TP 1 Bleichmar

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“Sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre.

Una propuesta
respecto al futuro del Psicoanálisis”.

La subjetividad en riesgo.

Silvia Bleichmar.
La autora propone un debate acerca del futuro del psicoanálisis, donde afirma
que lo que está en juego es la racionalidad de los enunciados mismos que
sostienen la clínica, y el riesgo de que caiga, como una ideología más en la
historia del conocimiento. El psicoanálisis corre el riesgo de sucumbir
implosionando por sus propias contradicciones internas, ante la
imposibilidad de abandonar los elementos obsoletos y realizar un ejercicio
de recomposición de la dosis de verdad interna que posee.

Es por eso que deviene tarea urgente separar aquellos enunciados de


permanencia, que trascienden las mutaciones en la subjetividad que las
modificaciones históricas y políticas ponen en marcha, de los elementos
permanentes del funcionamiento psíquico que no sólo se sostienen sino que
cobran mayor vigencia en razón de que devienen el único horizonte explicativo
posible para estos nuevos modos de emergencia de la subjetividad. Es necesario
sacudir los paradigmas de base del psicoanálisis, darlos vuelta, para que puedan
quedar en condiciones de ser reposicionados en el campo general de los
conocimientos del futuro.

La obra freudiana constituirá el punto de partida. Debemos diferenciar en ella


los descubrimientos de carácter universal de la impregnación histórica en la cual
inevitablemente se ven inmersos, así como también trabajar sobre sus
contradicciones, aporías y acumulación de hipótesis adventicias. Separando
metodológicamente las teorías de los elementos novelados, mistificados, con los
cuales se ha enraizado el corpus a partir de que el objeto sobre el cual se realiza
la operación aplicada mayor, es decir la clínica, es también su fuente principal de
descubrimiento.

Los puntos que propone al debate:

 Posicionamiento respecto a la obra de Freud.


 Sexualidad infantil: su descubrimiento como forma principal con la cual se
definen los orígenes de la realidad psíquica y su destino insubordinable a la
genitalidad como proceso de maduración biológica.
 Lugar del inconsciente, su materialidad psíquica caracterizada como a-
subjetividad radical, marcada por la ausencia de intencionalidad y toda
referencia al mundo exterior (aún cuando su proveniencia sea de carácter
exógeno) y sus consecuencias en la aplicación del método.

Posicionamiento respecto a la obra freudiana


Textos freudianos como punto de partida, no reductibles a ningún lector supremo
que se atribuya mesiánicamente ser el único que ha escuchado la palabra, ni
diluibles en una literalidad que los coagule como textos sagrados. El respeto por
los mismos presupone tanto acceder al conocimiento que encierran, como
someterlos a un trabajo que sostenga sin mistificación las contradicciones que
inevitablemente los atraviesan.

Es importante hacer atravesar los escritos freudianos por el método analítico, sin
reemplazar lo que dicen por lo que “en realidad Freud quiso decir”, ya que lo que
en realidad quiso decir es lo que dice, entendiendo en el contexto asociativo de
pertenencia, que no es de la subjetividad del lector, sino el de las líneas de tensión
de la obra misma. El método analítico, por otra parte, implica que el contexto
discursivo defina la significación, apelando entonces a los diversos ejes
problemáticos en los cuales el concepto se articula en movimiento.

Se trata de una triple perspectiva para abarcar la obra:

Problemática,

Histórica y

Crítica.

Las contradicciones y dificultades como efecto de la contradicción de la cosa


misma (objeto mismo en lo real, en la medida que se lo conoce, se sustrae  el
inconsciente). Hay entonces, una imposibilidad de cercar a la cosa en su
conjunto de un modo sintético, ya que las aproximaciones sucesivas implican
modos de conceptualización que organiza ensamblajes distintos.

Desde el punto de vista histórico, no podemos abordar el pensamiento freudiano


bajo una simple cronología, sino que es necesario mostrar no sólo los resultados,
sino el encaminamiento por el cual se llega a los mismos, permitiendo así, que
coagulaciones de conocimientos verdaderos aprisionados en el interior de
teorizaciones espurias puedan desprenderse y circular nuevamente en direcciones
más fecundas  movimientos de apertura que puedan generar nuevas
alternativas. Esto debe ser realizado, sin embargo, con un conocimiento profundo
de los movimientos que llevan a tal conclusión.
Cada escuela que ha tomado la obra freudiana, ha intentado sostenerse a costa
de una renegación de los aspectos de la obra que no le son “sintónicos”, en un
esfuerzo de síntesis que opera por recortes y exclusiones. Así, el kleinismo ha
desconocido toda la línea que va de la fundación de lo inconsciente por
inscripciones a la represión originaria y a la función del otro en la constitución de
las identificaciones.

Es por esto, que una perspectiva crítica debe conjugar en la transmisión del
conocimiento psicoanalítico tanto aquellos que se sostienen por su coherencia
racional o por su corroboración práctica, como los callejones sin salida en los
cuales el sistema tiende a cerrarse.

Se trata de conjugar en un movimiento mismo contenidos y procesamiento de los


mismos, ofreciendo una perspectiva que inevitablemente constituye una toma de
partida, otorgando un modelo de lectura que permita al otro ir más allá de la
posición que uno haya asumido, permitiendo realizar un movimiento de
metabolización, apropiación y ruptura en las coagulaciones e impasses que
arrastre.

Sexualidad infantil
Se ha homologado el descubrimiento de la sexualidad infantil con el complejo de
Edipo, como deseo genital del niño hacia el adulto. Ello despoja a la sexualidad
infantil de su carácter mayor:

Anárquica en los comienzos, no subordinable al


amor de objeto, opera a lo largo de la vida como un plus irreductible tanto a la
autoconservación como a su articulación con el fin biológicamente determinado –la
procreación-.

El ingreso del estadismo con el cual desde cierto endogenismo hacen su ingreso
las fases libidinales, establece la base de un borramiento respecto a la función de
la sexualidad del adulto como motor de implantación mismo de la sexualidad
infantil, y genera las condiciones para un Edipo que surge de modo unilateral en el
niño.

Freud plantea la sexualidad en dos tiempos, como biológicamente determinados,


si bien dejó abierta la posibilidad de que el primer momento, pregenital, fuera
efecto de la introducción precoz de la sexualidad del adulto. Pero, ¿dónde quedan
los dos tiempos canónicos cuando incluimos la sexualidad del adulto como
productora de excitaciones, si él mismo está atravesado a la vez por sus deseos
inconscientes, “pregenitales”, infantiles, y ellos se ensamblan, en su sexualidad
genital, ya no sólo conocida sino experienciada, excitante y que rige todo su
movimiento libidinal? Es aquí donde aquellos planteos de Tres ensayos de teoría
sexual, que quedan impregnados por una visión teleológica de la sexualidad,
sometida a fin sexual reproductivo, donde se manifiesta más claramente la
necesidad de revisión. Porque entran en contradicción con enunciados centrales
de la teoría y práctica psicoanalítica; enunciados que han hecho estallar la relación
entre sexualidad y procreación.

La autora hará un reordenamiento de la cuestión sexual, separando lo que


consiste en elementos nucleares de la teoría psicoanalítica, de las teorías
sexuales con las cuales los seres humanos, desde la infancia, intentan elucidar la
diferencia de los sexos y la función que cumplen sus excitaciones en su accionar
sexual.

Parece necesario volver a definir hoy, a casi un siglo de Tres ensayo, su aporte
fundamental: el hecho de que la sexualidad humana no sólo comienza en la
infancia, sino que se caracteriza por ser no reductible a los modos genitales,
articulados por la diferencia de los sexos, con los cuales la humanidad ha
establecido, desde lo manifiesto, su carácter.

Nos vemos obligados a establecer que los dos tiempos de la sexualidad humana
no corresponden a dos fases de una misma sexualidad, sino a dos sexualidades
diferentes:

 una desgranada de los cuidados precoces, implantada por el adulto,


productora de excitaciones que encuentran vías de ligazón y descarga bajo
las formas parciales (de carácter frustro, no logra carácter orgásmico);
 y otra con primacía genital, establecido en la pubertad y ubicado en el
camino madurativo que posibilita el ensamblaje genital (no simple reedición
de la sexualidad infantil), como modo de recomposición ordenado y guiado
por la existencia de una primacía de carácter genital. Pero los primeros
tiempos han marcado fantasmática y erógenamente un camino que si no
encuentra vías de articulación establece que el recorrido se oriente bajo
formas fijadas, las cuales determinan, orientan u obstaculizan, los pasajes
de un modo de goce a otro.

Respecto a los estudios de género, entre a biología y el género, el


psicoanálisis ha introducido la sexualidad en sus dos formas: pulsional y de
objeto. Freud, para dar cuenta de este procesamiento por el cual se articula el
género en la diferencia anatómica, habla de diversidad (conjunto de atributos
que ponen en marcha el reconocimiento con el cual se pautan modos
diferentes de organización entre hombres y mujeres) y de diferencia (dando
lugar a la teoría espontánea con la cual el niño ordena bajo la lógica binaria las
categorías femenino-masculino a partir de la percepción de la diferencial
sexual anatómica).

Una consecuencia clínica se deriva de esto: si la atribución de género es


anterior al reconocimiento de la diferencia anatómica, coexiste con la
sexualidad pulsional sin obstaculizarla. La extensión del concepto de
polimorfismo perverso infantil a los trastocamientos de género constituye, sino
uno de los mayores errores del psicoanálisis de niños: creer que un varoncito
de 4, 6 u 8 años que quiere ser niña, realiza esta elección porque está aún
atravesado por el polimorfismo perverso y no ha definido su identidad sexual,
es de una cortedad intelectual sólo equiparable a la irresponsabilidad que
implica. Esto a su vez, deriva de otra cuestión: la fácil homologación entre
polimorfismo perverso y perversión propiamente dicha, que ha creado una
confusión gravísima cuyas consecuencias son de peso en nuestra clínica. Por
ejemplo, ¿quién podría considerar hoy en día como perversión las formas
mediante las cuales una pareja ensambla en su relación amorosa aspectos
pregenitales y genitales, y quién podría calificar de perversos los modos de
producción mutua de placer bajo formas no tradicionales, a través de
recurrencia a un erotismo que posibilite el encuentro rehusado por la anatomía
en aquellos casos que está obstaculizado el pleno acceso genital?

Es en este punto donde se hace más clara la diferencia entre producción de


subjetividad, históricamente determinada, y premisas universales de la
constitución psíquica. Tornándose necesario redefinir el concepto de
perversión, considerando de este orden todo proceso de goce sexual que
tenga como prerrequisito la des-subjetivación del otro, devenido en partenaire.
Ya no se trata de transgresión de la zona, ni modo de ejercicio de la
genitalidad, sino de la imposibilidad de articular, en la escena sexual, el
encuentro con otro humano. Perversión como en el límite mismo del
autoerotismo ejercido sobre el cuerpo de otro, despojado este otro de la
posibilidad de instalarse como sujeto que fija los límites de la acción no sólo
sexual, sino intersubjetiva.

Es indudable también la necesidad de redefinir el llamado complejo de Edipo, y


ello desde dos vertientes. Tanto los nuevos modos de acoplamiento como las
nuevas formas de engendramiento y procreación puestas en marcha por la
revolución biológica, dan cuenta de sus aspectos obsoletos como de aquellos
más vigentes.

Respecto a lo obsoleto, es insostenible la conservación del Edipo entendido


como una novela familiar, como un argumento que se repite, atravesado por
contenidos representacionales hacia “el papá” y “la mamá”. Se diluye en esta
mitologización vulgarizada el gran aporte del psicoanálisis: el descubrimiento
del acceso del sujeto a la cultura a partir de la prohibición del goce sexual
intergeneracional. El Edipo debe ser concebido como la prohibición con la cual
cada cultura pauta y restringe, a partir de la preminencia de la sexualidad del
adulto sobre el niño, la apropiación gozosa del cuerpo del niño por parte del
adulto. Esto resitúa el origen del deseo infantil en su carácter prematurado en
razón de la dependencia del niño respecto del adulto sexuado, y el modo
metabólico e invertido con el cual se manifiesta y toma carácter fundacional
respecto al psiquismo

Estatuto del inconsciente y consecuencias respecto al método.


El inconsciente es un existente cuya materialidad debe ser separada de su
conocimiento: existió antes de que este conocimiento fuera posible, y el
descubrimiento freudiano implica su conceptualización, no su invención.

La definición del origen de la pulsión pone en juego los orígenes mismos de las
representaciones que constituyen la materialidad de base del inconsciente. Sus
orígenes están atravesados por inscripciones provenientes de las primeras
vivencias sexuales que acompañan los cuidados con los cuales el adulto toma
a cargo a la cría. Lo que estamos habituados a conocer como contingencia del
objeto debe ser considerado como contingencia de la pulsión, carácter posible
de la inscripción de la sexualidad, a partir de un plus que se instala en el marco
de los cuidados precoces.

Es un exceso de la sexualidad del otro, entonces, lo que determina el


surgimiento de la representación psíquica. El inconsciente no surge de la
ausencia del objeto, sino de su exceso, el plus de placer que se genera en el
movimiento de resolución de la autoconservación en manos del adulto, que
está excedido él mismo, por sus propios deseos inconscientes. Que sea la
ausencia lo que activa la representación, en el deseo, no quiere decir que esa
ausencia le de origen. Es una acción realizada, efectivamente cumplida, la
vivencia de satisfacción, aquello que genera el origen de toda re presentación.
Son estas primeras inscripciones que anteceden a la instalación del sujeto en
sentido estricto, dan cuenta de los orígenes para-subjetivos del inconsciente y
por ende, de toda realidad psíquica.

Las consecuencias de esta afirmación para la teoría y para la clínica son


enormes:

-Destitución definitiva del modo maniqueo (tendiente a valorar las cosas como
buenas o malas, sin término medio) con el cual se ha concebido a la defensa:
siendo inconsciente y preconsciente dos estructuras con su propia legalidad y
su propio emplazamiento en la tópica, los enunciados que el sujeto formula son
producciones psíquicas de pleno derecho que coexisten o se ensamblan, o se
ven determinadas en parte, por otras mociones que deben ser sacadas a la
luz.

-Abandono de la suspicacia paranoide del lado el analista y su relevamiento


por un escepticismo relativo respecto a la permanencia de las certezas del yo.

-Liquidación de las jerarquías reificantes con las cuales se concibe al “sujeto


del inconsciente” como el que enuncia la verdad, frente al yo homologado a
una suerte de “falsa conciencia” que se engaña. El inconsciente no es sino res-
extensa, lugar de materialidad representacional des-subjetivizada, “realidad
psíquica” en sentido estricto, y en función de ello, no puede enunciar las
verdades sino brindar los restos materiales con los cuales esta verdad es
articulada por el sujeto del discurso.

Queda por definir un aspecto nuclear para nuestra práctica, que remite a la no
homogeneidad representacional, a la diversidad simbólica del psiquismo.

Por un lado, la representación cosa- representación palabra.

Por otro, en el interior mismo del inconsciente, el hecho de que coexistan


representaciones secundariamente reprimidas con elementos que nunca
tuvieron el estatuto de representación palabra –lo originariamente reprimido-,
así como signos de percepción que no logran articularse, sea por origen
arcaico, o traumático no matebolizable. Estos elementos pueden hacerse
manifiestos sin por ello ser conscientes, pueden activarse por el movimiento
mismo del dispositivo analítico o vicisitudes de la vida, dejando al sujeto librado
a la repetición compulsiva, sin que la asociación sea posible, ni el develamiento
del sentido inconsciente viable, ya que su estatuto no es de la fijación a un
sistema psíquico, sino su deambulación por el aparato con pasajes a la
motricidad sin que ello implique captura de la conciencia.

Cuestión central en la clínica de niños, así como de adultos no neuróticos, e


incluso en momentos no neuróticos de todo ser humano, cuando traumatismos
severos o el mismo proceso analítico llega a bordear y activar elementos no
transcriptos cuyo cerramiento es necesario, su resimbolización posible, pero la
interpretación se revela ineficaz, en tanto su estatuto es otro que el de lo
reprimido. Se conserva del método, entonces, lo fundamental: el
reconocimiento central de la transferencia, y el valor de la palabra en su
función simbolizante, para dar cuenta del desvelamiento de los orígenes
libidinales del sufrimiento presente.
En este punto, debemos precisar el estatuto metapsicológico de la materialidad
psíquica a abordar, sabiendo que nuestras intervenciones tienen que lograr el
máximo de simbolización posible con el mínimo de intromisión necesaria.

La aplicación del método –libre asociación- y la instauración de la situación


analítica que posibilita su implementación son absolutamente solidarias de la
existencia del inconsciente como instancia reprimida, en un aparato psíquico
marcado por el conflicto, cuyas instancias responden a modos de
funcionamiento que implican diversas legalidades y contenidos.

En los casos en que no se dan las posibilidades de poner en marcha el


dispositivo clásico de la cura (niños, patologías no neuróticas), es necesario
crear las posibilidades previas para que ello ocurra, mediante lo que hemos
llamado “intervenciones analíticas”. Se trata de modos de operar que
conservan algunos aspectos centrales de la situación analítica: reconocimiento
del campo fundacional de la transferencia, abstinencia de intervención
valorativa, diferenciación de pautaciones de cultura respecto a intromisiones
educativas, pero que reconocen la imposibilidad, en ciertos momentos, del
develamiento del inconsciente a partir de la recuperación de representaciones
reprimidas plausibles de retornar en lenguaje del lado del sujeto.

Esto ocurre en virtud de la no homogeneidad de la simbolización psíquica, en


la cual coexisten representaciones de diverso orden, y sobre las cuales nos
vemos obligados en muchos casos a ejercer movimientos de re-simbolización,
no sólo de des-represión.

Ante los fenómenos que emergen como no secundariamente reprimidos, no


plausibles de interpretación, y cuyo estatuto puede ser del orden de lo
manifiesto sin por ello ser conscientes, consideramos necesario la introducción
de otro modo de intervención: “simbolizaciones de transición”  como puente
simbólico en aquellas zonas del psiquismo en las cuales el vacío de ligazones
psíquicas deja al sujeto librado a la angustia intensa o a la compulsión.

Inconsciente de origen exógeno, materialidad representacional heterogénea,


realidad parasubjetiva cerrada a toda intencionalidad, son los elementos que
permiten tanto un cercamiento de su constitución como de la operancia con la
cual determinar el modo de instalación el dispositivo de la cura.

El futuro del psicoanálisis depende no sólo de nuestra capacidad de


descubrimiento y de enfrentarnos a las nuevas cuestiones de la humanidad,
sino, de embarcarnos en un proceso de revisión del modo mismo con el cual
quedamos adheridos no sólo a viejas respuestas, sino a las antiguas
preguntas, que hoy devienen un lastre que paraliza nuestra marcha.

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