Ayudante de Cupido

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Él es un cruel peón, una pieza clave en un macabro juego en donde

los enamorados son simples juguetes en manos de una criatura


despiadada.
Gala Brenton lo presentía, que hacer un pacto con aquel misterioso
chico, resultaría ser tan peligroso como venderle su alma al
mismísimo demonio. No obstante, permitió que ese tenebroso
pensamiento cobrara vida a la vez que se hundía irremediablemente
en la profundidad de aquella mirada tan gélida como el hielo,
petrificando su sangre con el sonido de esa pregunta que
transformaría su vida en un abismo sin retorno... ¿Serías capaz de
sumergirte en la más escalofriante oscuridad, sólo por amor?
Las emociones humanas son una singular caja de pandora, la
representación del instante en que un apacible corazón es
corrompido por el dolor, siendo seducido por un atrayente
sentimiento de odio. Arrastrándolo a un oscuro abismo de
desesperanza e infames pesadillas. Hiriéndole, destruyéndolo tan
lentamente que la misma muerte se logra concebir como una
conquista inalcanzable. Arrancando a pedazos los gritos de un alma
torturada, sedienta por justicia, hambrienta de las lágrimas carmesís
que con saña fueron despojadas de una criatura que era inocente. Un
ser que pagó los estragos de un amor prohibido, una desdicha eterna.
Transformándose con el pasar de los siglos, en los retazos de una
trágica historia que al igual que el vuelo de una mariposa, volverá a
teñir sus alas de un esplendoroso rojo escarlata.
Desde la creación, el amor ha sido clasificado como una bendición, un
bello regalo para aquel que es poseedor de él. Ese maravilloso
sentimiento que parece nacer de la nada para unir los corazones y
sumergirlos en una especie de hechizo mágico.
Hizo una pausa, dejando entrever el notorio semblante de fastidio y
desagrado que se enmarcaba en su cara con la sola mención de esa
desagradable palabra. Amor. El mayor signo de debilidad humana.
Pensó. Respiró un poco más tranquilo y prosiguió.
En la antigua Grecia, este valioso obsequio era otorgado de acuerdo
con la mitología griega por uno de los dioses más importantes de ese
imperio. Su nombre era Eros, mejor conocido en estos tiempos como
Cupido. Así es, ese pequeño y tierno querubín alado que con su arco y
flechas era capaz de unir a dos corazones destinados a estar juntos
para así amarse por el resto de sus vidas y... bla, bla, bla, un montón
de patrañas y estúpidas cursilerías más. Toda una sarta de artimañas
y manipulaciones que las industrias y comercios inventaron y
explotaron para desfalcar a los estúpidos e ilusos mortales.
—¿Por qué sé todo esto? —sonrió con amargura al momento en que
maquinaba su respuesta—. Porque yo soy el ayudante de ese infame,
repulsivo y manipulador ser que todos ustedes conocen como Cupido
y créanme, cuando les digo que no es ese lindo angelillo que vuela
por doquier haciendo felices a los demás, es porque soy fiel testigo de
que es verdad.
—¿Quién es Cupido entonces? —guardó silencio por algunos
segundos—. Es el hijo primogénito de Afrodita, un Dios nacido y
criado bajo las artes de los placeres y la seducción. Su misión en el
universo es la de jugar y divertirse de la forma más perversa y cruel
que existe, reuniendo todos los recursos necesarios para causar daño
en los débiles y patéticos corazones de todo aquel que él selecciona y
llama como víctima.
—¿Qué relación tengo con él? —su irritación e ira se hizo más visible
con el solo recordatorio de la unión que mantenía con esa criatura.
Apretó su quijada, la sola mención de aquello le producía náuseas—.
Fácil de responder, soy hermano de ese malnacido. En los primeros
escritos aparezco con el seudónimo de Anteros y sí, soy un Dios y el
segundo hijo de Afrodita. Fui traído a este mundo con el fin de servir
a "El gran Cupido", utilizando mis poderes y habilidades en los
mortales escogidos por ese ruin con el único propósito de divertirlo.
Estaba por proseguir hasta que un par de golpes lo regresaron a su
inmunda realidad. Se movió sin mucho interés del enorme ventanal
de su habitación y se encaminó hacia la puerta. Una traviesa y
juguetona sonrisa se dibujó en sus labios al admirar a la bella
doncella que había hecho acto de presencia en su alcoba, la cual
mantenía su vista en el suelo intentando no mirarle de frente.
—Joven señor, lamento interrumpirle, pero mi amo requiere de su
presencia y... —no terminó de dar su mensaje, Blake la había callado
abruptamente tomándose la libertad de inspeccionar su terso cuello
con su boca, sintiéndose desfallecer al estar consciente de lo que
aquel inmortal tramaba de hacerle.
—Hablas demasiado —Blake soltó con frialdad a su oído sin perder el
tono seductor. Se mofó más ampliamente al notar como la tez de esa
chiquilla se erizaba con el solo roce de su aliento sobre su piel
expuesta. Siempre era lo mismo, no existiendo en este mundo ningún
tipo de mujer fuese mortal o no, que pudiera resistirse a sus
encantos—. "Todas son iguales" —pensó con infinito hastío. Dejó de
lado el cuello de la mujer para apropiarse de sus labios. Los besó
hambriento, deseoso de saciar esa imparable sed que día con día lo
consumía sin poder encontrar algún tipo de alivio.
Esa era su realidad, sin importar las miles de bocas y pieles que
tocara para buscar consuelo, el malestar continuaba presente. La
soltó de repente y con enfado, ignorando a la joven moza que caía al
suelo después de que le intentara decir entre jadeos ahogados que su
nueva misión estaba programada. La miró con desprecio y sin
importarle en lo más mínimo si se encontraba lesionada o no, se
marchó. No tardó más que algunos cuantos minutos en llegar hasta el
gran salón principal en donde otra hermosa doncella le dio la
bienvenida. De inmediato se acercó a su lado, parecía más que
encantada de tenerle cerca y saciar todo tipo de necesidades por las
que estuviese atravesando. Estuvo tentado a salir con ella rumbo a su
alcoba y saciarse de aquella suculenta mujer, no obstante, la imagen
de su hermano apareció en su mente arruinando su deliciosa y
placentera idea.
—Lárgate —especuló Blake con tedio retirándose de encima a la chica
para así terminar de llegar hasta su objetivo. Y ahí estaba él,
vigilando los pasos que ejecutaban los desafortunados mortales que
tiempo atrás habían sido escogidos por su traicionera mano. Todos y
cada uno de sus torpes movimientos eran estudiados
meticulosamente a través de un pequeño estanque.
—Vaya, hasta que te dignas a aparecer —su gruesa voz resonó en las
paredes de la habitación denotando su enfado, cosa que en lo
absoluto perturbó a Blake.
—Estoy aquí, ¿no? —respondió con indiferencia—. ¿Ahora qué
quieres? —le dijo sin mayores complicaciones, distinguiendo como
éste se giraba para verlo de frente. Sus ojos bañados en ese rojo
carmesí le demostraban su furia, pero aún con eso y todo no se
inmutó.
—Te tengo ya a una nueva víctima —paladeó con escalofriante
anticipación. No podía evitarlo, el poder disfrutar del dolor y
sufrimiento de un alma mortal atormentada era una embriagadora
sensación. Le entregó a Blake un blanco pergamino para acercarse
por segunda ocasión a su lugar favorito, aquel pequeño estanque que
tanta diversión y satisfacción le producían—. Ahí encontrarás toda la
información que necesitas para poder actuar —dio a conocerle
manteniendo su atención en las ondas movibles del agua.
Blake abrió los pliegues de aquel documento y enseguida la vio. ¿Así
que ella sería la siguiente en la interminable lista de aquel
desquiciado? Retuvo una carcajada.
—"Pobre desdichada" —la compadeció por un sólo segundo—. ¿Cuándo
tengo que partir? —habló Blake con tranquilidad contemplando aún
la imagen de la muchacha.
—De inmediato —fue la respuesta del mayor de los dioses—. Recuerda
que entre más rápido realices tu trabajo, más rápido saldarás tu
deuda conmigo y conseguirás tu anhelada libertad —se burló con
perversión al observar a Blake, llevar inconscientemente su mano al
hombro que contenía la marca de maldición que le impusiera no hace
muchos siglos atrás.
—En ese caso me marcho —Blake rugió entre dientes tratando de
dominar su ira. Sabía que con aquel sello sobre su cuerpo jamás le
haría el mayor de los daños, por esa misma razón le provocaba a
sabiendas de que nada podría hacer en su contra. Por el momento no
le quedaba más opción que la de obedecer y esperar, esperar el
momento en el que por fin fuese libre para así hacerle pagar a su
hermano por tantos siglos de represión.

El sol de la tarde brillaba con suavidad delineando en los cielos


siluetas en tonalidades violetas y naranjas. El caluroso viento del
verano soplaba con ligereza, obteniendo que sus largos cabellos
castaños se elevaran rozando con gracia sus mejillas. Suspiró con
resignación, no pudiendo creer aún que llevara tanto tiempo
escondida detrás de ese árbol si se suponía hoy sería "El gran día". El
día que por tanto tiempo había postergado, el día en el que por fin le
revelaría a ese chico lo que tanto la agobiaba.
—Vamos tienes que ser valiente por lo menos una vez en tú vida —
Gala se animaba inútilmente mientras continuaba admirando de lejos
a la razón de sus tormentos.
Su corazón latió con tanta brusquedad que imaginó que saldría de un
solo salto fuera de su pecho. Se aferró con mayor fuerza del tronco
áspero de aquel árbol que le servía de refugio y de pronto lo vio.
—Ahí está él —sus pómulos se coloreaban en un dulce rosa con solo
verle parado vislumbrando el atardecer. Deseó acercarse, estar a su
lado y ver la llegada de la noche juntos, pero ninguna parte de su
inmóvil cuerpo se dignaba a responder las órdenes que su cerebro
demandaba una y otra vez ejecutar—. Taylor... —Ella susurró con
pesar al ver como uno de los profesores aparecía justo delante del
joven y este se marchaba en su compañía—. De nuevo perdí la
oportunidad —Gala habló entristecida al saberse completamente sola
en aquel terreno.
Otro día que transcurría y otra oportunidad que era tirada a la
basura por culpa de sus absurdos miedos e inseguridades. Tomó su
mochila y emprendió el largo camino hacia su departamento. Estaba
tan sumergida en su plan fallido que ni siquiera se percató de la
presencia que desde hacía un buen rato la espiaba con sigilo e
insistencia.
El manto nocturno hacía su entrada triunfal en toda la ciudad, en
donde las luces de las calles poco a poco iluminaban con tenues
resplandores y el alboroto del día casi no era ya audible. Sus
profundos ojos ahora bañados por el rojo de la sangre vigilaban con
recelo cada una de sus acciones. Podía percibir todo un torbellino de
sensaciones apoderarse de ella con cada respiro de su parte.
Angustia, tristeza, desesperación, soledad, todas esas emociones se
amotinaban dentro de su ser ocasionando que los enérgicos latidos
de su corazón llegaran a sus sensibles oídos. Se burló arrogante
saboreando casi al instante su final en esta misión.
—Esto será demasiado sencillo —Blake rio con descaro merodeando a
la distancia, viendo como la castaña se tropezaba sin más cayendo en
el duro pavimento con todas sus pertenecías regadas por los
alrededores—. En verdad que es torpe —amplió aún más su
imperceptible sonrisa al verla. No comprendiendo como alguien así
de desastroso lograba sobrevivir en un mundo como este.
—Soy todo un caso —se dijo apenada Gala del espectáculo tan
vergonzoso que acababa de hacer.
Su rostro estaba enrojecido por todas las miradas que había recibido
de las personas que estaban presentes y las que para colmo le
dedicaban uno que otro comentario desagradable por haberla visto
caer. Se sintió un poco más aliviada al ver las cercanías de su
departamento, agradeciendo el por fin estar a solas en la privacidad
de su hogar lejos de todos aquellos que se burlaban de su persona.
Estaba por tomar las llaves para poder entrar cuando de pronto una
extraña e inexplicable sensación le caló los huesos. Miró el
movimiento de ese enorme árbol próximo a su casa, estando casi
segura de haber visto algo, pero no, era imposible que realmente
fuese aquello que se imaginaba. De nuevo volteó a todas direcciones
y nada, su imaginación jugaba otra vez con ella como era su
costumbre.
—¡Demonios, eso estuvo cerca! —Blake se recriminó mentalmente
ocultándose mejor entre las ramas de ese viejo árbol.
Por un momento le pareció haber sentido la mirada sigilosa de esa
humana sobre el rojo de la suya. Sonrió con tenuidad pasando los
dedos por el contorno de su boca al reparar en la peculiar presa que
esta vez caía en sus manos. Tal vez esta misión no resultaría ser tan
fácil como en un principio supuso, pero aun así, no tendría más
remedio que cumplir con las órdenes que le habían encomendado.
Bajó ágil y grácil de entre las ramas al ver la soledad de las calles,
convencido que no correría el riesgo de exponerse.
—Gala Brenton —pronunció sin ningún tipo de emoción en sus
palabras el nombre de su próxima víctima, avanzando paso a paso a
la entrada de aquel departamento por donde la castaña había
ingresado—. Después de todo, tal vez si seas un reto interesante —
Blake degustó con un dejo de diversión marcado en sus labios al ver
la sombra de la joven moverse por el sitio. Por ahora no tenía más
opción que retirarse, aún necesitaba planear todos y cada uno de sus
movimientos para que así, el macabro juego de Cupido, por fin diera
inicio.
Los primeros rayos del sol empezaban lentamente a cubrir cada
rincón con cálidos resplandores, mientras que el fresco aire de la
mañana garantizaba un agradable día por lo menos relacionado a
condiciones climatológicas. Su menudo y frágil cuerpo se movía
inquieto una y otra vez sobre las suaves sabanas indicando que sus
sueños no eran serenos. Aún podía sentirla, esa profunda y extraña
mirada sobre ella. Podía ver entre las espesas capas de oscuridad el
tenebroso brillo de esos ojos bañados en el rojo de la sangre como si
estuviesen asechándola, persiguiéndola, pero ¿Por qué?, ¿por qué a
ella?
Se giró hacia su ventana percibiendo como poco a poco la luz del
nuevo día intentaba colarse entre sus ventanas para hacerla
despertar. Se cubrió de pies a cabeza con sus cálidas mantas, aún no
quería levantarse y mucho menos ir a hacia el instituto. De sólo
pensar en tener que soportar una vez más los reclamos tan
injustificados y fuera de lugar de su profesor, le producían un
terrible dolor de cabeza y la urgente necesidad de no apartarse de
donde estaba.
—¡Qué! —Gala gritó desesperada moviéndose en la cama para
intentar levantarse—. ¡No puede ser, ya es muy tarde! —tomó molesta
el metálico aparato que descansaba sobre su mesita de noche
comprobando una vez más que las manecillas permanecían
totalmente estáticas.
Terminó de ponerse en pie para salir disparada a cambiarse.
Consciente de que no podía llegar tarde, de lo contrario, su profesor
esta vez no tendría piedad y mucho menos consideraciones.
Salió corriendo precipitada, no importándole en lo absoluto el que la
sondearan de forma escudriñante por transitar tan aprisa las
diversas calles y avenidas que se entrecruzaban en su andar. Giró en
la última de las esquinas que faltaban para poder atravesar el tramo
hacia el instituto, distinguiendo como la enorme construcción se
exponía ya más próxima a ella. Estaba por llegar después de tanto
esfuerzo cuando un duro golpe detuvo de repente su paso haciéndola
perder el equilibrio. Cerró por mero instinto sus ojos pareciéndole
sentir en cualquier momento el pavimento, sin embargo, se equivocó.
—¿Estás bien? —preguntó aquel joven sin ningún tipo de emoción a la
castaña que, aún cohibida por el impacto mantenía el cuerpo
engarrotado en un diminuto ovillo.
Gala abrió paulatinamente sus párpados topándose al instante con
una profunda oscuridad enmarcada en esa mirada que parecía de
alguna extraña manera estudiarla a detalle. Le miró algo asustada e
incómoda por como la tenía rodeada entre sus brazos, acercándola a
su pecho con maniobras demasiado sutiles en su opinión.
—Gracias, me encuentro bien, pero... —estaba por decirle que la
soltara, pero el sonido de las campanas que repicaban por sobre ellos
la tomaron por sorpresa—. Tengo que irme —Gala se dijo más para sí
que para el joven que aún la examinaba de cerca.
Blake le notó alejarse con cautela algunos pasos lejos de él, sólo para
hacer un improvisado ademán como agradecimiento.
—No tienes por qué agradecer —él informó a Gala, quien estaba
preparada para iniciar por segunda ocasión su carrera contra el reloj.
Sonrió con presunción al tomar sus pertenencias, vislumbrando por
sobre sus hombros a quien sería el blanco de sus crueles ataques—.
Fue un placer verte de nuevo, Gala Brenton —finiquitó Blake con
intriga.
Todas las extremidades de su cuerpo se paralizaron en conjunto con
la sola mención de su nombre siendo pronunciado por los labios de
aquel chico que nunca había visto, y aún así, estaba convencida de
que algo en él, le era increíblemente familiar.
—Sus ojos... —ella articuló casi de manera involuntaria.
Rememorando aquella penetrante mirada que Blake poseía y que aún
ahora le causaba escalofríos. Era tan abrumadora, tan sombría. Tal y
como la que desde hacía varios días la atormentaba como depredador
dentro de sus sueños y pesadillas.
Regresó a la realidad cuando el segundo toque de la torre del reloj
sonó vigoroso desde la lejanía, sorprendiéndole ver que era solo su
persona la que se encontraba sobre la solitaria avenida. Gala movió
su cabeza de un lado a otro en busca de aquel desconocido, aún así,
no había una minúscula pista de su paradero, meramente aquel
sujeto se había evaporado en el ambiente.

Respiró algo cansada al verse enfrente de esa blanca puerta que la


separaba del interior. Sujetó la perilla entre sus intranquilas manos y
entró con sigilo para no ser descubierta. Parecía ser factible, al
menos todos los demás alumnos se encontraban ocupados
escribiendo los problemas de aritmética que el profesor Oliver
Singer, apuntaba sobre la pizarra. Gala suspiró ansiosa, estando
segura de que si no hacía demasiado ruido terminaría de entrar sin
ningún tipo de inconveniente. Estaba a punto de sentarse en su
respectivo asiento y celebrar que nadie la había pillado cuando una
tediosa voz llamó no solo su atención, sino también la del resto de
sus compañeros.
—De nuevo tarde, Brenton —le dijo el profesor aún de frente a la
pizarra.
Se maldijo internamente al saberse descubierta. ¿Es que acaso ese
hombre tenía ojos detrás de la espalda que siempre terminaba por
atraparla? Lo divisó el girarse para poder quedar frente a ella, su
rostro mostraba disgusto eso era más que evidente.
—¿Tengo que alargar la hora de entrada para tenerla a tiempo en
todas mis clases? —la atacó el hombre sin demoras.
—Lo siento —se disculpó avergonzada.
—Imagino que no es necesario decirle que estará castigada al
atardecer.
Inspiró resignada tomando asiento al oír semejante sentencia.
—Sin mencionar que me entregaras un ensayo de mil palabras sobre
el tema del día de hoy —acabó de explicarle el docente con sorna,
consiente que eso en definitivo la haría enfurecer. Rio en su interior
al contemplarla de esa manera y antes de que ella pusiera objeciones
sobre su castigo agregó—. Y no intentes decir una palabra más que
me veré en la necesidad de aumentar tu castigo, así que espero
pongas atención.
—Como usted diga, profesor Singer —discutió Gala entre dientes
tratando de sonar lo más tranquila y convincente posible, sacó sus
cosas de su mochila y comenzó a escribir.
¡Quién se creía ese tipo!, era verdad que había llegado tarde, pero
obligarla a hacer un ensayo de aritmética y de mil palabras, era un
abuso de autoridad. Recargó su cabeza sobre la superficie de su
pupitre no comprendiendo aún la razón que guiaba a Oliver Singer a
atacarla con tanta tenacidad, si nunca había sido catalogada como
una chica problema. Aún así, sin importar lo mucho que se esforzara
o lo dedicada que se mostrara delante del docente, el resultado
terminaba siendo el mismo, y por lo menos una vez a la semana
acababa castigada no importando si la razón era por demás ilógica y
ridícula.
—Taylor... —murmuró ella con mágica ensoñación al ver por el
ventanal del aula como un alegre estudiante jugaba en compañía de
su grupo de amigos que arrojaban y golpeaban fuertemente la pelota
que giraba sin detenerse sobre el césped de aquel espacio deportivo.
Estaba tan absorta en esa tarea, que no se dio por enterada de la
sigilosa inspección que rastreaba cada una de sus acciones desde el
instante en que pusiera el primer pie en el salón de clases.
Contrajo con fuerza sus puños, abofeteando de un duro portazo el
portafolio que guardaba sus lecciones del día. Se sentía alterado,
furioso, pero sobre todo impotente. Impotente por no poder tratar
como quisiera a la castaña que tanto lo atormentaba. Estaba
desesperado por no saber controlarse ante el visible interés que su
educanda tenía por alguien más. Era demasiado difícil admitirlo,
pero era la verdad. Se sentía miserable al no poder olvidar que Gala
Brenton, tan sólo era su alumna y nada más.
—Buenos días, profesor —saludó cordial la rubia mujer que había
llegado hasta el salón de clases—. Espero no haber interrumpido.
—Despreocúpese directora Jaringer, estaba por marcharme a mi
siguiente clase —respondió con indolencia Oliver, advirtiendo en la
visitante que entraba de lleno recibiendo el saludo de sus alumnos,
claro a excepción de cierta personita que parecía perdida en otra
dimensión.
—En ese caso seré breve —dijo la rubia y prosiguió—. El día de hoy
hemos recibido la llegada de un nuevo estudiante, el cual estará con
ustedes hasta finalizar el semestre. Espero lo reciban con agrado y
simpatía. Vamos pasa... —ofreció en dirección a la puerta abierta del
salón, dejando que los segundos transcurrieran desenfrenados hasta
que él apareció y el silencio se hizo funesto e inminente.
Todas y cada una de las integrantes de aquella habitación quedaron
atónitas apenas él hiciera destacar su presencia, convencidas de que
jamás habían visto a un espécimen como lo era aquel insólito chico.
Era alto e imponente, su piel totalmente deseable parecía tintinear y
provocar al tacto, sin olvidar que ese rostro que poseía era como si
estuviese hecho por energías que superaban la razón humana. Su
mirada era gélida y penetrante, enérgica y llena de un aura de
misterio que lograba que todos sus atributos en combinación fuesen
irresistibles. Si, esa era la palabra más acertada para poder calificar
al nuevo. Irresistible.
—Su nombre es Blake Riker y ha venido del extranjero por nuestro
programa de intercambio, por lo que hemos decidido que
permanecerá en casa de alguno de ustedes por pocas semanas hasta
la clausura del semestre —dio a conocer la directora. De inmediato la
euforia femenina no se hizo esperar, ya que tener la posibilidad de
estar cerca de ese chico era por demás tentador—. Calma,
seleccionaremos a la suerte a la primera persona que lo hospedara —
informó con premura colocando el nombre de cada estudiante del
salón en un recipiente, una acción que originó una sonrisa retorcida
en Blake.
—"No importa cuánto hagan esa estupidez, el resultado siempre será el
mismo" —pensó el chico con prepotencia.
Y hablando de ella, ¿Dónde rayos estaba esa pequeña caótica? Sus
ojos la buscaron por cada rincón del aula hasta dar con ella, por lo
visto había sido la única de todos los presentes que ignoraba su
presencia. Aún recordaba su encuentro con Gala hace apenas algunos
minutos atrás, manteniendo en su mente el momento en que la
analizó lo bastante cerca para memorizar cada delicada facción que
la conformaba.
Se giró hacía la misma dirección que la castaña veía como sumida en
algún tipo de trance, provocándole en el acto una desagradable
sensación en la boca del estómago. Blake alejó su atención de ella y
del chico que por días enteros admiraba a distancia. Si bien era cierto
que detestaba en sobremanera ver esa mirada tan llena de ilusión y
absurda añoranza en los mortales, no comprendía por qué ver esa
misma mirada en ella, en la nueva víctima escogida por la mano de
Cupido era casi insoportable.
—Vamos, Singer —invitó la rubia elevando hasta él, el contenedor
repleto de papelillos—. Seleccione uno para saber quién será el
alumno de esta primera semana —terminó de decir al tiempo en que
el joven profesor introducía su mano en el recipiente, eligiendo una
de las decenas de papeletas para repasar su contenido.
—"Esto no puede ser" —se recriminó enfurecido Oliver en su propia
mente. Revisó una y otra vez el nombre que estaba escrito en aquella
hoja, no pudiendo hacer otra cosa que la de maldecir una y mil veces
más la suerte que correría esa chiquilla ahora que estaría siete largos
y tormentosos días al lado de aquel estudiante que despertaba su
entera desconfianza—. Bre-Brenton Gala —pronunció con esfuerzo,
añorando que el nombre que leía fuese cualquiera menos el de su
alumna.
Bastó el mencionar aquel nombre para que todas las miradas se
posaran en su persona con tal presión que por fin la hicieron
despertar de sus fantasías solo para encontrarse con la atroz
insatisfacción de sus demás compañeras, las cuales sin entender muy
bien el porqué, la acechaban como si quisieran atravesarla con lo más
doloroso que estuviese cerca.
—Perfecto, en ese caso la alumna Brenton será la seleccionada de esta
semana —dijo la directora.
—¡¿Qué?! —fue todo lo que debatió aún confundida Gala, no
entendiendo nada de lo que ocurría a su alrededor—. ¿A qué se
refiere con que soy la seleccionada de esta semana? —averiguó aprisa
ella.
—A que Blake Riker, permanecerá en tú casa por los próximos siete
días... a partir de hoy —finiquitó en tono contundente la mujer.
—¡Pero directora, yo no puedo serlo! ¡Por favor escoja a otro de mis
compañeros! —trató de persuadir vanamente a la rubia que no estaba
dispuesta a recibir una negativa por parte de ella.
—¡Nada de excusas, esto no es opcional! —vociferó con irritación—. Si
eso era todo lo que tenías que decir me retiro y como ya se los había
dicho a tus compañeros y a ti, espero que reciban de forma agradable
al joven Riker —enfatizó antes de salir del área dejando un pesado e
incómodo silencio.
—Toma tu respectivo asiento, el profesor de la siguiente hora está
por llegar —habló Oliver sin mucho interés en aquel recién llegado
que encendía todas sus alarmas en alerta extrema.
Blake avanzó como todo un felino entre la multitud de estudiantes
que suplicantes le rogaban una y otra vez que fuera con ellas con
quien tomara asiento, aún así, sólo tenía en mente a una en especial.
—Veo que llegaste sin ningún rasguño después de todo —le dijo Blake
con un toque de gracia en cuanto caminara hasta su puesto y el
oscuro de sus ojos se posara de nuevo en aquella figura femenina que
por días enteros vigilaba sin tregua ni descanso, ocasionando en él
una disimulada sonrisa al ver como sus mejillas se teñían con
ligereza por el efecto de sus comentarios.
—No imaginaba que asistirías a mi instituto, esto sí que es una
coincidencia —confesó por lo bajo Gala sin atreverse a encararlo, la
sola idea de tener que soportar esa sensación tan aplastante que
despedían esas profundas pupilas negras le producía escalofríos.
El aire abandonó sus pulmones al ver a ese chico que apenas y
conocía tomarse la sobrada libertad para sujetar su barbilla entre sus
manos con la clara intención de enfrentar sus miradas, algo que Gala
rehusaba a hacer y que claramente a Blake le disgustaba.
—Las coincidencias no existen, pequeña Brenton —susurró él tan
cerca de su oído que le erizó los vellos de la nuca—. Así que no lo
olvides —su voz sonó enigmática, como si sus palabras ocultaran más
de lo que se podía apreciar a simple vista.
Se hallaba tan atrapada en esas ideologías que no se percató cuando
Blake empezó a acariciar los alrededores de su cuello con las yemas
de sus dedos, distribuyéndolos por aquella zona que sabía
perfectamente nunca nadie había tocado.
—"Es tan... apetecible" —se dijo así mismo al borde del éxtasis. Era
como tocar la más pura de las sedas. Deseó posar sus labios sobre tan
exquisita piel, recorrerlo con sus besos y morderlo con desesperación
para así averiguar si su sabor era tan prominente como su tacto
dejaba ver.
—¡Gala!
Blake escuchó el nombre de la chica justo antes de cometer una
estupidez.
Se giraron ambos ante el dueño de aquella voz tan inoportuna,
encontrándose con un delirante Oliver Singer, quien al parecer había
sido el único de todos los presentes que había observado a detalle y
minuciosamente las verdaderas intenciones del inmortal.
—Espero no olvides que estás castigada por toda la tarde de hoy, así
que te estaré esperando —concluyó Singer un poco más aplacado sin
apartar aún su vista del chico nuevo, quien al igual que él, le
acechaba como si deseara destazarlo vivo y sin piedad alguna. Le
dirigió un último vistazo a Gala y se marchó a su siguiente clase.
—"Acaso ese hombre está..." —Blake se puso de pie aún con aquella
duda danzando por su cabeza estando cada vez más y más convencido
del interesante descubrimiento que acababa de hacer.
Era obvio, no era necesario activar sus habilidades sobrenaturales
para poder leer las ocultas intensiones que ese profesor tenía para
cierta castaña. Sus ojos tan llenos de odio y deseos por eliminarlo de
la faz de la Tierra se lo confirmaron en el segundo en que se miraron
en ese duelo furtivo. Agradeciéndole secretamente el haberse hecho
notar en el mejor momento, de lo contrario, no estaba del todo
seguro de lo que hubiese sido capaz de hacer con la joven Brenton.
Rugió entre dientes pasando una mano por sus cabellos en busca de
un poco de cordura. No era posible que esa niña lo aturdiera de esa
forma con sólo tenerla cerca, debía recordar que ella era una víctima
más en la lista de su hermano, sólo era otra de tantas misiones.
Debía recordar que Gala Brenton, era un simple peldaño más en el
camino a su anhelada libertad.

El sol del medio día era tan agradable como el delicioso y


reconfortante viento que entretenido se divertía jugando una y otra
vez con sus suaves cabellos elevándolos con gracia, produciéndole
algunas cosquillas en sus sonrosados pómulos. Por fin había llegado
la hora del descanso, considerando demasiado largo el día que
apenas iniciaba. Primero su accidente con el alumno nuevo, después
su castigo por parte del profesor Singer y por último la impuesta
obligación de la directora de hospedar a Blake Riker por toda una
larga y apenas emprendida semana.
Espiró algo agotada. Quería irse hacía su casa, tomar una merecida
ducha de agua caliente y dormir profundamente hasta el día
siguiente. Sonrió risueña al recordar que en días como ese sabía qué
hacer para de alguna forma mejorarlo. Detuvo sus pasos para
rebuscar algo entre sus cosas. El brillo de sus ojos caramelo aumentó
al ver esa pequeña caja adornada en tonos morados y la cual
mantenía en una hermosa caligrafía la palabra "Chocolates".
—Es el último —Gala sonrió con mayor plenitud al ver la dulce
golosina en el interior de la caja.
Siempre había pensado que la última pieza era la que guardaba el
sabor más exquisito de todos y para un día pésimo como ese, nada
como una dosis de ese fantástico manjar de los dioses. Atrapó con
sumo cuidado el trozo de chocolate y justo cuando estaba a punto de
darle el primer mordisco un fuerte golpe la hizo reaccionar, sólo para
darse cuenta de que había caído sobre las raíces salientes del enorme
árbol en donde acostumbraba estar en el descanso. De inmediato se
puso de pie rogando que nadie de los alrededores la hubiese visto en
tan penoso espectáculo, aunque era tan desapercibida que dudaba
que siquiera la distinguieran entre una multitud.
—Todo está en mi contra el día de hoy —dijo Gala con pesar al ver
como en su descuido su queridísimo trozo de chocolate había salido
disparado muy lejos en la distancia, aterrizando sobre el césped
despedazándose en el proceso.
—¿Siempre eres así de torpe?
Un estremecimiento sacudió su espina dorsal al escuchar esa
exclamación tan fría y seca, siendo increíble como en tan sólo unas
horas pudiera ubicar tan bien a su dueño.
Pasó sus dedos por el contorno de sus labios en una pose arrogante,
entreteniéndole ver a esa niña tan diferente al resto de la población
femenina normal que no parecía alterarse eufóricamente por su
cercanía.
—Vamos, ¿no piensas responder a mi pregunta? —la voz de Blake
sonó más mordaz de lo que se suponía, pero aún así, no dijo nada y
esperó la respuesta de Gala.
Una peligrosa oleada de indignación la recorrió al escucharle decir
aquellas palabras tan llenas de burla e ironía. Se volteó furiosa con
los ojos chispeantes en cólera. Por esa razón prefería pasar
inadvertida a la vista de todo el mundo, porque si su existencia se
hacía evidente era justamente para eso, para que le echaran en cara
lo torpe, débil e insignificante que era.
—Ya lo viste tú mismo, soy un desastre lo sé, ¿Conforme?, eso es lo
que querías escuchar de mí, ¿no es así? —articuló Gala sin más antes
de marcharse de ese sitio. No quería permanecer un minuto más en
presencia de ese sujeto que no se cansaba de recordarle lo que había
conocido de sobra desde niña, no obstante, solamente logró dar un
par de pasos cuando el intimidante cuerpo de Blake se interpuso en
su camino. ¿Es que acaso ese chico nunca la dejaría tranquila? —.
¡¿Ahora qué es lo que quieres?! —le enfrentó ella con tanta ira que ni
siquiera se percataba de los débiles sacudimientos con los que su
mediana figura se movía—. ¡No quiero tenerte cerca, no puedes verlo!
—rugió perdiendo los estribos al ver como el joven se limitaba a
sonreír de manera hiriente.
—Lamento no cumplir tus deseos, pero como bien conoces ambos
estaremos muy juntos por algún tiempo —recalcó Blake tan cerca de
su oído que pudo sentir la calidez de su aliento chocar con su piel.
Se alejó algo confusa sin perder ese brillo retador que emanaba de su
mirada. Su boca hizo una especie de puchero al recordar que, para su
desgracia, ese irritante chico tenía razón y al menos por el momento
ambos vivirían bajo el mismo techo.
—Lo vez, tengo razón —continuó exasperándola.
—Sólo por esta semana Riker, dudo mucho que mi suerte sea tan
mala como para volver a hospedarte —pensó que con eso Blake la
dejaría por fin en paz, pero no fue así.
Le vio el acercarse nuevamente hasta ella de forma mucho más
comprometida, estando a escasos centímetros de su rostro. Si no
fuera porque era algo imposible, hubiese jurado que sus oscuras e
intrigantes orbes la hipnotizaron para no mover una sola fracción de
su cuerpo obligándola a permanecer en aquella paralizante posición
sin poner algún tipo de resistencia. Sus nervios se dispararon al
sentir sus rudas manos tocar e invadir su cara, delineando el
contorno de sus ojos, mejillas y su entreabierta boca.
—"Pero ¿Qué piensa hacerme?" —fue la pregunta que la inundó
mientras intentaba el poder moverse y salir huyendo de su asedio.
Lo apreció con fijación, era como si Blake estuviese manteniendo una
especie de pelea interna y así como se acercó, se alejó de ella como si
su solo tacto le quemara intensamente.
—No tientes a la suerte, Brenton —advirtió en tono amenazador
retrocediendo un par de pasos para recobrar la distancia que se había
permitido desvanecer—. Te garantizo que te puedes llevar una
desagradable sorpresa —terminó de decirle y de mala gana se marchó
de ahí, dejando perturbada a Gala, quien por su parte parecía
recuperar poco a poco la movilidad.
Gala tragó con pesadez sintiendo aún esa extraña energía cubrirla de
pies a cabeza, impidiéndole moverse y gesticular alguna palabra de
auxilio.
—¿Te encuentras bien, Gala?
Escuchó gesticular ella a su espalda con esa preocupación que
conocía tan bien. Respiró aliviada al ver a su amigo y sin más, sin
decir una sola palabra se abrazó a Daniel.
—Pero ¿qué ocurre contigo? Estás temblando —demandó él aún más
inquieto que antes, correspondiendo de igual forma aquel gesto—.
Fue el nuevo, ¿cierto?, hace unos minutos estaba aquí contigo —la
dulzura de su rostro se enmarcó salvaje al recordar al tal Blake Riker
hablando con Gala, consiguiendo que un gruñido escapara de su boca.
Algo había en ese tipo que no le inspiraba nada de confianza, y él
nunca se equivocaba en esas cosas. Riker tramaba algo contra su
amiga.
—No Daniel, no fue él —mintió Gala al oír el furioso reproche de su
amigo.
Daniel era tan sobreprotector con ella que tenía razones suficientes
para no querer provocar más problemas si le decía lo de su encuentro
con el chico.
—Sólo estoy cansada, nada más —le sonrió amigablemente no
convenciéndolo del todo, pero al menos por el momento eso era lo
que requería para pasar todo este asunto a segundo plano.
—Si tú lo dices, te creo —mencionó Daniel algo más relajado tomando
de la mano a Gala, quien ya familiarizada con el trato que su amigo
tenía para con su persona ni siquiera se inmutó—. Ahora vamos, nada
como un delicioso almuerzo para que te sientas mejor —la guio entre
la concurrencia de estudiantes hasta una banca en donde se
encontraba otro amigo de ambos esperando por ellos y así comer de
forma apacible.
El viento del medio día elevaba sus negros cabellos con maestría
provocando que sus rojos ojos adquirieran rasgos bestiales. Después
del agradable encuentro con Gala Brenton, había optado por
permanecer en lo alto de la azotea del edificio escolar, siendo el sitio
perfecto para estar lejos de todo aquel que osara importunarlo.
—Qué tipo más patético —soltó Blake irritado al referirse al jovial
amigo de la adolescente.
Subió sus manos a la altura de su rostro analizándolas como si
buscara algo terrible en ellas. Aún podía palpar sobre su superficie
esa corriente tan llena de electricidad que lo recorrió cuando tocó la
cara de Brenton. Fue tan placentera, como ninguna otra que él
hubiese experimentado a través de sus largos años de existencia.
Estaba por regresar junto a la joven y buscar más de esa inigualable
sensación, cuando su interés se posó en aquel intruso que
preocupado se había acercado a la chica de pupilas cobrizas y la cual,
sin más se había abalanzado sobre él en busca de protección una vez
lo viera llegar a su lado.
Una desagradable energía atravesó sus venas, era como fuego líquido
que quemaba todo a su paso desde su cerebro hasta lo más hondo de
sus entrañas. Activó su poder inconscientemente. Podía leer todas y
cada una de las intenciones y verdaderos deseos de ese idiota que se
mantenía abrazado a su víctima.
—¿A quién cree que engaña? —Blake lanzó sin emociones.
Ese tal Daniel Bridger como Brenton lo había llamado, no era mejor
ni peor que ese estúpido profesor que tanto codiciaba a la castaña, ya
que ambos guardaban grandes anhelos hacía su persona, oscuros
anhelos que desde luego por tonta ingenuidad ella desconocía.
Se mofó con perversión al darse cuenta de lo que pasaba con él. Esa
torpe niña le atraía demasiado como para que pudiera controlarlo
con facilidad, así que al igual que en otras de sus tantas misiones
sacaría algo de provecho para él, al fin y al cabo, había algo de bueno
en ser el ayudante de ese miserable Dios que era Cupido. Así ambas
partes resultarían beneficiadas, tanto ella como él. Por un lado, la
pequeña Brenton conseguiría tener el amor del sujeto que añoraba
con enferma cursilería. Y por el otro, él saciaría sus deseos más
salvajes en ese tierno cuerpo de mujer que le cortaba el aliento.
Las siguientes horas transcurrieron con rapidez, inclusive se
sorprendió de ver cómo los últimos rayos del sol comenzaban a
mezclase en el firmamento de la noche formando fulgores llamativos
y llenos de color. Gala regresó su atención a su cuaderno de notas,
necesitando una decena de palabras más y su castigo por fin habría
acabado dejándola libre.
—He terminado profesor —avisó ella al hombre que en ningún solo
momento había apartado su mirada de la adolescente y el cual soltó
un leve quejido al ver que tendría que dejarle irse al menos hasta que
se le ocurriera otra manera de retenerla para seguir admirándola en
silencio—. ¿Puedo irme ya?
—Espero que esté impecable de lo contrario harás otro, con la
diferencia de que esta vez serán diez mil palabras —le señaló Oliver.
Trató por todos los medios el no decir una sola palabra. No le daría el
gusto de volver a reprenderla, además estaba tan fatigada por todo lo
que había pasado a lo largo del día, que lo último que quería hacer
era terminar discutiendo con aquel hombre que parecía divertirse y
regocijarse con su suplicio matemático.
—Está bien, puedes irte —le dijo finalmente después de parecer
meditar su respuesta.
Tomó su mochila y salió lo más fugaz que pudo en dirección a las
canchas deportivas. Después de unos cuantos minutos llegó a su
destino, divisando en el acto a su triste objetivo. Su corazón parecía
enloquecer al verlo practicar con los demás integrantes del equipo de
futbol, actuando tan alegre y espontáneo como sólo él podía hacerlo.
Deseaba decirle todo lo que sentía, todo cuanto le inspiraba hacer y
todo lo que significaba para ella, pero era tan cobarde, tan
insignificante que dudaba siquiera que Taylor Blair supiera que
existían ambos en el mismo universo.
—Si tan sólo me dieras una oportunidad, te aseguro que no te
arrepentirías —habló Gala tan sincera como si Taylor estuviese frente
a ella y escuchara cada una de sus palabras llenas de amor y dolor. El
dolor de no poder ser correspondida.
—Y si alguien te ofreciera esa oportunidad que tanto codicias, ¿la
tomarías?
Oyó decir Gala con turbador misterio.
Buscó algo inquieta al dueño de esa gélida voz, advirtiendo como este
se mantenía sentado en las ramas del gran árbol que vigoroso se
exponía de espaldas a ella. Le vio dar un ágil salto, como si la
distancia entre el suelo y él fuera cosa de nada. Caminó sigiloso tal
depredador y llegó hasta su lado repitiendo la misma asediante
interrogante.
—Y bien, ¿qué me respondes? Si yo te diera la oportunidad de tener el
amor de ese sujeto, ¿la aceptarías? —le dijo Blake.
—Pero ¿qué dices? ¿Cómo podrías conseguir eso? —sondeó Gala
aturdida por todo lo que Blake le decía.
—Ese es asunto mío —reveló de mala gana empezando a arrinconarla
contra una de las paredes de concreto—. Sólo piénsalo, ¿no serías
capaz de cualquier cosa por saber que el corazón de ese chico te
pertenece? —sus labios se ensancharon en un gesto casi macabro al
presenciar como la castaña retiraba su mirada de la de él para
enfocarla en Taylor, como si estuviese comparando sus palabras y la
recompensa que obtendría si aceptaba el pacto que le ofrecía—. "Solo
un poco más, pequeña Brenton" —colocó ambos brazos a cada extremo
de Gala, de ninguna manera permitiría que esa niña se le escapara
estando tan cerca de obtener lo que deseaba escuchar de ella—. Si
aceptas, te doy mi palabra de que estarás a su lado y dejarás atrás los
escondites, las miradas a distancia y claro... —Blake avanzó a su
oído—. La dolorosa sensación de no poder alcanzar algo imposible.
—Y, ¿qué es lo que quieres a cambio de eso? —le inquirió ella sin
titubeos.
Eso sí que lo sorprendió. Levantó una ceja a la vez que sus labios
mostraban esa sonrisa tan altanera y común en él. No cabía la menor
duda, Brenton era diferente a los demás mortales.
—Aún no lo defino del todo —mintió—. Pero por el momento eso no
importa, sólo dame un "Sí, acepto", y te garantizo que transformaré
tú fantasía en toda una realidad —insistió Blake sin reparos mientras
elevaba su brazo y lo colocaba frente a ella.
Activó con cuidado sus poderes. Su débil alma era como un libro
abierto y extendido para él. Sólo para él. Presenciaba el anhelo que
sentía por estar cerca de Taylor, la desesperación por que supiera
que existía y ese desagradable y enfermizo sentimiento que emanaba
de lo más profundo por hacerlo feliz. Se burló por lo bajo
desactivando sus habilidades sobrehumanas, los mortales eran tan
predecibles que estaba seguro de la respuesta que Brenton le daría.
—¡Está bien, acepto! —Gala cerró el trato estrechando la mano que él
le ofrecía—. ¡Si haces que Taylor Blair se enamore de mí, haré lo que
sea, no importa lo que me pidas, te aseguro que será tuyo! —le dijo
algo alterada intentando controlar su respiración anormal y la
ansiedad que como urgencia burbujeada en su pecho.
De inmediato la dejó en libertad no pudiendo hacer otra cosa que la
de sonreír victorioso. Ahora sólo era cuestión de tiempo para obtener
lo que tanto deseaba de la pequeña Gala Brenton. La vio el caminar
lejos de las canchas deportivas y pronunciar un leve —Vamos a casa
—.
Por el momento descansaría. Después de lo pactado esta tarde,
tendría mucho que hacer los siguientes días para cumplirle a la chica
quien, sin duda alguna, ignoraba que hacer un pacto con él, era casi
tan peligroso como venderle el alma al mismísimo Demonio.
Su respiración aún era todo un caos y los latidos de su pobre corazón
eran tan fuertes e incesantes que parecían taladrar sin tregua sus
oídos y desmoronar en decenas de pedazos su cabeza. Mantenía su
mirada gacha observando como sus pies se movían por voluntad
propia guiándola por las solitarias calles de la ciudad con Blake tras
de ella. Trató de enfocar sus ojos hacia el chico que después de lo
hablado minutos atrás, no había vuelto a dirigirle la palabra. En
realidad, ninguno de los dos lo había hecho. La sola idea de tener que
encararlo, le devolvía velozmente a la mente la oferta que le había
propuesto y la cual, sin más, sin tener dudas o pensar al menos en las
posibles consecuencias había aceptado con desesperación como si
esta fuese su única salida. Como si él fuera su última oportunidad.
Sus pómulos se sonrojaron ante ese súbito pensamiento, y ¿Si en
verdad cumplía su promesa? ¿Qué ocurriría si en realidad Blake
conseguía que el corazón de Taylor Blair le perteneciese sólo a ella?,
pero ¿Cómo haría semejante hazaña? Estaba consciente que su
situación no era nada fácil, por lo que no podía pensar que el nuevo
se acercaría con naturalidad a Taylor para que, como por arte de
"magia" este terminara loco de amor por ella, eso era imposible ¿no
es así?
—¿Acaso piensas que pasemos toda la noche bajo la intemperie?
Ella escuchó esa potente voz tras su espalda logrando que despertara
de su ensoñación. Se giró sobre sus talones sólo para encontrarse a
Blake parado frente a las puertas de su departamento, recargando
todo su cuerpo sobre uno de los pilares con los ojos al parecer
cerrados. Su mente se mantenía tan ocupada en toda esa situación
que no se dio por enterada en el segundo en que ambos habían
llegado a su destino, por lo que aún cohibida por todo lo que había
vivido el día de hoy, sacó sus llaves y sin más le permitió el acceso al
interior.
—Espero te sientas cómodo —Gala habló más para sí que para el
chico, el cual por su parte examinaba cuidadoso el recinto en donde
permanecería por algún tiempo, como un cazador que prepara su
territorio antes de encabezar la matanza de sus presas—. Ahora que
lo pienso... —su tono intrigante llamó la atención de Blake,
deteniendo sus intenciones de seguir—. ¿Cómo sabías donde vivía? —
argumentó. Estaba convencida que esa era la primera vez que el
joven visitaba su hogar, por lo que aún no comprendía cómo era que
conocía con tanta precisión la ubicación llegando incluso a
interrumpir sus pasos durante el trayecto evitando que pasara de
largo.
—Intuición, supongo —engañó Blake con descaro riendo con
discreción aprovechando que se encontraba de espaldas a la castaña.
No podía evitar asombrarse ante el hecho de que a pesar de que Gala
era tan torpe y atolondrada, esta contaba con una pizca de suspicacia
demasiado peligrosa para sus planes. Debía de ser cauteloso, mucho
más que en todas sus pasadas misiones o de lo contrario, la pequeña
Brenton terminaría por descubrir su identidad y sus descabelladas
intensiones mucho antes de lo previsto.
—Sígueme, te mostraré tu habitación —Ella informó a Blake antes de
perderse entre los oscuros pasillos de la zona.
Solo tardaron algunos pares de minutos cuando ambos se hallaban
delante de aquella enorme puerta de madera tallada.
—Es aquí, por suerte está en buenas condiciones —le dijo algo
alterada al ver como de nueva cuenta se dedicaba a explorar todo a
su alrededor con sumo detalle—. Si te disgusta podría ofrecerte la
mía —brindó con inocencia, advirtiendo demasiado tarde que sus
comentarios habían hecho que el chico dejara de lado su tarea para
ahora estudiarla a ella, encaminándose en pausa hacia su persona.
—Si en la oferta también incluyes que tú me acompañaras durante
toda la noche, hasta podría pensarlo —jugó con insolencia originando
que la dulce mirada de Gala desapareciera en el acto, siendo
reemplazada por una fuerte capa de frustración dedicada
exclusivamente para él.
—Eres detestable Riker, ¿lo sabías? —soltó molesta de ver como
enserio no se cansaba de divertirse a costa de ella y su paciencia.
Lo vio alejarse justo después de sonreírle, posando ahora su interés
en un punto específico de la habitación. De inmediato un
desagradable escalofrío la recorrió de pies a cabeza provocando que
sus manos se movieran nerviosas sobre su uniforme, creyendo
escuchar antes de tiempo la pregunta que Blake le hacía referente a
las personas que felizmente enmarcaban aquel cuadro familiar que
sostenía consigo.
—¿Por qué vives lejos de tú familia? —Blake interrogó con la
fotografía entre sus manos.
Sus negros ojos asimilaron con mesura a cada uno de los individuos
en esa imagen. Todos parecían tener los mismos rasgos, claro a
excepción de cierta castaña que desentonaba entre todas esas
miradas tan orgullosas y llenas de soberbia. Era como ver a un tierno
corderito rodeado por hambrientos lobos.
—Todos murieron —fue la hueca respuesta que salió de su boca.
La miró en automático, algo había en esas palabras que no acababan
de convencerlo del todo, como si en esas escasas letras se ocultara
algo demasiado grande y amargo. Un secreto demasiado oscuro.
—Será mejor que te deje desempacar, así me dará tiempo para hacer
la cena —se excusó ella para zafarse del tema. Tomó por segunda
ocasión la perilla y cerró la puerta dejándolo solo.
—¿Qué es eso que escondes, pequeña Brenton? —se dijo entre
aquellas cuatro paredes al dirigir su interés hacia esas personas que
rodeaban a la castaña dentro de la fotografía.
Si mal no recordaba en el informe que le fue entregado por su
hermano, no decía absolutamente nada sobre que la familia de su
nueva víctima estaba muerta, así que no entendía qué razones tan
poderosas guiaban a Gala para afirmar todo lo contrario.
Caminó sigiloso abriendo la puerta que le separaba del exterior para
así permitirse vigilarla. Podía leer con claridad ese desconocido
sentimiento que emanaba de lo más profundo de su ser, aquel que
intentaba sepultar y esconder de todos, pero con él, eso era
imposible. El abandono, el rencor y hasta el odio se mezclaban dentro
de ella de una forma impresionante. Era como presenciar una bomba
de tiempo que solo esperaba el momento justo para activarse y
causar la destrucción. Pero ¿Por qué?
—Ahora comprendo, por qué razón despertaste la curiosidad en ese
desquiciado —Blake sonrió con prepotencia al recapacitar y digerir su
leve descubrimiento.
Se retiró de la puerta desactivando su poder, rememorando aún esa
idea transitar por su cabeza. Lo había imaginado, pero ahora ya no le
cabía la menor duda. Su hermano era un demonio siniestro, uno que
desde luego estaba más que dispuesto a alimentarse de un alma
mortal tan perdida y rica en todo tipo de sentimientos como lo era la
de Gala Brenton. Un alma que, al momento de culminar su trabajo,
sería capaz de incrementar considerablemente los poderes de ese mal
nacido dejando al finiquitar el juego, un cascaron tan vacío que no
estaba seguro si después de toda la desgracia que iba a ocurrir esa
niña lograría siquiera llevar algo parecido a una vida.
No quería pensar en nada más, deseaba irse a su propia habitación y
dormir hasta el día siguiente o incluso hasta el siguiente a ese. Su
nerviosismo aún era patente en sus movimientos al igual que el frío
sudor que recorría su frente con el recordatorio de la respuesta que
le había dado a su nuevo inquilino. Por esa razón se había negado
ante la directora a hospedarlo. Para no tener que llegar a dar
explicaciones sobre su familia y su doloroso pasado. Aquel que desde
hace un poco más de tres años había aprendido a sobrellevar como
un mal recuerdo o una cruel pesadilla más.
—Adelante —Gala anunció confiada ante la persona que tocaba en las
afueras de su casa y quien seguramente se trataba de uno de sus
amables vecinos, siendo ellos y sus amigos lo más cercano que tenía
a una verdadera familia desde que había llegado a la ciudad esa
horrible noche de tormenta.
Entró a la cocina mientras escuchaba como la puerta era abierta,
percibiendo el resonar de las pisadas de aquel desconocido que
caminaba dentro de su propiedad.
Los segundos transcurrieron hasta que aquella sombra extraña la vio
regresar al área del comedor. Su largo cabello caoba se agitaba con
elegancia gracias a la refrescante brisa que se colaba por las
ventanas, regalándole a la vista un hermoso perfil del rostro de Gala.
Sentía su sangre recorrerlo enloquecida al verle caminar con aquel
par de vasos de cristal que sostenía con sus delicadas manos,
pareciéndole aún algo irreal el poder haberla encontrado después de
tantos años de búsqueda, los cuales sin duda habían hecho maravillas
con la muchacha que aún ignoraba su presencia.
—Dra-Drake —articuló Gala con suma dificultad al borde del pánico,
dejando caer en un descuido uno de los vasos de cristal que cargaba
consigo.
—Es un verdadero alago que no te hayas olvidado del nombre de tú
prometido —le dijo entre una inusitada mezcla de fiereza y felicidad.
Tragó pesadamente al verle aproximarse a ella, viéndose en la
necesidad de retroceder cada vez que él se avecinaba. Miró aquellos
ojos tan iguales a los suyos, preguntándose mil y una veces ¿cómo es
que había dado con ella?
—Te lo advertí primita, te dije que jamás escaparías de mí —Drake
confesó casi leyéndole el pensamiento. Sonrió victorioso al ver como
el camino de su prima se veía bloqueado por uno de los muros sin
dejarla con más espacio para huir, mostrándola total y
completamente a su merced. Tal y como lo había sido y como seguirá
siendo a partir de ahora.
—Por favor, vete —sus palabras se agolpaban en el fondo de su
garganta sin poder salir con la fuerza e impulso que deseaba—. Ya
tienes todo lo que deseabas, la fortuna de mí padre es tuya —su
miedo aumentó al ver su gélida mano posarse en su cara creyendo
que la golpearía por su comentario, así como las tan incontables
veces que lo había hecho en el pasado, sin embargo, se equivocó.
Su caricia era brusca y sin delicadeza, dejándola tan rígida como una
roca. Lo observó subir su otra mano para tomar su rostro por entero
y así recargar su frente contra la suya en un gesto casi atormentado.
No quería tenerlo cerca, la sola sensación de su roce le causaba
malestar y el resurgir de aquellas terribles experiencias que
solamente revivían en las penumbras de sus sueños.
—Te equivocas, aún no tengo todo lo que deseo —su cálido aliento
chocaba con ella percibiendo aún más la humedad de sus lágrimas
que ya cansadas de ser retenidas por sus ojos, se deslizaban una
seguida de las otras en un taciturno llanto—. Tal vez esa sea la razón
por la que me obsesionas al punto de la locura Gala, porque has sido
lo único a lo largo de toda mi vida que no he logrado tener —su voz
corrompida se apagó al chocar su boca sobre la suavidad de su
mejilla en una especie de beso, combinándose el sabor de su piel con
el de las lágrimas que escurrían, dándole un toque que, para él era
por demás embriagador.
Desvió su rostro lo más que pudo de su contacto, desquitando todo
sentimiento de rabia, terror e impotencia contra aquel vaso de cristal
que alcanzó a salvar y el cual contrajo con mayor ímpetu al sentir los
húmedos labios de Drake moverse por la curvatura de su cuello,
deseando marcarla como algo más de su propiedad.
—No tienes idea de cuantas noches venía a mi mente el dulce sabor
de tú piel, el aroma de tu cuerpo... —Drake le dijo extasiado de poder
tocarla de nuevo.
Oprimió sus ojos con exasperación sintiendo náuseas. No deseaba
recordar nada, no quería revivir esos momentos tan llenos de horror.
Esas interminables noches en que permanecía a la vigilia, atenta y en
guardia ante la menor provocación de que aquel ser que se hacía
llamar su protector, ese demonio con cara angelical que ahora la
tocaba con descaro, no pretendiera aprovecharse de ella como en
tantas ocasiones intentó hacerlo sin resultado.
—¿Interrumpo? —se manifestó con firmeza el recién llegado.
Gala buscó de forma desesperada al portador de aquella voz,
sintiéndose por primera vez desde que lo conocía, feliz de verle
aparecer.
A pesar de todo lo que sentía su semblante se exponía sereno y
tranquilo, imperturbable para aquel que lo advirtiera. No obstante,
sus músculos estaban rígidos por la presión y por el deseo que
reprimía de impactar sus poderes en el imbécil que, por una u otra
razón, se había atrevido a tocar a su preciada víctima, algo que sólo
podía y tenía que ser de él, al menos antes que nadie más.
Blake analizó a detalle a quien aún sostenía a Gala de la mano,
apreciando que sus rasgos le eran demasiado conocidos. ¡Por
supuesto! era uno de los que aparecían en ese retrato que se
mantenía en su habitación y de los cuales Brenton, le aseguraba
fervientemente estaban muertos. Rugió irritado dirigiéndole una
mirada despectiva a Gala, ¿¡Quién rayos se creía esa humana para
tacharlo por idiota!?, ya tendría tiempo para echarle en cara su
acción, por el momento le era más trascendente encargarse de ese
tipo que despedía un aura tan irascible que lo convertían sin duda en
un inminente rival.
—¿Quién diablos eres tú? —Drake demandó sin más ante la presencia
de Blake, quien con naturalidad se limitaba a reír de forma altanera
sacándole de quicio—. ¿¡Acaso eres sordo!? —lanzó agresivo
sobresaltando a quien se mantenía forzadamente a su lado, la cual
parecía intercambiar miradas de auxilio con el aparecido. Frunció el
entrecejo ante esa visión pasando por su cabeza la idea de que ese
chico era la pareja de quien le trastornaba día con día la razón—.
¿Vives con él? —ahora se dirigió a Gala, quien se limitaba a bajar su
rostro para evitar verle—. ¡Respóndeme! —exigió de forma violenta
perdiendo el increíble control del que era característico ante la
mudez de su prima. La sola idea de que ese tipo compartiera la
misma cama que la castaña le desgarraba las entrañas
enloqueciéndolo más. Oprimió con mayor rigor la frágil mano que la
sostenía unida a él, oyéndole soltar un sonoro quejido de malestar—.
¡Habla! o partiré tú muñeca en dos —amenazó a Brenton que ahora
lloraba ante el increíble dolor que sentía dividiría en cualquier
momento su extremidad.
—Tú lo has dicho, vivo con ella... ¿Hay algún problema con eso? —
Blake soltó con acidez el veneno en sus palabras.
El silencio se hizo inminente después de ese comentario por parte de
Blake, quien no podía entender la sensación de alivio que se esparcía
en su interior al ver como el mayor de los Brenton liberaba a Gala de
su agarre.
—Si esas eran todas tus dudas, márchate por donde viniste —
sentenció Blake con aspereza llegando a los límites de su corta
paciencia por un día. Ahora su semblante era distinto, dejando atrás
esa serenidad e indiferencia perpetua que parecían haberse
evaporado en el ambiente.
—Te aseguro que esto no se quedara así —contratacó Drake en
aparente sosiego, avecinándose de nueva cuenta a la chica que desde
hace algunos segundos permanecía sentada en el suelo. Prendió su
delgado mentón y aproximó su disgustado rostro al de ella para
concluir con lo que había venido a hacer desde un principio—. No
pienses que te has librado de mí, tú me perteneces y siempre será
así, te guste o no —susurró en su oído causándole el más puro terror
ante lo que pudiera hacerle ahora que había dado con ella después de
tres años de haber escapado de su constante asedio.
Drake acarició sus pómulos con perversión y depositó un súbito beso
ante la mirada fulminante de Blake, quien no sabía cuánto más
resistiría el enorme deseo que contenía por destrozar el cuerpo de
aquel que lastimó tanto física como emocionalmente a Gala.
—¿Por qué mentiste? —fue todo lo que inquirió Blake cuando la
puerta se cerrara abofeteando el marco, dejándolos por fin libres de
ese sujeto que tanto temor parecía influir en la pequeña castaña.
Los minutos transcurrieron en donde ni una respuesta en su defensa
se hizo presente.
—¿Tanto fue el daño que te causó él y tú familia que los diste por
muertos? —confirmó con recelo contestándose más para sí mismo
que para Brenton que parecía perdida en una inaccesible dimensión.
Su cuerpo tembloroso y su cabeza recargada entre sus rodillas la
mostraban como un animalito herido que sólo esperaba el momento
preciso para caer y dejarse morir.
—No pienso hablar, así que déjame sola —Gala manifestó entre
sollozos, pensando que después de eso Blake respetaría su decisión.
No deseaba decir nada que le recordara la pesadilla por la que
atravesó años atrás, todo lo que quería era estar así, llorando. Llorar
por horas enteras hasta que las amargas lágrimas que derramaba se
llevaran todo el pesar, toda la agonía y todo el peso del pasado que
caía cual pila de concreto sobre ella.
—Muéstrame tú brazo —mandó en tono indiferente el chico, halando
del miembro que por instinto Gala oprimía contra su pecho.
Blake tocó un punto de su mano escuchándose en el acto un pesado
crujido sobre el hueso de la extremidad. Todo lo que había dicho ese
sujeto había sido cierto, en verdad había intentado destrozarle la
mano. Soltó un fastidioso suspiro. Odiaba tener que involucrarse de
más en asuntos que no le inmiscuían en lo absoluto, pero odiaba más
tener que cargar con aquella extraña sensación de disgusto que se
apoderaba de él y la cual aumentaba cada vez que veía como esa
torpe niña trataba de disimular su malestar frente a él.
—Escucha lo que diré porque no lo pienso repetir —la vio prestarle
toda su atención después de eso—. Trataré de curarte al menos hasta
mañana, así que pase lo que pase no mires, no hables y no preguntes
nada, ¿entendiste? —el movimiento de su cabeza en forma afirmativa
le hacía entender que comprendía, así que sin perder más el tiempo
volvió a ordenarle que cerrara sus ojos, no correría el riesgo de
delatar sus habilidades y mucho menos su verdadera identidad así de
fácil frente a ella.
Sus ojos adquirieron esos rasgos bestiales por naturaleza,
permitiéndole a sus manos ser cubiertas por un resplandor azulino.
Las colocó por encima de las de Gala y ágilmente comenzó a actuar.
Rio con insolencia y algo de orgullo al ver como las muecas de
malestar parecían desvanecerse del rostro de la pequeña Brenton,
signo de que no faltaba mucho para terminar con su ante impuesta
tarea. Desactivó su poder y sacó un diminuto frasco de sus ropas.
—Este preparado es algo desagradable pero bastante efectivo —le
previno Blake sin demora. Amplió aún más su invisible sonrisa al
verla arrugar su nariz ante el fuerte olor. Cogió un poco de aquella
cremosa medicina y la distribuyó en los contornos de la lesión—.
¡Demonios! —articuló algo irritado al ver que no contaba con que
vendar la mano de esa niña, por lo que no tuvo más opción que
desgarrar parte de su camisa y usarla como algo improvisado—. He
terminado —avisó sin más, a la vez que se ponía de pie dispuesto a
irse a su habitación, sin embargo, no pudo dar más que algunos pasos
cuando la mano de Gala detuvo la suya.
—Espera... —pidió ella se detuviera por unos segundos.
Deseaba preguntar qué es lo que había hecho para disminuir tan
abruptamente su dolencia, pero estaba consciente que tenía que
respetar la petición que le había hecho, así que lo único que le
restaba era agradecerle por su trabajo.
—Sé que no estabas en ninguna necesidad de ayudarme —empezó a
decirle al chico que aún se mantenía de espaldas a ella negándose a
mostrarle el rostro, apreciando como sus palabras parecían de alguna
forma que no entendía del todo hastiarlo. Como si ayudarla no
hubiese sido lo correcto, al menos no para él—. Aún así lo hiciste,
gracias por preocuparte por mí, Blake —pronunció con suavidad y
timidez su nombre por primera vez.
—Como sea —Blake liberó su mano de mala gana y siguió con su
camino hasta llegar a la puerta que lo separaría de esa torpeza de
mujer. Viró su cabeza con disimulo, viendo a Gala irse también hacia
su propio dormitorio—. Si yo fuese tú, no estaría dando tan pronto
las gracias —terminó de decir en el momento en que la puerta de la
pequeña Brenton se cerraba a sus espaldas.
La oscuridad lo recibió de inmediato al entrar, no importándole en lo
absoluto el encaminarse entre las sombras que se exponían en su
andar, al fin y al cabo, eso había sido parte de su encantador trabajo
desde que tenía uso de razón. Se dejó caer sobre la mullida cama
dirigiendo su atención hacia el techo, dejando que los minutos
apresuradamente se transformaran en horas.
—¡Maldición! —se sentía como un perfecto idiota al recordar el
melodioso sonido que su nombre tomaba al ser pronunciado por esa
torpe mortal, pero, aunque le costara admitirlo había sido tan...—.
Increíble —Blake pronunció sin prevenirlo, porque francamente así le
había parecido. Tan semejante al canto de un ángel que intenta
salvar a un demonio de las garras del mal—. ¡No!, una estupidez
como esa no puede afectarme tanto —se apresuró a decir
levantándose de golpe de la cama.
Tenía que darse prisa y terminar con la misión. No podía perder más
el tiempo y mucho menos permitirse así mismo que ella lo aturdiera
y confundiera más, o de lo contrario a este paso pronto él dejaría de
ser el cazador para convertirse en la presa.
El día había avanzado de lo más pacífico y el dolor en su muñeca ya
casi no lo percibía, por lo que solo necesitaba resistir una hora más
con el profesor Singer, para poder retirarse tanto sus compañeros
como ella a un merecido descanso. Una extraña incomodidad se
instaló en lo hondo de su pecho al reparar que, en todo el transcurso
de la clase Oliver Singer, no hubiese intentado absolutamente nada
para imponerle el castigo del día o provocarle para una detención al
menos. Algo tramaba ese hombre en su contra. Trató de ignorar
aquello y terminó de anotar las ecuaciones de la pizarra, sintiendo un
gran alivio al escuchar el tintineo de la campana que indicaba el fin
de las labores por esa hora.
—Pueden salir con excepción de ti, Brenton —le informó Oliver a una
disgustada castaña que no se esperaba menos de su queridísimo
profesor.
Dejó de nuevo su mochila en su pupitre viendo con decepción como
todos se iban a disfrutar del receso menos ella.
—¿Qué te ocurrió en la mano?
Escuchó por parte de Oliver quien borraba indiferente la pizarra en
el segundo en que ambos estaban a solas. Sus ojos se abrieron algo
sorprendidos ante eso. Así que, ¿Singer le detuvo sólo para preguntar
por su estado?, eso era lo último que se esperaba del hombre que día
con día se esforzaba por hacerle ver lo mucho que la detestaba y
cuanto disfrutaba haciendo su vida casi imposible en la escuela.
—Fue un accidente, sólo eso —engañó ella para no tener que darle
más explicaciones de las que debería. Aún así, sus palabras no
parecieron convencerlo ya que en un dos por tres lo tenía frente a
ella examinando por cuenta propia su lesión—. En verdad no es nada
grave —intentó de nueva cuenta razonar con él—. Blake hizo un
excelente trabajo en curarla —rio de forma espontánea al recordar lo
sucedido, ignorando la reacción que sus comentarios ejercían en
Oliver.
Oliver soltó su muñeca con cuidado y caminó de regreso a su
escritorio para acomodar sus papeles.
—Sólo has pasado un día con él y ya lo llamas por su nombre —
recriminó Oliver con tal franqueza que aquella incomodidad que
sintiera nacer dentro de su pecho ahora se difuminada.
Su voz se oyó distinta, como si su profesor estuviese haciendo un
gran esfuerzo por ocultar una extraña furia contenida que ella desde
luego ignoraba a que se debía.
—Ayer ni siquiera lo querías en tu casa y mírate ahora—no terminó
de hablar, no diría nada que pudiera comprometer su trabajo y su
imagen frente a una persona que aún sin saber sus sentimientos
hacia ella, ya lo maldecía por sus persistentes y extravagantes
castigos, y todo por permanecer al menos algunos minutos más en su
compañía—. En fin, es algo que no me concierne. Lo que si te
recomiendo que hagas es ir a la enfermería, estoy seguro que la
doctora Harrison, hará un mejor trabajo que el joven Riker —Oliver
contrajo su portafolios entre sus manos al decir el nombre del
pelinegro, no pudiendo evitar que la imagen que había presenciado
ayer de ese tipo tocando el rostro de su alumna se plasmara en sus
memorias de forma desagradable, aumentando aún más su
resentimiento hacía él al estar consciente de que en su condición de
profesor, jamás podría hacer nada para evitarlo.
—Así lo haré, profesor Singer.
—Eso espero —se despidió de ella para abandonar el salón de clases.
Tomó su mochila y de igual forma se retiró. Sus pasos eran calmados
y sin prisa, a decir verdad no tenía ninguna intención de ir a la
enfermería, pero conociendo como era su profesor cuando se trataba
de desobedecerlo, sus pies por inercia retomaban el rumbo perdido.
—Doctora Harrison —Gala llamó a la joven mujer de largos cabellos
rojizos que se encontraba en el pasillo al parecer a punto de salir de
emergencia.
—Gala, ¿qué te trae por aquí? ¿vienes a consulta? —preguntó algo
preocupada la mujer de la salud al ver su mano vendada—. No es
nada de cuidado —se apresuró a decir al ver que no mostraba indicio
alguno de fractura—. Por favor discúlpame, por el momento no puedo
revisarte con más detalle ya que tengo un llamado del hospital, pero
mi asistente se encargará, vamos pasa, él se encuentra a dentro.
Dio unos cuantos golpes a la puerta en espera de que alguien le
abriera, pero nada, al parecer ni una sola alma se encontraba en el
interior. Sujetó la metálica perilla con su mano libre y abrió. Gala
desfiló un poco por el lugar, no viendo más que algunas cajas de
medicamentos y vendajes que aún no eran sacados de sus empaques.
¿Dónde diablos estaba el dichoso asistente de la doctora? Se suponía
que estaría ahí, pero tal parecía que todos tenían cosas más
importantes que hacer que estar en sus respectivos sitios de trabajo.
Cansada de esperar se dirigió a la salida decidida a irse, ya se
encargaría ella de explicarle a su profesor, por el momento
disfrutaría del poco tiempo que le restaba antes de que la odiosa
campana sonara indicando su regreso a clases.
Estaba por retirarse cuando un ligero sonido proveniente de uno de
los accesos de la enfermería llamó su atención. Se acercó más hacía
el origen de tal ruido, reaccionando algo tarde ante las decenas de
cajas que caían sobre ella en compañía de aquel pesado cuerpo que
sin más la había embestido hacía el duro suelo al haberle bloqueado
el paso.
—Oye, ¿estás bien?
Escuchó decir después de algunos minutos. Poco a poco el peso de las
cajas sobre su cuerpo fue menos, sintiendo como el aire robado
regresaba de nueva cuenta a sus cerrados pulmones. Llevó su mano a
su cabeza tratando con ese gesto el de disminuir la punzada de dolor
que amenazaba con ser insoportable, obligando a sus ojos a que se
acostumbraran levemente a la luz del sitio una vez los abriera bajo el
efecto del percance. Sintió otra mano posarse en su mejilla
intentando despertarla, así como la suave y relajante respiración de
esa persona que aún se hallaba sobre su cuerpo. ¿Tan cerca estaban
el uno del otro? Hizo un tercer esfuerzo por abrir sus parpados,
provocando que su rostro enrojeciera al descubrir la identidad del
individuo que tan preocupado la llamaba a reaccionar.
Su oscuro mirar la examinaba curioso, ya que nunca había conocido a
una chica que presentara tales signos con solo verle.
—Por un momento pensé que estabas enteramente inconsciente —le
dijo Taylor aún muy cerca de su rostro. Tragó con fuerza al verla de
cerca y despierta. Era hermosa, demasiado para ser una alumna más
de ese instituto—. "Qué extraña sensación" —se sentía inquieto,
inclusive podía percibir su pulso elevarse con solo posar sus orbes
sobre esa niña que aún estaba bajo su cuerpo.
Esa chica era tan cálida, tan suave e indefensa ante lo que pudiera
hacer él, que despertaba en su interior un desconocido sentimiento
que no sabía con exactitud cómo interpretarlo, de lo que estaba
seguro era que esa sensación le agradaba bastante para hacer caso
omiso y dejarla ir. Taylor sonrió con algo de desconcierto al ver como
Gala intentaba ponerse en pie, sin embargo, con él sobre ella era casi
imposible. Solamente conseguía que el diminuto espacio que había
entre ambos fuera aún más reducido si eso ya era posible,
aumentando con eso su sonrisa y su deseo de permanecer lo más
cerca de esa chica aún desconocida por él.
—¿Cómo te llamas?, no recuerdo haberte visto por aquí —le comentó
él con desconcierto ofreciendo su mano para ayudarla a erguirse.
—Me llamo Gala Brenton —susurró quedito, pero lo suficiente para
que le oyera. Su corazón latía desbocado al ser testigo de cómo lo que
había creído tan lejano e imposible se encontraba a un par de metros,
cosa que solo en sus sueños más irreales conseguía que se acercara a
su realidad.
—Yo soy Taylor Blair, y es un placer conocerte, Gala —se presentó
oficialmente delante de la castaña.
Una angelical mueca se enmarcó en su cara al oír su nombre salir de
los labios de ese joven que tanto caos ocasionaba dentro de su ser,
pareciéndole un momento tan perfecto que dudaba fuese algo
enteramente real.
—Me disculpo por lo de hace un momento, no debí salir del almacén
con todas las cajas a la vez —se justificó Taylor algo apenado con
quien tuvo que pagar las consecuencias de no haber hecho caso a la
doctora Harrison, cuando le advirtió que todas las cajas deberían ser
retiradas una por una y no al revés—. Pero dime, ¿en qué te puedo
ayudar? —trató de no pensar más en ese pequeño inconveniente y
mejor se dedicó a invitar a Gala para que tomara asiento. Notó que
aún se encontraba algo aturdida por el tropezón, así como también la
improvisada venda que cubría parte de su mano izquierda—. Déjame
revisarte, imagino que has venido por tú lesión.
—No es nada.
—Aún así te voy a examinar de ninguna manera puedo permitir que
andes por ahí en esas condiciones, ¿qué clase de futuro doctor sería?
—bromeó Taylor con ella asiendo posesión de su extremidad la cual
empezó lentamente a desvendar, ignorando las negativas de la
castaña que insistente le decía que no era necesario—. Tienes una
ligera inflamación, pero nada de cuidado —informó acercándose a
una de las cajas para sacar uno de los paquetes de vendas—. Sólo no
la muevas por algunos días o no ejecutes ninguna clase de esfuerzo y
te garantizo que la hinchazón disminuirá —terminó de inmovilizar su
miembro dedicándole una dulce mirada que estuvo a punto de
ocasionarle un colapso nervioso.
—Gracias, Taylor —agradeció ella cohibida retomando sus pasos hacia
la puerta de salida de la enfermería. Quería estar sola, lejos de todas
las miradas y de todas las personas por algunos minutos al menos
para así tratar de digerir con cuidado todas las emociones tan
intensas que burbujeaban casi al punto de ebullición dentro de ella.
—Gala —Taylor la llamó con calidez.
Detuvo sus pasos al escuchar su gruesa e inofensiva voz resonar en
sus oídos, sintiendo como un estremecimiento la recorría de pies a
cabeza cuando Taylor tomara de su hombro para inmovilizarla.
—¿Te gustaría ayudarme mañana a acomodar todas estas cajas? No
pretendo hacerte trabajar en tu condición, pero serías mi apoyo
emocional, sin mencionar que tendría una agradable compañera para
poder trabajar mejor —se aventuró a decir con su acostumbrada
sinceridad, recibiendo como respuesta el movimiento de su cabeza en
manera positiva.
Sus rojos ojos no habían perdido detalle de todo el numerito que
ambos estudiantes hacían, considerándole en lo particular algo por
demás patético. Cualquiera que los viera hablando de esa forma tan
amena y cordial los tomaría por una pareja feliz, ignorando que cada
palabra y acción de ese chico, estaban fríamente calculadas por su
mano. Por un momento pensó que sería algo más emocionante usar
sus poderes en ese torpe mortal, pero se equivocó, ya que su estúpida
y débil voluntad no había puesto ninguna clase de resistencia
quitándole por supuesto toda la diversión.
—Disfruta estos momentos mientras puedas, pequeña Brenton —sus
pupilas adquirieron un brillo aterrador al estar consciente de que la
primera parte de su misión estaba hecha y sólo era cuestión de
tiempo para poner en marcha las siguientes hasta el momento final—
. Te aseguro que tu lindo espejismo no durará por siempre —soltó con
rabia al ver como Taylor la guiaba de la mano hacia la puerta para
ambos perderse juntos en los pasillos del instituto.

Circulaba de un extremo al otro del dormitorio asemejándose a un


león enjaulado. Estaba furioso, deseando tener por unos minutos a
Taylor Blair, para así poder darle su merecido por haber intentado
besar a Brenton, algo que, si no hubiese sido porque él interrumpió el
mágico momento habría conseguido cuando trajo a la pequeña
torpeza al salir del instituto.
Sabía que algo como eso iba a suceder tarde o temprano, al fin y al
cabo, por esa razón lo hizo venir el maldito de su hermano. Para
manipular las emociones de esos mortales que actuaban movidos por
los hilos de un perverso destino y en donde él de forma indirecta era
el titiritero. Pero no podía controlarlo, era una fuerza que se
escapaba cada vez más de su control aumentando en el instante que
firmó ese pacto con Gala, sellando su destino de igual o peor forma
que ella.
Blake salió de su habitación guiándose cual alma en pena por los
pasillos hasta llegar a la puerta que lo separaba de esa mujer. Entró
con sigilo para no ser descubierto. Sólo deseaba verla, sentirse cerca
de quien le producía lo que ni una en el pasado. Obligándose a
recordar una vez más que lo que hacía era lo único que lo
aproximaba a su libertad y que el daño que le causaría a Gala
Brenton, no era algo que debía importarle ni ahora ni nunca.
—¿Qué tienes de especial si sólo eres una mortal ordinaria? —Blake
se acercó a su lado siendo movido por la impresión de verla.
Su cuerpo yacía sobre la cama sumergida en un profundo sueño,
permitiendo que los pocos rayos de luna que se colaban por su
ventanal se posaran sobre su cara mostrándola como algo tan
sobrenatural como lo era él. Posó su mano en su cara percibiendo de
inmediato esa placentera corriente de electricidad recorrerle por
cada poro, y la cual solamente se intensificaba a su lado. Aproximó su
rostro al de ella. Quería probarlos, esos dulces labios entreabiertos
que lo llamaban a descansar sobre ellos y los que desde luego
marcaría antes que nadie más. Su contacto fue apasionado
aumentando en sus entrañas la terrible ansiedad de tenerla sólo para
él, cuando Gala aún en sueños fuera capaz de corresponderle.
Sus manos acercaban con timidez su cara a la de ella en un
desesperado movimiento para que la unión de ambos no se rompiera.
Quería tenerlo cerca, que supiera cuánto lo amaba y cuánto lo amaría
por siempre.
—Taylor... —susurró dócilmente Gala mientras lo besaba.
Sin pensarlo dos veces Blake se separó de ella sintiendo como si le
hubiesen dado una dura bofetada para hacerlo regresar a la cruda
realidad de golpe. Dirigió sus ojos con su poder activado notando
como la castaña aún se encontraba dormida, distante a todo lo que
había ocasionado. Un gran resentimiento mezclado con el rencor se
produjo en su pecho al ver como esa niña había reducido a pedazos
su orgullo inquebrantable, haciéndole ver lo estúpido que había sido
al mostrar tanto interés en una mujer más de este mundo mortal.
—No tienes una idea del dolor que te espera —sus palabras sonaron
duras y despiadadas. Ya lo había decidido, no tendría piedad por la
pequeña Brenton. No habría más condescendencia y mucho menos se
tocaría el corazón al pensar si ella resultaba mal parada en todo esto,
ya no más. Sólo haría su trabajo y cobraría su recompensa para
después largarse y continuar con su vida—. Tú sufrimiento será tal,
que te garantizo que preferirás estar muerta —Blake musitó con
maldad a su oído dándole la espalda y caminando hacia la salida.
Ahora sólo haría que las ilusiones de esa humana se elevaran tan alto
como el vuelo de un pájaro, para dejarla caer cruelmente a pique
después de arrancarle las alas.
Sus dedos se movían firmemente sobre los pliegues de su camisa
intentando acomodar en su respectivo puesto la oscura corbata que a
completaba el odioso atuendo del instituto al que tenía que asistir
para no perder de vista un solo segundo de lo que su víctima pudiera
hacer, memorizando cada rasgo, cada gesto y cada tenue reacción
que ella pudiera tener para que, en el momento menos pensado
estuviese listo para darle una dolorosa estocada por la espalda.
Blake terminó de colocar la corbata permitiendo que su imponente
reflejo se enmarcara en el espejo de cuerpo entero que descansaba a
un lado del ventanal de su habitación. Su rostro se encontraba sereno
e indiferente, apreciando como cada facción se atenuaba con tal
detalle y precisión que lo hacían parecer una perfecta estatua de
mármol, una especie de ángel caído. Se burló con ironía ante ese
pensamiento, después de todo no estaba tan apartado de la realidad
ya que su vida era como la de esos seres inmortales, vacía,
perturbada y ligada por toda una eternidad al causante de haberles
cortado las alas. Colocando en su sitio un invisible collar de
amaestramiento el cual era tirado con pesadez e inclemencia,
indicándoles que todo lo que no fuesen órdenes de sus amos estaba
prohibido para ellos.
Respiró con dificultad saboreando el amargo sabor de la ira tocar su
paladar al visualizar la imagen de su hermano. Él era el culpable de
su estado. Él que lo tenía atado de pies y manos sometido a su entera
disposición, ese engendro que por su retorcida diversión lo había
obligado a transitar entre los subordinados mortales, encaminándolo
impasiblemente hacia esa niña ingenua que para bien o para mal
había cautivado su curiosidad y a la cual, por órdenes irrevocables
tenía que destruir sin tocarse el corazón.
—Demonios —Blake soltó un pesado suspiro llevando una mano a sus
negros cabellos, recargando de lleno su cuerpo en la pared.
No quería continuar con esto, a pesar de toda la rabia que incesante
le gritaba que no tuviera compasión hacia esa mujer, algo con una
fuerza mucho más agresiva le decía que no deseaba que ella
padeciera la misma desolación que por años vio reflejado en cada
víctima que designaba la absurda voluntad de Cupido y, sin embargo,
aún con todo lo que se avecinaba sobre él, estaba consciente que no
podía hacer nada para que lo inevitable ocurriera dentro de poco.
—Si tan sólo las cosas fuesen un poco diferentes, si tan solo Gala
me... —no terminó de hablar, la sola idea era sin sentido.
Golpeó con frustración el muro de concreto. ¿Cómo diablos podía
aturdirse tanto con esta situación llegando incluso a pensar en
semejante locura? Él que era tan imperturbable, tan insensible y frío
a lo que estúpidos sentimentalismos se refería. Bufó algo cansado,
¿cómo se le podía pasar por la cabeza que aquello llegara a suceder?
Además, estaba lo ocurrido la noche anterior. Ese beso robado a la
pequeña Brenton y el odioso sonido de aquel nombre que detestaba.
—Taylor.
Se escuchó resonar en su cabeza de forma constante y persistente.
Apretó su quijada al recordar el nombre de ese humano siendo
pronunciado con tanta dulzura por parte de Gala en el momento de
robar sus suaves labios.
La terrible sensación de su orgullo hecho pedazos aún estaba muy
presente y casi palpable no pudiendo creer lo que había pasado. Él
que era uno de los dioses más poderosos y temidos por sus
habilidades de manipular las almas. Él que tenía a sus pies a todo
tipo de mujeres hermosas que morían y suplicaban por una mirada,
por una sola caricia suya, había llegado a tales extremos de tener que
asaltar la alcoba de su víctima para velar sus sueños. Capturando
como un vulgar ladrón la tentativa boca de la pequeña, sintiendo por
primera vez en siglos como esa desgarradora sed que quemaba día
con día su garganta era apagada por el fugaz beso de una ordinaría
mortal. Un beso que por si fuera poco le había quitado tal inhibición
a la consciencia de la joven que incluso en sueños fue capaz de
anhelar más de ese abrazador calor y del que por supuesto, él estaba
más que dispuesto a seguir proporcionándole si no fuera por el
insignificante hecho de que Gala pensó que ese beso tan devastador
había sido dado por otro que en definitivo no era él.
—Pero sí del hombre que ella realmente quiere —Blake rugió con
resentimiento arrastrando las palabras fuera de su boca.
¿Por qué? ¿por qué demonios le enfurecía tanto el hecho de que lo
hubiese confundido con Taylor si él conocía lo que significaba para
ella? No lo comprendía y eso era lo que en verdad lo inquietaba. El
hecho de saber que cada minuto que pasaba perdía más y más el
control de la situación, encaminándose gradualmente en un lóbrego y
desconocido sendero del que ya era más que imposible el salir bien
librado y sin daños que lamentar.
Tomó su saco y mochila listo para partir hacia el instituto, topándose
con la casa vacía en cuanto saliera de su habitación. No le pareció
extraño, después de todo él mismo le había dicho a la pequeña
Brenton que se fuese, la sola idea de tener que verla tan próxima y
tan ajena a lo que había ocurrido entre los dos, provocaban en su
interior la urgente necesidad de reclamar de nuevo sus labios, pero
esta vez con la diferencia de que se encargaría personalmente de
hacerle ver a Brenton que esos besos tan apasionados que pensó vivir
en sueños, aquellos que fueron capaces de despertar tales anhelos en
su ser e incendiar su cuerpo de deseo fueron dados por él y no por
ese joven que ocupaba por entero su corazón tal y como pensaba. El
cual, si no fuera por esos hilos imaginarios que movían su alma y
débil voluntad, ni siquiera estaría al tanto de que ambos compartían
el mismo mundo.
Avanzó con quietud por las calles que a esa hora de la mañana se
encontraban ausentes de personas, lejos de ese latoso bullicio que
producían y que solo le causaban un insoportable dolor de cabeza y el
creciente deseo de desaparecer a cada desagradable mortal que como
era para él toda una costumbre, le observaban como algo extraño,
diferente, algo ajeno al mundo y a lo que ellos eran y representaban.
—Da igual —refunfuñó Blake descontento.
No deseaba amargarse el día tan temprano, mucho menos por cosas
tan insignificantes y fuera de lugar como esas. Sólo quería terminar
con todo, acabar de una buena vez por todas con este absurdo
melodrama del que, sin querer, había dejado de ser un espectador
para convertirse ahora en un personaje más, uno que desde luego no
gozaría de un final feliz. Necesitaba apartarse cuanto antes, poner
distancia de por medio lejos de todo lo que le inquietaba, de todo
cuanto incrementara su sombría y tentativa curiosidad.
Precisaba irse y continuar con la vida que hasta hace pocos días atrás
había llevado, la cual era la única que llevaba sin ningún tipo de
complicaciones externas que desequilibraran su entorno. Y lo que
aún era más importante, necesitaba alejarse de ese desastre
ambulante, de esa pequeña y torpe niña de llamativos cabellos
castaños que había capturado su atención de forma tan alarmante al
ser tan diferente al resto de las mujeres que había conocido a lo largo
de sus incontables siglos de existencia. Siendo un ser tan inocente y a
la vez tan aguerrido. Tan sonriente y a la vez tan sumergida en la
oscuridad.
Gala Brenton era un ser insólito, como una rara y exótica flor
rodeada por comunes flores silvestres, mostrándose a la vista tan
delicada y dócil algunas veces que provocaba el acercarse a
contemplarla, pero en otras, era capaz de mostrar sus filosas y
ocultas espinas para defenderse de aquellos que osaban el tocarla.
Era como una caja de sorpresas de la que nunca estaba seguro de que
esperar y eso era lo que lo atraía a ella de forma descomunal. El
hecho de tal vez, haber dado con alguien tan excepcional en este
común y ordinario mundo de mortales.

El suave sonido del viento de la mañana era lo que reinaba en ese


espacio después de la confesión por parte de Gala quien no podía
apartar la mirada de Daniel, deseando saber qué era lo que pensaba
al respecto después de darle a conocer que su primo había dado con
ella, y que no sólo sabía en dónde encontrarla, sino también le había
advertido con todas sus letras que tarde o temprano él la reclamaría
sin ningún tipo de reparo.
Sintió un terrible escalofrío recorrerla con el solo pensamiento de
que Drake en verdad cumpliera con su promesa, verse obligada a
vivir de nuevo en aquel infierno que con tanto esfuerzo y sacrificio
había escapado años atrás. Cerró con fuerza sus ojos en un intento
por borrar esas imágenes, pero todo era inútil, aún podía sentirlo
como si ocurriera en ese mismo instante. Cada amenaza, cada feroz
agresión, cada enfermiza y posesiva caricia proporcionada por él
como si fuese una especie de maldición de la que le era imposible
liberarse. ¡No!, no quería regresar a ese mundo de sombras, el
destino no podía odiarla a tal punto, no era justo que se ensañara así
con ella.
El fuerte golpe sobre la mesa de almuerzos acabó por despertarla de
su suplicio, topándose con el colérico rostro de su amigo que sin
miramientos le decía que no permitiría que Drake Brenton se
aproximara a ella.
—No quiero que interfieras en esto —Gala expresó firme ante Daniel,
el cual por vez primera parecía estar en desacuerdo con su decisión—
. Yo solucionaré este problema —habló con una determinación que no
sabía que tenía, aún así, estaba segura de que su compañero no se
retiraría de este embrollo con facilidad.
—¡Pero qué disparates dices, Gala! ¿No vez lo grave de la situación?
—Daniel riñó con voz severa a la castaña que definitivamente no
comprendía el riesgo que corría estando su primo rondando la
ciudad—. ¡Mira lo que fue capaz de hacerte! —soltó sin más haciendo
referencia a la extremidad lastimada de su amiga—. Si piensas que
me quedaré sentado cómodamente mientras ese tipo te lleva consigo
para destruir todo lo que has construido aquí, estás muy equivocada
—su mirada era rígida e inflexible ante la sola imagen de la
muchacha siendo atacada por ese trastornado, aumentando en su
interior la frustración de ver como Gala le prohibía el tomar cartas
en el asunto. ¿Es que no veía su preocupación por ella?, ¿no
comprendía que no deseaba perderla?
—Yo lo sé... —su voz era serena, casi un murmullo siendo alejado por
el viento que agitado parecía de alguna extraña forma advertirla
sobre el peligro que la rondaba de manera siniestra—. Yo más que
nadie se de lo que Drake Brenton es capaz de hacer, y si interfieres
en esto él no se tocará el corazón para acabar contigo —Gala se puso
de pie ante la vista suspicaz de Daniel alejándose unos cuantos pasos,
lo apto para liberar esas lágrimas que la quemaban con su salado
sabor.
Debía de resistir al enorme impulso por gritar y llorar, necesitaba
mantenerse íntegra frente a su amigo o de lo contrario no contaría
con los argumentos requeridos para evitar que se inmiscuyera en
este asunto que sólo ella podía resolver.
—No quiero que te dañe por mí culpa, así que confía en mí —pidió
Gala suplicante mientras los bríos se esfumaban de su lado. Se sentía
indefensa y asustada, pero tenía que ser valiente para enfrentar a ese
hombre que le mostró lo que era el odio y el desprecio, ese ser que le
instruyó de la peor forma los alcanzas abismales que el dolor y la
tortura podían tener.
—¿Por qué no lo entiendes Gala? —Daniel trató de reprimirse y
aproximarse a ella.
La conocía demasiado bien, tanto como para comprender que todo lo
que intentaba exponer frente a él, era sólo una fachada improvisada
que desde luego no lo convencía en absoluto. Podía percibir su
angustia, su miedo y la tristeza que parecían brotar de sus poros y
detectarse en el entorno. Daniel caminó con lentitud en su dirección,
deseaba decirle que jamás la dejaría sola, que ella y sólo ella, era la
persona más importante en su vida, y que no solo era para él su
mejor amiga, sino que ella era su razón, su mundo. Gala Brenton lo
era todo para él.
—Yo quiero que sepas que... —calló en el acto. Daniel posó una mano
en su hombro en señal de apoyo al tiempo en que respiraba algo
resignado, no pudiendo evitar reprenderse por su enorme cobardía.
Pero si le confesaba la verdad la perdería y eso era algo que no
soportaría—. Estaré a tú lado pase lo que pase —le murmuró con
infinita ternura.
Se giró sobre sus talones quedando cara a cara con Daniel y sin decir
nada más se abrazó al chico permitiéndole reconfortarla un poco.
—Gracias —salió de la boca de Gala, ocasionando una diminuta y
amarga sonrisa por parte suya.
—Ya no estás sola Gala, recuérdalo por favor —y dicho eso la atrajo
aún más a su cuerpo, llegando a sentir las cálidas y húmedas
lágrimas mojar su saco escolar.
Daniel soportó con pesadez el ver como temblaba entre sus brazos,
dejando que su bien formada dentadura fuera expuesta debido a la
enorme rabia que reprimía de ver como todo este asunto parecía
afectarla mucho más de lo que trataba de aparentar. Aún así, con el
simple hecho de tenerla consigo todos los tormentos y temores que se
agolpaban se disipaban cual agua entre las manos, logrando relajarlo
al punto de la felicidad. Una felicidad que ella y sólo ella era capaz de
dar.
La oscuridad de sus ojos adquirió un brillo aterrador con cada
segundo que transcurría, así como el pesado movimiento de su pecho
por conseguir un poco de aire y controlar el desagradable fuego que
veloz quemaba su cuerpo y de paso su razón. ¡Por todos los dioses!
¿Cómo es que vivía en este mundo alguien tan ingenuo?, ¿Tan torpe
era que no veía las verdaderas intenciones de ese tipo? Incluso sin
sus habilidades le era posible detectar esa especie de alegría y gozo
que surgían de Daniel, al igual que esa sensación de protección hacia
Gala conforme la tenía rodeada entre sus brazos, recargando su
cabeza sobre la de ella musitando palabras cursis y consoladoras que
aumentaban su disgusto ante el espectáculo que ambos ofrecían en el
jardín como si nadie más a su alrededor estuviese presente.
—Par de idiotas —Blake soltó algo malhumorado antes de terminar de
entrar a los terrenos del instituto, sin embargo, algo en particular
llamó su atención.
Agudizó todos sus sentidos para verificar si sus sospechas eran las
correctas, sonriendo con arrogancia al detectar la localización de esa
hosca presencia ya familiar para él, la cual estaba tan cerca que
prácticamente lo podía visualizar parado junto a él con esa mirada
soberbia y por demás prepotente, escudriñándolo tal y como lo había
hecho en el momento en que se conocieron. Blake amplió aún más su
ligera sonrisa al terminar de pensar en esa idea que desde luego
pondría en marcha, ya que no sólo conseguiría más información de la
vida de Gala Brenton, sino que también obtendría un poco de
macabra y retorcida diversión por parte de ambos primos. Miró en
dirección a la calle y en efecto, ahí estaba ese lujoso automóvil color
negro estacionado varias cuadras atrás.
—Despreocúpate, esta vez no moveré un solo dedo para detenerte así
que puedes hacer todo el caos que desees —respondió Blake como si
él estuviera a unos cuantos pasos escuchando su monólogo. Agarró
de nueva cuenta sus cosas y sin más retomó su camino de regreso
perdiéndose entre los pasillos del plantel.

Levantó su rostro impaciente para ver por enésima vez la hora que
marcaban las pequeñas manecillas del reloj, reparando que faltaban
casi tres horas para que sonara el timbre de salida y así partir hacia
el encuentro con Taylor Blair. Gala tamborileó la superficie de su
asiento con sus delgados dedos tratando vanamente el de
desaparecer esa angustia mezclada con ansiedad que en todo el día
había estado presente en ella, y que con el pasar de los minutos se
acrecentaba más.
—¿Te gustaría ayudarme mañana a acomodar todas estas cajas? No
pretendo hacerte trabajar en tu condición, pero serías mi apoyo
emocional, sin mencionar que tendría una agradable compañera para
poder trabajar mejor —fueron las palabras dichas por Taylor el día
anterior cuando ambos coincidieron por casualidad en el consultorio
de la doctora Harrison.
Las mariposas en su estómago revoloteaban con mayor intensidad
con sólo idealizar que esa misma tarde lo vería de nuevo, ahora sin la
necesidad de tener que ocultarse en esos absurdos escondites que le
permitían verle de lejos y soñar con momentos mágicos que por
meses consideró imposibles, y que ahora gracias a lo que fuese que
Blake Riker estuviese haciendo para ayudarla eran toda una
maravillosa realidad.
—"Te extraño tanto, Taylor" —fue la fugaz reflexión que atravesó su
mente.
Tal y como si fuese un rayo que surgía de la nada todos los sucesos
que experimentó en ese increíble sueño regresaron a ella de forma
intempestiva. Sus pómulos se sonrojaron y de forma involuntaria sus
dedos rosaron sus labios pareciéndole sentir aún el indescriptible
calor que como ladrón se había apropiado de su boca. Su piel se
erizaba ante el recuerdo de ese contacto y su cuerpo quemaba entre
una insólita y apasionada combinación de deseo e incertidumbre que
no comprendía, pero ¿Por qué? ¿Por qué si sólo fue un sueño su
cuerpo reaccionaba de esa forma?, o ¿No lo había sido?
Muchas veces había escuchado decir que los sueños llegaban a ser
casi tan reales que era fácil confundirlos con la realidad, pero esto
era demasiado. Aún le era posible revivir la textura de su rostro, la
asombrosa fuerza de sus manos que exasperadas la acercaban más y
más hacia él, llegando a respirar ese agradable aroma masculino que
despedía y que de alguna manera le inundaba los sentidos y...
—¿Será que la clase es tan fastidiosa que no merece un poco de tu
atención?
Gala despertó de su ensimismamiento preguntándose una y otra vez,
¿cuánto tiempo se había perdido entre sus pensamientos?, al parecer
lo suficiente para llamar la atención no solo de Oliver que la avistaba
con un desagrado fulminante, sino también la de sus compañeros que
le inspeccionaban con algo de curiosidad y otros con burla y
diversión por haber hecho la faena del día.
—Lo siento, solo estaba algo distraída, eso es todo —Gala se aventuró
a decir en su defensa poniéndose de pie, lo que provocó que su
profesor se alejara de la pizarra y se aproximara a ella con su típico
libro de aritmética entre las manos.
Con cada paso que daba su penetrante mirada continuaba clavándose
sobre su persona causándole una rara sensación de incomodidad,
entendiendo algo tarde que su respuesta no la salvaría de otra tarde
más de castigo y aburridos ensayos por parte del docente Oliver
Singer.
—En ese caso termina de distraerte fuera de mí clase —Oliver
finiquitó de modo autoritario y déspota. Apresó de mala gana la
mochila y se la entregó a su pasmada estudiante, indicándole que
abandonara el salón cuanto antes.
Oliver estaba consciente que sacarla no era la mejor decisión, sin
mencionar que era por demás excesivo, sin embargo, por ahora no
deseaba seguir viendo esa cara de enamoramiento perpetuo que Gala
dejaba ver cada vez que se perdía en su interminable dimensión de
fantasías y lindos mundos de color de rosa.
La divisó con detenimiento. Sus tersas mejillas ruborizadas, su largo
y castaño cabello cayendo cual cascada sobre sus hombros, sus
apetitosos y tentadores labios entreabiertos por la sorpresa de su
raro comportamiento. Toda ella era hermosa, era una maravillosa
obra de arte que deseaba tocar y ver por horas y días enteros,
saciarse de todo cuanto esa pequeña niña representaba, no obstante,
debía recordar que toda buena creación estaba prohibida, en especial
para él.
Contrajo con saña sus ojos sintiendo el peso de esa terrible y
definitiva palabra caer y desmoronar en miles de pedazos todo lo que
alguna vez pudo haber idealizado al lado de su despistada alumna.
Cada día era más y más difícil el seguir soportando esta situación. El
verla diariamente, conviviendo todas esas horas junto a él, saberla
tan próxima, tan cercana y a la vez tan infinitamente lejos era algo
que ya no resistía, pero él solo era su profesor, ¿qué más podía
esperar?
—Nada, eso lo sé muy bien —pensó Oliver voz alta y en tono
melancólico ante la mirada de confusión de la joven.
—¿Disculpe?, ¿A qué se refiere con eso? —Gala inquirió algo ofuscada
por la conducta de Oliver, quien por su parte regresó a la cruda
realidad al oír la demanda de quien habitualmente inundaba sus
utópicos sueños con dulces y mágicos períodos.
—A nada que le concierne Brenton, así que salga de mí clase antes de
que le suspenda la entrada por tres días más.
—Pero... —Gala no habló más, de ninguna manera le daría el gusto de
verla implorar para que no la sacara del salón, así que sin decir un
vocablo más recogió sus pertenencias y se retiró.
Transitó por algunos minutos sin rumbo fijo prefiriendo ir hacía los
jardines del instituto y esperar todo lo que quedaba de la hora de ese
odioso hombre que disfrutaba en arruinar su vida para que ella
pudiera regresar y tomar su siguiente clase apacible. Sus pasos eran
lentos y sin prisa permitiéndose el admirar como las nubes adquirían
tonalidades grises y negruzcas, indicativo que dentro de poco caería
una fuerte tormenta.
Una opresión se agolpó en su interior, era cierto que los días de
lluvia la inquietaban, pero este en particular tenía algo que no podía
explicar. La sensación del aire sacudiéndola con ligereza, el lúgubre
ruido de las ramas de los árboles que chocaban unas con otras, el
abandono y la angustiante quietud de la zona. Todo era igual,
absolutamente todo lo que la rodeaba era como revivir aquella tarde
en la que había logrado escapar hace tres años atrás.
—Será mejor que regrese —dijo Gala decidida antes de tener la
sensación de que algo o alguien la asechaba muy de cerca, tal vez
demasiado. Giró a todos lados en busca de lo que fuese aquello que la
venía siguiendo, pero nada, todo parecía indicar que ella era la única
persona que se encontraba en el lugar—. Creo que estoy
enloqueciendo —soltó entre risas nerviosas. Esperó unos segundos
hasta relajarse del todo y emprender de nueva cuenta su camino,
pero se detuvo. Ahora no había la menor duda, ya no se encontraba
sola. Podía escucharlas con claridad, esas firmes pisadas se
acercaban más y más hacía donde estaba—. ¿¡Quién está aquí!? —
demandó ella creyendo su corazón colapsar cuando sus ojos se
posaron sobre esa imponente y masculina figura vestida de negro tal
y como era su costumbre.
—Calma, te garantizo que no te haré daño... al menos por el momento
—manifestó Drake Brenton sin más saliendo de su escondite—. Moría
por verte unos minutos —confesó a Gala ocasionándole un doloroso
nudo en el estómago al verlo salir de las sombras que lo refugiaban.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo es que pudiste entrar? —le disputó con
suma seguridad Gala tratando de ocultar el enorme pavor que sin
más empezaba a paralizar su cuerpo.
Movió su cabeza con disimulo en todas direcciones en busca de una
posible salida que le ayudara a huir de Drake si la situación lo
ameritaba, pero cayó en la terrible conclusión de que estaba
acorralada y a su entera disposición. Se maldijo internamente por su
torpeza al alejarse tanto, ahora no tendría más opción que enfrentar
a su temido primo.
—Es increíble que después de tantos años de conocerme sigas
subestimándome, cariño —Drake rio por lo bajo al verla respirar con
mayor dificultad y palidecer a cada paso que daba para avecinarse a
ella—. Para mí no hay imposibles, creo que eso aún lo debes de
recordar —musitó a su oído lo bastante cerca para permitirse
disfrutar del dulce aroma que despedía ese cuerpo de mujer que
tanto lo desquiciaba.
—¿Qué es lo que pretendes estando aquí? ¿Qué me marche contigo?,
sabes que no lo haré —le miró directamente ella, siendo esta la
primera vez que sus ojos no expresaban ese común miedo que por
años le echaron en cara al ser un signo de debilidad fuera de lo
permitido en la prestigiosa familia a la que pertenecían.
Drake la analizó con cuidado, esa joven mujer que le vigilaba con
cólera y desafío no era la misma que con anterioridad moría de
terror con su presencia. Había cambiado. Un cambio que en
definitiva le gustaba.
—Me impresionas, no imaginaba que detrás de esa fachada tan
indefensa ocultaras tantas agallas, pero después de todo somos
familia, no podía esperar menos de ti —le dijo a la chica con sumo
agrado y fascinación aplaudiendo su notorio avance—. No me cabe la
menor duda que todos estos años te han sentado de maravilla, sólo
mírate... Si tu padre te viera se tragaría sus palabras al haberte
considerado una pérdida de tiempo, es una verdadera lástima que ya
nunca más podrá hablar —expresó Drake con todo el cinismo del
mundo entre sonoras y mordaces carcajadas, estando consiente que
su prima comprendería a lo que se refería con ese comentario.
—¡Eres un canalla, a pesar de todo mi padre confió en ti y mira cómo
le pagaste! —Gala quería gritarle todo lo que se merecía, todo cuanto
había acumulado en los años en que apareció en su vida y la terminó
de hundir en el infierno. Si tan solo su padre la hubiese escuchado
nada de esto estaría aconteciendo, pero la tomaba como algo tan
insignificante que por más que se había esforzado en hacerle ver las
verdaderas intenciones de su primo, había ignorado todas y cada una
de sus advertencias—. ¡Tú lo llevaste a ese estado! ¡Tú ocasionaste su
acciden...!
El tiempo transcurrió con mucha rapidez ya que lo último que
recordaba era el estar discutiendo con Drake, para después terminar
siendo arrojada en el duro suelo debido al puñetazo que ahora
marcaba su pómulo con esos tonos tan escandalosos y difíciles de
omitir. Sostuvo la contusión con su mano, tocando al instante ese
viscoso líquido que se colaba entre sus dedos y llenaba por entero su
boca con su metálico sabor.
—Cuidado con lo que dices, hermosa mía —Drake se acercó a su
misma altura tomándola de los hombros para levantarla como si
fuese una pluma. Sacó un blanco pañuelo de su bolsillo y limpió los
restos de sangre que se acumulaban entre su labio y mentón.
Introdujo la prenda y depositó un súbito beso en la mejilla de Gala a
modo de disculpa ante su precipitado comportamiento—. Recuerda
que el responsable de lo que pasó fue tú padre, fue él quién te
entregó a mí.
—Tú tienes tanta culpa como él, ambos dispusieron de mí como si yo
fuera un miserable títere —ella se soltó de su lado, no soportaba su
presencia y mucho menos su contacto. ¿Le era tan difícil entender
eso?
—Si hubieses aceptado mi amor todo sería muy distinto, ahora serías
mí esposa, disfrutaríamos juntos de la enorme fortuna de la familia y
tú honorable padre no estaría obligado a permanecer atado de por
vida a un respirador —hizo una pausa y continuó—. Pero me
rechazaste hasta el cansancio e incluso fuiste capaz de huir esa noche
de tormenta en donde intentaste matarme, ¿lo recuerdas? —Drake
posó una mano sobre su cuello atrayéndola repentinamente hacía él y
como si se tratara de una exquisita golosina, lamió su mentón de
forma descendente imposibilitándole el moverse para evitar su roce.
—Trataba de impedir que abusaras de mí, es una pena que no te haya
matado, ¿no lo crees así? —lanzó Gala con hondo resentimiento cada
una de las palabras que salían de su boca despertando la furia de
Drake.
—¡Tú eras mí prometida e íbamos a casarnos! —pronunció él con voz
ronca sujetándola de los cabellos para lanzarla sin más a uno de los
árboles que los rodeaban. Siguió cada uno de sus movimientos con
recelo, no importándole en absoluto el dolor que incitaba en ella—.
Estaba en mi justo derecho de tomar lo que tarde o temprano será
mío —le dijo en forma amenazante.
La levantó violentamente de la base del cuello hasta la altura de su
cabeza acercando de ese modo su maltratado y asustado rostro con el
de él. Acarició sus pómulos cubiertos por el polvo, notando con
disgusto como sus lágrimas se hacían presentes ante su brusco trato.
—¿Por qué me complicas tanto las cosas Gala?, si tan solo accedieras
a mis deseos te aseguro que no habría en este mundo algo que te
negara, todo lo que tengo sería tuyo —ofreció Drake con una pizca de
ilusión en sus comentarios.
—No quiero nada que venga de ti —abrió con mucha pesadumbre sus
ojos presintiendo que su cuerpo se hacía a cada segundo más y más
pesado debido al impacto y al aire que abandonaban sus pulmones
bajo las manos que aprisionaban y cerraban su garganta—. Ja-jamás
regresaré a tu lado, no pi-pienso volver a esa pesadilla —fue la
respuesta que de forma contundente eliminó toda esperanza en
Drake de que su querida prima accediera de manera voluntaria a irse
de la ciudad e iniciar una nueva vida lejos de todo y de todos. Una
vida hecha sólo para ellos dos.
—Es por él ¿cierto?, ¡Es por el tipejo de la otra noche! —Drake gruñó
fuera de sí, no pudiendo evitar que la imagen de Blake se adentrara
en sus memorias.
El modo tan altivo e imperioso con el que se había presentado Blake,
las miradas tan llenas de complicidad que tanto Gala como él se
dedicaban y que al parecer sólo ambos comprendían lo desquiciaba.
La sola idea de que ese sujeto gozara libremente de sus besos, su
aroma, sus caricias, todas y cada una de las cosas que él había
conseguido por la fuerza sin haber obtenido alguna reacción por
parte de ella destruían por entero su razón.
—¡No lo permitiré, nunca dejaré que estés al lado de otro hombre que
no sea yo! —advirtió sin más a la muchacha que se desvanecía entre
sus brazos.
Gala trató de enfocar su vista, pero todo era inútil, solo podía
apreciar una que otra mancha que distorsionaba su visión.
—Ale-lejate de mí —balbució ella sin energía al momento en que un
estruendo llamara la atención de su victimario, permitiéndole de esa
manera el obtener un poco de ese vital elemento cuando vio liberado
su cuello de las manos de su primo.
Elevó un poco su cabeza para ver qué o quién había sido el causante,
petrificándose cuando se topara con esa enorme sombra que
golpeaba el rostro de Drake sin parar. El sonido de esa voz que sin
clemencia amenazaba a su primo por haberla agredido le era
conocida. Gal se negó en repetidas ocasiones que todo eso era
imposible, él jamás se había preocupado por ella. Desde que había
llegado al instituto, él salía en su camino haciendo todo mucho más
complicado, reprendiéndola por cosas sin sentido, mirándola con
intensidad como si deseara borrarla de la faz de la Tierra dejándola
por horas y días sin descanso bajo el peso de decenas de libros que
tenía que leer como resultado de sus constantes castigos. Y ahora se
mostraba así, con una faceta completamente diferente a la que
conocía.
Ese hombre que día con día parecía divertirse con aniquilar cada
segundo de su vida, no era el mismo que hoy la defendía de aquella
manera tan desesperada sin importarle nada más que protegerla.
—¡Esto te costará muy caro! —masculló entre dientes acechando con
desprecio a Oliver—. En cuanto a ti querida prima, será mejor que te
prepares, porque cuando menos lo esperes regresaré —Drake le
dedicó un último vistazo a la joven que trataba de incorporarse y se
marchó de la zona escolar.
—¿Estás bien? ¿puedes ponerte de pie? —Oliver interrogó preocupado
por el estado de la castaña una vez llegara hasta donde se
encontraba.
Su corazón latía desbocado y enfurecido con solo divisar esa apacible
cara de mujer opacado por el miedo y el dolor de cada maltrato que
había recibido por parte de ese salvaje chico. Deseó haberlo matado
en ese mismo segundo y eliminar todo rastro de él por tal
atrevimiento y abuso de su parte, pero por ahora era mucho más
importante que ella se recuperara de todo lo que había ocurrido.
—Estoy bien, gracias por haberme ayudado, profesor Singer —Gala
pronunció con suavidad—. Sé que no debió ser sencillo defender a
alguien que le desagrada tanto —jugó en tono divertido ante la
mirada de desconcierto de Oliver.
—¿¡Qué dices!? ¿En verdad eso piensas? —le consultó deprisa Oliver.
Siempre había tenido la idea que su distraída estudiante mantenía
una imagen errada con respecto a todo lo que tenía que hacer para
permanecer junto a ella, sin embargo, nunca creyó que pensara que
él, ese humilde profesor de aritmética que día a día se conformaba
con verla aparecer, sintiera algo más que no fuera ese profundo y
prohibido amor que esa pequeña despertaba en él.
—Estás muy equivocada —se aproximó minuciosamente llegando a
envolver su fina cintura.
Era como estar en uno de sus tantos sueños. Podía respirar su olor,
sentir el calor que despedía su cuerpo de mujer, los escalofríos que
con timidez erizaban su cremosa piel bajo su tacto y ese bello rostro
que sólo estaba separado por escasos centímetros del suyo.
—Aunque te cueste creerlo por todo lo que hago, me importas
demasiado, tal vez más de lo que yo mismo pudiera soportar —le dijo
Singer con dolor ante el peso de un secreto que ya no podía seguir
callando.
—Yo... yo creo que no comprendo —apenas podía pronunciar los
vocablos que subían por su garganta y salían a tirones de su boca.
Su cabeza daba vueltas por todas las emociones que flotaban a su
alrededor sin darle un ligero descanso para digerir la última
situación antes de que llegara a bombardearla la siguiente. ¿Por qué
pasaba todo esto? ¡Es que todos se habían vuelto locos el día de hoy!
¡Inclusive ella! Si no fuese así su corazón no se estremecería de esa
manera tan forzada ante la terriblemente corta distancia que la
separaba de su profesor.
—No hay nada que comprender —se acercó a Gala rozando su mejilla
con la de ella.
Oliver deseaba sentirla, tomar esa presencia que llenaba de luz y
sentido sus días ignorando por algunos minutos esa irritante voz que
insistente le gritaba una y otra vez que todo lo que estaba haciendo
era incorrecto y que tarde o temprano, le traería consecuencias con
un precio tan elevado que no estaba seguro de poder pagar, pero era
algo que ya no le importaba o al menos por el momento había dejado
de ser su prioridad. La inmovilizó con ambas manos mientras se
miraban mutuamente. Esta era su oportunidad de decirle la verdad y
por ningún motivo la iba a desaprovechar.
—Lo único que debes de saber es que, a pesar de todos mis principios,
de todos mis esfuerzos y de todo lo que soy, eres lo más importante
para mí, Gala —habló casi en un suspiro. La miró por un corto
segundo sólo para estrecharla con firmeza contra su pecho como si
ella se fuese a esfumar en el aire. Deseaba probar que todo era real y
lo era.
Las palabras, "Te amo tanto" cubrieron sus oídos y se almacenaron
en su mente en un tintineo constante. Gala quería hablar, decirle que
la dejara irse de ese sitio, que todo lo que hacía era un error y que, a
pesar de su confesión, su corazón desde hace mucho tiempo atrás
había hecho ya su elección. Antes de poder decir algo unos labios se
habían apropiado de los suyos. Apenas fue un leve roce, una dócil
caricia. Un cálido contacto al que no logró corresponder.
—¡Tengo que irme! —contestó ella exaltada en un esperado estado de
shock.
Se separó como pudo de Oliver y aún con todo el malestar que sentía
recorrerla salió corriendo hacía el instituto tratando de dejar atrás
todo lo que había vivido y escuchado en ese jardín.
—¡Gala, espera! —lanzó abatido al verla huir de él.
Hizo todo lo posible por detenerla, pero fue imposible, la joven ya se
había marchado dejándole el amargo sabor del rechazo incrustado
cruelmente en cada parte de su ser.
—¡Soy un estúpido! —se reprendió Oliver sintiendo como la cordura
hacía su triunfal acto de presencia demasiado tarde para su suerte.
Retrajo sus puños, ¿Cómo pudo ser tan débil e ingenuo? ¿Cómo es
que se había aventurado a siquiera soñar que Gala Brenton le
correspondería con sólo saber lo que sentía por ella? Estaba
consciente, era iluso y muy fantasioso de su parte haberlo pensado,
pero lo hizo, tontamente lo había hecho y ahora ya era demasiado
tarde para arrepentirse e iniciar como si nada hubiese pasado entre
ambos.
—Debí quedarme callado, ella no tenía por qué saber la verdad.
—¿No cree que ya es demasiado tarde para absurdas lamentaciones?
Se oyó decir por los alrededores.
De inmediato Oliver buscó al dueño de esa impávida voz que sin
saber con exactitud la razón le desagradaba. Algo había en él que
inspiraba su desconfianza desde el primer momento, una sensación
de peligro que continuamente le alertaba que ese chico de negros
cabellos y mirada desafiante era alguien demasiado misterioso.
Rodeado por un extraño halo de sombras como si tratara de ocultar
un secreto muy grande y perturbador.
Movió su cabeza con ligereza ante esas ideas sobre Blake Riker que
más bien parecía la descripción de un personaje sobrenatural salido
de esas raras y locas historias que les contaban a los niños para
asustarlos por las noches. Cuentos llenos de magia, hechiceras y
seres mitológicos que sólo eran capaces de bajar a la Tierra para
causar el mal. Algo demasiado difícil de ver por estos tiempos, sin
embargo, algo muy dentro de él se lo decía, no porque realmente
estuviese tratando con una especie de monstruo disfrazado de
humano, sino porque el mismo Riker parecía advertirlo con cada una
de sus acciones. Blake Riker, era un ser de quien tenía y debía
cuidarse.
—Qué haces aquí Riker, deberías de estar en clases —dijo Oliver
aproximándose al árbol de dónde provenía el llamado del chico.
Y ahí estaba él, cómodamente recostado sobre una de las ramas más
corpulentas y altas que ese viejo y frondoso roble podría ofrecer.
—Lo mismo podría decirle yo a usted y, sin embargo, mírenos aquí,
ambos estamos en sitios que no nos corresponden haciendo cosas que
no debemos, ¿no lo cree? —Blake soltó mordaz y sarcástico sin
apartar sus profundos ojos negros del desconcertado profesor.
Una retorcida sonrisa se formó en los labios de Blake con sólo verlo.
Podía sentir el pulso de ese profesor dispararse por los cielos, el
esfuerzo por controlar su respirar y los latidos que incontrolables se
agolpaban sobre su pecho llegando a sus sensibles oídos.
Aquello abrumó a Oliver y bastante, una especie de presión se ejerció
sobre su cuerpo provocando que sus piernas estuviesen a punto de
doblarse ante sus afirmaciones. Su cerebro trabajaba a ciento por
ciento, llegando a la misma conclusión. El chico nuevo lo sabía, ¡pero
no!, de ninguna manera podía ser cierto. No pudo haber visto lo que
pasó entre Gala y él, ¿o sí?
—No sé a qué te refieres y si eso era todo lo que tenías que decirme,
retírate a tus clases antes de que te reporte —alcanzó a revelar, tomó
aire y trató de controlarse. No era prudente el que actuara
impulsivamente delante de Blake delatándose, así como así.
—Lo que intento decir es que... —Blake se detuvo por unos segundos,
se puso de pie y con una agilidad felina saltó a tierra firme como si la
distancia fuese increíblemente pequeña. Le miró mostrando su rostro
tranquilo y relajado, muy distinto a lo que sentía cada vez que
recordaba lo sucedido—. A diferencia mía, usted aprovecha muy bien
su tiempo —sus músculos se tensaron y el deseo que reprimía por
tomarlo del cuello y eliminarlo se hicieron más presentes. Sí, deseaba
destruirlo. Aniquilar por entero al hombre que sin importarle nada
más que él mismo, se había atrevido a tocar con sus asquerosas
manos a su valiosa víctima, algo que desde luego no iba a permitir—.
Un profesor que le habla de amor a una de sus estudiantes, eso sí que
es estimulante —escupió venenoso ante la sorpresa de Oliver.
—¡Cállate, tú no sabes nada! —vociferó a pulmón abierto tomándolo
de la camisa de su uniforme para acercarlo a su altura.
—¿Pensó que Gala le iba a corresponder? —Blake enfrentó con la furia
reflejada en su oscura e inflexible mirada. Sonrió con diversión al
verlo reflexionar cada letra que salía de su boca, recordando que, en
el ordinario mundo mortal las palabras eran mucho más eficaces y
dolorosas que los golpes—. ¡Vamos sea realista y termine de poner de
una buena vez los pies sobre la Tierra! —aseveró con brusquedad
sujetando a Oliver de los brazos y retirándolos lejos de él.
—Tú no lo comprendes.
—Sé más de lo que cree, lo conveniente para asegurarle que la
pequeña Brenton jamás será para usted, no importa lo que haga, ella
está fuera de su alcance —se giró sobre sus pies dispuesto a
marcharse, no sin antes torturar un poco más a ese humano que se
aventuró a soñar con algo que no debía—. Ah y descuide, puede estar
plenamente tranquilo que yo sabré cuidar su secreto al menos por
ahora, mi estimado profesor Singer —dijo con toda la maldad del
mundo dejando en un profundo abismo de inquietud y soledad a ese
hombre que había cometido el error de poner sus ojos y corazón en
algo prohibido para él.

Las clases ya habían concluido y los alumnos fueron desalojando los


diferentes salones. Todos se habían ido a sus respectivas casas
ansiosos de poder descansar de un largo día de estudios y molestos
apuntes de profesores. Todos a excepción de cierta chica de ojos
chocolate que parecía perdida. Su brillante mirar se posaba sobre el
ventanal de aquel salón abandonado mirando sin mirar, dirigiendo su
pleno interés hacia la nada.
—Ya es muy tarde, es probable que Taylor se cansó de esperar —Gala
se excusó al recordar su cita de trabajo con el chico.
Una honda tristeza la embargó inesperadamente. Había aguardado
tanto la llegada de la tarde sólo para poder pasar unos momentos
cerca de Taylor, que ahora no podía entender que no le vería y la
verdad cómo hacerlo. No solo su cara lucía como una mala y barata
decoración, sino ella misma estaba hecha un total caos por todo lo
que había pasado, siendo aún demasiado difícil creerlo. Su profesor,
ese hombre con quien convivía a diario... ¡Estaba enamorado de ella!,
y no sólo se lo había confesado, sino que también la había besado.
Apenas un leve roce de bocas, pero al fin de cuentas era un beso.
—Mejor me voy antes de que llueva —terminó de guardar sus libros
dentro de su mochila, aún así, el sonido de pasos acercándose la puso
en alerta por enésima vez.
Retrocedió al ver una gran figura detrás de la puerta, rogando a
todos los santos porque no fuera el profesor Singer buscándola para
que les diera una respuesta a lo ocurrido horas atrás. Sus pómulos
tomaron tonalidades rosadas a la vez que su corazón palpitaba
emocionado por verle aparecer de pronto. ¡Era él y había ido a su
encuentro!
—Taylor, pero ¿qué haces aquí? —preguntó ella torpemente al joven
que respiraba como si hubiese corrido por largos kilómetros.
—Ya que faltaste a nuestra cita me preocupé y decidí venir a buscarte
—dijo con su acostumbrada alegría y entusiasmo ante el agrado de
Gala, quien no pudo hacer otra cosa que dedicarle una cálida y
sincera sonrisa de agradecimiento, la cual se esfumó en el instante en
que Taylor se percató de aquella marca rojiza y amoratada que se
formaba cerca de su mentón.
—No es nada, ni siquiera me duele —engañó ella con obvia
notoriedad, consiente que Taylor no le había creído ni la cuarta parte
de lo que decía, por lo que veloz intentó cambiar de tema—. Disculpa
por no haber ido a ayudarte, pero... —guardó silencio. Pensó rápido y
respondió—. Recordé que tenía tareas pendientes, lo siento.
—Descuida Gala, si es así entonces no hay problema —recorrió unos
cuantos pasos hasta acercarse a ella, posó una mano sobre sus
sedosos cabellos dándose el tiempo de acomodar a detalle uno que
otro mechón que rebelde resbalaba por su rostro—. Mañana nos
veremos entonces, ¿te parece?
—Está bien, ahora lo mejor será irme —le dijo para que le diera
espacio, cogió su mochila y se dirigió a la puerta.
—¡Gala...! —la llamó.
Se giró en la dirección en donde provenía el sonido que proclamaba
su nombre con exaltación, sorprendiéndola al toparse con el joven de
vivaces ojos prácticamente sobre su persona.
—Casi olvidaba despedirme de ti.
Fue lo que escuchó decirle antes de que se apropiara por completo de
su boca de forma juguetona, lamiendo y mordiendo de vez en cuando
su labio inferior. Esta vez sí correspondió y se dejó llevar, no
obstante, había algo diferente. El beso que Taylor le ofrecía era muy
distinto al que había experimentado la noche anterior dentro de sus
sueños. No era que fuese desagradable, por el contrario, aún así,
desgraciadamente no era lo que esperaba. No era como lo había
soñado, esa pasión arrolladora que la dejó sin aliento no estaba
presente, se había ido.
—Tengo que regresar al consultorio o la doctora Harrison me
reprenderá —Taylor se separó de ella unos cuantos centímetros no
deseando dejarla ir. Todo le incomodaba cuando ella estaba lejos de
él. Nunca se había sentido de esa forma tan plena y feliz, al menos
hasta que la fuerza del destino le puso de frente a esa niña que tanto
lo inquietaba.
Jamás había creído en eso de amor a primera vista, pero tal vez ya
era hora de comenzar a creerlo, de lo contrario, ¿qué otra explicación
habría para lo que sentía por Gala Brenton?
—Mañana sin falta te acompañaré a tú casa, te lo prometo —Taylor
quería besarla otra vez, memorizar a detalle esa dulce boca, pero
antes de poder rozar sus labios un pesado y ensordecedor sonido se
dejó escuchar.
Los cristales de los ventanales crujieron de pronto, ocasionando que
cientos de hendiduras se formaran sobre su superficie a punto de
despedazarse. Ambos se aproximaron para ver qué o quién había
ocasionado todo eso, pero los alrededores estaban abandonados y sin
un posible candidato que pudieran señalar como culpable.
La noche había llegado a la ciudad siendo recibida por aquella fría
tormenta que caía sin misericordia. Las ráfagas de aire se mezclaban
furiosas unas con otras en donde los relámpagos danzaban por
doquier iluminando todo a su paso con sus llamativos fulgores de
tonos azulados. Los destellos de luz traspasaban el enorme ventanal
provocando el que extrañas proyecciones se dibujaran en las paredes
de esa solitaria habitación en donde solo aguardaba una persona.
Sus oscuros orbes seguían las lesiones superficiales que marcaban su
mano, siendo cuestión de algunos minutos u horas para que cerrara
por entero sin dejar huella a diferencia de un mortal que cargaría con
esa cicatriz de por vida.
—Tengo que largarme de aquí —Blake calló por breves segundo
tratando de que su mente recuperara su compostura, intentando en
el proceso mitigar un poco su tosco respirar—. Yo no pertenezco a
este mundo —todo lo afectaba a un punto en donde le era muy
complicado controlarse y con la pequeña Brenton cerca de él, todo
definitivamente empeoraba.
Ya ni siquiera toleraba el que se acercaran a ella, como prueba tenía
esa extremidad destrozada que sin más había impactado sobre el
sólido muro de concreto en un intento por llamar la atención de la
joven pareja que feliz mantenía un encuentro furtivo en el interior
del aula de clases.
Deseaba comprender, entender de una buena vez porqué esa niña
ingenua llamaba tanto su atención que incluso había llegado a pensar
en dejar todo de lado sólo para no causarle una agonía de la que
dudaba seriamente ella se repusiera, condenándose de esa forma
ante la presencia de su hermano al haber declinado su deber en la
Tierra.
Cansado de permanecer sentado se puso de pie, dejando que su
apático y desganado caminar lo guiara a la puerta de salida. Vagó por
los pasillos del acogedor departamento hasta toparse de frente con
aquella barrera de madera tallada. Tomó la perilla entre sus manos y
la giró con cuidado de no llamar la atención de la persona que con
seguridad estaba en el interior. El brillo de sus ojos aumentó y su
garganta se cerró de pronto al verla de espaldas. Su cuerpo
empapado por la helada lluvia despedía un místico y casi mágico
resplandor. Su ropa íntegramente adherida a sus delicadas curvas
regalaba una delirante visión, incrementando de súbito las fuertes
oleadas de calor que sacudían su cuerpo al ver como Gala deslizaba
sus estilizados dedos hasta el borde de su blusa escolar para
desabotonar la prenda.
El delicado desliz que producía la ropa al pasar por la blanca y pálida
espalda antes de tocar la superficie fue lo que Blake pudo observar.
Aquello que empezó como una afable onda de calor, pronto se
transformó en un intenso fuego que amenazaba con desatarse sin
control dentro de su ser. Su profunda mirada se dedicaba a seguir la
pequeña mano de la joven en compañía de esa toalla que le servía
para secar su cara y cuerpo haciéndose aún más llamativa para él
como si esta se encontrara consciente de que estaba siendo espiada.
—Eres endemoniadamente hermosa —se dijo Blake extasiado al
tiempo en que tomaba una precipitada decisión.
Pronto se vio rodeada por unos imponentes brazos que le prohibían
moverse a voluntad, pudiendo sentir a un cálido respirar bajar con
lentitud a la altura de su cuello. Delineando aquella perfecta
curvatura con húmedos y cortos besos que ocasionaban que se
estremeciera con ligereza ante ese contacto tan subido de tono para
ella.
—¿¡Qué haces en mí habitación!? No recuerdo haberte permitido el
paso —Gala protestó desafiante zafándose del fuerte apretón que
Blake le proporcionaba. Presurosa se alejó acercándose con cuidado y
precaución al otro extremo de la habitación tratando inútilmente de
cubrir su escasa proporción de ropa con sus delgados miembros—.
¡He dicho que te marches! —su paciencia perecía y su disgusto y
frustración iban en aumento. Blake no le dijo nada. Tan solo pudo ver
como este se aproximaba a ella y con cada uno de sus pasos
retrocedía hasta que la dura construcción la inmovilizó, a lo que
tiempo después reconoció como la pared que daba el punto límite de
su camino—. ¿Qué crees que ha-haces?
—¿Acaso no es obvio, pequeña Brenton? —respondió él extasiado de
contemplarla.
Una especie de gruñido escapó de la boca de su estómago al recordar
lo que el profesor Singer y Taylor habían hecho con aquella joven
mujer frente a él. Una ola de fuego convertido en ira extrema inundó
sus venas ante la idea de Gala envuelta en los brazos de cada uno de
ellos, disfrutando de las caricias y el sabor del otro, reconociendo
aquel sentimiento que tan frecuentemente lo visitaba y el cual ya le
era del todo familiar. Sí, estaba celoso, no podía negarlo. La sola idea
de ver a Brenton con aquellos sujetos o con cualquier otro le
quemaba las entrañas. Movió su cabeza con ligereza. No quería
pensar en eso, tan sólo deseaba el seguir vislumbrándola así tan
cerca, sólo para él, dejándose deleitar por sus sonrosados labios
entreabiertos que exhalaban oxigeno necesitadamente.
Su respiración iba en aumento al igual que su urgencia por salir lo
antes posible de ese punto más ninguno de sus músculos parecía
obedecer las insistentes órdenes que recibían sin parar por parte de
su cerebro. El peso de la intensa mirada de Blake le impedía moverse,
tal y como había ocurrido el día en los jardines del instituto, pero eso
era imposible, ningún humano era capaz de hacer semejante hazaña,
entonces... ¿Quién era él? o, mejor dicho, ¿Qué era realmente Blake
Riker?
La distancia que los separaba era nula e inexistente, cosa que
aprovechó el menor de los dioses aprisionándola con su cuerpo
imposibilitándole de esa manera el poder evadirle. Sin que pudiera
hacer nada, la beso con una ansiada voracidad robándole el aire de
golpe. Sonriendo victorioso al sentir como Gala no solo le
correspondía, sino que buscaba el contacto de sus labios de forma
casi tan desesperaba como él.
Esa sensación tan desvariante de nuevo se hacía presente, y
desafortunadamente para ella, no era Taylor Blair quien se ponía
como protagonista. Su piel se hacía tan sensible que lograba percibir
como la unión entre ambos era total, llegando a desear algo más, algo
que sus besos ya no podían saciar. Consiguiendo que su razón
regresara intempestiva al sentir las invasivas manos de Blake
deslizarse por su cuerpo.
Todo paso muy aprisa. El sonido de una bofetada sobre la mejilla del
joven Dios, las palabras entrecortadas y dichas con torpeza, "No
vuelvas a tocarme, no te quiero cerca de mí", por parte de una
alterada Gala y el tremendo portazo de la puerta por donde cierta
personita había escapado.
—¡Maldita sea! —Blake rugió furioso.
Abrió sus ojos al saberse solo, notando que todo a su alrededor
despedía un fulgor carmesí debido a su poder. Aguardó unos minutos
a que su control regresara y que la sangre en su cabeza se enfriara de
lleno. Recordó la petición de Gala, esas escasas palabras que habían
dado de lleno en su gran orgullo. Era ahora cuando por fin lo
comprendía, esa niña no sólo era la primera persona que se atrevía a
agredirlo de esa forma, sino que también era la primera mujer desde
que tenía uso de razón que lo rechazaba tan abiertamente, diciéndole
letra por letra que no se acercara a ella. Jamás había conocido lo que
era el rechazo. Siempre había obtenido todo lo que deseaba sin hacer
ningún esfuerzo en la vida. Para eso había nacido. Para eso era un
Dios.
—Te aseguro que serás mía, Gala Brenton, solamente mía.
Esa era la razón por la que esa castaña le atraía tanto. Ella tenía el
sabor de una vida radicalmente opuesta a la que él conocía. Era algo
diferente, fresco y desconocido. Toda ella significaba un gran reto, un
reto que aseguraba tener al final de la meta una jugosa e inigualable
recompensa, un premio que robaría para él al precio que fuese.
—Gala es una tonta —Blake soltó un gruñido.
Levantó su rostro a las oscuras nubes de tormenta como si fuesen la
cosa más interesante del mundo, dejando entrever las visibles
marcas que contraían su perfecta cara muestras de su ira y
frustración.
La semana había concluido, tiempo en el que la pequeña Brenton se
había encargado de evitarlo en todo momento de forma magistral.
Desde lo sucedido en la habitación de Gala, esta había optado por no
dirigirle la palabra a menos que fuese estrictamente necesario, así
como también trataba de estar el menor tiempo posible con él a solas
y en el mismo espacio vital. Pero si esa niña creía que con eso se
podría librar de él, así como así, estaba muy, muy equivocada. Tal y
como había pasado hace algunas horas cuando los alumnos se
hallaban reunidos en sus salones para dar inicio al estúpido juego de
saber quién sería la persona que a partir de la próxima semana se
encargaría de asistirlo en su hogar, algo que no le inquietaba en lo
absoluto, conocía de antemano el resultado de esa absurda perdida
de tiempo.
Las miradas acusadoras y llenas de resentimiento, los murmullos y
habladurías mal intencionadas no se hicieron esperar después de que
la directora les diera a conocer que Gala Brenton, sería la elegida y
aún responsable de cuidar de cierto joven, quien no podía evitar
sonreír victorioso al ver que la ilusión de la chica que por un instante
pensó en deshacerse de él, se hacía añicos en ese par de ojos cobrizas.
La vio afianzar sus puños y sin más cogió sus pertenencias y ante la
vista de todos, salió disparada a la puerta sin importarle los llamados
de atención por parte de la directora para que regresara al aula.
Marchaba a zancadas no pudiendo creer aún en su mala suerte. Esa
misma mañana al despertar estaba tan feliz, tan alegre y tan...
¿Tranquila?, sí. Definitivamente se sentía tranquila al haber creído que
no tendría que verle la cara a Blake Riker en la privacidad de su hogar.
Respiraba con tanta calma al imaginar que por fin lo tendría lejos para
que no despertara en ella esas sensaciones tan extrañas y a la vez
profundas que no paraban de confundirla e inquietarla, las cuales eran
capaces de romper todo tipo de límite o atadura que impusiera para
protegerse de ese hombre de ojos tan oscuros e intimidantes como la
noche que parecía controlarla cada vez que la veía.
Estaba por girar en la esquina del pasillo que la llevaría al jardín
trasero cuando de pronto sintió como su cuerpo era arrojado sin
mucha delicadeza a una de las paredes contiguas. Sus quejidos de
dolor no se hicieron esperar al hacer contacto con la dura superficie,
paralizándose al toparse con Blake aprisionando sus manos con
rudeza, en donde sus pupilas la escudriñaban minuciosamente como si
deseara devorarla por entero.
Gala cerró sus ojos por mero instinto al sentir el esfuerzo que parecía
hacer por respirar con normalidad frente a ella, viéndose en la
necesidad de retirar su rostro de ese incauto contacto que empezaba a
perturbarla. Se recriminó ante eso, no pudiendo evitar maldecir de
paso a Blake. ¿Por qué rayos todo parecía complicársele desde que él
había entrado en su vida? ¿¡Por qué!?
—¿Por qué te empeñas en evitarme? —Blake exigió conocer impidiendo
cualquier otra acción que no fuese el que deseara por parte de Gala,
recordando que era la primera vez en días que disfrutaba de su
agradable calor y cercanía.
Acercó su rostro hacia el terso cuello de la castaña, permitiendo que
sus sentidos se reanimaran con ese embriagante aroma que había
anhelado el volver a sentir tan cerca de su propio cuerpo, tal y como lo
hacía ahora.
—No lo comprendes, ¿cierto?, ya es imposible que me alejes, pequeña
Brenton —le dijo él con pausa, concediéndole a sus labios la
oportunidad de descansar sutilmente sobre el hueco de su hombro,
desconcertando por completo a la chica ante sus palabras y, a decir
verdad, de alguna extraña forma incluso a él le habían turbado, ¿la
razón?, la ignoraba.
Sus memorias viajaron a días atrás cuando por unos instantes esa
tentativa boca había sido toda suya, una acción que había surgido en
ambos sin la necesidad de palabras de por medio. Sin notarlo soltó el
agarre con una de sus manos y la llevó hacia el rostro asustadizo de
Gala, quien de inmediato se removió en su puesto ante su cercanía tan
repentina. Esa placentera corriente de electricidad se deslizaba por
cada uno de sus poros aumentando aún más su ansiedad por acercarse
a ella. Despertando en sí, el deseo de tenerla para él, sólo para él.
Contrajo sus parpados ante el mar de sensaciones que experimentaba,
la desgarradora sed que día a día torturaba su garganta se
intensificaba de forma agobiante con el sólo hecho de tocar sus cálidos
labios entreabiertos por la intromisión que sus impetuosos dedos
hacían al deslizarse una y otra vez como si reviviera ese súbito
contacto entre ellos. ¡Demonios! anhelaba tanto besarla, hoy más que
nunca.
—Eres como una adicción... —habló Blake con un dejo de enojo a tan
solo centímetros de probar la dulce boca de la joven que sin más
esquivaba su mirada.
Se sentía tan vulnerable, tan patético y tan malditamente débil ante su
mera cercanía. ¡Por todos los Dioses!, ¿qué demonios le había hecho
esa niña? Jamás había dependido de nada ni de nadie para vivir su
vida, ¡por favor, ni siquiera del estúpido de su hermano!, pero ahora
ya no era él mismo y eso era algo que francamente ya no soportaba.
—Eres una maldita enfermedad... —se lanzó hambriento a sus labios,
aunque no logró tocarlos debido al movimiento de Gala que en solo
milésimas de segundos había retirado su cara fuera del alcance de
Blake.
Frunció el ceño al ver la reacción de Brenton y sin importarle
demasiado, repitió la operación recibiendo el mismo resultado. Ella ya
no permitiría que la tocara, se lo había dicho, ¡no!, más bien se lo
había gritado a la cara aquella última noche.
—No importa cuánto te esfuerces —Blake soltó irritado ante el
persistente y obstinado comportamiento de la joven que deseaba estar
lo más lejos posible de él, algo que desde luego no permitiría al menos
por ahora—. No te dejaré ir tan fácilmente.
La vio moverse una y otra vez tratando de liberarse de su agarre,
comenzando a acabar con su paciencia, por lo que sin pensarlo dos
veces empleó aún más fuerza azotándola en un segundo intento contra
el concreto, recibiendo como respuesta la mano de Gala que ágil fue
detenida por la suya en el aire antes de que esta acabara de hacer
contacto con su mejilla.
—Eso ya no te funcionará más, así que olvídalo —rio con petulancia
por su bonito rostro contrariado.
Sus pómulos sonrojados a más no poder, sus labios estrujados uno
contra el otro formando una rara mueca de indignación y ese par de
pupilas chocolate tan brillantes que en esos exactos momentos lo
miraban con cólera extrema. Sonrió aún más, si las miradas dañaran
sin duda la de esa niña lo hubiese lanzado a varios kilómetros de
distancia desde hace un buen rato, afortunadamente para él eso no
ocurriría.
—¡Déjame ir ahora! —pidió Gala con voz firme.
Trató de moderarse, pero Blake Riker era de los pocos que la
exasperaban con su comportamiento, y si a eso se le sumaba esa
sonrisa tan llena de burla a su persona al saberse superior en fuerza a
ella, su preciado sentido común terminaba siendo lanzado por la
borda.
—¡No te soporto! ¿¡Qué no lo entiendes!? —imaginó que con aquello
bastaría para que el joven Dios se apartara de su lado y la dejara libre,
sin embargo, el ver como esa odiosa y prepotente sonrisa suya se hacía
aún más prolongada sobre sus masculinos labios, sus pocas
esperanzas se desvanecieron en el aire.
—Puedes decir todo lo que quieras, pequeña Brenton —murmuró Blake
con suavidad, como un sedoso ronroneo cerca de su oído ocasionando
que su piel se erizara y sus sentidos se pusieran en alerta por esa
aparente inofensiva acción—. Tus palabras no cambiarán el hecho de
que hayas correspondido a mí beso —había dado su estocada en el
punto justo y certero. Hizo una pausa y continuó—. ¿Sabes?, pude
sentir tu deseo, un deseo casi tan devastador como el mío —le hizo
saber a Gala la verdad que ella se empeñaba en ocultar en lo más
recóndito de su ser y de su alma.
Tragó con suma pesadez creyendo por momentos que se asfixiaba,
intentando forzosamente digerir lo que aquello significaba. Maldijo
esa noche una y otra vez tal y como lo venía haciendo durante todos
los días pasados, quedándose con la misma pregunta vacilando
tortuosa en su cerebro, ¿Por qué le había correspondido?, no lo sabía y
francamente no deseaba averiguarlo, porque tal vez, sólo tal vez si se
esforzaba en indagar más, se toparía de lleno con un sentimiento tan
profundo que temía se convirtiera en toda una terrible realidad.
¡No!, ella no podía estar experimentando nada de nada y mucho menos
por él. Además, tenía lo que por tanto tiempo había soñado y que
incluso en muchas ocasiones había considerado como un gran
imposible. Taylor Blair, por fin estaba a su lado como en tantas veces
lo había idealizado en sus incontables fantasías, descubriendo que él
era el chico perfecto que su inocente mente idolatró desde su llegada a
la ciudad. El hombre que cualquier mujer desearía tener consigo, el
que muchas mujeres calificarían como "El tipo indicado".
Definitiva y absolutamente no iba a permitir que ese asunto siguiera
avanzando aún más. No correría el riesgo de poner en juego lo que
sentía por Taylor por una vana confusión de sus tontas hormonas.
Cortaría de tajo con todo y le haría ver a Blake Riker que él no
significaba nada en su vida. Le demostraría cuál era su verdadera
posición en toda esta historia.
—No te confundas, Riker —Gala le miró con desafío, clavando sin más
su mirada sobre la suya por primera vez—. La única razón por la que
te bese fue porque... —respiró varias bocanadas de aire rogando a los
cielos porque eso fuese suficiente para darse el impulso que requería
para no desmayarse bajo los pies del chico que aún la arrinconaba con
su intimidante cuerpo—. Yo... yo correspondí porque... —nada, se
quedó en blanco y sin ningún tipo de argumento para decir ante el
peso de esos hondos y penetrantes ojos color ónix que se clavaban más
y más en ella de forma demandante en espera de lo que fuese a decir.
Todo su valor, todo su coraje sin más la abandonó. Todo lo que tenía
pensado decirle se derrumbó, solo se esfumo dejándola sola y a la
plena merced del joven inmortal.
—¿¡Por qué!? ¡Vamos habla, maldita sea! —reclamó Blake saber en
tono por demás ansioso.
En todos sus años de existencia jamás había demandado averiguar las
explicaciones por parte de nadie y mucho menos de una de sus
víctimas de manera tan desesperada. Podía sentir su propio corazón
latir sobre su pecho de manera desbocada ante el momento de
expectativa que Gala prolongaba con el paso del tiempo y que estaba
seguro, pronto lo desquiciaría.
—Dime por qué lo hiciste —no supo en qué instante su voz se tornó
sosegada, esperanzada de oír la respuesta que él deseaba escuchar por
parte de la joven que otra vez evitaba mirarlo—. ¡Vamos Gala, termina
de decirlo! —le dijo apresándola por el rostro.
—Lo hice porque... —tenía que decirle algo, lo que sea, cualquier cosa
que sirviera para alejarlo de ella. Por lo que sin dar marcha atrás
vociferó a los cuatro vientos lo primero que le cruzó por la mente— ¡Lo
hice porque creí que eras otra persona! —le gritó ella a la cara
alcanzando su cometido, que Blake la soltara tan de repente como si su
solo roce le robara la energía, otorgándole una amarga e inexplicable
sensación en el instante en que el agradable calor que dejara plasmado
sobre su piel se fuera tajantemente.
Blake se alejó un par de pasos solo para acabar de razonar esa ligera
pero contundente frase, permitiéndose también el examinarla como si
quisiera herirla en el proceso. Sus ojos vislumbrando las blancas y
polvorientas baldosas del suelo, sus mejillas brillantes a causa del
enorme sonrojo que las cubría, los leves espasmos de su débil y frágil
cuerpo humano, el subir y bajar acelerado de su pecho como si su
órgano vital estuviese a punto de explotar. Todo se lo decía a gritos,
Gala mentía.
Él exhaló el aire que apretaba de forma inclemente sus pulmones hacia
el exterior, dejándose escuchar casi como un gruñido feroz. Como el
aullido de una bestia lista para destazar sin piedad a su expuesta
presa, pero no podía evitarlo. Estaba furioso, esa niña se había
encargado de volver añicos su orgullo. Ni siquiera le importó el usar
su agilidad sobrehumana para materializarse frente a Gala de manera
más que sorpresiva, viendo como su preciada mortal estaba más que
aturdida ante tal demostración de poder.
La sangre se disparaba sobre sus venas de manera veloz agolpándose
en su cabeza como si fuera un pesado martillo que le impedía inferir
con coherencia y convicción. Estaba poniéndose en evidencia y no
quería ni deseaba evitarlo, sólo quería respuestas y a como diera lugar
las obtendría, aún si eso le costaba tirar toda su labor a la basura.
—¡Mientes! —Blake arrastró con severidad cada vocablo que salía de su
boca al tiempo en que sin ningún tipo de tacto afianzaba sus dedos
alrededor de la suave piel de los brazos de la chica a sabiendas que
aquella acción sin duda le haría daño, no obstante, era justo eso lo que
él deseaba... que ella sintiera dolor. ¿El dolor por el que él pasaba?, tal
vez—. ¡Todo lo que dices es una mentira! ¡Yo sé que tú...! —no pudo
hablar más. De un momento a otro sus fuerzas cedieron liberando a
Gala justo antes de haber oído plenamente decirle con voz asustadiza.
—Tus ojos cambiaron.
Ella tenía razón todo a su alrededor empezaba a teñirse por raros
matices rojizos, muy semejantes al color de la sangre, tan parecido a...
¡No!, ¿¡pero qué rayos estaba pasando!? Estaba perdiendo los estribos
de una forma insospechada. Tanto era su deseo por averiguar si
Brenton le decía la verdad que incluso su poder había optado por
decisión propia activarse de manera involuntaria.
—"Esos ojos" —se repetía ella con inquietud una y otra vez mientras
esas desagradables sensaciones tan llenas de miedo la invadían.
Esa mirada enrojecida como la de un demonio era la misma que
durante algún tiempo sintió sobre ella de forma acechante como si
deseara cazarla. Esos eran los mismos ojos que durante el día seguían
cada uno de sus movimientos como si la estuvieran estudiando, esos
que en las noches se adentraban en sus sueños buscándola insistentes,
negándole el descanso y la paz. Vio a Blake intentar parpadear un par
de veces hasta que ese extraño matiz se esfumaba como si jamás
hubiese aparecido, dejando a cambio aquel característico y misterioso
color rodear como de costumbre el iris de sus ojos.
¿Es que acaso todo se lo había imaginado?, la verdad no estaba segura,
solo quería salir de ese sitio cuanto antes. Inició su marcha
aprovechando que Blake se mantenía al parecer pensando en lo que
había pasado, sin embargo, no pudo dar más de tres pasos cuando un
brazo se había enroscado alrededor del suyo impidiéndole retomar su
ambicionada partida.
—¡Aún no terminamos, Brenton! —soltó con agresividad impulsándola
con hostilidad a su posición anterior.
—¡Suéltame! —alegó ella con el mismo disgusto que Blake empleaba,
esforzándose por liberar su brazo del contacto del chico—. Ya he dicho
todo lo que tenía que decir —frotó el área que él había presionado con
brusquedad advirtiendo como la zona se amorataba.
—¡Déjate de jueguitos estúpidos y di la verdad!
La miró posar el brazo que anteriormente había sujetado en dirección
a su pecho, distinguiendo como su piel se coloreaba como resultado de
su forcejeo. Soltó una maldición inelegible para Gala al saber que la
había lastimado, pero su paciencia y razonamiento bailaban en la
cuerda floja listos para caer en un gran abismo del que no podrían ser
rescatados, y ver como esa niña se negaba a decirle la verdad no
ayudaba en absolutamente nada a mejorar la situación.
—¡Yo no miento! —claro que mentía y por su propio bien debía irse o
todo su teatrito se vendría abajo, aún así, antes tenía que ponerle
todas las cartas del juego lo bastante claras a Blake para que no le
quedaran intenciones de seguir perturbándola.
Su voz estaba por resquebrajarse por los nervios, sus piernas
temblaban como una débil hoja de otoño lista para caer de golpe al
piso, su corazón latía de manera inconstante proporcionándole
pulsaciones profundas y casi lastimeras debido a la adrenalina de todo
lo vivido en ese desierto pasillo de escuela y la cercanía de ese joven
que, aunque se lo negara miles de veces, ocasionaba y despertaba en
ella algo que jamás podría calificar como normal.
—Si es verdad lo que dices... —escuchó decir peligrosamente cerca por
parte de Blake, despertándola de su ensoñación—. Dime en quién
pensabas —su demanda era neutra, plana y sin ningún matiz de
sentimiento que pudiera delatar por lo que pasaba.
Gala subió su vista color cobre hasta pararla en esa que ahora la
juzgaba con frialdad y casi indiferencia. Sintió un viento casi gélido
rodearla al verlo de esa forma, apreciando como la opresión en su
pecho se hacía aún más intensa, casi hasta cortarle definitivamente el
aire que intentaba llegar y abrir sus pulmones.
Llevó ambas manos hasta su pecho tratando de detener con esa acción
la angustia y el malestar que poco faltaba para ahogarla, no pudiendo
evitar que esa interrogante se adentrara en sus pensamientos. ¿Por
qué?, ¿por qué razón le dolía el modo tan despectivo con el que la
miraba? Por más que esperó no hubo respuesta, solo el resonar de una
débil vocecilla que no se cansaba de repetir la misma frase, "Por tú
propio bien, nunca intentes averiguarlo".
—¿¡En quién diablos pensabas cuando me besabas a mí!?
Su pregunta fue clara y directa dejándola petrificada.
¿Y ahora qué haría? Necesitaba decirle algo, darle un nombre a ese
"alguien" que ella había inventado para salir bien librada del asunto.
El tiempo pareció detenerse ya que no supo si transcurrieron escasos
segundos o minutos enteros, lo más seguro es que había sido lo último
porque sin más vio a ese otro chico surgir de entre los pasillos aún
abandonados del instituto como si por alguna obra celestial los
ángeles lo hubiesen enviado en su auxilio.
—¿Taylor? —susurró Gala con suma suavidad el nombre del joven,
pareciéndole más una pregunta que una respuesta a la duda que ahora
quedaba más que clara para Blake.
Apretó su mandíbula con resentimiento al momento en que recordaba
al idiota que se hacía llamar por aquel nombre que por demás
detestaba. Ahora todo tenía sentido para Blake, la forma tan entregada
en que había aceptado el beso, la terrible pasión con que sus
sonrosados labios habían dejado huella sobre los suyos al punto de no
poder borrarlos, ese delicioso y casi enfermizo deseo que hubiera
experimentado entre sus brazos. ¡Maldita sea! Todo había sido no
porque él hubiese despertado eso en ella, sino porque Gala había
visualizado en su cara la de ese estúpido que ahora más que nunca
deseaba aniquilar hasta que no quedara ningún rastro de él, borrarlo
hasta que la mente de la castaña olvidara su patética existencia para
que por vez primera se percatara de él, sólo de él y de nadie más.
Sin poder evitarlo la sangre en sus venas se heló ante esa idea tan
llena de posesividad de su parte hacia la chica que se mantenía aún
frente a él. Algo no andaba bien. La imperiosa necesidad de descubrir
lo que pasaba dentro de sí, pasó a segundo plano cuando a sus
sensibles oídos llegó la voz de Taylor, que al parecer pedía la atención
de Gala para que esta se alejara de él y se acercara hasta donde la
aguardaba.
—¿Ocurre algo, Gala? —le preguntó Taylor en tonó preocupado para
después lanzar una sospechosa mirada en dirección a dónde se
encontraba Blake y ver como este sólo le respondía con un gesto
fruncido—. ¿Estás bien?
—Claro, ¿por qué no he de estarlo? —Gala manifestó no muy
convencida de sus propios comentarios, observando entretenida el
lustre de sus zapatos para no tener que encarar directamente a
Taylor—. ¿Qué haces aquí?, pensé que estabas en clases.
—Esperé por ti en el sitio de siempre, pero como no llegabas pensé... —
se detuvo un segundo para echarle otro vistazo al chico que no había
cambiado un ápice su postura frente a él—. Pensé que algún
inconveniente se había cruzado por tu camino y veo que estaba en lo
correcto —declaró Taylor sin disimulo, clavando sus ojos sobre el
cuerpo rígido e inflexible de Blake, quien por su parte se dedicó a
exclamar un bufido amargo.
—¿Qué dices? —sus pómulos se sonrojaron sin razón aparente al oírlo,
como si de nuevo fuese una niña pequeña a la cual habían descubierto
en una travesura y ahora esperaba paciente su sermón. Ella no había
hecho nada malo como para mostrarse tan agitada e inquita delante de
él, sin embargo, si todo lo que se decía era cierto, ¿por qué se sentía
culpable por algo que desconocía?
—Bueno eso ya no importa —le dijo Taylor.
Su acostumbrado entusiasmo volvió a apoderarse de sus facciones
haciendo que sus pupilas resplandecieran al ver a la castaña después
de largas horas de chocantes apuntes, sermones de profesores y
pesados momentos en la enfermería, pero después de tanto percance la
tendría toda una tarde sólo para él.
—Creí que el día nunca terminaría, no puedo creer que haya contado
todas estas horas sólo para verte —Taylor se rio tontamente al decirle
eso, pero había sido algo que brotó de sus labios de modo tan
espontaneo que arrancó en ella esa sonrisa que tanto le hechizaba ver.
Esa hermosa sonrisa que desde el día que la conoció se había
convertido en una especie de sinónimo de la palabra "Felicidad"—. Sé
que suena poco creíble decir esto, pero... —su voz se fue haciendo más
y más pausada a medida que acortaba la trayectoria.
La impulsó de un solo movimiento a su cálido pecho en donde le acogió
y encerró en un protector abrazo. Quería que ella lo supiera, que
estuviese al tanto de todas esas sensaciones tan maravillosas que
avivaba en él.
—En tan poco tiempo te has convertido en algo muy indispensable para
mí, por favor, Gala, dime que me crees —pidió suplicante sin
importarle en lo más mínimo que aún seguían en la escuela, que
estaban en uno de los principales pasillos en donde en cualquier
instante alguien podría venir y, sobre todo, no le afectó en absoluto
que ambos aún estaban en presencia de cierto chico que atento
presenciaba cual espectador todo ese numerito de pacotilla en primera
fila.
Por más que quiso apartar su vista de aquel par no pudo. Sus oscuros
y fulminantes orbes seguían cada detalle de la farsa que él mismo se
había encargado de fabricar espléndidamente para así obtener su
cometido, destruir a Gala Brenton y obtener su preciada y rota alma
mortal. Estrujó ambos puños llenos de rabia sin ser muy consciente de
lo que hacía, trataba de retener el enorme impulso que tenía por
separarlos, arrancar a esa niña de los brazos de Taylor y de cualquier
otro subordinado que osara siquiera el tocarla.
Ese momento llegaría, había pasado lo mismo con sus anteriores
víctimas y con los otros humanos a los cuales manipulaba como
insulsas marionetas a los que solo bastaba con mover sus hilos
invisibles para que actuaran y dijesen todo cuando se le apeteciera, sin
embargo, ahora todo era diferente. Incluso él se sentía diferente y las
cosas no deberían de ser así.
Apartó su vista de ellos sintiéndose un completo imbécil al ser testigo
de algo que ni siquiera debería importarle. Obligó a sus pies a girarse
para alejarse en dirección contraria de aquella imagen en donde
desentonaba. Blake llegó a los jardines del instituto inhalando todo el
aire que era capaz de entrar en él, deteniéndose cuando aún en la
distancia fue capaz de presenciar la melosa voz de Gala que conmovida
le brindaba su respuesta a ese estúpido sujeto.
Un extraño resplandor surgió sobre la palma de su mano mientras sus
ojos cambiaban de forma y de color. Quería destruir algo, lo que sea le
vendría bien solo para liberar toda esa energía autodestructiva que
emanaba a borbotones, pidiendo a gritos ser liberada de cualquier
manera posible. Lo que al principio inició como un inofensivo
resplandor acabó por convertirse en un poderoso rayo que rescindió
por impactarse en un gran árbol, sucumbiendo con facilidad a tan
inmenso poder.
—Eres una tonta, una total ilusa, Brenton —le dijo Blake a la nada
antes de desvanecerse entre las grandes columnas de humo y restos de
ceniza, creyendo que las palabras de Gala retumbaban en su cerebro
siguiéndolo a donde el tratara de escapar.
— "Sí Taylor, te creo".
Bajó su cabeza con agotamiento, divisando la lluvia que aún
continuaba cayendo por todos los alrededores. La misma y tediosa
imagen del día anterior y el anterior a ese. Transitó con pausa hasta
estar lo bastante cerca del pasamanos de metal y subir de un salto,
teniendo una mejor vista de todo el territorio que como halcón
vigilaba acechante desde lo alto, sin que nadie se percatara de su
presencia gracias a la barrera que lo cubría de los ojos curiosos y
escudriñantes.
—¡Maldita sea! —rugió furioso—. Esto no puede estar pasándome, no
con ella... —entrecerró sus ojos soltando un pesado suspiro—. No con
una mortal —Blake susurró lo último tan bajo que solo el viento fue
testigo de su confesión.
Su mirada seguía las marcas que recorrían su mano lastimada desde
hace casi tres días, tiempo en el que se suponía sería más que
adecuado para que cualquier daño superficial desapareciera, sin
embargo, no era así. Su recuperación estaba demorando más de lo
previsto y eso solo aludía que las cosas estaban perdiendo su curso
natural a una velocidad que fácilmente se le saldrían de su dominio
sin siquiera poder contenerlo. Algo que dentro de poco lo arrastraría
junto con la corriente hasta impactarlo en un valle de peligrosas y
afiladas espinas.
Su mente estaba tan ocupada divagando en todo lo ocurrido desde su
llegada a esa ciudad y lo que hasta ahora había vivido al lado de esa
torpe niña que tanto había alterado su entorno que no se dio por
enterado de la otra y desconocida presencia que hasta hace algunos
segundos se mantenía impasible detrás suyo.
Un largo brazo logró sobresalir de entre ese negro abrigo que lo
cubría de pies a cabeza, impidiendo que alguna otra parte de su
cuerpo fuese visible. Lo guio hasta su espalda y sin hacer el menor
ruido, tomó el mango de su enorme espada sonriendo para sus
adentros al imaginarse la cara del joven Dios, cuando se percatara
del recibimiento que estaba por hacerle. Sin aguardar más lanzó su
arma en dirección a Blake en un limpio y perfecto movimiento,
consciente que, si este no reaccionaba, sin duda sería atravesado por
el filo de su amada espada.
—"Lo que me faltaba".
Su rostro se frunció de pronto e incluso un fastidioso "tic" se hizo
presente al darse por enterado de lo que ocurría en los alrededores o
para ser más exactos, de lo que pasaba justo detrás de él.
—"¡Oh perfecto, simplemente genial!".
Su odiosa y exasperante presencia era lo que faltaba para mandar su
asqueroso día derechito al demonio. ¿¡Pero qué rayos hacía ese
detestable híbrido justo aquí!? Nada bueno, de eso estaba seguro. No
pudo seguir pensando en el asunto, podía sentir como un objeto se
desplazaba entre las capas de aire a una gran velocidad, estando a
unos cuantos centímetros de romper su barrera e incrustarse justo
en su estómago. Blake sonrió dominante sin siquiera girarse para ver
la orientación del objeto que se abalanzaba hacia él. Sólo le bastó con
dejar disponible algo de su energía para que la gran arma se
detuviera antes de llegar a tocarlo, se rodara y fuese devuelta a su
dueño con una rapidez por lo menos dos veces mayor de la que había
sido empleada originalmente.
—¿Debería tomar esto como un hola? —le discutió sarcástico viendo
entretenido como el brazo que había empleado para lanzar su arma,
yacía inerte en el suelo mojado del edificio debido al fuerte impacto—
. Ya decía yo que ni los siglos podían cambiarte —chasqueó la
lengua—. Sigues siendo el mismo amargado, Blake —acabó de decir al
ver que su acompañante prefería por guardar silencio. Se dio media
vuelta y con su otra mano sacó a su querida espada de la pared en la
cual había soldado. La revisó de cerca para descartar posibles daños,
distinguiendo alarmado como el brillante acero había sido
plenamente rayado por los minúsculos escombros de concreto—.
¡Mira lo que le hiciste!, tardaré horas para que regrese a la
normalidad —la devolvió a su funda, tomando su extremidad del
diminuto charco de agua que comenzaba a rodearlo y como si fuese la
cosa más normal del mundo, la volvió a colocar en su respectivo
lugar abriendo y cerrando la palma para ver si esta se había adherido
de manera correcta.
—Habla, ¿qué demonios haces aquí, Luka? —Blake clavó sus pesados
hoyos negros sobre el tipo que ahora descubría su aspecto de ese
pesado abrigo—. ¿Acaso no tienes a otro a quien disgustar? —
reprochó malhumorado regresando a su antigua posición y dirigiendo
su vista al gran paisaje dándole la menor importancia al recién
llegado.
Sus cabellos platinados como la nieve eran mecidos con tranquilidad
por el viento de tormenta, haciendo un extraño contraste con ese par
de ojos azulosos que le miraban sin inmutarse y con aquella típica
insolencia que tanto colmaba su paciencia. Todo en Luka parecía
normal a primera impresión, a no ser por ciertos detalles que
empeñado ocultaba tras esos largos abrigos que acostumbraba a
vestir.
Esa era una de las razones por las que no podía tener las mismas
libertades que Blake al transitar entre los mortales sin tener el
menor inconveniente a ser descubierto. Luka, a diferencia suya, no
era un Dios. Él al igual que muchos otros seres que conformaban el
vasto mundo de donde ambos provenían eran conocidos como
híbridos, entes con habilidades casi tan magnificas como las de un
inmortal en su totalidad exceptuando que el tiempo de vida en ellos
se reducía a algunos siglos al mantener entre sus venas los débiles
rasgos de la parentela humana.
—En realidad no estoy aquí porque lo desee, Blake —posó sus brazos
alrededor de su nuca y continuó mirando la espalda del chico que
otra vez no se dignaba a verlo, aunque estaba seguro de que en
cuanto dijera lo siguiente, por fin obtendría la entera atención del
orgulloso Riker—. He venido porque nuestro señor me ha enviado
personalmente para llevarle noticias tuyas.
Dicho y hecho, en cuanto su privilegiado oído escuchó que su
manipulador hermano estaba inmiscuido en la presencia de ese
fastidio andante, su atención por fin se centró en Luka, indicándole
que prosiguiera.
—Tu tiempo en este mundo se ha prolongado más de lo conveniente,
sin mencionar que tu misión aún no ha sido concluida con éxito ya
que tu víctima aún está... —su discurso quedó atorado en su garganta
al ver en menos de un segundo a Blake justo delante de él.
—Tú no eres nadie para sermonearme, híbrido —amenazó Blake
cortante tomándolo del cuello de su abrigo, haciendo que se elevara
unos cuantos centímetros en el aire.
—Yo sólo cumplo órdenes, recuerda que al igual que yo, tú también
estas bajo su mando... Te guste o no, aún no eres libre —expuso Luka
con todo el veneno el peso de su macabra realidad.
Era verdad, por mucho que se negara a reconocerlo él no era libre y
aún seguía encadenado como una bestia a la correa que su amo le
había impuesto como castigo a su falta, algo que no cambiaría por
mucho que su orgullo se revelara. Le debía obediencia a ese mal
nacido de Cupido, tenía que someterse ante su sangre y como un
sirviente cualquiera, bajar la cabeza ante su propio hermano. La
marca de maldición en su cuello era la prueba más fehaciente de que
así tenían que ser las cosas.
—Gracias por el recordatorio, ahora ya te puedes largar —Blake lo
soltó de mala gana esfumándose para después de unos instantes
reaparecer en una de las paredes en donde permaneció recargado
sobre el frío concreto. Cerró sus ojos y cruzó sus brazos en espera de
que aquello le diera a entender a Luka que todo lo que tenía que
decirle le importaba un reverendo comino.
—Has estado demasiado tiempo expuesto, esa es una de las razones
por las que tus poderes empiezan a decaer —Luka hizo referencia a la
mano que Blake intentaba apartar de su panorama.
—Esas son boberías, está herida no significa nada sanará en un par
de días, solo eso —reiteró Blake firme en su posición manteniendo el
rostro altivo, obviando el hecho de que el chico semidiós tenía razón
y en efecto, sus habilidades disminuían día con día.
—Ojalá estés en lo correcto —sonrió Luka al ver lo terco y orgulloso
que era al tratar de esconder el declive por el que pasaba, algo que él
mismo había comprobado dos días atrás cuando lo vigiló oculto entre
las sombras sin tener el menor problema de acuerdo con las órdenes
de su señor. Una tarea que desde luego no hubiese podido realizar si
Blake se mantuviera con el cien por ciento de sus capacidades—. Por
cierto, sin duda tengo que felicitarte —la leve sonrisa pronto se
ensanchaba entre sus labios al terminar de repasar esa traviesa y
maliciosa idea que deseaba comprobar y esta era la oportunidad
perfecta.
—¿De qué hablas? —cuestionó sin más.
—Leí el informe de tú nueva víctima.
Sólo bastó con esa leve mención para que esos fulminantes orbes
reaccionaran y desearan apuñalarlo frenéticamente. No pudo
contener las carcajadas que burbujeaban dentro de su ser al
presenciar a detalle sus reacciones. ¡Así que estaba en lo correcto!,
esto sin duda sería divertido, muy divertido.
—Es una mortal atractiva, hermosa debo de admitir.
Sus cejas se fruncieron y sus manos se cerraron con una presión tan
grande que de inmediato se mostraron pálidas por la falta de
circulación. Sus labios se movieron casi en cámara lenta, dejando
escapar un gruñido de disgusto que no supo si llegó a ser escuchado
por Luka o meramente dio oídos sordos para continuar con su
agradable discurso.
—Una joven de carácter dulce, inocente y que, a pesar de tener ese
pasado tan perturbador sigue manteniendo su ser intacto.
Su voz llena de fascinación era el condimento perfecto para que la ira
de Blake despertara de nueva cuenta, percibiéndose en esa aura
sombría que emanaba y que era posible palpar.
—Ella es la víctima perfecta, es una lástima que aún no hayas
obtenido un alma tan pura como esa —Luka le miró de reojo,
esperando su reacción—. Tal vez solo necesites algo de ayuda y...
—¡Ni siquiera lo pienses! —Blake espetó con severidad con esas
pupilas escarlata encendidas con la sola idea de que se viera obligado
a marcharse del lado de Brenton—. Ella es solamente mía, ¡mía!... y
por ningún motivo permitiré que alguien más ose tocarla, ¿te quedó
claro?
Luka abrió los parpados levemente pasmado ante tal demostración de
posesión, aumentando así, su curiosidad por saber qué tan grandes
eran las razones que impedían a Blake acabar de actuar en contra de
esa niña mortal.
—En ese caso date prisa y concluye con esto o, ¿es qué existe otro
motivo por el que no quieras dañar a esa humana?
Su acento imprudente puso en alerta a Blake. Ese impertinente de
Luka había descubierto algo, tal vez no sus verdaderos propósitos,
pero al menos algo de eso intuía. Pretendió serenarse y mostrarse
sosegado como de costumbre en espera de que nada fuera legible tras
su fría mascara de indiferencia, de lo contrario, se arriesgaba a ser
descubierto ante la presencia de su hermano.
—Sólo requiero más tiempo —le dijo Blake como lo más evidente para
decirle por respuesta—. Ahora lárgate y aseló llegar al bastardo.
—Está bien, le haré saber tú petición, después de todo una joya tan
rara como esa humana necesita ser obtenida con todo el cuidado de
este desagradable mundo —movió sus pasos hasta llegar a estar en la
barandita en donde había encontrado a Blake, quedando así a sus
espaldas—. Estoy seguro de que el amo no pondrá quejas si es para
conseguir a esa pequeña mortal —Luka se golpeó mentalmente al
darse cuenta que había hablado de más, estando convencido que el
chico le miraba tras decir aquello ya que podía sentir el peso de su
desprecio perforarle la nuca.
—Ese engendro nunca se había tomado tantas molestias con nadie,
mucho menos con una de sus víctimas —le dijo Blake.
Una sensación vertiginosa se hizo presente en su estómago
provocándole una enorme incomodidad. Era como tener un mal
presentimiento, como si una gran catástrofe se ocultara tras las
palabras que Luka acababa de decirle sin tener noción. Sin esperar a
que esa incógnita siguiera torturándolo usó su velocidad
sobrehumana hasta estar justo detrás del joven sirviente y con el
menor de los esfuerzos enroscó su fuerte mano sobre su cuello
alzándolo sin oponer resistencia.
—¿Cuál es su verdadero interés en ella? —demandó Blake saber de
forma inmediata, haciendo más presión alrededor de su garganta al
ver el mutismo en el que seguía Luka—. ¡Responde! ¿¡Qué es lo que
quiere realmente con Gala!? —ni siquiera había sido consciente de lo
que había dicho, el nombre de la castaña había surgido sobre sus
labios de forma tan natural que no logró evitar maldecirse por lo que
acababa de hacer y por lo que, a partir de ahora, pasaría con él y con
ese desastre de mujer que ya no podía seguir ignorando.
El apretón que sostenía al semidiós fue haciéndose cada vez más
intenso hasta que los fuertes dedos de Blake rescindieron ante el
vacío que surgió a causa del desvanecimiento del chico que había
cambiado radicalmente su composición en estado líquido.
—Esto sí que es interesante... —le dijo Luka entre risas mordaces
mientras recuperaba su forma habitual de esa acuosa y casi
transparente—. ¿Desde cuándo un Dios de tu estirpe se rebaja a
llamar por su nombre a una insignificante mortal? —buscó insistente
su mirada esquiva sin resultado, manteniendo aún esa sonrisa
brillante y ladina enmarcando su jovial rostro.
—No tengo por qué darte explicaciones —atacó Blake con acidez,
alejando la imagen tan llena de burla que Luka le otorgaba ante su
torpeza, una falta que desde luego el híbrido sabría aprovechar muy
bien a su costa.
—Tienes mucha razón y lamento no contestar a tus dudas, pero si el
amo no te lo dijo, ¿qué te hace pensar que yo sí lo haré? —Luka subió
sus brazos a su nuca sumamente complacido con todo lo que había
averiguado en esa corta estadía, convencido que el mayor de los
dioses estaría más que satisfecho de conocer las verdaderas razones
que movían a su querido hermanito para aún no concluir con sus
labores y seguir de alguna forma atado a esa mujer que tanto se
negaba a renunciar—. Sólo de una cosa puedes estar seguro —estaba
por irse, pero no pudo resistir la tentación de acabar de amargarle el
día a Blake. Se encaminó unos cuantos pasos hasta quedar a su lado,
y en voz divertida le susurró lo que para su señor era algo más que
un hecho, era toda una realidad—. Esa humana jamás será para ti mi
estimado, Blake —finiquitó evaporándose en el aire, llevándose
también la lluvia que durante días había estado presente en toda la
ciudad.
La tensión que lo asediaba era tan pesada y opresiva que sus costillas
agarrotadas les negaban movimiento a sus pulmones. Sus nudillos
crujían ansiosos por tomar algo hasta hacerlo pedazos, de
preferencia a ese estúpido de Luka que había colmado su paciencia
hasta límites inimaginados.
—Sé que algo planeas.
Esa sensación de malestar se acrecentaba de manera alarmante con
el paso de los minutos en donde cada parte de su cuerpo se lo
confirmaba a gritos. Presenció la calma y quietud de los alrededores,
era como estar en medio del ojo de un huracán. Ese pequeño lapso de
total estabilidad y paz del que se podía disfrutar hasta que, en el
momento menos pensado, la furia de una fuerza superior arremetía
sin clemencia con todo a su paso solo para causar la destrucción.
—No voy a permitir que te salgas con la tuya, Bastian Riker —
pronunció con frialdad el nombre del ser que lo retenía encadenado
desde varios siglos atrás por errores que merecían su profundo
resentimiento.
Su hermano maquinaba algo demasiado grande, de eso estaba seguro
y para su disgusto, la pequeña Brenton estaba más inmiscuida en
esto de lo que en un principio llegó a sospechar. Ella era la pieza
clave de un extraño rompecabezas, uno que hasta ahora desconocía,
pero que descifraría antes de que Bastian se atreviera a poner sus
manos sobre ella.

Las tenues lucecillas de los diversos puestos alumbraban su caminar


por aquellas solitarias calles por las que ahora transitaba con la vista
gacha, como si ver el pavimento repleto de porquería fuese la cosa
más interesante que había por hacer.
Sólo hace una hora atrás había sido llevada por Taylor hasta las
puertas de su hogar después de haber disfrutado de toda una tarde
en su compañía. Una tarde como hace mucho no pasaba. Él se había
encargado de hacerla reír en cada instante, le había profesado
cientos de palabras románticas y desde luego también había robado
sus labios en incontables oportunidades. Todo era tan mágico, tan
perfecto y, sin embargo, si todo era tan plenamente maravilloso, ¿por
qué razón se sentía vacía?, ¿por qué no se sentía completamente
feliz?
—¿Qué está pasándome? —se preguntó Gala con angustia al tiempo en
que sacaba un hondo y pesado suspiro.
Por fin tenía todo, ¡todo con lo que había soñado!, ¿qué no se suponía
que ahora ya tendría que estar satisfecha y alegre al haber alcanzado
sus metas y haber dejado sus tristezas en el olvido?, así debería de
ser, pero ella no se sentía como tendría que estar una persona que
después de muchos esfuerzos consigue un codiciado logro. Nada de lo
que experimentaba era remotamente parecido a lo que pensaba que
sería.
—Tengo que tranquilizarme —se animó a sí misma disfrutando del
fresco aire que la lluvia de los días anteriores había dejado en el
entorno.
Elevó su cabeza hasta toparla contra ese astro con destellos
platinados, dándose cuenta de que se había entretenido más de lo
normal en su paseo nocturno, por lo que pronto sería riesgoso
moverse por las calles a esa hora de la noche. Recorrió varias
cuadras sintiendo un poco de alivio al ver que tan solo tenía que
cruzar la calle y estaría en su departamento, no obstante, en cuanto
dio dos pasos sobre el camino vehicular un par de incandescentes
faros se encendieron dejándola algo enceguecida. Le costó algo de
trabajo el volver abrir sus sensibles parpados debido a la intensidad,
avistando petrificada que un auto se avecinaba justo a donde estaba
ella sin ningún tipo de intensión de detenerse.
—Eres tú, Dakota —dijo Gala con dolor.
Apenas un leve quejido de desconsuelo salió expuesto de su boca al
ver a través del parabrisas la silueta del conductor que deseaba
embestirla sin piedad. Esa cobriza y casi gélida mirada, esa larga y
hermosa cabellera castaña y ese rostro que aún guardaba algunos
rasgos de niñez a pesar de la gran madurez y amargura que se podía
descifrar en cada una de sus facciones. No tenía la menor duda, era
ella.
El rugir del motor le destrozó los oídos en el momento en que pisó el
acelerador a fondo para impactarse contra su cuerpo. Cerró por mero
instinto sus ojos apreciando como una intempestiva ráfaga de viento
la impulsaba fuera del alcance de ese automóvil antes de que la
tocara. Rodó por el pavimento de la acera junto con otro pesado bulto
que le robó el oxígeno al quedar sobre ella.
—¿No puedo dejarte cinco minutos sin que algo malo te ocurra? —le
dijo sarcástico Blake al verla desde el ángulo donde él estaba.
Su corazón se agitó sobre su pecho al reconocer esa imponente voz
tan llena de arrogancia y autosuficiencia, abriendo sus parpados solo
para encontrarse con ese oscuro mirar contemplarla con reproche y,
¿alivio? No tuvo más tiempo para averiguarlo, ya que Blake le tomó
con suma delicadeza para llevarla hasta una de las paredes apoyando
mejor su magullado cuerpo.
—Espera aquí —Lanzó Blake irritado y como si nada se irguió para
dirigirse hasta donde estaba ese lujoso deportivo rojo que segundos
atrás estuvo por mandarla al otro mundo.
Una mediana figura salió del auto, su largo cabello ondeaba con el
viento de la noche al igual que la corta falda de colegiala que portaba.
Intentó forzar su vista para ver qué es lo que había sido esa extraña
ventisca que había surgido de la nada llevándose fuera de su alcance
a la chica que deseaba aniquilar, pero por más que se esforzaba solo
veía que la joven se encontraba recargada sobre la calle en completa
soledad.
—Esta vez tuviste suerte, pero para la próxima te aseguro que no seré
tan considerada hermana —Dakota habló con despreció tomando las
llaves de su carro y subiendo en él.
Sonrió de forma torcida al recordar la cara tan llena de pánico que
había puesto Gala al saber que moriría. Era una verdadera lástima
que hubiera fallado, ahora tendría que planear otra forma de
deshacerse de ella. Sólo borrándola del mapa su existencia tomaría
sentido de nuevo y todo regresaría a como era antes de que
resurgiera de las cenizas del pasado. Sólo si esa estúpida se pudría en
el infierno, Drake regresaría a refugiarse entre sus brazos
consiguiendo el lugar que le correspondía tanto en su vida como en
su cama.
—Así que tú fuiste la causante de todo esto, mocosa del demonio —
Blake bajó de un solo salto a tierra firme desde lo alto del edificio en
donde había escuchado la agradable plática de la desubicada
adolescente.
Desactivó su poder después de obtener lo que deseaba de ella,
pudiendo anticipar ese gran odio y resentimiento que emanaba hacia
Gala. Ese deseo por arrebatarle el aliento a toda costa y el obsesivo
amor que le profesaba al oscuro primo de ambas. Decidió ya no
pensar más en ese asunto, lo primero era ver las condiciones en las
cuales se encontraba la pequeña Brenton.
Cuando llegó hasta su lado, Gala se hallaba con la cabeza ladeada
debido al cansancio del que había sido presa por el momento tan
estresante que acababa de vivir. Sus mejillas enrojecidas estaban
marcadas por diversos surcos cristalinos, el resultado de haber
llorado por su revoltosa y desubicada hermana menor. Una punzada
lo bordeó entero al verla en ese estado, se veía tan indefensa y
desprotegida en un mundo en donde todos parecían desearle el peor
de los males que por primera vez se sentía culpable por lo que él
también intentaba hacerle. Sin muchos preámbulos la tomó en brazos
para llevarla hasta el interior de la casa, diciéndose así mismo que lo
que ella provocaba en él, era sólo una obsesiva atracción, un
enfermizo deseo y nada más.
—Creí... creí que te habías marchado.
Su voz adormilada parecía un ronroneo suave y tentador, lo
suficiente para llamar su atención y centrar sus negras orbes en el
agotado rostro de la muchacha.
—No digas tonterías, Brenton —le dijo fría y secamente antes de
regresar su profunda vista al frente—. Además eres tú quien tiene las
llaves, sin ellas ¿cómo abriría? —una ligera y casi invisible sonrisa se
dibujó sobre sus labios al escuchar la fresca risa de la castaña al
decirle lo último. ¿Acaso estaba bromeando con ella?, tal vez. Se
sentía tan bien el oírla reír de manera tan natural que sin duda lo
tomó por sorpresa lo que aún adormecida fue capaz de confesarle.
—Después de todo... —sus parpados se iban cerrando más y más hasta
verse solamente una fina línea de rizadas pestañas—. Después de
todo no eres tan insoportable como imaginaba —le dio a conocer a
Blake mientras su cara adquiría algo más de tono.
Se permitió olvidarse por un momento de todo lo que la agobiaba
para centrarse en ese joven de cabellos y mirada del mismo color de
la noche que ahora la llevaba consigo. Suspiró con tranquilidad y sin
el menor tabismo de timidez, recargó su cabeza sobre el fuerte pecho
del chico dejándose arrastrar por aquella sensación tan agradable
que la invadía al estar tan cerca de él.
—Gracias por salvarme, Blake —fue lo último que pudo articular Gala
antes de caer en el mundo de los sueños en donde por primera vez se
sentía completa.
Permaneció varado por varios minutos viéndola dormir, disfrutando
de los rayos de la bella luna que se posaban sobre ella bañándola con
sutileza como si fuese un ser fuera de este mundo que por alguna
broma del destino había perdido su rumbo y ahora se encontraba
entre seres inferiores a ella.
—Eres una pequeña bruja, Gala Brenton —le reprochó como si
pudiese escucharlo.
Guio su mano hasta posarla sobre su tersa mejilla, percibiendo a su
sangre alterarse con sólo tocarla. No podía negarlo por más tiempo,
finalmente y aunque luchó para evitarlo, ocurrió. El cazador terminó
siendo la presa. Sin siquiera haberse percatado había caído en el
hechizo que esa bruja de cabellera castaña le había lanzado en el
mismo instante en que se miraron y unieron sus almas por ese pacto
maldito de Cupido. Esa niña mortal que logró lo que ninguna antes
fue capaz de hacer a través de su interminable viaje por las arenas
del tiempo. Esa mujer era la misma que ahora llevaba en sus brazos,
aquella que si lo deseara podría obtener todo cuanto pasara por su
mente con la única condición de que su corazón le perteneciese a él
y... solamente a él.
La fresca brisa matutina acariciaba con sutileza sus mejillas
incitándola a levantarse de su profundo sueño, pero se sentía tan
cansada que abrir siquiera sus parpados parecía una tarea titánica e
imposible de cumplir. Su cuerpo dolía y sus músculos totalmente
agarrotados le confirmaban que todo lo sucedido la noche anterior no
había sido una alucinación de su mente. Su hermana, esa pequeña
niña que vio crecer y con la que compartió tantos momentos
importantes de su vida, fue la misma que sin miramientos había
pisado el acelerador de aquel vehículo con el que intentó acabar con
su vida. Traicionando así, los lazos de sangre tan irrompibles que las
unían a ambas.
Aún en sus memorias le era posible recordar ese día en el que se
pudo liberar de ese infierno terrenal que fue su anterior vida. Esa
que estaba conformada por un padre que renegaba de su existencia y
al cual jamás le incomodó tocarse el corazón para evitar echárselo en
cara. Considerándola débil, ineficaz en todo lo que hacía y emprendía
para poder ganar su aprobación y quizás, sólo quizás un poco de su
cariño. Sin embargo, para alguien como él, todos sus intentos nunca
fueron idóneos ni sus expectativas las que él deseaba, así que había
optado por la decisión más ventajosa para su persona y desde luego
para su poderoso imperio, entregarla al mejor postor... su primo.
—Gala, te presento a Drake Brenton, tú prometido y dentro de algunos
meses tú esposo.
Fueron las palabras que cual sentencia a muerte pronunció su padre
aquella tarde en la que sorpresivamente su compromiso se dio a
conocer ante todos los integrantes de su familia, sin tener ella la
menor noción sobre el asunto, ya que su padre había tomado todas
las decisiones sin tener en cuenta la suya, desencadenando así, a la
más lóbrega de sus pesadillas.
Drake Brenton era su primo de sangre, el hijo primogénito concebido
por parte del hermano menor de su padre, el cual tan solo algunos
cinco años atrás había muerto trágicamente en un accidente aéreo
junto a su esposa, dejando al chico huérfano y con la enorme
responsabilidad de mantener por sí solo los negocios de su familia a
flote. Brillante y astuto por naturaleza, Drake logró no solo
salvaguardar las empresas de forma intacta, si no también
incrementar su capital y el valor de sus acciones a cifras
estratosféricas con ayuda de sus ingeniosos proyectos e ideas
audaces y precisas, convirtiéndose en algunos meses en uno de los
empresarios más jóvenes y exitosos del país.
A simple vista todo parecía señalarlo como el hombre ideal con el que
toda mujer soñaría y estaría feliz por tener a su lado. No solo era
atractivo, inteligente y benefactor de múltiples asociaciones de
caridad, sino también era dueño y heredero directo de un emporio
multimillonario. Así es, todas lo pensaban. Sus amigas, compañeras
de escuela, hasta su propia hermana lo creía así... claro, todas menos
ella, ya que en el mismo instante en el que sus orbes miraron de
cerca aquellos ojos tan profundos, fríos y vacíos, lo supo. Drake
Brenton no era la maravilla de hombre que se esforzaba en aparentar
y reflejar con tanto ahínco ante el mundo entero. Su primo era un ser
sombrío, tenebroso y sumamente aterrador. Muchas fueron las veces
en que se decía a sí misma que estaba equivocada y que el rechazo
natural que el chico le causaba era porque este había aceptado
cumplir la absurda e incuestionable voluntad de su progenitor, pero
desafortunadamente no fue así, siendo ese su primer error.
—Ahora me perteneces y nada de lo que hagas podrá cambiar eso... —
tomó con fuerza su nuca echando un vistazo al bello perfil que poseía.
Acarició su cuello con la ansiedad que traspasaba sus dedos, ardiendo
en furia por no hacer con ella lo que esperaba al haberse infiltrado en
su habitación a esas altas horas de la noche—. Recuérdalo Gala, te
guste o no, eres mía, ¡sólo mía! —afirmó amenazante dejándola en
aquel oscuro rincón sostenida solo por la fría pared que le servía como
soporte con la ropa rasgada e inservible, el cabello revuelto por los
constantes jaloneos, el cuerpo cubierto por diversas marcas rojizas
que dolerían al día siguiente, el ardor incesante de su labio inferior
que aún sangraba debido a la bofetada con la que había intentado
silenciarla para que no fuera descubierto y esa mirada tan llena de
terror que se había plasmado en sus húmedos y llorosos ojos al
recordar lo que por un momento su "perfecto prometido" estuvo a
punto de hacerle.
Para su desgracia aquel primer intento había sido el catalizador que
impulsó el surgimiento de muchos más, siendo todos y cada uno de
ellos peores que el anterior. Cada vez más violentos, impetuosos y
fuera de sí. En pocas semanas, Drake se encargó de recluirla en una
dimensión desconocida, una mucho más terrible que la que desde
niña conoció, una en donde las amenazas y los maltratos eran vistos
con frecuencia. Viéndose incluso en la necesidad de dejar la escuela
para separarse de sus amigos de forma indefinida por su propio
bienestar, ya que estos corrían el riesgo de sufrir la ira de su primo si
permanecían con ella. Estaba sola, encerrada las veinticuatro horas
en esas cuatro paredes que era su habitación, permitiéndole salir en
situaciones especiales cuando su presencia era requerida por algún
evento de la familia. Siendo su tutora su compañía y el aliciente que
intervenía en su mente para no caer en la locura. Un estado mental
que en demasiadas ocasiones le resultaba tentador, al menos de esa
manera podía escapar de esa realidad que parecía engullirla con el
transcurrir de los siguientes días.
—¡No digas estupideces, deberías de estar agradecida de que alguien
como él hubiese accedido a casarse contigo! —gritó colérico su padre
arrojando los documentos que anteriormente descansaban sobre la
madera reluciente de su escritorio—. ¡Solo mírate! —guardó silencio
algunos segundos inspeccionándola de pies a cabeza como si no
encontrara un calificativo adecuado para describirla—. ¡Eres un ser
patético, una vergüenza y una absoluta pérdida de tiempo!
Una lágrima resbaló por su mejilla al ver la sonrisa torcida y
despectiva de aquel que supuestamente debería de cuidar más de ella,
de protegerla contra todos con uñas y dientes, tal y como todos los
padres lo harían con sus hijos, sin embargo...
—Y si Drake te dio esa lección... —señaló esa zona amoratada que
cubría la mitad de su perfil izquierdo—. Es porque seguramente te lo
merecías, así que no me vengas con tus caprichos de niña tonta y
cursi, el compromiso continuará y esa es mi última palabra.
Sin embargo, y aunque le doliera en el alma reconocerlo hasta estas
alturas, era obvio que su padre jamás entraría en esa categoría.
Esa fue la última vez que trató de persuadirlo para que anulara los
preparativos de su matrimonio y quitar la venda que le impedía ver
quien era en verdad ese falso modelo de rectitud que consideraba
todo un prodigio. Su padre había escogido su propio destino y ante
eso ya nada pudo hacer para salvarlo. Solo una semana después de su
conversación ese hombre fuerte, arrogante y severo que se creía
prácticamente indestructible y todopoderoso, estaba atado a una
cama de hospital recuperándose de aquel aparatoso accidente
automovilístico del que estaba convencida su primo era el total
responsable. Los meses restantes corrieron con una lentitud
agonizante, reflejándose para sí como si fuesen años enteros el
tiempo en el que había permanecido viviendo esa pesadilla de la que
pensaba no despertaría. Tenía que irse lejos lo más rápido posible, de
lo contrario, sus esfuerzos y autocontrol tanto físico como mental no
darían para más.
—Sabes que esto no es justo, ¿verdad?
Alcanzó a escuchar que le hablaban, obligándose a enfocar esos
apagados ojos que en muchas veces rezaba porque no se abrieran más.
Movió su cabeza hasta toparse de frente con el enorme espejo de
cuerpo entero en donde esa personita tan prepotente y altanera que
por demás conocía la examinaba. Gala dirigió su vista hasta la
adolescente de mediana estatura y cabellera castaña que se mantenía
recargada en uno de los paneles, observando con suma precisión los
detalles finales de ese hermoso vestido de novia que lucía y el cual la
hacía parecer una de esas princesas de cuentos de hadas que leía de
niña, solo que, a diferencia de sus historias la suya no acabaría con el
clásico "... y vivieron felices para siempre".
—¡Soy yo la que debería llevar ese vestido y no tú! —soltó Dakota
dolida acercándose hasta ella, retirando en el proceso esas rebeldes
lágrimas que escapaban debido a la rabia que sentía y la cual se
acrecentaba al ver como su hermana estaría al lado del hombre del que
ella aseguraba se había enamorado la misma noche en que su
compromiso se dio a conocer—. Aunque sea lo último que haga,
impediré esa boda —advirtió convencida de que así sería antes de dejar
a Gala en compañía de ese falso reflejo que el espejo como burla le
enseñaba, la copia barata que su padre y su primo habían fabricado
exclusivamente para el beneficio de ambos.
Los preparativos estaban listos y en menos de cuarenta y ocho horas
sería la flamante esposa de uno de los jóvenes herederos más
codiciados del país. La desesperación había llegado de forma brutal,
colocándola en un punto en donde a estas alturas haría lo que fuese
con tal de escapar de esa farsa en la que había accedido formar parte
sin poner la debida resistencia, por lo que en la menor oportunidad
que tuvo de liberarse e irse lo más lejos posible del acoso enfermizo y
posesivo de Drake, lo hizo.
—¿Qué haces aquí Dakota? ¿Cómo es que pudiste entrar? —le dijo Gala
a la joven que se había inmiscuido en su habitación a plena luz del día,
consciente que su primo la mantenía como prisionera sin permitirle la
entrada a nadie que no fuese él o los miembros de la servidumbre que
le subían los alimentos diariamente.
Su hermana no respondió, subió su brazo a la altura de sus hombros y
sin esperar más abrió su palma dejando ver la brillante llave con la
que había abierto la cerradura de esa habitación que se había vuelto su
prisión por tantos meses. Los latidos de su corazón aumentaron casi
hasta volverse zumbidos dentro de sus oídos impidiéndole pensar con
coherencia. Sus manos sudorosas reflejaban el nerviosismo y la
ansiedad que sentía al imaginar que solo era cuestión de tomar ese
objeto metálico entre sus dedos y en la menor oportunidad huir
definitivamente, algo tan fácil de hacer y sin embargo...
—¿Qué esperas? Tómala —Dakota le dijo al ver la contradicción
dibujada en su rostro en tomar o no la llave que la llevaría muy lejos
de esa casa.
—¿Por qué lo haces? Pensé que... —Gala no pudo finalizar la frase,
simplemente retiró sus pupilas de aquellas que le miraban con
marcada impaciencia.
Los recuerdos de las muchas veces en que Dakota le había dicho a la
cara el desprecio que sentían su padre y ella hacia su persona se
apoderaron de sus memorias, los tiempos en que sin miramientos le
demostraba el rencor que le profesaba y el cual había aumentado desde
el momento en que el primo de ambas había entrado a formar parte en
sus vidas. No obstante, a pesar de todas las grandes diferencias que
había entre ellas su hermana estaba ahí, dándole en las manos el
pasaporte que la llevaría a su anhelada libertad.
—¡Gracias, Dakota! —la abrazó con el cariño que como hermana le
procesaba, tal vez a partir de ahora las cosas mejorarían—. Con esto
las dos nos podremos ir y...
—No te confundas conmigo, Gala —la apartó de mala gana haciéndole
ver lo equivocada que estaba al creer que por un momento la menor de
los Brenton podía ser diferente a los otros miembros de su familia.
Arrojó la llave hasta sus pies descalzos al ver la fuerte impresión que
le causaron sus palabras, aún así la miró inhumanamente y continuó—
. Te dije que impediría tú boda y si para eso tengo que traicionar a
Drake al liberarte y dejar que te marches de esta casa, lo haré.
Un escalofrío sacudió su cuerpo al escucharla. Tenía que seguir
insistiendo para que se fuera con ella pero la conocía demasiado bien
para saber que su libertad se la había cedido a cambio de permanecer
ella al lado de su prometido.
—Drake salió de viaje y no regresará hasta mañana temprano, así que
solo tienes esta noche para irte —Dakota dio media vuelta y se
encaminó a la salida. Tomó el pomo de la puerta y giró su cabeza para
darle una última advertencia—. Espero que con esto que acabo de
hacer no vuelva a verte, de lo contrario, te aseguro que yo misma te
quitaré de mí camino, hermana —habló con sarcasmo aquella palabra
que para ella no significaba nada más que un montón de letras sin
sentido ni dirección. Cerró tras de sí y sin más desapareció entre los
enormes y sombríos pasillos de la mansión Brenton dejando en el
interior de aquella solitaria habitación a una joven destruida en todos
los sentidos tanto físicos como mentales, una que no podía dejar de
preguntarse, qué error tan grande pudo haber hecho en el pasado para
merecer en este presente el desprecio de aquellos quienes más deberían
quererle.
Abrió de golpe sus ojos con el efecto de esos amargos y tristes
recuerdos que como fantasmas no se cansaban de atormentarla ni
siquiera dentro de sus sueños. Trató de incorporarse de un sólo
movimiento, pero al parecer su cuerpo pensaba todo lo contrario ya
que no duró más de dos segundos sentada cuando de nueva cuenta
estaba de forma horizontal sobre su mullida cama. Las paredes
pintadas en colores pastel, el ligero aroma a jazmines esparcido en el
aire y claro, esa fotografía que tanto quería y en donde aparecían ella
y su amigo Daniel a las afueras de un parque de diversiones. Ahora
no tenía ninguna duda de que esa era su habitación, pero ¿qué es lo
que había ocurrido?, y lo más importante, ¿cómo es que había llegado
hasta ahí?
—Gracias por salvarme, Blake.
Sus mejillas se encendieron al tener presente el segundo en el que le
había agradecido al chico el impedir que el automóvil de su hermana
la tocara, así como también recordaba haberse quedado dormida
entre sus brazos sin el menor inconveniente. Su corazón se removió
intranquilo dentro de su lugar y sus manos nerviosas estrujaron las
cálidas mantas que la cubrían sin entender aún porqué lo había
hecho. Todo era demasiado confuso, tanto como la sensación de
completo bienestar y protección que sintió justo antes de dejarse
llevar al mundo de los sueños. Jamás había experimentado algo así,
nunca había sentido la plena satisfacción de tener todo lo que se
deseaba, todo lo bueno que esta vida podía ofrecer a los seres
afortunados y aún así, lo percibió, y había sido junto a un joven que
tan solo días atrás había coincidido en su camino. Alguien de quién
ignoraba su origen, su historia y su vida entera.
—Pero ¿qué es esto? —se consultó inquieta al ver que el uniforme que
usaba el día anterior había sido reemplazado por su ropa de dormir.
Quiso convencerse a sí misma, notando a su estómago estrecharse
con la idea de que Blake hubiese hecho lo que tanto temía. Se puso en
pie para salir en su búsqueda y preguntárselo, pero en cuanto sus
ojos se posaron en aquella conocida silueta detuvo cualquier
tentativa de proseguir.
Ahí estaba él, situado sobre el marco de la ventana en esa pose tan
llena de despreocupación que parecía ser tan característica en su
persona. Sus manos metidas en los bolsillos de su pantalón
demostraban la apatía y la poca importancia que sentía ante todo lo
que le rodeaba. Vestido con esa casual camisa en color negro
abotonada hasta los inicios de su cuello hacían ver a su piel aún más
sedosa y marmoleada. Sus cabellos azabaches removidos por la brisa
de la mañana le daban un aspecto informal que en cualquier otro no
lucirían tan bien, lo que, en combinación con sus penetrantes y
suspicaces orbes, eran un toque de rebeldía andante bastante difícil
de ignorar, pero había algo diferente en ellas, su mirada no era la
misma. Ahora lucía más indiferente, más distante y hasta más
atormentada. Era como si Blake estuviese rememorando hechos de
un pasado tan doloroso como el suyo propio, tal vez incluso aún más.
Por lo que no pudo evitar cuestionarse, ¿qué era eso que el chico
ocultaba?, ¿qué cosas tan terribles pudo haber hecho para mostrar
esa mirada tan llena de remordimiento y tristeza? Por un momento
pensó que aquellas interrogantes las había dicho en voz alta, ya que
en cuanto terminara de formulárselas esa mirada profunda cual
hoyos negros se posó sobre la suya tan brusca y duramente que, sin
prevenirlo, se removió sobre su cama retrocediendo algunos
centímetros a la vez que subía su mano a la altura de su corazón en
un intento por sosegar su enloquecedora carrera ante la conmoción
que le había causado el verle reaccionar de repente.
—Hasta que despertaste —le oyó decir a Blake sin el menor matiz de
sentimiento. Se encaminó a los inicios de su cama hasta sentarse en
la silla que reposaba a su costado y sin más puso su mano en su
frente checando su temperatura—. Al parecer la fiebre ha vuelto —
espetó de mala forma al ver su rostro enrojecido y el respirar
inconstante que tenía mientras inhalaba y exhalaba aire con
dificultad. Bufó disgustado al entender la verdadera razón de su
estado, por lo que rápidamente se puso de pie hasta estar a una
distancia prudente—. Será mejor que permanezcas recostada el resto
del día, así que espero no te metas en problemas y te quedes aquí —le
miró con recelo y se preparó para esfumarse de la habitación.
—No puedo quedarme —le señaló Gala con nerviosismo a quien
continuaba dándole la espalda—. Tengo que ir al instituto —fue todo
lo que le dijo sin entender muy bien las razones que tenía Blake para
hablarle de esa manera tan despectiva. Retiró las mantas de su
adolorido cuerpo y se movió hasta sentir la afelpada alfombra sobre
sus pies desnudos. Estaba por alcanzar su bata de dormir y empezar
a prepararse cuando el joven Dios se le adelantó, derrumbando con
sus palabras todos sus deseos por ponerse de pie.
—¡Por mi haz lo que quieras! Lo que hagas o dejes de hacer ya no es
algo que me importe —dijo Blake con firmeza arrebatando su
chaqueta—. ¡Ah! y una cosa más... —apresó la cerradura de la puerta
de madera y se giró para encararla de frente, encontrándose a Gala
tal y como la dejó al principio—. Por tu propia seguridad deja de
indagar cosas de mi pasado —terminó de decir en tono amenazante
antes de abandonar esa habitación que comenzaba a asfixiarlo,
encontrando solo al salir y cerrar tras de sí que Brenton le admiraba
con la sorpresa marcada en el rostro al haber descubierto las
peligrosas interrogantes que inundaban su mente incauta.

Estaba furioso y todo en él lo delataba. Sus puños estrujados con


fuerza desmedida, su respirar violento y tosco, así como también las
enormes zancadas que daba por las calles de la ciudad como si
quisiera huir a cualquier otro sitio que no fuese en el que estaba. Sí,
en definitiva, su día no había arrancado muy bien y todo parecía
indicarle que con el paso de las horas sería cada vez peor. Al menos
el idiota de Luka había cumplido su palabra y sus poderes se estaban
restableciendo a lo que eran antes de llegar a esa ciudad y claro,
antes de que la chica de cabellos castaños entrara en su vida
tornándola en un irrefutable caos.
—¡Demonios! —refunfuñó Blake con la ira contenida que aguardaba
con el sólo recuerdo de Gala, ¿es que no había un solo momento en
que no pensara en ella? —. Todo tiene que tomar de nuevo su curso —
habló a modo de justificación por la forma en la que la había tratado
hace apenas algunos minutos atrás. Aún podía sentir esa aura tan
melancólica y dolida que Gala despidiera gracias a su
comportamiento, pero ya había procedido y de ninguna manera se
arriesgaría a retroceder—. Debo protegerla aún si eso me obliga a
destruir todo lazo que me una a ella —detuvo su caminar algunos
metros más adelante hasta estar frente a esas enormes rejas de
metal.
Subió su vista leyendo mentalmente las letras de aquel edificio al que
hace tanto tiempo no visitaba y al que por obvias razones no
pertenecería jamás. Una amarga sonrisa surcó su rostro desalentado
y culpable, reflejo de ese hecho tan terrible del pasado que aún
después de todos estos años transcurridos no había podido saldar.
Recorrió con pausa el terreno, escrutando impaciente la esencia tan
característica de esa persona que lo había motivado a ir en su
búsqueda como en otros años lo hubiese hecho y en donde el tiempo
y las eras sólo habían variado para los mortales sin hacer el mínimo
estrago en él.
Llegó a un área en especial, una que estaba compuesta por tumbas
antiguas y abandonadas, destruidas en su mayoría por el peso de los
siglos que con insistencia las golpeaba. Sonrió ligeramente al dar con
su objetivo y sin más arrojó aquel delicado lirio blanco a la tierra que
guardaba en sus entrañas los restos de esa mujer que, aunque nunca
se lo dijo o repitió en voz alta ocuparía un lugar demasiado
importante dentro de él.
—Tanto tiempo sin vernos, Aria.
El viento chocaba con gracia entre las verdes y frondosas ramas de
los árboles que le rodeaban, produciendo un relajante sonido que
para él era bastante familiar, llenando sus oídos con esa extraña
melodía que desde hacía muchos siglos no escuchaba, y la cual solo
podía ser interpretada por una persona. Sacó dentro de sus ropas esa
pequeña flauta, la pertenencia más valiosa que una joven tan
humilde como Aria podía tener, la misma que le fuese entregada la
noche en que partió al otro mundo. Muriendo con ella aquella mágica
música que era capaz de crear al tener en su posesión aquel
instrumento que tanto amaba y del que desde ese entonces no se
separaba nunca. Incluso ahora le era posible sentir su esencia en el
ambiente, verla como en los últimos días que estuvo en su compañía.
Sentada sobre esa enorme roca a las orillas del lago en donde toda su
energía y concentración se centraban en tocar una y otra vez su
flauta a los espíritus del bosque.
—¿Por qué mejor no bajas de ese árbol? Sé perfectamente que estás
ahí, Blake —dijo ella. Ningún ruido se hizo presente más que el de los
animalillos y roedores que se movían en busca de su alimento diario.
Esperó un poco más, pero fue inútil, no obtuvo respuesta—. Está bien,
puedes quedarte ahí todo el tiempo si lo deseas, pero si no bajas, no
seguiré tocando —advirtió en tono divertido a sabiendas del efecto que
sus palabras tendrían en el chico de linaje inmortal. Y en efecto, solo
pasaron algunos segundos cuando un pesado sonido se dejó oír sobre
la tierra.
—Nada mal —lanzó malhumorado Blake al saberse descubierto y bajar
de su escondite—. Veo que, para ser una sosa mortal no pareces ser tan
inútil como la mayoría de ellos —hizo una mueca de tedio con el solo
recuerdo de saberse en ese mundo que tanto le desagradaba. Se movió
un paso, dos pasos y usando su inusual velocidad ya se encontraba
situado al lado de la mujer que tan insistente lo llamaba—. Supongo
que es gratificante saber que no he perdido del todo mi tiempo contigo
—se cruzó de brazos y cerró sus ojos en forma despreocupada.
—Vamos Blake, como si tuvieras mejores cosas que hacer —respondió
Aria entre risas, sin importarle en lo más mínimo la furiosa mirada
carmesí que el chico le dirigía—. Admítelo... —lo miró divertida,
solicitando un contraataque que no llegó. Amplió aún más su sonrisa
ajustando el lirio blanco entre sus negros cabellos—. Sin mí, tú vida
sería aburrida y tú humor aún más insoportable.
—Modula tus palabras, ¿quieres? —lanzó con severidad Blake hacia
aquellos vivaces ojos cobrizos que se posaron sobre el rojo sangre—. El
hecho de que le importes a Bastian, no significa que puedes hablarme
con tanta libertad. Recuerda que sólo soy tú protector y nada más —
aclaró a la aldeana arrasando con la dulce sonrisa de su boca.
El tiempo pasó y ninguno de los dos agregó algún otro comentario. La
noche se acercaba más y más, trayendo consigo al astro lunar que
imponente los coronaba a ambos, dibujando singulares siluetas sobre
la superficie del lago que presuroso movía sus aguas en un intento por
romper la afonía tan incómoda que se había formado. La vio apretar su
instrumento negándose a liberar así a las lágrimas que se esforzaba en
retener y que comenzaban a asomarse por sus ojos.
—¿Tan malo es que desee estar a su lado? —rebatió Aria cautelosa,
captando con eso su entera atención y comprendiendo así la
agresividad que Blake arrastraba en cada vocablo—. Lo lamento,
pero... pero —una tras otra las lágrimas fueron deslizándose por sus
pómulos creando tenues surcos casi transparentes que marcaban su
pálida piel.
—Conoces las normas —Blake subió su mirar hasta el cielo estrellado
negándose a seguir vislumbrando el llanto de Aria—. Individuos como
tú no pueden estar con seres como nosotros —habló lúgubremente
conociendo el posible desenlace en que todo podría acabar si
continuaba con esa decisión.
Era verdad, todas y cada una de las cosas que le informó lo eran. Ella
era una humana, un ser que no solo era inferior y débil, sino también
era un perecedor de vida, alguien que día a día agotaría más y más su
estadía en el mundo. Aria al igual que todos los demás mortales, solo
era una afable llama que con la más leve brisa de aire se apagaría por
siempre.
—Si puedo permanecer con él, aunque sea por poco tiempo para mí
sería más que suficiente —un tierno sonrojo la abordó al recordar a
Bastian y la forma tan inusual en la que ambos se habían conocido en
ese mismo lago algunos meses atrás. Giró su cabeza haciendo que sus
largos mechones se movieran con gracia y tomando a Blake por
sorpresa se abrazó a él, esperando de alguna forma la entendiera—.
Amarlo es la decisión correcta —murmuró Aria suavemente a su oído
sin que Blake hiciera el menor esfuerzo en alejarla o contradecir a sus
argumentos—. Sé que es difícil hacerlo, pero sé que algún día lo
entenderás —le dijo al joven Dios, conociendo a la perfección las ideas
que esté mantenía sobre las "estúpidas emociones humanas", como él
solía llamarlas.
—¿Entender? —repitió Blake con la voz levemente enronquecida por la
ira que mermaba en él—. ¿Acaso aún no comprendes las consecuencias
que caerán sobre ti? —intentó tranquilizarse liberándose de la calidez
que aquellos joviales brazos le ofrecían—. Serás rechazada y señalada
por los de tu misma especie, sin mencionar que los seres de nuestro
mundo nunca te aceptarán aún si tu vida se fuera en ello —trató una
vez más de hacerla recapacitar, tenía que hacerlo. Aria era lo más
cercano que tenía a un amigo y no deseaba que ella padeciera las
secuelas de ese mediocre sentimiento llamado "amor", aunque a estas
alturas eso ya era una lucha perdida, ella había tomado su decisión.
—El precio que tendré que pagar será demasiado, pero... —Aria bajó su
rostro hasta toparse de frente con el reflejo que descansaba en el agua,
mostrándole a una mujer indiscutiblemente diferente a la que era
antes de que Bastian entrara a su vida y robara para sí su alma y
corazón. Sonrió al contemplarse, borrando con ella cualquier duda o
inquietud que aún estuviera alojada en su interior—. Por estar a su
lado, cualquier sacrificio valdrá la pena —le respondió sin rastro de
vacilación en sus palabras.
Cogió entre sus finos dedos su instrumento y sin que ninguno de los
dos optara por seguir con la conversación, tocó esa inconfundible
melodía. Tan parecida al canto del viento que rondaba el bosque en un
bello atardecer y, sin embargo, al igual que esté, moriría para darle
paso a la profunda noche.
El movimiento del aire cesó de pronto y con ello los recuerdos de su
pasado. Uno demasiado lejano y aún así, parecía estar más presente
de lo que podía llegar a soportar. Del mismo modo como lo estaba la
marca de maldición que cargaba consigo, siendo precisamente esa
mujer que desde hacía siglos atrás descansaba bajo las frías
profundidades de la tierra la razón por la cual se vio forzado a
aceptar las cadenas y grilletes que lo ataban y sellaban de forma
indefinida. Siendo obligado a obedecer y acatar cada orden y
disposición como lo haría el más bajo de los sirvientes. Dócil, ciega y
eficazmente. Después de todo, él había sido el responsable de
arrebatarle a su "amo" la posibilidad de cambiar la oscura vida que
tenía junto a la humana que logró cautivarlo. La mujer por quien
estuvo a un paso de renunciar a su mundo, a su poder y a lo más
preciado que seres como ellos lograrían tener... su inmortalidad. Y
todo eso sólo por permanecer a su lado. Así es, esa era la penitencia
que llevaba a cuestas y el castigo que había roto las alas de su
libertad. Ser el culpable de la partida de Aria tan cruel y repentina al
otro mundo.
—Perdóname —Blake susurró apenas audible, deseando que eso
bastara para que llegara hasta donde la joven se encontraba.
Sus ojos se contrajeron de golpe, enfocándose sin más sobre esa
lapida acabada por los años. No pudiendo retener por más aquellas
palabras que aguardaban dentro de él desde hacía ya muchos siglos,
esas que deseó decirle cuando retuvo su cuerpo cubierto por
múltiples heridas y sangre. Las mismas que calló por orgullo aún
cuando ella lo eximía de toda falta mientras que su mirada se
extinguía.
—No permitiré que la historia se repita, esta vez no cometeré el
mismo error —prometió frente a los restos de ese ser tan valioso para
él, manteniendo en mente la enorme posibilidad que existía de que
Gala tuviera el mismo fatídico desenlace. Un escalofrío lo rodeó de
pies a cabeza y una gélida y pesada sombra se adentró en su interior
con la sentencia de que esa maldita noche se repitiera, con la
excepción de que ahora era el rostro de Gala el que advertiría en sus
pesadillas en lugar del de Aria, algo que desde luego no permitiría,
aún si eso lo obligaba a alejarse permanentemente de la pequeña
Brenton.

Suspiró por enésima vez tratando de contener el llanto que


amenazaba con emerger de forma incontrolada por su garganta al
verse frente a esa sencilla y humilde tumba. Asió con mayor fuerza el
bello arreglo de rosas rojas que llevaba consigo como si deseara
hallar en ellas la valentía que requería para acercarse ante los restos
solitarios que anhelaban la presencia de un ser del mundo de los
vivos. Esperó sólo un poco más e inhalando una profunda bocanada
de aire, redujo la distancia que la separaba de la fría lápida de
mármol blanco.
—Feliz cumpleaños, madre —hizo una mueca desquebrajada ante el
montículo y tomó asiento a su lado depositando con entera devoción
su presente—. Tu hija te ha dejado demasiado tiempo sola, ¿cierto? —
se reprochó Gala, intentando sonreír tal y como lo hacía siempre que
había gente a su alrededor, sin embargo, por alguna razón las
artificiales y vacías sonrisas ahora no surtían el efecto esperado,
provocando que sus pupilas chocolate brillaran con mayor intensidad
llenando sus parpados con aquel salino destilar que incrementaba su
dolor.
Nunca había sido buena mintiendo, siendo su madre quien descubría
los momentos en que se encontraba triste aún cuando ella sonreía
falsamente diciendo que "todo estaba bien", algo que parecía
continuar haciendo a pesar de las dimensiones abismales que las
distanciaban. Recorrió con las yemas de sus dedos la parte en donde
se suponía debería ir su nombre, siendo sustituido por esos relieves
deformados que resaltaban entre las longitudes lisas y pulidas. Retiró
precipitada su mano de la superficie tan repentino que sólo fue
consciente de ello al sentir el ardor de sus uñas incrustadas en su
tierna piel. Sus lágrimas caían una a una de forma reservada. No
había sollozos ni quejidos que desahogaran su inmenso sufrimiento,
únicamente estaba su llanto, un llanto tranquilo, agobiante y lleno de
pesar, dejando sólo la huella de su existencia en las sombras de la
lápida que absorbía con quietud su esencia.
Muy pocas eran las personas que estaban al tanto de su estadía en
esa ciudad en sus años de infancia, ni siquiera su hermana menor
tenía noción de ello, siendo su padre y ella quienes conocían esa
información. Razón por la cual había sido su primera opción cuando
se había visto obligada a huir lejos de su hogar y de su perverso
primo. Siendo justo en esos años cuando los golpes del rechazo se
acentuaron con mayor rigor en su persona y en su alma, rompiendo
permanentemente la fragilidad de su inocencia y niñez.
Sólo era una niña cuando su madre se había ido, sólo contaba con
escasos seis años cuando había sido arrojada a un universo de
tinieblas, lágrimas y soledad. Sobreviviendo a sorbos el día con día,
oculta en espera de que Drake no apareciera y la arrastrara al
infierno del que había sido presa, viéndose incluso en la necesidad de
borrar el nombre de su madre de su propia tumba y los registros
para que eso no llegara a suceder, no obstante, todo había sido en
vano ya que después de tres largos años, él había dado con ella.
—¡¿Por qué, madre?! —le discutió Gala con reproche a sabiendas de
que jamás recibiría una contestación—. ¡¿Por qué me dejaste aquí?! —
recostó la mitad de su cuerpo en la fría superficie en espera de
tenerla un poco más cerca, paseando su mano por los confines a
modo de caricia para continuar perdida en su congoja.
Deseaba tanto verla, tocarla, decirle una y otra vez las tantas veces
que le hizo falta, pero eso ya no era posible y lo sabía. Ella se había
marchado hace demasiado y todo era su culpa, tal y como su padre se
lo había gritado sin piedad alguna a la cara desde que era una
pequeña niña.
—Por qué... —su voz apagada por el llanto apenas y era entendible,
aún así era lo bastante clara para que su sigiloso espectador las
apreciara desde su puesto.
Subió una de sus manos retirando algunas de las lágrimas de sus
enrojecidos orbes, causándole aún más escozor. Se sentía atrapada,
desprotegida y sin las fuerzas necesarias para enfrentarse a un
enemigo tan grande y peligroso como lo era Drake Brenton. Las
saladas gotas volvieron con mayor intensidad que antes.
—¿Por qué me dejaste tan sola? ¿Por qué? —cerró sus fatigados ojos
en un intento por olvidar todos los hechos del pasado que la
marcaban tan amargamente sin siquiera merecerlo. Ya no quería
pensar, al menos por algunos minutos deseaba aparentar que era
como una de las tantas tumbas que inertes la rodeaban, ansiando
descansar y encontrar la paz, aunque fuese sólo en su imaginación.
Su iris tan rojo como la sangre no dejaba de ver a la joven que ajena
a todo lo demás, liberaba su desconsuelo dejándose leer ante él tan
fácil como un libro abierto. La furia que sentía algunas horas atrás no
tenía comparación con la que recorría veloz sus venas haciéndolas
palpitar con frenesí. Sus puños se contrajeron con un impulso tan
desmedido y sin control que ni él mismo fue previsor de los débiles
resplandores azulinos que surgían desde sus palmas cerradas hasta
las puntas de sus dedos alterando así el ambiente a su alrededor. Las
nubes de tormenta se movían por todo el firmamento, atraídas por la
tentadora energía que irradiaba Blake, oscureciendo
apresuradamente el día y eliminando así, a todo rayo de luz que
anhelara hacerse presente. Su ira aumentaba alarmante con cada
lágrima que recorría sus rosados pómulos, con cada mueca de
tristeza que desencajaba su angelical rostro y lo hundía en la más
desolada desesperación.
—"No llores, por favor no llores" —ordenó Blake altiva y fieramente
como si ella pudiera oír con facilidad sus cavilaciones.
Su mandíbula tembló con mayor rabia incitando a sus poderes
sobrenaturales a despertar de su letargo. El rugir de los cielos no se
hizo esperar más, dibujando sobre los grises algodones enormes
látigos de electricidad que danzaban agresivos a todo lo largo y ancho
del infinito. La observó ponerse de pie al sentir la fría lluvia caer
sobre su persona, aguardando unos minutos más antes de emprender
su retirada. Una extraña sensación de incomodidad lo atormentó al
verla abrazarse a sí misma en busca del apoyo y protección que tanta
falta le hacía, por lo que sin saber a ciencia cierta cómo, se aproximó
hasta ella guiado por su llanto que aclamaba su cercanía.
Estaba por irse del cementerio cuando una gélida ráfaga la sacudió
calándole con dureza los huesos. Tragó son pesadez presintiendo a
sus espaldas la esencia de alguien que se negaba rotundamente a
dejarla ir. Deseaba moverse, girar y saber quién era la persona que
detenía aún sus pasos, pero algo le decía que no podía hacerlo, ella
no debía voltear. Los latidos de su corazón se desbocaron fuera de sí
al sentir el débil, pero perceptible calor corporal que irradiaba aquel
ser detrás suyo indicando una mayor proximidad entre sus cuerpos.
Podía percibir la tibieza de su respirar sobre su cuello expuesto
haciendo que su piel se erizara, tomándola por sorpresa no cuando su
frente se posó en uno de sus hombros en busca de descanso, si no por
lo que este murmuró aún negándose a revelar su identidad.
—Ya no estarás sola... —escuchó Gala que le decían con firmeza,
obteniendo en esa corta frase la respuesta que tan afligida pedía ante
la tumba de su madre—. Ahora, yo te protegeré.
Susurraron a su oído con aquel tono de voz tan lleno de osadía que
sólo una persona pudo pasar por su mente, una que desde luego era
imposible que estuviera en ese sitio y en aquellas extrañas
condiciones. Sin esperar más rodó sobre sus pies en busca del dueño
de esos profundos mares de oscuridad y perturbación, sin embargo...
—No puede ser —Gala llevó ambas manos hacia su pecho,
comprobando que lo que sus ojos veían era cierto. Estaba sola.
El sonido de las llantas friccionando el pavimento en un intento por
frenar fue todo lo que se alcanzaba a oír en esa zona tan abandonada
de la ciudad. De inmediato el chofer bajó del lujoso auto que acababa
de ser estacionado a las afueras de una enorme bodega, abriendo
temeroso las puertas que aguardaban en su interior a sus dos jóvenes
pasajeros.
—Me puedes decir, ¿qué estamos haciendo en este distrito? —
interrogó molesta Dakota a la vez que bajaba del vehículo. Su largo
cabello castaño ondeaba con la brisa del medio día arruinando el
delicado cepillado que solo algunos minutos atrás acababa de recibir,
dirigiendo irritada sus altivas pupilas hasta esas otras que destilaban
más frialdad y presunción que las suyas propias.
—El dar explicaciones de mis actos es algo que no acostumbro,
Dakota —respondió sin más Drake, acomodando su impecable traje—.
Así que mantenlo presente —concluyó.
—Lo siento.
Alcanzó a escuchar a lo lejos por parte de la castaña a quien no le
quedó más que callarse y seguirle sin volver a objetarle nada.
Se encaminaron por el corto pasillo hasta llegar a las grandes
cortinas de metal que los separaban del interior, las cuales eran
custodiadas por dos fornidos tipos quienes en segundos se hicieron a
ambos lados al reconocerlo, dándole así el total acceso a lo que ahí se
ocultaba. Dos lámparas suspendidas se hicieron encender en cuanto
pusiera el primer pie, mostrando a la vista diversas cajas y empaques
con cargamento desconocido.
—Tu pedido ha llegado mi estimado Brenton.
Un alto y delgado sujeto llegó ante ellos, trayendo consigo un folder
que en instantes paso a las manos de Drake.
—Ahí encontrarás toda su información —rio ese sujeto al ver el
malévolo resplandor que despedía la mirada de lo que podía llamar
su "amigo" al tener esos papeles, conociendo a la perfección lo que
Drake Brenton le haría a la nueva diversión que había casado para él.
—Tráelo aquí —ordenó Drake con la vista puesta sobre los
documentos, ocasionando que la sonrisa del chico a su lado se
ensanchara sobre sus labios al comprobar que, en efecto, ese tipo
pagaría un precio demasiado elevado al haberse cruzado en el camino
de un Brenton.
No había transcurrido ni medio minuto cuando otro individuo
apareció en compañía del más reciente juguete del chico. La víctima
era un hombre, joven a simple vista pues aún con los múltiples
golpes contaba con las energías para resistirse y agredir a su raptor
pese a que sus manos estaban atadas tras su espalda.
—¡Maldito! —gritó el otro hombre al tiempo en que sujetaba la zona
de su sien y revisaba enardecido la espesa sangre que coloreaba sus
dedos. Arrancó sus cabellos con ímpetu, bastándole el estrellarlo
contra la dura superficie de metal para dejarlo semi inconsciente
debido a sus heridas y el agotamiento.
Sus parpados estaban por cerrarse y dejarse llevar por la oscuridad,
pero el ruido de pasos avecinándose hasta él lo mantuvieron en
alerta.
—Así que tú nombre es... Oliver Singer —le dijo con sorna Drake,
bastándole al joven profesor para reconocerlo—. ¿Entiendes la razón
del por qué estás aquí? —con esfuerzo enfocó sus amoratados ojos
hasta hallar la imagen del chico que lo llamaba justo enfrente de él—.
Te lo dije en ese entonces y te lo digo ahora. Te costará muy caro el
haber interferido entre Gala y yo —habló indiferente y chasqueando
sus dedos les dio la orden a esos tipos para que por fin prosiguieran
con el juego—. Descuida que no te mataré, te daré una lección de vida
que por tu propio bien espero nunca olvides —fue lo último que
Oliver pudo escuchar antes de ser levantado y llevado a la parte
trasera de la bodega—. Hiciste un excelente trabajo —le felicitó Drake
al tiempo en que le extendía el portafolios que Dakota llevaba
consigo.
—Sólo cumplo órdenes —respondió con agrado recibiendo su
comisión—. Antes de que llegues a tú casa tendrás lo que deseas,
Brenton —se despidió del chico y de su acompañante y al igual que
sus hombres desapareció de sus vistas.
Pronto salieron de ese sector dirigiéndose rumbo a la casa que ambos
compartían. Sólo bastaron algunos quince minutos cuando la enorme
mansión se posaba delante de ellos, siendo recibidos por uno de los
tantos mayordomos que sin demora cogió sus cosas para así
esfumarse y darle a los jóvenes privacidad.
—¿No sería todo más fácil si solamente nos fuéramos de esta
desagradable ciudad? —recalcó Dakota insistente, ganándose la
afanosa bofetada que ahora marcaba su mejilla. Reprimió sus
lágrimas como en otras tantas ocasiones en que despertaba la ira de
su primo, evitando por orgullo no dejar caer una sola prueba de dolor
o debilidad. Lo amaba y estaba consciente de que tenía que soportar
todo por permanecer y seguir a su lado—. Yo soy quién ha estado
contigo todo este tiempo —le recordó, deseando que por un breve
momento se percatara de todo lo que había hecho por él—. ¿Por qué
aún sigues mendigando su atención?
Sólo bastó decir eso para tenerlo sobre su cuerpo tal depredador.
Cogió con cólera su mentón entre sus manos para que le mirara,
hundiendo sin tacto alguno los dedos en esa pálida piel.
—A diferencia tuya es a Gala a quién realmente deseo a mí lado —la
arrojó lejos de su vista hacia uno de los muebles de la estancia,
recuperando la compostura ante la llegada de uno de los sirvientes
que le solicitaba y al que desde luego ya no le afectaba en lo más
mínimo el ver la violenta imagen de cada día.
—Este presente ha sido traído para usted —prosiguió sin inmutarse.
Una brillante charola de plata había sido llevada ante él,
transportando en su superficie lo que tanto estaba aguardando ver.
Retiró el pañuelo que lo cubría y sin poder reprimir una satisfactoria
y torcida sonrisa lo vio. Sujetó el frasco de cristal imaginando con
perversión la cara de ese tipo después de lo que acababan de hacerle.
Caminó por la estancia hasta estar en el umbral del gran ventanal,
permitiendo que la poca luz detallara con precisión la conformación
de ese objeto sumergido en formol. Un pensamiento rondo por su
mente, originado que una tétrica risa abandonara su boca. ¿Cómo
reaccionaría su prima al ver a su estimado profesor... sin su ojo
izquierdo?

Transitaba tranquilamente por las calles, notando con cierto humor


como las personas cercanas corrían presurosas en un intento por
resguardarse de la tormenta que se había desatado de forma tan
"inesperada", arruinando el trabajado de los estúpidos meteorólogos
y sus pronósticos de "un soleado y despejado día". Recorrió unos
metros más y la presencia que venía siguiendo se hizo aún más fuerte
y en efecto, sentada en la parada del autobús ahí estaba ella.
Su cabeza ladeada y recargada contra un gran anuncio le confirmó
que dormía y rompiendo la distancia que le apartaba se aproximó. La
vio descansar por largos minutos hasta terminar sentado en cuclillas
custodiando su sueño. Su pequeño cuerpo traslucía por la humedad
que la cubría debido a la lluvia, sus cabellos adheridos a su rostro
resaltaban bellamente en contraste con el rosa intenso que bañaba
sus mejillas, lo que junto a su respirar forzado le confirmaban que la
fiebre había vuelto.
—¿Cómo alguien tan descuidado vive aún en un mundo como este? —
habló sereno Blake para no despertarla. Retiró un mechón rebelde
que resbalaba por su cara, sonriendo al comprender que la tenía tan
cerca como lejos—. ¿Por qué Gala? —continuó diciendo, moviendo con
parsimonia la mano que descansaba en sus cabellos hasta rozar más
vivamente su pómulo y labio inferior. Detalló con su pulgar la
comisura de su boca sintiendo la imperiosa necesidad de unirse a ella
antes de que se quemaran sus entrañas—. ¿Por qué es tan difícil
alejarse de tú lado? —musitó a solo centímetros de su rostro,
capturando el dulce aroma a jazmines que ahora parecía seducirlo a
robarle un suave beso y así lo hizo.
Tierno e inocente como ella, sólo una leve caricia que había bastado
para apaciguar al demonio en su interior y a los fantasmas que
atormentaban su pasado. Se puso en pie dispuesto a despertarla, sin
embargo, una impresionante energía lo puso en alerta. Su ceño se
frunció de pronto y parte de sus poderes se liberaron, lo que
significaba que un ser sobrenatural se había hecho presente.
Un gran estruendo se apreció en los alrededores tan intenso para
hacer reaccionar a Gala y sacarla de sus sueños, encontrándose al
abrir sus ojos a Blake buscando a algo o, mejor dicho, a alguien en
especial.
—Yo te protegeré...
Esas palabras aún seguían muy incrustadas en ella, ocasionándole un
raro y desconocido sentimiento. ¿En verdad había sido Blake la
persona con quién se había topado en el cementerio?, una parte de
ella le decía que no era algo tan imposible como lo había imaginado
al principio.
—Primero el irritante de Luka y ahora tú, ¿qué demonios haces aquí,
Kade?
Tanto Blake como Gala dirigieron su atención a la chica que de la
nada había surgido frente a ellos. Una mujer excesivamente hermosa
al parecer de la castaña.
—¿No es obvio? He venido a verte —respondió ella en tono seductor
rodeando sus estilizados brazos en su cuello e ignorando por entero
la presencia de Gala, lo besó.
El oxígeno dejó sus pulmones impidiéndole respirar. Retrocedió en
un intento por huir de lo que sus confundidos orbes avistaban. El
ardor de sus parpados le confirmaba el nacer de esas que desde muy
niña la acompañaban como amigas fieles y sinceras. Negándose a
creer que sus lágrimas eran el resultado de ver a Blake en ese cuadro
tan íntimo, siendo precisamente ella la que estaba demás en ese sitio.
Lastimándola más profundo de lo que estaba dispuesta a admitir.
—¡Desaparécete de nuestras vistas!
Una voz gritó dentro de su cabeza. Llevó sus manos a sus oídos
tratando de ignorarla, pero fue en vano.
—¡Márchate!
Vociferó con mayor fuerza intimidándola. Dio media vuelta y sin
mirar una sola vez atrás y revivir aquella imagen de ambos jóvenes,
se fue.
—Creo que mi sorpresa te fastidió, pero descuida, solo jugué un poco
con su torpe subconsciente —Kate rio divertida ante la gélida mirada
del chico—. Te he echado mucho de menos.
—Una idea que desde luego no comparto contigo —le dijo Blake sin
darle interés. Posó su vista en el camino que había tomado Gala
decidido a ir tras sus pasos, al menos si no hubiese sido por la
intromisión de la joven que detenía sus acciones lo habría obtenido.
—Si tú no me prestas atención, entonces esa niña será mí nuevo
juguete de tortura —tan rápido como dijo eso, se arrepintió.
Unas implacables garras se cerraron en su cuello deteniéndola tan
terriblemente que por vez primera sintió temor por su vida. Una
débil gota de frío sudor resbaló por su mejilla al ver la furia desatada
del menor de los dioses. Sus penetrantes ojos escarlata le taladraban
lo profundo de la conciencia, detallando vívidamente aquellas formas
tan atroces que como dagas fulminantes se tinteaban sobre su
escalofriante iris. Se removió desesperada en busca de libertad,
segura de que necesitaba escapar lo más pronto posible, de lo
contrario, Blake la exterminaría.
—Atrévete a tocarla, a dañarla en lo más mínimo y te garantizo que
ni la eternidad me será excesiva para hacerte pagar —amenazó Blake
con fiereza al momento de soltarla y permitirle respirar.
—¿¡Tanto te importa una humana!? — Lanzó Kade consternada por lo
que le había hecho. Tocó su cuello tratando de calmar el abrazador
calor que emanaba, dejando de lado su malestar al ver que Blake no
se atrevía a desmentir su comentario. Abrió con ligereza sus ojos al
entender lo que le pasaba al chico, no pudiendo creer que la historia
de hace muchos siglos atrás se hubiese repetido. Como pudo se puso
de pie sin creer aún en lo que acababa de descubrir. Era algo
imposible, una estupidez—. La quieres, ¿cierto? —pero por segunda
ocasión no hubo respuesta—. Tú qué tanto dices odiar a tú hermano,
acabaste siendo tan débil como él —apretó su quijada aún llena de
cólera—. ¡Eres un estúpido, te dejaste cautivar por una humana! —
gritó con la desesperación y el despecho a flor de piel que sentía al
ver en peligro su deseo de estar junto a Blake—. Te doy mi palabra de
que esto no se quedará así —sentenció ante el menor de los dioses al
tiempo en que se desvanecía tan fácil como había llegado.
Permaneció sentado en la parada del autobús por un rato más
meditando debidamente lo que Kade le había dicho. Una repentina
brisa de aire sacudió el lugar llevándole con agrado la señal que le
faltaba para terminar de aceptar su situación. Cogió la primorosa
flor, sonriendo con franqueza al comprobar que, en efecto, se trataba
casualmente de un lirio blanco.
—Creo que por fin entiendo tus palabras, Aria —le dijo Blake como si
ella estuviera sentada a su lado.
Dejó aquella hermosa flor en el sitio que antes ocupaba, metió sus
manos en los bolsillos de su pantalón y se preparó para retirarse. Se
movió solo unos pasos, lo exhortado para mirar el oscuro
firmamento. Tan oscuro y turbulento como lo estaría su futuro
después de este día. Giró sobre sus talones vislumbrando a la
distancia el lirio blanco.
—Tenías razón... Amarla es la decisión correcta —confesó sintiéndose
más tranquilo consigo mismo. Estando dispuesto a velar por el
bienestar de la pequeña Brenton a costa de todo y de todos, inclusive
de su propio mundo. Lo había prometido y lo cumpliría, aún si el
precio era demasiado elevado, pero tal y como se lo había dicho Aria
aquella última vez...
—Por estar a su lado, cualquier sacrificio valdría la pena.
Avanzó quedamente permitiendo que la firmeza de sus pasos
resonara con intensidad sobre aquellas paredes rebosantes en
penumbras. Algo casi tan temible como esos extraños iris bañados
por el rojo carmesí de la sangre que portaba sin descanso, dejándole
ver así a todo el que le contemplara el aterrador infierno que día tras
día lo consumía con sádica voracidad. Se detuvo sólo por un instante
en aquel espacio, ese que por siglos le concedió la oportunidad de
escudriñar a todas y cada una de las víctimas que fueron escogidas
por su atroz mano con el transcurrir de los años.
Rio al evocarlas. Él había sido testigo de infinidad de aflicciones e
innumerables lágrimas que aquellos patéticos seres derramaron una
vez el pacto que habían aceptado llevar a cabo se viera concluido.
Arrebatándoles de un solo tajo todas las mariposas, toda la magia y
toda la falsa felicidad que por breve tiempo tuvieron el privilegio de
experimentar. Quitándoles definitivamente todo el sentido a sus
inservibles existencias.
Movió su brazo por el contorno del estanque de mármol provocando
que un fluorescente resplandor en tono azuloso emergiera desde las
profundas capas de agua. Sólo fue por un breve lapso, un diminuto
momento en el que esos rasgos bestiales desaparecieron de su iris
para darle paso a un oscuro brillante. El mismo cálido mirar que ella
había conseguido arrancar de las tinieblas en esa sola noche en que
la majestuosa melodía que interpretaba a los espíritus del bosque se
colaba con una energía tan descomunal, que aún una eternidad no
parecía bastar para desvanecer el recuerdo que a fuego la sellaron
desde ese entonces a su alma.
—Aria... —murmuró Bastian con punzante pesar mientras admiraba a
detalle como la imagen de la joven empezaba a tomar forma sobre las
delicadas ondas de agua. Elevó su mano en su dirección con el anhelo
de poder tocarla, de sentirla, aunque se tratase de una mera ilusión,
siendo consciente de como su extremidad temblaba con ligereza
debido a la angustiante ansiedad de saberla tan inmensamente
lejana—. ¡Es inútil! —mencionó con ira contrayendo el miembro que
había distorsionado la silueta de la mujer, apenas y sus dedos
hicieran contacto con la líquida superficie.
—Te amaré hasta que me duela el alma, hasta mi último aliento, y aún
entonces, te juro que te seguiré queriendo.
Cubrió sus oídos al escuchar aquellas lastimeras palabras taladrar
despiadadamente su subconsciente, las mismas que parecían haber
perdido su sentido tras la muerte tan brutal a la que Aria había sido
condenada sin siquiera merecerlo. Aún mantenía demasiado presente
las condiciones tan infames en las que se mantenía su cuerpo ese
desolado día en el que se extinguió su vida del mundo de los vivos.
No quedando un solo mortal excluido de la furia que, tras sus
estúpidos actos desataron catastróficamente. Exterminó a todos y
cada uno de los involucrados, viendo inscrito en sus propios rostros
el miedo, el terror y la inclemencia que Aria padeció en carne propia
y la cual burdamente habían ignorado aún a costa de la agonía de
alguien que era inocente.
—No pude hacer nada por ella.
Fue la respuesta que con suma impotencia Blake le había comunicado
tras intentar reavivarla con ayuda de sus poderes, sin embargo, todos
y cada uno de sus esfuerzos fueron indiscutiblemente en vano. Las
diversas heridas que abrían palmo a palmo su piel eran
considerables, sin olvidar que las lesiones internas que dañaron su
sistema fueron el catalizador de la hemorragia que se hacía notar,
impregnando la tierra con ese espeso elemento que abandonaba a ese
cascaron despojado de vida.
Tragó con pesadumbre al sentir el desagradable sabor de
autodestrucción acariciar su paladar con sólo revivir aquel
tormentoso pasado, presintiendo que sus habilidades sobrenaturales
volvían a despertar de su letargo con un poderío aún más devastador.
Sus venas palpitaron enloquecidas tras apreciar la peligrosa
adrenalina desgarrar su interior, centrándose en aquel par de ojos
que cual depredador tintinearon deseosos de probar a la presa que
por largos años le concedió el privilegio de respirar. Giró su cabeza al
divisar al recién llegado. Una respetuosa reverencia seguido por un
cordial saludo fue lo que logró oír por parte de aquella híbrida, justo
antes de hacer un cortante ademán con la mano para darle a
entender que dejara de lado todo el ridículo numerito que degustaba
llevar a cabo para fastidiarle.
—Habla de una vez —Bastian dijo retomando su posición en aquel
peculiar estanque.
—Tus suposiciones eran acertadas —habló Kade con el desdén a flor
de piel—. Esa miserable humana se ha convertido en algo tan
primordial para Blake que este se niega a apartarse de su lado —
concluyó con el orgullo herido, no pudiendo retener la mueca de
irritación que surcó sus labios al vislumbrar las sospechosas
reacciones del mayor de los dioses.
—Así que mi pequeño hermano fue cautivado por una humana, ¿eso
es lo que insinúas? —demandó saber Bastian en tono neutral
mientras aquellos imponentes orbes se colocaban precipitadamente
sobre su rostro registrando todos los secretos que pudiera ocultarle
su mente ordinaria.
Bajó su vista hacia el suelo negándose a encarar el caos tan
devastador que por un santiamén, vio tatuado en ese rojizo mirar.
Aguardó algunos segundos para poder recuperar la compostura,
reteniendo el aliento fuertemente para así finalizar con el informe
que, tras su visita al mundo de los humanos había recabado.
—Los sentimientos que Blake ha forjado por esa mortal están fuera
de cualquier alcance —mencionó la semidiós con detalle, reviviendo
cada fugaz mirada, cada tenue sonrisa y cada acción arrebata que el
ayudante de Cupido, desarrollaba siempre que la castaña se mantenía
en alguna extraña situación. Ratificando las conjeturas que
anteriormente conocía—. Está decidido a protegerla aún a costa tuya
—informó con rencor hacia el chico que había escuchado todas y cada
una de las palabras que habían salido de su boca.
—Mi hermano es tan estúpidamente predecible — articuló Bastian con
el latigazo del veneno rebosando en cada una de sus letras, haciendo
mención del plan que por exhaustivos años estuvo maquinando con
un esmero terrorífico.
—Acaso tú... —lo señaló con desdén Kade—. ¿Estabas al tanto de todo
lo que ocurriría una vez Blake se acercara a esa mortal? —indagó con
amenazante suspicacia, confirmándole con su reticencia el peso de
una venganza perdida entre las envejecidas arenas del tiempo. Pasó
una mano por sus largos cabellos tratando de digerir adecuadamente
semejante locura. No concibiendo la verdad que se ocultaba entre
tanta podredumbre—. Calculaste cada paso, cada mínima acción de su
parte hasta colocarlo en ese mezquino estado de dependencia, ¡eres
despreciable! —alegó con cólera e indignación, no creyendo de lo que
estaba siendo testigo.
Uno tras otro los minutos fueron transcurriendo con agonizante
sosiego. Ocasionando que un profundo escalofrío perforara en lo más
hondo de sus huesos cuando en un sorpresivo instante, Bastian liberó
una hueca carcajada al aire. Por mero instinto retrocedió unos
cuantos pasos no pudiendo controlar el apremiante deseo de alejarse
del joven inmortal con el sólo sonido de su risa. Soltó un suspiró
rebosante en resignación, advirtiendo en lo que esa acción
significaba. Él la mataría.
Una energía desconocida la inmovilizó de pies a cabeza de forma
intempestiva imposibilitándola a escapar de las ataduras invisibles
que sellaban su persona. Transformando a sus músculos en hilos de
marioneta que poco a poco eran tensados con mayor severidad. El
crujir de las extremidades se dejó sentir doloroso en cuanto Bastian
moviera sus dedos cual titiritero, cortándole tajante la entrada del
oxígeno que requería para mantenerse despierta. Los vellos de su
nuca se erizaron al presentir su poder emanar en total desequilibrio,
aumentando el pavor que destilaba y se percibía en el ambiente al
saberlo aproximarse.
—Sabes... —Bastian tomó sin el menor tacto la barbilla de la joven,
encargándose de guiar ese bello rostro a una distancia mucho más
conveniente. Sonrío con plena satisfacción al verla en ese estado de
desesperación pura, pareciéndole saborear el exquisito sabor de la
muerte que ansiosa la aguardaba—. La venganza es un plato que se
come frío —le dijo el chico con lúgubre enigma colocando aún más
fuerza a las redes que la estrangulaban—. Lamentablemente para mí
es tan ardiente que me quema las entrañas —finiquitó con un
desprecio tan aplastante, que bien podía ser considerado como el
augurio de una guerra devastadora.
No sabía cuántas horas llevaba ahí, ¿Cuántas serían?, la verdad ya
había perdido la cuenta, aunque tampoco le afectaba mucho el
conocerlo, de lo único que estaba convencida era de esa gran punzada
de desengaño que la recorría con ferocidad hiriéndola una y otra vez
sin tregua. Sin descanso. Apretó con solidez los fríos barrotes que
conformaban aquel puente en el que por tantas horas había pasado
agradeciendo el estar en completa soledad. Como siempre lo había
estado y como siempre lo estaría. Elevó su apagado mirar hacía ese
cielo pintado de negro que se exponía delante de sus cansados ojos,
apreciando como las heladas gotas de tormenta caían continuamente
sobre sus cálidas mejillas. Cerró sus parpados sólo por un momento,
sintiendo como el calor de sus lágrimas se mezclaba con el gélido
tacto de las gotas que mojaban su cuerpo intentando reanimarla.
—¡Aún si el mismo infierno se interpone en mi camino, te juro que te
encontraré!
Abrió súbitamente sus ojos ante el recuerdo de aquellas contundentes
palabras. Esas que Drake había jurado cumplir la noche en que había
conseguido fugarse del que se suponía era su hogar. No obstante, la
realidad que la acompañó con tristeza desde niña le confirmó que
todas esas personas a las que tendría que llamar familia, jamás la
verían más allá que a una pieza estratégica en un ambicioso juego de
poder. No siendo más que un mero peón del cual disponían para su
propio beneficio.
Gala estrujó con mayor vigor los barrotes de metal permitiéndole a
sus piernas ceder ante la gravedad que incesante le solicitaba
rendición. Colapsó con dureza hacia el asfalto mojado, apresando sus
rodillas entre sus brazos justo antes de recargar su cabeza sobre ellas
con fatiga extrema. Contuvo la apremiante necesidad de toser,
reparando en el terrible ardor con que se expandían y contraían sus
pulmones al punto del desgarre víctimas de la tortuosa fiebre que
padecía y la cual había ignorado premeditadamente.
Una suave y melancólica risa escapó de sus agrietados labios al
evocar dentro de sus memorias el día que había llegado a la ciudad
en donde había sido tan feliz cuando aún era pequeña y en donde
cosas tan afables como la inocencia y la alegría, se podían reflejar
con suma facilidad en la luz de su mirar. Inclusive la lluvia que caía a
todo lo ancho del infinito parecía ser la misma de hace tres años
atrás, no pudiendo controlar el escozor de las lágrimas que, tras
revivir aquella avalancha de recuerdos, se deslizaban calladas sobre
sus pómulos, esforzándose porque el escenario terminara por ser el
mismo.
Aún podía sentir el dolor de las contusiones que habían lastimado sus
pies desnudos después de haber caminado por incontables kilómetros
con el propósito de fugarse de aquella prisión a la que estuvo
encadenada por agonizantes meses. Viéndose obligada a vagar por
las abandonadas calles con el rostro marcado en llamativos
moretones y el ferroso sabor de la sangre transitando por su
garganta una vez se atreviera a poner el primer pie fuera de ese
mundo bañado en penumbras en el que Drake Brenton la enclaustró.
Recibiendo así las miradas y murmuraciones perversas de las
personas que se topaban en su andar como si se tratase de un
horripilante fenómeno de circo.
Deslizó su vista hacia la ropa que con insistencia se adhería a su
cuerpo haciendo que la amarga sonrisa que surcaba su boca fuese
aún más desconsolada. Mordió su labio inferior queriendo retener el
enorme impulso que quemaba su pecho por gritar a los cuatro
vientos lo duro que había sido sobrevivir en un sitio en donde todo el
que la rodeaba se empeñaba desesperadamente en hacerla
desaparecer. Se abrazó a sí misma en busca de un sólo gramo de
compasión que estuviera dispuesto a permanecer consigo, simulando
revivir aquel instante en el que, estando destruida había terminado
en ese mismo puente. Deteniendo con sus extremidades entumecidas
y rígidas por el frío que inundaba las avenidas, los precarios retazos
de tela a la que había sido reducida su vestimenta una vez tuviese
que enfrentarse al brutal agredio de su primo para así alcanzar su
invaluable libertad.
Los primeros meses habían sido los más difíciles, los más oscuros.
Siendo Daniel Bridger, el tibio rayo de esperanza que había entrado a
su vida para brindarle una diminuta ráfaga de dicha y felicidad. Él
había reemplazado su gris universo decorado con tinieblas en una
fantástica gama de colores que de nuevo la había incitado a sonreír,
soñar y disfrutar de los dulces momentos que injustamente le fueron
arrebatados. Tomándose el atrevimiento de construir su prospecto de
vida con aquellas mágicas ilusiones que había visto en los cuentos de
hadas. Esos relatos rebosantes en fantasía en donde las familias eran
dichosas pese a los cientos de obstáculos y dificultades diversas que
se presentaban en su camino. Siendo el amor de ese príncipe
encantador, la recompensa más sublime que podía existir.
En poco tiempo logró prefabricar una realidad absolutamente
opuesta a la suya. Una en donde considerarse huérfana era más fácil
y menos inhumano, no costándole demasiado creer en su propia
mentira.
Los siguientes años se alimentó con falsos sueños que flotaban sólo
en su cabeza, conformándose meramente con ver en la lejanía a ese
chico perfecto con quién aspiraba darle una continuidad al peculiar
guion que había escrito. Descubriendo en Taylor Blair, el espejismo
de todas esas utópicas idealizaciones que su cerebro creó para
salvaguardar su propia cordura. Sin embargo, había bastado con que
ese arrogante joven de profundos ojos surgiera en su surrealista vida
para que los castillos que había forjado entre nubes de color rosado
se vinieran a pique. Haciendo explotar de tajo la burbuja que había
puesto para protegerse de todo el exterior.
Tocó su pecho con una de sus húmedas manos, percibiendo con
congoja como su enloquecido corazón aumentaba impetuoso su
palpitar con sólo pensar en el portador de aquellos anormales y
misteriosos orbes.
—¡No lo hagas, por favor no lo hagas! —Gala repetía incesante entre
los sollozos que bajo el retumbar de la lluvia se dejaban apreciar tan
frágiles como lo estaba su lacerada alma. Hundió aún más su cabeza
entre sus rodillas, negándose a prestarle atención a las explicaciones
que su interior trataba de decirle y las cuales prefería ignorar—. Sólo
bastó pensar en él para que reaccionaras de esta forma, ¿cierto? —
razonó con angustia hacía ese atolondrado órgano suyo, no estando
dispuesta a aceptar la verdad que, tras vencer varias pruebas, hoy le
había dado alcance.
Gradualmente intentó ponerse de pie, comenzando a sentir los
estragos de la fiebre que a niveles agigantados se incrementaba. Se
sostuvo de la barandilla de hierro con la intención de retirarse,
sorprendiéndole el trabajo que le costaba a sus piernas el siquiera
moverse. Dio unos cuantos pasos hacía ese desolado escenario que se
exponía delante de ella, resoplando entre sus tímpanos las toscas
exhalaciones con las que se contraían sus pulmones.
—¡Maldita sea! —lanzó irascible Blake mientras contraía la mirada
para poder enfocar a Gala que se perdía entre la inmensidad de la
lluvia—. ¡¿Acaso eres idiota?! ¡Sólo obsérvate, apenas y puedes estar
de pie! —gruñó con suma molestia al ver las malas condiciones en las
que se mantenía la castaña después de haber estado expuesta bajo la
imparable tormenta que azotaba la ciudad.
Viró sobresaltada a sus espaldas encontrándose con la imponente
silueta del ojionix. Esa que, combinada con la perpetua oscuridad de
los alrededores, lo hacían lucir como una devastadora y mitológica
criatura sacada del país de las pesadillas. Su pecho se movía agitado,
delatando la larga carrera que había emprendido en su búsqueda,
haciendo que los pliegues de su ropa se fusionaran con mayor
notoriedad a su cuerpo.
—Blake... —enunció ella involuntariamente el nombre que sin
descanso atacaba su juicio infiltrándose cual maldición. Una
enfermedad que agredía sin compasión a cada una de sus células
dejándola sin armas que le ayudaran a defenderse. Incitando a su
corazón a latir al ritmo de un desconocido sentimiento, uno que
nunca había tenido la oportunidad de experimentar o al menos
definir.
Un sutil temblor la inundó al verlo en aquel territorio que tantos
dolorosos recuerdos tenía impregnados. Apreciando con vehemente
claridad el furioso recorrer de electricidad quemarle cada palmo de
su piel, centrándose en la boca del estómago. Creando la ilusión de
que cientos y miles de mariposas agitaban vigorosas sus tersas alas,
desencadenando sensaciones que desde luego superaban cualquier
espejismo o falsa realidad que su inocente imaginación pudiera
idealizar.
—¿Qué pasa? —indagó Blake sin demoras.
—A partir de este día... —titubeó Gala en cuanto Blake intentara posar
una de sus manos sobre su hombro, frenando todos sus intentos por
aproximarse. Sin explicación aparente sus piernas retrocedieron
unos cuantos metros en la distancia, enfatizando letra por letra, lo
que le pedía al chico obedeciera sin reparos ni condiciones. — A
partir de este día doy por rescindido el pacto entre nosotros, así que
te exijo, nunca más vuelvas a estar cerca de mí, ¿te quedó claro? —le
dijo con honda determinación al tiempo en que las lágrimas
descendían por su cara con mayor pesar que antes.
—Si mientes o dices la verdad no es algo que me importe... —
contraatacó él con naturalidad, mandando al demonio en un
santiamén la petición que Gala solicitaba respetara.
Alejó sus pupilas chocolate de los restos de escombro y porquería que
cubría el pavimento, posándola sobre el hipnotizante azabache en
busca de algo que no comprendía y aún así, estaba segura de que lo
descubriría en el brillo de aquellos ojos que le cortaban el aliento.
—Escucha con atención porque lo repetiré todas las veces que sea
necesario para que lo entiendas, pequeña torpe... —mencionó Blake
con aquella devastadora sonrisa adornar sus labios rompiendo
segundo a segundo, los pocos metros que Gala había colocado como
escudo en su intento de apartarlo. Rio con gracia para sus adentros.
Por más que él mismo se empeñara en hacerlo, era demasiado tarde.
Lo que esa niña mortal había hecho consigo era absolutamente
irreversible.
—¡Basta! ¡No quiero escucharte, no lo haré! —habló ella desesperada
dando media vuelta, ordenándole a su cerebro despertara de una vez
por todas del trance en el que se había estacionado aún en contra de
su voluntad. Sin embargo, no había podido caminar más allá de tres
cortos pasos cuando en un total e inesperado movimiento, Blake haló
con fuerza de uno de sus brazos, impidiéndole evadir la verdad que
aún en contra de su propio mundo y de todas las funestas secuelas
que su elección desataría, había aceptado afrontar.
—Aún sí el cielo se parte y cae a pedazos, jamás me alejaré de tú lado
—musitó Blake muy cerca de su oído para que pudiera escuchar la
sinceridad de las palabras que se apagaban con el rugir de los cielos.
Por su parte Gala se removió exaltada entre aquella cálida y
reconfortante prisión que le prohibía escapar de su nueva y
contundente realidad. Esa que, sin advertir, había comenzado a
necesitar desde esa mañana en que el destino la había puesto de
frente con Blake.
—¡Suéltame! —le dijo ella entre forcejeos inútiles.
—¡Diablos, admítelo! —lanzó Blake enérgico como un desafío voraz,
estrujando las manos que la castaña había empleado para agredirle—.
¡Admite que te has enamorado de mí! —vociferó cual disparo a quema
ropa, paralizando por entero a los demás músculos que aún quisieran
seguir riñendo en su contra.
—Es-estás equivocado —contestó Gala entre tartamudeos
incoherentes tras largos minutos de mutismo. Retiró su vista de
aquel oscuro iris que le analizaban ásperamente, intuyendo a su alma
desquebrajarse en incontables pedazos.
—Como quieras... —enunció el Dios con plana seriedad. Liberó las
extremidades que estaba sujetando, causado un inexplicable malestar
en Gala una vez se alejara a una distancia considerable con la
intención de marcharse.
Sólo cuando lo vio partir fue que lo comprendió. Ni siquiera fue
consiente cuando sus piernas se desplazaron más y más rápido
haciéndola correr pese a los elevados grados que amenazaban con
hacerla colapsar. Meramente quería que se detuviera y que desechara
la idea de dejarla en el olvido. Lo necesitaba, lo amaba tanto como el
aire que se requería para la vida.
—¡Por favor! —le dijo Gala al llegar hasta donde Blake estaba
detenido, aferrándose con cada fibra de su ser a aquel chico que
hacía latir a su corazón con la más tenue de sus sonrisas—. Por favor,
quédate conmigo —pidió encarecida antes de asaltar los labios que
cual ladrón furtivo proclamaría como suyos en la quietud de esa
hermosa noche.
Fue subiendo sus brazos a los costados del ojinegro, permitiéndole
por primera vez a sus sentimientos fuesen ellos los que tomaran el
rumbo que consideraran correcto. Cerró sus parpados, olvidando por
un instante que ambos aún estaban expuestos bajo la inclemencia del
tiempo. Rio con un dejo de ternura ante semejante situación, ya que
había dejado de percibir todos los sonidos y penurias a su alrededor,
concentrándose exclusivamente en esa embelesante melodía que cual
sinfonía tocaba sólo para ella, aquel perfecto guardián de las
tinieblas.
Ahora lo sabía, el amor era ese maravilloso sentimiento que surgía de
la nada. Dejando de lado los "te quiero" engañosos y los "te amo"
disfrazados con traición. Requiriendo sólo de una mirada para poder
leer el secreto que Blake resguardaba en las profundas capas del
silencio.
—Antes de verte herida soy capaz de sacrificar todo lo que tengo, sólo
para protegerte.
Las gotas de lluvia caían una tras otra sobre el frío asfalto de las
calles dejándose escuchar tenues, relajantes y llenas de gracia.
Detuvo sus pasos por unos segundos, permitiéndose el contemplar a
la peculiar pasajera que ajena a sus intenciones, continuaba aún
inconsciente sobre su espalda.
—Por favor, quédate conmigo.
Rememoró aquella dulce petición que tan solo algunos minutos atrás
fuese pronunciada por su adormilada tripulante. No pudiendo ocultar
las vertiginosas emociones que la pequeña Brenton había desatado en
su ser con esas cuatro incautas palabras. Una ligera sonrisa surcó sus
labios al ver el estado de relajación perpetua que Gala emanaba aún
con los altos grados de fiebre mermando su salud. Perdiéndose por
entero en esos cálidos sentimientos que ignoraba existieran en un
alma tan corrompida como la suya. Sin embargo, aquella ordinaria
mortal que retenía entre sus brazos le demostró que aún en la
oscuridad más abominable, más temida, se podía hallar el
embriagante sabor de la felicidad.
Giró su cabeza echando de nuevo un vistazo a su costado,
perdiéndose por entero en la imagen que deseaba se grabara
indefinidamente en lo más recóndito de sus pupilas. Las invisibles
gotas de rocío se habían impregnado en los contornos de su rostro
haciendo que diminutos resplandores irradiaran su tez de forma
hipnotizante. Sus tersas mejillas se mantenían sonrojadas,
ocasionando que su mágica aura de inocencia se hiciese palpable.
Sumergiéndolo en un peligroso hechizo del que desafortunadamente
ya era imposible el poder liberarse. Tragó con violenta pesadez
viéndose en la necesidad de retirar su vista de la castaña de manera
precipitada.
Su respiración se tornó entrecortada, esforzándose por mantener
sosegado el arrasador tornado de electricidad que quemaba desde la
punta de sus dedos hasta lo más hondo de sus entrañas. Podía sentir
sus acompasadas inhalaciones acariciar las fibras de su piel al tiempo
en que soltaba y retenía el aire atrapado en sus pulmones.
Ocasionando que los latidos de su corazón tomaran el mismo ritmo
de aquel que zumbaba apasionado e impetuoso en la punta de sus
oídos. Mientras la tibieza que desprendía cada una de sus células se
entremezclaba con la propia dando origen a una energía nueva,
sublime y desconocida. Presionó con mayor intensidad las manos que
sujetaban las extremidades de Gala, impulsando su cuerpo aún más
próximo al suyo.
—Nunca nadie conseguirá apartarme de tu lado, te lo prometo —
manifestó Blake scon su acostumbrada lánguida expresión,
restándole importancia a la poca consciencia de la joven, después de
todo, ella percibiría el significado tan profundo que se ocultaba en
aquel juramento.
Aumentó su paso una vez cesara su discurso, tomándole unos cuantos
metros para de esa forma llegar al departamento que desde algunas
semanas ambos compartían. Estaba por acortar la distancia que le
separaba de la entrada, pero una conocida presencia se registró con
premura en los alrededores frenando así todas sus intenciones de
continuar. De inmediato su iris se tiñó de un amenazante escarlata,
estando dispuesto a atacar al intruso si la seguridad de Brenton se
veía perjudicada.
—¿Qué haces aquí? —arremetió Blake sin miramientos,
desvaneciendo su poder una vez reconociera la silueta de Daniel
Bridger postrada bajo la inclemencia de la gélida tormenta. Lo
analizó entero con la acidez del desdén destilando por sus poros,
obteniendo una reciprocidad casi escalofriante por parte del chico
que retadoramente sostenía su mirada.
—¿¡Qué le hiciste a Gala!? —le dijo Daniel con furia desgarradora
ignorando magistralmente el cuestionamiento que el joven Dios
exigía respondiera. Colocó su atención en el mediano bulto que aquel
tipo retenía consigo, notando cómo Gala se mantenía fuera de
cualquier entorno. Deseó aproximarse, estar cerca de ella y
corroborar por sí mismo que estaba sana y salva, pero el joven Riker
detuvo a todos y cada uno de sus músculos sobre el duro pavimento
impidiéndole avanzar.
—No importa lo que hagas, sufras o padezcas... —empezó a decir
Blake con cruel desazón disminuyendo la trayectoria que les
distanciaba. Clavó sus ojos azabaches sobre el azul de él, haciendo
que cada una de las palabras que salían de su boca tuviese un efecto
catastrófico—. Ella jamás corresponderá a tus patéticos sentimientos
—lanzó con rudeza el peso de una verdad que, por tres agotadores
años se negó a reconocer por muy innegable que fuese la realidad
que aún ahora parecía abofetearlo para hacerlo reaccionar.
—Estoy consciente de ello —respondió con amargo pesar Daniel,
dejando que los confines de su cara fuesen desencajados por una
afligida sonrisa—. Aún así, lo que siento por ella es tan grande, tan
profundo, que el sólo hecho de saberle cerca me permite ser feliz y
continuar —guardó silencio por breves segundos. Respiró profundo y
volvió a reír desconsolado—. Estuve ahí cuando se sentía triste.
Estuve ahí cuando comenzó a abrirse después de la terrible vida que
con esfuerzo aprendió a sobrellevar como solo un mal recuerdo —
cerró sus puños con la ira que circulaba incontrolada entre sus
venas—. Estuve ahí para ver sus primeras sonrisas y estuve también
ahí cuando tú entraste en nuestro mundo haciéndolo colapsar —
mencionó con el deseo de dañarle de cualquiera de las formas
existentes.
Por su parte Blake permaneció en completo mutismo, pareciendo
digerir con remordimiento todas y cada una de las explicaciones que
Daniel le había comunicado. Después de todo, hacía lo correcto al
desconfiar de él, ya que al igual que el desquiciado primo de Brenton,
también había ido en su búsqueda con el fin de destruirle.
—Te equivocas...
Se escuchó decir con un cansancio devastador. Contestando en un
santiamén, las inquietudes que taladraban el subconsciente de Blake.
Ambos jóvenes rastrearon a la persona que, con fatiga intentaba
erguirse frente a ellos. Topándose con la castaña que, por primera
vez, cogía en mano la batuta que regía aquella extraña discusión.
—Gala... —Daniel enunció su nombre con amena añoranza. La estudió
con detenimiento, reparando en el impresionante resplandor que
adquirían sus orbes meramente por vislumbrar al chico que la
acompañaba. Un punzante nudo se instaló en su garganta
imposibilitándole respirar con naturalidad, lastimándole ver por
cuenta propia que aún pese haber estado en los momentos más
agridulces, Gala nunca lo observaría con aquella devoción con la que
veía a quien había conocido hace solo algunas semanas atrás—. ¿Por
qué demonios defiendes a este sujeto? ¿¡Por qué!? —demandó le
explicara cuanto antes. Sus emociones se sacudían una contra otra
acumulándose caóticamente dentro de su alma, desmoronando en
miles de pedazos a su intranquilo corazón—. ¡Sólo mira las
condiciones en las que te encuentras! ¡Y todo es culpa suya, sólo
suya! —señaló despectivamente a Blake elevando el tono de su voz.
—¡Basta! —vociferó ella con las escasas energías que aún lograban
tener a sus piernas posicionadas con estabilidad.
Gala caminó con pesadez hacía el punto en donde Daniel aguardaba,
esperando comprendiera lo que su interior anhelaba gritar hasta
quedar vacía.
—Desde que mis ojos se abrieron a este mundo, he sido sumergida sin
piedad en una monstruosa oscuridad —le dijo Gala con penosa
melancolía evocando una vez más aquellos inhumanos momentos que
junto a Drake y su propio padre, aprendió a sobrellevar como algo
habitual en su prefabricada existencia—. No obstante... —viró en la
dirección en donde se ubicaba Blake, eliminando así, cualquier pizca
de desolación que se aferrara en seguir hiriéndola—. Con el sólo
hecho de sentirlo a mi lado, la oscuridad que me rodea deja de
tornarse triste, para convertirse en algo simplemente hermoso —
contrajo los parpados al ver su visión panorámica obstruida,
alcanzando a distinguir manchones distorsionados—. Blake... —
murmuró con pausa justo antes de perder el conocimiento. Siendo el
menor de los dioses el primero en reaccionar.
Daniel continuó en su puesto, afianzando sus extremidades al
concreto como una acción desesperada para no mostrarse débil ante
aquel que, denotando preocupación extrema sostenía a Gala entre su
cuerpo de manera protectora. Una rebelde lágrima escapó de la
prisión que insistente se empeñaba en construir, haciendo que sus
pómulos se matizaran con aquel deprimente color del abandono.
Subió una de sus manos a la altura de su pecho, a ese sitio que
agonizante palpitaba a un ritmo que de ahora en adelante dejaba de
tener cualquier sentido.
—No mereces el amor de un ser tan maravilloso como Gala y así lo
crees o, ¿me equivoco? —disputó Daniel con severidad, no obteniendo
más contestación por parte del chico que no fuese la desagradable
tensión que fácilmente podía percibirse en el entorno.
Aún así, no era requerida alguna respuesta por parte suya, su silencio
podía decirle más cosas que cientos de palabras huecas dichas con
convicción. Daniel recorrió el sendero que le llevaría a la salida.
Esperando a que los eventos vividos esa fatídica noche se
mantuvieran enterrados en lo más retirado de su mente, en un sitio
tan oculto y secreto, que hasta él mismo le sería imposible el volver a
recordarlos.
—Aún si el destino optara por alejarme... —inició diciendo Blake con
aquella expresión carente de emociones que lo caracterizaba,
frenando los intentos de Daniel de continuar avanzando,
solicitándole con esa acción le escuchara con claridad—. Sólo por ella
sería capaz de doblegar la voluntad del mismo destino —concluyó con
plena tranquilidad impulsando el adormecido cuerpo de la castaña de
nueva cuenta a su espalda, tomándola con toda la delicadeza que un
ser tan sombrío como él podía permitirse tener.
Daniel los divisó adentrarse en el interior de aquellas cuatro paredes.
Degustando el agrio sabor de la verdad que delante de sus ojos se
exponía con toda su magnificencia. Rechazando la idea de que aquel
misterioso chico cubierto por las sombras de la noche fuese el
ganador de una guerra que desgraciadamente había perdido aún
antes de siquiera empezar a combatir.
Vigiló su sueño por incontables horas examinando en repetidas
ocasiones que tanto su temperatura y respirar regresaran a la
normalidad. Tomó asiento cerca de la amplia cama, sorprendiéndole
el hecho de que esa indefensa humana lo turbara aún en esas
insólitas circunstancias. Acarició con ternura la suavidad de sus
labios, no pudiendo refrenar el inminente deseo por tocarla, sentirla
y protegerla. Dulce y delicado. Sólo un inocente roce que bastó para
apaciguar los demonios que día con día se encargaban de devorarlo.
Recargó su frente junto a la suya, percibiendo su embriagante aroma
adentrarse por cada uno de sus poros. Atrapándolo, seduciéndolo
más y más en esa trampa de sensaciones que había aprendido a
degustar.
—Mientras tú puedas volver a volar, no importará que mis alas sean
las que se destruyan —susurró Blake con quietud cerca de su oído.
Haciendo de alguna manera referencia al terrible pronostico que muy
pronto se desataría con devastadora furia sobre sus cabezas.

Su andar era torpe y descuidado, ganándose el enojo de varios de los


estudiantes que tras su estado vacilante fueron agredidos. Se
recriminó mentalmente para retomar su compostura, sin embargo,
bastaba con cerrar sus ojos para que aquella contundente frase
resonara dentro de su cabeza en un eco persistente e incesante.
—A partir de ahora, eres mi mujer.
Afirmó con una rotunda espontaneidad el portador de aquellas
pupilas color sangre una vez entraran en los territorios escolares,
dejándola en un esperado estado de ofuscación total. Una risueña
mueca de felicidad se dibujó sobre sus labios, agradándole el hecho
de que Blake la hubiese escogido a ella, como el ser destinado para
continuar a su lado. Estaba por cruzar uno de los pasillos del
instituto cuando una peculiar conversación capturó su curiosidad,
borrando de tajo toda la paz, felicidad y dicha que pudiese haber
degustado. Dejando en su lugar el pavor, la desesperación y la agonía
latente. Su cuerpo se sacudió en débiles espasmos, teniendo que
recurrir a la pared más próxima para que sus rodillas no se
flexionaran entre sí haciéndola caer con dureza sobre las sucias
baldosas.
—Dicen que su estado es crítico, al parecer el profesor Singer fue
víctima de varios asaltantes.
Oyó decir a uno de los estudiantes mientras la expresión de su rostro
testificaba su comentario.
—Se rumora que fue localizado en un terreno baldío con
innumerables contusiones, fracturas y heridas de gravedad.
Habló otro de los jóvenes que ajeno a lo que producía en la chica, se
mantenía vociferando sin inconveniente. Gala cubrió su boca con
ambas manos, ahogando en lo más hondo de su garganta aquel
quejido de pesar que escoriaba su mirada en tibias lágrimas de
lamentación. Conociendo a una sola persona capaz de producir tanto
exterminio sin tener el menor atisbo de remordimiento tras efectuar
sus actos.
—Drake...
Salió presurosa pasando de largo los reclamos de los tutores que
enfadados le solicitaban retomara sus deberes en su respectiva aula.
Aún así, era imprescindible el tener más información sobre la salud
del joven profesor que sin dudarlo, había arriesgado su vida sólo
para defenderla del asedio de su obsesivo primo.
—¡Detente! —demandó Taylor sobre ella aquella voz tan familiar
obligándola a obedecer.
Levemente retiró su vista de aquella que le veía casi con reproche,
rechazando el contacto que Taylor le proporcionaba en su intento por
acercarse.
—¿Por qué me evitas? —inquirió Taylor de forma demandante, pero a
la vez sosegada. Analizando con ahínco las reacciones que la castaña
mostraba, siendo indiscutiblemente opuestas a esas que desde el
primer día le distinguió. Su común sonrojo y nerviosismo se habían
esfumado, hallando solo un puñado de incomodidad combinado con
áspero desazón.
—Tengo que irme —mencionó ella sin siquiera encarar su mirar.
—Dime, ¿¡qué es lo que ocurre!? —lanzó Taylor con desesperación
impidiendo su escape en huida. Tomó ambos lados de su rostro con la
consternación palpable, bastándole un sólo segundo, un sólo instante
para hallar la respuesta que tan ferviente Gala trataba de esconder
por temor a dañarle.
—Lo siento —articuló ella entre débiles sollozos que parecían brotar
en automático. Sujetó las cálidas manos que con anterioridad se
empeñaban en inmovilizarla, retrocediendo poco a poco, aumentando
continuamente la distancia que cual abismo se crearía una vez diera
el último paso decisivo.
Una brisa de aire golpeó los alrededores haciendo que las ramas de
los árboles se meciesen con una relajante melodía. El mismo que cual
confidente resguardaría el secreto que era imposible el seguir
escondiéndole al mundo.
—Yo te amo —murmuró Taylor al darle alcance, abrazándola para que
percibiera la sinceridad de aquellas palabras que, por vez primera,
eran dichas con el mismo ímpetu con el que se había grabado su
nombre en su sangre, cuerpo y alma.
El sonido del metal se dejó apreciar grácil una vez el colgante con
forma de alas de mariposa que llevaba consigo Blake, tocara el piso
precipitadamente. Su enrojecido iris adquirió rasgos bestiales
estando dispuesto a exterminar a la marioneta que, por semanas
manipuló a su entero beneficio. No obstante, justo antes de cometer
cualquier acción en su contra fue que logró notarlo. Los hilos que
sometían a Taylor Blair ya no estaban... habían desaparecido.
—Esto no puede ser posible —apenas pudo articular Blake debido a la
impresión de lo que aquello significaba. No teniendo más opciones
que pudiesen justificar lo que estaba aconteciendo.
Ese mortal que tanto detestaba en verdad se había dejado cautivar
por la pequeña Brenton.
Los ecos de un abrumador silencio lo encerraron con aplastante
agonía en una dimensión lejana, distante y rebosante de ese mar de
recuerdos que requería para poder subsistir, aún si eso implicaba el
hecho de que su alma se había acabado de marchitar junto con la de
ella hace cientos de años atrás. Elevó su mano a la altura de su
cuello, reteniendo entre sus dedos un antiguo colgante con la forma
de un lirio blanco. Con devoción acarició cada uno de los cuatro
delicados pétalos de plata, no concibiendo la idea de que aquello
fuese el único recuerdo físico que aún pese al tiempo conservaba casi
intacto. Su aterrorizante iris carmesí se impregnó con el peso de un
devastador pasado. Uno en donde la sangre y muerte guiaron
estratégicamente su destino hacia un amargo desenlace.
—Te amaré por siempre.
Fue la respuesta que Aria le diera una vez le obsequiara el colguije
que, tras su funesta partida atesoró como un altar a su memoria.
Presionó con rigor la parte baja de su quijada, haciendo que su bien
formada dentadura se expusiera en una clara mueca de aflicción.
Cerró con severidad sus parpados, hundiéndose con mayor
desesperación en un tornado de emociones que estaban fuera de todo
control. Su tenue voz repicaba en sus tímpanos, oyéndose clara,
concisa. Añorante de un amor que cual semilla, le arrebataron de un
sólo tajo el derecho a florecer.
Sus pisadas se afianzaban con solidez a la dureza de la tierra haciendo
un esfuerzo para que sus entumecidas extremidades terminaran por
reaccionar, permitiéndole aumentar más la velocidad que segundo a
segundo se veía mermar debido al agotamiento y las múltiples heridas
que abrían con dolor los palmos de su piel. Inhaló con urgencia una
bocanada de aire, llegando a sus sentidos el aroma ferroso que con
intensidad distorsionaba la convicción de sus adormecidos
movimientos. Lanzó un sinfín de maldiciones hacia sí mismo, no
concibiendo la idea de que, por un absurdo descuido de su parte se
hallara inmerso en esas denigrantes condiciones.
Bastian rio con acidez ante semejante tropiezo. Ya no contaba con la
energía suficiente para sanar las diversas lesiones que debilitaban
enormemente sus capacidades. Continuó avanzando entre la pesada
penumbra que con cautela lo envolvía, adentrándose más y más en
aquellos olvidados territorios que eran interminables. De un momento
a otro una relajante corriente rozó las copas de los árboles, siendo
acompañada al poco tiempo por una singular melodía que creía le
incitaba a aproximarse. Avanzó con recelo a lo profundo del bosque, a
ese atrayente sitio que irradiaba con llamativos fulgores.
—Una humana... —enunció Bastian entre una extraña mezcla de
desconcierto y fascinación a la vez que la descubría hipnotizado.
Sus estilizados dedos se movían con maestría entre los diminutos
espacios de la flauta de madera que con tenacidad retenía entre sus
manos, liberando aquel mágico sonido que hacía vibrar hasta la más
tenue criatura que al igual que él, le admiraba oculta entre las
sombras. Las decenas de luciérnagas danzaban embelesadas, por
entero sumergidas en el enigmático hechizo que aquella peculiar
doncella creaba con su instrumento. Causando que su singular brillo
iluminara las ondas líquidas del lago que reposaba justo a su costado.
El viento de la noche sopló con delicadeza sobre su rostro haciendo que
sus largos cabellos ondearan con una singular elegancia. La imponente
luna menguante se coronaba sobre su cabeza como una espectadora
más delineando su sublime figura con aquel resplandor platinado.
Mostrándola como un ser irreal tal y como lo era él.
Estuvo tentado a acercarse hasta ese espécimen guiado por la
incomprensible curiosidad que con agilidad devoraba su impenetrable
tranquilidad. Una aguda punzada recorrió con ferocidad su columna,
entumeciendo repentinamente a los pocos músculos que aún se
permitían obedecerle. Sus rodillas se flexionaron haciéndole caer con
rigor entre las ásperas cepas, presenciando a detalle el desgarrador
malestar que colapsaba sus pulmones negándole respirar.
Con las escasas fuerzas que aún le acompañaban se giró boca arriba
buscando con premura un poco del oxígeno que con urgencia le
abandonaba, colocándolo casi en la inconsciencia. Sus pupilas
escarlatas se tornaron negruzcas, dejándole ver manchones
distorsionados que empañaban su campo de visión. Sus parpados se
cerraban con pesadez hundiéndolo más y más en ese perpetuo mundo
de tinieblas al que pertenecía, y que cual prisión se rehusaba a dejarlo
ir.
—Todo estará bien.
Fueron las apacibles palabras que llegaron hasta los oídos de Bastian
antes de perder la lucidez. Sólo fue un murmullo del viento, una vana
ilusión que quedó atrapada en sus cavilaciones empezando a partir
desde ese entonces a echar raíces.
Los primeros rayos de un nuevo día se hacían presentes en todo su
esplendor bañando con su calidez los alrededores de aquella desolada
región. Abrió con apatía sus ojos, acostumbrándose poco a poco al
golpe de luz que tanto le fastidiaba. Registró el sitio en el cual se
mantenía recostado, topándose con la misma zona boscaje a la que
había arribado la noche anterior. Intentó erguirse en repetidas
ocasiones, sin embargo, todos sus esfuerzos fueron inútiles. Gruñó con
hastío sintiéndose cada vez más furioso por su ineptitud.
—¡Maldita sea! —exclamó Bastian con los tintes de la rabia destilando
por sus poros. Azotó la tierra debido a la impotencia que le recorría
entero. Ni siquiera podía marcharse de ese mundo de mortales que
tanto le repugnaba—. ¿Qué es esto? —mencionó al ver los retazos de
tela que cubrían sus heridas de forma protectora. Pasó sus manos por
el contorno del suave vendaje que revestía su abdomen y parte de sus
antebrazos, viniendo hasta sus memorias el recuerdo de aquella
reconfortante voz que creyó perdida en los rincones de su mente—. Así
que no fue solo un sueño —susurró casi inaudible.
—Veo que se encuentra mejor —le saludó ella con sumo respeto
haciéndose ver frente al joven.
Viró en la dirección en donde provenía aquel llamado vislumbrándola a
unos metros en la distancia. Era ella, la humana que viera en esa
apartada región hace apenas unas horas atrás. La examinó con sorna
mientras avanzaba. Su caminar era reservado, atrapante,
envolviéndolo en un estado que desconocía y que obviamente le
ofuscaba. Respiró con pausa apartando tajante su vista de la aldeana,
rechazando posar su interés en un individuo tan inferior a lo que seres
como los suyos eran y representaban.
—Llévatelo —le dijo Bastian sin emociones palpables en cuanto
colocara el tazón de comida justo frente a sus pies —. No hay algo que
deteste más que el alimento que consumen las basuras de tu especie —
atacó con un desprecio feroz arrojando con violencia el platón de
vegetales. Escuchándose en el acto el estallido de los pocos fragmentos
que no resistieron el impacto contra la corteza de uno de los árboles.
La joven llevó ambas manos hacía su boca tragando con congoja el
grito de pavor que deseaba salir disparado por su garganta. Por un
instante estuvo tentada a retirarse tal y como su evidente incomodidad
se lo demandaba, aún así, aguardo con valor en su sitio. Optando por
hacer la labor que le había traído hasta ahí. Se arrodilló a su lado
sacando de un pequeño bolso algunas vendas y plantas medicinales, lo
elemental para realizar una nueva curación a las lesiones que
bordaban a aquel indiferente y reacio hombre. Extendió sus brazos con
la intención de retirar las antiguas compresas que presionaban su
cuerpo, pero le fue imposible acercársele.
—¡Aléjate de mí! —amenazó Bastian sin titubeos, encarando todo el
peso de sus orbes sobre aquellos que asustadizos se reflejaban con
temor sobre el negro de su iris. Una implacable mano estrujó con dolor
la muñeca de esa humana, deteniéndole antes de que sus yemas
rozaran los límites de su piel expuesta—. ¡Márchate! —le ordenó con la
voz levemente enronquecida una vez la pusiera en libertad, dejándole
una clara mueca de desazón debido a la agresión a la que la sometió.
—Lo lamento.
Oyó decirle con lastimosa melancolía, reteniendo sobre su pecho el
ardor insoportable que emanaba de cada una de las huellas que
tatuaban su antebrazo. La observó con discreción, disgustándole sin
razón aparente la fingida sonrisa de sobriedad que se esmeraba por
crear delante de su persona.
—A partir de hoy prometo no volver a contrariarle con mi presencia,
joven señor —aseguró ella con tristeza evitando magistralmente el
torbellino de emociones que aquel par de ojos destilaban ahora que sí
se atrevían a mirarle.
Terminó de guardar todas sus respectivas pertenencias y brindándole
una cortés reverencia se viró sobre sus talones emprendiendo su
retirada. Su andar era vacilante, viéndose en la necesidad de recurrir a
todo su autocontrol para no mirar una sola vez hacía atrás. Su tibio
llanto bajaba tranquilo, hiriente e impreso de un sentimiento que, pese
a nunca haberlo entendido, se dejaba apreciar desgarrador.
—¿Cuál es tu nombre? —Bastian mencionó con naturalidad
inmovilizándola sorpresivamente.
—Aria, mi nombre es Aria —le dijo después de largos minutos de
mutismo cayendo presa de las miles de mariposas que revoloteaban en
su interior con el simple timbre de su fría voz.
—Quiero verte tocarla —siguió hablándole él, despertando con aquella
escueta frase a un órgano que pensaba había sido creado
exclusivamente para bombear sangre—. Deseo oírte de nuevo tocar tu
flauta —insistió por segunda ocasión sin aparentar importancia,
aceptando por un solo respiro que aún si se trataba de algo prohibido
por las normas de su mundo... Necesitaba volver a estar cerca de esa
pequeña humana.
El correr de las diversas estaciones transformó aquellos bastos
dominios, distinguiéndose el peso de las arenas del tiempo que con
gracia cambiaban veloces el color de las verdes hojas de los árboles.
Marcando el inicio de un invierno que advertía ser despiadado e
inolvidable. Siendo ese casual encuentro, el catalizador de un sentir
que estaba fuera de cualquier razonamiento.
Jamás había dependido de nada ni de nadie, después de todo había sido
creado para dirigir, gobernar y devastar a todo aquel que se
interpusiera en sus planes. Aún así, una frágil mujer había conseguido
la proeza de capturar algo más que su existencia, había secuestrado
por entero su voluntad, su espíritu. Incitando en él, el deseo de
protegerla de cualquier penuria o peligro. Vigilar sus pasos de día,
custodiar sus sueños de noche se habían convertido en una fiel
costumbre con el transcurrir de los siguientes diez meses, desechando
de su cabeza la idea de alejarse de su lado.
Una común y ordinaria humana se había transformado en el motivo
más poderoso con el cual se regían sus días, su vida entera. Estando
dispuesto a renunciar a lo más preciado que una criatura de su estirpe
poseía, su inmortalidad. Sin siquiera imaginar que todas sus
esperanzas de construir un nuevo mundo junto a Aria se
desmoronarían en esa fatídica noche cuando los blancos copos de nieve
que caían se tiñeron despiadadamente con el rojo de su sangre.
—¡Aria! —Bastian gritaba su nombre rayando en la histeria total en
medio de esa implacable tormenta que caía con devastación.
Sus sentidos sobrenaturales estaban agudizados a cualquier reacción,
sin embargo, las nefastas condiciones climatológicas empeoraban su
labor de localizar a la joven antes de que fuera demasiado tarde. Se
desplazó ágilmente entre las gruesas capas de hielo que se cruzaban en
su camino. Pudiendo detectar a varios metros en la lejanía a un grupo
de aldeanos. Todos ellos armados, dispuestos a cazar a la indefensa
presa que cual lobos hambrientos acorralaban con malicia.
—¡Es el demonio! ¡El demonio de ojos rojos! —emitieron temerosos dos
de los hombres que lo vieron arribar al lugar, retrocediendo por
instinto al ver de cerca el infierno atroz que se escondía en el
encarnado de sus orbes.
—¿En dónde está mi mujer? —inquirió lúgubremente Bastian,
arrastrando cada vocablo que dejaba su boca y provocando que el
brillo de sus ojos aumentara debido a la ira que circulaba
desenfrenada entre sus venas—. Si quieren conservar sus miserables
vidas les aconsejo que respondan —atacó sin reparos acortando la
trayectoria. Sujetando del cuello a uno de los incautos que osaban
desafiarle alzándolo varios centímetros en el aire.
—Purificamos todo lo que te atreviste a profanar con tu demoniaca
esencia, borramos toda huella, todo vestigio hasta que no quedó nada
—escupió con crudeza aquel anciano a sabiendas de que sabría
interpretar la horrible verdad que se ocultaba entre esas letras.
Una agonizante punzada atravesó su pecho robándole el aliento de
golpe. Su mente se quedó en shock, no teniendo la menor idea de cómo
actuar o reaccionar, liberando casi como un reflejo a aquel hombre
entrado en años permitiéndole por el momento escapar lejos de su
alcance.
La rastreó al borde de la locura en cada palmo que componía el
bosque, dando sólo con la presencia del guardián que había sido
enviado para velar por el bienestar de Aria mientras él estaba ausente.
Su hermano.
—Esto no puede ser cierto —manifestó Bastian confundido sin
atreverse a moverse de su puesto.
Sus miembros estaban rígidos cual láminas de plomo, completamente
anestesiados sobre la nevada superficie siendo una autoprotección que
su subconsciente interponía entre su cordura y el delirio que con
tentación lo invitaba a rendirse.
—Blake —Bastian articuló reacio hacia el que a paso incierto se
encaminaba por el sendero de tierra congelada.
Fueron aplastantes los segundos en que ambos se mantuvieron en
profundo sigilo, diciéndose miles de frases con el sólo peso de sus
miradas. Siendo cada vez más tortuosa la realidad que tras ese camino
que se exponía frente a su persona, le acechaba sin misericordia.
—No pude hacer nada por ella —sentenció el menor de los Riker, justo
antes de hacerle entrega del colgante en forma de lirio blanco que
portara Aria.
Se rehusó a fijarse en la prenda, no reconociendo el significado que
tenía esa cadena en manos de su hermano. Pasó por uno de sus
costados adentrándose más y más en ese trágico escenario. Los latidos
de su corazón martilleaban sobre su pecho con una desconcertante
anticipación, sacudiendo a su cuerpo con ligeros espasmos que
insistentes le imploraban retrocediera. Y en efecto, en la parte más
distante del bosque, sobre ese lecho de nieve impregnado con ese vital
líquido rojizo estaba Aria, o al menos los despojos que aún quedaban
del cascarón vacío que se habían atrevido a mancillar sin una pizca de
clemencia.
Algo dentro de su alma se fragmentó en incontables piezas al verla en
tales condiciones. Extinguiéndose igualmente una parte de sí mismo,
que nunca nadie haría retornar. Se inclinó junto a ella tomándola en
brazos con un cuidado meticuloso, temiendo despertarla del engañoso
sueño del que había sido víctima. La apoyó en su pecho queriendo
sentirla sólo un poco más de tiempo. Recorrió con la comisura de sus
dedos los raspones que sellaban sus amoratadas mejillas, así como las
monstruosas heridas que destrozaron los pliegues de su piel. Dándose
una clara idea del inhumano sufrimiento al que había sido expuesta sin
merecerlo, pareciéndole ser espectador de sus martirizantes gritos
atrapados en los rincones de esa zona, no siendo a estas alturas más
que murmullos fantasmales que el viento por su cuenta se encargaría
de hacer desaparecer.
—Si no es en esta vida, quizás en la siguiente sí se me permita amarte
—musitó Bastian a su oído con un catastrófico huracán de sensaciones.
Una lágrima, solo una lágrima fue testigo del infinito desconsuelo que
cercenaba su corazón. Depositó un sutil beso en el borde de sus
agrietados labios, prometiendo con ese triste contacto, esperarla toda
una eternidad si era requerido. Tal vez de esa forma, la historia que
nació con la mágica melodía de una flauta tendría esta vez la dicha de
florecer.
—Mi señor, ¿se encuentra usted bien? —se aventuró a debatir al verlo
en ese estado de ensimismamiento aquel híbrido.
Su interrogante lo arrastró de vuelta a su oscuro universo,
percatándose en ese preciso instante de la presencia de su fiel
sirviente.
—¿Por qué no debería estarlo? —Bastian contestó con mecánica
apatía. Quedó en silencio tras soltar la bella cadena de plata que
descansaba alrededor de su cuello. Se giró a encarar a Luka, leyendo
con maestría todo lo que su interior estaba por comunicarle.
—He hecho lo que me ordenó —explicó Luka con una maliciosa
sonrisa modelada en su rostro—. Las capacidades de Blake
comenzarán a declinar, dentro de poco tiempo no tendrá las armas
para defender a esa mujer mortal —finiquitó con destreza su labor.
Su sádica mueca auguraba el arribo de brutales vendavales,
pareciéndole degustar en su paladar el dulce sabor de las lágrimas,
sangre y amargura que su querido hermano experimentaría en carne
propia como consecuencia de su imperdonable falta. Simplemente
era cuestión de aguardar un poco más, solo un poco más.
—¿Sabes qué es más terrible que la misma muerte? —rebatió Bastian
hacia el chico de cabellos platinados, viendo como este movía su
cabeza en forma negativa sin comprender a donde iba todo aquello—.
Vivir una eternidad añorándola inútilmente —fue su infausta
contestación.
Comprendiendo que era justo eso lo que su amo ambicionaba para
Blake. Un destino miserable en donde día con día aclamaría por un
final que no llegaría jamás. Una sombría existencia en donde esa
humana que le cautivó no formaría parte. Después de todo, uno de
los castigos más grandes que podía conferirle, era obligarlo a padecer
el calvario que él ya llevaba a cuestas desde hacía varios siglos. Vivir
un amor condenado a la infelicidad.

El ambiente que los rodeaba era deprimente, melancólico. Cargado


de la inminente desilusión que Taylor denotaba en sus acciones casi
desesperadas. Suspiró con el sinsabor que toda esta situación le
originaba al punto de la culpa. Varios fueron los intentos de Gala por
liberarse del chico que con insistencia la retenía junto a él sin
obtener resultados, hiriéndole el estar al tanto de lo que un
fantasioso espejismo había suscitado en la vida de seres inocentes.
—Me aferraré a ti una y otra vez... me aferraré a ti —afirmó Taylor
con una leve llamarada de ilusión. Retrocedió unos pasos dándole el
espacio personal a Gala que en un arranque de audacia le había
quitado. Admiró sus bellos ojos cobrizos, esos que en un pasado no
tan lejano le miraban radiantes, siendo ahora los restos de un penoso
remordimiento por lo que él sentía y ella no podía corresponder.
—No lo hagas —fue la objeción de ella, esquivando el incómodo
contacto de aquellas manos que atrapaban su rostro. Con dificultad
escapó de su cercanía, asombrándole tanto como al joven el giro tan
inesperado con el que se habían desenvuelto los acontecimientos.
Gala evocó en sus memorias al dueño de aquellos misteriosos orbes
del color con el que se matizaba la noche, sonriendo
involuntariamente con sólo invocarlo. Expiró con sosiego oxigeno
hacía sus pulmones, sintiéndose de alguna manera más revitalizada y
llena del coraje que había perdido. Un triunfo que, en definitiva, sólo
el dulce recuerdo de su madre había alcanzado. Indicándole que
Blake en verdad se había transformado en algo demasiado valioso e
irremplazable. Analizó el sitio donde latía aquel órgano que con
anterioridad consideraba moribundo. Y, sin embargo, ahí estaba.
Palpitando vigoroso, lleno del cálido amor que su padre y Drake se
empeñaron en destruir.
—Por favor... —le dijo ella suplicante mientras se preparaba para
marcharse—. No intentes aferrarte a un corazón que me es imposible
otorgarte —se aventuró a confesarle con el mayor tacto posible. Le
dirigió un último vistazo y bajo la calurosa brisa del cambio de
estaciones, le dejó atrás.

Una completa quietud lo recibió una vez arribara en aquellas


deshabitadas tierras abarrotadas de gastadas tumbas y antiguas
imágenes religiosas. Emprendiendo sin demoras la búsqueda del ser
que al igual que muchos otros, ocupaba una posición específica en
ese camposanto impregnado de agridulces abandonos. Blake tocó la
marca de esclavitud que sellaba sus poderes indefinidamente para
después pasar su atención al sepulcro que incluso el peso de los años
se encargó de castigar con dura severidad. Aludiendo el vaivén de su
inestable existencia, a ese inaceptable error que había provocado y al
aterrador secreto que cual penitencia destruyó las alas de su libertad.
—¡Prométeme que Bastian nunca, nunca sabrá la verdad! —descubrió
Aria ante la confundida mirada de Blake la terrible herida que
atravesaba la zona baja de su abdomen, no pudiendo evitar
recriminarse el no haber defendido con más agallas a una criatura que
era inocente—. Prométeme que jamás se enterará que partí de este
mundo con su hijo en mi vientre —imploró con el insignificante soplo
de vida que aún se dignaba a acompañarla a la vez que se afianzaba
con desesperación de su vestimenta, dejando que aquellos surcos
transparentes minimizaran la perdida de la cual había sido víctima a
manos de su gente.
—Pagaste un precio demasiado alto por defender tus sentimientos
hacia Bastian —pronunció Blake sin un matiz fijo que delatara el
estado de ánimo por el que atravesaba—. Un precio que no permitiré
que Gala padezca si está en mis manos el evitarlo —le confirmó sin
vacilaciones a los restos que descansaban fuera de toda dimensión o
tiempo.
Con pausa abrió la palma de su mano descubriendo la grácil cadena
en forma de alas de mariposa que había adquirido para esa
calamidad de mujer que había conquistado todo cuanto era. Suspiró
con cierto toque de derrota al pensar en la pequeña Brenton. Esa
mortal se había grabado a fuego en su cuerpo, alma y corazón, desde
el mismo instante en que se cruzaron sus miradas y el deseo
indetenible de amarla, se había convertido más que en una
maldición, su prioridad.
—Finalmente es la hora, Aria —elevó sus orbes hacía ese firmamento
fundido en nubes grises y turbulentas—. El momento en que Gala esté
al tanto de toda la verdad ha llegado.
Su desencajado rostro expresaba la impresión tan terrorífica que se
había llevado una vez cruzara las puertas de la clínica en la cual se
mantenía recluido su profesor. Los espasmos se adherían hasta sus
huesos al revivir aquella imagen dentro de su cerebro, en donde el
sonido de todos esos aparatos la atormentaban haciéndola sentir
culpable de la salvaje agresión que Oliver Singer padeció, siendo su
estado aún más crítico de lo que en un inicio pudo suponer.
—Su condición es bastante seria. Si sobrevive pasaran meses antes de
que pueda abandonar una cama de hospital —explicó el especialista
con seriedad y reserva el diagnóstico del joven que debía su vida a un
respirador artificial. Palmeó su hombro en señal de consuelo y sin
agregar algo más, abandonó la blanca habitación de hospital.
—Esto es una pesadilla —se abrazó Gala en busca de la entereza que
se había evaporado, sintiéndose a cada segundo que pasaba atrapada
en un callejón sin salida.
Las acciones de su primo eran indetenibles. La masacre que había
cometido con Oliver sólo por haberle protegido de sus violentos
arranques eran solamente un llamado de alerta que le había enviado.
Confirmándole que esto era apenas el comienzo de una macabra
casería en donde, en definitiva, era ella el trofeo que él codiciaba.
Estaba indefensa y a la entera merced de un enemigo siniestro. Uno
que no se tocaría el corazón para acabar con todo lo que atesoraba.
Contrajo impotente sus antebrazos, rehusándose a siquiera pensar en
la posibilidad de regresar a esa jaula de oro que era su hogar.
Retomando la psicótica rutina de estar enclaustrada entre cuatro
paredes, soportando los asedios enfermizos de aquel con quien
compartía la sangre. Poco fue lo que faltó para dejarse derrumbar, no
obstante, antes de que la última pizca de fe se esfumara de su alma,
una imponente silueta se posó a sus espaldas transmitiéndole la
seguridad que le habían arrebatado.
—Si tu destino es sufrir, yo sufriré contigo —musitó Blake sin
atreverse a dejarla ir de su amparo—. Pase lo que pase, nunca debes
dejar de volar —la aferró con mayor intensidad.
Sus brazos la arroparon protectores, percibiéndose el hondo interés
que su sola cercanía infundía en su indiferente persona. Tragó con
nerviosismo al sentirle, aturdiéndole la calidez que su respirar
emanaba tras posarse en el espacio descubierto de su hombro.
Invadiéndola de emociones delirantes, embriagadoras, colmadas de
un sentir que electrizaba su piel al punto de la locura.
Se volteó a encararlo, dándose la oportunidad de hundirse en los
oscuros mares de aquel iris que estremecían su cordura. No pudiendo
creer que aquel arrogante chico que se mantenía de pie a su lado
motivara el nacimiento de un sentimiento tan descomunal. Levantó
su mano temerosa en un intento por aproximar su contacto. Sólo
estaban separados por escasos centímetros, trayecto que fue roto
cuando él de forma impaciente posó la mano de Gala sobre su pálido
rostro, el cual sin consultárselo tocó y recorrió con una tortuosa
lentitud. Casi involuntariamente cerró sus sombríos orbes ante su
tacto inexperto e inocente, sintiendo como su sangre se alteraba ante
esa casta caricia.
—Ofrecería mil vidas, sólo por respirar a tu lado —Blake pronunció
extasiado, atrapado por entero en el hechizo de esa frágil mujer.
Unió su mano con aquella que yacía apacible sobre su mejilla,
halando lo suficiente para tener sus labios rozando la comisura de los
suyos—. Yo te protegeré... —afirmó con una contundencia
escalofriante—. Aún a costa de mi propia vida, te protegeré —la
envolvió de manera posesiva sin querer dejarla ir.
Tenía que revelarle su identidad, no había más opción. Siendo esa el
arma más poderosa con la que contaba si deseaba defenderla de la
amenaza en potencia que era Bastian Riker. Esperando sinceramente
que después de que toda esta inminente catástrofe los terminara de
alcanzar, la trágica historia de amor que había existido por siglos
entre los dioses y mortales, fuese por vez primera diferente.
El escenario a su alrededor se percibía lúgubre, envuelto por un mar de
sombras que le impedían diferenciar con exactitud la ubicación en la
cual se encontraba. Parpadeó insistente, deseando adaptarse a la
gruesa penumbra que lo asechaba celosamente. El ferroso olor de la
sangre se coló directo a sus fosas nasales brindándole un poco de la
lucidez que a borbotones parecía dispersarse por sus poros. Los
eventos ocurridos aún se amotinaban con nitidez uno seguido de otro,
cada vez más atroz, cada vez más vil. Exponiéndole sin piedad la
tragedia que por un negligente descuido desató.
—¿Tan difícil es que desee estar a su lado? —le dijo Aria con entereza
aquella última vez.
El sonido de su voz se filtró desgarrador dentro de sus tímpanos,
siendo ecos espectrales que aún ahora gozaban al condenarle.
—Sólo existe una manera en la que un mortal puede estar junto a un
inmortal —indicó Blake mientras sus hondos iris escarlatas se perdían
en los estrellados trazos del firmamento.
—¡Dímelo! ¡Dime que es lo que tengo que hacer!
No hubo contestación por parte del menor de los inmortales,
confirmándole con esa reservada acción que el riesgo implicado era
alto, quizás demasiado para que una frágil humana lograra soportarlo.
—Sean cuales sean las consecuencias las asumiré, Blake —expresó con
desasosiego la humana que le acompañaba. Desenterrando las
vivencias de un pasado que aún ahora se apreciaban extremadamente
cercanas e hirientes.
—Si tan grande es tu deseo por estar con Bastian, renuncia a tu alma
mortal.
Quiso cubrir sus oídos para ahuyentar esos recuerdos de su mente. Los
metálicos grilletes que afianzaban sus extremidades le reprimían hacer
cualquier otra acción que no fuese la de permanecer sumiso, dócil. Tal
y como lo hiciera una bestia de amaestramiento que era impuesta a
respetar las ordenes que su amo por voluntad le demandaba ejecutar.
Rio con cierta resignación al digerir en lo que se convertiría su futuro
por la próxima eternidad, siendo aún más brutal la realidad que se le
manifestaba de frente cuando entendía que sin lugar a duda, merecía
la dura penitencia que su hermano había arrojado sobre sus hombros.
Aquella sentencia que, sin indulgencia, lanzó al viento las alas negras
de su libertad.
Despertó exaltado en medio de la quietud de la noche impregnado de
un frío halo de transpiración que delataba el remordimiento que
resistía por mero orgullo para no sucumbir. Golpeó su cabeza con la
pared que le sostenía a sus espaldas, un reflejo repetitivo que llevaba
haciendo desde hace más de trescientos años. Una fiel rutina que
había aprendido a sobrellevar para no tener que soñar, para no
pensar en esas memorias disfrazadas de pesadillas que le impedían
conciliar una minúscula pizca de sosiego. Se puso de pie prefiriendo
vagar por los alrededores antes de tener que regresar a su antigua
posición para aguardar la llegada del amanecer. Deambuló cual alma
en pena, fundiéndose con esplendor en ese escenario rebosante en
tinieblas que le abrigaba con atrayente seducción. Se contuvo en una
de las puertas principales que comunicaban al pasillo, deteniéndose
por largos minutos sin saber qué hacer.
—Gala... —Blake la llamó expectante, consciente de que la castaña se
mantenía al otro extremo apartado por esa barrera de madera.
Los gráciles rayos de luna se colaban por las rendijas del ventanal
dibujando sobre el alfombrado piso un azulino sendero que le
invitaba a aproximarse a la pequeña humana que dormitaba con
placidez. A paso lento se adentró en aquellos territorios en donde era
claro que era un intruso. Percibiendo conforme avanzaba su
intoxicante esencia impregnada hasta en el aire que aspiraba con
dificultad. Inclinó su cuerpo hasta quedar al borde de la cama,
teniendo la oportunidad de poder verla, aunque fuese en el más llano
de los sigilos. Una ligera sonrisa transitó impermisible por los
confines de su boca, sorprendiéndole que situaciones tan normales
como vigilar su descanso le produjeran una agradable sensación de
bienestar.
—¿¡Por qué demonios no lo entiendes!? ¡Si le entregas tu corazón a una
mortal, lo único que te esperará será una desgarradora despedida!
Atacaron con burda ironía el peso de sus propias resoluciones, al
menos las que mantuviera tiempo atrás. Las mismas que le dijera de
viva voz a Bastian cuando este le informara que tenía que partir al
mundo de los efímeros humanos y así resguardar a la mujer por
quien renunciaría a su preciada inmortalidad, cediéndole desde ese
momento la labor de velar por la seguridad de Aria.
—Una desgarradora despedida —enunció Blake con lánguida
expresión sin apartar sus orbes de ella.
Su cerebro se paralizaba dejándole vulnerable y sin armas para
pretender defenderse de la realidad que veloz le daba alcance. Negó
en repetidas ocasiones rehusándose a formar parte de una vida en
donde Gala fuese excluida solo por su condición humana.
—Mientras tenga aliento para impedirlo, ni siquiera el destino
conseguirá arrancarte de mi lado —enmudeció él por breves
segundos, no resistiendo el enorme impulso de sentirle. Rompió la
ridícula distancia que se interponía, rozando con maestría los labios
sellados por el toque de Morfeo. Los delineó paciente, perdiéndose en
las inquietantes sensaciones que burbujeaban frenéticas. Cargadas de
un sentir que a lo largo de sus inflexibles siglos repudió al
considerarlo el mayor signo de debilidad, tal y como lo había hecho
su hermano cuando una común aldeana realizó la impresionante
hazaña de sanar las cicatrices de su alma—. Me aferraré a ti, aún sí al
igual que en un sueño, desapareces en el instante en que abra los
ojos —unió su mano con aquella que continuaba inerte sobre las
mantas, disfrutando del sutil rose de energía que traspasaba las
capas de su cuerpo. Cubriendo con candidez a un corazón que pese a
considerarlo moribundo continuaba latiendo en medio de una
hermosa oscuridad.
Se recostó junto a Gala por algunas horas, dándose por vez primera
la oportunidad de soñar lejos de ese universo plagado de muerte y
arrepentimiento que por exhaustivas décadas lo mantuvieron
prisionero.
Drake se removió con premura de la reconfortante tibiez que lo
abrigaba, dejando exteriorizar el notorio semblante de incomodidad e
insatisfacción que tatuaba cual costumbre los límites de su impávido
rostro. Giró con hastío a su lado contrario, dibujando con el filo de su
mirar las formas que tomaba entre las delicadas sabanas de seda el
infantil cuerpo de mujer que con malicia pura disfrutaba mancillar
en espera de saciar inútilmente el feroz deseo que desde hace más de
tres años lo mantenía hundido en la más horripilante de las
demencias.
Acortó los escasos centímetros que le separaban de esa que atrapada
por un profundo sueño no era más que una espectadora invisible de
sus acciones. Una simple muñeca de trapo que sin tenacidad bailaba
titubeante, recogiendo los miserables despojos de atención que por
compasión se permitía arrojarle. Sonrió con cinismo delineando con
sus manos la cremosa piel de su desnudez pobremente cubierta,
marcando en esa palidez el paso de su dominio sobre ella. Un
abrasador relámpago de electricidad se infiltró enardecido por cada
una de sus células, despertando el hambre voraz que tenía de aquella
que, con empeñada negación, se rehusaba a pertenecerle. Sujetó con
sumo tacto ese rostro privado aún de lucidez, temeroso de hacer
algún movimiento mal calculado que provocara que la quimera que
había fabricado a su exclusivo beneficio se disipara en una falsa nube
de desengaño.
—¿Por qué te niegas a amarme? —debatió Drake con aflicción a
sabiendas de que no recibiría respuesta.
Reposó su frente sobre la de ella, siendo un acto reflejo que requería
para sentir su cercanía al precio y de la forma que fuese, aún sí para
eso tenía que verse en la denigrante necesidad de emplear su
imaginación como aliciente. Los latidos de su corazón se agolpaban
furiosos, repicando incesantes una y otra vez sobre sus oídos
haciéndolo estremecer. Hundiéndolo segundo a segundo en un
sombrío abismo del que no deseaba escapar. Tragó con dificultad en
repetidas ocasiones jalando toscamente el oxígeno que mutuamente
intercambiaban. Tomó con ansiedad uno de los rebeldes cabellos que
tintaban sobre la almohada, adentrándose así, en una más de las
fantasías que atormentaban su inestable mente. Inhaló con
intensidad las castañas hebras que apresaba con recelo entre sus
dedos, pareciéndole percibir el inconfundible aroma de jazmines que
tanto la caracterizaba.
Se dejó atrapar por ese huracán de emociones confusas y alarmantes,
reviviendo en los oscuros pasajes de su subconsciente la imagen de
ese alguien tan lejanamente imposible de alcanzar. Una afligida
mueca se dibujó sobre sus labios al terminar de razonar en las
interrogantes que, con esmero, su cerebro le exponía en un intento
casi desesperado por hacerlo reaccionar. Mostrándole de golpe la
verdadera identidad de quien se ocultaba bajo un fantasmal velo de
ensoñación. Bufó molesto, paladeando sin demoras el áspero sabor
de la ira, desilusión y rechazo. Liberándola tan rápido como si su solo
tacto lo quemara.
Divagó intranquilo por la enorme estancia, estudiando con desprecio
a la joven que al igual que Gala portaba entre sus venas la misma
sangre. Siendo precisamente eso el detonante que las hacía tan
opuestas una de la otra, aún sí ambas eran hermanas.
—Si tan solo fueses ella... —susurró Drake casi por inercia hacía
Dakota, dejándose apreciar más como un anhelo cautivante que como
una afirmación definitiva.
Avanzó hacía el umbral de la salida rechazando contundente la idea
de tener que permanecer en esas paredes junto a la patética
adolescente que gozaba usurpar un puesto en su privilegiada vida. Un
puesto que estaba destinado a ser ocupado por una sola mujer. Una
que noche tras noche buscaba agonizante en el repuesto que
temporalmente tenía sobre su cama. Idealizando que eran sus labios
y sus caricias los que le nublaban los sentidos en el más placentero
de los infiernos, siendo aún más frustrante el desengaño una vez
recobraba la cordura.
Con paso decidido Drake abandonó aquel espacio impregnado por
incontables sinsabores, ignorando el taciturno transitar de las
lágrimas que caían en un danzar bañado en dulce melancolía. Su
llanto era sosegado, deprimente, siendo un punzante suplicio que
prefería padecer antes de tener que alejarse de ese sádico verdugo
que, sin el menor atisbo de remordimiento la dejaba atrás. Dakota se
aferró a sus piernas como un recurso de salvación para no perecer,
siendo testigo de las decenas de hematomas que plagaban los
pliegues de su ultrajada piel.
—Por amor todo se soporta —repetía ella incansable, musitando leves
quejidos apagados a la vez que el calor lacerante de su pesar le
enseñaba lo equivocada que estaba al permitirle torturarla física y
psicológicamente.
Solo fueron unos cinco minutos los que le tomó arribar hasta el
estudio de la planta baja. Siendo recibido por esa basta zona
decorada con el gusto más excepcional. Rastreó con atento mirar lo
que lo había obligado a ir hasta ese sitio, no demorando en dar con
aquella fotografía que conservaba con enfermiza obsesión. La
mantuvo cerca, divisando embelesado a la bella joven plasmada en el
papel. Luciendo reacia un vestido de novia que nunca más desde ese
día volvió a portar.
Los gritos, las súplicas, las maldiciones pronunciadas y expuestas de
todas las maneras existentes retornaron a su memoria, oyéndose
coléricas, cargadas de esa aversión innata que él inducia en Gala.
Despertando de su letargo los hechos ocurridos el día anterior a
celebrar su matrimonio. Esa lluviosa tarde cuando Gala huyó después
de intentar asesinarlo. Elevó uno de sus brazos en el aire guiándolo
inconsciente hasta la parte alta de su sien. Retiró los rebeldes
cabellos que entorpecían su camino, tocando al instante los relieves
amorfos de la gran cicatriz que se situaba fuera de la vista de
personas que indagaran curiosos los hechos de un pasado que no le
convenía revivir.
—Aún más grande que el amor... —Drake musitó planamente
mientras continuaba admirándola a detalle gracias al reflejo del
marco que sostenía—. Fue más grande mi locura —concluyó en tono
escalofriante, consiente que esto era apenas el inicio de una
sangrienta cacería entre la pequeña oveja y el temido lodo. Una
macabra persecución en donde esta vez no le tomaría desprevenido.
Movió su cabeza hacía uno de sus costados, mirando victorioso el
folder que reposaba sobre la plana superficie de cristal. El fondo de
sus pupilas se dilataba a raíz de la adrenalina, a causa del valioso
peso de la información que sabía retenía en su poder. Algo que
cambiaría el rumbo de todos los acontecimientos de ahora en
adelante. Otorgándole la batuta de un destino que podía redirigir. Un
arma que sería capaz de derrumbar ese falso mundo de esperanzas y
sueños de un brillante porvenir que Gala ingenuamente había
empezado a construir junto a una persona que desconocía.
—Me pregunto —alcanzó una de las hojas que destacaba en la parte
superior de esa pila de documentos, releyendo por enésima vez el
expediente con el que daría su golpe—. ¿Cómo reaccionará mi
querida prima cuando se entere de que no existes, Blake Riker?

Un indescriptible latigazo de dolor se coló hasta lo más profundo


haciéndole despertar de improviso. Blake abrió ampliamente sus
parpados, detallando como el entorno adquiría eso destellos carmesí
tan característicos de su poder. Trató el de desactivarlo en diversas
formas, pero era inútil, sus ojos aún mantenían la fiera apariencia de
un demonio.
—¿Qué está pasándome? —no pudo evitar interrogarse con
desconcierto. Caminó hasta el espejo que persistía cerca del ventanal.
Siendo evidente que las carencias físicas que mermaban su interior
sin explicación lógica eran demasiado considerables—. Maldición... —
una aguda punzada le recorrió con violencia la espina dorsal
causando que sus rodillas se doblaran con pesadez haciéndole caer.
Presionó con vigor el espacio de su cuello y parte del hombro, esa
zona específica en donde se encontraba el sello que bloqueaba sus
habilidades sobrenaturales. Sus exhalaciones eran descompensadas
haciendo un trabajo descomunal el siquiera conservarse respirando
el vital oxígeno. Se movió con torpeza colisionando de vez en vez con
los demás objetos de la habitación, desgarrando la camisa que vestía
hasta hacerla retazos inservibles, exponiendo por fin lo que debajo
de la tela se encubría.
—Así que... así que ya ha iniciado—. Habló Blake entrecortado,
expeliendo el rencor que perforaba sus entrañas una vez pensara en
un posible responsable y contenía estoicamente el irreparable daño
del que había sido víctima.
Fue tocando con la yema de sus dedos una a una las negruzcas
marcas que se grababan indelebles por la amplitud de su pecho,
destrozando cada milímetro de su carne con el fuego de los
condenados. Siendo esto el detonante de algo que desencadenaría
una inevitable catástrofe. Se dirigió hacia la portezuela, frenando sus
intenciones al vislumbrar a Gala con la magnificencia que sólo una
criatura de su linaje era digna de poseer. Buscó en los bolsillos de su
pantalón dando con la delicada cadena que tintineante se agitaba por
penetrantes espasmos musculares. Meditó por angustiantes minutos,
tomando de acuerdo con los eventos ocurridos la decisión más
idónea, al menos la que él consideraba su mejor opción si la
integridad de la joven se veía amenazada.
Reunió la mitad de las energías que aún almacenaba e intentando
hacer un esfuerzo más allá de lo debido, impregnó el colguije que
sostenía y el cual a partir de ahora dejaba de ser un accesorio
ordinario. Se acercó hasta ella colocando la prenda, no queriendo
darle mayor importancia al desolado presentimiento que palpitante
se propagaba por todo su ser dejando un hiriente sendero de
infelicidad. Se preparó para marcharse, sosteniéndose de una perilla
que rehuía hacer girar. Suspiró con frustración aguardando inmóvil
en esa posición, debatiendo internamente lo que tenía que llevar a
cabo.
—Haberte conocido ha hecho que cada día, cada instante de está
miserable existencia valiera la pena —contrajo la quijada impotente—
. Sólo por ti, vivir ha adquirido un bello significado, Gala —Blake
finiquitó con sombría franqueza, no atreviéndose a observar hacia
atrás una vez se pusiera en marcha por aquellos pasillos sin retorno.

Las frías gotas de lluvia caían sobre sus pómulos casi transparentes,
adhiriendo con desgane los pliegues de la holgada chaqueta que
cubría con disimulo los efectos de la maldición autoimpuesta por
aquel al que debía la más absoluta de las obediencias. Un gruñido
casi bestial salió desde lo más recóndito de su garganta, presionando
seguidamente sus puños a tal extremo que incluso sus nudillos
resintieron la tirantes desgarradora con la que crujían sus demás
miembros. Se sostuvo de lo primero que alcanzó a tocar para no
desvanecerse en medio de las decenas de tumbas, presintiendo que
pronto terminaría por colapsar sin haber podido obtener las
respuestas a todas las interrogantes que taladraban sin medida su
juicio. Blake examinó cada palmo del camposanto en busca de ese
retorcido monstruo, sin embargo, todos sus esfuerzos fueron
inservibles. Soltó una hueca carcajada hacía su ineptitud, advirtiendo
que sus capacidades habían sobrepasado un límite que rayaba en lo
crítico.
—¡¿Qué esperas para salir?! —Blake vociferó en espera de una
contestación que no se veía venir.
Las ramas de los árboles se agitaron nerviosas, detectándose en los
alrededores una peligrosa aura de depredación. Estaba siendo
vigilado. No era requerido que sus habilidades estuviesen activadas
en un cien por ciento para comprobarlo. Podía presentir una energía
sobrenatural acosarle de cerca, estudiando con esmero hasta la más
acompasada exhalación que con aspereza le desertaba.
—Eres todo un espectáculo.
Blake escuchó decir sin indulgencia, apreciándose en cada uno de sus
vocablos el gozo apremiante que degustaba al presenciar su
vergonzosa condición.
—No es contigo con quien deseo hablar, híbrido —Blake lanzó mordaz
al identificar la silueta del sirviente personal de su hermano—. Si
Bastian no está aquí, me largo —atacó sin miramientos reteniendo la
compostura frente al recién llegado a la vez que empezaba con la
retirada.
—Una vez te lo dije —mencionó Luka aún con ese irritante gesto de
triunfo figurado por los confines de su cara—. Esa mortal a la que
tanto proteges, jamás será para ti —le dijo en tono misterioso.
Prensó la quijada comenzando a perder la poca paciencia de la que
disponía para tratar con tipos tan idiotas como lo era el chico de
cabellos platinados que con altanería le retaba sin temores o
vacilación. Dio media vuelta sobre sus talones, indicándole a Luka
que la amena charla había llegado a su término. No obstante, aún no
había dado más que algunos descuidados pasos cuando ese odioso
híbrido inmovilizó todos y cada uno de sus intentos por abandonar el
cementerio.
—Al igual que Bastian, tú también encadenaste tú corazón al de una
mujer que no pertenece a nuestra raza —Luka vagó a sus costados,
estableciendo el efecto que sus comentarios surtían en ese ser
inmortal.
—Si sólo dirás esa sarta de patrañas no perderé mi tiempo contigo —
señaló Blake con cierta desconfianza, no pudiendo ocultar el enorme
disgusto que sentía al oír a Gala siendo nombrada por el semidiós.
—Cuando conociste a esa niña tú atracción hacia ella fue tal, que
avivó la llama de tu más oscura curiosidad —discutió con acertado
atino Luka—. Fue ahí cuando deseaste averiguar por qué alguien tan
insignificante capturaba la privilegiada atención de uno de los dioses
más imponentes de la creación, considerándola desde entonces
diferente, especial entre todos esos detestables subordinados que le
rodeaban con el fijo propósito de lastimarla o, ¿me equivoco?
Blake guardó silencio, indicándole que prosiguiera de lo contrario
terminaría por irse.
—Pese a considerarte un todopoderoso fuiste tan predecible —Luka se
mofó con acidez—. Ni aún después de haber sido un testigo
sanguinario de todas esas falsas fantasías que construiste para las
miles de víctimas que dominabas cual titiritero, esas que perecieron
una vez el pacto se viera anulado dejando un cascaron tan vacío que
muchas de ellas prefirieron la muerte —continuó juzgándole sin
consideración—. Ni siquiera así, fuiste capaz de reconocer lo que
estaba sucediendo.
—¿Qué es lo que tratas de decir? —le cuestionó enseguida Blake.
—¿Aún no lo entiendes? —sondeó Luka para llamar la atención del
menor de los Riker—. Afirmas repudiar a mi señor, cuando lo cierto
es que terminaste siendo cautivado por su propia creación —le dijo
con malicia pura—. Desde el mismo momento en que esa humana
abrió sus ojos al mundo, su trágico destino fue sellado por la
voluntad de Bastian Riker.
Un seco golpe le interrumpió de improviso, encontrando a Blake
arrodillado sobre los acúmulos de tierra con la mirada totalmente
desencajada. Sonrió con libertad, disfrutando el hecho de que ese
chico de carácter gélido e imperturbable estuviese siendo atacado por
los estragos de una maquiavélica venganza enmascarada de amarga
realidad.
—Bastian moldeó sus sentimientos, armó su alma y marcó todos y
cada uno de los lamentables episodios de su vida. La muerte de su
madre, el rechazo de su padre, la obsesión de su primo, el desprecio
de su hermana. Todos ellos siendo terroríficamente guiados en una
dirección en específico. Convertirla en la víctima perfecta.
—¡Mientes! —Blake negó con la cabeza rehusándose a aceptar que
Gala y él hubieran estado todo este tiempo manipulados de la manera
más cruel por aquellos hilos invisibles que regía su hermano con la
experiencia que otorgaban mil siglos de odio.
—Mi señor formó a esa mujer desde su infancia con la clara finalidad
de hacerla tu presa y hacerte llegar a ella —siguió agrediéndole Luka
con todo el peso atroz de una verdad de la que prefería no haber sido
partícipe.
Otro sacudimiento le derribó por segunda ocasión cortando tajante
las reservas que sus pulmones aún retenían para mantenerle lúcido.
Su tiempo se desvanecía a pasos agigantados, contando solo con
escasos instantes antes de que sus habilidades fuesen consumidas en
su totalidad.
—Todo lo que has vivido y sentido al lado de esa mortal no ha sido
más que un mero espejismo, una vana ilusión que Bastian montó
como factura a tu imperdonable falta, ¿en serio creíste que un alma
condenada como la tuya, podría algún día gozar de una pizca de
felicidad? eres un crédulo —disparó a quema ropa, suprimiendo los
canales principales de energía vital de la cual disponía Blake.
Cayó boca abajo en medio de los acúmulos de agua, no habiendo una
parte de su cuerpo que estuviese dispuesta a responder las demandas
que exigentes procesaba su cerebro por mero instinto de
supervivencia. Sus músculos estaban adormecidos dejando incluso de
percibir el peso de las condiciones climatológicas que inclementes
bajaban sobre su espalda. Subió la vista hasta ese que se acercaba
para darle la estocada final, reconociendo en el acto el peculiar
colgante de alas de mariposa que danzaba entre los dedos de aquel
híbrido justo antes de dejarla caer en el fango.
—¡Gala! —formuló Blake el nombre de la castaña al ver su cadena en
poder de Luka.
—Esto es un obsequio de mi amo —manifestó con deleite el
sirviente—. Me pidió que te dijera que tenías razón. Si le entregas tu
corazón a una mortal, lo único que te esperará será una desgarradora
despedida —sentenció con brutal precisión Luka, esfumándose tan
intempestivamente como se había hecho presente.
Blake se arrastró en medio del lodo y porquería, empleando la última
gota de fuerza que le acompañaba en recuperar la prenda que se
entremezclaba con la tierra mojada. La mantuvo en la palma de su
mano rehusándose a admitir que todas las cosas que Luka le había
comunicado fuesen ciertas. Si bien era verdad que Bastian Riker
había dirigido sádicamente sus destinos hasta hacerlos coincidir,
también lo era el hecho de que después de Aria, Gala Brenton se
había vuelto en la segunda persona que estaba dispuesto a proteger a
costa de quien fuese, aún si toda su historia había iniciado como algo
bellamente utópico.
—Lo que siento por ti, es real —señaló Blake con fatiga, cayendo en
un precipicio sumido por una noche que era eterna—. El día que deje
de quererte, será el día que deje de existir, Gala —calló a causa del
agotamiento. Sus parpados se cerraron presas de un traicionero
sueño, escuchando en la lejanía de su subconsciente los ecos
resonantes de un corazón que suplicante le solicitaba seguir
combatiendo por esa niña que, pese a su agridulce destino, le
demostró con valentía que aún en la fúnebre penumbra, él también
podía seguir viviendo.
Una suave melodía de piano cubrió sus oídos de forma agobiante,
embargándola de una sensación agridulce, dolorosa y en cierto punto
inquietante. Liberando un torbellino de emociones que sin
contemplaciones oprimían su pecho, cada vez más terrible, cada más
angustiante. Como un frígido viento que inclemente se adhería con
insistencia a su cuerpo, congelando su sangre a tal grado que sus
palpitaciones eran solo sonidos huecos que golpeaban contra sus
costillas agarrotadas. Retiró el cálido surco de lágrimas que
entorpecían su mirar, dejándose guiar con docilidad por esa seductora
sinfonía que poseía a su mente, hundiéndola sin reparos en un abismo
en donde solo podía existir una dulce agonía con aroma a muerte. Sus
extremidades se movían sin voluntad, siendo solo retazos de trapo que
cual juguete, eran dispuestas por ese que se mantenía en el fondo de
una tenebrosa oscuridad.
—Ven a mí... ven a mí, pequeña mariposa.
Era la orden que demandaba ejecutar aquella misteriosa voz dentro de
sus pensamientos.
La música se hacía a cada segundo más fuerte, más atrayente. Vagó un
par de metros más justo hasta que esa envolvente canción se
detuviera, indicándole que su destino había finalizado. Y en efecto, en
la parte más distante de aquellos territorios estaba él, sentado en una
envejecida banca acabada por la ira del tiempo. Era un alto sujeto, su
negra vestimenta parecía fusionarse en medio de toda la desolación
que impregnaba los alrededores dándole un aire sumamente
abrumador. Sostenía una caja musical entre sus dedos, esa que
contemplaba con fija atención mientras que el vacío de sus peculiares
ojos carmesí, se perdían en un recuerdo tan lejano como hiriente.
—Sus ojos... —articuló Gala con familiar asombro, rompiendo la
quietud perpetua que los asechaba y haciendo que la atención de aquel
desconocido se centrara por entero sobre ella al verla descubierta.
Su mano se elevó en la distancia en una acción que con discreción le
indicaba se aproximara, y sin ningún tabismo de vacilación, así lo
hizo. Su infantil silueta se movió con delicada gracia en ese universo
plagado de tinieblas, a la vez que su vaporoso vestido de duelo rozaba
la inerte tierra que descansaba bajo sus pies.
—Son cálidas, increíblemente cálidas —mencionó con lánguida
expresión ese quien se situaba frente a ella. Rozó sus amoratados
pómulos con peculiar cuidado, delineándose sobre la comisura de sus
labios una tenue línea de deleite al disfrutar del sentir que le producía
mezclar su impasible tacto con el calor fugaz que emanaba de su llanto
sin control— ¿No me temes? —le refutó sin demora, clavando sin
piedad aquel par de pupilas color escarlata en esas otras que le
enfrentaban con una funesta naturalidad.
—Aún cuando siempre me vigilas, nunca te he temido — fue su inocente
contestación después de interminables minutos, causando que esta vez
que la mueca de triunfo de su acompañante fuese absolutamente
visible.
La vio tomar asiento a su lado provocándole cierto interés los intentos
inútiles que la infante hacía por ocultar las agresiones que lastimaban
sus mejillas.
—¿Por qué permitiste que mamá muriera? si sabías que me quedaría
tan sola, ¿Por qué dejaste que ese auto la lastimara sólo a ella? —Gala
soltó con desgarrador desconsuelo al percibir el peso aplastante de su
mirada. Bajó con vergüenza las enguantadas manos que con
anterioridad protegían las marcas que decoraban su cara, evitando así
que la escudriñara tal y como lo habían hecho las decenas de personas
que asistieron al funeral de su madre, las mismas que sin desear
evitarlo siquiera, permitieron que su progenitor la agrediera con una
crueldad inhumana—. Papá me llamó asesina frente a esa gente —se
esforzó en reflejar un leve gesto de compasión hacía el hombre que sin
explicación coherente la repudiaba por el hecho de existir. Un último
lamento descendió con el peso de su nueva y brutal realidad,
aceptando que esta vez su infalible mascara de felicidad no
funcionaría. Era demasiado tarde.
Se giró a verla, atrapando su mentón en una maniobra tan sutil que la
tomó por sorpresa ver el siniestro brillo que destilaban sus ojos,
escupiendo con desbordado odio la realidad que ansiaba devorarla si
ella no se encontraba preparada para afrontar en el futuro.
—Esta es una lección que tendrás que aprender. Nunca confíes en el
corazón de los mortales, ya que al igual que una rosa, sacarán sus
afiladas espinas y destrozarán sin compasión tu alma —finiquitó con
severidad aquel ser extraño, aturdiéndola con un repentino escalofrío.
—¡No todos ellos son como dices! —lanzó Gala con aguerrida postura
zafándose de su agarre, demostrando el anhelante rayo de esperanza
que aún con escasos seis años deseaba manifestarse en su forma de
niña pequeña. Enfrentando sin titubeos el catastrófico caos que en
ambas miradas surgía al hallarse tan cercanas una de la otra.
El tiempo se detuvo en un ligero suspiro en el que su imperturbable
rostro se desencajó en una innumerable gama de emociones que
magistralmente logró encubrir al ser testigo de un hallazgo sin
precedentes. Él podía verla. Después de tantos años de espera, por fin
le era posible ver las huellas de un distante pasado aflorando sobre
ella.
—Creo que tienes razón, pequeña mariposa —se puso de pie cediéndole
a Gala la caja musical que con anterioridad tenía en su regazo—. Tú
eres diferente, no tienes idea de cuánto.
El plazo se había cumplido, era hora de dejarla actuar por cuenta
propia.
—¿Te volveré a ver? —objetó ella con premura al notarlo alejarse.
—Sus alas teñidas de rojo sangre te revelarán el camino que deberás
seguir —le dijo con enigma. Un resplandor azulino emergió desde la
punta de sus dedos, convirtiéndolo en un enceguecedor halo de energía
que sin inconvenientes posicionó en su cabeza—. Hasta entonces,
hermosos sueños... mi dulce mariposa —murmuró a su oído en un
movimiento que rebasaba cualquier tipo de habilidad humana.
Un agudo choque de electricidad circuló desenfrenado por cada una de
sus células dejándola como un diminuto ovillo postrada en aquella
solitaria banca de parque en un perfecto estado de inconsciencia. Sus
exhalaciones eran descompensadas, oyéndose con claridad el titánico
esfuerzo que ejecutaban sus pulmones para mantener a su corazón
latiendo después de receptar aquel feroz ataque. Sus parpados se
cerraban con suma pesadez en un mundo de tinieblas que con sádica
placidez le daba la bienvenida, sepultando en sus memorias el recuerdo
de esa noche. Aquel que retornaría hasta que ambos volvieran a
encontrarse y sus orbes avellana tuvieran la oportunidad de mirar
nuevamente a ese extraño joven de inconfundibles ojos tan rojos como
la sangre.
Se levantó exaltada, removiéndose intranquila entre las apacibles
sabanas que con protección la cobijaban. Sus miembros se
estremecían de manera instintiva en un acto de autodefensa,
reviviendo mucho antes que su cerebro los hechos de un
acontecimiento que casi una década atrás consideró formaban parte
únicamente de sus fantasías. Con paso inestable se fue acercando al
imponente espejo que descansaba cerca de su ventana, permitiendo
que la lustrosa zona dibujara la figura de una persona que a estas
alturas desconocía. Mordió su labio inferior con el desaliento a flor
de piel, liberando una deprimente risa de burla hacía ella misma
sintiéndose más vulnerable que nunca.
—Blake —Gala lo llamó con los tintes de la desesperanza desgarrando
su alma en miles de pedazos, siendo participe del singular colguije
con alas de mariposa que rodeaba su cuello.
El repicar de una fastidiosa campanilla la distrajo por algunos
segundos, los suficientes para al menos colocar en segundo plano lo
sucedido y así poder averiguar quién era el recién llegado que
aguardaba en las afueras de su departamento.
—Drake —lo nombró ella mecánicamente al reconocer la
inconfundible presencia de su primo plasmada en el umbral de la
puerta. Retrocedió un par de pasos creyendo que su sistema entero
colapsaría ante la falta de circulación que bombeara con ella el vital
oxígeno. Sus pulsaciones eran profundas, intolerables. Destrozando
de lleno un estado mental que a estas alturas se tambaleaba entre las
frágiles fronteras de lo real y el total delirio.
—No tienes por qué temer Gala, te doy mi palabra de que no te haré
daño.
Le oyó burlarse con marcada malicia, incomodándole en exceso el
modo tan desagradable con que la estudiaba de pies a cabeza.
—¿Tú palabra? —recalcó Gala con amargo sarcasmo— ¿Acaso debería
sentirme aliviada? Todo en ti es una mentira, eso bien debes de
saberlo.
—En eso te equivocas —una mueca torcida se modulo a lo largo de sus
labios tomando mayor amplitud mientras lanzaba en su dirección un
pesado folder con la palabra "Confidencial" impresas en la plana
superficie de papel— Averígualo por ti misma, querida prima —Drake
se anticipó a decir, intuyendo en lo que la castaña pensaba al ver
aquel montón de documentos personales.
Con cierto recelo Gala fue analizando los informes de lo que parecía
ser un trabajo exhaustivo y meticuloso. Identificaciones oficiales,
actas de nacimiento y pasaportes, eran sólo algunas de las docenas
de testimonios que habían capturado su curiosidad, estando todos
ellos relacionados con un mismo individuo.
—Blake Riker —enunció ella el nombre escrito en la parte inferior de
todas esas hojas, presintiendo un vendaval de fatalidades avecinarse
al repasar por enésima vez el veredicto de la investigación— ¿Qué
broma de mal gusto es está? —fue lo primero que se le ocurrió decirle
al mayor de los Brenton.
—¿No es obvio? —insistió el chico, disfrutando sin duda de la
alarmante situación—. Ese tipo al que le abriste las puertas no sólo
de tu hogar, sino también de tu vida, es una vulgar farsa —rugió a
medias, paladeando con gusto el embriagante sabor de la venganza—.
¡Blake Riker, no existe!, es un fraude, un disfraz que ese tipejo
manipula con bastante destreza debo de admitir.
Contuvo el escozor de las lágrimas que con ansiedad anhelaban ser
libres, sin embargo, negaba a quebrarse delante de Drake,
brindándole así una satisfacción tan esplendida a costa de su
desconsuelo. Tenía que haber un error, una explicación o lo que
fuese, cualquier indicio serviría para demostrar que Blake no podía
haber sido capaz de engañarla tan atrozmente.
—Desconozco de que métodos se ha valido para poder mofarse de ti y
de todo el que le rodea —retuvo las inevitables carcajadas—. No tiene
familia, credenciales oficiales o documentos que certifiquen de dónde
procede —Drake se cruzó de brazos con un regocijo que no tenía
comparación, gozando de su creación en toda su magnificencia—. Ni
siquiera cuenta con un registro de entrada al país por lo que ingresó
a tu instituto a base de mentiras.
—Fue un placer verte de nuevo, Gala Brenton.
Todo fue un engaño. Blake la conocía quizás mucho antes de que
ambos se toparan en ese cruce de caminos aquel primer día en el que
su destino tomó un rumbo diferente.
—¿Cómo sabías en donde vivía exactamente?
—Intuición, supongo.
Las energías la abandonaron al evocar esa remembranza, ahogando
en el fondo de su garganta las súbitas náuseas que expresaban su
más puro descontrol.
—Si yo te diera la oportunidad de tener el amor de ese sujeto, ¿la
aceptarías?
Una intempestiva ráfaga de cordura se adentró en lo más recóndito
de sus huesos, robándole las fuerzas tan inesperadamente que el piso
que la sostenía giró sin detenerse. Las tintineantes gotas bajaron por
sus pómulos en una quieta tortura, impregnando su piel con aquel
sendero de pena y decepciones en el que había aprendido a subsistir.
—"Y pensar que el verte todos los días era lo que me mantenía con
vida" —disparó su subconsciente, presionando el colgante de
mariposa al borde de una espeluznante agonía.
¿Por qué demonios no lo había visto antes? Cada pista, cada
evidencia estuvo colocada delante de ella y sólo ella había sido la
ingenua que se negó a ver la descabellada verdad que por semanas
enteras la estuvo acompañando. Había sido tan ilusa, tan estúpida.
¿Qué era eso que él ambicionaba poseer al tenerla cerca?, ¿qué es lo
que había en ella que la hacía distinta a todas las demás?
—Tú eres diferente, no tienes idea de cuánto.
Su cerebro fue bombardeado consecutivamente con imágenes que
parecían haber sido hurtadas de un libro de cuentos de horror,
reconociendo aquel alarmante efecto de pánico que tuviera en ese
tenebroso sueño. Aún bajo la inquisidora mirada de Drake, corrió
deprisa perdiéndose por uno de los pasillos, ansiando comprobar si
sus conjeturas eran las acertadas. Anduvo por la habitación entera
abriendo cajones, rompiendo objetos y pertenencias diversas que
terminaban siendo arrumbadas en algún punto muerto de esas
paredes al no ser lo que necesitaba.
—No puede ser posible —Gala balbuceaba confundida a la vez que se
erguía con el artefacto que con tanta desesperación había tratado de
localizar.
Con titubeo detalló los relieves bellamente grabados apreciando en la
punta de sus dedos el espléndido diseño con el que estaba construida.
Tragó con suma pesadez sintiendo el fuerte golpeteo de adrenalina
acumularse por encima de sus sienes. Inhaló una, dos y hasta tres
veces hasta animarse a desplegar la elaborada cubierta de madera,
arriesgándose a revelar el secreto que sellaba su contenido.
—Una mariposa... —se dijo al vislumbrarla emerger del interior.
Sus alas carmesí danzaban con elegancia en un escenario imaginario,
hipnotizando con encanto a la espectadora que la admiraba
completamente atónita.
—Sus alas teñidas de rojo sangre te revelarán el camino que deberás
seguir.
Un estruendo ensordecedor la trajo de regreso, descubriendo los
irreparables fragmentos en los que se había convertido la cajilla de
música. Requería respuestas a todas las interrogantes que la
atormentaban y solo ese ser podría proporcionárselas si daba con su
paradero.
—Llévame con él —Gala interactuó con aquelalado ayudante,
obedeciendo la repentina corazonada que convencida le afirmabaque
todas sus peticiones serían entendidas por su singular brújula con
alas.
Sus músculos rígidos por la escasees de energía le impedían
levantarse de la mullida cama en la cual se postraba sin tener alguna
otra opción. Miró en diversas direcciones desde la izquierda hasta la
derecha. Tratando de ubicar el sitio en el cual había llegado a parar
gracias a su miserable estado.
—¿En dónde diablos estoy? —Blake refunfuñó con fatiga no teniendo
la menor idea de cuántas horas había desperdiciado mientras que su
patética voluntad era dominada por un cansancio que con facilidad
podía ser confundida con la de un enfermo terminal.
Analizó de cerca los incontables símbolos que se esparcían a todo lo
ancho y largo de sus extremidades, calcinando los pliegues de su piel
con un fuego que lentamente lo consumiría sino encontraba el modo
de detener el sello que Bastian había desatado.
—Veo que ya despertaste —señaló el recién llegado haciéndose paso
entre los muebles del dormitorio. Colocó una bandeja con agua fría y
paños limpios sobre la mesita de noche, revisando que su
temperatura hubiese regresado a la normalidad antes de tomar
asiento a su costado.
—¿Por qué lo hiciste? —le dijo con aspereza Blake, disgustándole
saber que justamente aquel chico que maquillaba su sentir por Gala
empleando una inquebrantable amistad, fuese quien lo resguardara a
pesar de sus lamentables condiciones físicas.
—No te equivoques, no lo hice por ti, lo hice por ella —Daniel hundió
uno de los trozos de tela en lo profundo del líquido fresco, apartando
el exceso antes de situarla sobre la frente de Blake.
—Es inútil esto no funcionará —respondió Blake a la vez que
descartaba tener la húmeda sensación en su rostro—. Deja de fingir
que no estas al tanto de lo que sucede, es bastante obvio que
presenciaste más de lo que deberías en el cementerio por lo que a
estas alturas debes saber mi verdadera identidad —su penetrante iris
carmesí se tintaba diabólico, enfureciéndole que Daniel Bridger,
simulara una normalidad que no podía manejar.
Su empalidecida cara se contrajo en un terrible gesto, resultado del
repentino crujir con el que se cernían sus costillas. Obstruyendo sus
intentos por capturar algo de aire con que llenar sus bloqueados
pulmones. Podía sentirlo en cada uno de sus poros. La fiebre
aumentaba a grados tan elevados que de seguir así lo dejarían en la
cumbre de la inconsciencia, un lujo que desde luego no era una
opción si la seguridad de Gala estaba siendo amenazada por terceros.
—¿Qué haces? ¡Aún no eres capaz de sostener tu propio peso! —trató
de frenarle Daniel, sin embargo, Blake estaba decidido a irse.
Tenía que marcharse, tenía que averiguar qué era lo que había
ocurrido con Gala para que Luka tuviera en su poder el colguije que
horas atrás se hallaba sobre su pecho.
—"Quisiste ser como Ícaro... volar alto, tocar lo imposible, consciente
que la sensación sería tan sublime, tan intensa que terminaría por
quemar tus alas y lanzarte a un abismo aún más sombrío, aún más
terrible" —taladraba su juicio dentro de su cabeza una y otra vez.
Ella debía estar bien, tenía que estarlo. Pensar en otra alternativa era
inadmisible.
—¡Esta batalla no te pertenece, Bridger! —Blake lo apresó desde el
cuello de la camisa, enfatizando vocablo a vocablo lo que haría aún
en su contra—. ¿¡Es que acaso no lo has comprendido!? —gritó con la
furia que consumía su cordura—. Él la destruirá si tiene la
oportunidad para hacerlo y antes de verla herida, soy capaz de
sacrificar todo lo que tengo sólo para protegerla —exclamó con toda
la franqueza de la que era participe.
—¿Tanto así la amas? —cuestionó Daniel ciertamente asombrado.
—Mucho más de lo que yo quisiera —reveló Blake con un toque de
resignación.
—Aún si no la mereces, aún si no eres digno de tenerla —sonrió
Daniel con melancólica pena—. En medio de toda la tristeza que la
embargaba, sólo tú fuiste el dulce consuelo que calmó su dolor.
Después de aquello ninguno de los dos deseocontinuar dialogando.
Blake recogió sus pertenencias, cerrando una puerta queambos
comprendían nunca más se abriría por segunda ocasión.
Avanzó entre ese sendero decorado con las sombras de lo que alguna
vez fueron árboles rebosantes en vida, reduciéndose ahora a
miserables cenizas desprovistas de luz. Admiró todo cuanto la
rodeaba, razonando por vez primera en el gris escenario en el cual se
sumergía como en las peligrosas aguas de un pantano.
—Pero si este lugar es... —no terminó de hablar. Gala viró hacia sus
alrededores en busca de su guía miniatura, aún así, esta se había
desvanecido.
Ahora estaba sola en un territorio en donde era evidente que estaba
siendo asechada por un cazador que no se tocaría el corazón para
obtener el suyo si esa era su meta.
—Cuánto has crecido, mi pequeña mariposa —musitó él a sus
espaldas, removiendo algo tan recóndito dentro de ella que incluso
sus sentidos se colocaban en defensa extrema al percibirle.
Gala se viró sobre sus talones abriendo sus ojos en un esperado
estado de shock cuando al fin ambos se localizaban situados cara a
cara, y el color caramelo se enfrentara contra el rojo granate de los
suyos.
—Bastian... —Gala susurró quedadamente el nombre que se perdió en
las profundidades de sus recuerdos desde que era tan solo una niña.
Tratándose de un suspiro arrastrado por una intempestiva tormenta
de invierno que estaba convencida desataría su destrucción.
Una escalofriante mueca desfiguró el rostro de ella al presenciar su
inconcebible demostración de agilidad. Sus latidos se bloquearon con
violencia al distinguir el choque de su respiración rozar por sobre sus
mejillas, lo que significaba que había avanzado más de treinta metros
en menos de dos segundos.
Todo transcurrió demasiado aprisa, tanto que lo único que recordó
antes de desprenderla del obsequio que Blake le había concedido y
perder la conciencia, fueron sus definitivas palabras cubiertas por un
hecho que hasta ese instante ignoraba.
—Bienvenida a tu nueva realidad, querida hija.
Lo acontecido dentro de sus pesadillas parecía volver a tomar forma
dentro del mundo real absorbiéndola irremediablemente en una
eternidad aún más oscura, sombría y sin retorno.
El cielo nocturno se pincelaba en diversas gamas de naranja,
desprendiendo ligeros restos de hojas que inquietas revoloteaban por
doquier. Las copas de los árboles se mecían enérgicas, esparciendo
por cada rincón esa característica melodía que el viento realizaba al
atravesarlas con encanto, augurando en aquella tonada sosegada el
inicio de una tragedia que sería indetenible.
Sus parpados se abrieron repentinos amotinándose dentro de sus
reflexiones los hechos ocurridos minutos antes de perder el
conocimiento. La conversación que había tenido con Daniel, así como
la urgente desesperación por localizar a Gala fuera de toda penuria
era lo que tenía más presente.
Blake enfocó con dificultad los impresionantes rascacielos, las
abarrotadas calles repletas de transeúntes e incluso el sucio asfalto
en donde había colapsado presa de los altos grados de temperatura.
Todo lo que observaba era tan difuso, tan distorsionado. Con
agotamiento extremo impulso su dorso hacia una de las paredes
situada en su lado opuesto y se irguió conteniendo estoicamente el
indescriptible malestar con el que crujían los huesos posicionados en
su caja torácica. Presionó con rigor la marca de maldición que se
asentaba en el hueco de su hombro sintiendo como cada uno de los
ilegibles signos que la integraban, despedían un ardor que le era
imposible someter. Los espasmos lastimaban sus músculos con un
latigazo de electricidad intolerable, desgarrándolos con una lentitud
que rallaba en la agonía. No tenía fuerzas, no tenía energías y contar
con sus capacidades sobrenaturales era una ventaja que ya no poseía
a su disposición.
—¡Maldición! —Blake rugió furioso restregando su puño derecho en el
gigantesco muro de concreto que le servía ridículamente de apoyo
para no terminar desfallecido a merced de la misericordia de los
detestables humanos que despreocupados caminaban por los carriles
laterales.
Tiró con precaución de la capucha que revestía su parte superior al
percatarse que empezaba a llamar la atención. Bufó más irritado
aprensando la mandíbula como un aliciente para apaciguar el
tornado de emociones autodestructivas que escoriaban sobre la yema
de sus dedos. Inclinó su enrojecida vista para no correr el riesgo de
formar un alboroto, después de todo, en semejantes circunstancias
cualquier individuo mortal o no, corría con la probabilidad de
aniquilarlo.
Avanzó de mala gana entre una multitud de insubordinados evitando
efectuar alguna acción que delatara su monstruosa identidad. Inspiró
en repetidas ocasiones buscando alguna reserva que le permitiera
continuar, pareciéndole una labor colosal el ordenarles a sus
extremidades trasladarlo por ese espacio interminable.
—Pero si son... —Blake calló al distinguir los maravillosos lirios
blancos que exhibían en uno de los tantos puestos ambulantes,
hundiéndose por primera vez después de tantos años en una hiriente
sensación que creía sepultada, tal y como inevitablemente lo estaba
la amante de aquellas bellas e inconfundibles flores.
Sus reacciones fueron impensadas, dejándose envolver por esas
remembranzas plagadas en innumerables remordimientos, esas en
donde sus sentimientos obraron como verdugo de su propia
destrucción. Una tortura que merecía, un castigo que estaba
consciente debía pagar tarde o temprano al costo que fuese.
—Si esa es la manera de estar a su lado, te entregaré mi alma mortal —
fue la contestación que con valentía le diera Aria aquella tarde en
donde el gélido rocío de los cielos abatiera las relajantes ondas de
agua que con inquietud oscilaban sobre el lago.
—¡¿Por qué diablos no lo entiendes?! —vociferó Blake incomodo con la
mujer que, en modo obstinado, no daba muestras de querer descartar
la decisión que rondaba por su mente.
La tomó del antebrazo sin ningún tipo de miramientos, clavando con
dureza y áspero reproche aquel par de pupilas demoniacas. Estaba en
la debida obligación de hacerla desistir de semejante locura. Su vida
corría demasiados riesgos para que estuviese dispuesta a ofrecerla a
cambio de un utópico final que, para su desfortunio, no arribaría
jamás.
—Si te despojo de tu alma estarás expuesta a infinidad de
adversidades, sin mencionar que la mínima herida podría ser capaz de
matarte —Blake intentó aclararle el peso de las consecuencias que
provocaría su deliberación.
Aún así, Aria se limitó a sonreírle con ternura. Sujetándose del brazo
que con solidez se aferraba al suyo en su empeño por protegerla de
cualquier amenaza.
—Con ello podré permanecer junto a Bastian, ¿no es verdad? —le
inquirió Aria sin retroceder en su postura.
—Lo estarás —le dijo él sin intereses palpables, desviando sus orbes de
esas otras tan contradictoras que le divisaban llenas de esperanza. La
esperanza de vivir en plenitud una historia de amor milenaria. Una en
donde los humanos e inmortales habían sido sentenciados a la más
cruel infelicidad.
—En ese caso no hay nada más que tenga que pensar —Aria se apartó
del menor de los Riker encaminándose algunos metros más por la zona
nevada—. Una vez te lo dije ¿lo recuerdas, Blake? —se giró sobre sus
talones para vislumbrarlo en aquel marco de tinieblas que tan
celosamente lo arropaban, dándole la digna apariencia de un
sanguinario cazador—. Por estar a su lado, cualquier sacrificio valdrá
la pena —acarició con devoción la parte baja de su abdomen obviando
el hecho de que amparaba en sus entrañas, al ser que en un futuro
próximo daría continuidad al legado de uno de los dioses más temidos
de la creación.
—Si esa es tu última palabra, que así sea —indicó con resignación el
azabache, disgustándole la acreciente incomodidad que taladraba en la
punta de sus sienes.
Sus facciones se desfiguraron en una lastimera mascara de desazón,
reprendiéndose una y mil veces el sentirse afectado por la drástica
medida que había tomado Aria para permanecer al lado de su hermano
sin la necesidad de que este renunciara a su inmortalidad. Espantó
esos infundados presentimientos que bloqueaban su concentración,
solicitándole a la joven que se acomodara en una determinante
posición para poder dar inicio.
Un incandescente resplandor azuloso emergió desde las profundidades
atrapándolo en un escupo invisible que, sin piedad, se alimentaria de
toda su energía vital. Y en donde a partir de ese momento nadie podría
entrar, ni a él le sería posible salir. De sus dedos centellaron chispas
de luminosos tonos de colores, ejecutando con una destreza impecable
los diversos símbolos que resaltaban fluorescentes en la oscuridad. Su
pecho se cernía con violenta pesadez, oyéndose al unísono el desgarre
brutal con el que se destruían las células de su organismo.
—¡Aria! —Blake gritó aturdido su nombre mientras la veía caer
lesionada, víctima de una flecha certera lanzada a la parte superior de
su espalda. Registró a prisa uno a uno los centímetros que componían
el bosque, detectando demasiado tarde las presencias que acechantes
cercaban el perímetro que los colindaba—. Demonios... —murmuró por
lo bajo dejando inconclusa la abstracción, digiriendo con
consternación el error tan infame que había pasado por alto—. ¡Es una
trampa! —se maldijo internamente al ser testigo de la negligencia tan
imperdonable que había desatado y la cual por desgracia apenas daba
comienzo.
La angustia lo abofeteó contundente al reparar en la hermética barrera
que lo aprisionaba impidiéndole auxiliar a quien, con sollozos
reprimidos, se alzaba con la vestimenta ensangrentada. Escudando de
los ataques al diminuto bulto que se ubicaba en la zona de su vientre.
Su cuerpo trastabilló en la distancia a consecuencia de los riachuelos
carmín que brotaban de las perforaciones de su piel. Entendiendo
quizás con mayor crudeza la aterradora situación que hambrienta
aguardaba para engullirla entera.
Aria distinguió a lo lejos a un impotente Blake, quien examinaba
atento el recuento de los daños que eran más que notorios. Mordió
frenética sus labios para contener el llanto que cual espinas se
incrustaba con cizaña en su corazón, doliéndole no haber defendido
con mayor arrojó al producto que le arrebataban de tajo el derecho a
nacer. Detalló los pétalos bellamente forjados en plata, perdiéndose
por última vez en el colgante con apariencia de lirio blanco que Bastian
le obsequiara como prueba del gran amor que le profesaba. Las
lágrimas destellaron agonizantes desde la comisura de sus ojos,
quemando sus pómulos con una amarga sensación de despedida.
El lapso de espera fue eterno, el necesario para consumar lo que
consideraba desde todos los ángulos lo correcto. Después de todo, si su
plan daba resultado, Aria lograría que una parte invaluable de su
historia perseverara junto a Bastian.
—Perdóname... —Ella se desprendió el colgante que yacía en su cuello,
lanzándolo a donde Blake se anteponía—. Por favor, perdóname —Aria
repitió a los vientos, rogando a quien quiera que estuviese allá arriba
le hiciera llegar su demanda al mayor de los Dioses.
—¡Aria, no lo hagas! —Blake protestó turbado desde la prisión que lo
enclaustraba, deduciendo los acontecimientos tan descabellados que
pretendía cometer, aún si él le exigía lo contrario.
Poco a poco Aria fue retrocediendo, alejándose en compañía de aquel
grupo de aldeanos armados que estaban dispuestos a sacrificarla. Los
gritos, las suplicas y las palabras llenas de una clemencia que en
definitivo no tuvieron hacia ella fueron el detonante de una masacre
digna de ser narrada en las leyendas de terror.
Sus rodillas se flexionaron de pronto haciéndolo caer precipitadamente
por impulso de la enorme debilidad que mermaba su interior tras
haber cumplido con la labor que Aria le encomendara. Los eventos aún
eran procesados por su subconsciente en una batalla furtiva, una
guerra en donde la sensatez no tenía cabida ni elocuencia.
—"¡Protege el alma de mi hijo!"
Había sido la voluntad de ella.
Blake inspeccionó con severidad al vaporoso haz de luz que nacía
desde la palma de sus manos y el cual emanaba una fuerza interna tan
inquietante, que aún en ese estado inmaduro alcanzaba a compararse
con la suya.
—Velaré porque así sea, Aria —fue su sincera promesa hacia la mujer
que desfalleció irremediablemente entre blancos y puros copos de
nieve.
Sacó de su bolsillo el colgante de alas de mariposa que perteneciera a
la castaña, rehusando la idea de que Gala se viera involucrada en un
conflicto que podría robarle el aliento de las ilusiones tan
trágicamente como lo había hecho con Aria. Pagando el precio de
haber albergado un sentimiento prohibido por el destino, un amor
maldecido por la eternidad.
—Perderte no puede ser una opción —Blake se dijo a modo de
bálsamo estando incluso dispuesto a entregar el rasgo máximo de su
linaje y sufrir en iguales condiciones la furia desatada de su
hermano—. Si tu corazón muere, mi amor también morirá con él —se
dijo con total decisión, adentrándose en aquella senda tan fortuita y
amenazadora.

Los fríos copos de nieve se dejaban caer amortiguados, furtivos.


Danzando majestuosos sobre una atmósfera intangible para aquel que
osara el admirarlos, impregnando los abandonados callejones con una
tremenda aura rebosante en amargo desengaño. Sus piernas se
desplazaban cautelosas en ese invernal escenario que lo asfixiaba con
recelo, calculando con anticipación cada fracción de segundo que con
espeluznante maestría ya había sido maquinada con anterioridad por
su cerebro. Inhaló una honda bocanada intentando tranquilizar su
instinto fuera de control, reteniendo el aliento lo suficiente para
dejarlo salir convertido en una blanca neblina cargada en una
aplastante ansiedad. Estaba cerca, podía advertirlo en cada una de las
células que expectantes quemaban sus entrañas en la más pura
adrenalina.
Las dagas fulminantes que se tintaban sobre el iris de sus ojos
adquirieron rasgos diabólicos al evocar las largas décadas que había
empleado para conseguir la esencia que con poderío se exhibía delante
de su persona. Colocándole finalmente un rostro y un nombre al
instrumento que estático, aclamaba alimentarse con el alma mortal
que él traía para ella.
Bastian reclinó su cuerpo para estar a su altura, retirando en el
proceso los restos de escombros congelados que cual estatua de
mármol la mantenían rígida, oculta entre las bolsas de desechos que
cubrían el perímetro de ese inmundo basurero. Sujetó con una extraña
delicadeza al diminuto bulto que, envuelto entre sucios retazos de tela,
simulaban una manta que con precariedad cubrían sus insensibles
extremidades, sin embargo, debido a las inclementes condiciones
climatológicas ciertamente era una misión inútil y hasta cierto punto
innecesario. La analizó con minuciosa atención deslizando su vista por
aquellos pliegues de piel amoratados y endurecidos, consecuencia de la
sangre que inerte se asentó glacial entre sus venas.
Su mano derecha se suspendió en el aire deseosa de alcanzar esa otra
que en un acto intuitivo se afianzaba a su pecho inmóvil, protegiendo a
un corazón que por causa del crudo invierno había olvidado como latir.
—Por fin te encontré —susurró Bastian a su oído con docilidad,
temiendo despertarla de ese engañoso sueño que con crueldad le había
derramado una embriagante fragancia a muerte.
Tan dulce, tan sublime, tan letal.
Posó su frente sobre la de la pequeña, siendo participe de esa recóndita
energía que, pese a su funesta condición humana aún se hallaba cálida,
intacta y a su total disposición.
Se hizo espacio entre las malolientes coladeras, adentrándose sin
reparos en las sombrías fauces de un callejón sin salida. Ubicó en uno
de los contenedores el cuerpo sin vida de esa pobre desdichada
vislumbrándola una última vez. Deseaba recordarla tal y como estaba
en ese preciso instante, armando todo un universo de posibilidades de
lo que pudo haber sido su existencia si él no se hubiese interpuesto
para crearle un nuevo destino sellado por las lágrimas.
—Ha llegado el momento —articuló Bastian con aparente sensatez,
haciendo a un lado aquel mundo plagado de infinitos sinsabores que
tanto dolor le inducían gracias a las heridas de un pasado que por
ningún motivo estaba dispuesto a perdonar.
Una abatida mueca desfiguró los contornos de su cara hasta
transformarla en un frígido gesto carente de emociones. Exponiendo
por un leve parpadeo la destrucción sin precedentes que con suma
facilidad se alcanzaba a reflejar en esos infernales iris color granate.
Acercó uno de sus brazos hacia la comisura de sus labios, paladeando
con gozo el ferroso sabor que se desprendía de su propia sangre.
Disfrutó del frenético fluir con el que se transportaba ese valioso
líquido en su interior, casi como si adivinara con exactitud la terrible
desgracia que desataría al ser liberada. Las tibias gotas carmesí
florecían en medio de una tenebrosa noche resplandeciendo con
vanidosa belleza ante los platinados rayos de luna que se posaban
sobre ellas justo antes de perderse en la boca de la pequeña.
—Aria —Bastian la llamó añorante y más presente que nunca.
Sus dedos oprimieron la cadena con forma de lirio blanco que pendía
de su cuello presintiendo su realidad cada vez más atroz, severa e
inhumana. Terminando de devorar con malevolencia los desdichados
despojos a los que fue reducida su alma moribunda desde ese trágico
día en donde los lazos que los unieron a ambos fueron destruidos
irremediablemente. Se retiró la tintineante prenda en un limpio
movimiento, necesitando encararla sin preámbulos. Trayéndole
intempestivamente las miles de memorias que a estas alturas podían
considerarse más como un espejismo fantasmal que como un mero
recuerdo que su mente atormentada interponía entre su sádico juicio e
inminente locura.
Aprensó la quijada con toda la impotencia que aún aclamaba por una
justicia que no se veía llegar, costándole algunos minutos el volver a
retomar la compostura perdida que ese lapso de delirio le arrebató.
Contempló con afligida congoja el colguije que por casi trescientos
años había servido para custodiar la preciada alma mortal de la cual
Aria fue burdamente despojada. Descubriendo después de tantos siglos
de búsqueda exhaustiva, al contenedor humano capaz de poseer una
esencia cien por ciento compatible.
Las blancas gotas de hielo caían con mayor intensidad coloreando el
panorama de la ciudad con aquellos tonos sobrios e inmersos en
nostalgia. El ambiente era tenso, angustiante, colmado de una anormal
fuerza que aún los animales callejeros detectaron mientras se
esfumaban nerviosos del lugar al considerar su seguridad en peligro.
Un estruendoso llanto rompió la quietud de los alrededores,
obteniendo con urgencia el vital oxígeno que tanta falta le hacía a su
aletargado sistema. Sus gemidos se alzaban triunfantes,
demostrándole a Bastian Riker que, gracias a su intervención, había
escapado de los seres del inframundo que trataron de confinarla junto
a ellos.
—Bienvenida al mundo, mi pequeña mariposa —mencionó Bastian con
deleite sin apartar su atención de aquellos ardorosos y preciosos ojos
cobrizos que sin vacilación le afrontaban la mirada.
Ahora sólo tendría que brindarle a su inocente arma una identidad, un
nombre y una familia capaz de cultivar dentro de ella la semilla que él
ya había implantado. Siendo cuestión de tiempo para que las
magníficas flores de la venganza dieran frutos teñidos en un glorioso
rojo escarlata. Una turbadora risa brotó espontanea desde el fondo de
su garganta, pareciéndole predecir los fatales eventos que cual
marejada, desataría la infante que sostenía con firmeza en sus brazos.
Esa que al menos de manera indirecta, sacudiría sin piedad la vida de
su hermano trastornando su futuro en un lúgubre abismo del que no
habría retorno.
Bastian trató de visualizar a la misma indefensa nonata que una
solitaria noche algún desconocido había abandonado sin importarle
en lo absoluto su severa desventura. No obstante, la mujer que se
descubría delante de él no era ni la sombra de la niña huérfana que
ayudo a eludir de las tinieblas.
—Algo que los mortales jamás alcanzarán a comprender, es que aún
el corazón más débil, será capaz de aprender a latir en una hermosa
oscuridad —musitó Bastian con agrado, encaminándose a donde Gala
pendía de un frágil hilo de cordura—. Tú eres la mayor prueba de
ello, mi dulce mariposa —le confesó con suavidad a la vez que la
estudiaba a detalle, acariciando con fascinación las suaves hebras
caramelo que resbalaban por los costados de la banca en la cual se
encontraba postrada.
El sonido de pasos en la distancia lo pusieron en alerta, alejando de
su cabeza las maquiavélicas vivencias que había ejecutado con la
joven que ajena a su inminente realidad permanecía en la total
inconciencia. Su pecho se elevaba y descendía en un ritmo repetitivo
e inconstante, arrastrando con esfuerzo las bocanadas de aire que
luchaban por mantenerla respirando tras el feroz ataque del cual
había sido víctima. Bastian soltó sus cabellos con rapidez, negándole
a su sirviente la oportunidad de ver el comportamiento que
manifestaba para con el ser que desde siempre había moldeado y
educado entre agridulces pesares.
—Mi señor... —le citó Luka a sus espaldas. Hizo un ademan para
desplegar la ferviente lealtad que le declaraba, saludándole con una
obediencia sobreactuada.
—Ya sabes qué hacer con ella —Bastian emitió llana y tajantemente
pasando por alto las estúpidas formalidades, recibiendo por parte del
semidiós una retorcida expresión de sadismo al ver en la lejanía el
objeto que tanta obsesión inducia en los hermanos de linaje inmortal.
Los metros que le separaban de Gala fueron quedando atrás en un
suspiro, tomando con una sutileza que le repugnaba aquella carga tan
incalculable. Su liviano cuerpo dormitaba intranquilo, desfigurando
ese angelical rostro que poseía en una combinación de matices
desconsolados.
—Luka —lanzó sorpresivamente el nombre del híbrido de cabellera
platinada.
Por su parte, su dependiente adhirió sus miembros a la rugosidad de
la tierra infértil que reposaba bajo sus pies influenciado por la
potencia de una voz que, sin dudarlo, respetaría solemne hasta el
final de sus días. Ni siquiera fue requerido indagar eso que su señor
quería averiguar, era evidente que ambicionaba conocer que tan
drástica era la situación por la que atravesaba Blake. Contuvo las
apremiantes carcajadas en la boca del estómago, asombrándole el
desprecio tan infinito que el mayor de los dioses expelía por sus
poros con una normalidad tan extraordinaria que inducia un
pavoroso terror.
—Su estado es crítico — Comenzó a explicarle con simpleza, Luka—.
Es cuestión de horas para que las reservas que utiliza para estar aún
lucido se evaporen —finiquitó concretamente, disipándose en
compañía de los pocos rayos de luz que alcanzaban a escabullirse de
las negras nubes de tormenta alzándose victoriosas en medio de un
apagado firmamento.
Las notas musicales se esparcían por las paredes del departamento
delicadas, frescas, llenas de una pasión que por lustros había
enterrado en lo más recóndito de su mente. Era ahora cuando de
nuevo parecía cobrar sentido, destapando con su arribo los secretos
de un pasado marcado por la desesperanza.
—Imposible... —discutió perplejo Blake, recordando que solo había
una persona capaz de interpretar aquella sinfonía tan característica.
Una que en definitivo ya había abandonado el mundo de los mortales
desde hacía muchos siglos atrás.
Se dejó guiar por la vibrante melodía, apreciando a sus propias
palpitaciones taladrar por encima de sus tímpanos. Dio vuelta en uno
de los pasillos de la casa detectando que aquel melancólico sonido
procedía de la habitación que ocupara él con anterioridad. Tomó el
pomo de la puerta abriéndola con pausa hasta que la silueta de la
poseedora de esa flauta de madera se delineara delante de él.
Su larga melena caoba caía con gracia por debajo de su cintura,
meciéndose al ritmo de un compás invisible mientras sus estilizados
dedos ocupaban los espacios vacíos del instrumento que manipulaba
con una experiencia estremecedora.
—Gala... —Blake mencionó su nombre con la extrañeza adecuada para
hacerla virar.
Sus pupilas sangrientas se abrieron impactadas viéndola portar
alrededor de su cuello la cadena que antes fuese de Aria. Las
verdades que Luka le escupiera con venenoso rencor cobraban mayor
coherencia, siendo ese el motivo por el cual Bastian estaba tan
interesado en el porvenir de Gala Brenton. Ella era su creación, un
utensilio, un arma que él había forjado para usar en su contra.
—Eres una diona... —Blake reveló la verdadera naturaleza de la
castaña sin terminar de asimilarla.
Todo había sido un mero espejismo, una perversa fantasía planeada
con un esmero maquiavélico. Teniendo frente a frente al contenedor
de esa alma que había preservado dentro del colgante de lirio blanco.
La misma que fuera extraída del vientre de Aria antes de su muerte.
Las horas escolares transitaban con normalidad dentro de las aulas,
cumpliendo como era de esperarse con el tedio cotidiano que cada
docente impregnada en el alumnado al entrar o salir de clases.
Registró con precaución el perímetro para no ser pillado por los
vigilantes fuera de su respectivo salón, sin embargo, era de mayor
relevancia tener noticias del paradero de la joven Brenton tras
haberse ausentado por días enteros. Taylor vislumbró a los
estudiantes que distraídamente tomaban apuntes de la amplia
pizarra a excepción de aquellos dos puestos vacíos correspondientes
tanto a Gala como a su irritante huésped de departamento. Pateó con
disgusto el contenedor de basura mandando al demonio si era
descubierto o no.
—Aún en el amor uno debe saber cuándo rendirse —insinuaron con
dura elocuencia a sus espaldas.
Taylor viró sobre sus talones hasta quedar delante del individuo que
le presionaba para rendirse, abandonando una contienda que desde
hace bastante había perdido sin percibirlo.
—No te metas en esto, Daniel —aclaró Taylor hacia el indeseable
visitante una vez lo diferenciara con esa enorme torre de documentos
obstruyendo más de una cuarta parte de su rostro.
—Aprende a vivir únicamente con su recuerdo, es todo a lo que
conseguirás aspirar si no quieres perecer —auguró Daniel con enigma
los hechos de una indudable catástrofe que, por desgracia, estaba
vinculada a todos y cada uno de sus destinos.
Taylor se encaminó en su dirección con la quijada deformada por la
cólera, apresando en un ágil ademan el cuello de la camisa de su
uniforme. Lo arrojó varios metros con esa pesada pila de papeles que
el profesor en turno solicitara le hiciera llegar de inmediato,
aterrizando con rudeza en la suciedad de las baldosas de los
corredores.
Arribó minutos después a las filas repletas de casilleros designados al
alumnado, optando por coger sus pertenencias y fugarse las tres
horas restantes. Estaba hastiado de reportes, ensayos e insufribles
asistencias. Todo lo que ocupaban sus pensamientos era ver a la
chica que, en contadas semanas, se había apoderado de su lucidez
tornándose en algo tan vital como el aire.
—¿Una caja? —Taylor soltó curioso al ver la cajilla de terciopelo
negro en el interior de su gabinete, teniendo en cuenta que en la
cubierta había una tarjeta escrita en una caligrafía impecable—.
"¿Aceptarías sumergirte en la más escalofriante oscuridad, sólo por
amor?" —releyó la corta nota por enésima vez sintiéndose en los
alrededores una energía anormal e inestable.
No estaba solo, podía advertirlo hasta en las vibraciones de las
lámparas que, suspendidas desde el techo oscilaban en un círculo
perfecto. Sus contracciones cardiacas disminuyeron hasta convertirse
en sacudimientos punzantes. Enunció una vez más en voz alta la
pregunta que aquel espía silencioso colocara para él, y sin darle
demasiados rodeos al asunto respondió con una confianza aplastante.
—Sí, acepto. —guardó el misterioso presente en su mochila y sin nada
más que decir, se fue.
Taylor Blair había hecho su elección, adentrándose sin advertirlo en
un precipicio del cual no habría un retorno o siquiera misericordia.
—Yo traté de advertirte, por lo que todo dependía de tu decisión —
vociferó con aspereza Daniel Bridger, una vez quedase en plena
soledad sacando de uno de sus bolsillos del pantalón la metálica llave
con la cual había sido capaz de abrir el casillero de Taylor—.
Lamentablemente elegiste la incorrecta.
El hueco sonido que realizó aquel instrumento de madera al tocar el
piso alfombrado logró canalizar a sus cinco sentidos en la persona
que en un evidente estado de pánico lo reconocía petrificada,
negándose a creer que la quimera que se exhibía delante de ella fuese
en verdad aquel peculiar chico que durante largas semanas había
convivido bajo su techo.
Mil frases quisieron salir por la garganta de Blake para intentar
tranquilizarla, estando consciente que ninguno de sus argumentos
bastaría para devolverle la luz a ese par de ojos cobrizos que en
absoluta reserva y sin discriminación alguna le daban muestras del
gran exterminio que habían ejecutado en contra suya, estando su
nombre incluido entre los principales autores de una sanguinaria
traición. Un juego de poder que, con suma destreza, había sido
planificado por un juez astuto que desde el inicio había manipulado
las piezas para que estas efectuaran maniobras anticipadas sin que
ellos lo previeran.
Su mediana silueta se agitaba cual frágil hoja, dejándose envolver
por una ráfaga de realidad tan contundente que paralizó a sus huesos
convirtiéndolos en férreos trozos de metal. Las experiencias vividas a
lo largo de los últimos e impasibles años continuaban transitando
dentro de su mente atacándola sin tregua. Sumiéndola en una fase de
demencia que no tenía la habilidad de controlar o tal vez ni siquiera
apetecía impedirlo. Ya no tenía dominio de sus acciones ni de su
voluntad. Su cuerpo era quien dirigía sus patéticos movimientos
ignorando las objeciones que su cerebro interponía por mero instinto
de supervivencia.
El oxígeno que llenaba la habitación no bastaba para mantener a Gala
en pie, por lo que tuvo que verse obligada a sujetarse de las paredes
contiguas para no permitirse decaer. Cientos de panoramas fueron
idealizados por su imaginación, ansiando encontrar uno sólo que
fuese tan atroz como lo era su miserable existencia, pero sin miedo a
equivocarse, podía jurar que nada era tan horrible o brutal. Cubrió
ambos extremos de su cabeza aplacando a los gritos espectrales que
con resentimiento le expelían a la cara que, así como había ocurrido
con los nefastos miembros de su familia, igualmente le había fallado
el azabache en quien había depositado los lesionados fragmentos de
un marchito corazón en espera de que él, sí estuviera dispuesto a
resguardarlos.
—Gala —la llamó Blake desde la esquina contraria de la habitación
con los rasgos de la culpa incrustados en sus demacradas facciones,
evidenciándose el esfuerzo sobrehumano que empleaba para
articular los vocablos que conformaban su nombre. Se aventuró a ir
hasta donde reposaba la castaña afianzada con desesperación de los
muros, siendo precisamente ella quien frenara su tentativa de
proseguir con aquella letal frase, quizás aún más hiriente que el sello
de maldición que lo consumía con mortífera voracidad.
—Por tres años creí haber huido de un infierno plagado de
demonios... —articuló de pronto ella con triste amargura frente a
Blake, mientras que todo su mundo se desplomaba cual castillos
forjados en nubes de algodón, permitiéndole ser testigo de los
alcances tan infinitos con los cuales la habían dañado sin creer
merecerlo—. Ahora compruebo con pena que el infierno siempre
estuvo conmigo y sólo cambió la apariencia y el demonio —finiquitó
con un suspiro inaudible—. ¿Qué tipo de monstruo eres? —mordió
frenética su labio inferior para contener el vendaval de sentimientos
autodestructivos que furiosos se abalanzaban sobre sus hombros cual
lapidas de concreto, queriendo liberar una risa de incredulidad para
mofarse de su infortunio hasta que sus pulmones estuvieran
desgarrados, vacíos de esa decepción que calcinaba a sus células de
forma torturante.
Sus intentos se vieron fallidos al momento en que sus extremidades
la hicieron desmoronarse con pesadumbre, dejando correr el
doloroso llanto que por minutos enteros había aparentado dominar.
Demostrándole al destino, a su padre, a Drake y hasta el mismo
Blake, que su misión había sido cumplida con una exactitud
inigualable y tras incansables esfuerzos de su parte finalmente
podían acreditarse su tan codiciada destrucción.
Blake traspasó los metros que les distanciaban riñendo con aguerrida
audacia para no colapsar antes de tiempo. Prensó la quijada al borde
de una ira arrolladora, agudizando los parpados tatuados en oscuros
símbolos antiguos al visualizar el arma de aspecto humano que, con
una maestría innegable, Bastian Riker moldeó con meticulosa
paciencia a consecuencia de su imperdonable falta. Forjando con
esmero sus más aterradores temores desde una temprana niñez
arrastrándola a un país de pesadillas del cual aún ahora le era
imposible huir.
—En todos los mezquinos siglos que llevo vagando por el mundo de
los mortales, nunca me importó ser llamado demonio, sin embargo,
ver el terror reflejado en tus ojos me hace comprender por vez
primera que todos ellos sólo decían una amarga verdad —Blake se
arrodilló a su costado presintiendo que su límite estaba por cobrarle
una descomunal factura por tal imprudencia. Rebatiendo tajante las
advertencias que su cuerpo vociferaba en busca de un alivio que no
se veía aproximarse.
Se concedió el privilegio de absorber el embriagante aroma de
jazmines que se desprendía de las extensiones de cabello caoba que
rozaban sus antebrazos con sutil encanto. Retirando con delicadeza
los traslúcidos surcos que sellaban sus sonrosadas mejillas,
mezclándose su glacial tacto con la calidez sublime que desprendía su
aflicción expuesta a flor de piel. Toleró con pesadez el sentirla tan
próxima e infinitamente lejana, comprendiendo con más impotencia
que nunca que la brecha que ahora los separaban iba más allá que un
sombrío destino sentenciado por los inquebrantables lazos de la
inmortalidad. Descansó con urgencia su frente sobre la de la castaña,
desechando el trágico significado que la joven adquiría con ese
colgante de lirio blanco rodeando su cuello.
—No me rehúyas, por favor, tú no lo hagas —le murmuró Blake al
oído sin apartar su añorante cercanía, bloqueando cualquier acción
renuente que Gala manifestara para evitar su contacto.
Descendió la yema de sus dedos por la suavidad de una tez que
reaccionaba al más tenue de sus roces aún en semejantes
circunstancias, invitándolo a rendirse en una dulce tentación. En una
mágica pasión prohibida por los dioses.
—¡Dímelo! ¡¿Qué es lo que hay en mí que justifique lo que hiciste
conmigo?! —no demoró en disputar Gala una explicación lo
suficientemente creíble para aminorar el impacto que había
masacrado a sus ilusiones, perdiéndose la potencia de su indignación
en la boca del estómago.
—Si es la verdad lo que deseas oír de mi parte, por más repugnante
que esta suene eso es lo que obtendrás —Blake tomó con cierta
precaución de su mentón, encarando sus miradas en un duelo
matizado por una remota aflicción que de ninguna manera les
correspondía padecer—. Mi verdadera identidad es bastante lógica
que la intuyas tras apreciar este horripilante aspecto, aunque tu
ideología no esté encaminada correctamente o sea poco creíble te la
diré. Soy un inmortal, el segundo descendiente de sangre divina de la
Diosa Afrodita, enviado a este sitio para desempeñar una misión en
específico, obtener tu alma mortal al precio que fuese —confesó
lánguidamente desplegando apenas la punta de un colosal iceberg.
Los angustiantes minutos se desvanecieron con sosiego, tiempo que
fuera interrumpido por el tosco resonar de sus respiraciones
descompensadas.
—Debió ser divertido, ¿cierto? —descargó ella una vacía carcajada al
aire apremiante en devastación, callando con rapidez al no ser capaz
de figurar una sonrisa que sustentara su inestable comportamiento—.
Cuánto debiste de haberte reído a mis espaldas —retiró con altivo
orgullo las lacerantes lágrimas que con rebeldía escapaban de su
moribundo mirar, tragando con admirable coraje la última estela de
esperanza que aún era capaz de hacer latir a ese inocente órgano
suyo, uno que estúpidamente se había atrevido a soñar con una falsa
historia de amor—. Sabes, conforme fui creciendo los verdugos que
desfilaron por mi vida iban adquiriendo aspectos más inofensivos,
pero no por eso menos crueles. Todos ellos destrozaron con saña una
parte de mí que jamás logré volver a reconstruir, viéndome en la
necesidad de aprender de esas muertes pasadas —Gala le observó con
crudo detenimiento, respiró con pausa y prosiguió—. Ni aún entonces
mi ser agonizaba tan terriblemente, aunque a diferencia de todos
ellos, tú sí cumpliste con su objetivo y con una certera apuñalada me
destruiste el corazón, me asesinaste el alma —finiquitó con inflexible
honestidad, estrujando con agonía el espacio que dentro de su pecho
suplicaba por un poco de piedad.
Por su parte, Blake alejó abrupto su iris carmín de ese otro que le
contemplaba con una profunda combinación de desazón,
reconociendo en Gala a las incontables víctimas que, tras aceptar
llevar a cabo su escabroso pacto fueron pereciendo una tras otra.
Apagándose con lentitud sus deseos de permanecer en un entorno
que las excluía. Recorrió con discreción la espléndida pieza de plata
que usara Gala, evocando episodios de sus memorias pasadas, esas
en donde infundir sensaciones de miedo se fueron convirtiendo en
una rutina que con indomable obediencia aprendió a soportar.
Respetar, ejecutar y callar fueron las exigencias que como ayudante
tenía que cumplir con excelencia. Doblegar la inquebrantable
soberbia que su divinidad le concedía tener por derecho y aún si se
trataba de su hermano, verse sometido a inclinar la cabeza cada vez
que a él se le apeteciera tirar de la cadena de amaestramiento que
cercenaba sus habilidades sobrenaturales. Un autosacrificio que con
autonomía había decidido consumar si eso significaba estar junto al
alma que por más de trescientos años había vigilado con ciega
vehemencia desde aquella fatídica noche en la que su progenitora
ofreciera su último aliento para que él lograra salvarla de las garras
de la muerte.
El inclemente invierno afloraba en toda su magnificencia, flagelando
los territorios de aquella desolada zona boscaje con una crudeza
monstruosa. Las congeladas ramas de los árboles se mecían furiosas,
arrastrado fuera de sí los últimos vestigios de vida que con pesar
llegaban al límite de sus precarias fuerzas. Los gélidos trozos de hielo
caían rígidos, enmudecidos en medio de una impresionante atmósfera
teñida con agridulces colores de dolor y muerte. Un duelo que la
naturaleza misma parecía sufrir con agonizante consternación, un
llanto tan escalofriante que todo a su alrededor se estremecía ante la
súbita perdida de la cual habían sido despojados.
Sus negros cabellos se agitaban con la violencia de un despiadado
viento, anhelando en cada golpe arrancarle de tajo la torturada alma
que portaba, aquella que, desde ese instante le sería negado obtener
siquiera algo semejanza a la paz o la cordura. Hundiéndolo
irremediablemente en un universo plagado de sombras y fantasmales
alucinaciones. Ese era su castigo, su condena y el lúgubre inicio de un
réquiem que tarde o temprano detonaría su propia ruina del modo más
monstruoso, terrible e inhumano.
Blake aspiró a sorbos el aire que requería para no desfallecer encima
de los montículos de tierra escarchada, turbándole el comprobar lo
difícil que era retener el vital elemento en su sistema antes de que este
lo rechazara de súbito, nublando su vista panorámica con la cálida
neblina que escapaba de su boca. Los contornos de su rostro se
desfiguraban en innumerables facciones de incomodidad presintiendo
que sus huesos se hubiesen transformado tras la abstracción en
punzantes pedazos de cristal.
Dirigió su atención hacía el inerte sendero que se exponía solo algunos
metros en la distancia, admirando embelesado los delicados destellos
carmesí que de forma terrorífica resplandecían casi majestuosos entre
los copos de nieve que, con recelo se adherían a cada gota, a cada
huella o diminuto riachuelo que pincelaba los lamentables restos de
una masacre sin precedentes.
Apartó la mirada impotente, conteniendo con premura la marejada de
emociones que desenfrenadas palpitaban en la punta de sus sienes con
el propósito de enloquecerle, rehusándose a aceptar las dimensiones
tan descabelladas que había originado su nefasta negligencia. No
siendo más que un mero mecanismo de defensa que su escaso juicio
interponía antes de ser alcanzado por un ansiado estado de locura.
Elevó su extremidad con todo el caos que reinaba en el interior de
aquel par de orbes oscurecidos por el desconsuelo, estrujando entre
sus dedos la evidencia física que era capaz de dar testimonio del paso
de Aria por un mundo que egoístamente prefería verla muerta, que al
lado de una criatura que no formara parte del frágil equilibrio de la
vida humana. Giró su cabeza hacía el minúsculo halo de energía que
emergía desde la base del colgante de lirio blanco que danzaba
prisionero en sus dedos, asombrándole la tibieza con la que parecía
menguar el infierno que amancillaba su conciencia ante el peso
aplastante de los remordimientos.
—Eres todo lo que resta de ella —Blake musitó intangible, deseando
que su voz se perdiera entre los tenebrosos abismos de aquella
asfixiante soledad que con valentía le acompañaba—. Mientras tenga
aliento para ponerme en pie, estaré a tú lado —guio su muñeca derecha
a la comisura de sus labios, paladeando el frenético retumbar que
exhibían sus venas al sentirle próximo—. Pase lo que pase, prometo
que te protegeré —un leve rasguño basto para que aquel preciado
líquido granate saliera coloreando la pulcritud del suelo con las gotas
que caían con libertad. Brindándole a quien quiera que estuviese
enclaustrado dentro de la joya, la prueba más fehaciente que un ser de
su estirpe podía otorgar como símbolo de lealtad eterna.
Colocó en la palma de su mano el reluciente colguije que pendía
sobre la ropa de Gala, sobrellevando con desconcierto el peso de un
espantoso secreto. Una alarmante verdad que por opresivos siglos
preservó en el más llano de los infiernos respetando al pie de la letra
la apremiante voluntad de Aria. Negándole a Bastian la oportunidad
de conocer el misterio que se encerraba en la prenda de lirio blanco
que por siempre alabó con atormentante nostalgia.
—Esos ojos...
Le escuchó hablar a Gala en conmoción total temiendo intuir a lo que
se refería con esas inteligibles palabras.
Gala aplacó con sus manos los pavorosos alaridos que atropellados se
disponían a surgir por su garganta, no terminando de razonar la
situación que desde su nacimiento la escoltó celosamente. Retrocedió
alarmada unos pares de centímetros adhiriéndose casi por completo
con la pared que obstruía su tentativa de rehuir a Blake que
insistente buscaba su contacto para serenarla.
—¡Gala, mírame! —Blake la apresó de los hombros con firmeza
clavándole las alargadas uñas en los pliegos de piel como resultado
de la exasperación que, sin el tacto apropiado, resentían la agresión
física con la que era tratada —. Te preguntaré esto una sola vez,
¿conoces a alguien de nombre, Bastian Riker? ¡¿Lo has visto alguna
vez?! —atacó en interrogantes irrefrenables perdiendo los estribos,
recibiendo el movimiento afirmativo por parte de la joven que alaba
con dureza entre sus miembros—. ¿Desde hace cuánto tiempo a
estado ese imbécil involucrado contigo? —arremetió obstinado con la
furia latente e irrefrenable—. ¡Responde, maldita sea!
—Desde que era una niña estuvo cerca de mí —empezó a relatarle ella
con nerviosismo, no perdiendo la oportunidad de comparar ese juego
de ojos rojo sangre que ambos jóvenes portaran—. Incluso él me
salvo del accidente automovilístico que causó la muerte de mi madre
—reveló Gala con cierta ofuscación, digiriendo por lo menos una
parte de un tétrico rompecabezas.
—Eres su hija, realmente lo eres —se oyó a sí mismo clamar con
asombro una realidad de la cual Gala Brenton no debía darse por
enterada, siendo participe de todas las abominaciones que Bastian
Riker había fraguado desde el comienzo de esta siniestra historia
para la diona que contenía en su interior el alma de una primogénita
que desconocía.
—¿Qué fue lo que dijiste? —Gala demandó atónita apoyándose de las
decoraciones para darse un poco de impulso y erguirse.
Se sentía en una dimensión inhóspita. Enclaustrada en un tablero de
ajedrez en donde personajes anexos manejaron los hilos invisibles de
una senda específica que había sido trazada a expensas de su
voluntad. Las ideas iban y venían chocando una con la otra,
engullendo toda la sensatez de la cual aún era partidaria. Todos los
eventos de su vida habían sido sólo una comedia barata, una charada
en donde cada vivencia era irreal o absurdamente desastrosa. Cada
episodio transitaba por su mente con una claridad descolocada,
cobrando un sentido mucho más retorcido tras ser espectadora de la
confesión involuntaria de Blake.
—Toda mi vida... ha sido un engaño —Gala no tenía aliento, no tenía
fuerzas, no tenía esperanzas—. ¡No puedo confiar en ti, no puedo
confiar en él! ¡No puedo confiar en nadie! —tiró de sus cabellos
haciéndose espacio por la habitación para marcharse y refugiarse en
el punto más recóndito del que tuviera noción. Lejos de todos los
falsos defensores que habían cavado en el más sínico de los
anonimatos una tumba que sólo aguardaba a que ella se hiciese
presente.
Desfiló presurosa hasta alcanzar la azotea del edificio de
departamentos, recibiéndola con mágica fantasía el arribo de los
primeros copos de nieve de la temporada. Suspendió su brazo
derecho en ese hábitat invernal tocando con mesura aquel lamento
congelado que el mismo cielo padecía en su compañía.
—"Abre tus alas, mi pequeña mariposa".
Creyó haberle referido con maravilla el insecto alado que, sin previo
aviso se aproximara a posar sus tersas extensiones en uno de sus
dedos erguidos. Desplegó sus enrojecidas alas y musitando
nuevamente esa petición algo en su interior terminó por
resquebrajarse. Estaba por alcanzar el umbral de la barandilla de
seguridad cuando un ruido repicó en sus tímpanos, quebrando su ya
mermado equilibrio. Sus músculos se agarrotaron por la acometida y
sin consideración fue acorralada en una de las esquinas por la
imponencia de un segundo cuerpo que se posicionó sobre el suyo. Sus
antebrazos cerraron sus salidas disponibles obligándola a compartir
un área en donde las barreras eran inexistentes.
—Aún si optaras por alejarme, mientras estés viviendo en algún lugar
de este mundo para mí será suficiente —Blake se abrazó a su cuerpo
hundiendo sin pudor alguno su nariz en el hueco del hombro que
Gala mantenía descubierto, queriendo llevarse consigo la afable
candidez que la castaña emanara antes de someterse a una inminente
despedida.
—Dame un sólo motivo para creer en ti —le dijo Gala tiempo después,
correspondiendo igualmente al abrazo que ambos demandaban al
menos una última vez.
—¡Porque sólo por ti, lo acepté ser todo! Tú sombra, tú esclavo y tú
más terrible maldición —inmovilizó su rostro para encárala, dándose
cuenta de la magnitud del daño que Bastian había causado en la
persona por la que Aria consiguió darle trascendencia a una historia
de amor. Un sentimiento que su hermano se encargó de mancillar
con prontitud, condenando a su propia hija a un final que ni un
inmortal frenaría ahora que sus habilidades sobrehumanas resurgían
de un hondo letargo.
El ferroso aroma de la sangre se expandió por sus fosas nasales,
escurriéndose por la comisura de sus labios los hilillos carmesí que
también corrían fluidamente en el orificio que perforaba la región
baja de su abdomen. Había sido una fracción de segundo, un
pestañeó que Gala supo operar con admirable atino para asestar un
ataque digno de un cazador. Su tiempo había culminado, su poder se
escurría de su sistema cual arena entre los dedos. Entregando su
reserva en aquella oración que Blake sabía, Gala requería para poder
eliminar esa sangrienta hambre a muerte que su organismo
solicitaba con avidez.
—Tu amor fue sólo un dulce réquiem para mi moribundo corazón,
Gala.
Su visión se nubló gravemente no alcanzando a distinguir nada que
no fuese el eco de aquella desgarradora voz que se perdía en medio
de su inconsciencia, demandándole entre suplicantes lágrimas y
ahogados desvaríos, regresara junto a ella.
Retiró con pausa las persianas sosteniéndose con entereza de los
finos adornos que decoraban el marco del fastuoso ventanal,
delatando la fascinante vista que tras ese otro mundo le daba una
placentera bienvenida. Su jovial e impasible rostro permaneció
sosegado, calculando con estrategia innata el más mínimo suspiro
que escapaba a cuentagotas por su boca, concediéndose por vez
primera el derecho a reír con plenitud. Un gesto tan vano que era
absurdamente ridículo y aún así, admitía disfrutar pese al estricto
mundo de formalismos elitistas que su padre arraigó en ella al
considerarla la pieza más fuerte, el victimario más certero.
Delineó con la delicada punta de sus dedos los contornos de la
vaporosa silueta que tras el esplendor de cristal se plasmaba
expectante, como si fuese otro cuerpo y otro ser los que, con sombrío
delirio veía agonizar en la más terrible de las desventuras. Sus labios
se ensanchaban en una escalofriante mueca de triunfo mezclándose
el sonido perturbador de sus infantiles risas con el del afligido llanto
que bajaba tortuoso por las lesiones que abrían los palmos de sus
mejillas.
Se trasladó con quietud por los amplios puntos que cercaban esas
paredes que fueron testigos silenciosos de su falta, alcanzándose a
percibir el suave roce que la tela de su largo vestido blanco hacía al
tocar la desnudez del suelo. Con cada centímetro que avanzaba para
aminorar la distancia, los fantasmas de la culpa martilleaban con
mayor furia dentro de su subconsciente oscilando sus lenguas
venenosas con desdén anticipado. Todas ellas gozaban al condenarle,
juzgando sin demoras la monstruosidad que había cometido con la
más atroz de las alevosías, escupiendo a través de sus oídos ecos
hirientes que aplastaban su escasa e inmadura cordura. No obstante,
había una sola que se alzaba victoriosa entre ese plegado de
intransigencia, siendo precisamente esa voz la que hubiese guiado
sus acciones hasta tornarlas en una concisa realidad.
Llegó hasta los inicios del basto dormitorio que con anterioridad
compartiera con su verdugo amante, animándose a deslizar su mano
por los relieves de un cuerpo que había olvidado cómo irradiar calor
gracias a su atinada intromisión.
—Mi anhelo por estar a tu lado me transformó en una vana
caricatura, un reflejo anexo de una torturante y desarmada realidad
—le comunicó Dakota a Drake mientras admiraba su aparente estado
de inconsciencia, obviando el hecho de que el joven ya no podía
escucharle—. Me convertiste en un ente de fantasías, un hada de las
sombras que, a base de crueles golpes le fueron arrancadas las alas
para poder volar —quiso abrasarle con todo el furor acumulado que
estremecía a su persona, sin embargo, sus brazos se paralizaron al
hundir su tacto en aquella gélida piel marcada por la desventura,
atrapando en lo profundo de su marchito corazón el dolor que
cargaría a cuestas de ahora en adelante.
Era el precio de su crimen, la sentencia que su propio juicio le
demandaba consumar al menos hasta que ambos volviesen a reunirse
en el umbral de ese infierno que tantas veces compartieron de
innumerables maneras con la excepción de que esta vez sería real y
Drake Brenton, ya estaría aguardando por ella.
Cogió con peculiar elegancia la segunda copa de vino que reposara en
la mesa de noche, sintiendo el estrés experimentado por dieciséis
años alejarse a pasos agigantados de su sistema. Inhaló una honda
bocanada de aire desde la comisura, acaparando sus fosas nasales
con el embriagante aroma de la despedida. Viró de nueva cuenta
hacía la utópica ilusión que cual burla le mostraba el danzar continuo
de esas últimas lágrimas que se divisaban sólo como leves destellos
de esperanza, reconociendo que en cada una de esas tintineantes
gotas que caían también se hundían de igual forma los deplorables
restos de ternura que aún en esa miserable posición se permitía
retener consigo.
Un par de golpes provenientes de la puerta la hicieron retornar al
presente, liberándose de ese torbellino de emociones
autodestructivas que hace apenas unas cuantas horas viviera en toda
su magnificencia. Sus ojos avellanos adquirieron rasgos agudos e
ingeniosos, destilando por esa aparente frágil adolescente la sombría
astucia de la cual se había aprovechado para acertar una jugada
digna de narrar en los libros de historia.
Ni siquiera fue necesario dar la autorización de entrar al desconocido
que esperaba inmutable desde el pasillo. Éste tomó el pomo con
tranquilidad, repasando mentalmente la misión para lo cual había
sido contratado. Proceder, ejecutar y desaparecer.
—Eres puntual —manifestó risueña Dakota Brenton hacía el alto
sujeto que cubierto de un llamativo color negro, estudiaba cada
centímetro cuadrado que estructuraba el aposento.
—La puntualidad es parte vital de mi trabajo —indicó con aspereza
lanzando una fugaz mirada a la pequeña clienta que solicitaba sus
servicios—. Sin mencionar que soy el único capacitado para arreglar
este caos —calibró con fastidio su reloj de pulsera, ajustando el botón
del temporizador en las tres horas que solicitaba para terminar de
armar la posible causa de muerte.
Una vez trascurrido ese tiempo, la desaparición de uno de los jóvenes
empresarios más exitosos de la nación sería una bomba
sensacionalista que alimentaría a la prensa y a las autoridades por
meses, señalando sin tregua a supuestos culpables que alejarían la
atención de la verdadera homicida. Analizó a detalle la escena que
tendría que camuflar, haciendo una lista mental de todos los
artículos que habría que eliminar de inmediato para reemplazarlos
por otros totalmente nuevos y libres de huellas digitales que
pudieran comprometer la integridad de su interesada.
Dirigió la vista hacía el centro, a esa enorme cama que entre
exquisitas sabanas de satín perlado se escondía un hombre a quien
muchas veces consideró un mercenario de la muerte envuelto en
elegantes solapas de diseñador. Sacando de su camino a cuanto
individuo le estorbara con un simple chasquido de dedos, disfrazando
esa voracidad de destrucción con sus múltiples galanterías e
imprevisible manipulación. Y aún así, está niña...
Aquel experto olfateó el perímetro circular de la copa vacía que
yaciera solitaria en el mueble de fino roble, reconociendo el aroma
característico del arsénico.
—Imaginaba que lo amabas con vehemencia —le dijo a la vez que
investigaba los demás utensilios próximos con sus manos enfundadas
en látex, restándole importancia a las especulaciones que
deambulaban en su cabeza—. Al menos esa fue la impresión que
despediste aquel día que lo seguiste hasta la bodega en donde
teníamos secuestrado al profesor de tu hermana —debatió con sorna,
delatando esa característica mofes que tanto irritaba.
El estallido de un artefacto de cristal lo obligó a virarse hacía la
dirección indicada, encontrándose con la singular figura de Dakota
posicionada a su costado. El centelleo artificial de los candelabros
iluminaba con lúgubre belleza los surcos carmín que descendían con
sigilo desde su palma izquierda hasta pincelar la pulcritud de su
vestimenta, dándole la apariencia de un sublime pero sanguinario
demonio.
—No me subestimes, Drake lo hizo y mira en donde está —
contraatacó la adolescente con las pupilas dilatadas en dolorosos
remordimientos, despidiendo en una trayectoria indeterminada los
escombros de vidrio que perforaban con decenas de cortes los
pliegues de su extremidad.
Se movió por sus alrededores con la intención de atacarle como la
depredadora ávida a la que fue instruida ser desde su nacimiento. Rio
con inocencia justo a sus espaldas originándole un hondo malestar en
la boca del estómago, sentenciando en sus oídos con tal inmutación
que un gesto de asombro se modeló en el rostro del asesino asueldo.
—El error más grande del enemigo, es olvidar que la pieza del peón
también es capaz de darle Jaque Mate al rey —dijo ella retrocediendo
un paso sin perder la inquietante sonrisa, restableciendo el espacio
personal que su ahora empleado requería para expulsar el oxígeno
que obstruía sus pulmones ante la impresión que le incitó. Arrojó un
pesado folder al alfombrado con la cantidad pactada, y sin decir algo
más abandonó el recinto permitiéndole realizar su labor sin
distracciones.
—Eres... —musitó entre tartamudeos indescifrables el hombre al
evocar su recuerdo varios minutos después, manifestándose el
tremendo choque de adrenalina en el sacudimiento incesante de sus
miembros—. Eres de temer —fueron largos segundos los que demoró
en asimilar la impresión tan hostil que la menor indujo en su instinto
de supervivencia. Impactándole comprobar que, a diferencia de
Drake Brenton, la muchacha era quizás mil veces más inteligente,
peligrosa e infinitamente maquiavélica, derrocando al eslabón más
fuerte con estratégicas maniobras, disimulando su genialidad bajo
una fragilidad que exteriorizaba concienzudamente. Tomando bajo su
dominio el puesto disponible que tras la funesta partida de su primo
había quedado vacante, erigiéndose desde ese día en la siguiente
sucesora del imperio empresarial de la retorcida familia Brenton.

Oscuridad. Ese fue el nombre del juego que selló su destino desde su
nacimiento, los hilos invisibles que seres anexos afianzaron sin
clemencia a ella para disponer de su entera voluntad cual muñeca de
trapo. Un lamento incesable que su alma aprendió a sobrellevar con
docilidad, un sentimiento abominable que con familiar pesar la
acogió hasta hacerla parte primordial de su esencia. Ocultándose
paciente en sus tímidas actitudes, sus forzadas sonrisas o
devastadora soledad. Acechando la oportunidad perfecta de
adentrarse en los rincones más inhóspitos de su corazón,
resquebrajando la candidez de su espíritu. Una llave que las
circunstancias le habían ofrecido sin restricciones, creando una
grieta que nadie volvería a cerrar.
Todo había acontecido tan aprisa que su desorientado cerebro no
advertía nada que no fuesen aquellos ilógicos manchones granate,
instalándole una incómoda angustia. Estaba desprotegida a merced
de aquel que se avecinaba tras proclamar su nombre con ese tono tan
lleno de calma y sosiego que por siempre le conoció.
—Gala, ¿estás bien? —interrogó Daniel sin tregua envolviéndola en el
reconfortante amparo de su protección.
Gala parpadeó con esfuerzo su tenso iris escarlata, enfocando el
sendero que bajo la presencia de los glamorosos copos de nieve
adquiría deprisa los vestigios de un violento ataque. Se precipitó
exhausta al duro asfalto clavando sus uñas en cada uno de los
antebrazos de Daniel en su tentativa de no dejarse dominar por esa
aplastante energía. El rugir de sus latidos anestesiaba sus
habilidades motrices básicas, previendo en su organismo entero el
fluir desmesurado de la agonía.
Espiró en la más llana paranoia, controlando con tosquedad la
tirantes desgarrante con la que sus venas aún se agitaban en busca
de saciar una inexplicable necesidad. Su sangre la recorría
enardecida, dejando un lacerante rastro de calor que hacía que sus
sienes se contrajeran frenéticas. Estrujó con vigor sus oídos,
empeñada en que ese desquiciante zumbido desapareciera. Que toda
la inmunda farsa que había sido su existencia desapareciera.
—Blake... —Gala enunció su nombre con los tintes del miedo,
grabándose indeleble la imagen del menor de los inmortales
desfallecido en medio de aquella naturaleza invernal teñida por los
lienzos de un escalofriante rojo carmesí.
Se retiró de encima a Daniel, haciendo que la visión delante de sí
fuera aún más horripilante. Su quijada inferior tembló debido a la
impresión, ignorando siquiera el mecanismo normal de la
respiración. Sus músculos la guiaron automáticos, aproximándola a
quien en un acto desesperado había brindado su última reserva de
vitalidad para hacerla reaccionar. Acarició con temor sus mejillas
tatuadas en antiguos e indescifrables símbolos, pasando la yema de
sus dedos por la brutal frialdad que emanaba de su perfilada cara.
Extrañas vivencias bombardearon sus recuerdos, mostrándole el
lapso en el que la noción de sí misma fue ultrajada de súbito, siendo
reemplazada por otra que, sin vacilación alguna arremetió contra la
seguridad de Blake. Elevó con urgencia sus manos hasta la altura de
sus hombros revisando las claras evidencias, entendiendo que era
ella y sólo ella su atacante.
—Esto no puede ser —Gala se mordió la lengua para reprimir el llanto
que asfixiaba su pecho, desplegando su ofuscación en las lágrimas
que desfilaban por sus pómulos en señal de desahogo—. Despierta —
rogó ella encarecidamente recargando con lentitud su frente sobre la
suya—. Te lo pido Blake, no te vayas —sujetó sus ropas impregnadas
por el preciado líquido que emergía a borbotones, quedando atónita
al vislumbrar la gravedad de la estocada que atravesaba su abdomen.
—Tenemos que llevarlo a otro sitio.
Le oyó decir a Daniel con exigencia al ver lo drástico de la situación.
—Soy yo, soy yo la amenaza —admitió Gala sin aliento bajo el efecto
deplorable de la desesperanza—. ¡Soy yo el verdadero monstruo! —un
grito desolador salió prominente quemando sus cuerdas vocales,
consiguiendo que las misteriosas voces se percibieran ya solo como
susurros distantes cesando el aturdimiento momentáneo—.
¡Despierta, por favor! —insistió por tercera vez sin obtener
respuesta, perdiendo finalmente los estribos. Comprendiendo que
pese a todo lo acontecido en cada episodio de su maltrecha vida, era
ahora cuando ciertamente entendía el siniestro significado de la
palabra suplicio.
—¡Gala, mírame! aún es posible que Blake se restablezca —aclaró
Daniel con un temple inquebrantable ofreciéndole la serenidad de la
cual la habían despojado. Con cuidado la hizo a un lado y sin el
mayor inconveniente depositó a Blake sobre su espalda apartándose
de la azotea, no quedándole más opción que confiar en sus
afirmaciones.
El grácil repique de un objeto cercano ayudó a centrarla, colocando
su atención en la diminuta pieza de metal que en un descuido había
salido impulsada de la chaqueta que usara Blake. La admiró
hipnotizada por tiempo indeterminado, sumergiéndose con descuido
en las inestables sensaciones que gobernaban su lucidez. Atrajo el
colgante presintiendo la energía del joven inmortal destilar en las
desplegadas alas de mariposa que componían la particular joya
forjada en plata.
Actuó por mera intuición acoplándose de forma innata a la fuerza
que hacía vibrar sus células, teniendo esta vez por ventaja la íntegra
autonomía de su mente. Fue acorralada al instante por una visión
panorámica fundida en añejos árboles recubiertos en pulcra nieve,
acompañados por un viento espectral que calaba sus huesos hasta
volverlos punzantes fragmentos de acero.
Deambuló con anormal familiaridad por la zona boscaje a la que fue
transportada, adentrándose en aquellas oscuras fauces que parecían
trazarle el camino a seguir para engullirla. Era como estar en un
abismo colmado de secretos, ruines desengaños e interminables
sinsabores. Frotó sus brazos buscando el calor robado tan
forzosamente, observando con minucioso tacto la selecta biósfera en
la que se aventuraba. Todo era surreal, semejante a las páginas de
algún libro de ficción que hubiese leído en el instituto, sin embargo,
el ver su hálito salir con dificultad con la apariencia de una pesada
neblina le daban las pruebas ineludibles para deducir que era una
espectadora de las memorias ya vividas por Blake. Un lastimoso
origen, un hecho del pasado de Blake Riker que sus crecientes
habilidades le concederían testiguar sin dar marcha atrás estando
dispuesta a afrontar las inminentes consecuencias que eso desataría,
aún si implicaba acelerar su propia aniquilación.
Las sombras de dos individuos posadas en uno de los montículos de
tierra congelada le exigieron esconderse entre los ásperos troncos e
inertes raíces salientes, fuera de los campos visuales de quienes
ajenos a su intromisión continuaban sumidos en una amarga
conversación.
—Aria —la llamó Blake con una sutileza poco exteriorizada en su
lánguida personalidad, presionando los puños con la rabia latente
que degustaba en la comisura de su paladar.
Su hambre de destrucción se concebía en las diabólicas fisuras que
punteaban su temido iris, desatando parte de su impotencia en los
azulinos halos de luz que ondeaban a su alrededor una vez que su
condición estuviese restablecida. Fueron cientos los intentos fallidos
en los que trató a toda costa el de sanar las complejas fracturas que
masacraban cada uno de los centímetros que componían su cuerpo,
pero el daño en más de la mitad de sus órganos vitales era severo e
irreversible, tanto que ni siquiera los descomunales poderes de su
hermano conseguirían frenar lo inevitable.
Sacudió la cabeza ante la idea de testiguar su nefasta partida,
forzándose a presenciar el momento en que los guardianes del
inframundo fuesen atraídos por los pobres retazos de humanidad que
aún yacieran en ese cascarón desprovisto de ilusiones. Había
fracasado en protegerla, ruinmente lo había hecho. Sin excusas o
miramientos estúpidos, se había atrevido a poner sobre un delgado
hilo su bienestar ganando a cambio de su negligente ineptitud, el
consolador gesto de gratitud plena que expresaba en esa regocijante
sonrisa que le dedicara al identificar el colguije prisionero entre sus
nudillos. Blake se negó a encararla, descolocándolo las inmundas
condiciones en las que Aria había permanecido hasta que fue capaz
de dar con su paradero.
—Puedes estar tranquila, he cumplido con tus designios —Blake se
postró ante la moribunda humana con todo el frenesí que removía a
su resquebrajada alma, haciéndole entrega de la última prenda que
daría testimonio de su paso por el mundo de los vivos.
—Es un lirio blanco —atestiguó Gala algo perpleja, cerrando con
vigorizante anticipación el espacio que ocupara el accesorio que la
relacionaba con aquella mujer que tanto alteraba el comportamiento
de Blake.
—Prométeme que Bastian nunca, nunca sabrá la verdad —Aria
descubrió ante la confundida mirada de Blake, la mortal herida que
traspasaba la zona baja de su estómago, no pudiendo evitar
recriminarse el no haber defendido con más agallas a una criatura
que era inocente—. Prométeme que jamás se enterará que partí de
este mundo con su hijo en mi vientre —imploró ella con el
insignificante soplo de vida que aún se dignaba a acompañarla
mientras se afianzaba con preocupación de la vestimenta del chico,
dejando que aquellos surcos transparentes minimizaran la perdida de
la cual había sido víctima a manos de su gente.
—Si es lo que deseas que haga... —aludió Blake con cierto tormento
sin refutar su petición—. Así será —finiquitó con seriedad.
Aria tosió indeteniblemente jalando apresurada el preciado elemento
que se rehusaba a mantenerla despierta. Acercó la singular cadena a
la vez que sus marchitos ojos atesoraban la remembranza que tendría
de lo que fue alcanzar un maravilloso imposible, un amor que desde
el principio fue sentenciado por los lazos inquebrantables de la
inmortalidad condenando tanto a Bastian como a ella, a vivir una
desdicha eterna. Repasó con añoranza los meses que compartió junto
al chico de linaje divino, aceptando convencida y sin pizca de
arrepentimiento que amarle había sido no sólo lo correcto, sino
también lo más dulce, lo más sublime.
—"Aún si dejara este mundo y renaciera mil veces, mi corazón te
seguiría escogiendo en cada una de esas mil vidas" — Aria reprimió
con valentía la pena de saberle lejos, arrebatándoles igualmente la
posibilidad de ponerle fin a un relato legendario que fue escrito
tantos siglos atrás entre lágrimas y sangre. Depositó con ciega
devoción un beso en la superficie platinada haciéndole entrega a
Blake de su mayor pertenencia—. Pro-protege el alma de mi hijo —le
dijo con dificultad en esa espesa penumbra que con recelo la
arropaba—. Protégela, como su madre no logró hacerlo —fue su
encomienda justo antes de que su brazo cayera totalmente inerte.
Blake esperó unos segundos en completa pasividad, no quitando la
vista de ese cuerpo inmóvil plagado en martirizadores golpes. Una
indomable ventisca azotó la extensión del bosque esparciendo la
mágica melodía que su delicada doncella interpretara para los
espíritus con su inseparable instrumento, una sinfonía que ahora sus
queridas deidades tocaban en señal de duelo tras su muerte. Se
sostuvo con aguerrido coraje de su cadáver, padeciendo a sorbos el
infortunio de haberle dejado ir. Acomodó su larga cabellera
aspirando el intoxicante olor a lirios que escapaba de los rebeldes
mechones que caían con elegancia.
—Aria —murmuró Blake a su oído con la sinceridad palpable,
deseando que sólo ella fuera participe de su imperdonable secreto—.
Aún más doloroso que decirte adiós, es el hecho de saber que, aunque
no volverás, yo te seguiré esperando —confesó con remordimiento a
la mujer que se había dejado cautivar por un sentimiento restringido
para las criaturas mortales. Llegando al límite de sacrificarse para
que así, un tenue fragmento de su sentir tuviese la oportunidad de
continuar.
—La amabas —se dijo Gala con el rostro desencajado en insufribles
lamentos.
La rigidez extrema de sus piernas le impedíahuir, anclándola sin
misericordia al hecho que por irrefutables lustros, Blakesepultó en el
oscuro fondo de su alma condenada.
Daniel ejecutó con impecable eficiencia los preparativos primarios
para que la fortaleza de Blake se restableciera en el menor tiempo
posible. Entraba y salía deprisa cargando vendajes, recipientes de
agua tibia y todo tipo de solución médica que bastara para hacerlo
despertar, situando todo el instrumental en el borde de la cama, sin
embargo, todos sus intentos no bastaban, el joven se preservaba en
un limbo perpetuo.
—Esto es todo lo que puedo hacer para prolongar tu estabilidad —
Daniel rebuscó en uno de los bolsillos de su pantalón la cajilla de
terciopelo negro que con anterioridad estuviese en poder de Taylor
Blair.
Separó ambas secciones sacando un pequeño frasco con un diseño
poco común. Su nebuloso contenido se mecía enclaustrado,
pareciendo reaccionar al sentir en sus cercanías a un individuo con
casta divina.
—Mi hipótesis era acertada, los dioses que vagan por el mundo de los
humanos necesitan alimentarse de almas para coexistir —destapó la
misteriosa botella y sin aguardar más, se lo dio a beber a Blake—.
Confiaré en que después de esto, Gala pueda perdonar mi traición,
aunque no la culparía si se rehusara —suspiró Daniel con el agridulce
peso de los remordimientos, tal y como lo venía haciendo desde hace
poco más de tres años. Reunió sus pertenencias y así como arribara
al departamento de la castaña, desapareció.
Cuando Gala ingresó a la solitaria habitación, Daniel ya se había
marchado no sin antes haber intervenido a Blake. Entró sin hacer
ruido, encarando al somnoliento pelinegro postrado en la mullida
cama con la mitad del torso desnudo y en donde las húmedas vendas
presionaban el área afectada, ensombreciéndose con esa capa
enrojecida que surgía con menos agresividad. Acercó sus pisadas
analizando que sus facciones eran relajadas, indicativo de que su
malestar era tolerable.
—Ahora que conozco los alcances de tu sacrificio, no tengo más
opción que agradecerte —Gala extendió la palma de su mano
develando el par de colgantes que representaban la mezcla perfecta
entre un fatídico pasado y un incierto futuro—. Amaste tanto a Aria
que no te importó encadenarte al peso de su juramento —estaba tan
ensimismada que no se dio por enterada cuando ágil y
sorpresivamente, Blake despertó y se inclinó para afrontarla.
—¿Quieres saber cuál es la diferencia? —Blake sostuvo con rigor su
nuca para que ambas miradas escarlatas se enfrentaran en duelo,
sintiéndola temblar bajo su tacto en cuanto pusiera el primer dedo
para tocarla.
Absorbió hondamente rozando su nariz contra la piel de su cuello,
llenando sin pudor sus vacíos pulmones con el perfume de jazmines
que tanto había añorado cortándole tajante el aliento debido al
nerviosismo.
—Por ella hubiera entregado mi vida —admitió él, escuchándola
sollozar por su declaración tan directa, agregando con brevedad—.
Pero por ti... —calló un corto intervalo atrayéndola lo suficiente para
que su sistema entero se estremeciera delirante por su imponencia—.
Por ti, no sólo hubiese dado la vida, también habría encontrado la
forma de volver —pronunció Blake extasiado, contrayendo los
parpados con expectación al verla colocar sus manos sobre sus
pómulos en su afán de aplastar los inexistentes milímetros que les
distanciaban—. Por una sola vez, úsame para seguir viviendo —le dijo
con los sentidos trastornados por sus inocentes caricias.
—A este paso, me temo que seré tu muerte, Blake —confesó Gala,
permitiendo que él la halara hasta que sus labios se rozaran con la
comisura de los suyos, saboreando con deleite el furor de la ansiedad.
—Entonces moriremos juntos —selló Blake su promesa con el calor de
sus besos, dando la apertura de un catastrófico réquiem, uno que,
desde hace trescientos años atrás empezaba a tocar con bella
melancolía las primeras notas de una trágica e infausta despedida.
Las glaciales gotas caían dóciles, apacibles, meciéndose al ritmo de
un compás que sólo ellas eran capaces de percibir. Propagando un
agudo lamento, un grito fantasmagórico que promulgaba con sosiego
por un castigo que al igual que en ese instante, jamás se vería venir.
Únicamente él atendería sus exigentes disposiciones, sólo él y nadie
más estaría al tanto de la escabrosa verdad que el agobiante invierno
sepultaría bajo sus entrañas.
El repicar incesante de las sirenas se extendía apabullante por el
perímetro de la zona escolar, atrayendo de forma masiva la
curiosidad malintencionada de la comunidad estudiantil. Tanto
docentes como alumnos se mostraban aturdidos, desconociendo las
razones que orillarían al joven Taylor Blair para cometer semejante
calamidad.
Las decenas de policías se movían con cierta paranoia, denotándose
la atmósfera tan llena de incomodidad en la que se veían obligados a
trabajar tras presenciar los acontecimientos ocurridos horas atrás.
Sus semblantes traslucidos e incertidumbre marcada testificaban las
dimensiones tan horripilantes del hecho en cuestión. No quedándoles
más alternativa que efectuar sus labores con profesionalismo para
así, poder retirarse de aquella penosa escena en la menor cantidad de
tiempo.
Un silencio sepulcral enmudeció a los presentes en cuanto dos
asistentes procedieran a levantar el cuerpo que, envuelto en negras
láminas plásticas, vería por última vez la llegada de un nostálgico
crepúsculo, un triste trazo de una oscura realidad.
—Lo lamento, Taylor —manifestó Daniel con cierta falta sin relegar
su mirar de la camilla que era encauzada con discreción al interior de
la ambulancia, apartado de testigos que consiguieran escuchar su
comprometedora declaración—. Sin embargo, usarte fue la mejor
opción —admitió sin reparos o emociones de por medio.
Continuó inspeccionando en la lejanía a esa marejada de individuos
que se desplazaban sobre el escenario que había construido con sagaz
esmero, colocando cada evidencia e indicio de un modo tan
estratégico, que su nombre no quedaría involucrado en una posible
lista de sospechosos. Su movimiento había sido impecable al
aprovecharse de la vulnerabilidad de un inocente que aceptó tomar el
papel de conejillo de pruebas, despojándolo de la mayor fortuna que
un mortal podía llegar a poseer. Su alma.
Un lúgubre viento le dio la bienvenida cuando arribara a la azotea del
edificio escolar en donde Taylor Blair ya se mantenía aguardándole. Su
atención enteramente dirigida hacía aquella inmensidad no hacía más
que acentuar la marcada inestabilidad emocional que taladraba su
cordura, rasgando la delgada barrera entre lo real y lo trágico. El
metálico sonido de la puerta cerrándose lo hizo virar sobre su costado,
alcanzando a vislumbrar su alto perfil postrado en el umbral de la
entrada. Una limpia sonrisa marcó sus labios al verle abordar,
liberando un sonoro suspiro de resignación.
Avanzó con sigilo deduciendo hasta la más mínima ráfaga de aire que
se transportaba fuera de él, proyectando la bella soledad que inundaba
la propiedad. Se detuvo con brevedad a encarar a quien en un acto
fuera de lo normal, le había obsequiado la cajilla que sostenía consigo.
Incitándolo a aceptar la perturbante oferta que, escrita en una
elegante caligrafía, pondría el punto final a una dolorosa historia.
—Nunca pensé que el intachable Daniel Bridger, gustara de irrumpir en
casilleros ajenos —atacó Taylor con sorna obviando lo sucedido.
Golpeó su hombro izquierdo con el paquete que irritado estrujaba
entre sus dedos lanzándoselo en un vacilante tiro.
—No estoy aquí para discutir trivialidades, Blair —explicó Daniel
mientras se hacía espacio, quedando a espaldas de su preceptor—. Te
haré una recomendación —musitó sin un tinte que delatara sus
secretos propósitos—. Abstente de subestimarme —inhaló con honda
ansiedad a la vez que retomaba la distancia interrumpida e intentando
recobrar la compostura prosiguió—. Además, si aceptaste el
ofrecimiento que se estipula en la nota, dudo mucho que quieras
hablar sobre asuntos de menor transcendencia.
—En eso debo darte la razón —Taylor le dijo con quietud, perdiéndose
en el glamoroso paisaje situado delante de la barandilla de seguridad.
Un profundo sacudimiento lo hizo estremecer, impulsándolo a dirigirse
hacia los límites que, cercados con vallas de acero, aclamaban por su
cercanía. Las heladas gotas de sudor resbalaban por sus sienes
acentuando el tronido ensordecedor de sus propios latidos siendo
bombeados en la punta de sus tímpanos.
—El proceso ha comenzado —aseveró Daniel con el amargo sabor del
desazón rozando en la comisura de sus labios. Con prisa desmanteló
las dos extremidades que componían la caja envuelta en terciopelo
negro, presentando una inusual botella que, de manera llamativa
fulguraba en diversas gamas de color azul—. Debemos apresurarnos,
soólo tenemos una posibilidad de que funcione.
—¿Qué quieres decir? —exigió Taylor una respuesta concisa o al menos
creíble de su parte—. ¡¿Qué está ocurriéndome?! —se afianzó con
fiereza de los barrotes tratando de soportar frente a su espectador, el
agonizante malestar que destrozaba sus entrañas.
—Estás muriendo —fue la clara contestación de Daniel. Un tiro tan
cruel que no dejaba cabida a dudas, pero sí abría el acceso a
innumerables aclaraciones.
—¿Qué estás diciendo? —Taylor pretendió asimilar el impacto tan
descomunal que era recibir una noticia tan devastadora, negándose a
creer que su existencia se estuviese diluyendo con la misma facilidad
con la que Daniel se lo había comunicado.
Mandó a sus piernas a ponerse en marcha, sosteniendo su maltrecho
ser en una de las alambradas antes de que sus rodillas terminaran por
hacerlo caer. Sus pensamientos iban uno contra otro abalanzándose en
un laberinto del que ya no habría escapatoria. El miedo lo abordó en
su máxima expresión, concediéndole el privilegio de reflexionar los
acontecimientos desarrollados las pasadas semanas. Quiso mofarse de
su incredulidad, pero sus músculos eran una miserable masa inerte
que habían olvidado como obedecerle. Ahora todo cobraba un siniestro
significado.
—¿Eres un farsante, no es así? —calló de pronto. Respiró con premura
y forzando a su organismo a resistir, prosiguió—. Fui un completo
imbécil al consentir usarme —Taylor rio con acidez—. ¡Has engañado a
todos, inclusive a Gala! —escupió el rencor que quemaba en sus
palabras, dilatando sus pupilas hacia aquellas que se negaban a
desmentir sus férreos argumentos.
—¡Te equivocas! —soltó Daniel con impaciente rabia alzándolo varios
centímetros desde el cuello de la camisa—. Si bien es cierto que
durante años he traicionado su confianza... —aflojó el puño que
estrujaba su uniforme, rechazando la opción de permitirle
examinarlo—. Su bienestar ha sido mi más grande prioridad y
persistiré en velar por ello aún a costa de cualquier principio, Taylor —
le enunció con una sinceridad irrefutable—. No solo conozco tus
sentimientos hacía Gala, también los comparto, lo que por desgracia
nos convierte en los soldados de una demoledora guerra en donde
nuestro destino será perecer —meditó en el incierto futuro que se
desataría dentro de poco, encontrando una minúscula llamarada de
esperanza en el contenedor que resplandecía ansioso de saciar su
voraz necesidad.
—¿Qué esperas obtener de mí, Daniel? —indagó sin miramientos,
arrastrándole fuera de los remordimientos que día a días lo engullían.
—Tu alma es lo que me ha traído hasta aquí —dijo Daniel tajante,
derrumbando cualquier tentativa de negarse a ejecutar los planes que
tenía trazado sí la seguridad de la joven Brenton continuaba siendo
amenazada—. No aminoraré tu tortura Taylor, ni mucho menos te
ofreceré frases que te consuelen —señaló los vistosos riachuelos
carmesí que salían expuestos por los orificios de sus oídos y fosas
nasales—. La muerte es algo incontrolable, no obstante, en ti depende
hacer de ella un sufrimiento tan terrible como lo desees —concluyó con
melancólica pena. Se inclinó hasta llegar a su altura, siguió sus
indicaciones al pie de la letra y en minutos lo inevitable sucedió.
—Una pregunta más —lo llamó sin vigor—. ¿Eres humano? —riñó
Taylor preso de un falso agotamiento, sintiendo el abrazador fuego de
sus costillas pulverizarse con una agresividad ahora tolerable.
—Lo soy —fue la hiriente afirmación de Daniel.
—No lo pareces —sus brazos cedieron a la gravedad, oscilando
inmutables a cada extremo.
—Tras vivir un siglo he olvidado como serlo —fue la sombría revelación
de Daniel, quedándose grabado en sus memorias el rostro
descompuesto de Taylor una vez digiriera el trasfondo de su confesión.
Las fallas sistémicas fueron masivas orillándolo a sumergirse en el
precipicio que, tras él, añoraba devorarlo sin compasión. Quince pisos
en caída libre y aquel horripilante dolor, finalmente dejó de sentirse.
Buscó entre sus ropas el colorido frasco que con anterioridad
contuviera ese extraño fluido que le diera a beber al chico de
ascendencia inmortal estando ahora vacío. Apresó el recipiente entre
sus nudillos, escuchándose el crujir de la base de vidrio siendo
sometida al peso de su fuerza.
—Ya puedes estar tranquilo, Taylor —le citó Daniel a alguien que, por
amor, sacrificó su derecho de cohabitar en el mundo de los vivos y en
el de los muertos—. Gracias a tu intervención, Blake contará con la
vitalidad requerida para proteger a Gala —elevó su mano en el aire,
permitiendo que la fría brisa de la tarde esparciera los delicados
restos de cristal. Brindándole la oportunidad de que sus pocas estelas
surcaran con plena libertad el esplendoroso horizonte que hoy se
postraba ante su presencia.
Las piezas de aquel terrorífico ajedrez tomaban sus puestos
correspondientes después de una prolongada espera, ejecutando con
saña magistrales jugadas que terminarían por eliminar a los peones
más débiles, tal y como desafortunadamente lo había sido el caso de
Taylor Blair.

Los primeros vestigios del ocaso se hacían notar en aquellas paredes


en donde las sombras flotantes dibujaban figuras amorfas que sólo
cobraban coherencia en la majestuosidad de la noche. Sus manos
viajaron a sus castaños cabellos, apreciando la increíble suavidad que
se desprendía de esos mechones impregnados con un exquisito aroma
a prohibición. Blake centró los ojos en la vergonzante expresión que
fluía desmedida en esos ardorosos orbes granate, releyendo el tierno
secreto que la pequeña Brenton retenía en su frágil persona.
—¿Temes amar a un alma condenada? —Blake le consultó con recelo.
—¿Quién te dice que ambos no estamos condenados? —devolvió ella
sin apartar su mirar de ese otro que la sumergía en un abismo
tintado en angustia—. No deseo que seas la luz que traspase mi
oscuridad —se abrazó con espontaneidad a la desnudez de su pecho—.
Deseo que seas aquel que me enseñe a amar en mi escalofriante
mundo de tinieblas.
La tibieza de su aliento acariciaba la curvatura de su hombro con
roces electrizantes envolviéndolo en una alucinante dimensión
desconocida. Retuvo su infantil perfil, delineando tortuosamente el
adorable rubor que tatuaba sus pómulos con candidez innata. Rodeó
su cintura con sutiles maniobras, acercando su liviana silueta a la
imponencia de su torso revestido por delgados vendajes de curación.
—Trescientos años atrás por deber juré sobre mi sangre entregarte
mi lealtad eterna. Trescientos años después, por amor juro sobre esta
alma condenada que mi eternidad es tuya, aún cuando el infierno que
a ambos nos maldijo finalmente nos de alcance —Blake situó el
pendiente de alas de mariposa en el puesto que le concordaba,
asumiendo delante de todo tipo de criatura sobrenatural que Gala
Brenton era su mujer—. Más que un motivo... —haló con sutileza de
sus muñecas cruzando sus brazos por su reacio abdomen rompiendo
las barreras físicas que se interponían en su camino hacia su
codiciada prisionera—. Más que una razón... —la hizo callar de súbito
mientras Gala intentaba objetar, situando el dedo índice encima de
su entreabierta boca.
Sonrió al sentirle temblar totalmente paralizada bajo su tacto,
disfrutando de los delirantes sacudimientos que él infundía en aquel
menudo cuerpo de mujer que parecía reconocerle al más leve toque
expectante por su contacto. Ella le pertenecía, cada célula, cada fibra
se lo gritaba. Era suya, sólo suya. Aspiró con urgente apuro el
embriagante perfume de jazmines que se desprendía de la
cremosidad de su piel, tragando con rudeza el fuego que su instinto
avivaba en las profundidades de su sangre enardecida.
—Eres una dulce necesidad —susurró Blake como un ronroneó a su
oído siguiendo un sendero imaginario desde su mejilla derecha hasta
su mentón. Hundiéndose en el indefinible placer de besarla,
atrapando esos adictivos labios con sabor a pasión y caramelo que
ofuscaban sus sentidos.
Un gemido de disgusto lo obligó a separarse con prudencia, lanzando
maldiciones en un idioma incomprensible para quien le conducía a
recostarse por precaución. Prensó la quijada hasta mostrar su filosa
dentadura, haciendo un esfuerzo sobrehumano por disimular el
punzante daño que perforaba su vientre al tener varios de los puntos
de la herida expuestos.
—¡Iré por más vendas! —le comentó con marcada preocupación Gala,
frenando el apesadumbrado llanto que sofocaba su garganta.
—Esto no es tu responsabilidad Gala, ¡entiéndelo! —mencionó Blake
deprisa anticipando la atormentante situación, deteniendo el andar
de la chica que con agilidad se había puesto de pie para auxiliarlo.
—Por favor... —pidió encarecida sin atreverse a enfrentar la
tenebrosa verdad que se velaba detrás de sus sádicas acciones.
Sollozó resignada, afectada física y emocionalmente por una
circunstancia que estaba fuera de su autocontrol—. No digas nada
más —Gala abandonó el aposento huyendo de las malévolas voces que
manipulaban su cerebro. Alzó sus manos temblorosas, pudiendo
percibir aún el ferroso olor de la sangre inundar su afilado olfato.
Tan nítido, tan puro. Atrofiando su consciencia, despertando esa
enfermiza hambre a muerte e infierno juntos. Una sed que sólo
encontraría consuelo en ese universo plagado de destrucción que por
designio divino había sido creado para saciarla.
Estaba por recobrar sus pasos cuando una característica energía le
cortó la respiración inmovilizando sus piernas a la rígida madera.
Escudriñó los bolsillos de sus prendas, centrándose en el colgante
que cargaba oculto en su abrigo. Los cuatro diminutos pétalos de
plata resplandecían atrayentes, hipnotizándola en un oleaje de
sensaciones muy contradictorias a las que hubiese experimentado al
tener el colguije de mariposa. Esta vez la calidez había desaparecido
dándole acceso a un afecto mucho más turbio y en cierta forma
aterrador. Había un secreto, un origen que aquella joya anhelaba
enseñarle. Y dejando que así fuese, autorizó que su mágica
naturaleza hablara para ella.
Un conjunto de árboles moribundos nubló su vista panorámica,
diseñando con ingenio una ruta clandestina que con audaz
inteligencia fue capaz de descifrar. Gala transitó el resto de la senda
en línea recta, encubriéndose del hombre que, sumido en el peso de
sus penitencias, vigilaba con sumo detalle al bulto postrado en una
inmunda banca de parque. Analizó con fascinación las familiares
facciones de ese sujeto. Sus ojos destilando en medio de la penumbra
estudiaban el obsesivo interés que la menor le infundía al extraño,
aprovechándose de la inconsciencia de la infanta.
—¿Hermosa, no te parece?
Fue el cuestionamiento que recibiera aquel discreto asistente
capturando por entero su atención.
—Bastian —fue el nombre que fragmentó el juicio de Gala.
Ahora lo comprendía, ese fue el día en el que había escapado del
funeral de su madre. El día en el que fue sometida por el mayor de
los hermanos Riker, a vagar desorientada mientras la melodía de una
caja musical hechizaba su mente. Presionó el collar de lirio blanco
que bailaba inquieto en la palma de su mano, deduciendo lo que
deseaba informarle al hacerla participé de aquella revelación.
—Se trata de una niña ordinaria, no veo en donde está lo particular
en eso —respondió sin fundamentos el joven, no resistiendo el
enorme impulso de tocar la rebelde cabellera caoba que con fastuosa
finura reposaba en la superficie del asiento.
—Ella es mi mayor creación —exhibió Bastian con orgulloso
vanaglorio, bastando decir eso para que su sirviente se alejara—. Ella
es mi pequeña mariposa —unió su frente a la de la menor
depositando un fugaz beso en sus cabellos antes de distanciarse—. Mi
tierna diona —finiquitó con el iris encarnado cual demonio.
—¿Has dicho, diona? —insistió nuevamente sin creerlo del todo el
chico—. Imaginaba que eso se trataba de una simple leyenda —posó la
vista en la figura femenina que dormitaba fuera de cualquier
contexto—. ¿Cómo?... ¿Cómo lo has hecho? —insinuó con
nerviosismo—. Su nacimiento ha profanado las leyes del inframundo,
¿cierto? —no hacía falta alguna respuesta, la conocía.
—En efecto —objetó Bastian sin amedrentarse siquiera—. Hasta los
guardianes del más allá sucumbieron temerosos al verla. Lucía tan
indefensa, tan minúscula cuando retozaba sin vida en ese repugnante
vertedero de basura en donde su mezquina progenitora la dejó morir
a merced de la intemperie —resurgía en sus vivencias ignorante del
efecto catastrófico que engendraba en su atónita espía—. La alimenté
con la divinidad de mi sangre obsequiándole mi posesión más
preciada —aferró la cadena de lirio blanco que pendía de sus ropas—.
Le di un alma mortal para que lograra subsistir —rio con pavoroso
jubilo.
—Eso significa que una vez ella perezca jamás obtendrá el derecho a
reencarnar —reiteró mecánicamente el tema que Bastian dominaba
mejor que nadie.
Bastian la comparó con la huérfana de hace seis años, modelándose
en sus labios un semblante lleno de un triunfo anticipado.
—He moldeado con infinita paciencia su corazón, haciéndome
acreedor de todas sus lágrimas y sus más arraigados miedos —
Bastian eliminó con su pulgar las huellas de su llanto, tocando con
deleite las agresiones que palpaban sus rosadas mejillas—. Lo más
transcendental ocurrirá cuando trastorne su espíritu a tal grado, que
ni mil infiernos podrán contener la furia de su insaciable apetito a
devastación —le confió la punta de una descomunal madeja que
corría presurosa con la fuerza de tres siglos de odio.
—¿No crees que morir hubiese resultado un calvario menos atroz? —
aquel desconocido la compadeció por un breve segundo, conociendo
por experiencia el interminable pasaje de espinas que aún le faltaba
por recorrer.
—¿Lo dices por ti? —Bastian anticipó las patéticas ideas que rondaban
alteradas por su cabeza, soltando una hueca carcajada al viento como
sinónimo de burla—. No vengas a darte estúpidos baños de moral
cuando fuiste tú quien solicitó hacer un pacto conmigo.
El tono amenazante lo atravesó haciéndolo callar.
—Está bien, ¿qué quieres que haga? —masculló entre dientes para
mitigar la ira que el joven Dios gozaba provocarle.
—Tú serás su protector —se irguió con soberbia de la envejecida
banca en donde estaba sentado—. Sin embargo, no te inmiscuirás en
ninguno de los sucesos que lleguen a marcar su vida —Bastian
puntualizó de inmediato la parte vital de su contrato.
—¿Se puede conocer el motivo de tu advertencia? —instó al chico
pelinegro le esclareciera, proponiéndose recoger a aquella durmiente
e indefensa muñeca de trapo.
—Hace más de cincuenta años cuando viniste a rogar mi ayuda tú
mismo lo citaste —aclaró Bastian como lo más evidente frenándolo en
su posición— "Las cicatrices son un recordatorio imborrable del
sufrimiento".
Volteó enfurecido para refutarle, pero Bastian Riker se había
desvanecido. El mecer de las ramas era acompasado, arrullando con
encanto a la que, dentro de un lapso de tiempo determinado se
transformaría en el blanco perfecto de brutales ataques.
—Tu problema no será vivir en un oscuro mundo de tinieblas —los
rayos de luna iluminaron sus joviales rasgos debelando su retorcida
identidad—. Sino existir en un mundo de luz, y aún así, sentirte
rodeada por monstruosas pesadillas —el chico auguró el peso de un
cataclismo indetenible.
—¡Es Daniel! —clamó Gala al borde de un ataque de histeria general.
Retrocedió asustada colisionando con las raíces podridas que
sobresalían de los mantos de tierra añeja e inservible. Corrió
zancadas completas sin detenerse, ajena del tesoro que por torpe
descuido había dejado caer.
Bastian contempló su retirada sin pretender parar a la intrusa,
presintiendo intensas emanaciones de energía dispersarse por los
palmos del terreno. Era un poder extraordinario, no había otro
apelativo para describirlo. Aún si se mantenía en una etapa de
inmadurez indudable, su talle era excepcional.
—Así que tienes la facultad de ver las remembranzas reprimidas
dentro de los objetos —Bastian juntó la brillante flor de plata de
entre los escombros, reconociendo la peculiar habilidad de la
retrospectiva que Gala Brenton había aprendido a controlar. Una
destreza tan rara que incluso a un ser de su casta le fue imposible
dominar con tal aptitud—. Un alma mortal es incapaz de efectuar una
hazaña como esa —se quedó estático observando como todas las
piezas del rompecabezas comenzaban a encajar de una manera
espeluznante—. Has... Has heredado el brío de tu madre, pequeña
mariposa —miró al lado opuesto hasta ver a Daniel Bridger perderse
fuera de su campo visual, para luego ubicar sus rojos orbes en el
pasadizo de hojas que siguiera la castaña en su empeño por huir de
los lazos que hoy entendía eran tan sagrados como irrompibles.
—¡Eres una Diona!
Oyó farfullar con humillante desprecio sobre sus oídos haciéndola
sentir por vez primera expuesta y señalada. Rasgó con apuro su boca,
jalando precipitadamente del aire que requería antes de asfixiarse.
Diona, había sido el inflexible título que Blake empleara en su
presencia. La etiqueta que el propio Bastian manejaba con habilidad
al relacionarla con él, e incluso Daniel lo había articulado dentro de
sus visiones. Pero ¿por qué?, ¿cómo era eso posible?, si era por
demás evidente que tenía padres que demostraban su procedencia o
al menos familiares que descendían de su misma línea hereditaria.
Rio nerviosa en un vano intento por recuperar algo de cordura
tragándose a bocanadas sus desencajadas afirmaciones. Necesitaba
creerlas, necesitaba aferrarse a la alternativa que le quedaba para no
perderse en las sombrías sensaciones que ambicionaban dominarla,
aún si cada fibra le gritaba que estaba equivocada. Prescindía fingir
que su universo continuaba siendo el que conocía. Ese que
demostraba que había venido al mundo por la maravillosa obra de
una mujer que la había amado, y no por la perversa intervención de
entes que ni siquiera encajaban en la definición de humanos.
—¿Aún no lo entiendes, pequeña diona?
De nuevo fue llamada por aquel alias que removía sus viseras hasta
presentir el vaivén repugnante de las náuseas rozar con sus papilas
gustativas. Estaba acorralada, rodeada por lóbregos vigilantes que de
forma empeñada ondeaban sus afiladas lenguas con la clara
intención de lastimarla. Arremetiendo sin tregua los argumentos que
atinaban a salir en su auxilio, fomentando a sus inestables emociones
a corromperse. Clavó sus uñas en la piel de sus manos pretendiendo
resistir el enorme impulso que vociferando descontrolado, le incitaba
a sumergirse en esa monstruosa oscuridad que desde su niñez la
había visto formarse casi como otra extensión de su personalidad.
—Todo cuanto has vivido ha sido un engaño.
Engaño. Una expresión que a primera instancia podía sonar tan
ordinaria que era muy fácil el dejarse envolver sin parecer culpable.
Una palabra de seis letras armadas con una letalidad tan burda que le
cortaban el aliento. Silabas siniestras que fueron diseñadas para
estrangularla sin titubear si estaba en ella la tentativa de huir de
aquellos delicados hilos que conformaban la telaraña en la cual se
había fraguado su existencia.
Bufó de forma autómata repitiendo un sinnúmero de veces un
término del que ignoraba su significado. ¿Existencia?, ¿la conocía
siquiera? Una mueca semejante al desdén se esculpió sobre sus labios
al ser hincapié en ese imprevisto pensamiento causando que las
atormentantes lágrimas que reprimía se escurrieran con la
devastadora furia que brotaba desde lo más profundo de su alma.
Hablar, moverse o hasta respirar, fueron acciones controladas.
Supervisadas muy de cerca por esos quienes le permitieron volar
distancias calculadas antes de arrancarle con perversidad las alas,
recluyendo su espíritu en el amparo de fríos barrotes forjados en
metales de oro y plata.
Dejó caer su cabeza ante la magnitud de su miseria, conteniéndose
entre la pared y la superficie que la mantenían erguida. Para los
testigos que la rodearon sólo fue un desventurado pajarillo sin
nombre, una criatura lamentable que deambulaba más por instinto
que por necesidad. Sin embargo, para cada uno de sus verdugos la
sentencia de ese apelativo fue unánime.
—Víctima —Gala moduló con un timbre de voz tan gutural que los
vellos de sus antebrazos se erizaron al percibir aquel sonido tan
escalofriante e irreconocible. Como si fuese otra esencia y otro ser
los que cobraran dominio en el lienzo en blanco que por insufribles
años fue preparado para esa nueva parte que ahora despertaba.
—¿Acaso no lo sientes? —asaltaron con parsimonia, aterciopelando los
comentarios para que sonaran tan inofensivos como brutales—. Eres la
hija de la noche. El eslabón perdido de este mundo y el siguiente.
—¿Un...un monstruo? —enunció ella con pesadumbre en busca de una
respuesta que sin duda conocía.
—Lo eres —fue su apasionante afirmación.
Ya no había marcha atrás, era demasiado tarde. Por fin estaba rota.
—Lo... soy —fue lo último que logró articular con las cuerdas vocales
distorsionadas, denotándose en sus vibraciones que rallaba en el
umbral de la amargura.
Un "crack" se escuchó provenir estrepitoso desde su interior,
rompiéndose finalmente todas sus defensas en miles de pedazos. Sus
extremidades cayeron inertes con ella aún de pie mostrándola como a
una muñeca a la cual la habían desprovisto de su fuente de energía
vital. Su pulso perduró detenido bajo la presión de un órgano que
persistía estático, frígido. Negándose a palpitar contra un cuerpo que
apenas e inhalaba oxígeno.
—Es hora de saciar tus instintos.
Prensó la quijada hasta que sus dientes se abofetearon uno contra el
otro produciendo un rechinido que aún en su posición lo advertía
distante. Transcurrió un fragmento de tiempo, un llano suspiro en el
que todo se hundió en una quietud pavorosa. Un limbo perpetuo. Un
instante en el que sus miembros temblaron incesantes,
convulsionando con agonía gracias al fluir desmesurado de la sangre
que cual veneno destrozaba con poderío el paso entre sus venas.
Prevaleciendo los aterradores balbuceos que quebrantaban las
barreras que anclaban su ultrajado juicio en la realidad.
—Extiende tus alas y aprende a volar, tierna diona.
Fue la orden que demandante se infiltró en ese mar de nebulosa que
era su subconsciente, forzando a su corazón a trabajar bajo un ritmo
caótico e hiriente. Una feroz corriente de adrenalina invadió la punta
de sus dedos haciendo a sus nudillos crujir cual trozos de cristal,
paladeando con anticipación el metálico aroma que empezaba a flotar
en su subyugada atmósfera. Su garganta quemaba mientras más se
aproximaba ese característico olor hacia su agudo olfato, aclamando
por el consuelo que sosegaría la sed que la bloqueaba con insistencia.
Ansiaba probarla, deseaba viciarse en el embriagante sabor de las
lágrimas, tortura y muerte que parecía acariciarla con absoluta
tentativa. Cada fibra suya lo solicitaba con la misma desesperación
con que ese otro individuo le rogaba encarecidamente, retornara de
las enigmáticas fauces que tenían secuestrada su voluntad.
—¡Demonios, reacciona! —Blake pendió con ligereza de sus hombros—
. ¡Por favor, Gala mírame! —clamó con la angustia palpable y
desgarradora, afianzándose con aguerrido desaliento hacia la
persona que parecía no reconocerlo.
La mujer que le analizaba con las gélidas pupilas tan dilatadas como
dos cuencas vacías, no era más esa chica jovial y algo torpe de
cabellos chocolate que había arribado a su maltrecha vida hasta
desequilibrarla. Respiró con pesar midiendo los extremos de la ira
que comenzaban a avivarse. Ella no era más su pequeña Brenton.
—¡Haz que vuelva! —rugió Blake al borde de la locura. Inclinó su
rostro lo suficiente para que su aliento rozara los confines del oído
de Gala, haciéndola partícipe del deseo que sometía las riendas de su
orgullo inquebrantable—. Te lo imploro, devuélvemela —reposó su
frente en el espacio disponible de su clavícula, chocando las
temperaturas tan contrarias que de ambos emanaban en una
maravillosa fricción. Calló de rodillas aún abrazado a la cintura de la
joven, enfatizando le regresaran a esa quien, sin poder tolerarlo más
se había abandonado en un torbellino de innumerables desconsuelos.
—Olvídalo, hijo de Afrodita —se mofó ella con cinismo del menor de
los Riker, desfigurando esa angelical cara en una sonrisa casi
maquiavélica.
Gala lo embistió con una fuerza descomunal robándole el aire tan
sorpresivamente que sus facciones manifestaron su estado de
estupor. El ensordecedor tronido del concreto hizo vibrar las paredes
contiguas de la estancia, desplomándose todas las decoraciones
anexas al muro que era perforado en decenas de cuarteaduras.
Aguardó inmóvil recuperándose del sofocante impacto, arrastrando
con ofuscación el intoxicante perfume tan característico de la castaña
que sin pudor alguno barría de lleno con su raciocinio.
—"No es ella, no es ella..." —fue el detonante que dentro de su cerebro
le solicitaba centrarse, pero era una tarea colosal si entendía que en
algún rincón de su mente quizás aún se mantenía Gala en espera de
que le auxiliara—. ¡Sé que estás ahí! —Blake guardó silencio en breve,
descubriendo su propia silueta en las huecas pupilas que le sostenían
con recelo—. ¡Tú eres más valiente que todos ellos, así que, por favor
no los escuches, Gala! —mencionó los espectros que seguramente
estaban remordiendo sus sentimientos—. No eres el monstruo que
todos ellos afirman —la vio titubear una fracción de segundo,
trastabillando lejos de él un par de metros—. ¿No lo comprendes?
eres y sigues siendo más fuerte que todos los que intentamos
destruirte —también se mencionó entre los promotores de su
desgracia—. Eres la mariposa que abrió sus alas ante un mundo
horrible y aprendió a volar a pesar de estar rodeada por miseria y
sufrimiento. ¡Esa eres tú!
—¡Es inútil! ¡Yo no soy más esa niña estúpida! —Gala dijo con enojo,
manteniendo un inestable gesto de turbación.
Sin razonarlo siquiera Gala hundió sus afilados pinchos en la carne
que cedía justo antes de ser despedazada, admirando fascinada el
recorrido que hacían los riachuelos escarlatas una vez emergían de la
piel caliente y lesionada para veloz fundirse con la blancura de las
vendas que cubrían el abdomen del pelinegro. No bastaba. Más,
anhelaba más. Sus poros ardían en impaciencia por verle explorar
todas las facetas de la fatalidad y deleitarse al vislumbrar como el
tono de sus ilegibles símbolos se combinaban con el tintar rojo que
haría avivar de sus heridas abiertas de palmo a palmo.
—Mancillaré cada centímetro de ti —declaró ella neutral forzando
más el agarre de su cuello.
—¡Hazlo! —la retó Blake sin vacilación en sus explicaciones—. Te
aseguro que mientras sea bajo tu mano, no me importará morir —
confesó con franqueza, presintiendo la soltura de sus músculos—.
Mientras seas tú quien la provoque, hasta la muerte puede tener un
sabor dulce—sonrió con tal autosuficiencia que la hizo paralizar.
—¡¿Por qué no me temes?! —enroscó su puño izquierdo en esas
sedosas hebras azabaches, avecinándolo tanto a ella que sus pómulos
cosquillearon.
—¿Temerte? —recalcó Blake por segunda instancia sintiendo su tibio
respirar—. Imposible, Brenton.
—¿Por qué? —tan involuntario y sutil. Un tenue susurro que quedó
resguardado en el reducido espacio que compartían libres de
inhibiciones.
Yació su frente sobre la de Blake en un movimiento esporádico,
cerrando los parpados como si disfrutara en reserva de las
sensaciones que electrificaban su espina dorsal. Ninguno hacía más.
Únicamente permanecían quietos, consumiendo a frenéticos jadeos
del aire que flotaba con dificultad.
—Eres mía, sólo mía —le dijo él con ronca expresión—. Tu sonrisa, tus
lágrimas y tus temores... —besó apenas su boca—. Desde hace
trescientos años todo eso me pertenece sólo a mí, a nadie más —
deslizó sus rojizos ojos por los confines del collar de alas de mariposa
que tintineaba por los destellos de la luz artificiar que difería del
techo para nuevamente enmarcarlos en esos otros que se retraían
desde la base del iris—. Déjame estar contigo. Ya sea en tú infierno,
en el mío o en el que venga.
—¡Él miente!
El aturdimiento fue repentino, lo necesario para hacerla alejarse del
chico inmortal. Su cuerpo colapsó hasta retraerse en un minúsculo
ovillo exhibiéndola como a una impotente masa flácida.
—¡Destrúyelo! ¡No eres más que un monstruo, una simple arma creada
para causarle dolor! —atacaron con mayor hincapié obligándola a
retomar la compostura.
—Blake, es-escapa... —habló Gala con una gota de razón, irguiéndose
con los lacerantes rastros de llanto tatuados de forma imborrable.
Presionó las sienes en un acto reflejo por apaciguar el malestar que
presentía dividiría en secciones diferentes los huesos de su cabeza.
Los reprimidos estremecimientos, así como el delicado halo de sudor
impregnando algunos rebeldes mechones revelaba el esfuerzo
sobrehumano que tenía que manipular para sosegar los latigazos que
fulminaban sus células.
—¡Basta, no más! —lanzó ella fuera de sus cabales presa de un
violento lamento.
Era demasiado castigo, demasiada crueldad. Todo lo siguiente
aconteció muy aprisa. Una penetrante punción colocada con
estrategia en la base de su cuello conforme un ardiente líquido
entraba de lleno a su sistema, fueron los causantes de hacerla virar,
enfrentándose directamente con ese mirar azulino que le veía
colmado de remordimientos.
—¿Da-Daniel? —evocó con la vista ennegrecida el nombre de quien,
situado con gran astucia a sus espaldas había inyectado un contenido
desconocido para serenarla.
—Todo estará bien, Gala —musitó Daniel con gentileza, atrapándola
en el aire antes de que su cuerpo se estrellara contra la superficie del
suelo—. Debió de haber sido muy duro de soportar, ¿cierto? —
cuestionó apesadumbrado a quién ya no podía responderle, retirando
con el dorso de su mano los vestigios de las lágrimas que aún
emergían fugaces.
—¿Qué fue lo que le indujiste, Bridger? —Blake no demoró en
demandar le especificara, recogiendo en el trayecto la peculiar
jeringa que, con premeditación, Daniela había acertado operar. Alejó
irritado el tacto que defensor se cerraba sobre la joven mujer,
comprobando que, en efecto, Gala estaba sumida en un lejano sueño.
—Contestaré a todas tus preguntes, pero por ahora tenemos que
llevarla a un lugar seguro —Daniel se giró con evidente incomodidad
capturando la correa que pendía de su mochila—. El medicamento
que fluye en su organismo nos ofrecerá algunas horas de ventaja
antes de que su presencia vuelva a ser detectable por las criaturas
sobrenaturales —expuso con simplicidad dirigiéndose al umbral de la
salida.
—Hiciste un pacto con Bastian, ¿no es verdad? —no era muy
complicado para Blake hacerse una idea a raíz de las facultades que
el ojiazul maniobraba con suma inteligencia.
—Ya te lo dije, Riker —Daniel no lo encaró, bastaba con aquel pesado
mutismo para darse una hipótesis del demoledor panorama que
afuera de esas barreras los esperaba paciente—. Ella estará indefensa
tras ese límite y aunque sea difícil aceptarlo, ninguno de nosotros
podrá protegerla —suspiró frustrado haciéndole ver que había
asuntos de mayor transcendencia—. Llegado ese tiempo ni tú, ni
nadie podrá evitar que Bastian de con su paradero —rebuscó en uno
de los bolsillos de su pantalón un diminuto frasco con un llamativo
brebaje ambarino, indicándole que era primordial ingerirlo—. Bébelo,
también tenemos que desaparecer nuestras presencias.
—¿Desde hace cuánto eres un servidor de ese malnacido? ¡¿Cuántos
años llevas engañándola?! —sin rodeos estúpidos, Blake exigió una
aclaración lo bastante sustentable para confiarle a Daniel el bienestar
de Brenton sin correr el riesgo de traicionarles.
—¡Soy el protector de Gala! —se defendió él de sus reacias
acusaciones.
—¡Lo eres sólo porqué tú patética existencia depende totalmente de la
suya! —Blake conocía el insuperable costo que acarreaba el firmar las
terminologías de un contrato impuesto por Bastian Riker—. No trates
de aminorar tu doble moral conmigo, sé que una vez ella abandone
este mundo, tú serás el siguiente.
Daniel quiso forzar una sonrisa para desmentirle, sin embargo, sus
labios decayeron en una agridulce línea dejándolo fuera de juego. No
había evidencias que defendieran su posición en el tablero de ajedrez
en el que lo habían colocado hace ya tantas estaciones. Ese era su
objetivo, el motivo que regían sus días desde que entregara su futuro
en las garras de aquel depredador de almas que frenó su encuentro
con la muerte.
—Velar por su integridad sin importar el medio del cual me he valido
para obtenerlo, ha sido mi misión por más de una década —Daniel
despeinó sus cabellos en una arrebatada acción, deseando que todo lo
acontecido fuese diferente. Que sus precipitadas decisiones hubiesen
sido otras. Ambos se enfrentaron en una callada batalla, siendo
Daniel el que le pusiera punto final—. Confía en mí, aún si mi mundo
se acabara puedes apostar que me quedaré a su lado hasta mi último
segundo.
Tras esas palabras no volvieron a entablar alguna otra conversación.
Abordaron con sigilo uno de los vehículos estacionados en la acera
evitando llamar la atención de los vecinos o transeúntes aún visibles.
Se perdieron en el solitario escenario que, por su cuenta se
encargaría de desaparecer sus estelas bajo el amparo de los copos de
nieve que caían en esa amarga noche de invierno. El preludio de una
helada guerra en donde como peones, tendrían que proteger a la
Reina Blanca de un peligroso Rey Negro. Condujeron por largas horas
sin detenerse, reconociendo las siluetas de los frondosos árboles
trazar los ventanales paralelos. Estaban en el bosque, en un área lo
suficientemente apartada para que el sonido natural de los animales
y demás habitantes fuera nulo. No había ruido, no había viento. Todo
cuanto los circundaba estaba inmerso en una parálisis inmutable, lo
que indicaba que una barrera rodeaba el perímetro de la zona. Una
vez dentro no lograrían salir a menos que una formidable energía
estuviera involucrada.
—Este fue mi hogar en la época en la que aún tenía una familia —
Daniel mencionó la envejecida construcción postrada enfrente de
ellos. La cabaña era estrecha, maltratada en su mayoría por el golpe
de las eras que testiguaron la partida irremediable de sus padres y
hermano—. Vamos, llevémosla adentro —el movimiento afirmativo le
indicó que procediera, Blake seguiría sus pasos.
El interior era cálido pese al desatiendo notorio del espacio. Una
mesa de madera, un sofá roído con largas cortinas amarillentas
recubriendo los ventanales manchados por el moho, eran los
accesorios básicos que decoraban la estancia principal. Seguidos más
adelante por un solo pasillo que cercaba la entrada a cuatro
habitaciones contiguas.
—Lamento las condiciones —Daniel se disculpó mientras se hacía
camino al tercer dormitorio disponible—. Esta era la recamara de mis
padres, así que es la más amplia de todas —observó con curiosidad al
chico de ojos carmesí adentrarse en aquel reducido territorio,
depositando a su amiga sobre la mullida cama con una fragilidad
inusitada.
Blake estaba preocupado y desafortunadamente tenía argumentos de
peso para estarlo. Se recargó en el marco de ingreso, meditando las
frases adecuadas para expresarse delante del joven de casta divina.
Una idea lo asaltó, Blake necesitaba conocer la verdad.
—¿Cuánto más planeas retrasarlo? —Blake preguntó planamente sin
apartar su interés de quien dormitaba entre sabanas rotas,
disgustándole que aquel mal presentimiento continuara
incrementándose con la intención de Daniel a no hablar.
—Imagino que antes tienes que conocer las causas que me orillaron a
acudir con Bastian —no hubo interrupciones. Aclaró su timbre vocal y
prosiguió—. Marginados. Fue la denominación con la que los
miembros de mi familia fueron calificados. Fuimos desterrados
injustamente por una sociedad elitista e intolerante que no permitía
el que individuos enfermizos amenazaran sus mezquinos destinos.
Condenados a coexistir del alimento que las inmundas ratas
rechazaban. En donde un trozo de pan rancio era un vago espejismo
que podía darnos una pizca de fe y animarnos a despertar por las
mañanas —Daniel soltó un gruñido—. Mi padre murió al verse
forzado a construir una casa que ofreciera un techo a sus hijos y
esposa —abofeteó su palma contra la madera humedecida—. A los
meses siguientes mi querida madre lo acompañó. Sin ingresos que
solventaran sus costosos fármacos, se deterioró al grado de
convertirla en un famélico guiñapo que contaba paciente sus días en
ese mar de agonía que acarreaban sus síntomas —le dijo sumergido
en aquella pesadilla que fue su pasado—. Mi madre padecía de una
extraña enfermedad congénita, la misma que mi hermano y yo
habíamos heredado por parte de ella. Un mal terriblemente doloroso
e incurable. Por lo que era cuestión de aguardar para que ese calvario
que los dos presenciamos tantas veces, nos correspondiera
experimentarlo.
—Fue ahí que diste con Bastian —fue más una aseveración que un
cuestionamiento.
—Te equivocas —Daniel movió el dedo índice de izquierda a derecha—
. Buscaba un tratamiento que aliviara el martirio de mi hermano y el
mío. Una salvación que la medicina no me otorgaría jamás. Y fue
entonces que di con ese libro —la pureza de sus ojos se nubló de
pronto—. Aún en mi carente rango económico, me consideré un lector
ágil e inteligente. Hambriento del conocimiento que me permitiera
ampliar los horizontes limitados que se marcaron con mi nacimiento.
En aquellas páginas se hacía mención de una quimera, un ente de
capacidades divinas. Un Dios al que todos los escritos enjuiciaban por
su facultad de ultrajar las almas humanas a cambio de favores que
terminaban encadenándote a su inflexible yugo —rememoró la
espeluznante estrofa con la que concluía el texto que erróneamente
aprovechó—. Un pacto disfrazado de grilletes. Una eternidad más
atroz que ser lanzado a mil infiernos. Mejor el diablo, mejor la
muerte —se burló con sarcasmo—. Y estaba en lo correcto, cada una
de esas malditas letras estaban acertadas. Tenía diecinueve años
cuando sentí la inclemencia de la soledad absoluta mientras me
sujetaba del cadáver de mi hermano. Y al no haberlo rescatado, le
puse precio a mi libertad.
—¿Cómo trataste mis lesiones? quiero que me digas de qué artimañas
te valiste para reprimir los símbolos que me devoran —Blake lo retó
sin más.
—Ha sido un largo siglo lo que he tenido para estudiar a tu gente.
Domino las aptitudes inmortales e híbridas, sus debilidades, todo. Yo
fui quién fabricó el recipiente para abstraer la esencia de Taylor Blair
minutos anteriores de que él saltara de un quinceavo piso —sus
facciones acentuadas por el remordimiento eran innegables. La culpa
estaba ahí, latente y constante.
—¿Suicidio? —devolvió Blake sin cambiar su reacia postura. Los
hechos eran indudables.
—Suicidio, homicidio o intervención divina, ponle el nombre que más
te satisfaga, pero no me juzgues tan duramente, que gracias a que te
alimenté con ella, tus posibilidades de defenderla son más factibles —
Daniel posó su mirada en la castaña preparándose para proceder—.
¿Conoces su verdadero origen y el por qué fue creada?
—Lo sé —Blake haló con afecto de su muñeca, mezclando su
inmutable temple con la calidez de la suya—. Gala es una diona —
acomodó un mechón detrás de su oreja—. Ella es el contenedor
mortal del alma que Bastian impusiera en su interior con el claro fin
de castigarme —dibujó con la huella de su pulgar sus tersas mejillas
con la esperanza de encontrar aquella familiar candidez que tanta
paz le brindaban, no obstante, está se había desvanecido—. Condenó
a su primogénita a sobrellevar una infelicidad aún más temible a la
que fue sometida la mujer que lo cautivó.
—No sólo es el instrumento que Bastian forjó para exterminarte —
bastó informarle aquel dato para que obtuviese su entera atención,
era obvio que el segundo miembro de los Riker lo omitía—. Gala
Brenton, es la llave capaz de abrir las cadenas que contienen tú sello
de maldición —Daniel le comentó con marcado nerviosismo,
intuyendo que Blake entendería el significado oculto de sus palabras.
—¿Qué dijiste? —Blake avanzó hasta Daniel en tres zancadas enteras,
elevándolo en las alturas desde las solapas de su abrigo—. ¡Estas
mintiendo! ¡Bastian me la impuso, sólo él puede retirarla! —reiteró la
oración que por siglos enteros aprendió a memorizar.
—Te engañó, siempre lo ha hecho —objetó Bridger sin amedrentarse,
conservando la mente despejada—. Armó las piezas del rompecabezas
con una precisión tan brillante, que no quedó un cabo suelto que
ayudara a aminorar tu destrucción inminente. Su jugada fue perfecta
—la presión de su vestimenta fue menor, reflejando el estado
trastornado de Blake.
—Estás insinuando que... —se reusaba a admitirlo, debía haber otra
salida.
Blake caminó hasta los confines del lecho hipnotizado por el compás
inestable de sus espasmos musculares. Se envolvió con desespero a
su cuerpo. Tocando, sintiendo, comprobando que en efecto. Ella
respiraba, ella aún vivía.
—Aunque te niegues a creerlo, esa fue la intención de tu hermano
desde un inicio, y llegado el momento no tendrás más opción que
elegir —Daniel auguró lo que ocurriría tarde o temprano.
—¿Me pides que la sacrifique para ser libre? —Blake escupió con la
acidez que quemaba sus entrañas—. ¡Nunca! ¿Me escuchaste? ¡Nunca!
—No sólo es tu decisión, también es la de ella —posó una mano en su
hombro en señal de compasión. Era preciso que Blake concibiera el
derecho de Gala a escoger al menos por una vez el destino que desde
su creación le fue prohibido. Pero Blake ignoró su sugerencia.
—¿Cuánto más estará así? —Blake masculló entre dientes para
refrenar la catástrofe que a pedazos caería hasta aniquilarlos.
Daniel no insistió más, su indirecta fue resuelta.
—El efecto del sedante se disipará pronto, salgamos para que pueda
reposar tranquila.
Los brazos de Blake se quedaron vacíos, despojados de todo lo que la
pequeña Brenton significaba.
—Prefiero morir en tus manos, que ser yo quien te arrebate la vida —
sentenció Blake cual secreto sin conocer a ciencia cierta el por qué lo
mencionaba. Agrandándose la pesada lámina de agitación que
estrangulaba sus pulmones una vez el pomo de la puerta era girado
para no volver abrirse.
Sus enrojecidas alas se agitaban dóciles, apacibles en ese escenario
de penurias que engrandecían su diabólica belleza.
—Te encontré...
Fue el mensaje que, tras esa fortaleza el viento le hizo el favor de
llevar hasta ella. Porque tal y como la frágil mariposa que buscaba al
lobo aún consiente de que moriría. Ella estaría unida a él hasta que al
igual que la pequeña mariposa, viera cumplido su fatídico destino.
—Bastian.
—Bastian.
Fue el nombre que Gala proclamó en medio de una perpetua
inconsciencia hasta fundirse en un sacudimiento abrazador.
Bastian permaneció estático disfrutando con plenitud de todas las
inexplicables reacciones que su cuerpo en automático extendía a
modo de respuesta. El ardoroso matiz de sus pupilas recorrió con
nefasta ironía las barreras que altivas fungían de murallas,
pretendiendo salvaguardar a la joven Brenton de su retorcida
influencia. Se mofó con la acides desdeñosa y afilada.
Si bien era un hecho que aquel escudo le negaba el acceso, también
era verdad que el alado vigilante que agitaba con elegancia sus
enrojecidas extensiones, si contaba con la destreza suficiente para
obligar a su dulce diona a salir, aún a costa de los esfuerzos inútiles
que ambos peones se empeñaban en lanzar para obstruir sus
movimientos. Era demasiado tarde para apartarle o siquiera
disuadirle en detenerse. El lazo que los unía estaba más vigente que
nunca. Tan fuerte e indestructible que Gala lo percibía aún atrapada
entre esas endebles paredes de madera, anhelando por un encuentro
que sin vacilar le concedería. Una jubilosa mueca de anticipación se
modeló en su boca, permitiendo que ella fuese el reflejo de lo que sus
premeditadas acciones desatarían con la mayor de las alevosías.
—Tráela a mí.
Fue la orden que con firmeza receptó la mariposa una vez desplegara
en posición de vuelo sus alas, danzando con presuntuosa gracia en
una mágica atmósfera que con tenacidad repelía su proximidad.
Arribó con cautela en los límites del ventanal de la alcoba principal,
analizando con crudo detenimiento a la muchacha que reposaba
intranquila tras el ambarino cristal manchado por los años.
Un halo de luz destiló en las sombras materializándose al instante
siguiente en el interior de aquellos desolados dominios. Un territorio
que con aguerrido ahínco osaba defender a una inestable bella
durmiente. Una doncella que aun contra la voluntad de sus dos
príncipes guardianes, aclamaba por la cercanía de un cruel dragón
que prefería mil veces devastar todo rastro de vida en el mundo a
concebir la idea de tenerle más tiempo en la lejanía.
Ella revoloteó curiosa por los confines de la habitación, pareciendo
meditar el momento preciso para confrontarla y descender.
Los sutiles sollozos huían de sus labios resecos e incrustados en
punzantes hendiduras, plasmando a lo largo de sus demacradas
mejillas el sendero de las lágrimas que ni en sueños se atrevían a
brindarle un poco de consuelo. La misericordia era un término que
no había sido escrito en su destino, la postura que le correspondía
tomar dentro del tablero que era su existencia le confirmaban que no
lo merecía, ella jamás sería digna de piedad. Después de todo, ¿por
qué tener condescendencia del ser que fue creado exclusivamente
para causar dolor?
Gala despertó exaltada tirando aprisa del cargante aire destilado en
humedad e incesante podredumbre. No le importó en lo absoluto,
sólo deseaba respirar. Necesitaba llenar sus pulmones de algo, lo que
fuese. Quería comprobar por sí misma que seguía ahí, presente y
sobre todo viva. Sus parpados temblaban con pesadez presa de las
secuelas que aun vagaban dispersas por sus venas, haciendo que sus
puños se restregaran en su intento de espantar el aletargamiento.
Probó erguirse empleando el roído pedestal para impulsar su
estropeado organismo y así permitirles a sus músculos recobrar un
poco de condición. Su mente era una sombría nebulosa en donde los
retazos de realidad se entremezclaban uno con otro desorientándola,
aturdiendo sus oídos el peso de todas esas voces que atacaban a la
vez. No siendo más que un puñado de jueces tiranos que ondeando
sus lenguas viperinas gozaban verle herida, reducida a un inmundo
guiñapo que había perdido la autonomía de sus acciones. Era un
juguete, la insana diversión de alguien que la había fabricado pieza
por pieza, encajando cada segmento hasta tornarla en la
monstruosidad que se delimitaba en los contornos del desusado
espejo situado unos metros fuera de su perímetro. Viró al lado
opuesto, no contando con la valentía para observar en lo que la
habían convertido.
—¿Tienes miedo de verte? —farfulló uno de ellos con cinismo,
tanteando un terreno en donde no tenía jurisdicción—. ¿Tanto es tú
pavor de presenciar tu verdadera identidad? Vamos, mírate y deja de
retrasar lo inevitable — instigó con una naturalidad tan abrumadora
que le erizó los vellos.
—¡No sigas! —Gala presionó los extremos de sus sienes desechando la
opción de prestarles atención.
—Sabes, eres quizás más temida que el peor de los demonios —le dijo
otro más—. Sólo tienes que voltear y lo comprobarás.
—¡Paren esto! —ella no se doblegaría, de ninguna forma se dejaría
arrastrar por el deseo que latía desenfrenado, tan incrustado en sus
huesos que tenía que forzarse a tragar los gemidos angustiantes que
quemaban en el fondo de su garganta.
—No eres más que un simple instrumento, un arma que perderá su
valor una vez sea utilizada —una tercera esencia se hizo notar, quizás
de todas ellas, esta era quien más le infundía temor—. Eres la hija de
Eros —algo dentro de su alma se paralizó robándole el aliento—. La
diona que fue concebida con el único fin de arrebatar el corazón del
traidor.
Escupió con tal inclemencia dentro de su lucidez que sus piernas
flaquearon ante la intromisión de quienes ansiaban mostrarle las
dimensiones tan ilimitadas que podía llegar a poseer si tan solo las
aceptaba. Más de una vez trató de desplazar alguno de sus miembros,
sin embargo, estos se afianzaban cual garras hacia el piso apolillado.
Rígidos, tensos e impasibles. Cada una de sus extremidades trataba
de comunicárselo en su propio lenguaje inexpresivo. Ella no debía
moverse, ella no debía mirar, pero lo hizo.
—No es posible —sus palabras murieron después de eso arrancándole
toda capacidad de entendimiento. Su quijada se abrió y cerró en un
manejo repetitivo hasta que sus heladas manos la oprimieron,
corroborando que su tacto era tan glacial que le impresionaba que su
órgano central pulsara con normalidad.
Admiró petrificada el cadavérico color que pintaba sus pómulos
finamente remarcados asemejándola a una quebradiza figurilla de
porcelana. Tan rota, tan usada que las tibias gotas de llanto se
deslizaron abatidas, evitando hacer el menor ruido que exhibiera su
estado ante los demás individuos de la residencia. Una honda
devastación emanó al percatarse de lo que la lustrosa zona reflejaba,
desechando frenética el rugido que cual eco se coreaba sofocante en
sus tímpanos hasta ensordecerla.
—¡Eres un monstruo! ¡Eres su monstruo!
El intenso carmesí que se tintaba en la circunferencia de su
terrorífico iris desconectó de súbito su cordura, identificando al ente
que también poseía aquel par de ojos sangrientos. Uno de sus brazos
se izó con ansia, acortando con cierto recelo las distancias que
separaban a una silueta de la otra, uniendo dos mitades que
asemejaban el volver a estar juntas tras una extenuante ausencia.
—Son idénticos —Gala recitó infinidad de veces más cual letras
escritas en un libro de conjuros.
Alzó la vista decidida enfrentándose con la figura de una persona que
no era ella. Se aseguró de todo cuanto estaba a su alcance clavando
sus afiladas uñas en una frígida piel que había dejado de sentir. El
vacío de sus feroces cuencas le miraban sin contemplaciones,
retándola, haciendo que retrocediera hasta rebotar contra el
cabecero del lecho que frenaba su huida.
Gala tocó con pavor su rostro rayando en la desesperación, arañando
los pliegues de su cara que eran removidos por su brusco trato. El
oxígeno que rondaba la habitación le era insuficiente, presintiendo
que sus viseras se encrespaban con dureza listas para vaciarse.
Mordió su lengua evadiendo el gritar, siendo partidaria del diminuto
intruso que curioso actuaba como espectador posicionado desde su
hombro.
—. Tan iguales... —apenas fue un débil susurro resaltando una doble
sincronía en sus cuerdas vocales—. Tan iguales a los suyos —Gala
echó para adelante su cabeza, entregada por entero a las turbulentas
sensaciones que afloraban sin remedio desde las profundidades de su
espíritu mancillado.
Había llegado la hora. El Rey Negro reclamaría a su preciada Reina
Blanca.
Una potente ola de energía emanó desde el espacio que ocupara aun
en trance, lanzando dispersas vibraciones que derribaron los escasos
decorados que con anterioridad estaban anclados a los muros. Los
vidrios laterales crepitaban violentos, formándose en su superficie
decenas de cuarteaduras que amenazaban con derribar la estructura
completa, seguidos de cerca por los pesados leños que conformaban
el techo, perdiendo la estabilidad a raíz de una descontrolada fuerza.
—¡Gala! —la llamó Blake con la impaciencia palpable desde el umbral
de la entrada seguido muy de cerca por Daniel, quien razonando los
acontecimientos con mayor sensatez que su acompañante, bloqueaba
los avances del chico hacia donde Brenton persistía convertida en
algo que desconocían.
—La encontró... —Daniel musitó involuntario recorriendo los rincones
del dormitorio hasta vislumbrar atónito a la particular mariposa roja
posada en uno de los costados de Gala—. ¡No te acerques a ella! —
logró mencionar Bridger al ser retirado de mal modo por el azabache,
quien repudiando su consejo se abalanzó en la trayectoria que
señalaban los restos de escombros e inagotables cortinas de polvo.
Mil maldiciones fueron formuladas colapsando todas en la misma
resolución. Bastian ya los había ubicado. Haló sus cabellos
sintiéndose desarmado. Ahora ninguno de los dos podría protegerla,
él había venido por ella—. ¡Riker, tienes que apartarte! —pero Blake
deliberadamente lo ignoró—. ¡Aléjate, tu hermano est...! —no
consiguió concluir su advertencia, una inmensa explosión
desencadenó el derrumbe total de la construcción.
Sus cuerpos fueron despedidos con rudeza en dirección al ventanal
posterior, rodando varios metros al exterior entre el musgo, restos
de cristales rotos y bastimentos. Blake fue el primero en recobrar el
conocimiento minuto después, manteniendo el silbido de la colisión
afectando su orientación. Se arrastró en medio de las deplorables
ruinas, restándole relevancia a las cortaduras o la molesta contusión
que inutilizaba su pierna derecha. Inspiró con tosquedad percibiendo
el crujido anormal de su caja torácica.
—Demonios —chasqueó irritado por la situación.
Se impulsó con ambos brazos probando sostener su peso verificando
que, en efecto la región superior de su tórax y área abdominal habían
sido lesionadas al incrustársele una de las vigas de hierro. Palmeó la
llamativa zona coloreada ahora en escarlata, soltando un suspiro de
frustración.
—El daño es serio —dijo Blake sin mayores complicaciones dando por
finiquitado el asunto.
Tener la certeza de que la chica había permanecido en el interior de
la cabaña durante el derribe fue suficiente para colocar en segundo
puesto lo indiscutible de sus heridas. Prensó las ropas que lo
revestían simulando una especie de torniquete improvisado que
frenaría la hemorragia, exigiendo a cada parte de su sistema
resistiera soló un poco más. Estaba por darle comienzo a su marcha
cuando una colosal presencia se desbordó por los alrededores, lo que
significaba que la barrera que los protegía se había desvanecido. No
era necesario girarse para conocer la identidad de quien se situaba a
sus espaldas, aguardando atacarle sólo por extender su macabra
diversión o bien, porque no era él el objeto de su interés
—No te la llevarás —amenazó Blake sin amedrentarse, mandando al
infierno la irrebatible desventaja de habilidades tanto físicas como
sobrenaturales. Si acertaba un golpe tendría demasiada suerte, pero
la furia y el odio se enunciaban tan perceptibles que la adrenalina
ardía ansiosa haciendo tronar sus nudillos, contrayendo los puños
mecánicamente ya preparados para emplear la poca estela de poder
que aún le brindaba algo de claridad.
—Despreocúpate que no seré yo quien vaya, será ella quien venga a
mí —le aseguró Bastian con vanaglorio, dando de lleno en el
inquebrantable orgullo del menor.
No lo pensó, ni siquiera analizó las consecuencias. Sus feroces ojos
adaptando la apariencia de una bestia encarnando ese carmín
espeluznante. Estaba por iniciar el combate, acertar la primera
estocada garantizaba una minúscula ventaja, no obstante, el tiempo
pareció detenerse cuando Gala emergiera en su vista panorámica tan
ágil que fue imposible redimir su acción. La tierra abrió sus fauces
ante el inclemente estremecimiento, ocasionando que los árboles a su
redonda cayeran víctimas de una batalla que no les concernía. Una
cálida sensación de alivio lo inundó al ver que estaba sana y salva de
cualquier contrariedad, desvaneciéndose esa agradable emoción al
divisarla tras un campo de fuerza con una neutralidad que lo abortó.
—Lo protegiste —fue más una afirmación desencajada que un
cuestionamiento por parte de Blake.
—En el ajedrez, la reina está consciente de que fue diseñada para
sacrificarse por el rey —respondió Gala sin titubeos, denotando una
agriura retadora en su frase—. Si quieres llegar a él, primero tendrás
que eliminarme a mí.
Blake tragó con dificultad, esa niña lo estaba provocando.
—¿Por qué lo haces? —enunció el pelinegro en tono desconcertado,
viendo con lastimosa decepción que la joven no paraba su
semblante—. ¿Tan importante es Bastian para ti? —quería oír su
inferencia.
—Lo es —reiteró ella haciéndole daño.
—¡Gala! —¿Desde cuándo pronunciar su nombre dolía tanto? Blake
disminuyó el trayecto que los distanciaba, alcanzando a sentir el
delicado aroma a jazmines en cada centímetro que cruzaba para estar
a su lado. Ese olor inconfundible que atrofiaba su razonamiento, ese
perfume que en modo sosegado le informaba que la esencia de la
mujer que había conocido estaba preservada, quizás perdida, pero
seguía ahí.
—No te equivoques conmigo, hijo de Afrodita —le dijo Gala
siniestramente explotando su burbuja. Moduló un gesto escalofriante
en su perfil angelical, sonriendo con simulada ternura mientras se
alzaba en puntillas y susurraba—. Yo nací por él y para él. Te guste o
no, le pertenezco.
—¡Lamento contradecirte! —Blake cogió con enojo un puñado de sus
cabellos para encararla, milímetros que traspasó al rozar su nariz
con la propia consumiendo su errático aliento—. Me perteneces a mí
pequeña Brenton y ni tú, ni nadie cambiará eso —acarició la textura
de sus mejillas memorizando desde su suavidad hasta el número
impar de lunares que se tatuaban con gentileza—. Tú y yo, nacimos
para consumirnos en una misma oscuridad —frotó con aspereza la
fina línea que trazaban sus labios rosáceos, barriendo de lleno con el
leve jadeo de protesta que escapó imperceptible de la boca femenina
al besarla sin pudor. Robando el sonido de sus objeciones,
saboreando la dulzura que sólo se descubría para él, reconociéndolo.
La encerró en un posesivo abrazo importándole un comino que
Bastian tuviera un privilegiado puesto en aquella íntima escena. No
obstante, fue cuando el contacto se rompió que pudo verlo, haciendo
aún más basta la grieta que dividía sus atormentados destinos. Ni
rojo, ni castaño, sus pupilas habían sido teñidas por un perturbador
negro. El rasgo distintivo de los descendientes del linaje Riker. Se
afianzó a su cuerpo abatido, rehusándose a admitir el terrible
significado que se resguardaba en ese par de perlas oxidiana. Diona y
humana, los dos fragmentos que la constituían habían sido
asimilados por ella en su totalidad. La pieza faltante había sido
colocada. El rompecabezas estaba completo.
—¿Te irás con él?
—Lo haré —dijo ella una contestación tan sencilla que le causó dolor.
Blake aferró con un mudo gesto del antebrazo de Gala, cuando
retrocediera con la intención de seguir los pasos del hombre que ya
había empezado a caminar hacía la salida del bosque, convencido que
ella le alcanzaría con ciega devoción.
—Por favor, quédate conmigo —Blake le solicitó encarecido,
estrujando con infantil ahínco de su ropa invernal. Distinguió un
rastro de indecisión en las facciones de la joven, desistiendo en su
afán de retenerla al tintinear una lágrima rebelde escurriendo con
una agonía tan tortuosa que algo dentro de él estalló en cientos de
pedazos, ultrajándole de súbito todo rastro de esperanza. Un
pensamiento lo aturdió haciéndose más y más lastimoso—. Si
respondes a mi acertijo, prometo que no me opondré a verte marchar
—disputó severamente afectado tomándola por sorpresa, siendo
capaz de leer entre líneas las resoluciones al presentimiento que
martillaba al punto de enloquecerlo.
—De acuerdo, haz tu consulta —le animó a continuar Gala.
—¿Cuál sería la mentira más cruel que le dirías a una criatura
inmortal? —habló Blake impasible, atento a cualquier reacción que
apoyara su veredicto.
Un amago de sonrisa quiso surgir en Gala, sin embargo, sus
esfuerzos se desplomaron de forma miserable. Cambió el ángulo de
su visión aspirando con urgencia del escaso control del cual disponía.
—Estaré a tu lado para siempre —fue la amarga contestación que
espontanea brotó de la boca de Gala segundos después.
Un dulce engaño que desafortunadamente estaba llegando a su final.
Una segunda lágrima se hizo rodar seguida por los quejidos ahogados
que eran amortiguados por su miembro puesto en libertad a la vez
que Blake rompía con el lazo que los mantenía unidos. Respiró
repetidas veces recobrando la compostura, limpió las huellas de su
debilidad y con voz quebradiza le dijo sin voltear a mirar a quien
dejaba atrás.
—No me busques, Blake.
El musical campaneo que realizó aquel elegante colguije sobre los
primeros copos de nieve hizo centrar su atención en este. Un crudo
viento sopló implacable sin dejar indicios que le ayudaran a dar con
su paradero, desapareciendo en esa nevada noche de invierno. La
chica se había desprendido de un sólo tirón de la cadena de alas de
mariposa que rodeara su cuello, otorgándole con la prenda forjada en
plata el eterno recordatorio de que sin errores de por medio, había
fingido estar dormida durante su larga conversación con Daniel,
haciéndola conocedora no sólo de su identidad, sino también del
fatídico desenlace que por más de trescientos años había sido
fraguado para castigarlos.
—Si tú te atreves a morir sin mi permiso nunca te lo perdonaré,
Brenton —desafió Blake hacía quien elegía desaparecer con el
acreedor de sus más horribles pesadillas. Colocando una pausa
momentánea al epílogo que pronto narraría en sus ensangrentadas
páginas, el momento justo en el que el peón negro y la reina blanca
se enfrentarían hasta que uno de ellos optara por sacrificarse para no
ver perecer al otro.
Una puerta. Eso era lo que se encontraba en medio del decadente
parque a donde habían arribado. Todo a su alrededor se predisponía
a ser especialmente extraño, rodeado por una mística aura que de
alguna manera resultaba pareciéndole familiar, adentrándola en un
laberinto de emociones que le daban la bienvenida por la larga
ausencia.
La soledad, el abandono e incluso la tristeza impregnaban el
ambiente regocijadas en conjunto por su bienhechora aparición. Sus
extremidades por reflejo se desplazaron hacia el antiguo portón azul
que imperioso se erigía más adelante, poniendo especial atención en
las gruesas enredaderas o el vistoso follaje que sellaban el acceso. Sin
cerraduras que comunicaran con una posible vía de entrada, era
lógico intuir que nadie hubiera pisado lo que sea que fuese lo que ahí
se ocultara y aun así, algo muy dentro le decía que ese sitio había
sido elaborada para ella.
—"Tuyo".
Fue el clamado que delirante desbocó trastornando sus latidos.
—Este es mi obsequio, pequeña mariposa —comunicó Bastian
leyéndole la mente, ofreciéndole una paternal caricia a sus sedosos
cabellos caramelo invitándole a hacer rodar la perilla montada en
falso oro—. Esta puerta es el lazo que nos unirá a los dos en el mundo
de los mortales —explicó con tranquilidad—. Sólo yo soy capaz de
conjurarla, pero... —tomó de su mentón y enfrentó en duelo sus
temibles miradas, sintiéndose satisfecho al no obtener ni una pizca
de cobardía que pusiera en entredicho su situación—. Sólo la hija de
Eros cuenta con el poder para abrirla —enfatizó la parte clave
empujando con suavidad de sus hombros para que se aproximara,
ganando en la muchacha un fallo positivo.
Las náuseas subían precipitadas por todo lo largo de su tubo gástrico
constriñendo su estómago en espasmos frecuentes. Caminó hacia la
rara portezuela guiada por una intrigante expectación,
manifestándose su creciente nerviosismo en el halo de neblina que
fluía forzado por la variabilidad de temperaturas.
El flash de un inquietante Deja Vu, se apoderó de su subconsciente al
colocar sus dedos en el pomo de la puerta, pronosticando que era
otro tiempo y otra persona la que estaba frente a la entrada de
madera azulosa. Las contagiosas risas infantiles, la agradable brisa
de otoño y el revolotear de aquel oscuro insecto la mortificaron,
desistiendo de manera fugaz al oír los sofisticados movimientos de la
maquinaria que desobstruía los accesos.
Gala vaciló asustada de sus memorias rehusándose a ingresar en esas
fauces que le invitaban a proseguir. Una gota de sudor resbaló hasta
su temblorosa mandíbula al repasar en sus circunstancias, orillando
a todas ellas a una sola interrogante, ¿qué significaban esas visiones?
Su lapso de quietud había terminado, Riker le solicitaba entrar. El
zumbar de las luciérnagas iluminó su transitar con cálidos centelleos
fluorescentes, admirando embelesada la belleza fantasiosa con la que
elaboraban figuras en las penumbras.
—Lirios blancos —Gala pensó en voz alta al registrar la asombrosa
cantidad que circundaba por el basto espacio.
Un pinchazo de pena comprimió el pecho de la chica, impidiéndole
pasar saliva al hacer un conteo mental de todas las flores perladas
que resaltaban con majestuoso encanto. Miles y miles de ellas, cada
una representando un ínfimo vestigio de los días que Bastian había
padecido lejos de Aria desde su fallecimiento. Un altar al amor que
fue decretado a sufrir en vida y prevalecer intacto aun en la muerte.
—¿Tanto así la echas de menos? —le consultó Gala algo sorprendida
por la demanda, acercándose a los preciosos montículos. Los minutos
vinieron uno seguido del otro en donde no obtuvo alguna
afirmación—. ¿Quisieras verla? —avisó enigmática mientras se
dedicaba a jugar con los incandescentes insectos que le seguían con
fervor. Se situó cerca del impresionante estanque invitando a sus
afables admiradoras a obedecer sus mandatos. Sus manos se
movieron con destreza, dibujando símbolos indescifrables en un
manto nocturno que sería el referente de la magnitud de sus recién
adquiridas habilidades.
—Pero si esa melodía es... —Bastian no pudo continuar.
Las ondas acuáticas se mecían por el fluir arrullador del viento
creando aquella inconfundible armonía que por insufribles siglos
creyó enterrada, fuera de una dimensión a la que su especie jamás
tendría acceso. Las luciérnagas refulgían doradas bajo las capas de
agua, bailando al compás de un vals que sonaba en todas las
direcciones encantando su vuelo, envueltas en una seductora
hipnosis.
—Bastian...
La gama de sentimientos que lo bordearon lo desarmó. El demoniaco
de sus orbes fue desterrado al distinguir la particular silueta, el largo
cabello ébano cayendo tan grácil que era irreal mientras que el
timbre de su voz despedazaba los límites de su cordura poniéndole en
peligro. Era una ilusión, una fantasía esplendida generada por una
digna portadora de su estirpe. Una quimera que ni siquiera él, era
capaz de ejecutar con tal pericia aun con la gran carga de siglos que
tenía acuestas.
—Aria —balbuceó Bastian casi como un quejido torturado el nombre
de la mujer que resurgía como poseedora de sus más lamentables
sueños.
Cada trozo de su alma mutilada la reconocía exigiéndola de vuelta a
cualquier costo. No lo pensó, simplemente se dejó llevar por el deseo
de sentirla, engañándose con el espejismo de creerle viva. Descansó
su frente junto a la suya, jalando con agresividad del oxígeno que se
combinaba con su fragancia a lirios, naturaleza y lluvia. Rozó con sus
temblorosos dedos la cremosidad de sus pómulos, temiendo romperle
de alguna forma inexplicable.
—Tu partida me hizo tanto daño —confesó roto—. Es tal el caos que
me causaste, que incluso tengo miedo del sonido de mi corazón
latiendo dentro de mí —Bastian limpió con inusitado cariño el desliz
de las lágrimas que caían en el rostro ajeno. Haciendo más grande el
vacío que los apartaba cuando la consistencia de su fisionomía
comenzó a desintegrarse—. ¿Me dejarás de nuevo? —lo hacía.
Su maravillosa utopía había expirado, privándolo de todo ese
universo de luz que Aria representaba al formular un apagado —
"Perdóname, por favor perdóname"—, desapareciendo en el radiante
fulgor que era devorado por las sombras.
—Mi madre, era muy hermosa —soltó Gala con desgarradora
franqueza la oración que hería desde lo más profundo, deseando salir
presurosa al exterior.
—Tú me la recuerdas bastante —admitió Bastian minutos después
mitigando su rigidez facial al evocarla—. Heredaste su carácter —se
concedió el derecho de sonreír en plenitud, originando un
desequilibrio en quien le veía con marcado estupor—. Tan torpes, tan
descuidadas... —le dijo con tinte risueño—. Tan entregadas a lo que
aman —desvaneciendo ese genuino gesto de complicidad al
rememorar todos los atroces acontecimientos que sin piedad habían
deshecho su oportunidad de estar con la humana que aún seguía
añorando pese a los siglos y la eterna espera—. No pretendo
justificarme, tampoco pido que entiendas las razones que han
motivado lo que he hecho contigo desde el día en el que incrusté el
alma que te hace ser lo que ahora eres —realzó su interés a la
exuberante cantidad de estrellas que pincelaban el cielo, testificando
la veracidad de su desdicha—. Tienes que entenderlo, ¡le confié lo que
más atesoraba y él lo destruyó! —la rabia asestando una puñalada
directa en las lesiones que aún perduraban sin cicatrizar. Tan agudas
y encarnadas que era insoportable no anhelar morir—. Esa mujer
humana, siendo tan dócil, tan libre como una hoja que viajaba sin
rumbo por el firmamento, llegó a envolver al peor de los monstruos
con su calidez. Brillando, siempre brillando, abriendo con su sola
sonrisa las puertas de un mundo que desconocía, pero que, por estar
a su lado, por hacerla feliz, estaba dispuesto a arriesgarlo todo por
ella, sólo por ella, pero ¡por su falta lo perdí todo!, y también la perdí
a ella —una aseveración tan contundente que hizo a Gala estremecer.
—¡Blake es inocente! —vociferó aguerrida sustentando una retadora
postura—. Todo lo ocurrido fue por voluntad de Aria, él sólo honró
sus deseos de no incrementar aún más tú suplicio —Gala retomó la
calma al pensar en el enorme calvario que fue para el ojinegro
preservar el secreto de quién indirectamente fue la culpable de
encadenarlo a la infelicidad—. Con su última gota de aliento ella le
pidió protegerme, es por ello por lo que Blake aceptó entregarte sin
objeciones sus poderes y transformarse en tu ayudante —especuló
hastiada—. En ese despiadado cazador que enviaste para
exterminarme —el rencor tangible, azorando cada fibra con saña
innegable.
—¿Exterminarte dices? —maquinó Bastian con temple impenetrable,
apuntando un sentido oculto en sus palabras—. Blake no se hubiese
atrevido a lastimarte, ni ahora, ni nunca —la coraza de acero puesta
en su sitio, instaurando la quebrantada flaqueza que exteriorizó—. Él
se arrancaría los miembros uno a uno antes de tocar uno de tus
cabellos —acomodó un vago mechón café tras su oreja resaltando su
comentario—. Desde el primer instante en el que te conoció le
cautivaste con loca obsesión, querida hija —sus expresiones
desplegándose con triunfo, irradiaban el goce que lo inundaba al
señalarla por aquel apelativo.
Ella era algo real. Era la prueba fehaciente de que su sentir por Aria
había desafiado no sólo a los dioses, sino también a los guardianes
del inframundo. Gala era la personificación encarnada de la vida y la
muerte. El frágil recipiente hecho de carne, sangre y huesos que
contenía las dos mitades más aterradoras de ambos mundos. La
carnada que, sin compasión usaría para atraer a su hermano hasta
postrarle de rodillas listo para cortarle la cabeza.
Los primeros rayos de sol se colaron por los vidrios adyacentes a los
asientos del automóvil forzándolo a recobrar la lucidez. El malestar
generalizado le despojó de un sonoro gemido de incomodidad,
despidiéndose del efecto sedante que la conmoción trajo consigo por
incontables horas. El torrente de imágenes se amotinó rearmando los
acontecimientos, una información que su condición le imposibilitaba
digerir.
—Despertaste, Bridger.
Daniel escudriñó el reducido compartimiento en busca de quien le
había hablado con plana languidez, encontrándose con el perfil del
menor de los Riker fijo en la carretera. Pretendió sentarse para tener
un enfoque del maltratado chofer que conducía hacia el acceso de la
ciudad, restringiendo sus esfuerzos a impactar de lleno con el
acolchado artificial y revestimientos plásticos.
—Si fuese tú, no haría eso —rio Blake con obvia burla hacia su
convaleciente tripulante, aumentando su irónica actitud al advertir
desde el rabillo del ojo la sarta de juramentos que escapaban mudos
de sus labios amoratados, dirigidos hacia él como destinatario.
—Gozas mirarme en estas condiciones, ¿no es así?
Blake no negó su acusación.
—Eres un maldito retorcido, Riker —masculló malhumorado Daniel,
retomando su antigua posición en horizontal en medio de protestas.
—Desde luego que no, ¿por qué tienes que sacar la peor conjetura
sobre mí? —se defendió con falsa indignación sin despegar la
atención del camino de graba e interminables rascacielos.
—¡Si es así, quita la estúpida sonrisa! —Daniel increpó enfadado.
Estiró su cuello para llegar al puesto del copiloto, descubriendo para
su desconcierto que estaba sin pasajero abordo—. ¿En dónde está
Gala? —espetó con ofuscación, no obteniendo más declaración que el
tronido desagradable de las falanges que presionaban el volante listo
para despegarlo de la maquinaria—. ¿Se fue? y... ¡¿Tú lo permitiste?!
Un agobiante silencio se diseminó al finalizar la irrevocable
exigencia de Daniel, siendo difícil continuar aquel tema estando en
circunstancias tan desastrosas. Los alaridos mañaneros, el ajetreo de
los múltiples establecimientos ambulantes y el ligero aroma de los
preparados a base de cafeína flotando por los alrededores hacían
hincapié en su regreso. El bullicioso ruido del centro pronto quedó
atrás cuando sobrios edificios departamentales asomaron por el
parabrisas, dando por terminado el trayecto una vez pisara el freno
colocando el vehículo en neutral.
—Toma todo lo que creas conveniente, solo tenemos unos minutos —
advirtió Blake saliendo del auto, ofreciéndose a ser el soporte de
quien le miraba con ojos inquisidores—. ¿Quieres dejar de juzgarme?,
no es lo que te estás imaginando —frotó con fastidio sus negros
cabellos, patrullando que las siguientes manzanas estuviesen
despejadas de posibles enemigos. El tiempo era un lujo del cual no
disponían a su beneficio y el que Bridger persistiera inalterable en su
lugar no hacía que las manecillas se batieran más lento.
—¿Cuánto llevas vigilándome, Riker? —Daniel preguntó reacio
mientras aceptaba escéptico la mano que se extendía hacia él.
El reacomodo sorpresivo de las articulaciones lo hizo encorvarse,
haciendo que cada rincón de su sistema se estremeciera en un áspero
tormento. Una ladina sonrisa bailó por su contrariado rostro,
sintiéndose de alguna descabellada forma complacido al
experimentar algo tan humano como el sufrimiento físico.
Se hicieron paso por la entrada principal pasando de largo la fisgona
mirada que el regordete guardia de seguridad posó en ambos al
presenciar las severas lesiones que los recorrían. Tenían que
apresurarse, despertar sospechas o convertirse en el flanco de
individuos curiosos era evidenciar una situación que por seguridad
debía mantenerse escondida. Ingresaron al cubículo del elevador lo
más veloz que les fue permitido, presionando sin demoras el botón de
la paleta metálica hacia el cuarto piso de los condominios por
petición de Daniel.
El transcurso fue tranquilo, siendo Blake quien se atreviera a disipar
el apacible mutismo que rodeaba el angosto espacio. Las cuatro
paredes reflectantes destellaban en un pulcro color plata,
delineándose en dos de los extremos la delirante sonrisa que Daniel
no había cambiado en lo absoluto.
—Unos segundos atrás estabas irritado porque sé tú domicilio y
mírate ahora —Blake lo señaló algo divertido por sus ilógicas
reacciones—. Creo que sufres de trastorno de bipolaridad.
—Hace ya bastante no sentía dolor —Daniel manifestó con una
emoción que Blake no supo interpretar, ¿acaso eso le alegraba? —.
Llevar una existencia tan miserable me hace olvidar por momentos
que también soy un mortal.
—¿Y eso te hace sentir feliz? —no vaciló en discutirle ante lo absurdo
que sonaba su razonamiento.
—No feliz, sino vivo —Daniel devolvió con simpleza aferrándose a los
bordes de la cabina para tolerar los intensos espasmos que
debilitaban sus rodillas hasta hacerlas flexionar cada cierto
intervalo.
—Entonces ignora lo que dije Bridger, no eres bipolar, sino
masoquista —reprimió el impulsó de soltar una risotada, sino fuese
porque el cuerpo frente a él se desplomó de súbito obligándolo a
reaccionar—. ¡Maldita sea, eres un completo desastre! —Blake quiso
restarle la notoria gravedad al asunto, tomándoles por sorpresa el
delicado repique de la campanilla que daba el acceso a la puerta
corrediza indicando que tenían que abandonar el ascensor.
—¿Es preocupación genuina lo que veo mi estimado Riker? —Daniel
bromeó con las exhalaciones descompensadas, empuñando los brazos
que se disponían para apoyarle—. Descuida, no moriré —los nudillos
frígidos eran una clara prueba de la indescriptible dolencia que
experimentaba, no obstante, ni una sola queja fue proclamada para
dar conocimiento de su fatal condición. Inhaló una honda bocanada
de aire y arrastrando sus palpitantes músculos se impulsó hacía el
exterior.
Atravesaron el pasillo que los conectaba con varias portezuelas
caminando entre todas ellas con la mayor discreción, el fisgoneo
insano de sus fastidiosos vecinos era una inquietud con la que no
estaban dispuestos a tolerar. Aprisa, Daniel tecleó la combinación de
los seis dígitos que armaban su contraseña personal, dando libre
dominio en el interior de su residencia.
—¿Estás bien? —cuestionó Blake, depositando al chico en uno de los
muebles de la estancia, retirando con el dorso de su mano las tibias
gotas de transpiración que se escurrían por sus sienes hasta
impregnar de humedad sus mechones cobrizos—. Creo que tienes
fiebre —le dijo con la mirada aguda, pretendiendo leer los secretos
que la privilegiada mente de Daniel le escondía.
—No gastes tus escasas habilidades conmigo, Riker —aseguró Daniel
con el timbre quebrado, delatando sus intenciones—. En todos estos
años Bastian no ha conseguido entrar en mi subconsciente, ¿qué te
hace pensar que tú tienes más oportunidades que él? —cerró sus
parpados con extrema pesadez denotando el agotamiento que
mermaba hasta el aturdimiento. Se deslizó por toda la amplitud del
cómodo sofá, quedando en una posición en la que no asemejara estar
agonizando.
—¿Estás insinuando que Bastian, no es capaz de manipularte a nivel
mental? —el asombro vibró en las expresiones del joven Dios.
—¿Eso es relevante? —dio el tema por censurado. Daniel elevó el
rostro hasta encontrar los penetrantes ojos de Blake, solicitándole
con ese quedo gesto le sirviera en está ocasión sin quejas ni
reproches—. Por favor, ve a mi habitación y trae contigo uno de los
recipientes color naranja que están en los estantes, por ahora tengo
que recuperarme o sólo seré un estorbo más el que añadir a tus
hombros.
—Está bien, mientras no te acostumbres supongo que no tengo
elección —Blake soltó un leve bufido de inconformidad, pero sin
mayores rodeos, su silueta se perdió por el estrecho corredor.
Era un apartamento con reducidos metros cuadrados por lo que
localizar el dormitorio del joven estudiante, era una labor bastante
factible. Dos puertas lindantes por el alfombrado le indicaron el
arribo a su destino. Probó suerte con la que estaba ubicada a su
derecha, ese recinto que fulguraba en llamativos colores desde la
base de la puerta de madera.
—Diablos, ¿esto es un laboratorio? —Blake maldijo involuntario,
haciéndose camino en aquel misterioso lugar.
Siguió la senda de las nebulosas formas colorinas, aproximándose a
los cinco estantes situados con estrategia en uno de los rincones de la
habitación.
—Rayos, esto es escalofriante —echó un rápido vistazo a los cientos
de tubos de ensayo, todos organizados en armonía en sus respectivas
gradillas de acuerdo con su desconocido contenido.
Prosiguió con su recorrido pasando de largo la indumentaria,
aparatos y armas, cogiendo al azar una de las cajas de cristal que
guardaba extrañas cápsulas metálicas. Estaba por tomar una de ellas,
cuando el tempestuoso quejido de Daniel, lo detuvo.
—¡No te atrevas a tocarlas! —Daniel tosió ruidosamente sujetándose
del marco de la entrada—. Lo que hay en esa urna no son cápsulas
ordinarias —avanzó hasta donde Blake estaba y sin complicaciones, le
alejó el contenedor para depositarlo en la superficie de la cama—.
Estás de aquí son granadas programadas para activarse al mínimo
contacto con la humedad corporal —se encaminó hacia el segundo
anaquel, sacó uno de los tubos que le había exhortado y sin demoras
bebió el brebaje desvaneciéndose en el acto las muecas que alertaban
su padecimiento—. Un roce de tus dedos y te garantizo que perderás
la extremidad entera gracias al nitrógeno líquido que les incrusté —
empezó a explicar sin rodeos.
—¿Eres tú quién ha creado todo esto? —Blake no dudó en indagar,
recibiendo el sacudimiento en modo afirmativo por parte del ojiazul.
—Sé que sólo soy un mortal común y corriente —alentó desdeñoso,
arrastrando una de las maletas situadas en el closet vertiendo en su
interior los instrumentos más indispensables—. No tengo fuerza
sobrehumana, ni tampoco soy poseedor de destrezas fenomenales,
pero mi inteligencia es la herramienta más útil que tendrás a tu favor
para poner en apuros a cualquier criatura sobrenatural —Daniel
instaló el sofisticado candado de seguridad indicándole al pelinegro
que estaba preparado para marcharse. Sin embargo, sus intentos se
suprimieron al ver la imponente figura de Blake estática, hundida en
una especie de trance del cual pretendía engancharse hasta hacerlo
parecer una realidad.
Blake sostenía entre sus manos la fotografía que solitaria reposaba
en su mesa de noche, centrando de inmediato su interés en la jovial
chica de castaños cabellos que, junto a él, posaba risueña y algo
avergonzada en las afueras de un parque de diversiones. Una imagen
que, a estas alturas podía ser considerada como un mero recuerdo de
la felicidad que, a pedazos, cada uno de ellos le fue arrancando sin
piedad. Dio media vuelta en la dirección opuesta, apartando la vista
lejos del torbellino de emociones autodestructivas que afloraban a
borbotones, dañando, torturando e hiriéndole cruelmente. De pronto,
el peso de los acontecimientos se mostraba tan inaguantable que le
era difícil respirar con normalidad. Los remordimientos le carcomían
desgarrando un rincón de sí que creía extinto.
—Aún no lo entiendo, ¿por qué la dejaste ir? —su tono reprochable no
pasó inadvertido.
—Lo sabe, Bridger —cortó Blake con el reclamó justificado.
—¿A qué te refieres?
—Gala está al tanto de la conversación que mantuvimos —Blake
retuvo un gruñido ofuscado, golpeando el respaldo al evocar el
descuido que habían pasado por alto—. Conoce todos los por menores
de su situación, ella está consciente que es la llave que rompe el sello
que me ata al yugo de Bastian, que sólo destruyéndola recuperaré mi
libertad —clamó descompuesto, forzando la quijada para controlar
las pulsaciones eléctricas que emanaban desde la punta de sus dedos
en forma de chispazos lumínicos. La amarga desazón que brotaba de
su argumento encendió todas las alarmas en la cabeza de Daniel,
poniéndole sobre aviso.
—En ese caso, no es de extrañar el móvil de sus acciones —Daniel
masajeó el puente de su nariz rebasado por la impotencia, buscando
un distractor para dominarse—. Gala tuvo el coraje de elegir
apartarse de ti, antes de que el sonido de tu voz se perdiera en medio
de su propia oscuridad —un melancólico pesar oprimió su pecho, tan
brusco que le costó recomponerse—. Es admirable que sometiera a su
organismo al grado de revelársele y permitirte partir, cuando cada
una de sus células fue originada para liquidarte.
—El nivel en el que se encuentran sus facultades es muy superior
Bridger, quizás está en un rango más alto de lo que Bastian calcula —
Blake evocó la remembranza de la castaña al interceptar el ataque
que planeaba dirigir hacia su hermano, absorbiéndolo sin inmutarse.
—Ahora que Bastian la tiene te has convertido en su presa, te dará
caza y créeme que la hermandad que los une será el menor de sus
limitantes —Daniel tanteó a ciegas la región de los bolsillos que
armaban su abrigo invernal, suspirando aliviado al coger su
inseparable libro con algunas averías irrelevantes quizás producto de
la explosión.
Miles de opciones se entrelazaron dentro de sus pensamientos,
repasando, midiendo todas las alternativas con las que disponían.
Divisó los anuncios que se izaban desde las persianas explayadas
rastreando el intensivo que le ayudara a seleccionar las palabras
adecuadas sin tener que propinar aclaraciones.
—Riker, ¿conoces el método con el que puedes eliminar a un Dios? —
el detonante de enigma que usara Daniel fue la base de aquel
estallido repentino, al igual que el semblante que le escudriñaba con
una seriedad quizás aún más innecesaria de la que debería.
—¿De qué absurdo hablas? Los inmortales no podemos morir —
recalcó Blake lo evidente, recogiendo el pliegue de fotografía que
salía del marco roto y trozos de vidrio.
—Eso no es del todo correcto —Daniel separó con cuidado las
envejecidas páginas, hojeando una a una hasta dar con el tema que el
pelinegro requería informarse.
Todos los peones que ya habían sido dispuestos en esa partida de
ajedrez merecían una justa retribución y su amplio conocimiento era
una magnífica arma, una que estaba listo para poner a la entera
disposición de Blake Riker, si con ello colocaba el final a una
extenuante lista de víctimas.
—A raíz de mi pacto con Bastian, me vi envuelto en un infierno quizás
más atroz que si hubiese muerto en verdad —se contuvo al revivir el
inmenso sentimiento de desesperación que lo engullía. Cargar
acuestas el recordatorio permanente de que tu alma jamás se
reencontraría con los tuyos era una penitencia letal, en donde añorar
la muerte se convertía en el trofeo más codiciado entre todos los
jugadores que solicitaban una partida que incluso desde antes de
iniciar a jugar, ya tenían perdida—. Quería mi libertad de vuelta, por
lo que averiguar una vulnerabilidad fuese cual fuese, fue mi fiel
misión por décadas enteras. Focalicé toda mi energía a numerosas
investigaciones, probé teorías, armé hipótesis y narré mis hallazgos
hasta la actualidad —Daniel señaló el libro—. Es probable que esté
equivocado con mis estudios, pero finalmente tengo las pruebas para
afirmar que descubrí su punto débil.
—¿Qué quieres decir? —la paciencia no era una de sus aptitudes y
Bridger no le hacía las cosas más viables.
En un impulsó Blake le retiró el grueso tomo ignorando la
información ahí escrita, reconociendo la astucia del chico al escribir
el manuscrito en un lenguaje que era claro, sólo él era capaz de
traducir. Aún así, la estrofa redactada en el centro de la página sí era
legible.
—"Solo un inmortal, podrá destruir a otro inmortal" —Blake leyó en
sincronía, grabándose a fuego el trasfondo de una sospecha que, de
ser comprobada, significaría el declive de su raza.
Daniel creyó entender su incertidumbre, por lo que puntualizó en
términos comprensibles lo expuesto en su teoría.
—Para derrotar a Bastian, primero tienes que volverlo un mortal —la
mera mención de aquella figuración sonaba fuera de contexto, pese a
ser él quien lo comentaba. En un segundo fugaz, los ojos de ambos se
enfrentaron en un duelo desfallecedor, expresándole al joven Riker,
el costo tan alto que convenía pagar por emplear aquel antiguo
método.
—¡Imposible! —Blake asaltó sin aguardar más releyendo por enésima
vez aquella contundente oración, obteniendo un ameno e impreciso—.
"No tenemos elección" —de su abatido acompañante—. ¡¿Has perdido
el juicio?! —vociferó fuera de sus cabales halando con furia de las
solapas para alzarle hasta su altura—. ¡Me niego, lo oíste!, debe haber
una segunda opción, una en donde Gala no esté involucrada —liberó
el cuerpo que se mantenía inmutable, adivinando que sería esa su
decisión.
—Créeme que, si hubiese otro medio por el cual finiquitar esta
inmunda pesadilla te lo informaría, pero desafortunadamente no hay
otra salida —le dijo Daniel con aparente calma.
—¡No la sacrificaré, demonios! —golpeó uno de los muros cercanos,
estrellando sus puños en un nítido impacto siguiéndoles muchos más
después del primero. Sus nudillos desplegados sangraban, barriendo
de lleno con los trozos de cemento que se adherían al nacimiento de
sus heridas—. ¿No lo comprendes? —le preguntó Blake sin aliento,
deslizando su espalda por todo lo largo de la pared hasta caer al
suelo en un sonido seco.
Atrapó el retrato de Brenton, admirando embelezado la relajante y
contagiosa alegría que en aquel entonces ella era capaz de sacar a
flote lejos de los fantasmales miedos que habían arruinado su
luminosa personalidad. Su pasado era un tramo que por desgracia
estaba escrito, pero el futuro, era un lienzo que él se encargaría de
limpiar para que Gala fuese capaz de dibujar una vida en donde el
gris no estuviese incluido.
—No me importa no poder estar a su lado. No me importa si soy
borrado de sus recuerdos. Ni siquiera me importa ser exterminado
bajo su mano. Todo lo que pido, todo lo que anhelo y necesito es verla
feliz. Sólo necesito saberla viva.
Ella merecía abandonar a cualquier costo el mundo de tinieblas en el
que la arrojaron. Ella no debía sufrir más, y no lo haría mientras él
estuviese ahí para evitarlo.
—En este punto, eso ya ni siquiera es una disposición tuya —alcanzó
Bridger el libro que, aislado permanecía en la esquina—. Bastian la
manejará a su antojo y si tú te rehúsas, él será quien la emplee para
asestarte la estocada definitiva.
—Muéstrame la técnica, seguiré todas tus especificaciones, pero
buscaré otra fuente provisora de energía —Blake musitó con
obstinación el ojinegro.
—La técnica en sí es un desafío monumental, dispone de pasos
rigurosos y exactos, un minúsculo error o un cálculo mal manejado y
tú serás quien sea despojado de su divinidad —Daniel punteó el
menor de los muchos inconvenientes—. Por supuesto, la cantidad de
poder sobrenatural que se requiere manipular es considerable,
lamento decirte que no cuentas ni con el diez por ciento exigido para
siquiera activarla, aunque quizás... —viró a su izquierda. A ese sitio
que, protegido por cortinas de acero reservaba las botellas que había
perfeccionado para absorber las almas humanas e incrementar con
ellas las capacidades de cualquier ser inmortal, tal y como había
ocurrido cuando obligara a Taylor Blair, a saltar al vacío desde la
terraza escolar alimentando con su preciada esencia al menor de los
Riker, deteniendo en breve los estragos de la maldición que lo
consumían—. Quizás, si haya una manera de cambiar ese detalle —
apoyó la cabeza en la orilla del colchón, presintiendo de súbito el
peso de todo el cansancio acumulado. Daniel suspiró decaído,
rebasado por las amargas circunstancias que estaban fuera de su
gobierno. Lanzó una risa hueca, dura e insensible, tan desalentadora
que un escalofrío lo arropó hasta hacerlo callar—. Cuando uno
extermina la vida de otra persona, cuando apagas su luz por primera
vez, sea cual sea el motivo serás un asesino y el que se trate de una o
de cientos, no hará ninguna diferencia. El crimen estará ahí.
El viento de invierno se agitaba vigoroso, dejando caer heladas gotas
de agua congelada hacia la enorme masa de ciudadanos que
transitaban las atestadas avenidas principales en su proeza por
refugiarse. El ensordecedor rugido de las bocinas de los coches o las
murmuraciones de quienes se veían perjudicados por las cuestiones
meteorológicas, lo impacientaban. Esperó en un cruce de caminos a
que el semáforo le permitiera avanzar a su destino al igual que a los
presentes, estando atento a cualquier indicio o señal de posibles
vigilantes que merodearan sus movimientos. Con la mera idea ajustó
la bufanda y la capucha que completaba su conjunto, pasar
inadvertido tenía que ser la prioridad.
Daniel levantó la mirada hacia una de las gigantescas pantallas que
ornamentaban con exageración los carteles publicitarios, viendo
absorto el informe del noticiero nocturno. Una familiar escena fue
descrita por la conductora de ese canal televisivo, narrando los
espantosos sucesos de lo que apuntaba ser un caso de suicidio. En el
terreno los policías cercaban con sus características cintas amarillas
los limitantes de la zona, prohibiendo el acceso a los civiles y a todo
el que deseara alterar huellas dactilares. La cámara del reportero
hizo un acercamiento, apuntando al equipo forense que aproximaba
el cadáver de la víctima dentro de la ambulancia, oyéndose con
claridad cuando la periodista diera la nota de ser este, el quinto
cuerpo descubierto en la semana y aproximadamente el número
veinte si se sumaba a la turbadora lista de los que ya iban en el mes.
—Lo lamento —Daniel murmuró apenas audible hacia nadie en
particular, sacando de su bolsillo el envase que solo horas antes
había sido ocupado por aquel valioso y grácil contenido que oscilaba
atrapado en las paredes de vidrio.
Un vibrante verde le dio la señal para continuar, perdiéndose con
agilidad en uno de los callejones. Comprobó el tiempo que restaba
para que el temporizador de su reloj de pulsera terminara su cuenta
regresiva, bufando molesto al revisar que tenía menos de seis
minutos y tres cuadras de trayectoria por delante para siquiera
alcanzar la entrada de las catacumbas.
Daniel revolvió nervioso los fondillos de su vestimenta con la
intensión de encontrar uno de los dos tubos que había traído consigo
para encubrir su presencia, pero recordó que los había ingerido al
extenderse su misión más de lo normal. Revisó de nuevo su muñeca,
marcando está vez cuatro minutos y dieciséis segundos. No lo
lograría.
Se trasladó ágil los metros restantes, juicioso que era imposible estar
ahí a la hora indicada, delatando sin problema su ubicación en el
lapso que le tomara desenvolver los compartimientos de ingreso.
Cuando estuvo por pisar el terreno baldío el incesante soniquete de la
alarma se hizo notar, avisándole que a partir de ese momento estaba
expuesto. Un largo brazo se enroscó en el suyo atrayéndole hacia las
fauces de aquellos laberintos subterráneos. Al instante, una jeringa
fue plantada en su mano identificando el ambarino líquido que sin
muchos preámbulos introdujo concisamente en su yugular.
—¿Cuánto fue lo perdido? —demandó conocer Blake, mientras se
internaba con familiaridad por los sombríos pasadizos, aguantando a
un refunfuñante Daniel siguiendo su andar.
—Menos de ocho segundos —le dijo él disgustado por su falta,
quitando las gruesas capas de ropa que empezaban a asfixiarlo.
Daniel tiró con brusquedad de todo su conjunto, siendo un verdadero
hastío que la superficie y ese escondite tuviesen una variante de
temperatura tan insondable.
—Toma, debes beberlo —Daniel le entregó el peculiar recipiente
centelleando en un rozagante azul fluorescente casi en el acto tras
sentir la sangre de una criatura divina tan próxima—. Con esta, ya
suman veinte almas —habló tan ordinario que cualquiera que le
prestara atención diría que se refería a algo tan estereotipado como
quien dialogaba sobre el clima.
—¿Sientes remordimientos por sus muertes? —no pudo evitar
interrogarle Blake.
—¿Importa en verdad, si los tengo o no? —devolvió Bridger, en la
misma postura neutral.
Por su parte, Blake no volvió a debatirle nada referente a ese tema,
después de todo, él tenía la razón, los dos estaban en una situación
en donde observar el recuento de los daños era un privilegio que ya
no tenían de su lado.
Una humilde pieza les dio el recibimiento, una propiedad
comprendida con los artículos más básicos para una subsistencia
meritoria sin que sus ascendencias al exterior fuesen excesivas. Una
vez comprometida su localización había que optar entre huir o
esperar por su captura, siendo Daniel, quien lo sacara de su tren de
opinión al colocarse al hombro la mochila de emergencias que
previsoramente había empacado en caso de una ocasión semejante.
—Tenemos que irnos —avisó el ojiazul usando sus comunes guantes
sintéticos, registrando que no hubiese quedado nada rezagado—. No
hay mu... —Daniel calló de repente perdiendo la sensación en sus
cuerdas vocales. Trastabilló conmocionado soltando la correa que
anclaba su equipaje. Se frotó los parpados ansiando estar en un
error, pero la bella silueta continuaba ahí, volando tan sublime que
parecía irreal—. Llegaron —le comunicó a Blake, manteniendo ambos
la vista fija en el alado insecto que agitaba de manera encantadora
sus enrojecidas extensiones, flotando en medio de una glamorosa
oscuridad—. ¿¡Qué haces!? ¡Tienes que marcharte! —gritó recobrando
la compostura, despertando de su bloqueo momentáneo—. Tus
capacidades han mejorado, pero sigues sin estar en el nivel óptimo —
sacó deprisa una de las armas que había fabricado, cargando el cañón
de la pistola con balas especiales—. Bastian es tu objetivo, recuérdalo
—vislumbró en la lejanía los amorfos organismos que poco a poco
iban acumulándose. Exhaló con zozobra al ver que eran demasiados—
. Seré el distractor así que largo —lo despidió dándole la espalda,
remojando los labios que reflejaban su gran estado de impaciencia—.
No moriré, así que deja de dramatizar, joven Riker —sonrió
autosuficiente a modo de broma al constatar que Blake continuaba
ahí.
—Cuando termines de jugar a hacerte el estúpido héroe, te quiero en
el frente —le dijo Blake con firmeza—. Suerte... Daniel —siseó
inaudible. Giró sobre sus talones y sin agregar algo más emprendió
su carrera hacia los túneles que le acercarían a la salida.
—Sólo resiste, Blake... —Daniel llamó al chico cuando lo percibiera a
una distancia prudente, plantándose en posición de ataque—. Sólo
resiste —quitó el seguro, concentrando su puntería para jalar del
gatillo.
El retumbar estridente de aquel primer disparo dio la señal de inicio
a los peones de uno y otro jugador. Era hora de que el peón negro
tomara su posición para la última partida, moviéndose con estrategia
entre los cuadros pertinentes para hurtar la corona del rey, teniendo
así, la oportunidad de derrocarlo.
Blake corrió imparable por exhaustivos minutos meditando en los
caminos correctos que debía seguir para no quedar atrapado,
admirando las llameantes antorchas que proyectaban la sombra de la
escalinata que se situaba al fondo. Sin preámbulos escaló,
destruyendo la escotilla que le separaba de lo que fuese a recibirle al
pisar tierra. Una cruda soledad cortó el ambiente al salir por
completo orillándole a agudizar su instinto al máximo.
Analizó los alrededores del lúgubre parque en el que había aparecido,
comprobando que no soplaba el aire, no había ruidos, ni siquiera las
secas hojas de los árboles se atrevían a agitarse. Era como si
estuviese dentro de un limbo, una trampa suspendida que con pericia
había sido implantada y en la que evidentemente había caído. Alguien
lo asechaba, el ardoroso zumbar de la adrenalina le escoriaba desde
dentro de las venas alertándolo.
En el acto sus pupilas se tiñeron en un profundo escarlata, sintiendo
el fluir desmesurado de sus poderes recién restablecidos. Una ligera
risa escapó prófuga de sus labios, disfrutando de la gloriosa
satisfacción que era reparar en aquella saciedad tras semanas
padeciendo los estragos de la extenuación. Sus miembros actuaron
veloces, reaccionando al impulso natural de destruir y fomentar el
sufrimiento, clavando con saña el filo de sus uñas en la garganta que
desde siempre apeteció desgarrar hasta atravesarla.
—Demasiado lento, híbrido —le dijo con sorna Blake al semidiós de
cabellera gris que había osado a atacarle desprevenido.
Hizo más presión en su agarre cortando las entradas que
alimentaban a sus pulmones, solo un poco más y ese hartante
obstáculo sería anulado. Aún así, sus dedos se cerraron de pronto
atrapando solo el vacío. Luka había empleado su capacidad acuoide
para descomponerse y fusionarse con las capas de nieve que se
incrustaban en la totalidad de su diámetro. Ahora esa escoria podía
estar en cualquier sitio.
—Esa niña no regresará a ti, él jamás te la cederá.
El eco de su voz rodeándolo en todas las direcciones lo descolocaba.
—¿Quieres saber, por qué creador y obra tienen que perpetuarse
juntos?
El filo de los comentarios mordaces de Luka era rotundo.
—Es una ley universal, un creador es egoísta, ambicionará tanto la
predilección de su obra para sí, que preferiría destruirla a verla
conferida a otro —Luka auguró un viable escenario, burlándose
triunfante delante del impetuoso chico.
Blake aprensó la mandíbula hasta abofetear las secciones de sus
caninos en un duro choque, ofreciendo a su adversario una
provechosa ventaja al haberse distraído. Luka resurgió desde las
entrañas del suelo materializándose con aquel típico gesto que
delataba su retorcida personalidad amante del caos. Incontables
piezas de hielo le cobijaban, levitando en un escudo que al chasquear
los dedos fue redirigido hacia él.
El ataque no fue severo, solo algunas cortaduras sin trascendencia
sobre el rostro y los brazos que había utilizado para protegerse. Su
naturaleza le exigía venganza por la humillación propinada, pero eso
significaba valerse de una cantidad de energía que desde luego no
usaría con tal sabandija, aun si lo que precisara para aniquilarlo
fuese lo mínimo. El semidiós era sólo un peldaño, una piedrecilla en
el camino que iba a quitar tarde o temprano. Él no sería su oponente,
Bastian era a quien deseaba como presa.
—¿Pretendes desafiar a mi señor con esas capacidades tan
mediocres? —Luka desenfundó su majestuosa espada, izándola
justamente sobre su estómago con el claro objetivo de un segundo
asalto.
—Ni tú, ni tu insulsa espada son rivales para mí —le retó Riker altivo
con sus demoniacos orbes dilatándose tanto que parecían
ahuecados—. Un híbrido nunca se le comparará al estatus de un Dios,
y aun en mi nefasta condición de "Ayudante" y con mis verdaderos
poderes restringidos, soy mejor que tú, entiéndelo de una vez —avivó
el ardoroso resentimiento del peliplateado.
—Entonces supongo que habrá que comprobar la veracidad de tu
argumento —empuñó el mango de su arma lanzándose sin pensarlo
hacia su meta.
La agilidad que empleó para agredirle fue impresionante, sin
embargo, una hermética prisión freno sus intenciones. Una barrera
creada con exclusión para quien ahora la invadía, un calabozo
invisible del que no podría liberarse, pero en donde si era tangible
abordarlo. Había caído en su artimaña. El rompimiento de las
diversas capas de aire hizo virar a Luka a su costado, reparando en la
magullada figura de Daniel reapareciendo desde alguna dirección.
—Siempre supe que eras un traidor —mencionó Luka con la expresión
descuadrada, advirtiéndose del extraño artefacto que había ingresado
en un tiro certero hasta embeberse en sus músculos—. ¿¡Qué me has
hecho!? —repudió alterado, apreciando una punzante parálisis
sistémica. ¿Por qué sentía tanto frío? El calor que fluía era
desechado, plantando un frígido estremecimiento en su lugar. Una
torturante agonía irradiaba en el purpura de sus ojos, sacando la
excesiva presión que le sofocaba a través del grueso halito tan blanco
y espeso que sólo basto exponerlo a la atmósfera para que este fuera
transmutado en polvo.
—Reservé mis dos balas restantes, sólo para ti — Daniel limpió los
residuos que emanaban de su sien abierta, enseñando la pistola con
la que le había disparado. Tal y como un infante que muestra las
pruebas de una travesura—. La primera es una granada de nitrógeno
líquido, una colisión de -200 °C, un gas que está congelando ahora
mismo todos tus fluidos corporales. Agua, sangre, plasma, líquido
cefalorraquídeo, todo —mostró su blanca dentadura disfrutando su
hazaña—. Mina portátil —reanudó su explicación. Alzó el otro
aparato, barriendo el bloqueo hasta oír un "bip", ajustando la
mirilla—. Una bomba desecante que consumirá tu elemento —el
casquillo salió del ornamento a la vez que el terror tatuado en el
híbrido ampliaba aún más el deleite personal de Blake y el suyo. La
munición había entrado tan certera como en su primer intento
revistiendo las paredes con un vapor incandescente, tragándose la
vitalidad de quien era transformado en cenizas.
—Nada mal —dijo Blake, andando hasta donde Bridger.
Este arrojó la peculiar pistola que aun despedía el calor con el que
había impulsado el bastimento.
—Deja de subestimarme —Daniel le recomendó, paralizándose en su
puesto.
Los acontecimientos se presenciaron tan vertiginosos que, a Blake le
costó trabajo procesar la reproducción que en cámara lenta se
desarrollaba. La agudeza de su olfato identificó el aroma que
empezaba a manar desde el nacimiento de una herida recién
adquirida. Rastreó los rincones del cuerpo que caía con dureza en los
montículos, oyéndose un crujido tan repugnante, que la palidez
asaltó de lleno el semblante de Daniel, esparciendo en mayor
abundancia aquella añorante fragancia a jazmines en combinación
con el intolerable hedor de la sangre fresca, esa que tintaba y se
filtraba por la comisura de su boca ligeramente entreabierta. El
lateral derecho de Bridger, estaba perforado, comprometido de un
extremo al otro en una asestada perfecta, tan impecable que le
parecía irrazonable se tratara de esa persona.
—¿Ahora eres el victimario? —la burda ironía patente aflorando tan
incontenida que estaba convencido, ella saldría para encontrarlo.
Y así lo hizo, podía sentir su calidez tentándole, seduciendo su
cordura, invitándolo a girar su espalda y rendirse a todo cuanto
exigiera.
—¿Victimario? —enunció Gala mecanizada, degustando la agriura de
aquella palabra—. En eso me convirtieron, ¿por qué te sorprende que
lo sea? —fue su hiriente contestación, inmiscuyendo su nombre en la
lista de culpables. Se movió etérea, restregando la tela de su lóbrego
vestido en cada paso que daba para poder mirarlo directamente.
Blake encaró por fin a la joven que le contemplaba con un destello
que lo desarmó, ¿tan terrible era esto para ella? Recurrió a las sobras
de un autocontrol que era lanzado por la borda con cada centímetro
que Gala rompía para tocarle, quebrantando su orgullo, su voluntad
entera. Era tan vulnerable, tan patético y vacilante en cuanto se
refiriese a la mujer que aprensiva rozaba sus estilizados dedos con el
borde de su mejilla en una distraída caricia, reconociéndolo. Posó su
mano sobre la de ella, fundiendo las desbordantes emociones que
emergían al tenerse tan cerca uno del otro. Haló de su brazo en un
arranque impulsivo para besarle con la fuerza que le devoraba las
entrañas, cegado por la necesidad de aplacar las voces que furtivas se
habían colado al leerle la mente.
—"Por favor, olvídame..."
Fue la solicitud que, dentro de sus cavilaciones Gala le rogaba
cumpliera.
—"Nunca..."
Recibió ella de vuelta.
—¿En dónde está ese engendro? ¿Por qué estás tú aquí? —interrogó el
inmortal.
—Te lo dije, si quieres llegar a Bastian, primero tendrás que
eliminarme a mí.
—¡Basta, deja de protegerlo! —recriminó Blake sacudiéndola por los
menudos hombros, paladeando la ira que le ocasionada su
comportamiento—. ¡Sólo eres su maldito títere, la muñeca de trapo
que cosió con diferentes partes para castigarme! ¡Él sólo te usará! —
el odio destilando en combinación con la impotencia era cortante.
—Estás en lo correcto —Gala se liberó de su agarre creando un gesto
lleno de escepticismo—. Títere, muñeca, diona, incluso monstruo si
así lo crees conveniente, todos ellos son calificativos que encajan en
mi definición.
—No eres un monstruo, Gala —apeló a su comentario Blake.
—Lo soy — Afirmó resignada, superada por el descomunal peso de
una realidad cruel e inhumana—. Desde niña me cuestioné el porqué
de las cosas desafortunadas que rondaban mi vida. Tener conmigo el
amor de mi madre fue lo que me otorgó dicha, pero a consecuencia
de su partida, perdí los restos de mi infancia recluida, sometida a
maltratos, golpes e injusticias. Agoté mi esperanza cuando admiré a
través del espejo como mi inocencia partía lejos día con día. Y en
medio de toda esa vorágine de dolor, Bastian surgió impidiendo que
mi alma se consumiera en la oscuridad —Gala estrujó el espació que
dentro de su pecho pulsaba.
—"¡Por favor, has que deje de latir!".
Ella revivió el agonizante ruego que le hiciera al mayor de los Riker a
la corta edad de seis años, cegada por la tristeza de haber perdido a
su amada progenitora.
—El lazo que nos une es tan fuerte que va más allá de mi libre
albedrío —Gala se acercó a Blake—. Mi sistema involuntariamente
actuará y lo defenderé de ti, y de quien se considere su enemigo —le
explicó justo antes de sentir un latigazo de electricidad circundar
hasta la punta de sus cabellos. Tropezó con las raíces salientes en su
empeño por escapar, hiperventilando mientras soportaba el arrebato
de obedecer a la orden que se recitaba al punto de enloquecerle,
manteniéndose fiel a lo que le decretaban.
—¡Gala! —Blake estaba por sujetarla para ponerla de pie, pero la
castaña despreció su ayuda apartándolo con rudeza.
—¡Está aquí! —le dijo ella con la lucidez fragmentada. La ambigüedad
de tonos vocales distorsionándose e imponiéndose sobre la original—.
Bla-Blake, huye —y su racionalidad se dividió.
Algo afilado penetró la carne de su adversario en la región
abdominal, trayéndole de regreso una sola gota de cordura al verle
lesionado. Una lágrima rodó por su pómulo al testiguar sus prendas
impregnadas por aquel líquido rojizo que emergía de los orificios que
dañaban a Blake. Ella no pretendía hacerlo. Se abrazó a sí misma
conteniendo el desmesurado deseo por lastimarlo. Mordió su labio
inferior hasta hacerlo sangrar, no aplacando con su labor su voraz
hambre, su instinto lo exigía a él.
—¿¡Cómo te atreves a manipularla!? —Blake escupió con rencor por la
jugada que había operado su hermano, sabiendo que le escuchaba
oculto desde algún sitio—. ¡Sólo mira en la marioneta en la que la has
convertido! —vio detenidamente los espantosos agujeros negros que
le juzgaban distantes, suspirando desalentado.
La acidez de todos los acontecimientos transcurridos, no meritaban
ensañarse con alguien que estaba absuelta de pecados, sólo él debía
purgar su crimen.
—¿A esto redujiste los sentimientos de Aria?, ¿tan endeble era el
sentir del que tanto te vanaglorias?, ¡contesta! —pero todo lo que
obtuvo Blake fue un infausto silencio—. ¡Perfecto!, si no quieres
mostrar la cara, entonces seré yo quien te encuentre —estaba por
ponerse en marcha cuando la castaña obstruyó su camino, lo que
indicaba que Bastian estaba cerca.
—Ni siquiera te atrevas a mencionar el nombre de Aria, no eres digno
de hacerlo —Bastian le acababa de dar una peligrosa advertencia. Sus
pisadas resonaban poderosas, intimidantes, despidiendo esa
imponente aura de dominio y poder absoluto—. Heme aquí, pequeño
hermano —lo estaba provocando, presionando los botones correctos
para desestabilizarlo—. ¿Quieres hacerme pagar por lo que he hecho?
Anda, hazlo —ensanchó sus brazos en señal de rendición—. No me
arrepiento de nada, por el contrario, te haré experimentar tal
calvario que juro que sentirás que te saco el corazón.
Blake probó la veracidad de sus declaraciones usando su velocidad
sobrehumana para agredirlo, no obstante, fue Gala quien, utilizando
una rapidez superior a la suya, salió en su defensa construyendo el
campo protector de la vez anterior. Ya lo suponía, la joven era el
anzuelo que arrojaba para detenerlo. La tierra vibró furiosa bajo sus
pies absorbiendo el desgaste físico que había desperdiciado. Gruñó
por lo bajo revolviendo frustrado sus mechones azabaches. Sopesaba
las oportunidades de asestar un golpe, pero con la joven Brenton
fungiendo como la barrera de Bastian, no había ninguna. Sus
opciones se reducían, no teniendo más alternativa que arriesgarse a
efectuar la abstracción con sus capacidades condicionadas.
Trazó extraños símbolos en el aire, posicionándose tal y como Daniel
le había adiestrado por semanas enteras, siguiendo estrictamente las
indicaciones sin que una sola pasara de largo. Una esfera
transparente se irguió, encapsulando dentro de ella a Bastian.
—¡¿Cómo es qué lograste operar está técnica?! —sus miembros se
sentían flácidos, totalmente adormecidos—. Fue Daniel, ¿cierto? —los
vértigos se hacían más frecuentes negándole levantarse—. ¡Esto no
funcionará! —bastó decir Bastian para que Gala, entendiera su
encomienda.
Mientras tanto Blake se mantuvo concentrado, orientando ahora sus
esfuerzos no solo a mantener la cabina que absorbía la divinidad,
sino también, en sustentar una barrera que le protegiera de los
ataques incesantes de Gala. Un puñetazo preciso y su cuerpo se
desequilibró un segundo. Sólo fueron milímetros los que fue
impulsado, pero suficiente para que una hendidura se formara en el
frente de la capsula de Bastian, a la vez que un prominente corte
rasgaba la superficie de su mejilla. Otra y otra grieta más
desquebrajaron los muros intangibles, siendo en esta ocasión los
huesos que unían sus clavículas quienes amortizaran su descuido. Si
la siguiente acometida se reflejaba en los brazos, estaría perdido, no
habría modo en el que desarrollara el método y Bastian se jactaría su
inminente triunfo. Una nueva hendidura fue implantada, haciendo
añicos los nervios de sus rodillas, estás se derrumbaron con pesadez
anclándolo al suelo, interrumpiendo la unión que debería conservar
sin perturbaciones dejándolo a merced del verdugo que codiciaba su
cabeza.
—¿En verdad creíste que sería tan fácil vencerme? —Bastian hizo la
consulta con aquel tinte sosegado, calculando el próximo embate.
Lo elevó desde la base del cuello sin resistencia, aprovechando que
una de las secuelas que traía consigo el uso de la abstracción era la
inmovilidad y en su caso, esta se generalizaba en sus piernas.
—Ahora es mi turno, hermano —lo proyectó hacia un conjunto de
árboles desprendiendo los troncos que se veían inmiscuidos en su
trayecto. Se deleitó con verlo rodar varios metros entre la maleza y
agrupaciones rocosas, alcanzando las colindancias de la puertezuela
azul que le obsequiara a su querida diona—. ¿Tienes una idea de
cuántas veces añoré verte así? —la dicha presidiendo a cada vocablo
era terrorífica—. Valió la pena esperar por presenciar tu inmundo
estado —las nubes comenzaron a blandirse, atraídas por la
concentración de energía que preparaba para dar la agresión final en
donde los chispeantes relámpagos ondeaban desde sus poros
haciéndolo resplandecer—. Con esto, mi venganza ha sido culminada
—Bastian se abalanzó con la rabia latente, ofuscado con la idea de
liquidar lo que por trescientos años maquinó con tanta
meticulosidad, sin embargo, un tercer individuo sobresalió en su
vista panorámica, el mismo que en un acto protector se abrazó
aprensivamente a Blake, convirtiéndose esté en el nuevo blanco.
—¡Gala! ¡¿Qué hiciste?! —Blake estaba conmocionado.
Aferró su cintura con desesperación, dándole estabilidad para que
sus convulsiones no continuaran lastimándola. La notoria humedad
salía indetenible desde algún asentamiento, tanteando la abertura
que aun tiritaba por los músculos y huesos que estaban siendo
calcinados. La lesión era extremadamente grave, Blake no podría
sanarla.
Gala tosió irreflexiva los fluidos que se acumulaban, invadiendo su
paladar con un ferroso sabor anestesiando sus torturantes heridas.
Blake quiso recostarla por comodidad, pero se rehusó. Quería estar
así, sujetada a sus ropas, sentirlo tanto como le fuera posible
mientras memorizaba su olor, y grababa en su alma la dulce
sensación de su corazón latiendo junto al suyo que lo hacía pausado,
tan pausado. Sintió al chico moverse, apegándola a su oído para que
pronunciara su secreto. Sonrió con ternura por su premeditada
acción, a la vez que el desfilar de su llanto acentuaba las dimensiones
de su sacrificio, abandonándose al agradable calor que él irradiaba y
ella ya no tenía.
—Ahora comprendo que todas las lágrimas que derramé en esta vida
valieron la pena porque te conocí —susurró ella fatigada,
dificultándole retener el oxígeno que era rechazado por sus órganos,
aunque eso no era un inconveniente, su malestar se había disipado.
Ya no había señales de dolor.
—Por favor, no te vayas...—Blake se asió de la joven cubierta de
sangre, pasando por alto la frialdad que provenía de su endurecida
piel. Sus extremidades no le cogían, solamente se mantenía
recargada sobre su pecho simulando descansar sobre sus hombros.
Sólo descansar.
—¿Tanto así me echarás de menos? —Gala se aventuró a preguntar
con apenas un hilo de aliento, tolerando los espasmos que le
arrebataban el sentido inundándola de una gélida sensación.
—No podré continuar sin ti, Gala —Blake asintió roto, haciendo el
abrazo que los vinculaba más íntimo.
—Dicen que una diona no tiene permitido reencarnar, pero yo les
rogaré con todas mis fuerzas a los guardianes del inframundo para
que me permitan volver a ti —subió un poco su mirada vislumbrando
a los delicados copos de nieve que caían danzarines, majestuosos
hacia los cimientos de una dolorosa despedida—. La próxima vez que
vuelva a nacer, sin importar cuánto tiempo me tome, prometo ser yo
quien te encuentre primero y ahí definitivamente me enamoraré de ti
—un escalofrío la traspasó hasta lo más hondo, erradicándole de una
sola tajada el último aliento de dicha e ilusión.
—Ni este mundo, ni el siguiente, evitará que yo te encuentre —Blake
entrelazó sus dedos como un mecanismo de defensa para no soltarla,
correspondiendo apenas su gesto—. Te buscaré en cada tiempo, en
cada era, así que sólo espera por mí ¿está bien? —pero sus palabras
ya no llegaron a ella. Tembló inevitable ante la idea de perderla—. No
me hagas esto... Por favor, quédate aquí conmigo —le dijo con el alma
disgregada, atrapando a Gala que cayó inerte en su costado.
Se había ido.
Una acogedora onda lo envolvió anulando con su cándido tacto, los
emblemas que se tatuaban sobre los pliegues de su piel, identificando
el desconocido brillo surgir en sincronía en el espacio que era
designado para el símbolo de maldición.
—A partir de hoy, tú y yo seremos libres.
Alguien murmuró en su mente. El sello irradió cambiando su
conformación circular por una recta, lo que significaba que no sólo
estaba abierto, sino que también, había adquirido la insignia de
pertenencia. La marca que indicaba su unión a la pequeña Brenton, en
esta vida y en todas las siguientes a esa. Un centellante haz de luz
nació desde el cuerpo desprovisto que retenía celosamente, mutando
aquella refulgencia en un sin número de mariposas blancas que, en
posición de vuelo, ascendían al inmenso firmamento para darle la
bienvenida. Volando libres, tan libres como ahora la estaba ella.
Una sola fue la que desvió su partida, quizás de todas, esta era la que
transmitía más belleza. Sus fulgurantes alas se batieron con encanto,
descendiendo en la punta de su nariz en algo que podía calificarse
como una caricia.
—Blake.
Articuló su nombre tan bajito que pensó alucinar. Miró los oscuros y
redondeados ojos del insecto, pareciendo encontrar a la mujer que
murió entre sus brazos, aunque sonara a una locura.
—Gracias por hacer brillar mi mundo.
Se despidió ella, surcando por primera vez un cielo sin cadenas ni
ataduras.
—Tenías razón cuando dijiste que sacarías mi corazón —dijo
despiadadamente Blake minutos después, haciéndose consiente de la
presencia de Bastian, quien aún no daba indicios de digerir el hecho
de haber sido el responsable de la muerte de su hija. La culpa y el
aturdimiento del incidente fue traumatizante—. Ella era mi corazón y
me lo acabas de quitar —volvió a repetir, dibujando en el ambiente
los trazos que activaban la abstracción. La reina blanca había movido
los cuadros dentro del tablero para proteger al peón, ahora era su
turno de realizar la jugada final para darle Jaque Mate al rey—.
¡Nunca te lo perdonaré! —la diferencia de habilidades era
desmesurada, esta vez no fallaría.
El metal golpeó contra el piso nevado cayendo en los charcos de agua
congelada la cadena de lirio blanco, la evidencia física que dentro de
la esfera había perdurado intacta. Bastian había desaparecido y con
él, la puerta azul que lo ligaba al mundo de los mortales.
—¿Riker?
Blake volteó al registrar el timbre de voz de la persona a la cual
pertenecía, asombrándole el joven que se avecinaba cojeando de la
pierna derecha. Daniel avanzaba vacilante, recuperado en su mayoría
de las contusiones que le ocasionaron los sirvientes de Bastian, y
principalmente el ataque que recibió por parte de Brenton.
—¿Cómo es que tú...? —Blake no logó formularla, ya que Bridger se le
adelantó.
—¿Sorprendido? —Daniel apretó sus costillas al forzar una risa, aún
le lastimaba hacer cosas premeditadas—. Creo que tengo que
agradecerle a esta pequeña criatura —señaló con su dedo índice a la
dócil mariposa blanca que viajaba de polizonte sobre sus cobrizos
cabellos—. Al menos una parte de Gala estará contigo —contuvo el
ardor de las lágrimas que se acumulaban en sus parpados—. Además,
mientras yo viva, tienes asegurado su regreso al mundo —le dijo con
misterioso regocijo.
Las arenas del tiempo se derramarían tornando los días venideros en
meses y los meses en años. Aún con el transcurrir de las siguientes
épocas, esa frágil humana fue y seguiría siendo ese instante que los
cielos llamaron felicidad, la magia que los mortales nombraban
destino y ese temor al que los dioses catalogaron como amor.
El perfume intoxicante de las flores de primavera se fomentaba en el
entorno estrepitoso de la ciudad, aliviando el estrés de los residentes
que nerviosos corrían uno detrás del otro. Rompiéndose ese ciclo
continuó gracias al estridente llanto que fue captado por sus
sensibles tímpanos, saltándose su corazón un latido antes de seguir
su ritmo normal.
—¿Has escuchado, Bridger? —Blake interrogó al hombre que, sentado
a dos metros de distancia, admiraba la esplendorosa vista que aquel
anunció les proporcionaba.
—Tsk, ella es tan molesta —ironizó Daniel con la mirada brillando de
emoción—. La sentí tan claro como tú —ladeó una sonrisa juvenil y
divertida. Inhaló con profundidad llenándose de la exuberante
energía que acababa de llegar al mundo—. Aún pese a los años gozas
el menospreciarme, Riker —se levantó de su puesto limpiando las
invisibles motas de polvo de su pantalón escolar.
—En ese caso deja de parlotear y ejecuta el trabajo del que tanto te
gusta vanagloriarte —Blake recriminó justo antes de verlo saltar la
altura comprendida a tres mil pulgadas.
Su alada compañera aterrizó algunos segundos más tarde sobre su
hombro tal y como era su costumbre después de su vuelo, trayendo
consigo la noticia que, por setenta y seis años, aguardó con eterna
paciencia y añoranza.
—Me has hecho padecer tu ausencia por muchos años —Blake sacó de
su gabardina el colgante de mariposa, analizando el nuevo tono que
adquirían sus alas mientras se teñían de un hermoso color a noche
confirmando que estaba en lo correcto—. En verdad has vuelto,
pequeña Brenton, lo hiciste.
Las doradas hojas de los árboles indicaban el inicio del otoño,
impregnando con una melancólica nostalgia las colindancias del
parque en el que andaba presurosa, contando mentalmente la cifra
numérica pactada para así, localizar a su compañera de juegos quien
permanecía escondida en algún lugar estratégico. Se ocultó bajo el
amparo de uno de los añejos troncos, usando sus raíces salientes
para darse soporte y algo de altura. Bufó resignada, tampoco estaba
ahí. Recorrió la siguiente sección repitiendo el anterior método, sin
embargo, esta vez algo la hizo detenerse en su actividad de espionaje.
Elevó sus cortas piernas impulsándolas hasta ponerlas de puntillas,
consiguiendo una mejor vista de quien atento a su lectura persistía
leyendo su grueso libro en una de las bancas disponibles, alejado del
exterior por los auriculares que portaba en sus oídos. Alzó sus
miembros aún más de lo necesario, causando que sus talones se
deslizaran de la superficie e impactara con fuerza en la base.
—¡Eso dolió! —se quejó con las pupilas cristalinas, resaltando el
castaño caramelo que tintaba su iris. Retiró las hojas secas que se
adhirieron a su largo cabello y por segunda ocasión subió a tomar su
puesto en la superficie del tronco, lamentablemente el asiento estaba
vacío. Desilusionada se giró para continuar con su búsqueda,
botándose de regreso al toparse de frente con el chico de los
audífonos blancos.
—Creo que encontré a una linda acosadora —habló divertido, no
perdiendo detalle de las infantiles reacciones que se plasmaban en
aquel rostro de niña adorable.
—¡No soy ninguna acosadora! —defendió ella su postura, arrugando
el puente de la nariz de forma tan graciosa que el joven a su lado
sonrió—. Buscaba a mi amiga y entonces tu apareciste, sólo eso, no
tienes por qué darte tanta importancia —atacó con la obstinación
cargada de nueve años, agitando su cabeza de modo que sus cabellos
se reflejaron rojizos por la luz del sol de la mañana.
—"Te extrañé tanto."
Ella escuchó la frase siendo mencionada con claridad dentro de sus
pensamientos, erizando los vellos de su nuca al denotar la profunda
tristeza con que fueron pronunciadas. Algo anormal le ocurrió a su
inexperto corazón cuando los dedos de aquel desconocido la tocaron
con tanta gentileza, temiendo romperla si hacía más presión de la
debida. Las zonas de sus pómulos que el extraño había rozado
estaban tibias, inundándole el estómago con un hormigueo que nunca
había experimentado.
—¡Espera, esto es tuyo! —avisó ella mientras alzaba la prenda que el
otro había dejado cuando se moviera con la intención de irse. Lo vio
retornar y alcanzar su medida de 1.30 metros, colocando en su cuello
la cadena con un bello colgante con forma de mariposa negra.
—Me encontraste primero, así que te pertenece —se alejó lo
suficiente, metiendo las manos en los bolsillos de la abrigadora
sudadera que vestía de forma despreocupada—. Nos veremos pronto,
Thea Brenton —prometió él con enigma.
Estaba por preguntarle porqué conocía su nombre, pero una brisa de
aire azotó sorpresivamente obligándola a apartar la mirada para
resguardarse del viento.
—Se fue —Thea observó con detenimiento el sendero deshabitado, sin
rastros de que alguna persona hubiese estado ahí en su compañía.
¿Acaso lo había soñado? Estaba por seguir debatiendo, no obstante,
su escurridiza amiga llegó a ella indicándole que había ganado el
juego al no haber podido descubrirla—. Lo siento si te hice esperar —
pidió disculpas por la tardanza, captando su atención un hecho en
particular—. ¿Sabes? la mariposa de mi collar y tú, se parecen mucho
—soltó suspicaz enseñando al insecto la veracidad de su comentario—
. Al menos cuando vaya a casa, tendré algo con que recordarte —dio
unos pasos para llegar a donde su familia le aguardaba, siendo
detenida por la oscura mariposa que interfería en su camino. Agitó
sus alas en la dirección contraria e indirectamente le pidió la
siguiera.
A los pocos minutos estaban en un área del parque que nunca había
explorado e incluso parecía que nadie lo hubiese habitado en
demasiado tiempo. La enorme maleza entorpecía sus movimientos,
tropezando con una de las enredaderas que se había afianzado a su
tobillo. La conmoción del percance la había llevado a impactar con un
muro de naturaleza muerta, sintiendo un Deja Vu cuando posara la
palma de su mano sobre un objeto sólido. Aprisa deprendió las
cortinas de hojas y ramas secas despejando un formidable marco de
madera.
—¿Quieres que la abra? —le cuestionó Thea a la alada criatura,
obedeciendo su mandato cuando tratara de hacer girar el dorado
pomo que le separada de lo que estuviese ahí.
La protección cedió con un chillido oxidado, resonando el repique de
la maquinaria que reconocía a la dueña de aquellos territorios. Una
mágica melodía la hipnotizó e incitada por su seductor sonido, entró.
—Bienvenida, pequeña mariposa.
Fue todo lo que se escuchó decir, antes de que la puerta de color azul
se cerrara tras de sí.

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