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Este documento resume el discurso final de Manuel Tuñón de Lara en su jubilación en 1991. En él, Tuñón de Lara aboga por una historia social integradora que incluya tanto las élites como las masas obreras. Argumenta que la historia de ningún grupo debe escribirse sin incluir la historia de las vanguardias y viceversa. A pesar de las críticas recibidas, Tuñón de Lara mantuvo su defensa de un método histórico riguroso y su visión de que la historia obrera seguiría siendo un
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Este documento resume el discurso final de Manuel Tuñón de Lara en su jubilación en 1991. En él, Tuñón de Lara aboga por una historia social integradora que incluya tanto las élites como las masas obreras. Argumenta que la historia de ningún grupo debe escribirse sin incluir la historia de las vanguardias y viceversa. A pesar de las críticas recibidas, Tuñón de Lara mantuvo su defensa de un método histórico riguroso y su visión de que la historia obrera seguiría siendo un
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Bulletin d’Histoire Contemporaine de

l’Espagne
52 | 2017
Manuel Tuñón de Lara (1915-2015)

Manuel Tuñón de Lara y «la gran batalla de la


historia social»
Manuel tuñón de Lara et « la grande bataille de l’histoire sociale »
Manuel Tuñón de Lara and “the Great battle of Social history”

Ángeles Barrio Alonso

Edición electrónica
URL: http://journals.openedition.org/bhce/366
DOI: 10.4000/bhce.366
ISSN: 1968-3723

Editor
Presses Universitaires de Provence

Edición impresa
Fecha de publicación: 1 diciembre 2017
Paginación: 131-142
ISSN: 0987-4135

Referencia electrónica
Ángeles Barrio Alonso, « Manuel Tuñón de Lara y «la gran batalla de la historia social» », Bulletin
d’Histoire Contemporaine de l’Espagne [En línea], 52 | 2017, Publicado el 09 octubre 2018, consultado el
24 abril 2019. URL : http://journals.openedition.org/bhce/366 ; DOI : 10.4000/bhce.366

Bulletin d’histoire contemporaine de l’Espagne


Manuel Tuñón de Lara y « la gran batalla de la historia
social »

Ángeles BARRIO ALONSO

Universidad de Cantabria

E
n su última lección magistral, dictada el 6 de junio de 1991 en la Universidad del País
Vasco, con motivo de su jubilación, Manuel Tuñón de Lara recuperaba la controvertida
cuestión de la historia obrera, puntualizando que aún estaba pendiente en España una
historia social capaz de integrar elementos diversos, estructurales y particulares, una historia
obrera de las elites y de las bases, como él mismo venía reclamando desde tiempo atrás, una
historia social, en deinitiva, síntesis de lo mejor del pasado y el presente :

De la misma manera que en la historia general no se trata de tener elites o


vanguardias por un lado y masas por otro, sino solamente a través de una relación
dialéctica entre ambas se puede conocer el sentido de la historia y captar su
movimiento, su desarrollo. Esto se puede y se debe aplicar a esos otros aspectos
de la vida social. En la historia social, hay una gran batalla que yo creo se puede
librar con muchas ventajas, pero a base de esto, que yo creo como principio que no
se escribe la historia de ninguna clase, de ningún grupo social silenciando la historia
de las vanguardias y viceversa. Por consiguiente, no es admisible que se escriba una
historia simplemente elitista de la vanguardia, ni tampoco que se suprima esta1.

La historia obrera entró en los años noventa en una fase de declive, resultado de una crisis
profunda en los ochenta, después del auge de los sesenta y setenta. Aunque la crisis era una
manifestación « regional » de un fenómeno generalizado, que se producía con algo de retraso
respecto de la historiografía internacional, esta tomó en España la forma de una cierta « ruptura »
con la historia social clásica, en sintonía con los cambios derivados de la Transición. Que Tuñón
de Lara aludiese en su lección a esta cuestión parecía, sin embargo, una manera de zanjar
sutilmente la polémica sobre la « segunda ruptura », que tanto había dado que hablar en los
ochenta2. La trayectoria de Tuñón de Lara es bien conocida, por lo que no es necesario insistir
en su extraordinaria labor cuando, estando en el exilio en Francia, y aprovechando el « boom »
de los años sesenta de la creación de nuevas universidades, logró animar en la Universidad de
Pau un centro especializado en estudios hispánicos que, enseguida, se convirtió en referencia
tanto para los hispanistas franceses especialistas en la contemporaneidad, como para los
historiadores españoles, que encontraron en los coloquios que organizó allí, entre 1970 y 1979,
un lugar de encuentro e intercambios libre de la censura de la dictadura3. Tuñón de Lara, que
había logrado cierta fama como historiador a raíz de la publicación de su libro El movimiento
obrero en la historia de España –que primero había sido Historia del movimiento obrero, escrita

1 Manuel TUñón DE LArA, « Última clase magistral de Manuel TUñón DE LArA en la Universidad del País Vasco », en
José Luis DE LA GrAnJA y Alberto rEiG TAPiA (eds.), Manuel Tuñón de Lara. El compromiso con la Historia. Su vida y
su obra, Bilbao, Servicio Editorial Universidad del País Vasco, 1993, p. 452. En cuanto a la reivindicación previa de una
historia obrera integradora, véase Manuel TUñón DE LArA, « Historia del movimiento obrero en España (un estado de
la cuestión en los diez últimos años). Pau, 1979 », en Manuel TUñón DE LArA y otros autores, Historiografía española
contemporánea. X Coloquio del Centro de Investigaciones Hispánicas de la Universidad de Pau. Balance y resumen, Madrid,
Siglo xxi, 1980, p. 231-250.
2 En el prólogo a Política obrera en el País Vasco, Juan Pablo Fusi se había desmarcado de la historia del movimiento
obrero que se hacía en España, a su juicio, desenfocada por un sentimentalismo, literalmente, « más cerca de Dickens que
de Marx » (Juan Pablo FUSi, Política obrera en el País Vasco, 1880-1923, Madrid, 1975, Turner, p. 8). Más tarde, en un
archi-citado artículo, publicado en la Revista de Occidente, José Álvarez Junco y Manuel Pérez Ledesma planteaban la
conveniencia de una « segunda ruptura » en la historia del movimiento obrero, en referencia a la historia obrera « clásica »,
que, a su vez, ya había roto con la dictadura al rescatar la historia de los vencidos en la Guerra Civil (José ÁLVArEz
JUnCo y Manuel PérEz LEDESMA, « Historia del movimiento obrero, ¿ una segunda ruptura ? », Revista de Occidente,
n.º 13, 1982, p. 19-42).
3 Paul AUBErT y Jean-Michel DESVoiS, « Manuel TUñón DE LArA y la historia de la cultura », y Joseph PérEz,
« La contribución de Manuel Tuñón de Lara al hispanismo francés », en José Luis DE LA GrAnJA y Alberto rEiG
TAPiA (eds.), Manuel Tuñón de Lara. El compromiso con la Historia. Su vida y su obra, op. cit., p. 217-243 y 323-333,
respectivamente.

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a medias por Manuel núñez de Arenas y el propio Tuñón de Lara–, no era un especialista en
historia social, sino más bien en la historia de la cultura española, pero eso no impidió que su
obra se convirtiera en la historia obrera de referencia en España. Fama y reconocimiento entre
historiadores profesionales y el gran público, pero también algunas críticas cuando surgieron
las primeras manifestaciones en contra de una historia obrera comprometida, poco objetiva y
excesivamente sentimental del movimiento obrero.
no parece necesario a estas alturas abundar en los detalles de una cuestión sobre la que se ha
escrito en repetidas ocasiones, que incluye las críticas que Tuñón de Lara hizo a los « críticos »
de su obra, y otras propuestas, la mayoría de ellas, críticas y autocríticas que parecieron animar
una cierta polémica que, sin embargo, con el paso del tiempo fue perdiendo entidad4. Si nos
atenemos al testimonio de Manuel Pérez Ledesma, en su propuesta de una « segunda » ruptura
en la historia obrera, no había habido intención de polemizar, ni de crítica a la historia obrera en
su conjunto, sino solo a una determinada manera de enfocarla, una postura que, en todo caso,
les había supuesto a Álvarez Junco y a él mismo no pocas críticas, cuando solo habían hablado
de una pérdida de hegemonía y no de una crisis radical5. Pero, por más que Tuñón de Lara
admitiera en los noventa la pérdida de hegemonía de una forma de hacer historia obrera y que
no ignorara en absoluto la necesidad de una renovación profunda en ella, en su última lección
magistral había algunas consideraciones que hoy no deberíamos pasar por alto. En primer lugar,
Tuñón de Lara se reairmaba en la defensa del método, algo característico en el conjunto de su
obra, en una línea próxima a los marxistas de Annales, para plantear, en segundo lugar, una
expectativa esperanzadora de futuro de una historia obrera, como parte de una historia social
renovada y mejorada. Tuñón de Lara admitía que el hecho de que la historia obrera hubiera
tenido en sus orígenes el carácter de « causa », había lastrado la « respetabilidad » necesaria para
su integración en el terreno académico, pero ello no impugnaba su sentido dentro de la historia
social. A su juicio, la historia obrera seguía siendo un terreno idóneo para llevar a cabo una
interpretación totalizadora, interdisciplinar, cooperativa, de causas y explicaciones, de memoria
y actualidad, de cambios y transformaciones, de ayer hacia mañana, de la sociedad, tal y como
había deinido muchos años antes Marc Bloch. no deja de resultar signiicativo por ello que
hablara de « batalla », en la necesidad de defenderse de una historia tan entregada a los nuevos
enfoques que pudiera dejar atrás la herencia de la historia clásica. El énfasis en la experiencia, en lo
subjetivo, en lo simbólico, no podía hacernos ignorar el valor de lo estructural o el protagonismo
de los sujetos colectivos, una ratiicación, en último extremo, del signiicado que Tuñón de Lara
le había atribuido en El movimiento obrero en la historia de España, un camino abierto entonces
–y no una ruptura–, que se proyectaba a través de un desafío, la « gran batalla » a librar, según
sus propios términos, para los historiadores sociales del futuro, una batalla que Tuñón de Lara
estaba convencido que estábamos a punto de ganar6.

La historia social, una causa de ideales diversos


Los orígenes de la historia social fueron en paralelo a los de la sociología, cuando la
preocupación por las desigualdades características de la sociedad industrial comenzó a formularse
en términos de « cuestión social »7. El pensamiento social decimonónico era un territorio ecléctico,
de corrientes ilosóicas e ideales muy diversos, pero, a pesar de las diferentes concepciones que
sobre el individuo, la sociedad y el Estado tenían los liberales reformistas del new liberalism,
los católicos sociales –que habían encontrado en la encíclica Rerum Novarum la inspiración
doctrinal para una recristianización de la nueva sociedad industrial–, los idealistas krausistas, o
los socialistas moderados –como los fabianos en inglaterra, los socialistas de cátedra alemanes
o los solidaristas franceses–, todos compartían la preocupación, si bien unos en mayor grado
que otros, por los comportamientos y reacciones de las masas. El auge de la literatura « social »
en el período entre siglos fue extraordinario en todo el mundo ; en Europa, a medio camino

4 Las referencias acerca de las principales consideraciones críticas y autocríticas, que suscitó la llamada « segunda ruptura »
están en Ángeles BArrio ALonSo, « Anotaciones acerca de la historia social y la historia del movimiento obrero en
España », en Manuel SUÁrEz CorTinA (ed.), Europa del Sur y América Latina. Perspectivas historiográicas, Madrid,
Biblioteca nueva, 2014, p. 147-171.
5 Manuel PérEz LEDESMA, « Manuel Tuñón de Lara y la historiografía española del movimiento obrero », en José Luis
DE LA GrAnJA y Alberto rEiG TAPiA (eds.), Manuel Tuñón de Lara. El compromiso con la historia. Su vida y su obra,
op. cit., p. 197-215 ; y también « Historia social e historia cultural (sobre algunas publicaciones recientes) », Cuadernos de
Historia Contemporánea, n.º 30, 2008, p. 227-248.
6 Manuel TUñón DE LArA, « Última clase magistral de Manuel Tuñón de Lara en la Universidad del País Vasco », José
Luis DE LA GrAnJA y Alberto rEiG TAPiA (eds.), Manuel Tuñón de Lara. El compromiso con la historia. Su vida y su
obra, op. cit., p. 455.
7 Gonzalo CAPELLÁn DE MiGUEL, « Cuestión social », en Javier FErnÁnDEz SEBASTiÁn y Juan Francisco FUEnTES
(dirs.), Diccionario político y social del siglo XIX español, Madrid, Alianza, 2002, p. 206-216.

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entre la economía, la sociología, el derecho y la historia, la cuestión social inspiraría una serie
de trabajos, por lo general, extra-académicos, en los que el aliento ético de sus autores no estaba
reñido con el rigor cientíico, y que en cierto modo sentaron las bases de lo que después sería
una historia social profesionalizada. Además de la historia socialista de la revolución francesa
de Jean Jaurès8, los trabajos sobre los sindicatos británicos y la democracia industrial de Sidney
y Beatrice Webb, los de los Hammond sobre los campesinos o los trabajadores especializados,
las obras de G.D.H. Cole sobre el pensamiento socialista, o las de r.H. Tawney sobre la tierra
y el orden social en inglaterra, fueron obras pioneras para la labor history británica, y así las
reconocieron los historiadores de las generaciones posteriores a ellas, como E.P. Thompson y los
renovadores marxistas británicos, aunque fueran críticos con sus planteamientos9. Sin embargo,
en América, los orígenes de la historia social fueron diferentes a los de Europa. Hasta el umbral
de los años veinte, el paradigma historiográicamente dominante en la American Historical
Society y la American Historical Review, era el de la escuela histórica alemana. Pero a la hora
de hacer historia nacional, los historiadores progresistas americanos solo tomaron de ranke
la hermenéutica estricta y el rigor documental. Las obras de Turner, Beard o Parrington, a
pesar de sus grandes diferencias, partían del convencimiento de la suiciencia del liberalismo
americano, de que no haber tenido feudalismo, disponer de un territorio de gran riqueza natural
y haberse dotado de un sistema político abierto, había dado a la historia de Estados Unidos su
característico excepcionalismo, una corriente interpretativa que, desde la autoridad del método
de las ciencias sociales, daría a la sociedad americana de aquellos años una gran conianza en
su futuro10. Quizá por ello, no fueron los historiadores progresistas los precursores de la labor
history en Estados Unidos, sino los economistas liberales que, ya desde inales del siglo xix,
con sus estudios estadísticos sobre la organización y el mercado de trabajo, ofrecieron una base
empírica imprescindible para sentar las bases de su desarrollo posterior.
Los cambios en la sociedad americana también se habían hecho patentes en las universidades,
en la de Wisconsin, en Madison, o en la de Columbia, en nueva York, economistas, sociólogos
y expertos en derecho del trabajo venían llevando a cabo, con grandes equipos, una serie de
investigaciones sistemáticas sobre el mundo del trabajo, los impuestos, la renta, la educación o
el sindicalismo, orientadas a inspirar las políticas laborales de los Gobiernos federales y las de
los sindicatos. Los historiadores del trabajo, como r.T. Ely, que disfrutó de un gran prestigio
social, o sus discípulos J.r. Commons y Selig Perlman, no solo fueron los que sentaron las bases
de una « respetable » labor history en Estados Unidos, sino que, además, fueron políticamente
muy inluyentes hasta, prácticamente, los años cincuenta11. Desde enfoques ideológicamente
eclécticos, como Ely, los llamados « institucionalistas » americanos contribuyeron desde las
universidades a que las tesis del « excepcionalismo » americano –el patriotismo y el ethos de la
clase media y la integración de los sindicatos en el sistema– arraigaran deinitivamente en el
imaginario colectivo. Tanto Commons, con su Documentary History of American Industrial
Society, como Perlman, con The Theory of the Labor Movement, construyeron un relato heroico
de los trabajadores americanos en la Gran Depresión, que, sin embargo, fue contestado en los
años cincuenta y sesenta por una generación posterior de historiadores comprometidos con
su tiempo, como Herbert G. Gutman, David Brody o David Montgomery, que « historizaron »
deinitivamente la labor history desde una perspectiva marxista, una new labor history en la que
los procesos de formación de clase, los sindicatos y las movilizaciones y conlictos siguieron
ocupando un lugar central12.
Mientras que en Estados Unidos, desde el empirismo de las ciencias sociales y el pluralismo
ideológico, se habían echado tempranamente los cimientos de la labor history en la universidad,
en Europa aún había resistencia a integrar en los cauces académicos a la historia social. En el
umbral de los años treinta, cuando la Gran Depresión erosionaba la conianza en sí misma de
la clase media americana, y la amenaza del fascismo se cernía sobre Europa, la aparición de la
revista Annales dirigida por Marc Bloch y Lucien Febvre, cuyo método se declaraba deudor de
las ciencias sociales, supuso una inlexión radical en el positivismo historiográico que dominaba

8 Jean JAUrèS, Causas de la Revolución Francesa (introducción de Josep FonTAnA), Barcelona, Crítica, 1979.
9 Sidney & Beatrice WEBB, Industrial Democracy, Longmans, London, Green and Co., 1902, e Historia del sindicalismo,
Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1990 ; la trilogía de John y Barbara HAMMonD, El trabajador de
la ciudad (introd. de John LoVELL), El trabajador del campo (introd. de G.E. MinGAY), y El trabajador especializado
(introd. de John rULE), Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1987.
10 richard HoFSTADTEr, La tradición política americana y los hombres que la forjaron, Barcelona, Seix Barral, 1969.
11 Selig PErLMAn, A Theory of the Labor Movement, nueva York, Kelley, 1949 ; Mark PErLMAn (ed.), Labor Union
Theories in America. Background and Development, new York, Evanston, 1958.
12 ira BErLin (ed.), « Preface. introduction : Herbert G. Gutman and the American Working Class », Power and Culture.
Essays on the American Working Class. Herbert G. Gutman, new York, The new York Press, 1987, p. 3-69. Melvyn
DUBoFSKY, Hard Work : the making of labor history (working class in American History), University of illinois Press,
2000.

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el mundo académico francés. Su renovación, basada en el interés por los aspectos sociales y
económicos del pasado, no se orientaba, sin embargo, al estudio de las clases trabajadoras en
la era industrial, sino al mundo moderno y medieval. Febvre y Bloch, que no creían en una
historia que no fuera socialmente útil, fueron conscientes de los problemas de su tiempo y
no rehusaron el compromiso político, que, en el caso de Bloch, le costaría, incluso, la vida,
víctima del antisemitismo nazi ; pero, salvo en las ocasiones excepcionales que escribieron sobre
cuestiones de actualidad o de teoría –la célebre Introducción a la historia o Apología para la
Historia de Bloch, o los no menos célebres Combates por la historia de Febvre–, ninguno de
ellos manifestó interés profesional por su tiempo, lo que, en general, y a pesar de su enorme
inluencia fuera de Francia, refuerza la imagen de Annales como un referente menor para la
historia social contemporánea13.Los historiadores de Annales preirieron los procesos de larga
duración, las estructuras sociales, la geopolítica o las luctuaciones económicas en el tránsito
de la Edad Media a la Edad Moderna. La tesis doctoral de Febvre trataba de la economía, la
sociedad y la mentalidad en el Franco Condado en la época de Felipe ii, y en sus otros trabajos se
interesó por la psicología colectiva de la incredulidad, las iguras de Lutero, Erasmo, rabelais… ;
Bloch también se sintió atraído por el mundo rural, la sociedad feudal o el componente mágico
que derivaba del poder de los reyes medievales. Ambos encontraron en el marco natural, en la
mentalidad religiosa, en la moralidad de una época, en las recreaciones de mitos y ritos, en todo
aquello de lo que hoy se ocuparía la antropología social, de la que Annales fue, en ese sentido,
precursora, las claves para la explicación « total » de los procesos históricos que buscaban14. Bloch
y Febvre se comprometieron con una historia social original, enfrentada al dictado positivista,
planteada en términos de preguntas y respuestas, y libre del prejuicio « patriótico » característico
de las historias nacionales de aquellos años, y la segunda y la tercera generación de Annales
mantuvieron esa orientación fundacional. Braudel añadió complejidad, con sus célebres tres
tiempos, largo, medio y corto, a la noción de temporalidad que acompañaba a las de estructura y
cambio ; Labrousse, por su parte, recuperando la tradición estadística de los ciclos de F. Simiand,
introdujo las mediciones, una línea cuantitativista que continuó con P. Chaunu ; y, antes, incluso,
de que se disolviera el espíritu primigenio en la cuarta generación, G. Duby y J. Le Goff, que
lograron aproximar, sin anacronismos y con éxito editorial, el mundo medieval al ciudadano
actual, dieron con su lección magistral de divulgación histórica otro momento más de gloria a la
historiografía francesa del siglo xx.
En el caso de inglaterra, el compromiso político era el verdadero nexo entre historiadores
de diferentes generaciones, pero todos vinculados al partido comunista, como Maurice Dobb,
rodney Hilton, Christopher Hill, Eric Hobsbawm, George rudé, Victor Kiernan, raphael
Samuel, Dona Torr o E.P. Thompson, entre otros, que, desde antes de 1945, ya trataban de
fundir militancia e investigación histórica.La dispersión geográica en diferentes universidades, la
dedicación a diversos campos de investigación, ya que unos eran medievalistas, otros modernistas,
otros especialistas en economía, e, incluso, los diferentes estatus académicos y responsabilidades,
no permiten hablar de grupo formalmente constituido, pero a todos les unía la militancia política
y el interés por el debate teórico sobre el materialismo histórico. La Guerra Fría, los efectos
del estalinismo y los triunfos electorales de los conservadores frente a los laboristas en los años
cincuenta, provocaron algunas polémicas internas : unos, como E.P. Thompson, se apartaron del
partido, después de que los tanques soviéticos invadieran Hungría en 1956, mientras que otros,
como E.J. Hobsbawn, se quedaban. Las diferencias quedaron patentes en la trayectoria de las
publicaciones que mantenían activas, como The Reasoner, The New Reasoner y The New Left
Review, dedicadas al intercambio de ideas15, pero el nivel de profundidad de los debates siguió
siendo una característica del grupo, en su conjunto. La revista Past & Present, una publicación
que, desde su aparición a principios de los cincuenta en oxford, se convirtió en una referencia
internacional para la historia social, a la que se vinculaban algunos de ellos, o la resonancia
que alcanzaron algunas obras, como es el caso de The Making of the English Working Class,
de E.P. Thompson, publicada en 1963, que fue casi universal, contribuyeron a difundir la
imagen del grupo con cierta consistencia de « escuela »16. Pero fue, especialmente, la publicación
de The Making of the English Working Class, de E.P. Thompson, con su propuesta radical de

13 Marc BLoCH, Apología por la historia o el oicio de historiador, México DF, inAH/Fondo de Cultura Económica, 1998 ;
Lucien FEBVrE, Combates por la historia, Barcelona, Ariel, 1975.
14 Massimo MASTroGrEGori, « La experiencia política de Marc Bloch », en Carlos ForCADELL, ignacio PEiró y
Mercedes YUSTA (eds.), El pasado en construcción. Revisionismos históricos en la historiografía contemporánea, zaragoza,
institución Fernando el Católico, 2015, p. 106-123.
15 Perry AnDErSon, « Diario », en Perry AnDErSon, Geoff ELEY, Anthony GiDDEnS, Brian D. PALMEr, William H.
SEWELL Jr. y E.M. WooD, E.P. Thompson, diálogos y controversias, Valencia, Biblioteca Historia Social, 2008, p. 231-
242.
16 John H. KAYE, Los historiadores marxistas británicos, zaragoza, Universidad de zaragoza, 1989.

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transformación del método del materialismo histórico, su mayor impacto. E.P. Thompson había
puesto en su obra en cuestión la ortodoxia marxista de la sobredeterminación económica en la
formación de clase, al introducir en dicho proceso elementos de naturaleza « cultural », decisivos
para la experiencia. Su desafío a las reglas del método, casi tanto como a la « academia », le
valieron montones de críticas, pero sin duda que dio resultado porque logró con ello una
resonancia, prácticamente, universal.
El impacto en la labor history americana, y, concretamente, como antes se señalaba, en
H.G. Gutman, fue grande. Aunque su inclinación al empirismo, característico de la escuela de
Wisconsin, no le había hecho interesarse mucho por la teoría, Gutman invitó a E.P. Thompson a
Estados Unidos como conferenciante, entablando a partir de entonces una relación amistosa muy
fructífera que llevaría, algo después, a David Montgomery y Melvyn Dubofsky, dos « grandes »
de la labor history americana, junto a Gutman y David Brody, como profesores visitantes, a la
Universidad de Warwick, donde E.P. Thompson trabajaba entonces como investigador, dentro
de un programa real de « intercambio » y colaboración, que, sin embargo, se frustró cuando
Thompson dejó Warwick a causa de ciertos desencuentros extra-académicos17. Gutman siempre
reconoció que, gracias a E.P. Thompson, se había planteado la cuestión de cómo los trabajadores
americanos habían construido su propia historia, cómo en la particular experiencia americana,
multirracial y multicultural, la conciencia de clase tenía que ser interpretada, a diferencia de
inglaterra, en términos norte/sur, de factorías y plantaciones, de descendientes de inmigrantes
europeos y de descendientes de africanos, una forma distinta de enfocar la experiencia de la
conciencia de explotación, en la que la familia –ya se tratase de blancos descendientes de europeos,
o entre los afroamericanos– era esencial como vehículo de continuidad cultural, al transmitir de
generación en generación valores y actitudes y que, como instrumento de airmación identitaria,
resultaba efectiva para la población esclava, tanto como la religión lo era para los mineros
eslavos o las costureras irlandesas18. Gutman, que, como E.P. Thompson, llevaba su compromiso
político al activismo, participó con sus propios estudiantes en los movimientos anti-war, se
opuso oicialmente a la política de la Administración Johnson en la guerra de Vietnam e, incluso,
polemizó hasta el enfrentamiento personal con Eugene Genovese, uno de los historiadores
sociales americanos más comprometido con la teoría marxista, especializado en la historia de
la black family. En The World the Slaveholders made : Two essays in Interpretation, publicada en
1969, y, especialmente, en Roll, Jordan, Roll. The World that the Slaves Made, publicada en 1976,
Genovese había ofrecido una interpretación del universo mental del Sur en términos de dialéctica
amo/esclavo, que irritó a Gutman. El enfrentamiento entre ambos, iniciado por una « guerra »
administrativa en rochester, se convirtió en un contencioso personalizado, que Gutman extendió
a robert Fogel y Stanley Engerman a causa de su polémica Time on the Cross19. Fogel y Engerman,
con ingentes dotaciones de fondos federales, una gran dosis de teoría económica neoliberal y
alardes de alta tecnología estadística, como correspondía a dos caracterizados « cliómetras »,
habían ofrecido una interpretación de la economía esclavista que tranquilizaba la conciencia
atormentada del americano medio sobre una época decisiva para la identidad nacional como la
Guerra Civil, cuyas repercusiones sobre la black nation eran inevitables en aquellos momentos
con la política que llevaba a cabo la Administración nixon. A Gutman le resultaba ofensivo que
un antiguo marxista radical como Genovese hubiera contribuido a reforzar las tesis de Fogel y
Engerman en Time on the Cross, que, tras soisticadas fórmulas matemáticas, habían ocultado la
inhumana experiencia del trabajo esclavo20.
Fogel y Engerman no respondieron a Gutman, pero Genovese arremetió contra él y, aunque
reconocía su mérito en el tratamiento de unas fuentes muy reveladoras para el análisis de

17 Melvyn DUBoFSKY, Hard Work : the making of labor history (working class in American History), op cit. E.P. THoMPSon
estuvo solo unos años en la Universidad de Warwick, fundada en 1965, como Reader de History of Labour, puesto al que
renunció en 1970 por estar en contra de la « mercantilización » que, a su juicio, había adoptado la universidad en perjuicio
de los valores intelectuales y cientíicos, tal y como puso de maniiesto en Warwick University Ltd., Industry, Management
and the Universities, publicado en 1971.
18 Véase la entrevista realizada en 1982 a Herbert Gutman por Mike Merrill, en MHenry ABELoVE (ed.), Visions of History,
new York, Pantheon Books, 1983,p. 187-216.
19 La versión española se publicó en 1981 :M robert W. FoGEL y Stanley L. EnGErMAn, Tiempo en la cruz : la economía
esclavista en los Estados Unidos, Madrid, Siglo xxi, 1981.
20 La igura de Herbert GUTMAn fue muy inluyente en la labor history americana hasta su temprana muerte en 1985 ;
entre su extensa obra, véase Herbert GUTMAn, Work, culture and society in industrializing American. Essays in American
working-class and social history, new York, Vintage Books, 1977, una síntesis de la que se habían publicado previamente
algunas versiones parciales en forma de artículos y contribuciones a congresos, y The Black Family in Slavery and
Freedom, 1750-1925, new York, Pantheon Books, 1976. En cuanto a la obra de Eugene GEnoVESE, que falleció en
2012, tanto en su etapa marxista, como en las posteriores, tiene un enorme interés desde el punto de vista historiográico
y nunca ha estado libre de polémica : véanse Eugene D. GEnoVESE, The World the Slaveholders made : Two essays in
Interpretation, new York, Pantheon Books, 1969, y, muy especialmente, Roll, Jordan, Roll. The World that the Slaves
Made, new York, Vintage Books, 1976.

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las tradiciones « culturales » de los afroamericanos, cuestionó el planteamiento « igualitarista »
que Gutman aplicaba a las relaciones sociales y que, a su juicio, le llevaba a ignorar la
dinámica de las mismas ; una forma de descaliicar la « nueva » historia social y desvincularse
de ella, escorándose progresivamente hacia las posiciones políticas de extrema derecha que
caracterizaron a Genovese en las últimas etapas de su carrera. El choque no alteró la agenda
de estudios de Gutman sobre la clase trabajadora, que no solo no perdió su inluencia entre
los historiadores sociales más jóvenes, sino que se convirtió en una especie de referente
internacional de la historia social americana, hasta que falleció de forma repentina en 1985,
cuando aún no eran tan evidentes los cambios que para el mundo del trabajo supuso la era
reagan/Thatcher21.
Que la historia social había experimentado en auge extraordinario en los años sesenta y
setenta en todo el mundo era evidente ; en Francia, por ejemplo, donde la historia obrera no
había tenido muchos cultivadores desde que, a inales de los años treinta, édouard Dolleans
publicara su Historia del movimiento obrero, también había despegado una historia obrera
académica y renovada a partir del trabajo de historiadores comprometidos políticamente –y,
por primera vez, historiadoras–, en el entorno de la revista Le Mouvement social, fundada
por Jean Maitron en 1960, como Madeleine rebérioux, Michelle Perrot, rolande Trempé…22.
Pero, como la historia social era un campo de minas expuesto a todo tipo de incursiones desde
el exterior, el auge no dejó de provocar reacciones de los críticos tanto en América, como se
señalaba anteriormente, como en Europa. Algunos se lamentaban del lastre que suponía el
« prejuicio inconsciente » de operar en ella como una causa, algo incompatible con cualquier
aspiración cientíica que tuviera la disciplina. Desde ese punto de vista, el marxismo, a pesar
de su renovación en el sentido « culturalista » que le había proporcionado E.P. Thompson
en The Making, y que tanto impacto había alcanzado en Estados Unidos, no solo habría
obstaculizado el desenvolvimiento « natural » de una historia social objetiva, sino que habría
« desnaturalizado » su objeto de conocimiento al renunciar a la totalidad social y centrar su
interés solo en una parte de la misma, la clase obrera. Pero, no solo era el « prejuicio » marxista,
sino que, en su aproximación a las ciencias sociales, la historia social se habría mostrado poco
exigente con el uso de determinadas conceptualizaciones, dando por sinónimas categorías
ni tan siquiera equivalentes, como sociedad, realidad social, lo social, que por su naturaleza
versátil y mudable en el tiempo resultaban ambiguas para el historiador. Y, por si fuera poco,
a la apertura hacia las ciencias sociales y a la porosidad de sus contornos, la historia social
añadía su vitalidad, su presentismo, su disposición a dar respuesta a las grandes cuestiones
de su tiempo, lo que alimentaba un permanente estado de crítica y autocrítica acerca de su
pasado, su presente y su futuro.
Del ataque que los empiristas modernos habían lanzado contra la historia al sacar a la luz
las limitaciones del conocimiento histórico para validarse normativamente como conocimiento
cientíico, la historia social se había defendido a través del determinismo social y de los préstamos
con las ciencias sociales, pero cuando el post-estructuralismo, especialmente, en el ámbito del
lenguaje, puso en cuestión la objetividad de toda la historia social anterior, la crisis se precipitó y
los « revisionismos » se multiplicaron23. La noción de verdad histórica que, desde los orígenes de la
escuela histórica alemana y el positivismo clásico, había estado vigente, una verdad establecida,
en todo caso, a partir de la lectura del documento y de la correcta interpretación de las fuentes,
no solo acababa depredada por la airmación de un discurso histórico basado en la narrativa,
en los lenguajes, las representaciones y lo simbólico, sino que, además, la posibilidad de un
conocimiento objetivo del pasado desde el presente quedaba bloqueada24. La sectorialización,
la especialización extrema, el sentimiento de desconcierto, de crisis, no era una exclusiva de la
historia social, pero la vuelta a lo particular que implicaba la negación de la totalidad del ser
social, signiicó para ella perder no solo el sujeto, sino también su sentido de utilidad social. A
expensas de la deinición de nuevos sujetos, constituidos como meros agregados sociales y no
como categorías teóricas de clase, la estructura social, las relaciones dentro de las estructuras
sociales o la acción social, quedaban a merced, a su vez, de las relaciones entre esos nuevos

21 Sobre la contribución de H.G. GUTMAn a la labor history americana : ira BErLin, « introduction. Herbert G. Gutman
and the American Working Class », op. cit. También, Melvyn DUBoFSKY, Hard Work : the making of labor history,
op. cit.
22 roberto CEAMAnoS, « Le Mouvement Social y la historiografía española », Historia Contemporánea, n.º 25, 2002, p. 269-
287.
23 Elena HErnÁnDEz SAnDoiCA, « El presente de la Historia y la carambola del historicismo », en Elena HErnÁnDEz
SAnDoiCA y Alicia LAnGA (eds.), Sobre la Historia actual. Entre política y cultura, Madrid, Abada, 2005, p. 287-322.
24 Véase la introducción de Victoria BonELL y Lynn HUnT (eds.), Beyond Cultural Turn. New Directions in the Study of
Society and Culture, Berkeley, University of California Press, 1999, p. 1-32.

136

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sujetos25. Ante la historia social se abrían múltiples interrogantes, entre otros el del futuro de la
historia obrera. Con el « giro lingüístico », primero, y el « giro cultural », después, la historia social
clásica había perdido sus señas de identidad y amenazaba con desaparecer, lo que provocó una
oleada de pánico entre sus defensores y la recriminación sistemática de una historia cultural
a la que supuestamente se habían entregado muchos de los otrora historiadores sociales. De
las polémicas cruzadas salieron relexiones valiosas y consideraciones útiles para paliar en
parte los sentimientos de crisis y frustración. Como señalaba el reconocido « culturalista »
británico Patrick Joyce, el hecho de que los historiadores sociales ignoraran el debate sobre los
fundamentos y la genealogía de la propia especialidad era un error puesto que la historia social
era hija del paradigma de la modernidad26. Culpar al postmodernismo de los historiadores
« culturalistas » de los problemas de la historia social no era una solución, especialmente, cuando,
como apuntaba Geoff Eley, partidario de las hibridaciones y el pluralismo metodológico como
alternativa a las crisis sucesivas, los orígenes de la historia social no podían ser reducidos al
marxismo clásico y, por tanto, al ser, como sostenían él mismo y Keith nield, en la misma
medida que el postmodernismo, realidades históricas, estas habían de ser interpretadas, a su
vez, en clave histórica27.

Los orígenes de la historia social en España : ciencia y reforma social


En España, los orígenes de la historia social también estuvieron fuera de la academia, ya
en unas obras militantes, en algunos casos, vinculadas directamente al republicanismo
democrático, ya en una literatura muy diversa en torno a la « cuestión social » y a la pujanza de
la sociología28. Las obras de los revolucionarios románticos Sixto Cámara y Fernando Garrido,
cuya militancia en el partido republicano democrático condiciono sus trayectorias vitales, no
ofrecen ambigüedad en cuanto a planteamiento y objetivos. La cuestión social de Sixto Cámara
representaba una concepción unitaria del orden social y una crítica a la estrechez de los derechos
liberales. Fourierista y cooperativista, Garrido publicó en 1863, a la vuelta de una etapa de
exilio en París, la Historia de las asociaciones obreras en Europa, que incluía la traducción de
la famosa The history of the Rochadle Pioneers de G.J. Holyoake. Después, en 1870, publicó
Historia de las clases trabajadoras, un estudio del movimiento obrero en España, con datos de
primera mano sobre el socialismo utópico, el asociacionismo, la estructura socio profesional, así
como estadísticas diversas sobre pobres y vagabundos, series salariales, asistencia social, etc., que
le añaden un extraordinario valor de fuente y que le valió la consideración en la historiografía
de principios de siglo xx de « padre de la historiografía obrera en España »29. Del prólogo a su
Historia de las clases trabajadoras se encargó Emilio Castelar, que, como no había abjurado aún
de los principios sociales del federalismo, airmaba, desde el supuesto humanitario de la ciencia,
que los logros de la civilización de los Estados no se medían por la grandeza de sus poderes, sino
por las condiciones morales y materiales del pueblo. Una simple ojeada al pasado bastaba para
explicar el presente de miseria, dolor y humillación del trabajador y que exigía una intervención
terapéutica y compasiva30.
Para el liberalismo democráticola « cuestión social » era un fracaso que comprometía
gravemente la paz social y, por ello, Francisco Pi y Margall, líder del partido federal, ala izquierda
del republicanismo, había hecho suyas muy tempranamente algunas de las reclamaciones de
los trabajadores, medidas que resultaban revolucionarias para la época, como la jornada de
ocho horas, los jurados mixtos o la regulación de las condiciones de trabajo de menores y
mujeres, entre otras, que contribuyeron al mito de la « república obrera », que atrajo a las

25 Jesús MiLLÁn, « Los sujetos históricos : modelos, tipos ideales y estrategias de investigación » en María Cruz roMEo e
ismael SAz (eds.), El Siglo XX. Historiografía e Historia, Valencia, PUV, 2002, p. 101-110. Teresa María orTEGA, « Sobre
historia y postmodernidad. La historiografía en los últimos tiempos », en Teresa María orTEGA (ed.), Por una historia
global. El debate historiográico en los últimos tiempos, Granada, EUG, 2007, p. 15-39.
26 Paul JoYCE « ¿ El inal de la historia social ? », Historia Social, n.º 50, 2004, p. 25-46.
27 Geoff ELEY y Keith niELD, The Future of Class in History. What´s Left of the Social ?, Ann Arbor, The University of
Michigan Press, 2007.
28 Sobre la importancia de la obra de rafael PérEz DEL ÁLAMo, que, en Apuntes de dos revoluciones andaluzas, dejó
constancia de su experiencia de la sublevación de Loja en 1861, o las de los socialistas utópicos como ramón de la
Sagra, véase Jorge UríA GonzÁLEz, « La historia social y el contemporaneísmo español. Las deudas del pasado », en
Esteban SArASA y Eliseo SErrAno (coords.), La historia en el horizonte del año 2000, zaragoza, institución Fernando
el Católico, 1997, p. 41-72.
29 Fernando GArriDo, Historia de las clases trabajadoras, Algorta, zero, 1970, 4 vols. Véanse el capítulo « Labor
historiográica de Garrido », en La España Contemporánea : sus progresos morales y materiales en el siglo XIX, por Fernando
Garrido. Prólogo de Florencia PEYroU y Manuel PérEz LEDESMA, Pamplona, Urgoiti, 2009, p. xCiii-CViii, y la
presentación de Jordi MALUQUEr DE MoTES al libro de Fernando Garrido, La federación y el socialismo, Barcelona,
Labor, 1974, p. 7-42.
30 Fernando GArriDo, Historia de las clases trabajadoras, op. cit., vol. i, p. 17-18.

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clases trabajadoras al partido federal en un proceso que alcanzó su clímax en la revolución
de septiembre de 1868 y que se quebró en 1873 con el fracaso de la república federal31. Ya
en la restauración, las ideas de respeto al interés general, atención a las necesidades y los
sentimientos del pueblo, o la acción eiciente de los poderes públicos ante la « cuestión social »,
cristalizarían en la primera iniciativa de institucionalización de la reforma social que representó
la Comisión de reformas Sociales, en 1883. En 1899, se creaba la primera cátedra de sociología
de la universidad española, que fue ocupada por Sales y Ferré32. Después, a partir de 1903,
en el instituto de reformas Sociales se puso en marcha un programa ambicioso de reforma,
que, a pesar de su fracaso político, resultó decisivo para el desarrollo de la ciencia social en
España, que, a su vez, encontró en la institucionalización de la reforma, en la que participaron
krausopositivistas, católico-sociales, liberales, socialistas y neutros, una vía extraordinaria para
su reconocimiento como la ciencia del futuro.
La labor editorial del instituto de reformas Sociales fue ingente, tanto en producción
como en intercambios, y en ella se hace evidente la inluencia del pensamiento social del
krausoinstitucionismo, de su proyecto de sociedad armónica a partir del conocimiento cientíico
de la realidad, y su obsesión por la educación y el cumplimiento de la legalidad. Además del
Boletín del instituto, que mensualmente se publicó, de forma ininterrumpida, desde julio de 1904
hasta junio de 1924, cuando fue absorbido por la estructura administrativa del Ministerio de
Trabajo, que se había creado en 1920, el instituto publicaba con carácter periódico las memorias
generales de la inspección de trabajo, las recopilaciones de la legislación de trabajo, las referencias
de los congresos sociales tanto nacionales como internacionales, las estadísticas de accidentes de
trabajo, las memorias estadísticas de las huelgas, informes trimestrales de precios de artículos
de primera necesidad, de mercado de trabajo, etc. Entre las publicaciones no periódicas, la
mayoría informes sobre legislación, anteproyectos, dictámenes, etc., pero también memorias
monográicas sobre el problema agrario, la minería, el trabajo de mujeres y niños, huelgas,
inspecciones laborales, asistencia social, emigración, legislación comparada…, constituyen un
fondo documental de extraordinaria utilidad para la investigación no solo por la información
estadística, cuantitativa y no cuantitativa, que proporcionan sobre los temas que trata, sino por
su enorme interés sociológico, al ser en sí mismo una fuente de información sobre los objetivos
de la reforma y las bases cientíicas sobre las que se fundamentaba su acción institucional. Los
sociólogos, ilósofos, juristas y economistas españoles, como Giner de los ríos, Sales y Ferré,
Azcárate, Posada, Piernas Hurtado, Puyol, Álvarez Buylla, González Alegre, Salillas, Pedregal,
Sanz Escartín, Palacios…, están en la nómina de autores del instituto, y entre sus fondos
bibliográicos estaban las obras de Ward, Tarde, Spencer, Le Play, Le Bon, Durkheim, Veblen,
Weber, Simmel, Tönnies, Schafle, Von Wiese, Michels, Ferrari…., que demuestra el compromiso
con la ciencia del krausoinstitucionismo.
El espíritu de la reforma social fue más allá de la labor de la propia institución. Discípulo de
Giner, criminólogo y sociólogo eminente de larga trayectoria, fue Constancio Bernaldo de Quirós,
colaborador habitual del instituto de reformas Sociales, primero, y del Ministerio de Trabajo,
después, gran estudioso del espartaquismo y el bandolerismo en Andalucía, y autor de numerosos
estudios de enorme interés y rigor sobre el trabajo y la población campesina en España. Algo
distinto es el caso de Juan Díaz del Moral, que había estado vinculado a la institución Libre de
Enseñanza, autor de Historia de las agitaciones campesinas andaluzas, una obra brillante cuya
primera edición data de 1920, en la que narraba con excesivo psicologismo los sucesos del llamado
«trienio bolchevique» en Andalucía, a partir de su experiencia en aquellos años como notario en
Bujalance, un pueblo de la provincia de Córdoba33. También, entre la literatura social generada en
instituciones privadas y en corporaciones, como la real Academia de Ciencias Morales y Políticas,
especializada en la política, la economía, el derecho y la ilosofía, había trabajos muy notables. En
los seminarios diocesanos también se dio, tras la encíclica Rerum novarum, un enfoque racional de
los problemas de la sociedad moderna. En los ateneos o en las sociedades económicas de amigos

31 román MiGUEL, « La república obrera : cultura política popular, republicana y movimiento obrero en España entre 1834
y 1873 », en Claudia CABrEro, xuan BAS CoSTALES, Víctor roDríGUEz inFiESTA y Sergio SÁnCHEz CoLLAnTES,
La escarapela tricolor : el republicanismo en la España Contemporánea, oviedo, KrK, 2008, p. 21-54.
32 Angel MArVAUD, La cuestión social en España, Madrid, revista de Trabajo, 1975. Gonzalo CAPELLÁn DE MiGUEL,
« Cambio conceptual y cambio histórico. Del pauperismo a la « cuestión social », Historia Contemporánea, n.º 29 (ii),
2004, p. 539-590 ; Enciclopedia del pauperismo, tomos iii y iV dedicados a la cuestión social y a la cuestión obrera.
33 Sobre la vida y la obra de Constancio Bernaldo de Quirós, que arranca con la generación de los Posada, Sela, Dorado
Montero, Buylla, Marvá… y llega, con Jiménez de Asúa, ruiz Funes… en los años treinta, hasta el exilio americano y la
muerte en México en 1959, véase el estudio preliminar de José Luis GArCíA DELGADo, en Constancio BErnALDo DE
QUiróS, El bandolerismo andaluz, Madrid, Turner, 1977 ; El « espartaquismo » agrario y otros ensayos sobre la estructura
económica y social de Andalucía. Edición al cuidado de José Luis GArCíA DELGADo, Madrid, revista de Trabajo, 1978.
Juan DíAz DEL MorAL, Historia de las agitaciones campesinas andaluzas : Córdoba (antecedentes para una reforma
agraria), Madrid, Alianza, 1977.

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del país, tomaron, en muchos casos, como referencia la literatura del pauperismo que se había
hecho en Gran Bretaña, pero no llegaron a igualar la sistematización de datos, ni el grado de
profundidad del análisis de aquella34. Un tipo de literatura social comprometida se encuentra en las
obras de Francisco Mora o de Anselmo Lorenzo35, de un mérito indudable, pero no comparables
al impresionante trabajo de campo de las obras de los Webb sobre los sindicatos británicos
o sobre la democracia industrial. ni siquiera las obras de Juan José Morato, más próximas al
método histórico, dejan de ser historias militantes del socialismo, que no pueden ser consideradas
antecedentes de una historia social profesionalizada36. Solamente, el apéndice que Manuel núñez
de Arenas aportaba sobre el movimiento obrero en España a la obra general de George renard,
que constituye una de las pocas referencias académicas de esos años para el estudio de los conlictos
obreros y el asociacionismo en el siglo xix, con fuentes directas e indirectas bien contrastadas,
puede ser considerado el antecedente de una historia obrera en nuestro país.
núñez de Arenas, intelectual socialista, que había fundado en Madrid la Escuela nueva en
1911 como una vía de divulgación alternativa al obrerismo que caracterizaba al socialismo
español, había presentado en 1915 su tesis doctoral sobre ramón de la Sagra –igura eminente
en el socialismo utópico español y, hasta cierto punto, inclasiicable por su cosmopolitismo y
versatilidad, experto en cuestiones sociales y derecho penitenciario–, con un planteamiento
riguroso de síntesis entre las dimensiones sociales y culturales de la historia. Su inluencia en
un joven Manuel Tuñón de Lara, cuando en los años cuarenta ambos coincidieron en París en
el exilio, sería la conirmación de la importancia que sus planteamientos sobre el estudio del
movimiento obrero alcanzarían en los años sesenta y setenta en sucesivas generaciones de
historiadores españoles que recibirán su herencia a través de Tuñón de Lara37. Entretanto, la falta
de tradición de una historiografía académica autóctona dedicada a la investigación de lo social,
compensada muy parcialmente por las aportaciones del exterior, importantes, sin duda, como
la de Ángel Marvaud o la de Max nettlau, pero insuicientes, si se compara con la «literatura
social » británica, alemana, francesa y americana38, no había contribuido a que la historia social
estableciera un corpus de conocimiento sistematizado. La política y los acontecimientos políticos
seguían siendo el eje del discurso histórico en la obra de Antonio Ballesteros Beretta o de Melchor
Fernández Almagro y lo social mantenía un valor puramente accesorio. Sin haber apenas diálogo
con la sociología, a la altura de los años treinta, la historia social en España ofrecía una imagen
mortecina, de la que la excepción, en último extremo, podría ser rafael Altamira. Mientras que
desde la ciencia social se habían abierto, ya en los primeros años del siglo, las líneas maestras
de investigación sobre las nuevas realidades sociales desde el marco del positivismo, los efectos
morales del 98 en la conciencia colectiva de las elites intelectuales españolas se traducían en una
vuelta de tuerca al historicismo, en una búsqueda de las raíces de España en la Edad Media y
en el Siglo de oro por parte del Centro de Estudios Históricos39. Después de la Guerra Civil, la
atmósfera intelectual del franquismo, dominada por la ilosofía de la autarquía –más que una
orientación económica, una forma de interpretar el mundo– y por una acepción del catolicismo
que impregnaba al núcleo mismo de la ciencia, impidió que la historiografía nacional tuviera
conocimiento de los términos en que se estaba planteando el debate internacional, no ya sobre la
historia social, sino sobre la historia en general y sobre la ciencia.

34 Gonzalo CAPELLÁn DE MiGUEL, La España armónica. El proyecto del krausismo español para una sociedad en conlicto,
Madrid, Biblioteca nueva, 2006. Feliciano MonTEro GArCíA, La Rerum Novarum y el primer catolicismo social en
España, Madrid, Consejo Superior de investigaciones Cientíicas, 1983, y « Los católicos y la reforma social. 1890-1914 »,
en Juan ignacio PALACio MorEnA (coord.), La reforma social en España. En el centenario del Instituto de Reformas
Sociales, Madrid, Consejo Económico y Social, 2004, p. 99-128. Mariano ESTEBAn DE VEGA, « introducción » y « Pobreza
y beneicencia en la reciente historiografía española », en Mariano ESTEBAn DE VEGA (ed.), Pobreza, beneicencia y
política social, Ayer, n.º 25, 1997, p. 10-13 y 15-35.
35 Anselmo LorEnzo, El proletariado militante. Prólogo, notas y cronología de José ÁLVArEz JUnCo, Madrid, Alianza,
1974.
36 Juan José MorATo, Pablo Iglesias Posse. Educador de muchedumbres, Barcelona, Ariel, 1968, y La cuna de un gigante.
Historia de la Asociación del Arte de Imprimir, Madrid, Ministerio de Trabajo, 1984. Edición facsimilar a cargo de
Santiago Castillo. Santiago CASTiLLo, Trabajadores, ciudadanía y reforma social en España : Juan José Morato (1864-
1938),Madrid, Siglo xxi/Fundación F. Largo Caballero, 2005, 2 vols.
37 George rEnArD, Sindicatos, trade unions y corporaciones, Madrid, Daniel Jorro, 1916 ; en la edición con prólogo,
apéndice e índice bibliográico sobre movimiento obrero español, se habla de Manuel núñez de Arenas. Manuel nÚñEz
DE ArEnAS y Manuel TUñón DE LArA, Historia del movimiento obrero español, Barcelona, nova Terra, 1970. Sobre el
apéndice de 150 páginas que a la obra de renard aportó núñez de Arenas, trata robert Marrast en el prólogo, p. 7-9.
38 Ángel MArVAUD, La cuestión social en España, op. cit. Sobre la importancia de la obra de MArVAUD, véase Antonio
niño, Cultura y diplomacia. Los hispanistas franceses y España. 1875-1931, Madrid, Consejo Superior de investigaciones
Cientíicas/Casa de Velázquez, 1988. La obra de Max nETTLAU, ilólogo e historiador austríaco, es un referente universal
de erudición y divulgación del anarquismo ; especialmente importantes son sus estudios sobre la internacional en España
y sus diversos trabajos sobre la historia del anarquismo, publicados en La Revista Blanca : Bakunin : La Internacional y la
Alianza en España (1868-1873). Estudio preliminar y notas de Clara E. LiDA, nueva York, iberaza, 1971.
39 Gonzalo PASAMAr ALzUriA, Historiografía e ideología en la postguerra española : la ruptura de la tradición liberal,
Prensas Universitarias de zaragoza, 1991. Santos JULiÁ, Historia social, Sociología histórica, Madrid, Siglo xxi, 1989.

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¿ Rupturas historiográficas o crisis de crecimiento ?
Aunque en España no faltan las relexiones críticas retrospectivas sobre la historia social, no son
frecuentes los testimonios bio-historiográicos –un género de ego-historia que ha sido cultivado
en otras historiografías–, en los que los historiadores asumen las inluencias en sus etapas de
formación, las rupturas o las continuidades, sin auto-justiicaciones ni auto-exculpaciones,
integrando polémicas, evoluciones y cambios como parte del ejercicio de maduración inherente al
oicio. Los testimonios de Patrick Joyce sobre su condición de historiador «revisionista » remiten a
su propia biografía al haber nacido en los años cuarenta en Londres, en una familia de inmigrantes
irlandeses, y al haber podido comprobar, al llegar, casi accidentalmente, al Balliol College de
oxford, que su experiencia de la clase obrera –una clase obrera ruda, bebedora, que votaba a los
tories y no a los laboristas–no se correspondía en absoluto con la visión idealizada que de ella se
tenía en los debates de aquel ambiente exquisito de historiadores radicales, protestantes y de clase
alta o media alta, entre quienes Joyce, irlandés, aunque católico no practicante, se consideraba un
completo outsider40. igualmente revelador es el testimonio de Geoff Eley, historiador social iel
a sus orígenes, y cuya experiencia en el Balliol, a diferencia de Joyce, había sido la del joven de
provincias, de clase media baja, deslumbrado por un ambiente que él mismo describe como una
mezcla de alta cultura intelectual francesa y baja cultura popular americana del cine de Hollywood,
y que reconoce resultó decisivo para su formación como historiador41.William H. Sewell Jr., uno
de los historiadores sociales americanos inclinado tempranamente desde el marxismo hacia una
vía « culturalista », reconoce las inluencias de la generación que le precedió, unos historiadores
comprometidos con su tiempo, como Herbert H. Gutman, con quien trabajó en su época pre-
doctoral, así como en la lectura de unas obras decisivas, entre las que destaca The Making de
E.P. Thompson, The Vandée de Charles Tilly, o Poverty and Progress de Stephan Thernstrom, que
en los años sesenta establecieron las bases para una historia de la ordinary people, una historia
« desde abajo », que, a su juicio, había representado para los historiadores de su generación,
marcada por el « sesentayochismo », una especie de nuevo paradigma42.
Los testimonios de los historiadores sociales extranjeros, que se iniciaron en el oicio en torno
a los años sesenta y setenta, hablan de inluencias decisivas de generaciones de historiadores
« comprometidos » con su tiempo, pero también de ambientes formativos de debate universitario
y de lujos e intercambios de ideas, situaciones y sensaciones que se echan en falta en España.
Santos Juliá, en referencia a la historia social, consideraba que la ausencia previa de un diálogo
sistemático entre las ciencias sociales y la historia, capaz de inspirar corrientes historiográicas
autóctonas, era una de sus causas. Salvo excepciones concretas, después de la Guerra Civil, la
inluencia exterior había sido escasa en la historiografía española, en general, y, en particular, en
la historia social, y los temas que habían suscitado interés en las generaciones más inluyentes
en la historia social internacional, como la transición del feudalismo al capitalismo, la
industrialización y los niveles de vida, las conductas en sociedad de masas, etcétera, ya fuera en
Estados Unidos, inglaterra o Francia, no habían dado lugar a ninguna polémica en la atmósfera
cientíica e intelectualmente mortecina de la dictadura43. De ahí que, cuando José María Jover
en « Conciencia burguesa y conciencia obrera en la España contemporánea », inicialmente un
texto para una conferencia, reivindicaba al sujeto colectivo al que las fuentes no concedían
más atención que ser un simple número en un censo de población, pareciera una propuesta
metodológica rompedora para la época44. Jover utilizaba, además, con exquisita precisión
categorías como pueblo, clase trabajadora, burguesías de agitación y de orden, procesos de
aparición de la ciudadanía, socialización política, reclamaciones de derechos, cambios en las
actitudes de la sociedad…, una muestra pionera de una historia social de conceptualización
depurada, otra manera de leer las fuentes y de plantear las indagaciones sobre causas y efectos
en los procesos de construcción de la conciencia social45.

40 Sobre el « revisionismo » de Joyce, véanse Patrick JoYCE Visions of the people. Industrial England and the question of
class, 1848-1914, Cambridge University Press, 1994, p. 1-23, y « More Secondary Modern than Postmodern », Rethinking
History, n.º 5, 3, 2011, p. 367-382.
41 Geoff ELEY, Una línea torcida. De la historia cultural a la historia de la sociedad, Valencia, PUV, 2008, p. 59-70 y 90-
104.
42 William H. SEWELL Jr., Logics of History. Social Theory and Social Transformation, Chicago, University of Chicago
Press, 2005.
43 Santos JULiÁ, Historia social, Sociología histórica, op. cit.
44 José María JoVEr zAMorA, « Conciencia burguesa y conciencia obrera en la España contemporánea », en Política,
diplomacia y humanismo popular en la España del siglo XIX, Madrid, Turner, 1976, p. 47-82.
45 José SÁnCHEz JiMénEz, « La « historia social » en la investigación de José María Jover zamora », Cuadernos de Historia
Contemporánea, n.º 9, 1988, p. 41-45 ; ignacio PEiró, « La normalización historiográica de la historia contemporánea
en España : el tránsito de José María Jover zamora », en Teresa María orTEGA LóPEz (ed.), Por una historia global. El
debate historiográico en los últimos tiempos, op. cit., p. 321-390.

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Jover había colocado a las clases populares y a los trabajadores en el mapa de la historia,
junto a las diferentes burguesías ; pero en los años sesenta el movimiento obrero centralizaría
una buena parte de la investigación en historia social, como una forma más de hacer oposición
al régimen desde las universidades. En El movimiento obrero en la historia de España, publicado
en 1972, Tuñón de Lara airmaba, en la línea de núñez de Arenas, la centralidad del movimiento
obrero en la historia nacional, en un momento en el que las luchas sindicales y las movilizaciones
obreras estaban siendo políticamente decisivas contra la dictadura agonizante, lo que inspiró
a un buen número de historiadores en ciernes a dedicarse al estudio de los trabajadores, de
sus organizaciones, sus luchas, su propaganda. Poner en cuestión que la conlictividad social
y laboral en la España de los siglos xix y xx respondiera a un proceso canónico de formación
de clase, lucha de clases y conciencia de clase madura, como había hecho Fusi en el prólogo de
Política obrera en el País Vasco, probablemente solo se podía hacer en aquellos momentos desde
oxford, donde Fusi se había doctorado, y donde había adquirido la costumbre de cuestionar los
tópicos y sustituirlos por razonamientos lógicos46. La apertura hacia el exterior para conocer
otras formas de hacer historia se extendió y dio enseguida resultado, como lo demuestra la
difusión que alcanzó en los ochenta la renovación del marxismo británico y, especialmente, The
Making of the English Working Class de E.P. Thompson47.
Aunque en España se conocía algo la obra de E.J. Hobsbawm –por ejemplo, Rebeldes
primitivos, aunque escrita en 1959, se había traducido al español y editado por Ariel en 1968–,
la edición por Laia en castellano de The Making de E.P. Thompson en 1977, con el título La
formación histórica de la clase obrera, Inglaterra 1780-1832, marcaría un antes y un después.
En su obra, E.P. Thompson había situado la conciencia de clase de los trabajadores de oicios
y artesanos antes que en los obreros de las fábricas, y relacionaba las formas de conciencia con
experiencias de naturaleza « cultural », no determinadas por estructuras económicas y sociales, lo
que rompía con la interpretación ortodoxa de la aparición del proletariado como un fenómeno
universal vinculado a la industrialización. Sin embargo, la interpretación que E.P. Thompson
había ofrecido para inglaterra no funcionaba en España, donde el proceso de formación y de
conciencia de las clases trabajadoras no se correspondía con el patrón de la revolución industrial
británica, que era, a su vez, radicalmente diferente al de la clase obrera urbana de la Francia
del Segundo imperio y al de los obreros industriales de la Alemania de Bismarck. En España,
el proceso de formación de clase se remitía a la aparición del obrerismo organizado, a un tipo
de sindicalismo primitivo circunscrito mayoritariamente a los núcleos industriales, al que la
penetración de la propaganda de la internacional, en el ambiente efervescente de la revolución
de 1868, le prestó los elementos doctrinales de los que carecía inicialmente. A partir de la
internacional, el obrerismo se autonomizaba de la política, del republicanismo, y, en sintonía
con el pleito interno que en la AiT había enfrentado a marxistas y bakuninistas, evolucionaba
escindido en dos grandes corrientes, la socialista y la anarquista, con sus correspondientes
organizaciones. En esa interpretación estanca del movimiento obrero, los periles sociológicos
de las clases trabajadoras habían quedado desdibujados y sus motivaciones para la acción se
deducían, casi mecánicamente, del carácter más o menos inlamado de la propaganda o de la
moderación o violencia de sus manifestaciones48.
A pesar de que era un libro desconcertante y de lectura difícil, la divulgación de The Making
aumentó el interés en España por la obra de E.P. Thompson, su polémica con Althusser en Miseria
de la teoría, sus relexiones sobre los procesos de formación de clase e, incluso, su militancia
política en el movimiento paciista y contra las armas nucleares. Si fue una moda pasajera, como
sentenciaron en tono reticente los partidarios de la ortodoxia marxista, o un estímulo renovador,
como creyeron los más optimistas, lo cierto es que, consciente o inconscientemente, muchas de
las cuestiones relativas a la formación y conciencia de clase, a la acción colectiva y a las luchas
obreras, se replantearon, y se generalizaron términos como « economía moral de la multitud »
o « experiencia plebeya de proletarización », que resultaban menos rígidos que los de ideología,
conciencia, clase en sí y clase para sí49. Manuel Pérez Ledesma demostró en los noventa que la
formación de clase en España, con sus características especíicas, también había sido un proceso
cultural, como E.P. Thompson había planteado para inglaterra o Sewell para Francia50.

46 Juan Pablo FUSi, Política obrera en el País Vasco, 1880-1923, op. cit., p. 8.
47 Mónica BUrGUErA, « reading E.P. Thompson today : a view from Spain », Social History, n.º 30.4, 2014, p. 557-572.
48 José ÁLVArEz JUnCo y Manuel PérEz LEDESMA, « Historia del movimiento obrero, ¿ una segunda ruptura ? », op. cit.
49 La cuestión está desarrollada en Ángeles Barrio ALonSo, « The making of the english workingclass, 50 años después : su
legado para la historia obrera », ponencia presentada a las jornadas « Medio siglo después. E.P. Thompson y la formación
de la clase obrera en inglaterra », que se celebraron en junio de 2013, organizadas por la Fundación de investigaciones
Marxistas y la Fundación 1º de Mayo, con motivo de los cincuenta años de la publicación de la obra (en prensa).
50 Manuel PérEz LEDESMA, « La formación de la clase obrera. Una creación cultural », en rafael CrUz y Manuel PérEz
LEDESMA (eds.), Cultura y movilización en la España contemporánea, Madrid, Alianza, 1997, p. 201-233.

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En el marco que ofrecía el constructivismo de la sociología americana y la teoría de la
movilización de recursos, el foco antes puesto en una historia de las elites y las organizaciones
obreras se había desplazado hacia la historia de los movimientos sociales y la acción colectiva,
y la identidad de clase perdió centralidad dentro del estudio de las identidades, en general, y,
en especial, las de nación y género51. El interés de los historiadores sociales españoles se había
trasladado desde la determinación objetiva de lo económico en lo social, hacia lo particular,
lo subjetivo, lo « cultural », y se había adentrado en territorios poco explorados, como la
historia con fuentes orales, la microhistoria, la historia intelectual, si bien con resultados muy
dispares. En el umbral del siglo xxi, el debate sobre la naturaleza de « lo social » se centraba
ya en las implicaciones del postmodernismo y el « giro cultural » en la llamada historia post-
social. La cuestión se planteaba ahora en unos términos, que desbordaban con creces el enfoque
« culturalista » que E.P. Thompson había aplicado al proceso de formación de clase en inglaterra.
Ya no se trataba de determinar en qué nivel de la experiencia se producía la conciencia y esta
desencadenaba la acción, como había planteado Thompson en su célebre texto « ¿ Lucha de clases
sin clase ? », sino si la formación de clase se producía con total independencia de la voluntad de los
individuos, de los factores que deberían impulsar o limitar, según los casos, su acción, al margen
de los sujetos colectivos, si se producía, en deinitiva, a partir de los discursos y los imaginarios,
en las construcciones lingüísticas y los universos mentales o en las representaciones simbólicas,
lo que situaba el debate historiográico en una dimensión que requería nuevos registros para
la interpretación de los grandes procesos relativos a la experiencia como factor de la acción.
La historia social se había hecho más ambiciosa y compleja en sus planteamientos e, incluso,
más soisticada en sus enfoques, y, dentro de ella, la historia obrera tenía más que ver con la
antropología que con la denostada historia-batalla del pasado.
Los debates que hoy se plantean acerca de su futuro son, en cierto modo, subsidiarios de
situaciones precedentes, de un « pasado » historiográico que debería ser interpretado, en buena
lógica, en clave histórica, pero también de personalismos y pequeñas « guerras » académicas
por el control del discurso canónico, y de prejuicios, mucho más arraigados de lo que pudiera
parecer, que siguen considerando a la historia social, en general, y a la historia obrera, en
particular, como un terreno propio de historiadores izquierdistas, un género menor, en cualquier
caso, en comparación con la trascendencia de los grandes temas de historia política y sin el
atractivo para el público y los lectores de la historia cultural. La política no ha abandonado
hoy la historia social, pero no puede ser excusa para no creer que es posible una historia obrera
libre de prejuicios políticos, en la que las perspectivas de las categorías de la historia obrera
clásica sean más amplias que cuando se dejaron de aplicar allá por los ochenta. Habrá que
buscar fuera de los límites del Estado-nación, que ha dominado las historiografías por países,
los elementos comunes que caracterizan a los diferentes procesos de formación de clase, y que,
al mismo tiempo, no condenen a la historia obrera a la sectorialización. Habrá que plantear
las relaciones de clase en el marco del sistema productivo y, aunque se formalicen a través de
las distintas maneras de organización del trabajo, no aislarlas de los sistemas y subsistemas
de poder que implica su propio funcionamiento. Habrá que considerar, asimismo, que, más
allá del carácter discursivo de algunas realidades, y del papel de los valores de tipo cultural y
moral en la experiencia tanto individual como colectiva de los sujetos, las políticas económicas
y sociales, la legislación, los derechos, las normas…, el papel del Estado, en suma, no pueden
ser consideradas como variables independientes en los procesos de formación y conciencia de
clase. Volver la vista hacia una historia del trabajo industrial, recuperando aspectos esenciales
hoy olvidados, como las relaciones en el marco de la producción, el posible poder estratégico
de los trabajadores, la percepción de la idea de trabajo por parte de los trabajadores, y no
solo sus efectos, sus actitudes ante la experiencia del trabajo, una suerte de « cultura » del
mundo productivo, podría ser una alternativa a la desorientación de la historia del movimiento
obrero, en permanente orfandad desde los años ochenta. En cualquier caso, nada que no
haya ocurrido en la historiografía internacional, con parecidos costes y resultados52. Historia
social renovada, historia social postmoderna, historia post-social, podrían parecer fórmulas
incompatibles fuera de un pluralismo metodológico, que, sin embargo, con aciertos y errores,
debe aportar riqueza y variedad a nuestra historiografía. ¿ Será que, efectivamente, y pese a
todo, estamos a punto de ganar la batalla de la historia social, como vaticinaba Tuñón de Lara
en su última lección magistral ?

51 rafael CrUz, « El órgano de la clase obrera. Los signiicados del movimiento obrero en la España del siglo xx », Historia
Social, n.º 53, 2005, p. 155-174.
52 Manuel PérEz LEDESMA, « Historia social e historia cultural (sobre algunas publicaciones recientes) », op. cit. Ángeles
Barrio ALonSo, « Anotaciones acerca de la historia social y la historia del movimiento obrero en España », op. cit., y
« The making of the english working class, 50 años después : su legado para la historia obrera », op. cit.

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