempo interesados en jugar porque “creen” en el juego.
Los actores sociales (los jugadores) aceptan las reglas por el simple
hecho de jugar, y no por un contrato; lo hacen con la convicción
de que vale la pena jugar.
76
dos los campos; pero su valor relativo como triunfo varía según
los campos e, incluso, según los estados sucesivos de un mismo
campo” (Bourdieu, 2005).
77
entre los diferentes campos. En algunos campos el
grado de autonomía es muy limitado. El campo pe-
riodístico, por ejemplo, está muy relacionado con el
campo económico, dado que la mayor parte de em-
presas de comunicación se financian mediante la pu-
blicidad (cosa que genera una dependencia económi-
ca respecto de las empresas anunciantes). Por otro
lado, el “campo periodístico” también depende del
mundo de la política, dado que la mayor parte de li-
cencias de radio y televisión que se conceden a las
empresas privadas dependen de una concesión pú-
blica.
Cada campo comporta unos principios de funcio-
namiento conocidos por los agentes que participan
en él. El hecho de que sean instituciones sociales im-
plica admitir que agrupan a un conjunto de indivi-
duos que ejercen un rol social y tienen un conoci-
miento especializado. Para conocer el funcionamien-
to de un campo es importante conocer el bagaje cul-
tural de los agentes. Este bagaje cultural es el habitus
que, como ya se ha dicho, es un sistema de disposi-
ciones que los agentes han adquirido a través de la
experiencia. Esto quiere decir que los agentes com-
parten (aunque sea mínimamente) los mismos obje-
tivos y valores que presiden el juego. El habitus con-
lleva la interiorización de determinado tipo de con-
diciones económicas y sociales que encuentran en su
actuación en el campo una ocasión más o menos fa-
vorable para actualizarlas. (Así, por ejemplo, la elec-
ción de las noticias que realizan los periodistas se ha-
78
ce por “intuición”. Es el resultado de la interioriza-
ción de una serie de hábitos institucionales converti-
dos en normas.)
Los campos no son estáticos y evolucionan a lo
largo del tiempo. Para conocer la dinámica de un
campo hay que conocer su génesis histórica y su evo-
lución particular. El campo periodístico se mantiene
o se transforma en función de los conflictos que hay
entre las fuerzas que constituyen el campo, con el ob-
jeto de lograr el poder y de conseguir la autoridad.
Por ejemplo, podemos destacar la relevancia que ha
logrado la televisión dentro del sistema comunicativo
y la pérdida del peso específico de la prensa (Bour-
dieu, 1996). También podemos hacer mención de los
retos que comporta el proceso de digitalización y la
irrupción de internet para los grupos de comunica-
ción multimedia.
Finalmente, Bourdieu considera que hay cierta ar-
monización entre los diferentes campos. Hay algunos
campos, no obstante, como el campo económico y
el campo del poder, que se mantienen a un nivel je-
rárquicamente superior a otros campos. Este campo
“superior” es el lugar donde el código dominante se
mantiene absolutamente eficiente y se impone a to-
dos los efectos.
79
Violencia simbólica
“Los más desposeídos, los más carentes, son quizás aquellos que
han perdido la lucha simbólica por ser reconocidos, por ser acep-
tados como una parte de una entidad social reconocible, en una
palabra, como una parte de la humanidad”.
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en la lucha por el reconocimiento y el prestigio de
los grupos socialmente dominantes. Para Bourdieu,
la cultura es la continuación de la guerra, pero por
otros medios.
La mayor parte de los trabajos de Bourdieu ver-
san sobre el tema de la cultura. Se podría decir, no
obstante, que a Bourdieu no le interesa el tema de
la “cultura” en sí mismo, sino como instrumento de
poder y como mecanismo de reconocimiento social
por los grupos dominantes. El sociólogo francés es-
tudia las prácticas culturales y los comportamientos
humanos desde la perspectiva del conflicto. Quizás,
exagerando un poco, se puede decir que, para Bour-
dieu, la sociedad se encuentra, también en épocas de
paz, en estado de guerra permanente. El conflicto es
inherente a la vida social. Toda acción social, incluso
las prácticas aparentemente más inocentes, relacio-
nadas con la adquisición del lenguaje y de la cultura,
son contempladas como un arma (o una forma de
capital) a manos de los actores sociales (“jugadores”)
que intentan mejorar su posición en su campo social.
Inspirándose en la noción de dominación de Max
Weber, Pierre Bourdieu elabora su teoría de la vio-
lencia simbólica, que comporta una forma de domina-
ción social casi invisible que se ejerce con la complici-
dad tácita de quienes la sufren. Se trata de una forma
de dominación que tiene una eficacia extraordinaria,
dado que no la percibe ni quien la ejerce ni tampo-
co quien la sufre. La violencia simbólica se basa en
medios más sutiles que las formas de dominación y
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de violencia más convencionales: la violencia simbó-
lica es, para decirlo de la manera más sencilla posi-
ble, aquella forma de violencia que se ejerce sobre un
agente social con su complicidad (Bourdieu, 1997).
La violencia simbólica constituye el principal me-
canismo de reproducción social y el medio más po-
tente de mantenimiento del orden social. En el ámbi-
to de la cultura –y de una manera particular en el sis-
tema de enseñanza– es donde se pueden reconocer
más claramente los mecanismos de la violencia sim-
bólica. La escuela no es neutra. Es un ámbito institu-
cional donde se impone la cultura socialmente legíti-
ma: “Toda acción pedagógica es objetivamente una
violencia simbólica como imposición, por parte de
un poder arbitrario, de un arbitrario cultural” (Bour-
dieu y Passeron, 1977: 45).
Bourdieu señala la tendencia, inherente en los sec-
tores sociales modestos, a dejarse dominar. Esto no
significa que los individuos dominados estén dis-
puestos a aceptarlo todo, pero generalmente tienden
a tolerar situaciones que para la mayor parte de no-
sotros (los intelectuales) serían intolerables. “Se trata
de un mecanismo formidable, como el sistema im-
perial –un maravilloso instrumento ideológico, más
grande y más poderoso que la televisión o la propa-
ganda–. Esta es la principal experiencia que yo quiero
comunicar. La capacidad de resistencia y disidencia
es muy importante; existe, pero no allá donde noso-
tros la buscamos; adopta otras formas” (Eagleton y
Bourdieu, 1991).
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Bourdieu considera que para que un sistema de
dominación sea efectivo, las relaciones de domina-
ción han de ser reconocidas como legítimas por parte
de todos, tanto por parte de los dominantes como de
los dominados, de forma que los dominados se ad-
hieran “naturalmente”, y de manera casi inconscien-
te, a la orden imperante. “Si hay que recordar que los
dominados contribuyen siempre a la propia domina-
ción, también es indispensable subrayar en el mis-
mo sentido que las disposiciones que los inclinan ha-
cia esta complicidad son el efecto, incorporado, de la
propia dominación” (Bourdieu, 1989: 12).
La violencia simbólica permite algo extraordina-
rio: que los dominados acepten la visión y la división
del mundo social que les representan los dominantes.
Los dominados se piensan a sí mismos y al conjun-
to de sus relaciones con los dominantes con las ca-
tegorías mentales proporcionadas por estos últimos,
permitiéndoles a ellos economizar en otros tipos de
violencia (Lafforgue, 2009).
El estudio de las relaciones de género ha permi-
tido a Bourdieu poner en evidencia los mecanismos
de la violencia simbólica.
84
bólicas de la comunicación y el conocimiento o, más exactamente,
del desconocimiento, del reconocimiento o, en última instancia,
del sentimiento. Esta relación social extraordinariamente ordinaria
ofrece, pues, una ocasión privilegiada para captar la lógica de la
dominación ejercida en nombre de un principio simbólico cono-
cido y reconocido tanto por el dominante como por el dominado,
una lengua (o una pronunciación), un estilo de vida (o una manera
de pensar, de hablar o actuar) y, más en general, una característica
distintiva –emblema o estigma– de lo más eficaz simbólicamente
es la característica corporal, perfectamente arbitraria y no predic-
tiva, del color de la piel.”
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tablece entre, por un lado, unas estructuras sociales
como las que se expresan en la organización social
del espacio y del tiempo y en la división sexual del
trabajo y, del otro, las estructuras cognitivas inscritas
en el cuerpo y el espíritu (Bourdieu, 2005).
Para acabar, creo que la mirada de Bourdieu está
teñida de una especie de fatalismo antropológico que
en ciertas ocasiones le hace sobrevalorar la fuerza de
los dominadores y, a menudo, despreciar la capacidad
de lucha y de resistencia de los dominados. Una lec-
tura radical de sus textos nos puede llevar, muy pro-
bablemente, al pesimismo y al derrotismo, a la nega-
ción del sujeto como actor social libre y responsable
de sus actos. Sin embargo, no se puede dudar de que
estamos ante una aportación fundamental al estudio
de las relaciones de poder en la sociedad contempo-
ránea.
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Cronología
1930
Nace el primero de agosto en un hogar modesto de Denguin, pue-
blo situado en la región de Bearn (departamento de los Pirineos
Atlánticos). Hijo de Noémie Duhau y Albert Bourdieu.
1941/1947
Estudia en el Liceo Louis Barthou de la ciudad de Pau. Bourdieu
vivió internado durante los años difíciles de la Segunda Guerra
Mundial. En varias ocasiones hace referencia a las condiciones du-
rísimas que comporta el régimen de internamiento.
1948/1951
Se traslada a París e ingresa en el prestigioso Liceo Louis-le-Grand
(el mismo al cual asistió Émile Durkheim). Bourdieu ya tiene 18
años. Son los años de la posguerra de gran efervescencia, en los
cuales París recupera el papel de capital de la cultura europea.
1951/1954
Supera el examen de ingreso para acceder a la prestigiosa Éco-
le Normale Supérieure (ENS), donde estudió filosofía de 1951 a
1954. Estudia paralelamente en la Facultad de Letras de París.
1954/1955
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Trabaja como profesor de filosofía en el Liceo de Moulins.
1955
Obtiene la agregación de filosofía, una de las disciplinas que en-
tonces disfrutaban de mayor prestigio universitario a escala euro-
pea.
1955/1958
Servicio militar en Argelia.
1958/1960
Asistente en la Facultad de Letras de Argel. Trabaja como profesor
ayudante e investiga la cultura bereber, la agricultura tradicional y
el trabajo en Argelia. En estos años estudió la lengua árabe y la
lengua de la Cabilia.
1960
Vuelve a París. Empieza a trabajar como asistente de Raymond
Aron en la Facultad de Letras y de lasCiencias Humanes de París.
1961
Se convierte en secretario general del Centre de Sociologie Euro-
péenne de l’Éducation et la Culture (CSE). Allí coincide con Jean-
Claude Passeron.
1960/1962
Da clases en la Universidad de París. En un primer momento, se
le concede el puesto de asistente en la Facultad de Letras de esta
ciudad.
1962/1964
Da clases en la Universidad de Lille.
1961/1964
Es coordinador de conferencias en la Facultad de Letras de Lille.
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1962
Se casa con Marie-Claire Brisard. Tendrán dos hijos.
1964
Establece la residencia definitiva en la ciudad de París.
1964/1984
Profesor en la Escuela Normal Superior. Director del Centro de
Sociología de la Educación y Cultura en la Ècole des Hautes Etu-
des en Sciences Sociales (EHESS) y en el Centre Nationale du Re-
cherches en Sociologie (CNRS). Posteriormente, cuatro años más
tarde, se convertirá en el director del CSE.
1964
Ingresa en el cuerpo de profesorado de la École des Hautes Études
en Sciences Sociales.
1964/1992
Lleva a cabo una esforzada actividad en el mundo editorial, ini-
ciando la colección “Le sens commun” dentro del sello Les Édi-
tions de Minuit.
1968
Funda el Centre de Sociologie Européenne. Inicia un proyecto de
investigación colectiva, extensa y pionera sobre el mantenimiento
de los sistemas de poder por medio de la transmisión de una cul-
tura dominante.
1972/1973
Profesor visitante en el Institute for Advanced Studies de Prince-
ton. Es miembro de la American Academy of Arts and Sciences.
1974/1976
Es miembro del consejo científico del Max Planck Institute für
Bildungsforschung.
89
1975
Funda y dirige, con el apoyo de Fernand Braudel, la revista Actes
de la Recherche en Sciences Sociales, revista centrada en la publicación
de artículos de investigación que muestran los mecanismos por los
cuales la producción cultural ayuda a sostener la estructura domi-
nante de la sociedad.
1975/2002
Miembro del consejo asesor del American Journal of Sociology.
1981
Obtiene la prestigiosa cátedra de sociología del Collège de France.
Pronunció la famosa Leçon sur la leçon.
1981
Es nombrado director de estudios de la École des Hautes Études
en Sciences Sociales y fue elegido miembro de la Academia Euro-
pea de las Ciencias y las Artes.
1982/2002
Es designado profesor titular de la Cátedra de Sociología en el
prestigioso Collège de France.
1985/2002
Director del Centro de Sociologie Européenne (CSE) y la École
des Hautes Études en Sciences Sociales (EHSS).
1989
Funda Liber. Revue Internationale des Livres.
1989
Reconocido como doctor honoris causa por la Universidad Libre
de Berlín.
1991
Es miembro del consejo científico del Instituto Magreb-Europa.
90
1993
Es honrado con la medalla de oro del Centre Nationale du Recher-
ches en Sociologie (CNRS).
1996
Funda la editorial Liber-Raisons d’Agir. Doctor honoris causa por
la Universidad Johann-Wolfgang-Goethe de Frankfurt.
1996
Doctor honoris causa por la Universidad de Atenas. Es condeco-
rado con el Erving Goffman Prize por la University of Califor-
nia-Berkeley.
1997
Le es entregado el premio Ernst Bloch de la ciudad alemana de
Ludwigshafen.
1998
Asociación Raisons d’Agir.
2002
El 23 de enero de 2002 muere de cáncer en el hospital de Saint-
Antoine de París a la edad de 71 años.
91
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95
Glosario
97
de la reproducción y legitimación de las estructuras de desigual-
dad social.
98
con una gracia especial. Se puede definir el habitus, al estilo de
Bourdieu, como “el sistema de disposiciones adquiridas (mar-
ca incorporada de la biografía social), que es a la vez principio
generador de prácticas objetivamente clasificables y sistema de
clasificación de estas prácticas”. Las disposiciones que consti-
tuyen el habitus son inculcadas, estructuradas, durables, genera-
tivas y transponibles. Bourdieu afirma que las manifestaciones
culturales y las afirmaciones del gusto no son, generalmente, el
producto de una elección consciente y estratégica del individuo,
sino más bien una disposición “desinteresada” que impregna y
da una coherencia formal a todas las formas de comportamien-
to, y orienta las decisiones que organizan la vida de las personas.
La noción de habitus es fruto de un pensamiento dialéctico. Este
concepto permite a Bourdieu postular como principio genera-
dor de las prácticas una intencionalidad sin intención, una re-
gularidad sin sumisión consciente a una regla, una racionalidad
sin cálculo y una causalidad no mecanicista.
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producir las desigualdades de clase. El funcionamiento del sis-
tema educativo –como un sector institucional autónomo– con-
tribuye a la reproducción de la estructura de desigualdad social
y a la vez ayuda a presentarla como legítima.
100
Violencia simbólica: Tipo de violencia que se ejerce sobre
un actor social con su complicidad. La propia víctima de una
situación social injusta puede comprender su dominación como
un hecho lógico y natural.
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