7.1-. Textos

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UNIDAD 7. TRAYECTORIA HISTÓRICA DE LA LITERATURA EN


CASTELLANO DEL ÚLTIMO CUARTO DEL SIGLO XIX Y DE LOS SIGLOS
XX Y XXI. 2-. GUERRA CIVIL, EXILIO Y DICTADURA.

TEXTOS

7.1-. La lírica y el teatro posteriores a 1936

7.1.1-. La lírica

1-. MIGUEL HERNÁNDEZ. Soneto de El rayo que no cesa (1936)

Como el toro he nacido para el luto


y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.

2-. Poema X de Español del éxodo y del llanto (1939) de LEÓN FELIPE

Español del éxodo de ayer en la lluvia ecuménica del sol.


y español del éxodo de hoy: Y yérguete… ¡Yérguete!
te salvarás como hombre, Que tal vez el hombre de este tiempo… pero
no como español. es el hombre movible de la luz,
No tienes patria ni tribu. Si puedes, del éxodo y del viento.
hunde tus raíces y tus sueños

3-. “El peso del mundo” (fragmento), de Escrito a cada instante (1949) de
LEOPOLDO PANERO

Llenando el mundo el sol abre la meseta más y más.


¡Las tapias pardas, los surcos esponjados, y el volar
de unos gorrione! Ya todo se puede casi tocar.
La vega se azula; el vaho y el perfume del habar
el son del agua las moja, y adensa el cielo, en el caz
de los molinos, su umbría: las hojas se oyen temblar.
¡Relente y sol en lo verde que se entrecruzan! ¡Vivaz
sabor del alma hacia el día profundamente rural
que afirma al hombre en su sitio y a la muerte en su lugar!
Mi corazón va cantando y encima de un cerro está
donde las trémulas viñas parecen aletear.
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Respiro, y el pie zahonda aún la nocturna humedad


de la tierra, que es trabajo más que paisaje, y frugal
esperanza cotidiana del hombre que amasa el pan
con el sudor de su frente y hace de adobes su hogar. (…)
Hoy, y mañana, el sonido continuo, puro, mortal,
teje la santa armonía del tiempo, en la eternidad
íntimamente aldeana del rincón que Dios nos da.
Mañana, y hoy, como ahora, y siempre, y todo, al azar
de la estación y del día, que hace a los campos cambiar,
tenuemente abandonando su sombra muerta detrás. (…)
¡Oh peso del mundo, dulce, bajo la tierra al arar,
bajo la nieve al caer, bajo el resol el trigal,
bajo el aire en primavera cuando vuela el gavilán,
y vibra el fresno delgado, ya verde junto al tapial!
¡Oh peso del mundo, peso de mi cuerpo sobre el haz
del mundo, sobre la masa tibia de agosto total.!
¡Mañana y hoy, y mañana, cuando el oro del almiar,
cuando el son de las estrellas, cuando el fuego en el pinar
lejano, cuando un silencio de empañamiento inmortal…!
Todo en rotación diurna descansa en su más allá,
espera, susurra, tiembla, duerme y parece velar,
mientras el peso del mundo tira del cuerpo y lo va
enterrando dulcemente entre un después y un jamás.

4-. “Hombre”, de Ángel fieramente humano (1947-49) de BLAS DE OTERO

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,


al borde del abismo estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.
Oh Dios. Si he de morir quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.
Alzo la mano y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser –y no ser- eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!
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5-. “Fe de vida”, de Alegría (1947) de JOSÉ HIERRO

Sé que el invierno está aquí, Pero estoy aquí. Me muevo,


detrás de esa puerta. Sé vivo. Me llamo José
que si ahora saliese fuera Hierro. Alegría. (Alegría
lo hallaría todo muerto, que está caída a mis pies.)
luchando por renacer. Nada en orden. Todo roto,
Sé que si busco una rama a punto de ya no ser.
no la encontraré.
Sé que si busco una mano Pero toco la alegría,
que me salve del olvido porque aunque todo esté muerto
no la encontraré. yo aún estoy vivo y lo sé.
Sé que si busco al que fui
no lo encontraré.

. 6-. “Hago versos, señores!”, de Todo asusta (1958) de GLORIA FUERTES

Hago versos señores, hago versos,


pero no me gusta que me llamen poetisa,
me gusta el vino como a los albañiles
y tengo una asistenta que habla sola.
Este mundo resulta divertido,
pasan cosas señores que no expongo,
se dan casos, aunque nunca se dan casas
a los pobres que no pueden dar traspaso.
Sigue habiendo solteras con su perro,
sigue habiendo casados con querida
a los déspotas duros nadie les dice nada,
y leemos que hay muertos y pasamos la hoja,
y nos pisan el cuello y nadie se levanta,
y nos odia la gente y decimos: ¡la vida!
Esto pasa señores y yo debo decirlo.

7-. “Apología y petición”, de Moralidades (1966) de JAIME GIL DE


BIEDMA. La forma métrica es la de una sextina.

Y qué decir de nuestra madre España,


este país de todos los demonios
en donde el mal gobierno, la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno
sino un estado místico del hombre,
la absolución final de nuestra historia?

De todas las historias de la Historia


sin duda la más triste es la de España,
porque termina mal. Como si el hombre,
harto ya de luchar con sus demonios,
decidiese encargarles el gobierno
y la administración de su pobreza.
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Nuestra famosa inmemorial pobreza,


cuyo origen se pierde en las historias
que dicen que no es culpa del gobierno
sino terrible maldición de España,
triste precio pagado a los demonios
con hambre y con trabajo de sus hombres.

A menudo he pensado en esos hombres,


a menudo he pensado en la pobreza
de este país de todos los demonios.
Y a menudo he pensado en otra historia
distinta y menos simple, en otra España
en donde sí que importa un mal gobierno.

Quiero creer que nuestro mal gobierno


es un vulgar negocio de los hombres
y no una metafísica, que España
debe y puede salir de la pobreza,
que es tiempo aún para cambiar su historia
antes que se la llevan los demonios.

Porque quiero creer que no hay demonios.


Son hombres los que pagan al gobierno,
los empresarios de la falsa historia,
son hombres los que han vendido al hombre,
los que la han convertido a la pobreza
y secuestrado la salud de España.

Pido que España expulse a esos demonios.


Que la pobreza suba hasta el gobierno.
Que sea el hombre el dueño de su historia.

8-. “Gorrión”, de Alianza y condena (1965) de CLAUDIO RODRÍGUEZ

No olvida. No se aleja vivir? ¿Qué amor encuentra


este granuja astuto en nuestro pan tan duro?
de nuestra vida. Siempre Ya dio al aire los muertos
de prestado, sin rumbo, este gorrión que pudo
como cualquiera, aquí anda, volar pero aquí sigue,
se lava aquí, tozudo, aquí abajo, seguro,
entre nuestros zapatos. metiendo en su pechuga
¿Qué busca en nuestro oscuro todo el polvo del mundo.

9-. “el cine de los sábados”, de Teatro de operaciones (1967) de ANTONIO


MARTÍNEZ SARRIÓN

maravillas del cine galerías


de luz parpadeante entre silbidos
niños con sus mamás que iban abajo
entre panteras un indio se esfuerza
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por alcanzar los frutos más dorados


ivonne de carlo baila en scherezade
no sé si danza musulmana o tango
amor de mis quince años marilyn
ríos de la memoria tan amargos
luego la cena desabrida y fría
y los ojos ardiendo como faros

Comentario

En este poema en endecasílabos blancos escritos sin puntuación y sin mayúsculas,


Martínez Sarrión rememora un recuerdo de infancia: el cine de la posguerra como una
forma de evasión (películas de aventuras -panteras, indio-) frente a la dura realidad (luego
la cena desabrida y fría). El cine representa también el despertar sexual del adolescente
a través de dos hermosas actrices de Hollywood: Yvonne de Carlo (1922-2007, de la que
se cita su película de 1947 Song of Scheherezade) y el gran mito erótico Marilyn Monroe
(1926-1962), a quien el poeta le dedicaría luego una elegía.

10-. “Una sola nota musical para Hölderlin”, de Arde el mar (1966) de PERE
GIMFERRER

Si pierdo la memoria, qué pureza.


En la azul crestería la tarde se demora,
retiene su oro en mallas lejanísimas,
cuela la luz por un resquicio último, se extiende y me delata
como un arco que tiembla sobre el aire encendido.
¿Qué esperaba el silencio? Príncipes de la tarde, ¿qué palacios
holló mi pie, qué nubes o arrecifes, qué estrellado país?
Duró más que nosotros aquella rosa muerta.
Qué dulce es al oído el rumor con el que giran los planetas del agua.

Comentario

En este poema en verso libre, Gimferrer utiliza la técnica del “monólogo


dramático”, es decir, la voz lírica del poema sería la del poeta alemán Friedrich Hölderlin
(1770-1843), que sufrió enajenación mental en 1805 y vivió el resto de su vida recluido.
El poema alude así al poeta componiendo versos descriptivos vistos desde la ventana de
su casa, una reflexión sobre el arte (de ahí el culturalismo típico de esta generación)
escrito en un lenguaje brillante, rico y metafórico.

11-. “Memoria de la carne”, de A través del tiempo (1968) de JUAN LUIS


PANERO

Por la noche, con la luz apagada,


miraba a través de los cristales,
entre los conocidos huecos de la persiana.
Como un rito o una extraña costumbre
la escena se repetía, día tras día,
igual siempre a sí misma.
Frente a frente su ventana,
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la veía aparecer y bajo la tenue claridad de la luz,


lentamente, irse haciendo desnuda.
Sus ropas caían sobre la silla,
primero grandes, luego más pequeñas,
hasta llegar al ocre color de su cuerpo.
Andando o sentada, sus movimientos tenían
la inútil inocencia del que no se cree observado
y la imprevista ternura del cansancio.
Cuando todo volvía a la oscuridad,
los apresurados golpes del corazón
se aquietaban con una sosegada plenitud.
De quien así, ocultamente deseé,
nunca supe su nombre
y el romper de su risa es aún el vacío.
Sin embargo allí, en la perdida frontera de los catorce años,
por encima del Latín imposible
y de los misteriosos números de la Química,
el temblor detenido de mis manos,
la turbia fijeza de mis ojos sobre ella, permanecen,
dando fe de aquel tiempo, memoria de la carne.

12-. “Pequeño testamento” (9-IX-1983) de Curso Superior de Ignorancia


(1987) de MIGUEL D’ORS

Os dejo el río Almofrey, dormido entre zarzas con mirlos,


las hayas de Zuriza, el azul guaraní de las orquídeas,
los rinocerontes, que son como carros de combate,
los flamencos como claves de sol de la corriente,
las avispas, esos tigres condensados,
las fresas vagabundas, los farallones de Maine, el Annapurna,
las cataratas del Niágara con su pose de rubia platino,
los edelweiss prohibidos de Ordesa, las hormigas minuciosas,
la Vía Láctea y los ruyseñores conplidos.

Os dejo las autopistas


que exhalan el verano en la hora despoblada de la siesta,
el Cántico espiritual, los goles de Pelé,
la catedral de Chartres y los trigos ojivales,
los aleluya de oro de los Uffizi,
el Taj Mahal temblando en un estanque,
los autobuses que se bambolean en Säo Paulo y en Mombasa
con racimos de negros y animales felices.

Todo para vosotros, hijos míos.


Suerte de haber tenido un padre rico.

Comentario

Este poema se presenta como un irónico testamento que el poeta lega a sus hijos
(el título procede del gran poeta francés del siglo XV François Villon). A través de
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enumeraciones paralelísticas hace un recuento de la hermosura natural, artística o incluso


deportiva (aunque también de otras realidades cotidianas) que comienza con el río gallego
Almofrey, en cuya ribera D’Ors pasó momentos felices de su infancia. Los ruyseñores
conplidos (“ruiseñores perfectos”, escritos con grafías de la Edad Media) pueden ser una
referencia a la primavera. En el verso 7 se alude con la hipálage a Marilyn Monroe, la
rubia platino que se convirtió en mito erótico con la película Niágara. Otra hipálage son
los trigos ojivales del verso 13: lo que serían ojivales son los arcos de la catedral gótica
francesa de Chartres.

13-. “La mentirosa” de La caja de plata (1985) de LUIS ALBERTO DE


CUENCA

Tienes hora para ir al ginecólogo,


te duele la cabeza, te ha sentado
algo más o preparas un examen,
es el santo de Marta, los gemelos
se aburren sin salir o Macarena
te ha invitado a bañarte en su piscina…
¡Qué mal mientes, amor! Si no te gusto,
dímelo. Pensaré en un buen suicidio.
Pero si quieres verme, y tus excusas
no son más que un vulgar afrodisíaco
para que se mantenga mi deseo,
invéntate otros juegos, vida mía,
que el premio del engaño es el olvido.

14- “Garcilaso 1991”, de Habitaciones separadas (1994) LUIS GARCÍA


MONTERO

Mi alma os ha cortado a su medida,


dice ahora el poema,
con palabras que fueron escritas en un tiempo
de amores cortesanos.
Y en esta habitación del siglo XX,
muy a finales ya,
preparando la clase de mañana,
regresan las palabras sin rumor de caballos,
sin vestidos de corte,
sin palacios.
Junto a Bagdad herido por el fuego,
mi alma os ha cortado a su medida.

Todo cesa de pronto y te imagino


en la ciudad, tu coche, tus vaqueros,
la ley de tus edades,
y tengo miedo de quererte en falso,
porque no sé vivir sino en la apuesta,
abrasado por llamas que arden sin quemarnos
y que son realidad,
aunque los ojos miren la distancia en los televisores.
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A través de los siglos,


saltando por encima de todas las catástrofes,
por encima de títulos y fechas,
las palabras retornan al mundo de los vivos,
preguntan por su casa.

Ya sé que no es eterna la poesía,


pero sabe cambiar junto a nosotros,
aparecer vestida con vaqueros,
apoyarse en el hombre que se inventa un amor
y que sufre de amor
cuando está solo.

15-. “De balneario en balneario”, de Personal & político (2015) de AURORA


LUQUE

Mi vieja profesora de latín,


epicúrea en las décadas de Franco,
se divorció, se jubiló y se puso
a honrar el noble espíritu de Roma.
“Vive de balneario en balneario”,
critica algún pariente rencoroso.
Espléndida liturgia de una vida
consagrada a la lengua de Catulo:
bañar morosamente el propio ocaso
por las termas ibéricas más pijas.

16-. “El lugar que tú ocupas” de Ya nadie baila (2015) de ELVIRA SASTRE

Por suerte, Como un sueño.


existes.
Como el sueño que aparece
Y por suerte, también, en el momento preciso
no solo existes, en el lugar que tú ocupas.
sino que te colocas aquí,
justo al lado de todo lo que está lejos
para estar cerca.

Y por suerte, aún más,


no solo existes
y te colocas aquí,
sino que en ese exacto lugar
en el que me haces pensar
que merezco habitarlo,
conocer los rincones que lo atajan
y saber mirarte también
cuando cierro los ojos.
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7.1.2-. El teatro

1-. Texto de Tres sombreros de copa (1952 pero 1932) de MIGUEL MIHURA
(1905-1977)

DIONISIO. Pero ¿qué veo, don Rosario? ¿Un teléfono?


DON ROSARIO. Sí, señor. Un teléfono.
DIONISIO. Pero ¿un teléfono de esos por los que se puede llamar a los bomberos?
DON ROSARIO. Sí, señor. Y a los de las Pompas Fúnebres…
DIONISIO. ¡Pero esto es tirar la casa por la ventana, don Rosario! (Mientras
DIONISIO habla, DON ROSARIO saca de la maleta un chaquet, un pantalón y unas
botas y los coloca dentro del armario.) Hace siete años que vengo a este hotel y cada año
encuentro una nueva mejora. Primero quitó usted las moscas de la cocina y se las llevó al
comedor. Después las quitó usted del comedor y se las llevó a la sala. Y otro día las sacó
usted de la sala y se las llevó de paseo, al campo, en donde, por fin, las pudo dar usted
esquinazo… ¡Fue magnífico! Luego puso usted la calefacción… Después suprimió
aquella carne de membrillo que hacía su hija… Ahora el teléfono… De una fonda de
segundo orden ha hecho usted un hotel confortable… Y los precios siguen siendo
económicos… ¡Esto supone la ruina, don Rosario!
DON ROSARIO. Ya me conoce usted, don Dionisio. No lo puedo remediar. Soy
así. Todo me parece poco para mis huéspedes de mi alma…
DIONISIO. Pero, sin embargo, exagera usted… No está bien que cuando hace frío
nos meta usted botellas de agua caliente en la cama; ni que cuando estemos constipados
se acueste usted con nosotros para darnos más calor y sudar; ni que nos dé usted besos
cuando nos marchamos de viaje. No está bien tampoco que, cuando un huésped está
desvelado, entre usted en la alcoba con su cornetín de pistón e interprete romanzas de su
época, hasta conseguir que se quede dormidito… ¡Es ya demasiada bondad…! ¡Abusan
de usted…!
DON ROSARIO. Pobrecillos… Déjelos…, casi todos los que vienen aquí son
viajantes, empleados, artistas… Hombres solos… Hombres sin madre… Y yo quiero ser
un padre para todos, ya que no lo pude ser para mi pobre niño… ¡Aquel niño mío que se
ahogó en un pozo…! (Se emociona.)
DIONISIO. Vamos, don Rosario… No piense usted en eso…
DON ROSARIO. Usted ya conoce la historia de aquel pobre niño que se ahogó
en el pozo…
DIONISIO. Sí, la sé. Su niño se asomó al pozo para coger una rana… Y el niño
se cayó. Hizo “¡pin!”, y acabó todo.
DON ROSARIO. Ésa es la historia, don Dionisio. Hizo “¡pin!”, y acabó todo.

2-. Historia de una escalera (1949) de A. BUERO VALLEJO (1916-2000)

(TRINI cierra y se dirige a la escalera. GENEROSA sale del I, con otra botella.)
GENEROSA-. ¡Hola, Trini!
TRINI-. Buenos, señora Generosa. ¿Por el vino?
(Bajan juntas)
GENEROSA-. Sí. Y a la lechería.
TRINI-. ¿Y Carmina?
GENEROSA-. Aviando la casa.
TRINI-. ¿Ha visto usted la subida de la luz?
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GENEROSA-. ¡Calla, hija! ¡No me digas! Si no fuera más que la luz… ¿Y la


leche? ¿Y las patatas?
TRINI-. (Confidencial.) ¿Sabe usted que doña Asunción no podía pagar hoy al
cobrador?
GENEROSA-. ¿De veras?
TRINI-. Eso dice mi madre, que estuvo escuchando. Se lo pagó don Manuel.
Como la niña está loca por Fernandito…
GENEROSA-. Ese gandulazo es muy simpático.
TRINI-. Y Elvirita una lagartona.
GENEROSA-. No. Una niña consentida.
TRINI-. No. Una lagartona.
(Bajan charlando. Pausa. CARMINA sale del I. es una preciosa muchacha de aire
sencillo y pobremente vestida. Lleva un delantal y una lechera en la mano.)
CARMINA-. (Mirando por el hueco de la escalera.) ¡Madre! ¡Que se le olvida la
cacharra1 ¡Madre!
(Con un gesto de contrariedad se despoja del delantal, lo echa adentro y cierra.
Baja por el tramo mientras se abre el IV suavemente y aparece FERNANDO, que la mira
y cierra la puerta sin ruido. Ella baja apresurada, sin verle, y sale de escena. Él se apoya
en la barandilla y sigue con la vista la bajada de la muchacha por la escalera.
FERNANDO es, en efecto, un muchacho muy guapo. Viste pantalón de luto y está en
mangas de camisa. El IV vuelve a abrirse. DOÑA ASUNCIÓN espía a su hijo.)
DOÑA ASUNCIÓN-. ¿Qué haces?
FERNANDO-. (Desabrido.) Ya lo ves.
DOÑA ASUNCIÓN-. (Sumisa.) ¿Estás enfadado?
FERNANDO-. No
DOÑA ASUNCIÓN-. ¿Te ha pasado algo en la papelería?
FERNANDO-. No
DOÑA ASUNCIÓN-. ¿Por qué no has ido hoy?
FERNANDO-. Porque no.

3-. Inicio de Los españoles bajo tierra (1973) de FRANCISCO NIEVA (1927-
2016).

La acción transcurre en Sicilia, mientras cantan las codornices del siglo XVIII
Cubierta de una nave que cruza el estrecho de Messina. El viento panorámico
sacude tapices de tormenta. Bajo unos agitados toldos conversan cuatro pasajeros. Son
Cariciana y Locosueño, dos damas de aventura; Cambicio, joven caballero y su tío
Dondeno de Cáceres, gran mezquino.

LOCOSUEÑO. –Parece mentira que, con lo decentes que somos mi prima y yo,
nos hayan llamado putas en el Perú.
CARICIANA. -¡Para qué vivir allí!
LOCOSUEÑO. –No, después de haber sido tan salpicadas. Tuvimos un terremoto
en Lima y estuvimos a punto de perecer mil veces sin tener culpa. Hemos visto volar las
tejas como si fueran murciélagos.
LAS DOS.- (Ante una sacudida del barco.) ¡Ay!
CARICIANA. –Pues, en pleno cataclismo, pasó cerca de nosotras el virrey en su
carroza y en ella nos metió para rescatarnos. En carroza vimos el terremoto.
LOCOSUEÑO.- Paseando.
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CARICIANA. –Y el virrey haciendo descorchar botellas de vino espumoso. Un


hombre amable el virrey Peral de Diegos, con unas manos de manteca que no podían
sostener tantas sortijas. ¿Te acuerdas, Locosueño?.
LOCOSUEÑO. –Diferencia va de padecer un terremoto a pie a contemplarlo en
carroza, en seguridad y buena compañía.
CARICIANA. –Nosotras siempre hemos vivido en marco de plata. Servidora ya
no pasa por la vergüenza de ponerse sola las medias.
LOCOSUEÑO. –Ni yo tampoco. Siempre estuve muy costeada. Tanto y más que
mi prima, ésta que llaman Cariciana. Y ahora la vida nos ha dado un maltrato que no
merecemos. Hemos puesto rumbo a Sicilia porque es otro virreinato paseado por muchos
caballeros con cara de moneda. ¿Qué me digo? Huy, yo siempre hablo sin ton ni son. Yo,
es que he sufrido mucho por ser virgen…
CARICIANA. –Es verdad. Y ha pasado por aventuras espantosas. La han seguido
filas enteras de caimanes armados.
LOCOSUEÑO. –De muchísimos dientes.
UNA VOZ DENTRO-. ¡Aquellos viajeros de sobrecubierta, bajen, que tenemos
mal tiempo…!
LOCOSUEÑO-. ¡Ojalá nos vayamos a pique! Calla esa risa, mantecona, que nos
vas a poner en vergüenza…
CARICIANA. –¿Ya no te acuerdas, viboraza? Era tan perfumado su cuerpo de
buena pasta que exhalaba mil amores sólo con hacerle cosquillas. Nunca nos hemos reído
tanto. .
LOCOSUEÑO. –Suma y total: que a las dos nos echaron de Lima por culpa de
ésta.
CARICIANA.-Suma y total: que a las dos nos echaron de Lima, pero nosotras
embarcamos voluntariamente. Por compasión.
DONDENO. –Suma y total: que tales putas son ustedes.
CAMBICIO. –No hagan caso a mi tío, que va mareado. Y me regocijo muchísimo
de haber tenido este encuentro tan… esporádico.

4-. De Bajarse al moro (1985) de JOSÉ LUIS ALONSO DE SANTOS (1942).


Jaimito es un hippy pasota que vive de la artesanía. Se siente atraído por Elena, una
niña bien que ha recogido en su piso su prima y compañera de piso, Chusa.

(Pausa. Elena vuelve a la lectura (…) Jaimito, a su alrededor, no sabe por dónde
entrarle.)
JAIMITO-. ¿Te vienes al cine?
ELENA-. ¿Al cine? ¿Al cine a esta hora? ¿A qué cine, qué ponen?
JAIMITO-. No sé, es igual. A cualquiera. Es por salir un rato. Nos tomamos una
cerveza y luego nos vemos una que esté bien. Compramos la Guía del Ocio.
ELENA-. No, de verdad. Gracias, pero no. Estoy enrollada con esto. Díselo a
Chusa cuando venga, y vete con ella.
JAIMITO (atreviéndose)-. Es que yo quiero ir contigo.
ELENA (sin enterarse de nada)-. ¿Conmigo? ¿Por qué?
JAIMITO-. No sé, me apetece. Yo soy un tío muy raro. Me dan bascas, así, de
pronto. Hay momentos en que una persona me gusta, ¿no?, y entonces, pues al cine.
(Ella sigue leyendo, siguiéndole con automáticos movimientos de cabeza.)
Una vez me enrollé yo con una chica, una vecina mía, cuando vivía en el Puente
de Vallecas, antes de venirme aquí, a Lavapiés. Trabajaba ella en Simago, allí en la
avenida de la Albufera. Era muy maja. Alta, con el pelo largo…, muy maja. Yo la iba a
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buscar a la salida del trabajo. Nos juntábamos allí un montón de tíos todos los días.
Parecía la mili. Esperando, allí, a la salida, tan serios. Luego ya salían ellas, y hala, cogía
ya a la Merche y nos íbamos al cine. Todos los días al cine. Sin faltar uno. Al cine.
Estuvimos un año y pico saliendo, y nos vimos todos los programas dobles de Madrid.
Nos conocían hasta los acomodadores. Luego ya lo dejamos. Bueno, la verdad es que fue
ella la que lo dejó. Se largó con un rockero, de los de las discotecas y chaquetas de cuero.
Un fantasma de esos. La vi después, al año o así. Una noche. Iba con el tío ese, y unos
cuantos más. Me dijo que estaba harta de ir al cine. A gritos, desde la otra acera de la
calle: “Estoy harta de cine”. Al año y pico, fíjate. Era de noche, me acuerdo muy bien.
Me lo podía haber dicho entonces, cuando salíamos. Yo iba porque creía que a ella le
gustaba. A mí, tanto cine, la verdad,,, (Se da cuenta de que ella no le escucha.) Bueno, te
dejo estudiar. Ya me iba. Daré una vuelta por ahí… (Llega hasta la puerta.) Hasta luego.
¿Sabes una cosa, Elena? ¡Elena!

5-. De El chico de la última fila (2006) de JUAN MAYORGA. Germán es un


profesor que está corrigiendo redacciones de alumnos de Bachillerato. Juana es su
pareja. Sin transición alguna aparece también Claudio, el alumno de la primera
redacción que ha leído en voz alta Germán.

GERMÁN: (Lee.) “El pasado fin de semana por Claudio García. El sábado fui a estudiar
a cada de Rafael Artola. La idea partió de mí, porque hace tiempo que deseaba entrar en
esa casa. Este verano, por las tardes me iba a mirar la casa desde el parque, y una noche
el padre de Rafa casi me coge mirando desde la acera de enfrente. El viernes,
aprovechando que Rafa acababa de fracasar en clase de Matemáticas, le propuse un
intercambio: “Tú me ayudarás a mí con la Filosofía y yo a ti con las Matemáticas”. No
era más que un pretexto, claro. Yo sabía que, si aceptaba, sería en su casa, porque la mía
está en una calle que Rafa no pisará jamás. A las once toqué el timbre y la casa se abrió
ante mí. Seguí a Rafa hasta su cuarto, que es como yo me imaginaba. Me las arreglé para
dejarlo ocupado con un problema de trigonometría mientras yo, con la excusa de buscar
una Coca-Cola, echaba un vistazo a la casa. Esa casa en la que por fin me encontraba,
después de haberme imaginado tantas veces allí dentro. Es más grande de lo que suponía:
mi casa cabe cuatro veces en ella. Todo está muy limpio y ordenado. “Bueno, basta por
hoy”, me dije, y estaba a punto de volver con Rafa cuando un olor me llamó la atención:
el inconfundible olor de la mujer de clase media. Me dejé guiar por ese olor, que me llevó
hasta él salón. Allí, sentada en el sofá, hojeando una revista de decoración, encontré a la
señora de la casa. La miré hasta que levantó sus ojos, cuyo color hacía juego con el sofá.
“Hola. Tú debes de ser Carlos.” Qué voz, ¿dónde enseñarán a hablar a estas mujeres?
“Claudio”, contesté, sosteniéndole la mirada. “¿Buscas el baño?” “La cocina.” Ella me
condujo hasta allí. “¿Quieres hielo?” Me fijé en sus manos mientras sacaba los cubitos:
alianza en la derecha y sortija en la izquierda. Se sirvió un Martini. “Coge lo que quieras”,
dijo. “Estás en tu casa.” Ella volvió al sofá y yo al cuarto de Rafa. Le resolví el problema
de trigonometría. Va a necesitar mucha ayuda para sacar las Matemáticas este curso.
Continuará.”
Silencio.
JUANA: ¿Dice “Continuará”?
GERMÁN: Entre paréntesis.
Pone un siete en la redacción y coge otra.
JUANA: ¿Un siete?
GERMÁN: No tiene faltas, y de vocabulario no está mal. No es Cervantes, pero
comparado con los otros… ¿Qué nota le pondrías tú?
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JUANA: Yo llevaría esa redacción al director.


GERMÁN: ¿Por qué? ¿Porque la madre de su compañero Rafa tiene ojos color sofá?
JUANA: ¿Quién es este chico?
GERMÁN: Me parece que es uno que se siente en la última fila, pero no estoy seguro.
Todavía no los conozco. Estamos en la segunda semana.
JUANA: ¿Le pones un siete y te quedas tan ancho? “Continuará.”
GERMÁN: ¿Si le pongo un seis te quedarás tranquila? Manos de un seis no puedo
ponerle.
JUANA: Se ríe de ti y le pones un siete.
GERMÁN: ¿Se ríe de mí? No me había dado cuenta.
JUANA: Se ríe de todo. De ti, de su compañero Rafa, de la madre de Rafa… (Lee.)
“Claudio, contesté, sosteniéndole la mirada.” ¿Quién se cree que es? ¿Por qué no le pides
que lo lea en clase, en voz alta, a ver si ese otro, ese Rafa, le da un buen sopapo. A no ser
que el tal Rafa… (Lee.) “Rafael Artola.” ¿Existe? Lo mismo es una fantasmada.
Germán hojea en el montón de la izquierda. Encuentra el folio que busca.
GERMÁN: (Lee.) “El sábado por la mañana estudié Matemáticas con mi amigo Claudio.
Por la tarde fui con mi padre a jugar al baloncesto. Fue un partido muy disputado, pero
ganamos y nos fuimos a celebrarlo. El domingo…”
Sigue leyendo en silencio. Le pone un cinco y lo coloca en el montón de la derecha.
JUANA: ¿Un cinco? Parece un buen chico. Al otro le pones un siete y a este un cinco.
GERMÁN: No es clase de Ética, ni de Religión. Es Lengua y Literatura. (Coge otro folio.)
JUANA: ¿De verdad no te preocupa? Yo al menos hablaría con él. ¿No vas a hablar con
él?
CLAUDIO: ¿Quería verme?
GERMÁN: Siéntate, hombre. (Claudio toma asiento.) Se trata de esa redacción sobre el
fin de semana. Me preocupa.
CLAUDIO: ¿La puntuación? Me hago un lío con el punto y coma.
GERMÁN: La puntuación está bastante bien.
CLAUDIO: Se me dan mejor las Ciencias, pero este año me he propuesto mejorar en
Lengua.
GERMÁN: Se trata del contenido. Hablas de otro chico de la clase, y de su familia. A
alguien le podría parecer mal.
CLAUDIO: ¿Se lo parece a usted? ¿O se refiere a otra persona? ¿Lo ha leído alguien
más?
GERMÁN: Todavía no. Pero estoy pensando en dárselo al director, a ver qué opina.
CLAUDIO: No lo escribí para el director. Lo escribí para usted.
Silencio.
GERMÁN: ¿Cómo crees que se sentirá tu compañero Rafa si leyese…? (Lee.) “…
aprovechando que Rafa acababa de fracasar en la clase de Matemáticas… un olor me
llamó la atención: el inconfundible olor de la mujer de clase media…” Y no es solo lo
que dices. Lo peor es lo que está entre líneas. El tono. ¿Qué tal si te lo hago leer en clase?
¿Cómo se sentiría Rafa si oyese esto?
CLAUDIO: No sé cómo se sentiría. Tampoco lo escribí para él. usted nos mandó escribir
sobre el fin de semana. La idea fue suya.
Silencio.
GERMÁN: Vamos a dejarlo estar. No sé qué buscabas con esto, pero sea lo que sea,
vamos a pasar página.
14

7.2-. La novela española de 1939 a 1975

1-. De La familia de Pascual Duarte (1942) de CAMILO JOSÉ CELA. En este


fragmento Pascual Duarte, que ha empezado a escribir en la cárcel las terribles
circunstancias de su infancia y juventud, hace una pausa.

Quince días ha querido la Providencia que pasaran desde que dejé escrito lo que
atrás queda, y en ellos, entretenido como estuve con interrogatorios y visitas del defensor
por un lado, y con el traslado hasta este nuevo sitio, por otro, no tuve ni un instante libre
para coger la pluma. Ahora, después de releer este fajo, todavía no muy grande, de
cuartillas, se mezclan en mi cabeza las ideas más diferentes con tal precipitación y tal
marea que, por más que pienso, no consigo acertar a qué carta quedarme. Mucha
desgracia, como usted habrá podido ver, es la que llevo contada, y pienso que las fuerzas
han de decaerme cuando me enfrente con lo que aún me queda, que más desgraciado es
todavía; me espanta pensar con qué puntualidad me es fiel la memoria, en estos momentos
en que todos los hechos de mi vida -sobre los que no hay maldita la forma de volverme
atrás- van quedando escritos en estos papeles con la misma claridad que en un encerado;
es gracioso -y triste también, ¡bien lo sabe Dios!- pararse a considerar que si el esfuerzo
de memoria que por estos días estoy haciendo se me hubiera ocurrido años atrás, a estas
horas, en lugar de estar escribiendo en una celda, estaría tomando el sol en el corral, o
pescando anguilas en el regato, o persiguiendo conejos por el monte. Estaría haciendo
otra cosa cualquiera de esas que hacen -sin fijarse- la mayor parte de los hombres; estaría
libre, como libres están -sin fijarse tampoco- la mayor parte de los hombres; tendría por
delante Dios sabe cuántos años de vida, como tienen -sin darse cuenta de que pueden
gastarlos lentamente- la mayor parte de los hombres.
El sitio donde me trajeron es mejor; por la ventana se ve un jardincillo, cuidadoso
y lamido como una salita, y más allá del jardincillo, hasta la serranía, se extiende la
llanada, castaña como la piel de los hombres, por donde pasan -a veces- las reatas de
mulas que van a Portugal, los asnillos troteros que van hasta las chozas, las mujeres y los
niños que van sólo hasta el pozo.

2-. Inicio de Nada (1945) de CARMEN LAFORET (1921-2004): la llegada de


Andrea a Barcelona.

Por dificultades en el último momento para adquirir billetes, llegué a Barcelona a


medianoche, en un tren distinto del que había anunciado, y no me esperaba nadie.
Era la primera noche que viajaba sola, pero no estaba asustada; por el contrario,
me parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche. La
sangre, después del viaje largo y cansado, me empezaba a circular en las piernas
entumecidas y con una sonrisa de asombro miraba la gran estación de Francia y los grupos
que estaban aguardando el expreso y a los que llegábamos con tres horas de retraso.
El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces siempre tristes, tenían para mí
un gran encanto, ya que envolvía todas mis impresiones en la maravilla de haber llegado
por fin a una ciudad grande, adorada en mis ensueños por desconocida.
Empecé a seguir –una gota entre la corriente- el rumbo de la masa humana que,
cargada de maletas, se volcaba en la salida. Mi equipaje era un maletón muy pesado –
porque estaba casi lleno de libros- y lo llevaba yo misma con toda la fuerza de mi juventud
y de mi ansiosa expectación.
Un aire marino, pesado y fresco, entró en mis pulmones con la primera sensación
confusa de la ciudad: una masa de casas dormidas; de establecimientos cerrados; de
15

faroles como centinelas borrachos de soledad. Una respiración grande, dificultosa, venía
con el cuchicheo de la madrugada. Muy cerca, a mi espalda, enfrente de las callejuelas
misteriosas que conducen al Borne, sobre mi corazón excitado, estaba el mar.

3-. De Memorias de Leticia Valle (1945) de ROSA CHACEL. La precoz


Leticia, de doce años, narra episodios de su infancia: su padre en un militar que ha
vuelto herido de la interminable guerra contra Marruecos y vive con unas tías en un
pueblo de Castilla.

Cuatro o cinco años me pasé oyendo, sin comprender, que mi padre había ido a
África a hacerse matar por los moros. Yo comparaba lo grave que me resultaba aquello
con la naturalidad con que lo decían, y no acertaba a casar las medias. Entonces pensaba:
o no es tan grave o es conveniente, y el no poder juzgar sobre esto no llegaba a
inquietarme. Que mi padre quisiera morir, no me era imposible de comprender, pero que
quisiera hacerse matar por los moros, ¿por qué? Además, ¿por qué lo decían con aquel
misterio, con aquel dejo? Cuando yo preguntaba, era un alzarse de hombros, un mover de
cabeza con lo que me respondían, y yo sentía vergüenza, no sé si por mi padre o si por
mí, por no entender, por no dar en el quid de aquello que no querían explicarme. Llegaban
los periódicos y yo miraba las caras de todos cuando leían las noticias y suspiraban con
satisfacción porque no encontraban la que temíamos, pero después movían la cabeza
como diciendo: nada, todavía no ha conseguido nada…
Yo vivía con la desazón de no entender aquello, y muchos ratos lo olvidaba, pero
de pronto me venía a la cabeza y me sentía tan cerca, me parecía tan cierto ir a verlo claro
de un momento a otro, que me ponía colorada. Pero entonces no era vergüenza, era
emoción, era como si me asustase no sé de qué. Mi corazón daba un golpe terrible, se me
extendía un calor por la frente que me nublaba los ojos, y aunque no conseguía ninguna
idea clara ni nueva, sentía que había tocado la verdad. Lo que me repugnaba era
precisamente la envoltura que le daban los otros y las 25 explicaciones, siempre las
explicaciones, alrededor de mi padre y mi madre. Siempre aquellas sentencias: «cuando
de veras se quiere a alguien, se hace esto y no esto; el amor no es así, sino de este otro
modo». Y yo sin poder más que decir dentro de mí, con toda mi desesperación y todo mi
asco: ¡imbéciles, el amor era aquello!
Afortunadamente, yo pasaba la mayor parte del tiempo con mi tía Aurelia, que era
la menos aficionada a hablar. Vivíamos puede decirse que solas, pues el ama y las criadas
quedaban perdidas en la parte interior de la casa, y no venía a vernos casi nadie. Mi
profesora, unas temporadas venía muy puntualmente todas las mañanas, otras se estaba
varios días sin aparecer. Tanto ella como el médico decían que yo sabía demasiado y que
me convenía más pasear que estudiar. Mi pobre tía me sacaba a pasear todos los días, y
siempre, antes o después de nuestro paseo, nos deteníamos en casa de mi abuela. Allí era
donde había grandes conversaciones alrededor de la camilla. Las tías se entretenían en
hacer encaje de Irlanda, calados de Tenerife: tenían la habitación inundada de cestillos y
bastidores. Yo me asfixiaba allí, y uno de los recursos que tenía para salir pronto era
preguntar a mi abuela si tenía algún encargo que hacernos. Ella lo tomaba como si yo
tuviese mucho empeño en complacerla y reservaba los encargos delicados para nosotras.
Había que comprarle siempre cosas únicas en sitios rarísimos, o gastar varias horas en la
explicación de algo que mandaba hacer a la medida. Mi tía era la que hacía el encargo,
pero al tomarlo era yo la que tenía que atender, porque confiaban en mi memoria
prodigiosa.
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4-. De “El Tajo”, cuento de La cabeza del cordero (1949) de FRANCISCO


AYALA. El cuento plantea los remordimientos de conciencia de un joven
universitario enrolado sin mucha convicción en el ejército sublevado cuando mata,
por casualidad, como se ve en este fragmento, a un miliciano republicano. El teniente
ha ido a coger unos racimos de uvas a una viña que está entre las dos trincheras.

El teniente Santolalla descendió, caminando al sesgo, por largos vericuetos; se


alejó -ya conocía el camino; lo hubiera hecho a ojos cerrados-; anduvo: llegó en fin a la
viña, y se internó despacio, por entre las crecidas cepas. Distraído, canturreando,
silboteando, avanzaba, la cabeza baja, pisando los pámpanos secos, los sarmientos, sobre
la tierra dura, y arrancando, aquí una uva, más allá otra, entre las más granadas, cuando
de pronto -"¡Hostia!"-, muy cerca, ahí mismo, vio alzarse un bulto ante sus ojos. Era -
¿cómo no lo había divisado antes?- un miliciano que se incorporaba; por suerte, medio de
espaldas y fusil en banderola. Santolalla, en el sobresalto, tuvo el tiempo justo de sacar
su pistola y apuntarla. Se volvió el miliciano, y ya lo tenía encañonado. Acertó a decir:
"¡No, no!", con una mueca rara sobre la sorprendida placidez del semblante, y ya se
doblaba, ambas manos en el vientre; ya se desplomaba de bruces... En las alturas, varios
tiros de fusil, disparados de una y otra banda, respondían ahora con alarma, ciegos en el
bochorno del campo, a los dos chasquidos de su pistola en el hondón. Santolalla se arrimó
al caído, la sacó del bolsillo la cartera, levantó el fusil que se le había descolgado del
hombro y, sin prisa -ya los disparos raleaban-, regresó hacia las posiciones. El capitán, el
otro teniente, todos, lo estaban aguardando ante el puesto de mando, y lo saludaron con
gran algazara al verlo regresar sano y salvo, un poco pálido, en una mano el fusil
capturado, y la cartera en la otra.
(…)
Esa fue su única aventura memorable en toda la guerra. Se le presentó en el otoño
de 1938, cuando llevaba Santolalla un año largo como primer teniente en aquel mismo
sector del frente de Aragón -un sector tranquilo, cubierto por unidades flojas, mal
pertrechadas, sin combatividad ni mayor entusiasmo-. Y por entonces, ya la campaña se
acercaba a su término; poco después llegaría para su compañía, con gran nerviosismo de
todos, desde el capitán abajo, la orden de avanzar, sin que hubieran de encontrar a nadie
por delante; ya no habría enemigo. La guerra pasó, pues, para Santolalla sin pena ni gloria,
salvo aquel incidente que a todos pareció nimio, e incluso -absurdamente- digno de
chacota, y que pronto olvidaron.
Él no lo olvidó; pensó olvidarlo, pero no pudo. A partir de ahí, la vida del frente -
aquella vida hueca, esperando, aburrida, de la que a ratos se sentía harto- comenzó a
hacérsele insufrible.

5-. En el siguiente fragmento se habla de doña Rosa, la dueña del café, uno
de los personajes principales de La colmena (1951) de CAMILO JOSÉ CELA

Padilla, el cerillero, habla con un cliente nuevo que le compró un paquete entero
de tabaco.
-¿Y está siempre así?
-Siempre, pero no es mala. Tiene el genio algo fuerte, pero después no es mala.
-¡Pero a aquel camarero le llamó bobo!
-¡Anda, eso no importa! A veces también nos llama maricas y rojos.
El cliente nuevo no puede creer lo que está viendo.
-Y ustedes, ¿tan tranquilos?
-Sí, señor; nosotros tan tranquilos.
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El cliente nuevo se encoge de hombros.


-Bueno, bueno…
El cerillero se va a dar otro recorrido al salón.
El cliente se queda pensativo.
-Yo no sé quién será más miserable, si esa foca sucia y enlutada o esta partida de
gaznápiros. Si la agarrasen un día y le dieran una somanta entre todos, a lo mejor entraba
en razón. Pero, ¡ca!, no se atreven. Por dentro estarán todo el día mentándole al padre,
pero por fuera, ¡ya lo vemos! ¡Bobo, lárgate! ¡Ladrón, desgraciado! Ellos, encantados. Sí,
señor; nosotros tan tranquilos. ¡Ya lo creo! Caray con esta gente, ¡así da gusto!
El cliente sigue fumando. Se llama Mauricio Segovia y está empleado en la
telefónica. Digo todo esto porque, a lo mejor, después vuelve a salir. Tiene unos treinta y
ocho o cuarenta años y el pelo rojo y la cara llena de pecas. Vive lejos, por Atocha; vino
a este barrio por casualidad, vino detrás de una chica que, de repente, antes de que
Mauricio se decidiese a decirle nada, dobló una esquina y se metió por el primer portal.

6-. De El Jarama (1956) de RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO. Se trata de uno


de tantos diálogos que mantienen un grupo de jóvenes trabajadores que han ido a
pasar un domingo de verano a las orillas del río Jarama. Como en toda la obra
contrasta el estilo del narrador con el lenguaje coloquial de los personajes.

Se marcharon Fernando, Sebas y Miguel. Aún crecía el calor y tenían que moverse
a menudo, porque el sol traspasaba la entrerrama y se iban corriendo las sombras en el
suelo. Alguien dijo:
-¿Y adónde va este río?, ¿sabéis alguno dónde va?
-A la mar, como todos –le contestaba Santos.
-¡Qué gracioso! Hasta ahí ya llegamos. Quiero decir que por dónde pasa.
-Pues tengo entendido que coge el Henares, ahí por bajo de San Fernando, luego
sé que va a dar al Tajo, muy lejos ya; por Aranjuez y por Illescas debe ser.
-Di, tú, ¿no es este mismo el que viene de Torrelaguna?
-No lo sé, creo que sí. Sé que nace en la sierra.
Al otro lado no había árboles. Veían, desde lo tibio de la sombra, unos pocos
arbustos en la misma ribera, y atrás el llano ciego, como una piel de liebre, calveándose
al sol. El agua corría ya tan sólo por los ojos centrales del puente. Había dejado en seco
los dos primeros tajamares, en la parte de allá. La sombra de aquellos arcos cobijaba otros
grupos de gente, acampada en la arena, debajo de las bóvedas altísimas.
-Pues en guerra creo que hubo muchos muertos en este mismo río.
-Sí, hombre, ahí más arriba, en Paracuellos del Jarama, allí fue lo más gordo; pero
el frente era toda la línea del río, hasta el mismo Titulcia.
-¿No has oído nombrar el pueblo ese? Un tío mío, un hermano de mi madre, cayó
en esa ofensiva, justamente en Titulcia, por eso lo sé yo. Lo supimos cenando, no se me
olvida.
-Pensar que esto era el frente –dijo Mely-, y que hubo tantos muertos.
-Digo. Y nosotros que nos bañamos tan tranquilos.
-Como si nada; y a lo mejor donde te metes ha habido ya un cadáver.
Lucita interrumpió:
-Ya vale. También son ganas de andar sacando cosas, ahora.
Volvían los otros tres; Miguel dijo:
-¿Qué es lo que habláis?
-Nada; Lucita que no la gustan las historias de muertos.
-¿Y qué muertos son esos?
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-Los de cuando la guerra. Que estaba yo diciéndoles a estos que aquí también hubo
unos pocos y entre ellos un tío mío.
-Ya… Bueno, y a todo esto, ¿qué hora es?
-Las doce menos cinco.
-¿Entonces, qué? Vosotras, las mujeres, ya podíais ir pensando también en
desnudaros. Y tú, Daniel, ¿qué decides por fin?, ¿te quedas aquí al cuidado?
El Dani se volvió:
-¿Eh? Sí, sí; de momento me quedo; me bañaré luego más tarde.

7-. De Entre visillos (1958) de CARMEN MARTÍN GAITE. En este


fragmento Gertru -Gertrudis-, que ha dejado el instituto donde aún estudia su
amiga Tali -Natalia-, y su novio, algo mayor que ella, salen de una fiesta.

Salieron a la calle. Gertru no decía ni una palabra. Le preguntó él que si le duraba


el enfado de lo primero de la tarde y ella dijo que no. Que si se había molestado porque
había bailado poco.
-Que no. Pero por qué. Qué tontería.
-Esta gente es así. Son modernos. Hay que alternar con todos. Estando juntos lo
mismo da, ¿no te parece? Estando yo con mi novia bonita.
-Claro, quién dice nada.
-No sé, me parecía que no te habías divertido. Oye, ¿quién era ese chico de las
canas que se sentó un momento con Ernesto donde tú?
-Un profesor de alemán.
-¿Qué te decía? No lo conozco.
-Nada. Da clases en el Instituto. Le he estado preguntando si conoce a Tali. (…)
Oye, dice ese chico que por qué no termino el bachillerato. (…)
-¿Y a él qué le importa?
-No, hombre, yo digo también lo mismo. Es una pena, total para un curso que me
falta. Estoy a tiempo de matricularme todavía. (…)
-Mira, Gertru, eso ya lo hemos discutido muchas veces. No tenemos que volver a
discutirlo.
-No sé por qué.
-Pues porque no. Está dicho. Para casarte conmigo, no necesitas saber latín ni
geometría; conque sepas ser una mujer de tu casa, basta y sobra. Además, nos vamos a
casar en seguida.
Anduvieron un poco en silencio.
-Cuántas veces tenemos que volver a lo mismo. Ya estabas convencida tú también.
-Convencida no estaba –dijo Gertru con los ojos hacia el suelo.
-Bueno, pues lo mismo da. Te he dicho que lo que más me molesta de una mujer
es que sea testaruda, te lo he dicho. No lo resisto.

8-. Inicio de “El corazón y otros frutos amargos” (1959), recogido en el libro
de cuentos del mismo título de IGNACIO ALDECOA. El personaje, Juan, llega a
un pueblo vinícola manchego en pleno verano.

La cenicienta luz de la mañana enturbia, emborrona el paisaje. El tren de


mercancías, con su último vagón de viajeros, recorre los campos, lenta,
ceremoniosamente. En una ventanilla el rostro de un hombre sufre los cambios, la
perplejidad de lo desconocido… Tierra desconocida para sus ojos; aire no respirado
jamás. El hombre baja el cristal con tiritantes gotas de condensación. Respira la mezcla
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de humo de la locomotora y del aire frío, duro, metálico del campo. Está respirando
tristeza y libertad.
La estación es como un vagón de tercera clase de las líneas perdidas, de los trenes
formados de corrales para hombres. El tren ha frenado su marcha. Escapan los chorros
de vapor de la máquina. Luego, la locomotora se desinfla en un soplo largo. Soplo final
del que queda como un hilo de silbido, apagado y constante; que abolla, hunde e inutiliza
su caparazón de coleóptero enorme.
El hombre salta del vagón. Por la ventanilla abierta le alcanzan la maleta de
madera. Una maleta de soldado y de emigrante que anuda en el interior de su tapa sexo y
devoción, la tachada pornografía del cuartel y la violenta esperanza en el poder de las
imágenes. Luego, el tren arranca con esfuerzo. En el andén queda el hombre, soplándose
las manos, frotándose las manos, que tienen un extraño agarrotamiento.
Cruza un ferroviario.
-¿El camino al pueblo? (…)
(…) La calle está limitada de grandes tapias con letreros enormes pintados en
negro. Deja resbalar la mirada deletreando. Bodega de los Hijos de Pedro Hernández, y
más allá, Bodega de San Emeterio, y a la derecha Bodega de Francisco Oliver. Las tapias
son altas como las de un cementerio, blancas como las de una plaza de toros, tristes como
las de una cárcel de ciudad provincial. Y toda la calle es como un gran patio solitario,
donde se siente casi muerto, tiene miedo del minuto que llega y anda como un preso,
contando los pasos.
Hay grandes puertas, todas cerradas. Y debe acercarse a una de ellas y llamar.
Llamar con una piedra puesta encima de un poyo.
La puerta se abre. Frente a él, un gran patio desnudo como la calle. Algún animal
inquieto se revuelve en las cuadras. Hace calor. Polvo, secos excrementos de las bestias,
piedras puntiagudas. Olor de las mulas, olor de vino, olor de cuero sudado, que seca la
garganta.
Sobre las abarcas, de cubierta de ruedas de automóvil, el polvo del camino ha
ribeteado las tiras de sujeción. Mira sus pies sucios, su pantalón de pana negra ceniciento,
sus manos morenas con puntos blancos en el vello. Le habla un viejo de ojos vivaces, de
labios húmedos, que moquea repetidamente. Ha pedido trabajo. Hay necesidad de
trabajadores del campo.
El amo tiene las espaldas anchas, está muy tieso pegado a la puerta de entrada a
unas cuadras. El viejo se lleva la mano a la gorra.
-Don Adrián, que aquí tenemos a uno que quiere trabajar.
Don Adrián vuelve poco a poco la cabeza.
-Está bien, señor Pedro; entérese, y si le parece bien, que lleve sus avíos al cuarto
de los mozos.
No ha mirado siquiera a Juan. El recién llegado recoge su maleta. El viejo le llama.
-Por aquí. ¿Tú, cómo dices que te llamas? ¿Se dónde eres?
-Juan Montilla López, para servirle. De Barbarroja.
-Te llamaré el de Barbarroja, así no tengo que pensar en tu nombre.

9-. Inicio del cuento “Pecado de omisión”, de Historias de la Artámila (1961)


de ANA MARÍA MATUTE

A los trece años se le murió la madre, que era lo último que le quedaba. Al quedar
huérfano ya hacía lo menos tres años que no acudía a la escuela, pues tenía que buscarse
el jornal de un lado para otro. Su único pariente era un primo de su madre, llamado
Emeterio Ruiz Heredia. Emeterio era el alcalde y tenía una casa de dos pisos asomada a
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la plaza del pueblo, redonda y rojiza bajo el sol de agosto. Emeterio tenía doscientas
cabezas de ganado paciendo por las laderas de Sagrado, y una hija moza, bordeando los
veinte, morena, robusta, riente y algo necia. Su mujer, flaca y dura como un chopo, no
era de buena lengua y sabía mandar. Emeterio Ruiz no se llevaba bien con aquel primo
lejano, y a su viuda, por cumplir, la ayudó buscándole jornales extraordinarios. Luego, al
chico, aunque le recogió una vez huérfano, sin herencia ni oficio, no le miró a derechas,
y como él los de su casa.
La primera noche que Lope durmió en casa de Emeterio, lo hizo debajo del
granero. Se le dio cena y un vaso de vino. Al otro día, mientras Emeterio se metía la
camisa dentro del pantalón, apenas apuntando el sol en el canto de los gallos, le llamó por
el hueco de la escalera, espantando a las gallinas que dormían entre los huecos:
-¡Lope!
Lope bajó descalzo, con los ojos pegados de legañas. Estaba poco crecido para sus
trece años y tenía la cabeza grande, rapada.
-Te vas de pastor a Sagrado.
Lope buscó las botas y se las calzó. En la cocina, Francisca, la hija, había calentado
patatas con pimentón. Lope las engulló deprisa, con la cuchara de aluminio goteando a
cada bocado.
-Tú ya conoces el oficio. Creo que anduviste una primavera por las lomas de Santa
Áurea, con las cabras de Aurelio Bernal.
-Sí, señor.
-No irás solo. Por allí anda Roque el Mediano. Iréis juntos.
-Sí, señor.
Francisca le metió una hogaza en el zurrón, un cuartillo de aluminio, sebo de cabra
y cecina.
-Andando -dijo Emeterio Ruiz Heredia.
Lope le miró. Lope tenía los ojos negros y redondos, brillantes.
-¿Qué miras? ¡Arreando!
Lope salió, zurrón al hombro. Antes, recogió el cayado, grueso y brillante por el
uso, que guardaba, como un perro, apoyado en la pared.
Cuando iba ya trepando por la loma de Sagrado, lo vio don Lorenzo, el maestro.
A la tarde, en la taberna, don Lorenzo lio un cigarrillo junto a Emeterio, que fue a echarse
una copa de anís.
-He visto a Lope -dijo-. Subía para Sagrado. Lástima de chico.
-Sí -dijo Emeterio, limpiándose los labios con el dorso de la mano-. Va de pastor.
Ya sabe: hay que ganarse el currusco. La vida está mala. El esgracíao del Pericote no le
dejó ni una tapia en que apoyarse y reventar.
-Lo malo -dijo don Lorenzo, rascándose la oreja con su uña larga y amarillenta-
es que el chico vale. Si tuviera medios podría sacarse partido de él. Es listo. Muy listo.
En la escuela…
Emeterio le cortó, con la mano frente a los ojos:
-¡Bueno, bueno! Yo no digo que no. Pero hay que ganarse el currusco. La vida
está peor cada día que pasa.
Pidió otra de anís. El maestro dijo que sí con la cabeza.

10-. De la “secuencia VIII” de Tiempo de silencio (1962) de LUIS MARTÍN-


SANTOS. El protagonista de la novela, Pedro, investiga sobre el cáncer y es tal la
penuria en el Madrid de los años cuarenta que los ratones para investigar los cría
un conserje del instituto, Amador, en su propia chabola. Pedro acompaña a Amador
21

a esta, en uno de los poblados de condiciones infrahumanas que nacieron en estos


años.

¡Allí estaban las chabolas! Sobre un pequeño montículo en que concluía la


carretera derruida, Amador se había alzado -como muchos siglos antes Moisés sobre un
monte más alto- y señalaba con ademán solemne y con el estallido de la sonrisa de sus
belfos gloriosos el vallizuelo escondido entre dos montañas altivas, una de escombrera y
cascote, de ya vieja y expoliada basura ciudadana la otra (de la que la busca de los
indígenas colindantes había extraído toda sustancia aprovechable valiosa o nutritiva) en
el que florecían, pegados los unos a los otros, los soberbios alcázares de la miseria. La
limitada llanura aparecía completamente ocupada por aquellas oníricas construcciones
confeccionadas con maderas de embalaje de naranjas y latas de leche condensada, con
láminas metálicas provenientes de envases de petróleo o de alquitrán, con onduladas
uralitas recortadas irregularmente, con alguna que otra teja dispareja, con palos torcidos
llegados de bosques muy lejanos, con trozos de manta que utilizó en su día el ejército de
ocupación, con ciertas piedras graníticas redondeadas en refuerzo de cimientos que un
glaciar cuaternario aportó a las morrenas gastadas de la estepa, con ladrillos de “gafa”
uno a uno robados en la obra y traídos en el bolsillo de la gabardina con adobes en que la
frágil paja hace al barro lo que las barras de hierro al cemento hidráulico, con trozos
redondeados de vasijas rotas en litúrgicas tabernas arruinadas, con redondeles de mimbre
que antes fueron sombreros, con cabeceras de cama estilo imperio de las que se han
desprendido ya en el Rastro los latones, con fragmentos de la barrera de una plaza de
toros pintados todavía de color de herrumbre o sangre, con latas amarillas escritas en
negro del queso de la ayuda americana, con piel humana y con sudor y lágrimas humanas
congeladas.

Comentario
-Se trata de una “pausa” dentro de una novela, una descripción, un personaje –
Amador- y un elemento del espacio: las chabolas.
-Podemos dividirlo en dos partes: presentación de las chabolas (hasta los
soberbios alcázares de la miseria) y descripción de éstas a través de cómo han sido
construidas.
-Estamos ante un narrador en tercera persona, que focaliza la descripción desde el
personaje que ha llegado y es omnisciente e irónico. Empieza de hecho con una
exclamación que da el tono enfático que seguirá en todo el fragmento.
-La ironía está presente en todo el texto en el desajuste entre, por una parte, el
lenguaje extremadamente culto que utiliza y las referencias eruditas y, por otra, la miseria
de lo que describe. De ahí la paradoja de todo el texto: unas metáforas cultas quedan
rebajadas por la brutal realidad: los soberbios alcázares… de la miseria; dos montañas
altivas, una de escombrera…, de ya … basura… la otra. A veces las perífrasis encubren
esta realidad (las chabolas son alcázares y luego oníricas construcciones), incide siempre
en lo negativo y utiliza metáforas inadecuadas (las chabolas florecen). A Amador se le
compara con Moisés en el monte Nebot; las tabernas son litúrgicas (por el vino) y utiliza
un lenguaje culto científico de geología para hablar de las piedras (cuaternario, glaciar,
morena).
-El cultismo afecta a todo el texto: léxico (expoliada, altiva en lugar de alta) y a
la sintaxis, muy compleja, con oraciones muy largas construidas a través de
enumeraciones o expansiones con paralelismos o quiasmos (una de…, de ya… la otra).
La segunda parte es una única y larguísima oración con muchos sintagmas
preposicionales (encabezados por con) que dependen de confeccionadas; a su vez, éstos
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se van amplificando con adjetivos y nuevos complementos preposicionales, adjetivos o


de relativo.
-A través de los caóticos desechos de “materiales de construcción” de unas
chabolas se nos da una visión muy dura de un suburbio de posguerra. Hay referencias
históricas concretas más o menos enmascaradas: el ejército de ocupación es el ejército de
Franco en la guerra civil; el queso de la ayuda americana se refiere al abundante queso
cheddar concedido por Estados Unidos a la empobrecida España entre 1951 y 1963; al
final alude a unas famosas palabras de Churchill en la II Guerra Mundial. En otros casos
las alusiones pueden ser simbólicas: los colores de la bandera española quedan reducidos
metafóricamente a color de herrumbre y de sangre, una referencia a la pobreza y a la
violencia.

11-. De Volverás a Región (1967) de JUAN BENET. Inicio de la novela y


descripción irónica de un intelectual de preguerra.

Es cierto, el viajero que saliendo de Región pretende llegar a su sierra siguiendo


el antiguo camino real -porque el moderno ha dejado de serlo- se ve obligado a atravesar
un pequeño y elevado desierto que parece interminable.
Un momento u otro conocerá el desaliento al sentir que cada paso hacia adelante
no hace sino alejarlo un poco más de aquellas desconocidas montañas. Y un día tendrá
que abandonar el propósito y demorar aquella remota decisión de escalar su cima más
alta, ese pico calizo con forma de mascarilla que conserva imperturbable su leyenda
romántica y su penacho de ventisca. O bien -tranquilo, sin desesperación, invadido de una
suerte de indiferencia que no deja lugar a los reproches- dejará transcurrir su último
atardecer, tumbado en la arena de cara al crepúsculo, contemplando cómo en el cielo
desnudo esos hermosos, extraños y negros pájaros que han de acabar con él, evolucionan
en altos círculos.
(…)
Los primeros combates en la Sierra de Región tuvieron lugar a comienzos del
otoño del año 1936, como consecuencia de los ataques llevados a cabo contra los pueblos
de la vertiente oriental de la cordillera, por unos pocos insurrectos de Macerta. La
guarnición de Macerta, un regimiento de ingenieros, se había unido al alzamiento desde
los primeros días, sofocando con diligencia la revolución proletaria que unos cuantos
campesinos trataron de llevar a cabo a su manera. (…) A la sazón, vivía en el pueblo un
hombre alto, entrado en años y canas, y con el aspecto -quizá exagerado por el hecho de
salir todas las tardes a pasear, acompañado de su mujer, con un abrigo raído, una boina
negra y la cara casi oculta por unas gafas oscuras- de estar muy acabado de salud. (…)
Había asentado en Región un par de años antes de la guerra, en una modesta pensión del
barrio viejo, para buscar sosiego y restablecerse de una antigua lesión pulmonar que había
vuelto a entrar en actividad. Se llamaba Rumbal o Rombal o algo así; Aurelio Rumbal;
no tenía don, en todas partes se le conocía por el señor Rumbal. Había estado en América
pero no movido por el dinero sino por el afán docente; había vuelto pobre pero inflamado
de cierto ardor jacobino, aureolado de un nombre de luchador -ya que no de profeta- a
quien ni siquiera la lesión pulmonar era capaz de domeñar. Eso, en parte, lo debía a una
melena leonada que había blanqueado prematuramente y a aquellas gafas oscuras detrás
de las cuales, al parecer, tenía su guarida una mirada feroz. Se ganaba la vida como
profesor, como intelectual; daba clases en el instituto; recibía muchos impresos, escribía
cartas a los periódicos, enviaba artículos que al parecer se publicaban en América y
mantenía el último vestigio de tertulia adonde acudían unos pocos jóvenes que esperaban,
con el tiempo, poderle llamar maestro. Su saber, con no ser muy profundo, abarcaba casi
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todo el campo de la cultura: sabía qué condiciones se deben dar en una sociedad para que
la revolución sea posible, conocía el arte de vanguardia lo bastante como para llamar
retrógrado al que no lo era y tenía en su haber unos rudimentos de matemáticas suficientes
para dar clases de bachillerato. Aun cuando la educación había caído en desuso en Región,
desde la segunda década del siglo, aún seguían abiertas dos escuelas públicas y un
instituto de enseñanza media; el patio, ciertamente, se había convertido en una cochera,
los porteros habían ido, poco a poco, transformando casi todas las dependencias en
corrales pero aún se daba clase y en casi todos los agujereados encerados de las aulas
seguían dibujadas con tiza, más indeleble que el pirograbado, hipérbolas y elipses, frases
de francés y fórmulas de química del tiempo de la monarquía.

12-. De Últimas tardes con Teresa (1966) de JUAN MARSÉ. El protagonista,


Manolo, apodado el Pijoaparte, un guapo buscavidas de origen andaluz, sale con
Maruja, la criada de una rica familia de la alta burguesía barcelonesa, los Serrat, y
esta le cuenta (directamente o a través del procedimiento del estilo indirecto libre)
anécdotas de su señorita Teresa, estudiante antifranquista. El término murciano
(como charnego) era utilizado despectivamente en la época para referirse a los
inmigrantes que acudían en masa desde el sur de España para ganarse la vida en
una más próspera Cataluña.

En el mes de octubre de aquel año de 1956 se produjeron en la Universidad de


Barcelona algunos desórdenes y manifestaciones entre el estudiantado. De la destacada
participación en tales hechos de Teresa Serrat y de cierto íntimo amigo suyo, Luis Trías
de Giralt, estudiante de Economía, Manolo tuvo noticia, de una manera vaga e indirecta,
a través de una conversación con la criada de los Serrat.
-Puede que tengamos que dejar de vernos unos días –le anunció Maruja un
domingo, sentados en la plazoleta del Parque Güell, mientras él se estaba adormilando.
Era una mañana tibia y soleada, había algunos viejos calentándose en los bancos y niños
jugando a la pelota-. ¿Sabes que el otro día, cuando las manifestaciones, la señorita volvió
a casa a las tantas de la noche y con el vestido roto? Parece que la policía la estuvo
interrogando, fue por lo de los estudiantes, se ve que ella fue de las primeras en armar
jaleo. ¡Si hubieses visto a su madre, cómo se puso la pobre señora! Teresa dijo que a lo
mejor la expulsaban de la Universidad, ¡y lo dijo tan fresca! ¡Su padre está furioso y
quiere mandarla unos días a Blanes con la señora y conmigo, dice que es lo más
prudente… Se ve que la señorita está muy metida en este lío.
El murciano –que había tenido una noche agitada desvalijando un coche en la
Plaza Real- apoyaba la cabeza en el regazo de Maruja y bostezaba. Al principio, toda
aquella enrevesada historia no le interesó demasiado y solo la imagen de Teresa se
iluminó de vez en cuando con vivos colores entre sus entornados párpados, como
descomponiéndose por efecto de la luz en un día de lluvia, pero desprovista de toda
significación. Para él, los estudiantes eran unos domésticos animales de lujo que con sus
manifestaciones demostraban ser unos perfectos imbéciles y unos desagradecidos; a los
follones que organizaban en la calle, aunque él presentía que podían tener motivaciones
políticas, nunca les había concedido más valor –y desde luego mucha menos importancia-
que a las gamberradas que hacían con las modistillas el día de Santa Lucía. Sin embargo,
Maruja aventuró una vez más una observación acerca de lo rara que se había vuelto Teresa
desde que iba a la Universidad y salía con aquel estudiante amigo suyo; en esta ocasión,
la criada se ayudó con una ingenua y pintoresca imagen de su señorita, sin duda exagerada
–por lo menos así se lo pareció a él, que le escuchaba sumido en una especie de
duermevela- diciendo, con una vehemencia en la voz que ni ella misma habría sabido
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explicar, que Teresa, si tú supieras, a la señorita le gusta mucho frecuentar las tabernas
con sus amigos y enterarse de cómo es la vida, hablar con trabajadores y hasta con mujeres
de esas, ya me entiendes, porque ella es muy así, muy revolucionaria, ¡huy si la oyeras a
veces en casa, te aseguro que la señorita no tiene pelos en la lengua…!
Le contó, además, que Teresa salía a menudo con chicos estrafalarios y
existencialistas –fueron las palabras que empleó la criada, casi con unción-, gente rara,
estudiantes con barba, y que se pasaban la vida llamándose por teléfono, dándose cita y
prestándose libros; que a veces Teresa se encerraba en su habitación con un grupo de
amigas y se pasaban allí toda la tarde, y cuando ella, Maruja, les subía café o bebidas, se
encontraba siempre con el cuarto lleno de humo de cigarrillos y a ellas sentadas en el
suelo entre almohadones, rodeadas de discos y discutiendo acaloradamente de política,
del país y de otras cosas raras.

13-. Del capítulo III de Cinco horas con Mario (1966) de MIGUEL DELIBES.
La novela es el largo monólogo interior de una mujer burguesa de provincias,
Menchu, que vela el cadáver de su marido, un hombre muy distinto en inquietudes
y preocupaciones. La protagonista va hilvanando los recuerdos y los pensamientos
más heterogéneos, reveladores de una mentalidad tradicional o reaccionaria que no
sabe adaptarse a los profundos cambios que sufría la sociedad española en los años
sesenta, como se ve en este fragmento en que Menchu divaga sobre los jóvenes
inquietos que asistían a una tertulia presidida, en cierto modo, por Mario y a la que
asistía también su hijo de 22 años, llamado también Mario.

… se creen que por ser jóvenes ya tienen derecho a todo, avasallando, y tú que
“un joven rebelde”, rebelde, ¿de qué?, porque a ver de qué se van a quejar, tú dirás, se les
ha dado todo hecho, viven en orden y en paz, cada vez más regalados, que todo el mundo
lo dice, y tú chitón, o en clave, para no perder la costumbre, “quieren voz” o “quieren
responsabilidades” o “probarse; saber si saben convivir”, frases, porque ¿puedes decirme,
cariño, qué es lo que quieres decir con eso? Querer no sé lo que querrán, lo que sí te puedo
decir es que deberían tener más respeto y un poquito más de consideración, que hasta el
mismo Mario, tú lo estás viendo, y de sobra sé que es muy joven, pero una vez que se
tuerce, ¿puedes decirme quién le endereza? Los malos ejemplos, cariño, que no me canso
de repetírtelo, y no es que vaya a decir ahora que Mario sea un caso perdido, ni mucho
menos, que a su manera es cariñoso, pero no me digas cómo se pone cada vez que habla,
si se le salen los ojos de las órbitas, con las “patrioterías” y los “fariseísmos”, que el día
que le oí defender el Estado laico casi me desmayo, Mario, palabra, que hasta ahí
podíamos llegar. Desde luego, la Universidad no les prueba a estos chicos, desengáñate,
les meten muchas ideas raras allí, por mucho que digáis, que mamá, que en paz descanse,
ponía el dedo en la llaga, “la instrucción, en el Colegio; la educación, en casa”, que a
mamá, no es porque yo lo diga, no se le iba una. Pero tú les das demasiadas alas a los
niños, Mario, y con los niños hay que ser inflexibles, que aunque de momento les duela,
a la larga lo agradecen. Mira Mario, veintidós años y todo el día de Dios leyendo o
pensando, y leer y pensar es malo, cariño, convéncete, y sus amigos ídem de lienzo, que
me dan miedo, la verdad. No nos engañemos, Mario, pero la mayor parte de los chicos
son hoy medio rojos, que yo no sé lo que les pasa, tienen la cabeza loca, llena de ideas
estrambóticas sobre la libertad y el diálogo y esas cosas de que hablan ellos. ¡Dios mío,
hace unos años, acuérdate! Ahora no le hables a un muchacho de la guerra, Mario, y ya
sé que la guerra es horrible, cariño, pero al fin y al cabo es oficio de valientes, que de los
españoles dirán que hemos sido guerreros, pero no nos ha ido tan mal me parece a mí,
que no hay país en el mundo que nos llegue a los talones, ya le oyes a papá, “máquinas,
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no; pero valores espirituales y decencia para exportar”. Y tocante a valores religiosos, tres
cuartos de lo mismo, Mario, que somos los más católicos del mundo y los más buenos,
que hasta el Papa lo dijo, mira en otros lados, divorcios y adulterios, que no conocen la
vergüenza ni por el forro. Aquí, gracias a Dios, de so, fuera de cuatro pelanduscas, nada.

14-. Del último capítulo de Señas de identidad (1966) de JUAN GOYTISOLO.


Ejemplo de las audaces innovaciones formales de esta novela. Se trata de un
monólogo del protagonista desde lo alto de Montjuic (Barcelona) presentado en
forma de versículos sin puntuación en el que se ensartan elementos distintos: a)
reflexiones de Álvaro (el protagonista), trasunto del autor, sobre sus circunstancias
históricas; b) transcripciones de frases de una guía turística de Barcelona; c)
enumeraciones que describen el puerto visto desde Montjuic; d) frases de otras
lenguas, pronunciadas por los turistas extranjeros que visitan el castillo…

clamando Barcelona aparece ya como la capital


todo ha sido inútil de un Estado independiente la antigua
oh patria Marca es ahora Cataluña
mi nacimiento entre los tuyos y el hondo preguntándote
amor que tu desesperación actual es para ellos
sin pedirlo tú triunfo
durante años obstinadamente te he vence quien tras sembrar cosecha solo
ofrendado cizaña inútil y asolada muerte
separémonos como buenos amigos regarde mon chéri
puesto que aún es tiempo do you really like that
nada nos une ya sino tu bella lengua là-bas c`est Majorque
mancillada hoy por sofismas mentiras a partir de Ramón Berenguer I adquiere
hipótesis angélicas aparentes verdades cada vez mayor importancia anexiona
frases vacías cáscaras huecas los territorios conquistados por tierras
alambicados silogismos que hoy forman parte de Francia
buenas palabras escuchando el coro de las Voces que se
vino a ser entonces la capital de la Marca ensañan contigo como las
Hispánica frente al Imperio premonitorias hechiceras de Macbeth
Mahometano Wifredo el Velloso logró reflexiona todavía estás a tiempo
convertir en hereditario el título de nuestra firmeza es inconmovible ningún
Conde de Barcelona en el año 897 esfuerzo tuyo logrará socavarla
discurriendo piedra somos y piedra permaneceremos
mejor vivir entre extranjeros que se no te empecines más márchate fuera
expresan en idioma extraño para ti que mira hacia otros horizontes danos a todos
en medio de paisanos que diariamente la espalda
prostituyen el tuyo propio olvídate de nosotros y te olvidaremos
humillan la frente tu pasión fue un error
qué remedio cabe dicen repáralo
ante el orden brutal que les niega y de su SALIDA
precisa e irremplazable esencia les SORTIE
despoja EXIT
tinglados modernos depósitos de hulla AUSGANG
una golondrina atestada de turistas
criaderos de mejillones barcos grises
negros blancos dársenas grúas
después de aquellas invasiones
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15-. Un pasaje de La saga/fuga de J. B. (1972) de GONZALO TORRENTE


BALLESTER. “Jota Be” es uno y múltiple: en el presente es José Bastida, un
humilde gramático; pero se encarna en otros J. B. del pasado: el Obispo, el Canónigo
o el Almirante que se citan en el texto y Joaquín María Barrantes, un poeta (“vate”
se le llama en el texto de forma irónica) decimonónico de Castroforte de Baralle
(imaginario lugar gallego donde transcurre la acción), acerca del cual no se ponen
de acuerdo la historia y la leyenda. Un día, el vate Barrantes, presa de hondas
tribulaciones (ha recibido un disparo de una mujer despechada, ha escrito unos
versos extraños…) siente que su cerebro “se divide en dos mitades”; es la voz de José
Bastida que se había metido dentro de él e intenta explicarle lo que le ha ocurrido y
lo que le va a ocurrir. Es un ejemplo de las novedades de esta novela que la alejan
del realismo convencional: el personaje múltiple, la imaginación, la fusión de lo
histórico y lo legendario o la distorsión del tiempo.

“¿Quién eres?”, inquirí. “Jota Be”. “También yo lo soy. ¿Quieres darme a entender
que eres parte de mí mismo?” “¡Ni siquiera reflejo de un reflejo! Soy una Jota Be
itinerante y supernumerario, y estoy de paso en una etapa del camino (…). Las etapas de
mi viaje son identificaciones. Me metí en ti cuando salías de casa. Recibí, contigo, el tiro.
Sufrí, contigo, el dolor. Sentí, contigo, el deseo de quejarme en verso. Tus palabras eran
iguales a las mías porque querían decir lo mismo. Además, no me daba cuenta de lo que
estaba haciendo. Acabo de decirte que éramos uno y no dos. Quizás no esté muy claro,
pero no puedo explicarlo mejor”. Era una voz humilde la que me hablaba, o, dicho de otra
manera, yo hablaba al Vate con voz humilde, con voz de intruso involuntario, como la de
quien, entrado en casa ajena, sorprende sin querer la intimidad del otro y la destruye.
“¿Tienes, al menos, un nombre?” “José Bastida.” ¿Vives en Castroforte?” “En la fonda
llamada la Flor de Noya. Se entra por la Rúa Sacra, pero tiene balcones a la Plaza de los
Marinos Efesios. Mi buhardilla carece de ventanas.” “Esa fonda no existe.” “Un galio
llamado el Espiritista compró la casa en mil novecientos treinta. Es un sujeto que estuvo
en Buenos Aires, y, con los ahorros que trajo, puso el negocio.” “¿En qué año?” “En mil
novecientos treinta.” El Vate se echó a reír. “¡Estamos en mil ochocientos setenta y tres!”
“Estamos, no. Estabas.” El Vate se estremeció, y en el costado sintió una punzada
desgarradora. “Luego, ¿para ti ya he muerto?” “Antes de emprender mi viaje, sí. Y,
cuando lo termine, volverás a morir. Un poco confuso, lo comprendo, pero ya me voy
habituando a situaciones parecidas. Ten en cuenta que antes de llegar a ti, he pasado por
el Obispo, por el Canónigo y por el Almirante.” (…) Quedó en silencio -su alma- unos
instantes largos, y por primera vez pude asistir a lo que es de verdad el silencio de un
alma, algo así como la oquedad de un espacio que no existe, como el vacío del que ha
huido todo, hasta la Nada. pero pronto se volvió a llenar de cosas. “¿Qué día llegarán las
tropas del Gobierno?” “Deben de estar llegando.” “Luego, ¿mi muerte es hoy?” “En eso
coinciden la Historia y la leyenda.”

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