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Pierre Bourdieu. La vida como combate

Book · March 2016

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1 author:

Jordi Busquet Duran


Universitat Ramon Llull
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Pierre Bourdieu
La vida como combate

Jordi Busquet
Director de la colección: Jordi Busquet
Editor de la colección: Jordi Bertran

Diseño de la colección: Editorial UOC


Diseño del libro y de la cubierta: Natalia Serrano

Primera edición en lengua castellana: octubre 2014

© Jordi Busquet, del texto

© Editorial UOC, de esta edición


Gran Via de les Corts Catalanes, 872, 3ª. planta, 08018 Barcelona
http://www.editorialuoc.com

Realización editorial: Oberta UOC Publishing, SL

ISBN:

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada, reproducida,
almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio, sea éste eléctrico, químico, mecánico,
óptico, grabación, fotocopia, o cualquier otro, sin la previa autorización escrita de los titulares del copyright.
Qué quiero saber

Lectora, lector, este libro le interesará si usted


quiere saber:

• Por qué Pierre Bourdieu es uno de los intelectua-


les europeos más reputados, más influyentes y, a
la vez, más controvertidos del siglo xx.
• Cómo influyeron los orígenes familiares y cultu-
rales en su concepción del mundo.
• Cómo rompió moldes e innovó en el terreno de
la teoría y la investigación sociológica con la crea-
ción de las nociones de habitus y de campo).
• Por qué ve la cultura y la educación como un ele-
mento legitimador del poder y de los privilegios.
• Cuál es el secreto de la distinción cultural.
• Qué es la violencia simbólica. Qué enigmas sos-
tienen el sistema de poder.
• Cómo su compromiso con los marginados lo con-
vierte en un referente de los movimientos sociales
alternativos
Índice

Qué quiero saber 5

Introducción 9

El arte de la sospecha 11

Las obras y los días 19


Los años de internado 20
Formación filosófica en París 21
Argelia y los primeros estudios etnográficos 23
El retorno a los orígenes: los estudios sobre la
sociedad bearnesa 24
París y la consagración académica 27
Los años ochenta. Tiempo de compromiso 29

El sociólogo ante el espejo 31

El oficio de sociólogo 39
Contra el talante escolástico 39

7
Ascetismo metodológico 41
El Picasso de la sociología 45
La ruptura de los límites 47

La reproducción social y cultural 49


Los herederos de la cultura 52
La ideología carismática 57
Los templos de la cultura 58

La distinción 61
Gustos y disgustos 61
La cultura burguesa 67

Las arenas de contienda 71


La dialéctica social 71
La constelación de campos 74
Las características del campo 77

Violencia simbólica 81

Cronología 87

Bibliografía 93

Glosario 97

8
Introducción

Pierre Bourdieu

(Denguin, 1 de agosto de 1930 - París, 23 de enero de 2002)

“Es algo que siento fuertemente y que experimenté con mucha in-
tensidad en dos momentos de mi vida: cuando ingresé en la Éco-
le normale y cuando fui nominado para el Collège de France. A
lo largo de mis estudios en la École normale, me sentí tremenda-
mente incómodo. Tengo recuerdos muy vividos de la descripción
que hizo Groethuysen171 de la llegada de Rousseau a París que
para mí fue como una iluminación [...]

En Francia, venir de una provincia distante, haber nacido al sur


del Loira, dota a uno de ciertas propiedades que no carecen de
paralelo con la situación colonial. Otorga un tipo de externalidad
objetiva y subjetiva y pone a uno en una relación particular con
las instituciones centrales de la sociedad francesa y, por tanto, con
la institución intelectual. Formas sutiles (y no tan sutiles) de racis-
mo social vuelven a uno muy perspicaz: que nos recuerden cons-

9
tantemente nuestra otredad despierta una permanente vigilancia
sociológica. Ayuda a percibir cosas que los demás no pueden ver
o sentir. Ahora bien, es cierto que soy un producto de la École
normale que traicionó a la École normale, pero había que ser de la
École normale para escribir sobre ella semejantes cosas sin parecer
motivado por el resentimiento...”

Bourdieu, P.; Wacquant, L. (2005). Una invitación a la sociología refle-


xiva (pág. 292-293). Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

“Pedirle a la sociología que sirva para algo siempre es una manera


de pedirle que sirva al poder. Por el contrario, su función científica
es comprender el mundo social, comenzando por el poder. Ope-
ración que no es neutra socialmente y que cumple sin ninguna du-
da una función social. Entre otras razones, porque no hay poder
que no deba una parte –y no la menor– de su eficacia al descono-
cimiento de los mecanismos que lo fundamentan”.

Bourdieu, P. (2003). Cuestiones de sociología (pàg. 29). Madrid:


Istmo.

10
El arte de la sospecha

A estas alturas nadie duda de que Pierre Bourdieu


(Denguin, 1930 - París, 2002) es una de las figuras
más influyentes y, a la vez, controvertidas de la socio-
logía de la segunda mitad del siglo xx. Las contribu-
ciones del autor de La distinction son muy relevantes
desde el punto de vista de la teoría y la investigación
científica. Su principal virtud ha sido hacer compa-
tible una gran vocación teórica –el autor disfrutaba
de una sólida formación filosófica– con una dilatada
experiencia de trabajo de investigación empírica que,
generalmente, contó con la colaboración de investi-
gadores muy preparados.
La obra de Pierre Bourdieu es un ejemplo para-
digmático de imaginación sociológica y comporta un
desafío a la teoría sociológica clásica y, especialmente,
al funcionalismo parsoniano y al marxismo (corrien-
tes dominantes de la sociología europea a mediados
del siglo xx).

11
Bourdieu rehúye las etiquetas que lo han persegui-
do durante toda la vida. A pesar de ser un autor fran-
camente difícil de clasificar, el mismo Bourdieu en un
momento dado caracterizó su paradigma sociológi-
co como “constructivismo estructuralista”, cosa que
equivale a situarse dentro de la corriente construc-
tivista hacia la cual convergen autores como Nor-
bert Elias, Anthony Giddens, Peter Berger y Thomas
Luckman.
En sus memorias, Raymond Aron –personaje ca-
pital de la sociología francesa de la posguerra– dedica
unas palabras a Bourdieu, que fue “discípulo” suyo
y con quien tuvo una relación personal y profesio-
nal muy estrecha durante la década de los sesenta. Le
reconoce un extraordinario talento y capacidad: “en-
tonces ya prometía todo lo que ha conseguido: ser
uno de los grandes de su generación”. Pero después le
reprocha la cara más oscura: “líder de secta, seguro
de sí mismo y dominante, experto en intrigas univer-
sitarias, despiadado con aquellos que le pueden hacer
sombra” (Aron, 1983: 337). A pesar de estas palabras
lapidarias, podemos decir que Bourdieu es una figura
clave de la sociología europea del siglo xx y supone,
dentro de la tradición francesa, un claro continuador
del legado de Auguste Comte, Émile Durkheim y Lé-
vi-Strauss.
La obra de Bourdieu sorprende y desconcierta
por su amplitud y extensión. Su discípulo Loïc J. D.
Wacquant destaca la gama sorprendentemente varia-

12
da de terrenos de investigación especializados que ha
tratado (desde el estudio de los labradores, el arte,
el paro, la escuela, el derecho, la ciencia y la litera-
tura, hasta el análisis del parentesco, las clases, la re-
ligión, la política, el deporte, la lengua, la vivienda,
los intelectuales, el Estado) (Wacquant, 2005). Ante
el conjunto de la obra, es admirable la extraordina-
ria capacidad de trabajo y el hecho de que se prodi-
gara en temas de naturaleza tan diversa. En este sen-
tido, también destaca la multitud de registros y esti-
los empleados en sus trabajos de investigación más
(re)conocidos.
A pesar de la amplitud temática, hay una serie de
cuestiones que trata de manera obsesiva y recurrente
a lo largo de los años. Estas obsesiones van ligadas a
la cuestión del poder y del dominio simbólico. Tam-
bién se centra en el estudio del prestigio y del reco-
nocimiento social, reflexión que inició en la etapa ar-
gelina y que culmina, años más tarde, con La distin-
ction (1979), una de sus obras más celebradas.
Bourdieu es un hombre constante y tenaz. A lo
largo de los años mantiene una serie de intuiciones
fundamentales que constituyen la clave de una obra
que –como sucede en los grandes filósofos– se carac-
teriza por el afán sistematizador. Cómo señala Loïc
J. D. Wacquant, el trabajo de Bourdieu está en perpe-
tuo movimiento, puesto que el autor revisa perma-
nentemente el mismo núcleo de interrogantes, obje-
tos y localizaciones empíricas, a medida que su modo
de pensamiento recurrente y en espiral se despliega a

13
través del tiempo y del espacio analítico (Wacquant,
2005).
Bourdieu va a contracorriente y pone en práctica
la duda metódica, cuestiona las prenociones, las eti-
quetas y las clasificaciones, tanto las de sentido co-
mún como las periodísticas o las administrativas. En
este sentido es un personaje incómodo, inconformis-
ta y que pone en cuestión los dogmas de la tradición
científica heredada. Autor vanguardista, plantea un
cambio radical de paradigma científico. Contrario al
esencialismo de origen aristotélico, el autor francés
es partidario de una metodología que rompa con las
maneras de pensar “realistas” o “sustancialistas”. Por
eso, como veremos más adelante, elabora la noción
de “campo” y propone una manera relacional de pen-
sar la vida social: “si todo aquello real es relacional,
es necesario pensar relacionalmente”.
Trabajador infatigable, nos ha dejado un legado de
más de cuarenta libros (algunos escritos en colabora-
ción con colegas y discípulos), multitud de artículos
en revistas especializadas, entrevistas, conferencias y
documentales. Tras su muerte, se han publicado cen-
tenares de textos sobre su obra. Si quisiéramos hacer
la relación completa de todos los textos publicados
del autor (y sobre el autor) necesitaríamos un libro
mucho más extenso que este que el lector tiene en las
manos (véase, por ejemplo, Delsaut y Rivière, 2002).
Muchos estudiosos ignoran el carácter abierto, en-
sayístico (y, a menudo, provocativo) de algunos traba-
jos de Bourdieu. Tratan sus textos como obras aca-

14
badas, definitivas. No se dan cuenta de que a menudo
son textos de combate. Algunos títulos –ensayo, es-
bozo, elementos para una teoría, etc.– hacen patente
el carácter tentativo y provisional de su trabajo cien-
tífico. Por este motivo el autor ha revisado y ha re-
escrito diversas veces alguno de sus textos más nota-
bles. Por ejemplo, Le sens practique (1980) es un trabajo
fundamental, dado que presenta de manera explícita
y sistemática el marco teórico que le sirve para el aná-
lisis del mundo social. Se trata de una revisión y ac-
tualización de un trabajo anterior, Esquisse d’une théo-
rie de la pratique (1972). (La novedad que comporta la
última versión es que incorpora la noción de campo
con la voluntad de completar su concepción teórica.)
Es difícil hacer un resumen fiel y sistemático,
puesto que el mismo Bourdieu se ha dedicado a re-
visar y a (re)hacer continuamente un sofisticado edi-
ficio teórico que intenta poner a prueba con nuevas
conjeturas y que no da nunca por acabado. Curiosa-
mente, la hipercorrección es una constante en un au-
tor poco dispuesto a admitir públicamente sus erro-
res y poco dispuesto –todo se tiene que decir– a acep-
tar las críticas de los otros. La amplitud de sus intere-
ses y la profundidad de sus trabajos dificulta la sínte-
sis. Por otro lado, el estilo literario (si es que podemos
hablar de estilo) es oscuro y difícil. En una obra re-
pleta de citas y de referencias eruditas le cuesta admi-
tir abiertamente ciertas influencias. Este es uno de los
múltiples enigmas que esconde su producción cientí-
fica. A Bourdieu le gustaba mantener cierto misterio

15
y daba pocas pistas para descifrar el sentido de su tra-
bajo. Se muestra reacio ante los esfuerzos de algunos
de sus discípulos por hacer divulgación de su obra.
El éxito de su trayectoria se debe, posiblemente, en
parte, al carácter laberíntico de su prosa.
A riesgo de simplificar podemos señalar dos eta-
pas fundamentales en la trayectoria de Bourdieu. El
primer periodo se inició con los trabajos sobre la so-
ciedad argelina (en la década de los años cincuenta) y
culmina en 1982, con su nombramiento como cate-
drático del Collège de France. Entonces se produce
un episodio de “consagración”, plasmado en la con-
ferencia inaugural Leçon sur la leçon (1982). El primer
periodo se distingue por la confección de sus herra-
mientas teóricas y por una rigurosa correspondencia
entre los datos recogidos y los procesos de concep-
tualización. El segundo periodo se caracteriza por la
aplicación de su teoría social a multitud de campos
alejados de los campos donde se había gestado ini-
cialmente. Mientras que las obras de la primera etapa
se vinculan con la construcción de su teoría social,
las obras de la segunda entroncan con la extensión y
la aplicación de esta a otros ámbitos (Marqués, 2008).
El libro que el lector tiene en las manos es una
invitación a la obra de Bourdieu. Se ofrece una in-
troducción de todo el conjunto de los trabajos del
autor francés. Hay que pensar que tras su muerte
han proliferado los estudios que focalizan la aten-
ción en algún aspecto parcial de la obra del intelectual
francés: “en realidad, ha sido una práctica común se-

16
leccionar los escritos de Bourdieu atendiendo a una
parcela temática concreta, aislándolo del resto de su
obra” (Marqués, 2008: 149). Hay que recordar, por
ejemplo, que en España los primeros trabajos que se
tradujeron provienen del mundo educativo, pero a
menudo fueron muy polémicos y mal interpretados
al leerlos sin tener en cuenta el contexto general de
la obra de Bourdieu. Ciertamente, hay pocos trabajos
(de calidad) que nos ofrezcan una visión global y sis-
temática de su obra. Tenemos algunas excepciones:
en castellano podemos destacar, por ejemplo, la obra
de Francisco Vázquez (2002): La sociología como crítica
de la razón. Por otro lado, el mismo Bourdieu, junto
con Wacquant, en Una invitación a la sociología reflexiva
(2005), expuso con bastante claridad los elementos
clave de la obra bourdieuana y definió con precisión
la orientación teórica y metodológica.
En las páginas que siguen destacaremos las prin-
cipales aportaciones del autor de Denguin y expon-
dremos, de la manera más clara y concisa posible, su
concepción del mundo. Desgraciadamente las limita-
ciones de tiempo y espacio nos obligan a ser muy se-
lectivos y hemos dejado fuera algunos temas impor-
tantes. Por otro lado, no ha sido fácil tomar distan-
cia respecto de la vida y la obra de un autor de fuer-
te carácter, que entiende su obra fundamentalmente
como una herramienta de combate.
Antes de adentrarnos en su obra, es esencial co-
nocer sus orígenes sociofamiliares, y su propuesta de
socioanálisis, que marcan la personalidad de Bour-

17
dieu y su compromiso científico. El retrato que ha-
cemos a continuación se basa, en buena parte, en su
testimonio directo y en sus propias reflexiones ex-
puestas, sobre todo, en el libro póstumo Autoanálisis
de un sociólogo.

18
Las obras y los días

Pierre Bourdieu nació el primer día de agosto de


1930 en un hogar modesto en Denguin, un pueblo
pequeño de la región de Bearn (departamento de Pi-
rineos Atlánticos). Denguin es un pueblo rural de la
Gascuña francesa que a mediados del siglo xx tenía
cerca de mil quinientos habitantes y sufría –según las
palabras del mismo autor– una “situación de opre-
sión semicolonial”.
Hijo de un modesto funcionario de correos (que
había abandonado el trabajo agrícola), estaba fami-
liarizado, desde pequeño, con el mundo rural, donde
se hablaba gascón (el patois local), que era su lengua
materna y que siguió hablando habitualmente hasta
que inició los estudios de primaria. Estudiante inteli-
gente y laborioso, Bourdieu sufrió la desventaja que
le comportaba tener un origen social, cultural y geo-
gráfico muy modesto en un país en el cual el mundo
político y cultural estaba marcado por el centralismo
de París y por su cultura refinada y elitista. Gracias

19
al esfuerzo y al estudio, consiguió una trayectoria de
éxito y de ascensión social que, paradójicamente, lo
alejó de sus orígenes.

Los años de internado

Bourdieu se formó en el liceo provincial de Pau


(1941-1947), donde vivió internado durante los años
difíciles de la Segunda Guerra Mundial. Él hace refe-
rencia en varias ocasiones a las condiciones durísimas
que comporta el régimen de internamiento. Bourdieu
cita las palabras de Flaubert escritas en lMemorias de
un loco: "Aquel que conoció el internado con doce
años conoce casi todo de la vida". El internado fue
para Bourdieu “una escuela de terrible realismo so-
cial”. Reconoce que la experiencia en el internado
jugÓ un papel importante en la formación de sus
disposiciones: “inclinándome, ciertamente, hacia una
visión realista (flaubertiana) y combativa de las rela-
ciones sociales, que, presente desde mi educación ini-
cial, contrasta con la visión conciliadora, moralizante
y neutralizada que defiende, a mi parecer, la protegi-
da experiencia de las existencias burguesas (sobre to-
do cuando éstas están mezcladas de religiosidad cris-
tiana)” (Bourdieu, 2006). Allá se forjará un carácter
fuerte orientado al realismo y al combate. Observa la
arbitrariedad de las relaciones humanas y descubre la

20
existencia de un mundo social dominado por el jue-
go del servilismo, el oportunismo y la traición.

Formación filosófica en París

En 1948 los padres de Bourdieu, convencidos del


talento de su hijo Pierre, lE matricularon en el famo-
so liceo Louis-le-Grand de París (1948-1951). Bour-
dieu ya tiene 18 años y queda fascinado por la gran-
diosidad de la ciudad. Son los años de la posguerra,
unos años de gran efervescencia en que París recu-
pera el papel de capital de la cultura europea.
En 1951 superó el examen de ingreso a la presti-
giosa École Normale Supérieure (ENS), donde estu-
dió filosofía de 1951 a 1954. Se trata de una de las
instituciones más reconocidas del sistema educativo
francés. Tiene entre sus compañeros de promoción
a Jacques Derrida. Asiste entusiasmado a las clases
y conferencias que imparte Michel Foucault, que en-
tonces era un joven profesor formado en la ENS.
Más adelante establecerá una amistad personal con
Foucault, con quien mantiene notables afinidades.
En París, Bourdieu vive recluido en la ENS de la
rue d’Ulm, entregado en cuerpo y alma al estudio.
Era un alumno destacado, pero no tenía el estilo bri-
llante ni la desenvoltura característica de los buenos
estudiantes originarios de las familias pudientes. En
la école Normal Superior, los hijos de la Élite, mayo-

21
ritariamente parisinos, se movían como peces en el
agua. No sé sentía cómodo: era un mundo aislado,
cerrado, que formaba un grupo muy homogéneo y
propiciaba un distanciamiento intelectual y social del
resto de la sociedad (Lafforgue, 2009). En varias oca-
siones el sociólogo hace memoria y confiesa la sen-
sación de disgusto que le provocaba tener que disi-
mular su acento meridional y sus “maneras provin-
cianas”. Bourdieu se sienTE como un extranjero en
su propio país, cosa que le provoca sufrimiento, pero
que le permite afinar una sensibilidad especial ante
ciertas formas de marginación y “violencia simbóli-
ca”: “En Francia, venir de una provincia distante, ha-
ber nacido al sur del Loira, dota a uno de ciertas pro-
piedades que no carecen de paralelo con la situación
colonial. Otorga un tipo de externalidad objetiva y
subjetiva, y pone a uno en una relación particular con
las instituciones centrales de la sociedad francesa y,
por tanto, con la institución intelectual. Formas suti-
les (y no tan sutiles) de racismo social vuelven a uno
muy perspicaz: que nos recuerden constantemente
nuestra otredad despierta una permanente vigilancia
sociológica. Ayuda a percibir cosas que los demás no
pueden ver o sentir” (Bourdieu, 2005: 293).
En 1955 obtuvo la agregación de filosofía, una de
las disciplinas que entonces disfrutaban de más pres-
tigio universitario a escala europea. Después de un
breve periodo como profesor de instituto de provin-
cias, fue llamado a filas –como muchos jóvenes de
su generación– para servir como soldado del ejército

22
francés durante la guerra de independencia de Arge-
lia.

Argelia y los primeros estudios etnográficos

Entre 1955 y 1960, Bourdieu vivió un periodo vi-


tal y profesional particularmente intenso en Argelia,
que entonces era una colonia francesa. A pesar de su
rol dentro de las filas del ejército del país coloniza-
dor, Bourdieu se interesó profundamente por la cul-
tura indígena y simpatizó con la causa de la libertad
del pueblo argelino. La experiencia magrebí no fue
producto de una decisión personal, pero representó
una magnífica oportunidad para que el joven Bour-
dieu diera salida a sus inquietudes personales y em-
pezara a estudiar las formas de dominación colonial
en situaciones extremas.
Durante la etapa argelina, Bourdieu –sin dejar del
todo la filosofía, que siempre estará presente a lo lar-
go de su trayectoria– se decanta por la antropología y
la sociología (que más adelante considerará que son,
en la práctica, una única disciplina). Allí hizo diversos
estudios antropológicos focalizando la atención, so-
bre todo, en la región de la Cabilia. Bourdieu llevó a
cabo un intenso trabajo de campo en unas condicio-
nes excepcionales –en plena guerra de independencia
argelina– y empezó a utilizar de forma muy creativa
todo tipo de técnicas de trabajo de investigación (en-

23
cuestas, estadísticas, fotografías, planos, grabaciones,
etc.)
Se trata de una etapa clave que muchos estudio-
sos han ignorado o han tratado de manera bastante
superficial. Son años decisivos en la formación del
autor: “Argelia fue el territorio en el cual se forjó su
aprendizaje como intelectual” (Marqués, 2008: 50).
Aparte de iniciarse como antropólogo y sociólogo,
las experiencias derivadas de sus investigaciones die-
ron a luz las herramientas conceptuales que lo han
hecho célebre.
La etapa argelina tiene una importancia capital. La
prueba es que una vez finalizada su estancia en el país
norteafricano, Bourdieu volverá a utilizar los datos
argelinos en las siguientes obras: Esquisse d’une théorie
de la pratique (1972), Le sens pratique (1980), Algérie 60
(1977) y La domination masculine (1998).

El retorno a los orígenes: los estudios sobre la


sociedad bearnesa

No podemos olvidar tampoco los estudios que


Bourdieu hizo en su tierra natal de Bearn, donde usa
por primera vez la noción de habitus y hexis. Bour-
dieu aprovecha los periodos estivales para recopilar
información sobre la vida de los campesinos de su
tierra natal. Sorprendentemente sus estudios sobre la
soltería en su tierra natal duran más de treinta años.

24
Los diversos textos sobre este tema se publicarán
reunidos en Le bal des célibataires (2002) después de
su muerte. Entre otras cosas, Bourdieu quiere resol-
ver el enigma que comporta que a menudo los chicos
del pueblo –incluso los hijos mayores de las buenas
familias (los herederos primogénitos)– se quedaban
solteros viviendo en el pueblo y la mayor parte de
las chicas huían a vivir con otros hombres de ciudad.
El baile de Navidad es el escenario apropiado para
observar este fenómeno, que ponía de manifiesto la
decadencia del mundo rural. Como el lector puede
comprobar personalmente, Bourdieu escribió una de
las páginas más sobrecogedoras de la sociología de
todos los tiempos.

El baile de los solteros

“El baile de Navidad se celebra en el salón interior de un café. En


el centro de la pista, brillantemente iluminada, bailan una docena
de parejas, al sonido de unas canciones de moda. Son, sobre to-
do, “estudiantes”, alumnos de secundaria o de los institutos de las
ciudades vecinas, la mayor parte hijos de la tierra [...].

Como pasmarotes al lado de la pista, formando una masa oscura,


un grupo de hombres un poco mayores observa en silencio; todos
rondan la treintena, llevan boina y vestido oscuro pasado de moda.
Como impulsados por la tentación de salir a bailar, a veces avanzan
y estrechan el espacio reservado a las parejas que bailan. No ha
faltado ninguno de los solteros, todos están allá. Los hombres de

25
su edad que ya están casados han dejado de ir al baile. O solo van
por la Fiesta Mayor o por la feria: en estas ocasiones no falta nadie
y todo el mundo baila, incluso los “viejos”. Los solteros no bailan
nunca, y este día no es una excepción [...].

Tocan una marcha: una chica se acerca al rincón de los solteros y


le pide a un chico bailar con ella. Se resiste un poco, avergonzado y
encantado. Da una vuelta por la pista demostrando expresamente
su torpeza y falta de agilidad, un poco como hacen los viejos [...].
Cuando acaba la canción se sienta y ya no bailará más. “Este”, me
dicen, “es el hijo de An... [un propietario importante]. La chica que
lo ha invitado a bailar es una vecina. Lo ha sacado a dar una vuelta
por la pista para que esté contento”. Todo vuelve a la normalidad.
Seguirán allá hasta la medianoche, casi sin hablar, en medio del
ruido y las luces del baile, contemplando a las chicas inaccesibles.
Después irán a la sala de la fonda, donde se pondrán a beber sen-
tados uno ante la otra. Cantarán a todo pulmón antiguas cancio-
nes bearnesas alargando hasta quedar afónicos unos acordes dis-
cordantes, mientras, al lado, la orquesta toca twist y chachachá. Y,
en grupos de dos o tres, se alejarán lentamente, cuando se acabe
la noche, camino de las masías recónditas”.

Bourdieu (1989), “Reproduction interdite. La dimension symboli-


que de la domination économique”. Études Rurales, 113-114, pág. 9.

26
París y la consagración académica

Cuando Bourdieu vuelve a París en 1960, después


de su larga estancia en Argelia, empieza a trabajar co-
mo asistente de Raymond Aron. En 1961 se convier-
te en el secretario general del Centre de Sociologie
Européenne (CSE). Durante este tiempo mantuvo
con Aron una relación muy estrecha hasta la ruptura
personal, que se produjo en los convulsos años de la
revuelta de 1968.
A principios de los sesenta, Bourdieu inició la co-
laboración con Jean-Claude Passeron, antiguo com-
pañero de la ENS, con quien trabajó estrechamente
durante la década de los sesenta en un programa co-
mún de investigación centrado en el estudio del sis-
tema escolar y de la cultura.
En 1962, gracias a un encargo directo de Ray-
mond Aron, tiene la oportunidad de dirigir un pro-
yecto ambicioso sobre el uso de la fotografía patro-
cinado por la empresa Kodak. El estudio se publica
con el título Un arte moyen, essai sur les usages sociaux de
la photographie (1965). Se trata de una obra colectiva
magistralmente dirigida por el autor de Denguin.
Hay que tener presente la relación que Bourdieu
sostuvo con algunos de sus discípulos y colaborado-
res más cercanos, algunos de los cuales han deveni-
do posteriormente figuras destacadas de la sociolo-
gía francesa contemporánea: Jean-Claude Chambo-
redon, Monique de Saint-Martin, Robert Castel, Cris-
tian Baudelot, Dominique Schnapper, Claude Grig-

27
non, Jean-Daniel Reynaud y Luc Boltanski. En algu-
nos momentos, este equipo de colaboradores llega a
formar un verdadero grupo de trabajo con vínculos
estables y bastante cohesionado.
En 1968, Bourdieu fue nombrado director del
Centre de Sociologie Européenne, donde empezó un
proyecto de investigación colectiva, extenso y pione-
ro, que representó el inicio de sus trabajos sobre el
mantenimiento de los sistemas de poder por medio
de la transmisión de una cultura dominante.
En 1975 fundó la revista Actes de la Recherche en
Sciences Sociales, centrada en la publicación de artículos
de investigación que muestran los mecanismos por
los cuales la producción cultural ayuda a sostener la
estructura donminante de la sociedad.
En 1981 obtuvo la prestigiosa cátedra de sociolo-
gía del Collège de France ante su rival Alain Tourai-
ne, una de la figuras más notables de la sociología
europea del siglo xx. Por otra parte, se convirtió en
director de estudios de la École des Hautes Études
en Sciences Sociales.
El 23 de abril de 1982 pronunció la conocida con-
ferencia La leçon sur le leçon. En este discurso oficial
de recepción al ser nombrado miembro del Collège
de France realiza una crítica a este tipo de ceremonial
y pone en cuestión su eficacia como mecanismo de
consagración:

28
“No es ninguna casualidad que la época en que fui nominado para
el Collège de France haya coincidido con un extenso trabajo acerca
de lo que yo llamo la magia social de la consagración y los ‘ritos
de institución’.”

Bourdieu y Wacquant, 2005: 293.

Los años ochenta. Tiempo de compromiso

A finales de los años ochenta, Bourdieu se había


convertido en uno de los científicos sociales más re-
conocidos y más citados en todo el mundo y, a me-
diados de los años noventa, inició actividades fuera
de los círculos académicos, dando apoyo a movili-
zaciones sociales de carácter muy diverso. Pronto se
convirtió en referente intelectual de los movimientos
sociales alternativos.
Bourdieu considera que la sociología tiene una di-
mensión política. Desde su punto de vista, las cien-
cias sociales son un arma de combate al servicio de
los oprimidos y de los marginados, con los cuales se
identificaba. Bourdieu toma partido por los grupos
sociales y culturales más débiles. En La misère du mon-
de (1993) analiza el dolor y el sufrimiento que provo-
can las diversas formas de explotación, dominación
y exclusión del capitalismo contemporáneo. Con la
dirección de este trabajo inauguró una nueva etapa
en que manifiesta un compromiso social y político

29
abierto y decidido con los excluidos y los desarraiga-
dos de la tierra.
El año 1996 fundó una asociación denominada
Raisons d’Agir y la revista Liber, que ponía –según sus
palabras– “el saber de sociólogos, psicólogos e his-
toriadores al servicio del movimiento social”. Tam-
bién creó una editorial, encargada de la publicación
de libros destinados a la crítica del neoliberalismo.
En este periodo destacan tres textos suyos que tu-
vieron una gran repercusión: Sur la télévision (1996) y
Contre-feux (1998 y 2001).
En el año 2000, con el cambio de siglo, le llegó la
edad de jubilación. Murió de cáncer, en el hospital de
Saint-Antoine de París, el 23 de enero de 2002 a la
edad de 71 años. El último libro escrito por Bourdieu,
Esquisse de socio-analyse (2002), es un ensayo de carácter
biográfico en que se toma a sí mismo como objeto de
estudio. Lo redactó en poco tiempo (entre los meses
de octubre y diciembre de 2001), pocos días antes de
su muerte. Pero, en realidad, es fruto de la meditación
de toda una vida de trabajo y reflexión.

30
El sociólogo ante el espejo

“Una sociología auténticamente reflexiva debe precaverse cons-


tantemente contra este epistemocentrismo, o este ‘etnocentrismo
del científico’, que consiste en ignorar todo lo que el analista ino-
cula en su percepción del objeto en virtud del hecho de estar si-
tuado fuera del objeto, al que observa desde lejos y de arriba.”

Bourdieu y Wacquant (1994). Una invitación a la sociología reflexiva


(pág. 115).Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

“Poco a poco he ido descubriendo, sobre todo quizás a través de


la mirada de los otros, las particularidades de mi habitus, como
por ejemplo una determinada propensión al orgullo y a la exhibi-
ción masculinas, una reconocida apetencia por la polémica –muy
a menudo un poco disimulada– o la propensión a indignarse “por
poca cosa”, que hoy me parecen ligadas a las particularidades cul-
turales de mi región de origen, las cuales he percibido y compren-
dido mejor por analogía con aquello que leía respecto del “tempe-
ramento” de minorías culturales o lingüísticas como los irlandeses.
Efectivamente, no ha sido sino muy lentamente que he entendido

31
que si determinadas de las más banales reacciones solían ser mal
interpretadas, era quizás debido a la forma –el tono, la voz, los
gestos, las muecas, etc.– como las expresaba algunas veces, mezcla
de timidez agresiva y de brutalidad gruñona...”

Bourdieu (2006). Autoanálisis de un sociólogo. Barcelona: Anagrama.

Bourdieu fue antropólogo antes de ser sociólogo.


Creía que la oportunidad de conocer la cultura y la
sociedad de otros pueblos le serviría para conocer
mejor la propia cultura y para comprenderse mejor
a sí mismo. Le gustaba repetir que había sido nece-
saria la etapa argelina y los estudios sobre la cultura
de la región de Cabilia para poder estudiar, más ade-
lante, el entorno social más inmediato. Para estudiar
la propia sociedad los científicos sociales tienen que
tomar conciencia de cuál es su posición en el espacio
social. Es necesario realizar un examen de conciencia
previo sobre la posición desde la cual se habla y se
actúa. El científico social no puede, pues, rehuir sus
circunstancias.
La obra de Bourdieu está marcada por una mira-
da reflexiva. El autor admite que su vida –y su obra–
están profundamente influenciadas por una desazón
personal permanente que le acompaña hasta el fin de
sus días. No es sencillo explicar las raíces de esta ten-
sión. En una entrevista con el intelectual británico T.
Eagleton (1991), Bourdieu le confiesa: “mi principal
problema es comprender qué me pasa a mí mismo”.

32
En realidad toda la obra de Bourdieu se podría
considerar como un tipo de “socioanálisis” que gira,
a veces de manera obsesiva, en torno a los temas que
le han preocupado y le han afectado de manera pe-
netrante durante toda la vida. Efectivamente, hay una
continuidad entre los temas que trata en su obra y
los que le afectaban más directamente en la vida. Los
primeros estudios sobre el mundo de la educación –
ralizados en los años sesenta junto a Jean-Claude Pas-
seron–, en los cuales analiza el sistema educativo, le
permiten reflexionar sobre los procesos de acultura-
ción y de extrañamiento cultural que sufren los “estu-
diantes superdotados” que provienen de provincias y
rompen con sus orígenes. No hay que ser demasiado
perspicaz para darse cuenta que están reflexionando
sobre su propia trayectoria.
Algunas de sus obras más importantes tienen un
carácter abiertamente autobiográfico. Él mismo ad-
mite que Homo academicus (1984) es el punto culmi-
nante, al menos en sentido biográfico, de una espe-
cie de “experimentación epistemológica” que había
empezado a desarrollar, de manera totalmente cons-
ciente, a comienzos de los años sesenta, cuando apli-
có a un universo familiar los métodos de investiga-
ción que había utilizado antes para descubrir la lógi-
ca del parentesco en un universo extranjero, el de los
campesinos argelinos.
No es casual que sus últimos estudios, publicados
tras su muerte, tengan un carácter abiertamente au-
tobiográfico. Bourdieu inicia su obra póstuma, Es-

33
quisse de socio-analyse (2002), poniendo de manifiesto
la incomodidad que le suscita el género de la biogra-
fía y aclara que este texto no es una autobiografía.
Siempre a contracorriente, reniega de este “gènero
literario” que considera demasiado condescendiente
y sospechoso.
El autor francés rehúye de todo aquello que está
asociado a la “ilusión biográfica”, que es la tendencia
a dar sentido y coherencia a la trayectoria vital de un
individuo. Rechaza el “narcisismo” y la “confesión
intimista” del investigador como procedimiento de
reflexión epistemológica. “La sociología de la socio-
logía que defiendo no tiene nada que ver con el re-
torno intimista y complaciente sobre la persona pri-
vada del sociólogo” (Bourdieu, 2006).
Muchos intelectuales tienen una (auto)percepción
carismática. Bourdieu se aleja de la concepción ro-
mántica del trabajo científico y de su propia figura.
A pesar de ser un personaje dominante y enérgico,
muy seguro de sí mismo, en las últimas páginas que
escribió –como si se tratara de una confesión póstu-
ma– se muestra implacable consigo mismo y poco
(auto)condescendiente. Bourdieu se aplica a sí mis-
mo –sin concesiones– los instrumentos teóricos y
metodológicos de la sociología del conocimiento. Es-
tamos hablando de una vida difícil y de un pasado du-
ro y, a menudo, doloroso. Es significativo que inclu-
so en este tipo de autobiografía (o antibiografía) que
escribió a contrarreloj (cuando un cáncer fulminante
asediaba su vida) deje para el final la descripción de

34
los detalles más dolorosos y escabrosos, relativos a
sus orígenes familiares en Denguin y, de una manera
especial, la figura trágica y admirada de su padre –
humilde funcionario de correos, trabajador incansa-
ble, que vivió escindido entre el trabajo en el campo y
su nueva condición de empleado público–. Su padre
“murió de mala manera en Denguin” justo en el mo-
mento en que Bourdieu conseguía la consagración y
el reconocimiento académico en París.

“Sin duda, esta tensión nunca se me ha presentado de manera tan


dramática como en la lección inaugural en el Collège de France,
es decir, en el momento de pasar a cumplir un rol que apenas po-
día encajar en la idea que yo mismo tenía de mí. Había rechazado
varias veces invitaciones parecidas, incluso con alguna respuesta
un poco soberbia [...]. La preparación de esta lección me hará ex-
perimentar un concentrado de todas mis contradicciones: el sen-
timiento de ser perfectamente indigno, de no tener nada a decir
que merezca ser dicho ante este tribunal –sin duda el único del
cual reconozco el veredicto–, es redoblado por un sentimiento de
culpabilidad frente a mi padre que acaba de morir de una muerte
particularmente trágica, como un pobre diablo, y a quien, inmer-
so en los momentos de desesperación de principios de los años
cincuenta, yo contribuí a ligar en su casa, absurdamente situada al
lado de una carretera nacional [...]. A pesar de que yo sabía que él
habría estado muy orgulloso de mí y muy feliz, asocio de forma
mágica su muerte con este éxito mío, que se constituye así en una
forma de transgresión-traición. Pasé noches de insomnio”.

35
Bourdieu, 2006.

A pesar del éxito académico indiscutible, Bour-


dieu rehúye la notoriedad y se muestra receloso y re-
fractario al reconocimiento institucional. Nunca se
dejó tentar por los honores fáciles. Prefirió centrar-
se en sus obsesiones y se mantuvo fiel, hasta el fi-
nal, a una manera de ser y a una forma muy personal
de entender el trabajo científico. Todo ello hace que
nos hallemos ante un personaje controvertido y aris-
co que, de alguna manera, rehúye el éxito social. Se-
guramente el éxito social y académico lo alejaba trá-
gicamente de sus orígenes y lo distraía de su vocación
más profunda. La vida de Bourdieu, pues, está muy
marcada por sus orígenes.
Dentro de su trayectoria vital e intelectual hay un
tema recurrente: el del desarraigo cultural que él mis-
mo sufrió los primeros años de vida y que le persi-
guió hasta el fin de sus días. Bourdieu experimentó
en su propia piel la dureza que comporta el desarrai-
go y el proceso de aculturación que sufren algunos
estudiantes brillantes de origen rural que, paradójica-
mente, gracias al éxito escolar y profesional se ven
forzados a alejarse de su origen familiar y geográfico.
Este conflicto vital está presente a lo largo de los días
y las obras de Bourdieu. La mirada “conflictivista”
característica de la sociología de Bourdieu se funda-
menta en una experiencia biográfica particularmente
intensa y convulsa. La raíz del conflicto interno pro-

36
viene, seguramente, de la dificultad que tiene el autor
francés para conciliar un origen social provinciano,
muy modesto, y un éxito social rutilante (no siempre
admitido y asimilado) en el mundo intelectual y aca-
démico francés. Estas tensiones y contradicciones vi-
tales le hicieron sufrir mucho, pero también se han
revelado como una fuente constante de reflexión y
están en la base de un trabajo extraordinariamente
fructífero.

37
El oficio de sociólogo

“Si, como dice Bachelard, ‘todo químico debe luchar contra el al-
quimista que tiene dentro’, todo sociólogo debe ahogar en sí mis-
mo el profeta social que el público le pide encarnar.”

Bourdieu, P. et al. (1968). El oficio de sociólogo (pág. 43). Buenos


Aires: Siglo XXI Editores.

Contra el talante escolástico

A Bourdieu no le gustaba nada la figura del inte-


lectual recluido en su torre de marfil y alejado del
mundo. También se rebelaba contra el menosprecio
y el desprestigio que sufría la sociología en un mun-
do intelectual francés dominado (y asfixiado) por la
filosofía, que a mediados del siglo xx disfrutaba de
un gran prestigio.

39
El investigador francés tiene una manera particu-
lar de entender el trabajo científico, que se contrapo-
ne abiertamente al talante teoricista (y esteticista) de
gran parte de la intelectualidad francesa de su tiem-
po. A pesar del alcance y la importancia de su refle-
xión teórica, se muestra contrario al trabajo teórico
abstracto que rehúye la “realidad”. Según Bourdieu,
buena parte de la práctica intelectual europea de su
tiempo estaba dominada por “las teorías académicas
concebidas como la simple compilación escolástica
de teorías canónicas”. El autor rehúye de manera vis-
ceral la institución de la teoría como dominio discur-
sivo separado, cerrado y autorreferenciado, aquello
que Kenneth Burke denomina la “logología”, o sea,
“palabras a propósito de palabras” (Wacquant, 2005).
Bourdieu siente una profunda animadversión por
aquello que considera un talante altivo y aristocrático
dominante en el seno de la tradición cultural france-
sa. También siente un tipo de rechazo visceral hacia
esta clase de filósofos que mantienen una disposición
altiva y elitista, y que en Francia se encarna en la fi-
gura de Jean-Paul Sartre:

“Lo que menos me gustaba de Sartre es todo aquello que ha hecho


de él no solamente el ‘intelectual total’, sino también el intelectual
ideal, la figura ejemplar del intelectual, y, en particular, su contri-
bución sin parangón a la mitología del intelectual independiente,
que le valió el reconocimiento eterno de todos los intelectuales.
(Mi simpatía por Karl Kraus proviene del hecho de que añade a la

40
idea de intelectual, tal como Sartre la constituye y la impone, una
virtud esencial, la reflexividad crítica: hay muchos intelectuales que
cuestionan el mundo; hay muy pocos intelectuales que cuestionen
el mundo intelectual).”

Bourdieu, 2006: 40-41.

Ascetismo metodológico

Autor especialmente preocupado por las cuestio-


nes teóricas y metodológicas, en un tiempo relativa-
mente corto forjó las herramientas teóricas y con-
ceptuales que constituyeron la matriz de una concep-
ción teórica, continuamente afinada y (re)elaborada,
del modelo de análisis que aplicó a varios campos de
investigación. Se tiene que partir de la base de que la
matriz teórica y las principales líneas de fuerza de la
obra de Bourdieu fueron definidas con mucha preci-
sión, especialmente a mediados de los años sesenta,
sin duda la época más creativa de Bourdieu. Es cu-
rioso constatar que la mayor parte de estos concep-
tos los había empezado a gestar muy pronto, pero no
los consideró nunca como definitivos.
En Le métier de sociologue (1968) estableció los prin-
cipios epistemológicos que guían la investigación so-
cial. Más adelante expuso con bastante claridad los
elementos clave de su orientación teórica y metodo-
lógica en Réponses. Pour une anthropologie réflexive (1992).

41
Se trata de una concepción científica inspirada en la
tradición de la epistemología francesa centrada en la
figura de Gaston Bachelard y que se puede sintetizar
en el lema siguiente: “El hecho científico se conquis-
ta, se construye y se comprueba”. Su concepción me-
todológica sitúa a Bourdieu como un maestro en el
arte de la sospecha (siguiendo la estela de autores co-
mo Nietzsche, Freud, Marx y Veblen). En este senti-
do la sociología de Bourdieu tiene un marcado carác-
ter desenmascarador, dado que pone al descubierto
una serie de mecanismos ocultos que garantizan la
dominación social: La obra del autor francés tiene el
objetivo de desenmascarar las estructuras más pro-
fundamente ocultas de los diversos mundos sociales
que constituyen el universo social, y también los me-
canismos que tienden a asegurar la reproducción y la
transformación (Wacquant, 2005).
Su trabajo de investigación está presidido por una
actitud permanente de vigilancia y cautela epistemo-
lógica. Se dedica a revisar y a (re)hacer continuamen-
te su sistema teórico, que intenta poner a prueba con
nuevas investigaciones. Bourdieu mantiene una aten-
ción incesante y polémica sobre las condiciones de
producción del conocimiento científico, con el obje-
tivo de vencer los prejuicios y de garantizar la cienti-
ficidad de su trabajo.
La tarea científica de Pierre Bourdieu estará mar-
cada por un talante intelectual intensamente ascético
y por las virtudes del rigor y del trabajo de un hom-
bre modesto y paciente: “No he querido liberarme

42
nunca de las tareas más humildes del oficio de etnó-
logo o sociólogo: observación directa, entrevista, co-
dificación de datos o análisis estadístico” (Bourdieu,
2006).
Con su testimonio y su manera de hacer “ciencia”,
Bourdieu pone de manifiesto el orgullo y la defensa
de unos orígenes humildes. Para Bourdieu el hecho
de dirigir el trabajo de campo, implicándose perso-
nalmente en las distintas tareas y realizando perso-
nalmente las entrevistas, era una manera de poner de
manifiesto un compromiso personal y también una
manera de “dar voz a los sin voz”.
Por otro lado, a lo largo de su trayectoria hace una
apuesta decidida por el trabajo colectivo, por cons-
tituir diversos equipos de investigadores que le per-
miten ejercer su maestría, asumir proyectos de cierta
envergadura y explorar simultáneamente varios cam-
pos de investigación (Estradé, 2003).
Bourdieu expresa una clara preferencia por una
investigación basada en una actitud ascética de traba-
jo constante y minucioso, muy atento a los detalles y
a las incidencias de la investigación empírica: “Pien-
so en el hecho de consagrar grandes ambiciones teó-
ricas a objetos empíricos a menudo a primera vista
triviales”. La obra de Bourdieu desconcierta “por la
manera de afrontar los problemas teóricos más am-
biciosos a través de la construcción de objetos apa-
rentemente menores, pero muy delimitados empíri-
camente” (Bourdieu, 2008).

43
No todos los conceptos y esquemas que usa Bour-
dieu son originales. Lo que sí que es original es la ma-
nera de usarlos. No le gusta, en absoluto, definir los
conceptos de entrada y de una manera definitiva. Su
relación con los conceptos es pragmática: “Los tra-
ta como cajas de herramientas” (Wittgenstein), dis-
ponibles para ayudarlo a resolver problemas concre-
tos que aparecen en el campo de investigación (Wac-
quant, 2005). Es consciente de que los términos ad-
quieren sentido en el contexto de una teoría deter-
minada. Sus dos conceptos fundamentales, habitus y
campo, no surgen de la nada: “Fueron concebidos
como herramientas heurísticas y, como tales, serán
modificadas con el paso del tiempo” (Marqués, 1998:
331). Son elaborados a través de multitud de aproxi-
maciones y sucesivas reestructuraciones como con-
secuencia del “contacto” con la realidad y con el ma-
terial empírico analizado.
La obra de Bourdieu aporta una serie de concep-
tos clave, que son –como veremos más adelante– las
piezas fundamentales de un sofisticado edificio inte-
lectual que hace y (deshace) continuamente. Las no-
ciones de habitus, capital cultural, capital social, capital sim-
bólico y violencia simbólica son conceptos que él aplica en
el contexto de varias investigaciones empíricas y que
van madurando a lo largo del tiempo. Elabora preci-
samente la noción de campo para que estos “concep-
tos dispersos” se vieran relacionados entre sí y pu-
dieran ser representados de una manera sistemática,
bajo la forma de una teoría social coherente.

44
Como todo filósofo francés formado en la Éco-
le Normale Supérieure (ENS) durante los años cin-
cuenta, su formación teórica tiene un carácter marca-
damente fenomenológico. Las preguntas del trabajo
de Bourdieu son heredadas, en parte, de la fenome-
nología, pero abordadas de manera diferente a co-
mo se solía hacer dentro de esta tradición filosófi-
ca. La jugada maestra de Bourdieu es “tratar de for-
ma sociológica objetos (como el tiempo) que tradi-
cionalmente han correspondido al ámbito de la filo-
sofía. O dicho con otras palabras, abordar el estudio
de la conciencia temporal insertándola bajo condi-
ciones económicas y sociales de posibilidad” (Mar-
qués, 2008: 100).

El Picasso de la sociología

Buen conocedor de los clásicos del pensamiento


social, Bourdieu es consciente de la importancia de
la tradición: todo investigador, en cualquier época,
toma como punto de partida aquello que ha sido el
punto de llegada de sus predecesores. Somos enanos
que andamos sobre los hombros de gigantes. Bour-
dieu ha estudiado profundamente y reconoce el valor
de las obras de Durkheim, Marx y Weber (y también
bebe de las fuentes que provienen de la filosofía, la
antropología, la historia del arte, la lingüística, etc.).
Bourdieu es consciente de que, a pesar de la tenden-

45
cia a mitificar estas figuras, no siempre tenemos pre-
sentes las dificultades que han tenido que superar pa-
ra conseguir sus éxitos. Considera, no obstante, que
la fidelidad a los padres fundadores de las ciencias
sociales es más bien una cuestión de lealtad y de fe
(casi) religiosa.
Bourdieu deviene una de las figuras más desta-
cadas de una nueva generación de intelectuales que
romperá, de una manera más o menos traumática,
con las prácticas y las teorías de los grandes maes-
tros del siglo xx. Por talante y por actitud, Bourdieu
conecta con las vanguardias artísticas de principios
del siglo xx. Bourdieu manifiesta cierta iconoclastia
y rehúye el culto a la personalidad de los clásicos. Se
opone visceralmente al dogmatismo que lleva a las
ortodoxias intelectuales. Prueba de esta actitud an-
tidogmática es el uso pragmático e instrumental de
los clásicos del pensamiento social como compañe-
ros, en el sentido de una tradición de artesanos, a los
cuales uno pide asistencia en situaciones de dificul-
tad (Bourdieu, 1987: 39-40). Parafraseando a Bour-
dieu, podríamos decir que él construyó su teoría con
Durkheim y contra Durkheim, con Weber y contra
Weber, con Marx y contra Marx.
Su actitud vital oscila entre la modestia de un
hombre de origen humilde y la arrogancia caracte-
rística de un autor seguro de sí mismo que se siente
llamado a romper con la tradición cultural heredada.
Defensor a ultranza de sus descubrimientos, tiende a

46
crear una nueva ortodoxia y se rodea de colaborado-
res fieles y, a menudo, incondicionales. No es casual
que la relación con algunos de sus discípulos acabara
de manera repentina, con algunas rupturas sonadas.

La ruptura de los límites

Bourdieu considera que la sociología de su tiempo


todavía se encuentra en una fase incipiente y creía
que las divisiones convencionales entre las distintas
disciplinas de conocimiento dentro del ámbito de las
ciencias sociales no tenían una base epistemológica
bastante sólida.
En este sentido, la vocación científica de Bourdieu
está teñida de cierto romanticismo. La pasión inte-
lectual de Pierre Bourdieu le empuja a ir más allá del
campo específico de la sociología. A caballo entre la
historia, la sociología y la antropología, Bourdieu me-
nosprecia las fronteras –a menudo arbitrarias– que
separan las disciplinas sociales. Para Bourdieu esta se-
paración constituía un grave obstáculo epistemoló-
gico para la construcción de un verdadero conoci-
miento científico adecuado a la comprensión de la
vida social (Vázquez, 2002: 11). Conserva casi intacta
la vocación y la aptitud filosófica, prueba de esto es
el rechazo a la división del trabajo científico caracte-
rístico de la sociología moderna. Empujado por una

47
gran pasión intelectual, el sociólogo francés aboga
por una ciencia social unificada.
Efectivamente, la trayectoria de Bourdieu se ca-
racteriza por una gran curiosidad ligada a una vitali-
dad extraordinaria y a una capacidad de trabajo casi
enfermiza. El ejercicio del oficio de sociólogo –con-
fiesa– le permite conocer y vivir intensamente sin re-
nunciar a vivir todas las vidas posibles. Esta amplitud
temática conllevaba, naturalmente, cierto peligro de
dispersión:

“Pero esta dispersión era también una manera –un poco extraña,
sin duda– de trabajar para reunificar una ciencia social fictíciamen-
te fragmentada y de rechazar en la práctica la especialización que,
impuesta por el modelo de las ciencias más avanzadas, me parecía
del todo prematura en el caso de una ciencia que estaba en sus
inicios.”

Bourdieu, 2006: 96.

48
La reproducción social y cultural

“[...] los estudiantes de origen burgués, más profundamente iden-


tificados con la ideología del don o más seguros de sus dotes (en
realidad, ambos sentimientos se refuerzan), a pesar de que se mues-
tran tan enterados como los otros de la existencia de técnicas de
trabajo intelectual, demuestran especial desdén por aquellas que,
como el uso del fichero o atenerse a un horario establecido, pare-
cen incompatibles con la imagen romántica de la aventura intelec-
tual. El carácter singularmente gratuito que tiene la vida intelectual
para los estudiantes de clases altas se manifiesta hasta en las más
sutiles modalidades de la vocación y en las aficiones intelectuales
que despiertan los estudios; más seguros de su vocación y de sus
aptitudes que el resto de sus compañeros, muestran su eclecticis-
mo –real o aparente– y su diletantismo más o menos fecundo en
una gran diversidad de aficiones culturales, mientras que los otros
acusan en este aspecto una dependencia mucho más grande de la
universidad.”

Bourdieu y Passeron (2003). Los herederos. Los estudiantes y la cultura


(pág. 41). Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

49
La tarea de Pierre Bourdieu se puede resumir co-
mo el descubrimiento o la revelación de un fracaso
extraordinario e inesperado: el de la creación, en el
seno de la modernidad, de nuevas formas de privile-
gio y la discriminación entre los iguales (Giner, 1990).
Este proceso contradice una de las aspiraciones má-
ximas que inspiran el proyecto ilustrado.
En su obra, Bourdieu teoriza una dimensión du-
rante mucho tiempo ignorada de la lucha de cla-
ses. Bourdieu denuncia las formas de desigualdad en
las sociedades modernas, pero no solamente las de-
sigualdades de orden material y económico, sino tam-
bién las de origen cultural. Bourdieu señala –inspi-
rándose en Durkheim– que toda clase o grupo social
tiende a dotarse de los medios necesarios para per-
petuarse en el tiempo a través del paso de las gene-
raciones (más allá de la finitud de los agentes indivi-
duales en que se encarna). Subraya, en este sentido,
la importancia que tiene la herencia cultural en las
familias burguesas. Las estrategias de reproducción
social en estas familias no dependen únicamente del
capital económico, ni tampoco (solo) de las apuestas
que se hacen en el mundo educativo, sino que depen-
den (también) de una herencia cultural de clase que
coloca al burgués en una posición de clara superio-
ridad cultural en todos los ámbitos de la vida y, lógi-
camente, también en el mundo escolar: “[...] el capi-
tal cultural incorporado de las generaciones anterio-
res funciona como un tipo de adelanto [o anticipo] (en
el doble sentido de ventaja inicial y de crédito o des-

50
cuento) que, al asegurarle de entrada el ejemplo de la
cultura personificada en unos modelos familiares, le
permite empezar desde el origen, es decir, de la ma-
nera más inconsciente y más insensible [...]”. (Bour-
dieu, 1988: 69).
Según la concepción meritocrática, una de las
principales tareas del sistema educativo –que a me-
nudo pasa desapercibida– es hacer una selección de
los individuos más “calificados” que, después, entra-
rán a formar parte de la clase dominante. Con el fun-
cionamiento como institución autónoma, la escuela
y el sistema educativo contribuyen a la reproducción
de la estructura social y a la vez contribuyen a hacerla
legítima, puesto que las presentan como estructuras
esencialmente meritocráticas.
Este hecho se patentiza especialmente en su tra-
bajo de investigación titulado Les héritiers, les étudiants
et la culture (1964) y posteriormente en una de sus
obras más conocidas y controvertidas: La reproduction
(1970). En los dos trabajos reencontramos, de ma-
nera clara, la preocupación por el tema de la cultu-
ra y las instituciones educativas como instrumentos
de dominación y de legitimación de las estructuras
de desigualdad social. Esta preocupación por el pa-
pel de las instituciones educativas culmina –bastan-
tes años más tarde– en La noblesse d’état, grandes éco-
les et esprit de corps (1989). Se trata de un trabajo bas-
tante voluminoso sobre lo que representan, en Fran-
cia, las grandes écoles (la Escuela Normal, la Escue-
la Nacional de Administración, la Escuela de Minas,

51
etc.). Así pues, cada una de estas escuelas deviene la
principal vía de colocación y promoción de las diver-
sas fracciones de la clase dominante. Así –por ejem-
plo– los altos cargos del cuerpo funcionarial envían
sus hijos a la Escuela Nacional de Administración.
Según Bourdieu, en estos centros es donde se lleva a
cabo la gran selección de las personas que más tarde
serán los agentes que ocuparán el campo de poder
en Francia. Bourdieu hace evidente la red de relacio-
nes que mantienen estas escuelas entre sí e, incluso,
las oposiciones mutuas que reflejan las diferencias y
las oposiciones en el seno de la misma “clase domi-
nante”.

Los herederos de la cultura

Bourdieu y Passeron parten de un hecho incon-


trovertible: los hijos de las clases pudientes obtienen
unos resultados escolares sensiblemente mejores a
los de las otras clases sociales. Les héritiers (1964) es
un estudio profusamente ilustrado con datos estadís-
ticos que constatan que en Francia las oportunidades
reales de triunfar en la escuela dependen muy direc-
tamente del origen social y familiar del individuo. El
origen del estudiante es aquello que –más allá de las
condiciones personales del alumno– resulta decisivo
y marca las oportunidades y el destino de la mayor
parte de jóvenes. Se constata que el hecho de que se

52
haya universalizado el acceso a la escuela no quiere
decir que se haya modificado –en términos reales–
la igualdad de oportunidades. El sistema escolar, en
virtud de su autonomía relativa, y a pesar de que esta-
blece un sistema de igualdad formal de oportunida-
des, produce una desigualdad real en cuanto a opor-
tunidades.
Bourdieu constata que esta desigualdad no es de-
bida, únicamente, a motivos de carácter objetivo o
estructural. Bourdieu pone de relieve la importancia
que, en ciertas circunstancias, pueden tener las expec-
tativas vocacionales de los jóvenes, que están vincula-
das a un habitus determinado de clase. La expectativa
del joven de mejorar su destino profesional a través
de la escuela se ajusta de una manera bastante apro-
ximada a sus posibilidades objetivas y está marcado
por el origen social de la familia. Esto es así –dice
Bourdieu– porque, dejándose llevar por las intuicio-
nes de un tipo de “sentido práctico”, que es produc-
to de una larga experiencia y de determinadas condi-
ciones sociales, anticipan la necesidad inmanente al
curso del mundo.
Muchos estudiantes, en una edad temprana, de-
sertan del mundo escolar y renuncian a continuar los
estudios porque asumen resignadamente su “destino
social”. Expresado en palabras de Francesco Albero-
ni:

53
“Muchas personas, sobre todo las que provienen de regiones más
pobres, con pocas oportunidades, tienden a desarrollar un pesimis-
mo básico, una desconfianza hacia ellos mismos y hacia los otros,
que es como una preparación al fracaso, a los malos resultados.
Dicen que no saldrán adelante nunca, que no hay nada que hacer,
que todo ya está decidido de la peor manera, desde el primer mo-
mento. Evitan así la desilusión del fracaso, pero al mismo tiempo
lo hacen inevitable.”

Alberoni, 1988.

Esta “resignación precoz” es importante y expli-


ca, en parte, el fracaso escolar de muchos jóvenes.
Se constata que los miembros de las clases subalter-
nas experimentan un tipo de sentimiento de distan-
ciamiento y una actitud de rechazo hacia determina-
das instituciones culturales –como la escuela– y de-
terminadas formas culturales que consideran extra-
ñas o ajenas: “esto no es para nosotros”; también se
traduce en un sentimiento de autoexclusión que va
ligado a cierto complejo de inferioridad cultural: “yo
no sirvo”. Esta renuncia pone de manifiesto, como
veremos más adelante, la eficacia de las formas de
violencia simbólica.
Bourdieu y Passeron demuestran que, en Francia,
la lógica del sistema educativo favorece sobre todo
a los estudiantes originarios de la burguesía, que son
los que tienen un capital cultural y social más elevado.
Inspirándose en la obra del sociólogo británico Basil

54
Bernstein, los autores ponen de manifiesto que la en-
señanza se organiza en Francia según formas ocultas
de diferenciación: hay una gran afinidad (parecido)
entre la lengua y la cultura académica (que aparece
como una cultura objetiva y universal), y la lengua y
la cultura de la burguesía francesa.
Esta afinidad no se produce solamente en el te-
rreno lingüístico. El mundo escolar está lleno de ri-
tuales o de acciones “gratuitas”, de carácter similar a
las que hay en el “mundo burgués”:

“[...] el universo escolar del juego reglamentado y de ejercicio por


el ejercicio está, cuando menos en este aspecto, menos alejado de
lo que parece del universo ‘burgués’ y de los innumerables actos
‘desinteresados’ y ‘gratuitos’ que le confieren su distintiva singula-
ridad, como por ejemplo la conservación y la decoración de la ca-
sa, ocasiones para hacer un gasto cotidiano de cuidados, tiempo y
trabajo (a menudo mediante intermediarios como los criados, etc.)
[...]”

Bourdieu, 1988: 52.

Bourdieu y Passeron hablan de un bagaje cultural


(capital cultural) de las familias pudientes; de una es-
pecie de cultura ociosa que actúa como “indicador”
y que coloca al burgués en una disposición de ventaja
y de clara superioridad cultural. Este capital cultural
se adquiere en el seno de la familia en el momento
crucial de la socialización primaria. Es la gran fami-

55
liaridad y una facilidad “innata” que definen la rela-
ción de los “burgueses” con la “cultura legítima”. Las
cualidades burguesas son una de las aptitudes más
importantes que el sistema educativo valora, aunque
no enseña, y que a menudo los profesores esperan de
sus alumnos. Los individuos que no tienen este ba-
gaje y estas disposiciones culturales que no han “ma-
mado” en el ambiente familiar tienen más dificulta-
des y han de hacer un esfuerzo muy grande, que a
menudo resulta infructuoso.
Se da el hecho paradójico de que, dentro del sis-
tema escolar, a menudo no se reconocen los valores
“escolares” que la institución pretende inculcar, y en
cambio se valora el desparpajo y la seguridad que da
la relación burguesa con la cultura. Los criterios de
selección que actúan en el ámbito educativo general-
mente permanecen ocultos. No son explícitos, pero
pueden ser decisivos.
Esta “cultura ociosa” que se usa, implícitamen-
te, como criterio de selección, coloca en situación
de desventaja a los miembros de las clases popula-
res que, por su procedencia y formación, no están
familiarizados con la cultura escolar. Para integrarse
en la escuela, por ejemplo, los estudiantes originarios
del campo tienen que hacer un esfuerzo importante
y han de romper, a menudo de manera traumática,
con la cultura de origen: tienen que sufrir un fuerte
proceso de aculturación.

56
La ideología carismática

Para lograr esta función legitimadora, la escuela se


vale de la ideología carismática. Impera una concep-
ción esencialista que atribuye a los mejores alumnos
un tipo de superioridad innata. Según Bourdieu, gra-
cias a la escuela, las diferencias sociales aparecen co-
mo “naturales”. La escuela actúa de filtro y consagra
estas diferencias como si se tratara de “diferencias
de naturaleza”. Gracias a la escuela lo que originaria-
mente era un privilegio de clase es presentado y per-
cibido socialmente como un mérito individual. Los
seleccionados culturalmente son, “casualmente”, los
que ya han sido previamente seleccionados en el plan
socioeconómico, y se produce –según la feliz expre-
sión de los autores– “la elección de los elegidos”.
Bourdieu y Passeron reconocen que esta ley ge-
neral no es infalible, puesto que siempre pueden ha-
ber estudiantes que, a pesar del origen social, pueden
superar todos los obstáculos. En el ámbito escolar
siempre pueden haber excepciones, como el caso de
los chicos superdotados, que a pesar del origen social
inferior, y después de haber sufrido un proceso de
superselección, han superado “todos los obstáculos”
y han logrado acabar los estudios, a veces de mane-
ra brillante (Bourdieu y Passeron encajan bastante en
este perfil). Tendemos –dicen los autores– a fijarnos
demasiado en estos casos que son la excepción que
confirma la regla. Son casos de carácter extraordina-
rio que refuerzan, aún más, la ideología carismática

57
que ve la inteligencia como un don natural y no co-
mo una capacidad que también es producto de un
proceso de instrucción y de entrenamiento.
En virtud de la ideología carismática, se tiende a
negar sistemáticamente el nexo existente entre educa-
ción y cultura o entre inteligencia y educación. La esencia
de la cultura –dice Bourdieu, irónicamente– consiste
en poseerla sin haberla adquirido nunca. Para que la
cultura pueda ejercer su función de legitimación de
los privilegios heredados, es una condición necesa-
ria y suficiente que se olvide el nexo (claro y oculto)
que hay entre cultura y educación (Bourdieu y Dar-
bel, 1966).

Los templos de la cultura

El carácter clasista y exclusivista de los consumos


de alta cultura se pone especialmente de manifiesto
en la obra de Bourdieu y Darbel sobre el público de
los museos, L’amour de l’art: les musées d’art européens et
leur public (1966). En este trabajo también se constata
una correlación extraordinariamente importante en-
tre la cultura escolar y la competencia cultural en el
campo de la alta cultura. No solamente se observa
un rendimiento escolar más elevado de los alumnos
de clase alta, sino que, cuanto más elevado es el nivel
educativo, más alta es la sensibilidad estética.

58
En este estudio sobre el público de los museos
en Europa se constata que hay importantes diferen-
cias en la asistencia a las galerías de arte y los museos
según la procedencia y la clase social de origen. Por
ejemplo, el nivel de asistencia a los museos de las per-
sonas de origen humilde es muy bajo, y este hecho
se acentúa aún más cuando se trata de exposiciones
de arte moderno. Las personas de la clase trabajado-
ra experimentan una mezcla de hostilidad y venera-
ción por estas instituciones, pero raramente ponen
los pies en ellas. En realidad rechazan la alienación de
las instituciones de la “cultura legítima” respecto a la
cual ellos no se sienten preparados. En realidad, con-
sideran el acceso a los bienes culturales “como el pri-
vilegio de la clase cultivada”. La estructura del museo
y la disposición de las muestras corresponden a es-
ta ideología estetizante: “el carácter intocable de los
objetos, el silencio religioso que se impone a los visi-
tantes, el ascetismo puritano del equipamiento, siem-
pre escaso y poco confortable, el rechazo casi siste-
mático de toda didáctica, la solemnidad grandiosa de
la decoración y del decoro” contribuyen a hacer de
esta institución un recurso diferencial de quienes in-
gresan en ella y comprenden sus mensajes (Laffor-
gue, 2009).
No es cierta la idea o la pretensión dominante de
que el público de los museos y las galerías de arte es
un público más o menos indiferenciado y universal.
Bourdieu quiere demostrar, precisamente, que el ac-
ceso al “gran” arte no es una cuestión de virtud o

59
de don individual, sino de herencia cultural y de edu-
cación. “El acceso de los estetas a la universalidad
es el producto de un privilegio: tienen el monopolio
de aquello que es universal [...] podemos decir que
el ‘gran’ arte es más universal, pero las condiciones
de apropiación de este arte no están universalmente
distribuidas” (Bourdieu, 1994: 65).
En estos trabajos se subraya el valor “enclasante”
de la cultura del museo, un aspecto que se da de ma-
nera mucho más acentuada, todavía, que en el mun-
do escolar: “[... ] si esta es la función de la cultura: y
si el amor al arte es el signo vivo de la elección que
separa, como una barrera invisible o insuperable, a
todos aquellos ‘tocados’ de los que no han recibido
esta gracia, se comprende que los museos, en la reali-
zación de su función, pongan de manifiesto –incluso
en los más mínimos detalles– su función latente: la
de reforzar en unos el sentido de pertenencia y en los
otros, el sentido de exclusión” (Bourdieu y Darbel,
1966: 141).

60
La distinción

“[...] los juegos de los artistas y estetas y sus luchas por el mono-
polio de la legitimidad artística son menos inocentes de lo que pa-
recen; no existe ninguna lucha relacionada con el arte que no tenga
también por apuesta la imposición de un arte de vivir, [...]”

Pierre Bourdieu (1998). La distinción. Criterios y bases sociales del gusto


(pág. 50). Madrid: Taurus.

Gustos y disgustos

El tema del gusto también es un viejo objeto de las


preocupaciones intelectuales de Bourdieu. Los gus-
tos se encuentran en el corazón del estilo de vida de
un grupo particular. Bourdieu considera que los gus-
tos y las formas de comportamiento externo, que es-
tán en el centro de un determinado estilo de vida,
pueden actuar como un buen indicador para ubicar

61
a las personas en su grupo social o en su clase social
de procedencia.
En La distinction (1979) –que nos ofrece un magní-
fico retrato histórico de las formas de distinción cul-
tural en Francia– Bourdieu considera que la perso-
na distinguida es la que sigue de manera escrupulosa
las formas y los modelos arquetípicos de conducta
vigentes en su grupo de pertenencia. Ahora bien, las
manifestaciones culturales y las afirmaciones del gus-
to no son, generalmente, producto de una elección
consciente y estratégica del individuo. El comporta-
miento cultural es producto del habitus, que es una
disposición “desinteresada” que impregna y da una
coherencia formal a todas las formas de comporta-
miento, y orienta las decisiones que organizan la vida
cotidiana de las personas.
En la teoría de la distinción de Bourdieu hay sub-
yacente el análisis de este fenómeno a partir de un
solo criterio básico, que es el gusto. Este deviene el
criterio de elección y discernimiento primordial, que
está en el centro de las elecciones que configuran las
formas y el estilo de vida de un grupo o de una clase
social determinada.
La distinción significa hacer legítima la arbitrarie-
dad del gusto propio, transformado este en algo ab-
soluto y en instrumento de poder. La distinction se
podría sintetizar mediante una fórmula breve: la bur-
guesía impone, mediante la legitimación del gusto
propio, la legitimidad del dominio propio.

62
Con este análisis sobre la genealogía del domi-
nio simbólico, Bourdieu contradice el prejuicio im-
perante, que considera la cultura como un ámbito de
reunión, de consenso y de reconciliación entre los di-
versos grupos sociales. La cultura es a la vez un pri-
vilegio y un instrumento de violencia simbólica.
Para construir su teoría sociológica de la percep-
ción estética, Bourdieu se distancia de los discursos
de la estética tradicional y busca en la estructura de
clases de una sociedad las raíces o la base de las dis-
tintas concepciones estéticas. Los gustos tienen una
profunda base social y son producto, sobre todo, de
la educación que se logra en el ámbito familiar. El
texto se iniciaba con una demoledora encuesta sobre
los gustos musicales a propósito de tres obras: el Cla-
ve bien temperado de Bach, el Danubio azul de Strauss
y Rhapsody in Blue de Gershwin. A pesar de la indis-
cutibilidad, la intimidad y la irrenunciabilidad de los
gustos, resulta que los profesores de Enseñanza Su-
perior, intelectuales y artistas, escogían masivamente
a Bach, la clase media y los cuadros administrativos a
Gershwin, y la clase obrera se inclinaba mayoritaria-
mente por el Danubio azul (Lafforgue, 2009). Como
se pone de manifiesto en La distinction, los gustos tie-
nen un carácter relacional: el buen gusto, legítimo de
la alta burguesía, se distingue a la vez del gusto pre-
tencioso de las capas medianas y del gusto vulgar de las
clases populares. Las elecciones estéticas se constitu-
yen por oposición a las de los grupos más próximos
en el espacio social, con las cuales la competencia es

63
directa e inmediata. La afirmación de los gustos pro-
pios y las diversas formas de intolerancia estética es-
conden a menudo un alto grado de intolerancia y de
violencia social. El gusto legítimo se manifiesta en for-
ma de disgustos y es una toma de distancia respecto de
los otros gustos.
Los gustos –es decir, las preferencias manifesta-
das– son la afirmación práctica de una diferencia
inevitable. No es por casualidad que, cuando se tie-
nen que justificar, se afirmen de manera plenamen-
te negativa, mediante el rechazo a otros gustos: en
materia de gustos, más que en cualquier otra materia,
toda determinación es negación, y los gustos son, sin
duda y sobre todo, disgustos, hechos horrorosos o
que producen una intolerancia visceral (es asqueroso)
por los gustos de los otros. Sobre gustos y colores
no se discute: no porque todos los gustos estén en
la naturaleza, sino porque el gusto se siente fundado
por naturaleza –y casi lo está, puesto que es habitus–;
esto equivale a condenar a los otros en el escándalo
de aquello antinatural.

El habitus cultural
La noción de habitus surge en el contexto de una teoría general de la
práctica y resulta un concepto clave para comprender las reflexio-
nes de Bourdieu sobre la cultura. Bourdieu considera que la con-
cepción humanista de cultura, vinculada al arte y a la experiencia
estética, es demasiado restrictiva. Desde la perspectiva del autor
francés, cultura, en sentido amplio, comprende todo aquello que se
hace relacionado con determinado habitus de clase y que engloba

64
formas y estilos de vida. El habitus es como una segunda naturaleza
de origen cultural que orienta las elecciones relativas a la comida,
al vestido, al mobiliario, a los espectáculos que se disfrutan, etc.
A la vez, el habitus impregna la manera de moverse, la manera de
hablar y el gesto.

El habitus puede ser definido como un principio de generación de


prácticas y representaciones. Los agentes sociales que han crecido
en determinadas condiciones ambientales han interiorizado una
matriz de percepciones y de disposiciones similares que los llevan
a actuar y pensar de una manera parecida.

Bourdieu no presenta su concepto de habitus como un paradigma


nuevo, sino como la explicitación de una idea que de alguna manera
ha estado presente dentro de la tradición filosófica. El habitus se
remonta a la hexis de Aristóteles, entendida como “una disposición
moral generadora de actos”. Dentro de la tradición sociológica,
Durkheim insiste sobre su carácter general y duradero, y por lo
tanto le asigna un anclaje institucional. Durkheim considera que
todo proceso educativo “consiste en un esfuerzo continuo para
imponer al niño maneras de ver, de sentir y de actuar a las cuales no
habría podido tener acceso espontáneamente” (Durkheim, 1969:
36-37).

Dentro de la escuela francesa de sociología, Marcel Mauss recu-


perará la dimensión corporal de la hexis aristotélica, introduciendo
una antropología de las “técnicas corporales” que no disocia las ac-
titudes corporales de su valor simbólico ni de su función de distin-
ción cultural. Mauss definió el habitus como las “formas en que los
hombres de una sociedad hacen uso de su cuerpo de una manera

65
tradicional” (Mauss, 1971: 377). Las técnicas “corporales” confor-
marían una “idiosincrasia social”, es decir, un conjunto de dispo-
siciones corporales marcadas por la educación recibida. Los valo-
res sociales no se asientan en una realidad exclusivamente mental,
sino también corporal. Se interiorizan de una manera casi carnal
y arraigan en lo más profundo de nuestros cuerpos. Y esto es así
puesto que cuando se encarnan, se ilustran en la misma motrici-
dad. Todas nuestras posturas, miradas y movimientos delatan los
códigos culturales que hemos interiorizado.

Seguramente el precedente inmediato del habitus de Bourdieu se


encuentra en la obra de Panofsky (1967), que recupera de la esco-
lástica la noción de “hábito mental” como principio organizador
de las formas de expresión y de las creaciones de la cultura esco-
lástica (desde las catedrales góticas hasta las “sumas teológicas”).
En efecto, desde sus primeras definiciones Bourdieu caracteriza el
habitus como “un sistema de esquemas interiorizados que permi-
ten engendrar todos los pensamientos, percepciones y acciones ca-
racterísticos de una cultura, y solo estos” (Bourdieu: en Panofsky,
1967: 152). Visto así, el habitus tiene un carácter multidimensional:
es a la vez eidos (sistema de esquemas lógicos o estructuras cog-
nitivas), ethos (disposiciones morales), hexis (registro de posturas
y gestos) y aisthesis (gusto, disposición estética). Esto quiere decir
que el concepto engloba de manera indiferenciada tanto el plano
cognoscitivo como el axiológico y el práctico, con lo cual se es-
tán cuestionando las distinciones filosóficas intelectualistas entre
categorías lógicas y valores éticos, por un lado, y entre cuerpo e
intelecto, por el otro (Giménez, 1997).

66
La cultura burguesa

El arte de las buenas maneras –como dijo Veblen–


solo puede prosperar y lograr la máxima expresión en
el contexto de una vida ociosa, alejada de las necesi-
dades materiales inmediatas. Así, en contra de la ima-
gen clásica que tenemos de la burguesía como clase
dinámica y entregada al trabajo y a un esfuerzo cons-
tante y sistemático, hay que observar, en ciertos mo-
mentos históricos, la tendencia de la misma burgue-
sía a asumir formas y modelos aristocráticos, espe-
cialmente en las actividades de ocio.
Lo que caracteriza la distinción burguesa –o la cul-
tura burguesa– es, dice Bourdieu, la disposición dis-
tante en “el arte de vivir”, desprendida y desenvuel-
ta respecto del mundo y de los otros hombres. En
realidad, la estilización que se produce en toda for-
ma de esteticismo es –como ya se ha dicho– un re-
flejo de la superación de las necesidades materiales y
de la capacidad de sustraerse a las urgencias vitales
más inmediatas. Y esta actitud se expresa mediante
un formalismo que estiliza las formas de conducta y
de representación social. En las sociedades contem-
poráneas, esta cultura deviene la forma por excelen-
cia de la cultura desinteresada y es lo más legítimo de
los signos de distinción de las clases privilegiadas.
Aunque sea de forma inconsciente, en el seno de
la clase dominante hay muchas maneras de afirmar la
propia distinción, que es el resultado o el producto de
esta disposición estética que hace que la forma pre-

67
valga sobre la función. Y es que hace falta una gran
familiaridad (nunca mejor dicho) y una particular dis-
posición desinteresada con las formas de la “cultura
legítima”.
La alta burguesía es una clase que se siente segura
de sí misma, y esto explica el rechazo de todo aquello
que resulte demasiado vistoso, frívolo o superfluo.
En el ámbito burgués se desprecia la intención de dis-
tinguirse y se valora, en cambio, la elegancia de la dis-
tinción espontánea y contenida que parece natural.
Esta es una de las paradojas más instructivas del fe-
nómeno de la distinción burguesa en contraposición
a la distinción del nuevo rico o a la misma distinción
aristocrática: la persona distinguida hace ostentación
de la discreción propia. Se trata –haciendo uno de los
juegos de palabras que tanto gustan a Bourdieu– de
una “elegancia sin busca de elegancia”, de una “dis-
tinción sin busca de distinción”.
El gusto burgués y sus formas de distinción imitan
o (re)interpretan, de una manera más discreta y aus-
tera, las formas de distinción expresivas de la antigua
aristocracia. Bourdieu describe las formas caracterís-
ticas del buen gusto propio de las clases dominantes
y lo califica como “el gusto de libertad”, y da por he-
cho que las clases dominantes están en condiciones
de imponer su estilo de vida y sus principios estéticos
al resto de las clases sociales.
En contraposición al buen gusto y a las formas
discretas y distinguidas de las clases dominantes, el
gusto de las capas intermedias o de la pequeña bur-

68
guesía se caracteriza por su aire ampuloso y enfático,
por la pretensión de lograr los estándares de excelen-
cia cultural de la alta burguesía. Según Bourdieu, el
modelo de comportamiento y el estilo de vida de los
sectores sociales intermedios consiste en imitar e in-
tentar lograr los modelos de las capas superiores; la
buena voluntad cultural de la pequeña burguesía es
pretenciosa y a la vez poco afortunada, porque la bus-
ca de distinción pone de manifiesto una carencia y
equivale a la negación propia. En la busca deliberada
de distinción, el pequeño burgués delata, a menudo
involuntariamente, su condición y su origen social.
Las formas de distinción cultural del pequeño
burgués son poco exitosas porque se basan en un
sentimiento constante de inseguridad. Y así, paradó-
jicamente, mientras que para las clases que tienen la
competencia cultural la cultura deviene un tipo de
juego, para las capas intermedias la cultura resulta ser
una cosa muy seria. Hay una profunda mitificación
de la realidad cultural.
Los que son naturalmente distinguidos no tienen
por qué dudar de su competencia, tienen la suerte
y el privilegio de no tenerse que preocupar mucho
ni tomarse demasiado en serio su distinción “natu-
ral”. Los aspirantes o los recién llegados (los nuevos
ricos), en cambio, tienen que aparentar y se toman
muy seriamente las convenciones y las reglas relati-
vas al buen gusto. Esto les aboca a una actitud muy
exigente y a un ademán muy rígido ante la cultura. Se
exponen, naturalmente, a hacer el ridículo.

69
Las arenas de contienda

“Un campo es simultáneamente un espacio de conflictos y de con-


currencia, por analogía a un campo de batalla donde los partici-
pantes rivalizan con el objetivo de establecer un monopolio sobre
el tipo específico de capital que es eficiente: de un lado, sobre la
autoridad cultural en el campo artístico, la autoridad científica en
el campo de la ciencia, la autoridad sacerdotal en el campo religio-
so, etc.”

Wacquant (1994). Una invitación a la sociología reflexiva.

La dialéctica social

La realidad social presenta dos caras. Por un lado,


la sociedad aparece como una realidad objetiva y ex-
terna que nos limita y, a menudo, nos induce u obliga
a seguir unas pautas de comportamiento muy estric-
tas. Por otro lado, la sociedad es también una reali-

71
dad subjetiva, que hemos interiorizado y hemos in-
corporado. En este sentido, estamos completamente
imbuidos de nuestra condición social.
La dialéctica social se podría sintetizar mediante
las siguientes preguntas: ¿Hasta qué punto los seres
humanos somos actores creativos que controlamos
activamente nuestras vidas? ¿O, por el contrario, gran
parte de lo que hacemos es, en verdad, el resultado
de fuerzas sociales que escapan a nuestro control?
Desde una óptica objetivista la sociedad se impo-
ne como un hecho ineludible. Desde esta perspecti-
va, la sociología tiene que seguir el antiguo precepto
durkheimiano y “tratar los hechos sociales como co-
sas”. En el plano “metodológico”, este punto de vista
estructuralista está orientado hacia el estudio de los
mecanismos objetivos o de las estructuras profun-
das latentes y de los procesos que las producen y las
reproducen. Esta aproximación descansa en técni-
cas objetivistas de investigación (por ejemplo, mues-
tras estadísticas, indicadores, etc.). Así, podemos de-
cir que “existen –en el mundo social mismo, y no so-
lamente en los sistemas simbólicos como el lenguaje,
el mito, etc.– estructuras objetivas independientes de
la conciencia y de la voluntad de los agentes y capa-
ces de orientar o de restringir sus prácticas y sus re-
presentaciones” (Bourdieu, 1987: 147).
El principal mérito del objetivismo es que permi-
te romper con las ideas preconcebidas y con la expe-
riencia inmediata del mundo social tal como es per-
cibido por los mismos actores (y que así es capaz de

72
producir un conocimiento que no es reductible al co-
nocimiento práctico poseído por los actores de carne
y hueso): “La fuerza de esta perspectiva objetivista
o ‘estructuralista’ radica en el hecho de que destruye
la ilusión de transparencia del mundo social” (Bour-
dieu et al., 1968).
Pero el objetivismo también presenta sus limita-
ciones. Al llevar esta perspectiva hasta las últimas
consecuencias hay el peligro de negar la dimensión
subjetiva de la experiencia. El análisis sociológico
tiene que prever, también, las representaciones que
los individuos se hacen del mundo social. El sub-
jetivismo presupone la posibilidad de algún tipo de
aprehensión inmediata de la experiencia vivida por
los otros y da por hecho que esta aprehensión es una
forma de conocimiento del mundo social más o me-
nos adecuada. Esta manera de mirar el mundo social
se acerca más a la vida social tal como es vivida por
los mismos actores protagonistas de la acción social.
Se interesa, en clave weberiana, por el sentido que los
actores otorgan a sus acciones y por los procesos a
través de los cuales construyen sus mundos sociales
en la imaginación. La fenomenología nos acerca a es-
te discurso. Las “técnicas cualitativas” –como la ob-
servación participante, la etnografía y el análisis del
discurso– tienen como objeto, sobre todo, el estudio
de la significación subjetiva de la acción social, pero
hay que complementarlas con una mirada más obje-
tivista.

73
Efectivamente, la ciencia social oscila entre dos
perspectivas aparentemente inconciliables: el objeti-
vismo y el subjetivismo. Este es el principal reto teó-
rico de la sociología durante la segunda mitad del si-
glo xx. Bourdieu sostiene que ambas perspectivas se
encuentran en una relación dialéctica (están profun-
damente interrelacionadas). Las nociones de habitus
y de campo tienen una importancia capital en la crea-
ción del paradigma teórico del autor francés y tienen
la pretensión de resolver la falsa antinomia entre sub-
jetivismo y objetivismo (entre individuo y sociedad
o entre idealismo y materialismo). La tarea del autor
francés ha sido intentar hacer una síntesis nueva que
permita superar el uso de las parejas de conceptos
dicotómicos (paired concepts) que la sociología ha here-
dado de la vieja filosofía social. La noción de campo
tiene una importancia estratégica para resolver esta
falsa antinomia.

La constelación de campos

Las sociedades modernas comportan un alto gra-


do de complejidad. El espacio social deviene multidi-
mensional y se presenta como un conjunto de cam-
pos relativamente autónomos y articulados entre sí:
hay el campo económico, el campo político, el campo
religioso, el campo intelectual, el campo literario, etc.

74
Un campo, por lo tanto, es una esfera de la vida so-
cial que se ha ido autonomizando progresivamente a
través de la historia en torno a cierto tipo de relacio-
nes sociales, de intereses y de recursos propios, dife-
rentes de los otros campos. La autonomización del
campo corresponde –tal como señaló Max Weber en
la teoría de la modernización– al proceso histórico
seguido por las sociedades occidentales que ha dado
como resultado la creciente diferenciación de las di-
versas esferas sociales.
La noción de campo –que culmina la teoría social
del autor francés– ha sido planteada para abordar la
situación en que se encuentran los individuos (con-
vertidos en agentes) que intentan adecuar su com-
portamiento a las circunstancias que les ha tocado vi-
vir. Un campo no es simplemente la suma de actores
que participan. Por ejemplo, el campo periodístico no
se puede explicar únicamente a partir de las caracte-
rísticas individuales de los profesionales de la comu-
nicación. Hay que tener en cuenta, también, el siste-
ma de posiciones que ocupan los periodistas dentro
de su empresa y el peso relativo de las empresas de
comunicación dentro del ecosistema comunicativo.
La posición relativa de estos profesionales y las reglas
de juego dentro del mundo de la comunicación es lo
que explica su actuación individual y los límites de
sus acciones.
La noción del campo, pues, sirve para compren-
der el comportamiento “normal” y harto previsible
de los individuos que actúan en estos ámbitos socia-

75
les con independencia de sus características persona-
les. Huelga decir que la libertad personal de estos in-
dividuos está limitada o condicionada por el contex-
to o por las circunstancias.

La noción de juego
Para comprender la idea de campo es útil recurrir a la metáfora del
juego: un campo es un espacio de juego relativamente autónomo,
con objetivos propios que hay que lograr (envite), con jugadores
compitiendo entre sí y obstinados en diferentes estrategias según
su dotación de cartas y su capacidad de apuesta (capital), pero al
mismo tiempo interesados en jugar porque “creen” en el juego.
Los actores sociales (los jugadores) aceptan las reglas por el simple
hecho de jugar, y no por un contrato; lo hacen con la convicción
de que vale la pena jugar.

En cada momento, las relaciones de fuerza entre los jugadores de-


finen la estructura del campo. Esto no es todo: “Los jugadores
pueden jugar para aumentar o conservar su capital, sus fichas, es
decir, de acuerdo con las reglas tácitas del juego y con las necesi-
dades de la reproducción del juego y de los envites; pero también
pueden trabajar para transformar parcial o totalmente las reglas
inmanentes del juego”.

En este juego “los jugadores disponen de triunfos, es decir, de car-


tas maestras, cuya fuerza varía según las circunstancias del juego.
Y tal como la fuerza relativa de las cartas cambia según los juegos,
también la jerarquía de las diferentes especies de capital (econó-
mico, cultural, social, simbólico) varía en los diferentes campos.
Dicho de otro modo, hay cartas que son válidas, eficientes, en to-

76
dos los campos; pero su valor relativo como triunfo varía según
los campos e, incluso, según los estados sucesivos de un mismo
campo” (Bourdieu, 2005).

Las características del campo

Un campo es un espacio social estructurado, un


ámbito de fuerzas donde hay dominantes y domina-
dos. La teoría de los campos hace hincapié en las re-
laciones de poder, el conflicto y la transformación
que se producen en el interior de los diversos cam-
pos sociales.
El campo se caracteriza por el principio de au-
tonomía. El campo económico, por ejemplo, tiene
una estructura particular y se rige por criterios autó-
nomos diferenciados que no pueden desconocer las
personas que están implicadas en un campo: “La pela
és la pela”, como decimos en catalán.
El grado de autonomía de un campo es resultado
de un proceso histórico. Por ejemplo, en el caso del
campo intelectual, el proceso de autonomización tu-
vo lugar a medida que los creadores se liberaron eco-
nómica y socialmente de la tutela de la aristocracia y
de la Iglesia y de sus valores éticos y estéticos.
Es importante destacar que los límites de los cam-
pos no siempre son fáciles de dilucidar, cosa que so-
lo se puede hacer mediante la investigación empírica.
Es decir, no siempre es fácil delimitar las fronteras

77
entre los diferentes campos. En algunos campos el
grado de autonomía es muy limitado. El campo pe-
riodístico, por ejemplo, está muy relacionado con el
campo económico, dado que la mayor parte de em-
presas de comunicación se financian mediante la pu-
blicidad (cosa que genera una dependencia económi-
ca respecto de las empresas anunciantes). Por otro
lado, el “campo periodístico” también depende del
mundo de la política, dado que la mayor parte de li-
cencias de radio y televisión que se conceden a las
empresas privadas dependen de una concesión pú-
blica.
Cada campo comporta unos principios de funcio-
namiento conocidos por los agentes que participan
en él. El hecho de que sean instituciones sociales im-
plica admitir que agrupan a un conjunto de indivi-
duos que ejercen un rol social y tienen un conoci-
miento especializado. Para conocer el funcionamien-
to de un campo es importante conocer el bagaje cul-
tural de los agentes. Este bagaje cultural es el habitus
que, como ya se ha dicho, es un sistema de disposi-
ciones que los agentes han adquirido a través de la
experiencia. Esto quiere decir que los agentes com-
parten (aunque sea mínimamente) los mismos obje-
tivos y valores que presiden el juego. El habitus con-
lleva la interiorización de determinado tipo de con-
diciones económicas y sociales que encuentran en su
actuación en el campo una ocasión más o menos fa-
vorable para actualizarlas. (Así, por ejemplo, la elec-
ción de las noticias que realizan los periodistas se ha-

78
ce por “intuición”. Es el resultado de la interioriza-
ción de una serie de hábitos institucionales converti-
dos en normas.)
Los campos no son estáticos y evolucionan a lo
largo del tiempo. Para conocer la dinámica de un
campo hay que conocer su génesis histórica y su evo-
lución particular. El campo periodístico se mantiene
o se transforma en función de los conflictos que hay
entre las fuerzas que constituyen el campo, con el ob-
jeto de lograr el poder y de conseguir la autoridad.
Por ejemplo, podemos destacar la relevancia que ha
logrado la televisión dentro del sistema comunicativo
y la pérdida del peso específico de la prensa (Bour-
dieu, 1996). También podemos hacer mención de los
retos que comporta el proceso de digitalización y la
irrupción de internet para los grupos de comunica-
ción multimedia.
Finalmente, Bourdieu considera que hay cierta ar-
monización entre los diferentes campos. Hay algunos
campos, no obstante, como el campo económico y
el campo del poder, que se mantienen a un nivel je-
rárquicamente superior a otros campos. Este campo
“superior” es el lugar donde el código dominante se
mantiene absolutamente eficiente y se impone a to-
dos los efectos.

79
Violencia simbólica

“Los más desposeídos, los más carentes, son quizás aquellos que
han perdido la lucha simbólica por ser reconocidos, por ser acep-
tados como una parte de una entidad social reconocible, en una
palabra, como una parte de la humanidad”.

Pierre Bourdieu (1997). Méditations pascaliennes.

La influencia de la obra de Durkheim sobre Bour-


dieu es muy importante. Aun así, mientras Durkheim
pone el acento en la dimensión comunitaria y el ca-
rácter moral de la vida social (Flaquer, 2014), Bour-
dieu destaca el carácter conflictivo y problemático. La
obra de Bourdieu es un ejemplo elocuente de aquello
que podríamos describir como una reedición de una
sociología marcadamente conflictivista, que recoge la
simiente sembrada por Hobbes, Rousseau y Marx,
pero aplicada a la comprensión del ámbito de la cul-
tura. Bourdieu tiende –en una línea similar a Veblen–
a considerar la función de la cultura como un arma

81
en la lucha por el reconocimiento y el prestigio de
los grupos socialmente dominantes. Para Bourdieu,
la cultura es la continuación de la guerra, pero por
otros medios.
La mayor parte de los trabajos de Bourdieu ver-
san sobre el tema de la cultura. Se podría decir, no
obstante, que a Bourdieu no le interesa el tema de
la “cultura” en sí mismo, sino como instrumento de
poder y como mecanismo de reconocimiento social
por los grupos dominantes. El sociólogo francés es-
tudia las prácticas culturales y los comportamientos
humanos desde la perspectiva del conflicto. Quizás,
exagerando un poco, se puede decir que, para Bour-
dieu, la sociedad se encuentra, también en épocas de
paz, en estado de guerra permanente. El conflicto es
inherente a la vida social. Toda acción social, incluso
las prácticas aparentemente más inocentes, relacio-
nadas con la adquisición del lenguaje y de la cultura,
son contempladas como un arma (o una forma de
capital) a manos de los actores sociales (“jugadores”)
que intentan mejorar su posición en su campo social.
Inspirándose en la noción de dominación de Max
Weber, Pierre Bourdieu elabora su teoría de la vio-
lencia simbólica, que comporta una forma de domina-
ción social casi invisible que se ejerce con la complici-
dad tácita de quienes la sufren. Se trata de una forma
de dominación que tiene una eficacia extraordinaria,
dado que no la percibe ni quien la ejerce ni tampo-
co quien la sufre. La violencia simbólica se basa en
medios más sutiles que las formas de dominación y

82
de violencia más convencionales: la violencia simbó-
lica es, para decirlo de la manera más sencilla posi-
ble, aquella forma de violencia que se ejerce sobre un
agente social con su complicidad (Bourdieu, 1997).
La violencia simbólica constituye el principal me-
canismo de reproducción social y el medio más po-
tente de mantenimiento del orden social. En el ámbi-
to de la cultura –y de una manera particular en el sis-
tema de enseñanza– es donde se pueden reconocer
más claramente los mecanismos de la violencia sim-
bólica. La escuela no es neutra. Es un ámbito institu-
cional donde se impone la cultura socialmente legíti-
ma: “Toda acción pedagógica es objetivamente una
violencia simbólica como imposición, por parte de
un poder arbitrario, de un arbitrario cultural” (Bour-
dieu y Passeron, 1977: 45).
Bourdieu señala la tendencia, inherente en los sec-
tores sociales modestos, a dejarse dominar. Esto no
significa que los individuos dominados estén dis-
puestos a aceptarlo todo, pero generalmente tienden
a tolerar situaciones que para la mayor parte de no-
sotros (los intelectuales) serían intolerables. “Se trata
de un mecanismo formidable, como el sistema im-
perial –un maravilloso instrumento ideológico, más
grande y más poderoso que la televisión o la propa-
ganda–. Esta es la principal experiencia que yo quiero
comunicar. La capacidad de resistencia y disidencia
es muy importante; existe, pero no allá donde noso-
tros la buscamos; adopta otras formas” (Eagleton y
Bourdieu, 1991).

83
Bourdieu considera que para que un sistema de
dominación sea efectivo, las relaciones de domina-
ción han de ser reconocidas como legítimas por parte
de todos, tanto por parte de los dominantes como de
los dominados, de forma que los dominados se ad-
hieran “naturalmente”, y de manera casi inconscien-
te, a la orden imperante. “Si hay que recordar que los
dominados contribuyen siempre a la propia domina-
ción, también es indispensable subrayar en el mis-
mo sentido que las disposiciones que los inclinan ha-
cia esta complicidad son el efecto, incorporado, de la
propia dominación” (Bourdieu, 1989: 12).
La violencia simbólica permite algo extraordina-
rio: que los dominados acepten la visión y la división
del mundo social que les representan los dominantes.
Los dominados se piensan a sí mismos y al conjun-
to de sus relaciones con los dominantes con las ca-
tegorías mentales proporcionadas por estos últimos,
permitiéndoles a ellos economizar en otros tipos de
violencia (Lafforgue, 2009).
El estudio de las relaciones de género ha permi-
tido a Bourdieu poner en evidencia los mecanismos
de la violencia simbólica.

“Y también he visto siempre, en la dominación masculina y la ma-


nera de imponerla y sufrirla, el ejemplo por excelencia de esta su-
misión paradójica, un efecto de lo que yo denomino violencia sim-
bólica, violencia suave, insensible e invisible para las mismas vícti-
mas, la cual es ejercida, esencialmente, por las vías puramente sim-

84
bólicas de la comunicación y el conocimiento o, más exactamente,
del desconocimiento, del reconocimiento o, en última instancia,
del sentimiento. Esta relación social extraordinariamente ordinaria
ofrece, pues, una ocasión privilegiada para captar la lógica de la
dominación ejercida en nombre de un principio simbólico cono-
cido y reconocido tanto por el dominante como por el dominado,
una lengua (o una pronunciación), un estilo de vida (o una manera
de pensar, de hablar o actuar) y, más en general, una característica
distintiva –emblema o estigma– de lo más eficaz simbólicamente
es la característica corporal, perfectamente arbitraria y no predic-
tiva, del color de la piel.”

Bourdieu, 2000 [1998]: 11-12.

El enigma que quiere descifrar en La dominación


masculina (2000) es que esta haya sido históricamente
aceptada por las mismas mujeres que han sufrido las
consecuencias y que a la vez han contribuido a trans-
mitirla a sus hijos. Según Bourdieu, la dominación
masculina y la manera en que se impone y se soporta
son el mejor ejemplo de una forma de sumisión que
cuesta de entender si no fuera porque es consecuen-
cia de la “violencia simbólica”. Esto es así porque el
orden masculino está tan profundamente arraigado
que no necesita ningún tipo de justificación: se im-
pone como una evidencia o como un hecho univer-
sal. No se cuestiona. Tiende a ser admitido como un
hecho inevitable y que se da por descontado en vir-
tud del acuerdo casi perfecto e inmediato que se es-

85
tablece entre, por un lado, unas estructuras sociales
como las que se expresan en la organización social
del espacio y del tiempo y en la división sexual del
trabajo y, del otro, las estructuras cognitivas inscritas
en el cuerpo y el espíritu (Bourdieu, 2005).
Para acabar, creo que la mirada de Bourdieu está
teñida de una especie de fatalismo antropológico que
en ciertas ocasiones le hace sobrevalorar la fuerza de
los dominadores y, a menudo, despreciar la capacidad
de lucha y de resistencia de los dominados. Una lec-
tura radical de sus textos nos puede llevar, muy pro-
bablemente, al pesimismo y al derrotismo, a la nega-
ción del sujeto como actor social libre y responsable
de sus actos. Sin embargo, no se puede dudar de que
estamos ante una aportación fundamental al estudio
de las relaciones de poder en la sociedad contempo-
ránea.

86
Cronología

1930
Nace el primero de agosto en un hogar modesto de Denguin, pue-
blo situado en la región de Bearn (departamento de los Pirineos
Atlánticos). Hijo de Noémie Duhau y Albert Bourdieu.

1941/1947
Estudia en el Liceo Louis Barthou de la ciudad de Pau. Bourdieu
vivió internado durante los años difíciles de la Segunda Guerra
Mundial. En varias ocasiones hace referencia a las condiciones du-
rísimas que comporta el régimen de internamiento.

1948/1951
Se traslada a París e ingresa en el prestigioso Liceo Louis-le-Grand
(el mismo al cual asistió Émile Durkheim). Bourdieu ya tiene 18
años. Son los años de la posguerra de gran efervescencia, en los
cuales París recupera el papel de capital de la cultura europea.

1951/1954
Supera el examen de ingreso para acceder a la prestigiosa Éco-
le Normale Supérieure (ENS), donde estudió filosofía de 1951 a
1954. Estudia paralelamente en la Facultad de Letras de París.

1954/1955

87
Trabaja como profesor de filosofía en el Liceo de Moulins.

1955
Obtiene la agregación de filosofía, una de las disciplinas que en-
tonces disfrutaban de mayor prestigio universitario a escala euro-
pea.

1955/1958
Servicio militar en Argelia.

1958/1960
Asistente en la Facultad de Letras de Argel. Trabaja como profesor
ayudante e investiga la cultura bereber, la agricultura tradicional y
el trabajo en Argelia. En estos años estudió la lengua árabe y la
lengua de la Cabilia.

1960
Vuelve a París. Empieza a trabajar como asistente de Raymond
Aron en la Facultad de Letras y de lasCiencias Humanes de París.

1961
Se convierte en secretario general del Centre de Sociologie Euro-
péenne de l’Éducation et la Culture (CSE). Allí coincide con Jean-
Claude Passeron.

1960/1962
Da clases en la Universidad de París. En un primer momento, se
le concede el puesto de asistente en la Facultad de Letras de esta
ciudad.

1962/1964
Da clases en la Universidad de Lille.

1961/1964
Es coordinador de conferencias en la Facultad de Letras de Lille.

88
1962
Se casa con Marie-Claire Brisard. Tendrán dos hijos.

1964
Establece la residencia definitiva en la ciudad de París.

1964/1984
Profesor en la Escuela Normal Superior. Director del Centro de
Sociología de la Educación y Cultura en la Ècole des Hautes Etu-
des en Sciences Sociales (EHESS) y en el Centre Nationale du Re-
cherches en Sociologie (CNRS). Posteriormente, cuatro años más
tarde, se convertirá en el director del CSE.

1964
Ingresa en el cuerpo de profesorado de la École des Hautes Études
en Sciences Sociales.

1964/1992
Lleva a cabo una esforzada actividad en el mundo editorial, ini-
ciando la colección “Le sens commun” dentro del sello Les Édi-
tions de Minuit.

1968
Funda el Centre de Sociologie Européenne. Inicia un proyecto de
investigación colectiva, extensa y pionera sobre el mantenimiento
de los sistemas de poder por medio de la transmisión de una cul-
tura dominante.

1972/1973
Profesor visitante en el Institute for Advanced Studies de Prince-
ton. Es miembro de la American Academy of Arts and Sciences.

1974/1976
Es miembro del consejo científico del Max Planck Institute für
Bildungsforschung.

89
1975
Funda y dirige, con el apoyo de Fernand Braudel, la revista Actes
de la Recherche en Sciences Sociales, revista centrada en la publicación
de artículos de investigación que muestran los mecanismos por los
cuales la producción cultural ayuda a sostener la estructura domi-
nante de la sociedad.

1975/2002
Miembro del consejo asesor del American Journal of Sociology.

1981
Obtiene la prestigiosa cátedra de sociología del Collège de France.
Pronunció la famosa Leçon sur la leçon.

1981
Es nombrado director de estudios de la École des Hautes Études
en Sciences Sociales y fue elegido miembro de la Academia Euro-
pea de las Ciencias y las Artes.

1982/2002
Es designado profesor titular de la Cátedra de Sociología en el
prestigioso Collège de France.

1985/2002
Director del Centro de Sociologie Européenne (CSE) y la École
des Hautes Études en Sciences Sociales (EHSS).

1989
Funda Liber. Revue Internationale des Livres.

1989
Reconocido como doctor honoris causa por la Universidad Libre
de Berlín.

1991
Es miembro del consejo científico del Instituto Magreb-Europa.

90
1993
Es honrado con la medalla de oro del Centre Nationale du Recher-
ches en Sociologie (CNRS).

1996
Funda la editorial Liber-Raisons d’Agir. Doctor honoris causa por
la Universidad Johann-Wolfgang-Goethe de Frankfurt.

1996
Doctor honoris causa por la Universidad de Atenas. Es condeco-
rado con el Erving Goffman Prize por la University of Califor-
nia-Berkeley.

1997
Le es entregado el premio Ernst Bloch de la ciudad alemana de
Ludwigshafen.

1998
Asociación Raisons d’Agir.

2002
El 23 de enero de 2002 muere de cáncer en el hospital de Saint-
Antoine de París a la edad de 71 años.

91
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95
Glosario

Campo: Teoría de los campos. Concepción teórica de Pie-


rre Bourdieu que, desde una perspectiva conflictivista, com-
prende la sociedad moderna como una constelación de cam-
pos (el campo económico, el campo político, el campo religio-
so, etc.). Un campo es un espacio social en que las personas lu-
chan para adquirir ventajas competitivas y conseguir posiciones
de dominación mediante el uso de varias formas de capital. El
campo económico, por ejemplo, tiene una estructura particular
y se rige a partir de criterios autónomos. Un campo es un es-
pacio social estructurado, un campo de fuerzas donde hay do-
minantes y dominados, es simultáneamente un espacio de con-
flictos y de concurrencia –por analogía a un campo de batalla–,
donde los participantes rivalizan con el objetivo de establecer
un monopolio sobre el tipo específico de capital que es eficien-
te. Cada campo es producto de una génesis histórica y se rige
por unos principios de funcionamiento autónomos.

Capital cultural: Bagaje cultural que se ha adquirido sobre


todo a través de la educación familiar y, también, de la escuela.
Para Bourdieu, los miembros de las familias burguesas que dis-
frutan de un buen nivel cultural se encuentran en una posición
privilegiada para acceder a las mejores oportunidades vitales y
profesionales. El capital cultural es un instrumento al servicio

97
de la reproducción y legitimación de las estructuras de desigual-
dad social.

Capital simbólico: Prestigio, estima y reconocimiento so-


cial que consigue un individuo en función de una serie de ca-
lidades o atributos que los otros valoran positivamente. En la
concepción teórica de Bourdieu el capital simbólico depende,
fundamentalmente, de la combinación del capital económico,
el capital social y el capital cultural.

Capital social: Red de conocidos y de amistades que facili-


tan los contactos sociales y la promoción profesional. El capital
social es producto de los contactos y relaciones sociales que se
han logrado a lo largo de la experiencia personal. El hecho de
mantener una buena posición profesional también puede favo-
recer las relaciones sociales.

Distinción cultural: Manera de significarse por encima del


común de una persona o de un grupo de personas por el he-
cho de seguir dignamente las formas y los modelos de conducta
arquetípicos vigentes dentro de su grupo social. Históricamen-
te, la burguesía se ha distinguido culturalmente mediante unos
modelos de comportamiento cultural de origen aristocrático.
Bourdieu considera que los gustos y las formas de comporta-
miento externo (habitus), que marcan un determinado estilo de
vida, son o pueden ser un buen indicador para situar a las per-
sonas en el grupo social de procedencia.

Habitus: Manera de ser interiorizada según la posición que


se ocupa dentro del espacio social y que acaba estructurando
tanto la percepción como la generación de las prácticas cultu-
rales. Los habitus son las disposiciones a menudo no conscien-
tes que el individuo interioriza en el transcurso de su socializa-
ción, sobre todo en el ámbito familiar (y, en menor intensidad,
en la escuela y el trabajo, etc.) y que nos conducen a percibir,
pensar y actuar de una manera determinada. Estas disposicio-
nes inclinan a las personas a obrar y a reaccionar de una manera
determinada. Así, el habitus se refiere a la vez a cierta capacidad
de discernimiento y a determinada manera de hacer las cosas

98
con una gracia especial. Se puede definir el habitus, al estilo de
Bourdieu, como “el sistema de disposiciones adquiridas (mar-
ca incorporada de la biografía social), que es a la vez principio
generador de prácticas objetivamente clasificables y sistema de
clasificación de estas prácticas”. Las disposiciones que consti-
tuyen el habitus son inculcadas, estructuradas, durables, genera-
tivas y transponibles. Bourdieu afirma que las manifestaciones
culturales y las afirmaciones del gusto no son, generalmente, el
producto de una elección consciente y estratégica del individuo,
sino más bien una disposición “desinteresada” que impregna y
da una coherencia formal a todas las formas de comportamien-
to, y orienta las decisiones que organizan la vida de las personas.
La noción de habitus es fruto de un pensamiento dialéctico. Este
concepto permite a Bourdieu postular como principio genera-
dor de las prácticas una intencionalidad sin intención, una re-
gularidad sin sumisión consciente a una regla, una racionalidad
sin cálculo y una causalidad no mecanicista.

Ideología carismática: Tendencia a creer que las personas


que triunfan, sobre todo en el mundo educativo, es porque tie-
nen un don natural, o unas cualidades innatas excepcionales,
que las abocan de manera inexorable al éxito. La ideología ca-
rismática ve la inteligencia como un don natural y no como una
capacidad humana producto de un proceso de instrucción y de
entrenamiento. En virtud de esta ideología, se tiende a negar
sistemáticamente este nexo. La esencia de la cultura –dice Bour-
dieu irónicamente– consiste en poseerla sin haberla adquirido
nunca: “Para que la cultura pueda desarrollar su función de le-
gitimación de los privilegios heredados, es una condición nece-
saria y suficiente que se olvide el nexo (claro y oculto) que hay
entre cultura y educación”.

Meritocracia: Sociedad en que la posición de los individuos


en la estructura ocupacional es producto solamente del mérito
y del talento individual. Un régimen meritocrático se rige por el
principio de la igualdad de oportunidades. Ni la herencia ni las
relaciones sociales ni el azar explican el éxito de un individuo.
Bourdieu y Passeron criticaron esta concepción. Así, conside-
ran que una de las principales tareas del sistema educativo es re-

99
producir las desigualdades de clase. El funcionamiento del sis-
tema educativo –como un sector institucional autónomo– con-
tribuye a la reproducción de la estructura de desigualdad social
y a la vez ayuda a presentarla como legítima.

Reflexividad: Conciencia de que toda forma de conoci-


miento está condicionada por unas circunstancias históricas y
sociales determinadas. El conocimiento es, pues, un producto
social. La sociología del conocimiento estudia, precisamente, las
condiciones sociales del saber.

Reproducción cultural: Transmisión de los valores y de


las normas culturales de una generación a la siguiente. La repro-
ducción cultural permite que se preserven a lo largo del tiempo
las experiencias culturales en el seno de una familia o un grupo
social determinado. En las sociedades modernas los procesos
de escolarización han resultado ser uno de los principales me-
canismos de la reproducción cultural.

Reproducción social: Perpetuación de las relaciones de


poder y privilegio que mantienen las clases dominantes de una
generación a otra.

Ruptura epistemológica: Rotura de las evidencias colec-


tivas que constituyen el mundo implícito, necesario para cons-
truir el discurso científico. Esta superación de las prenociones
de la vida cotidiana se consigue con técnicas como la crítica ló-
gica de las nociones, las pruebas estadísticas y, sobre todo, la
utilización de un lenguaje propiamente sociológico construido
a partir de la tradición teórica de la disciplina.

Vigilancia epistemológica: Actitud que toma el científico


en relación con su práctica investigadora, y que consiste en una
atención incesante y polémica sobre las condiciones de produc-
ción del conocimiento científico con el objetivo de vencer los
prejuicios y para garantizar la cientificidad de un trabajo de in-
vestigación.

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Violencia simbólica: Tipo de violencia que se ejerce sobre
un actor social con su complicidad. La propia víctima de una
situación social injusta puede comprender su dominación como
un hecho lógico y natural.

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