LAS ADICCIONES, SUS FUNDAMENTOS CLINICOS (Héctor López) Sofi
LAS ADICCIONES, SUS FUNDAMENTOS CLINICOS (Héctor López) Sofi
LAS ADICCIONES, SUS FUNDAMENTOS CLINICOS (Héctor López) Sofi
Ferenczi. Nos recuerda que Freud ya había dado cuenta de un caso de paranoia con
anterioridad donde se había referido brevemente al papel de la proyección. Freud sostenía que
la represión de la tendencia sexual produce un desplazamiento y que retorna como ajena,
invertida, desde el exterior. Y por ahí lo sigue Ferenczi: “Así pues, la tendencia que se ha
convertido en insoportable y ha sido apartada de su objeto vuelve a la conciencia en forma de
percepción de su contraria.” pero lo realmente sorprendente es que Ferenczi plante aquí el
descubrimiento de que la tendencia proyectada es el deseo homosexual.
el autor parte de la existencia de una conexión entre paranoia y homosexualidad,donde el
alcoholismo opera como el factor que facilita la emergencia de la estructura homosexual de la
organización inconsciente del sujeto. Lo que Ferenczi se propone es desmentir el alcoholismo
puede hacer un factor causal del delirio de celos (paranoia), y darle el lugar de un simple
facilitador de la des-represión de la homosexualidad. El alcoholismo no estaría al lado de la
defensa sino de lo que favorece que la defensa ceda.
Ferenczi denuncia las organizaciones antialcohólicas, por no tener en cuenta que la adicción no
es una enfermedad en sí, si no sólo una consecuencia ciertamente grave de la neurosis. Por lo
tanto,el alcoholismo sólo puede curarse mediante el análisis que descubre y neutraliza las
causas que empujan a la droga.
Desarrolla muchas ideas: la primera, reafirma que el alcoholismo surge para apuntalar un
fantasma vacilante (vinculado con la elección de objeto heterosexual), y que vacila
precisamente porque surge la angustia del sujeto ante el llamado a ocupar un lugar en el plano
simbólico del sexo (el matrimonio).
La segunda, es una premisa por la cual el alcoholismo será siempre un efecto de la neurosis y
no su causa, el síntoma de una patología psíquica y no la enfermedad misma.
La tercera, afirma que, no siendo el alcoholismo una enfermedad específica, sino el síntoma de
muchas afecciones psicógenas, su tratamiento no tendría por qué ser particularmente difícil o
complejo.
Sachs. “Sobre la Génesis de las perversiones” (1923). Lacan nos dice sobre este autor:” Sachs
ha mostrado que en toda perversión no se encuentra la emergencia de la pulsión desnuda, sino
la misma dialéctica de compromiso -de lo reprimido y el retorno de lo reprimido- que es la
neurosis”.
Las novedades son,por un lado en los párrafos que dedica la toxicomania, no se refiere a
ningún tóxico en particular como en la literatura anterior,sino que se propone construir un
concepto de adicción independiente de cada sustancia, y por otro, que todo el texto pareciera
organizado para dar cuenta de la relación entre las toxicomanías con la perversión y la neurosis
enunciada en la cita de Lacan.
Sí Sachs relaciona la tendencia la intoxicación con la perversión, y no con la paranoia como los
autores anteriores,no es precisamente para decir que aquél montaje clínico muestre la
actividad pulsional al desnudo, sino para sostener todas las actividades de eslabonamiento
simbólico que implica.
Afirma: la satisfacción perversa está sistemática y regularmente ligada a determinadas
condiciones especiales, las que por su características superan en mucho las exigencias de una
pulsión parcial, y que por la fuerza que tienen para imponerse, impiden lograr su
esclarecimiento.
Para Sachs el sujeto se encuentra tan privado de goce pulsional en la perversión como en la
neurosis. Ubica a las adicciones, sin distinción de sustancias u objetos adictivos, en una zona
intermedia entre ambas estructuras psicopatologicas, al modo de eslabón perdido.
En los adictos, se ve claramente que lo imponente, lo dominante del individuo, son las fuerzas
libidinosas que han sido separadas del yo, a las que a menudo se ha considerado como
pertenecientes a la neurosis obsesiva. Por otro lado tienen en común con las perversiones, que
para la conciencia no son, cómo los síntomas neuróticos compulsivos, actos indiferentes o más
a menudo un ceremonial desagradable, sin sentido y una pérdida de tiempo, sino un acto
indudablemente satisfactorio. Al incluir la adicción como eslabón intermedio, podemos
establecer una hilera consecutiva que en un extremo tiene la gratificación perversa y en el otro
el síntoma neurótico.
A su criterio la adicción alejan sujeto de la realización de la satisfacción pulsional directa, y el
goce obtenido del tóxico es lo que queda después de la represión. El goce total es justamente
aquello a lo que el tóxico no permite acceder, en la medida que siempre se trata de un goce
parcial. El goce perverso es una satisfacción parcial, preginital, con respecto a otra que sería
madura y total: el primado de lo genital, al cual el drogadicto no se subordina.
En el adicto, el Edipo ha simbolizado la castración, pero la renegación de la perdida falica
conserva como monumento ese objeto fetiche qué es la droga, mejor aún sus efectos,
mediante el cual, como consuelo, el sujeto alcanza la satisfacción.
Rado. “Los efectos psíquicos de los intoxicantes:un intento de desarrollar una teoría
psicoanalítica de los deseos morbosos”. Con este autor,se produce una recaída en la idea de
que el efecto tóxico implica una destrucción de las defensas y una consiguiente liberación
pulsional, donde las pulsiones se satisfarían crudamente, sin la mediación de la represión
neurótica. Por otro lado, su filiación culturalista en el psicoanálisis, es seguramente responsable
de su forma de pensar el problema, donde parece ser más importante la preservación del orden
social que el bienestar del sujeto particular, y de la oposición que encuentra entre la cultura y el
toxicomano, dejando a este casi por fuera de la condición de sujeto social.
Elabora el concepto de orgasmo alimenticio para explicar la experiencia el acto tóxico, aún no
del producido por vía oral. Experimentado originalmente por el lactante, el orgasmo alimenticio
revivido por el toxicomano cómo orgasmo fármacogénico, qué termina sustituyendo al orgasmo
natural genital y conformando una desviación sexual que denomina “meta-erotismo”. El
orgasmo fármacogénico consiste justamente en el efecto orgásmico que subyace a este “efecto
óptimo”, qué varía según el tipo de sustancia y la cantidad utilizada.
Toda esta forma de sustituir la satisfacción genital a través del efecto de sustancias exógenas,
conforman el “meta-erotismo”, asociado a lo que Rado denomina “farmacotimia”, definida por él
como “deseo de drogas”, es decir el impulso psíquico causante de la adicción.
Él sugiere que en la drogadicción crónica toda la personalidad mental representa un aparato de
placer autoerótico, el yo es totalmente sojuzgado y devastado por la libio del ello. Él cree que
la adicción es la inmersión lisa y llana en la experiencia de goce, visible en el éxito de la
supresión del dolor: el yo es convertido nuevamente en ello. El mundo externo es ignorado y la
conciencia desintegrada.
Se trata por supuesto de un yo delincuente, pero yo fuerte al fin ya que saber para saber hacer
mal con su adicción y para obtener los recursos que necesitan. dice además que a causa del
instinto destructivo, las organizaciones y diferencias mentales superiores han sido desechadas.
Aquí es obvio el prejuicio moralista,ya que identifica las funciones superiores con lo moralmente
bueno y constructivo, cuando sabemos que esas mismas funciones pueden estar
perfectamente al servicio del mal.
Rado estudia la degradación que las drogas producen en el cerebro y en el organismo todo,
para avalar que, destruidos los centros superiores,el adicto no puede menos que prestar una
ciega obediencia al instinto.
Si tienen cuenta los fenómenos de sufrimiento, culpa y terror alucinatorio del adicto, es solo
para explicar que se deben a que el yo de placer narcisistico del toxicomano anhela un placer
sin dolor, y por esa razón los sentimientos de culpa, el superyó y las tendencias masoquistas
latentes son proyectados y convertidos en fantasías terroríficas.
En cuanto al tratamiento, piensa que la primera medida es la de retirar totalmente la droga, de
preferencia en un hospital, con apoyo psicoterapeutico para evitar los peligros potenciales de
violencia y suicidio. De acuerdo a esto, el tratamiento sería sólo un medio de control social.
A modo de síntesis.
En la época de nuestros clásicos, el contexto social consideraba a las adicciones poco menos
que un delito, con la excepción del alcoholismo, y preconizaba tratamientos represivos, cuando
no condenas penales.
Únicamente el psicoanálisis se sustrajo de esta tendencia general. En todos los clásicos puede
leerse la consideración del adicto, ya sea un enfermo, ya sea como una víctima de una infancia
desgraciada o de una sociedad alienada y consumista.
Quizá esta tendencia a la exculpación no sea del todo conveniente, pues ha conducido, a
veces, a “des- responsabilizar” al adicto.
De todos modos, los psicoanalistas siempre consideraron que se trataba de un problema
inconsciente, donde el adicto mismo debía comprometerse con, a menos, su reconocimiento
del síntoma (“conciencia de enfermedad”) y con su deseo de curar. Por el contrario, los demás
métodos, psiquiátricos o de readaptación social, se limitan a técnicas superficiales donde se
trata de operar sobre el adicto para que abandone el hábito, sin examinar las causas.
La divisoria de aguas entre las demás formas de tratamiento y el psicoanálisis se establece en
torno a los métodos que reducen la complejidad del sujeto a la simplicidad de su adicción, y por
lo tanto ponen como objetivo del tratamiento la abstención de la droga, y el psicoanálisis, que
no define el ser del sujeto como “es un adicto”, y por tanto, sin desentenderse de su adicción y
sus peligros, dirige la cura hacia la instalación de la transferencia y el resguardo de la función
del deseo.
Los intentos de algunos clásicos, también de los modernos, por establecer explicaciones
diferentes según se trate de una sustancia u otra, según la incorporación sea por vía oral,
subcutánea, por aspiración, etc. Haya fracasado siempre, quizá sea un buen síntoma: el que
indica que más allá de la diversidad infinita de efectos subjetivos y personales, lo que importa
es la unidad de la estructura.
Es la estructura de la adicción, lo que interesa al psicoanálisis; y en tal sentido la clínica
psicoanalítica nos puede enseñar no sólo a curar adicciones, sino a avanzar en las incógnitas
que plantea un aparato psíquico que siempre necesitará de una “consolación” o “quitapenas”
para poder soportar la renuncia al objeto, impuesta por la castración, y para sobrellevar “el
dolor de existir”.
Por mi parte, pienso que el análisis se hace imposible con sujetos que padecen una adicción o
cualquier otra patología considerada “de riesgo”, cuando el analista asume una posición
moralista que impone el deber cuidar al paciente, satisfacer a la familia y proteger a la
sociedad. Y que la posibilidad de un análisis se abre cuando el analista logra establecer algún
dispositivo, que preserve el espacio y el tiempo del análisis, por fuera de las contingencias
habituales en estos casos.