Ayudante de Cupido
Ayudante de Cupido
Ayudante de Cupido
Levantó su rostro impaciente para ver por enésima vez la hora que
marcaban las pequeñas manecillas del reloj, reparando que faltaban
casi tres horas para que sonara el timbre de salida y así partir hacia
el encuentro con Taylor Blair. Gala tamborileó la superficie de su
asiento con sus delgados dedos tratando vanamente el de
desaparecer esa angustia mezclada con ansiedad que en todo el día
había estado presente en ella, y que con el pasar de los minutos se
acrecentaba más.
—¿Te gustaría ayudarme mañana a acomodar todas estas cajas? No
pretendo hacerte trabajar en tu condición, pero serías mi apoyo
emocional, sin mencionar que tendría una agradable compañera para
poder trabajar mejor —fueron las palabras dichas por Taylor el día
anterior cuando ambos coincidieron por casualidad en el consultorio
de la doctora Harrison.
Las mariposas en su estómago revoloteaban con mayor intensidad
con sólo idealizar que esa misma tarde lo vería de nuevo, ahora sin la
necesidad de tener que ocultarse en esos absurdos escondites que le
permitían verle de lejos y soñar con momentos mágicos que por
meses consideró imposibles, y que ahora gracias a lo que fuese que
Blake Riker estuviese haciendo para ayudarla eran toda una
maravillosa realidad.
—"Te extraño tanto, Taylor" —fue la fugaz reflexión que atravesó su
mente.
Tal y como si fuese un rayo que surgía de la nada todos los sucesos
que experimentó en ese increíble sueño regresaron a ella de forma
intempestiva. Sus pómulos se sonrojaron y de forma involuntaria sus
dedos rosaron sus labios pareciéndole sentir aún el indescriptible
calor que como ladrón se había apropiado de su boca. Su piel se
erizaba ante el recuerdo de ese contacto y su cuerpo quemaba entre
una insólita y apasionada combinación de deseo e incertidumbre que
no comprendía, pero ¿Por qué? ¿Por qué si sólo fue un sueño su
cuerpo reaccionaba de esa forma?, o ¿No lo había sido?
Muchas veces había escuchado decir que los sueños llegaban a ser
casi tan reales que era fácil confundirlos con la realidad, pero esto
era demasiado. Aún le era posible revivir la textura de su rostro, la
asombrosa fuerza de sus manos que exasperadas la acercaban más y
más hacia él, llegando a respirar ese agradable aroma masculino que
despedía y que de alguna manera le inundaba los sentidos y...
—¿Será que la clase es tan fastidiosa que no merece un poco de tu
atención?
Gala despertó de su ensimismamiento preguntándose una y otra vez,
¿cuánto tiempo se había perdido entre sus pensamientos?, al parecer
lo suficiente para llamar la atención no solo de Oliver que la avistaba
con un desagrado fulminante, sino también la de sus compañeros que
le inspeccionaban con algo de curiosidad y otros con burla y
diversión por haber hecho la faena del día.
—Lo siento, solo estaba algo distraída, eso es todo —Gala se aventuró
a decir en su defensa poniéndose de pie, lo que provocó que su
profesor se alejara de la pizarra y se aproximara a ella con su típico
libro de aritmética entre las manos.
Con cada paso que daba su penetrante mirada continuaba clavándose
sobre su persona causándole una rara sensación de incomodidad,
entendiendo algo tarde que su respuesta no la salvaría de otra tarde
más de castigo y aburridos ensayos por parte del docente Oliver
Singer.
—En ese caso termina de distraerte fuera de mí clase —Oliver
finiquitó de modo autoritario y déspota. Apresó de mala gana la
mochila y se la entregó a su pasmada estudiante, indicándole que
abandonara el salón cuanto antes.
Oliver estaba consciente que sacarla no era la mejor decisión, sin
mencionar que era por demás excesivo, sin embargo, por ahora no
deseaba seguir viendo esa cara de enamoramiento perpetuo que Gala
dejaba ver cada vez que se perdía en su interminable dimensión de
fantasías y lindos mundos de color de rosa.
La divisó con detenimiento. Sus tersas mejillas ruborizadas, su largo
y castaño cabello cayendo cual cascada sobre sus hombros, sus
apetitosos y tentadores labios entreabiertos por la sorpresa de su
raro comportamiento. Toda ella era hermosa, era una maravillosa
obra de arte que deseaba tocar y ver por horas y días enteros,
saciarse de todo cuanto esa pequeña niña representaba, no obstante,
debía recordar que toda buena creación estaba prohibida, en especial
para él.
Contrajo con saña sus ojos sintiendo el peso de esa terrible y
definitiva palabra caer y desmoronar en miles de pedazos todo lo que
alguna vez pudo haber idealizado al lado de su despistada alumna.
Cada día era más y más difícil el seguir soportando esta situación. El
verla diariamente, conviviendo todas esas horas junto a él, saberla
tan próxima, tan cercana y a la vez tan infinitamente lejos era algo
que ya no resistía, pero él solo era su profesor, ¿qué más podía
esperar?
—Nada, eso lo sé muy bien —pensó Oliver voz alta y en tono
melancólico ante la mirada de confusión de la joven.
—¿Disculpe?, ¿A qué se refiere con eso? —Gala inquirió algo ofuscada
por la conducta de Oliver, quien por su parte regresó a la cruda
realidad al oír la demanda de quien habitualmente inundaba sus
utópicos sueños con dulces y mágicos períodos.
—A nada que le concierne Brenton, así que salga de mí clase antes de
que le suspenda la entrada por tres días más.
—Pero... —Gala no habló más, de ninguna manera le daría el gusto de
verla implorar para que no la sacara del salón, así que sin decir un
vocablo más recogió sus pertenencias y se retiró.
Transitó por algunos minutos sin rumbo fijo prefiriendo ir hacía los
jardines del instituto y esperar todo lo que quedaba de la hora de ese
odioso hombre que disfrutaba en arruinar su vida para que ella
pudiera regresar y tomar su siguiente clase apacible. Sus pasos eran
lentos y sin prisa permitiéndose el admirar como las nubes adquirían
tonalidades grises y negruzcas, indicativo que dentro de poco caería
una fuerte tormenta.
Una opresión se agolpó en su interior, era cierto que los días de
lluvia la inquietaban, pero este en particular tenía algo que no podía
explicar. La sensación del aire sacudiéndola con ligereza, el lúgubre
ruido de las ramas de los árboles que chocaban unas con otras, el
abandono y la angustiante quietud de la zona. Todo era igual,
absolutamente todo lo que la rodeaba era como revivir aquella tarde
en la que había logrado escapar hace tres años atrás.
—Será mejor que regrese —dijo Gala decidida antes de tener la
sensación de que algo o alguien la asechaba muy de cerca, tal vez
demasiado. Giró a todos lados en busca de lo que fuese aquello que la
venía siguiendo, pero nada, todo parecía indicar que ella era la única
persona que se encontraba en el lugar—. Creo que estoy
enloqueciendo —soltó entre risas nerviosas. Esperó unos segundos
hasta relajarse del todo y emprender de nueva cuenta su camino,
pero se detuvo. Ahora no había la menor duda, ya no se encontraba
sola. Podía escucharlas con claridad, esas firmes pisadas se
acercaban más y más hacía donde estaba—. ¿¡Quién está aquí!? —
demandó ella creyendo su corazón colapsar cuando sus ojos se
posaron sobre esa imponente y masculina figura vestida de negro tal
y como era su costumbre.
—Calma, te garantizo que no te haré daño... al menos por el momento
—manifestó Drake Brenton sin más saliendo de su escondite—. Moría
por verte unos minutos —confesó a Gala ocasionándole un doloroso
nudo en el estómago al verlo salir de las sombras que lo refugiaban.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo es que pudiste entrar? —le disputó con
suma seguridad Gala tratando de ocultar el enorme pavor que sin
más empezaba a paralizar su cuerpo.
Movió su cabeza con disimulo en todas direcciones en busca de una
posible salida que le ayudara a huir de Drake si la situación lo
ameritaba, pero cayó en la terrible conclusión de que estaba
acorralada y a su entera disposición. Se maldijo internamente por su
torpeza al alejarse tanto, ahora no tendría más opción que enfrentar
a su temido primo.
—Es increíble que después de tantos años de conocerme sigas
subestimándome, cariño —Drake rio por lo bajo al verla respirar con
mayor dificultad y palidecer a cada paso que daba para avecinarse a
ella—. Para mí no hay imposibles, creo que eso aún lo debes de
recordar —musitó a su oído lo bastante cerca para permitirse
disfrutar del dulce aroma que despedía ese cuerpo de mujer que
tanto lo desquiciaba.
—¿Qué es lo que pretendes estando aquí? ¿Qué me marche contigo?,
sabes que no lo haré —le miró directamente ella, siendo esta la
primera vez que sus ojos no expresaban ese común miedo que por
años le echaron en cara al ser un signo de debilidad fuera de lo
permitido en la prestigiosa familia a la que pertenecían.
Drake la analizó con cuidado, esa joven mujer que le vigilaba con
cólera y desafío no era la misma que con anterioridad moría de
terror con su presencia. Había cambiado. Un cambio que en
definitiva le gustaba.
—Me impresionas, no imaginaba que detrás de esa fachada tan
indefensa ocultaras tantas agallas, pero después de todo somos
familia, no podía esperar menos de ti —le dijo a la chica con sumo
agrado y fascinación aplaudiendo su notorio avance—. No me cabe la
menor duda que todos estos años te han sentado de maravilla, sólo
mírate... Si tu padre te viera se tragaría sus palabras al haberte
considerado una pérdida de tiempo, es una verdadera lástima que ya
nunca más podrá hablar —expresó Drake con todo el cinismo del
mundo entre sonoras y mordaces carcajadas, estando consiente que
su prima comprendería a lo que se refería con ese comentario.
—¡Eres un canalla, a pesar de todo mi padre confió en ti y mira cómo
le pagaste! —Gala quería gritarle todo lo que se merecía, todo cuanto
había acumulado en los años en que apareció en su vida y la terminó
de hundir en el infierno. Si tan solo su padre la hubiese escuchado
nada de esto estaría aconteciendo, pero la tomaba como algo tan
insignificante que por más que se había esforzado en hacerle ver las
verdaderas intenciones de su primo, había ignorado todas y cada una
de sus advertencias—. ¡Tú lo llevaste a ese estado! ¡Tú ocasionaste su
acciden...!
El tiempo transcurrió con mucha rapidez ya que lo último que
recordaba era el estar discutiendo con Drake, para después terminar
siendo arrojada en el duro suelo debido al puñetazo que ahora
marcaba su pómulo con esos tonos tan escandalosos y difíciles de
omitir. Sostuvo la contusión con su mano, tocando al instante ese
viscoso líquido que se colaba entre sus dedos y llenaba por entero su
boca con su metálico sabor.
—Cuidado con lo que dices, hermosa mía —Drake se acercó a su
misma altura tomándola de los hombros para levantarla como si
fuese una pluma. Sacó un blanco pañuelo de su bolsillo y limpió los
restos de sangre que se acumulaban entre su labio y mentón.
Introdujo la prenda y depositó un súbito beso en la mejilla de Gala a
modo de disculpa ante su precipitado comportamiento—. Recuerda
que el responsable de lo que pasó fue tú padre, fue él quién te
entregó a mí.
—Tú tienes tanta culpa como él, ambos dispusieron de mí como si yo
fuera un miserable títere —ella se soltó de su lado, no soportaba su
presencia y mucho menos su contacto. ¿Le era tan difícil entender
eso?
—Si hubieses aceptado mi amor todo sería muy distinto, ahora serías
mí esposa, disfrutaríamos juntos de la enorme fortuna de la familia y
tú honorable padre no estaría obligado a permanecer atado de por
vida a un respirador —hizo una pausa y continuó—. Pero me
rechazaste hasta el cansancio e incluso fuiste capaz de huir esa noche
de tormenta en donde intentaste matarme, ¿lo recuerdas? —Drake
posó una mano sobre su cuello atrayéndola repentinamente hacía él y
como si se tratara de una exquisita golosina, lamió su mentón de
forma descendente imposibilitándole el moverse para evitar su roce.
—Trataba de impedir que abusaras de mí, es una pena que no te haya
matado, ¿no lo crees así? —lanzó Gala con hondo resentimiento cada
una de las palabras que salían de su boca despertando la furia de
Drake.
—¡Tú eras mí prometida e íbamos a casarnos! —pronunció él con voz
ronca sujetándola de los cabellos para lanzarla sin más a uno de los
árboles que los rodeaban. Siguió cada uno de sus movimientos con
recelo, no importándole en absoluto el dolor que incitaba en ella—.
Estaba en mi justo derecho de tomar lo que tarde o temprano será
mío —le dijo en forma amenazante.
La levantó violentamente de la base del cuello hasta la altura de su
cabeza acercando de ese modo su maltratado y asustado rostro con el
de él. Acarició sus pómulos cubiertos por el polvo, notando con
disgusto como sus lágrimas se hacían presentes ante su brusco trato.
—¿Por qué me complicas tanto las cosas Gala?, si tan solo accedieras
a mis deseos te aseguro que no habría en este mundo algo que te
negara, todo lo que tengo sería tuyo —ofreció Drake con una pizca de
ilusión en sus comentarios.
—No quiero nada que venga de ti —abrió con mucha pesadumbre sus
ojos presintiendo que su cuerpo se hacía a cada segundo más y más
pesado debido al impacto y al aire que abandonaban sus pulmones
bajo las manos que aprisionaban y cerraban su garganta—. Ja-jamás
regresaré a tu lado, no pi-pienso volver a esa pesadilla —fue la
respuesta que de forma contundente eliminó toda esperanza en
Drake de que su querida prima accediera de manera voluntaria a irse
de la ciudad e iniciar una nueva vida lejos de todo y de todos. Una
vida hecha sólo para ellos dos.
—Es por él ¿cierto?, ¡Es por el tipejo de la otra noche! —Drake gruñó
fuera de sí, no pudiendo evitar que la imagen de Blake se adentrara
en sus memorias.
El modo tan altivo e imperioso con el que se había presentado Blake,
las miradas tan llenas de complicidad que tanto Gala como él se
dedicaban y que al parecer sólo ambos comprendían lo desquiciaba.
La sola idea de que ese sujeto gozara libremente de sus besos, su
aroma, sus caricias, todas y cada una de las cosas que él había
conseguido por la fuerza sin haber obtenido alguna reacción por
parte de ella destruían por entero su razón.
—¡No lo permitiré, nunca dejaré que estés al lado de otro hombre que
no sea yo! —advirtió sin más a la muchacha que se desvanecía entre
sus brazos.
Gala trató de enfocar su vista, pero todo era inútil, solo podía
apreciar una que otra mancha que distorsionaba su visión.
—Ale-lejate de mí —balbució ella sin energía al momento en que un
estruendo llamara la atención de su victimario, permitiéndole de esa
manera el obtener un poco de ese vital elemento cuando vio liberado
su cuello de las manos de su primo.
Elevó un poco su cabeza para ver qué o quién había sido el causante,
petrificándose cuando se topara con esa enorme sombra que
golpeaba el rostro de Drake sin parar. El sonido de esa voz que sin
clemencia amenazaba a su primo por haberla agredido le era
conocida. Gal se negó en repetidas ocasiones que todo eso era
imposible, él jamás se había preocupado por ella. Desde que había
llegado al instituto, él salía en su camino haciendo todo mucho más
complicado, reprendiéndola por cosas sin sentido, mirándola con
intensidad como si deseara borrarla de la faz de la Tierra dejándola
por horas y días sin descanso bajo el peso de decenas de libros que
tenía que leer como resultado de sus constantes castigos. Y ahora se
mostraba así, con una faceta completamente diferente a la que
conocía.
Ese hombre que día con día parecía divertirse con aniquilar cada
segundo de su vida, no era el mismo que hoy la defendía de aquella
manera tan desesperada sin importarle nada más que protegerla.
—¡Esto te costará muy caro! —masculló entre dientes acechando con
desprecio a Oliver—. En cuanto a ti querida prima, será mejor que te
prepares, porque cuando menos lo esperes regresaré —Drake le
dedicó un último vistazo a la joven que trataba de incorporarse y se
marchó de la zona escolar.
—¿Estás bien? ¿puedes ponerte de pie? —Oliver interrogó preocupado
por el estado de la castaña una vez llegara hasta donde se
encontraba.
Su corazón latía desbocado y enfurecido con solo divisar esa apacible
cara de mujer opacado por el miedo y el dolor de cada maltrato que
había recibido por parte de ese salvaje chico. Deseó haberlo matado
en ese mismo segundo y eliminar todo rastro de él por tal
atrevimiento y abuso de su parte, pero por ahora era mucho más
importante que ella se recuperara de todo lo que había ocurrido.
—Estoy bien, gracias por haberme ayudado, profesor Singer —Gala
pronunció con suavidad—. Sé que no debió ser sencillo defender a
alguien que le desagrada tanto —jugó en tono divertido ante la
mirada de desconcierto de Oliver.
—¿¡Qué dices!? ¿En verdad eso piensas? —le consultó deprisa Oliver.
Siempre había tenido la idea que su distraída estudiante mantenía
una imagen errada con respecto a todo lo que tenía que hacer para
permanecer junto a ella, sin embargo, nunca creyó que pensara que
él, ese humilde profesor de aritmética que día a día se conformaba
con verla aparecer, sintiera algo más que no fuera ese profundo y
prohibido amor que esa pequeña despertaba en él.
—Estás muy equivocada —se aproximó minuciosamente llegando a
envolver su fina cintura.
Era como estar en uno de sus tantos sueños. Podía respirar su olor,
sentir el calor que despedía su cuerpo de mujer, los escalofríos que
con timidez erizaban su cremosa piel bajo su tacto y ese bello rostro
que sólo estaba separado por escasos centímetros del suyo.
—Aunque te cueste creerlo por todo lo que hago, me importas
demasiado, tal vez más de lo que yo mismo pudiera soportar —le dijo
Singer con dolor ante el peso de un secreto que ya no podía seguir
callando.
—Yo... yo creo que no comprendo —apenas podía pronunciar los
vocablos que subían por su garganta y salían a tirones de su boca.
Su cabeza daba vueltas por todas las emociones que flotaban a su
alrededor sin darle un ligero descanso para digerir la última
situación antes de que llegara a bombardearla la siguiente. ¿Por qué
pasaba todo esto? ¡Es que todos se habían vuelto locos el día de hoy!
¡Inclusive ella! Si no fuese así su corazón no se estremecería de esa
manera tan forzada ante la terriblemente corta distancia que la
separaba de su profesor.
—No hay nada que comprender —se acercó a Gala rozando su mejilla
con la de ella.
Oliver deseaba sentirla, tomar esa presencia que llenaba de luz y
sentido sus días ignorando por algunos minutos esa irritante voz que
insistente le gritaba una y otra vez que todo lo que estaba haciendo
era incorrecto y que tarde o temprano, le traería consecuencias con
un precio tan elevado que no estaba seguro de poder pagar, pero era
algo que ya no le importaba o al menos por el momento había dejado
de ser su prioridad. La inmovilizó con ambas manos mientras se
miraban mutuamente. Esta era su oportunidad de decirle la verdad y
por ningún motivo la iba a desaprovechar.
—Lo único que debes de saber es que, a pesar de todos mis principios,
de todos mis esfuerzos y de todo lo que soy, eres lo más importante
para mí, Gala —habló casi en un suspiro. La miró por un corto
segundo sólo para estrecharla con firmeza contra su pecho como si
ella se fuese a esfumar en el aire. Deseaba probar que todo era real y
lo era.
Las palabras, "Te amo tanto" cubrieron sus oídos y se almacenaron
en su mente en un tintineo constante. Gala quería hablar, decirle que
la dejara irse de ese sitio, que todo lo que hacía era un error y que, a
pesar de su confesión, su corazón desde hace mucho tiempo atrás
había hecho ya su elección. Antes de poder decir algo unos labios se
habían apropiado de los suyos. Apenas fue un leve roce, una dócil
caricia. Un cálido contacto al que no logró corresponder.
—¡Tengo que irme! —contestó ella exaltada en un esperado estado de
shock.
Se separó como pudo de Oliver y aún con todo el malestar que sentía
recorrerla salió corriendo hacía el instituto tratando de dejar atrás
todo lo que había vivido y escuchado en ese jardín.
—¡Gala, espera! —lanzó abatido al verla huir de él.
Hizo todo lo posible por detenerla, pero fue imposible, la joven ya se
había marchado dejándole el amargo sabor del rechazo incrustado
cruelmente en cada parte de su ser.
—¡Soy un estúpido! —se reprendió Oliver sintiendo como la cordura
hacía su triunfal acto de presencia demasiado tarde para su suerte.
Retrajo sus puños, ¿Cómo pudo ser tan débil e ingenuo? ¿Cómo es
que se había aventurado a siquiera soñar que Gala Brenton le
correspondería con sólo saber lo que sentía por ella? Estaba
consciente, era iluso y muy fantasioso de su parte haberlo pensado,
pero lo hizo, tontamente lo había hecho y ahora ya era demasiado
tarde para arrepentirse e iniciar como si nada hubiese pasado entre
ambos.
—Debí quedarme callado, ella no tenía por qué saber la verdad.
—¿No cree que ya es demasiado tarde para absurdas lamentaciones?
Se oyó decir por los alrededores.
De inmediato Oliver buscó al dueño de esa impávida voz que sin
saber con exactitud la razón le desagradaba. Algo había en él que
inspiraba su desconfianza desde el primer momento, una sensación
de peligro que continuamente le alertaba que ese chico de negros
cabellos y mirada desafiante era alguien demasiado misterioso.
Rodeado por un extraño halo de sombras como si tratara de ocultar
un secreto muy grande y perturbador.
Movió su cabeza con ligereza ante esas ideas sobre Blake Riker que
más bien parecía la descripción de un personaje sobrenatural salido
de esas raras y locas historias que les contaban a los niños para
asustarlos por las noches. Cuentos llenos de magia, hechiceras y
seres mitológicos que sólo eran capaces de bajar a la Tierra para
causar el mal. Algo demasiado difícil de ver por estos tiempos, sin
embargo, algo muy dentro de él se lo decía, no porque realmente
estuviese tratando con una especie de monstruo disfrazado de
humano, sino porque el mismo Riker parecía advertirlo con cada una
de sus acciones. Blake Riker, era un ser de quien tenía y debía
cuidarse.
—Qué haces aquí Riker, deberías de estar en clases —dijo Oliver
aproximándose al árbol de dónde provenía el llamado del chico.
Y ahí estaba él, cómodamente recostado sobre una de las ramas más
corpulentas y altas que ese viejo y frondoso roble podría ofrecer.
—Lo mismo podría decirle yo a usted y, sin embargo, mírenos aquí,
ambos estamos en sitios que no nos corresponden haciendo cosas que
no debemos, ¿no lo cree? —Blake soltó mordaz y sarcástico sin
apartar sus profundos ojos negros del desconcertado profesor.
Una retorcida sonrisa se formó en los labios de Blake con sólo verlo.
Podía sentir el pulso de ese profesor dispararse por los cielos, el
esfuerzo por controlar su respirar y los latidos que incontrolables se
agolpaban sobre su pecho llegando a sus sensibles oídos.
Aquello abrumó a Oliver y bastante, una especie de presión se ejerció
sobre su cuerpo provocando que sus piernas estuviesen a punto de
doblarse ante sus afirmaciones. Su cerebro trabajaba a ciento por
ciento, llegando a la misma conclusión. El chico nuevo lo sabía, ¡pero
no!, de ninguna manera podía ser cierto. No pudo haber visto lo que
pasó entre Gala y él, ¿o sí?
—No sé a qué te refieres y si eso era todo lo que tenías que decirme,
retírate a tus clases antes de que te reporte —alcanzó a revelar, tomó
aire y trató de controlarse. No era prudente el que actuara
impulsivamente delante de Blake delatándose, así como así.
—Lo que intento decir es que... —Blake se detuvo por unos segundos,
se puso de pie y con una agilidad felina saltó a tierra firme como si la
distancia fuese increíblemente pequeña. Le miró mostrando su rostro
tranquilo y relajado, muy distinto a lo que sentía cada vez que
recordaba lo sucedido—. A diferencia mía, usted aprovecha muy bien
su tiempo —sus músculos se tensaron y el deseo que reprimía por
tomarlo del cuello y eliminarlo se hicieron más presentes. Sí, deseaba
destruirlo. Aniquilar por entero al hombre que sin importarle nada
más que él mismo, se había atrevido a tocar con sus asquerosas
manos a su valiosa víctima, algo que desde luego no iba a permitir—.
Un profesor que le habla de amor a una de sus estudiantes, eso sí que
es estimulante —escupió venenoso ante la sorpresa de Oliver.
—¡Cállate, tú no sabes nada! —vociferó a pulmón abierto tomándolo
de la camisa de su uniforme para acercarlo a su altura.
—¿Pensó que Gala le iba a corresponder? —Blake enfrentó con la furia
reflejada en su oscura e inflexible mirada. Sonrió con diversión al
verlo reflexionar cada letra que salía de su boca, recordando que, en
el ordinario mundo mortal las palabras eran mucho más eficaces y
dolorosas que los golpes—. ¡Vamos sea realista y termine de poner de
una buena vez los pies sobre la Tierra! —aseveró con brusquedad
sujetando a Oliver de los brazos y retirándolos lejos de él.
—Tú no lo comprendes.
—Sé más de lo que cree, lo conveniente para asegurarle que la
pequeña Brenton jamás será para usted, no importa lo que haga, ella
está fuera de su alcance —se giró sobre sus pies dispuesto a
marcharse, no sin antes torturar un poco más a ese humano que se
aventuró a soñar con algo que no debía—. Ah y descuide, puede estar
plenamente tranquilo que yo sabré cuidar su secreto al menos por
ahora, mi estimado profesor Singer —dijo con toda la maldad del
mundo dejando en un profundo abismo de inquietud y soledad a ese
hombre que había cometido el error de poner sus ojos y corazón en
algo prohibido para él.
Las frías gotas de lluvia caían sobre sus pómulos casi transparentes,
adhiriendo con desgane los pliegues de la holgada chaqueta que
cubría con disimulo los efectos de la maldición autoimpuesta por
aquel al que debía la más absoluta de las obediencias. Un gruñido
casi bestial salió desde lo más recóndito de su garganta, presionando
seguidamente sus puños a tal extremo que incluso sus nudillos
resintieron la tirantes desgarradora con la que crujían sus demás
miembros. Se sostuvo de lo primero que alcanzó a tocar para no
desvanecerse en medio de las decenas de tumbas, presintiendo que
pronto terminaría por colapsar sin haber podido obtener las
respuestas a todas las interrogantes que taladraban sin medida su
juicio. Blake examinó cada palmo del camposanto en busca de ese
retorcido monstruo, sin embargo, todos sus esfuerzos fueron
inservibles. Soltó una hueca carcajada hacía su ineptitud, advirtiendo
que sus capacidades habían sobrepasado un límite que rayaba en lo
crítico.
—¡¿Qué esperas para salir?! —Blake vociferó en espera de una
contestación que no se veía venir.
Las ramas de los árboles se agitaron nerviosas, detectándose en los
alrededores una peligrosa aura de depredación. Estaba siendo
vigilado. No era requerido que sus habilidades estuviesen activadas
en un cien por ciento para comprobarlo. Podía presentir una energía
sobrenatural acosarle de cerca, estudiando con esmero hasta la más
acompasada exhalación que con aspereza le desertaba.
—Eres todo un espectáculo.
Blake escuchó decir sin indulgencia, apreciándose en cada uno de sus
vocablos el gozo apremiante que degustaba al presenciar su
vergonzosa condición.
—No es contigo con quien deseo hablar, híbrido —Blake lanzó mordaz
al identificar la silueta del sirviente personal de su hermano—. Si
Bastian no está aquí, me largo —atacó sin miramientos reteniendo la
compostura frente al recién llegado a la vez que empezaba con la
retirada.
—Una vez te lo dije —mencionó Luka aún con ese irritante gesto de
triunfo figurado por los confines de su cara—. Esa mortal a la que
tanto proteges, jamás será para ti —le dijo en tono misterioso.
Prensó la quijada comenzando a perder la poca paciencia de la que
disponía para tratar con tipos tan idiotas como lo era el chico de
cabellos platinados que con altanería le retaba sin temores o
vacilación. Dio media vuelta sobre sus talones, indicándole a Luka
que la amena charla había llegado a su término. No obstante, aún no
había dado más que algunos descuidados pasos cuando ese odioso
híbrido inmovilizó todos y cada uno de sus intentos por abandonar el
cementerio.
—Al igual que Bastian, tú también encadenaste tú corazón al de una
mujer que no pertenece a nuestra raza —Luka vagó a sus costados,
estableciendo el efecto que sus comentarios surtían en ese ser
inmortal.
—Si sólo dirás esa sarta de patrañas no perderé mi tiempo contigo —
señaló Blake con cierta desconfianza, no pudiendo ocultar el enorme
disgusto que sentía al oír a Gala siendo nombrada por el semidiós.
—Cuando conociste a esa niña tú atracción hacia ella fue tal, que
avivó la llama de tu más oscura curiosidad —discutió con acertado
atino Luka—. Fue ahí cuando deseaste averiguar por qué alguien tan
insignificante capturaba la privilegiada atención de uno de los dioses
más imponentes de la creación, considerándola desde entonces
diferente, especial entre todos esos detestables subordinados que le
rodeaban con el fijo propósito de lastimarla o, ¿me equivoco?
Blake guardó silencio, indicándole que prosiguiera de lo contrario
terminaría por irse.
—Pese a considerarte un todopoderoso fuiste tan predecible —Luka se
mofó con acidez—. Ni aún después de haber sido un testigo
sanguinario de todas esas falsas fantasías que construiste para las
miles de víctimas que dominabas cual titiritero, esas que perecieron
una vez el pacto se viera anulado dejando un cascaron tan vacío que
muchas de ellas prefirieron la muerte —continuó juzgándole sin
consideración—. Ni siquiera así, fuiste capaz de reconocer lo que
estaba sucediendo.
—¿Qué es lo que tratas de decir? —le cuestionó enseguida Blake.
—¿Aún no lo entiendes? —sondeó Luka para llamar la atención del
menor de los Riker—. Afirmas repudiar a mi señor, cuando lo cierto
es que terminaste siendo cautivado por su propia creación —le dijo
con malicia pura—. Desde el mismo momento en que esa humana
abrió sus ojos al mundo, su trágico destino fue sellado por la
voluntad de Bastian Riker.
Un seco golpe le interrumpió de improviso, encontrando a Blake
arrodillado sobre los acúmulos de tierra con la mirada totalmente
desencajada. Sonrió con libertad, disfrutando el hecho de que ese
chico de carácter gélido e imperturbable estuviese siendo atacado por
los estragos de una maquiavélica venganza enmascarada de amarga
realidad.
—Bastian moldeó sus sentimientos, armó su alma y marcó todos y
cada uno de los lamentables episodios de su vida. La muerte de su
madre, el rechazo de su padre, la obsesión de su primo, el desprecio
de su hermana. Todos ellos siendo terroríficamente guiados en una
dirección en específico. Convertirla en la víctima perfecta.
—¡Mientes! —Blake negó con la cabeza rehusándose a aceptar que
Gala y él hubieran estado todo este tiempo manipulados de la manera
más cruel por aquellos hilos invisibles que regía su hermano con la
experiencia que otorgaban mil siglos de odio.
—Mi señor formó a esa mujer desde su infancia con la clara finalidad
de hacerla tu presa y hacerte llegar a ella —siguió agrediéndole Luka
con todo el peso atroz de una verdad de la que prefería no haber sido
partícipe.
Otro sacudimiento le derribó por segunda ocasión cortando tajante
las reservas que sus pulmones aún retenían para mantenerle lúcido.
Su tiempo se desvanecía a pasos agigantados, contando solo con
escasos instantes antes de que sus habilidades fuesen consumidas en
su totalidad.
—Todo lo que has vivido y sentido al lado de esa mortal no ha sido
más que un mero espejismo, una vana ilusión que Bastian montó
como factura a tu imperdonable falta, ¿en serio creíste que un alma
condenada como la tuya, podría algún día gozar de una pizca de
felicidad? eres un crédulo —disparó a quema ropa, suprimiendo los
canales principales de energía vital de la cual disponía Blake.
Cayó boca abajo en medio de los acúmulos de agua, no habiendo una
parte de su cuerpo que estuviese dispuesta a responder las demandas
que exigentes procesaba su cerebro por mero instinto de
supervivencia. Sus músculos estaban adormecidos dejando incluso de
percibir el peso de las condiciones climatológicas que inclementes
bajaban sobre su espalda. Subió la vista hasta ese que se acercaba
para darle la estocada final, reconociendo en el acto el peculiar
colgante de alas de mariposa que danzaba entre los dedos de aquel
híbrido justo antes de dejarla caer en el fango.
—¡Gala! —formuló Blake el nombre de la castaña al ver su cadena en
poder de Luka.
—Esto es un obsequio de mi amo —manifestó con deleite el
sirviente—. Me pidió que te dijera que tenías razón. Si le entregas tu
corazón a una mortal, lo único que te esperará será una desgarradora
despedida —sentenció con brutal precisión Luka, esfumándose tan
intempestivamente como se había hecho presente.
Blake se arrastró en medio del lodo y porquería, empleando la última
gota de fuerza que le acompañaba en recuperar la prenda que se
entremezclaba con la tierra mojada. La mantuvo en la palma de su
mano rehusándose a admitir que todas las cosas que Luka le había
comunicado fuesen ciertas. Si bien era verdad que Bastian Riker
había dirigido sádicamente sus destinos hasta hacerlos coincidir,
también lo era el hecho de que después de Aria, Gala Brenton se
había vuelto en la segunda persona que estaba dispuesto a proteger a
costa de quien fuese, aún si toda su historia había iniciado como algo
bellamente utópico.
—Lo que siento por ti, es real —señaló Blake con fatiga, cayendo en
un precipicio sumido por una noche que era eterna—. El día que deje
de quererte, será el día que deje de existir, Gala —calló a causa del
agotamiento. Sus parpados se cerraron presas de un traicionero
sueño, escuchando en la lejanía de su subconsciente los ecos
resonantes de un corazón que suplicante le solicitaba seguir
combatiendo por esa niña que, pese a su agridulce destino, le
demostró con valentía que aún en la fúnebre penumbra, él también
podía seguir viviendo.
Una suave melodía de piano cubrió sus oídos de forma agobiante,
embargándola de una sensación agridulce, dolorosa y en cierto punto
inquietante. Liberando un torbellino de emociones que sin
contemplaciones oprimían su pecho, cada vez más terrible, cada más
angustiante. Como un frígido viento que inclemente se adhería con
insistencia a su cuerpo, congelando su sangre a tal grado que sus
palpitaciones eran solo sonidos huecos que golpeaban contra sus
costillas agarrotadas. Retiró el cálido surco de lágrimas que
entorpecían su mirar, dejándose guiar con docilidad por esa seductora
sinfonía que poseía a su mente, hundiéndola sin reparos en un abismo
en donde solo podía existir una dulce agonía con aroma a muerte. Sus
extremidades se movían sin voluntad, siendo solo retazos de trapo que
cual juguete, eran dispuestas por ese que se mantenía en el fondo de
una tenebrosa oscuridad.
—Ven a mí... ven a mí, pequeña mariposa.
Era la orden que demandaba ejecutar aquella misteriosa voz dentro de
sus pensamientos.
La música se hacía a cada segundo más fuerte, más atrayente. Vagó un
par de metros más justo hasta que esa envolvente canción se
detuviera, indicándole que su destino había finalizado. Y en efecto, en
la parte más distante de aquellos territorios estaba él, sentado en una
envejecida banca acabada por la ira del tiempo. Era un alto sujeto, su
negra vestimenta parecía fusionarse en medio de toda la desolación
que impregnaba los alrededores dándole un aire sumamente
abrumador. Sostenía una caja musical entre sus dedos, esa que
contemplaba con fija atención mientras que el vacío de sus peculiares
ojos carmesí, se perdían en un recuerdo tan lejano como hiriente.
—Sus ojos... —articuló Gala con familiar asombro, rompiendo la
quietud perpetua que los asechaba y haciendo que la atención de aquel
desconocido se centrara por entero sobre ella al verla descubierta.
Su mano se elevó en la distancia en una acción que con discreción le
indicaba se aproximara, y sin ningún tabismo de vacilación, así lo
hizo. Su infantil silueta se movió con delicada gracia en ese universo
plagado de tinieblas, a la vez que su vaporoso vestido de duelo rozaba
la inerte tierra que descansaba bajo sus pies.
—Son cálidas, increíblemente cálidas —mencionó con lánguida
expresión ese quien se situaba frente a ella. Rozó sus amoratados
pómulos con peculiar cuidado, delineándose sobre la comisura de sus
labios una tenue línea de deleite al disfrutar del sentir que le producía
mezclar su impasible tacto con el calor fugaz que emanaba de su llanto
sin control— ¿No me temes? —le refutó sin demora, clavando sin
piedad aquel par de pupilas color escarlata en esas otras que le
enfrentaban con una funesta naturalidad.
—Aún cuando siempre me vigilas, nunca te he temido — fue su inocente
contestación después de interminables minutos, causando que esta vez
que la mueca de triunfo de su acompañante fuese absolutamente
visible.
La vio tomar asiento a su lado provocándole cierto interés los intentos
inútiles que la infante hacía por ocultar las agresiones que lastimaban
sus mejillas.
—¿Por qué permitiste que mamá muriera? si sabías que me quedaría
tan sola, ¿Por qué dejaste que ese auto la lastimara sólo a ella? —Gala
soltó con desgarrador desconsuelo al percibir el peso aplastante de su
mirada. Bajó con vergüenza las enguantadas manos que con
anterioridad protegían las marcas que decoraban su cara, evitando así
que la escudriñara tal y como lo habían hecho las decenas de personas
que asistieron al funeral de su madre, las mismas que sin desear
evitarlo siquiera, permitieron que su progenitor la agrediera con una
crueldad inhumana—. Papá me llamó asesina frente a esa gente —se
esforzó en reflejar un leve gesto de compasión hacía el hombre que sin
explicación coherente la repudiaba por el hecho de existir. Un último
lamento descendió con el peso de su nueva y brutal realidad,
aceptando que esta vez su infalible mascara de felicidad no
funcionaría. Era demasiado tarde.
Se giró a verla, atrapando su mentón en una maniobra tan sutil que la
tomó por sorpresa ver el siniestro brillo que destilaban sus ojos,
escupiendo con desbordado odio la realidad que ansiaba devorarla si
ella no se encontraba preparada para afrontar en el futuro.
—Esta es una lección que tendrás que aprender. Nunca confíes en el
corazón de los mortales, ya que al igual que una rosa, sacarán sus
afiladas espinas y destrozarán sin compasión tu alma —finiquitó con
severidad aquel ser extraño, aturdiéndola con un repentino escalofrío.
—¡No todos ellos son como dices! —lanzó Gala con aguerrida postura
zafándose de su agarre, demostrando el anhelante rayo de esperanza
que aún con escasos seis años deseaba manifestarse en su forma de
niña pequeña. Enfrentando sin titubeos el catastrófico caos que en
ambas miradas surgía al hallarse tan cercanas una de la otra.
El tiempo se detuvo en un ligero suspiro en el que su imperturbable
rostro se desencajó en una innumerable gama de emociones que
magistralmente logró encubrir al ser testigo de un hallazgo sin
precedentes. Él podía verla. Después de tantos años de espera, por fin
le era posible ver las huellas de un distante pasado aflorando sobre
ella.
—Creo que tienes razón, pequeña mariposa —se puso de pie cediéndole
a Gala la caja musical que con anterioridad tenía en su regazo—. Tú
eres diferente, no tienes idea de cuánto.
El plazo se había cumplido, era hora de dejarla actuar por cuenta
propia.
—¿Te volveré a ver? —objetó ella con premura al notarlo alejarse.
—Sus alas teñidas de rojo sangre te revelarán el camino que deberás
seguir —le dijo con enigma. Un resplandor azulino emergió desde la
punta de sus dedos, convirtiéndolo en un enceguecedor halo de energía
que sin inconvenientes posicionó en su cabeza—. Hasta entonces,
hermosos sueños... mi dulce mariposa —murmuró a su oído en un
movimiento que rebasaba cualquier tipo de habilidad humana.
Un agudo choque de electricidad circuló desenfrenado por cada una de
sus células dejándola como un diminuto ovillo postrada en aquella
solitaria banca de parque en un perfecto estado de inconsciencia. Sus
exhalaciones eran descompensadas, oyéndose con claridad el titánico
esfuerzo que ejecutaban sus pulmones para mantener a su corazón
latiendo después de receptar aquel feroz ataque. Sus parpados se
cerraban con suma pesadez en un mundo de tinieblas que con sádica
placidez le daba la bienvenida, sepultando en sus memorias el recuerdo
de esa noche. Aquel que retornaría hasta que ambos volvieran a
encontrarse y sus orbes avellana tuvieran la oportunidad de mirar
nuevamente a ese extraño joven de inconfundibles ojos tan rojos como
la sangre.
Se levantó exaltada, removiéndose intranquila entre las apacibles
sabanas que con protección la cobijaban. Sus miembros se
estremecían de manera instintiva en un acto de autodefensa,
reviviendo mucho antes que su cerebro los hechos de un
acontecimiento que casi una década atrás consideró formaban parte
únicamente de sus fantasías. Con paso inestable se fue acercando al
imponente espejo que descansaba cerca de su ventana, permitiendo
que la lustrosa zona dibujara la figura de una persona que a estas
alturas desconocía. Mordió su labio inferior con el desaliento a flor
de piel, liberando una deprimente risa de burla hacía ella misma
sintiéndose más vulnerable que nunca.
—Blake —Gala lo llamó con los tintes de la desesperanza desgarrando
su alma en miles de pedazos, siendo participe del singular colguije
con alas de mariposa que rodeaba su cuello.
El repicar de una fastidiosa campanilla la distrajo por algunos
segundos, los suficientes para al menos colocar en segundo plano lo
sucedido y así poder averiguar quién era el recién llegado que
aguardaba en las afueras de su departamento.
—Drake —lo nombró ella mecánicamente al reconocer la
inconfundible presencia de su primo plasmada en el umbral de la
puerta. Retrocedió un par de pasos creyendo que su sistema entero
colapsaría ante la falta de circulación que bombeara con ella el vital
oxígeno. Sus pulsaciones eran profundas, intolerables. Destrozando
de lleno un estado mental que a estas alturas se tambaleaba entre las
frágiles fronteras de lo real y el total delirio.
—No tienes por qué temer Gala, te doy mi palabra de que no te haré
daño.
Le oyó burlarse con marcada malicia, incomodándole en exceso el
modo tan desagradable con que la estudiaba de pies a cabeza.
—¿Tú palabra? —recalcó Gala con amargo sarcasmo— ¿Acaso debería
sentirme aliviada? Todo en ti es una mentira, eso bien debes de
saberlo.
—En eso te equivocas —una mueca torcida se modulo a lo largo de sus
labios tomando mayor amplitud mientras lanzaba en su dirección un
pesado folder con la palabra "Confidencial" impresas en la plana
superficie de papel— Averígualo por ti misma, querida prima —Drake
se anticipó a decir, intuyendo en lo que la castaña pensaba al ver
aquel montón de documentos personales.
Con cierto recelo Gala fue analizando los informes de lo que parecía
ser un trabajo exhaustivo y meticuloso. Identificaciones oficiales,
actas de nacimiento y pasaportes, eran sólo algunas de las docenas
de testimonios que habían capturado su curiosidad, estando todos
ellos relacionados con un mismo individuo.
—Blake Riker —enunció ella el nombre escrito en la parte inferior de
todas esas hojas, presintiendo un vendaval de fatalidades avecinarse
al repasar por enésima vez el veredicto de la investigación— ¿Qué
broma de mal gusto es está? —fue lo primero que se le ocurrió decirle
al mayor de los Brenton.
—¿No es obvio? —insistió el chico, disfrutando sin duda de la
alarmante situación—. Ese tipo al que le abriste las puertas no sólo
de tu hogar, sino también de tu vida, es una vulgar farsa —rugió a
medias, paladeando con gusto el embriagante sabor de la venganza—.
¡Blake Riker, no existe!, es un fraude, un disfraz que ese tipejo
manipula con bastante destreza debo de admitir.
Contuvo el escozor de las lágrimas que con ansiedad anhelaban ser
libres, sin embargo, negaba a quebrarse delante de Drake,
brindándole así una satisfacción tan esplendida a costa de su
desconsuelo. Tenía que haber un error, una explicación o lo que
fuese, cualquier indicio serviría para demostrar que Blake no podía
haber sido capaz de engañarla tan atrozmente.
—Desconozco de que métodos se ha valido para poder mofarse de ti y
de todo el que le rodea —retuvo las inevitables carcajadas—. No tiene
familia, credenciales oficiales o documentos que certifiquen de dónde
procede —Drake se cruzó de brazos con un regocijo que no tenía
comparación, gozando de su creación en toda su magnificencia—. Ni
siquiera cuenta con un registro de entrada al país por lo que ingresó
a tu instituto a base de mentiras.
—Fue un placer verte de nuevo, Gala Brenton.
Todo fue un engaño. Blake la conocía quizás mucho antes de que
ambos se toparan en ese cruce de caminos aquel primer día en el que
su destino tomó un rumbo diferente.
—¿Cómo sabías en donde vivía exactamente?
—Intuición, supongo.
Las energías la abandonaron al evocar esa remembranza, ahogando
en el fondo de su garganta las súbitas náuseas que expresaban su
más puro descontrol.
—Si yo te diera la oportunidad de tener el amor de ese sujeto, ¿la
aceptarías?
Una intempestiva ráfaga de cordura se adentró en lo más recóndito
de sus huesos, robándole las fuerzas tan inesperadamente que el piso
que la sostenía giró sin detenerse. Las tintineantes gotas bajaron por
sus pómulos en una quieta tortura, impregnando su piel con aquel
sendero de pena y decepciones en el que había aprendido a subsistir.
—"Y pensar que el verte todos los días era lo que me mantenía con
vida" —disparó su subconsciente, presionando el colgante de
mariposa al borde de una espeluznante agonía.
¿Por qué demonios no lo había visto antes? Cada pista, cada
evidencia estuvo colocada delante de ella y sólo ella había sido la
ingenua que se negó a ver la descabellada verdad que por semanas
enteras la estuvo acompañando. Había sido tan ilusa, tan estúpida.
¿Qué era eso que él ambicionaba poseer al tenerla cerca?, ¿qué es lo
que había en ella que la hacía distinta a todas las demás?
—Tú eres diferente, no tienes idea de cuánto.
Su cerebro fue bombardeado consecutivamente con imágenes que
parecían haber sido hurtadas de un libro de cuentos de horror,
reconociendo aquel alarmante efecto de pánico que tuviera en ese
tenebroso sueño. Aún bajo la inquisidora mirada de Drake, corrió
deprisa perdiéndose por uno de los pasillos, ansiando comprobar si
sus conjeturas eran las acertadas. Anduvo por la habitación entera
abriendo cajones, rompiendo objetos y pertenencias diversas que
terminaban siendo arrumbadas en algún punto muerto de esas
paredes al no ser lo que necesitaba.
—No puede ser posible —Gala balbuceaba confundida a la vez que se
erguía con el artefacto que con tanta desesperación había tratado de
localizar.
Con titubeo detalló los relieves bellamente grabados apreciando en la
punta de sus dedos el espléndido diseño con el que estaba construida.
Tragó con suma pesadez sintiendo el fuerte golpeteo de adrenalina
acumularse por encima de sus sienes. Inhaló una, dos y hasta tres
veces hasta animarse a desplegar la elaborada cubierta de madera,
arriesgándose a revelar el secreto que sellaba su contenido.
—Una mariposa... —se dijo al vislumbrarla emerger del interior.
Sus alas carmesí danzaban con elegancia en un escenario imaginario,
hipnotizando con encanto a la espectadora que la admiraba
completamente atónita.
—Sus alas teñidas de rojo sangre te revelarán el camino que deberás
seguir.
Un estruendo ensordecedor la trajo de regreso, descubriendo los
irreparables fragmentos en los que se había convertido la cajilla de
música. Requería respuestas a todas las interrogantes que la
atormentaban y solo ese ser podría proporcionárselas si daba con su
paradero.
—Llévame con él —Gala interactuó con aquelalado ayudante,
obedeciendo la repentina corazonada que convencida le afirmabaque
todas sus peticiones serían entendidas por su singular brújula con
alas.
Sus músculos rígidos por la escasees de energía le impedían
levantarse de la mullida cama en la cual se postraba sin tener alguna
otra opción. Miró en diversas direcciones desde la izquierda hasta la
derecha. Tratando de ubicar el sitio en el cual había llegado a parar
gracias a su miserable estado.
—¿En dónde diablos estoy? —Blake refunfuñó con fatiga no teniendo
la menor idea de cuántas horas había desperdiciado mientras que su
patética voluntad era dominada por un cansancio que con facilidad
podía ser confundida con la de un enfermo terminal.
Analizó de cerca los incontables símbolos que se esparcían a todo lo
ancho y largo de sus extremidades, calcinando los pliegues de su piel
con un fuego que lentamente lo consumiría sino encontraba el modo
de detener el sello que Bastian había desatado.
—Veo que ya despertaste —señaló el recién llegado haciéndose paso
entre los muebles del dormitorio. Colocó una bandeja con agua fría y
paños limpios sobre la mesita de noche, revisando que su
temperatura hubiese regresado a la normalidad antes de tomar
asiento a su costado.
—¿Por qué lo hiciste? —le dijo con aspereza Blake, disgustándole
saber que justamente aquel chico que maquillaba su sentir por Gala
empleando una inquebrantable amistad, fuese quien lo resguardara a
pesar de sus lamentables condiciones físicas.
—No te equivoques, no lo hice por ti, lo hice por ella —Daniel hundió
uno de los trozos de tela en lo profundo del líquido fresco, apartando
el exceso antes de situarla sobre la frente de Blake.
—Es inútil esto no funcionará —respondió Blake a la vez que
descartaba tener la húmeda sensación en su rostro—. Deja de fingir
que no estas al tanto de lo que sucede, es bastante obvio que
presenciaste más de lo que deberías en el cementerio por lo que a
estas alturas debes saber mi verdadera identidad —su penetrante iris
carmesí se tintaba diabólico, enfureciéndole que Daniel Bridger,
simulara una normalidad que no podía manejar.
Su empalidecida cara se contrajo en un terrible gesto, resultado del
repentino crujir con el que se cernían sus costillas. Obstruyendo sus
intentos por capturar algo de aire con que llenar sus bloqueados
pulmones. Podía sentirlo en cada uno de sus poros. La fiebre
aumentaba a grados tan elevados que de seguir así lo dejarían en la
cumbre de la inconsciencia, un lujo que desde luego no era una
opción si la seguridad de Gala estaba siendo amenazada por terceros.
—¿Qué haces? ¡Aún no eres capaz de sostener tu propio peso! —trató
de frenarle Daniel, sin embargo, Blake estaba decidido a irse.
Tenía que marcharse, tenía que averiguar qué era lo que había
ocurrido con Gala para que Luka tuviera en su poder el colguije que
horas atrás se hallaba sobre su pecho.
—"Quisiste ser como Ícaro... volar alto, tocar lo imposible, consciente
que la sensación sería tan sublime, tan intensa que terminaría por
quemar tus alas y lanzarte a un abismo aún más sombrío, aún más
terrible" —taladraba su juicio dentro de su cabeza una y otra vez.
Ella debía estar bien, tenía que estarlo. Pensar en otra alternativa era
inadmisible.
—¡Esta batalla no te pertenece, Bridger! —Blake lo apresó desde el
cuello de la camisa, enfatizando vocablo a vocablo lo que haría aún
en su contra—. ¿¡Es que acaso no lo has comprendido!? —gritó con la
furia que consumía su cordura—. Él la destruirá si tiene la
oportunidad para hacerlo y antes de verla herida, soy capaz de
sacrificar todo lo que tengo sólo para protegerla —exclamó con toda
la franqueza de la que era participe.
—¿Tanto así la amas? —cuestionó Daniel ciertamente asombrado.
—Mucho más de lo que yo quisiera —reveló Blake con un toque de
resignación.
—Aún si no la mereces, aún si no eres digno de tenerla —sonrió
Daniel con melancólica pena—. En medio de toda la tristeza que la
embargaba, sólo tú fuiste el dulce consuelo que calmó su dolor.
Después de aquello ninguno de los dos deseocontinuar dialogando.
Blake recogió sus pertenencias, cerrando una puerta queambos
comprendían nunca más se abriría por segunda ocasión.
Avanzó entre ese sendero decorado con las sombras de lo que alguna
vez fueron árboles rebosantes en vida, reduciéndose ahora a
miserables cenizas desprovistas de luz. Admiró todo cuanto la
rodeaba, razonando por vez primera en el gris escenario en el cual se
sumergía como en las peligrosas aguas de un pantano.
—Pero si este lugar es... —no terminó de hablar. Gala viró hacia sus
alrededores en busca de su guía miniatura, aún así, esta se había
desvanecido.
Ahora estaba sola en un territorio en donde era evidente que estaba
siendo asechada por un cazador que no se tocaría el corazón para
obtener el suyo si esa era su meta.
—Cuánto has crecido, mi pequeña mariposa —musitó él a sus
espaldas, removiendo algo tan recóndito dentro de ella que incluso
sus sentidos se colocaban en defensa extrema al percibirle.
Gala se viró sobre sus talones abriendo sus ojos en un esperado
estado de shock cuando al fin ambos se localizaban situados cara a
cara, y el color caramelo se enfrentara contra el rojo granate de los
suyos.
—Bastian... —Gala susurró quedadamente el nombre que se perdió en
las profundidades de sus recuerdos desde que era tan solo una niña.
Tratándose de un suspiro arrastrado por una intempestiva tormenta
de invierno que estaba convencida desataría su destrucción.
Una escalofriante mueca desfiguró el rostro de ella al presenciar su
inconcebible demostración de agilidad. Sus latidos se bloquearon con
violencia al distinguir el choque de su respiración rozar por sobre sus
mejillas, lo que significaba que había avanzado más de treinta metros
en menos de dos segundos.
Todo transcurrió demasiado aprisa, tanto que lo único que recordó
antes de desprenderla del obsequio que Blake le había concedido y
perder la conciencia, fueron sus definitivas palabras cubiertas por un
hecho que hasta ese instante ignoraba.
—Bienvenida a tu nueva realidad, querida hija.
Lo acontecido dentro de sus pesadillas parecía volver a tomar forma
dentro del mundo real absorbiéndola irremediablemente en una
eternidad aún más oscura, sombría y sin retorno.
El cielo nocturno se pincelaba en diversas gamas de naranja,
desprendiendo ligeros restos de hojas que inquietas revoloteaban por
doquier. Las copas de los árboles se mecían enérgicas, esparciendo
por cada rincón esa característica melodía que el viento realizaba al
atravesarlas con encanto, augurando en aquella tonada sosegada el
inicio de una tragedia que sería indetenible.
Sus parpados se abrieron repentinos amotinándose dentro de sus
reflexiones los hechos ocurridos minutos antes de perder el
conocimiento. La conversación que había tenido con Daniel, así como
la urgente desesperación por localizar a Gala fuera de toda penuria
era lo que tenía más presente.
Blake enfocó con dificultad los impresionantes rascacielos, las
abarrotadas calles repletas de transeúntes e incluso el sucio asfalto
en donde había colapsado presa de los altos grados de temperatura.
Todo lo que observaba era tan difuso, tan distorsionado. Con
agotamiento extremo impulso su dorso hacia una de las paredes
situada en su lado opuesto y se irguió conteniendo estoicamente el
indescriptible malestar con el que crujían los huesos posicionados en
su caja torácica. Presionó con rigor la marca de maldición que se
asentaba en el hueco de su hombro sintiendo como cada uno de los
ilegibles signos que la integraban, despedían un ardor que le era
imposible someter. Los espasmos lastimaban sus músculos con un
latigazo de electricidad intolerable, desgarrándolos con una lentitud
que rallaba en la agonía. No tenía fuerzas, no tenía energías y contar
con sus capacidades sobrenaturales era una ventaja que ya no poseía
a su disposición.
—¡Maldición! —Blake rugió furioso restregando su puño derecho en el
gigantesco muro de concreto que le servía ridículamente de apoyo
para no terminar desfallecido a merced de la misericordia de los
detestables humanos que despreocupados caminaban por los carriles
laterales.
Tiró con precaución de la capucha que revestía su parte superior al
percatarse que empezaba a llamar la atención. Bufó más irritado
aprensando la mandíbula como un aliciente para apaciguar el
tornado de emociones autodestructivas que escoriaban sobre la yema
de sus dedos. Inclinó su enrojecida vista para no correr el riesgo de
formar un alboroto, después de todo, en semejantes circunstancias
cualquier individuo mortal o no, corría con la probabilidad de
aniquilarlo.
Avanzó de mala gana entre una multitud de insubordinados evitando
efectuar alguna acción que delatara su monstruosa identidad. Inspiró
en repetidas ocasiones buscando alguna reserva que le permitiera
continuar, pareciéndole una labor colosal el ordenarles a sus
extremidades trasladarlo por ese espacio interminable.
—Pero si son... —Blake calló al distinguir los maravillosos lirios
blancos que exhibían en uno de los tantos puestos ambulantes,
hundiéndose por primera vez después de tantos años en una hiriente
sensación que creía sepultada, tal y como inevitablemente lo estaba
la amante de aquellas bellas e inconfundibles flores.
Sus reacciones fueron impensadas, dejándose envolver por esas
remembranzas plagadas en innumerables remordimientos, esas en
donde sus sentimientos obraron como verdugo de su propia
destrucción. Una tortura que merecía, un castigo que estaba
consciente debía pagar tarde o temprano al costo que fuese.
—Si esa es la manera de estar a su lado, te entregaré mi alma mortal —
fue la contestación que con valentía le diera Aria aquella tarde en
donde el gélido rocío de los cielos abatiera las relajantes ondas de
agua que con inquietud oscilaban sobre el lago.
—¡¿Por qué diablos no lo entiendes?! —vociferó Blake incomodo con la
mujer que, en modo obstinado, no daba muestras de querer descartar
la decisión que rondaba por su mente.
La tomó del antebrazo sin ningún tipo de miramientos, clavando con
dureza y áspero reproche aquel par de pupilas demoniacas. Estaba en
la debida obligación de hacerla desistir de semejante locura. Su vida
corría demasiados riesgos para que estuviese dispuesta a ofrecerla a
cambio de un utópico final que, para su desfortunio, no arribaría
jamás.
—Si te despojo de tu alma estarás expuesta a infinidad de
adversidades, sin mencionar que la mínima herida podría ser capaz de
matarte —Blake intentó aclararle el peso de las consecuencias que
provocaría su deliberación.
Aún así, Aria se limitó a sonreírle con ternura. Sujetándose del brazo
que con solidez se aferraba al suyo en su empeño por protegerla de
cualquier amenaza.
—Con ello podré permanecer junto a Bastian, ¿no es verdad? —le
inquirió Aria sin retroceder en su postura.
—Lo estarás —le dijo él sin intereses palpables, desviando sus orbes de
esas otras tan contradictoras que le divisaban llenas de esperanza. La
esperanza de vivir en plenitud una historia de amor milenaria. Una en
donde los humanos e inmortales habían sido sentenciados a la más
cruel infelicidad.
—En ese caso no hay nada más que tenga que pensar —Aria se apartó
del menor de los Riker encaminándose algunos metros más por la zona
nevada—. Una vez te lo dije ¿lo recuerdas, Blake? —se giró sobre sus
talones para vislumbrarlo en aquel marco de tinieblas que tan
celosamente lo arropaban, dándole la digna apariencia de un
sanguinario cazador—. Por estar a su lado, cualquier sacrificio valdrá
la pena —acarició con devoción la parte baja de su abdomen obviando
el hecho de que amparaba en sus entrañas, al ser que en un futuro
próximo daría continuidad al legado de uno de los dioses más temidos
de la creación.
—Si esa es tu última palabra, que así sea —indicó con resignación el
azabache, disgustándole la acreciente incomodidad que taladraba en la
punta de sus sienes.
Sus facciones se desfiguraron en una lastimera mascara de desazón,
reprendiéndose una y mil veces el sentirse afectado por la drástica
medida que había tomado Aria para permanecer al lado de su hermano
sin la necesidad de que este renunciara a su inmortalidad. Espantó
esos infundados presentimientos que bloqueaban su concentración,
solicitándole a la joven que se acomodara en una determinante
posición para poder dar inicio.
Un incandescente resplandor azuloso emergió desde las profundidades
atrapándolo en un escupo invisible que, sin piedad, se alimentaria de
toda su energía vital. Y en donde a partir de ese momento nadie podría
entrar, ni a él le sería posible salir. De sus dedos centellaron chispas
de luminosos tonos de colores, ejecutando con una destreza impecable
los diversos símbolos que resaltaban fluorescentes en la oscuridad. Su
pecho se cernía con violenta pesadez, oyéndose al unísono el desgarre
brutal con el que se destruían las células de su organismo.
—¡Aria! —Blake gritó aturdido su nombre mientras la veía caer
lesionada, víctima de una flecha certera lanzada a la parte superior de
su espalda. Registró a prisa uno a uno los centímetros que componían
el bosque, detectando demasiado tarde las presencias que acechantes
cercaban el perímetro que los colindaba—. Demonios... —murmuró por
lo bajo dejando inconclusa la abstracción, digiriendo con
consternación el error tan infame que había pasado por alto—. ¡Es una
trampa! —se maldijo internamente al ser testigo de la negligencia tan
imperdonable que había desatado y la cual por desgracia apenas daba
comienzo.
La angustia lo abofeteó contundente al reparar en la hermética barrera
que lo aprisionaba impidiéndole auxiliar a quien, con sollozos
reprimidos, se alzaba con la vestimenta ensangrentada. Escudando de
los ataques al diminuto bulto que se ubicaba en la zona de su vientre.
Su cuerpo trastabilló en la distancia a consecuencia de los riachuelos
carmín que brotaban de las perforaciones de su piel. Entendiendo
quizás con mayor crudeza la aterradora situación que hambrienta
aguardaba para engullirla entera.
Aria distinguió a lo lejos a un impotente Blake, quien examinaba
atento el recuento de los daños que eran más que notorios. Mordió
frenética sus labios para contener el llanto que cual espinas se
incrustaba con cizaña en su corazón, doliéndole no haber defendido
con mayor arrojó al producto que le arrebataban de tajo el derecho a
nacer. Detalló los pétalos bellamente forjados en plata, perdiéndose
por última vez en el colgante con apariencia de lirio blanco que Bastian
le obsequiara como prueba del gran amor que le profesaba. Las
lágrimas destellaron agonizantes desde la comisura de sus ojos,
quemando sus pómulos con una amarga sensación de despedida.
El lapso de espera fue eterno, el necesario para consumar lo que
consideraba desde todos los ángulos lo correcto. Después de todo, si su
plan daba resultado, Aria lograría que una parte invaluable de su
historia perseverara junto a Bastian.
—Perdóname... —Ella se desprendió el colgante que yacía en su cuello,
lanzándolo a donde Blake se anteponía—. Por favor, perdóname —Aria
repitió a los vientos, rogando a quien quiera que estuviese allá arriba
le hiciera llegar su demanda al mayor de los Dioses.
—¡Aria, no lo hagas! —Blake protestó turbado desde la prisión que lo
enclaustraba, deduciendo los acontecimientos tan descabellados que
pretendía cometer, aún si él le exigía lo contrario.
Poco a poco Aria fue retrocediendo, alejándose en compañía de aquel
grupo de aldeanos armados que estaban dispuestos a sacrificarla. Los
gritos, las suplicas y las palabras llenas de una clemencia que en
definitivo no tuvieron hacia ella fueron el detonante de una masacre
digna de ser narrada en las leyendas de terror.
Sus rodillas se flexionaron de pronto haciéndolo caer precipitadamente
por impulso de la enorme debilidad que mermaba su interior tras
haber cumplido con la labor que Aria le encomendara. Los eventos aún
eran procesados por su subconsciente en una batalla furtiva, una
guerra en donde la sensatez no tenía cabida ni elocuencia.
—"¡Protege el alma de mi hijo!"
Había sido la voluntad de ella.
Blake inspeccionó con severidad al vaporoso haz de luz que nacía
desde la palma de sus manos y el cual emanaba una fuerza interna tan
inquietante, que aún en ese estado inmaduro alcanzaba a compararse
con la suya.
—Velaré porque así sea, Aria —fue su sincera promesa hacia la mujer
que desfalleció irremediablemente entre blancos y puros copos de
nieve.
Sacó de su bolsillo el colgante de alas de mariposa que perteneciera a
la castaña, rehusando la idea de que Gala se viera involucrada en un
conflicto que podría robarle el aliento de las ilusiones tan
trágicamente como lo había hecho con Aria. Pagando el precio de
haber albergado un sentimiento prohibido por el destino, un amor
maldecido por la eternidad.
—Perderte no puede ser una opción —Blake se dijo a modo de
bálsamo estando incluso dispuesto a entregar el rasgo máximo de su
linaje y sufrir en iguales condiciones la furia desatada de su
hermano—. Si tu corazón muere, mi amor también morirá con él —se
dijo con total decisión, adentrándose en aquella senda tan fortuita y
amenazadora.
Oscuridad. Ese fue el nombre del juego que selló su destino desde su
nacimiento, los hilos invisibles que seres anexos afianzaron sin
clemencia a ella para disponer de su entera voluntad cual muñeca de
trapo. Un lamento incesable que su alma aprendió a sobrellevar con
docilidad, un sentimiento abominable que con familiar pesar la
acogió hasta hacerla parte primordial de su esencia. Ocultándose
paciente en sus tímidas actitudes, sus forzadas sonrisas o
devastadora soledad. Acechando la oportunidad perfecta de
adentrarse en los rincones más inhóspitos de su corazón,
resquebrajando la candidez de su espíritu. Una llave que las
circunstancias le habían ofrecido sin restricciones, creando una
grieta que nadie volvería a cerrar.
Todo había acontecido tan aprisa que su desorientado cerebro no
advertía nada que no fuesen aquellos ilógicos manchones granate,
instalándole una incómoda angustia. Estaba desprotegida a merced
de aquel que se avecinaba tras proclamar su nombre con ese tono tan
lleno de calma y sosiego que por siempre le conoció.
—Gala, ¿estás bien? —interrogó Daniel sin tregua envolviéndola en el
reconfortante amparo de su protección.
Gala parpadeó con esfuerzo su tenso iris escarlata, enfocando el
sendero que bajo la presencia de los glamorosos copos de nieve
adquiría deprisa los vestigios de un violento ataque. Se precipitó
exhausta al duro asfalto clavando sus uñas en cada uno de los
antebrazos de Daniel en su tentativa de no dejarse dominar por esa
aplastante energía. El rugir de sus latidos anestesiaba sus
habilidades motrices básicas, previendo en su organismo entero el
fluir desmesurado de la agonía.
Espiró en la más llana paranoia, controlando con tosquedad la
tirantes desgarrante con la que sus venas aún se agitaban en busca
de saciar una inexplicable necesidad. Su sangre la recorría
enardecida, dejando un lacerante rastro de calor que hacía que sus
sienes se contrajeran frenéticas. Estrujó con vigor sus oídos,
empeñada en que ese desquiciante zumbido desapareciera. Que toda
la inmunda farsa que había sido su existencia desapareciera.
—Blake... —Gala enunció su nombre con los tintes del miedo,
grabándose indeleble la imagen del menor de los inmortales
desfallecido en medio de aquella naturaleza invernal teñida por los
lienzos de un escalofriante rojo carmesí.
Se retiró de encima a Daniel, haciendo que la visión delante de sí
fuera aún más horripilante. Su quijada inferior tembló debido a la
impresión, ignorando siquiera el mecanismo normal de la
respiración. Sus músculos la guiaron automáticos, aproximándola a
quien en un acto desesperado había brindado su última reserva de
vitalidad para hacerla reaccionar. Acarició con temor sus mejillas
tatuadas en antiguos e indescifrables símbolos, pasando la yema de
sus dedos por la brutal frialdad que emanaba de su perfilada cara.
Extrañas vivencias bombardearon sus recuerdos, mostrándole el
lapso en el que la noción de sí misma fue ultrajada de súbito, siendo
reemplazada por otra que, sin vacilación alguna arremetió contra la
seguridad de Blake. Elevó con urgencia sus manos hasta la altura de
sus hombros revisando las claras evidencias, entendiendo que era
ella y sólo ella su atacante.
—Esto no puede ser —Gala se mordió la lengua para reprimir el llanto
que asfixiaba su pecho, desplegando su ofuscación en las lágrimas
que desfilaban por sus pómulos en señal de desahogo—. Despierta —
rogó ella encarecidamente recargando con lentitud su frente sobre la
suya—. Te lo pido Blake, no te vayas —sujetó sus ropas impregnadas
por el preciado líquido que emergía a borbotones, quedando atónita
al vislumbrar la gravedad de la estocada que atravesaba su abdomen.
—Tenemos que llevarlo a otro sitio.
Le oyó decir a Daniel con exigencia al ver lo drástico de la situación.
—Soy yo, soy yo la amenaza —admitió Gala sin aliento bajo el efecto
deplorable de la desesperanza—. ¡Soy yo el verdadero monstruo! —un
grito desolador salió prominente quemando sus cuerdas vocales,
consiguiendo que las misteriosas voces se percibieran ya solo como
susurros distantes cesando el aturdimiento momentáneo—.
¡Despierta, por favor! —insistió por tercera vez sin obtener
respuesta, perdiendo finalmente los estribos. Comprendiendo que
pese a todo lo acontecido en cada episodio de su maltrecha vida, era
ahora cuando ciertamente entendía el siniestro significado de la
palabra suplicio.
—¡Gala, mírame! aún es posible que Blake se restablezca —aclaró
Daniel con un temple inquebrantable ofreciéndole la serenidad de la
cual la habían despojado. Con cuidado la hizo a un lado y sin el
mayor inconveniente depositó a Blake sobre su espalda apartándose
de la azotea, no quedándole más opción que confiar en sus
afirmaciones.
El grácil repique de un objeto cercano ayudó a centrarla, colocando
su atención en la diminuta pieza de metal que en un descuido había
salido impulsada de la chaqueta que usara Blake. La admiró
hipnotizada por tiempo indeterminado, sumergiéndose con descuido
en las inestables sensaciones que gobernaban su lucidez. Atrajo el
colgante presintiendo la energía del joven inmortal destilar en las
desplegadas alas de mariposa que componían la particular joya
forjada en plata.
Actuó por mera intuición acoplándose de forma innata a la fuerza
que hacía vibrar sus células, teniendo esta vez por ventaja la íntegra
autonomía de su mente. Fue acorralada al instante por una visión
panorámica fundida en añejos árboles recubiertos en pulcra nieve,
acompañados por un viento espectral que calaba sus huesos hasta
volverlos punzantes fragmentos de acero.
Deambuló con anormal familiaridad por la zona boscaje a la que fue
transportada, adentrándose en aquellas oscuras fauces que parecían
trazarle el camino a seguir para engullirla. Era como estar en un
abismo colmado de secretos, ruines desengaños e interminables
sinsabores. Frotó sus brazos buscando el calor robado tan
forzosamente, observando con minucioso tacto la selecta biósfera en
la que se aventuraba. Todo era surreal, semejante a las páginas de
algún libro de ficción que hubiese leído en el instituto, sin embargo,
el ver su hálito salir con dificultad con la apariencia de una pesada
neblina le daban las pruebas ineludibles para deducir que era una
espectadora de las memorias ya vividas por Blake. Un lastimoso
origen, un hecho del pasado de Blake Riker que sus crecientes
habilidades le concederían testiguar sin dar marcha atrás estando
dispuesta a afrontar las inminentes consecuencias que eso desataría,
aún si implicaba acelerar su propia aniquilación.
Las sombras de dos individuos posadas en uno de los montículos de
tierra congelada le exigieron esconderse entre los ásperos troncos e
inertes raíces salientes, fuera de los campos visuales de quienes
ajenos a su intromisión continuaban sumidos en una amarga
conversación.
—Aria —la llamó Blake con una sutileza poco exteriorizada en su
lánguida personalidad, presionando los puños con la rabia latente
que degustaba en la comisura de su paladar.
Su hambre de destrucción se concebía en las diabólicas fisuras que
punteaban su temido iris, desatando parte de su impotencia en los
azulinos halos de luz que ondeaban a su alrededor una vez que su
condición estuviese restablecida. Fueron cientos los intentos fallidos
en los que trató a toda costa el de sanar las complejas fracturas que
masacraban cada uno de los centímetros que componían su cuerpo,
pero el daño en más de la mitad de sus órganos vitales era severo e
irreversible, tanto que ni siquiera los descomunales poderes de su
hermano conseguirían frenar lo inevitable.
Sacudió la cabeza ante la idea de testiguar su nefasta partida,
forzándose a presenciar el momento en que los guardianes del
inframundo fuesen atraídos por los pobres retazos de humanidad que
aún yacieran en ese cascarón desprovisto de ilusiones. Había
fracasado en protegerla, ruinmente lo había hecho. Sin excusas o
miramientos estúpidos, se había atrevido a poner sobre un delgado
hilo su bienestar ganando a cambio de su negligente ineptitud, el
consolador gesto de gratitud plena que expresaba en esa regocijante
sonrisa que le dedicara al identificar el colguije prisionero entre sus
nudillos. Blake se negó a encararla, descolocándolo las inmundas
condiciones en las que Aria había permanecido hasta que fue capaz
de dar con su paradero.
—Puedes estar tranquila, he cumplido con tus designios —Blake se
postró ante la moribunda humana con todo el frenesí que removía a
su resquebrajada alma, haciéndole entrega de la última prenda que
daría testimonio de su paso por el mundo de los vivos.
—Es un lirio blanco —atestiguó Gala algo perpleja, cerrando con
vigorizante anticipación el espacio que ocupara el accesorio que la
relacionaba con aquella mujer que tanto alteraba el comportamiento
de Blake.
—Prométeme que Bastian nunca, nunca sabrá la verdad —Aria
descubrió ante la confundida mirada de Blake, la mortal herida que
traspasaba la zona baja de su estómago, no pudiendo evitar
recriminarse el no haber defendido con más agallas a una criatura
que era inocente—. Prométeme que jamás se enterará que partí de
este mundo con su hijo en mi vientre —imploró ella con el
insignificante soplo de vida que aún se dignaba a acompañarla
mientras se afianzaba con preocupación de la vestimenta del chico,
dejando que aquellos surcos transparentes minimizaran la perdida de
la cual había sido víctima a manos de su gente.
—Si es lo que deseas que haga... —aludió Blake con cierto tormento
sin refutar su petición—. Así será —finiquitó con seriedad.
Aria tosió indeteniblemente jalando apresurada el preciado elemento
que se rehusaba a mantenerla despierta. Acercó la singular cadena a
la vez que sus marchitos ojos atesoraban la remembranza que tendría
de lo que fue alcanzar un maravilloso imposible, un amor que desde
el principio fue sentenciado por los lazos inquebrantables de la
inmortalidad condenando tanto a Bastian como a ella, a vivir una
desdicha eterna. Repasó con añoranza los meses que compartió junto
al chico de linaje divino, aceptando convencida y sin pizca de
arrepentimiento que amarle había sido no sólo lo correcto, sino
también lo más dulce, lo más sublime.
—"Aún si dejara este mundo y renaciera mil veces, mi corazón te
seguiría escogiendo en cada una de esas mil vidas" — Aria reprimió
con valentía la pena de saberle lejos, arrebatándoles igualmente la
posibilidad de ponerle fin a un relato legendario que fue escrito
tantos siglos atrás entre lágrimas y sangre. Depositó con ciega
devoción un beso en la superficie platinada haciéndole entrega a
Blake de su mayor pertenencia—. Pro-protege el alma de mi hijo —le
dijo con dificultad en esa espesa penumbra que con recelo la
arropaba—. Protégela, como su madre no logró hacerlo —fue su
encomienda justo antes de que su brazo cayera totalmente inerte.
Blake esperó unos segundos en completa pasividad, no quitando la
vista de ese cuerpo inmóvil plagado en martirizadores golpes. Una
indomable ventisca azotó la extensión del bosque esparciendo la
mágica melodía que su delicada doncella interpretara para los
espíritus con su inseparable instrumento, una sinfonía que ahora sus
queridas deidades tocaban en señal de duelo tras su muerte. Se
sostuvo con aguerrido coraje de su cadáver, padeciendo a sorbos el
infortunio de haberle dejado ir. Acomodó su larga cabellera
aspirando el intoxicante olor a lirios que escapaba de los rebeldes
mechones que caían con elegancia.
—Aria —murmuró Blake a su oído con la sinceridad palpable,
deseando que sólo ella fuera participe de su imperdonable secreto—.
Aún más doloroso que decirte adiós, es el hecho de saber que, aunque
no volverás, yo te seguiré esperando —confesó con remordimiento a
la mujer que se había dejado cautivar por un sentimiento restringido
para las criaturas mortales. Llegando al límite de sacrificarse para
que así, un tenue fragmento de su sentir tuviese la oportunidad de
continuar.
—La amabas —se dijo Gala con el rostro desencajado en insufribles
lamentos.
La rigidez extrema de sus piernas le impedíahuir, anclándola sin
misericordia al hecho que por irrefutables lustros, Blakesepultó en el
oscuro fondo de su alma condenada.
Daniel ejecutó con impecable eficiencia los preparativos primarios
para que la fortaleza de Blake se restableciera en el menor tiempo
posible. Entraba y salía deprisa cargando vendajes, recipientes de
agua tibia y todo tipo de solución médica que bastara para hacerlo
despertar, situando todo el instrumental en el borde de la cama, sin
embargo, todos sus intentos no bastaban, el joven se preservaba en
un limbo perpetuo.
—Esto es todo lo que puedo hacer para prolongar tu estabilidad —
Daniel rebuscó en uno de los bolsillos de su pantalón la cajilla de
terciopelo negro que con anterioridad estuviese en poder de Taylor
Blair.
Separó ambas secciones sacando un pequeño frasco con un diseño
poco común. Su nebuloso contenido se mecía enclaustrado,
pareciendo reaccionar al sentir en sus cercanías a un individuo con
casta divina.
—Mi hipótesis era acertada, los dioses que vagan por el mundo de los
humanos necesitan alimentarse de almas para coexistir —destapó la
misteriosa botella y sin aguardar más, se lo dio a beber a Blake—.
Confiaré en que después de esto, Gala pueda perdonar mi traición,
aunque no la culparía si se rehusara —suspiró Daniel con el agridulce
peso de los remordimientos, tal y como lo venía haciendo desde hace
poco más de tres años. Reunió sus pertenencias y así como arribara
al departamento de la castaña, desapareció.
Cuando Gala ingresó a la solitaria habitación, Daniel ya se había
marchado no sin antes haber intervenido a Blake. Entró sin hacer
ruido, encarando al somnoliento pelinegro postrado en la mullida
cama con la mitad del torso desnudo y en donde las húmedas vendas
presionaban el área afectada, ensombreciéndose con esa capa
enrojecida que surgía con menos agresividad. Acercó sus pisadas
analizando que sus facciones eran relajadas, indicativo de que su
malestar era tolerable.
—Ahora que conozco los alcances de tu sacrificio, no tengo más
opción que agradecerte —Gala extendió la palma de su mano
develando el par de colgantes que representaban la mezcla perfecta
entre un fatídico pasado y un incierto futuro—. Amaste tanto a Aria
que no te importó encadenarte al peso de su juramento —estaba tan
ensimismada que no se dio por enterada cuando ágil y
sorpresivamente, Blake despertó y se inclinó para afrontarla.
—¿Quieres saber cuál es la diferencia? —Blake sostuvo con rigor su
nuca para que ambas miradas escarlatas se enfrentaran en duelo,
sintiéndola temblar bajo su tacto en cuanto pusiera el primer dedo
para tocarla.
Absorbió hondamente rozando su nariz contra la piel de su cuello,
llenando sin pudor sus vacíos pulmones con el perfume de jazmines
que tanto había añorado cortándole tajante el aliento debido al
nerviosismo.
—Por ella hubiera entregado mi vida —admitió él, escuchándola
sollozar por su declaración tan directa, agregando con brevedad—.
Pero por ti... —calló un corto intervalo atrayéndola lo suficiente para
que su sistema entero se estremeciera delirante por su imponencia—.
Por ti, no sólo hubiese dado la vida, también habría encontrado la
forma de volver —pronunció Blake extasiado, contrayendo los
parpados con expectación al verla colocar sus manos sobre sus
pómulos en su afán de aplastar los inexistentes milímetros que les
distanciaban—. Por una sola vez, úsame para seguir viviendo —le dijo
con los sentidos trastornados por sus inocentes caricias.
—A este paso, me temo que seré tu muerte, Blake —confesó Gala,
permitiendo que él la halara hasta que sus labios se rozaran con la
comisura de los suyos, saboreando con deleite el furor de la ansiedad.
—Entonces moriremos juntos —selló Blake su promesa con el calor de
sus besos, dando la apertura de un catastrófico réquiem, uno que,
desde hace trescientos años atrás empezaba a tocar con bella
melancolía las primeras notas de una trágica e infausta despedida.
Las glaciales gotas caían dóciles, apacibles, meciéndose al ritmo de
un compás que sólo ellas eran capaces de percibir. Propagando un
agudo lamento, un grito fantasmagórico que promulgaba con sosiego
por un castigo que al igual que en ese instante, jamás se vería venir.
Únicamente él atendería sus exigentes disposiciones, sólo él y nadie
más estaría al tanto de la escabrosa verdad que el agobiante invierno
sepultaría bajo sus entrañas.
El repicar incesante de las sirenas se extendía apabullante por el
perímetro de la zona escolar, atrayendo de forma masiva la
curiosidad malintencionada de la comunidad estudiantil. Tanto
docentes como alumnos se mostraban aturdidos, desconociendo las
razones que orillarían al joven Taylor Blair para cometer semejante
calamidad.
Las decenas de policías se movían con cierta paranoia, denotándose
la atmósfera tan llena de incomodidad en la que se veían obligados a
trabajar tras presenciar los acontecimientos ocurridos horas atrás.
Sus semblantes traslucidos e incertidumbre marcada testificaban las
dimensiones tan horripilantes del hecho en cuestión. No quedándoles
más alternativa que efectuar sus labores con profesionalismo para
así, poder retirarse de aquella penosa escena en la menor cantidad de
tiempo.
Un silencio sepulcral enmudeció a los presentes en cuanto dos
asistentes procedieran a levantar el cuerpo que, envuelto en negras
láminas plásticas, vería por última vez la llegada de un nostálgico
crepúsculo, un triste trazo de una oscura realidad.
—Lo lamento, Taylor —manifestó Daniel con cierta falta sin relegar
su mirar de la camilla que era encauzada con discreción al interior de
la ambulancia, apartado de testigos que consiguieran escuchar su
comprometedora declaración—. Sin embargo, usarte fue la mejor
opción —admitió sin reparos o emociones de por medio.
Continuó inspeccionando en la lejanía a esa marejada de individuos
que se desplazaban sobre el escenario que había construido con sagaz
esmero, colocando cada evidencia e indicio de un modo tan
estratégico, que su nombre no quedaría involucrado en una posible
lista de sospechosos. Su movimiento había sido impecable al
aprovecharse de la vulnerabilidad de un inocente que aceptó tomar el
papel de conejillo de pruebas, despojándolo de la mayor fortuna que
un mortal podía llegar a poseer. Su alma.
Un lúgubre viento le dio la bienvenida cuando arribara a la azotea del
edificio escolar en donde Taylor Blair ya se mantenía aguardándole. Su
atención enteramente dirigida hacía aquella inmensidad no hacía más
que acentuar la marcada inestabilidad emocional que taladraba su
cordura, rasgando la delgada barrera entre lo real y lo trágico. El
metálico sonido de la puerta cerrándose lo hizo virar sobre su costado,
alcanzando a vislumbrar su alto perfil postrado en el umbral de la
entrada. Una limpia sonrisa marcó sus labios al verle abordar,
liberando un sonoro suspiro de resignación.
Avanzó con sigilo deduciendo hasta la más mínima ráfaga de aire que
se transportaba fuera de él, proyectando la bella soledad que inundaba
la propiedad. Se detuvo con brevedad a encarar a quien en un acto
fuera de lo normal, le había obsequiado la cajilla que sostenía consigo.
Incitándolo a aceptar la perturbante oferta que, escrita en una
elegante caligrafía, pondría el punto final a una dolorosa historia.
—Nunca pensé que el intachable Daniel Bridger, gustara de irrumpir en
casilleros ajenos —atacó Taylor con sorna obviando lo sucedido.
Golpeó su hombro izquierdo con el paquete que irritado estrujaba
entre sus dedos lanzándoselo en un vacilante tiro.
—No estoy aquí para discutir trivialidades, Blair —explicó Daniel
mientras se hacía espacio, quedando a espaldas de su preceptor—. Te
haré una recomendación —musitó sin un tinte que delatara sus
secretos propósitos—. Abstente de subestimarme —inhaló con honda
ansiedad a la vez que retomaba la distancia interrumpida e intentando
recobrar la compostura prosiguió—. Además, si aceptaste el
ofrecimiento que se estipula en la nota, dudo mucho que quieras
hablar sobre asuntos de menor transcendencia.
—En eso debo darte la razón —Taylor le dijo con quietud, perdiéndose
en el glamoroso paisaje situado delante de la barandilla de seguridad.
Un profundo sacudimiento lo hizo estremecer, impulsándolo a dirigirse
hacia los límites que, cercados con vallas de acero, aclamaban por su
cercanía. Las heladas gotas de sudor resbalaban por sus sienes
acentuando el tronido ensordecedor de sus propios latidos siendo
bombeados en la punta de sus tímpanos.
—El proceso ha comenzado —aseveró Daniel con el amargo sabor del
desazón rozando en la comisura de sus labios. Con prisa desmanteló
las dos extremidades que componían la caja envuelta en terciopelo
negro, presentando una inusual botella que, de manera llamativa
fulguraba en diversas gamas de color azul—. Debemos apresurarnos,
soólo tenemos una posibilidad de que funcione.
—¿Qué quieres decir? —exigió Taylor una respuesta concisa o al menos
creíble de su parte—. ¡¿Qué está ocurriéndome?! —se afianzó con
fiereza de los barrotes tratando de soportar frente a su espectador, el
agonizante malestar que destrozaba sus entrañas.
—Estás muriendo —fue la clara contestación de Daniel. Un tiro tan
cruel que no dejaba cabida a dudas, pero sí abría el acceso a
innumerables aclaraciones.
—¿Qué estás diciendo? —Taylor pretendió asimilar el impacto tan
descomunal que era recibir una noticia tan devastadora, negándose a
creer que su existencia se estuviese diluyendo con la misma facilidad
con la que Daniel se lo había comunicado.
Mandó a sus piernas a ponerse en marcha, sosteniendo su maltrecho
ser en una de las alambradas antes de que sus rodillas terminaran por
hacerlo caer. Sus pensamientos iban uno contra otro abalanzándose en
un laberinto del que ya no habría escapatoria. El miedo lo abordó en
su máxima expresión, concediéndole el privilegio de reflexionar los
acontecimientos desarrollados las pasadas semanas. Quiso mofarse de
su incredulidad, pero sus músculos eran una miserable masa inerte
que habían olvidado como obedecerle. Ahora todo cobraba un siniestro
significado.
—¿Eres un farsante, no es así? —calló de pronto. Respiró con premura
y forzando a su organismo a resistir, prosiguió—. Fui un completo
imbécil al consentir usarme —Taylor rio con acidez—. ¡Has engañado a
todos, inclusive a Gala! —escupió el rencor que quemaba en sus
palabras, dilatando sus pupilas hacia aquellas que se negaban a
desmentir sus férreos argumentos.
—¡Te equivocas! —soltó Daniel con impaciente rabia alzándolo varios
centímetros desde el cuello de la camisa—. Si bien es cierto que
durante años he traicionado su confianza... —aflojó el puño que
estrujaba su uniforme, rechazando la opción de permitirle
examinarlo—. Su bienestar ha sido mi más grande prioridad y
persistiré en velar por ello aún a costa de cualquier principio, Taylor —
le enunció con una sinceridad irrefutable—. No solo conozco tus
sentimientos hacía Gala, también los comparto, lo que por desgracia
nos convierte en los soldados de una demoledora guerra en donde
nuestro destino será perecer —meditó en el incierto futuro que se
desataría dentro de poco, encontrando una minúscula llamarada de
esperanza en el contenedor que resplandecía ansioso de saciar su
voraz necesidad.
—¿Qué esperas obtener de mí, Daniel? —indagó sin miramientos,
arrastrándole fuera de los remordimientos que día a días lo engullían.
—Tu alma es lo que me ha traído hasta aquí —dijo Daniel tajante,
derrumbando cualquier tentativa de negarse a ejecutar los planes que
tenía trazado sí la seguridad de la joven Brenton continuaba siendo
amenazada—. No aminoraré tu tortura Taylor, ni mucho menos te
ofreceré frases que te consuelen —señaló los vistosos riachuelos
carmesí que salían expuestos por los orificios de sus oídos y fosas
nasales—. La muerte es algo incontrolable, no obstante, en ti depende
hacer de ella un sufrimiento tan terrible como lo desees —concluyó con
melancólica pena. Se inclinó hasta llegar a su altura, siguió sus
indicaciones al pie de la letra y en minutos lo inevitable sucedió.
—Una pregunta más —lo llamó sin vigor—. ¿Eres humano? —riñó
Taylor preso de un falso agotamiento, sintiendo el abrazador fuego de
sus costillas pulverizarse con una agresividad ahora tolerable.
—Lo soy —fue la hiriente afirmación de Daniel.
—No lo pareces —sus brazos cedieron a la gravedad, oscilando
inmutables a cada extremo.
—Tras vivir un siglo he olvidado como serlo —fue la sombría revelación
de Daniel, quedándose grabado en sus memorias el rostro
descompuesto de Taylor una vez digiriera el trasfondo de su confesión.
Las fallas sistémicas fueron masivas orillándolo a sumergirse en el
precipicio que, tras él, añoraba devorarlo sin compasión. Quince pisos
en caída libre y aquel horripilante dolor, finalmente dejó de sentirse.
Buscó entre sus ropas el colorido frasco que con anterioridad
contuviera ese extraño fluido que le diera a beber al chico de
ascendencia inmortal estando ahora vacío. Apresó el recipiente entre
sus nudillos, escuchándose el crujir de la base de vidrio siendo
sometida al peso de su fuerza.
—Ya puedes estar tranquilo, Taylor —le citó Daniel a alguien que, por
amor, sacrificó su derecho de cohabitar en el mundo de los vivos y en
el de los muertos—. Gracias a tu intervención, Blake contará con la
vitalidad requerida para proteger a Gala —elevó su mano en el aire,
permitiendo que la fría brisa de la tarde esparciera los delicados
restos de cristal. Brindándole la oportunidad de que sus pocas estelas
surcaran con plena libertad el esplendoroso horizonte que hoy se
postraba ante su presencia.
Las piezas de aquel terrorífico ajedrez tomaban sus puestos
correspondientes después de una prolongada espera, ejecutando con
saña magistrales jugadas que terminarían por eliminar a los peones
más débiles, tal y como desafortunadamente lo había sido el caso de
Taylor Blair.