Artículos Sobre Guerra Del 98 de Revista Militar

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NUESTRAPORTADA:

Reproducción autorizada por la Comisión


Internacional de Historia Militar del cartel
anunciador del congreso El Ejército y la Arma-
da en 1898: Cuba, Puerto Rico y Filipinas,
realizado por .I. Topete
SERVICIO HISTÓRICO MILITAR
Y MUSEO DEL EJÉRCITO

REVISTA
DE

HISTORIA MILITAR

Año XLI 1997 Núm. 83


CATALOGACIÓN DEL CENTRO DE DOCUMENTACIÓN
DEL MINISTERIO DE DEFENSA

REVISTA de historia militar / Servicio Histórico Militar y


Museo del Ejército. - (Madrid) : Ministerio de Defensa,
Secretaría General Técnica. - v. : il. ; 24 cm
Semestral. - Comenzó en: 1957. - Descripción basada en:
Año 41, n. 83 (1997)
ISSN 04825748

Edita: Ministerio de Defensa


Secretaría General Técnica
NIPO: 076-97-017-X
ISSN: 0482-5748
Depósito Legal: M. 7.667-l 958
Imprime: Imprenta Ministerio de Defensa
ùe
geaoría
nmlítar
NÚM. 83 AÑO 1997
Esta revista invita a colaborar en ella a los escritores militares y civiles
españoles y extranjeros, que se interesen por los temas históricos relacio-
nados con la institución militar y la profesión de las armas. En sus páginas
encontrarán acogida los trabajos que versen sobre el pensamiento militar
a lo largo de la historia, deontología y orgánica militar, instituciones, acon-
tecimientos bélicos, personalidades militares destacadas, usos y costum-
bres del pasado, particularmente si contienen enseñanzas o antecedentes
provechosos para el militar de hoy, el estudioso de la historia y jóvenes
investigadores.

Los artículos y documentos de esta Revista no pueden ser traducidos


ni reproducidos sin la autorización previa y escrita del Servicio Histórico
Militar y Museo del Ejército. La Revista declina en los autores la total
responsabilidad de sus opiniones.
Sumario
Páginas

IN MEMORIAM . . . .. .. . .. . .. . .. . . . . .. . . .. . . . . .. . . .. . .. . . . .. . .. . . . . . . . .. . .. .. . . . .. . . . .. . . .. . . . . 9

ARTÍCULOS

José Rizal: Padre de la nación filipina, por Francisco MARÍN


CALAHORRO, Coronel de Caballería . . . .. . .. . . . . . .. . . .. . .. . . . .. . . . .. . . .. . . . . 13

Eloy Gonzalo y Cascorro, por Gabriel RODRÍGUEZ PÉREZ, Coro-


nel de Infantería .. . .. . . .. . . . .. . . . .. . . . . .. . .. . .. . . . .. . . .. . . . . . .. . . .. . .. . . .. . . .. . . .. .. . . . . 43

Antecedentes filipinos del 96-98, por Leandro TORMO SANZ,


Investigador del C.S.I.C. . .. . . . . .. . . . .. .. . . . . .. . . .. . . . . . .. . . .. . .. . . .. . . .. . . .. . . . . . . 67

La guerra hispano-cubana-norteamericana: los combates terres-


tres en el escenario oriental, por Guillermo G. CALLEJA
LEAL, Doctor en Geografía e Historia .. . . .. . . . . . .. . . .. .. . . .. . . . .. . .. . . . . . . . 91

Polavieja: un general para una crisis. El polaviejismo en torno a


1898, por Pablo GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA, Comandan-
te de Sanidad (Vet.) . .. . . . .._.....__..........._........_._._._........................ 161

Diario de Operaciones en Cuba: Por el Teniente de Infantería


don Enrique Piqueras Causa (1895-1897), por Enrique PÉREZ
PIQUERAS, General de Brigada de Infantería . . . . .. .. . . .. . . . .. . .. . . . . . .. 201
La guerra h,ispano-norteamericana en Filipinas, por Andrés MÁS
CHAO, General de División . .. . .. . . . . .. . . .. . .. .. . . .. . . .. . . .. . . . . .. .. . .. . . .. . .. . . . 227

La campaña 18961897en Filipinas y visión desde el campo insu-


rrecto, por Pedro ORTIZ ARMENGOL, Embajador de España . .. 257

El Ejército español ey Cuba, por Eladio BALDOV~N RUIZ, Coronel


de Caballería . . .. . . .. .. . . .. .. . .. .. . . . . .. .. . . . .. . . . .. . .. .. . . .. . . .. . . .. . . . . .. .. . .. . .. . . . .. . . 287

OBRAS DISPONIBLES

Obras disponibles editadas por el Servicio Histórico .. . . .. . .. . . .. . . .. . .. 345


INMEMORIAM

El Coronel de hfunteríu don Longinos Criudo Martínez, Reductor Jefe de esta


Revista de Historiu Militar; ,fulleció el 19 de octubre de 1997.
Su imprevistu desapurición entristeció el ulma de cuantos disfrutamos el calor de
su compañerismo.
Fue destinudo a nuestro Servicio Histórico Militar en julio de 1991 y, demostrado
su capacidad de trabajo, su aptitud investigadora y sus excelentes dotes de amistud,
simputíu y comunicación, pasó enseguida a formar parte del Consejo de Reducción de
IU Revista y, cinco meses después, se le nombró Reductor Jefe de la misma.
Era vocal nato de IU Comisión Espuñolu de Historia Militar
Gracias a su dedicación y esfuerzo$te un grun impulsor de la Revista, partici-
pando en seminarios, acudiendo a congresos y dando conferencias, especialmente en
los~foros universiturios.
En pleno desarrollo y preparación del congreso “El Ejército y la Armada en 1898:
Cubu, Puerto Rico y Filipinas ” le sorprendiió la muerte. Su espíritu voló hacia Dios.

Ant, l2 ndte Ll corcma


Ion,,
ARTÍCULOS
JOSÉ RIZAL: PADRE DE LA NACIÓN FILIPINA
Francisco MARíN CALAHORRO
Coronel de Caballería
Doctor en Ciencias de la Información
Licenciado en Derecho

Martes, 30 de diciembre de 1896: el mártir

L
A comitiva salió de la Fuerza de Santiago. Rizal, atado codo a codo,
precedido por un corneta y un tambor. Le acompañaban dos sacer- ,
dotes, los jesuitas Vilaclara, su último confesor, y March: detrás su
defensor el teniente Luis Taviel de Andrade y una escolta de Artillería.
Marcharon lentamente por el Paseo de María Cristina. Dejaban a la
derecha el mar y a la izquierda la muralla de la ciudad. Frente a ellos la
bahía de Manila se abría en todo su esplendor, a lo lejos hacia el sur los
montes de Cavite y recortada en el horizonte, al fondo, la silueta del islote
de Corregidor. Mucha gente, filipinos y españoles, habían acudido, pese a
la temprana hora, para contemplar la ejecución.
El grupo llegó al final de la muralla, entró en el Paseo de La Luneta y
se dirigió al campo de Bagumbayán, donde se hallaba formado el cuadro
por las tropas que, según la Orden de la plaza de Manila del día anterior,
estaba constituido por dos compañías del Batallón de Cazadores Expedi-
cionario número 7, una del Batallón de Cazadores número 8, otra del Regi-
miento de Línea número 70 y otra del Batallón de Voluntarios, con banda y
música.
Rizal entró en el cuadro, se colocó en el extremo no ocupado por los sol-
dados y pidió ser fusilado de frente; el oficial al mando del piquete le res-
pondió que sus órdcncs eran hacerlo de espaldas. El reo argumentó: /Yo VIO
14 FRANCISCO MARíN CALAHORRO

he sido traidor a mi Patria ni a la nación espaZo1a.f A continuación rogó


que no le disparasen a la cabeza.
Rizal se volvió hacia el mar para dar la espalda al piquete, que estaba
formado por una primera línea de ocho soldados indígenas -se había deci-
dido que sus propios paisanos le fusilaran- armados de fusiles Remington,
y detrás otra de ocho soldados peninsulares con fusiles Mauser, por si los
indígenas se negaban a disparar. El médico militar se aproximó, le tomó el
pulso y lo encontró normal.
Sonó la descarga. Se desplomó y cayó muerto sobre el costado derecho,
el rostro hacia el cielo. Había recibido ocho impactos. Eran las siete y tres
minutos, todo transcurrió en apenas media hora. Se acababa de cometer uno
de tantos errores -y horrores- que han ido salpicando la historia de la huma-
nidad. A partir de ese momento la crisis del 98 en Filipinas estaba abierta y
sólo quedaba el diálogo de las armas.

El hombre

José Rizal Mercado nace, el 19 de junio de 1861, en el pueblo de


Calamba, provincia de La Laguna, en la isla de Luzón. Tanto el pueblo
como sus habitantes formaban parte de una hacienda, en aquel tiempo diri-
gida por la orden de los dominicos, que con sus rentas y beneficios sufra-
gaba los gastos del colegio de San José. Venía de antiguo esta costumbre
-no siempre tolerada de forma pacífica por los nativos-, especie de protec-
torado sobre grandes extensiones de terreno y sus habitantes, ejercido por
las órdenes religiosas -agustinos, franciscanos, jesuitas y dominicos-, que
tomaron a su cargo el proceso de evangelización e hispanización del archi-
piélago. De ahí su papel preponderante y que acabaran convirtiéndose, con
el paso de los siglos, en uno de los poderes fácticos de Filipinas.
Sin embargo, los cambios que se producen en el mundo y en España, a
lo largo del siglo XIX, pondrían en entredicho el sistema. La apertura come-
cial de las islas con el asentamiento paulatino de empresas de otras nacio-
nes, la llegada de españoles de ideas liberales desterrados por el Gobierno
de Madrid, el advenimiento de la República, etc. pusieron a los filipinos en
contacto con los nuevos vientos del pensamiento que soplaban en el mundo
y debilitaron la influencia de las órdenes religiosas sobre ellos.
En este contexto, la familia Rizal (sus padres, Francisco Rizal Merca-
do y Teodora Alonso, y sus diez hermanos -ocho hembras y dos varones-)
vivía con cierto acomodo, gracias a la posición económica que su padre
había labrado con gran esfuerzo, y el respeto a la religión católica, debido
JOSÉ RIZAL,: PADRE DE LA NACIÓN FILIPINA 15

a la profunda religiosidad de la madre, lo que no iba a evitar que sufrieran


en sus carnes algunos de los hechos que José expuso de forma crítica en su
obra.
Desde niño, Rizal destaca por su inteligencia, sensibilidad y facilidad
para el estudio. Sus aptitudes impulsan a sus padres a llevarlo a Manila para
que curse el bachiller en el Ateneo Municipal, regido por los PP. Jesuitas.
Es ahí donde comienza a brillar su privilegiada inteligencia y a mostrar sus
dotes literarias. Al mismo tiempo empieza a aflorar su orgulio de filipino y
a contemplar sucesos que van a marcar su vida y definir su pensamiento.
Obtiene el grado de bachiller en artes, con la calificación de sobresa-
liente en todas las asignaturas y una importante proporción de premios
ganados por oposición entre sus compañeros, destacando en dibujo y escul-
tura.
Su religiosidad, en esta época, está demostrada por los comentarios de
sus profesores en el libro, editado por los jesuitas, Rizal y su obra, que reco-
ge: ...dando una hermosa muestra de su devoción a la Santísima Virgen (...)
tulló (...) una linda imagen de Nuestra Señora, tan a gusto de los profeso-
res de Rizal, que cmo de ellos le preguntó si haría del mismo modo una ima-
gen del Sagrado Corazón de Jesús. Prometióselo el joven artista y poco
tiempo después entregaba su nueva obra al Padre. Tenía, entonces, catorce
años y las circunstancias quisieron que la escultura del Corazón de Jesús le
acompañase en su celda la víspera de su fusilamiento.
Terminado el bachillerato, pasó a la universidad de Santo Tomás, diri-
gida por los dominicos, donde se matriculó, en junio de 1877, en Filosofía;
además estudió en el Ateneo las asignaturas que daban opción al título de
Perito Agrimensor, que obtuvo con sobresaliente en los exámenes de mayo
de 1878, expidiéndosele el título de Perito Tasador de Terrenos el 30 de sep-
tiembre de 188 1.
Los últimos meses de 1878 los dedicó a escribir las memorias de su vida
de estudiante, adquiriendo así el hábito de anotar su acontecer diario, que
ha permitido profundizar en el conocimiento de su personalidad. Simulta-
neó a partir del curso 1878-79 los estudios de filosofía con los de medici-
na, ésto debido, quizás, a que su madre perdió la vista el año anterior y a su
deseo de ayudarla.
Los estudios no le distrajeron de sus aficiones literarias y se reveló ya
como poeta. De su primera época hay una poesía poco conocida, que cuen-
ta la salida de la flota de Magallanes para dar la vuelta al mundo, produ-
ciéndose el descubrimiento de las islas Filipinas por los españoles. La obra
fue escrita en 1874 y publicada el 30 de diciembre de 1899 en Manila en el
periódico La Patria. Titulada El embarque, sus dos primeras estrofas dicen:
16 FRANCISCO MARÍN CALAHORRO

En bello día,
Cuando radiante
Febo en Levante
Feliz brilló,
En Barrameda
Con gran contento
El movimiento
Doquier reinó

Es que en las playas


Las carabelas
Hinchan las velas
Y a partir van;
Y un mundo ignoto,
Nobles guerreros
Con sus aceros
Conquistarán.

La primera poesía, en la que asoma su orgullo patrio, fue premiada en


un certamen celebrado en el Liceo Artístico y Literario de Manila con la
pluma de plata. Dedicado a la juventudfilipina, comienza así:

iAlza tu tersa ,frente,


juventud filipina, en este día!
iluce resplandeciente
tu rica gallardía,
bella esperanza de la patria mía!

Es su primer canto a la Patria, su primer gesto público de rebeldía. Ya


habían ocurrido algunos incidentes que hicieron efecto en su espíritu, que pre-
sentaron ante sus ojos las desventuras de los indígenas. El primero de ellos fue
el proceso criminal contra su madre, por supuesto delito de envenenamiento.
Los hechos tuvieron su origen en la infidelidad de la esposa de un primo de
doña Teodora durante el viaje de éste a Europa. A su vuelta, en vez de repu-
diarla, la llevó a casa de la madre de Rizal, quien intentó reconciliar a los espo-
sos. Sin embargo, la mujer acusó a su marido de intentar envenenarla con la
complicidad de doña Teodora, que fue arrestada por el alférez de la Guardia
Civil de Calamba y la hizo caminar a pie de pueblo en pueblo hasta la prisión.
AI poco tiempo, otro acontecimiento, los sucesos de Cavite en enero de
1872 vinieron a marcarle de nuevo. Una revuelta en el arsenal fue aprove-
JOSÉ RIZAL: PADRE DE LA NACIÓN FILIPINA 17

chada para mandar a presidio a muchos filipinos, que mostraban su des-


contento con el trato recibido de los peninsulares; incluso algunos de ellos
fueron condenados a muerte, como sucedió con los sacerdotes indígenas
Burgos, Gómez y Zamora, a los que dedicó su novela El filibusterismo.
Éstos pretendían la igualdad entre el clero indígena y el procedente de la
metrópoli y, para Rizal, se aprovechó la sublevación de Cavite para acabar
con ellos. Incluso su hermano mayor, Paciano, que vivía en casa del pres-
bítero Burgos, tuvo problemas y muchos de sus compatriotas se exiliaron
para evitar ser perseguidos y condenados.
Rizal prosigue sus estudios y también en prosa demuestra su valía lite-
raria. Así, en 1880, se premia una composición suya, en el homenaje a Cer-
vantes en su centenario, titulada El Consejo de los Dioses. El trabajo, repro-
ducido en la revista La solidaridud en 1893, es una alegoría en la que los
dioses del Olimpo hacen un análisis paralelo entre Homero, Virgilio y Cer-
vantes. Los dioses debaten sobre los méritos de cada uno de ellos, anali-
zando sus obras más representativas, La Zliadu, La Eneida y El Quijote;
felizmente para el español, Júpiter proclama que: la Justicia los cree igua-
les y, por ello, demos á Homero la trompa, á Virgilio la lira y 6 Cervantes
el lauro; mientras que la Fama publicar6 por el mundo la sentencia del
Destino; y el cantor Apolo entonarú un himno al nuevo astro, que desde hoy
brillará en el cielo de la gloria y ocupará un asiento en el templo de la
Inmortulidad.
No es de extrañar que el autor se exprese así: su formación es españo-
la y ama España. Lo que no puede aceptar es la actuación de determinados
españoles respecto a los que éstos consideran los indios filipinos. Él
mismo, a poco de ganar tan destacado premio, consistente en un anillo de
oro con el busto del Príncipe de los Ingenios, fue a denunciar, ante el
gobernador de la colonia, en el palacio de Malacañang, . ..porque fui atro-
pellado y herido en una noche oscura por la Guardia Civil, porque pasé
delante de un bulto y no saludé, y el bulto resultó ser el teniente que man-
daba el destacamento: ,fui herido traidoramente sin qzze antes mediasen
palabrus: me presenté al Sr. Primo de Rivera; no le vi a SE... ini obtuve
justicia tampoco!‘.
Todo ese conjunto de circunstancias, unido a la observación de perma-
nentes abusos con los indígenas, le impulsarán a abandonar el Archipiéla-
go. Así lo reconoce el propio Rizal: Sobre la fina arena de las orillas del
lago de Buy hewzos pasado largas horas de nuestra niñez pensando y soñan-

’ RIZAL, José: “Al Excmo. Sr. D. Vicente Barrantes”, en Ln Solidaridad, núm. 25. Madrid. 15 de
febrero de 1890.
18 FRANCISCO MARíN CALAHORRO

do en lo que había más allá al otro lado de las olas. En nuestro pueblo veí-
amos, todos los días casi, al teniente de la Guardia Civil, al alcalde cuan-
do lo visitaba, apaleando é hiriendo al inerme y pactfico vecino que no se
descubría y saludaba desde lejos. En nuestro pueblo veíamos la ~fuerza
desenfrenada, las violencias y otros excesos cometidos por los que estaban
encargados de velar por la paz pública; y, fuera, el bandolerismo, los tuli-
sanes, contra los cuales eran impotentes nuestras autoridades. Dentro
teníamos la tiranía y fuera el cautiverio. Y me preguntaba entonces si en los
paises que habia allá, al otro lado del lago, se vivía de la misma manera:
si allá se atormentaba con duros y crueles azotes al campesino sobre quien
recaía una simple sospecha: si allá se respetaba el hogar; si para vivir en
paz había que sobornara todos los tiranos...%
Termina 1880 representando, con ocasión de las fiestas de la Inmacula-
da Concepción, a requerimiento de los jesuitas, una zarzuela titulada Junto
al Pasig. Rizal, que por entonces estudiaba en la Real y Pontificia Univer-
sidad de Santo Tomás, no había abandonado su antigua relación con ellos,
pues seguía colaborando con el Ateneo Municipal en su calidad de Presi-
dente de la Academia de Literatura Castellana de ese centro. La obra, su
úníca pieza teatral, es una alegoría del triunfo de la Virgen María sobre
Satán, que concluye con un canto:

iSulve!, Rosa pura,


Reina de la mar:
/Salve!, Blanca estrella,
Fiel iris de la Paz...
Antipolo,
Por Ti sólo
Fama y renombre tendrá:
De los males
Los mortales
Tu Imagen nos librará
Tu cariño,
Al fiel niño
Le guarda siempre del mal;
Noche y día
tú le guías
En la senda terrenal.

’ Idem: “Ingratitudes”, en La .Salidarí&d, núm. 23, Madrid, 15 de enero de 1890.


JOSÉ RIZAL: PADRE DE LA NACIÓN FILIPINA 19

El cambio, que en lo sucesivo se produce en la manera de ver y enten-


der la religión por el autor de la zarzuela, contrasta con lo expresado en los
versos anteriores. Son las circunstancias, los ejemplos que contempla en
algunos religiosos -frailes, como los denomina en sus escritos- los que pro-
vocarán un giro copernicano en sus ideas religiosas. Nunca dejará de creer
en Dios, lo que criticará será la utilización que de Él hacen algunos de sus
representantes en la Tierra.
Dos últimos factores, unidos a los hechos antes comentados, decidirán
su definitiva marcha a España: el primero, la preocupación que siente su
familia de que, ame la evolución de sus ideas, pueda acabar ofendiendo a
los poderes fácticos de la colonia y a sus gobernantes; el segundo, quizás la
gota de agua que rebosa el vaso, es su enfrentamiento con uno de sus pro-
fesores universitarios, pues como se afirma en el número extraordinario de
La Independencia dedicado a su persona: Brilló en la facultad de Manila,
de la que salió paru lu Universidad Central, quizás contra su deseo, por-
que un catedrático de la Real y Pontificia insultaba a diario á los alumnos
menos aprovechados, y Rizal, que no fue jamás de los reprendidos, se revol-
vió contra aquel abuso, y el catedrático juró no aprobarle nunca3.
No debió ser fácil al tagalo abandonar Filipinas; allí dejaba familia,
amigos y novia, que no le esperaría; pero necesitaba conocer y, también, dar
a conocer a España y, si fuera posible, al mundo entero, la situación en que
se encontraban sus paisanos.
Rizal desembarca en Barcelona, en junio de 1882, con una personalidad
bien definida. Siente un gran desacuerdo con la discriminación que sufren
sus hermanos de raza y se ha convertido en un nacionalista a ultranza. Su
primer artículo El amor patrio, escrito nada más llegar, así los confirma: iEE
amor á la patria no se borra jamás, una vez que ha entrado en el corazón!,
porque lleva en sí un sello divino que le hace eterno, imperecedero.”
Enseguida marcha a Madrid donde, ya en octubre, estudia al mismo
tiempo las carreras de Filosofía y Letras y Medicina, que superaría con cali-
ficaciones brillantes, sobre todo la primera de ellas.
Aprovecha el tiempo y, además de estudiar, practica el dibujo, la pintu-
ra y la escultura en la Academia de San Fernando. Asiste con frecuencia a
las conferencias del Ateneo y se aplica en conocer el francés, inglés y ale-
mán. Fue polígloto, pues llegó a hablar, además de varios dialectos de su

“Rizal Médico”, en La hdepeadmciu, núm. extraordinario. Editado en el asilo de Malabón el 25


de septiembre de 1898.
’ RIZAL. José: “El amor patrio”, en Dinr-i«ng Tngcílog. Manila, 20 de agosto de 1882. Reproduci-
do en Lu Solidnridnd. núm. 42. con el seudónimo Laón Laang. Madrid, 3 1 de octubre de 1890.
20 FRANCISCO MARÍN CALAHORRO

José Rizal, héroe nacional de Filipinas.


JOSÉ RIZAL: PADRE DE LA NACIÓN FILIPINA 21

país, español, latín, francés, italiano, inglés, alemán, japonés y holandés;


traducía griego, hebreo, árabe y sánscrito, e incluso consiguió aprender ruso
durante su destierro en Dapitan.
Pudo ser, según señala Palma, que, cuando en el verano de 1883 mar-
cho a París para perfeccionar el idioma francés, ingresara en la masonería:
Se cree que durante esta rápida visita a la capitalfrancesa, hizo su ingre-
so en la Masonería, lo cual posiblemente decidió la dirección de sus ideas
religiosas. Esta institución debió atraer su simpatía por los grandes princi-
pios que proclama mucho más acorde con su manera de pensar (...) De
Rizal se conserva una conferencia masónica leída en la logia ‘Solidaridad’
de Barcelona en 1888, que no puede colocarse entre los mejores trabajos
que ha dejado; pero de todos modos revela el conocimiento y penetración
del autor en los misterios de la institución’.
Según otros, Rizal se inicia en la masonería en la logia Acacia de
Madrid, perteneciente al Gran Oriente Español, en 1883. Adopta el nombre
de Dimasalang, que puede traducirse como El intocable. Más tarde, en
noviembre de 1890, en la logia Solidaridad de Madrid alcanzaría el grado
de maestro masón”.
En Madrid, como después en el resto de Europa, encontró un mundo muy
diferente al de su tierra. Pues, como reconoce Palma, . ..todas las ideas circu-
laban como monedas legales: todos los partidos tenían su órgano y todas las
aspiraciones su club o asociación, mientras en su patria se consideraba peli-
groso cualquier pensamiento nuevo que desentonara del impuesto por la cen-
sura ojkial. Todos los partidos tanto m.onárquicos como republicanos tenían
su representación en las Cortes, mientras que en su país no se permitía otro
partido que el de los frailes. Los ateos y librepensadores se burlaban san-
grientamente de la Iglesia y de sus ministros, y ninguno era molestado?
El que sus paisanos fuesen tratados de forma tan diferente le movió a
denunciarlo y lo hizo mediante artículos enviados a los periódicos filipinos
en los que colaboraba su hermano Paciano; en las oportunidades que tuvo
de hablar públicamente en Madrid, como más tarde lo hizo desde la revista
La Solidaridad y, sobre todo, en su primera novela, que por entonces empe-
zó a estructurar.
Lo que podría considerarse el inicio de sus actividades públicas en la
metrópoli, y donde comienza a exponer su pensamiento político, se produ-

’ PALMA. Rafael: Bio,cy~@~ dr Ki:o/. Bureau of Printing. Manila. 1949, pp. 47-48.
’ NAVARRO DE FRANCISCO, César y otros: Kiznl J la crisis del 98. Parteluz. Madrid, 1997,
p. 94.
’ PALMA, Rafael: 01~. cir., p. 47.
22 FRANCISCO MARÍN CALAHORRO

ce el 25 de junio de 1884, con ocasión del homenaje que los filipinos ofre-
cían en Madrid al pintor Juan Luna, en reconocimiento al éxito de su obra
Spoliarum.
Rizal, que ese día había ganado por oposición el primer premio de grie-
go y anotado en su diario que no había comido por falta de dinero, pronun-
ció, al iniciar los brindis, una de las pocas piezas oratorias, tal vez la única,
de su vida. El auditorio estaba formado por políticos relevantes -Moret,
Labra, Andrés Mellado, Morayta, etc.- y un nutrido grupo de pintores,
escritores y periodistas, así como representantes de la colonia filipina.
La tesis central del discurso postulaba que Filipinas caminaba hacia la
madurez y, saliendo de su letargo histórico, . .. vuelve a despertarse conmo-
vida por el choque eléctrico que le produce el contacto de los pueblos occi-
dentales, y reclama la luz, la civilización que un tiempo les legara, confir-
mándose así las leyes externas de lu evolución constante, de las
transformaciones, de la periodicidad, del progreso. Planteado esto, y des-
pués de hacer el panegírico de los pintores Luna e Hidalgo, también home-
najeado, pasó a presentar una crítica sobre la actuación de algunos españo-
les en la colonia: Si la madre enseña al hijo su idioma para comprender sus
alegrías, sus necesidades d dolores, Espuñu, como mudre, enseña también
su idioma á Filipinas, pese á la oposición de esos miopes y pigmeos que
asegurando el presente, no alcanzan á ver en el porvenir; no pesan las con-
secuencias; nodrizas raquíticas, corrompidas y corruptas, que tienden á
apagar todo sentimiento legítimo que, pewirtiendo el corazón de los pue-
blos, siembran en ellos los gérmenes de las discordius pum que se recoju
más tarde el fruto, el anapelo, la muerte de las generaciones futuras.
Por último, para finalizar el discurso, define su visión peculiar de la
relación entre españoles y filipinos, que son dos razas que se aman y se
quieren, unidas moral, social y políticamente, en el espacio de cuatro
siglos, para que formen en el futuro una sola nución en el espíritu, en sus
deberes, en sus miras, en sus privilegios, y a continuación brinda, entre
otras cosas, porque la madre España, solícita y atenta al bien de sus pro-
vincias, ponga pronto en práctica las reformas que largo tiempo medita; el
surco está trazado y la tierra no es estéril”.
Rizal no piensa en la independencia, su filosofía puede resumirse en
cuatro palabras: provincia, sí; colonia, no. Pretende que se vuelva a la situa-
ción establecida en la Constitución de 1812, en la que Filipinas es conside-
rada como una provincia y tiene representantes en las Cortes españolas.

’ RETANA, W.E.: vida y escritos del Dr: Rizal. Ed. ljbrería General de Victoriano Suárez, Madrid.
1907, pp. 95-99.
JOSÉ RIZAL: PADRE DE LA NACIÓN F’ILIPTNA 23

A mediados de 1885, con sus dos títulos universitarios y algunos capí-


tulos de su principal obra, la novela Noli me tangere, en la maleta, el Dr.
Rizal comienza su primer periplo europeo. En París se especializa en la clí-
nica del oftalmólogo M. Wecker. Pasa después a Alemania, donde en Hei-
delberg, el 22 de abril de 1886, termina de componer una poesía, en la que,
aunque lleva el romántico título A lasflores de Heidelberg, no deja de recor-
dar su lejano país desde la primera estrofa:

iId á mi patria, id, extranjerus flores,


sembradas del viajero en el camino,
y bajo SU azul cielo,
que guarda mis amores,
contad del peregrino
la fe que alienta por su patrio suelo”.

Dedicó el resto de aquel año a la observación de las costumbres del


pueblo alemán y a completar, pulir y corregir Noli me tangere, como el
propio Rizal reconoce: Sin embargo, en honor a la verdad, diré que al
corregir mi obra en Alemania la he retocado mucho y reducido más; pero
también la he templado los arranques, suavizando muchas fiases y redu-
ciendo muchas cosas á más justas proporciones á medida que adquiría
más amplia visión de las cosas vistas desde lejos, á medida que mi imagi-
nación se enfriaba en medio de la calma peculiar de aquel pueblo (...) Con
todo, no niego que no haya podido influir en mí el medio en que vivía sobre
todo al recordar mi patria en medio de aquel pueblo libre, trabajador,
estudioso, bien administrado, Heno de confianza en su porvenir y dueño de
sus destinosJo.
Después de pasar por Leipzig, donde practicó la oftalmología y, posi-
blemente, según confiesa Retana, la tipografía, para solucionar sus necesi-
dades económicas, se trasladó a Berlín, donde fue impresa la novela. La
dedicatoria está fechada en Europa, 1886, aunque no salió a la luz hasta
marzo de 1887. Este será un momento clave en su vida, dado que, a partir ’
de entonces, los acontecimientos se acelerarán, tendrá la enemistad de aque-
llos a quienes critica, será tachado defilibustero, es decir separatista, y él y
su familia sufrirán las consecuencias de ello. Cosa que no le arredra res-
pecto a su persona, aunque sí por los suyos.

9 RIZAL, José: “A las flores de Heidelberg”, en La Independencia, número extraordinario ya cita-


do.
Io RETANA, W.E., Op. cit., pp. 105-106.
24 FRANCISCO MARÍN CALAHORRO

A continuación estuvo en Austria y Bohemia; visitará allí, en Leitme-


ritz, al profesor Blumentritt, científico, estudioso del mundo filipino, esta-
bleciéndose una fraternal amistad entre ambos. Finalmente, después de
recorrer Suiza e Italia, embarcará en Marsella hacia Manila, donde arribará
en agosto de 1887.
La novela precedió a su autor y con ella llegó el alboroto y la polémica.
Mientras aquél pretendía pasar inadvertido y marchar a su pueblo natal
enseguida, el claustro de la Real Pontificia Universidad de Santo Tomás de
Manila, juzgaba la obra y la encontraba herética, impía y escartdalosa en el
orden religioso y antipatriótica, subversiva del orden público, injuriosa al
Gobierno de Espafia y á su proceder en estas Islas, en el orden político, por
lo que consideraba que si llegara á circular por Filipinas, causaría graves
daños á la fé y á la moral, amortiguaría ó extinguiría el amor de estos indí-
genas á España, y perturbando el corazón y las pasiones de los habitantes
de este país, podría ocasionar días muy tristes para la madre Patria.
No es de extrañar que, al conocer el informe, el capitán general Emilio
Terrero y Pertinat llamase a Rizal y le asignase un oficial de la Guardia Civil,
el teniente José Taviel de Andrade, para que le acompañase durante su estan-
cia en la isla, asignándole el doble papel de vigilante y escolta de su persona.
A los pocos días el tagalo se había granjeado el afecto de aquél, creciendo una
buena amistad entre ambos. El destino haría que, años más tarde, durante su
proceso, su defensor fuese Luis Taviel de Andrade, hermano del anterior.
Rizal se dedica en Calamba a ayudar a los suyos. Abre una clínica de
oftalmología y opera con éxito a su madre casi ciega y atiende a sus paisa-
nos, pero la situación se hace insostenible ante las presiones de algunos reli-
giosos y otros radicales españoles. La familia le aconseja su marcha, preo-
cupada por su seguridad, y parte hacia el exilio a primeros de febrero de
1888. En esta ocasión la suerte le favorece, pues está lejos cuando se pro-
duce la manifestación del primero de marzo de 1888 en Manila, en la que
participaron los principales filipinos de muchos pueblos, que presentaron
un escrito al gobernador civil, José Centeno García, solicitando el destierro
del arzobispo y la supresión de las órdenes religiosas en el archipiélago. Sin
embargo, algunos le acusaron de hacer propaganda filibustera desde Hong
Kong, ya que compuso por esas fechas, a petición de sus enemigos de
Batangas, el Himno al Trabajo, cuya principal estrofa canta:

iPor la patria en la guerra,


por la patria en la paz,
velará el filipino,
vivirá y morirá!
JOSÉ RIZAL: PADRE DE LA NACIÓN FILIPINA 25

Portada de “La Independencia”.


FRANCISCO MiZRíN CALAHORRO
26

A últimos de febrero estaba en Japón, donde hizo amistad con el diplo-


mático español Alcázar, encargado de negocios de España en ese país, que
quizás fue a visitarle al hotel donde se hospedaba en Yokohama para vigi-
larlo y le invitó a alojarse en la residencia de la delegación española. Allí se
trasladó y vivió durante más de un mes. Marchará después a Estados Uni-
dos -llega a San Francisco el 28 de abril- y lo atravesará en ferrocarril hasta
llegar a Nueva York, donde embarcará hacia Londres el 16 de mayo. Las
impresiones de este viaje las relata el propio Rizal en una carta dirigida a su
amigo Mariano Ponce (Naning), exponiéndole sus impresiones sobre la
nación americana: Visité las más grandes ciudades de América, con sus
grandiosos edificios, sus luces eléctricas y sus concepciones grandiosas. La
América es indudahlemente un gran país, pero tiene aún muchos defectos.
No hay verdadera libertad civil. En algunos estados, el negro no puede
casarse con una blanca, ni una negra con un blanco. El odio al chino, hace
que otros extranjeros asiáticos como los japoneses sean confundidos con
ellos por los ignorantes y sean también mal mirados (...) Atravesé toda la
América: vi Niágara, la majestuosa cascada. Estuve en Nueva York, gran
población. Pero allí todo es nuevo . Visité algunos recuerdos de Washing-
ton, el hombre que siento no tenga un segundo en este siglo”. Está presen-
te el ideal de igualdad enre las razas y las personas, que vive permanente-
mente en Rizal y por ello critica la discriminación racial.
Desde Londres comienza a colaborar en La Solidaridad, que nace el 15
de febrero de 1889 en Barcelona como órgano de expresión de los filipinos
en la Península, donde publica numerosos artículos; unos de carácter divul-
gativo sobre el teatro filipino, muchos de carácter crítico sobre la situación
en el archipiélago y algunos donde perfila su pensamiento político.
Fruto de su estancia en Londres, donde investiga en la biblioteca del Museo
Británico documentos de la historia de su país, será la reimpresión del libro
Sucesos de las Islas Filipinas, publicado en Méjico en 1609 por Antonio de
Morga, que narra los primeros tiempos de la dominación española en Filipinas.
Rizal incluye en el texto numerosas notas suyas para alabar la antigua civili-
zación filipina, intentando demostrar que su pueblo, cuando fue descubierto por
los españoles, no era tan inculto como algunos manifiestan y, al mismo tiempo,
intenta despertar en sus paisanos la conciencia de nuestro pasado, borrando de
la memoria, y rectificar lo que se ha falseado y calumniado12.

” Idem: Op. cir., pp. 151-155. Carta fechada en Londres el 27 de julio de 1888.
” MORGA, Antonio de: Sucesos de las Islas Fili@nas. “Obra nuevamente sacada á la lw y ano-
tada por José Rizal”. Ed. Librería de Garnier Hermanos, París, 1890, p. VI. Dedicatoria “A los filipinos”
de José Riaal.
JOS RIZAL: PADRE DE LA NACIÓN FILIPINA 27

El profesor Blumentritt, que prologa la obra, critica el que los españo-


les no se hayan preocupado de reeditar el libro -la mejor crónica de Filipi-
nas- y que hubiese sido un inglés, Lord Stanley, quien la tradujese a ese
idioma y la editase. Por ello ensalza a Rizal, afirmando: Pero tú, mi queri-
do amigo, tú no estabas conforme con esta resignación y modestia del
mundo e*xtranjero, con esta indiferencia y apatía del mundo peninsular: En
tu corazón, verdaderamente noble é hidalgo, has sentido toda la grandeza
de la ingratitud nacional, y tú, el mayor hijo de la nación tagalog: tú, el
martir de un patriotismo leal y activo, tú fuiste quien ha pagado la deuda
de la nación, de la misma nación cuyos hijos degenerados se burlan de tu
raza y le niegan dotes intelectuules”. La obra fue prohibida en Filipinas.
En febrero de 1890, se traslada a Bruselas, donde practica la medicina.
A mediados de julio recibió noticias de que su familia había perdido el con-
tencioso que mantenía sobre los impuestos que gravaban los productos agrí-
colas de la hacienda a la que estaban adscritos los vecinos de Calamba; su
hermano Paciano había apelado al Tribunal Supremo de Madrid. Entonces,
decidió ir a la capital de España para gestionar el pleito, donde llegó en
agosto después de visitar la Exposición Universal de París. Recibe el apoyo
de sus paisanos. H. del Pilar, que estaba al frente de La Solidaridad y di&
gía, en cierta manera, el sentir político de la colonia filipina, le acompaña a
entrevistarse con el Ministro de Ultramar, Fabié, para exponer las reivindi-
caciones de sus parientes de Calamba, pero no obtienen éxito alguno.
Rizal se persuade de que no puede esperar nada del gobierno de la
metrópoli y el pesimismo se apodera de él. A poco se producen divergen-
cias en el seno de la colonia filipina e incluso tiene enfrentamientos perso-
nales con algunos compañeros, entre ellos el pintor Antonio Luna, al que
llega a desafiar en duelo. Recibe, además, la noticia de que Leonor, su anti-
gua novia, se había casado con un inglés.
Tal cúmulo de contrariedades le afectan profundamente y piensa aban-
donar España. El hecho que le decide a dar este paso fue el conjunto de cir-
cunstancias que rodeó, a principios de 1891, la elección del responsable
encargado de dirigir las actividades de la colonia filipina. Rizal apoyó la
propuesta de concretar en el responsable la suprema autoridad filipina en la
Península, pero se encontró con la dura oposición de la redacción de La
Solidaridad. La elección del responsable dividió la colonia entre los parti-
darios de Rizal y Del Pilar; triunfó, tras varias votaciones sin obtener la
mayoría necesaria, Rizal. Pero éste, que había predicado la unión de todos

” Idem: Op. cit.. pp. VII-VIII. Prúlogo de E Blumentritt


28 FRANCISCO MARÍN CALAHORRO

los filipinos, no quería ser causa de división entre ellos y abandonó el pues-
to de responsable, que es asumido por Del Pilar, marchando a Francia a
final de enero para pasar a Bélgica y establecerse en Gante.
Deja de colaborar en La Solidaridad. No por resentimiento sino, como
manifiesta en carta a Del Pilar, por: (1) Q ue necesito tiempo para trabajar
en mi libro; (2) que quería que otros filipinos trabajasen también; (3) he
considerado que en el partido vale mucho que haya unidad en los trabajos
y puesto que tú estás arriba y yo tengo también mis ideas, vale más dejar-
te dirigir sólo la política tal como la comprendes y no meterme en ella. Ésto
tiene dos ventajas; nos deja a ambos en libertad y aumenta tu prestigio, lo
cual es muy necesario, pues en nuestro país se necesitan hombres de pres-
tigio. Ésto no quiere decir que no trabaje yo y siga el curso de los trabajos
vuestros.. yo soy como un cuerpo de ejército que en el momento necesario
me veréis llegar para caer sobre losjlancos del enemigo que teneis delan-
te. Sólo pido a Dios que me de los medios para h.acerh?.
Está claro que Rizal no ha abandonado, ni abandonará, la lucha. Com-
bate a su manera, usa las palabras como dardos; no es un hombre de acción,
al estilo de Aguinaldo y Bonifacio, pero denuncia, enseña las llagas de su
pueblo y despierta en éste el ideal nacional. Su trinchera es el papel impre-
so y, por ello, para reiterar esfuerzos ataca de nuevo con su pluma. Nace así
a la luz, en Gante, la segunda parte del Noli me tangere, el Filibustero y,
para que no quede duda de su objetivo, lo dedica a la memoria de los tres
presbíteros -Gómez, Burgos y Zamora- ejecutados en el patíbulo de
Bagumbayan el 28 de febrero de 1872, denunciando lo que considera una
condena injusta: . ..en tanto, pues, no se demuestre claramente vuestra par-
ticipación en la algarada caviteña, hayáis sido ó no patriotas, hayáis ó no
abrigado sentimientos por la libertad, tengo derecho á dedicaros mi traba-
jo como á víctimas del mal que trato de combatir Y mientras esperamos que
España os rehabilite un día y no se haga solidaria de vuestra muerte, sir-
van estas páginas como tardía corona de hojas secas sobre vuestras igno-
radas tumbas...”
La llegada de algunos ejemplares a Manila hace que arrecien los ataques
contra Rizal y que, en Calamba, su familia sea acosada, se desahucie y
deporte a parientes y amigos e incluso algunas de sus viviendas sean derri-
badas. Todo esto le impulsa a abandonar Europa y dirigirse a Hong Kong,
donde llega a fines de noviembre, para estar cerca de los suyos y, si fuera
posible, regresar a Manila.

” PALMA ,R.: Op. ch., p, 188.


” RIZAL, José: EL Filibusterismo.
Edit. Maucci, Barcelona, 1911.
JOSÉ RIZAL: PADRE DE LA NACIÓN FILIPINA 29

Sus familiares, que se reúnen con él al poco tiempo, tratan de disuadir-


le del regreso y entonces piensa fundar una colonia agrícola en Borneo para
vivir con los suyos y con aquellos tagalos que quieran seguirle. Incluso se
traslada al norte de Borneo para buscar asentamientos. No obstante, sigue
sintiendo la llamada de su tierra y el deseo de trabajar para ella. Así crea e
imprime en Hong Kong los estatutos de la Liga Filipina, especie de aso-
ciación de ayuda mutua entre sus integrantes, cuyo lema era Unus Instar
Omnium y sus fines?

I.-Unir a todo el A... en un cuerpo compacto, vigoroso y homogéneo.


2.-Protección mutua en todo apuro y necesidad.
3.-Defensa contra toda violencia e injusticia.
4.-Fomento de la instrucción, agricultura y comercio.
5.-Estudio y aplicación de reformas.

Durante la preparación del proyecto de Borneo, escribe dos cartas al


Gobernador General de Filipinas Despujol sobre sus intenciones de esta-
blecerse en aquel lugar con un grupo de sus paisanos; el cónsul de España
en Hong Kong le informa verbalmente que no era muy patriótico sacar bra-
zos del suelo filipino, tan falto de ellos, para ir a trabajar a tierras extran-
jeras. Rizal decide ir a Manila y escribe a Despujol manifestándole que
vuelve, que se pone a su disposición y que se alojará en uno de los hoteles
de la ciudad en espera de que le comunique sus órdenes. Al arribar a la capi-
tal filipina, el 22 de junio de 1892, es recibido con expectación por unos,
con afecto por muchos de sus paisanos y con resentimiento por los que se
sentían criticados y ofendidos en sus escritos.
Rizal desarrolla una frenética actividad de propaganda de la Liga Fili-
pina en diversas provincias, lo que despierta preocupación en Despujol, que
es presionado por los poderes fácticos para que adopte medidas. El resulta-
do es un decreto, publicado en la Gaceta de Manila del 7 de julio, que dis-
pone la deportación de José Rizal a Dapitan, en la isla de Mindanao; decla-
ra prohibida la introducción y circulación de su obra en el archipiélago y
ordena que aquellos que posean algunos de sus libros o proclamas los entre-
guen a las autoridades locales.
Durante los años de destierro en Dapitan ejerció la medicina de forma
gratuita, abrió un dispensario, fundó un hospital, construyó un embalse de
agua y diversas obras de interés para la comunidad. Descubrió nuevas espe-

l6 PALMA, Rafael: Op. cit., p. 221


30 FRANCISCO MARÍN CALAHORRO

Capitán General don Ramõn Blanco y Erenas.


JOSÉ RIZAL: PADRE DE LA NACIÓN FILIPINA 31

cies animales, que envió a Europa central para su estudio. Vivió con Jose
Phine Bracken, de origen irlandés, que le dio un hijo, que murió al poco de
nacer. Intentó alejarse de la política, pero al final sería acusado de mantener
contactos con la sociedad denominada Kupitunan o Asociación de los Hijos
del Pueblo, creada por Andrés Bonifacio, para pronunciar la lucha armada
contra España.
Rizal, para salir del destierro, se ofreció voluntario para servir como
médico de las fuerzas expedicionarias españolas en Cuba. El 30 de julio de
1896 recibió la comunicación, fechada el 1 de dicho mes, por la que el gene-
ral Blanco le informaba de su destino a la Gran Antilla. El día 6 de agosto
llegaba a Manila, perdiendo el correo a la Península que salió el día ante-
rior. El destino le jugaba una mala pasada: el retraso de la carta de Blanco,
la pérdida del correo y tener que esperar al siguiente vapor, el 3 de sep-
tiembre, forman una cadena de circunstancias que le atraparían sin remedio.
El último eslabón sería el estallido de la revolución preparada desde el Kati-
punan y dirigida por Andrés Bonifacio. Partió hacia Barcelona en el Isla de
Panay, donde llegó el 3 de octubre para ser reembarcado hacia Filipinas en
el vapor Colón, que transportaba tropas españolas para sofocar la insurrec-
ción. Llegó a Manila el 3 de noviembre para ser procesado, juzgado y con-
denado a muerte.
La semblanza que hizo Gómez de la Serna, presenta a Rizal hombre de
la siguiente manera:

Lafigura humana de Rizal es digna de profundo estudio. Vivió treinta y


cinco años; á los veintisiete había dado la vuelta al mundo; fué médico,
novelista, poeta, político, ,filósofo, pedagogo, agricultol; tipógrafo, políglo-
ta (hablaba más de diez lenguas), escultol; pinto< naturalista, miembro de
célebres Centros cientljcicos europeos, que dieron su nombre á especies nue-
vas por él descubiertas, vivió y estudió en las grandes capitales de Europa
y América; el índice de sus libros y escritos varios ocupa no pocas páginas
de este volumen (...)
Salió estudiante de su país el 82; cursó brillantemente en España las
carreras de Medicina y Filosofíu y Letras; volvió a Filipinas el 87 para
marcharse el 88; tornó el 92 para ser desterrado á los pocos días, y salió
del destierro el 96 para ser fusilado, no obstante haberse esclarecido que
en los últimos cuatro años de su vida y destierro no se mezcló directa ni
indirectamente en ningún asunto político de su país.
Caballero sin tacha, bondudoso, dulce, delicado y valiente, era tal la
atracción de sus virtudes, que los oficiales de nuestro Ejército que le guarda-
ban, se hacían sus íntimos: uno fié relevado por ello, por querer tanto a Rizal.
32 FRANCISCO MARíN CALAHORRO

Yo le conocíen Madrid. Limpio y atildado; semblante triste y rejlexivo;


voz siempre suave; ni gritos, ni risas destempladas; poco aficionado á
diversiones y devaneos, sin duda porque dejó latente, allá en su rivera del
sol, ese primer amor virginal que en la ausencia, cuando no muere, hace
casta toda la vida (...).
Fue un tipo engendrado para la leyenda: era un desconocido comple-
to; salió de su país estudiante, sin que nadie se fijara en el, indiferente á
todos; volvió por unos meses á los veintiseis años. Cuando fué, á los trein-
ta y uno, et-u una celebridad; era ya un ídolo; todos hubieran querido
conocerle; pero á los pocos días salió desterrado. Tornó para el fusila-
miento, y puede decirse que la masa de sus paisanos sólo le vió un día: el
de su muerte?

El pensador y sus ideas

2 Qué ha sido toda su vida? La campaña infatigable y honrada del polí-


tico de alto vuelo que, en aras del amor de su país, ha jurado darle días de
grandeza y felicidadI’“.
Rizal persiguió siempre el ideal de exaltar a su patria, de ponerla a la
altura de las naciones modernas de su época y prepararla para que asumie-
ra su futuro con dignidad. Toda su vida y escritos los dedica a estos objeti-
vos; su obra está pensada y escrita con ese fin. Ni siquiera el poeta puede
evitar dejarse llevar por su ideal patriótico; se ve en sus versos de niño, que
se han recogido más atrás, y está presente en sus poemas de hombre adul-
to. Su arma de guerra es la pluma, él mismo lo anuncia en su poema A mi...
cuando invoca a la musa...

Mas tú vendrás, inspiración sagrada,


De nuevo á caldear mi jantasía
Cuando mustia la fé, rota de espada
Morir no pueda por la patria mía;
Tu me darás la cítara enlutada
Con cuerdas que vibran la elegía.
Para endulzar de mi nación los poemas
y el amortiguar de sus cadenas19.

l7 RETANA, W.E.: Op. cib., p. VII. Prólogo de Javier Gómez de la Serna


‘* La Independencia, número extraordinario ya citado.
lq Ibídem.
JOSÉ RIZAL: PADRE DE LA NACIÓN FILIPINA 33

Rizal luchará en sus trincheras de papel por la libertad y los derechos de


su pueblo. Se hace escritor y, como reconoce Unamuno, su heroísmo fue el
heroísmo del escritor: Pero entiéndase bien que no del escritor profesional,
no del que piensa ó siente para escribil; sino del hombre henchido de amo-
res que escribe porque ha pensado ó ha sentidoza.

Su obra, por lo tanto, tiene un permanente fin político y se estructura


según evolucionan las ideas de su autor. Así, su novela Noli me tangere es
un primer aldabonazo para despertar la conciencia del indio filipino y mos-
trarle los abusos y humillaciones a que está sometido. El propio Rizal lo
manifiesta en la presentación de los objetivos de la obra en la dedicatoria
que titula A mi patria:

Registrase en la historia de los padecimientos humanos un cáncer de


carácter tan maligno que el menor contacto le irrita y despierta en él agu-
dísimos dolores. Pues bien, cuantas veces en medio de las civilizaciones
modernas he querido evocarte, ya para acompañarme de tus recuerdos, ya
para compararte con otros países, tantas se me presentó tu querida imagen
como un cáncer social parecido.
Deseando tu salud, que es la nuestra, y buscando el mejor tratamiento,
haré contigo lo que con sus enfermos los antiguos: exponíanlos en las gra-
das del templo, pura que cada persona que viniese de invocar a la Divini-
dad les propusiese un remedio.
Ya este fin, trataré de reproducir fielmente tu estado sin contemplacio-
nes; levantaré parte del velo que cubre tus llagas, sacrificando a la verdad
todo, hasta el mismo amor propio, pues, como hijo tuyo, adolezco también
de tus defectos y flaquezas.

Los objetivos del Noli son claros: quiere dar a conocer los males que, a
su juicio, corroen a su país y entiende que para ello tiene que exponerlos a
la luz pública. Pretende lograr la movilización del pueblo filipino para que
reivindique que le sean reconocidos los derechos humanos, que ya se pre-
conizan en esa época en el mundo civilizado; quiere que deje de ser consi-
derado una raza inferior y tratado como ciudadanos de segunda clase.
Tres años más tarde, en 1889, en la reimpresión que hace de los Suce-
sos de las Islas Filipinas de Morga su objetivo es dar a conocer su pasado
a los filipinos, para que recuperen su historia, puedan juzgar mejor el pre-

XI RETANA, W.E.: Op. cit., p. 476. Epílogo de Miguel de Unamuno.


34 FRANCISCO MARÍN CALAHORRO

sente y medir el camino recorrido durante los tres siglos de dominación


española. Así lo anuncia en su llamada A los filipinos en la introducción que
hace a la obra: Nacido y criado en el desconocimiento de nuestro Ayer;
como casi todos vosotros, sin voz ni autoridad para hablar de lo que no
vimos ni estudiamos, consideré necesario invocar el testimonio de un ilus-
tre Español que rigió los destinos de Filipinas en los principios de su nueva
era y presenció los últimos momentos de nuestra antigua civilización. Es,
pues, la sombra de la civilización de nuestros antepasados la que ahora
ante vosotros evocará el auto?‘. Quiere que los filipinos encuentren sus raí-
ces.
Pero será en la prensa donde escribirá su principal ensayo político y
planteará sus principales reivindicaciones. Lo hará en un periódico publica-
do en España y presentará una prospectiva de lo que a su juicio será Filipi-
nus derttro de cien añosZ2. Es un estudio político-social sobre el porvenir de
Filipinas. En él se analizan diversas hipótesis de su visión de la posible evo-
lución histórica de la zona -la cuenca del Pacífico- y de la influencia en ésta
de las naciones europeas con presencia colonial en ella -España, Francia,
Inglaterra, Holanda-; de los dos colosos vecinos -China y Japón- y de dos
potencias emergentes con intereses en ese área -Alemania y Estados Uni-
dos-.
Como es su costumbre, inicia el ensayo presentando en grandes rasgos
la historia de Filipinas desde su incorporación a la Corona española, ya que,
según él, para leer en el destino de los pueblos es menester abrir el libro de
su pasado. En esta lectura del pasado, Rizal ve la desaparición, ante la
influencia española, de las tradiciones y de la cultura original filipina; éste
es uno de los caballos de batalla del tagalo, que siente la pérdida de la iden-
tidad de su raza y desea lograr que la recupere. Enseguida plantea una serie
de preguntas, que él mismo reconoce son difíciles de contestar:

icontinuarán las Islas Filipinas como colonia española, y, en este


caso, qué clase de colonia? 2 Llegarán a ser provincias españolas con o sin
autonomía? Ypara llegará este estado, iqué clase de sacrificio tendrá que
hacer?
¿Se separarán tal vez de la Madre Patria para vivir independientes,
para caer en manos de otras naciones ó para aliarse con otras potencias
vecinas .T

” MORGA, Antonio de: Op. cit., p. V. Dedicatoria “A los Filipinos” de José Rizal.
z2 RIZAL, José: “Filipinas dentro de cien aÍios”, en La Solidaridad. Madrid, septiembre de
1889+nero de 1890.
JOSÉ RIZAL: PADKE LE LA NACIÓN FILIPINA 35

Al responder a estas preguntas y sacar sus propias conclusiones, Rizal


plantea y presenta sus propias ideas, su pensamiento del presente para el
futuro, y sus conclusiones son: 1) Las islas no pueden seguir en el estado en
que están, deben recabar de la metrópoli más libertades; 2) Querer que se
mantenga la situación actual entraña el riesgo de una revolución y una rup-
tura total. Por ello afirma rotundamente: Las Filipinas, pues, 6 continuarán
siendo del dominio español, pero con más derechos y más libertades, ó se
declararán independientes, después de ensangrentarse y ensangrentar á la
Madre Patria.
Pero, en estos momentos, Rizal no opta por la independencia: se con-
forma con pedir reformas que permitan que el archipiélago continúe bajo el
dominio español. No considera que la ocasión para la independencia esté
madura y reivindica: prensa libre en las islas y diputados filipinos en las
Cortes españolas. Reconoce que: estas ,son las dos reformas fundamentales
qué, bien interpretadas y aplicadas, podrán disipar todas las nubes, afir-
mar el cariño á España y hacer fructificar todas las posteriores (...) En
suma: las Filipinas continuarán siendo españolas, si entran en la vía de la
vida legal y civilizada, si se respetan los derechos de sus habitantes, si se
les conceden los otros que se les deben, si la política liberal de los Gobier-
nos se lleva a cabo sin trabas ni mezquindades, sin subterfugios ni falsas
interpretaciones.
Es claro que propone la igualdad de trato con el resto de los territorios
españoles y desea que esto suceda mediante la concesión pacífica y no
aboga por la insurrección armada, ya que: los que hoy luchamos en el terre-
no legal y paclj%‘co de las discusiones, lo comprendemos asi, y con la mira-
da fija en nuestros ideales, no cesaremos de abogar por nuestra causa, sin
salir de los límites de lo legal. Sin embargo, advierte que: si antes la vio-
lencia nos hace callar ó tenemos la desgracia de caer (lo cual es posible,
pues no somos inmortales), entonces no sabemos que camino tomarán los
retoños numerosos y de mejor savia que se precipitarán para ocupar‘los
puestos que dejemos vacíos.
Las frases anteriores las escribe el 15 de diciembre de 1889, en parale-
lo casi con la publicación del libro de Morga: aún cree posible la conviven-
cia y advierte del riesgo de llegar al enfrentamiento. La ruptura dialéctica se
producirá apenas dos años después, en 1891, en su segunda novela El Fili-
busterismo. La causa es la incomprensión del gobierno español.
El Filibusterismo es un desafío desde la portada a la última página. El
reto comienza al situar en portada el breve prólogo de Blumentritt: Fkil-
mente se puede suponer que un filibustero ha hechizado en secreto á la liga
de los paileros y retrógrados para que, siguiendo inconscientes sus inspi-
36 FRANCISCO MARÍN CALAHORRO

raciones, favorezcan y fomenten aquella política que sólo ambiciona un fin:


extender las ideas del filibusterismo por todo el país y convencer al último
filipino de que no existe otra salvación fuera de la separación de la Madre
Patria.
Blumentritt anuncia que el filibusterismo es la única salida que le queda
a un pueblo cuando la metrópoli no atiende sus reivindicaciones pacíficas y
legítimas. No hay otra solución que el separatismo.
Si el Noli me tangere tiene mucho de denuncia crítica, pero dentro del
marco de lo que puede considerarse una novela costumbrista, El Filibuste-
rismo es una llamada a la revolución por parte de su protagonista Simoun.
Ya nada queda en su persona del idealista e ilustrado Ibarra, protagonista de
la primera novela, que predica la concordia y la convivencia pacífica entre
españoles y filipinos y que rechaza dirigir un movimiento revolucionario.
Simoun es la imagen de la venganza, el espíritu de la revolución que sólo
piensa ya en la independencia? (...) y en vez de tener aspiraciones de pro-
vincia, tenedlas de nación; en vez de pensamientos independientes, á fin de
que ni por derechos, ni por costumbres, ni por lenguaje, el español se con-
sidere aquí como en su casa, ni ser considerado por el pueblo como
nacional, sino siempre como invasol; como extranjero, y tarde ó temprano
tendréis vuestra libertad.
Para Retana: El Filibusterismo es el libro más n,acionalista que he leído
en mi vida (...) Toda la obra es de un interés creciente. Pero en el buen
entendimiento de que este interés no es el novelesco.* el interés está en la
doctrina que en cada momento va fluyendo en RizaP.
El contenido de El Filibusterismo es uno de los cargos que aparecen
en el decreto de Despujol, que le deportó a Dapitan. El haber dedicado la
obra a la memoria de los tres sacerdotes condenados a muerte por traido-
res a la patria, el permitir que apareciera en su portada la reflexión de Blu-
mentritt, que aconseja la separación de Filipinas de la Madre Patria, eran
razones suficientes para tachar a Rizal de filibustero y, por ende, de sepa-
ratista.
Sin embargo, Retana concreta que, según manifestó por carta al Gober-
nador General de Filipinas el señor Carnicero, que fue el encargado de la
vigilancia de Rizal en Dapitan, el programa político de éste se resumía en
los ocho párrafos siguientes:

” RIZAL, José: El Filibusterismo, p. 79.


2a RETANA, W.E.: Rizal, noticias biográjkas. Biblioteca Popular de L’avenc, Barcelona, 1910,
pp. 38-40.
Facsimil del “Último Adiós” del DI: Rizal
38 FRANCISCO MARÍN CALAHORRO

En primer término, dar al país representación en las Cortes, con lo cual


cesarían los abusos que algunos cometen.
Secularizar a los frailes, haciendo cesar la tutela que sobre el Gobier-
no y el país ejercen estos señores, distribuir las parroquias, a medida que
quedasen vacantes, entre los clérigos, que podrían ser tanto insulares como
peninsulares.
Reformar la Administración en todas sus ramas.
Fomentar la instrucción primaria, evitando toda intervención de los
frailes.
Repartir en partes iguales, entre peninsulares e insulares, los empleos
del país.
Moralizar la Administración.
Creal; en las capitales de provincias de más de 16.000 habitantes,
Escuelas de Artes y Oficios.
Libertad religiosa y libertad de imprenta25.

Todo un abanico de reformas que nadie planteó al gobierno de Madrid


y que, tal vez, hubieran cambiado el desarrollo histórico de aquel noventa y
ocho.

Proceso y condena. El “Último Adiós”

La insurreción, que estalla en la última semana de agosto de 1896, va a


ser fatal para Rizal. Su nombre surge en los testimonios de varios de los fili-
pinos detenidos en los primeros días de la revuelta; incluso algunos afirman
que aquél había aconsejado a los jefes revolucionarios el aplazamiento del
alzamiento uno o dos años, hasta contar con más armas y municiones. Ante
esto, el juez Olive solicita al Gobernador General que reclame el regreso de
Rizal, que llegará a Manila el 3 de noviembre y será trasladado a la Real
Fuerza de Santiago.
A partir del 20 de noviembre, Rizal comparece ante el juez Olive para
responder de los cargos formulados contra su persona. Admite que conocía
el inminente estallido de la rebelión por la visita que le había hecho en
Dapitan el doctor Valenzuela, emisario de Katipunan, pero que él se había
opuesto por estimarla prematura e inútil. También admite que conoce a
varios de los detenidos o comprometidos en la revuelta. Confiesa haber

z5 Idem: Op. cit., pp. 61-62.


JOSÉ RIZAL: PADRE DE LA NACIÓN FILIPINA 39

creado una asociación de filipinos en Madrid, que asimismo redacto los


estatutos de la Liga Filipina, sin fines políticos, y que durante su estancia
en Manila, antes de ser deportado a Dapitan, había participado en alguna
reunión hablando de la Liga y de la francmasonería. Niega conocer a
Andrés Bonifacio, tener relación con el Katipunan, haber autorizado el des-
pliegue de su retrato en los salones de esa organización y el uso de su nom-
bre como reclamo o santo y seña de los revolucionarios.
El día 2 de diciembre, el gobernador general Blanco remite el expe-
diente al capitán Rafael Domínguez, juez especial de la causa, para que for-
,
mule los cargos pertinentes. Este considera que hay base legal para proce-
sar al encausado, por lo que el general Blanco da traslado de la causa al juez
auditor Enrique Alcocer quien, el 9 de diciembre, presenta la acusación con-
tra Rizal por los delitos de rebelión y de fundación de asociaciones ilegales
como medio necesario para el primero. Éste, cuando el día ll se le lee la
acusación, niega haber sido el autor, ni siquiera cómplice, de la revolución
y sólo admite haber redactado los estatutos de la Liga Filipina, con el fin de
promover el comercio y la industria.
El nuevo gobernador general Camilo García de Polavieja decreta que,
el día 26 de diciembre se reúna el consejo de guerra que ha de juzgar la
causa. Ese mismo día, el consejo dicta sentencia de muerte que, aunque
dejaba abierta la posibilidad del indulto, es confirmada por el general Pola-
vieja el día 28, fijando como fecha del fusilamiento el inmediato día 30.
Sólo su familia solicita el indulto, que no es concedido, y Rizal entra en
cupilla el 29. El ambiente que vivía Filipinas aquellos días no era el más
proclive para el perdón, con una insurrección casi generalizada y los rebel-
des dueños de Cavite: de ahí que los juicios sumarísimos y las sentencias a
muerte estuvieran a la orden del día. Tal vez algunos pensaban que la muer-
te de Rizal desmoralizaría a los revolucionarios y las aguas volverían a su
cauce.
En un día tan ajetreado, como la víspera de la muerte de Rizal, cuatro
hechos deben ser destacados: Su vuelta al redil de la Iglesia, tras largas
horas de debate con los padres jesuitas; su confesión con el padre Villacla-
ra; su boda con su compañera Josefina Bracken y la entrega a su hermana
de una lamparilla de alcohol que, según le manifiesta en inglés para no ser
entendido por los españoles, esconde algo. Se trata de su poesía conocida
con el nombre de Último Adiós.
Su obra postrera no llevaba título, ni firma. Fue su amigo M. Ponce
quien, al imprimirla en Hong Kong, a mediados de enero de 1897, puso por
título Mi último pensamiento. La poesía sería reproducida en Madrid, en
julio de ese año, por la revista republicana Germinal. Sin embargo, en la
40 FRANCISCO MARÍN CALAHORRO

edición especial de La Independencia ya citada, de 25 de septiembre de


1898, es donde se inserta con el título de Último Adiós, al que se añadía la
aclaración: Poest’a que, estando en capilla, escribió Rizal.
El Último Adiós, además de su despedida, puede considerarse su testamen-
to. El texto original fue recuperado de la lamparilla por su hermana Trining (Tri-
nidad Rizal) y, aunque anduvo más de diez años sin saberse quién lo guardaba,
fue recuperado en 1908 y depositado en la Biblioteca Nacional de Filipinas.
La primera y gran conclusión que SC extrae de la lectura del Último
Adiós, es el abandono de intereses personales de su autor que sólo piensa en
los de su patria. Sus versos son un canto de amor patrio y reflejan que su
ideal permanente ha sido el sueño de que algún día Filipinas alcance la
libertad. De las catorce estrofas, trece hacen referencia a la patria y al pue-
blo filipino; una sóla, la última, la dedica a despedirse de sus seres más que-
ridos -sus padres y hermanos, su compañera y sus amigos de la infancia-.
Ninguna palabra de repulsa hacia España, ni contra los que le han condena-
do: sólo deja entrever algún reproche cuando, en la segunda estrofa, al refe-
rirse a los que dan su vidabor Filipinas, habla de cruel martirio, tal vez refi-
riéndose a sí mismo. Al menos así lo intuye Veyra cuando señala que: algún
crítico español no ha visto o no quiso ver en el Adiós ningún reproche a la
madre España. 2 Es caso de miopía? El cruel martirio del texto no puede
referirse a otra persona o entidad?
Si todo el poema es un mensaje dirigido al pueblo filipino, es en sus
estrofas segunda y tercera donde Rizal anima y reconoce el valor de sus pai-
sanos que luchan con delirio en esos momentos e incluso él se pone como
ejemplo de entrega, que será enarbolado durante los futuros combates por
la independencia. Es su último mensaje político, que así queda reflejado:

En campos de batalla, luchando con delirio,


Otros te dan sus vidas, sin dudas, sin pensar
El sitio nada importa: ciprés, laurel o lirio,
Cadalso o campo abierto, combate o cruel martirio,
Lo mismo es si lo piden la Patria y el hogar.

Yo muero, cuando veo que el cielo se colora


Y al fin anuncia el día, tras lóbrego capuz,
Si grana necesitas, para teñir tu aurora,
iVierte la sangre mía, derramala en buena hora,
Y dórela un rejlejo de su naciente luz!

26 VEYRA, Jaime C. de: El “Último Adiós” de Rizal. Bureau of Printing. Manila, 1946, p. 53.
JOSÉ RIZAL: PADRE DE LA NACIÓN FILIPINA 41

No hay duda de que se trata de elevar la moral de los filipinos que


luchan por la independencia del archipiélago. Por ello, en la quinta estrofa,
parece recurrir al antiguo Dulce et decorum estpro patria mori cuando, refi-
riéndose a Filipinas, escribe:

Ensueño de mi vida, mi ardiente vivo anhelo,


iSalud! Te grita el alma, que pronto va a partir
iSalud! iah, que es hermoso caer por darle vuelo,
Morir por darte vida, morir bajo tu cielo,
Y en tu encantadora tierra la eternidad dormir!

El Último Adiós de Rizal y su ejemplo sirvió de estímulo a los filipinos


para ganar su propia patria.

Epítome

Rizal, aunque no llegó a contemplar a Filipinas independiente, sentó las


bases ideológicas para que su génesis como nación, en paridad con otras,
fuese imparable. Como reconoce Palma: su temperamento sonador y
romántico le predisponía para servir los grandes ideales y sentir con vehe-
mencia el deseo de lograrlosz7 y todo lo puso al servicio de sus objetivos.
Entre la pluma y la espada, él eligió la primera. Era luchador de ideas y no
podía escoger de otra forma. Eso lo engrandece.
El fusilamiento de Rizal no favoreció en nada a la causa española. Así lo
manifestó Blumentritt: Todas las noticias de la prensa extranjera confirman
lo que ya le he dicho; el fusilamiento de Rizal ha sido contraproducente.
Rizal deportado, Rizal desterrado, no fue nunca ni habría podido ser peli-
groso a España. Pero Rizal fusilado, no sólo fanatiza a los insurrectos, sino
también quita muchas simpatías en el Extranjero a la causa de España?“.
También lo contempla así Maeztu que afirma: No es la muerte lo que Rizal
se merecía, sino el premio y la ayuda, porque el autor de Noli me tangere, la
novela del sufrimiento filipino, jké uno de los que trabajaron con mayor ahin-
co por hacer compatibles la bandera de España con el despertar de su país29.
De hecho la muerte de Rizal significaría la ruptura del pueblo filipino
con España. Con él moría la posibilidad del diálogo y la esperanza de que,

?’ PALMA, R.: Op. cit.. p. 351.


x RETANA, W.E.: Vida y Escritos del DI: Rizal, p. 438 (cita 557).
x MAEZTU, Ramiro de: “Nozaleda y Rizal”. en Alma Espafiola, núm. 10, 10 de enero de 1890.
42 FRANCISCO MARÍN CALAHORRO

cuando el archipiélago alcanzase la madurez, se produjese la separación sin


traumas. Porque, aunque tuvo como objetivos de su acción la libertad de su
pueblo, fue consciente, como Palma admite, de que: el debido ejercicio de
tal libertad, exigía como condición la educación del pueblo, en su mente no
existió duda de que la independencia vendría cuando el pueblo estuviese a
la altura de amar la libertad hasta morir por ellaJo.
Pueden quedar muchas preguntas sobre la manera de ser y pensar del
Gran Tagalo. Tal vez la más interesante sea: ¿Se consideraba español o fili-
pino? Que se sentía filipino lo demostró a lo largo de su vida y en su muer-
te. La respuesta, respecto a su españolidad, la da un hombre próximo a él en
el tiempo y que estudió en la misma Facultad -Filosofía y Letras- en
Madrid, aunque Rizal estaba acabando la carrera cuando Unamuno comen-
zaba. Éste rotundamente afirma refiriéndose a aquél: Español, si, profunda
e intimamente español (...) En lengua española cantó su último y tiernísimo
adiós á su patria, y este canto durará cuanto la lengua española durare; en
lengua española dejó escrita para siempre la Biblia de Filipinas”.
Rizal, cien años después, es el símbolo de Filipinas y su héroe nacional.
Su figura se ha engrandecido con el paso de los años y se le reconoce, ade-
más, como un hombre que supo adelantarse a su tiempo, sobre todo en sus
ideas en defensa de la igualdad entre los pueblos por encima de su perte-
nencia a una raza o del color de su piel. No quiso ser protagonista de la His-
toria, puesto que no le importaba caer en el olvido una vez su patria libera-
da. Así lo escribió en su Último Adiós:
Y cuando ya mi tumba, de todos olvidada
No tenga cruz ni piedra que marquen su lugar
Deja que la are el hombre, la esparza con la azada,
Y mis cenizas, antes que vuelvan a la nada,
el polvo de tu alfombra que vayan a jormar
Entonces nada importa me pongas en olvido:
Tu atmósfera, tu espacio, tus vallas cruzaré;
Vibrante y limpia nota seré para tu oído,
Aroma, luz, colores, rumol; canto, gemido,
Constante repitiendo la esencia de mi fe.

Rizal no fue olvidado y se convirtió en la memoria viva del pueblo fili-


pino. Su figura se agiganta con el paso del tiempo.

‘O PALMA, Rafael: Op. cit., p. 364.


3’ RETANA, W.E.: vìda y Escritos del Dr. Rizal, p. 484. Epílogo de Miguel de Unamuno.
ELOY GONZALO Y CASCORRO
Gabriel RODRÍGUEZ PÉREZ
Coronel de Infantería, DEM

Introducción

E
N la tarde del pasado 17 de junio una compañía de honores del Regi-
miento de Infantería Inmemorial del Rey no 1, del Cuartel General
del Ejército, rendía honores al soldado Eloy Gonzalo García, el
héroe de Cascorro, ante el monumento que tiene dedicado en la popular
plaza madrileña de este nombre, en un acto.presidido por el Alcalde y el
Gobernador Militar de Madrid. Se conmemoraba el centenario de la muer-
te del héroe en el hospital militar de Matanzas, el 18 de junio de 1897.
Ha sido frecuente la confusión entre los nombres de Eloy Gonzalo y
Cascorro, es decir, el del héroe y el del lugar de la hazaña. Esta confusión
queda bien patente cuando se oye decir el monumento a Cascorro, alu-
diendo al citado monumento a Eloy Gonzalo en la plaza de Cascorro, así
como en el conocido dicho más mili que Cascorro, refiriéndose a perso-
nal de tropa con cierto tiempo de servicio. Pero en el callejero madrileño
están presentes tanto el héroe, Eloy Gonzalo, cuyo nombre lleva una calle,
como el lugar del hecho, Cascorro, cuyo nombre lleva la ya referida plaza,
que anteriormente se llamó plaza del Rastro. La ubicación del monumen-
to en ese lugar ha contribuido a la confusión aludida, pero ha unido los
nombres del héroe y del lugar del hecho heroico, en la expresión en pie-
dra del recuerdo de la capital de España a uno de sus héroes más popula-
res.
44 GABRIEL RODRÍGUEZ PÉREZ

También ha existido confusión en cuanto a la fecha de la muerte de Eloy


Gonzalo, sobre la que se difundieron dos errores, presentes en diversas
publicaciones: el de que murió en la acción y el de que murió en 1898.
Ambos errores se deben al hecho de haber estado perdida, durante muchos
años, la filiación del héroe, que la investigación del Servicio Histórico Mili-
tar ha descubierto unida a un expediente de solicitud de la pensión causada
por su muerte. En el segundo de dichos errores, parece haber influido ade-
más la fecha de la repatriación de sus restos, ya a finales de 1898.
Eloy Gonzalo García nació el 2 de diciembre de 1868 en Madrid. Esta
es la fecha que figura en su documentación militar y en su partida de naci-
miento, correspondiente a la fecha en que fue depositado en la Inclusa
madrileña, donde sólo permaneció unos días, pues fue adoptado por un
guardia civil destinado en Chapinería (Madrid), pueblo que siempre consi-
deró como el suyo y que siempre lo consideró a él como uno de sus hijos,
pues en el mismo residió hasta que marchó al servicio militar, salvo cortas
estancias en Robledo de Chavela y San Bartolomé de Pinares (Ávila), por
razón de destino de su padre adoptivo. Éste le dio la instrucción primaria y
una buena formación moral, que después demostró en las duras circunstan-
cias a las que tuvo que hacer frente.
Sobre su origen y trayectoria personal, don Jesús Sánchez Mariño publi-
có un documentado artículo en el número 57 de esta revista. Aquí nos inte-
resa su historial militar, la hazaña que le dio fama y el marco insurreccional
cubano en que ello tuvo lugar.

De Chupineríu u Cuscorro

Eloy Gonzalo, residente hasta los veintiún años en Chapinería, al lle-


gar a esta edad, que era la de iniciar el servicio militar, ingresó en la Caja
de Quintos de Madrid el 14 de diciembre de 1889 y fue destinado al
Regimiento de Dragones de Lusitania 12 de Caballería, al cual se incor-
poró el 5 de abril de 1890, pasando a formar parte del 2” Escuadrón. En
dicha unidad juró bandera el día 10 de dicho mes y año, es decir a los
cinco días de incorporarse, y formando parte de la misma, marchó a
Alcalá de Henares el 2 de julio siguiente, fecha en que el regimiento fue
trasladado a este cantón desde Madrid, donde había estado de guarnición
hasta entonces.
Su comportamiento y eficiencia en el servicio fueron indudablemente
muy buenos, pues, con fecha 1 de marzo de 189 1, ascendió a soldado de 1’
por elección y, en la revista de comisario de 1” de octubre siguiente, ascen-
ELOY GONZALO Y CASCORRO 45

dió a cabo, también por elección, continuando en ambos casos en el


2” Escuadrón, con el que participó en las grandes maniobras de otoño, entre
el 21 de octubre y el 4 de noviembre, en las cercanías de Móstoles.
En 1892, con motivo de una reorganización, el Regimiento de Drago-
nes de Lusitania 12 de Caballería volvía a formar parte de la guarnición de
Madrid, a donde se trasladó el 20 de octubre. Eloy Gonzalo estuvo ya muy
poco en el nuevo acuartelamiento, pues, con fecha 17 de septiembre, había
solicitado el ingreso en el Cuerpo de Carabineros, en el que fue admitido,
por resolución del Inspector General del Cuerpo, de fecha 17 de octubre. En
dicha resolución se hacía constar que ingresaba como carabinero de Infan-
tería y se le destinaba a la Comandancia de Estepona, en la que debía cau-
sar alta el 1” de noviembre. Un dato curioso es que, con la misma fecha, en
igual clase y en la misma comandancia, ingresaron con Eloy Gonzalo, los
nuevos carabineros Mariano Crespo Plaza y Jerónimo Iguacel Gracia, tam-
bién procedentes de unidades del Ejército. Los tres, filiados en el Cuerpo
por cuatro años, efectuaron su presentación en la comandancia el ll de
noviembre, al cumplirse cl plazo de incorporación establecido.
Eloy Gonzalo era, pues, carabinero de Caballería desde el 1 de noviem-
bre de 1892, filiado por cuatro años. Es sabido que, en los cuerpos de la
Guardia Civil y Carabineros, el empleo en propiedad no se obtenía hasta
haber cumplido el número de años de servicio establecido, sin notas desfa-
vorables. Naturalmente, al ser procedente de cabo de Caballería, lo natural
es que pasara a ser carabinero de Caballería, tan pronto como tuviese vacan-
te y cumpliese las condiciones establecidas. Así, con fecha 4 de agosto de
1893, el Inspector General de Carabineros, a solicitud suya, le concedió la
anotación en el registro de pases a la fuerza de Caballería del Cuerpo, es
decir, que quedaba a la espera de pasar a ser carabinero de Caballería, cuan-
do se cumpliesen las condiciones antes expresadas. Consecuentemente, con
fecha 22 de noviembre siguiente, la Tnspección General ordenó a la Coman-
dancia de Estepona la baja de Eloy Gonzalo como carabinero de Infantería
y su alta como carabinero de Caballería, lo cual tuvo lugar en la revista de
1” de diciembre, continuando en la misma comandancia. Y con fecha 26 de
julio de 1894, la Inspección General ordenó a la Comandancia de Estepona
que lo diera de baja por pase a la Comandancia de Algeciras, como com-
prendido en la circular de 2 de agosto de 1890. Así fue como Eloy Gonza-
lo estuvo destinado en la citada Comandancia de Algeciras, con efectos de
1” de agosto de dicho año.
Con fecha 19 de julio de 1894, en la Comandancia de Estepona, se le
había extendido el certificado de soltería para contraer matrimonio, que
había solicitado por instancia. Sin embargo, este matrimonio no llegó a
GABRIEL RODRÍGUEZ PÉREZ

celebrarse. El 19 de febrero de 1895, es decir a los seis meses del cambio


de destino, fue arrestado en Palmones (bahía de Algeciras) por insubordi-
nación y, al día siguiente, quedó en situación de prisión preventiva en Alge-
ciras. Como consecuencia del parte cursado por el hecho, fue procesado en
la sumaria de Algeciras no 22 de 1895 y, el 25 de abril siguiente, fue juzga-
do en consejo de guerra, en el que fue condenado a la pena de doce años de
prisión militar mayor por el delito de insubordinación poniendo mano a un
arma ofensiva con tendencia de ofender de obra a superior. La sentencia
fue aprobada por el Comandante en Jefe del 2” Cuerpo de Ejército, en Sevi-
lla, con fecha 6 de mayo y, para su cumplimiento, fue trasladado a la peni-
tenciaría de Valladolid. Fue dado de baja en el Cuerpo con fecha de final de
ese mes de mayo y, en su documentación, se hizo figurar que había obser-
vado mala conducta y que, de no haber sido condenado, habría sido expul-
sado del Cuerpo por no considerar conveniente su continuación en el
mismo.
Es paradójico que haya observado esa mala conducta quien por su buen
comportamiento en todos los aspectos, fue elegido para soldado de 1” y
cabo, admitido en el Cuerpo de Carabineros, es decir como agente de la
autoridad, y admitido también como carabinero de Caballería, lo cual supo-
nía de hecho una situación distinguida dentro de dicho cuerpo. Pese a haber-
los buscado bastante, no hemos podido encontrar documentos en que cons-
ten los detalles de la grave insubordinación que ocasionó su arresto en la
tarde del citado 19 de febrero de 1895. Eloy Gonzalo era de carácter re-
traído y serio, muy cumplidor y poco comunicativo. Nunca quería hablar de
ello pero, años después de su muerte, un compañero suyo relató que él le
había contado que cuando recibió la licencia para casarse, con el permiso
extraordinario de doce días, fue a ver a su novia y la encontró en compañía
de un teniente de su propio Cuerpo de Carabineros, en actitud de notoria
infidelidad. Relato similar hizo, también pasados muchos años, el que había
sido su sargento en Cascorro, Gregorio Tropel, con el que al parecer tenía
mucha confianza y que fue quien sujetó la cuerda que llevaba atada a la cin-
tura durante la ejecución de su famosa hazaña. Es de suponer el impacto
psicológico que ese inesperado encuentro debió producirle, bajo el cual
arremetió contra el acompañante de su novia con el arma que llevaba.
Según otro compañero, llegó incluso a decirse que a ella la había matado,
lo cual no se ha considerado cierto. Sólo la natural conmoción psicológica
puede explicar esa conducta, más allá de la insubordinación. En todo caso,
como dicen esos versos de la conocida marcha legionaria El Novio de la
Muerte: nadie sabía su historia, mas la legión suponía que un gran dolor le
mordía como un lobo el corazón.
ELOY GONZALO Y CASCORRO 47

Llevaba Eloy Gonzalo tres meses recluido en el penal de Valladolid,


cuando se publicó el real decreto de 25 de agosto de 1895, que establecía
que el personal militar que estuviese cumpliendo condena, podía quedar
libre si solicitaba voluntariamente destino a Cuba. No tardo Eloy Gonzalo
en solicitar los beneficios del citado real decreto al comandante en jefe del
7” Cuerpo de Ejército, quien los concedió con fecha 16 de noviembre. Asi-
mismo, los solicitó al ministro de la Guerra, quien pidió información al
comandante en jefe del Cuerpo de Ejército antes citado, el cual informó, con
fecha 26 de noviembre, que ya los había concedido y que el solicitante ya
estaba en el depósito de embarque en La Coruña, para donde había salido
conducido el día 19. En efecto, ese día salió del penal y fue alta en el Depó-
sito de Embarque y Desembarque para Uhramar al día siguiente, quedando
recluido en el calabozo de la guardia de principal de la plaza, hasta su
embarque, el día 22, en el vapor León XIII. Desembarcado en La Habana el
9 de diciembre, fue destinado al ler Batallón del Regimiento de Infantería
María Cristina no 63, al que se incorporó inmediatamente en Puerto Prínci-
pe, capital de la provincia de Camagüey, que hoy lleva este mismo nombre.
Dicho batallón estaba destacado en esta guarnición por necesidades de la
campaña, pues el regimiento tenía su sede en Matanzas. Eloy Gonzalo Gar-
cía era soldado de Infantería, después de haber sido cabo de Caballería y
carabinero.
Al incorporarse a su batallón, quedó de instrucción y, en la revista de
1” de enero de 1896, causó alta en la 5” Compañía, en la que, tras la jura de
bandera pasó a prestar los servicios de campaña, entonces muy movidos,
dada la gran actividad guerrillera en el territorio de la Comandancia Gene-
ral de Puerto Príncipe, que comprendía toda la parte de la provincia de
Camagüey situada al este de la famosa trocha de Júcaro a Morón. La acción
más notable por entonces tuvo lugar el 15 de febrero, fecha en que la colum-
na volante (hoy diríamos agrupación táctica móvil) de que formaba parte el
batallón de Eloy Gonzalo, efectuando un reconocimiento de la sabana de
Managuaco al río Najasa, tuvo un duro encuentro con una concentración de
partidas, cuyos efectivos eran superiores a los de dicha columna.
Por orden general del Ejército de Operaciones de Cuba de 27 de agosto
de 1895 se habían reorganizado los batallones, pasando la 6” Compañía a
ser guerrilla montada. Así estaban organizados al llegar Eloy Gonzalo y así
continuaron hasta que, ante el gran número de enfermos y convalecientes no
aptos para el servicio de campaña pero sí para el de guarnición, el 20 de
enero de 1897, otra orden general los reorganizaría de nuevo, pasando la 5”
Compañía a ser guerrilla montada y la 6” a estar formada por dichos enfer-
mos y convalecientes de todo el batallón, haciéndose cargo del citado ser-
48 GABRIEL RODRÍGUEZ PÉREZ

Busto de Eloy Gonzalo García.


ELOY GONZALO Y CASCORRO 49

vicio de guarnición del mismo, al efecto de que las restantes compañías


pudieran dedicarse a los servicios de campaña con sus efectivos lo más
completos posible. Con fecha de ll de abril de 1896, Eloy Gonzalo fue des-
tinado a la 1” Compañía del citado 1”’ Batallón del Regimiento de Infantería
María Cristina no 63. Ignoramos la causa por la que, habiendo sido cabo de
Caballería, no se le destinó a la guerrilla montada. Tal vez se eligiera a los
que llevaban más tiempo en el batallón, a los que se presumía un mejor
conocimiento de la manigua y de sus peligros y un mejor adiestramiento
específico. Sabido es que siempre ha existido la antigüedad en la unidad
como criterio para la asignación de destinos.

El 28 de abril de 1896 la 1” Compañía del 1” Batallón del Regimiento


María Cristina se hizo cargo del destacamento de Cascorro, pequeño pue-
blo a sesenta y tres kilómetros al sureste de Puerto Príncipe, en las cerca-
nías del río Cascorro, en terreno montuoso y cubierto de vegetación tropi-
cal. Componían la compañía ciento setenta hombres, al mando del capitán
don Francisco Neila de Ciria, y estaba distribuida, según los documentos
consultados, entre tres fuertes, que sería más apropiado llamar fortines,
denominados Principal, de la Iglesia y de García. Fue el primer contacto de
Eloy Gonzalo con Cascorro, nombres que tan unidos y hasta confundidos
habían de ir a partir de entonces. Eloy Gonzalo estaba encuadrado en la 1”
Sección, mandada por el teniente don Carlos Perier, que ocupó el fortín
Principal, en el que se alojaba también el capitán con su plana mayor.
El primer ataque al destacamento tuvo lugar el 17 de julio, cuando se
presentó hostigándolo la partida de Peña, que tuvo que retirarse después de
quemar dos casas inmediatas al pueblo. No hemos podido saber la finalidad
de este ataque, que pudo ser una acción de reconocimiento o simplemente
de hostigamiento. En el tiroteo murió un soldado, que fue la primera baja
del destacamento. Se supo que los atacantes habían tenido tres heridos.
Durante los días 3 1 de julio a 3 de agosto fue llevado desde Minas a los
destacamentos de Cascorro y Guáimaro un convoy de doscientas dieciséis
carretas, que los dejó suministrados para tres meses. Mandó personalmente
el convoy el general Godoy. En su recorrido tuvo que sostener, el día 1, un
duro combate durante más de dos horas, con dos mil insurrectos de las par-
tidas de La Rosa, Peña, López, Recio y otros; al día siguiente, otro durante
una hora y media, contra unos mil de las partidas citadas, y otro, durante
media hora, con la partida de Batista. En esta operación hubo cuatro solda-
50 GABRIEL ROnRíGUEZ PÉREZ

dos muertos y dos oficiales y veinte soldados heridos. A los atacantes se les
recogieron diecinueve muertos y un gran número de caballos heridos.
Ello indica la situación al este de la trocha de Júcaro a Morón, es decir,
la mitad oriental de la isla, en la que las partidas aún dominaban práctica-
mente el campo y la manigua, en contraste con la parte occidental, donde
las que quedaban estaban en continua huida ante las columnas volantes y
sin osar acercarse a las poblaciones más que para ligeras acciones de hosti-
gamiento. Cascorro, una vez suministrado, tuvo un periodo de tranquilidad,
que no podía durar mucho. Esta tranquilidad no quiere decir falta de activi-
dad,pues ésta era continua, dada la situación de incertidumbre sobre la posi-
ción de las partidas y la consiguiente necesidad de vigilancia, reconoci-
mientos y acciones en general con finalidad de información y seguridad.

La acción de Cascorro

La hazaña es muy conocida, aunque no sus detalles ni el contexto en


que tuvo lugar. La primera noticia de la misma que llegó al público fue la
publicada el 15 de octubre por El Imparcial, el periódico de mayor tirada
entonces. Era una reseña muy completa de los hechos, en primera página.
La información la había dado por cable su corresponsal en La Habana,
Domingo Blanco, con tanta urgencia que no había llegado a saber el nom-
bre del héroe. Se nota perfectamente en la redacción de la noticia que se
basa en el parte del Comandante General de Camagüey, con información
resumida de todo lo ocurrido, tanto durante la defensa de Cascorro como en
la actuación de la columna que había liberado el destacamento. La reseña
expresa que: El general Weyler ha felicitado con el más caluroso entu-
siasmo a los defensores de Cascorro y ha publicado una orden general
haciendo constar su admirable comportamiento. Y termina diciendo: En
cuanto recibimos el anterior telegrama, dirigimos otro a nuestro corres-
ponsal en La Habana para que averigue...el nombre del heroico soldado
del Maria Cristina que llevó su valor y su abnegación a un límite sobrehu-
mano....debe ser conocido en seguida para que el aplauso público lo honre
y enaltezca. Por cierto que, con la urgencia, se deslizaron dos errores en la
información, pues pone el 24 en vez del 22 como fecha de la iniciación del
ataque y, entre los heridos, cita a los tenientes Silverio y Rodríguez, en vez
del teniente Silverio Rodríguez.
Seis días después llegó la ampliación de la noticia, que el corresponsaI
de El Imparcial en La Habana expresaba en los siguientes términos: el
héroe de Cascorro se llama Eloy Gonzalo García. Es madrileño e hijo de
ELOY GONZALO Y CASCORRO 51

padre desconocido. Vino a Cuba ey diciembre del 9.5 como voluntario.


Irbgresó en el Reghiento de María Cristina, que ha estado operando sin
cesar. Eloy Gonzalo ha tomado parte en muchas acciones y en todas probó
su valol; su sangre fría y su gran espíritu militar: Hoy se le considera por
sus jefes como un verdadero y aguerrido veterano.
En los días siguientes se difundió la información por otros periódicos y
se amplió con los nuevos detalles conocidos, entre los cuales llamo en
forma especial en Madrid el hecho de ser natural de la villa y corte. La noti-
cia supuso una auténtica ola de entusiasmo en toda España, y más especial-
mente en Madrid y en Chapinería, donde un amigo de su infancia y juven-
tud le escribió a su regimiento en nombre de sus amigos y conocidos del
pueblo. Al difundirse la noticia, hubo diferencias en los detalles según
quien los contara, la fuente y la extensión que le diera, aunque en lo esen-
cial del hecho había concordancia. En vista de estas diferencias, que se
encuentran en diversas narraciones, aquí nos atenemos exclusivamente a lo
que consta en el parte dado por el capitán Neila, como comandante de armas
de Cascorro, al comandante genera1 de Puerto Príncipe y al historial del
Regimiento María Cristina 63.
El 22 de septiembre de 1896 el generalísimo (así se le denominaba) de
la insurrección, Máximo Gómez, y su comandante general de Oriente,
Calixto García, habiendo reunido todas las partidas de Camagüey y parte de
las de Oriente, atacaron el destacamento de Cascorro y ocuparon las proxi-
midades hasta cerca de Puerto Príncipe. Los efectivos totales de las partidas
concentradas se estimaron en unos cinco mil hombres, frente a los cuales las
compañías que guarnecían los destacamentos de Cascorro y Guáimaro
sumaban ciento setenta cada una. Los insurrectos cercaron Cascorro al ama-
necer del citado día 22 y, a las seis de la mañana, iniciaron un ataque demos-
trativo con fuego de fusilería y de dos cañones Höffins contra los tres forti-
nes.
El día 25 se presentó un parlamentario intimando a la rendición, hacién-
doles ver que su situación era muy difícil y ofreciendo buenas condiciones.
Rechazado el ofrecimiento, continuó el fuego hasta el día siguiente en que
cesó el de cañón. En este día, al observar que los atacantes estaban empe-
zando a atrincherarse en la casa de don Rafael Fernández, próxima al for-
tín, el capitán ordenó al teniente Perier, jefe de la sección de Eloy Gonzalo,
que efectuara una salida con veinticinco voluntarios, con lo que consiguió
que los ocupantes de la casa citada la desalojaran: uno de esos voluntarios
fue Eloy Gonzalo. Durante estos días, los dos cañones de los atacantes ha-
bían hecho ciento noventa y cinco disparos. El día 27 se presentó un men-
sajero con una carta de Máximo Gómez intimando de nuevo a la rendición
52 GABRIEL RODRÍGUEZ PÉREZ

en las mejores condiciones y, el día 28, se presentó una mujer con una carta
del marqués de Santa Lucía, presidente de la república constituida en la
manigua, reiterando la intimación de la rendición en las mejores condicio-
nes, ofreciendo paso libre hasta la capital de la provincia a cambio de la
entrega de los fortines. Cascorro no tenía un gran valor estratégico, pues era
uno más de los puntos ocupados en la distribución de las fuerzas para el
control del territorio. Esencialmente, se trataba de atraer allí la atención del
capitán general Weyler y hacerle alterar su plan de campaña, que estaba aca-
bando con la insurrección en las provincias del Pinar del Río, Matanzas y
Las Villas, como ya había acabado con la misma en la de La Habana. El
capitán Neila rechazó de nuevo la intimación y, a continuación, se reanudó
el fuego, que continuó con intensidad variable durante los días siguientes.
El día 30 fue la fecha de la hazaña. En la madrugada de ese día, los
mambises atacantes habían ocupado sigilosamente la casa de don Manuel
Fernández, a unos cincuenta metros del fortín, y desde ella hacían un fuego
muy efectivo sobre el mismo, incomunicándolo además con los otros. La
situación se hacía ex,tremadamente grave. El parte de guerra del capitán
Neila dice textualmente : . ..se intentó quemar dicha casa por medio de
botes de petróleo que no dieron resultado, visto lo cual, se presentó volun-
tario el soldado Eloy Gonzalo García para dar fuego a aquélla, con la con-
dición de que lo atasen con una cuerda para tirar de él y no quedar en
poder del enemigo en caso de morir: El capitán aceptó el ofrecimiento de
Eloy Gonzalo que, atado con una cuerda, provisto de cerillas y una lata de
cuatro litros de petróleo, y apoyado por todos los fuegos del fortín, salió del
mismo, se dirigió a la referida casa de don Manuel Fernández y la incendió,
regresando a continuación sano y salvo. Aprovechando el fuego, el capitán
ordenó al teniente Perier que hiciese una nueva salida con un cabo y veinte
soldados, uno de los cuales fue Eloy Gonzalo; con ello se consiguió disper-
sar a los que evacuaban la casa y a los que estaban atrincherados en sus
inmediaciones, los cuales tuvieron que replegarse a la manigua próxima,
haciéndose menos agobiante el cerco y menos efectivo su fuego.
El día 2 de octubre el fuego de fusilería se vio de nuevo reforzado con
el de los cañones. La acción por el fuego continuó, con mayor o menor
intensidad, hasta la tarde del 4 de octubre, en que los atacantes quemaron
sus trincheras y se retiraron. Era que venía avanzando una columna manda-
da personalmente por el comandante general de Camaguey, el general
Jiménez Castellanos, que había salido de Minas -al noreste de Puerto Prjn-
cipe-, el día 3, sosteniendo duros encuentros en el ingenio Oriente, y for-
zando las sucesivas líneas de resistencia, muy bien dispuestas por Máximo
Gómez, en los potreros Lugones, Delirio y Conchita, el día 4. La columna
ELOY GONZALO Y CASCORRO 53

estaba formada por los batallones expedicionarios de los regimientos Cádiz


y Tarragona, un batallón del María Cristina ( que no se ha podido saber si
era el de Eloy Gonzalo), una compañía de Zapadores, los Tiradores de
Camagüey y una sección de Artillería de Montaña; en total unos mil ocho-
cientos hombres, trescientos caballos (de las guerrillas montadas) y dos
cañones de montaña.
Parece sorprendente que una columna de mil ochocientos hombres ata-
case e hiciese retroceder a una fuerza de cinco mil, pero hay que tener en
cuenta la superioridad en instrucción y adiestramiento, así como la superio-
ridad de su armamento,los fusiles mauser de repetición, españoles y argen-
tinos, contra los remington, Winchester y demás armas que llevaban las par-
tidas, armadas en forma heterogénea y menos efectiva.
Después de un nuevo combate el día 5, en las cercanías de Cascorro, por
fin, al amanecer del día 6, Ia columna del general Jiménez Castellanos Ile-
gaba al pueblo y liberaba a su heroica guarnición, después de aquella difí-
cil marcha, jalonada por combates desde la salida de Minas. Los tres forti-
nes de Cascorro habían recibido doscientos diecinueve proyectiles de cañón
Höffins; los daños fueron tales que uno de ellos, el llamado de García, tuvo
que ser abandonado y construido de nuevo. Las bajas habían sido cuatro
muertos, once heridos y seis contusos.
El mismo día 6 fue relevado el destacamento, quedando incorporada la
compañía de Eloy Gonzalo a la columna del general Jiménez Castellanos.
Al día siguiente emprendió la marcha de regreso a Puerto Pm’ncipe, en la
que, en la misma jornada, tuvo lugar el combate del Callejón de San Joa-
quín, del que hubo que desalojar a los mambises que lo habían ocupado; el
del potrero Durán, otro encuentro de menor importancia cerca de Palmari-
to, y otro rudo combate en este último punto, en que hubo que recurrir al
fuego artillero. En estos combates tomó parte Eloy Gonzalo con su compa-
ñía, integrada en la columna citada.
Desde que salió de Minas el día 3, hasta que, el día 8, llegó a Bagá,
-donde el general Jiménez Castellanos transmitió su parte al Capitán Gene-
ral-, la columna había sostenido dieciséis combates. Todo ello figura en la
aludida reseña de El Imparcial del 15 de octubre de 1896.
El parte del capitán Neila dice que ...toda la fuerza ha dado relevantes
pruebas de disciplina, valor y resistencia... y, a continuación. cita por su
comportamiento especialmente distinguido, a los primeros tenientes Carlos
Perier y Silverio Rodríguez, al segundo teniente Julio Muñoz, a los sargen-
tos José López, Juan Marín y Gregorio Tropel (antes citado como jefe del
pelotón de Eloy Gonzalo), y añade que: merecen especial mención...el cabo
Agustín Magadán Guerrero que, siendo furriel no descuidó un momento el
54 GABRIEL RODRÍGUEZ PÉREZ

Capitán don Francisco Neila Ciria, defensor de Cascorro.


ELOY GONZALO Y CASCORRO 55

suministro de toda la fuerza estando casi constantemente en la trinchera


tomando parte en la primera salida ,así como el soldado Eloy Gonzalo
García quien, además del hecho que arriba se menciona, fue voluntario en
las dos salidas... El parte termina señalando que: se han distinguido tam-
bién las clases e individuos de tropa cuya relación se adjunta.
Por la heroica defensa de Cascorro fueron concedidas varias recom-
pensas. En concreto a Eloy Gonzalo le fue concedida la Cruz de Plata del
Mérito Militar con distintivo rojo, pensionada con siete cincuenta pesetas
mensuales vitalicias, por real orden de 29 de abril de 1897 (D.O. núm. 96).
Esta condecoración había sido creada por decreto de 9 de diciembre de
1868 como recompensa para las clases de tropa. La única laureada se con-
cedió, tras el preceptivo juicio contradictorio, al capitán Neila. Además de
dichas recompensas oficiales, el casino español de Puerto Príncipe conce-
dió a todos los defensores de Cascorro una medalla de plata conmemorati-
va, de notable valor artístico, que les fue entregada uno a uno en un emo-
tivo acto.
Asimismo, la Junta Patriótica Española en La Guaira, sucursal de la
Central en Caracas, envió a Eloy Gonzalo, junto con su felicitación, un
donativo de doscientas diez pesetas, cantidad muy respetable entonces.
Tanto el presidente de dicha junta, don Antonio Morales, como el cónsul,
don Enrique de Pereira, en sus respectivos escritos aprovechan la oportuni-
dad para felicitar al general Weyler por su brillante campaña en la isla. En
los escritos que se cursaron con este motivo, puede verse el interés que
pusieron todos los mandos que tuvieron que intervenir, pues las fechas
dejan ver que todas las comunicaciones se despacharon con la mayor rapi-
dez. Pese a ello, se ven unas tardanzas que corresponden a las del correo
entre Venezuela y Cuba y especialmente entre Matanzas, sede del regi-
miento, y la unidad de Eloy Gonzalo, destacada en operaciones en aquel
momento, en la llamada Cuarta Zona de la misma provincia de Matanzas.
El donativo venía en forma de letra cursada a la orden de la casa Salvador
Güell e Hijos, de Tarragona. Para que el héroe recibiera esa cantidad com-
pleta, sin que se le descontara la comisión correspondiente, el capitán gene-
ral ordenó que su regimiento se la abonara íntegra y se endosara la letra a la
Caja General de Ultramar. Todo ello hizo que, aunque la carta firmada por
don Antonio Morales en nombre de la junta lleva fecha de 13 de diciembre
de 1896, Eloy Gonzalo cobró tan generoso y patriótico donativo el día 14
de marzo siguiente, en el ingenio Socorro, en la citada provincia de Matan-
zas.
Y el Ayuntamiento de Madrid le envió un escrito de felicitación, a tra-
vés del Ministerio de la Guerra.
56 GABRIEL RODRÍGUEZ PÉREZ

El marco belico

Si vis pacem para bellum. Esta vieja y sabia máxima no la tuvo en


cuenta el gobierno liberal de Sagasta cuando presentó a las Cortes y con-
siguió que se aprobara al disponer de mayoría, el presupuesto de 1893, que
llamó Presupuesto de la Paz, con el que trataba de conseguir una gran
reducción del gasto público, reduciendo notablemente el presupuesto mili-
tar, Ello dejó al Ejército y la Armada muy reducidos tanto en efectivos
como en medios y en operatividad de éstos. Cuando en septiembre de 1893
las cabilas rifeñas atacaron Melilla, la reducida guarnición apenas pudo
hacer frente a masas armadas mucho más numerosas, en una difícil defen-
sa en que abundaron los hechos individuales de sobresaliente valor y que
costó la vida al general García Margallo, comandante general de la plaza.
Como dice Fernández Almagro, fueron estímulos para el levantamiento en
Cuba: la reducción de las fuerzas militares que guarnecían la Gran Anti-
lla, a consecuencia del llamado “Presupuesto de la Paz”; las deficiencias
acusadas en la movilización impuesta por la azarosa campaña de Melilla
y en el armamento y la formación técnica del combatiente... Y el general
Weyler señala que: llegó el año 1894 en que se introdujeron considerables
economías en el presupuesto de Cuba, reduciendo mucho su Ejército, sin
contar con que el Gobierno liberal ... en el presupuesto de 1893, que se
llamó “de la Paz”, con optimismo tan fuera de la realidad que inmedia-
tamente surgieron los acontecimientos de Melilla ... se conspiró descara-
damente, se entraron armas y se precipitó la revolución, creyendo los
conspiradores que aquel era el momento más propicio, teniendo en cuen-
ta los sucesos de Melilla...
La guarnición de la isla quedó reducida a siete regimientos de Infante-
ría con mil ochocientos cincuenta hombres cada uno, un batallón de Caza-
dores, dos regimientos de Caballería, un batallón de Artillería a pie (así se
llamaba entonces) con una batería de montaña, un batallón mixto de Inge-
nieros y tres tercios de la Guardia Civil. Los efectivos de la Armada eran
proporcionalmente más reducidos aún y claramente insuficientes para la
vigilancia de un litoral de tres mil quinientos kilómetros, mas un sinnúme-
ro de islas e islotes que multiplicaban las dificultades de dicha vigilancia.
Por último, estaba la necesidad no atendida por las deficiencias del presu-
puesto, de artillado de los puntos de la costa que se prestaban a desembar-
cos importantes, como después se vio con los grandes cargamentos que lle-
gaban a las playas cubanas y se desembarcaban sin que nada lo impidiese o
al menos lo dificultase. A quince mil novecientos hombres quedó reducida
la totalidad de los efectivos militares en la isla.
ELOY GONZALO Y CASCORRO 57

Tan decisiva fue esta situación que la insurrección iba a estallar ese
mismo año 1894, en que el Partido Revolucionario Cubano, fundado y diri-
gido por ~1 poeta José Martí, había organizado una expedición con tres bar
cos cargados de material de guerra y cuatrocientos hombres armados y equi-
pados, a las órdenes de Antonio Maceo, que una vez desembarcado en
Cuba, había de entrar en contacto con otros grupos desembarcados en dis-
tintos puntos y con las partidas levantadas en otros lugares de la isla. El
plan, enmascarado con el pretexto de llevar a Cuba maquinaria y trabajado-
res, fracasó por una información que permitió que el Ministro de España en
Washington requiriera la intervención del gobierno de Estados Unidos que,
cumpliendo con su deber, ordenó la detención, registro y decomiso del car-
gamento, que quedó confirmado que era material de guerra.
Decididos como estaban los independentistas cubanos, y sus apoyos
peninsulares e internacionales a llevar a cabo la insurrección, el descubri-
miento y consiguiente fracaso del plan de Fernandina sólo la aplazó y, final-
mente, estalló el 24 de febrero de 1895 -aprovechando el domingo de car-
naval-, con el grito de Baire, en esta pequeña localidad de la provincia de
Oriente. El alzamiento fracasó en las provincias de La Habana y Matanzas,
no llegó a estallar en la de Las Villas y ni siquiera se intentó en la de Pinar
del Río; pero en las de Oriente y Camagüey se fue extendiendo, como dice
Fernández Almagro, de poblado en poblado, de ingenio en ingenio y de
potrero en potrero.
Pronto las partidas alzadas, que sumaban efectivos muy superiores a los
de las disminuidas fuerzas españolas, y con un heterogéneo armamento nor-
teamericano y europeo, recibido en expediciones filibusteras procedentes
de EstadOs Unidos, emprendieron la tarea de extender la insurrección a toda
la isla, llevando la guerra de guerrillas a sangre y fuego a las provincias
occidentales, donde el llamada Ejército Libertador se presentó con el cali-
ficativo de Ejército Invasor, sembrando el terror, destruyendo la riqueza
existente, llegando a emplear la dinamita contra las vías férreas y demás
obras públicas, y haciendo que los pueblos se les sometiesen, huyendo o
entregándoles las armas los voluntarios que los defendían, sin atreverse a
resistir. Hubo que movilizar e ir enviando refuerzos poco a poco, en sucesi-
vas expediciones. Como puede verse leyendo a Fernández Almagro, al
general Weyler, a Gonzalo de Reparaz, etc., el Presupuesto de la Paz trajo
la guerra y, en vez de los ahorros que se pretendieron con el mismo, hubo
que hacer gastos mucho mayores.
En Cuba había surgido una guerra civil entre partidarios de la unión con
España y los partidarios de la independencia. A pesar del componente racial
negro con Maceo, Quintín Banderas, Juan Gualberto Gómez, etc., la guerra
58 GABRIEL RODRÍGUEZ PÉREZ

no tenía en Cuba carácter de guerra colonial como en Filipinas. El principal


dirigente y animador de la insurrección, el poeta José Martí, era hijo de un
sargento valenciano y nació en La Habana por razón del destino de SU padre.
Pero, en Madrid, fue lector de la logia masónica Armenia y, estando cur-
sando el doctorado en Zaragoza, desapareció de esta ciudad y, a través de
Francia, marchó a Nueva York, donde empezó a actuar activamente para
preparar la insurrección.
Él fue el autor del Plan de Fernandina y el principal impulsor de los
preparativos de la insurrección cuando, a pocos años de la Paz del Zanjón y
de la Guerra Chiquita, parecían muy escasas sus posibilidades. También
estaba una gran parte de los grandes propietarios de la provincia de Orien-
te, que habían pagado un gran tributo de sangre en la insurrección anterior,
la llamada Guerra Larga o de los Diez Años. También estaban el marqués
de Santa Lucía, Bartolomé Masó y José Miró Argenter, los dos últimos
peninsulares nacidos en Cataluña. Entre los citados hacendados de Oriente
destacaban los hermanos Vicente y Calixto García Iñiguez, especialmente
éste que fue el más preparado y eficaz entre los generales de la insurrección
y que al estallar ésta se encontraba en Madrid, empleado en un banco en el
que es presumible que tuviese intereses propios, dada su condición de gran
hacendado de Cuba. Esta tardanza en incorporarse a la insurrección, no
sabemos si fue porque no veía claras sus posibilidades porque estaba some-
tido a una vigilancia y le era difícil evadirse, o porque estaba cumpliendo
una misión de apoyo a la insurrección, como otros, en Madrid; lo cierto es
que, al presentarse en la provincia de Oriente, se le asignó la comandancia
general de la misma, con gran decepción de José Maceo que iba a ser el
designado.
La aludida división entre los cubanos puede decirse que nació como
consecuencia de aquellos tres reales decretos de 1837 que, según escritos de
aquella época, produjeron gran consternación y considerable indignación,
mayor aún en las clases más cultas, pues ello suponía que Cuba, hasta
entonces considerada como una parte de España, pasaba a tener la conside-
ración de colonia. En esencia, se establecía en dichos reales decretos que la
constitución vigente en España no se aplicaría en Cuba ni en Puerto Rico,
que quedaban sometidas a la autoridad del Capitán General y Gobernador
General como en los territorios coloniales de otros países. Entonces se
empezó a hablar de colonias, palabra que no se encuentra en los documen-
tos de los siglos anteriores, cuando los territorios españoles de América eran
reinos y provincias de Indias o de Ultramar, pero no colonias como los teni-
torios ingleses y franceses. Desde entonces cundió un cierto resentimiento
contra la metrópoli, cristalizó en distintas conspiraciones y sobre todo en
ELOY GONZALO Y CASCORRO 59

aquella Guerra de IOS Diez Años, iniciada un mes después de la revolución


de 1868 por Carlos Manuel de Céspedes y López del Castillo, seguido por
la mayoría de los grandes propietarios de Oriente y Camaguey.
Volviendo a la insurrección que nos ocupa, cuando aun esta estaba casi
reducida a las provincias de Oriente y Camagüey, el 19 de mayo murió
Martí en un encuentro en Dos Ríos, cerca de Santiago de Cuba. Con él se
fueron SUSideas de guerra culta y Máximo Gómez y Antonio Maceo, en su
marcha a las provincias occidentales llevaron a cabo la guerra de destruc-
ciones y represalias características de los movimientos insurreccionales
revolucionarios, sobre todo Maceo, ante cuya proximidad huían atemoriza-
dos gran parte de los habitantes de los pueblos. Maceo, que inició su mar-
cha en Mangas de Bar-agua, jurisdicción de Santiago de Cuba, recorrería
más de mil kilómetros en la misma.
Cuando la expedición de que formaba parte Eloy Gonzalo desembarcó
en La Habana, las fuerzas de Máximo Gómez recorrían su provincia y la de
Matanzas sin que nadie las detuviera y las de Maceo marchaban por el sur
de la primera a cumplir su objetivo, que era invadir la provincia de Pinar del
Río. En La Habana, la Navidad de 1895 estuvo marcada por la tristeza y el
temor, ante la proximidad de las huestes revolucionarias, que lógicamente
no podían atreverse con un objetivo tan difícil como la capital. Maceo, ídolo
de la población de color, seguía la marcha a su objetivo, llegando el 22 de
enero al pueblo más occidental de Cuba, Mantua, donde presidió una reu-
nión de su ayuntamiento y organizó una fiesta en el casino.
El 10 de febrero desembarcaba en La Habana el teniente general Wey-
ler, marqués de Tenerife, nuevo capitán general, nombrado por el nuevo
gobierno de Cánovas, por recomendación del prestigioso capitán general
Martínez Campos, que lo consideraba como el único que tenía todas las
condiciones necesarias para resolver el grave problema surgido en Cuba.
Las acertadas y enérgicas medidas tomadas por el nuevo capitán general
empezaron a dar su fruto inmediatamente. Entre otras, rehabilitó y reforzó
la trocha de Júcaro a Morón, que había quedado casi abandonada y que
había sido cruzada con facilidad, y estableció la trocha de Marie1 a Majana,
que dejó aislado a Maceo en Pinar del Río. Después, con los refuerzos reci-
bidos fue atacando a las fuerzas de Máximo Gómez, que tuvo que volver a
cruzar la trocha de Júcaro a Morón antes de que terminara de hacerse infran-
queable, y empezó el acoso a las fuerzas de Maceo que, encerradas entre la
trocha de Marie1 y el mar, no tenían más apoyo que lo quebrado del terre-
no, sobre todo desde que, el 28 de abril, la lancha cañonera Mensajera apre-
só el vapor filibustero Cornpetitor, que había llegado a aquella costa con un
gran cargamento de armas y municiones.
60 GABRIEL RODRÍGUEZ PÉREZ
ELOY GONZALO Y CASCORRO 61

Así, con continuos reveses de las partidas insurrectas en las provincias


occidentales llegó el mes de septiembre, en que la provincia de Camagüey
vio gran parte de sus campos ocupados por partidas, en gran parte venidas
de Oriente, y que sumaban unos cinco mil hombres, como ya se ha dicho.
Se trataba de atacar y ocupar algunos poblados y cortar las comunica-
ciones de Puerto Príncipe, para crear una situación de alarma que obligara
al capitán general a modificar su despliegue, aligerando su presión sobre el
apurado Maceo, en vista de que habían sido inútiles todos los intentos de
cruzar la trocha para Ilcvarlc rcfucrzos.
El aislamiento de la capital de Camagüey por las fuerzas de Máximo
Gómez fue tal, que su comandante general supo que estaban atacando Cas-
corro y que después pensaban atacar Guáimaro y San Miguel de Nuevitas,
porque que se lo comunicó desde La Habana el capitán general, a cuyo
conocimiento llegó por su servicio de información que lc había hecho lle-
gar una confidencia a través del comandante militar de Santa Cruz del Sur.
Así, cuando el ataque a Cascorro, se encontraba bastante cercano el
consejo de gobierno de la insurrección con su presidente, el marqués de
Santa Lucía, su vicepresidente, el catalán Bartolomé Masó, y su secretario
de guerra, el polaco Roloff.

Después de Cascorro

Después del regreso a Puerto Príncipe, Eloy Gonzalo se encontró de


nuevo en su regimiento, en servicio de operaciones de campaña por la pro-
vincia, en la misma situación que antes de marchar al destacamento esce-
nario de su hazaña. Las acciones más notables en que tomó parte fueron los
combates que tuvieron lugar, el 28 del mismo mes de octubre, en las fincas
Sonora y San Rafael, nuevamente contra las fuerzas mandadas directamen-
te por Máximo Gómez, que establecieron un dispositivo de aislamiento
entre la capital de la provincia de Camagüey y la parte oriental de la misma,
donde Calixto García, con sus partidas de Oriente repitió contra el destaca-
mento de Guáimaro el ataque en que Máximo Gómez había fracasado ante
Cascorro.
De nuevo el general Jiménez Castellanos tuvo conocimiento del ataque
a Guáimaro por su servicio de información, a través del comandante militar
de Santa Cruz del Sur. Sin embargo, esta vez el auxilio llegó tarde, pues el
mismo día 28 en que tenían lugar los combates citados sobre las líneas esta-
blecidas por Máximo Gómez, el destacamento de Guáimaro se rendía a
Calixto García, que desde entonces tendría en las filas insurrectas un pres-
62 GABRIEL RODRÍGUEZ PÉREZ

tigio superior incluso al de Máximo Gómez. Ello dio lugar a un incremen-


to de las acciones de las columnas volantes en las zonas limítrofes de las
provincias de Camagüey y Oriente. De esta intensa actividad da idea la
carta.en que Eloy Gonzalo contestó a su amigo Mariano Rico que le había
escrito desde Chapinería. En ella dice que por ser la columna volante de que
formaba parte la única en aquella zona, estaba continuamente de operacio-
nes en el campo. Ello tuvo como efecto el disminuir la actividad de las par-
tidas en Camagüey y el desplazamiento de la mayor parte a.la provincia de
Oriente, volviendo en cierto modo a quedar la insurrección como en sus pri-
meros meses.

Los últimos meses

A primeros de febrero de 1897, poco antes de cumplirse un año de que


el general Weyler se hiciera cargo de la Capitanía General de Cuba, la insu-
rrección estaba prácticamente acabada en todas las provincias al oeste de
Camagüey, quedando sólo por reducir la temible Ciénaga de Zapata, zona
de selva pantanosa del sur de la provincia de Matanzas, refugio seguro de
muchas partidas, de difícil penetración, que exigía contar con buenos prác-
ticos locales, además de lo terriblemente insano de su ambiente, que hizo
contraer enfermedades mortales a muchos de los que permanecieron algún
tiempo en élla. Dada la favorable marcha de las operaciones, por una orden
general de fecha 5 de dicho mes, fue modificado el despliegue del Ejército
de Operaciones de Cuba, lo que significaba oficialmente el fin de la cam-
paña de Pinar del Río. El batallón de Eloy Gonzalo, antes destacado en
Puerto Príncipe, regresaba a la provincia de Matanzas, en la que iba a par-
ticipar en las operaciones de limpieza en la citada Ciénaga de Zapata y sus
proximidades y en la reducción de las pequeñas partidas que quedaban dis-
persas por la manigua.
En cumplimiento de la orden general citada, el día 16 del mismo mes,
el 1.“’ Batallón del Regimiento de Infantería María Cristina 63, y en su 10
Compañía, Eloy Gonzalo, salía por ferrocarril de Puerto Príncipe para Nue-
vitas, en cuyo puerto embarcó a bordo del vapor María Herrera y desem-
barcó en La Habana, el día 18, continuando el viaje por ferrocarril hasta
regresar a Matanzas, donde tenía la sede su regimiento, para seguir desde
allí hasta la zona asignada, donde quedó prestando servicio de operaciones
de campaña en las proximidades de la laguna de Macurijes, cercana a la cié-
naga citada. En esa situación estaba cuando recibió, en el ingenio Socorro,
el 14 de marzo, el generoso donativo de la junta patriótica de España en La
ELOY GONZALO Y CASCORRO 63

Guaira. Yen esa situación estaba al recibir la notificación de que se le había


concedido la Cruz de Plata del Mérito Militar.
El 24 de abril terminaron las operaciones de limpieza de la Ciénaga de
Zapata y el 26 pudo el general Weyler cursar al ministro de la Guerra un
parte dando cuenta de la completa pacificación de las provincias de Pinar
del Río, La Habana y Matanzas. Como dice Fernández Almagro: prospera-
ba en las villas y en Matanzas, no digamos en La Habana y en Pinar del
Río, una sensación de victoria española que abatíu la moral del enemigo.

Sin embargo en el norte de la provincia de Oriente, la insurrección reci-


bía un poderoso refuerzo al desembarcar, en la playa de Banes, al norte de
Holguín, un alijo de armas y municiones más importante que todos los ante-
riores, que había sido llevado por el polaco Roloff en una arriesgada expe-
dición. Se trataba nada menos que de dos mil cuatrocientos ochenta rifles,
un cañón de ciento veinte milímetros, otro de dinamita, un colt automático,
dos millones y medio de cartuchos, tres mil para cañón, tres mil para el de
dinamita, quince mil para el colt y tres toneladas de dinamita, mas ciento
cuarenta cajas de medicamentos y otros suministros. Ello fue posible por no
haberse construido todavía en Banes el fuerte que el general Weyler había
ordenado que se construyera en un punto que dominase dicha playa.
Volviendo a la zona de la provincia de Matanzas, donde operaba la uni-
dad de Eloy Gonzalo, podemos decir que éste poco pudo gozar del resulta-
do victorioso a que había contribuido, pues empezó a sentirse mal, con la
natural resistencia inicial a ser evacuado. Cuando al fin, el 6 de junio, ingre-
só en el hospital militar de la capital de aquella provincia, tenía una entero-
colitis ulcerosa, de la que falleció el día 18. El héroe valiente hasta la teme-
ridad, ejemplo de valor para todas las generaciones de soldados que le han
sucedido, respetado por tantas balas que habían silbado a su alrededor, era
una más de las muchas víctimas de las aguas contaminadas y los mosquitos
de la temida Ciénaga de Zapata y de las zonas pantanosas próximas.

Epílogo

Como hemos dicho, Eloy Gonzalo había desembarcado en La Habana,


como soldado voluntario, el 9 de diciembre de 1895, cuando toda Cuba esta-
ba revuelta y las partidas insurrectas recorrían libremente sus campos, no
existiendo orden y seguridad más que en las poblaciones. A su muerte, la
situación había cambiado totalmente, gracias a la eficacia del plan de campa-
ña del general Weyler, y se había restablecido la normalidad en toda la zona
64 GABRIEL RODRÍGUEZ PÉREZ

al oeste de la trocha de Júcaro a Morón (Camagüey), en la que de nuevo había


orden y seguridad, circulaban normalmente los medios de transporte y se
habían reanudado todas las actividades agrícolas, industriales y comerciales.
Pero el asesinato de Cánovas dio la vuelta completa a la situación. El
nuevo presidente del Gobierno, que era otra vez Sagasta, lo destituyó, cuan-
do ya tenía todo dispuesto para la última fase de la campaña, contra los
reductos de la insurrección, en Oriente y Camagüey. Y ello pese a Lodas las
manifestaciones y protestas y peticiones por escrito, que fueron muchas,
tanto en Madrid como en La Habana.
El nuevo incremento de la actividad insurreccional dio pie de nuevo a
los Estados Unidos a amenazar con su intervención si España no era capaz
de resolver el problema cubano. Estaba claro su interés en el comercio del
azúcar, entonces llamado oro blanco. El enfrentamiento en Estados Unidos
entre los jingoes intervencionistas y los contrarios 8 la intervención termi-
nó finalmente predominando aquéllos sobre éstos, tras las campañas de
prensa llevadas a cabo contra España. La explosión del Maine les dio el pre-
texto que necesitaban. Y después se vio,‘cómo con un ejército que no había
sido derrotado, que había vencido a la insurrección casi totalmente y que
estaba en condiciones de volver a hacerlo, España perdía la guerra, tras la
irresponsable decisión de aquel gobierno que envió a Cuba unos barcos que
hacía años que necesitaban reparación o sustitución y que sólo podían ir
como fueron, a regalar a los norteamericanos la victoria que necesitaban y
que en tierra veían imposible. En efecto, después de los combates en El
Caney y Santiago de Cuba, la misma prensa que había provocado la inter-
vención norteamericana protestaba ahora de aquella aventura ante el gran
número de bajas que habían dejado diseminadas las fuerzas desembarcadas.
E un escrito obrante en el Servicio Histórico Militar puede leerse una
in Io, rmación de Washington que decía que hasta se estaba pensando en la
conveniencia del reembarque. La destrucción de la flota del heroico y com-
petente almirante Cervera, puso de nuevo la suerte en contra de España y
llegó lo que se llamó el desastre, la pérdida de Cuba.
Cuando ya estaba decidido el abandono de Cuba, estaba claro que los
restos de los héroes caídos más destacados tenían que ser trasladados a
España para SU inhumación en tierra española donde recibieran ademas el
homenaje que por su heroísmo merecieron. Por real orden de 10 de noviem-
bre de 1898, fue aprobada la repatriación de los restos de Eloy Gonzalo,
junto con los de los generales Santocildes y Vara de Rey, que habían muer-
to en combate dando ejemplo de heroísmo a sus hombres. Ello se efectuó
en el vapor San Ignacio, que zarpó de La Habana el 7 de diciembre de 1898
y arribó a Santander el 20 del mismo mes. Desde allí fueron trasladados por
ELOY GONZALO Y CASCORRO 65

ferrocarril a Madrid, donde fueron recibidos e inhumados, con los honores


de ordenanza, en el cementerio de la Almudena y, posteriormente, traslada-
dos al mausoleo dedicado a los caídos de Cuba y Filipinas.

En sesión de 20 de octubre dc 1897, el Ayuntamiento de Madrid había


acordado la construcción de un monumento en la plaza del Rastro, para el
cual se eligió el proyecto del escultor Aniceto Marinas, sobre el pedestal
proyectado por el arquitecto Salaverry. En esa plaza, llamada desde enton-
ces de Cascorro, podemos ver el monumento, que fue inaugurado el 5 de
mayo de 1902 por S. M. el Rey don Alfonso XIII, con enorme asistencia de
público, según las reseñas periodísticas de la época. El homenaje del muni-
cipio de Madrid se completó al dar el nombre de Eloy Gonzalo a la calle
que une las glorietas de Quevedo y Sorolla.
Al homenaje se adhirieron los ayuntamientos de Chapinería y San Bar-
tolomé de Pinares, que clcvaron sendos monumentos al héroe, que había
residido en los mismos.
Ahora, en el centenario de su muerte, los españoles tenemos que recordar
con admiración a Eloy Gonzalo como soldado ejemplar, paradigma de virtu-
des militares, modelo a admirar e imitar por los soldados de ahora y de siem-
pre, y orgullo de Madrid, que le vio nacer, de Chapinería, que le vio crecer y
de la Infantería española, en cuyas filas luchó y, como decía El Imparcial hace
ciento un años: llevó su valor y su abnegación a un límite sobrehumano.
66 GABRIELRODRÍGLJEZPÉREZ

FUENTES

ARCHIVOCENTRALDELAGUARDIA CIVIL: Documentaciónpersonaldelcara-


binero Eloy Gonzalo García.
SERVICIO HISTÓRICO MILITAR: Sección Ultramar (Legajos de Cuba); recopi-
lación de historiales de Rey Jolly; documentación personal del soldado
Eloy Gonzalo García.
HEMEROTECA MUNICIPAL: Colecciones de El Imparcial y La Ilustración
Española y Americana.

BIBLIOGRAFÍA

BOSCH, Juan: De Cristóbal Colón u Fidel Castro. Tomo II. Madrid, 1985.
FERNÁNDEZ ALMAGRO, Melchor: Historia política de la España contempo-
r-anea. 1868-1902. Tomos II y III. Madrid, 1968.
GUITERAS, Pedro José: Historia de la isla de Cuba. Tomo III. La Habana,
1928.
ISIDRO MÉNDEZ,Manuel: José Martí. Estudio biográfico. Madrid, 1925.
MENÉNDEZ CARABIA: La Guerra de Cuba. Madrid, 1896.
PARDOCANALES, Enrique: Eloy Gonzalo, héroe de Cascorro. Madrid,1984
(Ciclo de conferencias sobre Madrid en el siglo XIX).
REVERTER DELMÁS, Emilio: Cuba española. Madrid, 1898.
WEYLER, Valeriano: Mi mando en Cuba. Tomos 1 a IV Madrid, 19 10.
ANTECEDENTES FILIPINOS DEL 96-98
Leandro TORMO SANZ
Investigador del C.S.I.C.

Introducción

E
N mi artículo sobre las «Repercusiones de la guerra de 1898 en Fili-
pinas», publicado en los Cuadernos monográficos del Instituto de
Historia y Cultura Naval’, dejé pendiente el largo tema de la religio-
sidad y personalidad del pueblo filipino, que le caracterizaron como puente
entre Oriente y Occidente, eslabón final de la gran utopía española, de cato-
licidad universal, comunidad política de príncipes y repúblicas cristianas.
Respetando sus diversas lenguas y culturas que llegan vivas hasta hoy,
los capitanes españoles se hermanaron con los cabezas de barangay acep-
tando un rito propio de su gentilidad, conocido por pacto de sangre; a su vez
los jefes indígenas, junto con su pueblo, aceptaron después de conocer el
catecismo, la hermandad cristiana por medio del agua bautismal.
Nuestros frailes misioneros se enseñaron entre sí y con los niños las más
diversas lenguas sintiéndose en la obligación de enseñar a los filipinos todo
cuanto ellos fuesen capaces de aprender, para lo cual levantaron junto al
templo y convento la escuela de leer, escribir y cantar, tanto para niños
como para niñas, y llegaron a fundar colegios intermedios y universidades
donde estudiaron españoles e indios. En estos estudios superiores se formó
la clase dirigente de su República Indiana, finalidad que fue aceptada y pro-
tegida por los monarcas españoles de la Casa de Austria; no tanto por la de

’ TORMO SANZ, Leandro: “Repercusiones de la guerra de 1898 en Filipinas”, en Cuadernos mono-


gráficos del Instituto de Historia y Cultura Naval, núm. ll, p. 142.
68 LEANDRO TORMO SANZ

Borbón y repudiada durante el siglo XIX por considerarla inútil y perjudi-


cial’.
La insurrección filipina de 1896, interrumpida por la paz de Byak-na-
bató, violada por la felonía norteamericana de 1898 y continuada la guerra
por los filipinos contra los norteamericanos desde el 4 de febrero de 1899
hasta el 16 de abril de 1902, tuvo muchos antecedente?, de los cuales solo
voy a tratar su caldo próximo que fue La Gloriosa, y una lejana conmoción
religiosa propiamente filipina denominada Cofradía de San .Iosé.

La Gloriosa y el fin de nuestra utopía

La revolución estallada en Cádiz durante septiembre de 1868 se carac-


terizó en nuestras últimas posesiones ultramarinas por ser el principio de su
fin.
El 2.5 de septiembre de 1868, tres días antes de la batalla del puente de
Alcolea, se insurrecciona Puerto Rico pretendiendo lograr una independen-
cia que aún no ha podido obtener. Días después, el primero de octubre de
aquel mismo año, lo hace Cuba que, tras cruenta lucha, obtendrá la separa-
ción de España y la dependencia económica de los Estados Unidos, cuya
bandera de barras y estrellas aún ondea en Guantánamo. Por último, en Fili-
pinas, tras la proclama de su gobernador general De la Gándara, acatando
al nuego gobierno español y poco después creando una asamblea de refor-
mistas, surgen disturbios que le obligan a declarar el estado de excepción en
Cavite, La Laguna, Manila, Batangas y Bulacan el 14 de enero de 1869”. La
causa de estos alborotos, que ha sofocado el Capitán General, es que los fili-
pinos han tomado consciencia de la discriminación que les ha hecho el
gobierno español con la orden número 959 a su representante en Filipinas,
el 27 de octubre de 1868, donde, al anunciar su nueva política en las pro-
vincias de Ultramar, se refiere exclusivamente a Cuba y Puerto Rico, con
exclusión manifiesta de Filipinas’.

i Archivo Histórico Nacional (A.H.N.): Ultramar 5152. En carta de 4 de enero de 1870 el Gober-
nador de Filipinas dice al Ministro de Liltramar: Exigr tnmhi&, ~1 estado del Pak, un buen sistema de
instrucción pública, puesto que el que hoy tiene está reducido n una Universidad, en la que .t6lo se fir-
man teólogos y abogados, cuyas clases son aquí las menos necesarias, y que udernús, son el foco de los
que representan el partido antiespañol.
3 TORMO SÁNZ, Leandro: Op. cit., pp. 128-130.
-i MOLINA, Antonio: Historia de Filipinas, 1, p. 241.
( A.H.N.: Ultramar 5218, exp. 113. Carta núm. 77 del gobernador José de la Gándara al Ministro
de Ultramar contestando a la orden núm. 959.
ANTECEDENTES FIIdPTNOS DEL 96-98 69

La interpretación de La Gloriosa, por parte de los grupos filipinos más


primitivos del archipiélago, ocasionará una escisión interna cuya versión
impresa tuvo lugar el 23 de junio de 1891 en el quincenario La polt’tica de
España en Filipinas, r&r~. 10, probablemente por obra de Emilio Wences-
lao Retana. Aparece con estas palabras:

En el año de 1868 se recibieron telegramas en Filipinas sobre la revo-


lución de Septiembre, que corrieron pronto por las islas y llegaron, con las
más estupendus ex-ageraciones, hasta las aldeas más remotas y hasta el
fondo de las más miserables chozas. Una idea general e indeleble se apo-
deró del ánimo de todos los indígenas: que la revolución -creían los indios
era un nuevo Emperador o un alto personaje- había decretado que todos
éramos iguales y que no había diferencia entre indios y españoles; que
estos tenían que volverse a España, sustituyéndoles ellos en todos sus
rrnpleos, y que el tributo sería rebajado considerablemente. Que no habría
contribución de sangre, ni polos y servicios personales: que el Papa nom-
braría a varios indios Obispos, y que los Padres castilas debíun volverse a
la Península. Que vendría un nuevo Capitán general que se casaría con
una hija del puís, nombrada Princesa, y que los hijos de ésta serían los
Reyes y Soberanos del imperio filipino etc. etc. Y todo esto confirmado por
grandes profecías, revelaciones de almas justas y patentes milagros de la
Virgen de Antipolo y del Señor San José y de otros patronos de las Indias,
sin que fultase el Señor San Pedro, al que los clérigos del país profesan pro-
funda veneración, y es el patrono de una cofradja que ha dado no poco que
hacer a las autoridades filipinas”.
Si nos detenemos en examinar este texto, es posible que no nos parezca
tan disparatado como a simple vista. Así, que la revolución la identificasen
con el Emperador no es tan extraño, pues la tenían como el nuevo manda-
tario. Que pusiese en práctica la igualdad entre indios y españoles era algo
que tenían asumido desde el primer requerimiento que se les hizo’. El regre-
so a España de los conquistadores lo intentó el emperador Carlos V por
escrúpulos de conciencia que procuraron quitárselos tanto el memorial de
Yucay como la carta de Motolinia en contra del Confesionario publicado
por Las Casas. Que los nativos quisiesen sustituirnos en todos los empleos
era lógico, pues los habíamos preparado para que los desempeñasen.

6 Las insurrecciones de Filipinas, por un español de larga residencia en aquellas islas. p. II 3.


’ MANZANO MANZANO, Juan: Lo incorporación de las Indias a la Corona de Castilla, p. 43, cap. 1,
ep. IV. El requerimiento: Vos notifico ): haRo saber como mejor puedo, que Dios Nuestro Señor uno y
eterno crkí el rielo y la tierra y un hombre JJuna mujer de quien nosotros y vosotros y todos los hom-
bres del Mundo fueron y son descendientes.
70 LEANDRO TORMO SANZ

El tema de reducir impuestos, suprimir contribuciones y servidumbres


nos puede llevar a otro campo distinto y más moderno. Los gritos dados en
Lares con los que los portorriqueños comenzaron su revolución fueron:
/Viva Puerto Rico Libre! y iAbajo los impuestos! que nos recuerda este últi-
mo el lanzado por los colonos norteamericanos tras su descarga en el puen-
te de Concord.
El nombramiento papal de obispos nativos también cae dentro de la
modernidad, así como el abandonar los misioneros las tierras que han evan-
gelizado, pero en Filipinas aún les quedaban paganos por cristianizar, pue-
blos, templos y escuelas que levantar, caminos por abrir, enfermos que aten-
der y colegios de misioneros que mantener en la propia España, únicos que
quedaron después de las distintas exclaustraciones que tuvieron lugar
durante el siglo XIX.

Carlos María de la Torre Navacerrada

El nuevo Capitán General que les envió La Gloriosa revolución llegó a


Manila el 23 de junio de 1869, pleno de ilusiones juveniles cuando ya tenía
más de sesenta años y cincuenta y ocho de vida militar. No pensaba volver-
se a casar y convertir a una hija del país en princesa; por más que esta cre-
encia no era una alucinación indígena, pues su cargo tenía tal cantidad de
atribuciones que era prácticamente virreinal.
Existía, además, un curioso plan que podía servir de antecedente tras
haber recorrido medio mundo. Lo concibió un viejo soldado, compañero de
Pedro Valdivia, en la campaña de Italia; se llamaba Francisco de Carvajal y
le apodaron El Demonio de los Andes, uno de esos extraños demonios espa-
ñoles que no ahorcó ni a un solo indio y sí a más de cuarenta españoles por
tejedores, es decir, por cambiar de bando según sus intereses particulares.
Fue maestre de campo en el ejército del rebelde Gonzalo Pizarro, a quien
aconsejó casarse con una Ñusta del Perú y asegurar así su gobierno en el
Tahuantinsuyo con dos legítimos títulos: el de legítima herencia incaica por
su matrimonio y el de descubrimiento y conquista por él y por su hermano
Francisco.
iCómo llegó hasta la gente sencilla de Filipinas esta partícula de la his-
toria peruana? Lo hizo por dos vías: la oral y la escrita. El primer maestre
de campo español en Filipinas, Mateo del Saz, había militado entre los
rebeldes durante las guerras civiles del Perú y de él pudo surgir la versión
oral contada a sus soldados, familia, servidumbre y amigos filipinos. Por la
vía escrita llegó poco después cuando aprendieron a leer y el galeón de Aca-
ANTECEDENTES FILIPINOS DEL 96-98 71

pulco les trajo plata mejicana, familias, soldados, frailes, libros y también
productos del Perú.
Todo esto: cuentos, leyendas, historias de España y de Hispanoamérica
se filipinizaron y vivieron como elementos propios no sólo hasta 1898, sino
incluso hasta hoy.
A Carlos María de la Torre Navacerrada le tocó cumplir la odiosa orden
gubernamental de dar el cese a los funcionarios del régimen anterior a La
Gloriosa y colocar en sus puestos a los partidarios de ésta, de lo cual nos
dejó escrito en su Memoria instructiva lo siguiente:

El Gobierno de la revolución, bien a pesar suyo, pero obedeciendo a la


fuerza de las circunstancias declaró cesantes a todos los empleados de esta
administración, cambió enteramente todo el personal... El funcionario
público de Filipinas tenía creído, como creen todos los empleados y no sé
por qué la experiencia no les enseña otra cosa, que el destino era un patri-
monio suyo y que el Gobierno, al privarlo de él y al dejarlo en suspenso el
abono de su pasaje, le condenaba no solo a la miseria sino que le privaba
hasta de los recursos necesarios para volver a España8.

Tal actuación fue considerada por Pedro Gutiérrez Salazar similar a las
Proscripciones de Sila’, atribuyendo a sus disposiciones liberales y amigos de
ellas la responsabilidad del motín de Cavite poco tiempo después de su regre-
so a España. De la Torre, saliendo en su defensa, presentó una instancia
pidiendo permiso para publicar algunos documentos oficiales y reservados
para probar su inculpabilidad; pero los tiempos habían cambiado y no se le
concediólO. Fue afortunado en la solución de una conmoción religiosa popu-
lar que, junto con la revolucionaria, ha estudiado Reynaldo Clemeña Ileto”.

La Cofradía de San José

Un indio llamado Apolinario Cruz, natural del pueblo de Luchan, pro-


vincia de Tayabas en la isla de Luzón, hombre ignorante, supersticioso y

’ REBANAL RAS, Jeremías: “El Gobernador de Filipinas Carlos María de la Torre Navacerrada”, en
Missionalia Hispánica, núm. 113, p. 175.
’ Este es el título del îolleto que publicó Gutiérrez Salazar en Madrid el año 1870. Sobre este autor
ha elaborado una brillante tesis don Antonio Caulín Martínez.
‘” REBANAL RAS, Jeremías: Op. cir., p. 171.
” Luego publicó un muy interesante libro titulado Pasyon and Revolution; Popular Movements in
the Philippines, 184~1910, cuya tercera edición apareció en Manila el año 1989.
72 LEANDRO TORMO SANZ

Campaña de Filipinas.
ANTECEDENTES FILIPINOS DEL 96-98 73

fanatice, destituido de medios de existencia, que muchos años fue donado


del convento de San Juan de Dios de Manila, a la edad de veintisiete anos,
en noviembre de 1841 fue despedido, según la exposición de la Audiencia
de Manila, sin saber por qué motivo’2. Este es el que aparece como autor y
fundador de la cofradía de San José y voto del Santísimo Rosario que de
hecho comenzó a organizar nada menos que desde el año 1832.
El medio del que se valió para reunir socios fue nombrar a varios de sus
paisanos y conocidos por cabecillas o principales de la hermandad, con
cargo de que procurasen aumentarla con toda la gente que pudiesen atraer,
concediendo mayor número de votos en las decisiones de la cofradía a los
que reclutasen mayor número de personas. Estos cabecillas eran tan igno-
rantes como su jefe.
Al alistarse, cada cofrade pagaba un real de plata y además otro el día
19 de cada mes, en que solía celebrarse en Luchan una misa y otros oficios
de devoción a San José.
Desde 1832 la cofradía fue aumentando de tal modo que en 1841 se
componía de cuatro a cinco mil personas de ambos sexos y casi de todas las
edades, siendo unos cuarenta cabecillas, entre ellos una mujer. Tenía su her-
mano mayor, que lo era Octavio Ignacio de San Jorge; capellán y deposita-
rio de fondos, el presbítero don Ciriaco de los Santos, que vivía en el pue-
blo de Santa Cruz inmediato a Manila y era además capellán hacía años de
don Domingo de Rojas, hombre pudiente y que fomentó la riqueza del país
con varias fábricas.
Si de esta tan heterogénea hermandad pudieron valerse algunos como
de un instrumento para poner en ejecución planes políticos de independen-
cia, el capellán don Ciriaco, de origen indio, y don Domingo Rojas, estarían
en primer lugar.
Al principio Apolinario y los cabecillas intentaron que la cofradía se
estableciese en Luchan, donde se celebraron ejercicios devotos, y después
en Tayabas. No creyeron que necesitaban aprobación alguna de las autori-
dades porque sólo se reunían para oír misa y rezar. Pero hallando algún obs-
táculo, a partir de 1840, consideraron necesaria la aprobación y la solicita-
ron del arzobispo, obispo de Nueva Cáceres, audiencia y fiscal de élla,
como protector nato de los indios. Su denegación los irritó y exaltó su ima-
ginación hasta tal punto que llegaron a creer muchos que aquella sociedad
devota no podía ser destruida por fuerzas humanas.

l2 A.H.N.: Ultramar 1264, exp. 4. Según Juan Manuel de la Matta, por vicioso, según carta núm.
25 del 16 de noviembre de 1841 dirigida al Secretario de Estado y del Despacho de Hacienda de
Indias.
74 LEANDRO TORMO SANZ

Desde que Apolinario encontró resistencia por parte de las autoridades,


redobló SUS esfuerzos a fin de aumentar el número de asociados, de asegu-
rarlos en el buen éxito de la empresa y de prepararlos, caso necesario, Para
que llevasen armas a sus reuniones e hiciesen resistencia formal si eran ata-
cados.
El 23 de junio de 1841 decía el Arzobispo de Manila al Capitán Gene-
ral que, según aviso del párroco de Tayabas, en esta cabecera y pueblos de
inmediación había reuniones que promovía sin permiso Apolinario de la
Cruz. El Gobernador General mandó al de Tayabas que procediera contra
tales reuniones, haciendo cesar cualesquier derrama impuesta sin autoridad
competente.
Joaquín Ortega, gobernador de Tayabas, no adoptó en tiempo las
medidas eficaces que aquel incremento de la asociación y aquella tenaci-
dad con que proseguía la obra, exigían imperiosamente. Mucho antes de
recibir la orden, el vicario foráneo le había dado aviso de la instalación de
la cofradía y, en lugar de haber procedido entonces con la mayor activi-
dad a la formación de causa y prisión de los que resultaron fundadores y
promovedores de élla, se limitó a mandar solamente que se pusiese a dis-
posición de dicho vicario y a la del cura del pueblo de Luchan, los auxi-
lios necesarios para la aprehensión y castigo de los que figuraban como
cabecillas nombrados por Apolinario; que se quemasen unos retratos con
los que se pretendía alucinar la credulidad de aquellos habitantes y que se
distribuyesen en obras de piedad sesenta pesos que se ocuparon, abste-
niéndose del conocimiento de la causa por conceptuar que correspondía al
juez eclesiástico.
Este funesto error acerca de la competencia del juez, hizo que en tiem-
po no se hubiesen tomado las medidas necesarias para contener el incre-
mento que había tomado la cofradía y que, sin duda, hubieran impedido los
tristes sucesos que sobrevinieron después. Con mejor éxito que Ortega pro-
cedió el alcalde mayor de La Laguna, el cual aprehendió a Octavio Ignacio
de San Jorge y a su padre Aniceto Flores, en cuya casa tenían las reuniones
los cofrades, al principio semanalmente y después los días 19 de cada mes.
Poco después el alcalde mayor de Tondo aprehendió a don Ciriaco.
Estas prisiones, las que se habían hecho en 1839, la vigilancia que por
parte de las autoridades experimentaba la cofradía, en vez de desalentar a
los promovedores de ella produjo los efectos contrarios, pues celebraron a
todo trance y peligro su fiesta religiosa mensual, aumentando su duración y
el número de afiliados. En tales circunstancias, acudieron mediado octubre
muchos de ellos armados a Ypsabang, donde en unos camarines hacías sus
reuniones. Según Apolinario eran unos dos mil quinientos sin contar con los
ANTECEDENTES FILIPINOS DEL 96-98 75

aetas. Trasladados a Epilang llegaron a ser de cuatro a cinco mil miembros:


algunos con flechas, éstos con pistolas, aquéllos con fusiles, otros con cam-
pilanes y machetes.
A la vista de esta turba tan impresionante, el gobernadorcillo de Taya-
bas y el @TOCO avisaron al gobernador de la provincia, que dirigió a los
asociados una proclama en tagalo, convidándolos con la paz, y que de lo
contrario sería fusilado todo aquel que fuera aprehendido con las armas en
la mano. A esto contestaron que se habían reunido allí por haberlos perse-
guido en Luchan y en la cabecera de Tayabas, que si el gobernador hallaba
justo perseguirlos en aquel lugar y prenderlos, esto era lo único que espera-
ban, pues sería la voluntad de Dios y de la Virgen.
También les escribió en el mismo sentido de paz el cura, fundando sus
amonestaciones en principios de la religión, lo cual, según éste dijo, produ-
jo tan buenos efectos que en la noche del 18 de octubre se separaron de la
reunión más de quinientas personas, que se retiraron a sus casas. Sin embar-
go continuaron los demás reunidos sin obedecer los mandatos del goberna-
dor, ni las amonestaciones del cura y, en vista de esta resistencia, trató el
primero de sujetarlos por medio de la fuerza.
Desde esta última reunión los sucesos de la cofradía presentan un aspec-
to de gravedad, de importancia política y de criminalidad que, hasta enton-
ces, no habían tenido. Habíanse reducidos los cofrades al principio a cele-
brar sus funciones sin que al parecer ninguna autoridad se lo estorbase.
Cuando después esta misma autoridad les prohibió que se reuniesen y pren-
dió a algunos de ellos, se limitaron a desobedecer esa prohibición, conti-
nuando con la celebración de sus funciones; pero, por último, se presenta-
ron resistiendo a la misma autoridad, reunidos al efecto en gran número y
con armas.
En todo el tiempo que medió desde 1832, en que tuvo origen la her-
mandad, hasta octubre de 1841, las autoridades manifestaron poco celo y
muy poca previsión y dieron lugar con esto a que unos hechos, que en su
origen pudieran ser fácilmente contenidos, fuesen después tan fecundos en
funestos resultados. El gobernador Ortega creyó que el único remedio era el
de la fuerza, pero no proveyó que en las circunstancias en las que se halla-
ba, sin gente bastante, era probable que se convirtiese en daño suyo. Las
reflexiones para disuadirle de su empeño no bastaron para que cambiase de
opinión y, como arrastrado de su mala suerte, se presentó ante ellos el 23 de
octubre en Upsabang, llevando consigo ciento cincuenta hombres, entre los
cuales iban dieciocho guardias y algunos artilleros con tres falconetes.
Luego que los divisó, mandó hacer fuego primero al aire, después con-
tra los amotinados, los cuales, viendo caer muertos a cuatro o cinco de los
LEANDRO TORMO SANZ

suyos, acometieron a quien les atacaba y, desbandados éstos, el gobernador


cayo herido en una zanja, donde algunos dc los indios, señaladamente uno
que se llamaba Celedonio, alias-Purgatorio, que le titulaban general aquel
día, le dieron muerte. Tal fue el desgraciado fin de este valiente y arrojado
militar, víctima del cumplimiento de sus deberes. Se apoderaron entonces
los indios de los tres falconetes, y bien pudieron haberse dirigido ensegui-
da a Tayabas, pero fuese por la causa que SCquiera, se contentaron con tras-
ladar su campo a otro sitio cerca del río Alitao.
Suceso tan ruinoso y lamentable fue comunicado en el mismo día 23 al
Capitán General por el goberdanorcillo de Tayabas que, al mismo tiempo,
tomó las medidas para poner a cubierto aquel pueblo contra cualquier ata-
que de los sublevados.
En vista de aquella comunicación, don Marcelino Oráa Lecumberri dis-
puso que inmediatamente saliese contra los rebeldes una columna de ope-
raciones compuesta de todas las armas, al mando del teniente coronel Joa-
quim Huet. Presentado éste cerca de Alitao, hizo publicar inmediatamente
un bando en tagalo, del que introdujo varios ejemplares entre los subleva-
dos. Después de anunciar en él que se le había dado comisión para castigar
aquellos delitos, y de asegurar que el Superior Gobierno confirmaría sus
disposiciones, se concedía en nombre de éste, perdón de todo lo cometido a
los que se presentasen ante él o cualquier Justicia de aquella provincia en el
término de dos días del bando, declarando que no se comprendía en el
indulto a Apolinario ni a los principales cabecillas del alzamiento. Los que
no se presentasen dentro de aquel término y fuesen aprehendidos con armas
serían inmediatamente fusilados.
Ninguno parece que se presentó, y hay bastantes indicaciones para
creer que Apolinario y los principales cabecillas no dieron publicación al
bando, sino que se lo reservaron entre ellos. Pasados los dos días, Huet
mandó que la tropa atacase a los sublevados, como lo hicieron el primero
de noviembre en el sitio de Alitao. Dice Huet que la gente reunida por
Apolinario ascendía a nueve mil personas, que pasaban de cuatro mil los
hombres armados, -la mayor parte con flechas y lanzas-, y que tenían,
además, como setenta armas de fuego y los tres cañones que cogieron al
gobernador.
Defendieron todo el frente y flancos de su campo, opusieron una tenaz
y admirable resistencia a Huet que fue atacado por ellos, se batieron con
admirable arrojo manejando con destreza sus tres canoncs, y todo su cona-
to era entrar al arma blanca. Para vencerlos se necesito de todo valor y
subordinación de los soldados, los cuales, pasando por encima de cadáve-
res, tomaron el campo donde quedaron muertos más de cuatrocientos, sin
ANTECEDENTES FILIPINOS DEL 96-98 77

haber hecho prisionero alguno aquel día. Todo el que se pudo coger fue
fusilado y sólo se arrestaron a trescientas catorce mujeres aglomeradas en
un camarín que servía de capilla de campo, en donde no se las veía desde
fuera, las cuales animaban a los suyos durante la pelea e insultaban a las
tropas.
Combate semejante entre indios y soldados españoles no lo presenta la
historia de aquellos dominios desde su descubrimiento, prescindiendo ahora
de los que pudieron traer las cosas a aquel doloroso trance. El ejemplo de
haber medido aquellos indígenas sus armas con las autoridades y las tropas
del Gobierno, fue funestísimo para la conservación de las islas, porque si
bien el terrible escarmiento que sufrió el rebelde les debió haber infundido
temor y sumisión al Gobierno, también les dio conocimiento de sus propias
fuerzas y de lo que podrían hacer contra la dependencia de la metrópoli uni-
dos con los demás habitantes que, en número de más de tres millones,
poblaban aquel inmenso archipiélago, casi todos indios, de unas mismas
costumbres, de unas mismas ideas y de unos mismos intereses, y debió tam-
bién haber dejado en muchos de ellos sentimientos de venganza que tan
duraderos son en pueblos como aquéllos.
De esta disposición y de este estado tan peligroso se aprovecharon
para ulteriores planes políticos más adelante algunos malcontentos y
ambiciosos de los que aspiraban a la independencia, -hombres de más
saber, de más riquezas y de más influjo que los indios-, y se aproveharon
sobre todo los extraños, los que veían con celos y rivalidad aquellas tan
ricas y fértiles, como bien situadas, posesiones para el comercio de Orien-
te.
A juzgar por lo que declararon la mayor parte de los que se aprehendie-
ron y, sobre todo por lo que manifestaron algunos de los oficiales de las
compañías que componían la columna, señaladamente Ramón Gané -capi-
tán del Regimiento de Dragones de Luzón, que es el que habló con más sig-
nificación-, ni el número de los rebeldes, ni el de los que entre ellos iban
armados, ni que la resistencia hubiera sido tan tenaz, es cierto, y lo prueba
el hecho de que no consta que hubiese más de nueve heridos por parte de la
tropa, sin que se hable de ningún muerto.
Aprehendido Apolinario por gentes, según se dijo, de su mismo
bando, y habiéndosele tomado la competente declaración el 2 de noviem-
bre, fue puesto en capilla y fusilado el día 4 por orden de Huet, no obs-
tante las reflexiones que el capitán Goné le hizo a éste sobre la conve-
niencia de no fusilarlo entonces por los descubrimientos que pudiera
haber hecho. Fueron fusilados por la misma orden, el día 6, Dionisio de
los Reyes, Francisco Espinosa de la Cruz y Gregorio Miguel de Jesús, el
78 LEANDRO TORMO SANZ

Tipos de soldados indígenas.


ANTECEDENTES FILIPINOS DEL 96-98 79

primero como cofrade y IOS otros dos como cabecillas que manejaron el
alzamiento’3.
El intendente Juan Manuel de la Matta informó el 16 de noviembre de
1841 sobre la cofradía de San José al Secretario de Estado, considerando
que los seguidores de Apolinario le veneraban como LUZverdadero funda-
dor y le dieron después de su pronunciamiento el pomposo título de Rey
de los Tagalos. El negar su aprobación eclesiástica se hizo, según De la
Matta: por lo vicioso de la institución, y para evitar que el espíritu revo-
lucionario de emancipación, común a todas las posesiones ultramarinas
del mundo, y que no deja de tener en éstas muchos partidarios, se valiese
de la multitud de fanáticos entregados a Apolinario, para conseguir sus
depravudos fines, comprometiendo, por lo menos, la tranquilidad y aun
seguridad de estos habitanteY4. Enardecidos los cofrades con la negativa
y animados probablemente por las sugestiones de algunos agentes del par-
tido independiente, continuaron sus reuniones clandestinas rechazando a la
gente del gobernador que fue de la mayor parte abandonado, huyendo
muchos de terror, y pasándose no pocos cuadrilleros de Tayabas a los con-
jurados.
Respecto a una posible infiltración política escribió el 7 de noviembre
de 1842 el Fiscal de la Audiencia manileña lo siguiente:

En el estado que tiene la causa puede asegurarse con alguna certeza


que, cuando menos al principio y años siguientes hasta 1840, el autor o
autores de aquella asociación no se propusieron ningunos planes políticos.
Pudo suceder muy bien que, cuando algunos de ellos, u otros extraños
vieron que la cofradía se había aumentado prodigiosamente, y que sus prin-
cipales individuos se hallaban dispuestos a sostenerla a todo trance, con-
cibiesen el pensamiento de valerse de ella, como de un instrumento, para
poner en ejecución planes de independencia o de desorden, porque sucede
muchas veces que los proyectos de los particulares reunidos en corpora-
ción, que al principio no tienen ninguna tendencia política, la tomase des-
pués en su progreso, y sirven para distintos fines de los que sus autores se
habían antes propuesto. Pero tampoco hay pruebas de que esto haya suce-
dido respecto de lo que se trata: pues ni lo que declaró Apolinario contra
Rojas, ni la lista original que aquel se dice, entregó al Comandante, y no

li A.H.N. Ultramar, leg. 5152. Exposición documentada de la Audiencia de Manila con motivo de
la causa formada en averiguación del origen de la cofradía de San José.
” A.H.N. Ultramar, leg. 1264, exp. 4. Carta número 25 del 15 de noviembre de 1841 del intendente
general de Filipinas Juan Manuel de la Matta al Secretario de Estado.
80 LEANDRO TORMO SANZ

ha aparecido despu& de principales cabecillas para el objeto que él desig-


nó, guardan conformidad con los papeles aprehendidos, ni con lo que han
declarado multitud de personas’-‘.

El rebrote de la Cofradía

El 19 de junio de 1870 comunicaba el alcalde mayor de layabas, Emi-


lio Martín, al Gobernador General de Filipinas, Carlos María de la Torre
Navacerrada, que el padre coadjutor indígena Florentino Tuason se le pre-
sentó el día del Corpus Cristi, manifestando que desde la cuaresma próxi-
ma pasada se había reconstituido la extinguida cofradía de San José, origen
de la sedición de 1841 en aquella provincia. Que los cofrades, en poco
número todavía, se reunían y celebraban sus ceremonias en el mismo punto
del monte Banajao donde entonces se situaron, formaron pueblo con iglesia
y convento y que, como entonces, también eran el foco de la cofradía los
barrios de Nanca, Ypsabang, Ñotol y Maluat que pertenecen a Tayabas y se
extienden por las laderas meridionales del Banajao. Que lo mismo que en
aquella época, se recaudaban ahora entre los cofrades sumas semanales que
se entregaban a los cabecillas en las noches de sus rezos, y que había ya
comisionados en los pueblos de esta provincia y algunos en las provincias
de La Laguna y Batangas, que misteriosamente buscaban prosélitos hala-
gándolos y seduciendo sus imaginaciones con que el jefe de aquella sedi-
ción, Apolinario de la Cruz, ajusticiado en Tayabas, y su segundo, Apolo-
nio de de la Cruz, alias Purgatorio, muerto según parece en Guinayangan,
se habían aparecido en el monte con la Virgen del Rosario ordenando la
reconstitución de la cofradía, prescribiendo nuevas prácticas religiosas
(esta vez heréticas) y ofreciéndoles en recompensa de su perseverancia,
eterna felicidad para sus almas en la otra vida, y en ésta la abolición del tri-
buto (que era inferior al de su confraternidad) y sobre todo la independen-
cia.
Entre esas prescripciones figuraban no oír misa, no asistir a la iglesia
por ningún concepto pues su santuario estaba en el monte, no casarse ante
los sacerdotes de nuestro culto sino ante el pontífice elegido por ellos y
siempre en el monte. El pontífice, segun la revelación, era Juanario Labios,
del barrio de Ypsabang, al cual, según otro mandato terminante de los apa-
recidos, debían rendir homenaje y prestar una obediencia ciega en todo y

Is A.H.N. Ultramar 5152. Exposición documentada de la Audiencia de Manila.


ANTECEDEN’I’ES FILIPINOS DEL 96-98 81

por todo. Con misterio se reunían los cofrades de cada barrio en las casas
de sus cabecillas donde recibían estampas, escapularios, antig ant& o amu-
letos, que pagaban a dichos cabecillas, importe que, como el de la oferta
semanal, les estaba absolutamente vedado el averiguar ni aun preguntar por
su destino”.

Hechos
m

Según el alcalde mayor, la credulidad de los indios y la maldad de los


cabecillas que los explotaban, habían ya producido sus frutos, pues en el
mes pasado se había celebrado un casamiento en el monte Banajao entre
una sobrina del titulado pontífice, llamada Saturnina Labios, y un descono-
cido del pueblo de Pagbilao, practicándose todas las formalidades con arre-
glo al nuevo rito, quedándose desde entonces unidos los desposados y
haciendo vida común con consentimiento de sus padres. Estos hechos se los
había revelado al padre Florentino, si no en confesión sí en confidencia
reservadísima, una cofrade arrepentida desde que supo el casamiento del
monte. Opinando Emilio Martín que esta reaparición de la cofradía era
grave, sobre todo cuando tenía a su vista los antecedentes, marchó enscgui-
da con dos españoles y el sargento de la Guardia Civil a la residencia de
Juanario en Ypsabang, dondo sólo encontró a su mujer y a un anciano que
dejó en libertad afectando no dar importancia a los sucesos y aconsejándo-
les que no se ocultasen y se presentasen a la mañana siguiente en Tayabas,
pues su objeto no era otro que llevarlos a todos ante el cura párroco a fin de
desbaratar aquel casamiento, oyesen misa y se confesasen. Y para más sedu-
cir su credulidad les manifestó que, no pudiendo dejar impune la falta
cometida, imponía a Juanario y al padre de la desposada veinticinco pesos
de multa que habían de pagar en persona en la alcaldía en la mañana
siguiente.
Viendo en la tarde del viernes que nadie se había presentado, se dirigió
a Ypsabang y, pudo lograr, si no la captura de Juanario y su sobrina la des-
posada, sí la de la madre de ésta y la de todos los hermanos de aquél, con
las de otros cofrades muy comprometidos. De regreso, registró la casa de
Pascual Enríquez, vecino de Tayabas, persona tan comprometida en los
sucesos de 1841 que le impusieron y cumplió diez años de presidio, captu-
rando en ella a Feliciano, alias Caballero, vecino de Pagbilao, a quien seña-

te A.H.N. Ultramar 5 152. Carta del alcalde mayor de Tayabas, Emilio Martín, al Gobernador Gene-
ral de Filipinas con motivo de la reaparición de la cofradía de San José.
82 LEANDRO TORMO SANZ

lan como uno de los principales corifeos, siendo él el desposado en el monte


con Saturnina Labios y, como confesara entre otros hechos interesantes los
nombres de los cabecillas de los barrios, se dirigió inmediatamente a ellos
con el sargento de la Guardia Civil y alguna fuerza de este Cuerpo que, divi-
didos en tres secciones, capturaron en la madrugada todos los cabecillas y
las cabecillas de los barrios, con multitud de cofrades -hasta cuarenta-,
figurando entre ellos todos los que asistieron al extraño casamiento del
monte, un yerno de Pascual Enríquez, de cuya casa salió el cortejo para
celebrarlo y en la cual pasó otra noche al regreso, y también el hermano y
la esposa de Apolonio de la Cruz, alias Purgatorio.
En el registro de las casas, sobre todo en las de Juanario y Pascual Enrí-
quez, encontró muchos amuletos o anting anting, un Cristo sin brazos y en
extremo grotesco metido en un cuerno, santos extraños -uno de los cuales
parece ser San Apolinario-, libros de rezos no menos extraños, algunos
mezclados de trozos latinos intraducibles y misteriosos.
Regresando a Tayabas escribió Martín a los jefes de las provincias veci-
nas notificándoles la reaparición de la cofradía de San José con nuevas ten-
dencias y solicitando de ellos la captura de Juanario. Asimismo, rogó a los
curas de su provincia que estuvieran a la mira de los trabajos que en sus feli-
gresías pudiesen hacer los agentes de aquella asociación. El 27 de junio
tenía ya detenidos a casi todos los componentes de la misma, faltando sola-
mente aprehender a Juanario y a dos o tres más. Este éxito lo debía en pri-
mer termino al citado padre Tuason y a la cooperación que le prestaron los
principales y no principales de los pueblos y barrios de su jurisdicción. El
30 de aquel mes regresó de una incursión al Banajao, donde creía poder
capturar a Labios, pero sólo se enfrentó con la partida de malhechores capi-
taneados por Jerónimo Villanueva, cuyo segundo halló la muerte en el tiro-
teo sostenido. El 2 de julio notificó al Gobernador General que habían visto
a Juanario dirigiéndose de Majayjay a Nacarlang y que habían capturado a
seis cofrades más. Por último, el día 9, hallándose la provincia tranquila, se
dispuso a visitar 10s pueblos de la costa donde se habían visto pancas moros
y suponía que podían existir miembros de la cofradía, pues se sabía que los
habían recorrido sus emisarios en busca de prosélitos17.
Recibidas todas estas noticias en Manila, el Gobernador Superior Car-
10s María de la Torre, antes de obrar remitió todo el expediente al magis-
trado Salvador Elio para que le informase. Le respondió, recomendando
como medidas, la separación entre cabecillas y simples afiliados, destierro

” A.H.N. Ultramar 5152. Carta de 2 de julio de 1870 del alcalde mayor de Tayabas al Gobernador
Superior de Filipinas y que éste envió al Ministro de Ultramar.
ANTECEDENTES FILIPINOS DEL 96-98 83

de los primeros y puesta en libertad de los segundos previa explicación del


engaño, estafa y carácter herético que había tomado la asociación. Al párro-
co de la provincia le recomendaba que gozase de mayor prestigio entre los
nativos por sus virtudes. El teniente general De la Torre actuó a tenor de esta
recomendación, desarraigando con la espada de la palabra divina en boca de
hombres virtuosos lo que no había podido extirpar su antecesor en el cargo
Marcelino Oráa.

Comparaciones

La cofradía de San José, fundada por Apolinario de la Cruz, fue una aso-
ciación religioso-cristiana-ortodoxa que no obtuvo de la jerarquía católica
su necesaria autorización, por haber sido, según el intendente general Juan
Manuel de la Matta, viciosa, en el sentido de abundante económicamente,
esto es, según Sinibaldo de Mas, una socaliña, secreta en materias crema-
tísticas y discriminatoria respecto a chinos, hindúes, españoles y sus mesti-
zos, no por motivos racistas sino por temor a que estos descubrieran la parte
fraudulenta de Apolinario y sus cabecillas’“. Sociológicamente pudo ser un
intento de mantener sus jerarquías prehispánicas por vía de una asociación
cristiana con visos cismáticos, en la cual pervivía la principalía y los cabe-
zas con el diminutivo de cabecillas, elegidos directamente por Apolinario,
sin intervención popular, eclesiastica 0 política.
En su reaparición por obra de Labios, la cofradía deja de ser ortodoxa.
Se da en ella un rebrote de viejas hierofanías de las cuales -y de su extir-
pación- informó el alcalde Martín al Gobernador Superior lo siguiente: he
practicado una exploración en el monte Banajao y sitios frecuentados por
los supersticiosos de los barrios de Ypsabang, Nunca y Potol, encontrando
en el bosque un baño llamado Santa Lucha, el que destrui, como las toscas
cruces que le guarecían. Proseguida la ascensión hallé un árbol en cuyo
tronco se leia Primer Cielo y sucesivamente otros seis que fueron cortados.
Mucho mas arriba y ya por un terreno escabroso se encontró una piedru
grunde ennegrecida con muchas manchas de cera y, según, los guías, era la
que la superstición consideraba milagrosa y en donde se celebró el casa-
miento del Feliciano y la Saturnina, dispuse echarle un barreno quedando

” A.H.N. Ultramar 5152. Exposicibn documentada de la Audiencia de Manila: Sólo debe notarse
pw en unrr de dichas cartas ~~zcarga Apolinario que no se crdmitiurn en la Asociación los mestizos, esto
es, los procedente.! de raza china e india, que generalmente son mós entendidos, y los que poseen mayo-
res riquezas.
84 LEANDRO TORMO SANZ
ANTECEDENTES FILIPINOS DEL 96-98 85

en una gran parte despedazada, a tal piedra llamar los cofrades Iglesia
Mayor. Continué y 110 encontré camarines ningunos construidos, ni casas,
ni iglesias, adquiriendo de lo que llaman los naturales templos, ermitas y
lugares santos, están representados únicamente por piedras, árboles y arro-
JOS... los puntos que la ignorancia de ciertas gentes de esta provincia con-
sidera santos no permiten ni aun a la naturaleza mús fuerte una perma-
nencia de tres días sin sucunîbir: Por corzsiguiente me cabe una seguridad
completa de que en ellos no es posible que se congreguen ninguna clase de
personas; y como que solo pudieran ver$icarlo en el mismo lugar de Sta.
Lucía en que allá en el 41 constituyeron pueblo los cofrades de San José,
este punto se presta a una fiscalización facilísimal”.

La primera represión se cargó casi tanto sobre los explotados como


sobre sus explotadores. Las propias fuentes españolas nos dicen, en un
informe fiscal, que antes de la desgraciada muerte del gobernador Ortega se
hallaban muchos cofrades dispuestos a sujetarse a las autoridades a quienes
pedían los oyesen como a criaturas de Dios. De lo íntimo de su corazón
rogaban a su autoridad se compadeciese de ellos, para que supiesen el moti-
vo, porque sin ser gente mala los tenían por malvados y herejes, sin saber
por qué causa habían sido castigados la primera vez, suspendiendo su deseo
y ansia de corazón (aludían sin duda a la prohibición que se las impuso en
Luchan); que, además, eran cristianos y sumamente pobres; que no les
negase la entrada al pueblo, y que si esto no le agradaba, determinase como
juez, pues eran vasallos suyos todos los que se hallaban en Ypsabang. Con-
tinuando por este estilo, concluían diciéndole que sobre todo él era la justi-
cia que debía sufrir las faltas de sus vasallos.
A estas expresiones de los nativos el fiscal añadió el siguiente comen-
tario:

Aquí estd retratado el carácter político del Indio Filipino, que en SLIS
palabras y en SLIS acciones no respira en general sino sumisión, respeto y
awt cierta adoración hacia el Gobierno Español y sus autoridades: bien
que mezclados estos sentilnientos con muchas ideas falsas y supersticiosas
en que están inbuidos, y ciertamente ellos no tienen la culpa. No podían
creer según estas ideas, que se les persiguiese por actos, que en su creen-
cia son los más loables y gloriosos. Por eso pensaban que se les tenía por

iii A.H.N. Ultramar 5 152. Carta de 2 de julio de 1870 del alcalde mayor de Tayabas al Gobernador
Superior de Filipmas.
86 LEANDRO TORMO SANZ

herejes, que era para ellos lo peor del mundo. Así viene formado el Indio,
y es harto lamentable que ni el Gobernador de Tayabas ni el Superior de la
Islu se uprovechasen de estas tan ventajosas disposiciones, para haber
hecho que los confederados se hubiesen disuelto, sin necesidad de acudir
al último remedio de las armas20.

Estas opiniones fueron muy útiles, tanto para el gobernador de Tayabas


como para el capitán general Carlos María de la Torre, para resolver el pro-
blema que les planteó la reaparición de la cofradía de San José que era más
difícil por sus distintas ideas y su apasionamiento. Ambos actuaron de
inmediato sin sentirse ajenos a las cuestiones religiosas ni aplicar, como
único método, la superioridad de las bocas de fuego, logrando erradicar
aquella asociación sin derramar ni una gota de sangre. Esto fue un gran
mérito del teniente general Carlos María de la Torre Navacerrada, que ape-
nas se le menciona y se le reconoce.

Secuela

El 6 de julio de 1870 el Gobernador de Filipinas retransmitía al Minis-


tro de Ultramar la carta del alcalde mayor de Tayabas, diciéndole:

Tengo el honor de elevar a VE. el expediente reservado instruido con


motivo de la reorganización de la cofradía de San José con dos legajos de
papeles secuestrados a los individuos que en las carpetas se expresan que-
dando de aquél un testimonio en este gobierno.
Como observará VE. las tres familias, Labios, Enríquez y Cordero son
los iniciadores de los rezos, de las excursiones al monte Banajao y en una
palabra de la reconstitución de la cofradía de San José disfrazada hoy con
los nombres de otros Santos. Estas tres familias tuvieron una participación
muy activa en los sucesos del 41 probada respecto a las de Cordero y Enrí-
quez y muy fuertemente presumida en cuanto a la de Labios.
En esta última figura el Jefe Juanario, hombre no ha mucho tiernpo
dedicado sólo a su trabajo, y en el día exclusivamente a los rezos y a vagar
por el monte. Tal transformación según la voz pública refiere, se debe a las
sugestiones y consejos del anciano Andrés Labios, a quien siempre se ha
considerado en esta población muy comprometido en los acontecimientos
del 41. Este viejo ya en el período de la decrepitud, pasa entre las gentes

XI A.H.N. Ultramar 5152. Exposición documentada de la Audiencia de Manila.


ANTECEDENTES FILIPINOS DEL 96-98 87

sencillas de su barrio y de los que le confinan por un oráculo, entretenien-


do a 10s que le visitan con cuentos disparatados, apariciones de la Virgen
y de los Santos en el monte, conversación que con ellos tuviera cuando su
edad le permitía el recorrerlo, oraciones que le enseñaran para hacerse
invisibles e invulnerables y otros mil disparates parecidos, suponiendo
todos que este cerebro iluso es el que ha contagiado el de su yerno Juana-
rio Labios de la manera que se advierte, cooperando sin duda alguna a esta
obra según también refiere el público, su parienta la Matandang Joaquina
y la viuda de Purgatorio cabecilla de Nanca y Potol.
Observará también YE. cuando en tan poco tiempo, han conseguido los
autores de este pensamiento destruir una gran parte de las creencias reli-
giosas de los simples afiliados, haciéndoles creer en su lugar en esas apa-
riciones de Santos, en las voces misteriosas que salen de las piedras del
monte y de la santidad de un matrimonio celebrado en una espesura, a
donde no se llega sin mil mortificaciones, su influencia debe ser mucha, y
que en el día de mañana aumentada la falange de los fanáticos divorciados
de la religión verdadera y con el antagonismo que surgirá indudablemente
entre ella y la supersticiosa y herética que establecen, graves serían los
males que sobrevendrían sobre todo en esta provincia, no sólo para la Reli-
gión y el orden público sino para la dominación Española en estos puntos.
Aun cuando las averiguaciones no han ofrecido la prueba de que Jua-
nario ofreciera la independencia y la redención del tributo, es sin embargo
un hecho que posee la conciencia pública, negándolo los detenidos como
en un principio lo negaron todo también, siendo preciso el que el Felicia-
no, alias Caballero, y la madre de la desposadu se expontaneasen en su pre-
sencia y en la de varios curas y españoles de esta Cabecera, para que con
raras excepciones declarasen ellos también lo que aparece de sus testimo-
nios.
Sea de ello que fuere el caso es que con sólo el carácter qúe hoy pre-
senta la asociación basta para que se la considere peligrosa. No con tan
alarmantes auspicios se inició en la otra época y conocidos son por des-
gracia sus consecuencias. Comenzaron por afiliarse para reza? por sacar’
procesiones, por hechar derramas y por subir al Banajao para sus devo-
ciones. Lo mismo pasa hoy con la circunstancia significativa de que los
cabezas son de las familias entonces comprometidas y con la agravante de
haber comenzado por emanciparse de la Religión Católica en una parte
esencial de lo que ella prescribe y enseña.
El que habla considera pues que todos los detenidos con algunas excep-
ciones respecto a las mujeres, son ya aquí un obstáculo para el orden y la
tranquilidad de las conciencias sobre todo los que llevan el apellido
88 LEANDRO TORMO SANZ

Labios; la Matandang Joaquina y sus hijos; la viuda de Purgatorio, .su


cuñado Sesario y su hermano y sobrinos varones los Cordero; Pascual
Enríquez y su yerno Cabezang Cudio, igualmente Feliciano, alias Caballe-
ro, los cuales en mi sentir es hasta urgente sacarlos de esta provincia2’.

El Katipunan

La cofradía creada por Apolinario de la Cruz nació en un medio urbano


y de allí se trasladó al rural donde, tras su derrota militar, reapareció para
adentrarse en un ambiente montés y silvestre. Así, denominaron bíblica-
mente varios de sus parajes como la fuente del Jordán, el monte del Calva-
rio, el Purgatorio.. . a la vez que admitieron ritos precristianos.
Los justificados temores del alcalde Martín pudieron dar lugar al des-
tierro de algunos cofrades que volvieron al ambiente capitalino donde se
originó su pía asociación. Allí se encontrarían sus sucesores con otras aso-
ciaciones de tipo político, secreto, revolucionario o independentista donde
se pudieron incorporar con más corazón que cabeza como sus progenitores.
Una de las primeras fue la que en 1888 fundó el escultor Romualdo Teodo-
ro de Jesús, cuyo objetivo era conseguir la independencia de Filipinas
mediante una revolución, pero la más conocida nació en julio de 1892 bajo
el nombre de Kutaaslaasang Kagalanggalang Katipunan ngmga Anak ng
Bayan (Soberana y Venerable Asociación de los Hijos del Pueblo).
Miguel Morayta nos dice sobre Isabelo de los Reyes lo siguiente:

Su larga estancia en la prisión le puso en contacto con un número con-


siderable de filipinos, tan inocentes corno él los mas, como también de
algunos partícipes de la insurrección y de tal cual culpable de haberla pre-
parado por medio de la conspiración. Sus conversaciones con unos y con
otros le permiten conocer los secretos del plebeyo Katipunan y la irrespon-
sabilidad absoluta de la Masonería y de la Liga filipina en el movimiento
revolucionario de Agosto de 1 89622.

A este respecto la doctora María del Carmen Molina Gómez-Arnau nos


dice en su tesis:

*’ A.H.N. Ultramar 5152. Carta de 6 de julio de 1870 del alcalde mayor de Tayabas al Gobernador
Superior de Filipinas.
22 Prólogo a Lu sensacional Memoria de Isabelo de los Reyes sobre la Revolución de Filipinas de
1896-97, Madrid, 1899, Q. IV.
ANTECEDENTES FILIPINOS DEL 96-98 89

Hay variedad de opiniones y bastante confusión en torno a la masone-


ría y su relación con la revolución filipina. Sin embargo, es fácil apreciar
su influencia en el Katipunan, no solamente desde el punto de vista organi-
Zativo, sino también en el hecho de que sus miembros eran al mismo tiem-
po masones?‘.

En el Dramatis personae de esa misma tesis sobre el Katipunan figuran


unos posibles descendientes de las familias comprometidas con las cofra-
días de Apolinario y Labios, tales como Francisco Cordero, afiliado a la
logia Modestia con el pseudónimo Huasate; José Eneo Enríquez, afiliado a
la logia Patria con el pseudónimo Sumpak; Julián Enríquez, que figura en
la relación de declarantes; Antonio Roxas, protector del Katipunan como lo
fue Domingo Rojas de la cofradía; Baldomero Roxas, condenado en rebel-
día; Francisco Roxas, ejecutado en Bagumbayan el 11 de enero de 1897 y
Pedro Roxas, que figura en la relación de declarantesz4.
Tanto en el Katipunan como en la cofradía de San José hubo abundan-
cia de amuletos (anting anting), escapularios, estampas, láminas, intromi-
siones sacramentales (como el bautizo de la hija de un katipunero cuya
madrina a lo que se comprometió fue a educar a su ahijada en los cánones
del KatipunanZ5), culto a nuevos santos canonizados por ello?j.
También nos dice Caro y Mora que:

A pesar de que los promovedores del nefasto Katipunan alardeaban de


no hacer caso de los dogmas de la Iglesia, de no oír misa y de hablar mal
de lus prácticas religiosas, esa parte del pueblo que les ha seguido en la
rebelión, se ha conservado fiel al Catolicismo, ha practicado todos los
deberes religiosos, ha invocado los auxilios divinos y se ha mostrado hasta
devota con sus ribetes de fanáticu, no sólo en los pueblos del cantón rebel-
de, sino hasta en los bosques, manglares, montes y vericuetos... Recuérde-

” MOLINA GÓMEZ-ARNÁU,
María del Carmen: Los movimientos emancipadores en Filipinas duran-
re el periodo español.
El Katipunan, tomo 1. p. 51.
” I¿kknz, tomo II, Dramatis Personae, pp. 18, 3 1 y 67. En los “Documentos políticos de actuali-
dad”, publicados por Rctana en el tomo III de su Archivo del bibliófilofilipino se encuentran: Eusebio
Enríquez, Bernardo Caballero (p, 118) y Francisco Cordero, dependiente del almacén de don Manuel
Genato (p. 166).
li Ibídem, tomo II, p. 279.
“’ Ibídem, tomo II, p. 249. LLI celebración del aniversario de la muerte de los padres G6mez Bur-
gos y Zamora el día 28 de febrero, en serial de luto, se acordó: cada pueblo, en donde hoyo un grupo,
se encargarían de levantar un catafalco ese día; todos ios hermanos, por turno, harían guardia ante
dicho catafalco ese día: ante el catafalco figurtrrú WI jur-amento de vengar la muerte de los tres márti-
res; a lo largo del día, los hermanos desfilarían ante el catafalco, harían dicho juramento, y dejarían
uRa contribución a los@ndos del Katipunan.
90 LEANDRO TORMO SANZ

se respecto a este punto las prácticas religiosas que se seguían en el cam-


pamento del titulado generalísimo Eusebio, de Bulacan, en los montes de
Norzagaray y San José: trisagio al romper el día, rosario por la tarde, e
injkidad de novenas y otras devociones que diariamente llevaban a cabo.
Otro tanto ocurriría en los pueblos de Cavite, donde es sabido que cele-
braban los rebeldes funciones de Iglesia con gran pompa. No deben olvi-
darse los casos de hallarse las iglesias de Silang e Imus, al ser ocupados
dichos pueblos por nuestras fuerzas, muy iluminadas, averiguándose luego
que, mientras el ataque nuestro, esos templos estaban llenos de gente oran-
do y pidiendo la victoria de Katipunan27.

Esa escisión de ideales entre dirigentes y dirigidos tanto en Filipinas


como en España al finalizar el siglo XIX, nos muestra la ruptura con nues-
tra vieja utopía de universalidad acaecida así en las aguas orientales de
Cavite como lo había sido siglos ha en las tierras europeas de Rocroy.

27 CARO Y MORA, Juan José: La situación del pais. Manila, 1897, pp. 28-29
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA:
LOS COMBATES TERRESTRES EN EL ESCENARIO
ORIENTAL
Guillermo G. CALLEJA LEAL
Doctor en Geografía e Historia
Profesor de la Universidad Europea de
Madrid - CEES

El Ejército español en Cuba

L
A inmensa ceguera de la política colonial fue empujando paulatina-
mente a España hacia el Desastre del 98. Hubo figuras militares cla-
rividentes que habían aconsejado otorgar poderes autonómicos a
Cuba (política seguida por el general Martínez Campos después del Pacto
de Zanjón), y ya en 1879 el futuro general Polavieja escribía que España:
está obligada por su propia honm, por los destinos de su raza y por sus pro-
píos intereses a dejar tras sí una fuerte nacionalidad en Cuba’.
Conviene destacar que ningún general español (recuérdese a Cheste,
Martínez Campos, Salamanca, Polavieja o incluso al propio Weyler) deseó
ni aplaudió una guerra remota y difícil. Lo mismo pensaban políticos espa-
ñoles, como Francisco Silvela, quien llegó a afirmar que la colonia que no
se puede defen.der y sostener con la acción de sus propios hijos, no se puede
conservar mucho tiempo 2. Pero también hubo políticos como Práxedes
Mateo Sagasta, quien prometió gastar en Cuba hasta la última pesetu y

’ PABÓN, Jesús: Cumbó, 1876.1947. Edic. Alpha, Barcelona, 1952, VO¡. 1, p. 18 1. El general Arse-
nio Martínez Campos también creía que el autonomismo conduciría dc forma inevitable a reforzar la
conciencia nacional cubana.
? SILVELA, Francisco: Artículos, discursos, coq’¿¿rmcias y cartas. Madrid, 1923, val. III, pp. 401-
402.
92 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

derramar hasta Iu última gota de sangre. Ante tal afirmación, hay que seña-
lar que en Cuba murieron por ambas partes más de cien mil hombres y
según el cálculo que hizo el Conde de Romanones, España gastó más de mil
novecientos sesenta y nueve millones en la guerra’.
Por otra parte, se dio la circunstancia de que los trece ministros que OCU-
paron la cartera de Ultramar desde el 28 dc noviembre de 1885 hasta el 5 de
marzo de 1899 (esto es, desde Germán Gamazo a Raimundo Fernández
Villaverde), todos fueron hombres civiles muy ligados a las oligarquías
habaneras y sumisos a los intereses de sus partidos. En cuanto al Ejército,
éste fue utilizado por dichas oligarquías durante prácticamente todo el siglo
XIX, y la tenaz resistencia de la generalidad de la clase política a toda evo-
lución política en Cuba, tal como señala con acierto Raymond Carr: hizo
que el Ejército defendiera, sin saberlo, teorías de absurdo centralismo, sos-
tenidas por unos de buena fe y por los demás como eje necesario de SLLY
egoísmos y monopolios comerciales’.
En el Gobierno español se dio la curiosa circunstancia que cuando sólo
pensaba en acabar con la guerra, envió a un general conciliador (Martínez
Campos), y cuando precisamente se inclinaba por la negociación concilia-
dora, destinó a un general enérgico en extremo (Weyler); lo cual refleja una
actitud contradictoria que sólo puede explicarse dentro del contexto políti-
co de aquella época5.
La última guerra de Cuba en sus inicios (24 de febrero de 1895) no pro-
vocó ni entusiasmo ni pesimismo en España, pues se creía que sería muy
breve, y la campaña militar quedó en manos del capitán general Arsenio
Martínez Campos por su gran prestigio al haber sido el artífice de la firma
del Pacto de Zanjón que puso fin a la terrible Guerra de los Diez Años
(1868-78). Pero el curso de la nueva guerra fue desfavorable y Martínez
Campos con gran sinceridad aseguraba en sus informes al Gobierno: Los
pocos españoles que hay en la isla sólo se atreven a proclamarse como tales
en las ciudades. El resto de los habitantes odia a España6.
La revolución cubana resultaba imparable durante el mando de Martí-
nez Campos. En efecto, la llamada Campaña de Invasión por los insurrec-

’ Tal cifra equivalía en 1895 a veinte presupuestos del Ministerio de la Guerra.


J CARR, Raymond: España, 1808-1939. Ariel, Barcelona, 1968, p. 364.
5 ALONSO, José Ramón: Hisrorin Polírica clel Ejército EspaTio/. Editora Nacional. Madrid, 1974.
p. 426.
b Carta del capitán general Martínez Campos al presidente de Gobierno, Antonio Cánovas del Cas-
tillo.
Duque de Tetuán: Apuntes del ex-ministro de Estado...pam la defensa de la politica intenzuciorzal y
gestión del gobierno desde el 25 de marzo de 1895 a 29 de septiembre de 1597. Paul Peant, Madrid,
1902, vol. II, pp.l14-115.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 93

tos, conducida de forma magistral y con extraordinaria habilidad por Maxi-


mo Gómez, general en jefe del Ejército cubano, y el general Antonio
Maceo, logró atravesar la isla de Cuba de un extremo a otro. Ante el empu-
je del Ejército Znvasou cubano, de poco sirvieron los esfuerzos de las tropas
españolas para impedirlo, ya sea evitando o intentando batir a todas las
columnas mambisas que enviaron contra ellas, pues sólo pudieron cose-
charse algunas victorias locales.
En enero de 1896 quedó bien patente el estrepitoso fracaso de Martínez
Campos, quien a pesar de contar con casi cien mil hombres, demostraba su
incapacidad en la dirección de las operaciones militares, no sólo para aplas-
tar la insurrección, sino también para impedir que ésta alcanzara unas pro-
porciones muy superiores a las que ya tenía cuando llegó a Cuba. Él mismo
lo reconoció en comunicación al Gobierno, afirmando de forma exagerada
que los mambises ya eran cuarenta mil y que quizás hiciera falta alguien
como el general Weyler para sofocar la creciente rebeldía de los cubanos.
Así lo entendieron sus interlocutores, produciéndose el relevo de Martínez
Campos por Weyler el 17 de enero de 1896.
El general Valeriano Weyler y Nicolau, que tanto se había distinguido
combatiendo en Cuba y en Santo Domingo, llegó a La Habana el 16 de
febrero. La guerra experimentó entonces un brusco giro a favor de las armas
españolas, pues Weyler abandonó de inmediato la táctica errónea de su ante-
cesor que consistía en adoptar una actitud pasiva de simple respuesta. Este
enérgico general logró arrebatar la iniciativa a los mambises, a quienes
acosó sin tregua, y transformó por completo a sus tropas dándoles una
movilidad parecida a la del enemigo y las capacitó para que pudieran vivir
sobre el terreno. En consecuencia, los insurrectos tuvieron que combatir a
la defensiva en una guerra de desgaste aniquiladora.
No obstante, a pesar de estos éxitos militares, el ejército español tuvo
que luchar con una enorme escasez de medios, y Francisco Silvela afirma-
ría que: los jzfes de columna viven perdiendo aquella satisfacción interior
que es condición precisa pava toda acción militar7.
En marzo de 1897, una vez cerrada la trocha de Júcaro a Morón, la isla
de Cuba quedó dividida en dos partes: la parte oriental, donde el general
Calixto García lograba mantener la insurrección al contar con recursos y
municiones; y la parte occidental, donde las tropas mambisas habían que-
dado prácticamente aniquiladas y sin recursos ni medios para salvar sus
desembarcos, aunque continuara Máximo Gómez al frente.

’ SILVELA, Francisco: Op. cir., val. III, p. 368.


94 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

Los propios mambises aseguraban que el año 1897 fue el más critico
para Za revokión” y no era para menos. La política de reconcentración
emprendida por Weyler, consistente en trasladar las familias campesinas a
ciudades y pueblos con guarnición española, supuso un rudo golpe para la
guerra de guerrillas practicada por los mambises al quedar éstos sin el nece-
sario apoyo entre el campesinado cubano.
En julio, el general Weyler empieza a concentrar sus tropas, preparán-
dose para iniciar lo que ya considera la campaña definitiva. Según él, ya
estaban pacificadas Pinar del Río, La Habana y Las Villas; quedando tan
sólo Camagüey y Oriente. La campaña de Weyler está a punto de triunfar
por completo ante un ejército cubano deshecho, agotado y que no cuenta
con Antonio Maceo, su general de mayor prestigio, muerto el año anterior
en el combate de Punta Brava; ni tampoco con José Martí, cl alma de la
revolución cubana, que murió el 19 de mayo de 1895 en el combate de Dos
Ríos. Sin embargo, contra toda previsión, el ejército español sufrió en agos-
to un descalabro en Oriente al ser derrotado en el combate de Victoria de las
Tunas, lo cual sorprendió con desagrado al Gobierno y a la opinión pública
española, puesto que habían considerado que la insurrección cubana estaba
al borde de la derrota y tenía sus días contados.
Por otra parte, unos días antes, el 8 de este mes, el presidente Antonio
Cánovas, el más firme valedor de Weyler, caía asesinado en el balneario de
Santa Águeda, lo que transformaría toda la política española y el curso de
la guerra. Tras un gobierno puente del general Azcárraga, que sólo duró dos
meses, Sagasta formaba gobierno el 4 de octubre.
El gobierno liberal de Sagasta comenzó proclamando, en nota oficial, que
el Ejército había logrado en territorio cubano: no sQZo cuanto puede exigir el
honor de las armas, sino todo lo que racionalmente cabe esperar del empleo
de lu fierza; como también: esta nueva era debe de inaugurarse con nuevos
procedimientos y que nada tengan que ver con los antiguos. Esto último hacía
referencia a la guerra total que Weyler había emprendido durante su mando
en Cuba, y muy en especial, a su política de reconcentración para eliminar la
guerrilla mambisa, lo que le había valido muy duros ataques desde algunos
sectores españoles, y sobre todo, desde los Estados Unidos”.

x GUERRERO VARONA, Miguel Ángel: LLI Guerra de la Independencia de Cuba. La Habana, 1946.
val. 1, p. 1454.
‘> En términos estrictamente militares, puede afirmarse que la estrategia del general Weyler fue irre-
prochable. Los mismos ingleses no tardarían en imitarla en la Guerra Boer, y se ha venido empleando
hasta nuestros días, como por los propios norteamericanos en Vietnam. Hoy nadie discute la necesidad
de impedir el apoyo de la población civil a la guerrilla, aunque sólo sea para impedir que ésta se mueva
entre aquélla “como pez en el agua”, tal como aconsejaba Mao Tsé-Tung.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 95

Con el cese fulminante del general Weyler puede afirmarse que termina
la fase hispano-cubana de la guerra. Según Emilio Reverter, que emplea
fuentes militares españolas, el ejército español disponía entonces en Cuba
de ciento catorce mi] novecientos sesenta y un hombres, de los casi dos-
cientos mil que habían sido enviados desde España. De ellos, unos veinti-
cinco mil estaban hospitalizados por enfermedades o heridas en combate y
treinta y cinco mil en destacamentos; luego quedaban más de cincuenta mi]
hombres para realizar operaciones militares. Para Weyler, estos u]timos eran
más que suficientes para enfrentarse a sólo unos centenares de mambises y
acabar la guerra.
El propio general Calixto García, que era quien disponía de mas solda-
dos mambises a sus órdenes, envió una carta muy esclarecedora al general
en jefe Máximo Gómez, reflejando cuál era el estado de ánimo de los insu-
rrectos cubanos ante los ataques demoledores del general Weyler: 2 Cuándo
podré intentar un nuevo avance y cual será el resultado? Las fuerzas que
quedan, estropeadas ya por las continuas y largas marchas y por los com-
bates, se aniquilan ahora sacandu esta expedición (se refiere a la que pla-
neaba en abril de 1897 y que luego suspendió) y es indispensable conceder-
les algún descanso.. .; no creo que ni el mismo Antonio Maceo, el jefe de más
prestigio, el que ya una vez arrastrara de Oriente dos o tres mil hombres,
pudiera mover hoy hasta Las Ellas ni quinientos.. .; (es) imposible, a mi jui-
cio, llevar nuevamente orientales a Occidente, y el intentarlo y disponerlo
puede traer el mayor desorden y las más deplorables consecuencias”.
El Gobierno de Sagasta sustituyó al discutido general Valeriano Weyler,
en la Capitanía General de Cuba, por el general Ramón Blanco, conocido
por su carácter conciliador, y el 25 de noviembre concedió una amplia auto-
nomía a la isla, derogando los Decretos de Concentración. El 1 de enero de
1898, se implantó el primer gobierno autonómico en Cuba, pretendiéndose
además con ello dar satisfacción a las exigencias de Washington: “El Car-
nicero Weyler”, relevado; la concentración, abolida; y la concesión de auto-
gobierno. Se trataba de un régimen autonómico copiado del tardío sistema
colonia] británico, que quizás hubiera podido tener éxito en Cuba si se
hubiera promulgado en el momento oportuno y no ahora, cuando ya era
demasiado tarde. Sí realmente el presidente norteamericano William
McKinley y su Gobierno perseguían el bienestar del pueblo cubano, Espa-
ña demostraba estar de acuerdo. Pero, naturalmente, no opinaban así, como

"/ FERNÁNDLZ ALMAGRO, Melchor: Historia política de la España Contemporánea. Madrid, 1959,
val. II, p. 238.
96 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

declaró Mr. Woodford, ministro de la embajada de los EEUU en Madrid: uy1


solo poder y una sola bandera puede asegurar e imponer la paz en Cuba. lZ,re
poder es Estados Unidos, y esa bandera, nuestra bandera”. Ante semejante
actitud, poco podía hacer España a pesar de sus sinceros intentos por la paz.
Desde el 30 de octubre de 1897, José Canalejas recorría los EEUU y veía
en el puerto de Nueva York los grandes acorazados de la escuadra estadou-
nidense -uno de esos barcos basta para deshacer toda nuestra Marina- y
proclamaba desde El Heraldo que el Ejército español sufre las consecuen-
cias de abandonos y de miserias”. Un cronista también de El Heraldo, se
preguntaba si puesto que se habían enviado a Cuba doscientos mil hombres
y había en revista ciento catorce mil, los restantes debían ser muertos, heri-
dos, enfermos o desaparecidos. El Gobierno no dio respuesta alguna al
negarse a comunicar la lista, y la verdad exacta nunca se supo, aunque la
cifra de setenta y cinco mil españoles muertos parece la más probable según
José Ramón Alonso13.
El 25 de enero llegó el buque acorazado Maine al puerto de La Habana
en supuesta “visita de cortesía”, y después de tres semanas de estancia, se
produjo su voladura el 15 de febrero. Tras el hundimiento del acorazado,
España reiteró su actitud conciliadora y ofreció la posibilidad de crear una
comisión mixta hispano-norteamericana o bien que una neutral investigase
la causa del siniestro; pero el secretario de Marina, John Long, en nombre
de su Gobierno, rechazó tan razonable ofrecimiento.
Días después, el 9 de marzo, Sagasta daría la prueba incuestionable de
su deseo sincero de evitar una ruptura de relaciones. España declaró uni-
lateralmente un armisticio, cuando sólo cinco meses antes la insurrección
cubana estaba acorralada. Con razón, el representante norteamericano en
Madrid, Mr. Woodford, afirmó: me consta que la Reina, sus ministros y el
pueblo español desean la yaz. Pero quienes no la querían eran: el Presiden-
te, el Congreso y el pueblo de los EEUU. El día ll, McKinley en su men-
saje al Congreso ofreció una versión muy discutible de los hechos: he ago-
tado todos 10s esfuerzos para aliviar la situación intolerable que existe en

" ALLENDESALAZAR, José M.: El 98 de los americanos. EDICUSA, Madrid, 1974, p. 107.
" FRANCOS RODRíGUEZ: La vida de Canalejas. Cita de José Ramón Alonso: 0~. cit. p, 427.
l3 ALONSO, José Ramón: Op. cif., p. 434. La cifra más exacta es la que ofrece Federico de Mada-
riaga en su obra Cuestiones militares (Madrid, 1903, p. 166 y SS.). Dicho autor afirma que las bajas espa-
ñolas en combate fueron: cincuenta y cuatro mil seiscientos ochenta y dos soldados y oficiales muertos
y catorce mil ochocientos cuarenta y dos heridos en Cuba; veintidós muertos, sesenta y seis heridos y
doscientos trece desaparecidos en Puerto Rico; y dos mil cuatrocientos treinta muertos y tres mil dos-
cientos treinta y nueve heridos en Filipinas. Así, en el Ejército Regular hubo setenta y cinco mil dos-
cientos ochenta y una bajas entre muertos y heridos; sin embargo, faltan por calcular las fuerzas irregu-
lares y las contrapartidas, que eran muy numerosas en Cuba y Filipinas.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 97

nuestras puertas. El día 19, ambas Cámaras aprobaron una resolución con-
junta que equivalía a un ultimátum y que el Presidente hizo suya el día 20.
En ella, se pide a España la renuncia a toda autoridad y gobierno en la isla
de Cuba, dando de plazo hasta el día 23 para tomar entonces las medidas
pertinentes. El día 21 se rompen las relaciones diplomáticas y el día 25 se
produce la declaración de guerra de los EEUU al Reino de España, con
efectos retroactivos al día 21.
Lo que aquí más nos interesa es poner de manifiesto algo que desde
nuestra perspectiva actual pudiera parecer inconcebible. Sólo la marina de
guerra norteamericana era superior a la de España, pero no así su ejército.
Sin lugar a dudas, en el momento en que estalla la guerra entre España y los
EEUU, el ejército español era muy superior en número, armamento, disci-
plina y entrenamiento en campaña. Si el ejército norteamericano tenía
entonces unos veintiocho mil hombres (dos mil ciento cuarenta y tres ofi-
ciales y veintiséis mil cuarenta alistados), el ejército español sobrepasaba
los trescientos mil hombres, distribuidos de la forma siguiente: ciento cin-
cuenta y dos mil en la metrópoli, cincuenta y un mil trescientos treinta y uno
en Filipinas, diez mil en Puerto Rico y ciento noventa y seis mil ochocien-
tos veinte en Cuba. De estos ciento noventa y seis mil ochocientos veinte
hombres que había en Cuba, ciento cincuenta y dos mil trescientos dos eran
regulares y el resto, voluntarios y guerrilleros’4. En este contingente de tro-
pas, como Cuerpos especiales, había: cinco mil guardias civiles y dos mil
quinientos de Infantería de Marina. Por otra parte, en Cuba se hallaban las
mejores unidades regulares del ejército español con regimientos de Infante-
ría de Línea escogidos: San Quintín, Wad-Ras, Talavera.. .; así como tam-
bién magníficas unidades de Caballería: Princesa, Pizarro, etc.
Como veremos a continuación, el ejército norteamericano no estaba en
modo alguno preparado para la guerra contra España, lo cual nos obliga a
hacer aquí algunas consideraciones importantes en lo referente a los com-
bates terrestres:
Primero. Las tropas españolas que combatieron contra las norteamericanas
estaban escasas de municiones y no podían mantener demasiados combates.
Segundo. Si no combatieron a los norteamericanos al realizarse el desem-
barco, antes de que éstos pudieran consolidar sus posiciones en tierra firme, fue
porque los españoles carecían de condiciones en la zona donde se produjo.
Tercero. Los efectivos españoles que hicieron frente a los norteameri-
canos estaban en gran desventaja. El almirante Pascual Cervera, al refugiar

" SARFENT, Herbert H.: The Cumpai~n qfkzlztiqo de Cuba. Chicago, 1907. Apéndice K (basado
en fuentes militares españolas).
98 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 99

su escuadra en la bahía de Santiago de Cuba por no tener otra opción, pro-


vocó el desplazamiento del punto de gravedad de la guerra al lugar menos
favorable para los españoles; y, por tanto, al más favorable para los mambi-
ses y sus aliados norteamericanos. Precisamente, Santiago se encuentra en
Oriente, foco de las dos grandes insurrecciones contra España (1868-78 y
1895-98), y donde precisamente la fuerza de los mambises era mayor. Ade-
más, de acuerdo con la estrategia de Weyler, Oriente era la parte de la isla
menos guarnecida por los españoles al ser el último reducto de los insurrec-
tos que iba a ser atacado. Por tal circunstancia, de los casi doscientos mil
hombres que España disponía en Cuba, tan sólo una pequeña parte se halla-
ba en la región oriental: treinta y seis mil quinientos ochenta y dos hombres.
Tan sólo veintiocho mil doscientos dieciocho hombres estaban a las órdenes
directas de Linares, quien disponía únicamente de trece mil noventa y seis
hombres en la ciudad de Santiago de Cuba y sus alrededores, pues el resto
estaban distribuidos entre las diferentes guarniciones de Oriente. Por des-
gracia para los españoles, el general Linares no supo sacar el máximo part-
do a unos efectivos tan menguados, ya que de haberlos empleado bien,
podrían quizás haber frenado el avance del ejército estadounidense’5.

El Eje’rcito norteamericano no estaba preparado para la guerra

Relación de fuerzas de los ejércitos contendientes

Aunque para algunos pudiera parecer sorprendente, los EEUU no esta-


ban realmente preparados para la guerra contra España. Tan sólo la Armada
norteamericana era muy superior a la Armada española’“. Pero su ejército

" ALBI, Julio y STAMPA, Leopoldo: Cunzpañm de la Caballería Española en el siglo XIX. Servicio
Histórico Militar. Madrid, 1985, tomo II, pp. 541-542.
“’ La Armada estadounidense no era gran cosa, pero por supuesto era muy superior a la Armada de
España. Consistía en: cuatro acorazados de primera. un acorazado de segunda, dos cruceros acorazados
de primera, seis buques monitores, once cruceros protegidos, veinte cruceros no protegidos, un dinami-
tero. ocho torpederos y un submarino experimental. Todos ellos eran de acero.
Por parte de la Armada española, solo contaban como buques de alguna utilidad inmediatamente dis-
ponibles: cuatro cruceros acorazados, todos ellos defectuosos, y tres destructores modernos; un acorazado,
un gran crucero protegido y otros tres destructores que no estaban aún listos para operar al comienzo de la
contienda, y otros varios buques que estaban en construcción desde hacía largos años, sin que ésta se hubie-
ra acelerado en previsión dc los acontecimientos. Otros muchos buques figuraban en las listas de la Arma-
da, pero la mayor-ía eran anticuados o inútiles. Los de mayor tonelaje eran los seis cmceros, la mitad de
ellos de madera. todos sin protección, dc los que solo uno estaba en condiciones de navegar.
Díez ALhoníA, Manuel: “La espléndida gucrrita de los americanos”. Revue Irrternntionule d’h’istoi-
re Militaire. Commission Internationale d’Histoire Militaire, no 56. Madrid, 1984, p. 20.
100 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL.

regular era insignificante cuando estalló la guerra: dos mil ciento cuarenta
y tres oficiales y veintiséis mil cuarenta alistados. No tenía servicios técni-
cos eficaces de cuartelmaestre, ni tampoco comisarios. Dicho ejército care-
cía de un Estado Mayor técnico, de un verdadero servicio médico y de ser-
vicio veterinario. Más adelante veremos el terrible estado de confusión y
desorden en el que se encontró el Cuerpo expedicionario estadounidense en
Tampa como resultado de su falta de preparación.
Por otra parte, el ejército norteamericano teóricamente disponía enton-
ces de unos cien mil hombres supuestamente armados y entrenados: la
Guardia Nacional. Pero ésta no dependía ni del Presidente ni del Gobierno
Federal, sino de los respectivos Estados de la Unión, siempre muy celosos
de su autoridad sobre estas unidades. En realidad, no eran tropas eficaces
ni tenían buen armamento, y en cuanto a su disciplina, era muy curiosa: los
hombres elegían a sus jefes por votación y tenían el derecho para decidir
si iban o no a la guerra17. En definitiva, una institución como ésta, fruto de
la visceral desconfianza anglosajona hacia los ejércitos permanentes’*, no
era precisamente muy útil en una guerra. Por tal motivo, el Congreso auto-
rizó al presidente McKinley a incrementar las fuerzas regulares, sólo mien-
tras duraran Zas hostilidades, hasta sesenta y un mil hombres, y a reclutar
unidades de voluntarios, en que las unidades de la Guardia Nacional que
estuvieran al completo se integrarían como un todo en el ejército que se
estaba reuniendo, y desde luego sin incorporar a ningún oficial de West
Point. En tales condiciones, sólo tres unidades no profesionales entraron en
acción en la Guerra de Cuba, de las que una tuvo un comportamiento
lamentable.
El día 23, McKinley pidió un alistamiento voluntario por toda la dura-
ción de la guerra contra España, para llenar un cupo de ciento veinticinco
mil hombres. Este cupo se llenó rápidamente y dos días después hizo una
nueva demanda, esta vez de setenta y cinco mil hombres; lo que resultó un
contingente de doscientos veintiocho mil ciento ochenta y tres hombres
entre oficiales y soldados. De dicho contingente, sólo noventa mil partieron
hacia Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

” MILLIS, Walter: The Martial Spin’tc A Study of Our War with Spain. Houghton Mifflin Co, Bos-
ton, 1931, p. 52 y SS; ALBI, Julio y STAMPA, Leopoldo:@ cit. val. II, pp. 538-539. Uno de los regi-
mientos más prestigiosos, el 7” Regimiento de Nueva York, votó en contra y no pudo ser movilizado en
la guerra contra España.
‘* Históricamente, Gran Bretaña y los Estados Unidos se han distinguido por tener ejércitos per-
manentes muy reducidos, en términos relativos, así como por la rapidez singular con que al término de
cada guerra han desmovilizado los organizados con motivo de la misma.
LAGUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA ... 101

Veamos ahora en estos cuadros la relación de las fuerzas contendientes:


CUADRO 1
FUERZASESPAÑOLASEN CUBA

Infantería Regular.. ........................................................ 134.919


Infantería Irregular (Voluntarios). .................................. 63.760
Total de Infantería.. ............................................................................................. 198.679
Caballería Regular ......................................................... 7.752
Caballería II-regular (Voluntarios). ................................. 14.796
Total de Caballería.. ............................................................................................ 22.548
Artillería Regular. .......................................................... 5.308
Artillería Irregular (Voluntarios) .................................... 4.123
Total de Artillería ................................................................................................ 9.431

Ingenieros Regulares.. .................................................... 4.905


Ingenieros Irregulares (Voluntarios) .............................. 1.441
Total de Ingenieros.. ............................................................................................ 6.346

Sanitarios.. ...................................................................... 1.975


Acemileros ..................................................................... 1.930
Guardias Civiles.. ........................................................... 4.446
Guerrillas.. ...................................................................... 30.584
Infantería de Marina ...................................................... 2.508
Total de Misceláneas .......................................................................................... 41.443
TOTAL ............................................................................................................ 278.447

Fuente: Anuario Militar de 1898.

CUADRO 2
EFECTIVOSDEL EJÉRCITONORTEAMERICANOENABRILDE~~~~
(DESDEMAINEHASTAALASKA)
OFICIALES ALISTADOS

Generales y Estados Mayores ...................... 532 2.026


Caballería ..................................................... 437 6.047
Artillería ....................................................... 288 4.486
Infantetia ...................................................... 866 12.828
Misceláneas .................................................. 653

TOTAL ................................................. 2.123 26.040

Carencia de un plan definido

El ejército norteamericano no tenía un alto mando, ni jamás lo había


tenido, a pesar de que era una práctica común en Europa, donde no había
fronteras desorbitadas ni tampoco indios. En consecuencia, no había real-
mente un verdadero plan de campaña.
102 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

El oficial de mayor graduación, el mayor general Nelson Appleton


Miles, General en Jefe del Ejército’“, tenía su propio plan; pero no era un
plan organizado con antelación por especialistas, ni tampoco un plan con
posibles alternativas o para el cual se hubieran hecho preparativos financie-
ros 0 aprovisionamiento. Consistía en organizar y entrenar a los voluntarios
durante el verano con la ayuda de los regulares, y comenzar la campaña
militar en invierno, basándose en el clima fatal de Cuba durante el verano.
El general Miles pretendía llevar una fuerza invasora a la costa oriental
de Puerto Rico y avanzar desde allí hacia el oeste, pues sabía que las fuer-
zas regulares españolas no eran poderosas y que no hallaría gran resisten-
cia. Así, el ejército expedicionario podía tomarse su tiempo y aclimatarse al
trópico; y luego, a mediados de septiembre, terminada la mortal estación de
las lluvias en Cuba, las tropas estarían preparadas para pasar al extremo
oriental de esta isla. Entonces, podrían proseguir en dirección oeste hasta
llegar a La Habana. Una vez tomada esta plaza, la guerra habría concluido.
El general Miles explicaba su plan de campaña como si se tratara de una
mera caminata por un sendero arbolado. Y, por supuesto, pedía la coopera-
ción total de la Armada, a pesar de que ésta se hallaba por entonces dema-
siado preocupada con las andanzas de la escuadra del almirante Pascual
Cervera como para escuchar al EjércitozO.
Lo primero que se hizo fue reconcentrar unos quince mil regulares en
Nueva Orleans, Mobile y Tampa, y enviar voluntarios a los distintos cam-
pos de entrenamiento. Al ser La Habana la capital de Cuba, y por tanto, la
ciudad más importante política y militarmente, se pensó dirigir la campa-
ña contra ella; sin embargo, el temor que SC tenía a la escuadra de Cerve-
ra impidió cualquier movimiento previo a la obtención del control del
mar.

l9 PLAZA, José Antonio: EI mnldito ver(1110 &l 98. Ediciones Temas de Hoy, Madrid, pp. 87-89;
KELLER, Allan: The S’panish-Ameritan Wnrt n compncf Hisfmy. Hawthorn Books Inc., Nueva York,
1969, pp. 52-53; DíEz ALEGRÍA, Manuel: Arr. cit. pp. 20, 21 y 24.
El general en jefe del Ejército norteamericano, Nelson Appleton Miles, tenía entonces cincuenta
y nueve años. Débil de carácter y vanidoso, se había casado bien y contaba con amigos poderosos en
el Congreso y entre militares influyentes. Durante la pasada Guerra Civil Americana luchó como
voluntario en el Ejército confederado, siendo herido cuatro veces y acabó siendo, por méritos de gue-
rra, mayor general de la Fuerza de Voluntarios, con mando sobre veintiséis mil hombres. En los últi-
mos veinte años había dirigido casi todas laa campañas contra los indios en los territorios del Oeste,
hasta obtener la Medalla del Congreso, la máxima condecoración al valor. En 1875 derrotó a los che-
yenes, a los kiowas y a los comanches. Desde 1876 a 1880 derrotó a los Sioux de Sitring Bull (Toro
Sentado) y Cruzy Horse (Caballo Loco). En 1888 derrotó a los apaches y capturó a su jefe, Geróni-
mo.
X BARR CHIDSEY, Donald: La Guerra Hispano-Anzericurzu, 18Y6-1&Y& Ediciones Grijalbo, Barce-
lona-México D.F., 1973, pp. 125-126.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 103

Por encima del general Miles estaba el secretario de Defensa, Mr. Alger,
con quien nunca estaba de acuerdo. Alger no creía que el plan de Miles
fuera algo extraordinario, pero no se opuso publicamente. El pueblo de 10s
EEUU pedía la inmediata intervención militar y Alger prefería invadir
directamente Cuba empleando las fuerzas de la Cumpaña de la Mecedora.
Por otra parte, aunque Alger se había arrepentido de haberse gastado dieci-
séis millones de dólares en la compra de cañones para la guardia costera, el
Congreso se había apropiado de treinta y dos millones setecientos veinte
mil novecientos cuarenta y cinco dólares adicionales para un ejército inva-
sor de Cuba (la Armada iba a recibir treinta y cinco buques de guerra nue-
vos, pero eso formaba parte de otra apropiación del Congreso), que se
emplearían en las fuerzas del general Miles y en las de Tampa.
La última palabra en cualquier decisión la tenía McKinley. No interfe-
ría muy a menudo, pero seguía estrechamente los movimientos militares y
navales. Cuenta Chidsey que junto a su despacho en la Casa Blanca había
un recinto béZico en el que el Presidente pasaba una buena parte del día en
compañía de expertos militares o navales que señalaban puntos en mapas y
cambiaban las posiciones de los alfileres colorados”.
El 7 de junio había unos veinte mil hombres en Tampa. El general Wrlliam
Rufus Shafter asumió el mando por antigüedad y este contingente expedicionario
se denominó Quinto Cuerpo de Ejército2?. Sus únicos superiores eran: McKinley,
Alger y Miles, y ninguno de ellos podría calificarse de “genio militar”.
El 26 de mayo había ya treinta y seis transportes en Tampa, y el día 30,
la escuadra de Sampson zarpó rumbo a Cuba. Resultó que mientras se dis-
cutían los planes de campaña y los posibles desembarcos en los lugares más
idóneos, el almirante Pascual Cervera provocó el que sería el plan definiti-
vo a seguir al entrar con su escuadra en Santiago de Cuba.
El mismo día 30 de mayo, Día de Recuerdo de los Caídos, Shafter reci-
bió un telegrama de Washington por el que se le ordenaba que se preparase

?’ BARR CHIDSEY, Donald: Op. cit. p. 127.


Im William Rufus Shafter era un militar veterano de la pasada Guerra Civil Americana y tenía enton-
ces sesenta y tres años. Su aspecto era ridículo con un peso de ciento veinte kg., por lo que necesitaba
la ayuda de dos soldados para subirse al caballo: pero era muy listo. Sufría gota y asma, y con frccuen-
cia, debido a su obesidad. aparecía en las caricaturas de la prensa de Nueva York. Fue nombrado tenien-
te del 7” de Voluntarios de Michigan en la pasada Guerra Civil del 61. Herido en la célebre batalla de
Fair Oaks. fue ascendido a comandante tras su curación. Prisionero de Van Dorn en 1863, tras seis meses
de cautiverio, fue canjeado y ascendido a coronel del 17” Regimiento de Infantería de Color. Se licen-
cio en 1865 al disolverse el llamado Gran Ejército de la Rejzíblica, siendo nombrado de nuevo coronel.
Participó en la conquista del Oeste y vengó la muerte de Custer y la aniquilación del 7” Regimiento de
Caballería al batir a los Sioux vencedores de Little Big Horn. Finalmente, con motivo de la guerra con-
tra España fue nombrado mayor general de Voluntarios en 1898.
104 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

para partir hacia Santiago de Cuba. También se le comunicaba que debería


cooperar con la Armada y con los insurrectos cubanos para que los utiliza-
se de la forma más apropiada en su plan de campaña, ya que el delegado de
los cubanos en los EEUU, Tomás Estrada Palma, había conferenciado con
el presidente McKinley sobre la campaña y enviado órdenes al general en
jefe del Ejército cubano, Máximo Gómez. Además, tenía que tomar Santia-
go en el menor tiempo posible y con el menor coste, para reembarcar luego
sus tropas victoriosas y marchar hacia Banes (en la provincia de La Haba-
na) a esperar nuevas órdenes. Con lo dicho basta para demostrar la caren-
cia de un Estado Mayor competente en el Ejército norteamericano.
Por otra parte, el general Nelson Appleton Miles no fue enviado con el
5” Cuerpo de Ejército a Santiago. Se debió a que los norteamericanos jamás
pensaron que allí se decidiría la guerra, como así paradójicamente ocurrió.
Creían, con buen criterio, que la batalla decisiva se daría en La Habana, por
eso se ordenó a Shafter que se dirigiera a Banes para esperar nuevas órde-
nes una vez que se produjera la capitulación de Santiago. En definitiva, el
verdadero plan consistía en tomar La Habana con el grueso del Ejército nor-
teamericano a las órdenes del general en jefe, Nelson A. Miles, apoyado
convenientemente por la escuadra de Sampson y el llamado Ejército Liber-
tador de Cuba.

La situación caótica del 5” Cuerpo de Ejército en Tampa

La situación del 5” Cuerpo de Ejército en Tampa era caótica, puesto que


allí no había organización alguna. Se puso de manifiesto la falta total de
experiencia y capacidad del aparato militar para poner a punto una expedi-
ción en tierras tropicales que involucraba más de veinticinco mil hombres.
Aquellas tropas acampadas carecían de uniformes, fusiles, munición, calza-
dos y mantas, la comida escaseaba y el material era muy deficiente y escaso.
En menos de dos meses el Gobierno tuvo que improvisar planes de equipa-
miento y avituallamiento, desbordándose todos los intentos organizativos;
mientras tanto, los fabricantes oportunistas y sin escrúpulos hacían grandes
negocios.
La elección de Tampa como punto de partida de la fuerza expediciona-
ria fue otra de las dificultades más graves. La ciudad no estaba ni remota-
mente preparada para recibir a un ejército tan numeroso. El puerto era

23 Esta localidad se encuentra en la provincia de La Habana, no lejos de la capital. Hay otra locali-
dad cubana que también se llama Banes y que se encuentra en la provincia de Oriente.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 105

amplio, pero para llegar a él sólo había una línea de ferrocarril, con lo que
el embotellamiento de trenes y vagones era continuo. Cientos de carros y
vagones se amontonaban en espera de ser tramitados. De este modo, cuan-
do empezaron a llegar a diario miles de vagones cargados con todo lo nece-
sario para el ejército, se amontonaban en los muelles y en el puerto; además,
las facturas nunca llegaban a tiempo, por lo que los oficiales se veían obli-
gados a ir vagón por vagón rompiendo los sellos para averiguar que conte-
nían.
Solían faltar elementos para la ración del soldado (como por ejemplo,
patatas y cebollas), e incluso a veces llegó a faltar la carne, a pesar de que
todos estos alimentos se hallaban en diez o doce vagones o bien pudriéndo-
se en algún almacén cercano. Además, las conservas de carne, deshechos de
los mataderos de Chicago y Kansas, enlatados para la guerra chino-japone-
sa de 1894 y llamados vaca embalsamada por los soldados, no aguantaron
las altas temperaturas de Cuba y no pudieron consumirse.
En cierta ocasión, llegó por la mañana un enorme tren abarrotado de
carne junto a otro de quince vagones cargado de uniformes caquis que ha-
bían sido llevados a un desviadero situado a más de ciento cincuenta kiló-
metros y olvidados junto a cinco mil fusiles y su munición. Mientras tanto,
las tropas habían tenido que soportar el llevar uniformes de lana azul de los
empleados en los estados del Norte y Noroeste, e incluso algunos regimien-
tos seguirían llevando en Cuba esta ropa especial que se usaba en Alaska. En
realidad, esas tropas ino tuvieron otra clase de ropa hasta julio o agosto!
Se dio el caso inaudito de la llegada de los cañones, ruedas, cureñas,
avantrenes y demás material de artillería ligera; pero como llegaron con
varios días de retraso, durante estos días hubo que romper numerosos sellos
de carros y buscar en vano a lo largo de las vías de la estación.
En Washington el enfado era mayúsculo y el propio general en jefe del
Ejército, Nelson Miles, fue enviado para intentar poner algo en orden y a
duras penas lo consiguió. Todo esto demuestra que el Ejército norteameri-
cano carecía de una organización adecuada y de un buen Estado Mayor,
aunque la voluntad inquebrantable de sus jefes y oficiales, así como el entu-
siasmo de sus tropas, hicieran posible que se llevara adelante la expedición.
El día 3 1 de mayo, los transportes habían terminado de cargar el agua y
el carbón necesarios. Lentamente y con gran confusión, también iban car-
gando el material de guerra, las raciones, el forraje para la caballería y toda
clase de pertrechos. La primera disposición fue la de cargar raciones para
veinte mil hombres y para un período de seis meses, aunque luego se dio la
contraorden de que fuera para sólo dos meses, y finalmente se cargaron
raciones para cien mil hombres en varios transportes de reserva.
106 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

:\lmirante Sampson General 1%‘. R. Shüfter

Comodoro Winfield Scott Schle :y General John kl. Schoficld,


comandante general
de las Reservas de Voluntarios

Jefes norteamericanos de las esccladras Y de? las tropas que operan en Cuba.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 107

El embarque de pertrechos continuó hasta el día 7 de junio, y al día


siguiente se procedió al de las tropas. Si el embarque del material fue muy
lento y desordenado, el de las tropas fue aún peor. Nadie sabía absoluta-
mente nada. Ningún regimiento sabía realmente cuándo, donde y como
había que embarcar. Y por si fuera poco el embrollo y la precipitación, se
corrió el rumor -confirmado más tarde- que una vez cargado el material en
los transportes, no podrían acomodarse más que dieciocho mil hombres en
lugar de los veintisiete mil que se había pensado; por tanto, algunos regi-
mientos tendrían que permanecer forzosamente en Tampa.
Cada unidad y regimiento trataba de resolver a su manera el problema
del caos existente en la organización de la expedición. Theodore Roosevelt
describe a la perfección esta situación con su estilo personal y tan gráfico
en su Informe: Cuando nosotros marchamos para Tampa, pensé nuevamen-
te que todo estaba enmarañado y que toda la confusión no se debía a la
congestión en las vías férreas. Nos dijeron que marcháramos a determina-
da vía ferrea y que allí habría vagones esperándonos, pero, en efecto, no
había nada. El Coronel Wood y yo nos cansamos de explorar distintas vías
sin encontrar ningún tren. Finalmeme tropezamos con un tren de carros de
carbón vacíos, nos lo apropiamos y en él metimos nuestras tropas e hicimos
el viaje. Sin embargo, estoy seguro que dicho tren no estaba destinado ni
mucho menos para nosotros. Sucedió que Roosevelt tuvo que “secuestrar”
el tren a punta de revólver para que su regimiento, los Rough Riders, pudie-
ra llegar al puerto y embarcar a tiempo.
En otro lugar de su Informe, Roosevelt afirma: Finalmente el General
Shafter nos dijo a Wood y a mí que el Coronel Humphrey, Cuartelmaestre,
nos acomodaría. Nos pusimos Wood y yo a “cazar” a Humphrey, pero
nadie sabia dónde estaba. Al final pudimos casi a la vez los dos localizar-
le tras una búsqueda tenaz. Humphrey nos atendió y nos asignó el trans-
porte “YUCATÁN”. Más adelante señala: Accidentalmente me enteré que el
transporte “YUCATÁN” había sido también asignado a los Regimientos 2” y
71” de Voluntarios de Nueva York. En vista de ello, organicé una fuerte
guardia armada que rechazó a la fuerza al Segundo de Infantería y al 71 de
Nueva York de la escala del barco. Mientras tanto, reuní a todo prisa el
Regimiento y lo embarqué a la carrera mientras la guardia mantenía el
camino abierto. Una vez embarcadu nuestra gente, dejé subir elementos del
Segundo de Infantería, pero sólo pudieron acomodarse cuatro Compañías
de la Agrupación24.

u MEDEL, José A.: La Guerru Hispano-Americana. La Habana, 1929, pp.20-21; DIEKKS, Janes
Cameron: A leap to arms: the Cuban Compnign of 189S.Nueva York, 1970, pp.49-50.
108 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

Pero la odisea de Roosevelt y Wood no acabó una vez embarcaron a su


regimiento. Resultó que los caballos no pudieron ser transportados por falta
de espacio, de ahí que el Regimiento 1” de Caballería Voluntaria, formada
por excelentes jinetes (indios, cazadores de las praderas, sherifS pistoleros,
ganaderos, terratenientes, deportistas, universitarios, financieros de Wall
Street e hijos de millonarios) tuvo que ir a la guerra a pie, como unidad de
caballería “desmontada”. Se trataba de tropa de élite organizada por Theo-
dore Roosevelt para su lucimiento, especialmente equipada y tan pintores-
ca como él que, habiendo sido subsecretario de Marina, había pasado a
teniente coronel de una fuerza de Caballería.
A todos estos problemas de organización se unieron las quejas de la
Marina. Sus jefes alegaban que ellos solos estaban haciendo la guerra y que
las operaciones terrestres deberían comenzar cuanto antes para aliviar el
esfuerzo desgastador de los marinos.
Por fin, el día 9 de junio, la primera oleada de la fuerza expedicionaria
con treinta y dos transportes y dieciséis mil hombres, mas una legión de
ochenta y nueve periodistas como corresponsales de guerra (veinte eran
fotógrafos y seis dibujantes) y dos operadores de cinez5, zarpó de Tampa
hacia las costas del sur de Cuba; pero a las pocas horas, la expedición reci-
bió la orden de regresar a Tampa y refugiarse en el puerto. Resultó que jóve-
nes marinos inexpertos de dos buques de guerra, el Resolute y el Eugle, con-
fundieron una flotilla de barcos propios con la flota auxiliar del almirante
Cámara que por entonces había partido de Cádiz hacia Filipinas.
Durante seis días se buscó en vano a la llamadaflotafantasma que, por
no existir en aquellas aguas, nunca apareció. Pero el Gobierno de Washing-
ton no quería correr riesgos, ya que los mercantes viajaban sin una poderosa
escuadra que los defendiera ante un posible ataque naval español, ya que las
principales unidades de la Armada se hallaban ocupadas y comprometidas en
las acciones de bloqueo de La Habana, Santiago y otros puertos cubanos.
El 14 de junio, a las diecinueve horas, tras una semana de espera en la
que los dieciséis mil soldados tuvieron que vivir hacinados en las cubiertas
de los barcos soportando terribles temperaturas, la expedición recibió la
orden de zarpar. El convoy se componía de treinta y dos transportes de tro-
pas y material de guerra; además de dos mil doscientos noventa y cinco ani-
males entre mulos y caballos, ciento noventa y cinco vagones de varias cla-
ses y siete ambulancias. Acompañando al 5” Cuerpo de Ejército iban once
agregados militares de diversas naciones.

” También iban dos operadores de cinematógrafo con varias cámaras. Se llamaban Albert E. Smith
y Jim Blackton, pertenecientes a la empresa Vitagraph Company de Nueva York.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 109

CUADRO 3
PERSONALY MATERIALDEGUERRA
PERSONAL MATERIALDEGUERRA
Oficiales 815 Baterías ligeras de 4 cañones cada una 4
Alistados 16.072 Cañón automático Hotchkiss 1
Empleados civiles 30 Cañón automático de dinamita 1
Carreros y empacadores 272 Ametralladoras Gatling 4
Estivadores 107 Cañones de sitio 5” 4
Caiíones Howitzers de 7” 4
Total 17.296 Morteros de campaña de 8” 8

CUADRO 4
AGREGADOS MILITARES

Coronel Yermolov Rusia


Comandante Grandpe Francia
Comandante Shiba Japón
Teniente Saneyuki Japón
Capitán Werster Suecia y Noruega
Capitán Abildgard Suecia y Noruega
Cap. de corbeta Dahlgren Suecia y Noruega
Cap. de Navío I,ee Reino Unido
Conde Von Goetzen Alemania
Teniente dc Navío Von Renber Alemania
Teniente Roedler Austria-Hunda

Los buques que custodiaron el convoy fueron: Indiana, Detroit, Casti-


ne, Manning, Wasp, Eagle, Wompstock, Osseola, y los torpederos Ericsson
y Rodgers. La expedición estuvo pésimamente planeada y se realizó en
medio de un gran desorden. Ni el secretario de Defensa, Alger, ni los gene-
rales Miles o Shafter hicieron caso a las múltiples observaciones y consejos
del Departamento de Marina, que recomendó el que cada transporte del
convoy estuviera a las órdenes de un oficial de la Armada. Así, debido a que
los capitanes mercantes no tenían costumbre de navegar en forma de con-
voy, y mucho menos en intervalos de cuatrocientos metros entre uno y otro
barco, se retrasaban y solían separarse del convoy huyendo de la proximi-
dad de los otros barcos por temor a colisionar. En definitiva, cada capitán
mercante condujo su barco como le vino en gana e hizo caso omiso de las
órdenes que había recibido al zarpar de Tampa.
En la mañana del día 20, el convoy estadounidense llegó frente a San-
tiago con bastante retraso y no pocas dificultades. Los buques de transpor-
te City of Washington y Yucatán no llegaron hasta la tarde, pues desde la
110 GUJLLERMO G. CALLEJA LEAL

noche del día 18 se habían separado del convoy y habían navegado por su
cuenta, de ahí que el yate armado Wusptuvo que salir en su búsqueda y con-
ducirlos al lugar debido.

Cómo el plan de campaña norteamericano se sustituyó por el cubano

El general Shafter conferenció inmediatamente con el entonces capitán


de navío French Ensor Chadwick, jefe del Estado Mayor del almirante
Sampson. Chadwick tenía un plan de Sampson para someterlo a la consi-
deración de Shafter. A grandes rasgos, consistía en que Shafter atacaría el
Castillo del Morro y la Batería de Socapa por tierra, mientras la escuadra
con este apoyo terrestre y con sus flancos libres, entraría en el canal, lim-
piándolo de minas y torpedos; luego, una vez dentro de la bahía de Santia-
go, hundiría la escuadra española ayudando así desde allí a la toma de la
ciudad, que capitularía sin remedio.
El Plan Sampson, expuesto por Chadwick a Shafter, pudiera parecer
sencillo y efectivo, con resultados inmediatos y magníficos. No obstante,
Shafter y Sampson no conocían la topografía del terreno, ni la situación
estratégica, como tampoco el valor de las tropas españolas de la guarnición.
Por eso, aunque en un principio Shafter aceptó dicho plan, propuso a Samp-
son no hacer nada sin entrevistarse antes con el lugarteniente general del
Ejército cubano, el general Calixto GarcíaZ6.
El día 20, muy de mañana, el brigadier cubano Demetrio Castillo
Duany llegó con su Estado Mayor al Aserradero y se entrevistó con el
general Calixto García para informarle sobre la situación de las fuerzas
españolas y sus preparativos de defensa. Según el teniente Lino Dou, jefe
del Estado Mayor de Castillo, éste conocía a la perfección los alrededores
de Santiago y fue quien aconsejó a Calixto García el desembarco de las tro-
pas norteamericanas al este de la ciudad. Esta idea convenció a Calixto
García y no podemos dudar este aserto de Lino Dou, ya que el propio
lugarteniente general había escrito el día 13 de junio, en Mejía (jurisdic-
ción de Holguín), una carta al almirante Sampson que comenzaba así: Mi
opinión, conforme a la de mis subalternos que Ud. me dice, es que el Oeste
es el mejor sitio para el desembarco. En consecuencia, Calixto García

l6 El día anterior, 19 de junio, Sampson se había entrevistado con Calixto García a bordo del cru-
cero acorazado New York. En aquella entrevista, ambos hablaron sobre el plan de campaña, pero prefi-
rieron abordar nuevamente el asunto en profundidad en cuanto llegase Shafter con el 5’ Cuerpo de Ejér-
cito.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 111

marchó con SUS fuerzas sobre la parte oeste de Santiago y acampo en eJ


AserraderoL7.
El mismo día 20, a las catorce horas, el general Shafter y el almirante
Sampson, con SUS respectivos ayudantes y estados mayores, desembarcaron
en el Aserradero y se entrevistaron allí con Calixto García. En esta ocasión,
el general cubano pudo demostrar una vez más su gran talla como militar,
exponiendo a Shafter y a Sampson un nuevo plan de campana para el ata-
que y la toma de Santiago.
El plan de Calixlo García, a grandes rasgos, fue el siguiente: desembar-
car todo el 5” Cuerpo de Ejército en Daiquirí y atacar Santiago por el este,
enviar fuerzas del 5” Cuerpo por el oeste al general Rabí para completar el
cerco, e impedir al mismo tiempo la llegada de cualquier refuerzo español
proveniente del interior; y mientras, la escuadra de Sampson mantendría el
control del mar. Se trataba, pues, de un plan sencillo, sólido, trazado con el
sentido común y el aplomo del genio militar de Calixto García, así como la
seguridad que le proporcionaba el perfecto conocimiento del terreno y de
las fuerzas españolas. Sampson y Shafter quedaron impresionados y con-
vencidos de que aquel plan era el idóneo, por lo que inmediatamente se pro-
cedió a ultimar los detalles de su ejecución.
Al día siguiente, el día 21 de junio, se puso en práctica el plan de Calix-
to García de la forma siguiente:
Primero. El general Agustín Cebreco con su división mambisa, marchó al
amanecer sobre el noroeste de Santiago para tomar posiciones sobre los caminos
al interior y evitar la llegada de tropas de refuerzo españolas a Santiago de Cuba.
Segundo. Por la noche, unos cuatrocientos soldados mambises de las bri-
gadas de Bayamo y Jiguaní, a las órdenes directas del coronel Carlos Gonzá-
lez Clavel, embarcaron rumbo a Sigua, donde se hallaba la brigada de Deme-
trio Castillo Duany (quien acompañaba a González Clavel) para incorporarse
a élla y reforzarla, y luego proceder a la ocupación del poblado de Daiquirí.
Tercero. La escuadra de Sampson bombardearía toda la costa, sobre
todo Cabañas, Aguadores, Daiquirí y Siboney. Luego, una vez tomado Dai-
quirí, los cubanos desplegarían una bandera cubana para que la escuadra
suspendiera el fuego artillero.
Cuarto. AI mismo tiempo, y para confundir aún más al ejército español,
diez transportes con tropas apoyados por tres buques de guerra, deberían
efectuar un simulacro de desembarco frente a Cabañas; y mientras tanto, el
general cubano Jesús Rabí atacaría esta posición por la retaguardia.

21 CASTELLANOS G.mcíA, Gerardo: Lino DOU. Asociación Cultural Femenina, La Habana, 1944,
pp. 33-36. (folleto).
112 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

El desembarco del 5” Cuerpo de Ejército en Daiquirí y el de Shafter


en Siboney

El plan de Calixto García tuvo un éxito completo. Las fuerzas mambisas


con el brigadier Castillo Duany y el coronel González Clavel al frente avan-
zaron y tomaron Daiquirí, y su guarnición evacuó sin presentar combate.
Un hecho histórico poco conocido ocurrió en la toma de Daiquirí. Al
entrar los mambises, unas mujeres del poblado salieron a recibirlos y una de
ellas entregó al teniente Remigio Castañeda varios objetos abandonados por
los españoles, entre ellos una bandera. El teniente Castañeda, llevado por el
entusiasmo, tremoló imprudentemente aquella bandera española para que
pudieran contemplarla sus compañeros. Los norteamericanos, al divisar con
sus prismáticos la bandera, lanzaron una andanada creyendo que se trataba de
alguna fuerza española. Allí cayeron varios cubanos heridos y muertos, y
entre estos últimos, Castañeda, quien irónicamente murió cubierto por la ban-
dera que había estado combatiendo durante cuatro años y a causa de proyec-
tiles aliados**. El brigadier Castillo, ante el peligro que corrían sus tropas por
el error de la escuadra de Sampson, ordenó que inmediatamente fuera izada
la bandera cubana en lo alto de la torre del heliógrafo, que había sido abando-
nado intacto por los españoles. Acto seguido, cesó el terrible fuego naval.
Una vez ocupado Daiquirí, se inició el desembarco norteamericano con
absoluta tranquilidad y seguridad, tal como si se tratara de unas meras
maniobras en tiempo de paz. Las tropas desembarcaron por el siguiente
orden: primero, la División Lawton; segundo, la Brigada Bates; tercero, la
División de Caballería desmontada de Wheeler; cuarto, la División Kent; y
quinto, el Tercio de Caballería del coronel Rafferty.
Al caer la noche, habían desembarcado seis mil hombres; no obstante,
la operación continuó hasta el día 26, en que terminó el desembarque de
toda la artillería de campaña. El día 29, el general Shafter dejó sólo el vapor
Securanca en Daiquirí, en el que había embarcado.
El desembarco fue tan caótico como el embarque de las tropas y del
material. Las baterías de las distintas divisiones fueron desembarcadas, pero
los caballos y los mulos iban en otro transporte y las municiones en otro.
Incluso hubo un transporte que se alejó hasta doce o quince millas de la
costa, por lo que fue preciso enviar a un buque de guerra Rara “cazarlo” lite-
ralmente. Aquella enorme confusión que reinaba en el desembarco se debió
a las mismas causas del desorden que hubo en la conducción del convoy:

** MEDEL, José A.: Op. cir., p. 26.


LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 113

los transportes no estaban a las órdenes de oficiales de la Armada y los capi-


tanes mercantes actuaban por su cuenta. En fin, un desembarco desastroso;
no obstante, los norteamericanos tuvieron la suerte de contar entonces con
el apoyo de Calixto García. En efecto, si aquel desembarco caótico fue un
éxito, se debió a que miles de soldados mambisesncubrieron las espaldas a
los norteamericanos ante un posible ataque español, lo que hubiera provo-
cado un descalabro de enormes proporciones. Debe destacarse que durante
todo el desembarco las fuerzas cubanas de Castillo Duany y de González
Clavel no dejaron de hostigar a las tropas españolas para que no hicieran un
ataque en Daiquirí durante el desembarco.
El día 29, el general Shafter decidió dejar el Securunga y desembarcar
en Siboney para ponerse al frente del ejército, y se entrevistó con Calixto
García para ultimar el plan de ataque a Santiago de Cuba. Al día siguiente,
Shafter llegó a El Salado, estableciendo allí su primer Cuartel General. A
continuación, celebró un Consejo de Guerra del que formaron parte la
mayoría de los generales norteamericanos y al que asistieron además los
brigadieres cubanos Demetrio Castillo Duany y Carlos García Vélez, y tam-
bién el jefe de Estado Mayor de Calixto García, el coronel Tomás Collazo.
El día 23, la División Lawton, la primera en desembarcar en Daiquirí,
avanzó sobre Siboney a través de un pésimo camino. Se trataba de un trillo
muy malo, no sólo para los bisoños voluntarios, sino también para los vetera-
nos del ejército regular que estaban acostumbrados a las guerras indias sobre
desiertos arenosos y rocosas montañas desprovistas de vegetación. Los hom-
bres de Lawton tuvieron que marchar penosamente en columna de a dos, y
resultó imposible el empleo de franqueadores en aquellas impenetrables mani-
guas tropicales. En vanguardia marchaban las fuerzas mambisas de Castillo y
González Clavel, que tras la ocupación de Siboney, y tras un breve ataque con
las tropas españolas por la retaguardia que duró sólo unos minutos, las persi-
guieron en su repliegue hasta hallarlas nuevamente pero parapetadas y dis-
puestas a combatir en las alturas de Las GuásimasZ9. Allí se libraría la segunda
batalla terrestre entre las tropas aliadas cubano-norteamericanas y las españo-
las, tras la anterior batalla de Guantánamo, que expondremos a continuación.
Antes de proseguir con la exposición y análisis de los combates terres-
. tres que culminaron con el asedio y la capitulación de Santiago de Cuba,
veamos ahora cómo era la organización del 5” Cuerpo de Ejército que
desembarcó en Daiquirí, la del ejército cubano en la isla y la del ejército
cubano en la provincia de Santiago de Cuba.

Y En aquel breve combate, los insurrectos cubanos tuvieron veinte muertos y numerosos heridos,
mientras que las bajas españolas fueron muy inferiores.
114 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 115

CUADRO 5
ORGANIZACIÓN DEL 5" CUERPO
DE EJÉRCITO NORTEAMERICANO
William Shafter.- Mayor General de Voluntarios.
PRIMERA DIVISIÓN:
Brigadier J.F. Kent.- Jefe.

Primera Brigada.- Brigadier H.S. Hawkings.


6” Rgto. de Infantería.- Teniente coronel Egbert.
16” Rgto. de Infantería.- Coronel Theaker.
7 1” Rgto. de Voluntarios de Nueva York.- Coronel Downs.
Segunda Brigada.- Coronel E.P. Pearson.
2” Rgto. de Infantería.- Teniente coronel Whearry.
10” Rgto. de Infantería.- Teniente coronel Kellog.
21” Rgto. de Infantería.- Teniente coronel Mc. Kibbin.
Tercera Brigada.- Coronel C.A. Wikoff.
9” Rgto. de Infantería.- Teniente coronel Ewers.
13” Rgto. de Infantería.- Teniente coronel Worth.
24” Rgto. de Infantería.- Teniente Coronel Liscum.

SEGUNDA DIVISION:
Brigadier H.W. Lawton.- Jefe.

Primera Brigada.- Coronel J.J. Van Horn.


8” Rgto. de Infantería.- Comandante Conrad.
22” Rgto. de Infantería.- Teniente coronel Patterson.
2” Rgto. de Voluntarios de Massachussets- Coronel Clark.
Segunda Brigada.- Coronel E. Miles.
1” Rgto. de Infanteria. Teniente coronel Bisbee.
4“ Rgto. de Infantería.- Teniente coronel Brainbridge.
25” Rgto. de Infantería.- Teniente coronel Daggett.
Tercera Brigada.- Brigadier A.R. Chaffee.
7” Rgto. de Infantería.- Coronel Benham.
12” Rglo. de Infantería.- Teniente coronel Comba.
17” Rgto. de Infantería.- Teniente coronel Haskett.

DIVISION DE CABALLERÍA:
Mayor general ,- J. Wheeler.- Jefe.

Primera Brigada.- Brigadier S.S. Sumner.


3” Rgto. de Caballería.- Comandante Wessells.
6“ Rgto. de Caballería.- Tcnicnte coronel Carroll.
9” Rgto. de Caballería.- Teniente coronel Hamilton.
Segunda Brigada.- Brigadier S.B. Young.
lo Rgto. de Caballería.- Teniente coronel Viele.
10” Rgto. de Caballe&- Comandante Norvell.
1” Rgto. de Caballería Voluntaria (Rough Riders).- Coronel Wood.

BRIGADA INDEPENDIENTE:
Brigadier.- J.C. Bates.- Jefe.

3” Rgto. de Infantería.- Coronel Page.


20” Rgto. de Infantería.- Comandante Mc. Caskey.
I Tercio del 2” Rgto. de Caballería.- Comandante Rafferty.
116 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

CUADRO 6
ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO
DE LA REPÚBLICA DE CUBA EN ARMAS
Generalísimo.- Máximo Gómez
Lugarteniente General,- Calixto García
Seis Cuerpos de Ejército distribuidos de la forma siguiente: Primer y Segundo Cuerpo (Provin-
cia de Santiago de Cuba).- Tercer Cuerpo (Provincia de Camagüey).- Cuarto Cuerpo (Provincia de
Santa Clara).- Quinto Cuerpo (Provincia de Matanzas).- Sexto Cuerpo (Provincia de Pinar del Río).
Cada cuerpo tenía su Cuartel General y Estado Mayor. Había un Departamento de Inspección
General y un Departamento de Sanidad General para todo el Ejército cubano.
Existía además un Departamento para el envío de expediciones (llamadas jfibusteras por los
españoles) desde los Estados Unidos. Como también el Departamento de Administración Militar,
dividido en Prefecturas y sub-Prefecturas.
El estado del Ejército cubano al finalizar la guerra en 1898 era el siguiente:

Cuerpo Vivos Muertos Total

Primer Cuerpo 13.965 2.185 16.150


Segundo Cuerpo 11.731 1.569 13.306
Tercer Cuerpo 3.960 436 4.396
Cuarto Cuerpo 6.980 2.559 9.539
Quinto Cuerpo 3.531 2.398 5.935
Sexto Cuerpo 2.960 1.518 4.478

TOTAL 43.139 10.665 53.804

De las muertes, cuatro mil quinientas sesenta fueron causadas por herida de bala y seiscientas
veinte por arma blanca. Por enfermedades cinco mil doscientas setenta y las restantes doscientas
quince ocurrieron a manos españolas.
Al finalizar la guerra, en el Ejército cubano había: quince mayores generales, veintiún genera-
les de división y cincuenta y dos brigadieres.

Durante la guerra murieron:

Mayores generales 4
Generales de división 2
Brigadieres 16
Coroneles 40
Tenientes coroneles 13
Comandantes 151
Capitanes 20.5
Tenientes 203
Alféreces 241
Sargentos de primera 137
Sargentos de segunda 129
Cabos 147
Soldados 9.317

TOTAL 10.665
LA CXJERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 117

CUADRO 7
ORGANIZACIÓNDELEJÉRCITO CUBANO
EN LAPROVINCIA DE SANTIAGO DE CURA
Lugarteniente General.- Calixto García Iñiguez
Jefe de Estado Mayor.- Coronel Tomás Collazo
PRIMER CUERPO DE EJÉRCITO:
(Después de la muerte del general Antonio Maceo, no se nombró sustituto)

Primera División: General de División Pedro A. Pérez.


Segunda División: General de División Agustín Cebreco.

SEGUNDO CUERPO DE EJÉRCITO:


Mayor General Jesús Sablón Moreno (Rabí).- Jefe.

Primera División: General de División Salvador Hernández Ríos.


Segunda División: General de División Saturnino Lora.
Tercera División: General de Divisibn J.M. Capote.
Cusita División: General de División Luis de Feria’“.

cjclrcito cubano en la provincia dc Santiago de Cuba en 1898, que es el que más nos interesa, contaba con unos treinta
mll hombres divididos como vemos en dos Cuerpos de Ejército. Ambos estaban a lar órdenes del lugarteniente general del
ejército cubano, el general Calixto García Iñiguez.

La batalla de Guantánamo

La batalla de Guantánamo fue la primera que libró el Ejército de los EEUU


en suelo cubano y le proporcionó la posesión de la estratégica bahía exterior de
Guantánamo que formó parte de una operación militar que concluiría el día 25
de junio con el mencionado desembarco del 5” Cuerpo de Ejército en Daiquirí.
La bahía exterior de Guantánamo, situada a cuarenta y cinco millas al este
de Santiago de Cuba, se hallaba defendida débilmente por un fuerte y varios blo-
caos de madera construidos en el pueblo de Caimanera. Al otro lado de la bahía
se encontraba la ciudad de Guantánamo, y en sus afueras, el poblado de Santa
Catalina de Guantjnamo, donde el general Pareja tenía su cuartel general con
una guarnición de algo más de cinco mil hombres, en su mayolía voluntarios.
Los jefes de la escuadra estadounidense estaban muy preocupados por la
proximidad de la estación de los huracanes y creyeron conveniente la con-
quista de la bahía exterior al pensar que esto permitiría: refugiar sus buques
antes de que los fuertes vientos les causaran estragos, establecer una base para
carbonear y realizar pequeñas reparaciones a los barcos que hacían el bloqueo
de Guantánamo y, también, la posibilidad de establecer allí una cabeza de
playa para el desembarco del grueso de las tropas del 5” Cuerpo de Ejército.

‘(l MEDEL, José A.: Op. ch., Cuadros V, VI y VII. pp. 87-90.
118 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

En la noche del 9 de junio, el crucero Marblehead, al mando del coman-


dante Bowman McKeala, se aproximó a la costa aprovechando la oscuri-
dad. Al amanecer, el Marblehead inició un bombardeo intenso sobre las for-
tificaciones de Caimanera, obligando a las tropas españolas a replegarse de
inmediato a posiciones más seguras en el interior de la bahía y lejanas del
alcance de sus proyectiles. Por si fuera poco, hizo su aparición un acoraza-
do de primera, el Oregon, que apoyó aquel terrible bombardeoi’.
Una hora después de comenzar el combate, varias lanchas desembarca-
ron treinta hombres pertenecientes al Batallón de Marines, cuerpo especial
recién creado y entrenado para misiones arriesgadas. Tras un rápido reco-
nocimiento, los marines regresaron al Maarblehead e informaron sobre el
abandono de las fortificaciones por parte de la guarnición y su repliegue
hacia posiciones más seguras, fuera del alcance de la artillería naval.
Por la tarde apareció frente a la bahía el buque Panther, sobre cuya
cubierta iban cuatrocientos marines preparados para desembarcar. Luego,
ya entrada la tarde, se produjo el desembarco de ochocientos marines al
mando del coronel Huntington. Dicha fuerza invasora se dirigió a la sierra
del Cuzco, que domina la bahía de Guantánamo, y de forma un tanto preci-
pitada estableció su campamento en una colina, resultando ser un lugar
fácilmente abatible desde las posiciones españolas más próximas.
Al anochecer, avanzadillas españolas se aproximaron a las posiciones
enemigas y pudieron comprobar su precaria defensa. Acto seguido se pro-
dujeron continuos tiroteos en un intento inútil de desalojar a los marines.
Mientras tanto, el general Pareja se dispuso a preparar a sus tropas en Santa
Catalina para emprender un contraataque al día siguiente.
Por entonces, unos treinta buques de la armada estadounidense patrulla-
ban por las costas próximas a Santiago, donde se esperaba un próximo desem-
barco en algún lugar costero. Por ello, la guarnición, al mando del genera1
Arsenio Linares Pombo (aquel mismo día 10 logró su ascenso), compuesta
por poco más de diez mil hombres, en su mayoría pertenecientes a regimien-
tos de voluntarios, tomó posiciones en los lugares más estratégicos a lo largo
de la costa circular que rodea la ciudad y el puerto, de más de veinte kilóme-
tros. El general Linares envió emisarios al cuartel general de Santa Catalina,
con la orden tajante de resistir a toda costa el ataque de los marines.

” BACARDÍ Y MOREAU, Emilio: Crónicas cle Santiago de Cuba. Imprenta Breogán, Torrejón de
Ardoz (Madrid), 1973, 2” edición, tomo IX, p. 356.
El día 6, ambos buques habían bombardeado las fortificaciones de Caimanera. Al día siguiente, los
norteamericanos lograron cortar el cable que unía esta localidad con Santiago de Cuba, quedando inco-
municada.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 119

En la mañana del día 11, los marines incendiaron los fortines abando-
nados por las tropas españolas el día anterior. Las ropas y efectos dejados
por 10s españoles fueron quemados por temor a que estuvieran infectados,
ya que aquella fuerza desembarcada sentía verdadero pánico a las enferme-
dades tropicales, como la generalidad de los militares de los EEUU. Des-
pués del mediodía, los marines completaron el desembarco bajando a tierra
las piezas de artillería y pertrechos traídos en varios transportes.
Por la tarde se reinició la lucha. Las tropas españolas realizaron sucesi-
vos contraataques contra el campamento norteamericano y en los primeros
tiroteos cayeron muertos dos marines, que fueron los primeros muertos en
combate dc la fuerza expedicionaria estadounidense. Al caer la noche, los
españoles llegaron a lanzar cinco ataques sucesivos, pero los marines logra-
ron resistir en sus posiciones.
El domingo día 12 se reiniciaron los combates con mayor dureza. Tro-
pas españolas de refuerzo enviadas por el general Pareja desde Santa Cata-
lina sitiaron la colina y lanzaron un formidable ataque contra el campa-
mento norteamericano. Los marines tuvieron que abandonar sus posiciones
y fueron empujados hacia la Playa del Este por el incontenible avance espa-
ñol. Al anochecer, se llegó a la lucha cuerpo a cuerpo y la situación se vol-
vió desesperada para los marines. Hubieran perecido a no ser por la provi-
dencial aparición del coronel Enrique Thomas al frente de unos cien
mambises. Aquellos combatientes, conocedores a la perfección del terreno
y terriblemente eficaces en la guerra de guerrillas, emprendieron una serie
de contraataques por sorpresa que lograron salvar a los marines.
Cuando la batalla duraba ya casi cien horas de lucha encarnizada, varios
buques de guerra, entre ellos el Texas, entraron cn la bahía dispuestos a
resolver la situación comprometida de sus tropas. El cañoneo fue enorme y
obligó a los mandos españoles a tener que dar la orden de repliegue general
para ponerse a salvo del bombardeo. Por desgracia para los españoles, las
minas colocadas a la entrada de la bahía no funcionaron, pues los cascos de
los buques chocaron contra ellas y no estallaron.
Así pues, el 15 de junio, cuatro días después del desembarco de los
marines, las tropas de Caimanera se acuartelaron en Santa Catalina,
engrosando así la guarnición de Guantánamo; todos los campos y mani-
guas que rodeaban la ciudad quedaron en poder de los mambises; y en
cuanto al batallón de marines, el coronel Huntington ordenó que cavaran

” FEKNÁNDE~ DE LA REGUERA, Ricardo y MARCH, Susana: Héroes de Cuba, Planeta, Barcelona,


1981, 10” edición, p. 395. PLAZA, José Antonio: Op. cit. pp. 161-167. ,
120 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

trincheras para asegurar sus posiciones, obteniendo el dominio de la bahía


exterior de Guantánamo’*. La pequeña base de los marines se mantuvo con
-dificultad en los días sucesivos, pues a diario fue sometida a continuos
tiroteos por parte de partidas españolas que salían de Santa Catalina y de
Caimanera. Por esta razón y también por hallarse esta base muy alejada
de Santiago de Cuba, el lugar fue finalmente desechado como cabeza de
playa para el desembarco del 5” Cuerpo de Ejército, eligiéndose Daiqui-
rí33en su lugar.
Los EEUU acababan de ganar su primera batalla en Cuba y la bandera
de las barras y estrellas ondeaba por vez primera en suelo cubano, precisa-
mente no lejos de donde aún flamea en nuestros días.

Comentario a la batalla de Guantánamo

El almirante McKeala reconocería en un discurso que los cubanos ha-


bían ido a salvarlos del pánico en que se encontraban ellos desde su llega-
da, que no los dejaba respirar y que no sabía cómo agradecer en nombre del
gobierno norteamericano a los cubanos que como una bendición del cielo
llegaron en momentos precisos para evitar un desastre a las fuerzas nortea-
mericanas de desembarco34.
Las bajas por ambos bandos contendientes no fueron elevadas, pero la
batalla fue realmente de gran importancia a pesar de no ser mencionada en
la mayoría de los textos de historia y de la poca importancia que le dio Step-
hen Crane, que estuvo allí como corresponsal del World de Nueva York. En
esta primera batalla terrestre, los militares españoles y norteamericanos
tuvieron la ocasión de conocerse mejor en combate. Hasta entonces, la opi-
nión general de los estadounidenses era que los soldados españoles eran
unos pésimos tiradores; sin embargo, aunque se trataban de voluntarios, los
marines pudieron comprobar todo lo contrario en la sierra del Cuzco. En
cuanto a los militares españoles, también pudieron observar que aquellos
infantes de Marina combatian con un estilo muy peculiar y que no era otro
que el que su Ejército había aprendido en la guerra contra los pieles rojas:
tomar ventaja en cualquier árbol, roca o maleza; permanecer invisibles en
el campo de batalla y, elegir con cuidado cada blanco enemigo35.

" ALLENDESALAZAR, José Manuel: Op. cit. pp. 176-177.


u Historia de Cuba. Dirección Política de las FAR, La Habana, 1973, 3” edición, p. 498.
is BARR CHIDSEY, Donald: Op. cit. pp. 131-132.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 121

El comhate de Las Guásirnas

El 20 de junio, para dar cumplimiento al plan estratégico del general


Calixto García, fuerzas mambisas al mando del general Agustín Cebreco
comenzaron a ocupar posiciones al oeste y noroeste de Santiago de Cuba,
con el fin de interceptar cualquier tropa de refuerzo y simular ademas una
operación destinada a distraer a las fuerzas españolas.
Al día siguiente, un contingente de tropas cubanas se situaba cerca de
Guantánamo para cooperar con los marines e impedir la salida de cualquier
fuerza de Santa Catalina. Mientras tanto, otro contingente de tropas cuba-
nas formado por quinientos treinta hombres de la brigada de Demetrio Cas-
tillo Duany y de las fuerzas del coronel Carlos González Clavel, partieron
de Aserradero a bordo del buque norteamericano Leone con la misión de
emprender una operación de limpieza de las costas, desde Sagua a Daiqui-
rí y, finalmente, desembarcaron y tomaron el caserío de Daiquirí.
Como ya hemos reseñado :rntcriormente, el día 23, tras la toma de Sibo-
ney, las tropas cubanas (Ii, j .&llo y González Clavel, siempre en vanguar-
dia de la División LaI4 ’ ‘11,atacaron por la retaguardia a las tropas de Sibo-
ney, que se habían re]?’ gado y hecho fuertes en las alturas de Las Guásimas.
Allí se unieron adem. a unos trescientos hombres de la guarnición de Dai-
quirí, que también h:ll ‘lan sufrido el acoso de las mismas fuerzas mambisas.
Las Guásimas era un lugar desolado en un desfiladero con varios case-
ríos abandonados, donde se cruzaban dos caminos que conducían desde
Siboney a Santiago de Cuba. Dominado por los altos de Sevilla y por La
Redonda, tomaba su nombre de un árbol típico de la región (guásima) y
bajo, pero muy tupido de ramas y hojas, y por tanto propicio para las
emboscadas3h.
Las tropas mambisas de Castillo y González Clavel fueron detenidas en
su avance por el nutrido fuego de las fuerzas españolas parapetadas en Las
Guásimas. En ausencia de Castillo, que al mediodía había partido hacia
Siboney al ser llamado por el mayor general Wheeler, González Clavel
quedó al mando de las tropas cubanas y se limitó a sostener tiroteos sin
avanzar ante la fuerte posición de los españoles. Para evitar un posible con-
traataque, González Clavel envió a los oficiales Jesús Rabí por el flanco
derecho y a Belisario Rodríguez por la izquierda, mientras él permanecía en
el centro con el resto de las fuerzas. Los mambises mantuvieron esta posi-
ción durante toda la noche.

Tc> BARR CHIDSEY, Donald: Op. cit. p. 140.


122 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 123

Aquella misma noche del día 23, el general Linares concentró en Las
Guásimas mil quinientos hombres a las órdenes directas del general Rubín,
que se parapetaron tras trincheras y cercas de piedra; en Sevilla había ade-
más unos quinientos soldados españoles y en La Redonda otros tantos. Por
ello, con las fuerzas de Siboney y Daiquirí pudo crearse un contingente de
unos tres mil soldados. Dichas fuerzas disponían además de una batería de
cañones Krupp cal. 75.
El general Linares ordenó tender alambradas y preparó con cuidado una
emboscada. Las fuerzas españolas estaban formadas por tres compañías del
Batallón Puerto Rico al mando del comandante Alcañiz, dos compañías del
Batallón Talavera y una formada por los soldados de Daiquirí, Siboney y
Jaragua.
El plan de Linares era seguir la táctica de los mambises, esto es, atacar
por sorpresa y oponer cierta resistencia en el desfiladero de Las Guásimas
a las fuerzas invasoras para así facilitar el repliegue ordenado al grueso de
las fuerzas del ejército español hacia Santiago de Cuba. En cuanto al gene-
ral Shafter, todo parecía irle demasiado bien antes del combate del día 24:
la complicada operación de desembarco, un auténtico caos de organización,
tuvo toda clase de facilidades; y ahora, prácticamente sin lucha, sus tropas
se hallaban cerca de Santiago. De ahí que no es de extrañar que pensara en
que la victoria estaba muy cercaj7.
Una vez localizada la concentración de tropas españolas en Las Guási-
mas, los norteamericanos consideraron que sería importante batirla, lo que
resultó un error táctico.
Severo Gómez Núñez cuenta en su obra sobre la guerra de Cuba que
Wheeler se encontró en el camino de Siboney: ul titulado general Castillo
y al general Lawton, que le dieron. noticias de la presencia de los españo-
les hacia Sevilla, y sin atender las órdenes de Shafter decidió marchar
sobr-e ellaS”s. Sin embargo, las órdenes de Shafter eran muy claras: mante-
nerse en posición sobre el camino real Daiquirí-Siboney y no avanzar mien-
tras no estuviesen asegurados los abastecimientos de las tropas.
El general Wheeler, un hombre temerario e impulsivo en extremo,
decidió desobedecer a Shafter y lanzar un ataque de inmediato con la coo-
peración de las fuerzas mambisas. No obstante, González Clavel, que
había combatido el día anterior contra los españoles en Las Guásimas, se
negó a obedecer a Wheeler por haberle ordenado Calixto García que obe-

Si ALLENDES~LAZAR, José Manuel: Op. cit., pp. 177-1’78.


“i GÓMEZ NÚÑEZ, Severo (capitán de Artillería): LLL Buen-a Ilisparzo-Anlericancr. hlprellt~ del
Cuerpo de Artillería, Madrid, 1901, tomo IV.
124 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

deciera sólo al general Lawton, jefe del desembarco y en cuya división


marchaba en vanguardia. Por consiguiente, la actitud del coronel cubano
fue correcta.
Wheeler no quiso entonces esperar nuevas órdenes de Shafter, y sin
contar con las fuerzas mambisas, preparó su división para atacar al día
siguiente; y al efecto, hizo avanzar la Brigada Young por la noche hasta
Siboney, a donde llegó a medianoche. A las seis horas del día 24, Wheeler
ordenó avanzar hacia Las Guásimas por el camino real Siboney-Sevilla a la
Brigada Young con cuatro cañones ligeros y unos cuatrocientos sesenta
hombres, y al coronel Leonard Wood con los Rough Riders, cuatro cañones
ligeros y dos cañones automáticos, sobre el trillo que cruzando el valle de
Las Guásimas se une en las alturas con el camino real.
Poco después, el coronel González Clavel -se sorprendió al ver apare-
cer la vanguardia de la Brigada Young por la derecha, mientras que por la
izquierda aparecía el coronel Wood-, les proporcionó informes y guías, y
luego partió a Siboney para dar cuenta al brigadier Castillo Duany de lo
difícil y arriesgada que sería la operación de asalto a las posiciones españo-
las por parte de las tropas que había enviado WheelerZ9.
Hacia las ocho horas, dos exploradores cubanos aparecieron por el
camino. Los escuchas españoles avisaron la presencia del enemigo median-
te el consabido canto del cuco40. En ese momento, el general Rubín ordenó
la primera descarga cerrada de la fusilería española, ocasionando numero-
sos heridos y una enorme confusión en el enemigo.
El ataque español sorprendió a la unidad de voluntarios que encabeza-
ba la penetración y que se trataba de los Rough Riders, con el coronel Wood
y el teniente coronel Roosevelt al mando. Las avanzadas de ambas colum-
nas, la de Young y la de Wood, abrieron fuego casi al mismo tiempo, ini-
ciando su repliegue; sin embargo, una lluvia de disparos bien dirigidos les
hicieron retroceder. Una vez superado el factor sorpresa de la emboscada,
lucharon con gran decisión y firmeza.

w Antes de que los jefes cubanos pudieran decidir nada, SC produciría la retirada de las fuerzas
españolas y con ello el final del combate de Las Guásimas.
u, PLAZA, José Manuel: 0,~. cit. p. 181.
Tras el desembarco de los marines en Guantánamo (10 de junio), los españoles utilizaron el canto
del cuco y los ruidos de diversas aves autóctonas desconocidas por los norteamericanos para transmitir
avisos y mensajes de una posición a otra. En Las Guásimas, los norteamericanos estuvieron a punto de
descubrir esta argucia por un explorador indio cherokee. Serían los exploradores indios quienes logra-
ron descubrirla.
Entre los primeros heridos hubo un corresponsal que fue retirado por los soldados norteamericanos.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 125

La acometida norteamericana fue duramente castigada por las tropas


españolas. Estas no cejaban y SU fuego, por descargas cerradas y con preci-
sión matemática, llegó a ser tan certero y voluminoso que Wheeler, deses-
perado, tuvo que enviar emisarios a Siboney en busca de refuerzos de Law-
ton. El general Lawton envió como refuerzos al 9” de Caballería y a la
Brigada Chaffec: pero no fue necesario. Antes de que llegaran los refuerzos,
el general Rubín, siguiendo instrucciones del general Linares, ordenó la
retirada de las tropas españolas, llevándose sus muertos, heridos y bagajes.
Esta retirada inexplicable fue considerada por los norteamericanos como
parte de un plan estratégico del general Linares.
Cuenta Chidsey que dc las tropas norteamericanas que allí combatieron
(combate que considera un fracaso e inútil), los únicos no regulares fueron
los Rough Riders (su primera experiencia en combate): SU coronel Leonard
Wood, un oficial de carrera, permaneció impasible como una estatua de un
indio en una tienda de tabaco; pero el teniente coronel Teodoro Roosevelt,
saltó de un lado a otro como un niño con ganas de ir al lavabo. Otro que
sucumbió a la excitación fue el general “Fighting Joe” Wheeler” que,
cuando vio a los españoles que se retiraban, se golpeó la rodilla con el soi-
brero y grito:
-i Vamos muchachos !. iLos yankis de mierda están huyendo!42
El coronel González Clavel al frente de sus tropas y las de Castillo,
persiguió a las fuerzas españolas en su repliegue y se apoderó de muchos
equipos abandonados al producirse la retirada; no obstante, pese al acoso,
el contingente español logró llegar a Santiago de Cuba sin dificultad. En
cuanto a los soldados de Wheeler, estaban tan extenuados por el calor y el
combate que ya no podían más, por lo que no se sumaron a los mambises
en la persecución y se contentaron con la conquista de Las Guásimas,
Sevilla y La Redonda. El parte de bajas viene reflejado en el siguiente
cuadro:

J’ Joseph Wheeler, Mayor General de la División de Caballería del 5” Cuerpo de Ejército, tenía
entonces sesenta y dos años. Durante la pasada Guerra de Secesión dirigió, con el grado de coronel, la
Caballería del Ejército confederado. Medía metro y medio y pesaba sólo cuarenta y cinco kilos. Por su
valor cn los combates se ganó el apodo de “Fightilzg Joe” (Joe el Peleón). En los últimos diez años
había sido elegido senador, distinguiéndose por promover la reconciliación entre el Norte y el Sur. Fue
rescatado de su retiro y nombrado Mayor General de Voluntarios del Ejército como último movimiento
político para disipar de una vez los rencores dejados por la Guerra de Secesión y cohesionar la amalga-
ma diversa de tropas que tras la guerra formaba el Ejército Regular norteamericano.
-I’ BARR CHIDS~Y, Donald: 0~7. cil., p. 141.
126 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 127

CUADRO 8
PARTE DE BAJAS DEL COMBATE DE LAS GUÁSIMAS
Ejércitonorteamericano Ejércitoespañol

Oficiales muertos 1 3
Alistados muertos 15 7
Total muertos 16 10

Oficiales heridos 6
Alistados heridos 46
Total heridos 52 25

Total de bajas 68 35

Entre tanto se realizaban estos encuentros, el general Calixto García


embarcaba en Aserradero con tropas cubanas al mando del general Jesús
Rabí rumbo a Siboney. Tres días después, el general Shafter también
desembarcaba en Siboney para asumir el mando supremo de las operacio-
nes terrestres.

Comentario al combate de Las Guásimas

El innecesario combate de Las Guásimas fue a nuestro juicio el más inú-


til de toda la campaña militar del ejército aliado cubano-norteamericano.
Solo la impetuosidad y el ardiente deseo de combatir de Wheeler lo expli-
ca, pero en modo alguno lo justifica. Los propios historiadores norteameri-
canos afirman que fue un verdadero fracaso, ya que Wheeler no ganó abso-
lutamente nada, ni ventajas estratégicas ni tampoco unas posiciones que no
hubiera podido obtener sin combatir y sin bajas.
Por parte española, Linares se limitó a seguir la táctica de los insurrec-
tos cubanos: concentró un contingente de tropas en Las Guásimas, atacó por
sorpresa y se replegó. No obstante, resulta indiscutible que si el general
Rubín hubiera imitado la conducta del brigadier Joaquín Vara del Rey en El
Caney, el resultado hubiera sido desastroso para el ejército invasor. Las
fuerzas de Wheeler eran sólo novecientos quince hombres, mientras que los
españoles contaban con unos tres mil entre Las Guásimas, Sevilla y La
Redonda; además, las fuerzas españolas estaban perfectamente parapetadas
en posición muy ventajosa.
Aunque las tropas españolas finalmente fueron flanqueadas y vencidas
por las numerosas tropas de Lawton, hay que precisar que estos refuerzos
128 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

llegaron de Siboney en pequeños grupos y agotados, por lo que las bajas


norteamericanas hubieran sido enormes y también un golpe moral para el 5”
Cuerpo de Ejército.
Las fuerzas del general Rubín se retiraron por orden del general Lina-
res, quien dispuso que marcharan sobre Santiago: yor escalones y coy1 todas
las precauciones necesarias para rechazar cualquier ataque enemigo. Sin
embargo, la orden debió ser la de resistir en Las Guásimas por ser la posi-
ción española más firme entre Siboney y Santiago de Cuba. A partir de este
combate, las cosas serían más difíciles para los españoles, ya que sus ene-
migos se aproximaban a las posiciones escogidas por Linares para presen-
tar batalla; y también, al ceder Las Guásimas, los españoles habían ampha-
do con gran peligro la línea a defender (dado sus escasos efectivos), que se
prolongaba ahora a la izquierda para cubrir la línea de ferrocarril y los sumi-
nistros de agua a Santiago.
Chadwick tiene razón al afirmar que el mayor error del general Linares
consistió en adoptar un dispositivo que: intentaba cubrir todos los puntos
imaginables de ataque en lugar de concentrarse contra el avance de un ene-
migo que, como estaba claro, iba a atacar desde el Este4”. Aunque Linares
tenía que tomar medidas de precaución contra los mambises que infestaban la
región oriental, en los siguientes combates contra el 5” Cuerpo de Ejército -
su principal enemigo - sólo emplearía el trece por ciento de los hombres inme-
diatamente disponibles en Santiago y sus alrededores, y menos del seis por
ciento de los que tenía a su mando en su jurisdicción. En cambio, Shafter acu-
mularía contra él un ochenta y seis por ciento de sus efectivo?. Este despre-
cio de Linares al lógico principio de concentración lo pagaría muy caro,
En otro orden de cosas, veamos la situación de los mambises. González
Clavel fue acusado por Wheeler de cobarde, pero ni Cl ni los historiadores
norteamericanos han querido explicar que Wheeler desobedeció al general
Shafter al decidir por su cuenta atacar a los cubanos en Las Guásimas,
mientras que el coronel cubano se limitó a acatar las órdenes del general
Lawton, jefe de las fuerzas norteamericanas desembarcadas, por orden
expresa del general Calixto García. Además, González Clavel y Castillo
Duany aconsejaron a los norteamericanos que no combatieran en Las Guá-
simas por tratarse de una posición desfavorable, pero Wheeler no hizo caso
y su avance improvisado resultó desastroso.

13 CHADWICK, French Ensor: The Relatiuns of the United States and Spain: The Spanish-Ameritan
War: Charles Scribner’s Sons, Nueva York, 1911, val. II, p. 72.
J4 AI-RI, Julio y STAMPA, Leopoldo: Op. cit. vol. II, p. 542.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 129

Por otra parte, las relaciones entre los mambises y los norteamericanos
eran muy malas, aunque combatiesen juntos. El día 23 se produjo un grave
incidente por la insolente actitud del alto mando norteamericano, al ordenar
éste que se ocupara una casa que servía de cuartel general del brigadier
Demetrio Castillo Duany y se arriara la bandera cubana para izar la de los
EEUU. A duras penas los mambises pudieron contener su justa indignación,
llegándose a plantear la reconquista del local. Además, los mambises no
estaban contentos con que se les intentara relegar a meras labores de explo-
ración y acarreo de abastecimientos.
El ejército de Calixto García, lejos del lugar de invasión y de Santia-
go, tuvo que permanecer embarcado en dos vapores norteamericanos
durante días, esperando recibir órdenes para saltar a tierra. Calixto Gar-
cía estaba furioso por sentirse relegado en los momentos decisivos. Así
pues, los mambises no tuvieron más remedio que soportar aquel maltra-
to que consideraban humillante para poder continuar luchando junto a los
norteamericanos y evitando en lo posible que no les quitaran el protago-
nismo.

Lu decisicín de Shafter: atacar Ins nlturns de Sm Juan y El Caney

Shafter quería marchar directamente desde su cuartel general en Sibo-


ney a Santiago de Cuba. Tenía que atravesar una cordillera, lo que hizo la
expedición que combatió en Las Guásimas, y que pese a su fracaso militar
innecesario, había servido para abrir un camino. Desde un punto al norte de
Las Guásimas podía verse Santiago. Al norte de este territorio la topografía
volvía a nivelarse por un trecho y el terreno intermedio a recorrer, de más
de ocho kilómetros de largo, era ondulado y cortado por numerosos ria-
chuelos y lleno de malezas. Además, sobre casi todos los promontorios algo
elevados se erigía una casamata”s.

2. Las casamatas eran pequefios fuerres donde se agrupaban las fuerzas espafiolas y fueron un ele-
mento irnpol-tante en la guerra de Cuba. En su origen, habían sido construidas por el ejército español
como lugares de protección para las tropas. Eran cuadradas y de dos pisos: la planta baja, por lo gene-
ral de piedra, y la de arriba de madera. En algunos casos, la parte superior sobresalía por encima de la
inferior, como en los fuertes coloniales americanos: y en otros tenían los costados rectos. A menudo esta-
ban rodeadas por trincheras profundas y alambre de púa. El alambre de púa solía atarse a los árboles y
a los arbustos fuertes, y no a los postes que podía ser arrancado. Los norteamericanos carecían de tena-
zas para cortar el alambre de púa, paz- lo que les ocasionó muchos problemas.
Una pieza de artillería moderna de entonces podía destruir con facilidad una casamata espafiola. pero
el ejército norteamericano carecía de cafiones modernos (la Artillería era el Arma más abandonada del
servicio), y era invulnerable ante las pequeñas armas de fuego.
130 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

Durante la noche del 30 de junio, los centinelas de los puestos de guar-


dia de Fuerte Canosa habían dado voces de alarma. A lo largo del frente, los
movimientos de las tropas norteamericanas se hicieron incesantes y eviden-
tes. Las tropas del general Linares apenas pudieron dormir. A las seis horas
del día siguiente, 1 de julio, los soldados españoles ya habían desayunado
en sus posiciones de las trincheras, fuertes y blocaos. Los artilleros habían
hecho la última limpieza de sus cañones; y los francotiradores de mejor
puntería se habían acomodado en las copas de las palmeras, camuflados
entre sus hojas, para observar desde la altura la actividad de las fuerzas ene-
migas.
El general Linares y su Estado Mayor habían conferenciado durante toda
la noche en Fuerte Canosa, defendido por marinos de la escuadra del almi-
rante Cervera al mando del capitán de navío Joaquín Bustamante, jefe de
Estado Mayor de la escuadra de Cervera, que estuvo rccorricndo a caballo los
puestos arengando a sus hombres y recordándoles el plan de retirada y reem-
barque en caso de que dicha orden fuera cursada por Linares y Cervera.
Aquella noche, barcos norteamericanos se acercaron a las costas que
rodean la bahía por el lado de Aguadores. Su desplazamiento fue detectado
y seguido por los artilleros de las fortalezas de El Morro y La Socapa, pero
se situaron lejos del alcance de los cañones.
El general Linares, frente a los mapas del amplio frente que tenía que
defender, ignoraba cuál sería el eje del ataque enemigo. Pensó que los movi-
mientos de los barcos de Sampson podrían significar que el enemigo inten-
taba romper la defensa por la costa de Aguadores, donde fueron observados
grandes movimientos de tropas norteamericanas toda la noche. Linares dis-
ponía de dos mil hombres para reforzar las posiciones más castigadas.
Así pues, el día 1 de julio, las fuerzas norteamericanas, tras una marcha
fatigosa y complicada aún más por graves problemas logísticos (la inten-
dencia fue incapaz de seguir el avance de las tropas), se encontraron frente a
la línea defensiva española. El único eje posible para el avance contra San-
tiago era el estrecho camino de Siboney, que discurría entre una densa mani-
gua, hasta unos quinientos metros de las Lomas de San Juan (situadas entre
Siboney y Santiago, a medio camino), cuando la vegetación desaparecía casi
por completo, formándose una llanura sembrada sólo de matorrales. Al nor-
oeste de éllas, se hallaba el poblado de El Caney. El general Shafter quería
atacar El Caney y las alturas de San Juan, al considerar ambas posiciones
como obstáculos en su marcha hacia Santiago; sin embargo, El Caney no lo
era, ya que se trataba de un puesto avanzado al nordeste de la ciudad.
El día anterior, Shafter fue informado por los mambises que una fuerte
columna española al mando del coronel Escario se dirigía a marchas forza-
LA GUEKKA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 131

das desde Manzanillo a Santiago, lo que le decidió a iniciar de inmediato


los combates antes de que la guarnición se reforzara con estas tropas. Una
vez que reconoció el terreno y fue informado por 10s mambises sobre las
posiciones y fuerzas españolas, tomó las siguientes disposiciones:
Primera. La División Lawton, apoyada por la Batería de Capron, ataca-
ría El Caney al romper el alba. El general Lawton ya había estudiado el
terreno con unos binoculares y le había asegurado que podría tomar El
Caney en dos horas.
Segunda. Tan pronto como se abriera fuego contra El Caney, la División
de Caballería de Wheeler y la de Infantería de Kent, apoyadas por la Bate-
ría de Grimes, situada en el monte de El Pozo, avanzarían y se desplegarían
frente a San Juan. Al llegar al claro, la caballería atacaría por la derecha y
la infantería lo haría por la izquierda.
Tercera. Una vez tomado El Caney, Lawton volvería sobre Santiago y
ocuparía el flanco derecho de Wheeler con el apoyo de una batería, y enton-
ces las tres divisiones unidas atacarían las alturas de San Juan.
Cuarta. La Brigada Independiente dc Bates y dos baterías quedarían en
reserva. Como el mayor general Wheeler se hallaba enfermo, su División de
Caballería estaría a cargo del brigadier Sumner, con lo que el coronel Wood
pasaría a mandar la 1” Brigada de Caballería en su lugar, y el teniente coro-
nel Roosevelt quedaría al mando del Regimiento 1” de Caballería Volunta-
ria (Rough Riders).
Las fuerzas mambisas de las brigadas del Ramón de las Yaguas, perte-
necientes a Carlos González Clavel, ahora ascendido a general, ocuparon el
flanco izquierdo de la Brigada Chaffee sobre el camino de Santiago y la
finca Santo Tomás. Dichas fuerzas compuestas por cuatrocientos soldados
cubanos estaban a las órdenes de los comandantes Duany e Izaguirre, ya
que el general González Clavel se hallaba protegiendo a la Batería Grimes
con cl resto de la División Castillo, las brigadas de Jiguaní y Bayamo, y el
resto de la División del Ramón de las Yaguas.
Una vez terminada la batalla de San Juan, el general Calixto García desde
Marianaje enviara a González Clavel la orden de marchar con todas sus fuerzas
a El Caney para cooperar en la toma del poblado. Así, el general González Cla-
vel pasará a ocupar el flanco derecho de la Batería Bates e izquierdo de Chaffee.

La batalla de El Caney

La guarnición de El Caney estaba a las órdenes del brigadier Joaquín


Vara del Rey Rubio y constaba de las siguientes fuerzas: tres compañías del
132 GUILLERMO G. CAIIEJA LEAL

Regimiento Constitución”“, cuarenta y un hombres del Regimiento Cuba,


cuarenta y cinco guerrilleros y cincuenta movilizados. En total, quinientos
veintisiete hombres, de los que cuarenta ocupaban un fortín de piedra lla-
mado El Viso. Las fuerzas espaííolas carecían de ametralladoras y de arti-
llería; sin embargo, tuvieron que resistir el ataque de quince regimientos
norteamericanos con poderosa artillería y ametralladoras.
Las defensas de El Caney se reducían a El Viso y cuatro blocaos o for-
tines de madera, conectados entre sí por trincheras y alambradas. Por otra
parte, en previsión del ataque del enemigo, fueron aspilladas las casas de
mampostería y la iglesia del pueblo.
Shafter pretendía que Lawton envolviera el poblado para cortar la rctira-
da española sobre Santiago. Con este objeto, la Brigada Ludlow se situó sobre
el flanco derecho español, la Brigada Miles en el centro y la Brigada Chaffee
con los mambises sobre el flanco kquierdo, que era donde precisamente se
encontraba el fuerte de El Viso. La Brigada Bates actuaba como reserva y la
Batería Capron se situó a más de un kilómetro y medio a retaguardia de Bates
sobre el lado sudeste del poblado, apoyada por el batallón cubano del coman-
dante Vicente Castillo, perteneciente al Regimiento Maceo.
El día 1 de julio de 1898, a las seis horas, se inició el combate con el
primer cañonazo. La Batería Capron, emplazada durante la noche en el
monte de El Pozo frente a El Caney, abrió fuego y las nubes que salían de
las bocas de los cañones descubrían su posición, al tiempo que indicaban a
los españoles lo antiguas que eran sus piezas de artillería. El bombardeo
intentaba concentrarse en los blocaos de madera y las edificaciones de la
vieja iglesia del poblado; pero, unos disparos caían largos y otros cortos, y
muy pocos dentro del recinto, rodeado por trincheras y alambradas.
Al mismo tiempo, los españoles abrieron fuego sobre las avanzadas de
la Brigada Chaffee, que comprendió que el núcleo principal de la resisten-
cia era El Viso, por lo que intentó tomarlo cuanto antes. El avance de las tro-
pas norteamericanas se produjo a las siete. Oleadas de soldados, en movi-
mientos coordinados dc ataque, empezaron a disparar sus fusiles a menos
de cuatrocientos metros. Al poco rato, los norteamericanos intentaron un
avance, pero fue rechazado por el formidable fuego de los quinientos Mau-
S~Y de tiro rápido de la fusilería española, que por descargas cerradas y muy
rasantes, producían numerosas bajas. Mientras tanto, la Batería Capron no
cesaba de disparar sobre El Viso, el pueblo y las trincheras.

‘ii Por el combate de El Caney se concedió a su Bandera lu Corbata dc la Real y Milita Orden de
San Fernando.
LA CXJERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 133

El combate era desesperado. Lawton creyó haber tomado el poblado a


las ocho, pero se equivocó. Estaba frenético por aquella resistencia inespe-
rada y decidió aumentar SUataque en todo lo posible. Sin embargo, la defen-
sa de los hombres de Vara del Rey era excelente, no dejando de disparar
sobre las sucesivas oleadas de la infantería enemiga.
A las nueve se interrumpió el combate, pues los generales norteameri-
canos decidieron pedir refuerzos. Vara del Rey aprovechó este descanso
para hacer recuento de sus bajas: medio centenar entre muertos y heridos.
Pero el combate no había hecho más que comenzar.
El asalto a El Caney se reanudó a las once al llegar los refuerzos solici-
tados. La Brigada Bates entró en acción incrementando los efectivos norte-
americanos a seis mil seiscientos hombres. Al mediodía, El Caney resistía
y los bravos defensores españoles combatían heroicamente frenando el
poderoso ataque de la División Lawton. El general Linares comprendió que
Shafter, por alguna razón que desconocía, había supeditado el avance de sus
fuerzas (quince mil hombres en un frente de más de ocho kilómetros) a la
toma del fuerte de El Viso, lo que constituía un grave error estratégico.
A las trece horas, las brigadas de Miles y Bates recibieron la orden de
avanzar por el espacio que quedaba entre los generales Chaffee y Ludlow,
siendo este avance rechazado con grandes pérdidas por el terrible fuego espa-
ñol. Una hora después, la Batería Capron avanzó su posición a cerca de un
kilómetro de El Viso y su fuego se hizo ya efectivo. Las granadas Shrapuell
reventaban sobre el fuerte de piedra y las trincheras con gran efectividad.
Algunas agujereaban el techo de El Viso y traspasaban los fortines de made-
ra como si fueran de papel: sin embargo, la defensa española continuaba
enconada. El brigadier Vara del Rey, héroe de esta acción, estaba dispuesto a
morir antes de rendirse y, siguiendo la tradición de la oficialidad española en
los combates, se paseaba sable en mano entre el fuerte y las trincheras aren-
gando y alentando a sus hombres y desafiando las balas enemigas.
Hacia las quince horas, Lawton recibió la orden terminante de abandonar
El Caney y marchar sobre San Juan. Sin embargo, desobedeció a Shafter y
furioso decidió continuar el combate aún con mayor ardor; mientras, el gcne-
ral González Clavel se incorporaba con el resto de sus fuerzas”. A esa misma
hora, la artillería norteamericana, cada vez más cerca de las posiciones espa-
ñolas, comenzó a barrer los muros y las trincheras de El Caney. La infantería

” El general Lawton. que había pretendido tomar El Caney en dos horas, tardaría casi trece (once
de combate). En tales circunstancias. se vio precisado a pedir refuerzos urgentes a Calixto García y a la
Brigada Miles (2” Brigada de la División de Lawton). Los dos batallones enviados por E. Miles fueron
reforlados por batallones de Infantería cubanos enviados por Calixto García.
134 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

lanzó un fuerte ataque, llegándose al combate cuerpo a cuerpo con la bayo-


neta calada ante las alambradas. Vara del Rey, herido de bala en una pierna y
con un torniquete improvisado en el muslo, seguía arengando a sus hombres
a no retroceder un palmo de terreno ante el enemigo. De sus quinientos vein-
tisiete hombres, la mitad de ellos habían muerto o estaban malheridos.
Hacia las dieciséis treinta horas, las fuerzas de Chaffee y la División Gon-
zález Clavel, protegidas por un violento fuego de artillería, se lanzaron al asal-
to sobre El Viso, casi demolido, y las trincheras. Este avance fue detenido una
vez más y esta vez al pie del fuerte, por el terrible fuego de los Mauser, a pesar
de contar con un efectivo seis veces superior a los defensores. Vara del Rey,
ahora herido de bala en ambas piernas, siguió dirigiendo la defensa desde una
camilla llena de sangre; pero una nueva cometida tiene éxito. A las diecisiete
horas, once horas después de iniciarse el combate, cuando los españoles tenían
ya dos centenares de heridos y escasas municiones, los asaltantes, con soldados
cubanos del batallón Caonao al frente*“, coronaron por fin la altura y entraron
en El Viso en ruinas, donde hallaron siete supervivientes, diez muertos y once
heridos. En este combate falleció el heroico teniente mambí Franco.
Los españoles se retiraron lentamente sobre el pueblo combatiendo y se
hicieron fuertes en la iglesia y en las casas de mampostería. Tomado El Viso,
el fuego norteamericano se concentró sobre El Caney, siendo rechazadas las
columnas atacantes. Pero, una vez consolidada la artillería norteamericana en
El Viso, numerosos proyectiles cayeron sobre el poblado, imposibilitando
toda eficaz resistencia. En su retirada, las fuerzas invasoras tuvieron que
tomar con gran dificultad la iglesia y las casas fueron conquistadas una a una.
Entre las ruinas de El Caney vibraba el alma de los soldados españoles, des-
tacándose la figura de Vara del Rey, que se agigantaba aún más.
Sintiendo que se debilitaba, Vara del Rey hizo entrega del mando al teniente
coronel Puñet, quien con ochenta hombres organizó la retirada. El Caney fue ocu-
pado a las dieciocho cincuenta horas, marchando los cubanos siempre en van-
guardia, por lo que fueron los primeros en entrar tanto aquí como en El Viso4’.

-Ix Historia de C~bu. Dirección Política de las FAR. La Habana, 1973, p, 503. Cita la obra del capi-
tán Aníbal Escalante Beatón (c’ulixto García: su campana en el 95. La Habana, 1946) en la que dice que
Lawton tuvo que aceptar las indicaciones de Calixto García: Los consejos de nuestro jefe .son aceptados
por el general Lawton y la táctica cc seguir para el segundo ataque, había de darfruct@ros resultados.
Aquella manera de avasallarfortificaciones empleada por los mambises en Guáimaro, Tunas, Guisa J
Jiguaní, había de servir de norma u Lawton para capturar no sólo El Viso, sino tambiln el pueblo del
Caney.
” El Estado Mayor del general González Clavel se componía del teniente corone1 Ramiro Céspe-
des, jefe de Estado Mayor; el comandante Juan Mapons, jefe del Despacho; el capitán ayudante Alber-
to Plochet; tenientes ayudantes Pablo Torres y Rafael Estévez (muerto éste en acción); y los tenientes
Antonio Sagaró y José Baldoquín.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 135

La retaguardia española, compuesta por unos cien hombres al mando


del comandante Juan Puñet, defendió heroicamente los escasos supervi-
vienten que trataron de escapar, entre los que iba el propio general Vara del
Rey y un grupo de heridos montados en acémilas que tomaron por el calle-
jón que va de El Caney a San Miguel de Lajas, y de ahí a Santiago. Este
grupo daba la apariencia de tropas en retirada, y por ello, al ser descubierto
por las fuerzas cubanas y norteamericanas, éstas concentraron sobre él un
fuego certero. Vara del Rey iba en camilla y ante el fuego enemigo cayeron
muertos sus cuatro camilleros, poco después los cuatro que les sucedieron,
y la misma suerte corrieron los relevos posteriores. Finalmente, el general
Vara del Rey recibió un disparo mortal en la cabeza, y los heridos monta-
dos también murieron acribillados; entre estos últimos halló la muerte el
valeroso teniente Domínguez. Ninguno de ellos escapó con vida.
Tras la conquista de la posición española, el cadáver de Joaquín Vara del
Rey recibió todos los homenajes de admiración y respeto por parte de los
norteamericanos y cubanos. En su entierro, sus propios enemigos le tribu-
taron los más altos honores militares.
El comandante Puñet mantuvo la retaguardia con gran valor, llegando
por la noche a Santiago con menos de sesenta hombres. En El Caney los
españoles perdieron: un general, dos comandantes y cuatro tenientes muer-
tos; y cuatro capitanes y seis tenientes segundos heridos. El total de bajas
fue trescientos cinco hombres de un efectivo de cuatrocientos treinta y seis;
es decir, casi el noventa por ciento.
Por parte norteamericana: cuatro oficiales y setenta y siete alistados
muertos; y veinticinco oficiales y trescientos cincuenta y cinco alistados
heridos. DC ahí que el total de bajas fue de cuatrocientos cuarenta y siete
hombres, lo que equivalía al siete por ciento de sus tropas.
Aquel día 1 de julio de 1898, la guarnición de El Caney con el heroico
general Vara del Rey al frente, escribió una de las páginas más gloriosas de
la historia militar de España. La defensa de El Caney quedará siempre unida
a la gesta del general de brigada Joaquín Vara del Rey, muerto en combate
a los cincuenta y ocho años de edad’“.

“’ GARCíh PÉwz (Teniente Coronel): Patriu. Imprenta del Colegio de M” Cristina, Toledo. 1923, 3”
edición, p. 5 1, Joaquín Vara del Rey y Rubio nació en Ibiza el 14 de agosto de 1841. El 2 de enero de
1857 ingresó como cadete en el Colegio de Infantería. El 1 de junio de 1859 fue promovido a subtenien-
te. En 12 de agosto de 1860 ascendió a teniente. El 22 de junio de 1866 mereció el grado de capitán. En
24 de septiembre de 186X obtuvo el grado de comandante. En 30 de abril de 1871 ascendió a capitán. En
4 de agosto de 1872 obtuvo el nombramiento de teniente coronel. En 13 de enero de 1876 ascendió a
comandante. En 22 de enero de 1878 mereció el grado de coronel; en 9 de mayo de 1891 a coronel: y en
30 de junio de 1897 a general de brigada. Por su comportamiento heroico en El Caney, donde murió. obtu-
vo In cruz dc 4”clase de San Fernando, se& real orden de 19 de agosto de 1900 (D.O. núm. 180).
G. CALLEIA

. ,. “. ., ., ,, ,. ”
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 137

Comentario a la batalla de El Caney

Este combate ha sido muy discutido en términos de estrategia m.jljtar


por hallarse El Caney muy alejado de la ruta a Santiago. Sin duda, pudo ser
flanqueado por las fuerzas norteamericanas sin producirse ninguna baja.
El Caney nunca debió ser atacado a fondo, sino emplear tan sólo un re@-
miento o a lo sumo una brigada para evitar la salida de su guarnición mien-
tras se producía el ataque a San Juan. Lo que hizo Shafter fue dividir su ejér-
cito y enviar casi la mitad contra este puesto avanzado, regularmente
fortificado y no bien guarnecido. Siendo la posición eje San Juan, tenía que
haber concentrado sus fuerzas y dirigir allí todo su ataque para terminar
cuanto antes su ocupación y tener libre el camino hacia Santiago de Cuba.
Conviene que insistamos en que la toma de San Juan dejaba El Caney
aislado por completo. Fue un grave error táctico el que Lawton no hubiera
situado desde un principio los cañones de la Batería Capron a una distancia
adecuada de El Viso para batirlo con más eficacia, ya que el general Vara
del Rey carecía de artillería para responder al bombardeo”.
También Lawton debió haber cargado mucho antes y con un mayor
número de hombres. Los hombres de Chaffee y los cubanos no eran sufi-
cientes, por lo que tuvieron que ir los de Bates, apoyados unos y otros por
el resto de la división, pero nunca tan tarde. Por supuesto, ninguna fuerza
abandona las trincheras donde se siente relativamente segura bajo el fuego
de la fusilería y cañones de bajo calibre; por ello, debió haber cargado a
fondo para desalojarla. En vez de hacer esto, estuvo haciendo fuego de fusil
durante casi ocho horas, y cuando se decidió por ordenar la carga, fue el
lógico final de la resistencia de los hombres de Vara del Rey.
Al planear el ataque a San Juan y a El Caney, Shafter dispuso que las
divisiones de Wheeler y Kent, apoyadas por la Batería Grimes y las fuer-
zas mambisas de Bayamo, Jiguaní y parte de las del Ramón de las Yaguas,
a las órdenes directas de González Clavel, atacaran San Juan tan pronto
como se rompiese el fuego en El Caney. Luego, una vez tomado El Caney,
la División Lawton debería marchar sobre Santiago y situarse sobre el flan-
co derecho de Wheeler para completar el cerco, atacando la División Kent

” BARK CHIDSEY, Donald: OJI. cir., p. 145.


Chidsey afirma que la Batería Capron fue más un estorbo que una ayuda. Aun cuando fueron debi-
damente colocados los cañones, nada pudieron hacer para sacara los espaítoles de sus trincheras. Ade-
más, los norteamericanos disponían de pólvora negra anticuada, la cual producía grandes humaredas
de color blanco azulado que delataban la posición exacta de la batería. Esta desventaja de la Batería
Capron fue rápidamente aprovechada por los españoles
138 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

por el flanco derecho español y Wheeler por el centro. Así, las tres divisio-
nes unidas deberían atacar San Juan. Pero el problema ocurrió al no poder
tomar Lawton El Caney en dos horas como había asegurado a Shafter, y por
ello, fue preciso movilizar tropas sobre el flanco izquierdo español, lo que
produjo una gran confusión de unidades como veremos más adelante.

La batalla de San Juan

En San Juan tan sólo había una compañía del Regimiento Puerto Rico.
Por ello, el general Linares decidió reforzar esta tropa el día 1 con: dos com-
pañías del Regimiento Talavera y una sección de artillería Krupp cal. 75 de
fuego rápido, cincuenta artilleros para estas piezas y unos sesenta o seten-
ta voluntarios cubanos leales a la causa española pertenecientes al Cuerpo
de Bomberos de Santiago de Cuba que llegaron a las once. Conviene des-
tacar que las fuerzas españolas en las alturas de San Juan jamás tuvieron
más de cuatrocientos cincuenta hombres, antes de la llegada de los cuatro-
cientos cincuenta infantes de Marina con el capitán Bustamante al frente,
y no mil quinientos hombres como mencionan los historiadores norteame-
ricanos.
Linares tenía tropas parapetadas en posiciones elevadas del camino que
tenían que recorrer las tropas enemigas para alcanzar la base de las colinas.
Además, en el campo que llevaba a la falda de las colinas había elegantes
casas de recreo y mansiones de familias adineradas de Santiago que habían
sido fortificadas y convertidas en reductos militares llenos de trincheras,
casamatas de troncos y alambradas.
La Batería Grimes, usando la anticuada pólvora negra (lo que descubría
su posición), rompió fuego sobre San Juan hacia las seis. La sección de Arti-
llería española contestó al fuego artillero estadounidense con gran puntería,
obligando al enemigo a abandonar dos veces sus cañones y a tener que
moverlos después en distintos lugares.
Shafter no lograba comprender cómo no se producía la ocupación de El
Caney cuando la proporción de fuerzas respecto a las españolas era de diez
a uno; pero, a pesar de ello, casi a la misma hora, hizo avanzar a las divi-
siones de Kent y de Sumner desde El Pozo hacia San Juan. Sólo había una
forma de llegar al río Aguadores y a las lomas de San Juan: un camino sel-
vático sin pavimentar, al borde de la manigua y cuyo estado era un lodazal
por la lluvia incesante.
Las fuerzas de Sumner fueron las primeras en vadear el río Aguadores,
iniciando su despliegue a la izquierda de las fuerzas españolas. Al iniciarse
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 139

este despliegue, las fuerzas de González Clavel, que marchaban a vanguar-


dia de Ias de Kent, llegaron al vado, produciéndose una gran congestión de
tropas tanto en el vado y como en el camino debido a la manigua espesa
que impedía el fácil despliegue de estas tropas dispuestas también a cruzar
el río.
Los norteamericanos tuvieron entonces la fatal idea de izar un globo
cautivo de seda amarilla sobre este lugar congestionado de tropas. Dicho
globo, orgullo del Cuerpo de Señales, llevaba dos oficiales y era manejado
desde tierra por cuatro soldados. L.os españoles decidieron derribar el globo
cautivo concentrando el fuego de sus rifles y cañones; sin embargo, inme-
diatamente se dieron cuenta de que había tropas debajo el globo por los gri-
tos e insultos que proferían los soldados, de ahí que cesaran por el momen-
to en su fuego de fusil sobre este objetivo y dirigieran sus descargas,
cerradas y muy rasantes, sobre la espesa manigua, causando numerosas
bajas en aquellas lropas apiñadas en el camino y el vado, y que recibían
indefensas esta mortífera lluvia de plomo sin poderse defender. Una vez
derribado el globo, que cayó lentamente y del que salieron ilesos los dos
oficiales, el fuego artillero se unió al de los fusiles, aumentando la mortan-
dad en las filas asaltantes. Aquel fuego español resultaba mortífero, pues las
trincheras españolas estaban a distancias que variaban entre cuatrocientos
cincuenta y setecientos treinta metros del enemigo.
Ante el número de bajas, fue preciso instalar un hospital de campaña en
la ribera del Aguadores y los improvisados “cirujanos” hicieron cuanto
pudieron con el escaso material que poseían, aunque los heridos capaces de
caminar regresaron a Siboney. El caos reinaba como en Tampa y en el
desembarco, pero esta vez bajo el fuego de las armas españolas.
Mientras tanto, la batería española tuvo que cesar su fuego sobre la
manigua para poder contestar al fuego de la Batería Grimes, y así la infan-
tería norteamericana pudo avanzar con mayor libertad, comenzar el replie-
gue y disparar a su vez sobre las trincheras españolas.
Las tropas mambisas marchaban ahora a retaguardia del Regimiento 7 1
de Voluntarios de Nueva York. Los dos batallones de vanguardia de este
regimiento, con sus anticuados fusiles Springfield, que acababan de sufrir
mucho bajo el fuego español, se desorganizaron al desplegarse y cayeron de
lleno bajo*las descargas cerradas españolas, realizadas ahora a menos de
trescientos metros. Así. el Regimiento 71 de Voluntarios de Nueva York
rompió su cohesión, y aunque unos se refugiaron en la espesura de la mani-
gua cercana, la mayoría se echó cuerpo a tierra aprovechando los acciden-
tcs del terreno para protegerse. Por momentos, la situación se hizo muy
comprometida y, lo que era aún peor, aquel desorden podía extenderse en
140 GUILLERMO C. CALLEJA LEAL

las filas atacantes. No obstante, el general González Clavel, con una sereni-
dad y un valor extraordinarios, hizo avanzar a sus mambises y logró resta-
blecer la línea de fuego hasta la llegada de los refuerzos norteamericanos.
Precisamcntc por esta acción, el general Wood le felicitó efusivamente
sobre el mismo campo de batalla.
Los refuerzos norteamericanos no pudieron ser más providenciales y
consistieron en los regimientos 9, 13 y 24 de InFantería regular. Debemos
señalar con justicia que el Regimiento 71 de Voluntarios de Nueva York.
pasado el mencionado momento de indecisión, se portaría admirablemente
en el resto de la campaña. El coronel Wikoff, que mandaba la brigada, cayó
muerto inmediatamente; asumió el mando el teniente coronel Worth del 13“
de Infantería, que también murió cinco minutos después; el mando recayó
entonces en el coronel Liscum del 24” de Infantería, que pronto cayó mor-
talmente herido; y, finalmente, tomó cl mando cl teniente coronel Evans, del
9” de Infantería, quien por fin pudo restablecer la línea de fuego con gran-
des pérdidas.
En el ala izquierda, los Rough Rideus de Roosevelt y un regimiento
regular compuesto por negros, el 9” de Caballería, cargaron contra la loma
de la Caldera. Sc llamaba así porque en su cima había una gran caldera para
la caña de azúcar, contra la que sonaban los disparos que provenían de las
alturas. En esta fase de la batalla fueron llevadas las cuatro ametralladoras
Gatling, tres de ellas a cargo del teniente John H. Parker, que aterrorizaron
a los españoles pues nunca habían visto unas ametralladoras de fuego tan
rápido5?. Desalojados los españoles, los norteamericanos se quedaron detrás
de la gran caldera. Los Rough Riders de Roosevelt no recibieron la orden
de tomar la cima de la loma de San Juan. Lo que hizo Roosevelt, empu-
ñando su sable y su revólver, fue escalar la sierra un poco más tarde, ya que
ese día se estuvo moviendo por todas parteF.

52 Los norteamericanos llamaban “cojee-grinclers”lmo/irzil/us de c@) a sus ametralladoras


Gatling por su sonido característico.
ri CHIDSEY, Donald Barr: Op. cif. p. 146. CHADWICK, Frech Ensor: 017. cir. val. II, p. 81.
La batalla de San Juan se convirtió en una leyenda norteamericana. según la cual. Theodore Roose-
velt encabezó la carga contra la loma de San Juan. algo que no hizo. Tomó la Loma de la Caldera. un
excelente hecho de armas, aunque con él hubo otros oficiales que él maliciosamente no cita en su obra
The Rough Riders, la obra más leída por los norteamericanos de las muchas que se escribieron sobre el
tema y que viene a ser su visión de la campaña militar. Donald Barr Chidsey afirma que los lectores de
este best seller pensaban que este libro debería titularse “Sólo en Cuba”.
Roosevelt, ahora coronel (Leonard Wood había ascendido a brigadier) a cargo del regimiento, no
participó en la carga con la que se conquistó la cima de la loma de San Juan, sino que llegó despu& Sin
embargo, lo cierto es que jamás dijo que lo hiciera.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 141

Aquello era un verdadero infierno. Los españoles combatían en firme;


no obstante, llegaron a tiempo nuevas tropas norteamericanas: el 10” de
Caballería desmontada del Ejército Regular y el 20” de Infantería Regular.
Ante tal contrariedad, los españoles arreciaron su fuego todo cuanto pu&-
ron, pero éste era ya contestado voluminosamente por norteamericanos y
cubanos, ya que la División Wheeler, al mando del general Sumner, una vez
asaltada la loma de la Caldera, desbordaban la loma de San Juan bajo el
ejemplo de sus jefes Hawkings, Wood, González Clavel, Sumner y otros
muchos jefes de brigadas, regimientos, compañías y hasta sargentos, que
cargaron al frente de sus unidades agitando sus sombreros, apoyados por los
cañones de la Batería Grimes y las tres ametralladoras Gatling del teniente
Parker. En sólo nueve minutos, las ametralladoras vomitaron diez mil pro-
yectiles.
Este avance fue realmente imponente. Las unidades estaban muy
mezcladas. Allí los mambises, los regimientos de Infantería y los de
Caballería regular se mezclaban con los voluntarios. Aquella carga impe-
tuosa ascendía las laderas de San Juan como algo incontenible, como una
marea que subía rápidamente. Los soldados llevaban sus fusiles en la
posición de porten y las cortas bayonetas Kraggs brillaban como chispas
de luz.
Ante los disparos de las Gatling, se produjo la espontánea retirada de
jóvenes soldados españoles y los oficiales intentaron en vano detenerles.
Por su parte, los españoles veían subir aquella oleada y disparaban con
desesperación sus mausers, que chisporroteaban como un brasero agitado
por el viento. Se trataba de una lucha desigual; además, los dos cañones ya
no podían disparar por falta de munición, por lo que nada pudo contener el
avance del enemigo y es cuando se decidió una retirada ordenada de las
posiciones.
La cima fue tomada por el 10” Regimiento de Caballería desmontada,
unidad formada por negros, que al rebasar las trincheras y fuertes de San
Juan, pudieron ver las trincheras abandonadas donde quedaron muchos
heridos que no podían caminar agarrados a sus fusiles y los muertos, en su
mayoría jóvenes con apenas dieciséis anos. Aquel siniestro espectáculo
impresionó a las fuerzas que intervinieron en el asalto”‘.

” La prensa norteamericana glorificó la actuación del ahora coronel Theodore Roosevelt convir-
tiéndole en héroe nacional. Fue la responsable de que apareciera en la toma de la cima de la loma de San
Juan, aunque realmente fue obra del 10” Regimiento de Caballería desmontada. Esto le propiciaría para
llegar a ser el 26’ presidente de los Estados Unidos en 190 1. trzzs el asesinato de McKinley por un anar-
quista, aunque no la tan preciada Medalla de Honor del Congreso, máxima distinción militar al valor.
142 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

Mientras todo esto sucedía, la lucha continuaba en El Caney. Desde El


Pozo, Shafter envió una nota a Lawton sugiriéndole que no se distrajera
con esas pequeñas casuchas cuadradas y que se uniera a la fuerza princi-
pal. Pero, como explicamos, las fuerzas de Lawton estaban preparadas para
el ataque y éste decidió atacar.
El general Linares, que dirigía la acción desde el Fuerte Canosa, cayó
gravemente herido, por lo que pidió que localizasen al general Toral para
entregarle el mando dc Santiago. Murieron el coronel Vaquero y el tenien-
te coronel Lamadrid; fue herido de gravedad el comandante Arráez, ayu-
dante de Linares, y murió el capitán Antonio. Al aparecer los primeros asal-
tantes sobre la meseta de la loma, los españoles se relegaron, pero al quedar
al descubierto, cayeron de lleno bajo el terrible fuego norteamericano, pues
su línea de apoyo se hallaba a unos setecientos veinte metros de distancia
sin cubierta que los protegiera. Más de las tres cuartas partes de los supervi-
vientes cayeron allí, y los artilleros, con SLI capitán Antonio al mando,
murieron hasta el último sin rendirse al enemigo.
Cuando los norteamericanos izaron su bandera sobre las ruinas del blo-
cao, apareció en escena la guerrilla de Puerto Rico, enviada por Linares para
apoyar la retirada. Al cargar contra los asaltantes, dicha guerrilla quedó
exterminada, salvándose sólo seis o siete hombres. Los pocos supervivientes
lograron llegar a Canosa y de allí a Santiago de Cuba con grandes esfuerzos
y no pocas dificultades, ya que en su mayoría iban heridos. Una de las pie-
zas de artillería cargada a lomo de mulo logró ser rescatada, la otra quedó
encima del mulo que la llevaba al caer la pobre bestia acribillada a balazos.
Poco después, el capitán del destructor-torpedero Plutón, Joaquín Busta-
mante, con cuatrocientos cincuenta hombres de Infantería de Marina trató de
recuperar la posición perdida y esta fuerza fue rechazada con enormes pér-
didas. Cuando salió de las trincheras encabezando a caballo el valiente con-
traataque de los marinos, recibió una descarga de plomo en el abdomen”‘.
Los norteamericanos, victoriosos en el combate, tuvieron que descansar
sobre el terreno -como en Las Guásimas-, ya que estaban extenuados y no
podían avanzar más. Podemos afirmar que la batalla de San Juan terminó
sobre las quince horas, aunque el fuego de fusilería continuaría por la tarde
y toda la noche hasta la madrugada del día siguiente.
Respecto a las bajas producidas en el combate, las pérdidas cubanas no
se saben con seguridad, aunque entre El Caney y San Juan fueron numero-

” El capilán de navío Joaquín Bustamante, jefe de Estado Mayor de la escuadra de Cervera, fallc-
ció poco después en el hospital militar de Santiago de Cuba, lamentando no poder estal- junto a Cerve-
ra y su escuadra en la batalla naval que creía ya muy cercana.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA...

sas, pasando de doscientos entre muertos y heridos. Los norteamericanos


tuvieron muchas bajas en San Juan: dieciocho oficiales y ciento diecisiete
alistados muertos; sesenta y un oficiales y setecientos cuarenta y ocho alis-
tados heridos; y sesenta y ocho desaparecidos (muertos con toda seguridad,
puesto que no hubo prisioneros). Luego hubo mil doce bajas norteamerica-
nas: es decir, el ocho por ciento del total. Por otra parte, se dio el caso de un
regimiento, como el 6” de Infantería, que al desplegarse frente a San Juan
perdió trescientos veinte hombres entre muertos y heridos en unos diez
minutos, o sea una cuarta parte de su total.
Las bajas españolas fueron realmente terribles, pues los españoles perdie-
ron unos trescientos cincuenta y ocho hombres entre los cuatrocientos cincuen-
ta que tenían al inicio del combate, por lo que sólo se salvaron noventa y dos.

Comentario a la batalla de San Juan

Si los norteamericanos no hubieran tenido la idea desafortunada de lan-


zar el globo cautivo, es indudable que el combate no hubiera sido tan san-
griento y hubieran podido efectuar su despliegue con muchas menos pérdi-
das. El resultado fue una congestión enorme y una mezcla de unidades que
produjo una muerte alarmante de jefes, oficiales y alistados.
Además, si Shafter hubiera reunido todo su ejército frente a San Juan,
con el apoyo de Calixto García y las dos baterías, y hubiera atacado a
fondo, parece más que probable que hubiera podido tomar Santiago aquel
mismo día: pero no lo hizo.
Por otra parte, el combate fue conducido en realidad por los jefes de uni-
dades. A veces era un sargento quien daba órdenes, como en el caso del
heroico sargento abanderado George Berry, del 10” de Caballería, quien al
caer herido el abanderado del 3” de Infantería, cogió ambas banderas y al
frente del regimiento gritaba desesperadamente: Alinearse por Zas banderas,
muchachos, adelante como gula centro. El capitán Ayres, del 3” de Infante-
ría, se puso entonces delante del sargento Berry y con su sombrero en la
punta del sable continuó el impetuoso avance. Precisamente, esta confusión
de tropas y la falta de cohesión en el mando, fueron debidas, más que nada,
a la densa manigua que no permitías los jefes de brigadas y divisiones con-
trolar los mandos. A pesar de todo, el espíritu y la voluntad de vencer fueron
tales que la carga pudo efectuarse y como si un único jefe la dirigiera.
Otro hecho destacable es que mientras las divisiones de Kent y Sumner
estaban sin órdenes, su ala izquierda estaba “en el aire”; y, todo ello, a pesar
de que estaban siendo atacadas por disparos bien dirigidos desde las cimas
BATALLA
DE
SAN JUAN
REFERENCIAS

FLXRZAS NORTEAMERICANAS .. . . m
FUERZAS ESP..,i?OLAS -.-.- . . . . . . . . . . &
FUERZAS CTJBANAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . *
CAMUU’OS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . =
Tml,OS . . . . . . . . . . . . . . ..-................. .‘:;:;
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA 145

de las lomas por tiradores que no se dejaban ver. Los norteamericanos car-
garon contra la colina, pero no lo hicieron corriendo tras banderas flamean-
tes y espadas brillantes, tal como lo han representado tantos pintores que no
estuvieron allí. En realidad, se movieron con gran lentitud y los rifles apun-
tando hacia lo alto. Cuando la artillería española comenzó a disparar, detu-
vieron el ascenso; luego, cuando la artillería cambió la dirección de sus dis-
paros, el 10” Regimiento de Caballería desmontada logró llegara la cima de
la loma de San Juan.

Vnlorución de lu actuación de las fuerzas mamhisas

La actuación de las fuerzas mambisas del general Calixto García en los


combates terrestres, que tras la batalla naval de Santiago culminarán con la
capitulación’de dicha plaza, merece una valoración, especialmente por todo
cuanto los historiadores norteamericanos han escrito y omitido.

lo.- Iniciada la guerra, Washington decidió invadir Cuba por la parte


oriental, que era donde los españoles resultaban más débiles y los mam-
bises más fuertes. IJn oficial, el teniente Rowan, a quien la estimulante
literatura norteamericana ha glorificado como el héroe del Mensaje a
García, fue enviado a Cuba, por medio del Departamento de Expedicio-
nes cubano, a solicitar del general Calixto García la colaboración indis-
pensable.
2”.- En la batalla de Guantánamo, las tropas del coronel Enrique Tho-
mas, formadas por unos cien mambises, salvaron a los marines desembar-
cados cuando estaban a punto de perecer, el 12 de junio, en la Playa del Este.
3”.- El plan militar de Calixto García fue el adoptado y desechado el
norteamericano.
4”.- Fuerzas cubanas ocuparon Daiquirí y Siboney haciendo seguro el
desembarco del 5” Cuerpo de Ejército norteamericano.
5”.- Fueron también las fuerzas del brigadier Castillo Duany y del coro-
ncl González Clavel las que empujaron a las fuerzas españolas del general
Rubín hasta encontrarlas parapetadas en Las Guásirnas, Sevilla y La Redon-
da, sosteniendo fuego todo el día e impidiendo así el contraataque español.
6”.- Fuerzas mambisas apoyaron a las baterías de Grimes y de Capron
el 1 de julio.
7”.- En la batalla de las lomas de San Juan, fueron las fuerzas del ya
entonces general González Clavel las que condujeron por el trillo salvador
a la división de Kent, en el vado del río Aguadores.
146 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

8”.- Las fuerzas de González Clavel fueron las que restablecieron la


línea de fuego por varios minutos en el flanco izquierdo de San Juan hasta
la llegada de las tropas de refuerzo norteamericanas debido al desorden del
Regimiento 7 1” de Voluntarios de Nueva York, que además amenazaba con
extenderse.
9”.- Una vez finalizada la batalla de San Juan, estas mismas fuerzas
marcharon hasta El Caney, donde el general Lawton se encontraba comba-
tiendo al general Vara del Rey. Allí se completó la división mambisa al reu-
nirse las brigadas de Bayamo, Jiguaní y Ramón de las Yaguas, ocupando el
flanco izquierdo de Chaffee y el derecho de Bates, y cuando se dio el asal-
to final, los cubanos fueron los primeros en ocupar El Viso y el poblado de
El Caney al marchar en vanguardia.
lo“.- Las fuerzas cubanas perdieron en El Caney y en San Juan mas de
doscientos hombres entre heridos y muertos en combate: esto es, casi la
cuarta parte de sus efectivos. Si los norteamericanos tuvieron más de un
millar de bajas, proporcionalmente, las bajas cubanas fueron mayores a las
del 5” Cuerpo de Ejército de los EEUU.
ll”.- Los mambises distrajeron la atención de los españoles ocupando
todos los desfiladeros por donde Santiago se comunicaba con el interior.
Según el ilustre capitán de navío español Víctor Concas: El mismo día del
desembarco.. .quedó Santiago privado de todo recurso que recibía de su
zona de cultivo, recrudeciéndose el hambre; quedaron cortadas las comu-
nicaciones; bosques, avenidas y alturas, todo cubierto por los cubanos.. ..
Sólo una columna de refuerzo, la del coronel Escario, logró entrar en San-
tiago durante el sitio. Los insurrectos cubanos, aunque no lograron detener-
la, consiguieron retardar su marcha para que no llegara antes del día 1 de
julio, el de los combates de El Caney y San Juan.
12”.- Una vez terminados los combates del día 1 de julio, fueron los
mambises quienes construirían kilómetros de trincheras que serían ocupa-
das por las fuerzas norteamericanas. Mientras tanto, el grueso de las fuerzas
de Calixto García terminarían el cerco de Santiago de Cuba ocupando posi-
ciones estratégicas en el noroeste de la ciudad.

Desmoralización del mando norteamericano

Después de los combates de El Caney y de San Juan, el general de divi-


sión José Toral asumió inmediatamente el mando de Santiago de Cuba en
sustitución del general Linares. Pudo comprobar aliviado que el avance ene-
migo se había detenido en las cimas de las colinas de San Juan a media
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 147

tarde, y tanto él como su Estado Mayor creyeron que esto se debía a las
numerosas bajas que habían tenido los norteamericanos. Luego, recibieron
informes de que Shafter se hallaba enfermo y que ni siquiera había podido
dirigir los combates, así como que el general Wheeler y varios oficiales se
encontraban hospitalizados con fiebres tropicales.
Por la tarde, todos los efectivos españoles que habían quedado en dis-
posición de seguir combatiendo tras los intensos combates se posicionaron
en nueve fortificaciones y cientos de trincheras y alambradas; y poco más
de cinco mil hombres ocuparon posiciones defensivas en la ciudad (muchos
de ellos eran heridos que salieron de los hospitales).
Al caer la noche, todo el ejército, bajo el mando del general Toral,
quedó replegado hacia la última línea de defensa situada en torno a la ciu-
dad, a tan sólo dos kilómetros de ella. Lo primero que hizo Toral fue
supervisar las líneas defensivas que Linares había preparado y más tarde
se preocupará en ayudar al coronel Escario y a su columna de refuerzo,
rompiendo el acoso al que fue sometido a lo largo de doscientos kilóme-
tros de su heroica marcha a través de tierras que estaban bajo el control de
los mambises.
Tras la toma de San Juan y de El Caney, el ejército aliado cubano-nor-
teamericano empleó unos siete LI ocho días en terminar el cerco de Santia-
go, formando un círculo perfecto alrededor de la ciudad. La mayoría de las
fuerzas de González Clavel fueron empleadas en la labor de hacer los kiló-
metros dc trincheras necesarios y que serían ocupadas por los norteameri-
canos.
Durante estos días, Calixto García completó el cerco de la ciudad por
el norte. El mismo día 2 de julio inició una ofensiva general en el sector
oeste de Santiago, ocupando el poblado de Dos Caminos de El Cobre, la
línea de ferrocarril de San Luis a Santiago, los poblados de San Vicente,
Cuabitas (su presa suministraba el agua a la ciudad) y Boniato, las estraté-
gicas alturas de la Loma de Quintero desde las que se dominaba por com-
pleto la ciudad y, finalmente, todos los fuertes y trincheras espafiolas en los
alrededores de Yarayó hasta las aguas de la bahía y el cementerio de San-
tiago.
Por otra parte, a pesar de las derrotas de los españoles en Las Guásimas,
El Caney y San Juan, y de las acciones cubanas que completaron el cerco
de Santiago, el general Shafter se hallaba preocupado en exceso por las
enormes pérdidas que habían sufrido sus fuerzas, la inesperada resistencia
espaîiola, las enfermedades tropicales y el clima agotador. Había pedido la
rendición a Toral; sin embargo, éste había rehusado y su negativa coincidió
con la entrada de la Columna Escario en Santiago.
148 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

El día 27 de junio, la columna del coronel Federico Escario, compuesta


por tres mil setecientos hombres, partió de Manzanillo para reforzar la guar-
nición de la sitiada ciudad de Santiago de Cuba, en una marcha heroica de
doscientos kilómetros. Según el propio general Miles, esta columna sostu-
vo cerca de cuarenta combates con tropas mambisas, sufriendo la pérdida
de más de cincuenta hombres en el combate que libró frente a un contin-
gente cubano de ochocientos hombres al mando de Federico Estrada, en el
poblado de Aguacate.
Shafter, enfermo y preso de derrotismo, escribía cl día 3 de julio al alm-
rante Sampson demandando una urgente acción naval y, entre otras cosas,
le decía: Por negligencia de nuestros aliados cubanos, Pando (en realidad
se refiere al coronel Escario) con 5.000 hombres ha entrado en la ciudad,
esto casi duplica los efectivos españoles, los he conminado a rendirse y han
rehusado. Más &&nLe, añade: Mi presente situación me ha costado mil
hombres y no estoy dispuesto a perder más (. ..) Si usted fuerza su entrada
en la bahía, podremos tomar la ciudad sin mayores pérdidas de vidas.
Ese mismo día, Shafter telegrafiaba al Secretario de Guerra, Mr. Alger,
en los siguientes términos: Nosotros tenemos cercada la posición por el
Norte y por el Este, pero con unu línea muy débil. Al acercarnos, nos hemos
encontrado con que las defensas son de tal clase y tal fiierza, que ser6
imposible tomarlas por asalto con las fuerzas que dispongo. Estoy consi-
derando seriamente retirarme a unas cinco millas de mi actual posición y
tomar una nueva entre el río San Juan y Jardinero. El Secretario de Guerra
le contestó horas después recomendándole que actuara según su criterio,
pero advirtiéndole que el efecto de dicha retirada sería desastroso para la
opinión pública en los Estados Unidos.
Totalmente desmoralizado, Shafter planteó en un Consejo de Guerra el
retirarse de la lucha y pedir refuerzos a Washington. Sin embargo, su pro-
puesta de retirada fue enérgicamente rechazada por la oficialidad, por con-
siderarla peligrosa en extremo, ya que tal maniobra podría aumentar la
moral del enemigo, sembrando el desconcierto en el cuerpo expedicionario.
Ante ello, Shafter se vio obligado a presentar la renuncia, entregando el
mando a su segundo, el general Lawton. El Alto Mando norteamericano,
tras la renuncia de Shafter, se sintió hasta tal punto desorientado y desvali-
do, que la joven oficialidad llegó a proponerle al general Calixto García la
dirección de las operaciones militares.
Por otra parte, Calixto García, al notar la indecisión de Shafter, le indi-
có las ventajas de no interrumpir el ataque a Santiago, ni por el sur ni por el
este, y que él se comprometía a asaltar la ciudad desde la estratégica Loma
de Quintero.
LAGUERRAHISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 149

Comentario sobre la situación

La situación norteamericana era la siguiente: el general Shafter se halla-


ba enfermo, abatido por el calor y desmoralizado; Wheeler estaba también
enfermo; y Hawkings, herido. En tal situación, Shafter pensaba seriamente
en retirarse y, en su estado físico y mental, sumido en una profunda depre-
sión, llegó incluso a acusar de forma precipitada al general Calixto García
de haber dejado entrar al coronel Escario con su columna en Santiago de
Cubaj”.
La realidad fue que Calixto García, al saber que la Columna Escario
había partido de Manzanillo el día 27 de junio, dispuso la preparación de
dos mil hombres al mando del general Jesús Rabí para abatirla. Sin embar-
go, Shafter se negó y manifestó al brigadier Castillo Duany y al coronel
Carlos García Vélcz, enviados a su cuartel general por Calixto García, que
él no mandaría a ninguna tropa a encontrarse con el refuerzo (español), que
necesitaba a todos los cubanos con sus tropas dado que ellos eran una ayuda
valiosa para él; que no era prudente dividir las fuerzas ahora, que si el
refuerzo llegaba a Santiago él tendría treinta y un mil hombres para embo-
tellarlos en la ciudad y que él, decididamente, no movería un solo hombre
del ejército. Así, Shafter fue el único responsable de haber impedido el
envío del general Rabí con los dos mil mambises; aunque, a pesar de todo,
Calixto García ordenó a Francisco Estrada, al mando de ochocientos hom-
bres, que hostilizara a la columna de Escario todo cuanto pudiera.
Parece indudable que si Shafter se hubiera retirado hacia la costa en
espera de refuerzos, esta decisión hubiera comprometido seriamente el éxito
de la campaña militar cubano-norteamericana, ya que el efecto moral de
esta injustificada retirada hubiera sido demoledor tras haberse cosechado
tres victorias consecutivas en Las Guásimas, El Caney y San Juan. Además,

~” Hlsmia de CuDn. Dirección Política de las F.A.K. La Habana, 1973, pp. 503-504.
El general Shafter -con toda mala fe- culpó al ejercito mambí de no haber sabido detener esta colum-
na espafiola en su recorrido. Según Shafter. el general García, con cuatro o cinco mil hombrea. había sido
instruido en su deber de velar por este esfucrLo. para interceptarlo, pero por algunas razones. él había
dejado de hacer eso. y cl coronel Escario. entró en la ciudad por mi extrema derecha. cerca de la bahía.
Esta imputaci6n la recogió también Wheeler en su obra Tk Smringo Cnrrpig~7. donde sólo hace
referencia a la participación de los mambises para acusar injustamente a González Clavel de cobardía
en la acción de Las Guásimas.
Tanto Shafter como Wheeler pretendieron en todo momento desacreditar a las fuerzas cubanas,
negindolcs el papel decisivo que jugaron cn el sitio de Santiago. Su propósito era evidente: presentar al
5” Cuerpo de Ejército como el tínico artífice de la victoria sobre el ejército español. Dentro de esta pers-
pectiva tan peculiar norteamericana cabe explicarse la profunda humillación que recibieron los comba-
tientes cubanos cuando se les prohihió entrar en la ciudad de Santiago una vez producida la capitula-
cibn.
150 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

la paralización de las operaciones que recomendaba Shafter podría haber


dado a los españoles la oportunidad de organizarse y enviar a Santiago
refuerzos muy considerables; y esto, unido a la escasez de los abastecimien-
tos y las penurias del trópico, hubieran llegado a convertirse en una terrible
calamidad para las tropas norteamericanas en un sitio prolongado a la plaza.

La situación de Suntiago de Cuba

La realidad de la situación de Santiago de Cuba era desesperante, la


comida escaseaba de forma alarmante y la ración de la tropa consistía casi
exclusivamente en arrozj’. Los hospitales estaban abarrotados de heridos y
enfermos, cundía la fiebre entre las tropas en las trincheras. El agua era
mala y muy escasa, pues el acueducto de Cuabitas estaba en manos del ene-
migo y se reducía en la ciudad a la de los pozos y cisternas. Así pues, la
situación del soldado era muy mala: su ración reducida a pan de arroz y
arroz hervido, casi sin agua (de mala calidad) y con un retraso en pagas de
once meses; sin embargo, estaba dispuesto a morir antes de rendirse. A la
vista de tal situación, Toral autorizó la salida de las mujeres y niños extran-
jeros y de los no combatientes, con lo que una gran cantidad de personas
abandonaron la ciudad y marcharon a Cuabitas y El Caney.
Las defensas de la ciudad eran casi inexistentes para una plaza de su
importancia. Los gobiernos no se habían preocupado de protcgcr debida-
mente sus posesiones contra un ataque serio de un enemigo poderoso; y,
como en realidad, los mambises carecían de todo y no podían aventurarse a
tomar ciudades como ésta, sus defensas eran las siguientes:
Por el lado oeste: la Batería de Socapa, artillada con dos cañones Hon-
toria de 16 cms. y tres morteros Elorza de 21 cms.; la Batería Baja de Soca-
pa, artillada con un cañón Nordenfelt de 57 mms., cuatro cañones Hotch-
kiss de 37 mms. y una ametralladora de ll mms. Estas piezas fueron
sacadas del crucero Reina Mercedes, surto en el puerto.

Las últimas provisiones que entraron en Santiago fueron llevadas por el vapor Moner~1 el día 25
de abril y consistieron en: ciento cincuenta cabezas de ganado, ciento ochenta mil raciones de harina de
trigo, ciento cuarenta y nueve mil de garbanzos, ciento noventa y siete mil de arroz, setenta y nueve mil
de judías y noventa y seis mil de vino. Además dc esto, cl buque alemán Polarin había dejado con algu-
na anterioridad mil setecientos sacos de arroz. Si tenemos en cuenta que las tropas de la guarnición con-
sumían unas trescienlas behenta mil raciones completas al mes, en la ciudad no había comida para tnrís
que unos quince días a raci6n completa. Además, la llegada de la columna del coronel Escario el día 3,
a las quince horas, con cerca de tres mil hombres y sin convoy, pues tuvo que abandonar todo SU baya-
je e impedimenta, agravó aún más la situación.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 151

Al sur y suroeste se encontraba el Castillo del Morro, de mampostería,


muy antiguo e inútil como fortaleza ofensiva o defensiva; la Batería del
Faro, con cinco cañones de 16 cms., dos morteros de 21 cms., que eran pie-
zas de bronce y hierro y de avancarga, de muy escasa efectividad; y la Bate-
ría Punta Gorda, con dos cañones Krupp de 9 cms., dos morteros Mata de
15 cms. y dos cañones Hontoria de 16 cms. Dicha batería era interior y
dominaba la entrada y parte del puerto.
La parte este de la ciudad estaba defendida por una alambrada y diez fuer-
tes de tabla y piedra unidos entre sí por trincheras. En estas defensas se mon-
taron quince cañones de diversos calibres, la mayoría tomados de la flota.
Como estas defensas se hicieron para contener a los norteamericanos
eran muy defectuosas y sin cubierta, el emplazamiento de los cañones era
deficiente, y en general, la línea de defensa era muy débil y defendida por
tropas cansadas y enfermas.
Por otra parte, el general Shafter aunque se desmoralizó aún más al
conocer la llegada a Santiago de la columna de Escario, al conocer el desas-
tre naval de la escuadra de Cervera5* cobró nuevos ánimos y abandonó la
idea de retirarse en espera de refuerzos. Pero, a pesar de las débiles defen-
sas de la plaza, no se atrevía a lanzar sus tropas al asalto y pedía al almi-
rante Sampson que su escuadra forzara la entrada de la bahía. Sampson le
había explicado que esto lc resultaba imposible sin grandes pérdidas, por lo
que lo creía costoso e innecesario.
El día 4 de julio, Shafter envió cinco cables a la Secretaría de Guerra y
a la de Marina pidiendo de forma desesperada que se le ordenara a Samp-
son que entrara en la bahía. El último de ellos decía: La Escuadra debe de
entrar en Santiago a toda costa. Si lo hace asi, ella puede capturar la ciu-
dad y todas las fuerzas de la guarnición; si no lo hace, el país debe de pre-
pararse para esperar grandes pérdidas entre nuestras tropas. Después de
conferenciar con el Cónsul francés y con otras personas, he decidido no
bombardear la población hasta recibir refuerzos, mientras tanto continua-
re’ hostilizando la plaza desde nuestras trincheras. Yo desearía saber vues-
tra opinión”‘.

ix El día 2 de julio, a las cinco horas, ei capitán general Ramón Blanco ordenó al almirante Cerve-
ra que saliera con su escuadra a combatir contra la escuadra de Sampson, y así lo hizo Cervera a las
nueve treinta horas del día siguiente. Tratándose de un combate naval, no vamos a abordar este asunto,
tan sólo reseñar que la escuadra española fue destruida por completo en menos de cuatro horas, con un
saldo dc trcscicntos cincuenta muertos. ciento sesenta heridos y mil seiscientos setenta prisioneros;
mientras que por parte norteamericana se contabilizó un muerto y dos heridos.
” MEDEL, José A.: Op. cir. pp. 62-63.
152 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

Estos cables impresionaron a los secretarios de Guerra y de Marina, por


lo que consultaron con el Presidente. Finalmente, Long ordenó a Sampson
que se pusiera de acuerdo con Shafter, llegándose al siguiente acuerdo: los
cubanos del general Jesús Rabí tomarían la Batería Socapa y los norteame-
ricanos la del Morro; luego, con sus flancos en firme, la escuadra podría
maniobrar sin el triple peligro de las baterías a flancos y las minas y torpe-
dos al frente. Mientras tanto, se ideo un canje de prisioneros el día 5 y des-
pués bombardear la ciudad en caso de no rendirse, para así poder esperar
nuevos refuerzos que Shafter pediría con urgencia.

Comentario

Sampson actuó con gran juicio y serenidad. Forzar la entrada de la bahía


defendida por torpedos Bustamante y minas submarinas, con las baterías del
Faro y Socapa en ambos flancos, sin contar la batería interior de Punta
Gorda, era algo muy arriesgado y que supondría la pérdida de algunos bar-
cos. El canal tenía que ser barrido de minas y limpiado de los cascos del
Merrinzuc y del Reirza Mercedes, este último hundido el día 4 en el canal
por los españoles y el fuego artillero enemigo. Ante tal perspectiva, Samp-
son titubeaba y no quería perder barcos en una acción innecesaria y que sólo
la imaginación de Shafter, enfermo y decaído, había concebido como única
solución.
Toda guerra es una empresa que supone la pérdida de material mecáni-
co y de hombres. Pero cuando uno escasea y el otro abunda, lo lógico es que
se emplee el más abundante. Shafter no quería perder más hombres, había
tenido unas dos mil bajas y le quedaban aún quince mil hombres y más dc
cinco mil mambises. Sampson no había perdido ningún buque de guerra,
pero con razón no quería perder ninguno, pues tenía pocos; además, existía
la amenaza (aunque infundada) de la posible llegada de la escuadra del
almirante Cámara tan difundida por la prensa, el Gobierno español y la
prensa europea. Así pues, Sampson no podía permitirse el perder un solo
barco, mientras que Shafter podía aún perder muchos hombres. La actitud
de Sampson fue justa y meditada, mientras que la de Shafter no lo fue.

El final de la guerra: la capitulación de Santiago

Toral anunció a Shafter que, tras el canje de prisioneros, quedaría rota


la tregua acordada, a lo que Shafter le respondió: Nuestra Escuadru está
LA GUERRA HISPANO-CURANA-NORTEAMERICANA... 153
154 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

pr-anta a actuar, y, a menos que capituléis el 9, antes del mediodía, nuestros


cañones de gran calibre, bombardearán la plaza. El día 6, Toral consultó
con Blanco, y éste le propuso la entrega de Santiago, si se les aseguraba la
retirada a Holguín con armas y bagajes; en caso contrario, debería mante-
ner la plaza hasta el último hombre y el último cartucho.
Shafter comunicó a Washington la propuesta española y el Secretario de
la Guerra le contestó que la rendición sería incondicional, que destruyera al
enemigo y tomara la ciudad; y si no tenía fuerzas suficientes, en breve plazo
recibiría refuerzos. En efecto, al poco tiempo llegaba a Siboney el general
Nelson A. Miles con mil quinientos hombres, para asegurarse del cumpli-
miento de las órdenes dadas a Shafter.
Mientras tanto, en Santiago, la mayoría de los defensores apenas podían
ponerse de pie, pues a las penalidades del asedio se unían la falta de víve-
res y especialmente de medicinas, cuando la mayor parte de los soldados y
de la población civil estaban enfermos. Las trincheras estaban semidestrui-
das, donde permanecían los soldados enterrados en el barro por la lluvia
incesante. Para mayor desgracia, la ciudad quedaba a oscuras de noche y el
hedor de los cadáveres insepultos y de los caballos y animales descom-
puestos que yacían por las calles resultaba insoportable. El espectáculo era
dantesco y se temía una epidemia que agravase aún más la situación.
Los días 10 y ll, la ciudad y sus defensas fueron sometidas a un inten-
so bombardeo por mar y por tierra, que aunque causó poco daño, demostró
a los valientes defensores que estaban a merced de una flota que disponía
de cañones de largo alcance, capaces de barrer la ciudad en poco tiempo y
destruir todas las fortificaciones.
El día 12 llegó al campamento de Shafter el mayor general Nelson A.
Miles, jefe del Ejército Regular de los EEUU, que iba a Puerto Rico. Miles
venía con la orden de no relevara Shafter, a no ser que estuviera físicamente
incapacitado. Luego, inspeccionó el sitio, dejó tropas de refuerzo y partió a
la conquista de Puerto Rico.
Los días 13, 14 y 15 fueron de espera mientras el general Toral consul-
taba al Capitán General en La Habana y éste a Su Majestad en Madrid sobre
la rendición de Santiago. Finalmente, el día 16, la ciudad y provincia de
Santiago de Cuba se rindió a las tropas de 5” Cuerpo de Ejército de los
EEUU. El acta fue firmada de parte norteamericana por el general Joseph
Wheeler, el general H.W. Lawton y el teniente Miley, ayudante del general
Shafter; y por parte española, el brigadier Federico Escario (recién ascendi-
do), el comandante Ventura Fontán y Roberto Mason. Los términos de la
capitulación comprendían: la rendición de todas las fuerzas españolas de la
provincia de Santiago; el embarque de los españoles por cuenta de los nor-
LAGUERRAHISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 155

teamericanos; los oficiales conservarían sus armas, y tanto ellos como los
alistados, sus propiedades personales; las tropas marcharían fuera de la ciu-
dad con honores de guerra, depositando luego las armas donde dispusiera el
Alto Mando norteamericano.
De acuerdo con la capitulación, los norteamericanos habían hecho unos
treinta mil prisioneros con sus armas en toda la provincia, y unos ochenta
cañones (casi todos muy malos y viejos). En Santiago había unos diez mil
hombres (dos mil cien heridos y enfermos en los hospitales), más de nueve
mil mausers y unos siete mil remingtons; y las municiones consistían en un
millón y medio de cartuchos de Mauser en buen estado, y un millón de car-
tuchos de Remington.
Un día después, las fuerzas norteamericanas entraron en Fuerte Canosa.

Comentario sobre la rendición de Santiago de Cuba

Ante la caída de Santiago de Cuba surge una pregunta inevitable: ipor


qué los españoles no enviaron refuerzos? Se han dado varias interpretacio-
nes: según los agregados militares extranjeros y los informes oficiales nor-
teamericanos, se debió a un error táctico y estratégico del mando español;
y para los españoles, fue debido a la falta de víveres y a los caminos pési-
mos que había entonces. Las razones fueron realmente otras:
Primera. Los españoles disponían en Holguín un contingente de doce mil
hombres para reforzar Santiago. Al frente de estas tropas estaba el enérgico y
excelente general Luque, y procedían de Auras, Sagua de Tánamo y Mayar-í.
Sin embargo, el general Calixto García ordenó al general Luis de Feria
que con sus tres mil hombres contuviera las tropas del general Luque. Si
Luque rompía el cerco tendido por los mambises y trataba de salir por
Camagüey, Calixto García había dispuesto también una división camagüe-
yana con el general Lope Recio al frente, en Victoria de las Tunas, para
cerrarle el paso. Luis de Feria logró detener el avance de las tropas de
Luque, compuestas por mil hombres, y sus tropas de refuerzo procedentes
de Sagua y Mayarí llegaron destrozadas a Holguín tras ser derrotadas por el
general Luis Martí, que además les quitó dos cañones Krupp.
Segunda. El general Pareja tenía la orden de partir de Santa Catalina de
Guantánamo con seis mil hombres y entrar en la plaza. No obstante, el gene-
ral Pedro A. Pérez le cerró el paso con dos mil hombres y no pudo avanzar.
Tercera. En Manzanillo había seis mil hombres y de allí salió la colum-
na del coronel Escario, tres mil setecientos hombres, que fue la única que
llegó a Santiago. El general Salvador Ríos salió a su encuentro con mil
156 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL

hombres, siendo duramente derrotado por Escario; sin embargo, la colum-


na fue hostigada de continuo, sosteniendo cerca de cuarenta combates y
escaramuzas con los mambises, teniendo numerosas bajas, y que reorgani-
zarse dos veces. Los generales Francisco Estrada y Mariano Lora y cl coro-
nel Carlos Martín Poey la hostilizaron de tal forma que llegó a Santiago con
unos tres mil hombres, sin víveres y casi sin munición. Además, recorde-
mos que el general Shafter se opuso a que el general Jesús Rabí la atacara
con dos mil hombres el día 27 de junio, el día de su llegada a Santiago’“.
Por otra parte, tenemos que añadir que Toral estuvo más que justificado
al rendir la ciudad que tan heroicamente habían defendido los admirables
soldados de su guarnición. Sin embargo, también opinamos que hubo falta
de agresividad en los jefes españoles, especialmente por parte del general
Linares, en los combates de Las Guásimas y San Juan, y aún después, cuan-
do con seis u ocho mil hombres, Toral debió de haber efectuado una con-
traofensiva para, por lo menos, tratar de romper el cerco.
Por último, sólo añadir que, una vez tomada la ciudad, Shafter entró en
ella con sus jefes de divisiones y estados mayores, escoltados por un escua-
drón de Caballería Regular, tomando posesión oficial de la plaza. Paradóji-
camente, Shafter no permitió entrar en Santiago de Cuba ni al general
Calixto García, ni tampoco a los jefes y fuerzas mambisas.

Epílogo

España, tras las derrotas navales de Manila (1 de mayo) y Santiago (3


de julio), quedaba aislada de sus colonias y con sus propias costas expues-
tas al ataque de las flotas norteamericanas. La pérdida de Santiago y las
invasiones de Puerto Rico y Filipinas decidieron al Gobierno español a soli-
citar las condiciones de paz al Gobierno norteamericano. El ll de agosto se
hizo público el protocolo preliminar, que conllevaba la suspensión de las
hostilidades. En seguida empezó a tramitarse la evacuación de Cuba, exi-
gencia primordial de los vencedores. Luego, el 10 de diciembre de 1898 se
firmó el Tratado de París, que puso término definitivo a la guerra y a la
soberanía española en Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam.
El 1 de enero de 1899, el capitán general de Cuba, Jiménez Castellanos,
hizo entrega oficial de la isla, reembarcando muchos miles de soldados

“’ PORTUONDO DEL PRADO, Fernando: Historia cle CL&, 1492-1808. Editorial Pueblo y Educacih
La Habarta, 1975, p. 574: MEDEL, JosCA.: Op. cit. pp. 54-55.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 157

españoles para llevarlos de regreso a España. En España quedaba la amar-


gura y la humillación sufrida. En cuanto al Ejército, existía el sentimiento
de que había sido abandonado por los políticos que se habían negado a escu-
char las voces autorizadas que vaticinaban el desastre, teniendo que sopor-
tar, injustamente, el ser presentado como el culpable del desastre anuncia-
do. Sin embargo, a pesar de los juicios que se realizaron sobre posibles
responsabilidades, el pueblo español nunca olvidó a sus héroes y los sacri-
ficios del Ejército por la Patria.

CUADRO 9
PARTE DE BAJASDELEJÉRCITO DE LOS ESTADOS UNIDOS
OFICIALES TROPA

Muertos Muertos Muertos Muertos Muertos Muertos


en por por en por por
XCi611 heridas enfermedad acción heridas enfermedad

Ejército Kegular 24 1 51 250 114 1.524


Voluntarios . 17 3 114 188 78 3.820

TOTAL 38” 10 165 438 192 5.344

(:) Tres oîicialc~ del Ejjército Regular tuvitrm también misiones cn los Regimientos de Voluntarios, siendo desconta-
dos dcl total.

CUADRO 10
PARTE DE BAJAS DEL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA”’

Muertos Muertos Muertos Muertos


en por por fiebre por otras
acción heridas amarilla enfermedades

Generales 1
Oficiala 81 463 313 127
Soldados 704 X.164 13.000 40.000

TOTAL 786 8.627 13.313 40.127

“’ Cs\~~l;~8~ 1.~11 , Guillermo G.: “Carlos Finlay” en Hi.rtok Ih. n.’ 202. año XVIII. Madrid. febre-
ro 1993. p. 119. Los cuadros 9 y 10 fueron publicados en dicho trabajo.
158 GUILLERMOG.CALLEJALEAL

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POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS.
EL POLAVIEJISMO EN TORNO A 1898
Pablo GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA
Comandante de Sanidad (Vet.)

INTRODUCCIÓN

E
L presente estudio pretende una aproximación a un episodio de la his-
toria política española en la que una vez más un militar de alta gra-
duación acapara el protagonismo de un período histórico concreto.
Don Camilo García de Polavieja no fue un militar político al uso de los
generales de los períodos fernandino e isabelino. Se trata de un típico pro-
ducto de la restauración o, más bien, de la obra de Cánovas. No aceptó ser-
vir de cabeza en ninguno de los partidos turnistas tradicionales. Sin embar-
go, su vocación política le llevó a relacionarse con los hombres más
importantes de su época, en dramática lucha por mantener la independencia
y desarrollar su programa. En el fondo no es más que un soldado de talan-
te moderado que se deja convencer sobre la oportunidad de servir a su patria
desde un sitio distinto al que le es habitual. Y en ello, eso sí, pone el mismo
empeño que el empleado al frente de sus tropas.
El término polaviejismo hace referencia al movimiento político que, en
torno al General, se organizó y en el que participaron una serie de persona-
jes de muy variada procedencia.Tiene su origen a finales de 1896 con la lle-
gada del General a Filipinas y termina con su dimisión del Gobierno Silve-
la, a los pocos meses de su constitución el 4 de marzo de 1899.
Ni el polaviejismo -como tendencia política-, ni su inspirador -el gene-
ral Polavieja- han sido hasta ahora objeto de estudios monográficos com-
162 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

pletos. Lo cual resulta un tanto incomprensible teniendo en cuenta no solo


su importancia histórica, sino la riqueza de los archivos del General, si bien
un tanto dispersos’.

ETAPAS DEL POLAVIEJISMO

Con objeto de sistematizar el estudio de este período, podemos dividir-


lo en tres etapas sucesivas en el tiempo:
La etupa filipina.-Comprende los orígenes del movimiento y coincide
con la estancia del General en el archipiélago.
La sucesión canovista.-Caracterizada por las maniobras de una serie de
personas que pretenden una solución Polavieja a la situación creada por las
guerras coloniales.Va desde la llegada del General, procedente de Filipinas,
hasta el desastre ultramarino.
El proyecto regenerucionista.-Durante este período, el General intenta
sacar adelante su propuesta de regeneración nacional, sin ceder en sus prin-
cipios, para acabar formando parte del primer Gobierno Silvela.

La etapa filipina

En el último trimestre de 1896 España vivía pendiente de las insurrec-


ciones ultramarinas. En Cuba, el general Weyler había sustituido a Martínez
Campos en enero del 96 y se esforzaba en controlar la revuelta, para lo que
había pedido dos años de plazo. En Filipinas, el general Ramón Blanco no
conseguía dominar el reciente levantamiento, siendo el centro de numero-
sas críticas provenientes fundamentalmente de las órdenes religiosas -de
gran influencia en el archipiélago- y de la sociedad españolista. Los pro-
blemas también afectaban al partido conservador en cl Gobierno centrados
en las disidencias que personas influyentes como Francisco Silvela, mos-
traban ante la política seguida por Antonio Cánovas.
Como bien ha demostrado el profesor Andrés Gallego*, el desemburco
del general Polavieja en la escena política se debe a las inquietudes del
entonces prelado de Valladolid, Antonio María de Cascajares y Azara.

’ Para el estudio del polaviejismo hay tres libros fundamentales cuyos títulos nada dicen al respec-
to. Se trata de La política religiosa en Espada de José Andrés Gallego,Epistolari polific de Manuel
Duran i Bus de Borja de Riquer i Permanyer y La rosa dejhego de Joaquín Romero Maura.
? ANDRÉS GALLEGO, J.:La política Religiosa en España. 1899-1913. Madrid 1915.
POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 163

Con gran influencia en la corte, Monseñor Cascajares llevaba tiempo


impulsando la presencia de los católicos en la vida publica, siguiendo las
sugerencias del Papa León XIII. Fracasados sus intentos, tanto de la crea-
ción de un partido católico como sus gestiones en torno a un pacto de fami-
lia -mediante el casamiento de la entonces Princesa de Asturias con don
Jaime de Borbón, heredero de la rama carlista- el incansable Cascajares
afrontaba el último trimestre de 1896 con la idea de establecer una corrien-
te católica que, dentro del partido conservador, actuase a modo de cuna,des-
plazando a Cánovas. Esta pieza de presión, debía tener dos ramas conver-
gentes: en una de ellas se hacía imprescindible un hombre fuerte de la
derecha que no podía ser otro que Francisco Silvela y en la otra, Cascajares
veía a un general de prestigio. Habiéndolo intentado antes con Martínez
Campos y con Azcárraga3, a la sazón Ministro de la Guerra, el inquieto pre-
lado se fijó en alguien que unía a su prestigio personal, la confianza de la
Reina regente: el Jefe de su Cuarto Militar, el teniente general Marqués de
Polavieja.
Don Camilo García de Polavieja y del Castillo, tenía detrás una brillan-
te hoja de servicios iniciada desde soldado en 1858. Tan solo un ascenso, el
de teniente, le fue concedido por antigüedad: el resto le fueron otorgados
por méritos de guerra”. Su trayectoria profesional se vio marcada por la
influencia del general Martínez Campos, de quien fue ayudante de campo,
siendo aquél brigadier en La Habana en 187 1 y Polavieja capitán. Con Mar-
tínez Campos consiguió los inmediatos ascensos y a su lado luchó contra
carlistas y cantonalistas en Cataluña, Levante y Cartagena.
Pero, sin duda, los mayores éxitos profesionales los consiguió siendo ya
gcncral y en la isla de Cuba. Entre 1876 y 1882, desarrolló una excelente
campaña dominando la insurrección en las provincias de Puerto Príncipe y
Santiago de Cuba sucesivamente, realizando la última campaña,conocida
como la guerra Chiquita, siendo comandante general y gobernador civil de
Santiago, con el general Ramón Blanco como Capitán General de Cuba.
Aparte de las dotes bien probadas en el campo bélico, don Camilo
demostró una gran capacidad de diálogo y tacto político que determinó la
rendición de los principales cabecillas de la insurrección. No pasando desa-
percibido para el gobierno, fue nombrado en julio de 1890 Gobernador y
Capitán General de Cuba. Sin duda conocía el ejecutivo sus opiniones sobre
la presencia de España en el Caribe:

’ Ibídem: Op.& p. 98.


’ Un buen resumen de la hoja de servicios en Homrvmjr phtumo dediccrdo al glorioso soldado
espuño Marqcks de Polavieja, de A. Villar y Amigo. Madrid 1914.
164 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

. ..debemos en mi opinión,en vez. de querer impedir a todo trance y en


todo tiempo la independencia de Cuba, que empeño vano sería,prepararnos
para ella, permanecer en la isla sólo el tiempo que en ella rucionalmente
podamos estar y tomar las medidas convenientes pura no ser arrojados vio-
lentamente, con perjuicio de nuestros intereses y mengua de nuestra honra’.

Estas reflexiones las hacía el general en carta dirigida al Capitán Gene-


ral Blanco el 4 de junio de 1879, en los prolegómenos de la guerra Chiqui-
ta.Y desde luego denotan un talante bastante moderado.
Por ello el nuevo gobernador fue encargado de tantear el alcance de las
reformas de carácter autonómico que se pensaban aplicar a la isla. Polavie-
ja, sin variar su criterio anteriormente expuesto, estaba convencido de que
el proceso político que debía desembocar en la separación de Cuba debía
tutelarse desde la máxima autoridad de la isla. Por eso cuando desde Madrid
se redujeron las atribuciones del Gobernador Civil y Capitán General, en
beneficio de organismos locales dependientes directamente de la metrópo-
li, presentó la dimisión:

. ..la autonomia será para nosotros tabla de salvación de mús pronta y


segura muerte acompañada ahí y aquí de ruinas en la fortuna pública y en
la privada,y de deshonra para todos”.

Dimisión, por cierto, alegando motivos de salud. Su estado de salud


estaba bastante quebrantado, probablemente desde que siendo subteniente
del Batallón de Cazadores de Isabel II, en 1864, se vio aquejado presumi-
blemente de malaria o de unas fiebres palúdicas. Así lo indica el director del
hospital de La Habana al solicitar un mes de convalecencia para el subte-
niente Polavieja al Capitán General:

. ..por el estado delicado en que ha quedado de’bs fiebres intermitentes


con infarto al hígado que ha sufrido,contraídas en Santo Domingo7.

Esta referencia es importante porque, como veremos más adelante,el


recurso a su mala salud para presentar la dimisión de un determinado cargo
es utilizado por Polavieja con cierta frecuencia.

MARQUÉS DE POLAVIEJA: Relación documentada de mi política en Cuba. Madrid,1 898, p, 34.


’ Ibídem: Op.cit., p.352.
’ ARCHIVO GENERAL MILITAR DE SEGOVIA (en adclantc AGMS): Expediente General Camilo Gar-
cia de Polavieja. Sección Célebres, G-5.
POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 165

A la vuelta de Cuba, donde demostró un fino olfato político y una extra-


ordinaria capacidad moderadora, ante los dos partidos legales cubanos -el
denominado español y el autonomista-, fue nombrado Capitán General de
Burgos, Navarra y Vascongadas, a finales de noviembre de 1893. Cargo que
tan solo ejerció durante un año, pues el 2 de diciembre del 94 fue nombra-
do Jefe del Cuarto Militar de S.M. la Reina Regente.

La operación Cascajares

Nos dejamos al intrigante prelado de Valladolid preparando el asalto


católico al partido conservador, a costa de Cánovas, en el último trimestre
de 1896.
Don Antonio María, que había sido oficial de Artillería -antes que al
parecer un desengaño amoroso lo inclinara al servicio de Dios*- pensaba
que en la bélica situación en la que España se encontraba, un militar de
prestigio debía acompañar a Silvela en la maniobra de desplazamiento de
Cánovas. Esto aparte de atraer a las masas -muy proclives a sensibilizarse
ante generales victoriosos- contribuiría al agrupamiento de las distintas fac-
ciones de la derecha, desde las más extremas a las más moderadas.
Cascajares, inteligente y bien aconsejado por un buen número de influ-
yentes amigos -no todos conservadores- como Canalejas o Gamazo, sabía
que su operación no tendría éxito si Cánovascon un gran ascendente sobre
la Reina, no perdía la confianza de ésta. iCómo conseguirlo?
En aquellos momentos, octubre de 1896, el Gabinete Cánovas se
enfrentaba a dos problemas fundamentales: por una parte las dificultades
económicas generadas por los dos frentes ultramarinos requerían un
empréstito de difícil consecución; por otra, el desgaste de la guerra de Cuba.
Weyler, sin apoyos en la metrópoli que contrarrestasen las críticas ante la
opinión pública, era la gran vulnerabilidad de Cánovas.

Si Weyler sale bien y no pretende alzarse con el santo y la limosna y1o


hay nada que decir: Cánovas a perpetuidad,y es lo mejor que puede pasar-
nos.Si Cánovas con Weyler sale mal,¿qué ser-d de nosotros?El país tendrá
que optar por la República o por D. Carlos. Pura la República no hay nada
preparado; para D. Carlos está todo preparado’.

’ ANDRÉSGALLEGO,J.: Opcit., p.55.


‘) Idem: Op. ch., p. 78. Carta de Canalejas ü Adolfo Calzado de 21 de octubre de 1896.
166 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

Esta opinión de Canalejas, que sin duda conocía Cascajares, decidió a


éste, tal y como demuestra el profesor Andrés Gallego, a intentar la dimi-
sión de Cánovas, publicando un suelto, el 22 de octubre, en El Imparcial. El
artículo titulado Justicia y Patriotismo pretendía que el Presidente del Con-
sejo debía proponer la crisis al perder la confianza de la Regente. Ésta,
según el suelto inspirado por el prelado, había expresado su preocupación
por la política ultramarina.
Doña María Cristina recibió información de la operación de mano del
propio arzobispo, en carta fechada el día anterior a la publicación del artí-
culo. En ella le anunciaba los presumibles resultados, proponiendo a su can-
didato militar que entonces aún no era don Camilo.

Cánovas dejará inmediatamente el podel; pudiendo entonces MI. for-


mar el Ministerio Azcárraga-Silvela, que sería recibido con aplauso uná-
nime de todos, y único que parece podría salvar la difícil situacicín que se
atraviesa’O.

Pero a la vez era importante actuar contra Weyler. Se trataba de iniciar


una campaña, que volvería con más intensidad al año siguiente, cuya idea
fuerza consistía, en sentido figurado, en golpear a Cánovas en la cabeza del
general Weyler. Este había sustituido a Martínez Campos a propuesta del
segundo,en carta a Cánovas” de enero del mismo 96.
La campaña debía obtener dos objetivos; desprestigiar a Weyler y
potenciar al candidato Azcárraga. El Movimiento Católico, órgano de Cas-
cajares, se hacía eco el 7 de octubre de la supuesta opinión de los militares,
recogida en La Correspondencia Militar; diario ligado al partido conserva-
dor, en el sentido de que Azcárraga debía sustituir a Weyler al mando de las
fuerzas que operaban en la isla de Cuba. Era muy importante hacer creer
que el Ejército prefería al entonces ministro, cosa bastante dudosa desde
nuestro punto de vista.

Como españoles, como patriotas, como competentes ipor qué no decir-


lo? en las cuestiones propias de nuestra carrera, opinamos que el general
Azcárraga, dirigiendo las operaciones de campaña en Cuba, la guerra aca-
baría en abril próximo12.

“) Idcm: Op. ch., p. 76. Carta dc Cascajares a la Reina de 21 de octubre de 1896.


” PANDO DESPIERTO, J.: “Cartas a la Reina”, en Histor-ia16, núm. 243, junio de 1996
l2 El Movimiento Católico, 7 de octubre de 1896.
POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 167

El artículo continuaba advirtiendo que, de seguir Weyler, la guerra no


estaría terminada antes de 1898.
La operación de Cascajares se fustró, por el momento, al conseguir el
Gobierno el dinero que precisaba y probablemente porque la Reina no podía
fácilmente desprenderse de un hombre al que respetaba profundamente.
Convencido de que Cánovas no estaba dispuesto a abandonar las espe-
ranzas que tenía depositadas en los métodos de Weylcr en Cuba, el inquie-
to prelado volvió la vista del lado del Jefe del Cuarto Militar. Necesitaba un
buen general y una guerra donde ganara prestigio. Polavieja y la insurrec-
ción filipina eran su nueva baza y a ella se dedicó con ahínco.
La situación en el archipiélago era bastante alarmante. Desde que el 26
de agosto se produjo el levantamiento en la provincia de Manila, la revuel-
ta se extendía rápidamente,alcanzando a los pocos días la de Cavite. Los
insurrectos dirigidos por Emilio Aguinaldo y Andrés Bonifacio, cogieron
por sorpresa a una desorganizada defensa a la que se unía la falta de previ-
sión de su máxima autoridad, el general Ramón Blanco, marqués de Peña-
plata.
Por otra parte, Blanco había conseguido gratrjearse la enemistad de la
poderosa iglesia filipina, con el influyente arzobispo de Manila, fray Ber-
nardino de Nozaleda, a la cabeza. Según las órdenes religiosas el Capitán
General era demasiado blando con la masonería filipina, a quien achacaban
no solo el desapego de los indígenas por la iglesia católica, sino el germen
y la dirección del propio movimiento separatista. En este sentido llegaron a
acusar al propio Blanco de masón, según puede apreciarse en este oficio de
Nozaleda en el que impresiona el temple con el que el fraile elevado a la
púrpura acusa al Capitán General y Gobernador del archipiélago de perte-
necer a la secta:

Y debemos denunciar una maniobra de eficaces resultados que vemos


empleada por los seductores:es esta la de hacer creer o divulgar entre el
pueblo que la Masonería es cosa inocente y que como tal está permitida por
las autoridades. Y llegan a más toduvía en su descaro, que es asepurar, aue
las mismas autoridades, sin excluir la Superior del Archiniélano, nertene-
cen a la secta”.

" ARCHIVO GENERAL DE INDIAS (en lo sucesivo AGI). Sección Diversos. Legado Polavieja, legajo
27. El subrayado es del autor de la carta. En la primera página del documento puede leerse lo siguien-
te: Documento intrrrsante,Copia del famoso oficio dirigido por el SxArzobispo FrBernardino Nozale-
da al General D.Ramón Blrmco PI 9 de Abril de 1896 (Reservado).
168 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

Excmo. Sr D. Camilo García-Polavieja y del Castillo, Murqués de Polavicjn.


POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 169

Probablemente Blanco no fuera masón’?. Pero lo que parece evidente es


que no actuó contra la secta.Tal y como podemos comprobar en el siguien-
te escrito incautado por la policía al masón Juan Merchán.

... ahora estamos en descanso, estamos escamados por la persecución


que se nos hace por el general Echaluce, hasta que no venga el general
Blanco de Mindanao, no hacemos n.ada, pues él al menos no nos inquieta y
Izasfa nos apoya. Hay una nota en el mismo papel de otra mano que dice lo
siguiente: Se ignora la exactitud de lo que dice esta carta; pero las pala-
bras sobre Blanco, son auténticas”.
No podía tenerlo mejor el inquieto Cascajares. Blanco en el punto de
mira de la iglesia filipina y de la sociedad españolista del archipiélago.Tan
solo había que proponer a la Reina el nombre del sustituto. De todas formas
la operación para wzover la silla de Blanco se inició incluso antes de que el
Arzobispo de Valladolid pensase en Polavieja. El Movimiento Católico del
1S de septiembre se hace eco del rumor sobre la sustitución del Capitán
General de Filipinas, en base al cumplimiento del plazo máximo de perma-
nencia en el destino y apunta una serie de sustitutos entre los que no figura
Polavieja.

... el Gobierno encontrarú dificultades para designur el sucesor; pues a


heredar al Marques de Peñaplata en el mando superior de Filipinas, aspi-
ran efectivamente los generales Borrero, Seriñá, Moltcí y algún otro, y cada
uno de estos generales tiene sus defensores en el Gobierno y f2era del
mismo’“.

A finales de septiembre El Imparcial publica un telegrama de un grupo


de españoles, residentes en Filipinas, que piden la sustitución de Blanco,
calificando de insostenible la situación de la insurrección en el archipiéla-
go.En este mismo sentido se expresa Nozaleda en carta a los dominicos de
Madrid”. Es el momento esperado por Cascajares para influir en la sustitu-
ción dc Blanco por Polavieja al frente de la capitanía antillana. Sin embar-

” RBII\NA. W.: Vidu x exritos clel B~./o.ci Kirnl. Madrid, 1907. ~301.
” AGI. Sección Diversos. Legado Polavieja. legajo 37.Una carta muy similar del mismo Merchán
publicada en La C’iu&~~/ rk Dim. 45-46 (1898)Ja recoge M” Teresa Gutiérrez Rodríguez en “Antece-
dentes de la Independencia de Filipinas: La influencia dc la Masonería y de los Estados Unidos”, en
actas del congreso Antes del &srrsrw. 0n’gww.s y tr~~~ececlerztes de IU crisis rlcl 98. J. Fusi y A. Niño
(Edit). Madrid 1996.
l6 El Movimimfo Cn/ó/ico. 15 de septiembre de 1896.
’ Am~és GAI.LEGO. J.: 017. cit.. p. 127.
170 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

go el asunto no debía ser nada fácil. Pese a todo, Blanco tenía buenos apo-
yos. El más importante debía ser el de la propia Reina,quien recibía fre-
cuentes y afectuosas cartas del generall no en vano Blanco había sido pri-
mer ayudante de Alfonso XII, pasando a ocupar el cargo de Jefe del Cuarto
Militar de la Reina Regente, a la muerte del joven monarca. En cualquier
caso se trataba del relevo de un prestigioso Capitán General con una hoja de
servicios impecable, marcada por numerosos ascensos por méritos de gue-
rra. Pero lo más importante es que todo apunta a que Cánovas no veía con
buenos ojos el nombramiento de Polavieja, probablemente por los amigos
que le apoyaban; Cascajares, Nozaleda, Canalejas, los hermanos Pida1 y Sil-
vela con quien el general mantenía, desde al menos su época al frente de la
Capitanía de Cuba, una interesante correspondencia.
Al final Cascajares programó una extraña maniobra, que merece ser
estudiada con cierto detenimiento. Aprovechando la enfermedad del gene-
ral Echaluce, Segundo Cabo de la capitanía de Filipinas, consiguió de la
Reina este puesto para Don Camilo. La única posibilidad de que éste acep-
tase una vacante de evidente inferior categoría, es que contase con la pro-
mesa de ocupar al poco de llegar a Manila el puesto correspondiente a la
máxima autoridad.
El intrigante prelado, en cuyos planes era fundamental ver pronto a
Polavieja al mando del archipiélago, confiaba en que una adecuada campa-
ña de prensa contra Blanco, unida a las presiones de personas influyentes
tanto de las islas como de la corte, obligarían a Cánovas a plegarse a sus
deseos forzando el cese de Blanco, o bien que éste, no soportando la pre-
sión de la opinión publica hábilmente dirigida, presentase la dimisión.
El nombramiento de Segundo Cabo se publicó el 22 de octubre de 1896,
especificando que se destinaba al general en calidad de comisión de servi-
cios, conservando el cargo de Jefe del Cuarto Militar de S.M. De esta forma,
por una parte no descendía de categoría y por otra dejaba la puerta entrea-
bierta, por si las cosas no salían como el prelado pretendía. Podemos dedu-
cir estas suspicacias de Polavieja, gracias a un documento que se conserva
en el Archivo de Indias’” y que recoge una serie de mensa.jes con su corres-
pondiente frase críptica, de modo que únicamente el transmisor y el recep-
tor podían conocer el significado del mensaje enviado por telégrafo. Esta
clave20 fue elaborada entre Polavieja y probablemente el general Azcárraga,

Ix PANDO DESPIERTO, J.: Arr. cit.


l9 AGI. Sección Diversos. Legado Polavieja, legajo 26.
z0 GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA, P.: “Las claves cifradas del general Polavieja en Filipinas”, en
VII Jornadas Nacionales de Historia Militar. Sevilla, 5-9 de mayo de 1997. Actas en prensa.
POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 171

antes de salir aquél para Filipinas, recogiendo todas las posibles informa-
ciones que pensaron podrían tener que transmitirse.
En lo referente a la postura de Blanco, ambos interlocutores, por medio
de las claves, pensaban más en la negativa de Blanco a marcharse que en el
caso contrario. Así encontramos seis posibilidades distintas de expresar lo
primero frente a tan solo dos posibles referencias a la salida de Blanco hacia
la.metrópoli.
Por ejemplo, si Blanco no cedía y persistía en quedarse, Polavieja podía
trasmitir lo siguiente:

He hablado con el Gral. Blanco y está resuelto a permanecer aqui,y mi


impresión es, que el choque es inevitable y quizás mi inmediato regreso de
continuar así las cosas.

En caso de que se cumpliese lo previsto se transmitiría en clave lo


siguiente:

Mándame agua Mondar&.

Que una vez traducida, mediante la clave pactada, quería decir:

Gral. Blanco se resigna y presenta su dimisión.

Probablemente un tanto preocupado, marcha Polavieja a Filipinas con


todo un auténtico Estado Mayor: tres generales -de la categoría de Zappi-
no, Galbis y Lachambre-, cinco coroneles, dos tenientes coroneles, diez
capitanes además de los ayudantes y otros oficiales a sus órdenes. El séqui-
to lo completaban dos médicos. Demasiado para atender las misiones de un
segundo cabo de capitanía.
Entre las numerosas personas que se acercan a la estación a despedir al
general que marcha a Barcelona para embarcarse en el vapor Alfonso XIII,
merece la pena destacar I: el duque de Medina Sidonia, jefe superior de
Palacio, en nombre de la Reina Regente; el duque de Sotomayor, mayordo-
mo mayor de S.M.; los ministros de la Guerra y de Marina; el director gene-
ral de Hacienda de Ultramar en representación del Sr. Castellano; el gene-
ral Primo de Rivera, comandante general del Primer Cuerpo de Ejército; el
capitán general Martínez Campos; el obispo de Sión; los señores Silvela,
Canalejas y Villaverde2’. Quién le diría al general que con el tiempo este
172 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

último sería el causante inmediato del fracaso de su proyecto regeneracio-


nista y el final de sus esperanzas políticas.
En general podemos decir que el nombramiento de Polavieja como
segundo cabo fue muy bien recibido por la prensa con rara unanimidad.
Algunos insinuaban la posibilidad de que no pasaría mucho tiempo antes de
que el general se hiciera cargo del poder general en el archipiélago. Como
es lógico el más explícito es El Movimiento Católico. Quien, como vimos,
un mes antes no lo incluía entre los posibles sustitutos de Blanco termina la
información muy favorable a Polavicja con la siguiente coletilla:

Suponemos que no estará muchos días a las órdenes del general Blanco?

A partir del nombramiento, se inicia la campaña de prensa,en la que se


aprecia perfectamente una evolución que va desde el elogio a Polavieja y la
insinuación de la sustitución de Blanco, hasta el ataque directo a éste, para
terminar a los pocos días de llegar Polavieja a Manila con un auténtico cla-
mor pro relevo que sirvió, de rebote, para censurar duramente a Cánovas.
Como era de esperar, en esta campaña en la que vemos a La Corres-
pondencia de España, El Imparcial, El Heraldo, incluso en algunos aspec-
tos a La Época, es el órgano de Cascajares, El Movimiento Católico, quien
de una manera sistemática encara la campaña contra Blanco y a favor de
Polavieja. Así, tan solo a seis días del nombramiento, decía lo siguiente:

... en tanto se realiza este relevo(e1 de Blanco por Polavieja), no puede


haber tranquilidad en la población pac$ca de Filipinas porque falta lo
principal,que es confianza en la autoridad superior”.

Por otra parte el ambiente que se respiraba en Filipinas era claramente


favorable a Polavieja. De modo que al hacer escala en Singapur el vapor
Alfonso XIII, recibe una carta de un antiguo oficial y viejo amigo:

Con satisfacción inmensa supe de su destino en estas islas,si aparente-


mente de segundo cabo,en realidad con el mando superior de las mismas,}]
si yo he tenido tal satisfacción,ha sido no menor la de los espanoles aquí
residentes ansiosos todos de un general que salve la difícil situación políti-
ca y militar del archipiélago.

1z El Movimiento Cntólirn, 22 de octubre de 1896.


n El Movimiento Católico, 28 de octubre de 1896.
POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 173

En otra recibida a la vez le dice lo siguiente:

.. . en la conciencia de todos está que el General Blanco regresará a la


peninsula en el Alfonso XIII’“.

Tras casi un mes de travesía, desembarca el general Polavieja en Filipi-


nas el 2 de diciembre del 96. ¿Qué le esperaba?
Sobre las relaciones anteriores de ambos altos mandos hay que decir
que aunque pudieran parecer satisfactorias, sobre todo por el tono y las
muestras de afecto que Polavieja emplea en sus cartas a Blanco durante la
etapa en que aquel era subordinado de éste en Cuba*‘, parece que Polavieja
le reprochaba ciertas actitudes en relación con su actuación en la guerra
Chiquita, según podemos deducir por uno de los mensajes que incluye las
claves cifradas antes aludidas:

El Gral. Blanco se queda aquí y prepara una situación semejante a la


de 1880 intentando llevarse las glorias mías.

Por parte de Blanco, la verdad es que no hemos podido encontrar nin-


guna censura a Polavieja. Ni siquiera en la memoria dirigida al Senado que,
para hacer frente a las campañas de opinión en su contra, publicó en 189726.
Tal y como había previsto Polavieja antes de salir de Madrid, Blanco no
estaba dispuesto a marcharse en el mismo barco en que llegaba su Segundo
Cabo. Quizá pesaba en su ánimo el relevo en Cuba de principio de año en
el que un desacreditado Martínez Campos era sustituido por el duro Wey-
ler. Seguramente por esto endureció la persecución de los insurrectos fusi-
lando a los más comprometidos.
Para aproximarnos a lo que realmente pasó en esos primeros días de la
llegada a Manila, tenemos únicamente la versión de Polavieja en carta a Sil-
vela de febrero de 1897, es decir, cuando ya se había producido el relevo.
En ella se queja de la desastrosa campaña que estaba desarrollando Blanco
contra la insurrección y dice:

Blanco, con más inteligencia, pudo haberme comprometido a servir a


sus órdenes;para ello no había necesitado más que el haber variado de

>’ AGI. Sección Diversos. Legado Polavieja, legajo 27.


?’ MARQUÉS DE POLAVIEJA: Op.cir., p.57.
X’ GENERAL BLANCO: Memoria que al Senado dirige el General Bhco acerca de los últimos suce-
sos ocurridos m IU kla de Luzótz. Madrid 1897. En la p.18, incluye a Polavieja en una lista de genera-
les bizarr0.r e inteligentes.
174 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

política y haberme nombrado su Jefe de Estado Mayor General. Otra


segunda campaña de Cuba.
En vez de esto desde mi llegada me encerró y muy estrechamente en mi
cargo de Segundo Cabo,no dándome conocimiento de nada de cuanto se
relacionaba con guerra y política y alejando de su confianza a cuantos
vinieron conmigo’7.

Sea como fuere el caso es que a los pocos días de llegar a Manila
comenzaba a dar pruebas de intranquilidad, si no de claro nerviosismo.
Entonces comienza la ofensiva en prensa a favor del relevo, en la que
puede apreciarse perfectamente cómo el asunto es aprovechado para atacar
a Cánovas. Todo parece indicar que se le fue de las manos al jefe del eje-
cutivo y sufrió un serio desgaste.
Todos los medios se preguntan lo mismo; si no se pensaba relevar inme-
diatamente al general Blanco, ipor qué se envió a Polavieja? Dejando al
margen a El Movimiento Católico, cuyo clamor raya en el histerismo, son
El Heraldo y El Imparcial los que desarrollan una campaña más contun-
dente y sistemática.
El liberal El Imparcial, dirigido por Eduardo Gasset, insiste en el cam-
bio, y el 5 de diciembre, con el título “Rodeos Peligrosos” dice:

Al presidente del Consejo le suponen sus enemigos despechado por no


ser suya la iniciativa del nombramiento del general Polavieja y resuelto a
crear a éste una situación imposible.

El Heraldo de Madrid, además de dedicar el editorial a pedir el relevo,


introduce una serie de matizaciones en torno a Polavieja que van mas allá
del asunto filipino. Así, en el artfculo de fondo titulado “Jugar con fuego”
puede apreciarse cl interés en resaltar la independencia de Polavieja sobre
los partidos políticos que con el tiempo será la base de su lanzamiento polí-
tico:

El general Polavieja es hombre poco o nada simpático a los políticos...


Ni en el partido conservador ni el partido liberal encontrará el general
Polavieja quien le sostenga con sinceridad y con caloT>“.

T AGI, Sección Diversos, Legado Polavieja. legajo 29. Borrador de carta de Polavieja a Silvela de
febrero de 1897(sin especificar día).
s Heraldo rle Madrid, 3 de diciembre de 1896.
POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 175

Por su parte el gubernamental La Época, seguía a esas alturas intentan-


do dar apariencia de normalidad:

... se ha fantaseado mucho sobre la actitud del general Polavieja,


diciendo algunos que había telegrafiado a Madrid manifestando haber
hallado las cosas mucho peor de lo que suponía y expresando la necesidad
de más refuerzosOtros haciendo grave ofensa a un general tan pundono-
roso y disciplinado como lo es el segundo cabo de Filipinasle suponían dis-
puestu a regresar a España inmediatamente. En honor a la verdad a estos
rumores casi nadie les dió crédito”.

Pues bien, lo que el rotativo conservador considera un simple rumor,


es precisamente lo que ocurrió. En telegrama que Polavieja envió a su
buen amigo Flores, colaborador precisamente de La Época, seguramen-
te para que lo comunicara a los compañeros de intriga, le dice lo
siguiente:

Situación insostenible. Blanco decidido continuar aquí saliendo de


campuñu.
Insurrección importancia grande organización nuestra detestable todos
conceptos opinión irritada, temo con.ictos graves.
Si gobierno no resuelve inmediatamente conflicto embarcaré para
España. Hoy telegrafío Comillas remitiéndole telegrama cifrado paru
Ministro de la Guerra pidiendo admita dimisión mÍa3u. La fecha del tele-
grama es de 6 de diciembre.
Pero si estaba nervioso, también preocupado debía estar el Gobierno,
con Cánovas al frente, viendo el cariz que estaba tomando la cuestión. El
día 7, recibe Polavieja en Manila un telegrama del Ministro de la Guerra,
que en duros términos le insiste en que por medio de una declaración inten-
te parar la campaña de prensa:

V.E. sabe que ni la Reyna ni el Gobierno le han enviado para destituir


al Gral Blanco como aquíse dice,sino para auxiliarle y reemplazarle opor-
tunamente. Los adversarios del gobierno dirigen a VE.unos telegramas que
han hecho publicar haciéndole preguntas capciosas: llamo su atención
sobre perversas intenciones de estas preguntas, para que advertido y con su

Ip La Época. “La cuestión Blanco-Polavieja”. 5 de diciembre de 1896.


i0 AGI, Sección Diversos, Legado Polavieja, legajo 27.
176 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

Excmo. Sr. A. Antorzio María Cascajares y Azura.


POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CKISIS... 177

lealtad reconocidas pueda contestar explícitamente anulando propósitos


mal&olos y evitando aumente escitación que se quiere producir dando
motivos a mayores algaradas de la prensa que las ya originadas’l.

Polavieja, visiblemente molesto por los términos del telegrama ante-


rior,presenta su dimisión aludiendo problemas de salud, no sin antes negar
cualquier clase de contactos con la prensa. Este telegrama desde Manila está
fechado el 9 de diciembre”. Pues bien, cuando llegó la renuncia del segun-
do cabo a Madrid, la Reina ya le había nombrado Gobernador General y
Capitán General de Filipinas”‘.
Según le dice Polavieja a Silvela, es el propio Blanco quien presenta la
dimisión solicitando el puesto de Jefe del Cuarto Militar. Pero este borrador
de carta es un tanto sospechoso, porque tiene fecha de 26 de diciembre del
96 y los términos en los que Polavieja se expresa son de los momentos pre-
vios al relevo”. Lo que sabemos ahora, gracias a Juan Pando, es que en los
momentos previos al relevo, la Reina y Blanco mantuvieron una interesan-
te correspondencia, en torno al cambio en la capitanía filipina. Incluso
Blanco llega a ofrecerse para sustituir a Weyler en Cuba, en carta escrita en
Manila de contestación a otra de la Regente de 5 de diciembre del 96:

Las noticias que de Cuba se recihen,contristan(sic)projiindamente el


ánimo y comprendo las amarguras por las que está VA4. pasando en estos
momentos.iQué situación,Jj qué horribles gastos! iDios se apiade de Espa-
ña y mejore sus horas,d&dole pronta y completa victoria! Sé cuán poco
valgo,pero si de algo sirvo,disponga VM. de mí, dispuesto como estoy siem-
pre a sacrificurme por mi Reina y por mi Patria, do quiera me necesiten”.

Una bien ganada sensación de alivio recorre las redacciones de los


periódicos, plasmándose en descriptivos editoriales. Como siempre, aten-
diendo las intenciones de Cascajares, es El Movimiento Católico el más efu-
sivo iA fin! Blanco relevadcr’“, titula. La campaña de explotación del éxito

” AGI, Sección Diversos, Legado Polavieja, legajo 26.


” Ibídem.
” AGMS. Seccih Célebres. Expediente General Polavieja, G-5. En escrito de 8 de diciembre.
Cánovas traslada al Ministro de la Guerra el escrito en el que la Reina le comunica el nombramiento de
Gol~crnndw Cmel-ul Y Capitán Gmeral de la isla de Filipino al ïèniente Genrml del Ejkrcito D.Canzi-
lo Polnvieja deI Cmt~llo,,jefe dr mi Cuarto Milittrr-.
” AGI,Sección Diversos. Legado Polavieja, legajo 29.
” PANN DESPIERTO. J.: Arr. cit.
v El Mo~in~ie~to Católico, 9 de diciembre 1896.
178 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

en prensa hubiera seguido de no haber ocurrido en Cuba la muerte en com-


bate de Maceo, que supuso para Weyler un gran éxito y un importante Dalón
de oxigeno para Antonio Cánovas.
Mucho debió contrariar al marqués de Peña-Plata su cese en beneficio
de Polavieja, sin embargo la Reina le concedió uno de los destinos más dig-
nos, el de Jefe de su Cuarto Militar, que como antes vimos ocuparía por
segunda vez. De modo que se produjo una permuta de cargos. El mismo día
8 de diciembre, se nombraba a Polavieja Capitán General de Filipinas en
sustitución de Blanco y a éste Jefe del Cuarto Militar, para relevar a aquél.
Sin embargo no duraría mucho Blanco en tan honorable destino, puesto que
presentó su dimisión desde Barcelona a finales de enero de 1897”.
Nos resulta un tanto extraña esta renuncia. LIntentaba Blanco presionar
a la Soberana? Es interesante que la tramitase desde Barcelona donde, sin
duda, debía tener muy buenos amigos, probablemente desde los sucesivos
períodos en los que fue Capitán General de Cataluña, nada menos que en
tres ocasiones’*. Lo cierto es que algo debía de haber cuando, al salir de la
ciudad condal camino de Madrid para entrevistarse con la Reina, el Capi-
tán General de Cataluña envía al Ministro de la Guerra un elocuente tele-
grama:

Acaba de salir en el expreso para esa corte general Blanco siendo afec-
tuosamente despedido por todo elemento militar autoridades civiles y
numerosa concurrencia personas distinguidas y todas clases sociales que
hasta le han vitoreado-7”.

Blanco quedó sin destino desde finales de enero del 97 a el 19 de octu-


bre del mismo año, hasta que el Gobierno Sagasta lo envió a Cuba en sus-
titución de un Weyler cada vez más censurado y que había perdido a su
mentor en trágicas circunstancias.
Pero volvamos a Polavieja. Una vez ocupado el ansiado despacho de
Capitán General en Manila comienza la reorganización tanto política como
militar del archipiélago y las primeras medidas verdaderamente duras con-
tra los insurrectos.

” AGMS, Sección Célebres, expediente general D.Ramón Blanco, B-1 1. Telegrama de Ministro
de la Guerra a General Blanco, en Barcelona, de 27 de enero de 1897: Aceprudu por SM la Reina la
renuncia que ha hecho VD de Jefe dc .su Cuarto Militar; queda Vd autorizado para venir a esta corte
donde snz tendrú mucho gusto en verle.
In AGMS, doc. cit. De 9 de octubre de 1876 a el 10 de marzo de 1879;de 17 de octubre de 1881 a
19 de enero de 1883 y de 4 de octubre de 1886 hasta el 8 de marzo de 1893.
” AGMS, doc.cit. Telegrama de 30 de enero de 1897. El subrayado es del redactor.
POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 179

En este momento inicia una interesante correspondencia por carta, fun-


damentalmente con dos figuras disidentes importantes del partido conser-
vador: Silvela y Dato. Si nos fijamos tanto en esta documentación40 como
en los mensajes pactados en las claves cifradas, referentes a información
que requería de Madrid sobre el criterio de partidos políticos, estados de
opinión, colocación de personas en puestos determinados etc. podríamos
pensar que Polavieja es en estos momentos algo más que una espada en
manos de un inteligente prelado con ganas de enredar en el partido conser-
vador. Parece como si, utilizado el trampolín que Cascajares le prestó para
llegar al mando de Filipinas,comenzara a sembrar, cuidando las relaciones
con hombres de futuro para recoger a su tiempo una oportunidad política de
interés.
Lo primero que llama la atención de la citada correspondencia es la
auténtica obsesión, patente en todas las cartas, por desacreditar a Blanco.
No solo criticando el planteamiento estratégico de la lucha contra la insu-
rrección y la propia organización militar, sino que yendo más allá le acusa
directamente de masón y conspirador:

2 Es Blanco masón?
Siéndolo es como únicamente puede explicarse su conducta... Temo que
Blanco por medio de sus amigos, abra una campaña pública contra las
órdenes religiosas, mientras la hace privada: y temo también sea creído y
apoyado en dicha campaña.
Mucho daño puede hacer al Rey y a la Reina restándoles apoyos en
Roma y en el alto clero español.
2 Persiguen ciertas personalidades y determinados elementos políticos
muera con ellos la obra de la restauración? Creo que sean esta sus inten-
ciones, pero sin tenerlas, es fácil, por los caminos que vamos, que nos Ile-
ven a la catástrofe”.

Este último interrogante parece buscar la respuesta en Cánovas, persi-


guiendo la aceptación del receptor de la misiva: Silvela. En cuanto a las crí-
ticas a Blanco, quizá buscara neutralizar dc algún modo su influencia sobre
la Regente y sobre todo apartarlo de toda actividad política. Hay que tener

“’ AGI, Legado Polavieja. legajo 29; SECO SERRANO: Werns históricas. Cita la de 13 de diciembre
de 1 X97 del archivo de D. Eduardo Dato que se conserva en la Real Academia de la Historia.
” AGI, Sección Diversos, Legado Polavieja. legajo 29. Borrador de carta de Polavieja a Silveia,
febrero de 1X97 sin fecha de día.
180 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

en cuenta que las simpatías de Blanco en Cataluña eran conocidas y la baza


descentralizadora era algo que Polavieja se guardaba para en su momento
poder jugarla en exclusiva.
Como decíamos antes, al poco de hacerse con la máxima autoridad del
archipiélago, Polavieja acometió una serie de reformas. En el terreno polí-
tico inició una campaña contra la corrupción. Los gobernadores civiles de
todas las provincias recibieron, el 25 de diciembre del 96, una circular en la
que el Capitán General y Gobernador General se expresaba en los siguien-
tes términos:

Nada hay tan ejkaz para mantener los prestigios de la autoridad como
la práctica constante de purísima moralidad en todos los órdenes de la
administración pública, razón por la cual este Gobierno General esta
resuelto a ser inexorable con todos los que siquiera vacilen en esta matevid’.

En cuanto al control de la insurrección, Polavieja tenía como primera


tarea la resolución de los procesos contra destacados insurrectos incoados
en tiempo de su antecesor. El más importante de ellos era el seguido contra
José Rizal.
Sobre el fusilamiento, el 30 de diciembre de 1896, del doctor Rizal,
también hay ciertos aspectos que nos permiten elucubrar sobre la persona-
lidad del general Polavieja. Verdaderamente, cuando éste llegó a Filipinasel
ambiente estaba dominado por la presión que la iglesia filipina y la socie-
dad españolista, fundamentalmente, habían ejercido contra el general Blan-
co al que acusaban de blando cuando no condescendiente con los insurrec-
tos. En este caso, ipodía Polavieja indultar a alguien tan significativo como
Rizal? Pensamos que era un gran riesgo para su autoridad recién estrenada.
Pero desde luego lo que no parece cierto es que hiciera lo más mínimo por
impedir la ejecución del joven independentista, tal y como afirma el pane-
girista de Polavieja e ilustre regeneracionista Damián Isern““. Y esto lo
deducimos de lo que el mismo Polavieja escribe a Silvela en carta fechada
en 31 de diciembre del 96:

Ayer se fusiló a Rizal, alma y vida de la presente insurrección. Se creía


por muchos que no me atrevería con él, como si .yo tuviese que hacer otra

-I? AGI, Legado Polavieja, legajo 27.


-li ISERN MARCO, Damián: Las Cq.Gtmía.v Generales Vacantes. Madrid, 1907. El único que traba-
jó para obtener el indulto de Rizal, fue el General Polnvi~ja; VILLAR Y AMIGO, A.: “El fusilamiento
de Rizal”, en Op. cit., pp. 138-144.
POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 181

cosa que sujetarme a cumplir el fallo de la Justicia. Rizal era el principal


causante de la rebelión y tenía que caer: Si hubiese sido inocente nada
hubiese podido temer de mi?“.

Tras Rizal otros veintiséis insurrectos fueron ejecutados. Como dice con
acierto Fernández Almagro: El criterio de la guerra sin cuartel alcanzaba
a los Tribunales de JusticiaJ5.
Pero es en las operaciones militares donde Polavieja muestra su autén-
tica medida. Estudiando al enemigo, comprobó la importancia que estos
otorgaban a las fortificaciones y actuó en consecuencia organizando tres
parques de ingenieros bien dotados antes de cumplirse el mes, a cargo del
mando supremo del archipiélago.
Lo que destaca sobremanera de los planeamientos estratégicos de Pola-
vieja en la campaña filipina, es precisamente esta preocupación por el apoyo
logístico a la fuerza. Precaución, que solo puede encontrarse en los buenos
generales, capaces de distraer hombres de la línea de fuego, en contacto con
el enemigo, en beneficio de los servicios de abastecimiento a esas fuerzas
combatientes. La historia militar está llena de grandes fracasos debidos a esta
falta de previsión tanto en el suministro al frente de equipo, alimentación,
repuestos, munición, etc, corno en el apoyo táctico a la maniobra. El pensa-
miento del general en esta materia, sorprendido por el trabajo de fortificación
de los insurgentes, se lo explica en carta, cómo no, a Silvela:

Todos los ejércitos llevan para muchos fusiles, pocas herramientas de


trabajo; para muchos combatientes,un número escaso de zapadores. Los
rebeldes filipinos llevan por el contrario,cuatro veces más hombres de tra-
bajo que hombres con fusiP.

La combinación de la logística y la movilidad y contundencia de las


operaciones bien ejecutadas por el excelente plantel de generales y corone-
les que Polavieja se llevó de la Penínsulad7, cambió por completo el pano-

” AGI, Legado PolaviejaJegajo 29. Carta de Polavicja a Silvela de 31 dc diciembre de 1896. La


ejecución se cumplió el 26 de diciembre. La carta, o este párrafo, pudo escribirlo el 27 y enviarla con
fecha de 3 1.
-I’ FERNÁNDEZ AI.M,AGRO, M.: Historio Polítrca cle la Espatin Conternporcí~wa. Madrid, 1959,
p. 351.
‘6 AGI. Sección Diversos, Legado Polavieja, legajo 29. Carta de Polavieja B Silvela de 24 de enero
de 1897.
-I’ MONTBVERIX Y SEVANO, E: Compaña de Filipinas: Lrl división Lnchanzhr-e, 1897. Madrid,1898.
Es de destacar la actuación de las dos brigadas al mando del general Lachambre.
182 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

rama. Esto unido a las medidas de gracia, dictadas por el Capitán General,
a las que se acogieron nada menos que dos mil rebelde?, permitió el dise-
ño de una ofensiva que poco a poco iba barriendo el territorio ocupado por
los insurgentes.
Pese a todo Polavieja se queja a Silvela de la indiferencia del gobierno
de Madrid, mientras le tiene al tanto de todas y cada una de las operaciones
bélicas:

El Gobierno está muy seco conmigo. De él no he recibido la menor


frase que pueda satisfacerme y alentarme; se calla y me espera con el palo
levantado esperando el menor revés.Tampoco me ha hecho el menor ojiie-
cimiento en hombres y recursos4”.

Muestra Polavieja, ante el opositor a Cánovas en el partido conservador,


su interés en que nadie le dispute el éxito en el dominio de la revuelta fili-
pina.
Polavieja, tal y como hiciera años antes en Cuba, se muestra como un
hábil político que combina la negociación a todos los niveles con la fuerza
de las armas. Un interesante ejemplo lo tenemos cuando, en marzo del 97,
ante la planificación del ataque al reducto más importante de los rebeldes,
la provincia de Cavite, se pregunta por la causa de este especial empeño por
defender esta provincia. La explicación se la cuenta a Silvela:

La provincia de Cavite pertenece casi por completo a las órdenes reli-


giosas y en ellas apenas se conoce la propiedad particular Al constituirse
en cantón independiente,los caviteños se han repartido las grandes hacien-
das de los frailes y hoy defienden su propiedad; el antiguo colono o brace-
ro hoy propietario, no quiere volver a ser lo que fue antes de la insurrec-
ción. Lo que era una cuestión política se ha hecho una cuestión socialro.

Ante esto Polavieja comienza una serie de contactos con el arzobispo


Nozaleda, tendentes a que los frailes consideren el asunto, advirtiéndoles de
una posible desamortización por parte del gobierno de Madrid en el caso
que se supiera que las provincias más conflictivas coincidían con las de
mayor acumulación de tierras en manos de la Iglesia.

Is FERNÁNDEZ ALMAGRO: Op.cit., p.353.


” AGI, Sección Diversos, Legado Polavieja,legajo 29.Carta de Polavieja a Silvela de febrero del 97.
j’) AGI, Sección Diversos, Legado Polavieja, legajo 29. Carta de Polavieja a Silvela desde Paraña-
que en marzo de 1897.
POLAVIEJA: tJN GENERAL PARA UNA CRISIS... 183

La rápida explotación del éxito requería más hombres y el general solici-


tó veinte batallones que le fueron negados por el Gobierno. Alegando proble-
mas de salud, que en verdad sufría y así se lo hace constar a Silvela en otro
párrafo de la carta anterior, Polavieja presenta su dimisión. Cánovas la acep-
tó tras comprobar los resultados de una junta médica presidida por el inspec-
tor general de Sanidads’ y envió para sustituirle al general Primo de Rivera.
Pronostica así el fracaso de su sucesor:

Cuando ya no puedu resistir mús (se refiere a su enfermedad hepática)


vendrá mi sucesor y tengo la seguridad de que a él le darán los refuerzos
que no me quisieron dar a mi;lo malo es que entonces ya no sewirán;se
habrá perdido la oportunidad y esta guerra entrará por el mismo camino
que la de Cuba y con caracteres mds graves”.

Polavieja embarcó para la metrópoli el 15 de abril. Le esperaba un gran


recibimiento cuidadosamente preparado por sus amigos. Volvía vencedor y
enfermo en cumplimiento con el deber patrio, dos ingredientes capaces de
conmover a una sociedad poco acostumbrada a ilusionarse con el éxito de
sus banderas.
El General había elegido el momento justo para regresar a la corte. La
negativa al envío de más refuerzos y la pronta llegada de la estación lluvio-
sa53, podía interferir en los objetivos marcados y hacer peligrar su opción
política. Ahora comenzaba otra etapa.

La sucesión canovista

Por su cuenta, el inquieto arzobispo Cascajares seguía con su plan, en el


que Polavieja ocupaba un importantísimo papel. En el invierno del 96 al 97,
cuando las medidas tomadas por el General comienzan a hacer efecto sobre
la insurrección, Cascajares le pronostica, nada menos, que ha de ser el brazo
que sostenga el trono j4. En la misma carta le da un consejo que Polavieja
intentará respetar con gran tenacidad:

í’ FERNÁNDET AI.MAORO: Op. cit., p.356.


iZ AGI, Sección Diversos, Legado Polavieja, legajo 29.Carta de Polavieja a Silvela de marzo de
1897.
51 Siguiendo la carta anterior sobre las dificultades que augura a SU sucesor comenta: En Junio
enzpie~a la ¿pocnde las lluvias;se inundan los cnmpos: solo se puede ir n duras ptwns por los camirzos,
cortados todos por trincheras fortisimas que ya m se podrcírz ernwlver como ahora.
” ANDRÉS GALLEGO: Op., cit., p.95.
184 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

Excmo. Sr: D. Antonio Cánovas del Castillo.


POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 185

A grandes cosas esta usted 1lamado;pero permítame un consejo de


amigo que Le quiere bien:no se comprometa con nadie, ni se afilie a ningún
partido; usted debe estar sobre todos éstos y conservar íntegros sus presti-
gios,para ser lo que indico arriba. De mantener el fuego sacro me encargo
yo; esté usted tranquilo y seguro sobre este punto.

iQué intentaba el prelado? Desde luego no había abandonado la idea de


la cuña con el tándem Silvela-Polavieja contra Cánovas, tal y como se
demostró a la muerte de éste intentando el desembarco de los anteriores en
el partido conservador. Quizás lo que pretendía Cascajares era apartar a
Polavieja de otras influencias no controladas por él. Lo cierto es que, como
veremos, todo parece indicar que nunca olvidó el consejo del arzobispo y
cuando tras el desastre Silvela le tendió la mano desde el partido conserva-
dor, le salió con la orla de la independencia política.
Esta etapa del polaviejismo comienza con la llegada triunfante del Mar-
qués de Polavieja al puerto de Barcelona, el 13 de mayo de 1897. Durante
el viaje le había sido concedida la condecoración más preciada en tiempo de
guerra, la gran cruz de San Fernando.
En la Ciudad Condal recibió Polavieja un homenaje multitudinario que
tres días después y con más de sesenta mil personas en la calle se repetiría
en Madrid’. Si tenemos en cuenta el medio millón de personas que residían
entonces en la capital del reino, comprenderemos la extraordinaria mani-
festación de apoyo al vencedor en Filipinas. Un gesto de la Reina saludan-
do desde el balcón del palacio al antiguo jefe de su Cuarto Militar, poco des-
pués de haberla cumplimentado, dio lugar a la famosa crisis del balcón.
Fernández Almagro se pregunta, si el enfado de Cánovas, que pudo haber
tenido sus efectos sobre la estabilidad del gabinete, se debió a la manifesta-
ción de afecto por parte de la soberana o a la interpretación de ciertos inte-
resados, que se apresuraron a interpretar el regio gesto como uy1 acto
inconstitucional que ponía en entredicho la autoridad del Gobierno’“. Lo
cierto es que fue necesario la publicación en La Época del manifiesto dis-
gusto de la Reina por las citadas interpretaciones, para que Cánovas queda-
ra satisfecho.
Pero en realidad, esta segunda etapa de consolidación del polaviejismo
no comienza con el desembarco del General, sino mucho antes. Precisamen-
te con la operación cuyo final acabamos de ver y que probablemente preten-
día la crisis y la ansiada incorporación de Polavieja a la escena política.

” Idem: Oi?. cit., p.96.


i6 FERN/~NDEZ ALMAGRO, M.: 017. cit., p.402
186 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

El impresionanterecibimiento en Barcelona y Madrid, organizado por


periódicos liberales como El Imparcial y el Heruldo de Madrid, con la par-
ticipación de canalejistas, liberales, romeristas y silvelistas”, puede hacer-
nos dudar sobre el protagonismo único del inquieto arzobispo en el diseño
y ejecución de la maniobra.
Ya hemos visto la animada correspondencia de Polavieja con políticos como
Silvela y Dato. Otro personaje interesante, de cuyo epistolario podemos deducir
elementos interesantes de reflexión, es el periodista Gonzalo de Reparaz.
Reparaz, desde posiciones neocolonialistas -que le habían permitido un
estrecho contacto con el grupo africanista de Costa, en los primeros años de
la década de los 80- se había especializado en artículos-denuncia que gene-
ralmente causaban bastante revuelo, aparte de algún que otro proceso.
Seguramente conoció a Polavieja de su época de corresponsal en Cuba y
compartía con éste el mismo criterio sobre cl futuro autónomo de la isla. En
los escritos de Reparaz se aprecia una gran preocupación por el Ejército, en
cuanto a brazo armado de la patria, de ahí sus ácidos ataques a las deficien-
cias organizativas y estructurales militaress8.
Pero a juzgar por su activa participación en la campaña de prensa desa-
tada contra Weyler en el invierno del 97, todo parece indicar que las críticas
de Reparaz perseguían unos objetivos que claramente iban más lejos del
patriótico interés por la suerte de los soldados españoles en las guerras ultra-
marinas. Como observa Fernández Almagro, la campaña desatada contra el
Capitán General de Cuba por los dos periódicos liberales más influyentes, El
Imparcial y el Heraldo de Madrid, buscaban la cabeza de Cánovas5”.
Una de las campañas más virulentas se desató a raíz de la publicación
en el Heraldo del 30 de diciembre del 96, de un artículo de Reparaz, titula-
do La Guerra de Cuba que, aparte del ingreso en prisión del autor, provo-
có una cadena de sanciones a los diarios solidarizados con aqué160. Destaca-
ba la mala dirección de la camparía y sobre todo las deficiencias en los
servicios, pintando un dramático cuadro, en el que los soldados pasaban
terribles calamidades, con las lógicas consecuencias para la operatividad de
las fuerzas españolas.
Con todo, nos parece que este texto no puede considerarse como ejem-
plo de antimilitarismo, en el sentido que lo hace Núñez Florencio, porque

” Idem: Op. cir., p.401.


is Ln Ilustración Española y Americana de 8 de marzo de 1895; BALFOUR, Sebastian: El final del
Imperio Espafinl, 1898-1923. Barcelona, 1997, p. 22.
51 FERNÁNDEZ ALMAGRO: Op.cit., ~381.
w NÚÑEZ FLORENCIO, R.: Milifnrismo y nnrimilirnrisnzo PPI E.spaZa (1886-1906), Madrid 1990,
p. 229.
POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 187

en realidad, 10 que pretendía Reparaz era desprestigiar a un general (Wey-


ler), para potenciar a otro general (Polavieja).Y sobre esto no hay ninguna
duda a la vista de la carta que a través de un intermediario6’ envió Reparaz,
con fecha 11 de febrero de 1897, al entonces Gobernador General y Capi-
tán General de Filipina@. Tras acusar a Weyler de crueldad con sus propias
tropash3, y de corrupción, comenta que la campaña de El Imparcial contra
Weyler fue fruto de un acuerdo entre el director Gasset y Cánovas, cuyo
objetivo no era otro que facilitar el relevo de aquél en Cuba. Según Repa-
raz, no fue posible porque Weyler no se deja relevar, de modo que esto fue
lo que decidió a Cánovas a apoyar sin condiciones al general.
Las increrbles dotes de Reparaz para la intriga se ponen especialmente
de manifiesto en su intento de profundizar en las diferencias entre Cánovas
y Polavieja. Así en la misma carta hace saber a éste un comentario que pone
en boca de Eugenio Antonio Flores, un antiguo amigo del General, redactor
de La Época y a quien Reparaz acusa de traicióne4. El citado comentario no
tiene desperdicio:

Cánovas, en su odio a Polavieja, llegó a decir de él el año pasado,con-


testando a las alabanzas que de su honradez se hacían, que en esto quizás
había también algo que rebajar porque los cuentas de las fortificaciones de
la Habana parece que no están muy claras y hay quien piensa que enton-
ces se guardó alguna cantidad.

A pesar de las diferencias entre ambos no parece la difamación el esti-


lo de don Antonio Cánovas.
En cualquier caso, queda claro que Reparaz apoyaba a Polavieja, y es
probable que intentase su unión con Canaleja@‘. Su entusiasmo es notorio y
reconoce sus movimientos en favor del General.

6’ La carta está dirigida a Eusebio. Es& cnrru rs para Vy pam el general. Sin duda se trata de Eusebio
Jiménez Lluesmas. Fue un buen geógrafo, miembro destacado de la Sociedad Geográfica de Madrid. Segu-
ramente de ahí le venía su amistad con Reparaz. En Filipinas era en ese momento ayudante de Polavieja.
“? AGT. Sección Diversos, Legado Polavieja. legajo 30. Carta dirigida a Eusebio.
(I’ Idem: Carta dirigida a Eusebio.Por ejemplo, cita el caso de una columna mandada por el propio
Weyler: El ~eneml en,j<fen~anclrí
qw (I los rutrr~rrcrrln.~,
esdecir a los moribumios, se les recogiesm las
ormas y n~uniciones y se les crbandonase CI su suerte.
” Idem: Carta dirigida a Eusebio. Estoy corzverzcido dice Repata- de que reprrsmfn el tripk
papel(Flores) de nrnigo del Rerrcrtrl(I-‘olcrvieja~,de Mmtilzez Curnpos y de Cánovas x como hoy por hoy éste
es el que mcís puede dac a Iste sirw rncjocPor él debe snbw el gobierno algums cosas que no debería sobe):
” Comentario en la Erzcicloprdin U/zi~~e,an/ Ilustradu Europeo Americtrna. T.L. Madrid. 1923.
Nuestros reparos a esta cita vienen de que en esta edición de la enciclopedia el propio Reparaz era cola
borador de la misma y si no r-edactó su pr-opia biografía. sin duda la revisó.
188 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

Solo de Vdes. puede venir la salvación por que con Vdes están In cabe-
za y las manos que no veo ayuípor ninguna purte.Siempre consideré como
uno de los mejores éxitos de mi vida el haberles sabido encontrar;el haber-
les conocido despub de encontrarles... y el haber contribuido y el seguir
contribuyendo en la medida de mis fuerzas puestas todas en esta empresa,a
que lleguen a donde deben llegar. Lo importante es que lleguen a tiempo.
De ahí mi prisa.

Después de esta declaración, kpodemos pensar que Cascajares y Repa-


raz estaban en la misma inteligencia? El único nexo de unión que encon-
tramos tiene nombre y apellido: don José Canalejas, no en vano Repara2
utilizaba como tribuna la primera página del canalejista Hemldo de
Madrid.
En cualquier caso la triunfal llegada de Polavieja no pudo ser aprove-
chada para desplazar del gobierno a Cánovas. La hora de Polavieja no había
llegado.
La segunda oportunidad vino a consecuencia de un trágico suceso,el
asesinato de don Antonio Cánovas a manos de un anarquista, el 7 de agos-
to del 97. De nuevo comienzan los movimientos en torno al General, que
esperaba tranquilamente presidiendo la Junta Consultiva de Guerra.
Vuelve Cascajares al centro de la conspiración. A los pocos días del
magnicidio que acabó con la vida del Presidente del Consejo,Valentín
Gómez, viejo carlista y director del Movimiento Catcílico, se dirigía al arzo-
bispo en estos términos:

Me parece mi querido Sr: Cardenal,que la ocasión no puede ser mds


oportuna para realizar aquel pensamiento, Desapareció el único obstáculo
por un medio aterrador e inesperado.
2 Resistirá aún la Señora ? Yo creo que no hay más solución que la que
representa el vigor y la energía de la autoridad, la defensa social y una
política firme y resuelta en Cuba y Filipinas. 2 Quien la representa ? No hay
que decirlo. El (Silvela), con Azcárraga, con Polavieja, o con Martínez,
Campos, o con los tres a la vez, ocupando sus puestos respectivos, es lo que
parece indicado6”.

Tras la muerte de Cánovas, Azcárraga preside un gobierno de transi-


ción, a la espera de que el partido conservador quede de una vez organiza-

a ANDRÉS GALLEGO: Opcit., p.100.


POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 189

do. De inmediato se inician las gestiones tendentes al liderazgo de Silvela.


Tanto en la solución de la crisis por la que atraviesan 10s conservadores
como en los consejos a la Reina sobre el futuro gobierno que a de. enfren-
tarse al cada vez más complejo problema cubano, llama la atención el pro-
tagonismo de tres generales, Azcárraga, Martínez Campos y especialmente
Polavieja, que con toda seguridad empieza a medir sus posibilidades.
Es éste quien trasmite a doña María Cristina la opinión de Silvela sobre
la conveniencia de entregar el poder a los liberales tanto porque asi lo exige
la situacicín de Cuba, como paru que no se disuelvan como asísucedería si
continuasen en la oposiciór?. En la misma carta quedan expuestas sus
intenciones a la Regente con toda claridad, al comentarle ciertos rumores en
torno a ofrecerle el Ministerio de la Guerra con Sagasta: lo creo “uy con-
trario a los verdaderos intereses de SM. El partido liberal morirá a manos
de Cuba y Filipinas, y no creo convenga a VM., que al desprestigio del par-
tido liberal, se sume el mío cuando las circunstancias impondrán que esté
intacto para poder servir a Vkf. y a la Patria.
Según el profesor Andrés Gallego, Polavicja planteó la solución liberal
a la Reina porque algunos elementos del Gabinete habían sugerido a
María Cristina que determinados generales verían mal el acceso al poder
de los sagastinos”“. Tanto en la actuación de la Reina como en la de Pola-
vieja, ve el profesor Seco, la tradición civilista implantada por la Restau-
ración”.
Una de las decisiones más tempranas e importantes del gobierno de
Sagasta fue el cese del general Weyler, al mando de la capitanía de Cuba,
influido directamente por las presiones norteamericanas. Weyler no cuadra-
ba en la hora de las medidas políticas y la de las militares había pasado.
La vuelta de Weyler a la Península tras su separación del alto mando
cubano, el 9 de octubre del 97, supuso un cierto movimiento tendente a
ganar los favores del ilustre soldado. En este alarde participaron grupos tan
dispares como ultraconservadores, socialistas, romeristas, carlistas y repu-
blicanos’O. Pero Weyler no atendió estas llamadas.
Es difícil definir su personalidad, sobre todo si analizamos su actuación
en el conjunto de su larga vida. Quizás la mejor aproximación se la deba-
mos al profesor Fernández Almagro:

” Idem: Op.cir., p.101. Carta de Polavieja a la Reina de 29 de agosto del 97.


“’ Idem: Op.cir., p.106.
(“’ SECO SERRANO, C.: Militarismo y Civilismo en la Espar?n Contemporn’nea. Madrid, 1984,
p. 226.
‘O FERNÁNDEZ ALMAGR«: Opcit., p.431; SECO SERRANO: Op..& p.228. Conversación entre el
embajador yanqui Woodford y Moret.
190 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

Liberal de ideas, no hizo política de partido, y aunyue el unticlericalis-


mo, que sólo confesaba en la intimidad, podía haberle inclinado a la
izquierda, su autoritarismo temperamental, muy conservado< le servía de
contrapeso7’.

Para sustituir a Weyler en Cuba, Sagasta nombró, quizás al único gene-


ral capaz de plantear las medidas autonómicas planeadas por el Gobierno,
al antiguo gobernador de Filipinas, Ramón Blanco.
Los sucesos en Cuba se precipitaban hacia la confrontación con los
Estados Unidos. Y a poco más de un mes de la explosión del Maine estalló
la guerra, mientras los dos generales más competentes del Ejército español,
permanecían en Madrid. Los errores y la falta de previsión de los políticos
se unieron a la incapacidad profesional de los responsables militares, dando
como resultado no solo la pérdida de las últimas posesiones de un vasto
imperio, sino un profundo abatimiento nacional, consecuencia de aquélla.
Unos y otros fueron culpables, pero lo peor fue el cruce de acusaciones
sobre las responsabilidades que, en el caso del Ejército, motivaron la crea-
ción de una literatura del desastre centrada en las críticas a los gobernantes
civiles que terminó marcando el pensamiento de varias generaciones de ofi-
ciales. Sus consecuencias llegaron hasta 1936.
A todo esto, el general Polavieja diseñaba incansable su programa.
Sabía que tras la decepción producida tras el desastre se miraría alrededor
en busca de una opción nueva. El turnismo estaba tocado. Era el momento
definitivo. la hora del General Cristiano.

El proyecto regeneracionista

Tras la destrucción de la flota, Sagasta no pensaba en otra cosa que no


fuese la negociación de paz con los Estados Unidos. Sin embargo, el ejér-
cito de tierra en Cuba no se sentía en absoluto derrotado y pronto aparecie-
ron ciertos indicios confirmados por la actitud, en franca oposición a la ren-
dición sin condiciones, del propio general Blanco”. El Jefe del Gobierno,
temiendo males peores, planteó la crisis, comentando a sus ministros que
propondría a la Reina que llamara a los generales7”. Según Romero Maura
no lo hizo, pero muchos veían la única solución a la situación planteada en

FERNÁNDEZ ALMAGRO: Op.cit., p.432.


‘I ROMERO MAURA, J.: Op.cit.. pp. 10 y ll.
” Ibidem. El obrerismo barcelonés de 1899 a 1909. Madrid, 1989, p.10
POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 191

un general, incluso dentro de la concepción isabelina del general autorita-


rio. Las diferencias se centraban en la transitoriedad de este mando.
Pero ni Weyler ni Polavieja, los dos generales más tentados, quisieron
saber nada de un golpe de estado, pese a las presiones de un ambiente muy
adulador.
Polavieja creyó llegado el momento de su desembarco en la vida políti-
ca nacional, pero lo haría, siguiendo el consejo de su amigo Cascajares, al
margen de toda agrupación política. Éstas, por cierto, no parecían tener
nada que ofrecer, enfrascadas en sus luchas internas. Pero además Polavie-
ja insiste en que ha de desempeñar su misión por su condición personal, no
militar. El plan era sencillo:

Gobernaría por decreto. Los partidos políticos le prestarían su apoyo


por patriotismo. Cuando llegara la hora, él se retiraría, y ellos recogerían
su herencia74.

Cuando, en noviembre del 98, Romero Maura deduce estas intencio-


nes del general, ya había indicios de un cierto distanciamiento entre el
prelado y Polavieja’“. De hecho la publicación de la pastoral de 20 de
febrero en la que tras denunciar las irregularidades de todo tipo en las con-
tiendas ultramarinas, insiste en la creación de un partido católico organi-
zado para la lucha política76, parece indicar cierto nerviosismo y un que-
rer anticiparse a la presentación del documento, que ya sabía estaba
preparando Polavieja.
Por otra parte, al situarse por encima de los partidos, Polavieja se aleja
del programa silvelista en torno a los conservadores.

EL MANIFIESTO BE POLAVIEJA

El programa regeneracionista que Polavieja saca a la luz el primero de


septiembre de 1898”, a la salida del espantoso verano del 98, en opinión del
profesor Pabón le situó como político,en la vida pública española’“:

TI Ibídem. p.15.
” ANDKBS GALLEGO:~~.C~~., p.121.
j-l3 Ibidem. p.105.
‘- VILLAR Y AMIGO: Op.&, pp.215-223; FERNÁNDEZ ALMAGRO: Oy.cit., pp.869-877; ARTOLA, M.:
Partidos ypc~grcrnmc politicos,1808-1936. T«mo II, pp. 125-130.
7y PABÓN, J.: Cambó, 1X76-1938. Barcelona, 1952, p. 181.
192 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

Primera página de la brillante Hoja de Servicios del Ilmo. Sr: Teniente Generul Polavieja
POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 193

Probablemente el redactor final fuese el periodista Santiago Mataix’“, en


plantilla de El Imparcial pero, según Andrés Gallego, junto a Polavieja con-
tribuyeron a la redacción: Augusto Súarez de Figueroa, director del Heral-
do de Madrid, José Canalejas, Rafael Gasset y el inefable Cascajare$O.
Fernández Almagro entresaca los principales puntos del programa:

- Apelación al sentimiento nacional.


- Sentido de la realidad social.
- Extirpación del caciquismo.
- Descentralización administrativa.
- Reorganización del Ejército y de la Marina. ’
- Servicio militar obligatorio.
- Creación de una política exterior que acabe con el aislamiento inter-
nacional.
- Incorporación dc la masa neutra a la vida política.
- Unión del pueblo y de la monarquía”.

En todo el manifiesto destacaban, por el especial énfasis con el que eran


tratados, fundamentalmente dos puntos: la descentralización administrativa
con la mirada puesta en Cataluña y las reformas militares, sobre todo por
los aspectos conciliatorios que esta última despertaba.
Por lo que respecta al primer punto, como dice el profesor Pabón:
.. . los iniciadores del polaviejismo en Cataluña tenían una significación
preferentemente económico-socia182. En Barcelona se constituyó la Junta
general de adhesiones al programa del general Polavieja. Probablemente,
tal y como apunta Fernández Almagro, ciertos industriales temieron las con-
secuencias sobre el comercio y la industria del regionalismo que se forma-
ba en torno a las bases de Manresax3. Sea como fuere, Polavieja tenía un
gran interés por los temas regionalistas, sin duda desde sus experiencias en
Cuba y Filipinas. Comprendía que una política realista pasaba por una des-
centralización administrativa en menor o mayor grado, sobre todo tras la
aparición de posturas radicales fundamentalmente en Cataluña, coincidien-
do con la separación de las provincias ultramarinas.

” FERNÁNDE ALMAGRO: Op.cit., p. 578; ROMERO MAURA; Op.cit, p.19; SECO SERRANO: Op.cit.,
p. 229.
*’ ANDRÉS GALLEGO: Op.cit., p.107; FERNÁNDEZ ALMAGRO: Op. cit., p, 579. Fernández Almagro
intuye también la responsabilidad en el manifiesto de Canalejas y Cascajares.
BI FERNÁNDEZ ALMAGRO, M.: Op. cit., p.578.
” PAVÓN, J.: Op.cit., p.182.
” FEKNÁNDEZ ALMAGRO, M.: Op.cit,. p.580.
194 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

Pero esa mentalidad abierta no parece que fuera nada frecuente en la


mayoría de sus compañeros de armas. Como veremos, pudo más la oposi-
ción a las reformas descentralizadoras, en las que veían posibilidades inde-
pendentistas relacionadas con las recientes experiencias, que el apoyo a una
necesaria reforma castrense que hubiera actuado de forma muy favorable
sobre la profesionalización militar, base del regeneracionismo marcial.
El manifiesto de Polavieja, apoyado por una intensa campaña de pren-
sa dirigida por los dos diarios liberales El Imparcial y el Heraldo de
Madrid, seguía cosechando adhesiones. Largas listas de incondicionales y
hasta veintidós periódicos de toda España, gremios industriales, cámaras de
comercio y otras corporaciones profesionalesx4, se entregaban ilusionadas al
proyecto, haciendo subir la cotización del general en círculos políticos.
Pronto comenzaron los rumores en torno al acercamiento entre Polavieja y
Silvela, bendecidos por el inquieto Cascajares que proseguía en sus inten-
tos. La reacción de Canalejas no se hizo esperar y en un mitin pronunciado
en la bella ciudad de Hellín el 7 de noviembre del 98, amenazó con aban-
donar a Polavieja, en caso de entregarse a Silvela.

El discurso,muy comentado por toda la prensa -dice el profesor Andrés


Gallego- precisaba claramente las posturas. Canalejas que parecía admi-
tir hasta entonces la aproximación de Silvela como un elemento renovador
más, puesto que nada había dicho contra ella, la rechazaba ahora con un
argumento sencillo e irrevocablemente cierto. Sin un contrapeso liberal -y
él no bastaba para hacerlo-, la alianza resultaría quisiérase o no, conser-
vadora;máxime si no era Polavieja la figura predominante de lu coalición,
sino Silvela, y si adem.ás,entrahan grupos integristas y fuerzas moderadas
del catalanismo8-‘.

Cascajares perdía un buen aliado y el general tomaba buena nota. Su


independencia frente a los partidos políticos era su bien más preciado. Sin
contar con la llamada a sus peligrosas relaciones con los integrista$j.

ô4 ANDRÉS GALLEGO: Op. cit., p. 109.


*’ Idem: Op.cit., p.111.
86 MONTOLIU, V.: Mariano Benlliure, Valencia, 1997, p. 338. Estos le habían hecho entrega, en
octubre del 98, de una espada en la que destacaba una espléndida empuñadura, obra de Benlliure. Bajo
el manto de la Inmaculada, el general Polavieja abraza la bandera mientras tiende la mano a la patria
representada por una mujer desfallecida a sus pies. Son interesantes las leyendas a ambos lados de la
hoja.Venciste por que confiaste más en la cruz que en el filo de tu espada,1897 y El Partido Católico
Nacional al General Polavigja reparador del ultraje inferido a España en Filipinas, 1898. Actualmente
esta espada se conserva en la Real Armería.
POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 195

Desde este momento, Silvela, al fin fuerte en el partido conservador,


intentará por todos los medios seducir a un Polavieja que espera que la
Reina le llame a poner en marcha su programa regeneracionistas5 aunque
consciente de que esto sería mucho más fácil si fuese él quien consiguiera
atraer a Silvela a su lado**.
Silvela cuenta con experiencia política, frente al populismo de Polavie-
ja. La estrategia del viejo maniobrero conservador se pone de manifiesto en
la carta al general de 5 de octubre, entregada en mano por Eduardo Dato:

V solo no podrú hacer nada útil. Se verá V rodeado de malísimos ele-


mentos que sin poderlo impedir V, le desprestigiaran en Madrid y en pro-
vincias, y además yo dudo mucho que la corona se decida a entrar en una
empresa tan aventurada,y que dejaría SM responsabilidad de tal manera al
descubierto. Para esa obra no puedo yo poner al servicio de K al partido
conservador- continúa Silvela ofreciéndole unirse al partido conservador-
No hace falta para eso que ni ellos (los elementos que siguen a Polavieja)
ni V se declaren conservadores y sometidos a la organización del partido-
para terminar emplea el código que sabe ha de conmover al militar en su
tema mas apreciado- V por lo pronto tertdría In tarea de reorganizar el
Ejercito, la más difícil,la mús importante, la más gloriosa de todaY9.

En los primeros días del año 1899, se consigue la unión de ambos líde-
Tesoo,con la intermediación al parecer del general Martínez Campos, Gas-
set, Eduardo Dato y cómo no, Cascajares Oi. En las bases del acuerdo, Pola-
vieja condensó sus reformas con respecto a las fuerzas armadas en los
siguientes puntos:

- Se construirá una nueva escuadra. Se remozarán los arsenales, y se


darán los astilleros a la industria particular
- Se destinará una parte importante del presupuesto a material de gue-
rra y obras de defensa.

*’ RIQUER I PERMANYEK, Borja de.: Op. cil. Barcelona, 1990, p.476. En carta de Silvela a Durán
i Bas de 24 de septiembre de 1898 le dice que Polavieja insiste en que la opinión detesta los partidos
y espera que la Reina le encargue la dictadura sin la cual cree que iremos al carlismo y a la interven-
ción.
hR ROMERO MAURA: Opcit., p.24.
x9 Idem: Opcit., p.550.
“O RIQUER I PERMANYER, Borja de: 0~. cit., p. 490. Carta de Polavieja a Durán i Bas de 11 de enero
de 1899: Hemos llegado a unn inteligencia con Polavieja que ha quedado satisfecho de él y está dis-
puesto a ser ministro de la Guerra con nosotros.
‘II ANDRÉS GALLEGO: Opcit., p.123.
196 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

- Pago de sus alcances a los soldados de la Guerra colonial. Esto es


lo primero;luego se pagará lo que se adeuda a oficiales y jefes. Por últi-
mo se atenderá a los generales. Todo ello, conforme a lo que manda la
Ordenanza92.

Al poco de anunciarse el acuerdo entre los líderes del partido conserva-


dor y del polaviejismo, comenzaban las primeras escisiones en las filas de1
general, y las primeras críticas al programa que Polavieja aportaba a la
unión, concretamente en su aspecto más vulnerable: la descentralización,
que asimilaban al peligro regionalista93.
Al fin Sagasta, en minoría, pidió a la Reina la disolución de las Cortes
y María Cristina pudo encargar a Silvela que formase gobierno. El 4 de
marzo de 1899 se constituyó el gabinete conservador con Dato en Gober-
nación, Fernández Villaverde en Hacienda y dos ministros estrella: Pola-
vieja en Guerra y el catalanista moderado Durán i Bas en Justicia.
Pero no estaría mucho tiempo en el Palacio de Buenavista. Una impor-
tante desavenencia con el Ministro de Hacienda sobre el presupuesto de su
departamento, echó por tierra su carrera.
El profesor Fernández Almagro explica la inclinación de Silvela hacia
Villaverde, que hizo saltar del gobierno a Polavieja el 30 de septiembre, en
estos términos:

la incorporación de Polavieja a las responsabilidades del Poder no


había bastado para desarmar al catalanismo y las reformas militares que
con tan inmejorable voluntad proyectaba el “General cristiano” no le ha-
bían granjeado la confianza del Ejército94.

En cuanto al primer punto, es posible que Silvela confiara en la capaci-


dad de Polavieja para encauzar las aspiraciones catalanistas, aunque, a la
luz de la correspondencia entre aquél y Durán i Bas, transcrita por Borja de
Riquer, sabemos conocía bien las dificultades del tema. Así Durán, en carta
de 5 de enero del 99, advierte a Silvela de la división entre los catalanistas:
los mas intransigentes,representados por “La Renaixensa”, combaten a
Polavieja95. Yen la contestación de Silvela al jurista catalán, refiriéndose al
discurso programático, le dice lo siguiente:

92 ROMERO MAURA: Op.&, p 551.


” ANDRÉS GALLEGO: Op. cit. p. 145. Críticas de Romero Robledo en este sentido
y1 FERNÁNDEZ ALMAGRO: Opcit., p.653.
q5 DE RIQUER: Opcit., p.488.
POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS.. 197

Tengo noticias que no ha satisfecho igualmente a los amigos que se


habían unido ul General en Barcelona que desearían más ampliación en lo
relativo a la autonomía de Cataluña en la ley provincial; yo no puedo ir
mas alhí porque entiendo en conciencia que se llegaría a soluciones con-
trarius a la indispensable unidad nacional y que producirían una grave
descomposición en el partido conservador96.

No sabemos de los esfuerzos de Polavieja dentro del gabinete por solu-


cionar el tema, suponemos que no muchos por el poco tiempo de perma-
nencia en el cargo y su dedicación a los asuntos de reformas militares, pero
lo cierto es que, como dice el profesor Pabón, la consecuencia del abando-
no de Polavieja trajo el que: los polaviejistas (catalanes), apartado y perdi-
do el jefe, dejaron el polaviejismo que les enlazaba con la política general
~1quedaron en catalanistas, organizados luego en una nueva entidad: la
i!nió Regionalista”7.
En cuanto al segundo punto apuntado por Fernández Almagro, sobre las
reformas del Ejército, en realidad no se separaba mucho del primero, por-
que las críticas más importantes por parte de sus compañeros de armas las
recibió Polavicja precisamente por sus propuestas descentralizadoras, tal y
como apunta el profesor Seco Serrano: el elemento militar no podía identi-
ficarse con los micleos de opinión catalana que acababan de mostrar sus
aristas antiespañolas en los sucesos de julio”.
Como hemos dicho, grande era la sensibilidad militar tras el trágico pro-
ceso de separación de las provincias ultramarinas. En estos términos se
expresaba el editorialista de El Ejército Español, cuando Polavieja ocupaba
aún el ministerio:

Apenas la Patria acaba de recibir el golpe mortal que el separatismo le


asestara, he aquíque ese temible enemigo empieza de nuevo a dar señales
de existencia.
Primero fue por medio de aquellas manifestaciones regionnlistas a las
que dio abrigo y calor la célebre carta manifiesto del general Polaviejaq9.

Pero como hemos dicho en su momento, la prensa periódica militar hay


que tomarla con reservas en cuanto a la expresión del pensamiento militar

46 Idem: Op.cit., p.490. Carta de Silvela a Durán i Bas de 11 de enero de 1899.


" PABÓN: @Cit., p. 186.

4X SECO SERRANO, C.: Opcit.. p.239.


<ir) El Ejército Erpnñol, 9 de mayo de 1899.
198 PABLO GONZÁIBZ-POLA DE LA GRANJA

se refiere, porque la manipulación es constante. Así El Ejército Español, en


estos momentos que nos ocupa, defiende los intereses del general López
Domínguez, un gran experto en el manejo de las rotativas”“.
La Correspondencia Militar, por el contrario, apoya a Polavicja, dentro
de su adscripción al partido conservador.
La disensión entre ambos periódicos se pone de manifiesto a la hora
de valorar, quizás el último intento de Polavieja por presionar a Silvela,
para que acceda a ponerse de su parte, contra Villaverde, en el tema clave
del presupuesto, que habría de financiar las reformas en Guerra. La tarde
del 23 de septiembre, cinco días antes de la reunión del Consejo de Minis-
tros, que habría de ser el último de Polavieja, concentráronse en el pala-
cio de Buenavista, sede del ministerio, unos ciento treinta jefes y oficia-
les de la guarnición de Madrid para manifestar su apoyo a las posturas de
D. Camilo”‘.
El Ejército Español, bajo el título Temores pueriles, alude a los mani-
festados ante la citada reunión de mandos por El País y El Globo. El acto
de anoche -dice El Ejército Español- fue un simple acto de cortesía que
realizaron a instancias o por indicación del capitán general los jefes que
mandan algunos cuerpos de &a guarnición... ¿ Cuál es el haber que en su
cuenta tiene hoy por hoy,el actual ministro de la Guerra?... 2 Que batalla ha
reñido en el Consejo para que sean satisfechos sus sueldos atrasados a los
jefes y o$ciales repatriados de Utrama?; por ejemplo?‘02
La Correspondencia Militar, por su parte, titula su editorial Acto Expre-
sivo. Tras dejar clara la espontaneidad de la visita de los militares al minis-
tro, desvela las verdaderas intenciones del acto, con una terminología no
exenta de sutiles tonos amenazantes:

El general Polavieja sabe,seguramente a estas horas a qué atenerse


respecto a lo que el Ejército piensa y quiere,y no es dudoso suponer que de
la visita de anoche,los jefes y oficiales saldrian convencidos de que no será
el general Polavieja quien atente locamente contra lo que es tan esencial a
la vida y a la respetabilidad de la Patriaio3.

lM La campaña de El Ejército Español a favor de López Domínguez es descarada. En la crónica de


5 de agosto de 1899 dicen de él que: tiene prestigios suficientes para esa concentración democrática
que propone y será evidentemente la única personalidad que si enarbola bandera contará en breve con
importantes fuerzas a su disposición.
Io1 ANDRÉS GALLEGO: Op.cit., p.159.
‘O* El Ejército Español de 2.5 de septiembre de 1899.
‘*’ La Correspondencia Militar de 25 de septiembre de 1899.
POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 199

CONCLUSIONES

En principio se preparó a Polavieja para ser en cierto modo manipulado


por el arzobispo Cascajares, en su idea del partido católico, y seguramente
por otros grupos de intereses varios: oportunistas como Reparaz’” o los
industriales catalanes, que aún después de salir don Camilo del gobierno
pensaban en él como posible cabeza de un golpe de estado’05. Hemos visto
los esfuerzos del general por crear algo sólido entorno a sí, por aportar algo
fuera de lo que otros tenían pensado para él.
¿Se aprovechó Silvela de Polavieja? Probablemente no. El político con-
servador debió darse cuenta en seguida de que el General contaba con un
fuerte apoyo popular y con el no menos importante de palacio, pero no tenía
capacidad de formar una fuerza política que le respaldase. Y en este
momento ni la Reina, ni los líderes de los dos grandes partidos estaban dis-
puestos a un gobierno moderador presidido por el General. Quizás temien-
do que se les escapasen de las manos sus bases respectivas, un tanto desor-
ganizadas.
iPretendía Polavieja una dictadura? Merece la pena una reflexión sobre
este punto. En las últimas páginas hemos visto cómo el General pensaba en
el ejercicio consensuado del poder, en unos momentos en los que no le
hubiera sido difícil el golpe. Pero su alto sentido patriótico, le hizo alejarse
de toda solución que no contase con el beneplácito de la Regente.
De haber aceptado un hipotético encargo de María Cristina, sin duda
podríamos hablar del dictador Polavieja, pero una dictadura que es preciso
matizar, porque no consideramos justo que caigan sobre él todas las consi-
deraciones negativas que, visto desde la óptica actual, el término encierra.
En primer lugar, hay que decir que la solución de la entrega del poder a una
persona, por un tiempo determinado, era por aquella época una corriente
que circulaba por Europa al tiempo que se agudizaba la crisis del liberalis-
mo. En España tomó la denominación de tutela política y fue tratada por
Costa, la inspiración de su famoso cirujano de hierro, y por Altamiralo6.
Por otra parte el talante del General, su estilo moderado en sus relacio-
nes con los políticos, su capacidad de diálogo demostrada en Cuba y Filipi-

‘OJ Reparaz consiguió una comisih en el extranjero para estudiar reformas administrativas, entre
otras cosas, durante el gobierno Silvela-Polavieja.
“P SECO SERRANO, Carlos: Op. cit., p.232.
“16 VILLACORTA BAÑOS, E: Pensamiento social y crisis del sistemu cunovista 1890-1898; FUSI Y
NINO (Edit.): Vísperas del 98. Madrid 1997, pp. 254256; COSTA: Tutela de pueblos en la historia;
ALTAMIRA: El problema de la dictadura tutelar en la historia.
200 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA

nas, incluso las ideas centrales de su manifiesto, le alejan del tipo de espa-
dón clásico dispuesto a terminar con un sistema democrático.
Tras la contundente catarsis que supusieron para los militares los suce-
sos del 98, búsqueda de responsabilidades incluida, la única política que
podía hacer el primer ministro de la Guerra, del primer gobierno sin res-
ponsabilidades directas en el desastre era la ilusionante propuesta de Pola-
vieja que vimos tratada en las bases de acuerdo con Silvela. La profesiona-
lización de unas fuerzas armadas desmotivadas pasaba por unas inversiones
adecuadas al tremendo descalabro, sobre todo en la armada. Lo contrario
era no solo antimilitar, sino antipatriótico para los militares.
Lo recoge el corresponsal de La Correspondencia Militar, de labios de
un coronel que acudió a mostrar su apoyo a Polavieja:

Nosotros creemos llegada la hora de que se establezca el debido orden


en las conciencias,que cada cual aporte a la obra de la regeneración lo que
sea debido y que los sacrificios sean comunes,aun cuando nosotros lleve-
mos la peor parte; pero a lo que no nos resignamos es a ser víctimassacri-
ficadas otra vez por los mismos que son los responsables de los desastres
pasadosio7.

Es un buen ejemplo del pensamiento militar en el momento de la for-


mación de la conciencia intervencionista que habría de caracterizar los pri-
meros años del siglo XX.

‘O’ LA Correspondencia Militu,: 25 de septiembre de 1899.


DIARIO DE OPERACIONES EN CUBA:
POR EL TENIENTE DE INFANTERÍA DON ENRIQUE
PIQUERAS CAUSA (1895-l 897)
Enrique PÉREZ PIQUERAS
Gcncral de Brigada de Infantería

Presentación

D
ESDE hace muchos años tenía en mi poder el diario de operacio-
nes que mi abuelo materno había escrito pacientemente en los
casi dos años que estuvo destinado en el Ejército de Operaciones
de la isla de Cuba.
Había llegado a la isla como teniente de Infantería al final del año 1895,
después de solicitarlo voluntariamente en instancia al Rey, cuando era
alumno de la Escuela Superior de Guerra. Allí permaneció hasta agosto de
1897, en que se reincorporó a la escuela, hasta salir de la misma como capi-
tán del Cuerpo de Estado Mayor.
La minuciosidad del relato diario de las operaciones militares -segui-
das de algún breve comentario y de las escasas actividades sociales en los
cortos permisos disfrutados en La Habana, que le permitieron conocer a
mi futura abuela- nos invita a recordar el sacrificio de aquellos hombres
que, con medios, equipos, armas, alimentación y sanidad insuficientes,
lucharon por mantener la unidad de la Patria y el honor de nuestras armas,
con un mínimo reconocimiento posterior por la sociedad de aquel tiempo.
Todos ellos, y mi abuelo en particular, quedaron profundamente marca-
dos en sus vidas familiares y profesionales por los acontecimientos vividos,
que luego se denominaron el Desastre del 98 de forma, a mi entender, poco
afortunada.
202 ENRIQUE PÉREZ PIQUERAS

De la exposición parcial de lo más significativo de este diario, seguido


de algunos comentarios hechos por mí cien años después, destaca la lección
moral que nos dieron aquellos oficiales, suboficiales y soldados, y se apren-
de de los errores cometidos por improvisación, falta de preparación y des-
coordinación de las unidades que operaban en la isla.
El trabajo realizado tiene tres partes: la primera es un relato cronológi-
co con los acontecimientos generales de la guerra y los particulares vividos
por el autor del diario; la segunda -la más extensa- es la transcripción de
partes del diario, con comentarios explicativos, y la tercera es la organiza-
ción del Ejército de Operaciones de Cuba, según la Orden General del Esta-
do Mayor General, de fecha 1 de diciembre de 1895, mencionando sola-
mente en detalle el Primer Cuerpo de Ejército.

RELATO CRONOLÓGICO DE LOS ACONTECIMIENTOS

Año de 189.5

Enero: Se inicia la última y definitiva rebelión en Baire, provincia de


Santiago, con el grito de independencia que dieron una parte de los cubanos
llamados mambises por nuestros soldados, por considerarlos españoles
insurrectos. Este pueblo está al norte de Sierra Maestra, en el extremo suro-
riental de la isla.
Febrero: Comienzan las acciones violentas contra los campesinos y tro-
pas de guarnición del Ejército y Guardia Civil.
Marzo: A solicitud del general Calleja, Capitán General de la isla,
desembarca en Cuba la primera expedición de soldados de reemplazo pro-
cedentes de la Península.
La insurrección es acaudillada por Máximo Gómez, con el apoyo ideoló-
gico de José Martí y el de Antonio Maceo, nombrado lugarteniente de Gómez.
Los Estados Unidos, desde el primer momento, apoyan activamente con
armas y dinero a los insurrectos, mientras el Gobierno español trata de obte-
ner el respaldo diplomático de las naciones europeas.
Abril: El general Martínez Campos, vencedor y pacificador de la insu-
rrección anterior, sustituye al general Calleja como Capitán General de Cuba.
El día 19 muere José Martí, en el combate de Dos Ríos, mandando las
tropas españolas el teniente coronel Sandoval.
Mayo-noviembre: Hostigamiento continuo de los insurrectos, con
pequeños ataques por sorpresa y emboscadas a los convoyes protegidos por
tropas españolas, sin llegar a empeñarse en combates decisivos.
DIARIO DE OPERACIONES EN CUBA 203

El genera1 Martínez Campos trata de organizar sus efectivos con la Ile-


gada de nuevos soldados de la Península.
Diciembre: El día 6 desembarca en La Habana el teniente Piqueras y es
destinado, inicialmente, al Cuartel General de la 1” Brigada en Santa Clara,
que actúa en acciones de persecución del enemigo entre Cruces, Esperanza
y Camajuani, a las órdenes del coronel Horquín.

Año de 1896

Enero-febrero: El general Martínez Campos pide refuerzos con urgen-


cia y ser sustituido en el mando por el teniente general Valeriano Weyler. El
presidente del Consejo de Ministros, Cánovas del Castillo, acepta final-
mente la propuesta que se le hace. El desánimo de Martínez Campos llegó,
entre otras causas, después del combate de Peralejo en el que el general
Santocildes resultó muerto en su enfrentamiento con Maceo.
Abril: El teniente Piqueras solicita y consigue ser destinado como ofi-
cial de Infantería al Batallón San Fernando, que estaba reemplazando a
sus numerosas bajas ocasionadas por enfermedades. Esta unidad, con base
en Bahía Honda, operaba en la provincia de Pinar del Río, en el occiden-
te de la isla, formando parte de la brigada que mandaba el general Suárez
Inclán.
Junio: Los días 23 y 24 el autor del diario, al mando de su compañía por
permiso del capitán, toma parte en las acciones de Zalacaín y Reyes, al
oeste de La Habana, en persecución de Antonio Maceo, que se aproximaba
peligrosamente con los insurrectos a la capital. Se le propone para una con-
decoración y meses después se le concede la Cruz del Mérito Militar.
Se incrementan las acciones de las unidades españolas que recuperan la
iniciativa persiguiendo y cercando a los insurrectos.
Julio-septiembre: El autor del diario cae enfermo con fiebres palúdicas
y es enviado a La Habana para tratamiento médico.
El 26 de septiembre tiene lugar en Cascorro el acto heroico del soldado
Eloy Gonzalo. Este popular madrileño murió al año siguiente de paludismo,
como tantos otros.
Octubre: Sin haberse repuesto, el teniente Piqueras se incorpora a su
destino y recibe el mando de la 1” compañía. El Batallón San Fernando, con
mil trescientos hombres en lista de revista, sólo dispone de trescientos aptos
para el combate, a causa del paludismo.
Toda la unidad se traslada a Luyano, en las proximidades de La Haba-
na, para colaborar en la defensa exterior de la capital, hasta la reposición de
las bajas.
204 ENRIQUE PÉREZ PIQUERAS

Noviembre-diciembre: Después de dar de alta en instrucción a los quin-


tos venidos de la Península se completa el batallón y, junto a otras unida-
des, recibe la misión de perseguir a los insurrectos mandados por Maceo al
sur de la provincia de La Habana entre los pueblos de San Antonio de
Baños, Quivicán y San José de Lajas.
El día 7 de noviembre de 1896 en el combate de Punta Brava muere
Maceo, sorprendido por tropas del Batallón San Quintín, mandado por el
comandante Cirujeda.
Se ha conseguido reducir la presión enemiga sobre La Habana y se des-
tina al Batallón San Fernando a operar en el extremo oriental de Cuba, entre
Manzanillo y Bayamo, zona de sabana y ciénagas al norte de Sierra Maes-
tra.
Los insurrectos mandados por Calixto García cercan las poblaciones e
impiden el paso de los convoyes con actuaciones crueles y sangrientas que
atemorizan a la población civil.
El Batallón San Fernando embarca en Batabanó y, navegando por el sur
de la isla, desembarca en Manzanillo.

Año de 1897

Enero-julio: Transcurren en cometidos de protección de convoyes de


carretas de cincuenta a cien habitualmente, tiradas por bueyes, entre las ciu-
dades y pueblos de la zona: Manzanillo, Veguitas, Bueyecito, Santa Rita,
Jiguani, Cauto y Guamo, atravesando las zonas pantanosas de los ríos Gua-
jacabo, Bayamo y Cauto, con abundantes crecidas por las continuas lluvias.
Los días 25, 26 y 27 de enero, el teniente Piqueras manda la vanguardia
que da protección al convoy que, desde Veguitas, se desplaza a Bayamo. En
la sabana de Barrancas el enemigo espera oculto para atacar, pero es detec-
tado por la vanguardia. Despliega el Batallón San Fernando, que constituye
el grueso de la fuerza de protección, y desaloja al enemigo de sus posicio-
nes con sólo dieciocho heridos.
El teniente, junto a otros oficiales, es propuesto para una condecoración,
y más tarde se le concede otra Cruz del Mérito Militar.
Al llegar la época de las lluvias se generalizan las fiebres palúdicas y el
batallón tiene numerosos enfermos: causan baja cuatro capitanes de com-
pañía y fallece, entre otros, el comandante José Cavanna y Sanz, que había
sido evacuado a Manzanillo.
El 24 de mayo sale la brigada, al mando del general Tovar, dando pro-
tección a un numeroso e importante convoy que se ve obligado a detenerse
ante el río Buey por la fuerte crecida debido a las incesantes lluvias.
DIARIO DE OPERACIONES EN CUBA 20.5

Teniente de Iefnntería don Enrique Piqueras Causa.


206 ENRIQUE PÉREZ PIQUERAS

Se construye una gran balsa, con medios de circunstancias, sobre la que


pasan el río inicialmente las guerrillas de los batallones Isabel la Católica y
San Fernando y, posteriormente, el resto de las unidades, enfrentándose al
enemigo que se retira, permitiendo el paso del convoy.
Agosto: Asesinato terrorista del presidente Cánovas del Castillo. El
Ministro de la Guerra ordena al general Weyler que los oficiales alumnos de
la Escuela Superior de Guerra regresen a la Península para continuar sus
estudios en el curso que se va a iniciar.
El teniente Piqueras sale para Sancti Spiritus y La Habana, donde reci-
be el pasaporte y embarca en el vapor Monserrut. Hace escala en San Juan
de Puerto Rico y desembarca finalmente en Santander.
Septiembre: Ya en la Península se le concede cl ascenso a capitán por
las operaciones del mes de mayo, siendo destinado al Regimiento Granada
34, de guarnición en Sevilla, reincorporándose al curso de la Escuela Supe-
rior de Guerra donde finaliza sus estudios de Estado Mayor.
Octubre: Relevo como Capitán General de la isla de Cuba de Weyler,
sustituido por el general Blanco, por orden del nuevo presidente del Conse-
jo de Ministros Sagasta.

TRANSCRIPCIÓN DE ALGUNAS PARTES DEL DIARIO


CON COMENTARIOS

Organización de las columnas

El autor del diario se incorpora a la media brigada, que manda el coronel


Horquín, compuesta de dos batallones, Soria y San Quintín, en Santa Clara.
El día 27 de diciembre de 189.5 escribe:

En esta población esperrr’bnmos que viniera la media Brigada, pero


solo pudimos ver de ella alguna compañía de Soria, cuerpo que tenía allí
su representación; las de San Quintín no aparecieron por ninguna parte.
Era aquella época la del General Martínez Campos y las columnas, aun-
que de poca fuerza, estaban formadas por compañías de cuerpos diferen-
tes, con objeto, según decían, de no dejar operar Batallones emeros de
gente recién desembarcada, poco acostumbrados a marchas y desconoce-
dores en absoluto de aquella guerra. Quizá mezclar los cuerpos tuviera
esas ventajas, pero en cambio seguramente era más difícil el mando y tenía
otros muchos inconvenientes.
DIARIO DE OPERACIONES EN CUBA 207

El comentario del autor es acertado al observar un grave defecto que,


posteriormente, se corrigió en parte con la llegada de Weyler y que ocasio-
nó, como veremos después, bajas entre los soldados españoles. Con poca
visibilidad la confusión era fácil, y disparaban creyendo que lo hacían sobre
el enemigo, cuando realmente era sobre otra unidad española.

Crueldades en los enfrentamientos

Estando el 2 de febrero de 1896 en La Esperanza -pueblo cercano a


Santa Clara- para cobrar la paga en la oficina de la representación del San
Quintín, el teniente Borges sale con cuarenta soldados para reparar la línea
telegráfica y, los insurrectos, con unos ochocientos hombres mandados por
los hermanos Núñez, le sorprenden:

Avisaron al jefe (Comandante Salvador) que se oía fuego hacia donde


había salido el destacamento. Inmediatamente fuimos a la oficin.a y ense-
guida llegó un soldado herido que nos dijo que habían atacado al Teniente
Borges y causado muchas bajas.
Al salir el oficial había recogido a casi toda la tropa para su destaca-
mento, no quedando en el pueblo nada más que los pelotones de reclutas,
que aquel mismo día habían recibido el armamento, y diez soldados que a
toda prisa reunimos (...) Yo me ofrecía salir (...) y me prestaron el caballo
y el revólver; (había llegado en tren por la mañana desde Santa Clara).
Formamos, pura salir; los diez soldados y a alguna distancia me seguía
uno de los pelotones de “quintos” mandados por LU.? 2” Teniente, al que
encargué mucho que nadie hiciera fuego sin yo mandarlo. Con los diez
antiguos, me adelanté con gran precaución; et-un las dos de la tarde y esta-
ban ardiendo los cañaverales a nuestro frente en una gran extensión. Vinie-
ron hacia nosotros corriendo dos heridos leves con la noticia de que al otro
lado de los cañaverales se veía una gran masa de caballos, y de allípar-
tieron tiros que no nos hicieron efecto alguno, pareciendo que se retiraban.
Mandé traer una carreta enganchada que habíamos visto u las afueras del
pueblo. En el cruce del camino con la via férrea recogimos al primer sol-
dado muerto, tenía dos balazos y la cabeza separada del cuerpo; seguimos
andando por la via y a la derecha e izquierda de la misma encontramos die-
ciséis muertos más. El oficial con su asistente estaban a la entrada de una
alcantarilla mutilados como todos los que recogimos.
Con la carreta llena de cadáver-es cubiertos con una manta volvimos a
La Esperanza. A la entrada del pueblo una mujer dijo: ibien hecho, era
208 ENRIQUE PÉREZ PIQUERAS

menester sucediera lo mismo a todos! y un soldado que la oyó la trajo


adonde yo estaba; iba casi a rastras detrás de la carreta. Fui delante de la
Comandancia Militar a entregar aquel triste convoy.

Además de los fusiles de procedencia norteamericana los insurrectos


tenían un arma elemental: el machete llamado bolo utilizado para cortar
caña de azúcar, que emplearon frecuentemente para rematar a los heridos y
cortarles la cabeza después, de un solo tajo.

En busca del enemigo

Los meses de febrero y marzo de 1896 los batallones de Las Navas y


Soria operan con base en Cruces, al oeste de Santa Clara, buscando al ene-
migo por orden del general de la brigada.
El autor del diario escribe:

Decididamente la suerte no nos favorece porque hay enemigo próximo,


pero nunca lo encontrarnos por ninguna parte; no sabemos para cuando
esa gente se reserva (...)
Todas las noches nos ordenan la operación para el dia siguiente y como
se ve, no son coronadas por el éxito. Las confidencias gratuitas parece que
dan siempre ese resultado.

Incidente con un periodista local

En ocasiones la sociedad civil de los pequeños pueblos organiza en el


casino bailes, a los que asisten jóvenes con familias y oficiales de las dis-
tintas unidades.
El 16 de marzo de 1896 en el casino de Cruces se organiza un baile:

El médico provisional de Las Navas (...) quiso bailar con. una mucha-
cha hija de los patrones de la pensión donde se aloja el General Pando,
pero por tener novio dijo que no podía bailar: El Teniente Coronel de Las
Navas, D. Manuel Fuenmayor la llamó cursi y ella y su hermana se echa-
ron a llorar y salieron para su casa a dar parte al General. El novio de una
de ellas dijo que protestaba de aquello como redactor del periódico La
Lucha y se llevó algunos golpes. El jefe le dijo que ime c... en Vd. y en su
periódico! Vuelve el General con las dos chicas del brazo y aconseja al
DIAKIO DE OPERACIONES EN CUBA 209

Teniente Coronel que no se meta con las chicas. Cito estos detalles por la
mala suerte que después tuvo el Jefe.

El teniente coronel murió pocos días después en un incidente desgra-


ciado, como se verá más tarde.

Graves consecuencias por la falta de coordinación

El 18 de marzo de 1896 sale al amanecer de Santa Clara la columna for-


mada por tres compañías de Las Navas, tres del Soria, dos de Bailén, Escua-
drón de Sagunto, y treinta y tres guardias civiles. Cuando estaban comien-
do en un alto, en el ingenio de la Rosa, les llega la noticia de haberse
detectado el paso del enemigo:

Una numerosa partida de más de dos mil hombres había pasado la


turde anterior; \+no.s el rastro. Nos habían dicho en Santa Clara que no
operaban por allí más columnas que la nuestra (...) todo el campo está allí
plantado de caña (...) el camino real del Hatillo con cerca de arbustos que
pueden ocultar el paso por el mismo (...)
Colocamos secciones de Infantería ocultas entre la caña con algunos
vigilantes al frente, ocultos igualmente.
A las 12 de la mañana sonó una descarga nutridísima a la cual contes-
taron las fuerzas nuestras ya preparadas: rápidamente fueron las compa-
ñías de Soria y Las Navas a colocarse en línea por orden del Jefe, quedan-
do las Compañías de Bailén y la Caballería en reserva en la plazoleta del
ingenio.
Nuestros cornetas tocaron la contraseña reglamentariu y no oímos con-
testación alguna. El Teniente Coronel de Las Navas, gran amigo del Coro-
nel, vino a felicitarlo, diciéndole que tenía mucha suerte pues unos los bus-
can y no los encuentran y a ti vienen a atacarte.
El Jefe rne envió a decir que avanzaran las municiones y el Capitán
Cañadas de la Guardia Cvil me dijo que era mucho fuego el que sufrimos
y que quizá no fuera el enemigo, por lo que volví a la carrera a decir esto
a mi Jefe. Por si era así ordenó hacer alto el fuego, diciendo que los con-
trarios no eran mambises(...)
Fuenmayor; haciendo señas con su sombrero murió atravesado por dos
balazos, pues la línea enemiga formada a lo largo del camino del Hatillo,
seguía haciendo fuego por descargas. El Capitán Oliver del Soria montó a
caballo y fue en línea recta hastu ponerse al habla con los contrarios y
Goljo
SLAS
de

Méjico
DIARIO DE OPERACIONES EN CUBA 211

reconocido por el Teniente Letarnendía ya herido, empezó este a ordenar


alto el fuego, tardando cerca de diez minutos en conseguirlo.
Nuestro contrario habia sido la columna del General Godoy, causán-
donos en un momento tres muertos, entre ellos el Teniente Coronel Fuen-
mayor treinta y seis heridos entre los que estaban los Capitanes Batlle,
López Garrido y Torres Madrid y el contrario, columna Godoy, tuvo más de
noventa bajas.
Se reunieron los dos Jefes en el ingenio La Rosa disculpándose Godoy
públicamente.

EI coronel Horquín cesó en el mando una semana después, entregándo-


lo al coronel Moncada, según relato posterior del autor del diario.
El 29 de enero de 1897, cuando daban seguridad a un convoy que desde
Bayamo se dirigía a Santa Rita, al sureste de la isla, el autor del diario escri-
be:

A la vista de Santa Rita se oyen dos disparos consecutivos (de un fuer-


te nuestro), hieren gravemente al Teniente Pons, de la guerrilla del Alcán-
tara iPobrecillo! Llegamos al pueblo a las 12 y 3O’después de la lamenta-
ble equivocación que deshacemos con toques de corneta, Muere Pons y
salimos a las 3 para Jiguani.

Persecución del enemigo en ferrocarril

En Santa Clara se tiene información de que una columna enemiga de


mil quinientos hombres ha sido vista el día 23 de marzo de 1896, siguien-
do el curso del río Sagua la Chica, en dirección a Sancti Spiritus.

El Coronel solicita permiso por telégrafo para ir por ferrocarril hacia


Camajuani y Placetas para poder alcanzar a los mambises, que marchaban
en esa dirección (...) Se forman dos trenes en los que embarca la columna;
cada tren arrastra 22 vagones (...) la marcha en ferrocarril fue desastrosa;
los dos trenes marchaban a la vista uno del otro, y cerca del paradero de
Vega Alta, donde hay una gran pendiente, se rompió el enganche de uno de
los coches retrocediendo 14 vagones con velocidad grande, chocando con
el 2” tren en que íbamos nosotros, no ocurriendo desgracias por casuali-
dad(...) Algtín caballo apareció en el techo de un vagón.

Evidentemente, el enemigo no fue alcanzado ese día.


212 ENRIQUE PÉREZ PIQUERAS

Plan de reconcentraciones

Los planes del general Weyler consistían en dividir la isla en distritos y


limpiarlos de enemigos uno tras otro, procurando que las partidas de insu-
rrectos no pudieran unirse. La eliminación de cada una de éstas era misión
de las columnas mixtas o brigadas ligeras.
Las concentraciones de población rural SC iniciaron en la provincia de
Pinar del Río, facilitadas por algunos campesinos que huían por temor a
represalias de los insurrectos por colaboracionistas.
Máximo Gómez en un manifiesto había anunciado el año anterior que,
si era necesario, quemarían las plantaciones y los ingenios y arruinarían la
economía de la isla hasta hacerla inhabitable.
Las tropas españolas reunían a los grupos de campesinos, vigilando a
éstos, tanto por su seguridad como para que no ayudaran a los rebeldes. Los
bohíos e ingenios (fincas rústicas que elaboran azúcar), eran incendiados
después de evacuar a sus moradores.
Este procedimiento antiguerrillas fue posteriormente imitado por los bri-
tánicos en el Transwaal y por los norteamericanos en Filipinas y Vietnam.
En mayo de 1896 el autor del diario está destinado en el Batallón San
Fernando, con base en Bahía Honda, entre La Habana y Pinar del Río rea-
lizando operaciones de persecución de los insurrectos mandados por Quin-
tín Banderas, que ha logrado instalar campamentos en la cordillera de
Guaniguánico.
El ll de mayo el diario indica lo siguiente:

Sale el Batallón de la costa Oeste pasando por el ingenio destruido de


Gerardo. Voy en vanguardia y sostengo tiroteo con un grupo enemigo;
recogemos muchas reses (...) y se incendian todos los bohíos habitados o no
que estuvieran a 200 metros del camino.
El 14 de mayo:

Sale la Brigada por la costa Oeste a la laguna de Las Flores, cerca de


Morrillo y conducimos a Bahía Honda a quinientas personas cumpliendo
los bandos de reconcentración y muchas reses.

El 19 de mayo:

Salimos del campamento de La Mulata y por el camino de ayer regre-


samos a Bahía Honda recogiendo muchísimas reses y escoltando carretas
con familias de reconcentrados.
DIARIO DE OPERACIONES EN CUBA 213

Algunas conductas arbitrarias ilegales

La llegada de Weyler mejoró la moral de las tropas al imponer un plan


concreto de operaciones, pero el aislamiento de las unidades no pudo
impedir que se dieran algunos casos de corrupción y de abuso de autori-
dad.
El autor del diario escribe el 24 de mayo de 1896:

Hay un gran disgusto en el Batallón por la conducta del Teniente


Coronel (.,.) Es un Señoí; que dice no quiere más que dinero sea cual-
quiera el procedimiento paru conseguirlo. Ha hecho una contrata de
hules impermeables para la tropa, que según dicen, es bastante para que
fuera a presidio si hubiera justicia (...) Presume de muy bravo y no puede
consentir que nadie tenga en SL~ hoja de hechos, más acciones anotadas
que él.
Además tiene un carácter atroz. Ayer dio a un soldado una paliza, de
resultas de la cual ha muerto hoy en el Hospital.

Todos los oficiales de San Fernando y Baleares muestran su disconfor-


midad con este jefe, que es destinado a otro batallón, sin que fuera corregi-
do disciplinariamente.

Heroismo de los combatientes

El 20 de mayo de 1896, persiguiendo a Maceo, descubren un campa-


mento enemigo en la Sierra de Guaniguánico, cerca de Tapia:

La entrada era un caminejo muy estrecho y con una pendiente muy pro-
nunciada. Arriba había una gran plazoleta; defienden muclzo aquella subi-
da pero la tomamos a la bayoneta. Cogimos casi muerto a un titulado
Teniente llamado Rabaza; llevaba en el bolsillo un despacho firmado por
Maceo haciéndolo Alférez y otro provisional de Teniente firmado por Díaz;
murió como un valiente, rodilla en tierra en la misma entrada, haciendo
fuego mientras sus compañeros huían (...)
Durante el fuego vino hacia nosotros un tío medio desnudo, gritando
iViva España!; dijo que era catalán y lo tenían prisionero.
214 ENRIQUE PÉREZ PIQUERAS

Protección de los convoyes

La protección de convoyes fue uno de los cometidos que realizaron las


unidades militares desde el principio de la insurrección. La actuación de los
mambises pretendía impedir el movimiento normal en las comunicaciones
por carretera y ferrocarril, además de interrumpir el telégrafo, soporte
importantísimo para las transmisiones hace cien años.
Nuestro ejército se encontró sujeto a la obligación ineludible de garan-
tizar estas comunicaciones, lo que le impidió en gran parte la acción direc-
ta de persecución, cerco y aniquilamiento de los núcleos de insurrectos,
especialmente en la parte oriental de la isla, donde Calixto García actuaba,
con gran impunidad, aprovechando las condiciones geográficas y de insa-
lubridad de las zonas de ciénagas.
El mando militar desplazó a estas provincias varias unidades, entre ellas el
Batallón San Fernando. Es allí, entre Manzanillo y Bayamo, donde el autor del
diario va a tener las experiencias más duras por la dificultad del terreno donde
tuvieron que operar las unidades y el hostigamiento constante del enemigo.
A continuación se transcriben partes del diario en relación con dos de
estas operaciones, en los meses de enero y mayo de 1897.
Entre los días 24 y 30 de enero, escribe en el diario:

En Veguitas: misa en la plaza. Se incorpora el Coronel del Regimiento


D. Luis Moreno Navarro Uría.
Salimos al amanecer con un convoy de noventa y cuatro carretas para
Bayamo, vamos en vanguardia; fuego muy nutrido desde Veguitas hasta el
paso del Río Buey (10 de la m.añana). Esperamos que pasen las carretas y
terminan a las 3 de la tarde, teniendo que acampar allímismo. Por la noche
algunos tiros.
Salimos del campamento al amanecer; vamos en cabeza de las carre-
tas, al llegar a la sabana de Barrancas nos esperaba el enemigo haciéndo-
nos mucho fuego.
Nuestra columna va desplegando a medida que entramos en el llano y
después de más de media hora se les desaloja de sus posiciones. La Briga-
da tiene dieciocho heridos y mi Batallón siete.
En Peralejo nos esperaba otra vez el enemigo y el fuego de nuestra
Infantería y Artillería les dispersa a las 2 de la tarde. Acampamos a las 5
de la tarde después de pasar el Río Mabay.
Salimos en vanguardia a las 6 de la mañana (...) Cuando entramos en
Bayamo a las 10 de la mañana, fuego otra vez a nuestra retaguardia y nos
hacen tres heridos.
DIARIO DE OPERACIONES EN CUBA 215
216 ENRIQUE PÉREZ PIQUERAS

Hemos descargado el convoy, pero las carretas vienen llenas de gente


porque muchas familias abandonan el pueblo.

En el mes de mayo las dificultades aumentan por las lluvias tropicales


que imposibilitan el paso de los convoyes por las crecidas de los ríos.
Entre los días 20 y 31 de mayo escribe:

Salim.os la Brigada a las 6 de la mañana al mando del General Tovar


(,..) llegamos a Veguitas a las 5 de la tarde, pero las carretas con el Coro-
nel Escario quedan en Sofía. Llueve muchísimo (...) Dan la orden para salir
pero la lluvia hace que el Río Buey no pueda vadearse. Llueve muchísimo
(...) asciende el río (...)
El Gen.eral se impacienta y manda que se haga una balsa (...) la balsa
está hecha y mañana empezamos a funcionar (...) Cruzan en la balsa las
guerrillas de Isabel la Católica y de mi Batallón; a las 12 acaba de pasar
San Fernando (...) acampamos a orillas del monte. A las 7 salimos para el
paso del Caimito (...) Al llegar a Barrancas el enemigo nos esperaba por la
izquierda y frente. Fuego de mi Batallón que va en vanguardia; herido el
Capitán (...) las guerrillas a pie (...) fuego de Artillería; fuego del enemigo
a la retaguardia.
La otra Brigada se volvió a Veguitas desde el Camino por no poder cru-
zar las carretas (.,,) Salimos de Tuabeque al amanecer (...) paso muy difícil
del Río Bayamo. Se presentan dos mujeres a la 5” Compañía. Vienen del
monte, pero como todas dicen, no han visto al enemigo.

Las enfermedades tropicales, nuestro principal enemigo

El equipo inadecuado y el apoyo logístico deficiente les obligaba a vivir


en ocasiones a nuestras unidades sobre el propio terreno donde combatían.
La sanidad fue incapaz de atender correctamente a las numerosas bajas que
producían las enfermedades: fiebres palúdicas, disentería y vómito negro,
de las que murieron muchos mandos y soldados.
En julio de 1896 el autor del diario cae enfermo de fiebres palúdicas
permaneciendo de baja cerca de tres meses.

Tomo purgantes que apenas me hacen efecto (...) y me veo precisado a


meterme en la cama con bastante fiebre (...) Tomo Quinina y me siento algo
mejor (...) parece que tengo fiebres gástricas palúdicas con diarrea (...) Me
alojo en un cuartucho de madera sucio y desmantelado (...) y para acos-
DIARIO DE OPERACIONES EN CUBA 217

tarme tenía que atravesar mas de 30 metros de cieno negruzco y mal olien-
te; ese es el campo que me rodea,
Me aconsejan que pase al Hospital o enfermeria para poder marchar a
La Habana (.,.) al amanecer (del 20 de julio) estoy en la puerta del Hospital
con el médico Ferrer (...) Muy temprano empiezan a salir las carretas con 70
enjermos. A las 7 estábamos en el muelle /Que barbaridad!, es la 1 de la
tarde y todavía no se ve el barco(...) icómo estarán los pobres enfermos al sol,
sin agua y todos con fiebre !. Viene mi ordenanza Unge y el asistente Larios
y nle traen una botella de caldo y otra de leche, pero los pobres enfermos m.e
ruegan les dé algo y se las reparto a los más necesitados.
A la 1 y 30 aparece el Tritcín y a las 2 estamos a bordo (...) llegamos a
La Hubana a la 1 de la madrugada.

El tratamiento médico lo tiene que hacer con médicos civiles pues el


hospital está reservado para los más graves.
Cuando consigue mejorar, pasa el mes de septiembre de licencia por enfer-
mo en La Habana, incorporándose al Batallón San Fernando en Bahía Honda,
después de un viaje en barco. La enfermedad le permitió conocer a la que sería
mi abuela, nacida en Sancti Spiritus, hija del teniente coronel Menéndez, des-
tinado en el Gobierno Militar de La Habana por esa época: había tomado parte
en la primera guerra contra la insurrección entre 1868 y 1878.
El 10 de octubre escribe:
Muere del vómito Albarracín, 2” Teniente del Baleares, recién llegado
(...) Llueve muchísimo y a eso atribuyen el recrudecimiento del vóm.ito.
El 1.5 de octubre el diario indica:
Salgo con el Batallón al amanecer llegando a Bramales a las 8 de la
mañana (...) De mil trescientos hombres que debía haber en el San Fer-
nando solo somos unos trescientos, por lo que deciden mandarnos a La
Habana para reponerlo. El General González Muñoz nos dice que dentro
de muy poco volverá a reclamarnos para su División y aunque todos los
Cuerpos del Arma sean iguales, él prefiere al San Fernando.
El 8 de noviembre dice el diario:
Todavía tenemos muchos enfermos y los buenos están muy débiles; les
damos dos platos en cada comida y vino de quina.
Las durísimas marchas acompañadas de incesantes lluvias contribuyen
al debilitamiento general. El 19 de diciembre de 1896 en San José de Lajas
(al sureste de La Habana) escribe en el diario:

A las 4 llegamos a San José, tocan parte y previenen que el rancho se


coma a las 6 y 30 y una hora después, que estemos preparados para mar-
218 ENRIQUE PÉREZ PIQUERAS

char dicen que a La Habana. Salimos a la hora anunciada recorriendo 37


km., hasta Regla, COFZ la fatiga natural después de la jornada del día; en el
Cotorro una hora de descanso, después de la cual los soldados no pueden
ponerse en pie; llegamos al amanecer:

La mala y escasa alimentación también contribuye negativamente a la


salud. Después de pasar la Nochebuena en Cañada Honda, al oeste de
Bayamo (norte de Sierra Maestra), operando con el agua hasta la cintura,
no tienen qué comer pues dan un cajón de cajas de cerillas en vez de galle-
tas.
El 28 de diciembre: Seguimos el Río Mabay. No tenemos qué comer.
A veces no tienen agua para beber. En una marcha entre Veguitas y El
Guamo, donde los mambises atacan, dice el 18 de enero de 1897:

Salimos a la 1 y 30 de la madrugada (...) llegando a las 4 y descansan-


do hasta las 7 de la mañana (...) todo el camino es un monte muy espeso,
sin agua ni aun para la hora de la tajada (30 ‘).

La tropa recurre al agua de lluvia, lo que aumenta los riesgos de enfer-


medad.
Particularmente penosas fueron las operaciones que se desarrollaron en
las zonas de ciénagas de los ríos Bayamo, Buey y Mabay en la primavera
del año 1897, época de fuertes y continuas lluvias tropicales.
El 16 de mayo anota en el diario:

Nos dan la noticia que nuestro Comandante D. José Cavanna y Sanz


enfermo en Manzanillo, ha muerto; lo vi el día 3 y parecía tenía poca cosa,
pero con estos Hospitales...

El mes de junio, en días distintos, escribe:

Salimos al amanecer (...) atruvesando el camino de IU Ciénuga (...) los


soldados con fango a media pierna (. . .) Hay muchísimos mosquitos y se me
hinchan las orejas (...) camino infernal y muchas emboscadas enemigas; en
una muere el cabo de trompetas del Arlabán (...) llueve muchísimo y sigue
creciendo el Río Buey.
Hoy he leído el ascenso del difunto Comandante Cuvanna (...) Descan-
so de 3 horas en Cañada Honda con muchos enfermos y muchísimo calor:
Hoy tenemos muchos enfermos; de los doscientos noventa soldados
entre las cuatro Compañías, pasan 23 al Hospital y rebajados de servicio
DIARIO DE OPERACIONES EN CUBA 219

S3, u este paso no volverem,os nadie. Hay enfermos varios oficiales, entre
ellos el Capitán Porcell.

Los días del mes de julio, son particularmente penosos por las bajas por
enfermedades:

Se pone enfermo grave (...) el Jefe de nuestra Compañía y le sustituyo;


un Teniente mandando cuatro Compañias (,..) se pone un heliograma
diciendo que me he hecho cargo de la fuerza, por estar gravemente enfer-
mos los dos Capitanes y tres Subalternos (...) de los 291 soldados tengo 83
en el Hospital y 78 rebajados.
Esta maldita costumbre de la tajada (1/2 libra de carne cruda por
plaza), contribuye tanto como el clima, a Las enfermedades (...) anoche y
antes de anoche se hizo el rancho con agua de charcos y de la misma bebi-
mos. Nos quedamos sin pan y casi sin comida (...) aumenta considerable-
mente el número de enfermos (...) El 17 de Junio tenían estas cuatro Com-
pañías 451 hombres y hoy (12 de julio) quedamos 100, pero algunos
pasarán hoy al Hospital.
Un aguacero de algunas horas ameniza la marcha (...) se hace de noche
y presencio escenas aterradoras: racimos de enfermos quejándose y maldi-
ciendo de todo; en mi caballo cargo unos cuantos, pero no puedo recoger
a todos (...) jsi desde España vieran esto! (...) más que operar es matar
gente (...) esta es la peor jornada que he hecho.

El 18 de julio, pasando el río Mabay:

Más de 1.000 soldados con fiebres. Vamos en vanguardia; el General


nos dice que no quede atrás ningún enfermo, agotando todos los recursos y
cuando no sea posible llevarlo, se le quite el armamento y las municiones
y se le deje abandonado.

iTerrible debió resultar para todos! La influencia que tuvo en la moral y


combatividad de las unidades, fue muy negativa.

ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO DE OPERACIONES EN CUBA

Exponemos a continuación un extracto de la Orden General del Ejérci-


to de Operaciones del día 1” de diciembre de 1895, en La Habana, cuando
era Capitán General de la isla Martínez Campos:
220 ENRIQIJE PÉREZ PIQUERAS
DIARIO DE OPERACIONES EN CUBA 221

La llegada de los Sres. Generales con 22 Batallones de la Península,


aconseja dar otra organización a este Ejército, y el Excmo. Sr. General en
Jefe, se ha servido disponer lo siguiente:

Art. lo.- El Ejército de la Isla de Cuba se divide en:

Primer Cuerpo de Ejército (Departamento Oriental)


Segundo Cuerpo de Ejército (Villas y Ciego de Ávila)
Primera Comandancia General (Camagüey)
Segunda Comandancia General (Matanzas, La Habana y Pinar del Río)

Art. 4”.- La organización será la siguiente: (se expone solamente la del


Primer Cuerpo del Ejército, al mando del general Pando, que cuenta con
mayores efectivos)

1 a División

1” Brigada
Batallones: Antequera, Baleares, San Fernando y Asia.
Una sección de Artillería de Montaña.

2” Brigada
Batallones: Cuba, Valladolid y Constitución.
Una sección de Artillería de Montaña.

3” Brigada
Batallones: Príncipe, Simancas y Luchana.
Escuadrones: Guantánamo y M” Cristina.
Una sección de Artillería dc Montaña.

4” Brigada
Batallones: Córdoba, Talavera y Guadalajara.

Cuerpos afectos a esta División


Batallón de Guerrillas, Batallones León y Toledo,
Escuadrón del Rey y 1” Compañía de Ingenieros.

Cuerpos afectos a cada Brigada


Guerrillas locales y Guardia Civil de la zona.
222 ENRIQUE PÉREZ PIQUERAS

2” División

1” Brigada
Batallones: Colón, Alcántara, Baza y Andalucía.
Una sección de Artillería de Montaña.

2” Brigada
Batallones: Isabel la Católica, Unión y Vergara.
Una sección dc Artillería de Montañà.

Cuerpos afectos a esta División:


Dos compañías de Ingenieros
Escuadrón de Arlabán
Guerrillas de Guisa y Bayamo
La Guardia Civil y las guerrillas locales dependen,
según sus zonas, de las brigadas.

3” División

1” Brigada
Regimiento de La Habana.
2” Batallón de Infantería de Marina
Batallón Sicilia

2” Brigada
Batallones: Aragón y Bailén
3” Batallón de Infantería de Marina

Cuerpos afectos a esta División


Una sección de Artillería de Montaña
Una compañía de Ingenieros
Dos escuadrones de Hernán Cortés
La Guardia Civil y las guerrillas locales dependen,
según sus zonas, de las brigadas.

El Segundo Cuerpo de Ejército tiene una organización similar al Pri-


mero, pero con dos divisiones, en lugar de tres, y cada división, con tres bri-
gadas. También las divisiones tienen afectas unidades de Artillería de Mon-
taña, Ingenieros y Caballería, quedando a disposición de las brigadas la
DIARIO DE OPERACIONES EN CUBA 223

Guardia Civil, los voluntarios movilizados de La Habana y las guerrillas


locales. Posteriormente se organizó el Tercer Cuerpo de Ejército, con fuer-
zas de Matanzas, La Habana y Pinar del Río.

Comentarios a la organización de las unidades

La división mencionada se articulaba para las operaciones en medias


brigadas que eran agrupaciones tácticas al mando de un coronel y com-
puestas de uno o dos batallones de Infantería, con soldados llegados de la
Península, secciones de Artillería de Montaña y el apoyo de unidades de
Ingenieros y Caballería divisionarios, además de los Cuerpos afectos a las
brigadas, guerrillas locales y Guardia Civil de la zona.
El general Martínez Campos trató de proteger las grandes ciudades,
especialmente La Habana, de la presión constante de los insurrectos, man-
teniendo el telégrafo, el ferrocarril y las carreteras principales abiertas al
tráfico de personas y mercancías, especialmente alimentos y azúcar elabo-
rada en los ingenios.
El general Weyler a su llegada, el 20 de marzo de 1896, devuelve a las
brigadas el protagonismo, dividiéndolas en columnas o grupos tácticos.
También tomó importantes decisiones como fueron: no sacar a los guar-
dias civiles de las provincias dependientes de su Tercio; el cese de toda
clase de destinos de tropa; nuevas normas para la organización de guerrillas
y unidades de voluntarios y para la persecución de partidas de insurrectos
locales y, por último, fijó las responsabilidades de los comandantes milita-
res en la defensa de las plazas con voluntarios y guerrillas locales.
Sobre la Caballería dispone que los veintiocho escuadrones procedentes
de la Península se integren en siete regimientos de cuatro escuadrones,
tomando los nombres de los más antiguos: Rey, Reina, Borbón, Príncipe,
Sagunto, Numancia y Villaviciosa con el propósito de enfrentarlos a la
caballería enemiga, que era numerosa y se lanzaba frecuentemente a la
carga contra las columnas españolas que protegían los convoyes.

Comentarios finales

Pasados cien años de aquella guerra, nos damos cuenta, leyendo este
diario transcrito sólo en lo más significativo, de las condiciones en las que
nuestro Ejército tuvo que combatir y la imposibilidad de nuestros soldados
de hacer más de lo que hicieron.
224 ENRIQUE PÉREI, PIQUERAS

Cuando unos meses después los Estados Unidos forzaron a España a


entrar en guerra, no solo en Cuba sino también en Filipinas, conocían las
condiciones en las que estaba nuestro Ejército de Ultramar, sin apoyo logís-
tico y con una sanidad totalmente desbordada por el altísimo numero de
bajas ocasionadas por enfermedades tropicales.
Algunas de las causas por las que no se podía ganar la guerra fueron: la
falta de visión política a corto plazo, al aprobar el Gobierno español en 1893
los llamados Presupuestos pura la Paz; la infravaloración de las capacida-
des de los insurrectos y del apoyo norteamericano; las dificultades en las
comunicaciones de España con sus territorios de Ultramar y la cesión del
gobierno de Sagasta ante las presiones norteamericanas para relevar a Wey-
ler, acusado de violar derechos humanos con su táctica de concentración de
la población rural.
Sin embargo, la conducción de las operaciones por el general Weyler y
la llegada de nuevos contingentes de tropas en 1896 y 1897 demostraron
que tampoco los insurrectos, aun con apoyos del exterior, podían vencer al
Ejército español.
El general Weyler era un buen conocedor de Cuba, por haber estado
destinado cuando era capitán y comandante, actuando al mando de sus sol-
dados en la llamada Guerra de los Diez Años entre 1868 y 1878, resuelta
por Martínez Campos en la Paz de Zanjón. Desde su llegada a Cuba a prin-
cipios de 1896, imprime un cambio cualitativo importante al pasar nuestras
tropas a llevar la iniciativa.
Su plan era redesplegar las fuerzas españolas, para impedir el enlace
entre los insurrectos del centro de la isla con los que actuaban en las pro-
vincias orientales y occidentales, mediante trochas o pistas abiertas en la
maleza con fortines y observatorios, de doscientos metros de anchura, lle-
gando a tener, la que se extendía desde Morón, al norte, hasta Jucaró, al sur,
cien kilómetros de larga. También se trataba de dificultar el apoyo que obte-
nían de la población rural, de grado o por fuerza, mediante la reconcentru-
ción de ésta en zonas vigiladas y controladas por nuestro ejército con apoyo
de la Guardia Civil. Se consiguió neutralizar a los insurrectos en las pro-
vincias occidentales y centrales donde operaban Maceo y Gómez, pero
cuando se combatía en la parte oriental con esperanzas de éxito sobre Calix-
to García, Weyler fue relevado, cambiando totalmente la política del
Gobierno y, por consiguiente, la táctica militar empleada hasta entonces con
relativo éxito.
Con todo, lo que más impresiona al leer el diario son las penosísimas
condiciones de alimentación y particularmente las sanitarias en las que se
encontraron las unidades. Casi todos los soldados sufren males; no hay qui-
DIARIO DE OPERACIONES EN CUBA 225

nina suficiente ni tónicos. No hubo mejora alguna con el general Weyler y


continúan en aumento las bajas por enfermedad, lo que hizo casi inútil la
llegada de cuantiosos refuerzos desde la Península.
Al comienzo de 1895 había en la isla dieciséis mil hombres. La llegada
de ocho expediciones de soldados desde la Península a lo largo de ese año
incrementó la cifra hasta cerca de cien mil, para llegar en 1898 a unos cien-
to veinte mil soldados. Se ha calculado que causaron baja por enfermedad
o muerte treinta mil entre oficiales, suboficiales y soldados en los dos últi-
mos años de la guerra, según estudios de la época.
Los batallones de Infantería llegados de España, que inicialmente con-
taban con cinco o seis compañías, acaban teniendo cuatro incompletas. Sus
efectivos reales para el combate llegan a ser entre un tercio y dos tercios de
la fuerza en revista por los numerosos enfermos.
El 25 de julio de 189.5 el general Martínez Campos, antes de ser releva-
do por Weyler, escribe al Presidente del Consejo de Ministros Cánovas del
Castillo:

No puedo concluir sin decirle a Vd. que nuestro soldado es un mártir


por sus sufrimientos, el más disciplinado del mundo, el más manejable y
con buena dirección y buenos jefes, el más valiente, que tanto él como la
oficialidad tienen su espíritu levantado.
iAlz si yo pudiera alimentarlos bien! Pero los convoyes son nuestra
muerte y el racionamiento es poco menos que imposible.
226 ENRIQUEf%REZPIQUERAS

BIBLIOGRAFíA

ARTOLA, Miguel: Historia de España. Madrid, Alianza Editorial, 199 1.


Crónica de la guerra de Cuba. Cuadernos publicados en la época. 1897.
MARTíNEz CAMPOS, Carlos: España béZica. Siglo XIX. Aguilar, 196 1.
PIQUERAS CAUSA, Enrique: Diario de Operaciones en Cuba, 1895-97.
SÁNCHEZ BARBA Y ALONSO BAQUER: Historia Social de las Fuerzas Arma-
das. Alhambra, 1986.
PAYNE, Stanley C.: Los militares y la política en la España Cor?tell~l,ol-únen.
Ruedo Ibérico, 1967.
WEYLER, Valeriano: Mi mando ey Cuba. González Rojas, Editor, 1910.
LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA
EN FTLTPTNAS

Andrés MÁS CHAO


General de División. DEM

Y
A desde antes de la voladura del Maine se encontraba en aguas asiá-
ticas una escuadra norteamericana al mando del comodoro Dewey
que, el 25 de febrero de 1898, recibía órdenes de dirigirse a Hong
Kong para aprovisionarse de carbón, ante la posibilidad de que estallase un
conflicto bélico con España y debiera operar contra Manila. Dicha escuadra
estaba compuesta por los cruceros Olympia, Baltimore, Boston y Raleigh;
los cañoneros Concord v Petrel; el aviso MacCulloch y los mercantes Zaf-
hire y Nasham. La orden de dirigirse a Filipinas sería recibida el 27, salien-
do al día siguiente hacia aguas de aquel archipiélago después de recibir a
bordo del buque-almirante al cónsul norteamericano en Manila, -salido de
la capital el 24- que le proporcionó datos de la escuadra española. Mientras
tanto, en Manila continuaban los preparativos de defensa que había inicia-
do Primo de Rivera, si bien éstos eran más teóricos que reales, debido a la
escasez de medios existentes y la falta de previsión sobre lo que se aveci-
naba’, reduciéndose prácticamente dichos preparativos a la instalación de

’ SASTK~N. Manuel: Ln insurrecció~~ filipina y In guerra hispunonmericnna en el Archipielago.


Madrid, 1901, p. 37X-380. Sólo se tenían otros catorce torpedos para barrear la entrada de Las Bocas y
cuando se intentó fondearlo? se descubrió que no había espoletas. Para la instalación eléctrica de Subic
hubo que comprar el cable que transportaba una buque inglés de la compañía de cable de Hong Kong,
pues el existente se había averiado al estar instalado con anterioridad y no haberse cuidado de su man-
tenimiento.
228 ANDRÉS M.&S CHAO

dos cañones Ordóñez en la Punta Sangley y pequeñas mejoras en las batc-


rías y fortificación de Cavite, Manila y Las Bocas. En cuanto a las fuerzas
de tierra con que se contaba estaban muy disminuidas después de dos años
de guerra y las enfermedades propias del archipiélago, concentrándose la
mayor parte de ellas en la capital, donde también llegarían algunas unida-
des de voluntarios indígenas que se formaron al estallar la guerra, -como el
Batallón de Macabeles y el Tercio Anda y Salazar. Igualmente en estas
fechas el general Augustí envió a su familia a La Papanga, provincia tradi-
cionalmente fiel a España, a cargo de la familia Blanco que en el anterior
conflicto había perdido un hijo en lucha con los insurrectos’.
El almirante Montojo, por su parte, ante la evidencia dc la absoluta
inferioridad en armamento y protección de los buques bajo su mando direc-
to frente a los del enemigo, que hacía inviable un encuentro en mar abier-
to”, decidió, de acuerdo con el Capitán General, no oponerse en fuerza a la
entrada de los americanos en la bahía de Manila y defender la capital”; para
ello llevó sus buques lejos de la ciudad, situándolos parte en la bahía de

Z Los efectivos con que se contaba en el archipiélago eran: Infantería: siete regimientos indígenas
a dos batallones (de unos seiscientos hombres) y quince batallones expedicionarios de Cazadores (tam-
bién a seiscientos hombres); Caballería: dos escuadrones (mixtos): Artillería: un regimiento de Plaza y
uno de Montaña; Ingenieros: un batallón de obreros y unidades de Administracion Militar y Sanidad.
También se contaba con dos batallones de Infantería de Marina, tres tercios (indígenas) y Sección Vete-
rana (europeos) de la Guardia Civil, mas una unidad de Carabineros. La Escuadra la integraban los cru-
cer-os Ola de Cuba (protegido), Castilltr, Rrir~r Crisriw D~B Antoko Lillou, Don Jum de Au/ria y
Velasco (no protegidos, de segunda clase) y los de tercera Elcano, General Lezo JJ Marqués del Buero
(no protegidos), mas varias cañoneras y transportes.
’ GÓMEZ NÚÑEZ, Severo: La guerra hispurzo~norfemlzericana. Puerto Rico J Filipinus. Madrid.
1902, p. 128-13 1. En resumen: Escuudra espafiola: diez mil trescientas cuarenta y una toneladas de des-
plazamiento. Dos cruceros con casco de acero y sesenta y dos mms. de protección, tres con casco de hie-
rro, uno de casco de madera y un cañonero con casco de hierro; un cañón del 16 de avancarga, dos del
15, veinticuatro del 12 (dos de avancarga y de bronce), dos de 8’7, cuatro de 7’5, seis del 7’35 de tiro
rápido (de 57, 42, y 37 mms.) y diecisiete tubos lanzatorpedos. Escuadro americana: diecinueve mil
noventa y ocho toneladas de desplazamiento. Cuatro cruceros con casco de acero (dos con protección
de más de 100 mms. y dos con 63 y 38 respectivamente) mas dos cañoneros con casco de acero; diez
cañones del 20, veintitrés de 15, veinte del 12 de t.r., cincuenta y dos de t. r. (de 57, 47 y 37 mms.) y
quince tubos lanzatorpedos.
’ SALINAS Y ANGULO, Ignacio: Defensa del Generul Júudenes. Madrid, 1899. p. 22; TORAL. Juan y
José: 1898. El sitio de Manila. Mernorius de un voluntario. Manila, 1899, p. 32. Esta decisicín fue muy
controvertida, aunque parece lógica teniendo en cuenta que para la defensa de Las Bocas (entradas en
la bahía) se contaba con las baterías de Punta Restinga, Islote del Fraile, Pulo Caballo, Corregidor, Punta
Gorda y Punto Sisiman, cada una con una batería de tres cañones (antiguos, de corto alcance y con
importantes fallos en su instalación). Además, la falta de torpedos (fueron solicitados muy tarde y cuan-
do estalló la guerra estaban en Singapur donde los ingleses los detuvieron), minas y otros obstáculos no
hacían factible intentar detener a una potcntc escuadra, dadü la amplitud dc los pasos (cinco kilómetros
la Boca Chica -al norte- y catorce la Grande -al sur-, dividida en tres por los islotes, de forma que solo
podían hacer fuego dos o tres baterías sobt-e los buques).
LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA EN FILIPINAS 229

Caííacao y parte en la de Baacor, con una profundidad de ocho metros, para


impedir la excesiva aproximación de los americanos y poder combinar sus
fuegos con las baterías de Punta Sangley y Ulloa, de forma que, protegien-
do Manila con SUS fuegos, se evitara al mismo tiempo que fuese bombar&-
ada al producirse el combate entre las escuadras. El día 30 Montojo situó su
escuadra en línea de batalla y, sobre la medianoche, el fuego de la batería
de Corregidor avisó del paso de la escuadra americana, haciéndolo después
algunas otras piezas de Las Bocas, que fueron contestadas por el Mac
CuEloch y el Boston sin detcncr su marcha hacia el interior de la bahía5.
A las cuatro horas y cuarenta y cinco minutos de la mañana el D. Juun
de Austria señalaba la presencia de la escuadra americana, que se situó en
línea a unos seis mil metros de la española, y a las cinco la batería de Punta
Sangley abría fuego, tras lo que lo hicieron una de las baterías de Manila,
(la de La Luneta) y los buques, contestando inmediatamente al fuego los
;.;mericanos; los cuales, gracias a la mayor rapidez de tiro y alcance de sus
piezas, descargaron una lluvia de fuego sobre nuestros buques sin que éstos
pudieran responder con eficacia. Pronto el Reina Maria Cristina, que enar-
bolaba la enseña del almirante, estuvo fuera de combate y, muerto su
comandanle, el capitán de navío Cadarso. Montojo ordenó su hundimiento
y abandono, trasladándose al Isla de Cuba; después se hundió el Antonio
Ulloa con la pérdida de su comandante y muchas bajas en su tripulación; el
Castilla se fue a pique después de ser abandonado, mientras que el D. Juan
de Austria, el Islrt dc Luzón y el Marqués del Duero sufrieron graves ave-
rías. A las siete y media la escuadra norteamericana suspendía el fuego por
creer Dewey que estaba escaso de munición, pero lo reanudaría a las once
y cuarto al comprobar que no era así, terminando con la destrucción de la
escuadra prácticamente sin oposición, pues a los pocos momentos de reini-
ciarse el combate, ante la inutilidad de mantenerse en los buques, el almi-
rante Montojo ordenó su abandono, trasladándose a Cavite. El resultado del
combate fue el que cabía esperar dada la diferencia de potencial entre ambas
escuadras; las bajas propias fueron setenta y ocho muertos y doscientos cua-
renta y cinco heridos, frente a unos pocos heridos norteamericanos (Dewey
dio siete en su parte de novedades, pero al menos hubo uno más según el
comandante del Bultirnor-e)h, producidos por la batería de Punta Sangley que

’ TOKAL: 01) C-it., p, 62. Al acordarse situar la escuadra española en el arsenal de Subic -que luego
no se real;& se desatendió potenciar estas baterías y sólo a finales de abril se mandaron las fuerzas que
debían protegerlas, encontrándolas en tan mal estado que no estaban en condiciones de una mínima efi-
cacia.
’ í%MEz NÚNEz, Severo: Op. cit., pp. 141-143.
230 ANDRÉS MÁS CHAO

desde el comienzo del combate actuó con gran eficacia, alcanzando entre
otros al Baltimore con su fuego.
Terminado el combate naval, el fuego de la escuadra americana se con-
centró sobre Cavite’, donde se habían refugiado parte de los heridos de los
buques españoles, entre ellos el almirante Montojo. Como había pasado con
la escuadra, la potencia de fuego americana barrió las antiguas defensas
españolas y a poco de sufrir sus efectos apareció sobre el arsenal una ban-
dera blanca, al parecer con objeto de solicitar una tregua para evacuar muje-
res y niños. El comodoro Dewey contestó a esta petición, según algunas
fuentes españolas, que no teniendo otro objetivo que destruir la escuadra
española y apoderarse del arsenal y habiendo conseguido lo primero, renun-
ciaba a lo segundo y a la plaza a cambio de que se quemasen los barcos que
quedaban y que las baterías de Las Bocas no hostilizasen a los americanos
al salir de la bahía”. El mando del arsenal accedió a esta propuesta y dispu-
so que los buques españoles no hundidos todavía fueran pasto de las llamas,
dando asimismo orden a las baterías de Las Bocas y de Punta Sangley que
cesaran su fuego, indicándosele a esta última, que aun con una sola pieza en
eficacia hacía frente a los poderosos buques americanos, que retirara su per-
sonal sobre el arsenal. Por otro lado, Dewey envió un mensaje al Capitán
General amenazando con bombardear la ciudad si seguían disparando las
baterías de Manila, ante lo que el Capitán General tomó la decisión de orde-
nar la suspensión del fuego9.
Tras cesar el fuego, el mando americano en vez de retirarse intimó al
abandono de la plaza de Cavite junto con el del arsenal, amenazando con
bombardearla si no se cumplía su exigencia; a ello contestó el general Peña,
comandante de la plaza y provincia, que él no se había rendido ni había teni-
do participación en el acuerdo aceptado por el comandante del arsenal, sien-
do además un mando independiente de éste; pero Dewey, tras una serie de
contactos para aclarar la situación, al día siguiente, cuando ya se había reti-
rado la guarnición del arsenal y la marinería salvada de los buques, persis-

’ Idem: Op. cir.. p. 153 y SS. La plaza al mando del general García Peña contaba en total con unos
setecientos hombres. En el arsenal, un pequeño destacamento de Infantería de Marina (hubo que en-
plear la mayoría para completar la dotación de los buques) y una compañía incompleta de guardias de
arsenales.
s TORAL: Op. cit., p. 50. Es, sin embargo, díficil de crer que el almirante norteamericano diese esta
contestación, pues no es lógico que su misión fuera exclusivamente ésta; GÓMEZ N~JNEz: Op. cir., p, 164.
Señala que Dewey comunicó a su Gobierno que al ver bandera blanca consideró que SC rendía la base
de Cavite.
’ TORAL: Op. cit., p. 140. En su defensa cabe decir que su artillería no tenía la más mínima posi-
bilidad de hacer- danos importantes a la escuadr-a americana, pero esta sí podía infligir un duro casti-
go a la ciudad.
I,A GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA EN FILIPINAS 231

tió en su idea de que la rendición comprendía la totalidad de la plaza y el


arsenal. Al mismo tiempo los buques americanos se iban aproximando para
dominar con SUS fuegos el istmo de Dalahicán, único camino de retirada de
la fuerza; por 10 que, tras recibir autorización de su mando superior, el gene-
ral Peña SC retiró con SUS hombres al otro lado del istmo, después de clavar
las piezas, inutilizar 10s explosivos y enterrar lo que no se podía llevar.
Simultáneamente, los tagalos entraban en el arsenal y la ciudad saqueando
cuanto encontraron, sin que los norteamericanos, con quienes se había pac-
tado la evacuación y se les había comunicado que se dejaban allí los heri-
dos por no poder transportarlos, desembarcaran ninguna fuerza para con-
trolar la situación,
A las nueve de la mañana del 3 de mayo la guarnición de la plaza de
Cavite llegaba a San Francisco de Malabón donde quedó acantonada,
estableciendo contacto el general Peña con el resto de las tropas depen-
dientes de su mando, aproximadamente unos dos mil hombres de los que
unos mil eran europeos, con las que organizó una línea defensiva frente a
Cavite y la costa este, basada en los pueblos de Naic, Santa Cruz, Rosa-
rio, Noveleta, Cavite Viejo, con dos núcleos mas retrasados en San Fran-
cisco de Malabón e Imus y una línea de vigilancia desde la playa de Baa-
COI-hasta el Zapote. Por su parte, la marinería de la escuadra y las fuerzas
del arsenal continuaron su camino hasta Manila, desde donde posterior-
mente algunas unidades de Infantería de Marina reforzarían las fuerzas
del general Peña. Desde el día 3 de mayo hasta finales de dicho mes, la
situación permaneció estacionaria, al no tener los americanos fuerzas de
desembarco y mantenerse los tagalos en una aparente calma: lo que hubie-
ra permitido al Capitán General tomar alguna determinación con vistas a
hacer frente a las posibles eventualidades que podían sobrevenir. De un
lado, ante un más que posible renacimiento de la insurrección, debería
haber concentrado sus efectivos bien sobre Manila, bien sobre las cabece-
ras de las comandancias, en vez de mantener una total dispersión de fuer-
zas que no le permitirían hacer sentir su acción de mando, ni a sus subor-
dinados reaccionar ante cualquier suceso. Por otro lado, si consideraba
que los filipinos permanecerían fieles a España y su solo enemigo eran los
americanos, podría haberse retirado de Manila, que era indefendible fren-
te a su escuadra y concentrar sus fuerzas en el interior, para desde allí con-
traatacar cuando aquéllos intentaran dominar la isla. Sin embargo, todo lo
que hizo fue mantenerse a la expectativa y, con objeto de aumentar sus
efectivos, publicar un decreto el 4 de mayo creando las Milicias Volunta-
rias Filipinas, cuyos mandos procederían de ellas mismas, teniendo suel-
dos, distinciones, derechos a recompensas y beneficios similares a los
ANDRÉS MÁS CHAO
232

Jefes norteamericanos de la escuadra y de las tropas expedicionarias a Filipinas.


LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA EN FILIPINAS 233

regimientos del ejército del archipiélago’“. Por su parte los navíos nortea-
mericanos, tras decretar el bloqueo de la capital filipina el ya almirante
Dewey, se conformaron con navegar a sus anchas por la bahía de Manila,
en donde apresaron al práctico del puerto con el buque Vigia, que había
salido a petición del cónsul inglés y bajo salvaguarda del pabellón britani-
co para conducir a puerto una corbeta inglesa. A partir de esta fecha
comenzarían a llegar a Manila buques de guerra de distintas nacionalida-
des, para preservar los derechos de sus súbditos que pudieran verse afecta-
dos por este conflicto; así, el 7 entrarían un acorazado francés y un cruce-
ro alemán.
Mientras sucedía esto en Filipinas, Emilio Aguinaldo se había puesto en
contacto con los norteamericanos y después de diversas reuniones, el 23 de
abril se firmaba un acuerdo en el que se comprometía a ayudar a los ameri-
canos en su lucha con España levantando en armas a sus partidarios; en con-
trapartida Estados Unidos le proporcionaría armas y medios para reactivar
la insurrección tagala y una vez alcanzado el éxito se proclamaría la Repu-
blica de Filipinas con un gobierno independiente bajo protectorado ameri-
cano. Trasladado Aguinaldo y el resto de los firmantes del acuerdo a Hong
Kong y ratificado el convenio por Dewey, serían embarcados en el Mac
Culloch para llevarles a Cavite, donde desembarcaron el 22 de mayo con
abundante armamento proporcionado por los americanos. Mientras tanto,
en el archipiélago, al numerosísimo voluntariado que se presentaba para
apuntarse en las recién creadas milicias filipinas, se le había comenzado a
organizar y a dotar de armamento, designando como mandos de la mayoría
de éllas a jefes de partida de la insurrección anterior, olvidando práctica-
mente a aquellos filipinos que se habían mantenido fieles; de manera que
este voluntariado se entregaba a quienes en fechas muy recientes habían
combatido por la independencia, personas de las que por lo menos debía, en
principio, desconfiarse de su fidelidad a la causa española. Según algunos
autores, el Capitán General consultó previamente al coronel de Voluntarios
Eugenio Blanco, uno de los filipinos más prestigiosos y leales, sobre su pro-
yecto de designar como mandos a los rebeldes más notorios; medida que,
con las concesiones de autonomía aprobadas, estaba seguro que se acalla-
rían sus anhelos independentistas. En la misma entrevista, el general Augus-
tín ofreció al coronel Blanco darle el mando de la Comandancia del Centro
de Luzón. Éste rechazó el cargo y aconsejó al Capitán General que no se
fiara de las manifestaciones de arrepentimiento y colaboración de aquéllos

“’ Ibídem, pp.C-70.
234 ANDRÉS MÁS CHAO

que hasta hacía meses eran sus enemigos, a los que debía, más que entre-
garles armas, tener vigilados; sin embargo, Augustí no hizo caso de estas
advertencias y mantuvo su idea, que posteriormente se demostraría total-
mente equivocada.
A partir de la derrota naval de Cavite y abandono de esta plaza, comen-
zaron a detectarse movimientos de partidas y nuevas agresiones a viajeros
y familias aisladas, lo que unido a las noticias de una próxima llegada de
Aguinaldo hizo que se considerara probable un renacimiento de la insu-
rrección tagala; por otra parte, la permanencia de la escuadra americana
ante Manila, también daba visos de verosimilitud a las noticias de que los
Estados Unidos estaban preparando una fuerza de desembarco para ocupar
en fuerza la capital del archipiélago. Como contrapartida a estos rumores se
podía considerar el buen éxito obtenido por las recién creadas milicias fili-
pinas en todas las provincias de Luzón; gracias a ello, el 22 de mayo se
podía contar con unos catorce mil milicianos, que se pusieron a las órdenes
de los jefes de comandancias y demarcaciones, duplicando y en muchos
casos superando las fuerzas regulares existentes en éllas. Este aumento de
efectivos hizo pensar al general Augustí que el conjunto de la isla de Luzón
quedaba asegurado ante un intento de insurrección o un desembarco ameri-
cano; si bien, en en el caso de cumplirse los negros pronósticos de Blanco,
compartidos por la mayoría de la población europea del archipiélago, si
estas milicias y la tropa indígena traicionaban sus banderas, se pondría en
un gravísimo compromiso 8 la tropa peninsular y a la permanencia misma
de España en las Filipinas. Asegurado así, según él creía, el conjunto de
Luzón, el Capitán General dictaba el día 26 las órdenes convenientes para
la defensa de Manila ante un posible ataque por mar o tierra; de acuerdo con
ello, distribuyó las fuerzas estacionadas en la ciudad formando una especie
de doble sistema defensivo: 1”) una serie de líneas exteriores (Muntinlupa-
Las Piñas, Muntinlupa-Taguig, Tambobomg-Montalbán-Mariquina y San
Juan del Monte-Santamesa) que cubrían los accesos a la ciudad desde las
provincias de Cavite y Manila, Laguna de Bay y provincias de Morong y
Bulacán; 2”) una línea de defensa inmediata de la ciudad, dividida en tres
sectores, al mando de los generales Arizmendi -jefe de la Artillería-, Rizzo
-jefe de Ingenieros- y Palacios; aparte, existían una serie de columnas
volantes, fuerzas de defensa interior de la plaza y reserva para reaccionar
ante posibles rupturas del sistema o algaradas interiores (cuadros núms. 1,
2 y 3”).

GÓMEZ NúÑEz: Op. cit., pp. 202-206 y 174-175


LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA EN FILIPINAS 235

CUADRO 1
DISTRIBUCIÓN DE LAS FUERZAS DE INFANTERÍA
EN LA PLAZA DE MANILA
Ciudad murada y línea de San Antonio Abad al Malecón sur
4 cías. de Cazadores 400 hombres aprox.
3 cías. de rgts. indígenas 300 “ “
Gral. Arizmendi 2 cías. de leales volunt. (e) 200 “ (‘
Personal diversos cuerpos (e) 600 “ “

Línea del Malecón norte a Vitas


1 cía. de Carabineros (i) 100 hombres aprox.
Gral. Palacios Volunt. Papangos (i) 200 “ “
2 cías. de marineria (e) 200 “ “

Línea de fortines y blocaos


7 cías. de Cazadores 700 hombres aprox.
Gral. Rizzo 2 cías. de rglos. indígenas 200 /‘ “

Línea de Muntinlupa a Las Piñas


Tercio de Anda Salazar (i) 650 hombres aprox.
Cor. V. Pintos 3 cías. de Cazadores 280 /‘ “
Guardia Civil (i)

Línea de Muntinlupa a Taguig


Tercio Bayambang (i) 400 hombres aprox.
Cor. Lasala 1 cía. de Cazadores 100 “ “
Guardia Civil

Línea de Tambobong, Montalbán, Mariquina


Batallón de Guías (m) 300 hombres aprox.
Cor. Carbó 2 cías. de Cazadores 150 “ “
Guardia Civil (i) 30 “ .‘

Línea entre Santa Mesa y San Juan del Monte


Tte. Cor. Alberdi 1 cía. de Ingenieros (i) 100 hombres aprox.

Zona de San Juan del Monte


Tte. Cor. Colorado 2 cías. de Cazadores 200 hombres aprox.

Columnas Volantes
Tte. Cor. Hernández 3 cías. de Cazadores 300 hombres aprox.
2 cías. de rgto. 73 200 “ ‘.
Tte. Cor. Soro 4 cías. de Cazadores 400 ‘* “
1 cía. rgto. 70 100 “ “
Tte. Cor. Iglesias Batallón Caz. núm. 5 600 “ “

Arrabales de Manila
3 cías. de Cazadores 300 hombres aprox.
1 cía. rgto. 70 100 ‘$ “
Voluntarios de S. Miguel(e) 250 “ “
Cor. E Pintos Guerrilla del Casino (e) 150 “ ‘.
5 cías. de Voluntarios (e) 500 “ “
3 cías. del Ron. Provis. (e) 500 “ <‘
236 ANDRÉS MÁS CHAO

CUADRO 1 (continuación)
DIsTRIRnCIóN DE I,AS FUERZAS DE INFANTERÍA
EN LA PLAZA DE MANILA
Guarnición en cuarteles y Reserva
Rgto. Artillería Mont.( I)(e) 400 hombres aprox.
Rgto. Artillería de Plaza (e) 100 “ ..
Rgto. de Lanceros (2) (i) 200 *‘ “
Escuadrón de Voluntarios(2)(c)
2 cías. de CaLadores 200 “ “
4 cías. de rgtos. indígenas 400 “ “
1 cía. Bón. de Guías (m) 100 “ /‘
Batallón de Marinería (3)(e) 600 “ “
Guardia Civil Veterana (e) 750 “ “
Carabineros (e) 100 “ “
Voluntarios Papangos (i) 200 “ ‘<

Notas: (1) Para servicio de las piezas de las posibles columnas de ataque.
(2) Para distribuir entre las columnas de ataque y servir de enlaces.
(3) Formado con perïonal proveniente de la esc~~lra.
(i) indígenas. (e) europeos. (m) europeos e indígenas.

CUADRO 2
DISTRIBUCIÓN DE LAARTILLERÍA

Primer sector 2 canones de 9 cms. de bronce


8 cañones Plasencia
2 obuses
Segundo sector 6 cañones Plasencia
Tercer sector 6 cañones Plasencia
Santa Ana 2 cañones Plasencia
2 cañones de bronce antiguos
2 morteros
San Juan del Monte 2 cañones Plasencia
Volte,s (por neces.) 4 cañones de tiro rápido
4 cañones de 9 cms.
2 ametralladoras

El mismo día de la llegada de Emilio Aguinaldo a Cavite Nuevo desa-


parecía de Cavite Viejo su primo Bartolomé Aguinaldo, recientemente nom-
brado comandante de las milicias de la provincia, mientras Felipe Buenca-
mino, jefe del Tercio Anda Salazar, una vez autorizado por Augustín,
emprendía la marcha a Cavite para entrevistarse con Aguinaldo y conven-
cerle que depusiera su actitud. Por su parte numerosos cabecillas, ahora
comandantes de milicias, manifestaban que la venida de Aguinaldo no
variaba nada sus sentimientos dc lealtad a España. Pese a estas manifesta-
ciones el general Peña hizo llegar al Capitán General su preocupación por
la postura que tomarían las milicias; al tiempo que se veía obligado, dada la
LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA EN FILIPINAS 237

CUADRO 3
FORTINESYBLOCAOS DELALÍNEAYRIMODERIVERA
-
T
Blocao de Santiago 25 hombres
Fortín del Cementerio de la Loma 40 ‘/
Blocao del camino de Balinsanac 25 “
Blocao de Calucut 25 “
Blocao del Cementerio de Sampoloc 25 ‘<
Blocao de Sato1 25 ‘<
Foltín camino de Santa Mesa a S. F-’ 40 “
Blocao dr la Cordelería de Valenz. 25 ”
Blocao de la posesión de Viademonte 25 6g
Blocao del Puente de Pandacán 25 “
Blocao de la Concordia 25 “
Blocao del camino de Singalong 25 “
Fortín del camino de Pineda a Singalong 40 “
Blocao del camino de Maisubig a Singalong 25 “
Fortín de San Antonio Abad 40 “
-
Nota: Los fortlncs erar. de mampostería. los blocaoa de madera protegidos por un parapeto de tierra y entre cada dos
posxioneï había una distancia dc UII !&írnetro.

escasez de fuerzas regulares con las que contaba, a retirar de Binacayán,


Parañaque y de los restantes puntos de la costa de la bahía de Manila, las
tropas de Infantería de Marina que estaban a sus órdenes (efectivos entre
medio y un batallón), para reforzar su línea frente a Cavite y guarniciones
próximas, solicitando al Capitán General un refuerzo de doscientos hom-
bres para volver a guarnecer aquellas posiciones que representaban su enla-
ce con Manila.
Ya a partir del 25 mayo comenzaron en la provincia de Cavite los
encuentros entre los destacamentos y patrullas españolas y partidas de insu-
rrectos, siendo los más importantes los ataques llevados a cabo contra Imus
y Baacor, defendidos por fuerzas de Infantería de Marina y Guardia Civil
que rechazarían a los atacantes; si bien una columna que salió de San Fran-
cisco de Malabón en su auxilio, al mando del comandante de Infantería de
Marina Pazos, fue sorprendida y tras pasarse al enemigo las fuerzas indíge-
nas que llevaba, así como muerto Pazos, tuvieron que retirarse. Por otra
parte el 28 se supo en Manila que Felipe Buencamino se había unido a
Aguinaldo, noticia que obligó a enviar desde Manila un destacamento de
cincuenta cazadores para reforzar la guarnición del puente sobre el Zapote
ante el peligro de que desertaran parte de las fuerzas a sus órdenes, como lo
estaban haciendo cada vez en mayor número la tropa indígena y los volun-
tarios. El 29 puede considerarse que todo el territorio de Cavite se había
levantado en armas contra España y después de un sangriento combate entre
Baacor y Las Piñas, mantenido por fuerzas de Peña, se perdía el enlace con
238 ANDRÉS MÁS CHAO

este general. Con objeto de recuperarlo, el Capitán General disponía el día


30 la salida de una columna de socorro al mando del teniente coronel Soro;
la cual, tras mantener un duro encuentro con el enemigo, no pudo pasar el
Zapote, quedando desplegada en la orilla derecha de dicho río. Al día
siguiente, los tagalos renovaron su ataque sobre estas fuerzas, estando a
punto de romper su línea defensiva, momento en que su jefe solicitó refuer-
zos para resolver la situación, siendo enviada una nueva columna -la del
teniente coronel Hernández- con dos cañones, que consiguió finalmente
derrotar a los tagalos, si bien se tuvo que renunciar a enlazar con las fuer-
zas de Peña. Sólo entonces el general Augustín intentó, sin éxito, hacer lle-
gar a su subordinado la orden de que concentrara sus efectivos y procurara
retirarse sobre Manila. Sin embargo, era ya demasiado tarde y las escasas
fuerzas europeas -la tropa indígena y los voluntarios se habían unido en su
práctica totalidad a los insurrectos-, totalmente diseminadas, sin comunica-
ción entre ellas, sólo podrían mantener sus posiciones, que poco a poco irían
cayendo tras resistir dos, tres y hasta siete días el ataque de un enemigo que
contaba ya con cañones de campaña, mientras las tropas de Peña sólo con-
taban con dos en Baacor. El día 2 se rendía San Francisco de Malabón
donde se encontraba el general, después que lo hubiera hecho Noveleta; el
6 Puente Banalo, destacamento en el que el teniente Ristori, de Infantería
de Marina, hizo una heroica defensa; ese mismo día cayó Baacor, cuya
guarnición intentó retirarse por la costa a Manila sin conseguirlo, y el día 7
Imus y Cavite Viejo. A partir de dicho día sólo se mantenían en la provin-
cia los destacamentos de Indag y Naic, ambos de entidad compañía reduci-
da, que consiguieron resistir el primero hasta el 12, día que con tres muer-
tos y quince heridos, al acabársele el agua y no tener medios para obtenerla
se rindieron al enemigo, y el segundo hasta el 14, en que ya sin municiones
ni víveres tuvieron que capitular’?.
Mientras se perdía la provincia de Cavite, la recién organizada milicia
de Pío del Pilar desplegaba en el Zapote después de que desertara de allí la
mayor parte del Tercio Anda Salazar que había mandado Buencamino, pero
el 2 de junio las columnas de Soro y Hernández, que se mantenían en dicha
línea desde los combates del 30 y 3 1, se retiraron sobre la capital por orden
superior, con lo que prácticamente quedaron sólo aquellas milicias para
cerrar el paso a Manila de los sublevados de Cavite. El abandono de estas
posiciones por dichas tropas motivó que el día 6, despues de resistir cuatro
días los ataques de los insurrectos, se pasaran al enemigo Pío del Pilar y sus

Ibidem, p. 114; TORAL: 0p:cit.. p, 122


LACUERRAHISPANO-NORTEAMERICANAENFILIPINAS 239

hombres, obligando al coronel Victoriano Pintos a retirarse con el resto de


SUS efectivos sobre la capital’3. Por otra parte también el coronel Lasala, al
encontrarse prácticamente cercado en Muntinlupa, se había visto obligado
el día 2 a retirarse sobre Taguig y el 6, ante la presión de las masas de taga-
los que atacaban SUSescasas fuerzas, lo hacía hasta Santa Ana. Con esta reti-
rada toda la provincia de Manila, excepto la capital, quedaba en poder de
10s hombres de Aguinaldo, manteniendo nuestras fuerzas fuera de ella sola-
mente 10s pueblos de Coloocán, Santa Ana, San Juan del Monte y Santolan,
donde se situaba cl depósito de aguas que abastecía la ciudad. Debe seña-
larse, asimismo, que, con fecha 7 de junio, prácticamente todas las milicias
creadas por el decreto de 26 de mayo se habían pasado al enemigo siguien-
do a sus jefes, haciendo bueno así los presagios de Eugenio Blanco; sólos
los fieles macabeles, algunas unidades de papangos y del Tercio de Bayam-
bang, al igual que algunos hombres sueltos permanecían fieles a España. De
esta forma las fuerzas de Aguinaldo se vieron incrementadas en catorce mil
hombres armados por nuestras propias autoridades.
Al igual que las de Cavite y Manila las provincias de Batangas y La
Laguna se levantaron en armas ante el anuncio de la venida de Aguinaldo,
quedando los destacamentos de tropa peninsular y voluntarios europeos ais-
lados unos de otros y atacados por masas de indígenas, ahora mejor arma-
dos que antes de Biac-na-bató, al haber entregado los americanos a
Aguinaldo gran número de fusiles y munición, contando además los
desertores (milicianos, soldados y guardias) con el armamento español
correspondiente. Ante lo comprometido de la situación el coronel Rodrí-
guez Navas, mando accidental de la comandancia, ordenó la concentra-
ción de los destacamentos más pequeños sobre los de cierta importancia,
en un intento de que tuvieran al menos todos unos cien hombres efecti-
vos, en las cabeceras de batallón equivalentes a tres compañías y, en
Lipa, donde tenía su puesto de mando el coronel, contar con unos qui-
nientos hombres. Pese a estas medidas, la suerte de estos destacamentos
fue la misma que los de Cavite, pues aislados, sin noticias del exterior y
sin mas medios que sus fusiles -cuando los tagalos contaban ahora hasta
con artillería- fueron cayendo uno a uno. Solamente la guarnición de
Lipa, que desde el 29 de mayo comenzó a ser hostilizada, consiguió man-
tenerse durante algún tiempo más, debido a sus mayores efectivos. El 6
de junio conseguiría unirse a ellos el destacamento de San Pablo, tras lo
que el coronel Navas decidió intentar el rescate del de Calanca, -este

Ii TORAL: Op. cit.. p 98. Afirma que fue precisamente la retirada del coronel Pintos, sin avisar a Del
Pilar, lo que obligó a éste a cambiar de bando, al quedarse solos en el Zapote.
240 ANDRÉS MÁS CHAO

puesto se rendiría el lo- para lo que envió una columna de doscientos


hombres que fue rechazada por el enemigo. Después de este fracaso el coro-
nel pensó en retirarse sobre el pueblo de Batangas, -cuyo destacamento aún
resistía y se mantendría hasta el 9- donde sería m&s fácil defenderse en
espera de socorros o al menos enlazar con Manila dada su situación en la
costa. El intento se realizaría el día 7, pero nada mk salir del pueblo la
columna se encontró unas sólidas defensas enemigas que resistieron los tres
asaltos que se realizaron para romperlas, por lo que la columna tuvo que
regresar a su base. Desde dicho día hasta el de la rendición, los hombres de
Navas tuvieron que rechazar continuos ataques del enemigo y realizar fre-
cuentes salidas para impedir la ocupación de las casas próximas a los edifi-
cios en los que se habían hecho fuertes -10s más sólidos del pueblo-; pero
finalmente el 18 de junio, con el coronel herido grave -hubo que cortarle el
brazo izquierdo- y noventa y nueve bajas más, de ellos treinta y tres muer-
tos, se optó por la rendición tras reunirse una junta de mandos, dado que
estaban escasos de munición y víveres y que se tenían noticias de la rendi-
ción del general Peña y de otros mandos importante”. En esta comandancia
es de destacar también la actuación del comandante Pacheco Yanguas que
resistió en Tayabas, aguantando la falta absoluta dc víveres, hasta que des-
pués de tener veinticuatro muertos -once de ellos de hambre- se vio obli-
gado a rendirse; igualmente el capitán Sequera resistió en Guaquit (La
Laguna) con los cuarenta y cinco hombres que componían su destacamen-
to, hasta que herido y con treinta y ocho bajas tuvo que rendirse. Por esta
acción se le concedió la Laureada de San Fernando’“.
La Comandancia del Centro de Luzón era al comienzo del conflicto el
núcleo militar con más fuerza tras el de Manila, pues, bajo el mando del
general Monet, contaba con tres batallones expedicionarios completos”,
mas varias compañías sueltas (todas ellas peninsulares), además de las
siguientes fuerzas indígenas: un batallón del Regimiento 73, unidades de
Macabebe al mando de Eugenio Blanco, los voluntarios de Ilocos y de Pan-
gasinam, mas las milicias recién creadas mandadas por el antiguo cabecilla
Macabulos Solimán; sin embargo, como en las otras provincias, este impor-
tante conjunto de efectivos estaba repartido en diversos destacamentos de

IJ NEGREIRAPOSETS,Juan y GARRIDOALVARES,Leandro: La guerra en Filipinas según el Teniente


Verd Sastre, p. 20-24. Obra inédita siguiendo las memorias del citado oficial. Datos cedidos amable-
mente al autor.
Is Hojas de servicio de ambos oficiales.
” Los batallones expedicionarios, que llegaron en 1896-1897 con efectivo< de más de mil hom-
bres, estaban muy disminuidos al empezar este conflicto, siendo sus efectivos reales aproximados unos
seiscientos a setecientos hombres.
LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA EN FILIPINAS 241

diferente importancia, entre los que cabe destacar el de San Fernando donde
se encontraba Monet y el de Macabebe, en el que se alojaba la familia del
Capitán General bajo la salvaguardia de la familia Blanco y sus fieles
voluntarios. A finales de mayo los asesinatos, ataques de pequeñas partidas
y tiroteos que se venían produciendo desde primeros de mes, se convirtie-
ron en un movimiento insurreccional generalizado de las provincias de
Bulacán, Nueva Écija y La Papanga. Para mantener su línea de comunica-
ción con Manila y castigar a los rebeldes, Monet debió efectuar algunas
salidas que consiguieron su objetivo, siendo la mas importante la que se
llevó a cabo al mando del teniente coronel Dujiols contra el pueblo de
Ángeles, que fue tomado y destruido, continuando más tarde hacia Apalit y
Bacolor, donde noventa macabebes al mando del capitán Méndez Villabrille
mantenían la resistencia tras haber perdido la tercera parte de sus fuerzas,
consiguiendo, asimismo, romper el cerco y liberar a aquellos valientes. Tras
estos hechos la columna Dujiols regresó a San Fernando a primeros de
junio, donde el general Monet había recibido la orden de Augustí de con-
centrar sus fuerzas y trasladarse a Manila llevando con él a la familia del
Capitán General.
La orden recibida era casi imposible de cumplimentar en aquellas
fechas, pues la insurrección había tomado una enorme fuerza y las milicias
de Macabulos, junto con numerosos guardias civiles y soldados, se habían
pasado ya al enemigo. El día 14 de junio el general Monet, con los sete-
cientos hombres que había conseguido reunir, mas un número importante de
familias, personal civil y unos cincuenta heridos, salía de San Fernando de
la Papanga en dirección a la estación de ferrocarril de Santo Tomás, adon-
de consiguieron llegar a la caída de la tarde, prosiguiendo sin detenerse
hasta Minolín, barrio de San Francisco, donde llegaron en la madrugada del
15. A las primeras horas de la mañana de dicho día los tagalos atacaron con
gran fuerza, consiguiéndose rechazarlos y apoderarse del embarcadero
sobre el río, por donde poco después harían su aparición los cañoneros
Leyte, Amyat y España que junto con el vapor mercante M&dez Núñez les
estaban esperando y debían conducir a Macabebe a la columna. Tras un
nuevo combate para despejar el terreno de enemigos e incendiar el barrio
para proteger el embarque de la columna, a las ocho de la tarde salían las
embarcaciones con las fuerzas de Monet río arriba, alcanzando Macabebe
en la mañana del 16, uniéndose a los voluntarios que defendían el pueblo”.
Hasta aquí la actuación del general Monet había sido correcta, pero una vez

l7 Hoja & Sevvicins de/ Gerzerrtl Mo~wt. En estas operaciones la columna de Monet tuvo cien heri
dos.
ANDRÉS MÁS CHAO
242

A_RCHIPliLAG 0

Plano del archipiélago filipino.


LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA EN FILIPINAS 243

reunido a la familia de Augustí -esposa y tres hijas- par-ce que consideró


que su obligación principal era encargarse personalmente de que llegaran
sanas y salvas a Manila, olvidándose de que su primer deber era dirigir y
mandar a SUS soldados. Lo cierto es que el general, junto con su Estado
Mayor, embarcó el 26 en el Méndez Núñez junto con algunos civiles, los
heridos y la familia de Augustí y enarbolando bandera de la Cruz Roja
hicieron rumbo a Manila, donde pudieron llegar el 27 a pesar de la vigilan-
cia dc la escuadra americana en la bahía, debido a lo brumoso de la maña-
nalö.
Antes de marchar, el general Monet dispuso que el cañonero Leyte, lle-
vando a remolque unos viejos ~~Yxu’” sin timón, velas, ni remos, transpor-
tara el resto del personal’“, decidiendo el coronel Francés, que había queda-
do al mando, que en el cañonero embarcaran los jefes y parte de los
oficiales, haciéndolo en los CUSCOSla tropa y el resto de los oficiales. Al
entrar este convoy en la bahía, el mar estaba bastante movido, poniendo en
graves dificultades a los USCOS, por lo que, al llegar a las proximidades de
Corregidor, el Leyte cortó las amarras del remolque, después de ordenar a
aquéllos que echaran unos anclotes para detener su movimiento, continuan-
do el cañonero en solitario en dirección a la ciudad. Sin embargo, tres botes
se destacaron en ese momento del Leyfe, dirigiéndose hacia los indignados
tripulantes de los CCISCOS,que muy pronto pudieron comprobar que se trata-
ba del teniente coronel Dujiols, que no quería abandonar a sus hombres,
junto con algunos marineros y un oficial de la Armada encargados de diri-
gir las maniobras de aquéllos; por su parte el Leyte fue avistado muy pron-
to por un buque americano que se dirigió hacia él, momento en el que el
cañonero enarboló bandera blanca”. El mar fue empeorando durante todo cl
día y, al llegar la noche, los abandonados cascos que marchaban a la deriva
-pese a los anclotes- y que hacían agua por diversas grietas, estaban a punto
de hundirse. Ante una situación tan desesperada el teniente coronel y el ofi-
cial de la Armada decidieron marchar en busca de auxilio en los botes, con-

IR SAS.TK~U, Manuel: 0~. cit., p, 455: TORAL, Juan y José: 0,~. cit., p, 130. La actuación de Monet
es muy obscura. Lo relatado figura en Sastrón, aunque Toral dice en su obra que Monet y la familia de
Augustín embarcaron en varias barca< y el Mhzder Wiez que salió al día siguiente llevaba al resto de
civiles y heridos. pudiendo éste pasar gracias a la bandera de la Cruz Roja. Relato que coincide más o
menos con el del propio general en su hoja de servicios.
Iu Embarcaciones rudimentarias filipinas.
lil Seiscientos treinta soldados, veintiocho oficiales. diecisiete paisanos y quince frailes.
X1 TORAL: 0~. cir., pp. 133-134. Según este autor el Leyte cortó amarras porque el fuerte oleaje
hacía presumir que los cascos naufragarían si intentaban llegar a Manila, por lo que el comandante del
cañonero, previo acuerdo cun los jefes embarcados cn la columna, decidió rendirse y solicitar ayuda de
los norteamericanos, siéndole negada.
244 ANDRÉS MÁS CHAO

siguiendo llegar a Manila al día siguiente; sin embargo, la autoridad de la


ciudad consideró que era imposible prestar ningún socorro, ante lo que
Dujiols solicitó permiso para regresar con sus soldados, siéndole prohibido
hacerlo. Por su parte, en los CCESCOS la situación continuaba empeorando, por
lo que los oficiales consideraron conveniente romper amarras y que cada
uno procurara con sus medios llegar a tierra, lo que finalmente conseguirían
hacer en territorio enemigo, siendo hechos prisioneros.
Mientras la columna del general Monet sufría las vicisitudes antes
narradas, los restantes destacamentos de la Comandancia de Centro y
Norte de Luzón seguían la suerte de los del resto de la isla, anegados por
la ola ingente de indígenas sublevados o desertores de nuestras filas, ayu-
dados por algunos soldados y clases peninsulares que, viendo la situación
extremadamente peligrosa, también se pasaron a las filas enemigas, unas
veces desertando y otras colaborando una vez hechos prisioneros. En Tar-
lac la guarnición resistió diversos ataques hasta que se les unió una
columna procedente de Alaminos al mando del comandante González Lla-
nos, formada por tres compañías indígenas, tres de cazadores, una sección
de administración militar e impedimenta. Dicha columna había previa-
mente alcanzado Bayambang, donde rompieron el cerco que sufría el
comandante Ceballos y sus hombres, uniéndose a ellos; pero, una vez
comprobada la falta de condiciones de Bayambang para continuar la resis-
tencia, Ceballos decidió marchar hacia San Fernando con objeto de unir-
se a Monet, objetivo que no conseguiría, mientras González Llanos seguía
para Tarlac. Alcanzado este puesto y unidas sus fuerzas a la guarnición
que allí había, se continuó la resistencia hasta que, casi sin municiones ni
alimentos y con numerosas bajas, el coronel Francés, mando del conjun-
to, decidió intentar romper el cerco y abrirse paso hacia Dagupán -10 que
no se lograría- viéndose finalmente obligados a rendirse a finales de agos-
to. En la zona norte de Luzón, cuyos naturales eran tradicionalmente ene-
migos de los tagalos, la sublevación no prendió con tanta fuerza, aunque
poco a poco, ante los éxitos de los insurrectos y la falta de respuesta de
las tropas españolas, se fue incrcmcntando cl movimiento de rebeldía y, al
igual que en el resto de la isla, nuestros destacamentos fueron cayendo
uno a uno; así Nueva Écija se rindió después de una enérgica defensa diri-
gida por el comandante Génova, del 13 Batallón; en Ilocos, su coman-
dante militar, capitán José Herrera, al tener noticias de la sublevación de
La Unión, acudió con una pequeña columna batiendo al enemigo y man-
teniendo esta provincia para España hasta que, invadida por los tagalos y
con más de ciento ocho bajas entre muertos y heridos -uno de ellos él
mismo- tuvo que rendirse. Por su parte los defensores de Ilagan (capital
LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA EN FILIPINAS 245

de la provincia de Nueva Isabela) la evacuarían el 1 de septiembre mar-


chando a Boyombong (capital de Nueva Vizcaya) donde unidos a sus
defensores aguantaron hasta cl ll de septiembre. Con la rendición de
Boyombong, toda la isla de Luzón -excepto el puesto de Baler cuya
defensa asombrosa duraría hasta un año después-, quedaba en poder de
los tagalos.
Como ya se vio, el 7 de junio la capital del archipiélago quedaba ais-
lada del resto dc la isla, bloqueada por tierra por los hombres de Aguinal-
do y por mar por la escuadra americana. La ciudad disponía, para aguantar
el asedio, de una relativa abundancia de víveres, contando las existencias
en los almacenes y tiendas particulares, para cuya recogida, distribución
entre los defensores de los suministros necesarios y control de precios para
su venta en la población, se había organizado una Junta Civil de Defensa;
sin embargo, ésta no actuó nunca con la suficiente energía y sólo consiguió
almacenar una mínima parte de los abastecimientos existentes, por lo que
inmediatamente los precios se dispararon al quedar al arbitrio de los
comerciantes. A partir del 8 comenzaron los ataques insurrectos a la línea
exterior siendo rechazados fácilmente por las fuerzas que la defendían; por
otro lado, ya desde estos primeros días del asedio, comenzaron a detectar-
se deserciones e intentos de sublevación por parte de las tropas indígenas,
como el ocurrido el día 13 a las siete y media de la mafiana, cuando un
grupo de cuarenta carabineros que se hallaban destacados en la posición de
Vitas atacó a sus mandos europeos, que consiguieron rechazarlo a costa de
un oficial y dos sargentos heridos y un cabo muerto, huyendo aquéllos a
continuación hacia la ciudad, donde consiguieron reducirlos las fuerzas
que los perseguían. Igualmente hay que señalar que el día 15, ante la exce-
siva extensión de la línea de defensa del sector de la izquierda para los
efectivos existentes, se llevó a cabo una reducción de la misma, abando-
nando las fuerzas del teniente coronel Carbó el pueblo de Caloocan y esta-
bleciendo sus avanzadas en el puente de Maipejos. En los últimos días de
este mes se recibió la noticia que una escuadra española con refuerzos se
preparaba en Cádiz para salir en dirección al archipiélago, lo que llenó de
esperanza a los sitiados de Manila; sin embargo, como contrapartida, tam-
bién se supo que habían llegado a Yokohama barcos de transporte ameri-
canos, en los que venían las tropas necesarias para iniciar las operaciones
en tierra.
El 30 de junio comenzaron a desembarcar en Maytubig (pueblo próxi-
mo a Cavite) las primeras tropas norteamericanas al mando del brigadier
Thomas M. Anderson y en sucesivas expediciones, entre el 17 y 21 de julio,
lo haría la Brigada Greene, haciéndolo el 25 de julio el general Wesley
246 ANDRÉS MÁS CHAO

Merrit, que tomaría el mando de las operaciones”. En un principio las dos


brigadas citadas quedaron detrás de las líneas filipinas, dedicándose a hacer
instrucción y prepararse para intervenir en el conflicto, por lo que el peso
del sitio de Manila continuó siendo llevado por los tagalos, que continua-
rían con sus ataques diarios a las líneas españolas. Durante los cuatro últi-
mos días de junio estos ataques se centraron sobre el blocao de Santolán,
situado fuera de la línea dc dcfcnsa para protcgcr los depósitos dc agua que
suministraban a la ciudad, consiguiendo finalmente el 31 aislarlo de las
posiciones situadas a su retaguardia. Para restaurar la situación y reparar si
era posible las máquinas -llevaban tres días averiadas- el día 1” de julio se
organizó una columna al mando del teniente coronel Colorado, a la que
acompañaba personal de Ingenieros al mando del comandante Las Heras.
Ésta, apoyada por artillería, consiguió alcanzar Santolán, si bien no pudo
reparar las máquinas, por lo que se retiró en unión de la fuerza allí destaca-
daZ3.A pesar de este abandono, la ciudad no careció de agua durante el resto
del asedio por tener otro depósito dentro de sus líneas y caer abundantes Ilu-
vias en todo este tiempo.
En el transcurso de la primera quincena de julio la situación continuó sin
grandes alteraciones, salvo la intensificación del fuego artillero sobre nues-
tras posiciones. Uno de los combates más importantes sería el de la noche
del 6 al 7, llevado a cabo para facilitar la huida de cuarenta y nueve hombres
de los voluntarios de Papanga -que se encontraban en Tondo- y ciento trein-
ta de la milicia de Montalbán, de la compañía que guarnecía Santa Ana, de
la que sólo se mantuvieron fieles su capitán Licerio Jerónimo y unos pocos
hombres. Felizmente la reacción de los europeos que había en estas posicio-
nes y en las inmediatas fue muy brillante, consiguiendo rechazar el ataque y
hacer numerosas bajas entre los hombres que desertaban. El día 7 se presen-
taba en la bahía de Manila el mercante español Compañía de Filipinas, cuya
tripulación tagala se había sublevado cuando se dirigía a Hong Kong, asesi-
nando al capitán y a sus oficiales y enarbolado bandera insurrecta. Con dicho
barco y algunos pequeños buques que tenía en su poder, el Presidente Agui-
naldo formaría lo que denominó su Marina de Guerra. Su primera misión
sería ir contra Ologanpó (Subic), donde creían que se mantenía una guarni-
ción española de la Armada; aunque ésta, considerando que allí no podía

" GÓMEZ NÚÑEZ: Op. cit., pp. 197-200. Según el autor constituían la Brignda A&won: el Regi-
miento de Voluntarios de Oregón y los de Infantería 23 y 24. mas unidades de Artillería de California,
Ingenieros y Servicios; la Briguda Creme se componía del Regimiento 18 de Infantería y los de Volun-
tarios 1” de California, 1” de Colorado, 1” de Nebrasca y lo” de Pensilvania, además del 3” de Artillería,
dos batallones de Voluntarios de Artillería de Utah y una compañía de Ingenieros.
” Ibídem, p. 211. La operación costó tres muertos y quince heridos.
LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA EN FILIPINAS 247

defenderse de las masas de insurrectos que la acosaban, se había retirado a


la isla de Malaquit junto con el personal civil y familias de la zona -en total
unas seiscientas personas-, los cuales fueron intimados a la rendición sin
condiciones por los buques tagalos. Mientras la pequeña guarnición delibe-
raba sobre la resolución a adoptar, apareció el buque de guerra alemán Irene
que, al ver los buques y su bandera, les exigió que se retiraran, so pena de
tratarlos como piratas, ya que Alemania no había reconocido aún a la Repú-
blica de Filipinas. Sin medios con que responder a un ataque del buque ale-
mán, los barcos tagalos salieron a toda máquina de la bahía, mientras la tri-
pulación del Irene recogía al personal civil de Olongapó que trasladó a
Manila. Posteriormente, cuando ya había marchado el alemán, aparecería de
nuevo el Cornpañíu de Filipinas junto con un barco norteamericano, el cual
(sin mediar comunicación) hizo fuego sobre las tropas españolas y a conti-
nuación solicitó su rendición; el comandante de la guarnición, al considerar
que no tenía medios con los que defenderse, se entregó a los americanos
quienes, faltando a lo tratado, los entregaron a los filipinos.
En la segunda quincena de julio arreciaron los tagalos sus ataques, soste-
niéndose en todos los sectores duros combates; el 22 se notó por primera vez
la presencia de soldados americanos próximos a las posiciones de los insu-
rrectos, aunque no intervinieron directamente en la lucha. Dicho día se produ-
jo un duro combate entre el camino de San Pedro de Macati y el blocao ll, uno
de los puntos más débiles de la línea de defensa, consiguiéndose rechazar al
enemigo. También, durante varios días, los tagalos atacaron la zona entre San
Antonio Abad y el blocao 14, que se vio gravemente amenazado, debiendo ser
auxiliado el día 27 por tropas de reserva de cazadores y los voluntarios que
quedaban del Tercio Anda Salazar, mandados todos por el teniente coronel
Dujiols, que tras muchas horas de combate obligarían al enemigo a retirarse.
El día 30 se producía otro fortísimo ataque entre los blocaos 13 y 15, consi-
guiendo los filipinos emplazar una batería de 8 cms. frente a nuestras posicio-
nes, pero un enérgico contrataque les obligó a retirarla. Finalmente, el 31 se
produciría el primer encuentro con tropas americanas, que el 29 habían entra-
do en línea frente a la zona de San Antonio Abad; la acción se reduciría a un
intenso intercambio de fuego que costó a los americanos diez muertos y cua-
renta y tres heridos, frente a un muerto y cinco heridos propios24. Por SU parte,

N Ikfem, p. 215. De acuerdo con los datos del autor (p. 216) durante todo este mes se consumie-
ron ochocientos cincuenta y ocho mil quinientos veintiséis cartuchos de Mauser, trescientos noventa y
dos mil dieciocho de Remington, cuatro mil novecientas cincuenta y ocho granadas, ciento sesenta y
ocho botes de metralla y trescientas cuarenta y cinco bombas entre incendiarias y explosivas, lo que da
idea de la dureLa de los combates.
248 ANDRÉS MÁS CHAO

la moral de la población civil de Manila, sujeta ya a duras restriciones ali-


mentarias y amenazada por el fuego de la artillería enemiga, sufriría un duro
golpe en los últimos días de julio tras conocer la derrota de la escuadra de
Cervera en aguas de Santiago de Cuba y después el regreso a Cádiz de la
escuadra del almirante Cámara, por no haber dado los ingleses autorización
para que cruzara el Canal de Suez.
El comienzo del mes de agosto sólo supuso el progresivo agravamiento
de la situación: el continuo hostigamiento por el fuego proseguía a todas
horas y los intentos de sorprender a los defensores con un ataque que rom-
piera sus líneas se sucedían continuamente. En los hospitales se encontra-
ban novecientos noventa y ocho enfermos y ciento ochenta y ocho heridos,
todos ellos graves, pues los leves y los enfermos con úlceras o inflamacio-
nes en los pies o con fiebre se encontraban en las trincheras. La tropa tenía
de ración un día de galleta y otro de arroz y manteca; la harina se reserva-
ba para los heridos; la munición empezaba a escasear y sólo gracias al con-
curso de las milicias locales y movilizadas que se situaban en segunda línea
-en total dos mil ochocientos sesenta y siete hombres-, las tropas podían
guarnecer las posiciones de primera línea y puntos principales en un servi-
cio continuo, pues no existía la posibilidad de relevarlaP. Mientras esto
sucedía en Manila, y los americanos reforzaban las dos brigadas que habían
llegado hasta aquel momento con otra al mando del general Mac Arthur,
llegó a la Capitanía General un telegrama oficial del Gobierno español
ordenando el inmediato cese del Capitán General y su sustitución con carác-
ter accidental por el segundo cabo, beeneral de división Fermín Jáudenes
Á1varez?6. Indudablemente, el general relevado había demostrado a lo largo
de su período de mando una completa falta de decisión y de iniciativa, que
habían aumentado aún más las terribles dificultades que representaba hacer
frente a un ataque americano y una sublevación general sin medios para
hacerlas frente. Sin embargo, aquella sustitución frente al enemigo, en una
ciudad sitiada y casi sin esperanza de recibir refuerzos, no era lo más apro-
piado para mantener la moral de las tropas y población de élla. En conse-
cuencia, dicha orden puede considerarse un monumental error, tanto más
cuando la resistencia de Manila podía ser una baza en las conversaciones
que ya se habían iniciado con los americanos y el Gobierno debía sospechar

” Ibídem p. 216-217.
” SASTRÓN: Op. cit., p. 479. El relevo pudo ser provocado por el telegrama oficial enviado por
Augustín a Madrid el 23 de julio en el que, tras enaltecer la resistencia de Manila, exponía la situación
como insostenible si no recibía refuerzos; por otra parte, se quejaba de que el Gobierno no le hubiera
comunicado las derrotas españolas en Cuba y silenciado el comienzo de negociaciones con los ameri-
canos.
LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA EN FILIPINAS 249

que este relevo motivaría que, los ya decaídos animos de tropa y población,
se vinieran estrepitosamente abajo, obligando al nuevo mando del archipié-
lago a una rápida capitulación. En cumplimiento de la orden citada, el gene-
ral Jáudenes se hacía cargo del mando el día 4, y el 5 publicaba una Orden
General en la que intentaba levantar el ánimo de los sitiados, si bien en élla
no ocultaba lo grave de la situación. En estas mismas fechas los americanos
se concentraban para dar el asalto final a Manila junto a todas las fuerzas de
Aguinaldo, que habían terminado prácticamente con las restantes guarni-
ciones españolas de la isla de Luzón; frente a ellas las fuerzas sitiadas en la
capital de Filipinas habían disminuido de una forma notable desde el
comienzo del asedio (cuadro 4).

CUADRO 4
Dmmwaórt DE FUERZASEN MANILA
- - - EL 6 DE AGOSTO

.IEF. OFIC. ASIM.


T TROPA

Euro. Indíg.

Sector derecho 8 81 2 1499 421


Sector izquierdo 5 12 1008 553
Sector centro 6 58 1 831 239
Colum. Santa Ana 1 23 422 163
Colum. S.J. del Monte 2 16 1 521 43
Colum. Volante Malate 1 12 433 1
Arrabales Manila 8 42 7 500 699
Intramuros 21 144 17 1371 1454
Hosp. y otras bajas 4 27 1 1071 208
Des&. plaza y cuer. ll 50 3 726 1169

525 32 8382 4950


- - - -

El día 7 el general Jáudenes recibía, a través del cónsul inglés, una


comunicación del mando americano, en el que se le anunciaba que, a partir
de las cuarenta y ocho horas siguientes ,comenzaría su ataque en fuerza
contra la ciudad, al objeto que tomara las medidas pertinentes para evacuar
la población civil y evitar así que sufriera daños en el ataque. A esta comu-
nicación contestó por la misma vía Jáudenes que le era imposible hacerlo,
por estar Manila cercada por los insurrectos, lo que le impedía evacuar a
dicha población a un lugar seguro. El 9 un nuevo mensaje americano pedía
la rendición de la ciudad por razones humanitarias, en vista de lo manifes-
tado por Jáudenes en su comunicación anterior, señalando que su honor
militar quedaba salvado por la resistencia realizada hasta la fecha. A esta
250 ANDRÉS MÁS ClLA
LA GUEKRA HISPANO-NORTEAMERICANA EN FILIPINAS 251

petición contestó el mando español solicitando un plazo para consultar al


Gobierno, negándose a ello Dewey y Merrit en mensaje del día 10. Final-
mente, el día 13, sobre las nueve de la mañana, la escuadra americana se
puso en movimiento enarbolando bandera de combate y se dirigió pausada-
mente hacia el fortín de San Antonio Abad, abriendo fuego al llegar a la dis-
tancia eficaz de tiro, aunque fuera del alcance de la artillería española. El
destructor fuego enemigo se concentró sobre las obras de la primera línea
defensiva -sobre la ciudad no se disparó-, que en gran parte quedó destU
da, ante lo que las tropas que guarnecían algunos sectores se replegaron sin
orden del mando correspondiente. Esta retirada dio lugar a un principio de
desorganización que obligó al resto de la primera línea a retirarse hasta la
segunda línea de defensa, mientras americanos y tagalos se apoderaban de
las posiciones abandonadas sin oposición. La precipitación y falta de enlace
con que se produjo el repliegue, dejó una zona de la segunda línea sin ocu-
par, lo que fue aprovechado por el enemigo para introducirse en élla, aunque
gracias a algunos contraataques locales se consiguió recuperar algunos de los
puntos perdidos. A pesar de ello quedó en poder del enemigo el espacio sufi-
ciente para introducirse por él y aproximarse a la ciudad murada.
A las once y media cesó el fuego y desde el buque almirante se intimó
a la rendición sin condiciones, lo que Jáudenes aceptó izando bandera blan-
ca en su puesto de mando. Sin embargo, la rendición no había sido comu-
nicada a las tropas que defendían la ciudad del ataque terrestre, por lo que
hubo bastante confusión hasta que se tuvo conocimiento del hecho, dando
lugar por otra parte, a que los norteamericanos ocuparan prácticamente la
ciudad cuando aún se estaba tratando sobre las condiciones de la capitula-
ción. Firmada ésta a media tarde, las tropas españolas comenzaron a entre-
gar su armamento a las unidades norteamericanas que entraban en la ciudad
y que impidieron a los tagalos hacerlo intramuros, mientras que la bandera
americana comenzaba a ondear sobre los edificios oficiales2’. Los hermanos
Toral explican así, en su obra, aquellos momentos en los que se ponía fin a
la presencia de España en Filipinas : Salí del Ayuntamiento y sin saber por
qué me dirigí a la Fuerza de Santiago, llegando en el preciso momento en
que la bandera española era arriada enarbolándose en su sitio el pabellón
estrellado. Yo no puedo explicar lo que sentí; se me doblaron las piernas;
una nube de fuego paso por mis ojos; contuve mis lagrimas, reprimí mis
sollozos para que no se mezclaran a las carcajadas y hurras de los ameri-
canos y huí precipitadamente de aquel sitio maldito. El sacrificio está COIZ-

?’ Gómz NÚÑEZ: 012. cit.. p. 233. Las bajas españolas durante el asedio fueron de cuarenta y nueve
muertos y trescientos heridos.
252 ANDRÉS MÁS CHAO

sumado; la augusta enseña que clavara en la ciudad de Manila el robusto


brazo de Legazpi, ha caído al suelo desde las dkbiles manos de nuestras
autoridades, Ya no contengo mi llanto. i Para que?““.
Después de la capitulación, se supo que el día 12 estaba firmado el Pro-
tocolo de Washington que sancionaba el armisticio, prólogo de las conver-
saciones de paz, lo que seguramente explica la negativa norteamericana a
que Jáudenes consultara con Madrid, pues de haberlo hecho, se hubiera
conocido la noticia oficialmente y Manila no habría podido ser atacada por
los norteamericanos, con lo que se hubiera tenido una base firme para la
negociación. Posteriormente -el 10 de diciembre- se firmaba el Tratado de
París por el que España se veía obligada, además de reconocer la indepen-
dencia de Cuba, a vender a Estados Unidos Puerto Kico, Filipinas y la isla
de Guam (la mayor de las Marianas), manteniendo la posesión del resto de
este archipiélago, el de las Marianas y las Palaos, que más tarde serían ven-
didas a Alemania. Por no haberse detallado claramente los límites también
quedaron en poder de España las islas de Sibutú y Cagayán de Joló en el
archipiélago filipino, cuya venta a Estados Unidos se llevaría a cabo en
1900.
Tras la capitulación de Manila los norteamericanos tomaron inmediata-
mente posesión de la ciudad, nombraron al general Anderson para el mando
del distrito de Cavite y a Mac Arthur gobernador militar y civil de Manila,
dando la orden de que las tropas filipinas evacuaran la ciudad y sus arraba-
les. Por su parte, las tropas españolas rendidas en Manila sufrieron los rigo-
res de su destino. Sin embargo, mucho más duras serían las condiciones de
vida de los prisioneros, en manos de los filipinos, desparramados por toda
la isla de Luzón: éstos estuvieron a merced de la bondad o dureza de los
jefecillos de partida que se habían apoderado de éllos, agravándose su situa-
ción por la pobreza imperante en el país después de dos años de guerra; por
el deseo de muchos tagalos de humillar a quienes durante años habían envi-
diado o bien vengarse de las muertes o prisiones que habían padecido ellos
o sus familiares con motivo de la insurrección. Todo ello motivó que la
situación de los nueve mil presos españoles fuera en general muy dura, aun-
que poco a poco el Presidente Aguinaldo y su Gobierno conseguirían ir con-
trolando la situación y suavizando los rigores de la cautividad. Finalmente,
se alcanzaría la libertad de los prisioneros que quedaban gracias a los tra-
bajos de una comisión hispano-filipina formada por el ex gobernador civil
Antonio del Río, el comandante de Estado Mayor Enrique Toral y el dele-

Ix Ibidem, pp. 190-191.


LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA EN FILIPINAS 253

gado del gobierno filipino Enrique Marcaida9; aunque, anteriormente, ya la


labor del comandanle José Génova Iturbe, encargado por el general RíoS
-mando español de las fuerzas de Filipinas tras la capitulación- de conse-
guir el rescate de los prisioneros, había conseguido que algunos de ellos
pudieran regresar a España?“.
Perdida toda la isla de Luzón, quedaban sin embargo guarniciones espa-
ñolas en otras islas del archipiélago que los norteamericanos no intentaron
ocupar de momento, aunque el movimiento separatista tagalo había ido
poco a poco tomando cuerpo en éllas a medida que llegaban noticias de las
victorias de los insurrectos en Luzón; de todas, la más importante era la de
Mindanao, cuya guarnición se componía de dos brigadas teóricas al norte
(Iligan) y sur (Zamboanga) de la isIa al mando de un general de división.
Aunque en realidad las fuerzas allí destacadas eran en 18% tres regimien-
tos indígenas, compañías de tiradores moros, un escuadrón de Caballería
(indígena), un batallón de Cazadores, dos o tres compañías de Infantería de
Marina, un batallón de plaza, una batería de montaña de Artillería, la uni-
dad disciplinaria, Ingenieros y Servicios, así como una pequeña fuerza
naval. Con parte de estas fuerzas, el general Ríos, Gobernador Militar, había
ayudado, en abril de este año, a dominar la rebelión de Cebú, tras cuyo
aplastamiento recibió órdenes de hacerse cargo también del gobierno de las
Visayasl’. La guerra con los Estados Unidos reactivó la insurrección en
estas islas, por lo que al considerar que el posible ataque norteamericano
iría contra Luzón, organizó una columna de setecientos cincuenta indígenas
y doscientos cincuenta europeo?‘, de la que tomó el mando y, embarcándo-
se en los buques que tenía a su disposición, recorrió las Visayas, pacificán-
dolas y haciendo a los insurrectos numerosas bajas. Terminadas estas ope-
raciones el 27 de mayo con la completa sumisión de la isla de Panay, se
mantuvo en élla en espera de órdenes, pues había perdido el enlace con
Augustí el 22 del mismo mes. El 30 de junio recibía una comunicación del
Ministro de la Guerra por la que se le concedían atribuciones de Capitán

‘” MAn’ríI‘[N CEREZO, Saturnino: Ltr pkrdidd de Filrpincts. Madrid, Edic. 1992. p. 184.
j(’ Existen bastantes relatos de las experiencma de los españoles presos por los tagalos como el del
teniente Verd Sastre ya citado (ver nota) y la obra de Carlos Rías Bajas: El desnsrr-e es~z~uñol.Merwrin
dc WI prisionero. Barcelona. 1899. En éllas se habla de los sufrimientos que padecieron y de las vicisi-
tudes pasadas hasta que fueron rescatados. unas veces por los norteamericanos al entrar en campamen-
tos filipinos durante la guerra que mantuvieron con éstos y otras por las gestiones de la comisión espa-
ñola.
*’ En las islas más importantes de las Visayas. así como en las Carolinas, quedaban también peque-
ñas guarniciones, en general de Infantería de Marina.
Y Hoja de Serricios &J/ General Ríos. La fuerza era una compañía de Cazadores, una del 69, otra
de Tiradores, una de Artillería, dos de Ingenieros, cincnenta jinetes y dos caíiones.
254 ANDRÉS rvlÁS CHAO

General para Mindanao y las Visayas mientras se mantuviese la incomuni-


cación con Manila; posteriormente se le ampliaron las atribuciones para
todo el archipiélago excepto Luzón, isla que se incluiría tras la rendición de
la capital. Con las fuerzas a su mando consiguió mantener la enseña espa-
ñola en Mindanao, Concepción, Negros y Cebú, a pesar de los intentos taga-
los de desembarcar en éllas para sublevarlas, atendiendo también a evacuar
las pocas guarniciones que resistían en el sur de Luzón, así como dispersar
con sus pocas cañoneras y un mercante la escuadrilla tagala que se movía
por aquellas aguas. Al conocerse la noticia de la cesión de la soberanía espa-
ñola sobre Filipinas a los Estados Unidos tuvo que hacer frente a una suble-
vación general, incluidas la mayoría de sus fuerzas indígenas, debiendo
desarmar a las que no lo hicieron por no fiarse de éllas. Pese a todo, con las
tropas españolas que le quedaban se mantuvo en 110 110 (Visayas) hasta que,
cumpliendo órdenes del Gobierno, pasó a Zamboanga con todas sus efecti-
vos y medios, ordenando asimismo el abandono de las Visayas, Paragua y
el norte de Mindanao, lo que se llevó a cabo sin dejar en éllas ni material
utilizable, ni un prisionero. El día 30 de diciembre de 1898 se trasladó a
Manila -también por orden del Gobierno- dejando al mando de las fuerzas
de Zamboanga al general Montero. Durante su permanencia en la capital del
archipiélago conseguiría del Gobierno de la República de Filipinas que el
23 dc enero se publicara un decreto ordenando la liberación de los civiles y
militares enfermos españoles prisioneros. Asimismo, preocupado por las
noticias que le llegaban del maltrato que recibían nuestros mandos y solda-
dos, envió al comandante Génova para que se introdujera en territorio taga-
lo y procurara su liberaciónx3. Enterado que el 10 de mayo Zamboanga había
sido atacada por sorpresa causando la muerte del general Montero, embar-
có para dicho punto con sus ayudantes, sin aceptar la ayuda norteamerica-
na, haciéndose cargo al llegar de la guarnición, con la que atacó y derrotó a
los moros, obligándoles a someterse nuevamente a su autoridad. Consegui-
do esto dispuso la entrega de esta parte de Mindanao a los norteamericanos,
tras lo que embarcó la fuerza en el vapor León XIII y se replegó con élla a
Manila, desde donde embarcaba para España el 3 de junio, dejando el
mando de las escasas fuerzas españolas, que aún quedaban sin repatriar, al
general Jaramillo.

‘? Rías BAJAS, Carlos: 0~. cif. Acusa a lo largo de su obra a este general de favoritismo en sus inten-
tos de rescatar a los prisioneros, olvidándose de los soldados.
Saturnino Martín Cerezo, en la página 233 de su citada obra, dice que este autor es el mismo que dio
crédito a las afirmaciones de uno de los desertores de Baler y aseguró en un artículo publicado en El
Nucionnl de Madrid, en mayo de 1899, que el teniente Martín Cerezo, jefe de la defensa, había asesinado al
Capitán Las Morenas y que por eso no se rendía.
LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA EN FILIPINAS 255

Este artículo, que narra una triste página de la Historia de España, se


debería finalizar con el relato de la gesta de Baler, uno de los hechos donde
los eL~pbidc.~ dieron cima a una cle 10s hazañas bélicas más asombrosas
entre las acometidas por los hombres de cualquier época y p&‘“; sin
embargo, se considera suficientemente conocido y estudiado el sitio de
Baler para intentarlo encerrar en unas pocas líneas, por lo que no se inclu-
ye aquí. Aquellos cincuenta soldados y sus mandos no podían creer que
España hubiera sido derrotada y que Manila había caído en manos de los
norteamericanos, cuando ellos no habían recibido ninguna comunicación de
abandonar su puesto; así que, refugiados en la iglesia del pueblo, resistieron
trescientos treinta y siete días el cerco de los tagalos, casi sin víveres, sin
hacer caso a las incitaciones a una rendición honrosa y menos a las noticias
de que España había abandonado la lucha. Esta hazaña asombrosa, más que
por la violencia del cerco por la presión psicológica de un aislamiento de un
año de duración, fue seguramente debida a esa cualidad del español, tantas
veces demostrada a lo largo de la Historia, de no rendirse aunque se haya
perdido toda esperanza de triunfar. Sencillamente, el teniente Saturnino
Martín Cerezo y sus hombres no conocían la palabra rendición y por eso
fueron los únicos españoles que no conocieron la derrota del 98 y dieron un
digno final a la presencia de España en Ultramar. Este fue el espíritu del sol-
dado español que luchó en Cuba y Filipinas: su pérdida no se les puede
achacar, pues combatieron más allá de lo imaginable por su bandera y por
mantener aquellas tierras para España, aunque éllos no comprendieran las
razones por las que tantos otros jóvenes se libraban de aquella tekble gue-
rra pagando un poco de dinero. Si a pesar de éllos se perdieron, sólo se
puede sentir admiración por su valor y pena por el sacrificio inútil que rea-
lizaron por su patria.
256 ANDRÉS MÁSCHAO

BIBLIOGRAFIA

Anuarios Militares de 1898 y 1899.


Colecciones de Diarios y Revistas: La Ilustración Española y Americana;
El Noticiero de Manila; El Diario de Manila; La Correspondencia Mili-
tar (años 1898 y 1899).
Colección Legislativa de 1898 y 1899.
ANÓNIMO: Diario de la Guerra Hispano Americana. Méjico, 1899.
ARCHIVO GENERAL MILITAR DE SEGOVIA: Hojas de Servicio .de diversos
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MARTÍNEZ CAMPOS, Carlos: España Bélica. Siglo XIX. Madrid, 1978.
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LA CAMPAÑA I896- 1897 EN FILIPINAS Y VISIÓN
DESDE EL CAMPO INSURRECTO
Pedro ORTIZ ARMENGOL
Embajador de España

E
L año 1896, mes de agosto, es aquel en el que la revolución filipi-
na se puso de manifiesto al transformarse el movimiento ideológi-
co conocido como “La Propaganda” en un alzamiento armado. El
término “propaganda” surgió hacia 1888 cuando se formó en España un
comité de propaganda alrededor de la revista quincenal titulada La Solida-
ridad, aparecida en Barcelona en febrero de 1889 y pronto trasladada a
Madrid, en el mes de noviembre de aquel mismo año, donde continuó
hasta 1895. La Solidaridad había sido un inteligente órgano de expresión
política, hábilmente conducido por José Rizal y por sus colaboradores
principales en aquella empresa: Marcelo Hilario del Pilar y Mariano
Ponce, entre otros.
El término “La Propaganda” es muy conocido en la Historia de Filipi-
nas y es aceptado generalmente, habiendo resistido, en la americanizada
Filipinas del siglo actual, la connotación peyorativa que el término tiene en
el lenguaje norteamericano de hoy; y que no aparece, por cierto, en el “Dic-
tionnary” de Oxford.
Que la rebelión armada de 1896 sucedía a la agitación política prece-
dente, está bien visible desde 1868, y borraba a la Liga Filipina fundada por
Rizal en el año 1892: supuesta asociación cívica, de carácter progresista y
pacífico, no legalmente autorizada. El historiador filipino Gregorio F. Zaire
señala que en la primera reunión, secreta, de la “Liga”, Rizal no produjo una
258 PEDRO ORTIZ ARMENGOL

aceptación en Andrés Bonifacio, uno de los reunidos más radicales y que,


por su parte, Bonifacio no impresionó a Rizal’.
La masonería española en Filipinas había sido desbordada desde el
momento en que los filipinos pudieron crear, clandestinamente, sus propias
logias, con evidente apoyo internacional y, en los años finales del siglo, la
relación entre ciertas logias y la revolución era muy estrecha. Los “sospe-
chosos” de pertenecer a estas sociedades eran mencionados con el término
de “filibusteros”, palabra que, en su origen, indicaba a los corsarios del
siglo XVII y que en el siglo XIX se aplicó a los que en Cuba y en Filipinas
trabajaron por la emancipación de estas islas.
Andrés Bonifacio había levantado, con propósitos mucho más radicales
que Rizal, la asociación o “Katipunan” que congregó a elementos proleta-
rios y campesinos, unidos por un juramento solemne, irrevocable, firmado
simbólicamente con la propia sangre y formulado “en el nombre de Dios”,
prometiendo sacrificar todo “por la raza tagala”, incluso la vida, la familia
y los intereses de cualquier orden.
Andrés Bonifacio había nacido en 1863 en una familia pobre: hubo de
ganarse la vida en modestas actividades de artesano y de guarda de almacén
-“bodeguero” es el término, al llamarse “bodegas” a los almacenes de cual-
quier género en la Filipinas española-, pero Bonifacio, un autodidacta que
había leído en español historias de la Revolución francesa de Robespierre,
al que admiraba, era valiente y capaz, con dotes de organizador y de reclu-
tador de prosélitos, y el “Katipunan” o “Sociedad muy Honorable de Hijos
del Pueblo” era una realidad en 1896 cuando envió un mensajero secreto a
Rizal para anunciarle que preparaba un levantamiento popular, e invitándo-
le a que se uniera a él. Rizal, que se hallaba en situación de deportado pero
en libertad personal -en un lugar de la isla mahometana de Mindanao, en el
sur de Filipinas-, rehusó su participación cn cl proyecto, en nombre de la
prudencia, e invocando falta de medios y de preparación en el intento, que
debía de prepararse más.
Partió el mensajero decepcionado y Bonifacio se indignó por la actitud
de Rizal. Refiere Zaide intentos katipuneros de rescatar a Rizal para obte-
ner su participación y colaboración, que fueron rechazados por éste*.
¿Cuál era el motivo principal de esta actitud? LLa reserva -que ha de ser
esencial en un político- de no ponerse nunca en manos de otro? ¿La des-
confianza en la exaltación temperamental de Bonifacio, impulsivo y ambi-

’ ZAIDE, Gregorio F.: The Philippine Revolution. Manila 1954. p. 41. “Bonifacio did not impress
him”, los demás “with the exception of Bonifacio, warmly received his peaceful views”.
2 Ibidem, pp. 102-103.
LA CAMPAÑA 1896- 1897 EN FILIPINAS... 259

cioso, que parecía un extremista en todos sus actos y que ya se hacía llamar
“El Supremo”? ¿La imprecisión de sus programas? Vemos, en una historio-
grafía tan volátil como la de Filipinas, que la “Kartilla” del katipunero es
una, que el “Dekálogo” del katipunero es otro, que el juramento del katipu-
nero no es el mismo y que Bonifacio, con evidente “clientismo” político, se
rodeaba de sus hermanos para asegurarse el poder, todo lo cual obligaba a
extremar la prudencia’.
El cálculo político y militar de Bonifacio no era tan equivocado: la plan-
tilla del ejército español en Filipinas era, en 1896, de diecinueve mil tres-
cientos cuarenta y tres hombres, de los cuales once mil quinientos servían
en la Infantería, compuesta por tropas indígenas con mandos españoles; tres
mil quinientos noventa y tres guardias civiles, también indígenas, con jefes,
oficiales y suboficiales españoles. Completaban estas fuerzas mil seiscien-
tos sesenta y siete artilleros, estos de procedencia española; mil doscientos
siete del Cuerpo de Ingenieros y fuerzas menores de Caballería, Sanidad,
Administración y otras. En el momento del levantamiento, Manila estaba
desguarnecida, por hallarse la mayor parte del Regimiento número 70 -que
normalmente guarnecía la capital y las provincias del norte de la gran isla
de Luzón-, en las islas del sur, donde la situación de guerra era casi perma-
nente; y, los otros seis regimientos, estaban cubriendo el resto del archipié-
lago. En Manila figuraban escasamente doscientos artilleros, un corto
número de fuerzas de ingenieros y tres compañías solamente del regimien-
to de guarnición, además de la Guardia Civil”.
El mando hubo de reunir, en agosto de 1896, los recursos disponibles
para hacer frente a la situación que planteaba el descubrimiento de la cons-
piración “katipunera”.
Alentada por el Diario de MuniZa, una manifestación de centenares de
españoles y de filipinos adictos acudió el día 24 de agosto a la residencia
del Capitán General a manifestar su adhesión, marchando más tarde, con el
mismo propósito, al Arzobispado. Ello precipitó que el grito de rebelión se
diera el día 25, cuando ya se estaban produciendo detenciones de implica-
dos y sospechosos. El lugar elegido fueron los arrabales de Balintawak,
Caloocan y Samson, al norte de Manila. Los grupos rebeldes estaban com-
puestos aproximadamente por un millar de hombre?. Los primeros choques

’ ZAIDE, Gregorio T.: 017. cit. La “Kartilla”, pp. 82-83 y el “Dekálogo”, p. 94; ACH~TEGUI Y BER-
NAD (jesuitas): Aguinnldo and tlze Revolurion of IZ96. El texto del juramento en página 10.
d Amario Militar de Espa& Ministerio de la Guerra. Madrid, 1896. Estas cifras para FiIipinas
incluyen en dicho año a los generales, jefes y oficiales, así como los asimilados (médicos, capellanes,
profesores, veterinarios, etc...).
’ DEI. CASTILLO, J.M.: El Kntipunarz .Y elfilibusrer&n~o en Fili~kzas. Madrid 1897, p. 103.
260 PEDRO ORTIZ ARMENGOL

bélicos se produjeron en aquellos escenarios el día 26, con una treintena de


guardias civiles (filipinos todos ellos). Esta fuerza, del puesto de Tam-
bobong, iba mandada por un teniente, un sargento y un cabo “peninsulares”.
Sastrón señala la matanza, en Caloocan, de dieciséis chinos comercian-
tes, dueños de tiendas que fueron asaltadas por los amotinados, fenómeno
habitual como era hacer víctimas de toda violencia a la rica comunidad
china.
Sastrón señala igualmente que la pequeña fuerza que volvió a ocupar
Caloocan fue reforzada en el mismo día por una columna de ciento sesenta
hombres y sesenta soldados de Caballería, además de ciento siete hombres
de la dotación del crucero Cristina. Ello hizo que los grupos rebeldes se
retiraran hacia el lugar conocido como San Juan del Monte, con la intención
de apoderarse del polvorín existente en aquellas inmediacione9.
Al “Grito de Balintawak”, lógicamente ensalzado por la historiografía
filipina, siguió el día 30 de agosto otro combate en la zona del polvorín, que
no pudo ser ocupado por las improvisadas fuerzas de Bonifacio, ni lograron
cortar el suministro de agua a la capital. Estos combates reciben en la his-
toria filipina el nombre de “batalla de Pinaglabanan” -topónimo que indi-
ca expresamente “El lugar de la batalla”- y determinan que los hombres
de Bonifacio se dispersaron a continuación alejándose de las proximidades
de Manila y tratando de extender la sublevación por la provincia, mediante
proclamas. Objetivo primordial era obtener armas de fuego en asaltos loca-
les, donde éstas existían, ya fuera de la fuerza pública o de las pocas exis-
tentes en manos de autoridades.
El Capitán General Blanco Erenas, un veterano de la guerra carlista,
había comunicado a Madrid el día 21 la situación y el Gobierno había dis-
puesto el envío de tropas: la comunicación telegráfica se efectuaba a través
del cable submarino Manila-Hong Kong y Londres-Madrid. Ante la grave-
dad de la situación -pues se tenían noticias de alzamientos revolucionarios
en algunas provincias limítrofes a Manila, especialmente en la de Cavite-,
el Capitán General proclamó el estado de guerra en ocho de ellas: Manila,
Bulacán, Pampanga, Nueva Écija, Tarlac, La Laguna, Cavite y Batangas,
ofreciendo indulto a quienes se presentasen en las cuarenta y ocho horas
siguientes a la publicación del bando, excepto dirigentes y reincidentes,

' SASTRÓN, Manuel: La insurrección en Filipinas y Guerra Hispano-Americana en el Arclzipiéla-


go. Madrid 1901, pp.69.70; ZAIDE, Gregorio T.: Op. cit., p. 111. Coinciden en la cifra aproximada las
fuentes históricas y filipinas.. Este último señala justamente el pobre armamento de los insurrectos: el
“bolo” o largo cuchillo que el filipino llevaba colgado de la cintura, clásica arma al tiempo que instru-
mento para múltiples usos laborales: algunas pistolas y armas largas, y primitivas armas de bambú.
LA CAMPAÑA 1896- 1897 EN FILIPINAS... 261

Blanco Erenas dispuso en la misma fecha la formación de un Cuerpo de


Voluntarios al que acudieron, para formar parte de él, españoles y adictos:
en la Maestranza de Artillería se entregaba a cada voluntario un “reming-
ton” y dos paquetes de municiones. La proximidad de las provincias afec-
tadas, y la fácil comunicación con ellas, estaba trayendo noticias alarman-
tes acerca de asaltos a puestos de la Guardia Civil, a parroquias o
conventos, a haciendas; y se contabilizaron pronto unas decenas de muer-
tos violentos principalmente en Noveleta, Imus, San Francisco de Malabón
y en la provincia de Cavite, donde el poder de los insurrectos parecía más
firme7.
Vamos a tratar de seguir el curso de la revolución, acudiendo a textos
revolucionarios poco o nada conocidos en España, algunos de ellos publi-
cados por primera vez por los padres jesuitas Pedro S. de Achútegui y
Miguel A. Bernad en el libro ya citado, documentos de diferente origen,
procedentes de diferentes archivos, algunos de ellos facilitados por los des-
cendientes del general Aguinaldo*. Aproximémonos a la figura, tan impor-
tante y controvertida, a la cual traté en diferentes ocasiones en Filipinas
entre 1951-1954 y por última vez en 1960 cuando se hallaba, próximo a su
fallecimiento, en el hospital militar de Manila.
Emilio Aguinaldo y Famy, nacido en 1869 en el pueblo de “Kavite
el Viejo” -que da nombre a la pequeña península arenosa que existe en
el sur de la gran bahía de Manila donde se asentó el arsenal y puerto de
la vieja ciudad española- era de estirpe china y perteneciente al esta-
mento dominante en el pueblo natal donde ocupaban, desde antiguo,
cargos en la administración local. Aguinaldo no realizó estudios impor-
tantes, después de los elementales, pero se aferró al poder local a los
diecisiete años de edad como “cabeza de barangay” en su barrio de
Binakayán, lo que le llevó a ser elegido en “Kawit” en 1893 como alcal-
de; si bien este cargo en los pueblos filipinos no recibía este nombre
sino el de “gobernadorcillo” y, desde la reforma de Mama en 1893, el de
“capitán municipal”.
El “capitán municipal” Aguinaldo, con decidida vocación política,
como hijo de un eterno “gobernadorcillo”, ingresó en la masonería en la
noche del mismo día en que juró su cargo oficial, lo que seguramente repe-

’ SASTRÓN: OJL cir., pp. 70-72.


B Conocí al padre Achútegui en Manila en 1953 como uno ‘de los religiosos españoles expulsado
por entonces de China. Iniciamos una amistad que se mantuvo en los años 80, durante mi estancia en
Filipinas, hasta 1987. En cuanto al padre Bernad, filipino, también autor de libros, tuve amistoso trato
con él durante la referida estancia. Hace años que no he tenido noticia de ninguno de ellos.
262 PEDRO ORTIZ ARMENCOL
LA CAMPAÑA 1896-l 897 EN FILIPINAS...

tía situaciones precedentes, y dos meses más tarde ingresó en Manila en el


“Katipunan”, en contacto directo con Bonifacio, ante el cual juraría su
“pacto de sangre”. Aguinaldo estuvo dispuesto a unirse al “grito” de Boni-
facio en la noche del 29 de agosto, acudiendo a Manila, pero la señal con-
venida no se produjo y el “capitán municipal” permaneció con los suyos en
su pueblo natal, esperando la señal de intervenir. Aguinaldo entendió que
el bando del 30 de agosto del Capitán General proclamando el estado de
guerra en la provincia de Kawit era la ocasión y, dando un paso adelante,
el 3 1 se presentó al gobernador español en la provincia, coronel Fernando
Pardo y Terreiro, en el nuevo Cavite levantado junto al Apostadero naval
en la península, pidiéndole soldados para defender Kawit frente a los habi-
tuales bandidos o “tulisanes”. El propósito era obtener las armas de estos
soldados tras reducirlos. El gobernador no le facilitó esa fuerza, por care-
cer de ella, ya que había enviado toda la que disponía a Manila. Aguinaldo
entonces pidió un centenar, al menos, de armas de fuego pero tampoco dis-
ponía de ellas el arsenal. Falló la traición preparada por el astuto Aguinal-
do, pero regresó de Cavite a “Kawit el Viejo” conociendo la situación de
la provincia, y con el bando del Capitán General en el bolsillo, que le dio
pretexto para hacer sus futuros movimientos: reunir a los katipuneros,
agregar con estos a los “cuadrilleros” o policía auxiliar de Kawit y reducir,
todos juntos y por sorpresa, a los tres guardias civiles del pueblo, uno de
los cuales resulto herido. (Aguinaldo, cuidador de su nombre, nos dirá que
evitó su muerte).
Dueño ya del pueblo, Aguinaldo hizo escribir una proclama larga en
lengua tagala, y envió copias a los “capitanes municipales” de catorce pue-
blos importantes de la provincia, instándoles a sublevarse y unirse a él. Los
de Noveleta y San Francisco de Malabón, muy próximos a Kawit, quedaron
incorporados inmediatamente en el primero con la muerte del capitán Rebo-
lledo y ocho guardias civiles; en el segundo con la del teniente Nadal, un
hermano de éste y la del capitán municipal filipino Viniegra, por intentar
oponerse. Otras muertes tuvieron lugar en la provincia que -en general, y
para ser el foco más fuerte de resistencia al dominio español- reunió en
poco tiempo a veintitantos pueblos bajo el mando teórico de Aguinaldo,
que, en su proclama de 31 de agosto, cedía el mando municipal de Kawit a
su lugarteniente -y después cuñado- C. Tría Tirona y firmaba como
“Teniente Abanderado ng Hukbong Revolucionario” (del Ejército Revolu-
cionario).
El Abanderado, en su breve proclama “respondía” a la declaración de
estado de guerra del Capitán General español del día anterior e invitaba a
romper 300 años de cadena de esclavitud; invocaba a Dios, a la Vida, la
264 PEDRO ORTIZ ARMENGOL

Fuerza y la Esperanza9. En las memorias de Aguinaldo, la traducción del


original texto tagalo al inglés aparece más breve. El movimiento tagalo se
dirigió hacia el pueblo de Imus, donde existía una importante hacienda agrí-
cola y ganadera de la Orden de Recoletos, pueblo que ocupó Aguinaldo el
3 de septiembre y donde fueron asesinados todos los frailes, y la Guardia
Civil hecha prisionera (Aguinaldo, según sus memorias, lo supo al día
siguiente). En ímus los insurrectos se apoderaron de treinta armas de fuego,
remingtons y otras. La columna que desde Manila trató de abrirse camino
por tierra, hasta Cavite y el Apostadero, halló fuerte resistencia en Bacoor
y la línea del río Zapote y se retiró, insuficiente de medios. Los insurrectos
consideraron esto una importante victoria: el jefe español perdió su sable
toledano, que recogió Aguinaldo como preciado botín hasta el final de la
guerra.
Sastrón detalla en su libro las expediciones enviadas urgentemente
desde España que comenzaron a salir de los puertos de la Península el 3 de
septiembre, alcanzando algo más de veinticinco mil soldados, con sus man-
dos, en los cuatro primeros meses de la insurrección’O.
No conocemos con certeza si el coronel Fernando Pardo, gobernador de
Cavite, sospechó algo del “capitán municipal” Aguinaldo o si le despachó
por mera prudencia.
Sí conocemos que no podía pecar de ingenuo pues acababa de recibir
órdenes de Manila para detener a determinados sospechosos y ponerlos a
disposición del juez.
No estos, pero sí otros trece implicados de Cavite en la conspiración,
fueron pasados por las armas el día 12 de septiembre y son conocidos como
los 13 mártires de Cavite.
Una acción sucesiva fue el contraataque de parte de las fuerzas españo-
las recién llegadas del sur, a Nasugbú, provincia de Batangas, para tomar
posiciones al sur de la zona insurrecta de Cavite; el desembarco se efectuó
con éxito y significaba ya que la actitud española no era meramente defen-
siva. Aguinaldo, dueño de recursos, difundió un segundo Manifiesto seña-
lando la justicia de la causa filipina, la existencia ya de un Gobierno rcvo-
lucionario, la formación de comités municipales que organizan en cada
pueblo la administración y la justicia en forma “tres veces mejor” que bajo
la tiranía español (!) y denuncia supuestas violencias de la ocupación espa-
ñola de Nasugbú y de Lemery, con la poco acertada e inverosímil acusación

* ACHÚTEGUI-BERNAD: Op. cit. pp. 18-21.


" SASTR~N: Op. cit., pp. 79-81.
LA CAMPAÑA 1896-1897 EN FILIPINAS... 265

de que las tropas españolas asaltaron la iglesia donde se habían refugiado


mujeres y niños, interrumpieron la misa para matar a todos los que allí tra-
taban de salvarse salvo algunas mujeres que les agradaban para la satis-
facción de sus pasiones. En este escrito figura un dato de interés: que en
poder de las fuerzas de Aguinaldo había treinta prisioneros españoles -curas
y militares- tratados con delicadeza”.
La política represiva de la insurrección había supuesto la detención de mil
trescientos a mil quinientos acusados o sospechosos de colaborar con aquélla,
lo que supuso procesos penales, decretos de embargo de bienes y de admi-
nistración de los mismos y multiplicación de conflictos. El historiador oficio-
so Zaide señala que, para crearlos, Andrés Bonifacio implicó falsamente en el
Katipunan a personas influyentes o adineradas para, en aquel clima de temo-
res y sospechas, provocar su detención y ganar simpatizantes para la revolu-
ción’?: una treta inteligente (“clever ruse”). Cuatro implicados en el ataque al
polvorín de San Juan del Monte fueron fusilados públicamente en Manila.
Aguinaldo, con evidente talento organizador, sintiéndose fuerte en su
territorio caviteño que desde ahora tendría que defender, destacó en el
Manifiesto de 31 de octubre la razón de la lucha del pueblo por su libertad
e independencia, rechazando la idea de una “ingratitud” por parte de los fili-
pinos, ya que la civilización española es superjkial y engañadora en el
fondo, procurando mantener la ignorancia de las masas. Había de consti-
tuir un gobierno de seis miembros, semejante en la forma aE de Estados
Unidos de América, basado esencialmente en los principios más estrictos
de Libertad, Fraternidad e Igualdad. Cada municipalidad se organizará
debidamente y estará representada ante un Comité Central. Se formará un
Congreso de Delegado; se creará un Ejército de treinta mil hombres; se
recaudarán contribuciones con ese fin. Firmado por Emilio Aguinaldo
“Magdalo”, en Kawit, el 31 de octubre13.
Bien o mal era necesario obtener más armas de fuego, movilizar a los
hombres entre quince y cincuenta años obligando a todos a ser portadores,

” El texto que publican los PP. Achútcgui y Bernad, reproduce el texto en español publicado
por J.M. del Castillo en bu libro ya citado, pp. 298-302, con el sello oval “Pangulo Dhang Digma-
Magdalo”, que significa “Gobierno de la Guerra”. El nombre de “Magdalo“ es el nombre de guerra
adoptado por Aguinaldo y recuerda el de María Magdalena, que era la Santa Patrona de Kawit el
Viejo.
Cuando en el territorio insurrecto surgieron dos facciones rivales en pugna por el poder, la de Agui-
naldo se llamó “Magdalo” y la de su rival Andrés Bonifacio “Magdiwang”, cuya sede era Novaleta, ccr-
cana a Cavite. Acerca de Aguinaldo disponemos de la extensa biografía de este titulo por- Alfredo B.
Saulo, publicado por Phoenix en Quezon City en 19X3.
” ZAIDE: Op. cit., p. 97.
” ACH~TEGUI-BERNAD: Op. cit., pp. 30-37.
266 PEDRO ORTIZ ARMENGOL

al menos, de un arco y flechas, siendo castigados con látigo quienes no lo


hicieran. Se estimulaba la deserción de los filipinos en el Ejército o en la
Guardia Civil para que lo hicieran con armamento, lo que supondría una
recompensa por parte de los insurrectos.
Eran de urgencia las obras de levantar trincheras en los lugares más
apropiados, con cualquier material válido o la de nombrar nuevo “Ministro
de Guerra” (sic) para sustituir al fallecido, y otorgar grados militares -desde
“Teniente General” hasta “Teniente”- a los que se distinguían en combates.
Van apareciendo nombres: uno de los más ascendidos sería un hermano de
Aguinaldo, Críspulo, que moriría poco después en combate“‘.
La lucha no iba a ser corta. El Ejército que el jefe deseaba necesitaba
armas y dinero para comprarlas a quienes las ofrecieran, cuando éstos se
presentasen. El Ministerio del Tesoro tiene noticias al respecto’j. Urge
recaudar.
El territorio insurrecto estaría, desde el mes de diciembre, compartido
por dos poderes: el simbólicamente llamado “Magdalo”, con sede en Kawit
el Viejo como sabemos, y el llamado “Magdiwang”, cuya capitalidad era el
pueblo de Noveleta, tan próximo a aquél. Varios candidatos al mando de
“Magdiwang” existían en los cuadros en formación de los insurrectos y jus-
tamente, en diciembre del 96, apareció en la rica tierra de Cavite Andrés
Bonifacio, que andaba buscando lugar de actuación bajo el nombre de “El
Supremo” del Katipunan. No tardaría en aparecer el conflicto con Aguinal-
do. Se conocen circulares de éste inquiriendo de los pueblos las listas de los
soldados de la revolución, y el número exacto dc armas de fuego, municio-
nes, y equipo del que se disponía16. Éste aumentaba por las deserciones al
campo filipino -un peso por fusil-, aunque en realidad se trataba de pocas
deserciones individuales y, hasta finales del año 96, el grueso de las tropas
españolas estaba constituido y apoyado por la población nativa.
Entre los trabajos del campo insurrecto estaba averiguar cuál era la
cosecha de arroz para señalar la contribución para el Ejército17. “Magdalo”
conocía que hacia enero o febrero del año 97, unos veinticinco mil soldados
españoles llegados de la Península, reforzatían a los pocos centenares exis-
tentes de facto en Manila, al estallar la revolución de agosto. El general Bal-
domero Aguinaldo ordena la celebración de novenas, que las autoridades
municipales y militares deben promover: debemos entender que nuestros

‘* También reproducido del libro de J. M. del Castillo “El Katipunan”, ya citado


” .kHúTEGUI-BERNAD: Op. Cit., pp. 72-74.
‘” Ibídem, pp. 96-98.
” Ibídem, pp. 99-101.
LA CAMPAÑA 1896-1897 EN FILIPINAS... 267

rezos LI Dios son la rn& poderosa arma contra nuestros enemigos. Se espe-
ra el ataque español para finales de eneroIR.
En el campo español no fueron meses de espera: Sastrón señala las
acciones de contención emprendidas en la Pampanga, en La Laguna, en la
isla de Mindoro. El 21 de octubre un real decreto designa al general Cami-
lo Polavieja como Segundo Cabo de la Capitanía; es decir, Segundo Jefe
militar del archipiélago, quien partiría hacia él con los generales Zappino,
Lachambre. Galbis y Cornet. Llegados el 3 de diciembre, otra real orden
felicitaba al general Blanco y “le autorizaba” a regresar a la Península. En
la situación militar que se vivía, el general Blanco consideró que no debía
hacer uso de esta “autorización” y no dimitió. La Reina Regente halló la
fórmula para dar salida a la situación: el día 9 nombró a Blanco Jefe del
Cuarto Militar en el Palacio Real de Madrid. El día 13 se efectuó la toma de
posesión de Polavieja como Gobernador General y Jefe de Operaciones. En
el ánimo de todos estaba un cambio de actitud con respecto a la política en
Filipinas: así lo decían claramente las proclamas a los “habitantes” del país
y a los soldados del Ejército y de la Armada. Inmediata reorganización de
los altos mandos militares”. Días después, en atención a las circunstancias,
se suspenden las elecciones municipales preceptuadas por la Ley Municipal
de 1893 para la renovación de un tercio de las corporaciones municipales. De
una política de represalias -paralela a la de asaltos a los pueblos por parte de
grupos insurrectos y habitual asesinato del párroco o de funcionarios o resi-
dentes, generalmente españoles- se produjo el fusilamiento de Rizal el 30 de
diciembre de 1896 y el de otros acusados, tanto en Manila como en distintas
provincias, donde el espíritu de, rebelión y las actividades al servicio del
mismo significaban delitos previstos en los códigos entonces vigentes.
Dispuesto ya el Ejército de Operaciones con los veinticinco mil solda-
dos y mandos recibidos entre octubre del 96 y enero del 97, partió Polavie-
ja a operar el 14 de febrero. La ofensiva se inició en Silang, Salitrán, Das-
mariñas, para dirigirse por el sur hacia el norte de la zona insurrecta, menos
defendida y fortificada’“; en el mes de marzo prosiguió el avance con la ocu-
pación de Imus, punto fuerte de la rebelión tagala, donde se recogieron can-
tidad de remingtons y mausers de los que ya disponían en cantidad las fuer-
zas rebelde?‘. Estas operaciones están reflejadas con gran detalle y precisión

‘* Ibidem, pp. 102-106~ 116-118.


Iy SASTRÓN: Op. cir., capítulos VII y VIII, pp. 103-151.
?” SASTK~N: Op. cit., capítulos números IX y X, pp. 151-191. La organización del Ejército de Ope-
raciones en la isla de Luzón, queda expuesta en las p8ginas 217-220. Fue preparada con fecha 7 de febre-
ro, días antes de iniciarse la contraofensiva.
" SASTRÓN: Op. cif., p. 236.
268 PEDRO ORTIZ ARMENGOL

Andrés Bonifncio.
LA CAMPAÑA 1896-1897 EN FILIPINAS... 269

en el libro del teniente coronel Federico de Monteverdc titulado Campaña


de Filipinas. La División Lachrhre2~.
La lucha estaba planteada en esta zona entre una fuerza numerosa, de
elevado espíritu revolucionario, muy capaz de sacrificio, corta de medios y
animada por una moral de victoria y, por otra parte, una tropa española biso-
ña, mucho mejor armada, dirigida por mandos capaces, pero muy afectada
por el desconocimiento del terreno y por la adaptación al clima y a las con-
diciones de vida.
A los problemas de administración que conllevaba ejercer la autoridad
en un territorio de, aproximadamente, algo más de mil kilómetros cuadra-
dos y de más de cuarenta mil habitantes, -autoridad que había de allegar
fondos, sostener una guerra, crear algo parecido a un Estado-, se unía el
problema político del “Magdalo” y del “Magdiwang”, dos facciones en
lucha por el poder. De un lado Aguinaldo y sus hermanos, y algunos nue-
vos e improvisados “generales”. Del otro los hermanos Álvarez (“Víbo-
ra”> que obtendría muy larga vida. Un papel del libro de Achutegui-Ber-
nad ofrece una auténtica lista de katipuneros, sus cargos y sus nombres de
guerra, pertenecientes a ambas faccione?. A “Magdiwang” se incorpora-
ría pronto Andrés Bonifacio, lo que anunciaba una convivencia aún más
difícil.
Mantengamos nuestra atención a la recopilación de textos de Achúte-
gui-Bernad para tratar de ver lo que ocurría en el área que mandaba Agui-
naldo, que era la que, por su mayor proximidad a Manila, había recibido la
ofensiva del general Lachambre y había perdido Silang, Dasmariñas, Sali-
tan y, el 25 de marzo, Imus. Este pueblo fue un golpe duro para la facción,
pues “Magdalo” -tres meses antes, el 21 de diciembre del año anterior-
había transferido a Imus su sede, abandonando Kawit el Viejo, por consi-
derar mucho más segura la nueva “capitaYL4. Ello explica la encarnizada
defensa de Imus cuando los españoles la atacaron y perdieron en esa acción
un jefe, tres oficiales y veintidós soldados, resultando heridos nueve oficia-
les y ciento diecinueve soldados. El botín conseguido cn armamento, muni-
ción y pólvora fue considerable dada la importancia que tenía Imus. La
próspera hacienda de los frailes recoletos -donde tantos de éstos habían per-
dido la vida al estallar la revolución- estaba destruida; el azar salvó la vida
del teniente de la Guardia Civil en aquella ocasión. El general Lachambre

” MONTEVERDE: Cclrnpañcr de Fili~inns. Lo ZXvisión Laclznntbre. Madrid 1898 p. 473. En la toma


de Imus, el relato refiere la muerte en combate de Críspulo Aguinaldo, hermano de “Magdalo”.
” ACHÚTEGUI-BERNAD: 0~. cif., p. 160.
21 Ibídem, p. 115.
270 PEDRO ORTIZ ARMENGOL

dispuso poner en libertad a los noventa y seis prisioneros hechos, como


medio eficaz para que sus relatos desmoralizaran al campo insurrecto, lo
cual constituyó una acertada medida 25. El heliógrafo instalado en la torre de
la iglesia de Imus transmitió a Cavite Nuevo -bien comunicado con Mani-
la- la acción bélica del día.
Aguinaldo diría en sus memorias tardías, publicadas en 1964, que Boni-
facio, que se hallaba en “Magdiwang”, es decir, en Noveleta, le había rehu-
sado enviar refuerzos para defender Silang a mediados de febrero. Si cl10 es
cierto, puede calcularse el resentimiento de “Magdalo” cuando hubo de
abandonar Imus, la recién establecida capital de la resistencia. Entonces, en
sus memorias, Aguinaldo, a posteriori, culpará gravemente a Andrés Boni-
facio de haber maniobrado para hacerse nombrar “Supremo” en la Conven-
ción entre ambas facciones celebrada en Tejeros, precisamente en las vís-
peras del ataque de los españoles a Imus el día 22 de marzo. La reunión de
ambas facciones tenía lugar en Tejeros, un barrio del importante pueblo lla-
mado entonces San Francisco de Malabón, a unos ocho kilómetros en línea
recta de Imus, lugar de la batalla donde se encontraba Aguinaldo. Éste acu-
dió inmediatamente confiando la defensa de Imus a su hermano Críspulo
que sabemos murió heroicamente en ella’“. La facción de “Magdalo” triun-
fó en la elección, pese a estar aún ausente Aguinaldo y presente Bonifacio,
y ello supuso la “destitución” del hasta entonces jefe de la revolución en
curso, como “Supremo de Katipunan” que la había iniciado. El conflicto
pronto estallaría pues Bonifacio no aceptaba su derrota como “Supremo”.
Un testimonio muy vivo que publican Achútegui-Bernad en dos frag-
mentos reflejan, con la veracidad de un testigo serio, el ambiente de la reta-
guardia revolucionaria después de la evacuación de Imus y constituyen
algunas de las páginas más importantes de Aguinaldo and the Revolution of
1886. El segundo fragmento relata la tortura y muerte de un fraile recoleto,
dos agustinos y un lego agustino, los cuatro españoles, a manos de gentes
de “Magdiwang” y concretamente de uno de los hermanos del ex “Supre-
mo”. Los asesinatos habían tenido lugar el 28 de febrero, después de los pri-
meros éxitos de la contraofensiva española y temiendo que ésta liberase a
aquellos y a otros españoles en manos de los katipunero$‘.

” CASTILLO: Op. cit., p. 161; MONTEVF.RDE: Op. cit., p. 491. Ésteseñala que -según declarxioncs
de los prisioneros- defendían Imus unos quince mil combatientes, muchos de ellos llegados apresura-
damente la víspera. Aguinaldo luchó en la defensa de Imus.
” Tejeros, barrio de San Francisco de Malabón, pueblo este último que cambió su nombre por el
de General Trías y que ostenta actualmente.
” Los fragmentos del manuscrito de Telesforo Canseco ocupan -en su texto original español- las
páginas 280-284 y 335-377 de Achútegui-Bernad.
LA CAMPAÑA 1896-l 897 EN FILIPINAS... 271

Otras páginas importantes de la recopilación documental de los dos


jesuitas son las que se refieren a los primeros intentos de mediación entre
los españoles y los katipuneros, debido a iniciativas diversas -la orden
jesuita, o un fraile dominico, o un alto funcionario español, en antigua rela-
ción éste con amigos filipinos en Madrid- y cuyas conexiones no son sufi-
cientemente conocidas. Los documentos existentes al respecto muestran la
dificultad de entendimiento cuando, ya en los meses primeros de 1897, se
había derramado tanta sangre por ambas partes. Quizá pudiera ser simbóli-
co que uno de dichos intentos, promovido por españoles, se diera a conocer
en el frente del río Zapote cuando se acercaron a las líneas filipinas dos
monjas, una española y la otra filipina, entregando una carta del Superior de
la Orden jesuita, padre Pío Pi, y del fiscal Comenge, dirigida a Aguinaldo,
iniciativas contestadas negativamente por éste. Es importante conocer que
la gestión del padre Pi estaba inducida por el mando militar tras los prime-
ros resultados militares de la ofensiva de febrero y marzo, deseando explo-
tar los éxitos iniciales.
Ha de decirse que quien reservadamente instaba al jesuita a iniciar la
gestión era Nicolás de la Peña, que había actuado, como Auditor General
que era en el Ejército, en el proceso de Rizal tres meses antes y había sido
precisamente quien entendió que no debía hacerse pública, ni divulgar, la
alocución de Rizal del día 15 de diciembre contra esa sublevación absurda,
salvaje, tramada a espaldas mías por los revolucionariosz8, por entender
-con poco sentido de la realidad- que esa divulgación suponía, en cierto
modo, dar a Rizal una cierta autoridad moral entre los suyos.
Estos intentos españoles de dirigirse al “Sr. D. Emilio Aguinaldo”,
sin otra designación, molestaron al rival Bonifacio cuando -a través de
los mandos militares de “Magdalo”- tuvo conocimiento de ellos. Agui-
naldo diría -en sus tardías memorias de 1964- que el “Supremo” se irri-
tó por el hecho de que los españoles se dirigieran al “capitang Emilio” y
no a él?“.
La lucha intestina por el poder iba agudizándose entre ambas facciones:
el “Magdalo”, fuerte en Kawit y en Imus; el “Magdiwang”, fuerte en Nove-

” RETANA: Vida y escritos del Dr: Rizal. Madrid 1907, pp. 374-375. El auditor De la Peña fue autor
también del infausto dictamen que aprobaba la sentencia de muerte contra Rizal. Torpe dictamen que
lleva la fecha del 27 de diciembre de 1896, y al que el general Polavieja dio sn conformidad al día
siguiente. La ejecución tuvo lugar el día 30. iEra el auditor la Persona mas idónea Para entrevistarse con
Aguinaldo? El auditor hubo de ser, en la penosa situación de agosto de 1898, uno de los firmantes del
Acta de Capitulación de Manila del 14 de agosto de 1898.
?‘) ACH~TEGUI-BERNAD: 0~. cit., p. 314.
272 PEDRO ORTIZ ARMENGOL

leta y en San Francisco de Malabón. Se conocen los nombres de los impro-


visados y valientes jefes que formaban parte de una y otra partida, cada una
de las cuales disponía de su respectivo “Gobierno”.
Bonifacio, con sus hermanos y su esposa Esperidona, habían sido
acogidos por el “Magdiwang” y militaban en éste, contra el poder que,
de hecho, estaba adquiriendo Aguinaldo. En la convención de Tejeros
había sido elegido “capitang Aguinaldo” pero el “Supremo” declaró
nula la elección. Se decía -el “it was said”, o “se dijo” es un término
muy presente en la historiografía filipina- que el “Supremo” ambi-
cionaba ser ahora el rey de los tagalos y tramaba acabar con Aguinal-
do30.
“Capitang Emilio” se le adelantó. Cuando Bonifacio, el 23 de marzo,
día siguiente a la elección perdida, declaró no reconocer el fallo, Aguinaldo
convocó una reunión para el día 24, que dijo le confirmó como Presidente
de la República, y seguidamente hizo referencias a su programa de gobier-
no: libertades de pensamiento y de culto, de comercio, y elección de Parla-
mento.
Disponemos de un libro del historiador filipino Teodoro A. Agoncillo,
ensalzando la figura y la obra de Bonifacio, con textos muy iracundos
contra sus rivales, que hacían presumir un enfrentamiento muy próximo3’.
La recopilación de Achútegui-Bernad recoge un relato importante del
incidente producido entre ambos jefes: cuando Bonifacio y su hermano
Ciriaco retuvieron a un grupo de sesenta soldados del “Magdalo” -portado-
res de armas largas- con fines dudosos, pero alarmantes, se presentó Agui-
naldo en persona en el lugar, con sus hombres más fieles y dispuesto a matar
o morir. Aguinaldo recuperó sus sesenta soldados y Bonifacio desapareció
pero en incidentes sucesivos entre las dos facciones fue muerto a tiros un
hermano de Andrés Bonifacio, el cruel Ciriaco Bonifacio, y herido en el
cuello, no de gravedad, el propio “Supremo”, que quedó prisionero, con su
hermano Procopio. Aguinaldo dispuso un consejo de guerra que el 28 de
abril -en Naic, retaguardia del campo insurrecto- y compuesto por fieles de
Aguinaldo, condenó a muerte, por traición, a los encausados aunque ponía
en manos del “Presidente” la decisión final. Éste, siempre astuto, conmutó
la pena por las de exilio a un lugar aislado, bajo guardia armada, y conde-

” Ibidem, p. 327.
” AGONCILLO, T.A.: The Writings nnd Triul of Andrh Bonifacio. Manila 1963. Donde figuran
-además de la obra poética en tagalo del “Supremo”- textos de su irritación por su situación polí-
tica.
LA CAMPAÑA 1896- 1897 EN FILIPINAS... 213

nó a diez de sus seguidores a ser subalternos en su cuartel general durante


un año3?.
$alvaron sus vidas Andrés y Procopio Bonifacio? No, pues los dos her-
manos fueron retirados de su prisión en Maragondon el día 10 de mayo de
1897 y llevados a un bosque de las inmediaciones del pueblo, donde fueron
fusilados. Tratándose de Andrés Bonifacio -fundador del “Katipunan” e ini-
ciador de la revolución-, puede suponerse la cantidad de opiniones existentes
acerca de este hecho, acerca de sus posibles inductores, acerca de las respec-
tivas responsabilidades, de los motivos o de la falta de éstos, de los autores
materiales, de las consecuencias históricas, del juicio definitivo entre el héroe
conocido como “el Gran Plebeyo” y el militar con talento político y organi-
zador, Aguinaldo, que estaba manteniendo una resistencia contra el régimen
colonial establecido. En líneas generales puede decirse que hay un sector en
favor del “Supremo” y otro en favor del general, aparte una actitud generali-
zada de conciliar las dos posiciones y no exagerar la existencia del conflicto.
Entrada la primavera prosiguió la ofensiva de la División Lachambre,
que fue ocupando el resto de la provincia. A finales del mes de abril cesó en
su cargo el general Polavieja y le sustituyó Fernando Primo de Rivera, que
ya había ejercido el cargo anteriormente entre 1880-1883. Bajo su mando
prosiguió la ocupación de la zona insurrecta pero también existían focos
menores en las provincias rebeldes. El recién llegado evaluaba las fuerzas
insurrectas en unos 25.000 h.omhres y el de armas de jiiego portátiles en
1.500, pudiendo afirmar que nunca han tenido más33. Quedaban por ocupar
núcleos importantes de la provincia de Cavite: Indang, Méndez Núñez,
Alfonso, Maragondon y Naic. Aguinaldo había divulgado en marzo la pro-
clama a los soldados filipinos encuadrados en el Ejército español, instándo-
les a desertar, ofreciendo treinta y cinco pesos a quienes lo hicieran llevan-
do un arma larga; el 9 de mayo -ya durante el mando superior de Primo de
Rivera- lanzó otra detallando una escala de recompensas si se trdtase de

” ACHÚTEGUI-BERiYAD: 0~. cit., p. 355.386. El trabajo de T.A. Agoncillo es más eXtenSO y trans-
cribe cl juicio, los testimonios, las sentencias y la conmutación del Presidente. No conocemos otro libro.
en tagalo y cn inglés, titulado El proceso de Amfrk Bonifacio Manila 1963, de Virginia Palma-Bonifa-
cio, con prefacio del P. Bernad e introducción del historiador filipino Carlos Quirino. En 1956 Teodoro
Agoncillo había publicado su historia de Bonifacio y el Katipunan bajo el título -que a nosotros nos
sugiere algo- de The revolt of the masses o rebelión de las masas, evidente hipérbole cuando los alza-
dos en 1896 no fueron más de unos veinticinco mil en un país de unos siete u ocho millones de habi-
tantes.
Un escritor filipino actual -Ni& Joaquín- con ideas propias y particulares, concluiría en su libro A
yuestion ofheroes que Bonifacio -por ser manileño y no de la región de Cavite- no halló en ésta ver-
daderos apoyos, y sus partidarios caviteños le traicionaron y lc dejaron morir a manos del caviteño
Aguinaldo.
ii PRIMO DE RIVERA, l-‘: Memoria dirigidu al S~uio. Madrid 1898, p. 24.
2’74 PEDRO ORTIZ ARMENGOL

/ .!,
,,+

General Fernando Primo de Rivero.


LA CAMPAÑA 1896-1897 EN FILIPINAS... 275

cabos o sargentos filipinos, tan numerosos en las fuerzas españolas. Tam-


bién se reproducen otras peticiones de ayuda a los soldados, de necesidad
de fondos para adquirir armas, se supone que procedentes de negociantes
extranjeros y que estaban siendo gestionada?“.
La reocupación de la provincia estaba ultimada el 17 de mayo, cuando
Primo de Rivera lo anunció así y concedió indultos a los participantes en la
campaña: exceptuados los promotores de la rebelión, los desertores y los ofi-
ciales (filipinos) que hubieran cooperado con la rebelión, etc. Pero había
ocurrido algo de primera importancia: cuando Aguinaldo hubo perdido el
último pueblo que había ocupado ocho meses antes, su conocimiento del
terreno le permitió no ser capturado por las tropas españolas y -concentrado
en el pueblo de Talisay, al norte del lago Taal, en la contigua provincia de La
Laguna-, decidió dispersar sus fuerzas. Recomendó a todos que aprovecha-
ran el indulto que ofrecía el Capitán General, pero que no olvidasen la causa
revolucionaria y que él iba a trasladarse a las montañas del centro de la isla.
Reunió a sus más significados partidarios y, divididos en pequeños gru-
pos, se dirigió al norte, atravesó el río Pasig, en las cercanías de Manila, y
supo llegar hasta Biaknabató, donde existía un pequeño centro de resisten-
cia en una zona montañosa, acogiéndose a la invitación de quienes allí se
sostenían. Según conclusiones de Achútegui-Bernad, la marcha de unos
pocos centenares de revolucionarios desde las tierras abandonadas hasta
Biaknabató se efectuó cautelosamente, desde mediados de mayo hasta
comienzos de agosto.
Por su parte los españoles dieron por concluida la campaña de Cavite y
la división de Lachambre fue disuelta. El trabajo del teniente coronel Mon-
teverde publica el estadillo de las bajas producidas en ella: quince jefes y
oficiales muertos, y ciento sesenta y ocho soldados; cincuenta y seis jefes y
oficiales heridos y novecientos diez soldados; un total de ciento ochenta y
tres muertos y de novecientos sesenta y seis heridos. De la enumeración de
los hechos de armas acaecidos en la campaña se observa que tras los duros
combates por las tomas de Silang, Dasmariñas e Imus en territorio de “Mag-
dalo”, que costó mes y medio, el resto, constituido por el territorio de “Mag-
diwang”, requirió otro mes y medio, pero con lucha menos encarnizada35.
La guerra de 1897 no estaba concluida.
Acudamos a la versión que el Capitán General daría al Senado en una
Memoria sobre la hábil retirada efectuada por Aguinaldo al abandonar

Ii ACHÚIKUI-BERNAD: Op. oir., pp. 407-405


” MONTEVERDE: Op. cit., pp. 580-581.
276 PEDRO ORTIZ ARMENGOL

Cavite y trasladarse al centro de Luzón, abriendo un frente al tiempo que


se veía obligado a cerrar otro. Diría Primo de Rivera que: y20 obstante
huber guarnecido el (río) Pasig, ejerciendo en él gran vigilancia, consi-
guió Aguinaldo burlarla atravesando el río por Puteros, acampanado de
cuatro o seis partidarios. El grueso de sus fuerzas, constituido sin duda
por centenares de hombres, quizá unos pocos miles, hubieron de ganar las
montañas de Bulacán por diversos caminos, incluidos los de la costa este
de la isla de LuzótY6. En esta isla aún permanecían focos menores de insu-
rrección y Primo de Rivera conocía las dificultades de someterlos, por la
falta de optimismo con que observaba la actitud de los filipinos, que cada
vez inspiraban menos confianza, si bien teníamos en esas provincias hom-
bres del país, prestigiosos, adictos hasta el sacrificio a nuestra causa,
conocedores de cosas y personas, que respondían a la tranquilidad de sus
comarcas a poco que se les ayudase y era de presumir que al iniciarse
cualquier movimiento en ellas sería fácilmente sofucado”. En el sur del
archipiélago, siempre inquieto y rebelde a Manila, la situación estaba con-
tenida.
Aguinaldo se mostraba fuerte en los montes de Puray, Sibul, Boso-
boso, Loac, Biaknabató y Araya y allí llevó Primo de Rivera la guerra en
la acción de Puray, que las historias filipinas presentan como una gran
victoria y la española como una acción necesaria, que costó veintitrés
muertos y cincuenta y cuatro heridos, cifra muy inferior a la de las bajas
de las fuerzas insurrecta9.
El 3 de julio del 97 la Gaceta de Manila publicaba una nueva orden de
la Capitanía General puntualizando el alcance de los indultos anteriormen-
te concedidos, interpretados con demasiada amplitud por algunas autorida-
des locales, de lo que resultaban la persistencia de unas cuantas partidas,
que siempre derrotadas, cometen toda clase de delitos comunes por lo que
se intensificará el control de las poblaciones rurales. A ellos respondieron
los insurrectos con el llamado Manifiesto firmado con el seudónimo
“Macasar”, en el mes de julio, que comenzaba indicando que se habían
abandonado los pueblos de la provincia de Cavite porque se consideró
conveniente hacerlo y se ha cambiado de táctica: se emprenderá la exten-
sión de la guerra a otras provincias de Luzón, por el sistema de guerrillas,
hostigando a los españoles y evitando choques directos. Otro manifiesto,
también en el mes de julio, pero esta vez firmado por el ineludible Agui-

X6 PRIMO DE RIVERA, F: Op. cit., p, 55


” Ibídem, pp. 59-60.
” Ibidem, pp. 67-68.
LA CAMPAÑA 18961897 EN FILIPINAS... 277

naldo, llamaba a las armas y a los sacrificios a un pueblo ofendido por el


trato que recibía”.
La guerra registra también la lucha por obtener fidelidades y, a título
anecdótico -pero con valor representativo- señalamos que un filipino fiel
a España llamado José Serapio, “célebre capitán”, que había prestado ser-
vicios valiosísimos en la campaña de Bulacán según Primo de Rivera -
cra objeto de propuestas formales por parte de los insurrectos invocando
argumentos religiosos, después patrióticos y finalmente amenazas espe-
rando la demostración de su verdadera adhesión a nosotros sus pai-
sanos’O.
En este terreno de guerra psicológica ha de incluirse otro escrito de
Aguinaldo, de 26 de septiembre de 1597, dirigido en español a los soldados
españoles, conociendo el desencunto tan grande que tenéis y justificado por
el mal trato que reciben y abusos, refiriéndose a una deserción ocurrida en
el día de la fecha: la del soldado José Aroca Gi14’.
El interés de este documento, que fue publicado ya en España en
enero de 1898, reside en que lo firman, en Biaknabató, Aguinaldo y el ex
capitán del Batallón de Cazadores número 7, Celso Mayor y Núñez,
auténtico español desertor el que huyendo de infames persecuciones de
que ha .sido víctima, se ha acogido a nosotros. No conocemos la aventu-
ra personal de este hombre, que está citado ampliamente por el defensor
de Baler -el laureado Saturnino Martín Cerezo- en su célebre libro El
sitio de Baler, por sus actuaciones y acechanzas. Mayor y Núñez era en
1899 coronel de Estado Mayor de Aguinaldo. Junto a él otro capitán
desertor, Manuel Sityar, también ascendido a coronel, y también citado
como parte del Estado Mayor de Aguinaldo en la sucesiva guerra contra
los norteamericanos.
Aguinaldo no podía esperar el ataque; según su nueva táctica anuncia-
da, ordenó el asalto del rico pueblo de Aliaga para apoderarse de los víve-
res que iba a necesitar, así como de otros lugares, lo que obligaba a una gue-
rra costosa en bajas y recursos. Ante el temor de que la guerra se prolongase
hasta la ocupación de Biaknabató, el núcleo de la resistencia: y ante las
excitaciones de Madrid para terminar cuanto antes, detuve la acción mili-
tar y, debidamente autorizado, traté con Paterno, representante de Agui-
naZdo”z, diría Primo de Rivera.

” ACH~TECUI-BEKNAD: Op. cit., pp. 432.433 y 436-437.


j” PKIMO DE RIVEKA: Op. cit., p. 68: ACHUTEGWBERNW: Op. CLL, pp. 442-444.
-Ii ACHÚTEGUI-BEKNAD: Op. cit., pp. 451-452.
” PRIMO DE RIVERA: Op. cit., p. 75.
278 PEDRO ORTIZ ARMENGOL

El mando filipino, que tenía que hacer frente a rumores de actos crimi-
nales -asaltos y rapto de mujeres- hubo de hacer frente a esos disidentes
cada vez más frecuentes a medida que la supervivencia de Biaknabató se
hacía más difícil, al tiempo que se adoptaba -en un esfuerzo loable de ofre-
cer una estructura política a la revolución- una constitución que estaba ins-
pirada en la redactada por independentistas cubanos en 1895 y conocida
como Constitución de Jimaguuyoi3.
Paralelamente la resistencia armada experimentaba una crisis, después
de un año justo de desgaste, en el que la revolución había retrocedido en sus
conquistas iniciales ocurridas durante los primeros momentos en Cavite y,
en menor medida, en otras provincias tagalas e ilocanas.
Hemos de referirnos a continuación a lo que las historias titulan El
pacto de Biaknnbató, acontecimiento que puso fin al levantamiento revolu-
cionario filipino de agosto de 1896.
El capitán general Primo de Rivera comunicaba el 4 de agosto al Jefe
del Gobierno, entonces Cánovas del Castillo, lo que sigue, escrito que éste
no pudo leer pues sería asesinado por un anarquista italiano, y ello antes
de que la carta llegara a España. Por consiguiente habría de leerla el Sr.
Sagasta, jefe del Partido Liberal, al ocupar la Jefatura del Gobierno.
Decía al Señor Presidente del Consejo de Ministros, fecha 4 de agosto
de 1897Y Se me ha presentado D. Pedro A. Paterno, persona que goza de
grandes simpatías e influencia en el puís filipino, que ha sido considerado
como sospechoso por los españoles y amenazado y perseguido por el frai-
le. Es hombre de alguna instrucción, bien educado, mestizo, de palabra
persuasiva, historiador de su país, abogado y escritor: Hace alarde de
españolismo, creo que nada ha intentado contra España durante los suce-
sos de estos últimos meses; pero es libe& del puís, aspira a In asimilación
con la madre patria, representación en Cortes, etc.
Me parece que ambiciona notoriedad y honores, y le creo capaz de ser-
virnos si ve esperanzas de realizar sus deseos; se ha presentado sólo, pero
debo creer que trae representación de otras personas, por más que nada
haya dicho. Su amor a España y u este país, según dice, le obliga a presen-
tarse a mípara ver el medio de llegar a la paz tan necesaria, y evitar los
inmensos perjuicios y los torrentes de sangre que está costando la guerra;

" .kHúTEGUI-BERNAD: Op. ch., pp. 456-462. Firman ese texto el 1 de noviembre de 1897, cuaren-
ta y ocho jefes -militares y políticos- de la revolución, la plana mayor de la resistencia al régimen
español y la punta de lanza de la nacionalidad filipina, que pugnaba por sobrevivir.
* PRIMO DE RIVERA: Op. cit., pp. 122-124.
LA CAMPAÑA 1896- 1897 EN FILIPINAS... 279

que está dispuesto a ver a Aguinaldo, Llanera y los demús jefes de la


insurrección, para reducirlos; que persuadido de que lograría conven-
cerlos, deseaba saber si yo le facilitaría su gestión y medios para alcan-
zar lo que tanto interesaba. Todo lo que no sea comprometer el nombre
de España, le dije, al tratar con insurretos, será aceptado por mi, pero
no he de comisionar a persona alguna para que h.able con los jefes de la
insurrección; así que nada podía yo hacer en la gestión que se proponía;
que no me hallaba dispuesto a iniciativas en asunto de esta índole, y que,
persuadido de la generosidad de España, podría perdonar a los que Ea
ofenden, y aún facilitarles medios para que puedan vivir y ocultar sus
faltas.
Colocada la cuestión en ese terreno, fue más explícito: dijo que, desde
luego él marchaba a ver a Aguinaldo y demás compañeros; que tenía la
seguridad de atraerlos con el perdón y salvoconductos para ir a los puer-
tos de Japón o China, fucilitándoles dinero para poder vivir en esos países;
que se necesitaba también alguno para reducir a los de segunda línea, y
que no dudaba que en breve podría darme cuenta satisfactoria del resulta-
do de sus trabajos; calculó en 500.000 pesos el dinero necesario, y pidió
conmiseración para los desertores.
Cómo cuanto pide con relación a perdón, está comprendido en los ban-
dos del indulto, no he tenido inconveniente en decirle que los perdonaría,
si bien tendrían los soldados desertores que hay en el campo incurrecto,
que extinguir sus servicios en un cuerpo de disciplina; y en cuanto a dine-
ro, nada en concreto le he dicho, porque se trata de cantidad de conside-
ración y me parece prudente consultar con el Gobierno, cómo lo haré por
el cable, antes de que ésta llegue a sus manos, si da resultudo lo que ese
señor se propone. Yo por mí aceptaría esto como la mejor solución que
puede presentarse: nada tan económico en oro y sangre. La guerra ha
tomado carácter distinto del que tenía al principio; las partidas ya no
esperan en poblaciones donde era fácil batirlas; tienen unas 1.500 armas,
y para cada una de ellas seis u ocho hombres, así que jamás se les cogen;
todo su afán consiste en armas, y por grande que sea la vigilancia en las
costas ir& en aumento.
La guerra de montaña aquí es más fatigosa que en parte alguna; el
peninsular se extenúa rápidamente con la fatiga y no es para mídudoso que
la guerra pueda prolongarse indefinidamente si el cansancio de los pueblos
y las exacciones que sufren no les obligan a dar noticias.
Mi impresión, con respecto a todo lo que antecede, es que este hom-
bre obra de buena fe, pero creo que no tiene fuerzas para alcanzar lo
que se propone. Le he facilitado un pase para circular por varias pro-
280 PEDRO ORTIZ ARMENGOL

vincias: veremos resultados; sea el que fuere nada perdemos, porque en


nada varío ni modifico la política de la guerra, ni la suspendo un solo
momento.
Este texto no tiene desperdicio; refleja la verdad, matizada, en cuanto
a la personalidad de Pedro A. Paterno, filipino de familia china, muy rica,
procedente de Molo, isla de Panay. Los Paterno, inteligentes y ambicio-
sos, se trasladaron a Madrid, donde vivían lujosamente -en la calle del
Saúco (ahora Prim) esquina a la de Barquillo- en la que habían hecho un
museo filipino pues Pedro Alejandro se consideraba un antropólogo y un
historiador. Este Paterno, con su dinero, decía había publicado en Madrid
unas cuantas obras “científicas” sobre la religión de los antiguos habitan-
tes de las islas, sus filósofos, la astronomía, la ornitología y la botánica de
su país. Sí publicó una novela de costumbres filipinas “Ninay”, de indu-
dable interés por la condición del autor, además de poesías líricas y dra-
máticas y otras varias; también preparó un libro sobre su viaje alrededor
del mundo. De todo ello el serio bibliófilo español Retana -que conoció
al personaje- hizo una detallada relación de su monumental obra Aparato
Bibliográfico de la Historia General de Filipinas donde dice que, entre
1894 y 1897 este Paterno se agitó mucho en Madrid, distinguiéndose
principalmente por sus agasajos a los periodistas. Leyó en el Ateneo
algunas de sus poesías, no exentas de inspiración. Su compatriota Trini-
dad Pardo de Tavera -una de las figuras principales de la cultura filipina,
y muy estimado por Rizal- escribiría que la lista de obras que Paterno
señalaba como propias constituye una indigna falsedad que no puede
tener excusa y que, por ello, era Paterno un vulgar impostor. Paterno reci-
bía en sus fiestas caseras a cuanto personaje se dejaba invitar por él, como
en el caso de quien había sido Capitán General en Filipinas, Primo de
Rivera, que hacía una política de atracción con los filipinos que se decían
adictos a España.
Paterno había vivido en Madrid considerándose -y no le faltaban moti-
VOS- como el filipino principal de aquella comunidad; en ese papel quedó
enfrentado con Rizal durante los dos años y medio que el doctor viviera en
Madrid. Rizal anota en su diario privado de aquellos años varias críticas a
la persona y a las actitudes de Paterno, pero, a pesar de ello, en 1887 lo cita
elogiosamente en su novela Noli me tangere. Paterno, con sus medios e
influencias en Madrid, abrió aquí el Círculo Hispano-Filipino en ese mismo
año, domiciliado en la calle de Relatores de Madrid, que al ser dominado
por la masonería y el “filibusterismo” fue abandonado por el fundador, que
regresó a Manila en 1895 dispuesto a jugar un papel principal cn la política
de entendimiento con España, desde el sector conservador. En este sentido,
LA CAMPANA 1896- 1897 EN FILIPINAS... 281

su sonada gestión para lograr la aceptación por parte de Aguinaldo del pacto
de acuerdo con España’“.
Primo de Rivera confiaba mucho en los resultados de esa operación,
pues las bajas en el Ejército suponían -por operaciones de guerra o por
enfermedades- unas diez mil al año. Los jefes de partidas se podrían “com-
prar” con una cantidad del orden de un millón setecientos mil pesos, que en
parte servirían para acallar protestas entre los suyos. Los jefes tagalos en su
mayoría quedarían desperdigados y se podrían levantar los sentimientos
anti-tagalos de los otros pueblos filipinos, donde están latentes. Si no se
acepta el plan de paz comprada, urge el envío de unos ocho mil hombres,
que son las bajas por combates y enfermedades.
El Gobierno de Sagasta se interesó, por supuesto, en el plan propuesto
y pidió detalles sobre los plazos de pagos. Primo de Rivera ratificó: qui-
nientos mil pesos al entregarse Aguinaldo con todas sus fuerzas operativas
y armamento; quinientos mil pesos cuatro meses después, si ha cesado toda
resistencia, y quinientos mil pesos dos meses después para asegurar la paz.
Paterno, que había llegado hasta el cuartel general de Aguinaldo con un
salvoconducto o pase expedido por Primo de Rivera para llegar hasta las
líneas filipinas, fue recibido con reserva y cautela y regresó el día 13 con
una respuesta escrita de Aguinaldo: tres millones de pesos y aceptación a las
históricas demandas revolucionarias; expulsión de las órdenes religiosas;
representación de Filipinas en las Cortes; igualdad ante la justicia; promo-
ción de filipinos en la Administración; libertades de asociación y de impren-
ta; intervención en las contribuciones y patrimonio de la Iglesia, etc.
No podía hacer nada el Capitán General sino trasladar estas peticiones
a Madrid y ofrecer mis buenos servicios cerca del Gobierno. En un viaje de
inspección por la Pampanga, Primo de Rivera recibió a unos delegados lle-

4i La parte más endeble de la personalidad de Paterno era su delirio aristocrático. Se inventó un títu-
lo nobiliario tagalo, “Maguinoo”, que utilizaba, con un blasón, y que deseaba se equiparase a un título
ducal español. Sus “trabajos” histírricos son delirios nacionalistas de poca consistencia. Retana lo trata
con bastante benevolencia porque Paterno defendió, sucesivamente, la reforma municipal española de
1893: el establecimiento -itan tardío!- de una fórmula autonómica; el uso de la prudencia en el turba-
do año 1898, y dirigió una revista cultural hispano-filipina. Por su gestión de paz figuró como presidente
en el Congreso de Malolos que pretendía levantar un Estado frente a la invasión norteamericana en
1899. Fundó Lu República Filipina a los pocos días de la ocupación de Manila por los EE.UU., pero,
ante la perspectiva del caos político, pronto aceptó la ocupación norteamericana, que era garantía de
orden y de prosperidad económica. Por la rapidez de estas mutaciones -que no hacían más que repetir
la de los muchos filipinos de tendencia conservadora- se formularon sátiras contra Paterno. Falleció con
la imagen de un gran intelectual y patriota en 19 11.
Hemos leído duras invectivas de un comisionado español acerca de los prisioneros españoles en
manos de Aguinaldo, atacando la actitud de Paterno después de 1805. .rpliquemos el beneficio de la duda
a esos ataques.
282 PEDRO ORTIZ ARMENGOL
LA CAMPAÑA 1896-l 897 EN FILIPINAS... 283

gados de Biaknabató, con un papel con unas bases de discusión firmadas


por Aguinaldo y por Mariano Llanera4ú, uno de los “henerales” de la
revolución, que se había distinguido en la provincia de Nueva Écija.
Primo de Rivera consideró aceptables aquellas bases y pidió tiempo para
contestar. Entendía, según informó al Senado, que esta actitud nueva de
los filipinos se debía a que estos conocían que ya estaban entrando en
fuego veintiún mil voluntarios de leales filipinos, deseosos de combatir a
unos insurrectos que estaban debilitados despucs de la pérdida de la pro-
vincia de Cavite.
Por éste o por otro motivo, la realidad histórica es que Aguinaldo y los
suyos estaban ahora dispuestos a una transacción y la habilidad negociado-
ra del chino hizo que nombraran a Paterno por escrito, árbitro, con poderes
amplísimos. Sin duda el negociador habría tratado de convencer a los insu-
rrectos de que los españoles terminarían por hacer grandes concesiones.
Problemas no iban a faltar: ¿de cuántas armas largas disponían e iban a
entregar? jsolamente quinientas ochenta y siete? Solamente las aportadas
por los desertores debían ser casi el doble.
Paterno estaba efectuando una gran gestión, arriesgada incluso para su
persona, pero tuvo la suerte de coincidir con las muestras de cansancio de
la revolución, que necesitaba una tregua para reponer fuerzas. Paterno
publicó años después un libro en el que precisaba su gestión: el 9 de agos-
to -iel mismo día de su llegada hasta Aguinaldo!- estaba nombrado árbitro
por éste “para firmar la paz” y para recibir la suma total de los fondos y
recursos que el Gobierno español ~10s conceda, que serán del orden de tres
millones de pesos. En tres años se garantizaba la paz durante los cuales
esperamos se implanten las deseadas reformas políticas, eclesiásticas, civi-
les, administrativas y económicas: es decir, las históricas demandas de la
revolución. Parece razonable creer en un acuerdo previo entre Aguinaldo y
Paterno, dada la rápida aquiescencia de Aguinaldo.
Aguinaldo, con el segundo jefe de Biaknabató, y con Llanera -es decir,
dos autoridades locales que ya sustituirán al equipo caviteño de antaño-
someterían aquel acuerdo a la Asamblea de la República. Suspenderá todo
movimiento de “avance filipino” en cuanto se inicie el proceso del pacto.
Como gesto amistoso Aguinaldo liberó el ll de agosto a los prisioneros
de un reciente encuentro en Puray. iCuántos fueron? En otro papel hay
referencias a catorce prisioneros españoles, entre los cuales se encontraba
un fraile franciscano, el padre Cándido Gómez Carreño, apresado en Baler

H PKIMO DE RIVERA: Op. cit., pp. 128-132


284 PEDRO ORTIZ ARMENGOL

meses antes, y que ahora regresaría a su parroquia, donde viviría aún la


aventura de “los últimos de Filipinas” relatada en el libro de Martín Cerezo
El sitio de Bale?.
Por nuestra parte hemos de suponer que la naturaleza volátil de la ver-
dad, en el historiador Paterno, seguramente exageró este convencimiento
suyo de que Primo de Rivera, un simple general prestigioso, se inclinase
tanto a esperar reformas básicas en Filipinas que estaban muy lejos de ser
aceptadas por la -equivocada, eso sí- opinión pública española.
La misma opinión pública española, en Manila misma, mostraba pro-
fundas reservas a la gestión de paz iniciada por el Capitán General. Basta
decir como dato significativo, que el libro clásico de Manuel Sastrón, obra
de un funcionario cualificado y ejemplar, al historiar la insurrección trata
con repulsa esa “paz que no era paz”, pues creía que la revolución filipina
se hallaba agónica; que la paz era “una truhanería de algunos indígenas” y
“un grave error de los Gobiernos de la metrópoli”; que era una “magnani-
midad” española y un daño mayor en la historia”*...
Acordada la entrega de las armas no más tarde del 12 de diciembre, ese
día se presentó la comisión del campo enemigo para rendirse sin pretensio-
nes de reformas. Los hermanos Aguinaldo, Llanera y Gobierno de la titula-
da república, con sus partidarios y armas, sólo piden perdón para sus vidas
y recursos para emigrar, según telegrama de ese mismo día del Capitán
General al Gobierno. Ello interrumpía la preparada ofensiva final para ocu-
par Biaknabató, a la que -según Sastrón- hubo de renunciar Primo de Rive-
ra vertiendo “candentes lágrimas”, pues la tesis de Sastrón -ciertamente
controvertible- fue que el pacto fue impuesto por el Gobierno español al
General.
iExisten conclusiones definitivas sobre esa política? En la realidad ocu-
rrió que se precisaron las fechas para que Aguinaldo ordenara a los suyos el
fin de las hostilidades. Un teniente coronel español -Miguel Primo de
Rivera, sobrino del Capitán General- y dos generales españoles, Tejeiro y
Monet, acudieron a Biaknabató a preparar la recepción del armamento que

4’ MARTÍN CEREZO: El sitio de Baler. Guadalajara 1904. Para un estudio del mismo, y de sus per-
sonajes, mi trabajo “La defensa de la posición de Baler. 1 X98-1899” en la Revista de Historia Militar.
Madrid. Año XXXIV, número 68. 1990, pp. 83-178. El franciscano Gómez Carreño, un toledano de
Madridejos, uno de los peones de la defensa, fallecetía víctima del beriberi, en el reducto de Baler el 25
de septiembre del año 98 y está enterrado en Madrid en el mausoleo a los héroes de Cuba y Filipinas.
Ix SAsTRóN, Manuel: Op. cil., Madrid 1901, p. 311 y SS. El estimable Sr. Sastrón no comprendió -tu
siquiera despu& de producirse los hechos- que el expansionismo americano tenía ya decidida la guerra
con España, y que esto suponía decisiones sobre el porvenir de Filipinas en las que cualquier otra con-
sideración resultaría irrelevante.
LA CAMPAÑA 1896-1897 EN FILIPINAS... 285

entregaban los insurrectos. Efectuado esto, entrega española a Aguinaldo


por intermedio de Paterno, de seiscientos mil pesos. En el puertecillo de
Sual zarpa el vapor Uranus llevando a Aguinaldo y veintisiete acompañan-
tes, compañeros en la insurrección, rumbo a Hong-Kong; les acompañaba
el teniente coronel Primo de Rivera. Los filipinos recibirían posteriormen-
te, a percibir en Hong-Kong, otros dos cheques de doscientos mil pesos
cada uno pero estos cheques no fueron entregados porque Aguinaldo
incumplía su compromiso de distribuir la primera entrega entre los damni-
ficados por la guerra lo que jamás hizo Aguinaldo, y en esto hay unanimi-
dad completa.
No la hay respecto de la primera entrega de seiscientos mil pesos, que el
Capitán General asegura se efectuó y que de ello tiene recibos, a disposición
de los senadores españoles que deseen examinarlos. De estos seiscientos mil
pesos, se destinaban cuatrocientos mil a Aguinaldo y doscientos mil a distri-
buir entre los cabecillas que hicieron la revolución4”. Por su parte Aguinaldo,
en sus tardías memorias, reconoce haber recibido solamente cuatrocientos
mil pesos y acusa a los españoles de incumplimiento del resto. Procedería,
pues, hallar y publicar los recibos a que se refieren las entregas efectuadas50.
La historiografía filipina, tan volátil, lo soluciona todo, como de cos-
tumbre, acusando de incumplimiento a los españoles, y embarulla las cifras
señalando la promesa española de un millón setecientos mil pesos. No hay
que añadir que el “incumplimiento”, según las historias filipinas5’, llegó
hasta el no expulsar a todos los frailes españoles de Filipinas; pretensión que,
como tema de discusión, nunca se planteó, por desorbitado y no imaginable.
El supuesto incumplimiento español sirve de base para justificar el evi-
dente incumplimiento de Aguinaldo: que no efectuó la distribución pactada
y que guardó lo recibido para comprar nuevas armas, lo que, como patriota
filipino, le honra. Otro asunto, y en él no hemos de entrar, son las reclama-
ciones y acusaciones que de algunos de sus partidarios recibiera Aguinaldo
en Hong-Kong.
Aguinaldo se había despedido de sus paisanos con este documento, de
fecha 25 de diciembre de 1897, al abandonar la Presidencia:
Abandono las armas, porque continuando la guerra os traería, en vez
de felicidad, la perturbación y malestar, que no es el,fin que se persigue por
la insurrección; abandono las armas, porque asíuno miras a las altas del

‘” PRIMO DE RIVERA: Op. cit., pp. 13X-141.


"' kHúTEGUl-BERNAD: Op. cit., p. 535. Reproduce fragmentos de memorias de Aguinaldo.
” ZAIDE: 0~. cit., p. 164. Para este historiador oficioso se pagaron cuatrocientos mil y doscientos
mil pesos, y no se entregaron los restantes un millón cien mil pesos.
286 PEDRO ORTIZ ARMENGOL

noble gobernante excelentísimo señor don Fernando Primo de Rivera,


Marqués de Estella, quien henchido de amor a nuestro querido psis, inicio
una era de paz desde que empuñó las riendas del gobierno de este suelo
español; abandono las armas, oyendo los patrióticos consejos del árbitro,
el maguinoo Pedro A. Paterno, amantísimo del bienestar de la patria
común52.
La revolución no había vencido pero tampoco había sido vencida sino,
todo lo más, retrasada por algún tiempo. Volvió a aparecer cuatro meses
más tarde, en abril de 1898 cuando los Estados Unidos declararon la guerra
a España y desembarcaron en Cavite a Aguinaldo, dándole armas que pron-
to se volvieron contra los norteamericanos en una guerra muchísimo más
devastadora para Filipinas que el año y medio de la guerra revolucionaria
contra España en 1896-97.
En cualquier otro caso, aún sin intervención norteamericana, Filipinas
no hubiera tardado en lograr su independencia, que era justa y merecida, y
el régimen español, anacrónico a finales del siglo XIX, no habría sobrevi-
vido a las primeras décadas del siglo XX, cuando España se había despega-
do ya de las potencias colonizadoras europeas y no podía medirse con la
media docena de ellas (El Japón naciente ino hubiera intentado hacer o
decir algo en Filipinas?).
Primo de Rivera en 1898 pidió el relevo y esperó la llegada de su suce-
sor, el teniente general Basilio Agustín, que desembarcó el día 9 de abril de
1898, pocos días antes de que los Estados Unidos declarasen la guerra que
deseaban.

í2 ACH~TEGUI-BERNAD: Op. cit., p. 549. (El texto en español aparece defectuoso en su último párra-
fo. Lo retocamos sirviéndonos para ello del texto en inglés que aparece en la p. 550).
El segundo y breve párrafo es muy confuso por empleo de la lengua española. Sirviéndonos de la
traducción al inglés creemos poder hacer legible ese párrafo de esta manera: Por propio acuerdo me
marcho; y lo hago renunciando a la propia inmunidad personal que poseo por ley y promesa de los
españoles. Pero la pasión violenta que es el odio, o cualquier otro apasionamiento, pueden hacer posi-
ble se levante una mano suicida que produzca víctimas, creando nuevas perturbaciones y trastorno en
la marcha de la vida de nuestro país. iViva España! iViva Filipinas! Emilio Aguinaldo.
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA
Eladio BALDOVfN RUIZ
Coronel de Caballería, D.E.M.

HASTA LA GUERRA DE LOS DIEZ AÑOS

E
L origen del ejército en Cuba se remonta al año 1515, con la llegada
a la isla de “hombres de armas” formando pequeñas unidades suel-
tas. Después de la conquista de La Florida se amplió y dotó de guar-
nición el primitivo fortín de la Fuerza y ante la amenaza del pirata Drake
llegó a reforzarse de tal forma que, cuando se presentó frente a La Habana
con dieciséis barcos, desistió del ataque.
Felipe II para la defensa de la capital ordenó la construcción de los cas-
tillos del Morro y de la Punta y con la llegada de los Borbones se organiza-
ron las fuerzas de La Habana en un batallón de Infantería, una compañía de
caballos ligeros y otra para el servicio de Artillería; que, además, cubrían un
destacamento fijo en Santiago de Cuba y otros eventuales. La defensa de las
posesiones de Ultramar estaba basada en guarniciones de tropas veteranas
en las principales plazas y el refuerzo con otros cuerpos en tiempo de gue-
rra; también existía una milicia colonial, mal armada y preparada. Siguien-
do esta norma, la isla de Cuba fue reforzada en varias ocasiones y devuel-
tas las tropas a su destino una vez que había pasado la alarma.
En 1753 se creó el Regimiento Fijo de La Habana con dos mil plazas,
en su mayor parte reclutadas en Canarias; Caballería formó cuatro compa-
ñías y Artillería una. Pocos años después, cuando se temía un conflicto con
Inglaterra, llegaron a la Gran Antilla los primeros cuerpos expedicionarios
y el 6 de junio de 1762 se presentó en La Habana una potente flota inglesa
con más de doscientos barcos y una fuerza invasora de dieciséis mil hom-
288 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

bres que, al día siguiente, inició un ataque que duró dos meses y terminó
con la capitulación de la plaza.
Antes de acordarse la paz, el conde de Riela llegó a la conclusión que
era necesaria la participación en bloque de la población y propuso la crea-
ción de una milicia disciplinada en Cuba, dotada de organización perma-
nente, uniforme, equipo e instrucción. El proyecto mereció la aprobación
regia y después de recuperar la isla se organizó a base de batallones de
infantes y regimientos de jinetes. Unidades que no eran para sustituir al
ejército regular, sino para reforzarlo cuando fuera necesario.
De aquellos tiempos arranca la organización de las defensas de los puer-
tos de Cuba, con la construcción en La Habana de la fortaleza de la Caba-
ña, el castillo del Príncipe y baterías que completaban la defensa de la boca
del canal de entrada, con lo que resultaba una de las plazas más fuertes del
mundo. También se trabajó en Matanzas y Santiago de Cuba, actividad que
duró hasta la mitad del siglo XIX. En el ejército regular, cl Regimiento Fijo
tenía que ser reforzado con otro de la Península cada cinco años, se creó el
de Caballería Dragones de América y dos compañías de Artillería. Aunque
para evitar el gasto de transporte cada lustro, se organizó el Regimiento de
Cuba, con hombres reclutados en Canarias, que junto con el Fijo eran las
unidades de guarnición cuando estallaron las guerras con Francia y Gran
Bretaña en la década de los noventa.
Al iniciarse el siglo XIX había en Cuba dos regimientos y un batallón
de Infantería, un escuadrón, dos compañías de Artillería y un destacamento
de Minadores. Durante la guerra de la Independencia contra Napoleón, el
Gobernador levantó compañías a pie y montadas y puso cn armas las mili-
cias; en 1816, con los dominios del Continente sublevados, llegaron unida-
des desde la Península y en 1823, en previsión de un ataque desde los terri-
torios que terminaban de emanciparse, desembarcaron dos batallones: dos
mil soldados capitulados y novecientos canarios.
Después de la reorganización de 1826 Cuba disponía de once mil qui-
nientos veintiséis soldados y en 1829 las aspiraciones de Fernando VII de
recuperar el Virreinato de Méjico llevaron a organizar una expedición de
poca entidad, que volvió después de sufrir considerables pérdidas debidas a
una epidemia y pocas a las balas. En 1832 la guarnición se componía de
ocho regimientos de línea, cinco ligeros, una unidad llamada brigada y cua-
tro compañías de Infantería, un regimiento de Lanceros y cinco compañías
de Artillería a pie, una montada y otra de montaña.
Este ejército, pagado con el presupuesto de la isla, había crecido en
poco tiempo arrastrando graves vicios, que fueron combatidos por los capi-
tanes generales con tal éxito que en 1850 se disponía de dinero para orga-
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 289

nizar nuevas unidades. Llegando a 1855 con trece regimientos y seis bata-
llones, dos regimientos de Lanceros, otro de Artillería, un batallón de Inge-
nieros, una Unidad de la Guardia Civil y quedó organizada la milicia de
color y los cuerpos de voluntarios.
En estas fechas se alcanzó el punto culminante de la defensa de Cuba y a
partir de ese momento las obras se pararon y la guarnición disminuyó. Los pre-
supuestos de la isla atendían en el capítulo Guerra al personal, subsistencias y
utensilios, vestuario, equipo y remonta, transportes, marchas y movimientos,
justicia militar, material de Artillería e Ingenieros, hospitales y clases pasivas.
En total Guerra y Marina en 1839 se llevaban el 80% del presupuesto y éste
tenía un superávit de más de millón y medio de pesos; en 1852, año de la crea-
ción del Ministerio de Ultramar, ambos conceptos importaban el 70% y el
superávit era de poco menos del millón, pero en 1860 el déficit total del pre-
supuesto era cerca de dos millones y medio. La necesidad de economías fue
una de las causasde la decadencia, pero la principal fue la falta de un plan fijo
y que los gobiernos olvidaron sus obligaciones militares en Ultramar.
En poco tiempo el ejército de Cuba vio disminuidos sus efectivos en
ocho batallones, pero intervino fuera de la isla enviando varios cuerpos con
motivo de la anexión y campaña de Santo Domingo y formando parte con
tropas francesas e inglesas en la Expedición a Méjico que, gracias al buen
criterio del general Prim, regresaron cuando los franceses quisieron impo-
ner el imperio de Maximiliano.
En 1868, cuando estalló la insurrección, el ejército permanente de Cuba
estaba formado por el Capitán General, jefe superior e inspector nato; un
mariscal de campo Segundo Cabo y general en jefe; dos mariscales subins-
pectores de Artillería e Ingenieros; una sección de Estado Mayor al mando
de un brigadier y otros once brigadieres en diferentes destinos. Las unidades
con su cobertura teórica, no real, eran: Infantería, ocho regimientos a dos
batallones y cuatro batallones de Cazadores, con ocho mil trescientos cin-
cuenta hombres; Caballería, dos regimientos con mil ochenta y cuatro hom-
bres y novecientos caballos; Artillería, un regimiento a pie con dos batallones,
otro de montaña con seis baterías, una montada y una compañía de obreros,
con mil quinientos sesenta y tres hombres; Ingenieros, un batallón con qui-
nientos ochenta y cinco hombres; Guardia Civil con un tercio de ochocientos
veintiocho hombres y doscientos tres caballos y la Brigada Sanitaria con tres-
cientos veintiún hombres para los hospitales. Las milicias estaban constitui-
das por cuatro mil dieciséis hombres y dos mil trescientos cuarenta caballos
y los voluntarios sumaban diez mil trescientos veintitrés en toda la isla.
El incremento del ejército regular en Cuba durante la primera mitad del
siglo obligó a reglamentar su reemplazo, con la rara unanimidad que debían
290 ELADIO BALDOVíN RUIZ

ser peninsulares los que defendieran la soberanía española. Así, desde 1828
se realizaba mediante el alistamiento de paisanos en los depósitos que los
Cuerpos tenían en la Península y desde 1852 en las cajas de quintos, ingre-
sando los voluntarios en regimientos de la costa para recibir la instrucción
premilitar. Más tarde se admitieron soldados veteranos y reenganchados.
En 1854 los paisanos y licenciados recibían gratificaciones de veinte y
quince duros por ocho o seis años y se hicieron extensivos los premios
pecuniarios de la tropa, por aplicación de la ley que regulaba la redención a
metálico. Un año más tarde se estableció el orden de preferencia para Infan-
tería y Caballería: Paisanos y licenciados, quintos, residentes en Cuba, sol-
dados veteranos voluntarios, prófugos y desertores de primera vez y, si
fuera necesario, por alistamientos extraordinarios. Las bajas de Artillería se
cubrían con los regimientos de la Península y las de los demás Cuerpos e
Institutos con reclutas y soldados de Infantería. Cuando no hubiera volun-
tarios, el sorteo del número necesario en las unidades debían celebrarse con
la máxima excrupulosidad y comprender la totalidad de los soldados del
batallón. A los que les correspondía podían elegir entre rebaja del tiempo de
servicio o premios pecuniarios y se admitía el cambio de número entre los
interesados.
Inicialmente, como se cubrían fácilmente las bajas, las autoridades mili-
tares eran exigentes con las condiciones de alistamiento; después fueron
facilitando el ingreso y mejorando las condiciones económicas, sin que
hasta la guerra de 1868 se presentara ningún problema. Los licenciados al
volver a la Península con buen aspecto y con el dinero que recibían al
desembarcar, cantidad correspondiente a la economía hecha en sus haberes
durante seis años, eran la mejor propaganda.
El pase de sargentos inicialmente era recíproco, tantos regresaban tan-
tos iban. Desde 1860 su reemplazo se daba dos terceras partes a los ejérci-
tos de Ultramar y los restantes a la Península y eran preferidos los que soli-
citaban el pase en su empleo a los que lo pedían con ascenso. En Infantería
y Caballería cuando cumplían las condiciones conservaban el ascenso a su
regreso, lo mismo que las recompensas y ventajas obtenidas.
Desde 1854 y 1859, en las Armas generales y en Ultramar se daban al
ascenso la mitad de las vacantes de jefes y subtenientes y las dos terceras
partes de capitán y teniente, que se cubrían por antigüedad; las restantes
correspondían al turno de la Península y se proveían por ascenso, en ausen-
cia de aspirantes a pasar sin él. Cuando no había voluntarios se designaba
al primero de la segunda mitad de la escala del empleo inferior. Para con-
servar el empleo debían permanecer el plazo reglamentario y lo perdían si
regresaban antes.
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 291

El reglamento de 1867 adjudicaba las vacantes de Cuba entre su ejérci-


to y el de la Península por mitades; las de alférez de la misma forma entre
sargentos primeros y cadetes de ambos procedencias. El pase seguía volun-
tario en el empleo, con ascenso o sorteo entre los segundos tercios de la
escala del empleo inferior.
En los Cuerpos facultativos de Estado Mayor, Artillería e Ingenieros,
por unificación de normas en 1858, las vacantes en Ultramar se proveían en
la clase inferior de la Península, ascendiendo a los voluntarios más antiguos
o por sorteo. Nombrados, recibían el ascenso correspondiente del ejército
de Cuba y cuando regresaban, después de cumplir los plazos, eran destina-
dos con arreglo al empleo que les correspondía en la escala general, sin per-
juicio de recibir el sueldo del empleo superior que había servido en la isla,
considerando a éste de Infantería, Caballería o del Ejército. Las vacantes de
subalterno de Artillería las cubrían hasta 1866 los oficiales de la escala prác-
tica procedentes de sargento o, al extinguirse esta clase, tenientes y alfére-
ces de las Armas Generales, según fueran plaza a pie o montada.

LA GUERRA DE LOS DIEZ AÑOS

Desde el Grito de Yara, el 10 de octubre de 1868, la guerra a lo largo de


diez años tuvo sus altibajos, tanto para la causa española como para los insu-
rrectos. Al iniciarse la insurrección el capitán general Lersundi envió a las
poblaciones amenazadas las pocas tropas que podía disponer, al mismo tiem-
po que iniciaba las gestiones para que depusiesen las armas los levantados y
ofrecer el perdón a todo el que se presentase. Nombró al Segundo Cabo, conde
de Balmaseda, jefe de operaciones, que llevaba de jefe de Estado Mayor al
coronel Weyler y, con una columna después de una penosa marcha recuperó la
ciudad de Bayamo, tomada por los insurrectos, y salvó a otras en peligro.
Designado primera autoridad el general Domingo Dulce, el gobierno de
la revolución de septiembre creyó que con medidas de benevolencia logra-
ría la paz, prometió futuras reformas y concedió amnistía por delitos políti-
cos. Pero la insurrección no decaía, favorecida por las contemplaciones y la
falta de energía se extendía por las provincias de Oriente, Puerto Príncipe y
Las Villas. El Capitán General tuvo que echar marcha atrás en las concilia-
doras medidas y ni aún así logró tranquilizar a las unidades de voluntarios,
que eran las únicas que defendían La Habana, que los expulsaron de la isla,
siendo uno de los sucesos más vergonzosos de la guerra.
En las primeras operaciones no existió unidad de acción, principalmen-
te por la falta de enlace entre los mandos de todos los niveles; además como
292 ELADIO BALDOVíN RUIZ

se desconocía el terreno y la situación de los insurrectos las unidades anda-


ban a ciegas. Por no estar organizados los servicios de víveres y municio-
nes, las columnas podían llevar como máximo seis LI ocho raciones y como
no había donde dejar los enfermos y heridos, las operaciones se reducían a
ir de un pueblo a otro o recorrer el campo y regresar al punto de partida.
Nombrado el conde de Balmaseda Capitán General, que tenía de jefe de
Estado Mayor al brigadier Martínez Campos, reactivó las operaciones y en
cada departamento estableció cierto número de centros militares. Dividió el
territorio en sectores con una dimensiones que permitiesen a las tropas reco-
rrerlos en diez o doce días y destinó de uno a tres batallones, uno o dos
escuadrones e igual número de piezas a cada uno, según su importancia. En
el centro estableció un fuerte capaz de ser defendido por una pequeña guar-
nició, con depósito de municiones, raciones y una enfermería. La falta de
tropas y medios impidió que se alcanzasen los resultados previstos y aun-
que se lograron algunos éxitos, el Capitán General presento su dimisión.
Durante la República, como la insurrección conocía que España no
podía enviar refuerzos, aprovechó el tiempo para organizarse y reunir fuer-
zas. Entre 1873 y 1874 alcanzó la importancia que no había tenido nunca.
Ya no era posible seguir con el territorio dividido en zonas y recorrido por
pequeñas columnas, para responder a la fuerza del adversario eran necesa-
rias columnas de dos o tres mil hombres instruidos, que actuasen en com-
binación con otras.
Los insurrectos estaban decididos a cruzar la trocha y llevar la guerra a
la rica provincia de Las Villas, entonces pacificada. En enero de 1875 lo
realizó Máximo Gómez con una considerable fuerza, con propósitos bien
definidos: El rem,edio simple, fácil, económico y decisivo es quemar la col-
mena, entregar a las llamas todos los ingenios azucareros de Las Villas y
Occidente y reducir a escombros y cenizas el comedero de nuestros enemi-
gos. La acción sorprendió a los españoles con la trocha poco guarnecida y
la provincia con escasas tropas.
El Capitán General dispuso que fuerzas de los departamentos Central y
Oriental se concentrasen en Las Villas, pero por falta de comunicaciones se
efectuó con mucho retraso. A medida que llegaban trataban de evitar que el
enemigo entrase en las jurisdicciones de Colón y Cárdenas y se extendiesen
por los valiosos ingenios de esa parte de la isla. Afortunadamente para las
armas españolas el provincialismo de los insurrectos y las rivalidades entre
ellos frenó su actividad.
Desde la República pasaron por el mando superior de Cuba, sucesiva-
mente, los generales Pieltain, Jovellar, Gutiérrez de la Concha, el conde de
Balmaseda y otra vez Jovellar, quien presentó su dimisión con motivo de la
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 293

toma de la localidad de Victoria de Tunas por las fuerzas insurrectas. El


Gobierno consideró que era necesario separar el mando único que ejercían
los capitanes generales, porque no era posible estar a un tiempo en campa-
ña y al frente del gobierno general de la isla. Confirmó al general Jovellar
como jefe superior de la administración civil y militar y nombró al general
Martínez Campos como general en jefe, sin más subordinación que la auto-
ridad suprema del Gobierno.
Según informes de Martínez Campos, el ejército estaba reducido a una
defensiva absoluta y el enemigo imperaba en todos los lados. Situación que
no sólo cra debida a los insurrectos, porque el abandono de todos los servi-
cios, la desorganización de los transportes y la incuria en todos los ramos
de la administración militar habían colocado a las unidades en el estado más
lamentable. Se debía la paga a oficiales y tropa desde abril, lo que contri-
buía al mal ambiente que reinaba.
Organizó sus fuerzas en ocho comandancias, de las que cuatro corres-
pondían a Las Villas, donde se propuso terminar con la insurrección antes
de adoptar un plan general que llevase a la total pacificación de la isla. Bus-
caba salvar los importantes intereses que aún quedaban en los campos e
impedir que los insurrectos avanzasen por las jurisdicciones vecinas. Con
casi todos los refuerzos que llegaron de la Península ocupó militarmente el
departamento y, desde noviembre de 1876 a fines de mayo siguiente, ahogó
la insurrección.
Dividió el territorio que aún estaba dominado por los rebeldes en cua-
tro comandancias generales y en dos el que terminaba de pacificar. Las pri-
meras organizadas en polígonos irregulares a los que llamó “Zonas Milita-
res”, que fueron tantas como batallones pudo colocar, después de
guarnecer las ciudades. La Caballería y las guerrillas también las distribu-
yó por las zonas, la Artillería la empleó en custodiar los pueblos y fortale-
zas y los Ingenieros se ocuparon inicialmente en trabajos de fortificación o
acuartelamiento y después en operaciones. Las fuerzas de cada dos zonas
formaban una media brigada y las de cuatro una; éstas, en número varia-
ble, se agrupaban en divisiones, según el territorio que ocupaba cada
comandancia.
Una vez ocupado el terreno y organizada la información y el espiona-
je, ordenó empezar las operaciones activas. Dispuso que no se fusilase a los
insurrectos y que fueran tratados con miramiento ellos y sus familiares;
como en el campo no tenían tregua ni descanso, estaban hambrientos y eran
recibidos con consideración, muchos se presentaron a indulto. A lo que se
sumaba, para favorecer la causa española, los enfrentamientos internos y
rivalidades que padecían las fracciones rebeldes.
294 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

El ejército en Cuba sufrió graves inconvenientes para adaptarse al siste-


ma de lucha de los insurrectos, al terreno y clima. Se enfrentaba a reglamen-
tos y a jefes veteranos que, con muchos años de servicio, gozaban de gran
influencia y se oponían a reformas que les separase de sus ideas y prácticas
en otros tiempos y campos que no eran los de Cuba; incluso había quienes
defendían que nada de lo que estaba escrito era de aplicación a esa guerra.
Otras singularidades se observaron durante la contienda, como fueron
las condiciones de los oficiales de menor rango, la falta de unidades de
Caballería y las trochas. En relación a la primera, después de varios años de
campaña, no sólo en Cuba, también en la Península, las clases de tropa por
su valor y constancia habían ascendido desde cabo a capitán; pero ello no
era suficiente para estar en una guerra colonial al frente de una compañía,
escuadrón o sección y salir a operar como jefe único.
Los insurrectos contaban con muchos y buenos jinetes, que manejaban
diestramente el machete y el arma de fuego tanto a pie como a caballo. Su
infantería también aprovechaba el abundante ganado del país e iban muchos
montados para marchar, dejándolo oculto para atacar. En cambio el ejército
de operaciones no podía cubrir las mínimas necesidades de los servicios
peculiares de Caballería, por eso normalmente no formaba parte de las
columnas. Las pocas unidades se dedicaban casi exclusivamente a acompa-
ñar convoyes, proteger líneas de ferrocarril o dar seguridad en la trocha y
cuando acompañaban a las columnas constituían parte de la reserva. Al ini-
ciar las operaciones dejaron las lanzas, porque en la manigua no eran nada
más que un estorbo, los bosques imposibilitaban su empleo y en el comba-
te restaban libertad de movimientos; el sable y la tercerola fueron armas
más adecuadas, incluso se ensayó el machete del país. Todavía en 1873 se
pretendió dotar de lanza a la mitad de las unidades.
Para compensar esta falta, en las columnas, algunos jefes de batallón
empezaron a elegir un oficial y veinte o treinta soldados que con caballos y
monturas que cogían al enemigo o en las fincas, organizaban una fuerza mon-
tada, que después fue aumentando. Primero recibió el nombre de contrague-
rrilla y después el de guerrilla, podía combatir a pie o a caballo para sorpren-
der al enemigo, explorar, cubrir flancos o despliegues, combatir pequeñas
partidas, etc. iSe habían inventado los Dragones! Esta caballería, quizás la
más irregular que haya existido, dio buen resultado porque todos sus hom-
bres eran seleccionados, pero cometió el error de no cuidar los caballos y
como los insurrectos hacían lo mismo en 1872 llegó a escasear el ganado.
Dado el resultado de las guerrillas de batallón, el Capitán General resol-
vió aumentarlas organizando otras llamadas volantes y locales. Las prime-
ras eran escuadrones de cien caballos y ciento treinta hombres, de los cua-
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 295

P
296 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

les la tercera parte soldados españoles y el resto del país; estaban mandadas
indistintamente por oficiales de Infantería o Caballería y algunas se reunie-
ron para formar batallones. Las locales se formaron con paisanos en pueblos
0 centros militares.
Las trochas tienen su origen en la provincia de Las Villas, donde la insu-
rrección no logró arraigar sólidamente porque allí se enviaron considerables
refuerzos llegados de la Península. Las partidas rebeldes para huir de la per-
secución se pasaban al departamento Central, donde por falta de fuerzas
españolas podían organizarse y descansar, para regresar después.
Para evitar esta actuación del enemigo, la autoridad militar de las Villas
se propuso vigilar los confines de esta comarca e incrementó las fuerzas de
las poblaciones de Morón y Ciego de Ávila. Para establecer comunicación
entre ellas se construyeron en el intermedio algunos fuertes, guarnecidos
por pequeños destacamentos; haciendo lo mismo entre Ciego y el puerto de
Júcaro, pues por él se suministraban, sirviendo de apoyo a los convoyes.
Estando Morón muy inmediato a la costa norte y Júcaro en la sur, la línea
que pasaba por estos pueblos dividía la isla en dos partes, con una longitud
de 17 leguas cubanas, y favorecía establecer una línea defensiva continua
para evitar que los insurrectos del Camagüey pasasen a Las Villas. El terre-
no no presentaba grandes dificultades y había bosques con madera abundante,
así que se decidió situar obras de fortificación cerrada a cierta distancia unas
de otras, unidas por una estacada de madera; construyendo a retaguardia una
línea férrea y a vanguardia cierto número de fuertes que sirviesen de apoyo
cada uno auna guerrilla montada, las que extendiéndose por grupos entre ellos,
explorasen y avisasen a la línea principal la presencia del enemigo.
Aunque una línea de tanta longitud era de dudoso resultado, si se hubiera
construido bien y defendido convenientemente es probable que, dada su situa-
ción, el resultado hubiera sido satisfactorio. Pero lo que se hizo fue salir del
paso y consecuencia de la precipitación fue el mal resultado. Las obras se
hicieron en poco tiempo, pero duraron menos y las enfermedades causaron
estragos. Nunca estuvo concluida la estacada, pues siendo de madera mala, se
pudría por una parte antes de haberse terminado por la otra, sucediendo lo
mismo con los fuertes que estaban construidos de la misma manera.

EVOLUCIÓN DEL EJÉRCITO DE OPERACIONES

Cuando se inició la guerra, Cuba estaba indefensa. Las economías y


principalmente el abandono había dejado a las unidades en cuadro, al licen-
ciar o rebajar un elevado número de soldados para recortar los gastos del
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 297

presupuesto. Se calculaba que solamente eran combatientes de seis a ocho


mil hombres y muchos de los que estaban en filas ocupaban puestos y des-
tinos ajenos al servicio, situación favorecida por la larga paz.
Las unidades, que llevaban años haciendo una tranquila vida de guarni-
ción, se encontraron que carecían de toda clase de medios, armamento para
toda la plantilla, municiones, raciones, uniformes y material de campamen-
to, y, lo más grave, no existía organización de los servicios de campaña,
transporte, sanitario y subsistencias. Las tropas que no salían de sus cuarte-
les, pues existía la creencia que los soldados europeos no podían soportar el
calor y la lluvia, no estaban aclimatadas y desconocían el terreno donde
tenían que moverse. Como llevaban varios años sin efectuar ningún relevo,
los mandos, aunque residentes, hacía tiempo que en la isla recorrían poco
más que las calles de sus ciudades.
Las unidades de milicias y voluntarios eran sólo de representación.
Únicamente estaban nombrados los principales mandos, que eran las perso-
nas más destacadas de cada población y no existía otra organización esta-
ble, pues se había abandonado durante los años de paz.
Para reforzar tan reducidas fuerzas el Capitán General organizó varios
batallones de movilizados e incluso unidades de voluntarios de color (liber-
tos). En la Península, el Gobierno invitó a las unidades de Infantería a pasar
a Cuba y en enero de 1869 embarcaron cuatro batallones, a los que siguie-
ron el mismo año dos más, otros cuatro de Infantería de Marina, catorce for-
mados con voluntarios de clase de paisanos o licenciados y reemplazos para
sustituir las bajas y crear nuevas unidades.
Este considerable incremento del ejército de Cuba, se vio notablemente
frenado los años siguientes. Así, en 1870 sólo se envió un batallón y en
187 1 fueron por primera vez fuerzas considerables por sorteo, con el embar-
que de cuatro batallones de Cazadores. En 1872 se organizaron en la Penín-
sula dos batallones provisionales y en los dos años siguientes uno. En julio
de 1874 se produjo la unificación del ejército permanente y el expediciona-
rio en Cuba, quedando una sola escala para los ascensos y ventajas, pudien-
do los oficiales y clases del segundo al pasar al permanente verificarlo con
el empleo superior, siempre que no hubieran obtenido esa ventaja por méri-
tos o propuesta reglamentaria, recibiendo entonces el grado superior. Tam-
bién se procedió al cambio de nombres y numeración de las unidades.
Las fuerzas en Cuba eran totalmente insuficientes porque, si bien había
aumentado el número de unidades, con los reemplazos que llegaban no se
cubrían las bajas. Como informaba el general Riquelme, jefe de las opera-
ciones, los batallones después de deducidos los hospitalizados, destaca-
mentos, músicos, destinos, bajas por enfermedad, etc. quedaban reducidos
298 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

a doscientos hombres. Calculaba que las bajas anuales por todos los con-
ceptos eran como mínimo del 20% y éstas no se podían deducir nada más
que de las columnas. Además encontraban graves dificultades para abaste-
cerse y en la asistencia sanitaria, por falta de medios en campamentos y hos-
pitales, las epidemias causaban estragos.
El ejército de la isla necesitaba refuerzos, pero poca ayuda podía pres-
tarle una España en plena agitación, carcomida por sus contiendas internas,
que consumía todos los recursos y soldados que hacían falta para defender la
Gran Antilla. Sólo un incidente internacional con los Estados Unidos, por el
apresamiento de un barco filibustero, tuvo la gracia de llamar la atención del
Gobierno y con toda urgencia y a alto precio compró en Alemania seis caño-
nes Krupp y pocas municiones para la defensa de La Habana, de los que tres
se montaron y los otros quedaron sobre polines porque pasó el peligro.
Después de la Restauración, a primeros de 1875, el Gobierno prometió
enviar a Cuba medios económicos y militares a medida que la guerra car-
lista lo fuera permitiendo. Dispuso que la décima parte del reemplazo de ese
año fuera a Cuba por sorteo, lo que le permitió reforzar la isla cubriendo
numerosas bajas y embarcar cinco batallones provisionales. Por fin se des-
tinó un regimiento de Caballería a una guerra en la que el enemigo y el
terreno hacían imprescindible el empleo de esta Arma.
Terminada la Campaña del Norte en la Península, el Gobierno pudo reu-
nir los elementos necesarios y, dispuesto a terminar la guerra, en junio de
1876, procedió a organizar veinte batallones y tres regimientos de Cazado-
res de Caballería.
Para dominar la insurrección, España, durante diez años, aunque de
forma muy irregular, envió a Cuba un total de doscientos diez mil cuatro-
cientos dieciséis hombres, de los cuales cincuenta y seis mil setecientos fue-
ron formando unidades y ciento cincuenta y tres mil setecientos dieciséis
reemplazos para cubrir bajas o crear nuevos cuerpos en la isla. El ejército
de operaciones cuando ílegó a contar con más fuerzas fue en enero de 1877,
que, de un total de noventa y cinco mil ciento trece, tenía disponibles seten-
ta mil trescientos cuarenta y seis hombres.
Durante toda la guerra, según los datos de la época, hubo un total de cin-
cuenta y siete mil cuatrocientos noventa y cinco muertos; de los cuales cincuen-
ta y cuatro mil veintiséis fueron por enfermedad y tres mil cuatrocientos sesenta
y nueve en acción de guerra. Fueron bajas definitivas por inútil o enfermo doce
mil siete y se contabilizaron tres mil quinientos noventa y seis deserciones.
Los sucesivos gobiernos trataron de mantener la recluta voluntaria para
reforzar el ejército de Cuba, aunque como el sistema no cubrió las necesi-
dades hubo de recurrir a sorteos. A medida que pasaba el tiempo se reba-
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 299

jaban las condiciones exigidas a los voluntarios y se recurría a incrementar


los premios y gratificaciones. En 1876, para organizar los veinte batallones,
se ofreció a los soldados voluntarios mil reales al admitirlos y otros mil cada
año que sirviesen en Ultramar. Había premios para las clases y mandos que
se distinguían en su labor de recluta e incluso estaban autorizadas empresas
particulares y ayuntamientos para presentar tantos sustitutos como reclutas
faltaban en el cupo de determinadas provincias. A los prisioneros carlistas
se les ofrecía ingresar voluntarios y fueron forzosos todos los que por edad
les hubiera correspondido servir en Ultramar.
Como el problema era enviar el número ordenado, muchos soldados
demasiado jóvenes enfermaban y se inutilizaban con facilidad; muchos eran
sustitutos entre los que no abundaba lo bueno, pero la mayoría no traían nin-
guna instrucción y en Cuba no se les impartía tampoco. Además de no haber
tiempo suficiente, existía la creencia que bastaba con lo que les enseñaban los
veteranos, Cuando tenían hombres y caballos estaban convencidos de que dis-
ponían de Caballería; no eran jinetes, pero en campaña aprenderían a serlo y
con perseguir a caballo al enemigo era suficiente para que éste huyese.

PERÍODO ENTRE-GUERRAS

Antes de firmar la paz, en junio de 1878, el Capitán General, con auto-


rización del Gobierno, procedió a reorganizar y reducir sus fuerzas, supri-
miendo veinte batallones regulares y cinco movilizados, quedando todas las
unidades integradas en seis comandancias generales, con mayor concentra-
ción de fuerzas en Oriente. Poco después, antes de estallar la llamada gue-
rra Chiquita, volvió a proponer otra considerable reducción de las unidades
de Infantería y Caballería y la disolución de las guerrillas, que fue aproba-
da ya iniciada la rebelión.
La prisa de la primera autoridad de Cuba en solicitar y del Gobierno por
aprobar la disolución de unidades, milicias y voluntarios no tenía más razón
que tratar de reducir el enorme déficit que el presupuesto de la isla había
acumulado durante los diez años de guerra. Por ello, otra nueva reducción
volvió a sufrir el ejército en 1881, para dejarlo en armonía a Zas necesidu-
des del servicio y con t’as economías que exige el presupuesto.
Después de la natural desmovilización al terminar la guerra, una vieja y
perniciosa costumbre dio entrada en los cuadros permanentes del Ejército a
los jefes y oficiales de la milicias disciplinadas que se encontraban movili-
zados, siempre que reunieran tan someras condiciones, que sólo quedaron
fuera los analfabetos, agravando el problema del exceso de mandos.
300 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

Se volvió a cubrir las bajas de Ultramar con voluntarios procedentes de


paisano, cumplidos del ejército o pertenecientes a la reserva y reclutas. Si
el alistamiento voluntario no era suficiente se procedía al sorteo. Todos a los
cuatro años recibían la licencia absoluta y a los que correspondía por sor-
teo, podían librarse mediante la redención a metálico o la sustitución per-
sonal. En caso de guerra, si fuera necesario, SC realizaría un sorteo con el
personal de los cuerpos activos e incluso se enviarían éstos al completo.
En 1884 y 1885, otra vez por economía, el Gobierno autorizó al Capitán
General a reorganizar sus fuerzas. El resultado fue un recorte de unidades en
todas las Armas, se rebajó el haber mensual de los voluntarios y quedaron supri-
midas las unidades de milicias blancas y de color, quedando su organización a
criterio de la primera autoridad. El estado de defensa de Cuba estaba alcanzan-
do sus cotas más bajas, porque a las reducciones y disoluciones se sumaba la
carencia de todos los recursos necesarios; todavía estaban sin montar los caño-
nes comprados hacía diez anos y otros recibidos por aquellos tiempos
Las economías habían obligado a rebajar a cuatro las compaííías de los
batallones y a disminuir forzosamente una parte de su fuerza, dando el
espectáculo de poner a soldados en las puertas del cuartel para que busca-
sen trabajo para poder vivir, con la sola obligación de comunicar su resi-
dencia. Por falta de presupuesto no podían estar en filas, pero tampoco se
los devolvía a la Península. Sin dinero para mantener a los soldados, icomo
podía haber para comprar armamento y construir fortificaciones?
Solamente otra amenaza exterior, cuando estalló el conflicto de las
Carolinas con Alemania, llamó la atención del Gobierno y dio las órdenes y
recursos necesarios para instalar en la batería de Santa Clara los tres caño-
nes Krupp. Se abrió una suscripción nacional para obtener fondos y al cabo
de unos meses estaban montadas las piezas. En 1885 quedaron los seis
cañones en condiciones de defender la plaza de La Habana, porque eran las
únicos que tenían, pues los demás eran piezas de museo. Pasado el peligro
todo quedó en suspenso, tanto las fortificaciones como el artillado y los cré-
ditos fueron desapareciendo.
En tiempo del general Salamanca como primera autoridad de Cuba, una
comisión de Estado Mayor, Artillería, Ingenieros y Marina recorrió el litoral
haciendo un estudio de la defensa de los puertos principales, para que todos
los trabajos que debían realizarse respondieran a un plan general, teniendo en
cuenta todas las necesidades y recursos; al mismo tiempo, llegado el momen-
to, pudieran emprenderse simultáneamente en varios puntos.
Para evitar la situación anómala de recibir más tropas que las que
correspondían a la cantidad presupuestada, propuso la creación de una bri-
gada expedicionaria situada en Canarias; donde a la vez que se instruía se
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 301

aclimataba, para disponer de ella en cualquier momento y en condiciones de


entrar en campaña a los diez días de solicitarla. Alas unidades de la isla, que
estaban inactivas de guarnición en las localidades más importantes, les
ordenó el traslado sin emplear ferrocarril ni barco, sino en marchas ordina-
rias, sin prisa pero cruzando los campos, para que los soldados se acostum-
brasen a !a manigua y el sol. El general consideraba que las unidades debían
huir de la vida cómoda de las ciudades y que, además de los ejercicios de
instrucción, necesitaban movilidad y sobre todo que los guajiros se acos-
tumbrasen a la presencia de las fuerzas.
Durante su mandato se esforzó en luchar contra el endémico bandole-
rismo, misión que correspondía a la Guardia Civil. El Instituto en Cuba no
tenía del de la Península nada más que los mandos y el reglamento; no esta-
ba formado por veteranos de acreditados servicios, sino por quintos escogi-
dos entre los que llegaban, para inmediatamente prestar servicio por pare-
jas en terreno que desconocían, armados con fusiles Remington y mal
municionados. Por eso no eran tan eficaces ni lograban imponer el respeto
que tenían en la Península. Para mejorar el servicio, unió todos los puestos
con la red telefónica y logró que los propietarios de las fincas compraran
nuevo armamento para renovar el viejo que disponían.
En 1889, el Ministerio de la Guerra dispuso provisionalmente que fue-
ran destinados a Ultramar los jefes y oficiales que lo solicitaran en sus pro-
pios empleos. Aunque en junio del mismo año publicó la normativa defini-
tiva, en la que se volvía al tradicional pase con ascenso, voluntario o por
sorteo; pero triunfaron los criterios de los Cuerpos de escala cerrada y al
regresar continuaban ocupando sus puestos en la escala de su clase como si
hubieran permanecido en la Península, perdiendo el empleo superior condi-
cional que se les otorgó. Si durante su permanencia en Cuba se les otorga-
ba algún empleo por mcritos de guerra, se entendía sobre el que disfrutaban
en la Península.
Nombrado Capitán General y Gobernador el general Polavieja, preten-
dió que el Gobierno conociese en toda su verdad la situación política, eco-
nómica y social. Después de abortar una nueva intentona separatista, profe-
tizó reiteradamente la pérdida de la isla: Si hemos de ser siempre los
mismos, mal desenlace veo en la cuestión de Cuba. Cuba se perderá para
la civilización y de ella saldremos de muy m.ala manera.
Sin aumentar los presupuestos de Guerra, estudió la forma de disponer
de un mayor número de soldados para poder constituir una reserva que
entonces no existía; pero donde destacó su acción fue en la lucha contra el
bandolerismo. Asumió personalmente el mando y organizó bajo su direc-
ción un centro encargado exclusivamente de su persecución; con ello trata-
302 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

ba de evitar las nefastas competencias y rivalidades entre las autoridades


civiles y militares, entre la Guardia Civil y el Ejército. Como la Beneméri-
ta era insuficiente, dedicó unidades de Infantería y Caballería y en poco
tiempo el panorama cambió radicalmente. Las dos zafras de este tiempo
fueron las mayores que había conocido Cuba.
El ministro de Ultramar Romero Robledo asumió con tanto interés la
política de ahorro del Gobierno, que en diciembre de 189 1, para economi-
zar, implantó unas reformas que cambiaban el régimen administrativo de la
isla; pero que también aprovechó para reducir la autoridad del Capitán
General como Gobernador General, restándole atribuciones en beneficio de
los gobernadores civiles en un momento crítico, lo que fue motivo de la
dimisión del general Polavieja.
Continuaron las medidas económicas hasta llegar a nivelar el presu-
puesto, a costa, entre otras medidas, de una nueva reducción de la guarni-
ción. El presupuesto de 1892-93 alcanzó la cifra de cuatro millones de
pesos, veinte millones de pesetas de ahorro respecto al anterior. Los gastos
representaban la menor cifra de todos los años precedentes, incluido el
1867-68, antes de iniciarse la guerra de los Diez Ai&.
Mientras tanto la situación de Cuba se iba agravando. El creciente
malestar debido a la subida de las tasas e impuestos, la corrupción admi-
nistrativa, las discordias entre los partidos políticos legales, no hacía nada
más que crear el ambiente propicio para el desarrollo del separatismo, que
no había dejado de laborar desde la paz del Zanjón. Sus actividades se ace-
leraban en toda la isla y su manifestación en las distintas provincias demos-
traba la existencia de una conspiración general y coordinada. El levanta-
miento de Holguín rápidamente sofocado, los constantes incidentes, los
depósitos de armas descubiertos, el pujante bandolerismo, las reuniones y
asambleas -algunas públicas y manifiestas-, los artículos de la prensa sim-
patizante, los apoyos que recibían en los Estados Unidos y las continuas
confidencias, eran advertencias que las autoridades tenían que haber toma-
do en serio. Cada día saltaba un asunto que daba motivo de alarma.
En el Gobierno, desde finales de 1892, el ministro de Ultramar Antonio
Maura, con el firme propósito de terminar con el problema cubano, decidió
poner en marcha las reformas político-administrativas pendientes prometi-
das en la paz de Zanjón, y presentó en las Cortes un proyecto de autonomía.
Reformas que fueron largamente discutidas y debatidas, porque todos los
partidos estaban conformes con dar una solución, pero combatientes en
cuanto al cómo y al cuándo.
En agosto de 1893 el Gobierno nombró al general Calleja primera auto-
ridad de Cuba, para que implantase las reformas cuando fueran aprobadas
EI. EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 303

por las Cortes y tratara de poner paz en los alterados ánimos de la pobla-
ción. A su llegada encontró una agitación política superior a la que espera-
ba y un ejército manifiestamente insuficiente, sin fuerzas auxiliares de mili-
cias y voluntarios. Los ocho millones del presupuesto correspondientes al
ramo de Guerra no llegaban para el gasto de personal de la fuerza indis-
pensable para la defensa de la isla: mucho menos para dotar los parques,
almacenes, factorías y hospitales; tener en buen estado el artillado y defen-
sa de las plazas; proteger los caminos, vías férreas y trochas. En 1894, por
primera vez desde la anterior guerra, SCreforzó la guarnición icon un bata-
llón de Cazadores!, pero en enero de 1895 se licenciaron los soldados cum-
plidos, quedando los cuerpos muy reducidos.

EL LEVANTAMIENTO DE BAIRE

Con el llamado “Grito de Baire”, el 24 de febrero de 1895, se inició la


definitiva guerra separatista en Cuba. El levantamiento, aunque quiso ser
general en toda la isla, sólo tuvo éxito en Oriente. El mismo día las autori-
dades españolas lo sofocaron en Occidente y, con la detención de sus prin-
cipales jefes, los insurrectos fueron fácilmente desorganizados por las fuer-
zas encargadas de perseguirles, haciendo a muchos prisioneros y otros se
acogieron al bando del Capitán General, que les concedía la libertad si
deponían las armas.
Otra vez volvió a repetirse la historia, Cuba estaba indefensa. El ejérci-
to permanente contaba con siete regimientos de Infantería y un batallón de
Cazadores, dos regimientos de Caballería, un batallón de Artillería con una
batería de montaña, un batallón de Ingenieros y tres tercios de la Guardia
Civil. Todas las unidades con las plantillas muy reducidas por falta de reem-
plazos y por cubrir muchos destinos burocráticos y otros ajenos al servicio,
sin contar la numerosa tropa que ocupaba permanentemente los hospitales
y enfermerías. Con los servicios de campaña sin organizar y las unidades
dotadas con el fusil Remington, modelo 1871.
El capitán general Calleja, que todavía esperaba la llegada de las anun-
ciadas reformas, con una buena intención que nadie dudaba, se quería man-
tener neutral en la política del país e incomprensiblemente también lo era
con los separatistas. Pero sus contemplaciones no sirvieron para contener la
nueva sublevación, al contrario, permitió que se diesen las condiciones ade-
cuadas, sin tener nada organizado, para combatirla. Incluso recibió la
segunda quincena de marzo la primera expedición de tropas de la Penínsu-
la sin haberlas solicitado, compuesta por siete batallones y reemplazos.
304 ELADIO BALDOVÍN RUIZ
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 305

El levantamiento no preocupó al Gobernador. Con la ausencia de los


principales jefes, y con el centro y las provincias occidentales tranquilas, lo
consideró como uno de tantos intentos que frecuentemente se daban. Al
conocer la noticia ordenó al general de la provincia de Oriente que saliera
en persecución de los rebeldes, mandó suspender las garantías constitucio-
nales y dio la noticia al Gobierno restándole importancia. Sus gestiones se
encaminaron a intentar pactar un alto el fuego con los sublevados y que
todos se acogieran al indulto, sin el menor resultado.
Sólo una reacción militar rápida y enérgica hubiera podido tener alguna
posibilidad de éxito en los momentos iniciales contra las desorganizadas
partidas. Pero el general Calleja en lugar de concentrar sus escasos medios,
los dedicó a la protección de la propiedad y a la persecución de los insu-
rrectos como si fueran los bandoleros de siempre.
Al formar Gobierno el partido conservador, a poco más de un mes de
iniciarse el levantamiento, Cánovas decidió el relevo del general Calleja y
designó para sustituirle al general Martínez Campos, que desembarcó en
Santiago de Cuba el 17 de abril y llegó a La Habana el 24. Su plan inicial
consistía en la declaración del estado de sitio en la provincia Oriental; pro-
meter y conceder el perdón a cuantos se acogieran a indulto, que no fueran
jefes de partida; designar tres bases de operaciones -los distritos de Santia-
go, Bayamo y Holguín- y distribuir entre ellas las fuerzas que disponía.
Ordenó a los mandos que impusiesen a sus fuerzas la mayor movilidad y
coordinasen las marchas para no dar descanso al enemigo, dejando en las
grandes poblaciones a los voluntarios de guarnición, e inmediatamente
manifestó: Quiero que la guerra se haga como se debe hacev, sin causar la
menor molestia al ciudadano pacfico. La guerra ha de ser por nuestra
parte humana.
Por aquellos días, casi simultáneamente con el Capitán General, llega-
ron a la isla los hermanos Maceo, José Martí y Mdximo Gómez, y la insu-
rrección entró en un nuevo período de actividad. Muchos indiferentes hasta
el momento acudieron a unirse a ellos o manifestaron abiertamente su
apoyo. Martí quedó nombrado jefe supremo de la revolución en cl exterior
y en los asuntos no militares, Gómez comandante en jefe y Antonio Maceo
jefe militar de Oriente.
El día ll de mayo marchó el Capitán General a Oriente para asumir el
mando del ejército. Como ya había recibido la segunda expedición de
refuerzos y estaba llegando la tercera, con un total de unos nueve mil hom-
bres, y tenía a su disposición los cuatro batallones de Puerto Rico, conside-
ró que no necesitaba más tropas y estaba decidido a iniciar las operaciones
aunque había empezado la temporada de las lluvias. Ordenó la fortificación
306 ELADIO BALDOVíN RUIZ

de algunos poblados, la construcción de fuertes en otros y destinó destaca-


mentos de guarnición, lo mismo que a fincas, para proteger a sus habitantes
y asegurar los cultivos. Dispuso la creación de depósitos de víveres en los
tres distritos y señaló castigos para los que maltratasen heridos o prisione-
ros, aconsejando prudencia y el buen trato con los vecinos.
Sería imposible enumerar y relatar todos los encuentros y combates que
se riñeron entre las tropas españolas y los insurrectos, que además no apor-
tarían nada interesante, porque ninguno fue decisivo y normalmente ambos
combatientes se atribuían el éxito. Su poca entidad resulta manifiesta con
sólo dar las bajas reconocidas.
El 21 de mayo, cuando estaban en las orillas del río Cauto los jefes insu-
rrectos con numerosas fuerzas salieron al encuentro de una columna espa-
ñola y entablaron combate en Dos Ríos, donde resultó muerto José Martí.
Después de este hecho, la insurrección no sólo no desapareció, como creían
los optimistas, sino que no modificó esencialmente ningún plan previsto.
A petición de Martínez Campos, dada la necesidad de fuerzas de
Caballería para combatir a los insurrectos durante la primera quincena de
junio, llegaron a la isla diez escuadrones, donde recibieron armamento y
ganado, y un batallón de Infantería de Marina, con un total de tres mil
hombres.
Máximo Gómez, eludiendo las columnas españolas, penetró en la pro-
vincia de Puerto Príncipe, y allí se unió a otras partidas bien armadas gra-
cias al contrabando llegado por mar, levantando la comarca. El general
Martínez Campos, que creía imposible que esto pudiera suceder, presentó
su dimisión, que no fue aceptada. Para evitar que las partidas invadiesen Las
Villas ordenó guarnecer la antigua trocha, que estaba totalmente abandona-
da; declaró el estado de sitio en Puerto Príncipe y organizó un cuarto distri-
to con dos centros de operaciones, con una brigada en cada uno. Solicitó
seis batallones de refuerzo y el Gobierno le envió diez, que llegaron a fina-
les de junio, con nueve mil soldados.
La insurrección iba creciendo, pero el general español más que hacer la
guerra se esforzaba en buscar la paz y no quiso desplegar rigor alguno, pre-
cisamente cuando sus enemigos llevaban el incendio y la devastación por
donde pasaban. Ordenó que los prisioneros fueran sometidos a consejo de
guerra y los que voluntariamente se presentasen podían volver a sus hoga-
res con sólo dar cuenta a las autoridades. Esta disposición permitió que
entraran y salieran del campo de la insurrección cuantos quisieron: descan-
saban, se proveían de lo que necesitaban y volvían.
Para compensar su fracaso, Martínez Campos asumió otra vez el mando
directo de las operaciones: conducta que no reportó ningún beneficio, pero

1
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 307

que por poco le cuesta la vida en el combate de Peralejo, el 13 de julio,


donde murió el brigadier Santocildes. Pequeños chispazos llegaron a per-
turbar la paz en las provincias de La Habana y Pinar del Río, lo que no había
sucedido ni en plena guerra de los Diez Años. Había indicios de que si los
insurrectos llegaban allí, encontrarían importantes apoyos.
Los desembarcos de armas, municiones y refuerzos continuaban sin
poder impedirlos. La marina se reforzó, pero el principal obstáculo era la
paz teórica que había en Cuba, que no permitía detener ni visitar los barcos
extranjeros. El contrabando podía realizarse impunemente, salvo que fuesen
sorprendidos in fraganti.
Durante el mes de agosto pequeñas partidas atacaban fincas y des-
truían vías férreas en Las Villas, donde el Capitán General, con las fuer-
zas que ya estaban y parte de las llegadas, organizó el quinto distrito divi-
dido en seis zonas con un total de dieciocho batallones, doce escuadrones
y una compañía de Ingenieros. Para atender a la defensa de la propiedad
y ferrocarriles, a cada batallón le asignó un territorio fijo. En el combate
de Sao del Indio, el 31 de agosto, los insurrectos utilizaron por primera
vez dinamita y puede considerarse uno de los más sangrientos de toda la
guerra.
Después del combate de Peralejo y de la aparición de partidas en Las
Villas, el Gobierno ordenó el refuerzo de veinte batallones, ocho escuadro-
nes, un batallón de Artillería, dos baterías de montaña y un batallón de Inge-
nieros, que con los reemplazos sumaban un total de veintinueve mil hom-
bres. Unidades que, como el Capitán General había solicitado, llegaron a la
isla durante el mes de agosto para facilitar la aclimatación. También para
atender los muchos enfermos se organizaron siete hospitales y cuatro clíni-
cas en toda la isla con mil setecientas cincuenta camas.

LA INVASIÓN DE OCCIDENTE

El 22 de octubre los insurrectos iniciaron la invasión de las provincias


occidentales. Según sus diarios de operaciones, salió la fuerza de Mangas
de Baragua al mando de Antonio Maceo y por el camino se le fueron incor-
porando otras partidas. Mientras tanto, el día 28 Martínez Campos infor-
maba que a consecuencia de las copiosas lluvias se veía obligado a suspen-
der las operaciones en el departamento Oriental. Lluvias que no im.pidieron
a los insurrectos dejar las montañas y entrar en la llanura de Camagüey,
donde recibieron nuevos refuerzos, siguieron avanzando con rapidez ocul-
tando sus movimientos, con sólo pequeños encuentros con las fuerzas espa-
308 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

ñolas. Por su parte Gómez, desde Puerto Príncipe, paso la trocha de Júcaro
a Morón el 3 de noviembre y aunque salió una columna en su persecución,
se perdió en la manigua.
El paso de la trocha lo tenían fácil los insurrectos porque estaba olvida-
da y con una guarnición totalmente insuficiente; cn cambio, todos los inge-
nios disponían de pequeñas guarniciones de soldados y voluntarios. Martí-
nez Campos, que quería asegurar la zafra y limpiar de insurrectos la
provincia, concentró considerables fuerzas y asumió el mando pero, como
se había perdido el rastro de Gómez, las columnas españolas operaban en
diferentes direcciones para obligarle a presentar combate, sin conseguirlo.
Las fuerzas de Antonio Maceo alcanzaron y pasaron la trocha el 29 de
noviembre; después se reunió con Gómez y para tener el menor desgaste
posible y engañar a los españoles dividieron la columna. Mientras una parte
avanzaba por el sur creando la mayor confusión posible, la otra progresaba
por el centro, para reunirse ambos grupos en la provincia de Matanzas.
Las fuerzas insurrectas trataban de evitar una acción de importancia por
medio de un movimiento muy rápido, no obstante, atacaron un convoy
español y tuvieron algún encuentro de los que trataban de evitar. En los
Altos de Manacal, el 10 de diciembre, libraron un reñido combate y se reti-
raron perseguidas por tropas españolas en dirección al oeste. Como necesi-
taban municiones atacaron en Maltiempo, y con el botín capturado lograron
aliviar su situación.
Gracias a la llegada de la nueva expedición -durante la mitad de octu-
bre y todo noviembre- con veintidós batallones y reemplazos, acompaña-
dos de suficientes mandos superiores, el general Martínez Campos reorga-
nizó sus fuerzas a primeros de diciembre en dos Cuerpos de Ejército, el
primero en Oriente y el segundo en Las Villas; la primera comandancia en
el Camagüey y la segunda en Matanzas, La Habana y Pinar del Río. Orde-
nó a la brigada de Matanzas cortar la entrada de los insurrectos y adelantó
columnas que se habían quedado a retaguardia del enemigo.
Durante la segunda mitad de diciembre las numerosas fuerzas de los
insurrectos entraron en las provincias occidentales después de pequeños
encuentros con los españoles, gracias al apoyo de los campesinos y a desta-
camentos montados que se alejaban para incendiar campos y de esta forma
hacer incierta su posición. Martínez Campos, que esperaba el fin de la esta-
ción de las lluvias y tenía paralizadas a sus tropas, consideró que podía eje-
cutar una maniobra para obligar a que se replegase el enemigo en dirección
a la trocha de Júcaro a Morón, donde acumuló medios para poder coger
entre dos fuegos a su grueso. En Coliseo, provincia de Matanzas, encontró
a los insurrectos y lo que pudo ser una acción decisiva, se limitó a una esca-
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 309

ramuza entre cañaverales e incendios. Una fuerza española de dos mil qui-
nientos hombres atacó a un enemigo superior que se replegó en dirección
sudeste. Varias columnas los persiguieron sin éxito.
El Capitán General volvió a la ciudad de Matanzas, por si era atacada,
pues esperaba que la invasión continuaría en dirección norte y concentró
fuerzas en esa zona de la provincia. Por su parte, Máximo Gómez, para evi-
tar un encuentro decisivo, ejecutó una contramarcha primero hacia el sur y
después al este para entrar en Las Villas y regresar a Matanzas el primero
de enero de 1896, arrasando campos y destruyendo molinos. Martínez Cam-
pos informó que el enemigo se había replegado al este, donde envió tropas.
El peligro que acechaba a Matanzas e incluso a la propia capital lleva-
ron a proclamar el estado de sitio en las dos provincias. Por fin ordenó la
recogida de caballos del campo para evitar fueran utilizados por los insu-
rrectos. Estos, cuando entraron en la provincia de La Habana, con la des-
trucción de las mejores fincas reclutaron a muchos campesinos y al ocupar
las poblaciones, algunas después de ruda defensa y otras sin lucha, recogie-
ron armas y municiones, especialmente de los voluntarios. Cortaron el
ferrocarril y la línea de telégrafo, dejando incomunicada la capital con Cien-
fuegos y Santiago de Cuba, que lo estaban con los cables submarinos, sin
haber tenido ningún encuentro con las fuerzas españolas.
El general Martínez Campos acumuló fuerzas de otras provincias, refor-
zó las defensa y estableció un sistema de alarma en La Habana; atendió las
demandas de protección de fincas; ordenó ocupar la trocha de Mariel, por
ser el punto más estrecho de la isla, y envió ocho columnas a combatir a los
insurrectos. Tenía en su contra que seguía ignorando la situación de los prin-
cipales núcleos del enemigo, porque como siempre multitud de partidas ata-
caban e incendiaban en diferentes puntos.
El ejército de operaciones al finalizar el año 1895 había alcanzado los
ciento trece mil quinientos hombres y todavía estaba llegando la octava
expedición, compuesta por diez escuadrones, una compañía de Telégrafos y
reemplazos con unos nueve mil soldados. Durante este primer año de gue-
rra oficialmente hubo tres mil trescientos noventa y cuatro muertos entre
mandos y tropa, de los cuales cuatrocientos cinco con motivo de combate y
el resto por enfermedad; pero las bajas totales llegaron al veinte por cien.
En Holguín, en un solo batallón, murieron a causa del vómito un jefe, seis
oficiales y cien soldados y en plena época de lluvias otro batallón peninsu-
lar tuvo doscientas bajas por enfermedad y tres en combate.
Para terminar la invasión de Occidente, el siete de enero, Maceo, al
mando de parte de la fuerza penetró en la provincia de Pinar del Río, mien-
tras Gómez mantenía la capital en tensión para evitar que quedase encerrado.
310 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

Pasó la trocha el ocho y siguió evitando el encuentro con las tropas que le per-
seguían, tomó algunas poblaciones que estaban sin guarnición y sólo sostuvo
un combate. El día 22 llegó a Mantua, extremo más occidental de Cuba.
Enterado Martínez Campos que, tanto en la Península como en Cuba, el
malestar contra su proceder era creciente, dcspucs de reunirse con los repre-
sentantes de los partidos políticos, informó al Gobierno de que la mayoría esta-
ban en contra suyo y terminaba con “el Gobierno resolverá”. Resolvió que
debía entregar el mando y nombró para sustituirle al general Valeriano Weyler.
El general Segundo Cabo asumió el mando accidental y el día 30 salió
de La Habana en busca de Máximo Gómez con dos columnas que marcha-
ban en íntimo enlace con siete escuadrones, al mando de un coronel, en van-
guardia. En el ingenio de San Antonio encontraron las avanzadas insurrec-
tas y se dio el primer combate de importancia en la provincia de La Habana
desde que la invadieron.
La explicación del desarrollo de la insurrección durante cl primer año
de guerra y el éxito de la invasión de Occidente hay que buscarla en los pro-
pósitos de los mandos de ambos contendientes.

LOS INSURRECTOS

El generalísimo Máximo Gómez había definido claramente los objetivos


para no repetir los mismos errores que en la guerra de los Diez Años; que,
según su criterio, se reducían al haber limitado la lucha a las provincias
orientales y el no haber causado suficiente daño a la economía de la isla, pri-
vando a España de los recursos que necesitaba para defender su soberanía.
La nueva guerra debía ganarse haciendo económicamente imposible
que España prosiguiese la lucha y sólo una campaña de tierra quemada era
el camino de la victoria. Estaba decidido a que la guerra llegase a todos los
rincones de Cuba y destruir todas las fuentes de riqueza. Ello produciría la
ruina momentánea del país, pero era el precio que tenía que pagar por su
independencia. A primeros de junio de 1895, en una circular dirigida a los
hacendados y dueños de fincas ganaderas, consideraba que, cualquier
explotación de recursos servía de ayuda al enemigo, y prohibía terminante-
mente el comercio con las poblaciones ocupadas por los españoles; todas
las fincas azucareras debían paralizar su labor y las que intentasen realizar
la zafra serían incendiadas.
Como en toda la isla se hicieron preparativos para la zafra, sin atender
las proclamas de los insurrectos, en noviembre del mismo año volvió a
anunciar que serían destruidos los ingenios, incendiadas sus cañas y depen-
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 311

dencias y destruidas las vías férreas. Todo el que trabajase sería considera-
do traidor y pasado por las armas. Aunque para evitar la total destrucción de
la economía autorizó a los plantadores que lo solicitaban a realizar los tra-
bajos necesarios para la conservación de las propiedades, como medio de
acelerar la producción una vez terminada la guerra. Otros jefes de la insu-
rrección opinaban que debía permitirse la producción a cambio de pagar
una contribución, para obtener recursos, evitar la mala propaganda en el
exterior y que los muchos propietarios extranjeros se pasasen al enemigo.
La prohibición sólo debía aplicarse a los que desobedecían las consignas
revolucionarias y quemados los molinos y campos de los que mostrasen
simpatía a España o se fortificasen para su defensa.
Como los insurrectos eran buenos guerrilleros, muchos con experiencia
de guerra, entre ellos los principales jefes, estaban convencidos que ni
sabían ni podían vencer a los españoles por medio de una guerra clásica.
Tenían que permanecer siempre en movimiento y ejecutar múltiples accio-
nes simultáneas, para forzar a los españoles a permanecer a la defensiva y
obligarles a dispersar sus fuerzas. Solamente se enfrentaban en combate
abierto cuando era inevitable, estaban en condiciones muy ventajosas o
necesitaban capturar armas y abastecimientos. Por eso los combates adver-
sos no les producían abatimiento ni desmoralización. Como por su forma de
luchar no estaban obligados a grandes resistencias y sus bajas eran pocas,
las consecuencias de un combate desfavorable se limitaba a una marcha o a
una dispersión más o menos completa.
No podían ocupar ciudades o posiciones fijas, donde las fuerzas espa-
ñolas podían concentrar sus superiores medios; era mucho más rentable for-
zar la salida de su guarnición para sorprenderla, obtener armamento y que-
mar después la población. No buscaban grandes concentraciones y acciones
decisivas, sólo realizaron una campaña en toda la guerra, la invasión de
Occidente, para alcanzar su otro objetivo de extenderla a todos los rincones
de la isla; pero sí consiguieron coordinar sus dispersas fuerzas cuando ata-
caban en un punto, en otros llamaban la atención y sus partidas amenazadas
eran ayudadas a escapar por otras.
La especialidad de la guerra que hacían los insurrectos sólo era posible
gracias al pleno conocimiento que tenían de todas las actividades de sus
adversarios. Los habitantes del campo, voluntariamente o por miedo, infor-
maban de todo movimiento de las tropas españolas; cuando pasaba una
columna, el jefe insurrecto conocía por varios conductos de su dirección,
entidad y armamento, lo que permitía si conseguía reunir fuerzas conside-
rablemente superiores, elegir el punto de la emboscada y atacar o simple-
mente causar el mayor número de bajas y replegarse. El ataque a los con-
312 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

voyes de abastecimiento era una de las acciones más rentables porque,


como conocían cuándo y por dónde iban a salir, preparaban la emboscada
sin que la fuerza de escolta pudiera hacer una defensa activa, al tener que
proteger la impedimenta.
Los insurrectos quisieron dar a su ejército un carácter regular. Con el
nombre de “Ejército Libertador” y ordenanzas militares, formaron cinco
cuerpos de ejército con divisiones y brigadas, que correspondían a las regio-
nes en que operaban. Organización que respondía más que a la realidad a la
ilusión de formar unidades con irregulares partidas y jerarquizar los mandos.
Las fuerzas cubanas no operaban con las grandes unidades en el campo, bus-
caban la máxima flexibilidad y preferían concentrar grandes medios en uni-
dades constituidas en poco tiempo, pero la mayoría de las veces actuaban
aisladamente unidades menores. El ejército insurrecto estaba organizado
para responder a la necesidad de una rápida dispersión y una pronta reunión;
por ello la relación entre la caballería e infantería era de tres a cinco.
Tuvieron especial cuidado en organizar el apoyo a los combatientes. En
cada provincia o municipio nombraron un prefecto o subprefecto que entre
otros cometidos tenía el de obtener, voluntariamente o por la fuerza, de los
habitantes de la zona los productos necesarios para sostener las partidas.
También establecieron campamentos semipermanentes en zonas que domi-
naban, escondidos en valles poco cruzados por caminos, donde cultivaban
y tenían hospitales. Uno de los productos de mayor importancia fue la sal y
para resolverlo establecieron salinas en puntos de la costa poco accesibles.
El armamento, municiones y explosivos los recibían principalmente en bar-
cos filibusteros y lo completaban con el capturado a las tropas españolas,
principalmente a los voluntarios.
Como los naturales de la isla estaban más o menos inmunizados contra las
enfermedades, según cifras cubanas tres mil cuatrocientos treinta y siete insu-
rrectos murieron de enfermedad, número inferior a los cinco mil ciento ochen-
ta que lo hicieron a consecuencia de los combates. Datos que se contraponen
con las bajas españolas por los mismos motivos. Cuando le preguntaban a
Máximo Gómez quienes eran sus mejores generales, respondía que “junio,
julio y agosto”, que eran los meses en que las epidemias estaban en alza.

EL GENERAL MARTÍNEZ CAMPOS

El general Martínez Campos buscó al mismo tiempo dos propósitos


opuestos y naturalmente no tuvo éxito en ninguno. Trató simultáneamente
la zafra y la guerra. Aunque llegó a disponer de numerosas tropas, no eran
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 313
314 ELADIO BALDOVíN KUIZ

suficientes para ,establecer destacamentos de seguridad y perseguir a los


insurrectos. Confiaba en que los éxitos locales de sus fuerzas terminarían
desmoralizando a los insurrectos y por eso no se decidía a emplear los
refuerzos que fue recibiendo durante su mando en operaciones de gran
alcance. Además, no perdía la esperanza de que la moderación y el diálogo
darían buenos resultados. Incluso llegó a ordenar que no se utilizase la arti-
llería por temor a que una bomba incendiase los campos de caña e imponer
a los soldados la condición de ayudar a recoger la cosecha.
Este proceder del Capitán General de Cuba estaba en contradicción con
los propósitos del Gobierno. Cánovas afirmaba: la actual campaña ha de
concluir a la fuerza y por la fuerza. El general Campos lo sabe y no pien-
sa en otra política. Comprometidos como se hallan los intereses y el honor
de la nación, lo importante es dejarlo a salvo, confundiendo al enemigo, no
pactando con él, y para confundirlo se acum.ularán en Cuba todos los ele-
mentos necesarios, sin pensar en otra cosa que en vencer por medio de las
armas, consiguiéndolo en el plazo más breve posible.
Los planes de operaciones ejecutados por Martínez Campos se pueden
resumir en “soldados en muchas partes y en ninguna los necesarios”. Dise-
minando las tropas por toda la extensión de Cuba en destacamentos y
columnas pequeñas, las tropas españolas estaban en inferioridad en toda la
isla. Era evidente que los pequeños núcleos poco podían hacer y prueba de
ello es el relato de la mayoría de los combates que se sucedieron, en los que
el enemigo es superior y fueron sorpresas o emboscadas para las columnas
españolas.
Siempre se presentaba el mismo esquema. Las tropas españolas en su
marcha ignoraban la situación del enemigo y su dirección de avance: por el
contrario, los insurrectos conocían en todo momento la de las tropas espa-
ñolas y los movimientos que realizaban. En estas circunstancias las colum-
nas no tenían otra solución que buscar el contacto con los rebeldes, que se
daba cuando y en donde éstos querían. En estas acciones, que eran de poca
importancia y de ello da idea las bajas reconocidas por los bandos -dos
muertos y ocho heridos o siete muertos y doce heridos-, después de varias
horas de fuego, varias cargas a caballo y asaltos a la bayoneta, lo importan-
te era mantener el contacto con los insurrectos, pero siempre se perdía cuan-
do se disparaban los últimos tiros. Para terminar, las columnas españolas
tenían que regresar a sus bases después de grandes fatigas y mal alimenta-
das, transportando a los heridos y enfermos, atravesando terrenos llenos de
reses vacunas que eran respetadas por orden superior, ganado que los insu-
rrectos aprovechaban e impedían que sirviera para el consumo de las pobla-
ciones.
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 31.5

Las columnas de operaciones eran de muy heterogénea composición,


tanto en sus elementos personales como su armamento. Sus jefes ejercían
sobre ella normalmente un mando accidental, se cambiaban con frecuencia
y no tenían a sus órdenes fuerzas de sus propios cuerpos. Había batallones
que tenían sus compañías e incluso fracciones menores distribuidos en
varias columnas que operaban distantes entre sí. Los escuadrones estaban
repartidos por secciones y pocas veces operaban reunidos. Resultaban
poco resolutivas para una campaña que exigía gran movilidad, extensión
y constancia en las operaciones. Su acción tenía muy reducidos límites y
muchas, pues operaban sin enlace ni apoyos inmediatos, podían ser obje-
to de impunes ataques de los rebeldes. Como no se establecieron en pun-
tos apropiados centros de aprovisionamiento, las columnas tenían que
regresar a sus cabeceras después de la segunda o tercera jornada por no
tener donde reponer las provisiones y municiones ni donde dejar a los
enfermos y heridos.
Las poblaciones, las propiedades, los ferrocarriles, etc. necesitaban
muchos efectivos para su seguridad y para garantizar la zafra. Como la insu-
rrección dominaba el campo, sólo a fuerza de destacamentos, uno en cada
finca, podía dar alguna garantía. Pero como era imposible que cada guarni-
ción aislada tuviera la fuerza necesaria para resistir el ataque por sorpresa
de una numerosa partida, resultaba que los pequeños destacamentos atraían
más que ahuyentaban a los insurrectos. Aparte de consumir muchas tropas,
obligaban al resto a ocuparse de su abastecimiento por medio de convoyes,
operaciones peligrosas.
A estos destacamentos, en el mejor de los casos con un oficial y veinte
soldados o un sargento con diez y algunos voluntarios, que dieron ejemplo
del cumplimiento del deber rechazando a enemigos muy superiores, se les
exigió un comportamiento heroico. Martínez Campos ordenó que no se
aceptase rendición alguna en la que no se hubiera hecho mérito para obte-
ner la cruz de San Fernando y si algún comandante tratara de rendirse, el
que le siguiese, sargento o cabo, debía impedirlo y tomar el mando, en caso
contrario sería juzgado con la misma severidad que al jefe.
En octubre, Martínez Campos, en unas declaraciones a la prensa, expu-
so su plan de operaciones, manifestando que de momento el mal estado de
los caminos no permitía una campaña activa, pero en noviembre la iniciaría
y sería tan agresiva como pudiese. El general se proponía dividir las tropas
en pequeños destacamentos, cuyo número variaría según las circunstancias;
porque si enviaba una columna de cinco mil hombres no encontraría jamás
al enemigo, porque los insurrectos se disolverían en la manigua. Las colum-
nas se organizarían según el terreno y el enemigo en cada provincia. En
316 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

Santa Clara, de doscientos a trescientos hombres, y si el enemigo atacaba


en número muy superior, podría hacer daño pero no tardaría en recibir
auxilio de otro destacamento. En Remedios y Sancti Spiritus las columnas
serían mayores, de seiscientos a setecientos hombres, porque los insurrec-
tos eran más numerosos o mejor armados, y en Santiago de Cuba de mil a
mil trescientos.
Pero las operaciones de la guerra no estaban presididas por un plan
general bien definido, ni siquiera planes fijos y fundados para cada una de
las regiones de la isla, que por sus desiguales condiciones y circunstancias
exigían modos distintos de hacer la guerra. Puede que la falta de un plan lo
compensase el general Martínez Campos ejerciendo el mando, centralizan-
do en su persona todas las decisiones.
Al mando de los Cuerpos de Ejército y Comandancia General estaba un
general que ejercía jurisdicción no sólo sobre la gran unidad, sino sobre el
territorio que ella comprendía. Solución adecuada a la extensión del territo-
rio, pero que no fue aplicada en su plenitud por recelo a que las iniciativas
del general en jefe se desvirtuasen. Quedaron limitadas de tal modo las atri-
buciones de estos mandos y coartada su libertad de acción, que lejos de faci-
litar el éxito de las operaciones, se crearon obstáculos y dificultades que
entorpecieron la acción de las Armas.
Cuando los mandos subordinados tenían que tomar una decisión urgen-
te, no podían ejecutarla inmediatamente si se separaba de las prescripciones
del Capitán General, pues tenía que consultarla previamente, perdiendo la
oportunidad de su aplicación; eso en el caso que el general en jefe prestase
su consentimiento, pues normalmente se resistía a modificar el concepto
general de sus planes. Cuando se decidieron a actuar, dando luego cuenta,
llegaron a ser desautorizados con más o menos cortesía.
Estos mandos carecían de facultades orgánicas y no podían reorganizar
sus fuerzas según las necesidades de la guerra en sus respectivas regiones y
llegaron a carecer de atribuciones para constituir o suprimir destacamentos,
organizar columnas, establecer defensas, etc. Las órdenes del mando supe-
rior de trasladar columnas o fracciones de una región a otra, era la causa de
que ninguna tuviera una organización fija. En ocasiones, alguna llegó a dis-
poner solamente con tres o cuatro columnas heterogéneas o contaba con
fuerzas que no dejaban de pertenecer a otro Cuerpo de Ejército, originán-
dose lamentables confusiones por las órdenes que recibían por distintos
conductos.
Sólo por el error del plan y la exagerada centralización de las iniciati-
vas para el mando y dirección, que tanta debilidad proporcionó a las fuer-
zas españolas, se comprende que los insurrectos, partiendo del extremo
EL EJhRCITO ESPAÑOL EN CUBA 317

oriental de la isla, recorrieran mil kilómetros sin que ningún núcleo impor-
tante de tropas españolas pudiera presentarles combate decisivo, llegando al
extremo occidental sembrando la destrucción y levantando la parte del país
a donde la guerra anterior no había llegado en diez años.
A medida que la insurreción avanzaba, aumentaba sus fuerzas, dejan-
do todo el territorio sembrado de partidas que amenazaban con la destruc-
ción de toda riqueza. Las tropas españolas tenían que reaccionar no sólo
para oponerse al paso de las fuerzas invasoras, sino también para combatir
a las partidas locales que se multiplicaban sin cesar. El resultado fue, que,
mientras los insurrectos incrementaban sus fuerzas, los españoles se des-
vanecían.

SEGUNDO AÑO DE GUERRA. EL GENERAL WEYLER k

No tuvo el Gobierno ningún problema para sustituir al general Martínez


Campos, con sólo escuchar la opinión pública ya tenía sustituto. Todos esta-
ban de acuerdo, el teniente general Valeriano Weyler, entonces Capitán
General de Cataluña. Nombrado el 19 de enero de 1896, manifestó que no
estaba conforme con la política de Martínez Campos y, aunque no repre-
sentaba el exterminio, contestaría a la guerra con la guerra, tendría toda
clase de consideraciones con los leales y a los insurrectos les aplicaría rigu-
rosamente la ley.
Llegó a La Habana el 10 de febrero y encontró una situación muy grave,
con partidas insurrectas en toda la isla; Maceo y Máximo Gómez a corta
distancia de la capital, donde dominaba el miedo y estaban tomadas todas
las medidas contra un ataque. En la ciudad no entraban artículos del campo
sin pagar una contribución a los insurrectos y al día siguiente de su llegada
no permitieron el suministro de leche.
Conocedor de Cuba, sabía que como no podía alcanzar la superioridad
en toda la isla, debía lograrla en cada provincia sucesivamente y esta consi-
deración era la base del plan de campaña: vencer la rebelión de Occidente
a Oriente. Antes de iniciar nuevas operaciones se propuso dividir la isla en
tres grandes territorios, aislados entre sí por medio de las dos trochas situa-
das en las zonas más estrechas, la de Júcaro a Morón, deficientemente guar-
necida en aquellos momentos, y la Marie1 a Majana, que una vez terminada
y defendida, permitiría encerrar y batir a Maceo en Pinar del Río. Pacifica-
da la provincia más occidental, continuaría las operaciones en las centrales
para acorralar a los insurrectos contra la trocha de Oriente, para terminar
con la misma operación a la inversa desde Santiago de Cuba hacia el oeste.
318 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

En un plazo mínimo de dos años esperaba no dejar en el campo nada más


que las pequeñas partidas de bandoleros, como mal endémico de Cuba.
Primero se dedicó a redesplegar las unidades, que estaban muy disper-
sas y más dispuestas para proteger las propiedades que para batir a los ene-
migos. Tenía que guarnecer las ciudades más importantes, para evitar que
su toma por los insurrectos les proporcionase propaganda y abastecimien-
tos; las dos trochas para conseguir incomunicar las tres regiones y dedicar
el resto de las fuerzas a las operaciones activas. Dejaba la defensa de las fin-
cas a unidades de voluntarios.
Organizó el ejército de la isla en tres Cuerpos de Ejército. El primero, en
el departamento Oriental, Santiago de Cuba, al mando del general Bargués; el
segundo, en Las Villas y Camagüey (Puerto Príncipe) a las órdenes del gene-
ral Pando, y el tercero en las provincias de Matanzas, La Habana y Pinar del
Río al mando del marqués de Ahumada. Posteriormente, cuando regresaron a
la Península los generales Pando y Bargués, sólo quedó el tercer Cuerpo de
Ejército y divisiones que dependían directamente del Capitán General. Todas
ellas con brigadas, a su vez fraccionadas en columnas, formadas por unidades
completas al mando de los propios generales, coroneles o tenientes coroneles.
Cambió el equipo de la caballería que una orden administrativa había
dejado desmontada. Cuando desembarcaron los escuadrones recibieron la
orden de entregar los equipos que traían para entregarles otros de nueva y
defectuosa fabricación. Pronto se dejaron sentir los efectos y los caballos
inutilizados dejaban a los jinetes a pie o prestando servicio y exponiendo su
vida sobre un animal herido y enfermo; tal fue el desastre, que llegó a
dudarse del Arma sin conocer los motivos. Reunió los escuadrones en regi-
mientos y los empleó en las misiones que les eran propias, especialmente en
el servicio de exploración. Incrementó las unidades de voluntarios, reorga-
nizó las guerrillas, redujo el número de convoyes y solicitó nuevos refuer-
zos a la Península.
Para impedir que las ricas fincas de Occidente se convirtieran en fuentes
de recursos de los insurrectos, anunció que desde agosto se proponía prohibir
la próxima zafra y para evitar el paro en las vegas cortó la exportación de
tabaco en rama, que después era elaborado en los Estados Unidos producien-
do beneficios a las fábricas de los separatistas allí instaladas. Pero la medida
que más rechazo encontró y que más argumentos dio a sus enemigos fue la
concentración de los habitantes en zonas que interesaban a las operaciones.
Todos los habitantes de los campos o fuera de la línea de fortificación
de los poblados debían reconcentrarse en el plazo de ocho días en los pue-
blos ocupados por tropas españolas, siendo considerado rebelde y juzgado
como tal, el que se encontrase en despoblado. Quedaba prohibida la salida de
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 319

víveres de los poblados, la conducción de uno a otro sin permiso y los dueños
de reses debían conducirlas a los pueblos. Estas medidas fueron aplicadas en
las provincias afectadas por las operaciones y con ellas Weyler podía alcan-
zar varios objetivos, como privar a los insurrectos de medios de subsistencia
y de información, limitar su propaganda y proselitismo e incluso afectar a su
moral, por no tener contacto con sus familiares. Todos los insurrectos que se
presentasen quedaban a disposición del Gobernador General pam fijarles el
punto donde debían residir, sirviéndoles de recomendación que facilitasen
información aprovechable, el entregar armas y hacerlo en forma colectiva.
Antonio Maceo y Máximo Gómez se reunieron y acordaron evitar com-
bates con las fuerzas que contra ellos se estaban organizando, replegándose en
dirección a Matanzas. Al anuncio del general Weyler, a finales de febrero, de
que la provincia de Pinar del Río pronto estaría pacificada, los insurrectos
acordaron que Maceo continuaría su campaña en el oeste y Gómez en el cen-
tro. Siguiendo con su táctica huidiza, sin que las columnas españolas conocie-
ran su situación exacta ordenaron acelerar el ritmo de destrucción, cuando el
primero pocos días antes había escrito una carta al Capitán General achacán-
dole toda clase de atrocidades, para que tuviera una conducta humanitaria.
Por segunda vez y sin combatir, una gruesa partida al mando de Maceo
entró en Pinar del Río. Aunque Weyler hubiera querido evitar este regreso,
el hecho le permitía aplicar el plan que se había trazado al llegar a la isla.
Situó en la trocha cuantas fuerzas le fue posible para constituir una verda-
dera línea militar y encerrar a Maceo sin que pudiera retroceder. Su defen-
sa llegó a contar con doce mil hombres y veintiséis cañones.
Aislado Maceo, seguía eludiendo todo encuentro decisivo y mediante
marchas y contramarchas trataba de ganar tiempo y sembrar la alarma en
lugares alejados entre sí. Aunque recibió considerables ayudas por expedi-
ciones filibusteras procedentes de los Estados Unidos, como no llegaban los
refuerzos del otro lado de la trocha, decidió atrincherarse en el territorio
más accidentado del interior de la provincia.
En esta situación, después de continuos contactos, el general Weyler
ordenó a finales de abril la ejecución de una acción combinada de seis
cohnnnas, para cerrar al grueso insurrecto en su campamento de Cacara-
jicara. Preparada con detalle la operación, se realizó el día 30 y terminó
con la toma del reducto, pero el retraso de una columna permitió la fuga
de Maceo. Días después el general en jefe dirigió personalmente otra
operación, que aunque batió al enemigo no se consiguieron resultados
decisivos.
Mientras tanto, Máximo Gómez, que trataba de aproximarse a la trocha,
tuvo varios encuentros en Sancti Spiritus que frustraron sus propósitos. La
320 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

consecuencia de esta evolución fueron las presentaciones de insurrectos,


que motivaron los bandos de abril y mayo, concediendo el perdón a los
cabecillas que se presentasen con sus fuerzas y armas y a los combatientes
que quisiesen pasar a las filas españolas. Terminaba Weyler el segundo
bando: Estoy decidido a desplegar tanta energía y rigor con los enemigos,
como generosidad con los arrepentidos.
Sobrevenidas las lluvias en junio, hubieron de reducirse las operacio-
nes, pero columnas móviles aseguraron la iniciativa en Pinar del Río. Des-
pués de sucesivos combates, otra operación combinada se efectuó el 22 de
octubre contra el reducto rebelde. No le quedaba otro escape a Maceo que
las montañas de El Rubí o forzar la trocha: hecho que intentó con muchos
efectivos y un cañón, sin éxito.
La situación favorable en las provincias occidentales y la llegada de otra
expedición, permitió al general Weyler atacar las posiciones de Maceo en
Lomas de Rubí, tomando el reducto y persiguiendo a sus defensores, pero
Maceo volvió a escapar. Las columnas se dedicaron a buscar y batir los
núcleos insurrectos dispersados y para evitar que pudieran cruzar la trocha
se situaron tropas a ambos lados.
En Oriente, Calixto García, nombrado jefe de la región, y Máximo Gómez,
trataban de llamar la atención atacando varias poblaciones, entre ellas Casco-
rro, y tomando Guáimaro. Pero como la situación de Maceo era cada vez mas
insostenible, la noche de 4 de diciembre, con un pequeño grupo, salvó la tro-
cha por mar en el puerto de Mariel, resultando muerto el día 7 junto con su
ayudante, el hijo de Gómez, en un encuentro con una columna española.
Desde el inicio de la guerra en marzo de 1895 hasta primeros de enero de
1897 llegaron a la isla cuarenta generales, seiscientos cincuenta y un jefes,
seis mil ciento siete oficiales y ciento setenta y seis mil sesenta y seis de tropa.
De los cuales ciento treinta y nueve mil setenta y uno formaban parte de uni-
dades expedicionarias y el resto eran reemplazos y recluta voluntaria. Es sig-
nificativo que del total, ciento sesenta y tres mil setecientos setenta y un sol-
dados pertenecían a Infantería, incluidos cuatro batallones de Infantería de
Marina, y el resto, doce mil trescientos treinta y cinco, a las otras Armas.
Durante ese mismo período se recibieron ciento dieciocho mil quinien-
tos setenta fusiles Mauser, modelo 1893 y diez mil seiscientas dos carabi-
nas de 7 mm. con cuarenta y seis millones quinientos cuarenta y cuatro mil
setecientos cincuenta cartuchos, mil ciento setenta y seis fusiles Mauser de
7,65 y siete millones cuatrocientos cuarenta y un mil doscientos setenta y
tres cartuchos; sesenta y nueve mil seiscientos treinta y nueve fusiles
Remington reformado, mod. 1871-89 y trece millones setecientos vcinti-
cinco mil quinientos veinte cartuchos; dieciocho mil trescientos fusiles
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 321

Remington, mod. 1871 y ocho millones trescientos cuarenta y cuatro mil


novecientos noventa y ocho cartuchos.
La muerte de Maceo cambió el panorama de la guerra. Ni Weyler tenía que
supeditar sus planes a perseguirle en Pinar del Río, ni Máximo Gómez tenía
urgencia para acudir en su auxilio y pudo dedicarse a preparar una segunda inva-
sión de Occidente, al mismo tiempo que buscaba avivar la guerra en las provin-
cias centrales, donde no había alcanzado el grado de los extremos de la isla.
El general Weyler, que tuvo conocimiento de los propósitos del jefe
insurrecto, salió de La Habana el 19 de enero de 1897 para oponerse a su
avance y liquidar la rebelión hasta la trocha. Su plan establecía sucesivas
bases de operaciones, como los ríos Hanábana y Palma, que separaban
Matanzas y Las Villas; los ríos Jatibónico Norte y Sur y la trocha Júcaro a
Morón que cerrada totalmente, debía impedir que fuera rebasada por
Gómez para hacerse fuerte en Oriente o recibir refuerzos.
Avanzó rápidamente, procurando no dejar a su retaguardia grupos
numerosos de enemigos, y alcanzó la segunda línea, desde la cual inició el
ataque contra Gómez. El 26 de febrero informó de la pacificación de las tres
provincias de Pinar del Río, La Habana y Matanzas y esperaba que hacia la
primera quincena de marzo estuviesen Las Villas. La noticia más significa-
tiva era que la molienda se estaba realizando sin dificultades.
Para terminar con las partidas, el territorio debía ser ocupado por columnas
de batallón. Las situadas hacia la costa debían tender a empujar a los insurrec-
tos hacia el interior de la isla y siempre en dirección al oeste. En mayo quedó
terminada por completo la trocha, construidas todas las torres o fuertes cada
kilómetro y un blocao intermedio, un cuartel para las compañías y batallones
que cubrían trayectos previamente marcados y en Ciego de Ávila -centro de la
línea-, seis piezas de montaña en plataformas para ser conducidas rápidamente
al punto atacado. Por el lado oriental, en el campo inmediato estaba colocado
alambre de púas en seis metros. Como opinaba el generalísimo insurrecto: En
la trocha no se mueven, pero la han puesto que no pasan ni los ratones.
Sistema defensivo que colocaba a Calixto García y Máximo Gómez al
este y al oeste de la trocha incomunicados entre sí, en la misma situación
que antes estaba Maceo. Gómez, en el territorio de Sancti Spiritus, proce-
día con su característica cautela para esquivar las columnas españolas, no
encontrando el momento de iniciar su proyectada segunda invasión. Las
partidas en las provincias occidentales no le despejaban el camino y Calix-
to García no podía prestarle ayuda. Éste recibió un alijo más importante que
los anteriores, en las proximidades de Holguín, compuesto por mil cuatro-
cientos ochenta rifles, un cañón de 12 cm., otro de dinamita, una ametralla-
dora, dos millones quinientos mil cartuchos, tres mil proyectiles para el cañón
322 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

Capitún Generul Vuleriano Weylev:


EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 323

y tres mil para el de dinamita, quince mil de ametralladora, tres toneladas de


explosivos y ciento cuarenta cajas de medicamentos. Este contrabando favore-
ció la lucha en Oriente, que no había decaído desde el principio, mientras cedía
en el resto de la isla donde prosperaba una sensación de victoria española.
Ocupado todo el territorio, desde el este a la trocha de Júcaro, por las
fuerzas que el general Weyler había distribuido con criterio flexible, la insu-
rrección estaba dominada en Pinar del Río, donde Rius Ribera, sucesor de
Maceo, había caído prisionero y una nueva línea militar de Jaimiqui a Sitio
Nuevo tendía a impedir el aprovisionamiento de las últimas partidas. Lo
mismo sucedía en las demás provincias occidentales. El Capitán General
informaba al Gobierno, que conferenciaba diariamente con La Habana,
desde Las Villas y los trenes circulaban con la misma regularidad que en paz,
llegando a sus últimas estaciones sin interrupción de ninguna clase. Todo el
tabaco sembrado en el otoño anterior pudo ser recibido y la molienda se efec-
tuaba con normalidad. Ya en abril le decía al Ministro de la Guerra: visto
estado campaña no necesito refuerzos, incluso de recluta voluntaria. Caso
de hacerme falta los pediré con suficiente antelación. Seguía confiado en dar
fin a la guerra antes de cumplir el plazo de dos años que se había fijado.
Según datos oficiales, durante la campaña del primer semestre de 1897 se
habían producido trece mil cuatrocientas ochenta y nueve bajas definitivas; de
las cuales siete mil ciento cuatro por pasar a la Península, mil setecientas por
inutilidad y tres mil seiscientas ochenta y cinco por defunción. En los hospi-
tales y enfermerías había una media mensual de ventiún mil enfermos.
El general Weyler consideró que había llegado el momento de iniciar las
operaciones en la provincia de Oriente y sólo tenía que esperar a que pasa-
se la temporada de lluvias, con su secuela de enfermedades. Para dedicarse
por entero a la campaña delegó sus funciones en el ejército del resto de la
isla en sus respectivos mandos y el 3 de julio concedió un amplio perdón a
los colaboradores e insurrectos que se presentasen con armas o sin ellas, con
derecho a socorro, vivienda y trabajo.
Al Capitán General le inquietaban los Estados Unidos, hasta el punto de
prever la guerra y por eso quería asegurar el dominio de Oriente, ya que San-
tiago de Cuba y Manzanillo serían, a su juicio, objetivo principal de los nor-
teamericanos. Las instrucciones dadas para la defensa de destacamentos y
zonas de cultivo, se habían inspirado en un posible bloqueo de la escuadra
yanqui. Decía: Estoy convencido de que mientras más próxima esté la termi-
nación de Euguerra, más dificultades han de poner los Estados Unidos para
evitarlo.
El 7 de agosto Weyler salió para Oriente, para tantear el momento de
iniciar la campaña y, al día siguiente, fue asesinado Cánovas. El nuevo
324 ELADIO BALDOVÍN RIJIZ

Gobierno puente, presidido por cl general Azcárraga, le ratificó su confian-


za y aunque conocía lo precario de su situación, continuó con los preparati-
vos de las operaciones.
Mientras tanto, Máximo Gómez trataba, sin conseguirlo, de romper el
cerco y Calixto García, viendo que no podía ayudarle, realizó una operación
de propaganda y asedió la plaza de Victoria de las Tunas, que se defendió
durante quince días de un enemigo muy superior, sin llegar ningún refuer-
zo. Después de su toma, la incendiaron y abandonaron, pero sirvió de pre-
texto a los enemigos de Weyler del exterior y del interior.
Era normal que los insurrectos y sus aliados norteamericanos atacasen
al general español, porque en él encontraban a su peor y más efectivo ene-
migo; pero resulta incomprensible que sectores españoles, muchos de los
que antes le habían aclamado, cuando su proceder estaba próximo a alcan-
zar el éxito, le atacaban acusándole de cruel e implacable. Nadie ponía repa-
ros de consideración a sus directrices o tácticas, se limitaban a reprobar pro-
cedimientos que había contribuido al buen camino de las operaciones.
Cánovas pedía a Weyler la tensión ya existente, con la complicidad de los
partidos y políticos de la oposición en la Península.
La prensa peninsular aprovechó la ocasión para sacar a relucir la inmora-
lidad administrativa y solicitar el cese de Weyler: grave problema tan endémi-
co como la fiebre amarilla. Se publicaron noticias de fortunas improvisadas,
que no tenían ninguna justificación; de soldados que padecían miserias y esta-
ban mal alimentados; de falta de raciones y medios sanitarios; soldados que
cobraban más en unos cuerpos que otros y el Estado pagaba a todos por igual.
No se podía acusar al ejército de la isla de inmoral, pero sí a algunos de
sus miembros. La mala organización de la Administración; la necesidad de
crear factorías para abastecer a las unidades, a cuyo frente no siempre esta-
ba la persona más adecuada; las compras directas y al contado en los comer-
cios de los pueblos; la escasez de recursos; el retraso en las pagas de más de
seis meses; la emisión de papel moneda para no pagar en oro a los funcio-
narios nada más que el veinte por ciento, billetes de peso que sólo los acep-
taba el comercio por cuarenta centavos, etc. Eran muchas las czauias que
favorecían los negocios ilícitos.
Weyler no negó que existieran abusos, pero trataba de evitarlos. Le sor-
prendía que los denunciantes no hubieran acudido a él, para proceder seve-
ramente como lo había hecho cuantas veces tuvo conocimiento, porque
acostumbraba a oír hasta los soldados. Nombró una comisión para recibir
las quejas, pero los tribunales de honor formados para estos casos no fueron
eficaces, porque se limitaron a separar de filas a los indignos, pero éstos
continuaban con el dinero adquirido ilegalmente.
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 325

EL. REFUERZO DESDE LA PENÍNSULA

Durante el mandato del general Weyler el ejército en Cuba alcanzó su


máximo volumen y es digno de resaltar el esfuerzo realizado por toda la
nación para defender su soberanía en la Gran Antilla, lo que constituye el
acontecimiento más sobresaliente de toda la guerra.
Resuelto el Gobierno desde el primer momento a reforzar el deficiente
ejército en Cuba, el 1 de marzo ordenó a los capitanes generales que orga-
nizasen un batallón en pie de guerra con la denominación de Peninsular,
número (el de la región), que inmediatamente embarcaron para la isla.
Simultáneamente, por si era preciso enviar nuevos refuerzos, dispuso que
los regimientos y medias brigadas de Cazadores debían estar preparados
para formar con toda su fuerza un solo batallón dispuesto para embarcar y
que tuvieran designados un determinado número de soldados para concen-
trarlos en los puertos.
Desde el primer momento se agravó el problema de la falta de oficiales
subalternos, especialmente en Infantería. La necesidad de nuevas expedi-
ciones y cubrir las vacantes en la Península decidió al ministro a utilizar los
servicios de los segundos tenientes de la escala de reserva. Los que no ha-
bían cumplido cuarenta y cinco años y tenían buena conceptuación podían
ser destinados a los cuerpos activos de la Península y los que contaban con
dos años de efectividad podían solicitar prestar servicio en el empleo de pri-
mer teniente en Ultramar, a falta de aspirantes de la escala activa.
Un artículo del periódico madrileño El Resumen provocó un grave inci-
dente. Publicaba que los oficiales subalternos, al contrario que en los
empleos superiores, no se presentaban voluntarios para servir en Cuba; acu-
sación injusta, como aclaró otro diario, porque además de su escaso núme-
ro, si iban voluntarios en estos empleos, las normas vigentes no les propor-
cionaban las ventajas que otorgaban a los destinados por sorteo. Indignados
los oficiales, asaltaron la redacción del periódico.
Hecho que fue el inicio de la crisis política del gabinete de Sagasta y la
formación de nuevo Gobierno presidido por Cánovas del Castillo, que esta-
ba decidido a dar un brusco cambio al conflicto cubano. Nombró Ministro
de la Guerra al general Azcárraga y como primera medida envió seis mil
ochenta soldados de infantería de los preparados por los batallones, pero,
fundamentalmente, para atender a las necesidades económicas que imponía
la guerra. Concedió un crédito extraordinario para las secciones de Guerra
y Marina del presupuesto de Cuba, por la cantidad que ascendiesen las obli-
gaciones por servicios de carácter imprevisto, originadas por las alteracio-
nes de orden público.
326 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

El nuevo Ministro de la Guerra, que ya se había distinguido en el mismo


cargo por su labor de organización, asumió el trabajo que le correspondía y
se dedicó a la preparación de tropas, armamento y material destinado a
Cuba. Un conjunto de disposiciones y medidas establecieron orden y con-
cierto en una empresa harto difícil para una nación agotada por un siglo de
luchas internas y que poco antes, en 1893, con motivo de los sucesos de
Melilla, mostró tan graves deficiencias. Más de tres meses se tardó en poner
en las puertas de su casa a veinte mil reservistas llamados, que después
recorrieron la Península sin objeto alguno, para encontrarse al llegar a sus
destinos sin vestuario, equipo y armamento.
No era nada nuevo un ejército expedicionario a través del mar y España
lo había hecho durante el siglo en varias ocasiones, pero en esta guerra mere-
ce especial atención porque rebasaba los límites imaginables. La preparación
y transporte a través del Atlántico de un numeroso contingente, cumpliendo
con toda exactitud los planes preparados, son dignos de toda clase de elogios
y los mayores méritos correspondieron al general Azcárraga.
Hasta el momento, siguiendo el proceder mayoritario en la guerra de los
Diez Años, el refuerzo se había organizado a base de nuevas unidades expe-
dicionarias y reemplazos. La tropa estaba formada por voluntarios civiles o
veteranos y soldados sorteados entre todas las unidades de una región, las
clases procedían de varios cuerpos y los oficiales los nombraba el Ministe-
rio. No podía haber más variedad. El general Azcárraga decidió cambiar el
sistema y enviar fuerzas encuadradas e instruidas en los cuerpos activos.
El ejército activo de la Península, islas adyacentes y posesiones del Norte
de África llevaba veinte años, desde que terminó la guerra carlista, sufrien-
do innumerables reformas, que en pocas ocasiones respondían a necesidades
y eran el resultado de estudiados planes. Desde que el general López Domín-
guez formuló sus famosas reformas en las que todo lo sacrificaba a los recor-
tes en el presupuesto, consiguió un ejército perfectamente organizado para la
paz; en él había falta total de recursos bélicos y no se trataban de adelantos
de la época, sino de los simples elementos imprescindibles.
En 1895 estaba formado por ochenta y dos mil hombres, organizados en
sesenta y dos regimientos y veintitrés batallones de Infantería; veintiocho
regimientos de Caballería; dieciocho regimientos y diez batallones de Arti-
llería; cinco regimientos y dos batallones de Ingenieros; una brigada de tro-
pas de Administración y otra de Sanidad, y numerosas unidades menores,
Centros y Servicios. Esta organización sobre el papel se traducía en que
todas las unidades estaban en cuadro: batallones dc Infantería de trescien-
tos doce hombres, regimientos de Caballería de trescientos noventa y ocho,
de Artillería de trescientos doce y de Zapadores de trescientos ochenta y
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 327

siete. Plantillas de paz que no estaban cubiertas, a las que había de descon-
tar un sin fin de destinos, algunos imprescindibles en la vida de guarnición,
como bandas de cornetas y tambores, asistentes, escribientes, cocineros,
carteros, lavadero, zapatero, sastre, etc.
En estas circunstancias, el Ministro de la Guerra procedió mediante pre-
visores planes de refuerzo, concentración, embarque y transporte a organi-
zar las unidades que por sorteo les correspondía ir a Cuba. La orden de cada
unidad expedicionaria comprendía: formación dentro de cada regimiento o
media brigada, quienes marchaban y los que se quedaban, la procedencia
del refuerzo necesario con todo detalle, uniformidad, armamento y material
que llevaban o recibían, fecha y puerto de embarque y recursos económicos
que se le adelantaban.
Los regimientos de Caballería designados por sorteo procedieron a orga-
nizar un escuadrón suelto y para que conservasen la tradición y el espíritu de
sus cuerpos en cuya representación marchaban, tomaron su nombre. Debían
remitir a su plana mayor copia de los diarios de operaciones y relación de
altas y bajas. Los batallones expedicionarios se denominaron “Primero del
regimiento...” y llevaron la bandera de esa unidad. Se les consideró destaca-
dos y por tanto conservaron todas las relaciones de historial y detalle.
Fue necesario llamar a filas a los que disfrutaban licencia ilimitada, los
excedentes dc cupo y los que estaban en situación de reserva; proceder a
alistamientos extraordinarios voluntarios; al indulto de prófugos y deserto-
res y al adelanto del llamamiento de quintas. Incluso se volvió a autorizar a
empresas y a particulares para que presentasen voluntarios con destino a
Ultramar. Todo ello en el marco de una ley de reclutamiento que permitía la
redención a metálico y la sustitución.
Primero embarcaron para Cuba los soldados en filas, que aunque habían
recibido instrucción en sus unidades, no era la precisa para aquella guerra.
Después fueron mozos de diecinueve años salidos del campo, fábrica o
taller que se convertían en soldados con sólo vestirlos de uniforme o, peor,
voluntarios de los que muchos no reunían las condiciones físicas y morales
de un combatiente. A todos se les ponía en las manos un arma y pocos dis-
ponían del tiempo necesario para aprender su manejo como mandaban las
Ordenanzas. En Cuba, frente al enemigo, aprendían en el combate.
Como cada vez era más acentuada la falta de ofíciales subalternos, el
ministro ordenó organizar cursos abreviados en las academias militares para
acelerar el término de la carrera; pero como no era suficiente, la ley de pre-
supuestos de 1895 le autorizó a conceder el empleo de segundo teniente de
la Escala de Reserva en todas las Armas y Cuerpos a los sargentos que estu-
viesen en su tercer reenganche y solicitasen servir en Ultramar. Ascendidos
328 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

los oficiales subalternos veteranos, sólo quedaron en estos empleos niños y


cuarentones.
Se procedió a la compra de nuevos fusiles Mauser para Cuba y para sus-
tituir en la Península los que se habían enviado. Aun así, la expedición de
veinte batallones que embarcó en octubre y noviembre de 1895 tuvo que ser
dotada de fusiles Remington reformados, pero las cartucheras eran las ade-
cuadas para el Mauser, modelo español o argentino, previniendo un futuro
cambio. Cuando el Capitán General de Cuba solicitó el envío de correajes
hubo que reunirlos a prorrateo entre todas las unidades de una región mili-
tar. Las compras en el extranjero comprendieron armamento, productos
sanitarios e incluso raciones.
Por si fueran pocos los escollos a salvar para reforzar el ejército de la
Gran Antilla, el 30 de agosto estalló la rebelión en Filipinas de los tagalos
y mestizos de Luzón, la más civilizada de las etnias del archipiélago, que
hasta entonces había sido el sostén de la soberanía española que, como no
podía ser menos, cogió por sorpresa a las autoridades isleñas y al Gobierno.

CAMBIO DE POLÍTICA DE GUERRA. LAS REFORMAS

El dos de octubre de 1897 Sagasta se encargó de formar nuevo Gabine-


te, con Moret, Ministro de Ultramar y el general Correa, de Guerra. El Pre-
sidente había manifestado días antes: Cumpliré mi programa, estableceré la
autonomía en Cuba y destituiré a Weyler y en el primer Consejo de Minis-
tros confirmó la política a seguir: Es un hecho evidente que el Ejército ha
conseguido ya en el territorio cubano no sólo cuanto puede exigir el honor
de las armas, sino todo lo que racionalmente cabe esperar del empleo de la
fuerza en contienda de índole semejante. La pacificación ha de venir ahora
por la acción política. El general Weyler fue relevado el 9 y entregó el
mando el 31 siguiente.
El general Blanco, nuevo Capitán General, debía llevar tranquilidad y
esperanza en la proclamación de la inmediata autonomía. Su designación,
sin duda, se debía a su carácter y fama opuestos a su predecesor, como
demostró en su mando en Filipinas. Con una rapidez desconocida en la vida
política española, Sagasta publicó el 25 de noviembre los decretos de las
reformas y concedió una amplia amnistía a los presos políticos de Cuba y
Puerto Rico. El año 1898 se inauguró con el juramento del Gobierno autó-
nomo y Máximo Gómez contestó con la pena de muerte para todo oficial de
su ejército que se acogiese a la amnistía y a todo emisario que tratase de la
autonomía.
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 329

La autonomía la recibieron con agrado amplios sectores de la isla, aunque


sólo fuera por representar una esperanza de paz; pero la tranquilidad no inte-
resaba a los insurrectos y a los norteamericanos, tenían que demostrar su fra-
caso y a ello contribuyó un periódico proseparatista que provocó los ánimos de
oficiales y otros españolistas que reaccionaron el día 12 asaltando la redacción,
provocando la explosión de los intransigentes de todas las tendencias. Había
que difundir el fracaso de la autonomía para justificar una intervención.
Una de las primeras medidas del general Blanco fue modificar la recon-
centración, pero no abolió el sistema totalmente. Permitió que los propietarios
que podían valerse con sus medios volvieran a sus tierras y los obreros agrí-
colas trabajasen siempre que residiesen en la finca o pasasen la noche en lugar
fortificado, llevando siempre la documentación personal. Anunció un plan de
ayuda para los que habían abandonado sus tierras y el Gobierno prometió fon-
dos. Se recibió auxilio de los Estados Unidos, que les sirvió de propaganda.
El nuevo Capitán General hubiera seguido los planes de Weyler, pacifi-
cando primero la provincia de Santiago de Cuba para seguir en Camagüey.
Esperaba alcanzar el objetivo antes de las lluvias de 1898, pero recibió ins-
trucciones del Gobierno de renunciar de momento a toda ofensiva y limi-
tarse a batir las partidas que operaban o pudieran surgir en las provincias ya
pacificadas. En febrero ordenó una operación para reducir a Máximo
Gómez que estaba en las proximidades de Sancti Spiritus y durante ese mes
y el siguiente hubo combates de cierta importancia.
Desde el comienzo de la guerra hasta principios de 1898, según la com-
pañía Trasatlántica habían llegado a Cuba ciento ochenta y cinco mil dos-
cientos setenta y siete soldados, de los que según algunos cálculos queda-
ban unos ciento quince mil. De éstos, veintiséis mil enfermos y treinta y seis
mil destacados, quedaban para operaciones cincuenta y tres mil. La dife-
rencia eran las bajas, que incluían los regresados a la Península. Desde el 20
de febrero al 10 de marzo fueron reforzados con diez mil soldados del cupo
de Ultramar del último reemplazo.
A petición de la Santa Sede, el Gobierno ordenó el 9 de abril al general
en jefe en Cuba, que concediese inmediatamente una tregua por el tiempo
que estimase prudencial. Calixto García contestó a la publicación de la tre-
gua unilateral española, con una circular del día 19, haciendo saber que los
insurrectos no la aceptaban y ordenaba tirotear los pueblos como antes, ata-
cando toda columna que salga procurando hacerles el mayor daño posible,
y todos los que salieran con objeto de conferenciar bajo bases que no fue-
ran la independencia absoluta, serían juzgados con todo rigor.
Las intromisiones de todo tipo de los Estados Unidos en relación a Cuba
iban en aumento y crecía la tensión en sus relaciones con España. El 24 de
330 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

enero notificaron que, como prueba de amistad, el crucero Maine visitaría


La Habana, mientras concentraban sus fuerzas navales a menos de cuatro
horas de navegación de la isla. El 15 de febrero por la noche se produjo la
explosión del barco, los acontecimientos se precipitaron y después de un
intercambio de notas entre Washington y Madrid, el 21 de abril quedó
declarado el estado de guerra entre España y los Estados Unidos.
El general Blanco iniciaba una proclama con: Llegó, por fin, el ansiado
momento de medir nuestras armas con los Estados Unidos y vengar tantas
ofensas como de ellos tenemos recibidas en lo que va de siglo, y se dirigió
por carta a Máximo Gómez para decirle que el problema cubano había cam-
biado, que españoles y cubanos se encontraban frente a un extranjero y
había llegado el momento de olvidar las pasadas diferencias. Naturalmente
el jefe insurrecto rechazó todo trato.

LA GUERRA CON LOS ESTADOS UNIDOS

El Ministro de la Guerra, general Correa, el 6 de abril, hizo unas sor-


prendentes declaraciones: No soy de los que alardean, pero solo de los que cree
que, de los dos males, éste es el mejor El peor sería el conflicto que surgiría en
España si nuestro honor y nuestros derechos fueran atropellados. Lo que se
debe evitar a todo trance es que nos cojan un barco y se dé motivo u que un
telégrafo anuncie que se ha izado la bandera americana en uno de nuestros
acorazados. Antes volarle. /Ojalá que no tuviéramos un solo barco! Esta sería
mi mayor felicitación. Entonces podríamos decir a los Estados Unidos desde
Cuba y desde la Península. iAquí estamos! Vengan ustedes cuando quieran.
Pese a tan irreflexivos comentarios, se llegó a la guerra con los Estados
Unidos sin elementos de ninguna clase, agotados los escasos que disponía
España, y mal empezó la guerra porque el principio de “voluntad de ven-
cer” difícilmente lo podían tener quienes de antemano conocían que la vic-
toria era imposible. Las condiciones de la guerra no podían ser más desfa-
vorables para los españoles, tenían que combatir lejos de la metrópoli sin
poder mantener expeditas las comunicaciones. Sus adversarios, por el con-
trario, estaban próximos a Cuba, con todos sus inmensos recursos en dispo-
sición de concentrarlos y emplearlos en corto plazo, podían enviar todas las
tropas que necesitasen y dotarlas de medios y armamento que les propor-
cionaba sus potentes medios industriales. Si la guerra se prolongaba el tiem-
po incrementaría el desequilibrio.
La gran desproporción de las flotas de ambos contendientes permitió a
los americanos el bloqueo, no completo pero sí efectivo, de las costas de
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 331

General Máximo Gómez.


332 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

Cuba. Lo establecieron al norte de Marie1 a Cárdenas y al sur en Cienfue-


gos, con ello tenían prácticamente incomunicada con el exterior la porción
más rica y poblada del territorio y la parte más importante de las fuerzas que
lo guarnecían.
Dominadas las comunicaciones marítimas por el enemigo, la extensión
de la isla, la falta de comunicaciones de la capital con la mayoría del terri-
torio y la actividad de los insurrectos restaron a las tropas españolas la poca
capacidad de maniobra que les permitlan sus deficiencias. Los norteameri-
canos podían concentrar sus fuerzas sucesivamente contra las distintas for-
maciones españolas, resultando superiores no obstante de la inferioridad
aparente de su ejército.
A nuevo enemigo y clase de guerra, nuevos planes de operaciones. Exis-
tía la posibilidad de concentrar las fuerzas sobre cuatro o cinco puntos prin-
cipales (La Habana, Matanzas, Cárbenas, Cienfuegos y Santiago de Cuba)
o el de continuar en el orden disperso que llevaba en sí la campaña separa-
tista. El ejército de la isla cuando estalló la guerra estaba formado por el pri-
mer Cuerpo de Ejército con cuatro divisiones, en Pinar del Río, La Habana,
Matanzas y Cárdenas; el segundo, con las divisiones de Santa Clara y Sanc-
ti Spiritus; la división independiente de la trocha; el tercer cuerpo, con divi-
siones en Puerto Príncipe y Holguín, y el cuarto con dos divisiones, en San-
tiago de Cuba y Manzanillo.
Era un difícil dilema, porque sin la menor duda las subsistencias eran
una cuestión decisiva. El concentrar las fuerzas para ser superiores al ene-
migo y defender con éxito los territorios más importantes, facilitaba al ene-
migo el bloqueo y crearía el terrible problema de falta de abastecimientos.
Dejando las tropas diseminadas por todo el país se favorecía la acción del
enemigo.
Fuera la decisión correcta una u otra, lo cierto es que no se aprovechó
el tiempo anterior a la ruptura de las hostilidades ni al inicio de las opera-
ciones. En Cuba no había suficientes fuerzas para defender simultáneamen-
te la isla entera, pero sí para sostener los puntos más importantes, dejando
el honor de las armas en buen lugar.
La ciudad, no plaza, de Santiago de Cuba, era uno de esos puntos vita-
les y tenía que defenderse por ser el punto de amarre del cable inglés por las
Bermudas, único para mantener las comunicaciones con la Península y
Puerto Rico, y debió dotarse de los elementos necesarios, reuniendo las
fuerzas que se hallaban desperdigadas en el departamento Oriental. Pero el
19 de mayo, con la llegada de la escuadra del almirante Cervera, se la con-
virtió en objetivo de los ataques enemigos. Por causa de la guerra los ame-
ricanos disponían de mayores ventajas y los españoles estaban en inferiori-
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 333

dad de condiciones y ello sin la menor intervención de los primeros. &n-


tiago de Cuba, situada en la provincia que más fuerza tenía la insurrección,
bloqueada por tierra, desprovista de comunicaciones con el interior de la
isla y con defensas totalmente anticuadas, no era el lugar idóneo para hacer-
la la clave de la guerra.
Santiago no era una plaza de guerra. Por parte del mar sólo tenía el casti-
llo del Mono, que únicamente servía de blanco al enemigo, y a la entrada del
puerto había dieciocho piezas de artillería, de ellas ocho de retrocarga y todas
de escasaeficacia y alcance, y seis ametralladoras o cañones Nordenfelt para
defender los torpedos que eran pocos y defectuosos. Por tierra sólo había
alambradas y zanjas para contener los golpes de mano de los insurrectos. Se
abrieron trincheras y se construyeron unos fuertes de madera, sin más resis-
tencia que para fusilería, apoyados por veintiún cañones de bronce de avan-
carga, algunos totalmente inútiles. La guarnición después de reunir los desta-
camentos y refuerzos alcanzaron la cifra de seis mil quinientos hombres,
diezmados por las enfermedades, sin medicinas ni víveres para resistir un
largo asedio. Debió la escuadra buscar protección en La Habana, donde se
disponía de las mejores defensas, más unidades y posibilidades de refuerzo,
se podía evitar mejor los desembarcos y preservarse contra los bombardeos.
Bloqueada la ciudad de Santiago por la escuadra americana y por los
insurrectos, su rendición representaba una base de operaciones, el apresa-
miento de los barcos refugiados en su bahía y un triunfo propagandístico.
El general americano Nelson A. Miles eligió para desembarcar a Baiquirí
situado a veinte millas al este de la ciudad, fuera del alcance de su defensa,
y el 10 de junio lo hicieron unos seiscientos soldados que se atrincheraron
en la costa sin que fueran molestados; después lo hicieron quince mil sin
más problemas que las limitaciones del puerto.
El gobernador de Santiago, general Linares, al mando de una columna
tuvo el primer encuentro con el enemigo cortando su primer intento de
avance, pero se replegó sobre las posiciones que se interponían entre el ene-
migo y la plaza, El Caney y Loma de San Juan. La guarnición había sido
reforzada con quinientos hombres desembarcados de la escuadra.
El primero de julio a las seis de la mañana iniciaron los americanos el
ataque a El Caney, una aldea defendida por quinientos veinte hombres man-
dados por el general Vara de Rey, que resistió hasta las siete de la tarde que
se retiraron los ochenta supervivientes. La misma suerte siguió Loma de
San Juan, defendida por doscientos cincuenta soldados a las órdenes del
general Linares. Intentó recuperar la posición una compañía de Marina pero
no pudo con la superioridad enemiga. Vara de Rey resultó muerto y Linares
herido, haciéndose cargo de la defensa el general Toral.
334 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

Al día siguiente continuó el ataque de los americanos ayudados por las


partidas de Calixto García, pero habían tenido mil seiscientas bajas y su
situación pudiera haber sido comprometida si llegaban refuerzos españoles.
Pero desgraciadamente ese mismo día entró la columna del general Escario
después de una penosa marcha, con escasos víveres y municiones, que poco
refuerzo representaba.
La falta de avituallamientos y principalmente de carbón habían impo-
sibilitado la salida de la escuadra antes de la llegada de la flora america-
na el 29 de mayo y a partir de ese día su destrucción era segura si inten-
taba forzar el bloqueo. Aunque en reuniones del almirante con sus mandos
subordinados acordaron no salir, el general Blanco, que era partidario de
que abandonase Santiago, el 20 de junio comunicaba al Ministro de la
Guerra, la conveniencia de unificar la acción militar y por tanto que que-
dasen bajo su mando las fuerzas de mar y tierra. Recibió contestación afir-
mativa.
El día 25 Cervera informa al Capitán General que la salida implicaba la
pérdida de la escuadra, quien le contestó que en caso de creerse próxima la
caída de Santiago la escuadra debía salir y el 1 de junio, a la vista del ata-
que enemigo, le ordena y le reitera la salida urgente. Al mismo tiempo orde-
na al general Toral concenlrar las fuerzas y prolongar la defensa para evitar
que el enemigo se apoderase de la boca del puerto antes de salir la escua-
dra.
A las nueve y media del día 3 salieron los barcos con las luces apaga-
das a todo vapor y a las dos de la tarde el último, el Cristóbal Colón, emba-
rrancaba a sesenta millas al oeste de Santiago y arriba el pabellón.
La destrucción de la escuadra arrastraba la pérdida de la plaza, cuya ren-
dición iba a lograrse con el bloqueo sin necesidad de nuevos ataques. El
general Blanco desde La Habana dirigió una alocución afirmando que el
ejército moriría por la honra de España y por la integridad del suelo patrio.
Quería que Toral prosiguiese la resistencia o intentara romper el cerco en
combinación con las fuerzas de Guantánamo y Holguín. $esconocía la
situación de Oriente?
La población civil evacuó Santiago durante los días 5 y 6, acampando
en El Caney, donde no disponían de ninguna instalación ni recursos. La
plaza fue bombardeada desde tierra y mar, con los escasos víveres agotados,
y sin esperanza de recibir refuerzos, después de rechazar varias intimida-
ciones. Toral informó al Capitán General, quien respondió que la capitula-
ción debía ser conocida por el Gobierno.
El día 15, Madrid autorizaba al general Toral para aceptar las proposi-
ciones que se le hicieran y, al día siguiente, se firmó la capitulación, que
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 335

incomprensiblemente incluía todas las fuerzas y material de guerra de la


división del territorio, es decir, guarniciones que no habían tomado parte en
los combates. Son dignos de conocerse los documentos siguientes:

Reconociéndose la Caballerosidad, valor y gallardía de los generales


Linares y Toral y de las tropas de España que tomaron parte en las accio-
nes que recientemente se han librado en las cercanías de Santiago de Cuba,
como se ha demostrado en dichas batallas, nosotros los abajo firmantes,
oficiales de +kito de los Estados Unidos, que tuvieron el honor de tomar
parte en las acciones mencionadas y que ahora constituimos una comisión,
tratando con igual comisión de oficiales del ejército español para la capi-
tulación de Santiago de Cuba, unánimemente nos asociados en solicitar a
la autoridad competente que conceda a los bravos y caballeros soldados, el
privilegio de volver a su patria llevando las armas que tan valerosamente
han dejkndido. Firmado: Wheelel; mayor general, Lawton, mayor general.

Orden General de 17 de julio. La Habana. Después de tres meses de


heroica resistencia y de sangrientos combates, escasa de municiones, casi
exhausta de víveres, la guarnición de Santiago de Cuba ha capitulado con
el enemigo bajo condiciones las más honrosas y con todos los honores de
guerra, en el dia de ayer; cuando ya, ajuicio de los valerosos generales que
estaban a su frente, no podía extremarse más la defensa, a pesar del consi-
derable refuerzo, que a costa de reñidas y sensibles pérdidas recibiera de
Manzanillo, que si bien la colocó en situación de esforzar más la resisten-
cia, le impuso un mayor consumo de sus mermadas subsistencias, aumen-
tando su angustiosa situación... Carece de importancia estratégica y en
nada o poco puede influir en sucesivas operaciones... El ejército está intac-
to, deseando medir sus armas con el invasor.
La postración del espíritu público obligó al Gobierno a precipitar los
preliminares dc paz, cuando la guerra terrestre no había hecho más que
empezar y el enemigo se preocupaba ante la perspectiva de los sacrificios
que había de ocasionarle.
El primero de enero de 1899 en La Habana a las doce del mediodía se
arrió la bandera española del castillo del Morro con honores militares y una
salva de veintiún cañonazos hecha por los norteamericanos. Con ese acto
terminó la soberanía española en Cuba e inmediatamente se izó la enseña
de los Estados Unidos en las fortalezas y edificios públicos y el general Cas-
tellanos entregó el mando de la plaza al americano Wade.
Las cuentas liquidadoras del Ministerio de Ultramar desde el 4 de marzo
hasta el 3 1 de diciembre de 1898 fueron:
336 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

Gastado en Cuba y Puerto Rico .. . . .. . . .. . . .. . . . .. . . .. .. . . .. . . .. . 1.952.708.413,85


Gastado en Filipinas .. . . . .. . . . .. . .. . .. .. . . .. . . .. . . .. . . . .. .. .. .. . . .. . . .. . 129.566.072,75

TOTAL . . __.. . .. .. . .. __.. . ._. . . . .. . .. .. . .. . . .. .. .. . . . .. . . . . .. .. .. . . .. . . .. . 2.082.274.486,60

Deuda por obligaciones personales de Guerra, Marina,


Guardia Civil, Orden Público, Clases Pasivas y
otros .. . . . .. . .. .. . .. . . .. . . . .. . . . .. . .. . .. . .. . . . .. . .. . . .. . . . . .. .. .. . . .. . . . .. 242.891.291
Por material de Guerra, Marina y varios .. . . . . .. .. .. . . .. . . . .. 31.066.680

TOTAL . . . . . .. .. . .. .. . . .. . . . .. . . . .. . .. . .. . .. . . . .. .. . . . . .. . . . .. .. .. . . .. . . . .. 273.9.57.971

Por servicios de transporte y repatriación de tropas


y empleados. Unos _.__.._._....... . . .. . .._.. ._._..._....... . . . .. 34.000.000

Triste y penosa fue la repatriación del ejército y muchos son los lamen-
tables relatos de los que regresaron. Barado proporciona uno:

Por fin, salídel hospital y aunque no del todo sano, pues me aquejaba
una dolencia en el brazo, y hallándome poco menos que inútil para ganar-
me el sustento, me consideré muy dichoso. Iba pésimamente vestido y lle-
vaba por toda garantía en el bolsillo un papel que valía por licencia y otro
papelote mal llamado abonaré. Asífui despedido del ejército de la Isla: este
es el saldo de cuentas que conmigo hizo la patria.
Cuando llegué a España, los espectáculos que hube de presenciar no
jkeron más halagüeños. Desembarcáronme casi a brazo, preso de indignas
fiebres y lleváronme al hospital militar de Cádiz, en cuyas galerías bajas se
aglomeraban centenares de infelices escuálidos como yo, de lángida mira-
da, tez amarillenta, pulso vacilante y agitada respiración. Todos ellos ves-
tían un pobre pantalón de lienzo y una blusa de la misma tela, y sin embar-
go, tiritando de frío y exánimes por la debilidad, esperaban el momento en
que se les diera el alta para marchar a sus casas, como hice yo a la mía.
Sólo un corto socorro, sin ropas adecuadas a la estación, sin medios para
alimentarme, cual conviene a un enfermo.
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 337

EJÉRCITO DE CUBA 1877-78

INFANTERÍA

EJÉRCITO PERMANENTE
Regimiento de Alfonso XIII núm. 62 (3 batallones)
Regimiento de María Cristina núm. 63 (3 batallones)
Regimiento de Simancas núm. 64 (2 batallones)
Regimiento de Cuba núm. 65 (2 batallones)
Regimiento de Habana núm. 66 (2 batallones)
Regimiento de Tarragona núm. 67 (2 batallones)
Regimiento de Isabel la Católica núm. 75
Batallón de Cazadores de Cádiz núm. 22
Brigada Disciplinaria
Cuerpo Militar de Orden Público

ORGANIZADOS EN LA ISLA PARA LA CAMPAÑA


Batallón provisional de La Habana (Habana núm. 1)
Batallón provisional de Cuba (Habana núm. 2)

EJÉRCITO EXPEDICIONARIO DE PUERTO Rrco


Batallón de Cazadores de Valladolid núm. 21
Batallón de Cazadores de Colón núm. 23
Batallón provisional de Puerto Rico núm. 1
Batallón provisional de Puerto Rico núm. 2
Batallón provisional de Puerto Rico núm. 5

EJÉRCITO EXPEDICIONARIO DE LA PENÍNSULA


Batallón de Bailén peninsular núm. 1
Batallón de la Unión peninsular núm. 2
Batallón de Alcántara peninsular núm. 3.
Batallón de Talavera peninsular núm. 4
Batallón de Chiclana peninsular núm. 5
Batallón de Baza peninsular núm. 6
Batallón de San Quintín peninsular núm. 7
Batallón de Vergara peninsular núm. 8
Batallón de Antequera peninsular núm. 9
Primer Batallón del Regimiento del Rey núm. 1
Primer Batallón del Regimiento de la Reina núm. 2
Primer Batallón del Regimiento del Príncipe núm. 3
338 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

Primer Batallón del Regimiento de la Princesa núm. 4


Primer Batallón del Regimiento del Infante núm. 5
Primer Batallón del Regimiento de Saboya núm. 6
Primer Batallón del Regimiento de Sicilia núm. 7
Primer Batallón del Regimiento de Zamora núm. 8
Primer Batallón del Regimiento de Soria núm. 9
Primer Batallón del Regimiento de Córdoba núm. 10
Primer Batallón del Regimiento de San Fernando núm. ll
Primer Batallón del Regimiento de Zaragoza núm. 12
Primer Batallón del Regimiento de Mallorca núm. 13
Primer Batallón del Regimiento de América núm. 14
Primer Batallón del Regimiento de Extremadura núm. 15
Primer Batallón del Regimiento de Castilla núm. 16
Primer Batallón del Regimiento de Borbón núm. 17
Primer Batallón del Regimiento de Almansa núm. 18
Primer Batallón del Regimiento de Galicia núm. 19
Primer Batallón del Regimiento de Guadalajara núm. 20
Primer Batallón del Regimiento de Aragón núm. 21
Primer Batallón del Regimiento de Gerona núm. 22
Primer Batallón del Regimiento de Valencia núm. 23
Primer Batallón del Regimiento de Bailén núm. 24
Primer Batallón del Regimiento de Navarra núm. 25
Primer Batallón del Regimiento de Albuera núm. 26
Primer Batallón del Regimiento de Cuenca núm. 27
Primer Batallón del Regimiento de Luchana núm. 28
Primer Batallón del Regimiento de Constitución núm. 29
Primer Batallón del Regimiento de la Lealtad núm. 30
Primer Batallón del Regimiento de Asturias núm. 31
Primer Batallón del Regimiento de Isabel II núm. 32
Primer Batallón del Regimiento de Sevilla núm. 33
Primer Batallón del Regimiento de Granada núm. 34
Primer Batallón del Regimiento de Toledo núm. 35
Primer Batallón del Regimiento de Burgos núm. 36
Primer Batallón del Regimiento de Murcia núm. 37
Primer Batallón del Regimiento de León núm. 38
Primer Batallón del Regimiento de Cantabria núm. 39
Primer Batallón del Regimiento de Covadonga núm. 40
Primer Batallón del Regimiento de Baleares núm. 41
Primer Batallón del Regimiento de Canarias núm. 42
Primer Batallón del Regimiento de Garellano núm. 43
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 339

Primer Batallón del Regimiento de San Marcial núm. 44


Primer Batallón del Regimiento de Tetuán núm. 45
Primer Batallón del Regimiento de España núm. 46
Primer Batallón del Regimiento de San Quintín núm. 47
Primer Batallón del Regimiento de Pavía núm. 48
Primer Batallón del Regimiento de Otumba núm. 49
Primer Batallón del Regimiento de Wad-Ras núm. 50
Primer Batallón del Regimiento de Vizcaya núm. 51
Primer Batallón del Regimiento de Andalucía núm. 52
Primer Batallón del Regimiento de Guipúzcoa núm. 53
Primer Batallón del Regimiento de Luzón núm. 54
Primer Batallón del Regimiento de Asia núm. 55
Primer Batallón del Regimiento de Álava núm. 56
Batallón del Principado de Asturias
Batallón de Voluntarios de Madrid
Batallón de Cazadores de Cataluña núm. 1
Batallón de Cazadores de Barcelona núm. 3
Batallón de Cazadores de Barbastro núm. 4
Batallón de Cazadores de Tarifa núm. 5
Batallón de Cazadores de Arapiles núm. 9
Batallón de Cazadores de Navas núm. 10
Batallón de Cazadores de Llerena núm. ll
Batallón de Cazadores de Mérida núm. 13
Batallón de Cazadores de Reus núm. 16
Batallón de Cazadores de Puerto Rico núm. 19
Batallón provisional de Baleares
Batallón provisional de Canarias

CABALLERÍA

EJÉRCITO PERMANENTE
Regimiento de Hernán Cortés núm. 29
Regimiento de Pizarro núm. 30

EJÉRCITO EXPEDICIONARIO
Regimiento de Caballería del Rey
Regimiento de Caballería de la Reina
Regimiento de Caballería del Príncipe
Regimiento de Caballería de Borbón
340 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

Regimiento de Caballería de Villaviciosa


Regimiento de Caballería de Sagunto
Regimiento de Caballería de Numancia
Regimiento de Caballería de Alfonso XIII

ARTILLERÍA

EJÉRCITO PERMANENTE
Batallón de plaza núm. 10

EJÉRCITO EXPEDICIONARIO
Batallón de Artillería de plaza núm. ll
Brigada mixta de Artillería
Regimiento de Montaña núm. 4
Regimiento de Montaña núm. 5

INGENIEROS

EJÉRCITO PERMANENTE
Batallón de Telégrafos
Batallón de Ferrocarriles

EJÉRCITO EXPEDICIONAKIO
Primer Batallón del 3”’ Regimiento de Zapadores-Minadores
Primer Batallón del 4” Regimiento dc Zapadores-Minadores

SANIDAD

Segunda brigada, con 18 compañías distribuidas por el territorio

ADMINISTRACIÓN MILITAR

Plana mayor y 17 compañías desplegadas de transporte a lomo


Primera compañía de arrastre
Segunda compañía de arrastre
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 341

GUARDIA CIVIL

17 Tercio con 4 Comandancias


18 Tercio con 5 Comandancias
19 Tercio con 3 Comandancias

GUERRILLAS Y VOLUNTARIOS

Primer Tercio de guerrillas


Segundo Tercio de guerrillas
Tercer Tercio de guerrillas
Cuarto Tercio de guerrillas
Quinto Tercio de guerrillas
Sexto Tercio de guerrillas
Séptimo Tercio de guerrillas
Octavo Tercio de guerrillas
Tercio, escuadras y guerrillas de Guantánamo
Batallón voluntarios movilizados de Pando
Batallón voluntarios movilizados de Matanzas
Tercio de voluntarios y bomberos movilizados núm. 1
Tercio de voluntarios y bomberos movilizados núm. 2
Batallón voluntarios movilizados de La Habana

BIBLIOGRAFIA

Anuarios militares
BARADO, Francisco: Nuestros soldados. 1909.
BAUTISTA CASAS, Juan: La guerra separatista de Cuba. 1896.
Colecciones legislativas
DEPÓSITO DE LA GUERRA: Memoria sobre la organización militar 1871-1890.
DROCIR DE OSORIO, Casto: Cuba espalzola. 1890.
EFEELE: El desastre nacional y los vicios de nuestras instituciones milita-
res. 1901.
342 ELADIO BALDOVÍN RUIZ

FERNÁNDEZALMAGRO,Melchor: Historia política de la España Contempo-


ránea. 1956.
FORMEK, Philip S.: La guerra hispano-cubana-americana. 1975.
GALLEGO,Tesifonte: La insurrección. cubana. 1897.
ISEKN,Damián: Del desastre nacional y sus causas. 1899.
MALJRAY GAMAZO,Gabriel: Historia crítica del reinado de Don Alfonso XIII
durante su minoría. 1925.
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go-Lorena. 1905.
Pr Y MAKGALL, Francisco: Historia de Espuña en el siglo XIX. 1890.
POLAVIEJA,Marqués de: Un político en Cuba. 1898.
REVERTERDELMÁS, Emilio: Cuba española. 1898.
WEYLEK,Valeriano: Mi mando en Cuba. 1910.

ARTÍCULOS
CASTELLANOS,
Adolfo J.: “La guerra de Cuba”, “Guerrillas” y “La guerra en
Cuba” en Revista Técnica de Infantería y Caballería. 1895- 1896.
GARCÍA CABREJAS,Remigio: “Recluta para Ultramar” en Revista A4ilitar
Española. 1887.
MADARIAGA,Federico: “La expedición militar a Cuba” en Revista Técnica
de Infantería y Caballería. 1895- 1896.
MOYA, Francisco J. de: “Consideraciones militares sobre la campaña de
Cuba” en Memorial de Artillería. 1890.
NAVARRO,Modesto: “La guerra en Cuba” en Revista Tknica de Infantería
y Caballería. 1895.
PEZUELA,Jacobo de la: “Ejército y Fuerzas Armadas en Ultramar” en Asam-
blea del Ejército y la Armada. 1862.
SANCHIZ,Joaquín: “El Ejército de la Isla de Cuba” en Asamblea del Ejérci-
to y la Armada. 1857.
1.053: “Sobre la guerra de Cuba., La trocha”, “Amigos y enemigos del sol-
dado en Cuba” en Revista Técnica de Infantería y Caballería. 1896-
1897.
“Crónica General” en Revista Cientí@a Militar. 1895- 1898.
“Estadísticas” en Revista Técnica de Znfantería y Caballería. 1895-1898.
OBRAS DISPONIBLES
OBRASEDITADASPORELMINISTERIODEDEFENSADECARACTERHISTóRICOMILITAR
345

Revista de Historia Militar

Números 50 a 83 (ambos inclusive).


Números extraordinarios dedicados a «Villamartín»,
«III Centenario del Marqués de Santa Cruz de Mar-
cenado» y «V Centenario de Hernán Cortés».
Índice general de la Revista de Historia Militar
(1982). Comprende los números 1 al 52.

África

Dos expediciones españolas contra Argel (1541-1775). (Agotado.)


Historia de las Campañas de Marruecos:
Tomo 1: (Campañas anteriores a 1900). (Agotado.)
Tomo II: (1900-1918). (Agotado.)
Tomo III: (1919-1923). 724 páginas. (Agotado.)
Tomo IV: (1923-1927). 270 páginas. (Agotado.)

Historia del Eiército Español

Tomo 1: Los orígenes (desde los tiempos primitivos


hasta la invasión musulmana), con 30 láminas,
448 páginas, 2” edición (1983).
Tomo II: Los Ejércitos de la Reconquista, con 32 lá-
minas, 235 páginas (1984).
346 OBRAS EDITADAS POR EL MINISTERIO DE DEFENSA DE CARACTER HISTÓRICO MILITAR

Ultramar
Cartografía y Relaciones Históricas
Tomo 1: América erz general (dos volúmenes).
Tomo II: EE. UU. y Canadá. Reeditado en 1989 (dos
volúmenes).
Tomo III: Méjico. Reeditado en 1990 (dos volúmenes).
Tomo IV: América Centrul. Reeditado cn 1990 (dos
volúmenes).
Tomo V: Colombia, Panamá y Venezuela (dos volú-
menes).
Tomo VI: Venezuela. Editado en 1990 (dos volúmenes).
Tomo VII: El Río de la Plata. Editado en 1992 (dos
volúmenes).
Tomo VIII: El Perú. Editado en 1996 (dos volúmenes).
Tomo X: Filipinas. Editado en 1996 (dos volúmenes).

Historia
Coronel Juan Guillermo de Marguiegui: Un perso-
na-le americano al servicio de España (1777-
1840). 245 páginas, 8 láminas en color y 12 en
negro (Madrid, 1982).
La guerra del Caribe. Reedición en 1990. Aporta-
ción del Servicio Histórico Militar a la conmemo-
ración del V Centenario.
Lu conquistu de México: Facsímil de la obra de
Antonio Solís y Ribadeneyra. Edición de 1704 en
Bruselas. (Agotado.)

Fortalezas
El Real Felipe del Calbo. Primer Castillo de la Mar
del Sur. 96 páginas, 27 láminas en color y 39 en
negro (1983).
El Castillo de San Lorenzo el Real de Clzagre. Edi-
ción en colaboración: Ministerio de Defensa, Ser-
vicio Histórico Militar y M.O.P.U.
Las fortalezus de Puerto Cabello. Aportación del
Servicio Histórico Militar a la conmemoración
del V Centenario. 366 páginas en papel couché y
137 láminas (1988).
OBKAS EDITADAS POR EL MINISTERIO DE DEFENSA DE CARACTER HISTÓRICO MILITAR 347

Historiales de los Cuerpos Y del Ejército en general

Tomo 1: Emblemática general del Ejército. Historiales de los Regimientos


de Iqfuntería núms. 1 al Il. (Agotado.)
Tomo II: Regimientos de Infanteríu núms. 12 al 30.
(Agotado.) al
Tomo III: Regimientos de Infantería núms. 31 al 40. ,
(Agotado.)
Tomo IV: Regimientos de kfanteria nums. 41 a 54.
403 páginas, 17 láminas a color (1973).
Tomo V: Regimientos de Infantería núms. 55 al 60.
35 láminas en color y 14 en negro (1981).
Tomo VI: Regimiento de Ir$antería Alcázar de Tole-
do núm. 61 y Regimiento de Infantería Lealtad
nlím. 30, con 288 páginas, 20 láminas a cuatro
colores y 5 en negro (1984).
Tomo VII: Regimiento de Cazadores de Montaña «Arapiles» núm. 62, con
189 páginas, 19 láminas a color y 9 en negro (1986). (Agotado.)
Tomo VIII: Regimiento de Cazadores de Montaña «Barcelona» nGm. 63 y
Batallones Cataluña, Barcelona, Chiclana y Badajoz, con 347 páginas,
3 1 láminas en color y 5 en negro (1988).
Tomo IX: Regimientos América y Constitución y Batullón Estella, con 350
páginas, 42 láminas a color y 9 en negro (1992).
Tomo X: Rgto. Inf: Cazadores de Montaña Sicilia núm. 67 (Bons. de In$
Colón y Legazpi).
Regimiento de Caballería Dragones de Santiago núm. 1, con 18 páginas
(1965). (Agotado.)
Regimiento Mixto de Artillería núm. 2, con 15 pági-
nas (1965). (Agotado.)
Regimiento de Zapadores núm. I para Cuerpo de
Ejército, con 25 páginas (1965). (Agotado.)
El Ejército de los Barbones. Tomo 1. Reinados de Feli-
pe V y Luis 1 ( 1700- 1746), con 300 páginas en negro
y 134 en color, en papel estucado (1990). (Agotado.)
El Ejército de los Borhones. Tomo II. Reinados de
Fernando VI y Carlos III (1746-178X), con 606
páginas, 72 láminas en color (1991).
El Ejército de los Borbones. Tomo III. Las tropas de Ultramar (siglo XVIII)
(dos volúmenes), con 1.058 páginas y 143 láminas a color.
348 OBRr\SEDITADASPORELMINISTERIODEDEFENSADECARACTERHISTóRICOMILITAR

El Ejército de los Borbones. Tomo IV. Reinado de Carlos IV (178%1808)


con 663 páginas y 143 láminas a color.
Historial del Regimiento Lanceros del Rey. Facsímil con 121 páginas en
papel couché mate a cinco colores (1989). (Agotado.)
Organización de la Artillería española en el siglo
XVIII, 376 páginas(1982). (Agotado.)
Las Campañasde la Caballería españolaen el siglo
XIX. Tomos 1 y II, con 960 páginas,4X gráficos y
16 láminas en color (198.5).
Basesdocumentalesdel carlismo y guerras carlistas
de los siglosXIX y xx. Tomos 1 y II, con 480 pági-
nas, ll láminasen negro y 9 en color (1985).
Evolución de las Divisas en las Armas del Ejército
español (1987). Con prólogo, tres anexos y un
apéndice con las modificaciones posteriores a
1982. Trata de los distintos empleos,grados y jerarquías, con minuciosas
ilustraciones en color. (Agotado.)
Historia de tres Laureadas: «El Regimiento de Artillería n.a 46», con 918
páginas, 10 láminas en color y 23 en negro (1984).

Heráldica

Tomo 1: Tratado de Heráldica Militar Libros 1.” y


2.O,en un solo ejemplar, con 288 páginas sobre
papel ahuesado,con 68 láminasen ocho colores y
50 en negro (escudosde armas,esmaltesheráldi-
cos, coronas, cascos,etc.).
Tomo II: Tratado de Heráldica Militar Libro 3.“,
Diferentes métodos de blasonar y lemasheráldi-
cos. Libro 4.“, Terminología armera y el arnés,
con 389 páginas sobre papel ahuesado, con 8
láminas en ocho colores y 1 en negro (1984).
OBRAS EDITADAS POR EL MINISTERIO DE DEFENSA DE CARACTER HISTÓRICO MILITAR 349

Blasones Militares. Edición restringida, 440 páginas,


tamaño folio, en papel couché, ciento cincuenta
documentos (pasaportes,licencias, nombramien-
tos, etc.) con el sello de las autoridadesmilitares
que los expidieron; ciento veinticuatro escudosde
armas,en color, de ilustres personalidadesmilita-
res de los tres últimos siglos; catorce retratos y
reseñasde otros tantos virreyes del Perú (1987).

Galería Militar Contemporánea

Tomo 1: La Real y Militar Orden de San Fernando (Primera parte), 2” edi-


ción (1984), con 435 páginas.
Tomo II: Medalla Militar: Primera parte: Generales y Coroneles (1970),
con 622 páginas. (Agotado.)
Tomo III: Medalla Militar: Segundaparte: TenientesCoronelesy Coman-
dantes (1973) con 497 páginas.
Tomo IV: Medalla Militar: Tercera parte: Oficiales (1974), con 498 pági-
nas. (Agotado.)
Tomo V: Medalla Militar: Cuarta parte: Suboficiales, tropa y condecom-
ciones colectivas. (Agotado.)
Tomo VI: La Real y Militar Orden de San Fernando (Segunda parte)
(1980), con 354 páginas.(Agotado.)
Tomo VII: Medalla militar: Quinta parte. Condecoracionesen las Campa-
ñas de África de 1893 a 1935 (19X0), con 335 páginas.(Agotado.)

Otras obras

Carlos III. Tropas de CasaReal. RealesCédulas. Edición restringida. Ser-


vicio Histórico Militar. (1988), 350 páginas,
tamaño folio, en papel verjurado, 24 láminas en
papel couché y color, 12 de ellas dobles.
hdice bibliográfico de la Colección Documentaldel
Fraile, con 449 páginas(1983).
Catálogo de los fondos cartogr@cos del Servicio
Histórico Militar Dos volúmenes(198 1).
Cerramientosy Trazas de Montea. Edición en cola-
boración: Servicio Histórico Militar y CEHOPU.
Lu guerra de minasen España, 134 páginas(1948)
350 OBRAS EDITADAS POR EL MINISTERIO DE DEFENSA DE CARACTER HISTÓRICO MILITAR

Carpetas de láminas:

Ejército Autro-hkngaro. Carpeta de Armas y carpeta


de Servicios. 4 láminas cada una.
Caballería europea. 4 láminas.
Milicia Nacional local voluntaria de Madrid. DOS
carpetas de 6 láminas.
Ejército alemán, siglo XIX. 6 láminas.
Carlos III. Tropas de Casa Reul. 6 láminas.
Ejército francés (siglos XVIII v XIX). 6 láminas.
Carlos III. Estados Militares de España. 6 láminas.
Primer Regimiento de la Guardia Real de Infante-
ría. Vestuario 1700-l 8 16. 6 láminas.
Tropas de IJltramar: 6 láminas.
El Ejército de los Estados Unidos (siglo XVIII). 6 láminas.
Comitiva Regia del Matrimonio de Alfonso XII y la Archiduquesa Muriu
Cristina. 14 láminas.
El Ejército de Fernando VII. 8 láminas.

OBSERVACIONES

Todas estas obras pueden adquirirse, personalmente, en este Servicio


Histórico Militar y en el Centro de Publicaciones del Ministerio de Defen-
sa (calle Juan Ignacio Luca de Tena, 30, 28027 Madrid) o por teléfono al
(91) 320 25 OO (ext. 4202).
In Memoriam . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

Artículos:
José Rizal: Padre de la nación filipina, por Francisco Marín Calahorra, Coronel
de Caballería . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

Eloy Gonzalo y Cascorro, por Gabriel Rodríguez Pérez, Coronel de Infantería . . . . . . . . . . . . . 43

Antecedentes filipinos del 96-98, por Leandro Tormo Sanz, Investigador del CSIC . . . . . . . . . . 67

La guerra hispano-cubana-norteamericana: los combates terrestres en el escenario


oriental, por Guillermo G. Calleja Leal, Doctor en Geografía e Historia . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91

Polavieja: un general para una crisis. El polaviejismo en torno a 1898, por Pablo
González-Pola de la Granja, Comandante de Sanidad (Vet.) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161

Diario de Operaciones en Cuba: Por el Teniente de Infantería don Enrique Piqueras


Causa (1895-1897), por Enrique Pérez Piqueras, General de Brigada de Infantería . . . . . . . . . 201

La guerra hispano-norteamericana en Filipinas, por Andrés Más Chao, General de


División . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227

La campaña 1896-1897 en Filipinas y visión desde el campo insurrecto, por Pedro


Ortiz Armengol, Embajador de España . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257

El Ejército español en Cuba, por Eladio Baldovín Ruiz, Coronel de Caballería . . . . . . . . . . . . 287

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