Las Emociones en La Conciliacion Familiar ....... Subtema 7

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7.

LAS EMOCIONES EN LA CONCILIACION FAMILIAR


La conciliación y la mediación, en calidad de mecanismos alternativos de solución de
controversias, incorporan la idea de la interdisciplinariedad como la nueva tendencia
nacional e internacional en la búsqueda de soluciones no violentas y que sean
constructoras de paz, para la solución de conflictos socio-jurídicos, en particular para
los asuntos que competen al Derecho de familia pues en estos casos, especialmente,
se involucran los sentimientos y las emociones de las partes implicadas, los cuales
tienen profundas raíces psicológicas. Por ello, la actual necesidad de que los abogados
sean éticos, mediadores, conciliadores, y capaces de integrar saberes de diferentes
disciplinas, para brindar una solución integral a los conflictos, especialmente a los de
familia, dada la importante relevancia vigente de esta como célula fundamental de la
sociedad.
La mediación es uno de los Mecanismos Alternativos de Solución de Conflictos, (de
ahora en adelante, MASC), por el cual, mediante un procedimiento, las partes
enfrentadas son asistidas por una o más personas imparciales (mediadoras), quienes
cuentan con métodos para el manejo de las emociones que se liberan en los conflictos,
así como con técnicas para aislar e independizar los asuntos en los que se difiere, con
el fin de alcanzar opciones de acuerdos que satisfagan los intereses de cada una de las
partes involucradas en la pugna. En referencia a las emociones, estas son generadoras
de conductas humanas.
Asimismo Abordar e interpretar el comportamiento de las personas y la interacción
con los demás al solucionar sus conflictos, constituye una situación compleja que
involucra diferentes disciplinas, unidas intrínsecamente por relaciones de
codependencia (Filosofía, Sociología, Psicología, Derecho, Comunicación, entre otras).
Las emociones: Fundamentación y teorías
Para entender el papel que juegan las emociones y su importancia en la mediación y la
conciliación, es preciso conocer su significado. Desde la antigüedad, algunos autores se
han ocupado de este tema, como es el caso de Aristóteles, quien, en varias de sus
obras como Ética a Nicómaco, la Ética a Eudemo y la Magna Moralia (título traducido
en Español como “Gran Moral”); declaró las bases para conocer su origen y para su
comprensión8.
Las emociones son mecanismos de reacción rápida en situaciones inesperadas y que se
manifiestan de manera automática; además, son fenómenos inesperados que pueden
derivarse en situaciones más simples De los Ríos (2014) afirma que “Cada persona
experimenta una emoción de forma particular, dependiendo de sus experiencias
anteriores, su aprendizaje y de la situación concreta. Algunas de las reacciones
fisiológicas y comportamentales que desencadenan las emociones son innatas,
mientras que otras pueden adquirirse” (p. 4). Aristóteles (2011c), en su obra La
Retórica nos dice que las emociones las causantes de que los hombres cambien sus
juicios:
Porque las emociones son, ciertamente, las causantes de que los hombres se hagan
volubles y cambien en lo relativo a sus juicios, en cuanto que de ellas se siguen pesar y
placer9. Así son, por ejemplo, la ira, la compasión, el temor y otras más de naturaleza
semejante y sus contrarias. Ahora bien, en cada una se deben distinguir tres
aspectos10: en relación a la ira -pongo por caso-, en qué estado se encuentran los
iracundos, contra quienes suelen irritarse y por qué asuntos; pues si solo contamos con
uno o dos de esos aspectos, pero no con todos, no es posible que se inspire la ira
(1378ª20 696).

Continuando con las reflexiones del Estagirita (como también se le conoce a


Aristóteles), la ira es un apetito de venganza que se manifiesta por un desprecio contra
sí mismo o contra los otros; el que la padece (el iracundo), se encoleriza contra un
individuo en particular por algo que le ha hecho o que le iba a hacer a él mismo o a los
suyos. Pasada la ira, el iracundo percibe cierto grado de placer ante la esperanza de
vengarse y de aplicar un castigo (1378ª30-1378b5 698).
En cuanto a la compasión, Aristóteles (2011c), la interpreta como un cierto pesar por la
aparición de un mal destructivo y penoso en quien lo merece, que también lo podría
padecer uno mismo u otra persona. Aquel que siente compasión está en la capacidad
de creer que él mismo o alguno de sus allegados van a sufrir un mal. No sienten
compasión los que están completamente perdidos, ni tampoco los que se creen muy
felices, porque estos por lo general se encuentran llenos de soberbia (1385b15-22 731-
733).
Por último, concibe el temor como una turbación que nace del presentimiento de que
acontecerá, inminentemente, un hecho destructivo o penoso; son temibles por tanto,
aquellos eventos que desplieguen un poder de destrucción o de provocar daños que
lleven a estados de gran penalidad. El temor es causante de que se actúe rápidamente,
y nadie debe hacerlo por desespero sobre las situaciones (1382ª20-1383ª10 716-719).
CATEGORIA BASICA DE EMOCIONES:
Miedo: Anticipación de una amenaza o peligro (real o imaginario) que produce
ansiedad, incertidumbre, inseguridad.
Sorpresa: Sobresalto, asombro, desconcierto.
Es muy transitoria y nos permite una aproximación cognitiva para saber qué está
ocurriendo.
Aversión: Disgusto o asco hacia aquello que tenemos delante.
Ira: Rabia, enojo que aparece cuando las cosas no salen como queremos o nos
sentimos amenazados por algo o alguien.
Alegría: Sensación de bienestar y de seguridad que sentimos cuando conseguimos
Algún deseo o vemos cumplida alguna ilusión.
Tristeza: Pena, soledad, pesimismo ante la pérdida de algo importante o cuando nos
han decepcionado.
Si bien es cierto también en cuanto al Derecho tradicional, este se limita al estudio de
las conductas humanas que tienen incidencia en la transgresión normativa; debido a su
formación exegética, positivista, reducida al acatamiento de la ley, deja de lado el
estudio y el conocimiento de las emociones presentes en todos los conflictos socio-
jurídicos y en particular en el conflicto familiar.
Tanto el mediador como el conciliador desempeñan un papel fundamental en la
solución consensuada entre las partes en conflicto; deben ser neutrales e imparciales,
con alto sentido de vida, espíritu altruista y que reconozcan la importancia del “otro”
como ser humano. El término es usado indistintamente en algunas instancias
nacionales e internacionales. A juicio de la investigadora, existen algunas diferencias:
el conciliador propone fórmulas de arreglo, mientras que el mediador promueve la
concertación desde el mismo sujeto de acuerdo con su libre albedrio, basado en el
principio de la autonomía de la voluntad y en la libertad que cada ser humano tiene
para concertar o no sus diferencias. Tanto en la mediación como en la conciliación, no
existe un fallo impuesto, sino un acuerdo alcanzado en un ambiente de diálogo y de
entendimiento del otro, según sus necesidades, derechos y posibilidades. Con estos
mecanismos se debe lograr una salida no solo a lo contractual o legal, como se daría en
la sentencia que dicta el juez, sino también una solución integral que evidencie el
conflicto como oportunidad para restablecer los canales de comunicación rotos; por
ejemplo, en el conflicto de familia, promoviendo el relacionamiento con el otro para
una mejor convivencia.
La conciliación y la mediación, como mecanismos alternos, evitan que las partes
acudan a un órgano jurisdiccional, que conlleve a un pleito o hacia el litigio, que es
costoso, dispendioso y que genera desgastes económicos, anímicos y emocionales a las
partes, además del conflicto que ya está presente. La jurisdicción ordinaria o vía
judicial se encuentra en crisis por la falta de eficacia de la tutela jurisdiccional que
deriva esencialmente “de los retrasos cada vez más largos de la justicia, frente a la
creciente necesidad de soluciones rápidas y eficaces de las controversias”.
El conflicto, no exento de connotaciones negativas, suele activar en nosotros
emociones no siempre deseadas, agitar sentimientos, influir en nuestros estados de
ánimo. Estas emociones, sentimientos y estados anímicos de naturaleza sombría
suelen tener una mayor intensidad cuando el conflicto surge entre personas que han
mantenido relaciones de afectividad sostenidas en el tiempo, como sucede en los
conflictos de familia. Si a todo ello se añade la experiencia de la confrontación judicial,
un stress añadido resulta inevitable.
El mediador debe ser consciente del impacto que pueden tener las emociones sobre el
éxito o el fracaso del proceso de mediación. La mediación ha de fomentar la
comunicación, dar a las partes la oportunidad de que encuentren por sí mismas
soluciones satisfactorias para la gestión de su problema o que, al menos, puedan
terminar el proceso habiendo experimentado una mejora de su relación o sintiéndose
revalorizadas y empoderadas. Esta tarea resultará tanto más dificultosa si la emoción
no encuentra una manera apropiada de canalizarse. La primera misión del mediador
consistirá, por lo tanto, en crear un espacio donde se facilite el diálogo calmado, la
empatía, y donde sea posible expresar las emociones de forma asertiva, sin que
generen interferencias. Deberá estar atento desde la primera toma de contacto con los
mediados para detectar la emoción, calificarla y ofrecer una respuesta adecuada para
minimizar su influencia en el desarrollo del proceso y en la calidad de la mediación.
El objetivo de este trabajo es reflexionar sobre el impacto de los afectos, sentimientos
y emociones en el proceso de mediación, así como ofrecer al mediador ciertas pautas y
recursos para su manejo. Prestamos una particular atención a la ira, por su frecuencia
y por sus efectos sobre la gestión del conflicto.
LOS SENTIMIENTOS Y EMOCIONES EN EL PROCESO DE MEDIACIÓN. ESPECIAL
REFERENCIA A LA MEDIACIÓN FAMILIAR
Define la mediación como «aquel medio de solución de controversias, cualquiera que
sea su denominación, en que dos o más partes intentan voluntariamente alcanzar por
sí mismas un acuerdo con la intervención de un mediador». El mediador, profesional
cualificado experto en conflictos, facilitará la comunicación entre las partes y velará
porque éstas dispongan de la información y el asesoramiento suficientes.
Partiendo de estas premisas y siendo éste el marco legal de la mediación en nuestro
ordenamiento jurídico sin olvidar las leyes de mediación familiar vigentes, podemos
conceptuarla como un proceso estructurado de gestión de conflictos (personales,
sociales y económicos) cuyo objetivo es fomentar que los intervinientes, actores en el
proceso, alcancen por sí mismos acuerdos susceptibles de ser mantenidos en el
tiempo, a la par que mejoran la comunicación entre sí y adquieren habilidades para
gestionar los posibles desencuentros que puedan generarse en el futuro.

Para hacer posibles estos objetivos y facilitar la comunicación, el mediador debe crear,
ante todo, un espacio de confianza, generar un contexto donde puedan hacerse
explícitos los intereses, necesidades y afectos de los participantes, Esta tarea comienza
incluso antes del proceso de mediación propiamente dicho, y debe propiciarse desde
que las personas que viven un conflicto se aproximan por primera vez a la mediación.
En la construcción de este marco comunicacional el mediador ha de contar con una
serie de aptitudes y cualidades personales (ecuanimidad, autocontrol, objetividad,
etc.); ha de ser flexible, adaptando su lenguaje, gestual y verbal, al de los solicitantes
de mediación, y manejar diferentes recursos técnicos. Una de las herramientas
fundamentales es la escucha activa, manifestada tanto a través de pequeñas
intervenciones como del lenguaje analógico, a la que se acompañan otras técnicas,
como las preguntas (abiertas, aclaratorias, etc.) y las afirmaciones, que permiten
aclarar, reafirmar y reformular. Si bien tanto la escucha activa como las afirmaciones
van a resultar de gran utilidad a lo largo de todo el proceso, adquieren especial
relevancia durante las fases iniciales, cuando los actores exponen la situación
conflictiva.
Estas técnicas ayudan a aportar legitimidad a los participantes en el proceso (incluido
el mediador), es decir, a darles la oportunidad de validar su posición, incluso de
justificarse (la posibilidad de contar su versión). Desde que el mediador es capaz de
aceptar como interlocutores válidos a cada uno de los intervinientes, legitimándoles,
se crean las condiciones para que cada actor pueda ubicarse también de manera más
positiva frente a sí mismo, revalorizándose. La revalorización
o empowerment (empoderamiento) consiste en aportar a las partes calma, claridad y
confianza en aras a crear consciencia: por qué importan sus metas, cuáles son sus
alternativas, sus habilidades, cuáles los recursos a su alcance y las ventajas y
desventajas de sus decisiones. Cuando las personas que viven un conflicto llegan a la
mediación, la percepción de la propia valía, su sentido de la confianza en las propias
capacidades para afrontar el futuro, su autoestima, en suma, puede estar seriamente
dañada. La autoestima comprende una doble vertiente. Es un sentimiento de
capacidad personal y es también un sentimiento de valía personal
La mediación no suele ser, desafortunadamente, la primera alternativa para la gestión
del conflicto. La opción por un modelo integrativo de gestión de conflicto o por un
modelo distributivo viene penetrado por nuestro componente motivacional –grado de
interés propio y grado de interés por los demás, como también por nuestros
sentimientos y emociones. En nuestra cultura, por otra parte, ha sido frecuente que,
desde nuestros primeros años, ante una situación problemática, un tercero investido
de auctoritas (los padres, los maestros, el director, el médico, el sacerdote, el Juez,
etc.) decidiera por nosotros, atribuyéndonos la victoria o la derrota, de modo que no
hemos aprendido a asumir nuestro propio poder. De ahí la relevancia de legitimar a los
participantes en mediación frente a sí mismos, de revalorizar, empoderar, para que
cada individuo pueda llegar a ser verdaderamente actor en la gestión de su propio
conflicto. El mediador debe estar alerta a las resistencias hacia la legitimación de los
intervinientes que puedan surgir en el proceso, incluso las que surjan a causa de sus
propios sesgos, pensamientos y actitudes la mediación hace de espejo frente a
nosotros mismos. Progresivamente, a medida que la comunicación mejora, los actores
pueden ser capaces de legitimarse entre sí, reconociéndose mutuamente. El
reconocimiento es un acto decisorio al que se llega de forma gradual cuando a lo largo
del proceso cada uno de los participantes, robustecido en su propia estima, se sitúa
más allá del conflicto y es capaz de mostrar empatía y sensibilidad respecto de la
situación del otro –puede «calzarse los zapatos del otro», lo que no significa que deba
compartir sus criterios o puntos de vista.
La programación neurolingüística nos enseña que las personas tenemos diferentes
mapas mentales y que muchos conflictos surgen porque consideramos que el otro
participa de nuestra representación de la realidad. Pero «el mapa no es el territorio» y
«el nombre no es la cosa nombrada», es decir, ante los mismos estímulos cada
individuo realiza su propia elaboración mental. Si el mediador a través de sus
intervenciones crea el rapport, es decir, crea sintonía, los actores estarán en posición
de tomar consciencia de sus programas mentales, de modo que podrán modificar o
suprimir aquellas elaboraciones que no resultan útiles. Como mediadores hemos de
ayudar a los actores a encontrar nuevas perspectivas en la forma de gestionar el
conflicto y estimular la capacidad de formular opciones creativas. En la escuela hemos
aprendido a utilizar el pensamiento lineal, vertical, es decir no pensamos de forma
explícita e intencional sino basándonos en patrones preestablecidos que parecen
incuestionables. Algunas técnicas, como la de los six thinking hats, desarrollan el
pensamiento lateral y pueden ayudarnos a desafiar las ideas preconcebidas, a mirar
una cuestión desde otros puntos de vista diferentes a los convencionales para hallar
las soluciones más apropiadas y posibilitar el acuerdo.
Aunque no es propiamente la emoción la que causa el conflicto los conflictos pueden
derivarse de percepciones falsas y emociones negativas, pero también pueden
intervenir en su gestación factores culturales, estructurales y de comportamiento–,
emoción y conflicto son dos conceptos estrechamente relacionados entre sí. La
experiencia nos enseña que el conflicto activa núcleos de sentimientos y emociones
intensas (ira, tristeza, miedo, interés, sorpresa, alegría, disgusto, envidia, culpa, etc.).
Por lo general la carga sentimental y emotiva suele resultar muy elevada en los
conflictos familiares –si bien es cierto que no puede obviarse el aspecto emocional en
los conflictos más «racionales», como los que se generan en el ámbito civil y mercantil
(pensemos, por ejemplo, en un conflicto societario que afecta a la empresa familiar
por la sucesión en el liderazgo). En aquellos casos en que las personas recurren a la
mediación cuando el conflicto está muy judicializado, quizás incluso por derivación,
como sucede con frecuencia en la mediación familiar, el manejo de las emociones se
torna aún más complejo para el mediador.

Los actores suelen estar poco motivados en la búsqueda del consenso, pueden estar
inmersos en un proceso de duelo por la pérdida o pérdidas sufridas no en vano, se ha
disipado un proyecto de vida en común que comenzó con ilusión; frecuentemente
experimentan inadaptación general, sentimientos de culpa, inseguridad, confusión,
temor, incapacidad para afrontar el futuro, etc.
El propio proceso judicial, lento y costoso, público, basado en una estrategia
adversarial que despoja de su poder a las partes para atribuirlo a los miembros del
sistema (jueces, fiscales, abogados…), genera un stress añadido.
Los estados de ánimo, los sentimientos y las emociones, incluso las más leves, pueden,
por tanto, influir sobre la gestión del conflicto, condicionando el comportamiento
humano en su desarrollo así como las respuestas que se dan durante su gestión; y ello
tanto en el ámbito intrapersonal, esto es, afectando al propio comportamiento ante el
conflicto (nuestras reacciones ante las propuestas), como en el ámbito
interpersonal, es decir, incidiendo sobre el comportamiento de los demás
participantes. Mediante recientes estudios empíricos ha podido constatarse que las
emociones positivas (alegría, gratitud, admiración, esperanza, interés, amor) favorecen
por lo general una respuesta que propende a la conciliación y a la colaboración, a
diferencia de los estados de ánimo y emociones de carácter negativo (ira, miedo,
tristeza, culpa, envidia…), que generan con mayor frecuencia comportamientos
competitivos y apuntalan estrategias de dominación De ahí la importancia en
mediación de reestructurar los afectos negativos y de facilitar un contexto emocional
que ofrezca a los intervinientes mayores garantías para la búsqueda de soluciones
consensuadas y eficaces.
Partiendo de estas coordenadas y aceptando que los actores pueden y suelen acudir a
la mesa de mediación bajo estados de tensión y aflicción, la creación de un contexto
emocional positivo puede parecer a priori una tarea titánica. Para crear sintonía y
equilibrar las emociones, cambiando la percepción del conflicto, los mediadores
debemos confeccionar nuestro propio kit de herramientas. El desarrollo de las
competencias propias de la inteligencia emocional, que incluye habilidades como la
empatía, el asertividad, la autoconciencia, el entusiasmo, resulta imprescindible. De
forma complementaria, y dado que la mediación se vincula teóricamente con
diferentes escuelas relacionadas con la conducta humana, podemos como mediadores
pensar en nutrirnos de competencias extraídas de otros campos, como el
enfoque sistémico, la teoría Gestalt, las constelaciones familiares, el coaching, los
diálogos apreciativos, etc. El proceso de mediación se consigue a través de diferentes
técnicas. Algunas de ellas son las reformulaciones (reiterativas, en espejo,
reformulaciones-síntesis, hipótesis), las remarcaciones positivas,
las recontextualizaciones o reencuadre, el parafraseo o resumen empático, como
también la utilización de un nuevo lenguaje: por ejemplo, tiempo de convivencia en
lugar de derechos de visitas; aportación en vez de pensión; cambiando patria potestad
por autoridad parental, etc. puesto que estamos en el contexto de la mediación.
El uso de los silencios, del sentido del humor, desdramatizando si es posible (quitarle
hierro al asunto) o de metáforas para mejorar la compresión, son recursos que pueden
ayudar a gestionar las emociones en el conflicto, armonizándolas, y a separar mejor las
personas del problema para poder confeccionar alternativas.
Para reestructurar estados afectivos y emociones, evitando sus interferencias sobre el
proceso, se impone ante todo su reconocimiento.
El reconocimiento de las emociones y lo que significan para las personas que las
experimentan es, sin lugar a dudas, un lenguaje que se aprende. La empatía nos
permite reconocer emociones a través de la percepción. El lenguaje digital
y analógico la lectura de la expresión facial, la postura corporal, la respiración, el tono
de voz, el ritmo, los movimientos de las manos, etc. (sin ergología), pero también la
coherencia entre la comunicación digital y analógica, nos suministran información
sobre los estados afectivos de los actores. Ser empático, pero también saber
comunicar empatía, expresando la comprensión de la emoción sin efectuar juicios de
valor, permite al mediador crear confianza. La empatía, en la medida que es una forma
de saber ser, excede del ámbito de la mediación, al igual que otras habilidades
(escucha activa), pudiendo extrapolarla a nuestra vida ordinaria –de hecho, puede ser
un excelente entrenamiento para implementarla naturalmente en el proceso de
mediación. Identificada la emoción, ha de ser atendida tan pronto como sea posible.
Ante el miedo, la pauta de acción sería comprender, proteger; ante la tristeza, animar
y cuidar; si la emoción es la sorpresa, orientar, prevenirse; si es la envidia, evitar y
explicar, etc.

LA IRA EN EL PROCEDIMIENTO DE MEDIACIÓN


Una de las emociones con las que nos topamos habitualmente no sólo en mediación
sino en nuestra vida diaria, es la ira. La ira, junto a la felicidad, la tristeza, el miedo y el
deseo, es una emoción primaria y natural. Algunos textos califican la ira como una
emoción destructiva, incluso mortal, pero en sí misma la ira no es ni positiva o
negativa. En puridad, y aislada de su componente cultural, se trata de una respuesta
de adaptación ante un estímulo externo que se percibe amenazante, por lo que tiene
un valor funcional que asegura la supervivencia. Como emoción se asocia a enojo,
enfado, y puede ser desencadenada por un estímulo exterior –por tanto, tendría un
carácter transitorio–. Cuestión distinta es la ira como rasgo de la personalidad, incluso
de carácter genético, lo que influiría en una cierta predisposición a la ira como estado
afectivo y a su expresión incontrolada (ira agresiva). La expresión incontrolada de la ira
es juzgada socialmente como síntoma de inmadurez, reprobada incluso por la mayor
parte de las religiones (en la religión católica es, significativamente, un pecado capital).
El control de la ira, por el contrario, se asocia a fortaleza, de ahí que frecuentemente
reprimamos la ira, lo que es muy diferente de su gestión. La represión de la ira o ira
pasiva es una respuesta de evitación ante el estímulo que la provoca que,
posteriormente, puede traducirse en conductas como criticar, sentirnos culpables,
manipular a los demás, realizar conductas obsesivas (limpiar una y otra vez), etc.
La ira agresiva, en general, provoca en la persona que la experimenta un conjunto de
respuestas corporales (aceleración del ritmo cardiaco, aumento del flujo sanguíneo,
activación de la hormona cortisol…). Por tanto, cuando la persona es «secuestrada por
la amígdala» y se deja llevar por la emoción, en este caso la ira, expresándola de forma
incontrolada, es necesario un tiempo para que el sistema hormonal se reajuste; a largo
plazo, estas respuestas pueden incidir sobre nuestra salud, afectando a nuestros
órganos internos y a nuestra inmunidad.
De acuerdo con la Medicina Tradicional China, las emociones rompen el equilibrio de
los órganos internos, afectando a los flujos sanguíneos. La ira, en particular, afecta a
nuestro sistema gastrointestinal, dado que, como emoción, se aloja corporalmente en
nuestro hígado. La expresión hostil de la ira incide, asimismo, en la calidad de nuestras
relaciones interpersonales. Por lo tanto, existen razones poderosas para que, ya no
como mediadores sino como personas, aprendamos a hacernos dueños de nuestra ira,
no tanto para negarla ni para dirigirla hacia dentro, contra nosotros mismos,
«quemándonos», sino para aprender a reconocerla y lograr su expresión de manera
adecuada mediante el asertividad.
En el contexto de la mediación es frecuente que alguno de los actores o incluso los
dos, se expresen de manera iracunda, como forma de ganar poder o de amedrentar al
otro. Es obvio que los actores en el proceso difícilmente podrán mejorar la
comunicación y lograr acuerdos bajo estados de irritabilidad y enfado. Además, la
expresión hostil de la ira puede provocar que el conflicto se escale y bloquee el
proceso de la mediación. Sin embargo, en un contexto que facilita la expresión de la
emoción no parece posible vetar de forma absoluta la expresión de la ira, pues puede
darnos información sobre aquello que importa. El mediador ha de saber encontrar el
equilibrio justo y aceptar la expresión no hostil de la emoción si su objeto es reclamar
intereses y marcar unos límites.
No existe una fórmula mágica para manejar la ira en mediación. Parece obvio que
facilitar un ambiente de calma, estar alerta a síntomas físicos (cansancio, stress),
negociar sobre intereses y no sobre posiciones, escuchar activamente, realizar
resúmenes empáticos, etc., puede ayudar a evitar la expresión hostil. Si reconocemos
la ira, lo que no siempre es fácil (por ejemplo, la ira se puede presentar como
frustración), la estrategia del mediador es atender de inmediato, calmando, desviando
por ejemplo el objeto de la ira. Si la ira de alguno de los actores es patológica y no es
posible seguir la mediación, se debe interrumpir el proceso, ya sea de forma
provisional o definitiva, y derivar a terapia.
TÉCNICAS DE GESTIÓN DE LAS EMOCIONES EN EL PROCESO DE MEDIACIÓN
Ya hemos advertido que en mediación es necesario separar a las personas de los
problemas, crear un contexto nuevo, esperanzador, una nueva forma de comunicación
más constructiva mediante el desarrollo de un lenguaje distinto, con el uso de los
adjetivos y de las palabras oportunas.
De ahí la utilidad de las reformulaciones o remarcaciones que, además de coadyuvar a
generar un diálogo nuevo, permiten controlar la escalada de emociones tan
destructivas como la ira. La reformulación está especialmente indicada cuando alguna
de las partes realiza un comentario potencialmente lesivo o dañoso. Reformulamos o
remarcamos cuando enunciamos los hechos seleccionando nuevas palabras,
elementos que unen a las partes sin ignorar aquello que las diferencia entre sí. «es un
grosero; quiero que deje de insultarme» podemos reformularlo como «deseas sentar
las bases de una convivencia más respetuosa».
Con el mismo objetivo se utilizan la connotación positiva y los reencuadres, que se
diferencian sutilmente de la remarcación o reformulación. Connotamos positivamente
cuando, tras la exposición de los hechos, apostamos por la buena voluntad de las
partes, sin perder de vista los valores de cada una (A: «él nunca ayudó con los niños ni
se preocupó de ellos, B): es falso, hacía muchas horas, para alimentarles, vestirles»;
mediador: «él trabajaba mucho con la intención de sostener a la familia»).
Reencuadramos cuando mostramos la realidad (hechos, contenido de la situación,
ciertas actitudes desde otras perspectivas recordemos de nuevo que «el mapa no es el
territorio», el mapa es meramente una representación personal (véase el ejemplo
anterior, donde además de la connotación positiva hay un reencuadre). El reencuadre
resulta muy útil para pasar de posiciones a intereses.
Una fase del proceso en la que pueden surgir múltiples tensiones es en la adopción de
acuerdos. Las reformulaciones o remarcaciones, reencuadres, recontextualizaciones,
preguntas reflexivas, nos permitirán reconducir emociones y liberar tensiones para
evitar la escalada de la ira. Si el contexto lo permite, también será posible recurrir al
sentido del humor, como ya hemos advertido. Pero si estas medidas no funcionan o
incluso si es compelido por las partes a intervenir, ya sea de forma implícita o explícita,
el mediador puede incrementar la potencia de su intervención y el caucus puede ser el
medio Es una posibilidad que debe mencionarse al principio del procedimiento de
mediación.
LAS EMOCIONES EN LOS CONFLICTOS DE FAMILIA
De acuerdo con lo expuesto hasta el momento, este estudio plantea que se hace
necesario que, en los MASC, pero específicamente en la mediación y la conciliación, se
introduzca el análisis de las emociones teniendo en cuenta el contexto
interdisciplinario de los mecanismos, y así, abordar los conflictos de una manera global
para proponer soluciones eficaces a las diferentes problemáticas por las que se acude
a esta figura.
La mayoría de las personas, al escuchar la palabra conflicto, la relacionan
indudablemente con problemas, anomalías o con una situación que necesita ser
resuelta de manera rápida para salir de ella. Pero, en el Derecho, el conflicto también
puede ser entendido como una oportunidad de cambio, de mejoría, de desarrollo y de
transformación de la vida y del relacionamiento de las familias y en general de toda la
sociedad. El conflicto puede servir también para mejorar y fortalecer las relaciones
interpersonales en los casos en los que se dialogue, se escuche y se armonicen las
diferencias y las necesidades de cada uno de los involucrados en el conflicto.
Varios escritores juristas y no juristas exponen en sus escritos no solo el papel
fundamental que juegan las emociones en los conflictos, sino la importancia de
incluirlas en los procesos judiciales como un componente de entendimiento del
problema y la forma correcta de orientar la solución pacífica de los mismos. Este
modelo sugiere entonces la pertinencia de articular el Derecho y las emociones, dado
que estas determinan la conducta de los individuos, a lo que se suma la manera en que
las personas abordan sus conflictos, dependiendo de la inteligencia emocional que
dominen las partes involucradas en el problema.
En consecuencia, es de suma importancia que mediador y conciliador reciban
formación acerca de las emociones, pues ellos son los principales facilitadores y
promotores de la comunicación asertiva y del diálogo, elementos fundamentales para
la exitosa solución concertada de los conflictos de familia que se intentan resolver
cuando los implicados acuden a la figura de los MASC.
Cuando las partes enfrentadas han agotado los recursos para encontrar un punto
medio o en común, y deciden recurrir a un tercero imparcial, llegan a la figura de los
MASC para ser acompañados por un mediador o conciliador; este tercero debe lograr
que los implicados se sientan tranquilos y confiados con su desempeño; así mismo,
llevarlos a la comprensión, no solo del conflicto en términos normativos, sino de las
percepciones y juicios que surgieron y que desembocaron en el conflicto que los ha
llevado a acudir a ese método.
Adicionalmente, es de gran utilidad para el mediador o conciliador, que identifique
detalladamente las emociones que genera una parte con respecto a la otra.
Lo anterior no significa que el mediador o conciliador deba hacer un análisis
psicológico de la persona ya que no es su campo del saber, pero sí ha de identificar los
sentimientos o emociones (tales como frustración, dolor, rabia, tristeza, entre otras)
que hicieron surgir el conflicto y llevarlo a estas consecuencias. Lo anterior con el
objetivo de posibilitar la construcción de acuerdos, así como para establecer, de
común acuerdo con ellos, que les asesore y acompañe un Psicólogo, con el fin de
ayudarles a entender el porqué de sus reacciones en cada etapa de la negociación.
Con base en la experiencia de la investigadora, se puede indicar que la mayor parte de
las mediaciones y conciliaciones que se tramitan en los Centros de Conciliación, son
para resolver asuntos de familia; dada la cercanía que tienen las Universidades y sus
consultorios jurídicos con los temas de proyección social, el presente estudio destaca
la necesidad de incorporar un Psicólogo en los procesos de mediación y conciliación, ya
que muchas veces el conflicto surge o se intensifica por la empatía o no, más que por
la disputa de derechos.
Lo que lleva inmediatamente a pensar que mediador y conciliador deben convertirse
en un canal perfecto para limpiar la comunicación de las interpretaciones más
subjetivas, o dicho de otra manera, servir como un puente de comunicación entre las
partes, entendiendo las razones que les motivaron a tomar unas u otras posiciones, y
reconociendo las emociones que suelen manifestarse en el desarrollo de la mediación
o de la audiencia.

La tarea que deben desempeñar mediador y conciliador, consiste en comprender y


luego expresar claramente, a cada una de las partes, la génesis del conflicto de familia;
manifestar su posición de tercero imparcial como facilitador de los acuerdos; permitir
que las partes manifiesten sus emociones, buscando la fuente de las mismas, con
respecto a la situación específica; indicarles afablemente la percepción que tiene de las
declaraciones aportadas al proceso, identificando detalladamente todas las emociones
percibidas, de acuerdo con la manera de reaccionar de cada uno como respuesta al
otro.
Con base en todo lo anterior, debe adoptarse tanto para los MASC como para la
práctica jurídica, la idea de que las emociones son fuente de intensión humana, que
desencadenan el actuar de los sujetos, y que llevan a estar acorde o no al Derecho,
teniendo en cuenta su idea personal de lo que es correcto o sus creencias firmes de lo
acorde a la verdad y a la justicia. La habilidad de identificar las emociones y
sentimientos en los demás, otorga al profesional una nueva pista de la manera
correcta de abordar un conflicto para lograr así acuerdos que se lleven más en la
práctica que en el papel, específicamente en el área de familia, donde son más
radicales las posturas de cada parte.
Este estudio señala que se precisa que el tema de las emociones sea abordado en la
formación de los Abogados, para que estos entiendan de una manera más próxima, las
emociones y los sentimientos que se presentan durante los procesos de conciliación en
un caso de familia. A pesar de que se trata de una formación humanista, se ha
identificado que en los programas de Derecho el componente comportamental del ser
humano no hace parte fundamental de los currículos, así como tampoco la relación
con la Psicología u otras disciplinas sociales. Normalmente, sólo se encuentra esta
relación en algunas asignaturas como la sociología jurídica, humanismo, cultura y
valores y filosofía, materias que se encaminan directamente en la profundización de
los conflictos basados en el “yo interno” de cada ser humano.
¿CÓMO INFLUYEN NUESTRAS EMOCIONES AL ABORDAR UN CONFLICTO DE FORMA
QUE ESTE SE RESUELVA Y LAS PARTES QUEDEN CONFORME CON LA DECISIÓN?
Las emociones y sentimientos están presentes en mediación. A lo largo del proceso,
acuden a la mesa de trabajo las emociones de la persona mediadora, las de las
personas que recurren al proceso, y las de las personas, que, sin estar presentes en la
sala, están involucradas en él. Un buen cóctel que conviene saber gestionar de manera
adecuada. Pues se reflexiona acerca del lenguaje emocional, tan genuino y a flor de
piel, con el que todos nos expresamos. La inteligencia emocional se revela como uno
de los recursos de primera línea de la persona mediadora. Facilitar el encuentro sólo es
posible si se conoce el papel de las emociones propias y ajenas, si se presta atención a
cómo se combinan y se trazan estrategias para que la expresión emocional redunde en
beneficio de la mediación

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