Las Emociones en La Conciliacion Familiar ....... Subtema 7
Las Emociones en La Conciliacion Familiar ....... Subtema 7
Las Emociones en La Conciliacion Familiar ....... Subtema 7
Para hacer posibles estos objetivos y facilitar la comunicación, el mediador debe crear,
ante todo, un espacio de confianza, generar un contexto donde puedan hacerse
explícitos los intereses, necesidades y afectos de los participantes, Esta tarea comienza
incluso antes del proceso de mediación propiamente dicho, y debe propiciarse desde
que las personas que viven un conflicto se aproximan por primera vez a la mediación.
En la construcción de este marco comunicacional el mediador ha de contar con una
serie de aptitudes y cualidades personales (ecuanimidad, autocontrol, objetividad,
etc.); ha de ser flexible, adaptando su lenguaje, gestual y verbal, al de los solicitantes
de mediación, y manejar diferentes recursos técnicos. Una de las herramientas
fundamentales es la escucha activa, manifestada tanto a través de pequeñas
intervenciones como del lenguaje analógico, a la que se acompañan otras técnicas,
como las preguntas (abiertas, aclaratorias, etc.) y las afirmaciones, que permiten
aclarar, reafirmar y reformular. Si bien tanto la escucha activa como las afirmaciones
van a resultar de gran utilidad a lo largo de todo el proceso, adquieren especial
relevancia durante las fases iniciales, cuando los actores exponen la situación
conflictiva.
Estas técnicas ayudan a aportar legitimidad a los participantes en el proceso (incluido
el mediador), es decir, a darles la oportunidad de validar su posición, incluso de
justificarse (la posibilidad de contar su versión). Desde que el mediador es capaz de
aceptar como interlocutores válidos a cada uno de los intervinientes, legitimándoles,
se crean las condiciones para que cada actor pueda ubicarse también de manera más
positiva frente a sí mismo, revalorizándose. La revalorización
o empowerment (empoderamiento) consiste en aportar a las partes calma, claridad y
confianza en aras a crear consciencia: por qué importan sus metas, cuáles son sus
alternativas, sus habilidades, cuáles los recursos a su alcance y las ventajas y
desventajas de sus decisiones. Cuando las personas que viven un conflicto llegan a la
mediación, la percepción de la propia valía, su sentido de la confianza en las propias
capacidades para afrontar el futuro, su autoestima, en suma, puede estar seriamente
dañada. La autoestima comprende una doble vertiente. Es un sentimiento de
capacidad personal y es también un sentimiento de valía personal
La mediación no suele ser, desafortunadamente, la primera alternativa para la gestión
del conflicto. La opción por un modelo integrativo de gestión de conflicto o por un
modelo distributivo viene penetrado por nuestro componente motivacional –grado de
interés propio y grado de interés por los demás, como también por nuestros
sentimientos y emociones. En nuestra cultura, por otra parte, ha sido frecuente que,
desde nuestros primeros años, ante una situación problemática, un tercero investido
de auctoritas (los padres, los maestros, el director, el médico, el sacerdote, el Juez,
etc.) decidiera por nosotros, atribuyéndonos la victoria o la derrota, de modo que no
hemos aprendido a asumir nuestro propio poder. De ahí la relevancia de legitimar a los
participantes en mediación frente a sí mismos, de revalorizar, empoderar, para que
cada individuo pueda llegar a ser verdaderamente actor en la gestión de su propio
conflicto. El mediador debe estar alerta a las resistencias hacia la legitimación de los
intervinientes que puedan surgir en el proceso, incluso las que surjan a causa de sus
propios sesgos, pensamientos y actitudes la mediación hace de espejo frente a
nosotros mismos. Progresivamente, a medida que la comunicación mejora, los actores
pueden ser capaces de legitimarse entre sí, reconociéndose mutuamente. El
reconocimiento es un acto decisorio al que se llega de forma gradual cuando a lo largo
del proceso cada uno de los participantes, robustecido en su propia estima, se sitúa
más allá del conflicto y es capaz de mostrar empatía y sensibilidad respecto de la
situación del otro –puede «calzarse los zapatos del otro», lo que no significa que deba
compartir sus criterios o puntos de vista.
La programación neurolingüística nos enseña que las personas tenemos diferentes
mapas mentales y que muchos conflictos surgen porque consideramos que el otro
participa de nuestra representación de la realidad. Pero «el mapa no es el territorio» y
«el nombre no es la cosa nombrada», es decir, ante los mismos estímulos cada
individuo realiza su propia elaboración mental. Si el mediador a través de sus
intervenciones crea el rapport, es decir, crea sintonía, los actores estarán en posición
de tomar consciencia de sus programas mentales, de modo que podrán modificar o
suprimir aquellas elaboraciones que no resultan útiles. Como mediadores hemos de
ayudar a los actores a encontrar nuevas perspectivas en la forma de gestionar el
conflicto y estimular la capacidad de formular opciones creativas. En la escuela hemos
aprendido a utilizar el pensamiento lineal, vertical, es decir no pensamos de forma
explícita e intencional sino basándonos en patrones preestablecidos que parecen
incuestionables. Algunas técnicas, como la de los six thinking hats, desarrollan el
pensamiento lateral y pueden ayudarnos a desafiar las ideas preconcebidas, a mirar
una cuestión desde otros puntos de vista diferentes a los convencionales para hallar
las soluciones más apropiadas y posibilitar el acuerdo.
Aunque no es propiamente la emoción la que causa el conflicto los conflictos pueden
derivarse de percepciones falsas y emociones negativas, pero también pueden
intervenir en su gestación factores culturales, estructurales y de comportamiento–,
emoción y conflicto son dos conceptos estrechamente relacionados entre sí. La
experiencia nos enseña que el conflicto activa núcleos de sentimientos y emociones
intensas (ira, tristeza, miedo, interés, sorpresa, alegría, disgusto, envidia, culpa, etc.).
Por lo general la carga sentimental y emotiva suele resultar muy elevada en los
conflictos familiares –si bien es cierto que no puede obviarse el aspecto emocional en
los conflictos más «racionales», como los que se generan en el ámbito civil y mercantil
(pensemos, por ejemplo, en un conflicto societario que afecta a la empresa familiar
por la sucesión en el liderazgo). En aquellos casos en que las personas recurren a la
mediación cuando el conflicto está muy judicializado, quizás incluso por derivación,
como sucede con frecuencia en la mediación familiar, el manejo de las emociones se
torna aún más complejo para el mediador.
Los actores suelen estar poco motivados en la búsqueda del consenso, pueden estar
inmersos en un proceso de duelo por la pérdida o pérdidas sufridas no en vano, se ha
disipado un proyecto de vida en común que comenzó con ilusión; frecuentemente
experimentan inadaptación general, sentimientos de culpa, inseguridad, confusión,
temor, incapacidad para afrontar el futuro, etc.
El propio proceso judicial, lento y costoso, público, basado en una estrategia
adversarial que despoja de su poder a las partes para atribuirlo a los miembros del
sistema (jueces, fiscales, abogados…), genera un stress añadido.
Los estados de ánimo, los sentimientos y las emociones, incluso las más leves, pueden,
por tanto, influir sobre la gestión del conflicto, condicionando el comportamiento
humano en su desarrollo así como las respuestas que se dan durante su gestión; y ello
tanto en el ámbito intrapersonal, esto es, afectando al propio comportamiento ante el
conflicto (nuestras reacciones ante las propuestas), como en el ámbito
interpersonal, es decir, incidiendo sobre el comportamiento de los demás
participantes. Mediante recientes estudios empíricos ha podido constatarse que las
emociones positivas (alegría, gratitud, admiración, esperanza, interés, amor) favorecen
por lo general una respuesta que propende a la conciliación y a la colaboración, a
diferencia de los estados de ánimo y emociones de carácter negativo (ira, miedo,
tristeza, culpa, envidia…), que generan con mayor frecuencia comportamientos
competitivos y apuntalan estrategias de dominación De ahí la importancia en
mediación de reestructurar los afectos negativos y de facilitar un contexto emocional
que ofrezca a los intervinientes mayores garantías para la búsqueda de soluciones
consensuadas y eficaces.
Partiendo de estas coordenadas y aceptando que los actores pueden y suelen acudir a
la mesa de mediación bajo estados de tensión y aflicción, la creación de un contexto
emocional positivo puede parecer a priori una tarea titánica. Para crear sintonía y
equilibrar las emociones, cambiando la percepción del conflicto, los mediadores
debemos confeccionar nuestro propio kit de herramientas. El desarrollo de las
competencias propias de la inteligencia emocional, que incluye habilidades como la
empatía, el asertividad, la autoconciencia, el entusiasmo, resulta imprescindible. De
forma complementaria, y dado que la mediación se vincula teóricamente con
diferentes escuelas relacionadas con la conducta humana, podemos como mediadores
pensar en nutrirnos de competencias extraídas de otros campos, como el
enfoque sistémico, la teoría Gestalt, las constelaciones familiares, el coaching, los
diálogos apreciativos, etc. El proceso de mediación se consigue a través de diferentes
técnicas. Algunas de ellas son las reformulaciones (reiterativas, en espejo,
reformulaciones-síntesis, hipótesis), las remarcaciones positivas,
las recontextualizaciones o reencuadre, el parafraseo o resumen empático, como
también la utilización de un nuevo lenguaje: por ejemplo, tiempo de convivencia en
lugar de derechos de visitas; aportación en vez de pensión; cambiando patria potestad
por autoridad parental, etc. puesto que estamos en el contexto de la mediación.
El uso de los silencios, del sentido del humor, desdramatizando si es posible (quitarle
hierro al asunto) o de metáforas para mejorar la compresión, son recursos que pueden
ayudar a gestionar las emociones en el conflicto, armonizándolas, y a separar mejor las
personas del problema para poder confeccionar alternativas.
Para reestructurar estados afectivos y emociones, evitando sus interferencias sobre el
proceso, se impone ante todo su reconocimiento.
El reconocimiento de las emociones y lo que significan para las personas que las
experimentan es, sin lugar a dudas, un lenguaje que se aprende. La empatía nos
permite reconocer emociones a través de la percepción. El lenguaje digital
y analógico la lectura de la expresión facial, la postura corporal, la respiración, el tono
de voz, el ritmo, los movimientos de las manos, etc. (sin ergología), pero también la
coherencia entre la comunicación digital y analógica, nos suministran información
sobre los estados afectivos de los actores. Ser empático, pero también saber
comunicar empatía, expresando la comprensión de la emoción sin efectuar juicios de
valor, permite al mediador crear confianza. La empatía, en la medida que es una forma
de saber ser, excede del ámbito de la mediación, al igual que otras habilidades
(escucha activa), pudiendo extrapolarla a nuestra vida ordinaria –de hecho, puede ser
un excelente entrenamiento para implementarla naturalmente en el proceso de
mediación. Identificada la emoción, ha de ser atendida tan pronto como sea posible.
Ante el miedo, la pauta de acción sería comprender, proteger; ante la tristeza, animar
y cuidar; si la emoción es la sorpresa, orientar, prevenirse; si es la envidia, evitar y
explicar, etc.