The Princess Trap
The Princess Trap
The Princess Trap
Alana
Corrección
Scarlett
Diseño
Seshat
Sinopsis
Es temerario, dominante y deliciosamente sucio. Este príncipe no
es de un cuento de hadas. 5
1
Del Francés antiguo: esencialmente quiere decir hablar con las manos.
—¡Bien! —Cherry se apartó de su reflejo con una sonrisa. Solo una
pequeña, sin hoyuelos. Ella trató de no dar rienda suelta a ellos en
espacios cerrados—. Te veré más tarde, Jeff.
—Hasta luego, amor.
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Él le devolvió la sonrisa, genuina como siempre. Jeff era
probablemente el único miembro superior del personal que no le
daba ganas de vomitar. Era dulce, amable y se preocupaba por los
niños, así que Cherry siempre tenía una palabra amable para él.
Los demás, que se jodan.
Salió aliviada del ascensor y entró en la planta de administración.
Era el único lugar de la Academia Rosewood que no parecía un
codicioso conducto corporativo.
Mira, hace mucho tiempo, Rosewood había sido una escuela real.
Hasta que un amigo del Primer Ministro con experiencia en
educación privada se hizo cargo y «academizó» (o sea, monetizó) el
lugar. Ahora los niños eran bombeados a través del sistema como
gallinas en batería y pobre de aquel que cayera por debajo del
estándar de la industria.
Cherry se abrió paso entre las hileras de mesas y despachos que
llenaban la planta, saludando a sus compañeros a su paso. Aquí no
se molestaba en contonearse y sonreír con hoyuelos. De todos
modos, nadie era tan tonto como para tragárselo, ni tan peligroso
como para justificar su actuación de Muñeca Darling. Llegó a la
oficina de Recursos Humanos y se detuvo, frunciendo el ceño al leer
el cartel pegado a la puerta:
CHERRY NEITA, ¡MANTENTE FUERA!
Se encogió de hombros y entró en la habitación.
—¡Oh! ¡Cherry! ¿Qué haces aquí?
En el interior del despacho, dos mujeres se apiñaban
protectoramente alrededor del escritorio de Cherry. Le costó
ubicarlas. Eran de finanzas, pensó… y la pequeña de pelo oscuro
podría llamarse Julie.
La más alta de las dos mujeres miró a Cherry como si fuera un
toro desbocado.
—¿No has visto la señal?
—No —dijo Cherry alegremente—. ¿Qué están haciendo en mi
9
escritorio, chicas?
Al otro lado de la habitación, sentada pulcramente en su
escritorio, Rose McCall resopló. Se llevó una mano pálida y
arrugada a las gafas y miró a Cherry por encima de los cristales de
media luna.
—¿Qué te parece que hacemos, cariño?
Cherry contuvo un suspiro. Le costó un gran esfuerzo, pero lo
consiguió.
—Lo siento, Cherry —insistió la alta—. Es solo que Julie y yo
estábamos hablando y ella…
Cherry levantó una mano.
—No hace falta que me lo expliques. ¿He arruinado la sorpresa?
—Un poco —admitió Julie—. No sé cómo se te pasó la señal.
—Es un misterio para la posteridad —murmuró Rose.
Cherry le dirigió una mirada a la mujer mayor.
—Bueno, de todos modos —dijo Julie. Intentó sonreír, pero
parecía más una mueca de dolor—. ¡Sorpresa!
La pareja se separó como las chicas del espectáculo, agitando sus
manos hacia el escritorio de Cherry. O mejor dicho, hacia el
monstruoso desastre que habían hecho.
Su ordenado espacio de trabajo estaba cubierto de purpurina y
confeti. En el centro de la mesa había un enorme número 30 de
cerámica en un tono rosa chillón. Como si no supiera exactamente
cuántos años tiene.
Dios, Cherry odiaba los cumpleaños. Eran tan… innecesarios.
—Oh, ustedes dos —dijo, pegando una sonrisa tímida en su
rostro—. No deberían haberlo hecho.
—De verdad —se hizo eco Rose—. No deberían haberlo hecho.
La mujer era una maldita molestia. Una maldita molestia
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brillante, pero una molestia, al fin y al cabo.
El rostro esperanzado de Julie cayó.
—Sé que odias el alboroto, pero…
—¡No! —dijo Cherry con firmeza—. Esto es precioso. Se los
agradezco mucho—. Se interrumpió al ver una cajita junto al
adorno—. ¿Es Hotel Chocolat2?
—¡Sí! —dijo Julie con orgullo.
Rose se sentó recta en su silla.
—¿Dónde? —preguntó, entrecerrando los ojos a través de la
habitación.
—No te preocupes. —Cherry se adelantó y recogió la caja con una
sonrisa—. De verdad, señoras, muchas gracias. Qué afortunada soy.
El personal de administración se empeñaba en hacerle la pelota
porque Rose, la jefa de Recursos Humanos y dueña de todo lo que
supervisaba, era imposible de adular. Normalmente era bastante
molesto, pero en este caso, a Cherry no podía importarle. Cuando
las chicas se marcharon, bastante satisfechas de sí mismas, abrió su
caja de bombones.
—No seas golosa, amor.
Rose se levantó y se acercó, sus movimientos fluidos eran tan
engañosos como sus mejillas regordetas y sonrosadas. Cherry sabía
que Rose McCall tenía sesenta y siete años. No aparentaba más de
cincuenta, a pesar de su moño gris lavanda.
—Si tú lo dices —murmuró Cherry, con la boca llena.
2
Fabricante británico de chocolate y productor de cacao. La empresa produce y distribuye chocolate y
otros productos relacionados en línea o a través de una red de negocios diversos.
Pero le tendió la caja y ni siquiera se quejó cuando Rose sacó dos
trufas a la vez.
—Lo siento —dijo Rose en tono de conspiración. Se sentó en el
borde del escritorio de Cherry—. No tenía ni idea de que te iban a
dar una sorpresa. La verdad, no creía que alguien supiera tu 11
cumpleaños.
—Facebook —dijo Cherry con desgana.
—Oh, sí. —Rose se metió una trufa en la boca—. Bueno ya sabes
que yo tampoco aguanto esas tonterías.
—No lo sé —reflexionó Cherry—. Puede ser molesto. Pero hay
muchos vídeos de gatos.
Antes de que Rose pudiera responder, la puerta de su despacho se
abrió de golpe. Otra vez. Realmente, todo este contacto humano era
demasiado para una mañana.
Era Louise, una de las recepcionistas, con las mejillas rosadas y los
ojos muy abiertos.
—¡Rose! —jadeó—. ¡Cherry! ¡Oh, no van a creer lo que ha pasado!
—Cálmate —Rose frunció el ceño—. ¿Estás bien?
—¡No! —chilló Louise—. Es tan probable que me desmaye
como… —se interrumpió, con los ojos entrecerrados—. ¿Esas son
del Hotel Chocolat?
Cherry volvió a tapar la caja.
—Se acabaron. Lo siento.
—Maldición. De todos modos, ¡escucha esto!
Cherry escuchó. Rose escuchó. Louise hizo una pausa dramática.
—Vamos, entonces —le espetó Rose.
No era conocida por su paciencia. Louise finalmente cedió. Ella
dijo, su tono en voz baja.
—Hay un hombre.
Cherry miró a Rose. Rose miró a Cherry. Puede que trabajaran en
una escuela, perdón, en una academia educativa, pero de vez en
cuando aparecían hombres. Es cierto que solían pertenecer a la alta
dirección y no, por ejemplo, al equipo de administración. Pero no
era raro verlos.
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—¿Un hombre? —preguntó Rose.
—Sí. —Louise asintió como un bobo—. Un hombre nuevo. Un
visitante. Y es absolutamente hermoso.
Cherry se inclinó hacia delante.
—¿Lo es?
—Su trasero es increíble —respiró Louise.
Su voz era reverente. Sus ojos estaban ligeramente desenfocados.
El interés de Cherry estaba firmemente despertado.
—¿Y quién es este hombre? —exigió Rose—. ¿Qué está haciendo
aquí?
Louise dudó.
—Oh, por el amor de Dios. ¿Ese es todo el chisme que tienes?
—Me temo que sí, Rose. Acaba de entrar ya ves y Chris se lo ha
llevado…
—Bueno —resopló Rose—. Será mejor que vuelvas a recepción,
antes de que te pierdas algo más.
—Tienes razón —murmuró la mujer más joven, casi para sí
misma—. Podría volver a salir. Puede que haya más.
Desapareció sin despedirse. Cuando la puerta se cerró, Cherry se
preguntó lo guapo que podría ser aquel hombre. Tal vez ella
podría…
Ni se te ocurra. Eres una adulta sensata que no hace el ridículo en
el trabajo. Eres una mujer madura que entra en la flor de su vida,
que no se distrae por…
—Ve a investigar, ¿quieres, cariño?
Cherry se puso en pie.
—Si insistes.
13
Capítulo 2
Su Alteza Real el Príncipe Magnus Ruben Ambjørn Octavian
Gyldenstierne de Helgmøre (conocido popularmente como Ruben) 14
hacía todo lo posible por no parecer aburrido. Al fin y al cabo, en
contra de la creencia popular, tenía modales.
Pero es casi seguro que estaba fallando.
Aun así, supuso que no importaba. Chris Tabary, la fuente del
aburrimiento actual de Ruben, estaba tan metido en su propio culo
que probablemente no se daría cuenta si Ruben se quitaba los
pantalones y los tiraba por la maldita ventana.
—Después de comer —dijo el anciano—, empezaremos a visitar el
nuevo edificio, que pronto será la rama de élite de la Academia,
para nuestros alumnos más prometedores…
La mente de Ruben, que estaba decidiendo cuándo era demasiado
pronto para marcharse, se fijó en la palabra «élite» como un gato en
un ratón.
—¿Qué significa eso? —preguntó, inclinándose hacia delante.
Casi podía sentir los ojos de su mejor amigo, Hans, clavándose en
su nuca. Casi podía oír la voz del otro hombre: «No dejes que se te
vaya la lengua. Otra vez».
Carraspeando, Ruben intentó sonar cortés.
—Quiero decir… cuando dices 'élite', ¿te refieres a…?
Tabary parpadeó. Estaba claro que no estaba acostumbrado a que
le interrumpieran. Pero se recompuso en un tiempo récord,
juntando sus delgadas manos y ofreciendo lo que probablemente
consideraba una sonrisa encantadora. Era un poco demasiado
ancha, un poco demasiado plástica y mostraba demasiados dientes.
—Por «élite», Su Alteza…
Ruben hizo un gesto de dolor.
—Por favor. Nada de títulos. Supongo que Demetria te envió los
materiales.
Era una pregunta retórica. Demetria siempre enviaba los
materiales.
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—Ah, sí. —Tabary parecía un poco inquieto por su error. Se
estremeció un poco, su sonrisa se tambaleó, pero luego la devolvió a
su lugar—. Mis disculpas. Debería decir, señor Ambjørn. Aquí, en la
Academia, prestamos especial atención a los alumnos identificados
como de élite mediante nuestro sistema de pruebas estratificadas.
Los alumnos son controlados durante todo el curso y examinados
una vez al año…
—¿Aparte de las pruebas nacionales, quieres decir?
—Precisamente. Cada septiembre, realizamos pruebas en toda la
escuela para asegurarnos de que nuestros intelectuales más elitistas
están separados de los demás alumnos.
Las alarmas de Ruben no solo sonaban, sino que chirriaban.
—Por prueba —dijo con cuidado—, ¿te refieres a… a… exámenes?
¿En una habitación? —Ante el ligero ceño fruncido de Tabary,
añadió—: Mi inglés. Ya me entiende.
El inglés de Ruben era perfecto, cortesía de tres años de estudio en
la Universidad de Edimburgo. Pero seguro que no lo entendía bien.
Seguramente Tabary no insistió en realizar pruebas adicionales solo
para crear algún tipo de sistema de clases basado en la inteligencia
en su escuela.
Tabary esbozó una sonrisa benévola.
—Bueno, sí, los exámenes. Se lleva a los alumnos a una sala y se
les pide que completen un cuestionario en silencio. Luego
corregimos los exámenes… ¡y voilá!
Se rio entre dientes.
Ruben asintió cortésmente. Mentalmente, estaba planeando la
forma más fácil de salir de esta situación.
La Academia Rosewood no era un candidato adecuado para el
programa de becas que pensaba crear. El exceso de exámenes era
algo que Ruben desaprobaba de todos modos, pero enviar a los
niños a los que atendía su fundación (niños de entornos
desfavorecidos y necesidades únicas) a una escuela que se refería
16
abiertamente a los alumnos con mejores exámenes como alumnos de
élite…
Demetria se pondría muy contenta cuando se enterara de esto.
¿No le había dicho que dejara de aceptar aspirantes basándose
únicamente en las redes sociales?
Ruben se revolvió en su asiento y miró a su guardaespaldas. Hans
estaba de pie, como siempre, junto a la puerta, con un aspecto más
adusto y peligroso que nunca. Ruben daría la señal y Hans
inventaría alguna excusa…
El sonido de voces entró flotando por la puerta del despacho de
Tabary. Era amortiguado, pero lo bastante claro como para distraer
a Ruben de su plan.
—¡Oh! Hola…
La voz se suavizó y se convirtió en un murmullo bajo que no
pudo captar. Entonces llegó otra voz en respuesta, mucho más baja
que la primera. Era uno de sus guardias. ¿Con quién hablaban?
—¿Se encuentra bien, Sr. Ambjørn?
Ruben se volvió hacia Tabary y se encontró con que el hombre le
miraba con el ceño fruncido.
—Sí, sí —dijo Ruben—. Sólo… me pareció oír algo.
—Oh, a menudo hay bullicio por estos pasillos. —Tabary hizo un
gesto con la mano—. Compartimos la torre con el personal
administrativo. Andan por ahí cacareando como gallinas, benditas
sean. A nuestras chicas les encantan el chisme.
Las cejas de Ruben se alzaron. «¿A nuestras chicas les encantan el
chisme?» Pequeña mierda condescendiente.
Que se jodan los modales. Se iba.
Pero antes de que pudiera moverse, llamaron a la puerta. Tuvo
tiempo de preguntarse si se trataba de alguna emergencia, ¿acaso no
había pedido Tabary que no le molestaran?, antes de que se abriera
la puerta y entrara un huracán.
—¡Chris, cariño! —Entró tambaleándose sobre tacones altos, 17
cerrando la puerta tras de sí con un golpe de caderas. Y Dios mío,
qué caderas—. Siento mucho molestarte, pero esto no podía esperar.
El huracán era una mujer. Una mujer de ojos risueños, rostro en
forma de corazón y una figura que podría matar a un hombre. Una
mujer cuyos rizos oscuros y elásticos brillaban como la medianoche,
de mejillas incongruentemente regordetas y piel morena como el
azúcar.
Pasó junto a Hans como si éste no estuviera allí y Ruben se
preguntó qué les habría pasado a los hombres apostados fuera.
Luego observó el contoneo de sus caderas al caminar y decidió que
probablemente se habían desmayado al verla.
—Cherry —dijo Tabary, frunciendo el ceño. Ruben se preguntó
por qué la llamaba Cherry ¿un apodo cariñoso? ¿Acaso no tenía
sentido común?—. Es una reunión muy importante —continuó
Tabary.
—Lo siento mucho —dijo la mujer, con un tono lleno de
disculpas.
Pero Ruben tuvo la extraña impresión de que no lo sentía en
absoluto. Entonces, por primera vez desde que había entrado, sus
ojos se posaron en los de él.
Y se dio cuenta de que hermosa era poco.
Su rostro era casi antinaturalmente perfecto. Por un momento le
recordó a su hermana, pero la belleza de Sophronia era fría. Tan
jodidamente fría.
Esta mujer podría estallar en llamas en cualquier momento.
Dejó un montón de papeles sobre el escritorio de Tabary y se
dobló por la cintura, inclinándose sobre su hombro mientras
señalaba algo en la primera página. Su escote ya de por sí magnífico,
se hinchaba contra el escote del vestido. Ruben se recordó a sí
mismo que debía seguir respirando.
—Si pudieras echarle un vistazo a esto —dijo, con voz suave—.
No consigo entenderlo… 18
3
Postre clásico inglés, es una tartaleta con una capa superior de fondant y rellena de mermelada de
cereza.
descansaba sobre el tablero de la mesa y acarició con un dedo las
gemas de sus uñas—. ¿Tienes hermanos?
—Tengo una hermana —dijo.
Debajo de la mesa, su pie rozaba el de ella. Era un roce lento y
35
rítmico, casi tranquilizador. Pero era difícil sentirse calmada por un
hombre que te ponía los pelos de punta.
—¿Mayor o menor? —preguntó.
—Um… Más joven. Maggie. Está en Estados Unidos.
Por lo general, a Cherry le encantaba presumir de su hermana,
incluso cuando venía con la habitual punzada de preocupación.
Siempre se preocupaba por Maggie.
Pero hoy, sus palabras eran tan confusas como sus sentimientos.
—Quiero decir, ella va a Harvard. Es muy inteligente.
—¿Se parece a ti, entonces?
Las cejas de Cherry se alzaron.
—No soy lista.
—Oh, es verdad. —Puso los ojos en blanco y su voz se aplanó
imitando a la de Chris Tabary—. «¡Cherry, chica tonta, has
estropeado las sumas!» —Volvió a su tono grave habitual y sonrió—
. Sé que lo has hecho a propósito.
A pesar de sí misma, sonrió.
—Bien, sí. Estaba en una misión.
—¿Y esa misión era…?
—Verte —admitió—. Todo el mundo estaba hablando del hombre
guapo en la oficina de Chris. Me enviaron a investigar.
—¿Y cumplí tus expectativas? —preguntó.
El arco arrogante de su frente y esa sonrisa perezosa, le dijeron
que ya sabía la respuesta.
Pero, aun así, solo dijo:
—¿No te gustaría saberlo?
—Sí —dijo simplemente. La mirada de sus ojos oscuros se tornó
ardiente, su intensidad totalmente en desacuerdo con la
despreocupada confianza que exudaba. Pero entonces apartó la
mirada y recuperó su sonrisa fácil—. Me gustan tus uñas —dijo. 36
37
Cherry miraba el par de tenedores de tarta como si hubieran
saltado de la mesa y se hubieran puesto a bailar el cancán. Ruben
reprimió una sonrisa. Tenía la sensación de que a ella no le gustaría
que se rieran de ella.
Él no habría pensado, basándose en las primeras impresiones, que
ella sería… así. Directa en algunos aspectos, tímida en otros. Casi
tímida. Tal vez ella necesitaba llegar a conocerlo. Quizá le resultaba
más fácil someter a la gente con esos hoyuelos y ese escote que
simplemente… hablar.
O tal vez ella estaba tan sorprendida por esta atracción como él y
tenía menos experiencia siguiendo sus instintos. Todas esas
explicaciones le parecían correctas, pero le gustaría estar seguro. Le
gustaría conocerla.
Ruben tomó un tenedor (ya que estaba claro que ella no iba a
hacerlo) y dijo:
—¿Te importa?
Las palabras parecieron sacudirla y ponerla en acción. Si Cherry
era un rompecabezas, los modales eran su clave.
—Oh, no. Claro que no.
Agarró su propio tenedor y, tras la más mínima vacilación, hurgó
en el plato.
Y aquí venía la parte que realmente había estado esperando. Ver a
Cherry comer tarta.
Talló un trocito con el tenedor y le echó todo el glaseado de
caramelo que pudo. Él lo aprobó. Se deslizó el bocado entre los
labios, o, mejor dicho, entre los dientes. Parecía haber perfeccionado
el arte de comer sin mancharse el carmín. No sabía por qué se había
molestado en sacar aquel espejito. Debía de saber que seguía
estando perfecta.
Le gustaría mancharle el pintalabios. Se preguntaba si ella se lo
permitiría. Por supuesto, se estaba adelantando.
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La visión de sus pestañas aleteando de placer, de su lengua
deslizándose para trazar su labio inferior escarlata, haría eso a un
hombre.
Soltó un pequeño suspiro de satisfacción mientras masticaba.
Luego sus ojos se posaron en los de él y alzó las cejas. Tragó saliva.
Dijo:
—¿No comes?
Él, por supuesto, dijo lo primero que se le vino a la cabeza.
—Estaba disfrutando de la vista.
Puso los ojos en blanco.
—Predecible.
—Supongo que oyes ese tipo de cosas a menudo.
—Desde luego que sí. —Sonrió con satisfacción, ensartando otro
bocado de pastel—. En serio, come. No puedo terminar todo esto yo
sola.
—No tenía ni idea de que fueras una flor tan delicada.
—Vete a la mierda.
Se rio mientras finalmente hurgaba.
—Si Chris, cariño, pudiera oírte ahora.
—Dios —resopló—. Me despellejaría viva. Insultando a las visitas
importantes.
—¿Cómo sabes que soy importante?
Arqueó una ceja.
—Esos hombres en la puerta de Chris esta mañana. ¿Qué eran,
guardaespaldas?
Ruben se atragantó con su pastel.
—¿Por qué…?
—Mi tío por parte de mi madre y todos sus hijos, están en el
ejército. Principalmente, en las fuerzas aéreas. —Se dio un golpecito
39
en la sien—. La ropa sencilla no puede ocultar ese entrenamiento.
Puedo verlo en ti también.
—Sí —dijo débilmente.
Sentía un ligero picor en la garganta. Tomó un poco de agua.
—Y eres rico a más no poder. —Señaló con la cabeza su traje—. Sé
que es un Ricci.
Estupendo. Había pasado de atragantarse con su tarta a
atragantarse con su bebida.
—¿Cómo sabes que es un Ricci? —balbuceó.
—Ocúpate de tus asuntos —resopló.
—¿Ocuparme de mis asuntos?
—Sí. Un consejo: si quieres pasar desapercibido, prueba a ponerte
Armani o algo así.
Ruben suspiró.
—Tomo nota.
—¿Qué pasa con eso? ¿Estás patrocinando la Academia?
Si no hubiera estado tan atento al tono de su voz, a la inclinación
de sus labios y a la luz de sus ojos oscuros, no habría notado el
matiz de desaprobación en sus palabras. Pero Ruben había pasado el
almuerzo observándola tan de cerca como había observado sus
caderas aquella mañana. Así que se dio cuenta. Y quería saber por
qué.
—Si no lo fuera —dijo con cuidado—, ¿intentarías persuadirme?
—¿Persuadirte?
Ella dio otro mordisco al pastel. Él observó su mandíbula
mientras masticaba. La vista no debería ser erótica, pero
aparentemente su libido estaba alborotado hoy.
—Convencerme para que me una a la causa —dijo—. Alistarme.
Lo que sea. 40
49
Capítulo 6
El viaje fue rápido y silencioso, un trayecto de diez minutos
cargado de tensión. El aire entre ellos se hinchaba como fruta 50
madura: a punto de estallar, exuberante y reluciente, pero bajo la
dulce anticipación, estaba la amenaza de algo podrido. Algo que
había ido demasiado lejos.
Lo malo era la creciente ansiedad de Cherry. Cuando entraron en
el cuadrado de asfalto que servía de aparcamiento a su pequeño
piso, su excitación se desinfló como un globo.
Aparcó y dejó caer las llaves sobre su regazo, mirando fijamente
hacia delante. Justo en la pared de ladrillo desnudo de su pequeño
edificio. Probablemente parecía una zombi. No importaba. Estaba
pensando.
Ruben se sentó a su lado en silencio. Tal vez estaba esperando
pacientemente, tal vez estaba enloqueciendo, o tal vez había sido
abducido por extraterrestres mientras ella estaba atrapada en una
batalla interna. No lo sabía y no le importaba.
¿Realmente estaba haciendo esto?
La primera voz en su cabeza fue, como era de esperar, la de Rose.
No una respuesta imaginaria, sino un recuerdo de las palabras que
había dicho cuando Cherry mencionó casualmente que volvería a
ver a Ruben, esa misma noche. «No hagas ninguna tontería, cariño».
Traer a un casi desconocido a su piso significaba que ya estaba
haciendo alguna tontería. Eso era una mala señal y Cherry era lo
suficientemente consciente de sí misma como para saberlo. Los
hombres que eran tan deliciosos como para hacerte perder la cabeza
debían beberse con sensatez. Como el rosado o Lemsip. Ella no
estaba bebiendo con sensatez.
La siguiente voz en su cabeza, la de su madre, estuvo de acuerdo.
Gritó:
«¿Intentas matarme, niña? ¿O intentas suicidarte?».
Y luego, como papá nunca estaba lejos de mamá, también oyó su
voz:
«Sé sensata, Cherry pay».
Pero la última voz era la de su hermana pequeña. Sabía
51
exactamente lo que Maggie diría en ese momento.
«Consigue lo tuyo, hermana».
Sus labios se torcieron. Maggie ya lo tendría dentro.
Por supuesto, no tuvo que invitarlo a entrar. Él la había invitado a
salir. Ella fue quien lo trajo aquí, todo porque algo en el tono de su
voz, en su mirada y en la forma en que la tocó hizo pensar a Cherry
que podría…
Ella apretó los labios. Luego se volvió hacia él.
No había sido abducido por extraterrestres; estaba allí mismo,
donde ella lo había dejado, esperando pacientemente. La forma en
que dominaba el pequeño espacio la hizo pensar en una bestia
enjaulada, pero sus ojos, por una vez, eran suaves.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Ella tragó saliva.
—Sí.
—¿Quieres que espere aquí?
—No.
—¿Puedo besarte?
Dos palabras. Su voz era tan suave como sus ojos. Estaba todo
doblado en el pequeño asiento delantero del coche, sus largas
piernas dobladas, sus poderosos muslos haciendo fuerza en sus
pantalones de traje y… oh.
Algo más le tensaba el pantalón, duro y grueso. Dejó que sus ojos
se posaran en su erección durante un segundo antes de volver a
mirarlo. Él la miró con facilidad, sin hacer ademán de ocultar su
excitación y los nervios de Cherry desaparecieron. La expectación
era un peso al rojo vivo en su pecho y el deseo le retumbaba en el
pulso.
Levantó una mano y le agarró la nuca, apartándole el pelo. El
cálido peso de la palma de la mano se posó sobre su piel y luego se
inclinó hacia ella por encima de la consola central. Su frente chocó 52
suavemente contra la de ella.
—Tienes que decírmelo —susurró—. Sí o no. ¿Puedo besarte?
Y sonó vergonzosamente sin aliento cuando dijo:
—Sí.
Apenas la dejó terminar la palabra. En un instante, sus labios
estaban sobre los de ella, suaves y delicados. Tan, tan suaves. Pero
aquella mano en su cuello era grande, áspera y exigente. Sus dedos
se hundieron en su pelo, apretando ligeramente las raíces y tiró de
su cabeza hacia atrás, solo un poco. Lo suficiente para dejar claro
que él mandaba. Y, aun así, sus labios rozaron los suyos como los de
un fantasma. Ella se estremeció ante el contraste. Quería más.
Mucho más.
Como si le hubiera leído el pensamiento, se lo dio. Sacó la lengua
para recorrerle el labio inferior y luego gimió suavemente en su
boca, como si le gustara el sabor… Oh, sí, le gustaba el sabor,
porque ahora le estaba chupando el labio inferior, tirando de sus
pezones tensos, de su clítoris repentinamente sensible. Cherry
apretó los muslos, moviéndose en el asiento, persiguiendo la
presión que necesitaba para aliviar aquel delicioso dolor entre las
piernas.
Rompió el beso y tiró de su cabeza hacia atrás, dejando al
descubierto su garganta. Quiso gemir por la pérdida de su boca,
pero la expresión de él le hizo tragarse la protesta.
Parecía… hambriento.
—Dime lo que quieres. —Su voz era áspera, su respiración
ruidosa en el espacio silencioso, agitado—. Tienes que decírmelo.
—Yo… Esto —susurró—. Me gusta esto.
Subestimación.
Le apretó la mano en el pelo. Le dio un beso caliente en la
garganta, con la boca abierta y en el último momento lo convirtió en
un mordisco. Con la firmeza suficiente para hacerla gemir, para que
se le entretuviera la respiración en el pecho. 53
—Ya veo.
Capítulo 11
El jet privado descendió poco a poco y Ruben mantuvo la mirada
fija en Cherry. Ella, a pesar de su evidente repugnancia hacia él, no 95
apartó la mirada. No; lo miró fijamente como si fueran pistoleros
rivales en el salvaje oeste y ella disparara a matar.
Podría excitarlo si no fuera por el hecho de que a ella realmente le
desagradaba. Y tenía una buena razón para ello.
Mientras el avión rodeaba la pequeña pista de aterrizaje de su
familia, Ruben luchó contra la sensación de terror que había estado
creciendo desde el momento en que ella había aceptado esta farsa.
No tenía sentido: ella había hecho exactamente lo que él esperaba
que hiciera. Exactamente lo que él quería que hiciera.
Pero no podía dejar de pensar en cómo le había sonreído cuando
se conocieron, hacía solo tres días. Él ya sabía que ella nunca
volvería a sonreírle así.
Esta fue probablemente la vez que más rápido había jodido algo.
Arrastrar a Cherry a su vida era como arrastrar a una princesa a su
guarida. Él era casi seguramente el dragón en este cuento de hadas.
Cuando el avión aterrizó por fin, se recompuso con enérgica
eficacia. Solo habían sido dos horas de vuelo, pero Ruben se sentía
como… bueno, como si se hubiera metido en una jaula de metal
gigante, hubiera cruzado el mundo a una altura y velocidad
antinaturales y lo hubieran vuelto a dejar en tierra. Cherry, sin
embargo, parecía una versión algo más informal de su glamour
habitual. Tenía el pelo lleno de rizos y bucles, la cara tan perfecta
como siempre y la mirada más fría que el aire de enero que les
llegaba cuando una azafata abría la puerta del avión.
—Bienvenida a Helgmøre, señora —dijo la anfitriona con una
sonrisa alegre.
Y Cherry, maldita sea, dejó caer el hielo en un instante y
respondió con una devastadora sonrisa propia.
—Gracias, Ida. —Hizo una pausa, mirando por la puerta abierta el
asfalto desnudo, repleto de seguridad y el campo helado más allá—.
Es tan… refrescante. Qué hermoso país.
La sonrisa de Ida se ensanchó y sus pálidas mejillas se sonrojaron
de placer. Se quedó mirando a Cherry como hipnotizada. 96
4
Serie de televisión de drama sobrenatural que sigue a un estudiante cuya vida cambia al ser mordido
por un hombre lobo.
fuera, la posibilidad de que un día se les acabaran el cielo y la tierra
siempre había existido.
Pero ya no existiría.
Cherry: ¿Te tomas la medicación?
104
Magz: Yo soy la que sufre si no lo hago, ¿tú qué crees?
Cherry: LOL. Abajo, chica. Buenas noches x
Magz: Buenas noches hermanita, te quiero x
Cherry: Yo también te quiero de verdad.
Capítulo 12
A la mañana siguiente, Hans arrastró a Ruben al comedor muy
temprano para «una reunión». 105
5
Del danés: estimada o querida.
—¡Vidunderlig6! Voy a empezar a desayunar. Ruben, pórtate bien,
¿ja7?
Puso los ojos en blanco.
—Haré lo que pueda.
109
—Hm —resopló, claramente dudosa.
Pero salió corriendo de la habitación.
—Así que —dijo Demetria alegremente—. Cambiando de tema.
Estoy segura de que ustedes dos llegarán a conocerse muy bien,
traqueteando por esta casa, pero…
—Espera —interrumpió Cherry. No con su encanto habitual, tan
suave que no te darías cuenta de que había interrumpido. No; la
palabra fue contundente, casi de golpe—. No vamos a ser los únicos
aquí —dijo.
Su voz no se elevó en forma de pregunta, sino que parecía
pronunciar las palabras como si pudiera hacerlas realidad por pura
fuerza de voluntad.
Por quincuagésima vez, Ruben se dio cuenta de lo mucho que
deseaba a aquella mujer.
—Más o menos —dijo Demi—. Hans y yo estamos aquí la mayor
parte del tiempo y también Agatha, pero todos vivimos en la casa
principal, así que…
—¿Por qué? —preguntó Cherry, con el ceño fruncido.
Parecía adorable. ¿Cuándo no había estado adorable? Por
supuesto, también estaba claro que no quería estar a solas con él.
Pero por el momento él pensaría menos en las punzantes
implicaciones de eso y más en la pequeña línea entre sus cejas.
—Bueno… —Demi comenzó.
Miró a Ruben. Y entonces él, con gran esfuerzo, puso su cerebro
en marcha.
6
Del danés: maravilloso
7
Del danés: sí.
—Podemos arreglar una cerradura en la puerta —le dijo a Cherry,
con voz enérgica—. Si eso es lo que quieres. Y puedo ponerte un
guardia. O lo que prefieras.
—¿Qué? Espera, no, no me refería a eso. Yo no… quiero decir, no
estaba diciendo… —Se interrumpió y por un momento él pensó que 110
de algún modo había conseguido que a la formidable Cherry Neita
se le trabara la lengua. Pero no. Se sacudió y dijo, mucho más
calmada—: Un guardia es innecesario y no requerimos más gente
involucrada en este engaño. Yo sólo… entonces, ¿nadie estuvo aquí
anoche? ¿Excepto nosotros?
—No —dijo—. Nadie. Pero la seguridad de la finca es excelente.
Estás completamente a salvo aquí.
Cherry resopló.
—Ya lo sé. No importa. —Pero luego añadió—: ¿Por qué todo el
mundo se queda en esa casa menos tú?
Ruben se encogió de hombros, tratando de ocultar que su simple
pregunta le erizaba la piel. La ansiedad que ya le era familiar chocó
contra él como dientes contra dientes, pero sonó tan sereno como
siempre cuando dijo:
—Soy una persona. Tengo mucho personal. Esta casa es pequeña.
Esa casa es grande.
Arqueó una ceja, esperando más. Pero eso era todo lo que
obtendría de él. Al cabo de un momento, se dio cuenta, porque se
encogió de hombros, el más pequeño levantamiento, su mirada era
plana, como si apenas le importara. Tan fría que casi olvidó el toque
de pánico que había en su voz hacía unos minutos.
No quería estar a solas con él. ¿Por qué?
—Bueno —dijo Demi. Hurgando en la incomodidad una y otra
vez, bendita sea—. Como he dicho, estoy segura de que llegarán a
conocerse. ¡Pero pensé que podríamos cubrir lo básico y
asegurarnos de que todo el mundo está a bordo con el plan!
Hans gimió, dramáticamente, frotándose la mandíbula con una
mano.
—Planes, siempre planes contigo, mujer.
Ella entrecerró los ojos y perdió toda su alegría.
111
—No tienes que estar aquí, ya sabes.
—Bien.
Golpeando la mesa con las manos, Hans se levantó de la silla de
madera. La silla crujió ligeramente, liberada de su enorme peso.
—Ruben ya sabes dónde encontrarme. —Luego dirigió una
sonrisa ganadora a Cherry. O más bien, una mueca con los labios
cerrados, que fue su mejor esfuerzo—. Sra. Neita.
Le dio la sonrisa con hoyuelos a Hans. Ruben estaba convencido
de que se los mostraba a todo el mundo menos a él, solo para
molestarlo. Y funcionaba.
—Hans —murmuró, con voz de whisky y miel, rica, cruda y
dulce—. Llámame Cherry.
Ruben intentó no tener pensamientos irracionales. Aun así, le
asaltaron imágenes de darle un puñetazo en las tripas a su mejor
amigo.
¿Cuándo se había convertido en el tipo celoso? ¿Y por una falsa
prometida que apenas lo soportaba?
Hans salió de la habitación, dejando atrás a Ruben, Demetria y
Cherry. Pobre Demi. Su sonrisa se derretía como el plástico que se
deja sobre el hornillo.
Pero, aun así, lo intentó.
—Así que necesitarás tener lo básico cubierto: antecedentes,
intereses, etcétera. Una historia en la que todos estemos de acuerdo
ya sabes, cuándo y dónde se conocieron. Y…
—Demi —interrumpió Ruben. Volvía a hablar sin pensar, pero
estaba demasiado cansado para preocuparse. Necesitaba un afeitado
y una fuente de tocino antes de poder tener este tipo de
conversación—. Deberías ir a hacer… lo que sea que estés haciendo
hoy.
Parpadeó.
—Pero…
112
—Está bien. Tú tienes planes. Cherry y yo podemos
arreglárnoslas. —Miró las hojas de papel atrapadas en sus hábiles
manos—. ¿Hiciste listas, supongo?
—Oh, sí —admitió, bajando la mirada como si hubiera olvidado
que estaban allí—. Pero…
—Seguiremos la lista —dijo—, e informaremos más tarde.
Prometido.
Soltó un suspiro de sufrimiento. Era un sonido familiar.
—¿Estás seguro?
—Sí, madre.
Puso los ojos en blanco.
—Bien. Si insistes. —Deslizó los papeles sobre la mesa hacia él
antes de asentir con la cabeza—. Tienes un teléfono en tu habitación.
Puedes llamarme a casa si necesitas algo, lo que sea. Solo tienes que
pulsar «02».
—Gracias —dijo Cherry y realmente parecía agradecida.
Porque estaba en una casa extraña, en un país extranjero, con un
hombre al que apenas conocía y en el que no confiaba y él debería
haberlo pensado bien, ¿no? ¿Por qué no pensó en nada?
El pensamiento brilló, se retorció, se transformó en su mente,
renació con la voz de su hermano y el rencor silencioso de su
hermana. «¿Tienes medio cerebro en esa cabeza, Ruben? ¿Acaso
funciona la parte campesina, hermanito?».
—¡Hasta luego!
Parpadeó para volver a la realidad justo a tiempo de ver a Demi
marcharse.
Lo que significaba que él y Cherry estaban solos. Completamente
solos.
Bueno, excepto por el canto de Agatha, que flotaba por el pasillo
desde la cocina. Se aferró a esa voz ronca y vacilante como a un
talismán. Contrólate. 113
—Um…
—¡Adiós!
Ruben se sentó y observó cómo ella salía a toda prisa de la
habitación.
Esto no iba bien.
Capítulo 13
Y así siguió. Y siguió y siguió y siguió, durante casi una semana.
Cherry lo evitaba con una convicción impresionante y se abría paso 117
con hielo a través de sus cenas; Demetria lo regañaba sobre listas de
control y actuaciones convincentes como una maestra de escuela; y
Ruben se desesperó. Realmente estaba desesperado.
Él no quería que fuera así. Mierda, nada de esto era ideal y era
completamente culpa suya, pero…
No dejaba de pensar en la mujer que había conocido en la
Academia. Su chispa, su humor cómplice, la confianza que bailaba
en todo lo que hacía. Ahora esa mujer estaba atrapada en su jaula
dorada, haciendo todo lo posible por mantenerlo a distancia y eso le
estaba pasando factura. Parecía un poco más cansada, un poco más
apagada, cada día.
Así que una noche, una semana después de firmar el maldito
contrato, tomó una decisión.
¿Fue una decisión sensata? Probablemente no. Pero entonces, él
no era conocido por su sentido común.
Ruben estaba tumbado en la cama, mirando al techo,
preguntándose qué decía de su vida el hecho de que estuviera
metido bajo las sábanas antes de las 22:30. Nada bueno,
probablemente.
Y entonces la idea lo golpeó y no lo soltó.
«Deberías ver a Cherry. Habla con ella sin la lista de Demi y
Agatha respirándote en la nuca».
«Pero Agatha es lo único que lo hace soportable. Si ella no está
cerca, Cherry probablemente no hablará contigo en absoluto».
«O perderá los nervios y te gritará durante media hora».
Eso sonó bien. Eso sonaba muy bien. Ruben no quería sus miradas
vacías o sus respuestas educadas o su evasión directa. Quería que le
arrancara la puta cabeza de un mordisco.
Tal vez se sentiría mejor después.
118
Saltó de la cama, abrió la puerta de un tirón y salió al pasillo.
Entonces recordó que estaba desnudo y dio media vuelta. Si
aparecía en su puerta sin ropa, había un 98% de posibilidades de
que saliera con las pelotas metidas en el trasero.
Se puso un pantalón de pijama, una bata y emprendió de nuevo el
corto viaje. Marchaba por el pasillo con una disciplina que no había
sentido desde su época más bien anodina en las fuerzas aéreas.
Pero cuando llegó a su habitación, el fuego de sus entrañas se
apagó cuando la realidad lo inundó.
Esto no iba a funcionar. ¿Qué iba a hacer, obligarla a hablar?
¿Pincharla hasta que obtuviera la respuesta que quería? Porque eso
la haría sentir mucho mejor.
Con un suspiro, Ruben apoyó la cabeza contra la fría superficie de
la puerta firmemente cerrada. Estaba tan jodidamente cerca y ni
siquiera importaba. La había arrastrado a su mierda y le había
jodido la vida, solo porque la deseaba. Por muy diferente que
quisiera creerse, en realidad era igual que sus hermanos: un mocoso
malcriado que trataba a la gente como juguetes.
¿Por qué Cherry querría tener algo que ver con él?
Se dio la vuelta, dispuesto a marcharse. Pero entonces le asaltó un
pensamiento.
Si él no disfrutaba, ella tampoco. Pero si llegaban a conocerse, tal
vez podrían llevarse bien durante un año sin que ella se sintiera
atrapada, siempre en guardia.
Quizá alguien tenía que dar el primer paso.
Dudó, rondando la puerta como un fantasma. Su sentido común
le decía que diera media vuelta y volviera a la cama, pero sus
instintos no estaban de acuerdo.
«Sigue siempre tus instintos».
Es curioso, ese mantra le seguía fallando últimamente. Pero le
habían servido tan bien durante tanto tiempo que no podía
renunciar a ellos tras unos cuantos fracasos, ¿verdad?
119
Quizá algo bueno aguardaba al final de todos estos aparentes
errores.
Respirando hondo, Ruben llamó suavemente a la puerta.
Por un momento, no pasó nada. Pero entonces una voz llamó:
—¿Demi?
Ah, mierda. Definitivamente debería haberse ido.
—Soy yo.
Otra pausa y luego dijo:
—Oh.
Eso fue todo. Oh. Él no podía decir si ella estaba enojada o
simplemente sorprendida. Él no podía decir si ese Oh significaba
«ya veo» o «vete a la mierda».
Así que dijo, con voz vergonzosamente tentativa:
—Um… ¿Puedo pasar?
—¿Por qué?
—Cherry —suspiró—. Déjame entrar.
Por un largo, largo momento, pensó que ella lo mandaría a la
mierda. No le sorprendería. Pero cuando finalmente habló, todo lo
que dijo fue:
—Bien. Adelante.
Se quedó helado. ¿Realmente quería decir eso? ¿Había oído mal?
O…
—Por el amor de Dios —le espetó—, date prisa. Antes de que
cambie de opinión.
Por una vez, Ruben hizo lo que le dijeron.
La habitación estaba cubierta por una oscuridad tenebrosa.
Cuando cerró la puerta tras de sí, su visión se apagó por completo.
Pero esperó, sabiendo que sus ojos encontrarían la más mínima luz
en alguna parte, si les daba la oportunidad. De niño había pasado
mucho tiempo encerrado en habitaciones oscuras.
120
Sin duda, los contornos de los muebles aparecieron, tan tenues y
oscuros que no estaba seguro de si los veía realmente o los intuía de
algún modo. Pero ésas eran las fantasías que le habían reconfortado
de niño: «tal vez soy especial, tal vez tengo poderes y algún día los
utilizaré para hacer pagar a todo el mundo».
Ahora era adulto y sabía que su supuesta visión nocturna era
gracias a las rendijas en las cortinas y debajo de las puertas y a unas
pupilas lo suficientemente anchas como para beber esas gotas de luz
y ponerlas en uso.
Se movió con cautela por la habitación, consiguiendo engancharse
a una mesa auxiliar con la cadera, pero sin caerse ni deshonrarse.
Cuando llegó a los pies de la cama de Cherry, se sintió un poco
presuntuoso al sentarse, pero la oscuridad le desorientaba
demasiado como para seguir con ceremonias.
—Oh, por supuesto —dijo ella ácidamente mientras él se hundía
en el colchón—. Siéntete como en casa.
—Hay al menos metro y medio de espacio entre nosotros, así que
no tengas un ataque.
—¿Por qué demonios te dije que entraras?
Ruben suspiró.
—No lo sé. Soy insufrible. Pido disculpas.
Solo recibió silencio como respuesta. No pudo comprender la
calidad de ese silencio. ¿Estaba ella de acuerdo, o simplemente
sorprendida por sus palabras, o demasiado cansada para molestarse
en conversar? Supuso que daba igual.
—Lo creas o no —dijo—, no he venido aquí para irritarte.
Las palabras le recordaron las conversaciones con sus hermanos.
Empezaba a pensar que tenía problemas. Sentía el aguijón del
rechazo con demasiada intensidad y, sin embargo, lo perseguía.
—Entonces, ¿por qué has venido? —preguntó.
121
Aunque había estado tumbada en la oscuridad, no parecía
cansada. Pero entonces, por lo que él podía decir, ella pasó todo el
día en la biblioteca leyendo libros y jugando con su gato.
Así que le dijo:
—Nuestras reuniones no van bien.
—Reuniones —murmuró—. ¿Así es como las llamamos?
—No veo de qué otra forma podríamos llamarlas —dijo
razonablemente—. ¿La preparación para el Gran Engaño?
Ella resopló. Lo que era casi una risa, ¿no? La había hecho reír una
vez. Antes de que aprendiera a desconfiar de él.
Espoleado por aquel bufido, aunque burlón, volvió a intentarlo.
—¿Mejorando el Umbral Ruben de Cherry?
—Algo así —admitió ella.
Ella se movió ligeramente en la cama y él sintió el movimiento a
través del colchón como si estuvieran tumbados uno al lado del
otro. Había dicho que había distancia entre ellos, pero tuvo la
extraña sensación de que, si alargaba la mano, encontraría su tobillo,
o su pantorrilla. Entrelazó los dedos y los puso firmemente sobre su
regazo.
—Sé que esto es difícil —dijo—. Y sé que no te gusto y que no
confías en mí. Pero esto será más fácil para ambos si sabemos algo el
uno del otro una vez que salgamos de este lugar. Y mierda, ojalá no
tuviéramos que hacerlo, pero lo hacemos. Tengo que hacerlo.
—Y yo también —murmuró—. Yo decidí hacer esto. Estuve de
acuerdo. Y supongo que he estado… eludiendo mis obligaciones.
Que no es la forma en que normalmente me comporto.
Eligió sus palabras con cuidado.
—Creo que podrías ser perdonada por sentirte diferente a ti
misma, en este momento.
—Seguro que tienes razón —dijo secamente—. Pero el mundo
sigue girando y todo eso. Creo que ya me he revolcado bastante.
Realmente no me queda bien. 122
8
Provisiones alternativas: es educación fuera de la escuela, organizada por las autoridades locales o
las propias escuelas cuando un niño o joven no puede acceder a la escuela ordinaria por motivos que
incluyen exclusión escolar, problemas de conducta o enfermedad.
de ella. Tenía una especie de maquillaje oscuro alrededor de los ojos
que la hacía parecer una gata. Bueno, incluso más gata que de
costumbre—. Entonces, ¿por qué estabas mirando una escuela en
Inglaterra? —preguntó.
—El Fondo Fiduciario opera en varios países europeos. 138
9
Dulce hecho con bizcocho o pan deshecho en leche, con azúcar, huevos y frutos secos, también es
conocido como budín.
Suspiró, la exhalación puntuada por el trino del temporizador.
Sus budines estaban listos.
—Eres más inteligente que la mayoría de la gente que conozco —
dijo a la ligera—. Puedes hacer lo que quieras.
142
Ella no contestó. Miró hacia ella y la vio jugueteando con un
puñado de arándanos, conteniendo una sonrisa. Satisfecho de que al
menos le estuviera escuchando, Ruben sacó los budines del horno
con una floritura y los presentó como una ofrenda.
—Oh, bien hecho —dijo, sonando bastante sorprendida.
Todas las esponjitas se habían levantado, sin quemarse, e incluso
parecían algo ligeras y aireadas. Él mismo estaba bastante
sorprendido.
—Gracias —sonrió, dejándolos sobre la encimera—. Todo gracias
a tu experta guía, por supuesto.
Resopló. Luego se inclinó sobre los budines de chocolate y cerró
los ojos, aspirando el aroma de las almendras y el cacao con una
expresión de puro placer en el rostro. Durante la última hora, Ruben
había estado demasiado ocupado siguiendo instrucciones como
para acordarse de lo mucho que deseaba a la mujer que tenía
delante. Ahora volvía a estar en primer plano.
El calor de la cocina dejó resplandeciente la rica piel de Cherry y
pequeños mechones de pelo brotaron alrededor de su cara con
particular entusiasmo. Cuando volvió a abrir los ojos, Ruben la
miraba con lo que él sabía que era pura lujuria.
Se mordió el labio.
Se acercó más, con voz grave.
—¿Qué quieres hacer? Profesionalmente, quiero decir.
Preguntó porque llevaba un rato sintiendo curiosidad. Ella no
había parecido disgustada por dejar su trabajo y no estaba
entusiasmada con la educación, claramente.
Cherry parpadeó. Probablemente no era eso lo que esperaba que
dijera. Pero incluso cuando la deseaba, cuando el deseo lo acosaba
sin tregua, Ruben seguía queriendo conocerla. Quería eso más que
cualquier otra cosa.
Se encogió de hombros, dándose la vuelta ligeramente. 143
—No lo sé.
—Oh, vamos. Debes hacerlo.
Le dirigió una mirada sombría.
—¿Debo hacerlo? Supongo que debería. Soy una mujer adulta,
después de todo.
—¿De verdad no lo sabes?
—Bueno —suspiró—. Tengo algunas ideas. De niña quería hacer
tartas de boda. Pero luego cumplí dieciocho años y necesitaba un
trabajo y… Bueno, se me da bien decirle a la gente lo que tiene que
hacer y engatusarla para que lo haga. Así que fui a Rosewood.
Asintió lentamente.
—RRHH, ¿verdad? ¿No te gustó?
—Me gusta y realmente se me da bien. Pero he estado
pensando… Ahora soy rica. Ya sabes, gracias a ti. —Esbozó una
sonrisa irónica—. Puedo hacer lo que quiera. Como… ¿empezar un
pequeño negocio? No lo sé. Solo estoy jugando con las ideas. Tengo
un año para pensarlo.
Ruben ignoró el recordatorio del plazo de su… asociación, porque
pensar en ello le incomodaba de algún modo. Pero todo lo demás
que ella había dicho le intrigaba.
—Puedo verte como una mujer de negocios. Estás pensando en tu
sueño de la tarta nupcial, ¿verdad?
Puso los ojos en blanco.
—No es un sueño. Es solo una idea.
—Bien. —Sonrió—. Pero, aunque fuera un plan de negocios en
toda regla con capital inicial, ¿me lo dirías?
Ella lo miró con picardía.
—No se lo diría a nadie. Al menos hasta que ganara mi primer
144
millón.
Ruben se rio, deslizando una mano por su pelo. No pudo evitarlo.
—Realmente eres algo, Cherry.
—Sí. Eso me han dicho.
Capítulo 15
No la tocó en la cocina. No la tocó cuando se cruzaron por los
pasillos, ni cuando se sentaron a cenar con Demi, Hans y Agatha. 145
155
Capítulo 17
Cherry se sentó en un taburete junto a la isla de la cocina y comió
sus cereales. Mantenía los ojos clavados en el pequeño televisor de 156
la encimera, la columna recta, bueno, ligeramente arqueada y los
tobillos cruzados. Llevaba unos vaqueros ligeramente subidos a la
altura de las pantorrillas. Llevaba una camisola de seda debajo de
una rebeca abotonada. Llevaba el pelo recogido en la parte superior
de la cabeza con un peinado que parecía desenfadado y sin esfuerzo,
pero que en realidad requería un coletero industrial, cincuenta
pinzas para el pelo y medio bote de gomina.
«Vamos a hacer esto otra vez. A la luz del día».
Había parecido tan sencillo. En la oscuridad.
Pero ahora se sentía enjaulada, esperando encontrarse con él en su
casa ridículamente normal. Lo haría, más pronto que tarde. ¿Por qué
no podía tener una maldita mansión, por el amor de Dios?
Se recuperó a sí misma. No importaba. No importaba que, ahora
que no lo evitaba ni se quedaba en su habitación, casi seguro que
estarían uno encima del otro. No importaba que él pudiera entrar en
cualquier momento, o que ella no estuviera completamente segura
de lo que le diría si lo hacía. No pasaría nada. Estaría…
—Buenos días, Cherry Pay.
Apretó los dientes, pero eso no impidió que un aullido
estrangulado saliera de su boca. Tampoco impidió que se le cayera
la cuchara en los cereales y la leche saliera volando.
En un instante, Ruben estaba a su lado, con una mano en el
hombro.
—¿Estás bien?
La miró con el ceño fruncido, observando las salpicaduras de
leche en la mesa y… vaya. En su rebeca. Demasiado para la perfecta
armadura sartorial.
—Bien —se las arregló. Dios, podría hacerlo mejor. Forzó su
sonrisa, obligó a su voz a ser ligera y etérea—. Estoy bien. Me has
sorprendido. Uy.
Una suave risita salió de sus labios y dejó que sus dedos se
acercaran a su mejilla. Luego esperó a que él la mirara encantado. 157
No parecía encantado.
Siguió frunciendo el ceño, mirándola como si pudiera ver a través
de ella. No, no a través de ella, sino dentro de ella. Detrás de la
versión cuidadosamente maquillada de sí misma que había elegido
esgrimir, hasta la persona real y auténtica. Esperó a que él la
desmintiera. No lo hizo.
En lugar de eso dijo:
—Lo siento. Agatha siempre dice que necesito campanas.
Y luego sonrió. Fue encantador y devastador. Un regalo.
—Lo haces. Alguien tan grande no debería ser tan sigiloso.
Ella le dedicó una sonrisa, una de verdad, él alargó la mano y se la
pasó por la nuca. Cherry trató de no arquearse hacia él, pero pensó
que había fracasado.
Por un momento permanecieron así, conectados por el calor de su
piel contra la de ella, por secretos susurrados en la oscuridad y
miradas compartidas a la luz del día. Pero entonces se apartó,
sacudiéndose ligeramente y cruzó la cocina.
—Toma —le dijo, agarrando un paño que había junto al
fregadero.
Pero no se lo dio, sino que limpió el desastre que ella había hecho
en la mesa. Luego levantó el paño hacia ella, vaciló y volvió a bajar
la mano. De repente, Cherry notó la fría humedad que se extendía
por su ropa. Vaya. Molesta consigo misma (en realidad, miraba
como un silbón10 mientras la leche empapaba la cachemira), se
apresuró a desabrocharse la rebeca y a quitársela de un tirón.
10
Grupo de aves, patos chapuceros también conocidos como Mareca.
Decidió que la leche no estaba nada mal, examinando las
salpicaduras. Podía enjuagarla. Dejó la tela húmeda a un lado y se
volvió hacia Ruben, con un gesto de agradecimiento en los labios.
La mirada de él le limpió la mente. Y luego la ensució.
158
Le miraba el pecho como si nunca antes hubiera visto unas tetas.
Claro, su sujetador era algo visible a través de la seda blanca, pero
no era nada erótico.
Y sin embargo… la miró, con la mandíbula desencajada y unos
ojos grises atronadores. Sus fosas nasales se abrieron ligeramente
mientras respiraba hondo y hambriento, con los puños apretados a
los lados. Si no lo conociera, podría pensar que estaba enfadado.
No estaba enfadado. Estaba concentrado. Tan, tan concentrado.
—¿Qué? —dijo en voz baja, arqueando una ceja.
Sus movimientos eran rápidos y bruscos, depredadores. Se inclinó
sobre ella, apoyó una mano contra la isla y con la otra agarró un
puñado de su pelo amontonado.
—Tú sabes qué —ronroneó, con los ojos clavados en los de ella.
Luego los bajó—. ¿Sin pintalabios?
—Son las 9 de la mañana —respiró—. ¿Por qué…?
—Siempre llevas pintalabios.
—Me estoy relajando —esbozó, como si él no estuviera llenando
su espacio y exponiendo su garganta—. En casa.
Sonrió, el brillo de la expresión atravesó su intensidad,
suavizando las duras líneas de su rostro.
—En casa, ¿eh? Interesante.
—Oh, no seas petulante.
Puso los ojos en blanco.
—Lo siento mucho —murmuró burlonamente.
Su mano se movió, arrastrando la cabeza de ella hacia atrás. Ella
tragó saliva, dolorosamente consciente de la vulnerabilidad de su
posición, del control que él tenía sobre sus movimientos. Consciente
y… excitada. Mierda. ¿De verdad era tan fácil? Seguro que no
debería ser tan fácil.
Pero así era. Se inclinó sobre ella, sus labios a un centímetro de los
suyos, su mirada ineludible, llenando su visión como un cielo 159
tormentoso.
—No quería hacer esto —susurró—. Intento ir despacio.
—¿Ir despacio?
Él sonrió. Tenía los ojos cerrados, pero lo sintió, sintió el roce de
sus labios contra los suyos cuando las comisuras se inclinaron hacia
arriba.
—Sí. Despacio. Llegamos a conocernos, tú confías en mí y
entonces te beso bajo un muérdago…
—¿Muérdago?
—Pensé que la confianza tardaría un poco. Pretendía que fuera en
Navidad como muy tarde.
Se dio cuenta de que intentaba hacerla reír. En lugar de eso, su
estómago se hundió como una piedra. Porque faltaba casi un año
para Navidad. Para cuando llegara, quedarían 30 días de su falsa
relación.
—No lo hagas —susurró—. Deja de pensar en cosas.
—Sabes que no puedo.
—Tú puedes. Podría obligarte. ¿Debería obligarte, Cherry?
—Inténtalo —le susurró ella y las palabras se desvanecieron como
humo entre sus labios.
La besó. Así se llamaba, los labios de una persona contra otra: un
beso. Él tenía una mano en el pelo de ella y la otra flotaba sobre su
mejilla y su boca se inclinaba sobre la de ella y eso era un beso.
Pero se sentía como algo más que eso. Sentía como si él se
estuviera derramando dentro de ella y ella no quería que se
detuviera.
La mano en su mejilla desapareció y volvió a su cintura. La tiró
del taburete y la atrajo hacia sí, abrazándola con fuerza. Su cuerpo
estaba duro contra el de ella, su erección aún más dura. Bajó la
mano y le agarró el trasero, apretando y amasando toda la carne
firme que podía a través de la tela elástica de sus vaqueros,
160
reclamando su derecho.
Apartó los labios de los suyos y su boca caliente recorrió la línea
de su mandíbula, dejando a su paso el brillo de la cola de una
estrella fugaz.
—Me gusta tu pelo —gruñó.
—No me importa.
—Mentirosa. También me gusta el sabor de tus labios. No vuelvas
a pintarte los labios.
Ella suspiró cuando la lengua de él se deslizó por la línea de su
garganta.
—¿Estás seguro de eso?
Él se detuvo un momento, como si pensara. Ella trató de no gemir
y exigir más de su boca.
—No —dijo finalmente—. Te dejo a ti todas las decisiones sobre
pintalabios. Está claro que sabes lo que haces.
Y entonces, benditamente, hundió sus dientes en la parte más
suave de su hombro.
Ella soltó un grito y él se quedó inmóvil. Entonces le soltó el pelo,
la agarró por la cintura, le dio la vuelta y la levantó sobre la isla. Le
puso las manos en las rodillas y las separó. Se metió en el espacio
que los separaba antes de que ella se diera cuenta de que se habían
movido.
Le agarró la mandíbula y le clavó las puntas de los dedos en las
mejillas, obligándola a mirarlo a los ojos. Su voz era cruda y tensa
cuando dijo:
—Quiero quitarte los vaqueros, arrodillarme y lamerte el coño.
Dime que lo deseas.
—¿Y si no lo hago?
—Entonces dime lo que quieres y te lo daré. —Se agachó y se
161
agarró la polla a través del grueso algodón de sus joggers, los
músculos de sus bíceps ondulando mientras se apretaba. Con
fuerza. Sus caderas se movieron hacia delante entre las piernas de
ella y él le gritó—: Dímelo. O al menos dime que me vaya a la
mierda antes de que me corra en los pantalones como un
adolescente.
—Tal vez quiero que hagas eso.
Apretó un pulgar contra sus labios, forzándola entre los dientes.
—Dime lo que quieres y te lo daré. Cualquier cosa. Ahora mismo.
Dímelo.
Lo miró a los ojos, con la respiración entrecortada y el coño
apretándose como si estuviera desesperada por que se lo llenara. Al
abrir las piernas, los vaqueros se apretaron contra su entrepierna,
creando una ligera presión sobre su clítoris, pero no la suficiente. Él
la miraba con ojos pesados y lujuriosos, los labios carnosos
entreabiertos, las caderas aún agitadas mientras se acariciaba con
rudeza a través de la ropa. Haría cualquier cosa para hacerla
correrse, ella lo sabía tan bien como sabía su propio nombre. La
haría correrse y lo disfrutaría.
Ella tomó su decisión.
—Quiero…
La puerta principal se cerró de golpe y el ruido reverberó por toda
la casa.
—¡Yuju! ¿Dónde está mi guldklump?11
—Mierda. —Cherry empujó el pecho de Ruben, la risa
burbujeando en su pecho donde debería haber pánico—. ¿Agatha
tiene una llave?
11
Del danés: pepita de oro.
—Por supuesto que tiene una llave. —Se echó hacia atrás,
enderezando su camisola—. Ella es mi abuela.
—Por eso tienes que desaparecer —susurró Cherry, echando una
mirada significativa a su entrepierna.
162
Entonces sus cejas se alzaron al ver por fin la erección que hasta
entonces solo había sentido.
Dios.
Se pasó una mano por el pelo y respiró hondo. Como si tuvieran
todo el puto tiempo del mundo. Los pesados pasos de Agatha
resonaron en la casa.
—¿Ruben? ¿Hans?
«Jesús, Hans». ¿Cómo había olvidado que podía estar por aquí?
—Vete —siseó, golpeando el hombro de Ruben—. ¡Ahora!
—¡Bien, bien! —Dio un paso atrás. Pero entonces, con una sonrisa
traviesa en la cara que era mucho más linda de lo que debería ser, se
inclinó de nuevo y le dio un beso en la mejilla—. ¿Quieres venir a
trabajar conmigo hoy?
Ella parpadeó, estupefacta.
—Um…
—Di que sí, o me quedaré aquí.
—No lo harías.
—Pruébame.
—Bien —susurró ella, conteniendo la risa—. Sí. Ahora vete a la
mierda.
Le besó la otra mejilla. Y luego se fue.
Cuando Agatha entró en la cocina, con los brazos cargados de
bolsas de la compra, Cherry seguía sentada en la isla como una
maldita tonta. Y ni siquiera le importaba.
Cherry no sabía lo que esperaba, pero no era esto.
163
Estaba de pie bajo el sol radiante de enero, envuelta en mil y una
capas (Ruben había insistido) y apoyada contra un enorme arce. Si
levantaba una mano enguantada para protegerse los ojos y los
entrecerraba un poco, podía ver a una pandilla de niños corriendo
por la hierba blanca y escarchada, riendo, gritando y persiguiendo
un balón de fútbol.
Una pandilla de niños y Ruben.
En el coche le había dicho que esos niños tenían entre 9 y 12 años.
Algunos parecían diminutos; otros, enormes para su edad. Había
trabajado en una escuela el tiempo suficiente para darse cuenta de
que algunos de ellos probablemente tenían dificultades de
aprendizaje y una de las niñas podría ser autista. Pero estaban
rodeados de miembros del personal con chaquetas moradas a juego
que se aseguraban de que todos participaran y de que todos los
niños se sintieran cómodos.
Era tan diferente del enfoque de la Academia como todo lo que
había visto. Recordaba su primera cita con Ruben, la única, suponía
ya que acostarse en la cama con tu falsa prometida, susurrando tus
sentimientos en la oscuridad, no contaba. Ruben parecía incómodo
con la idea de patrocinar la Academia, le había pedido su opinión al
respecto. Y ella no había querido decir nada, no había querido
hablar mal de su lugar de trabajo.
Pero cuando pensaba en la educación, éste era su ideal personal.
No es que supiera una mierda. Solo era de RRHH.
Pero a los niños les encantaba. Y cuando veían acercarse a Ruben,
corrían hacia él como si fuera su padre perdido.
Era inquietantemente dulce.
—¿Estás impresionada?
Cherry dio un pequeño respingo, aunque reconoció aquella voz
imposiblemente grave. Hans. Estaba de pie junto a ella, con los
brazos cruzados, los ojos fijos en Ruben y los niños. Y sus finos
labios estaban ligeramente inclinados en esa media sonrisa que
mostraba de vez en cuando.
164
—Sí —dijo ella, sinceramente—. No esperaba que él…
—Diera una mierda. Lo sé. La gente siempre se sorprende.
Se recostó contra el ancho tronco del arce, como ella, como si
fueran amigos. Al principio, había pensado que no le gustaba en
absoluto, pero recientemente se había dado cuenta de que solo era
un tipo espinoso. A ella le gustaba la gente espinosa. Le gustaba la
gente que no podía ser encantada.
—Tú y Ruben son íntimos —dijo.
Hubo una leve pausa, como si estuviera sorprendido. Luego dijo,
despacio:
—Sí… —Y supo que estaba sorprendido—. No hemos actuado
como tal —añadió—. Desde que llegaste.
—Lo sé —dijo ella—. Por eso me di cuenta. La ausencia ocupa
mucho espacio —gruñó—. Entonces, ¿qué pasa? ¿Todavía estás
enfadada con él por… esto?
Hans suspiró.
—Estoy enfadado con él porque nunca mira por sí mismo. Cree
que puede con todo. Cree que, si no puede con algo, es una
debilidad y el fin del mundo, en vez de una limitación humana
normal.
—¿Siempre matando dragones? —sugirió.
—Y volver a casa medio muerto, pensando que a nadie le
importará.
Lo digirió durante un momento. Luego dijo:
—Háblame de su hermano.
Y Hans dijo:
—No.
Cherry asintió lentamente.
—¿Así que es malo?
La voz grave del hombre era casi pequeña, vacilante, mientras 165
murmuraba:
—Mi lealtad es a la corona. Si no fuera así, no podría quedarme
con él. No sería apto para este cargo.
Cherry observó a Ruben riendo bajo aquella fría luz solar, dejando
que los niños le hicieran faltas a diestro y siniestro, separándolos
cuando se ponían demasiado bruscos o se sobreexcitaban. Era
hermoso. Era maravilloso. Era perfecto.
Oh, vaya.
12
Del danés: ¿Hablas danés?
Harald parpadeó como si le hubieran golpeado en la cabeza.
Sophronia se puso rígida y se sentó un poco más erguida. Y Lydia,
bendita sea, le devolvió la sonrisa, tan indiferente como siempre.
Las niñas ignoraban a todo el mundo.
239
Cherry se adelantó, tirando sutilmente de la mano de Ruben y lo
condujo a la habitación.
«Contrólate, hombre. Santo Dios».
Mantuvo sus ojos en ella, como si su brillo pudiera protegerlo de
la fealdad de esta situación. De este lugar.
Su atuendo era modesto, sencillo: un vestido con escote corazón y
falda en forma de campana, de color marfil brillante sobre su piel
morena. Sin embargo, su aspecto era tan decadente y pecaminoso
como siempre.
Llegó al grupo de familiares y ejecutó una reverencia perfecta, ni
mucho menos tan baja como para parecer anticuada, pero un poco
más que la moderna inclinación de cabeza. Con la misma sonrisa
soleada, besó la mejilla de Sophronia, luego la de Lydia y, por
último, tomó la mano de Harald y bajó ligeramente la cabeza sobre
ella.
Ruben se quedó mirando, casi estupefacto. Los incoherentes y
patéticos consejos que había sido capaz de dar en el coche eran
atroces. Y, sin embargo, lo había acertado todo.
—Qué chicas más encantadoras —trinó, mirando a las cabezas
doradas que seguían concentradas en el suelo—. Qué hermosas.
Sonaba totalmente convincente, como si pudiera ver sus caras.
—Gracias —sonrió Lydia.
Sophronia soltó un bufido sin gracia. Estaba claro que su hermana
se sentía incómoda.
Normalmente, el título de mujer más guapa de la sala era para
ella.
—Por favor, siéntate —dijo Harald grandilocuentemente.
Cherry lo hizo, hundiéndose en un sofá libre con el tipo de gracia
que suele encontrarse en el escenario. Luego lo miró con la sonrisa
más dulce, el tipo de sonrisa que comparten las parejas de ancianos
casados y le dijo:
—Siéntate, amor. 240
242
Tras media hora de dolor, por fin los soltaron. Cherry sonrió
amablemente cuando se excusaron y se fue agarrada al brazo de él
como si estuvieran unidos por la cadera. Permaneció así mientras un
asistente los conducía por los pasillos hasta sus aposentos privados,
mientras les mostraban su suite y les informaban de la hora de la
cena, como si Ruben no lo supiera.
Pero en cuanto la puerta de sus aposentos se cerró, ocultando el
mundo exterior, Cherry lo soltó. Se apartó de él. Y la risueña
intimidad que le había mostrado momentos antes, la sonrisa en sus
labios y la calidez en su voz, desaparecieron.
—Mierda —murmuró—. No pensé que tendríamos que compartir
habitación.
Ruben trató de ocultar la forma en que aquellas palabras lo
golpearon, como puñetazos en las tripas. Estaban justo donde
habían empezado. No quería estar a solas con él.
—Estamos comprometidos —dijo—. Por supuesto que nos
pondrían juntos.
Entonces se dio cuenta de que había dicho precisamente lo
equivocado.
La mirada que le lanzó podría haber derribado un puto árbol.
—¿Cómo podría olvidarlo? ¿Y dónde demonios está Demi? ¿O
Hans?
Ruben se encogió de hombros.
—Intento que mi hermano no conozca mis conexiones personales.
Por un momento, su mirada se suavizó y asintió. Pero luego,
como si se recordara a sí misma, apretó la mandíbula y le dio la
espalda.
—Tomaré el dormitorio.
243
La vio marcharse furiosa por el sofocante y lujoso salón, en
dirección al enorme dormitorio que debían compartir.
Tenía la sensación de que esta vez no iría tan bien.
Capítulo 26
—Neita.
244
La hermana de Ruben arrastró el nombre, su acento suavizando la
t. Cherry sonrió amablemente y cortó su pechuga de pollo salteada
en jodidos trocitos, esperando el remate.
A su lado, sintió que Ruben se ponía rígido. Oyó esa cualidad
depredadora en la voz de su hermana, un tiburón olfateando sangre.
—Qué nombre tan interesante —continuó Sophronia, con voz
burlona. Ella era una jodida habladora—. ¿De dónde viene?
—Sophy —dijo Ruben, con tono de advertencia.
—Cálmate, hermanito. Estoy hablando con mi futura cuñada.
La verdadera cuñada de Sophronia, la pálida y pajaril Lydia,
había pasado la primera mitad de esta tensa cena haciendo todo lo
posible por evitar la atención de Sophronia. Y la de su marido.
Cherry pensó que eso lo decía todo.
Aun así, se obligó a sonreír a la dolorosamente bella hermana de
Ruben. Se enfrentó a la piel de porcelana, los ojos azul hielo y el pelo
dorado, tan discretos en Lydia y tan devastadores en Sophronia.
—El Caribe —dijo.
—¡Ah! Eres de las Indias Occidentales.
A Cherry se le desencajó la mandíbula. Qué extraño; el nombre
colonial sonaba bien en boca de sus abuelos emigrantes, pero
corrosivo en la de Sophronia.
—Soy una jamaicana británica —dijo lentamente—. Tercera
generación.
—¿Así es como lo llaman? Fascinante.
—Sophronia —dijo Ruben con calma—. Cierra la maldita boca.
En la cabecera de la mesa, lo que le situaba a unos dos metros de
Cherry, el rey golpeó con una mano la madera lisa y oscura.
Se hizo el silencio. Sophronia puso los ojos en blanco. Lydia miró
fijamente su plato, aún más pálida que de costumbre.
245
—No permitiré maldiciones en mi mesa —dijo Harald.
Ruben suspiró, reclinándose en su asiento. Se llevó las manos a la
nuca como si estuviera tumbado al sol en vez de cenando con un
rey. Miró a su hermano y dijo:
—Que te jodan.
Cherry se esforzó por no sonreír.
Pero entonces Harald se inclinó hacia delante con una mirada que
borró todo humor. Sus ojos pálidos brillaron con furia maníaca
durante un segundo, solo un segundo, antes de que el inquietante
destello de ira se ocultara tras una sonrisa benévola. Una sonrisa
que parecía más bien una máscara. El monstruo que había debajo
aparecía y desaparecía, una retorcida fusión de lo real y lo falso que
le produjo escalofríos.
Harald miró fijamente a Ruben durante un largo instante. Pero
luego su mirada se deslizó hacia Lydia.
—Levántate —dijo.
Lydia se puso en pie.
También Ruben.
—Harald. ¿Qué estás haciendo?
Sophronia se sentó en su silla y observó la escena con evidente
satisfacción. Era realmente hermosa. A Cherry no le importaría si
ella muriera.
Harald sonrió suavemente a Ruben, como si estuvieran hablando
del tiempo.
—Parece que has olvidado cómo funcionan las cosas aquí,
hermanito. Permíteme que te lo recuerde. Lydia, ven aquí.
La pálida mujer mantuvo la mirada fija en el suelo mientras
rodeaba la mesa en dirección a su marido. Ruben parecía a punto de
vomitar. A Cherry se le subió el corazón a la garganta, amenazando
con ahogarla.
Harald se levantó y tomó la mano de su mujer, pero su mirada 246
permaneció clavada en Ruben.
—Recuerdas cómo nos divertíamos, hermanito. Ahora eres
demasiado grande para esos juegos, pero Lydia no. Creo que esta
noche nos retiraremos temprano.
—¿Qué carajo? Harald, no. —Ruben echó hacia atrás su silla—.
Basta.
—¿O qué? —El rey sonrió—. Dime, hermanito. ¿Qué pasará si no
lo hago? ¿Qué harás?
Un músculo saltó en la mandíbula de Ruben, que apretó los
puños y tensó el cuerpo como un resorte.
—No creas que voy a permitir esto. Te arrancaré la cabeza de tu
puto cuerpo antes de dejarte salir de esta habitación con ella.
Harald se encogió de hombros.
—Sé cómo te dominan tus bajos instintos. Siempre tan violento.
En esta sala hay suficientes guardias para garantizar mi seguridad.
Tus amenazas no me molestan.
Ruben cerró los ojos, con el dolor escrito en el rostro. Cherry sintió
los ecos de su pánico, su furia, su impotencia, como si sus
sentimientos estuvieran conectados.
Ella se levantó y se unió a él, apoyando la mano en su hombro. Y
él la miró, primero con asombro y luego con admiración, como si
hubiera obrado un milagro.
Pero Cherry no podía concentrarse en eso. Dirigió su mirada a la
temblorosa mujer del brazo de Harald y dijo, con voz suave:
—Ven con nosotros, Lydia. Ven con nosotros ahora y nos iremos.
Lydia negó con la cabeza.
—Las chicas…
—Las traeremos —dijo Ruben—. Las traeré yo mismo. Nos iremos
todos ahora.
Antes de que pudiera responder, unas carcajadas tintineantes
247
rasgaron el aire. Sophronia los observaba con evidente deleite,
mientras daba vueltas a su copa de vino en la mano.
—¿Llevarse a las herederas del rey? —dijo—. Ruben, querido. Sé
sensato. Vale la pena saber cuándo te han vencido.
Al oír esas palabras, el rostro de Lydia se contrajo sobre sí misma.
Sacudió la cabeza.
—Tu hermana tiene razón, Ruben. No es una buena idea.
—Me importa una mierda. Dilo, Lydia.
Sacudió la cabeza.
—No es para tanto. Estoy siendo dramática. Si tan solo… —
Sonrió, sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas—. Si dejaras
de provocarle… Si pudiéramos ser civilizados, todo iría bien.
Ruben tragó, con fuerza.
—Lydia…
—Por favor —susurró, la palabra resonando en la gran sala.
—Está bien —dijo Ruben, su voz era un fantasma—. Lo siento. —
Luego se volvió hacia su hermano y lo repitió—. Lo siento.
Harald ladeó la cabeza.
—¿Cómo dices?
Con los dientes apretados, repitió.
—Pido disculpas por mi comportamiento, Su Majestad.
Harald asintió amablemente.
—Ya veo. Acepto tus disculpas.
Volvió a la mesa y se sentó con elegancia. Al otro lado de la mesa,
Sophronia sorbía su vino. Lydia se hundió miserablemente en su
asiento y tomó el cuchillo y el tenedor, con las manos temblorosas.
A Cherry se le subió la bilis a la garganta, pero mantuvo el rostro
cuidadosamente inexpresivo. 248
13
Del danés: liso.
—Oh, sí —dijo Ana—. Precioso, sí.
Bueno. Cherry se alegraba de que Ana y Magda estuvieran de
acuerdo, pero le ayudaría tener alguna idea de qué puto libro
estaban leyendo.
258
—¿Qué quieres decir con glatte? ¿Qué significa eso? —Se revolvió
en el asiento y volvió a mirar al peluquero.
La maquilladora se irritó.
—¡Ven aquí! ¡Mira hacia arriba!
Cherry la ignoró. Era eso, o decir algo muy descortés.
Ana estaba inclinada sobre su carrito, lleno de misteriosos
productos para el cabello. Miró a Cherry con una sonrisa y sacó una
plancha.
—Con esto —dijo servicialmente—. Stijltang14.
Cherry retrocedió.
La maquilladora levantó las manos y escupió:
—¡For fanden15! ¡Ven aquí!
—No. —Cherry se levantó, agarrando el corpiño de su vestido
desabrochado—. De ninguna manera. No me vas a alisar el pelo.
Ana la miró con evidente alarma.
—No pasa nada. No… ¿duele?
—¡Sé que no duele! —Cherry estalló—. No me he alisado el pelo
desde que era una maldita adolescente y no pienso hacerlo ahora.
¿Sabes cuánto tiempo tardó en crecer todo ese daño por calor? Dios
santo. —Se agarró los rizos como si quisiera comprobar que seguían
ahí, elásticos y ásperos, rebotando contra su mano—. No.
Rotundamente no. Dios, ¿qué estoy haciendo aquí?
Sintió como si le hubieran echado un vaso de agua helada en la
cara. Se volvió para mirar a Magda, la mujercita la miraba con un
14
Del danés: plancha
15
Del danés: maldita sea
persistente desagrado que, hacía apenas cinco minutos, Cherry se
había contentado con ignorar. No quería montar un escándalo. No
quería hacer nada más difícil de lo que ya era.
Pero no iba a permitir que una pequeña tirana maleducada la
enviara a un baile con el aspecto de una caricatura de sí misma. 259
Y lo había entendido.
—No empezó enseguida —dijo en voz baja—. Las cosas fueron
bien durante los primeros años.
—¿Bien?
—Bueno. —Se encogió de hombros—. Tan bien como pueden ir
las cosas con un hombre como mi marido. Pero al final se volvió
contra mí. Me lo esperaba, al final.
—Lydia —susurró—. No entiendo por qué no me dejas ayudarte.
Le sonrió, cansada pero amable como siempre. Desesperanzada y,
sin embargo, tan amable.
—Siempre has sido temerario, Ruben. Intrépido. Admiro eso de ti,
pero no puedo convertirme en ti. Soy una madre. No permitiré que
mis hijas huyan de su propio padre, su rey, sin protección ni
seguridad…
—Te mantendré a salvo —insistió.
Pero, aun así, negó con la cabeza.
—La seguridad reside en la certeza. Si sigo adelante con este plan
que has ideado, ¿es seguro el resultado? ¿Tanto como para arriesgar
la seguridad de mi familia por tu palabra? Esta es una isla pequeña,
gobernada por funcionarios corruptos, fácilmente influenciables por
el dinero y el poder de Harald. ¿Qué tienes? ¿Un jet privado, una
facción leal de la guardia real de tu lado? Lo siento, Ruben. No es
suficiente.
Ruben tragó saliva. Lo entendía y sin embargo…
—No puedo renunciar a esto —dijo.
Sonrió.
—Te conozco. Te conozco, hermanito.
Era la primera vez que alguien le llamaba así con amor en la voz.
Por un segundo, apenas pudo respirar.
Luego le dio la espalda y pasó una mano por la cabeza dorada de
270
su hija.
—Déjanos, ahora. La niñera podría venir.
—Mañana —dijo—. En cualquier momento. Dilo, cuando quieras.
Ella no contestó. Se marchó.
16
Si Dios quiere u ojalá.
Ruben le tendió la mano.
—Vamos.
Ella puso su mano en la de él. Y fue entonces cuando todo se vino
abajo.
287