Updated - Cap4 - La Empresa Consciente - Fredy Kofman - 23
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Una opinión es
subjetiva. “Yo considero que tú deberías ir a dormir.” “Este capítulo me parece
interesante”. “Creo que es un gran día para esquiar”. Las opiniones se forman en
nuestra mente, y las otras personas no pueden leer la mente. Las opiniones son
privadas, no se refieren al mundo observable, sino a nuestras ideas sobre él. Para
expresar opiniones podemos usar oraciones del tipo: “Pienso que S es P”, o “Para
mí, S es P”. El sujeto de nuestras opiniones siempre somos nosotros mismos.
En el diálogo que mencioné, Eduardo habría podido afirmar: “Este informe es
demasiado largo para lo que me propongo exponer en la reunión”. Cristina habría
podido decir: “Creí que era la clase de informe que necesitabas”. Estas oraciones
expresan las opiniones de Eduardo y Cristina. Pueden ser sinceras o engañosas, pero
no son verdaderas o falsas en ningún sentido objetivo.
Los seres humanos observamos hechos y nos formamos opiniones incesantemente. Cuando
nos encontramos con alguien, no sólo prestamos atención a su ropa. Hacemos una
valoración de esa persona a partir de lo que pensamos de su ropa. No decidimos
voluntariamente tener opiniones, evaluamos todo lo que nos rodea de manera
constante y automática. Muchas de esas opiniones son útiles. Pero muchas otras son
tóxicas.
Una opinión es tóxica cuando se disfraza como un hecho. A causa de su estructura
sintáctica, una opinión tóxica parece expresar un hecho. Por ejemplo: “El brócoli
es asqueroso” o “Eduardo es un imbécil”. Estos juicios simulan ser algo más que
opiniones. Usan el lenguaje de los hechos. Podemos hacerlos aún más engañosamente
objetivos agregando palabras tales como “realmente”, “verdaderamente” y
“objetivamente”. Por ejemplo: “Este trabajo es realmente difícil”. “El problema
real es que estás empecinada en hacerlo a tu manera.” “Tu conducta es
verdaderamente despreciable.” “Objetivamente, San Francisco es el mejor lugar para
vivir.”
El problema con las opiniones tóxicas es que hacen una afirmación que pretende ser
la descripción de una realidad objetiva. Por lo tanto,
opiniones tóxicas disímiles provocan conflicto. Si yo prefiero vivir en San
Francisco y usted, en Nueva York, tenemos opiniones diferentes. Si yo digo “San
Francisco es el mejor lugar para vivir”, y usted dice “Nueva York es el mejor lugar
para vivir”, tenemos un conflicto.
Esta es, precisamente, la toxicidad de la arrogancia ontológica. El controlador,
ignorando sus modelos mentales, entiende sus opiniones como descripciones
verdaderas del mundo “real”, igualmente perceptible para todas las personas. No
dirá: “No como brócoli porque no me gusta” o “No sé cómo trabajar con Susana”, dos
oraciones donde el sujeto es la primera persona. Enunciará oraciones en tercera
persona que pretenden describir cómo son las cosas en lugar de decir qué piensa
sobre esas cosas.