Artículos Sobre Guerra Del 98 de Revista Militar
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REVISTA
DE
HISTORIA MILITAR
IN MEMORIAM . . . .. .. . .. . .. . .. . . . . .. . . .. . . . . .. . . .. . .. . . . .. . .. . . . . . . . .. . .. .. . . . .. . . . .. . . .. . . . . 9
ARTÍCULOS
OBRAS DISPONIBLES
L
A comitiva salió de la Fuerza de Santiago. Rizal, atado codo a codo,
precedido por un corneta y un tambor. Le acompañaban dos sacer- ,
dotes, los jesuitas Vilaclara, su último confesor, y March: detrás su
defensor el teniente Luis Taviel de Andrade y una escolta de Artillería.
Marcharon lentamente por el Paseo de María Cristina. Dejaban a la
derecha el mar y a la izquierda la muralla de la ciudad. Frente a ellos la
bahía de Manila se abría en todo su esplendor, a lo lejos hacia el sur los
montes de Cavite y recortada en el horizonte, al fondo, la silueta del islote
de Corregidor. Mucha gente, filipinos y españoles, habían acudido, pese a
la temprana hora, para contemplar la ejecución.
El grupo llegó al final de la muralla, entró en el Paseo de La Luneta y
se dirigió al campo de Bagumbayán, donde se hallaba formado el cuadro
por las tropas que, según la Orden de la plaza de Manila del día anterior,
estaba constituido por dos compañías del Batallón de Cazadores Expedi-
cionario número 7, una del Batallón de Cazadores número 8, otra del Regi-
miento de Línea número 70 y otra del Batallón de Voluntarios, con banda y
música.
Rizal entró en el cuadro, se colocó en el extremo no ocupado por los sol-
dados y pidió ser fusilado de frente; el oficial al mando del piquete le res-
pondió que sus órdcncs eran hacerlo de espaldas. El reo argumentó: /Yo VIO
14 FRANCISCO MARíN CALAHORRO
El hombre
En bello día,
Cuando radiante
Febo en Levante
Feliz brilló,
En Barrameda
Con gran contento
El movimiento
Doquier reinó
’ RIZAL, José: “Al Excmo. Sr. D. Vicente Barrantes”, en Ln Solidaridad, núm. 25. Madrid. 15 de
febrero de 1890.
18 FRANCISCO MARíN CALAHORRO
do en lo que había más allá al otro lado de las olas. En nuestro pueblo veí-
amos, todos los días casi, al teniente de la Guardia Civil, al alcalde cuan-
do lo visitaba, apaleando é hiriendo al inerme y pactfico vecino que no se
descubría y saludaba desde lejos. En nuestro pueblo veíamos la ~fuerza
desenfrenada, las violencias y otros excesos cometidos por los que estaban
encargados de velar por la paz pública; y, fuera, el bandolerismo, los tuli-
sanes, contra los cuales eran impotentes nuestras autoridades. Dentro
teníamos la tiranía y fuera el cautiverio. Y me preguntaba entonces si en los
paises que habia allá, al otro lado del lago, se vivía de la misma manera:
si allá se atormentaba con duros y crueles azotes al campesino sobre quien
recaía una simple sospecha: si allá se respetaba el hogar; si para vivir en
paz había que sobornara todos los tiranos...%
Termina 1880 representando, con ocasión de las fiestas de la Inmacula-
da Concepción, a requerimiento de los jesuitas, una zarzuela titulada Junto
al Pasig. Rizal, que por entonces estudiaba en la Real y Pontificia Univer-
sidad de Santo Tomás, no había abandonado su antigua relación con ellos,
pues seguía colaborando con el Ateneo Municipal en su calidad de Presi-
dente de la Academia de Literatura Castellana de ese centro. La obra, su
úníca pieza teatral, es una alegoría del triunfo de la Virgen María sobre
Satán, que concluye con un canto:
’ PALMA. Rafael: Bio,cy~@~ dr Ki:o/. Bureau of Printing. Manila. 1949, pp. 47-48.
’ NAVARRO DE FRANCISCO, César y otros: Kiznl J la crisis del 98. Parteluz. Madrid, 1997,
p. 94.
’ PALMA, Rafael: 01~. cir., p. 47.
22 FRANCISCO MARÍN CALAHORRO
ce el 25 de junio de 1884, con ocasión del homenaje que los filipinos ofre-
cían en Madrid al pintor Juan Luna, en reconocimiento al éxito de su obra
Spoliarum.
Rizal, que ese día había ganado por oposición el primer premio de grie-
go y anotado en su diario que no había comido por falta de dinero, pronun-
ció, al iniciar los brindis, una de las pocas piezas oratorias, tal vez la única,
de su vida. El auditorio estaba formado por políticos relevantes -Moret,
Labra, Andrés Mellado, Morayta, etc.- y un nutrido grupo de pintores,
escritores y periodistas, así como representantes de la colonia filipina.
La tesis central del discurso postulaba que Filipinas caminaba hacia la
madurez y, saliendo de su letargo histórico, . .. vuelve a despertarse conmo-
vida por el choque eléctrico que le produce el contacto de los pueblos occi-
dentales, y reclama la luz, la civilización que un tiempo les legara, confir-
mándose así las leyes externas de lu evolución constante, de las
transformaciones, de la periodicidad, del progreso. Planteado esto, y des-
pués de hacer el panegírico de los pintores Luna e Hidalgo, también home-
najeado, pasó a presentar una crítica sobre la actuación de algunos españo-
les en la colonia: Si la madre enseña al hijo su idioma para comprender sus
alegrías, sus necesidades d dolores, Espuñu, como mudre, enseña también
su idioma á Filipinas, pese á la oposición de esos miopes y pigmeos que
asegurando el presente, no alcanzan á ver en el porvenir; no pesan las con-
secuencias; nodrizas raquíticas, corrompidas y corruptas, que tienden á
apagar todo sentimiento legítimo que, pewirtiendo el corazón de los pue-
blos, siembran en ellos los gérmenes de las discordius pum que se recoju
más tarde el fruto, el anapelo, la muerte de las generaciones futuras.
Por último, para finalizar el discurso, define su visión peculiar de la
relación entre españoles y filipinos, que son dos razas que se aman y se
quieren, unidas moral, social y políticamente, en el espacio de cuatro
siglos, para que formen en el futuro una sola nución en el espíritu, en sus
deberes, en sus miras, en sus privilegios, y a continuación brinda, entre
otras cosas, porque la madre España, solícita y atenta al bien de sus pro-
vincias, ponga pronto en práctica las reformas que largo tiempo medita; el
surco está trazado y la tierra no es estéril”.
Rizal no piensa en la independencia, su filosofía puede resumirse en
cuatro palabras: provincia, sí; colonia, no. Pretende que se vuelva a la situa-
ción establecida en la Constitución de 1812, en la que Filipinas es conside-
rada como una provincia y tiene representantes en las Cortes españolas.
’ RETANA, W.E.: vida y escritos del Dr: Rizal. Ed. ljbrería General de Victoriano Suárez, Madrid.
1907, pp. 95-99.
JOSÉ RIZAL: PADRE DE LA NACIÓN F’ILIPTNA 23
” Idem: Op. cir., pp. 151-155. Carta fechada en Londres el 27 de julio de 1888.
” MORGA, Antonio de: Sucesos de las Islas Fili@nas. “Obra nuevamente sacada á la lw y ano-
tada por José Rizal”. Ed. Librería de Garnier Hermanos, París, 1890, p. VI. Dedicatoria “A los filipinos”
de José Riaal.
JOS RIZAL: PADRE DE LA NACIÓN FILIPINA 27
los filipinos, no quería ser causa de división entre ellos y abandonó el pues-
to de responsable, que es asumido por Del Pilar, marchando a Francia a
final de enero para pasar a Bélgica y establecerse en Gante.
Deja de colaborar en La Solidaridad. No por resentimiento sino, como
manifiesta en carta a Del Pilar, por: (1) Q ue necesito tiempo para trabajar
en mi libro; (2) que quería que otros filipinos trabajasen también; (3) he
considerado que en el partido vale mucho que haya unidad en los trabajos
y puesto que tú estás arriba y yo tengo también mis ideas, vale más dejar-
te dirigir sólo la política tal como la comprendes y no meterme en ella. Ésto
tiene dos ventajas; nos deja a ambos en libertad y aumenta tu prestigio, lo
cual es muy necesario, pues en nuestro país se necesitan hombres de pres-
tigio. Ésto no quiere decir que no trabaje yo y siga el curso de los trabajos
vuestros.. yo soy como un cuerpo de ejército que en el momento necesario
me veréis llegar para caer sobre losjlancos del enemigo que teneis delan-
te. Sólo pido a Dios que me de los medios para h.acerh?.
Está claro que Rizal no ha abandonado, ni abandonará, la lucha. Com-
bate a su manera, usa las palabras como dardos; no es un hombre de acción,
al estilo de Aguinaldo y Bonifacio, pero denuncia, enseña las llagas de su
pueblo y despierta en éste el ideal nacional. Su trinchera es el papel impre-
so y, por ello, para reiterar esfuerzos ataca de nuevo con su pluma. Nace así
a la luz, en Gante, la segunda parte del Noli me tangere, el Filibustero y,
para que no quede duda de su objetivo, lo dedica a la memoria de los tres
presbíteros -Gómez, Burgos y Zamora- ejecutados en el patíbulo de
Bagumbayan el 28 de febrero de 1872, denunciando lo que considera una
condena injusta: . ..en tanto, pues, no se demuestre claramente vuestra par-
ticipación en la algarada caviteña, hayáis sido ó no patriotas, hayáis ó no
abrigado sentimientos por la libertad, tengo derecho á dedicaros mi traba-
jo como á víctimas del mal que trato de combatir Y mientras esperamos que
España os rehabilite un día y no se haga solidaria de vuestra muerte, sir-
van estas páginas como tardía corona de hojas secas sobre vuestras igno-
radas tumbas...”
La llegada de algunos ejemplares a Manila hace que arrecien los ataques
contra Rizal y que, en Calamba, su familia sea acosada, se desahucie y
deporte a parientes y amigos e incluso algunas de sus viviendas sean derri-
badas. Todo esto le impulsa a abandonar Europa y dirigirse a Hong Kong,
donde llega a fines de noviembre, para estar cerca de los suyos y, si fuera
posible, regresar a Manila.
cies animales, que envió a Europa central para su estudio. Vivió con Jose
Phine Bracken, de origen irlandés, que le dio un hijo, que murió al poco de
nacer. Intentó alejarse de la política, pero al final sería acusado de mantener
contactos con la sociedad denominada Kupitunan o Asociación de los Hijos
del Pueblo, creada por Andrés Bonifacio, para pronunciar la lucha armada
contra España.
Rizal, para salir del destierro, se ofreció voluntario para servir como
médico de las fuerzas expedicionarias españolas en Cuba. El 30 de julio de
1896 recibió la comunicación, fechada el 1 de dicho mes, por la que el gene-
ral Blanco le informaba de su destino a la Gran Antilla. El día 6 de agosto
llegaba a Manila, perdiendo el correo a la Península que salió el día ante-
rior. El destino le jugaba una mala pasada: el retraso de la carta de Blanco,
la pérdida del correo y tener que esperar al siguiente vapor, el 3 de sep-
tiembre, forman una cadena de circunstancias que le atraparían sin remedio.
El último eslabón sería el estallido de la revolución preparada desde el Kati-
punan y dirigida por Andrés Bonifacio. Partió hacia Barcelona en el Isla de
Panay, donde llegó el 3 de octubre para ser reembarcado hacia Filipinas en
el vapor Colón, que transportaba tropas españolas para sofocar la insurrec-
ción. Llegó a Manila el 3 de noviembre para ser procesado, juzgado y con-
denado a muerte.
La semblanza que hizo Gómez de la Serna, presenta a Rizal hombre de
la siguiente manera:
Los objetivos del Noli son claros: quiere dar a conocer los males que, a
su juicio, corroen a su país y entiende que para ello tiene que exponerlos a
la luz pública. Pretende lograr la movilización del pueblo filipino para que
reivindique que le sean reconocidos los derechos humanos, que ya se pre-
conizan en esa época en el mundo civilizado; quiere que deje de ser consi-
derado una raza inferior y tratado como ciudadanos de segunda clase.
Tres años más tarde, en 1889, en la reimpresión que hace de los Suce-
sos de las Islas Filipinas de Morga su objetivo es dar a conocer su pasado
a los filipinos, para que recuperen su historia, puedan juzgar mejor el pre-
” MORGA, Antonio de: Op. cit., p. V. Dedicatoria “A los Filipinos” de José Rizal.
z2 RIZAL, José: “Filipinas dentro de cien aÍios”, en La Solidaridad. Madrid, septiembre de
1889+nero de 1890.
JOSÉ RIZAL: PADKE LE LA NACIÓN FILIPINA 35
26 VEYRA, Jaime C. de: El “Último Adiós” de Rizal. Bureau of Printing. Manila, 1946, p. 53.
JOSÉ RIZAL: PADRE DE LA NACIÓN FILIPINA 41
Epítome
Introducción
E
N la tarde del pasado 17 de junio una compañía de honores del Regi-
miento de Infantería Inmemorial del Rey no 1, del Cuartel General
del Ejército, rendía honores al soldado Eloy Gonzalo García, el
héroe de Cascorro, ante el monumento que tiene dedicado en la popular
plaza madrileña de este nombre, en un acto.presidido por el Alcalde y el
Gobernador Militar de Madrid. Se conmemoraba el centenario de la muer-
te del héroe en el hospital militar de Matanzas, el 18 de junio de 1897.
Ha sido frecuente la confusión entre los nombres de Eloy Gonzalo y
Cascorro, es decir, el del héroe y el del lugar de la hazaña. Esta confusión
queda bien patente cuando se oye decir el monumento a Cascorro, alu-
diendo al citado monumento a Eloy Gonzalo en la plaza de Cascorro, así
como en el conocido dicho más mili que Cascorro, refiriéndose a perso-
nal de tropa con cierto tiempo de servicio. Pero en el callejero madrileño
están presentes tanto el héroe, Eloy Gonzalo, cuyo nombre lleva una calle,
como el lugar del hecho, Cascorro, cuyo nombre lleva la ya referida plaza,
que anteriormente se llamó plaza del Rastro. La ubicación del monumen-
to en ese lugar ha contribuido a la confusión aludida, pero ha unido los
nombres del héroe y del lugar del hecho heroico, en la expresión en pie-
dra del recuerdo de la capital de España a uno de sus héroes más popula-
res.
44 GABRIEL RODRÍGUEZ PÉREZ
De Chupineríu u Cuscorro
dos muertos y dos oficiales y veinte soldados heridos. A los atacantes se les
recogieron diecinueve muertos y un gran número de caballos heridos.
Ello indica la situación al este de la trocha de Júcaro a Morón, es decir,
la mitad oriental de la isla, en la que las partidas aún dominaban práctica-
mente el campo y la manigua, en contraste con la parte occidental, donde
las que quedaban estaban en continua huida ante las columnas volantes y
sin osar acercarse a las poblaciones más que para ligeras acciones de hosti-
gamiento. Cascorro, una vez suministrado, tuvo un periodo de tranquilidad,
que no podía durar mucho. Esta tranquilidad no quiere decir falta de activi-
dad,pues ésta era continua, dada la situación de incertidumbre sobre la posi-
ción de las partidas y la consiguiente necesidad de vigilancia, reconoci-
mientos y acciones en general con finalidad de información y seguridad.
La acción de Cascorro
en las mejores condiciones y, el día 28, se presentó una mujer con una carta
del marqués de Santa Lucía, presidente de la república constituida en la
manigua, reiterando la intimación de la rendición en las mejores condicio-
nes, ofreciendo paso libre hasta la capital de la provincia a cambio de la
entrega de los fortines. Cascorro no tenía un gran valor estratégico, pues era
uno más de los puntos ocupados en la distribución de las fuerzas para el
control del territorio. Esencialmente, se trataba de atraer allí la atención del
capitán general Weyler y hacerle alterar su plan de campaña, que estaba aca-
bando con la insurrección en las provincias del Pinar del Río, Matanzas y
Las Villas, como ya había acabado con la misma en la de La Habana. El
capitán Neila rechazó de nuevo la intimación y, a continuación, se reanudó
el fuego, que continuó con intensidad variable durante los días siguientes.
El día 30 fue la fecha de la hazaña. En la madrugada de ese día, los
mambises atacantes habían ocupado sigilosamente la casa de don Manuel
Fernández, a unos cincuenta metros del fortín, y desde ella hacían un fuego
muy efectivo sobre el mismo, incomunicándolo además con los otros. La
situación se hacía ex,tremadamente grave. El parte de guerra del capitán
Neila dice textualmente : . ..se intentó quemar dicha casa por medio de
botes de petróleo que no dieron resultado, visto lo cual, se presentó volun-
tario el soldado Eloy Gonzalo García para dar fuego a aquélla, con la con-
dición de que lo atasen con una cuerda para tirar de él y no quedar en
poder del enemigo en caso de morir: El capitán aceptó el ofrecimiento de
Eloy Gonzalo que, atado con una cuerda, provisto de cerillas y una lata de
cuatro litros de petróleo, y apoyado por todos los fuegos del fortín, salió del
mismo, se dirigió a la referida casa de don Manuel Fernández y la incendió,
regresando a continuación sano y salvo. Aprovechando el fuego, el capitán
ordenó al teniente Perier que hiciese una nueva salida con un cabo y veinte
soldados, uno de los cuales fue Eloy Gonzalo; con ello se consiguió disper-
sar a los que evacuaban la casa y a los que estaban atrincherados en sus
inmediaciones, los cuales tuvieron que replegarse a la manigua próxima,
haciéndose menos agobiante el cerco y menos efectivo su fuego.
El día 2 de octubre el fuego de fusilería se vio de nuevo reforzado con
el de los cañones. La acción por el fuego continuó, con mayor o menor
intensidad, hasta la tarde del 4 de octubre, en que los atacantes quemaron
sus trincheras y se retiraron. Era que venía avanzando una columna manda-
da personalmente por el comandante general de Camaguey, el general
Jiménez Castellanos, que había salido de Minas -al noreste de Puerto Prjn-
cipe-, el día 3, sosteniendo duros encuentros en el ingenio Oriente, y for-
zando las sucesivas líneas de resistencia, muy bien dispuestas por Máximo
Gómez, en los potreros Lugones, Delirio y Conchita, el día 4. La columna
ELOY GONZALO Y CASCORRO 53
El marco belico
Tan decisiva fue esta situación que la insurrección iba a estallar ese
mismo año 1894, en que el Partido Revolucionario Cubano, fundado y diri-
gido por ~1 poeta José Martí, había organizado una expedición con tres bar
cos cargados de material de guerra y cuatrocientos hombres armados y equi-
pados, a las órdenes de Antonio Maceo, que una vez desembarcado en
Cuba, había de entrar en contacto con otros grupos desembarcados en dis-
tintos puntos y con las partidas levantadas en otros lugares de la isla. El
plan, enmascarado con el pretexto de llevar a Cuba maquinaria y trabajado-
res, fracasó por una información que permitió que el Ministro de España en
Washington requiriera la intervención del gobierno de Estados Unidos que,
cumpliendo con su deber, ordenó la detención, registro y decomiso del car-
gamento, que quedó confirmado que era material de guerra.
Decididos como estaban los independentistas cubanos, y sus apoyos
peninsulares e internacionales a llevar a cabo la insurrección, el descubri-
miento y consiguiente fracaso del plan de Fernandina sólo la aplazó y, final-
mente, estalló el 24 de febrero de 1895 -aprovechando el domingo de car-
naval-, con el grito de Baire, en esta pequeña localidad de la provincia de
Oriente. El alzamiento fracasó en las provincias de La Habana y Matanzas,
no llegó a estallar en la de Las Villas y ni siquiera se intentó en la de Pinar
del Río; pero en las de Oriente y Camagüey se fue extendiendo, como dice
Fernández Almagro, de poblado en poblado, de ingenio en ingenio y de
potrero en potrero.
Pronto las partidas alzadas, que sumaban efectivos muy superiores a los
de las disminuidas fuerzas españolas, y con un heterogéneo armamento nor-
teamericano y europeo, recibido en expediciones filibusteras procedentes
de EstadOs Unidos, emprendieron la tarea de extender la insurrección a toda
la isla, llevando la guerra de guerrillas a sangre y fuego a las provincias
occidentales, donde el llamada Ejército Libertador se presentó con el cali-
ficativo de Ejército Invasor, sembrando el terror, destruyendo la riqueza
existente, llegando a emplear la dinamita contra las vías férreas y demás
obras públicas, y haciendo que los pueblos se les sometiesen, huyendo o
entregándoles las armas los voluntarios que los defendían, sin atreverse a
resistir. Hubo que movilizar e ir enviando refuerzos poco a poco, en sucesi-
vas expediciones. Como puede verse leyendo a Fernández Almagro, al
general Weyler, a Gonzalo de Reparaz, etc., el Presupuesto de la Paz trajo
la guerra y, en vez de los ahorros que se pretendieron con el mismo, hubo
que hacer gastos mucho mayores.
En Cuba había surgido una guerra civil entre partidarios de la unión con
España y los partidarios de la independencia. A pesar del componente racial
negro con Maceo, Quintín Banderas, Juan Gualberto Gómez, etc., la guerra
58 GABRIEL RODRÍGUEZ PÉREZ
Después de Cascorro
Epílogo
FUENTES
BIBLIOGRAFÍA
BOSCH, Juan: De Cristóbal Colón u Fidel Castro. Tomo II. Madrid, 1985.
FERNÁNDEZ ALMAGRO, Melchor: Historia política de la España contempo-
r-anea. 1868-1902. Tomos II y III. Madrid, 1968.
GUITERAS, Pedro José: Historia de la isla de Cuba. Tomo III. La Habana,
1928.
ISIDRO MÉNDEZ,Manuel: José Martí. Estudio biográfico. Madrid, 1925.
MENÉNDEZ CARABIA: La Guerra de Cuba. Madrid, 1896.
PARDOCANALES, Enrique: Eloy Gonzalo, héroe de Cascorro. Madrid,1984
(Ciclo de conferencias sobre Madrid en el siglo XIX).
REVERTER DELMÁS, Emilio: Cuba española. Madrid, 1898.
WEYLER, Valeriano: Mi mando en Cuba. Tomos 1 a IV Madrid, 19 10.
ANTECEDENTES FILIPINOS DEL 96-98
Leandro TORMO SANZ
Investigador del C.S.I.C.
Introducción
E
N mi artículo sobre las «Repercusiones de la guerra de 1898 en Fili-
pinas», publicado en los Cuadernos monográficos del Instituto de
Historia y Cultura Naval’, dejé pendiente el largo tema de la religio-
sidad y personalidad del pueblo filipino, que le caracterizaron como puente
entre Oriente y Occidente, eslabón final de la gran utopía española, de cato-
licidad universal, comunidad política de príncipes y repúblicas cristianas.
Respetando sus diversas lenguas y culturas que llegan vivas hasta hoy,
los capitanes españoles se hermanaron con los cabezas de barangay acep-
tando un rito propio de su gentilidad, conocido por pacto de sangre; a su vez
los jefes indígenas, junto con su pueblo, aceptaron después de conocer el
catecismo, la hermandad cristiana por medio del agua bautismal.
Nuestros frailes misioneros se enseñaron entre sí y con los niños las más
diversas lenguas sintiéndose en la obligación de enseñar a los filipinos todo
cuanto ellos fuesen capaces de aprender, para lo cual levantaron junto al
templo y convento la escuela de leer, escribir y cantar, tanto para niños
como para niñas, y llegaron a fundar colegios intermedios y universidades
donde estudiaron españoles e indios. En estos estudios superiores se formó
la clase dirigente de su República Indiana, finalidad que fue aceptada y pro-
tegida por los monarcas españoles de la Casa de Austria; no tanto por la de
i Archivo Histórico Nacional (A.H.N.): Ultramar 5152. En carta de 4 de enero de 1870 el Gober-
nador de Filipinas dice al Ministro de Liltramar: Exigr tnmhi&, ~1 estado del Pak, un buen sistema de
instrucción pública, puesto que el que hoy tiene está reducido n una Universidad, en la que .t6lo se fir-
man teólogos y abogados, cuyas clases son aquí las menos necesarias, y que udernús, son el foco de los
que representan el partido antiespañol.
3 TORMO SÁNZ, Leandro: Op. cit., pp. 128-130.
-i MOLINA, Antonio: Historia de Filipinas, 1, p. 241.
( A.H.N.: Ultramar 5218, exp. 113. Carta núm. 77 del gobernador José de la Gándara al Ministro
de Ultramar contestando a la orden núm. 959.
ANTECEDENTES FIIdPTNOS DEL 96-98 69
pulco les trajo plata mejicana, familias, soldados, frailes, libros y también
productos del Perú.
Todo esto: cuentos, leyendas, historias de España y de Hispanoamérica
se filipinizaron y vivieron como elementos propios no sólo hasta 1898, sino
incluso hasta hoy.
A Carlos María de la Torre Navacerrada le tocó cumplir la odiosa orden
gubernamental de dar el cese a los funcionarios del régimen anterior a La
Gloriosa y colocar en sus puestos a los partidarios de ésta, de lo cual nos
dejó escrito en su Memoria instructiva lo siguiente:
Tal actuación fue considerada por Pedro Gutiérrez Salazar similar a las
Proscripciones de Sila’, atribuyendo a sus disposiciones liberales y amigos de
ellas la responsabilidad del motín de Cavite poco tiempo después de su regre-
so a España. De la Torre, saliendo en su defensa, presentó una instancia
pidiendo permiso para publicar algunos documentos oficiales y reservados
para probar su inculpabilidad; pero los tiempos habían cambiado y no se le
concediólO. Fue afortunado en la solución de una conmoción religiosa popu-
lar que, junto con la revolucionaria, ha estudiado Reynaldo Clemeña Ileto”.
’ REBANAL RAS, Jeremías: “El Gobernador de Filipinas Carlos María de la Torre Navacerrada”, en
Missionalia Hispánica, núm. 113, p. 175.
’ Este es el título del îolleto que publicó Gutiérrez Salazar en Madrid el año 1870. Sobre este autor
ha elaborado una brillante tesis don Antonio Caulín Martínez.
‘” REBANAL RAS, Jeremías: Op. cir., p. 171.
” Luego publicó un muy interesante libro titulado Pasyon and Revolution; Popular Movements in
the Philippines, 184~1910, cuya tercera edición apareció en Manila el año 1989.
72 LEANDRO TORMO SANZ
Campaña de Filipinas.
ANTECEDENTES FILIPINOS DEL 96-98 73
l2 A.H.N.: Ultramar 1264, exp. 4. Según Juan Manuel de la Matta, por vicioso, según carta núm.
25 del 16 de noviembre de 1841 dirigida al Secretario de Estado y del Despacho de Hacienda de
Indias.
74 LEANDRO TORMO SANZ
haber hecho prisionero alguno aquel día. Todo el que se pudo coger fue
fusilado y sólo se arrestaron a trescientas catorce mujeres aglomeradas en
un camarín que servía de capilla de campo, en donde no se las veía desde
fuera, las cuales animaban a los suyos durante la pelea e insultaban a las
tropas.
Combate semejante entre indios y soldados españoles no lo presenta la
historia de aquellos dominios desde su descubrimiento, prescindiendo ahora
de los que pudieron traer las cosas a aquel doloroso trance. El ejemplo de
haber medido aquellos indígenas sus armas con las autoridades y las tropas
del Gobierno, fue funestísimo para la conservación de las islas, porque si
bien el terrible escarmiento que sufrió el rebelde les debió haber infundido
temor y sumisión al Gobierno, también les dio conocimiento de sus propias
fuerzas y de lo que podrían hacer contra la dependencia de la metrópoli uni-
dos con los demás habitantes que, en número de más de tres millones,
poblaban aquel inmenso archipiélago, casi todos indios, de unas mismas
costumbres, de unas mismas ideas y de unos mismos intereses, y debió tam-
bién haber dejado en muchos de ellos sentimientos de venganza que tan
duraderos son en pueblos como aquéllos.
De esta disposición y de este estado tan peligroso se aprovecharon
para ulteriores planes políticos más adelante algunos malcontentos y
ambiciosos de los que aspiraban a la independencia, -hombres de más
saber, de más riquezas y de más influjo que los indios-, y se aproveharon
sobre todo los extraños, los que veían con celos y rivalidad aquellas tan
ricas y fértiles, como bien situadas, posesiones para el comercio de Orien-
te.
A juzgar por lo que declararon la mayor parte de los que se aprehendie-
ron y, sobre todo por lo que manifestaron algunos de los oficiales de las
compañías que componían la columna, señaladamente Ramón Gané -capi-
tán del Regimiento de Dragones de Luzón, que es el que habló con más sig-
nificación-, ni el número de los rebeldes, ni el de los que entre ellos iban
armados, ni que la resistencia hubiera sido tan tenaz, es cierto, y lo prueba
el hecho de que no consta que hubiese más de nueve heridos por parte de la
tropa, sin que se hable de ningún muerto.
Aprehendido Apolinario por gentes, según se dijo, de su mismo
bando, y habiéndosele tomado la competente declaración el 2 de noviem-
bre, fue puesto en capilla y fusilado el día 4 por orden de Huet, no obs-
tante las reflexiones que el capitán Goné le hizo a éste sobre la conve-
niencia de no fusilarlo entonces por los descubrimientos que pudiera
haber hecho. Fueron fusilados por la misma orden, el día 6, Dionisio de
los Reyes, Francisco Espinosa de la Cruz y Gregorio Miguel de Jesús, el
78 LEANDRO TORMO SANZ
primero como cofrade y IOS otros dos como cabecillas que manejaron el
alzamiento’3.
El intendente Juan Manuel de la Matta informó el 16 de noviembre de
1841 sobre la cofradía de San José al Secretario de Estado, considerando
que los seguidores de Apolinario le veneraban como LUZverdadero funda-
dor y le dieron después de su pronunciamiento el pomposo título de Rey
de los Tagalos. El negar su aprobación eclesiástica se hizo, según De la
Matta: por lo vicioso de la institución, y para evitar que el espíritu revo-
lucionario de emancipación, común a todas las posesiones ultramarinas
del mundo, y que no deja de tener en éstas muchos partidarios, se valiese
de la multitud de fanáticos entregados a Apolinario, para conseguir sus
depravudos fines, comprometiendo, por lo menos, la tranquilidad y aun
seguridad de estos habitanteY4. Enardecidos los cofrades con la negativa
y animados probablemente por las sugestiones de algunos agentes del par-
tido independiente, continuaron sus reuniones clandestinas rechazando a la
gente del gobernador que fue de la mayor parte abandonado, huyendo
muchos de terror, y pasándose no pocos cuadrilleros de Tayabas a los con-
jurados.
Respecto a una posible infiltración política escribió el 7 de noviembre
de 1842 el Fiscal de la Audiencia manileña lo siguiente:
li A.H.N. Ultramar, leg. 5152. Exposición documentada de la Audiencia de Manila con motivo de
la causa formada en averiguación del origen de la cofradía de San José.
” A.H.N. Ultramar, leg. 1264, exp. 4. Carta número 25 del 15 de noviembre de 1841 del intendente
general de Filipinas Juan Manuel de la Matta al Secretario de Estado.
80 LEANDRO TORMO SANZ
El rebrote de la Cofradía
por todo. Con misterio se reunían los cofrades de cada barrio en las casas
de sus cabecillas donde recibían estampas, escapularios, antig ant& o amu-
letos, que pagaban a dichos cabecillas, importe que, como el de la oferta
semanal, les estaba absolutamente vedado el averiguar ni aun preguntar por
su destino”.
Hechos
m
te A.H.N. Ultramar 5 152. Carta del alcalde mayor de Tayabas, Emilio Martín, al Gobernador Gene-
ral de Filipinas con motivo de la reaparición de la cofradía de San José.
82 LEANDRO TORMO SANZ
” A.H.N. Ultramar 5152. Carta de 2 de julio de 1870 del alcalde mayor de Tayabas al Gobernador
Superior de Filipinas y que éste envió al Ministro de Ultramar.
ANTECEDENTES FILIPINOS DEL 96-98 83
Comparaciones
La cofradía de San José, fundada por Apolinario de la Cruz, fue una aso-
ciación religioso-cristiana-ortodoxa que no obtuvo de la jerarquía católica
su necesaria autorización, por haber sido, según el intendente general Juan
Manuel de la Matta, viciosa, en el sentido de abundante económicamente,
esto es, según Sinibaldo de Mas, una socaliña, secreta en materias crema-
tísticas y discriminatoria respecto a chinos, hindúes, españoles y sus mesti-
zos, no por motivos racistas sino por temor a que estos descubrieran la parte
fraudulenta de Apolinario y sus cabecillas’“. Sociológicamente pudo ser un
intento de mantener sus jerarquías prehispánicas por vía de una asociación
cristiana con visos cismáticos, en la cual pervivía la principalía y los cabe-
zas con el diminutivo de cabecillas, elegidos directamente por Apolinario,
sin intervención popular, eclesiastica 0 política.
En su reaparición por obra de Labios, la cofradía deja de ser ortodoxa.
Se da en ella un rebrote de viejas hierofanías de las cuales -y de su extir-
pación- informó el alcalde Martín al Gobernador Superior lo siguiente: he
practicado una exploración en el monte Banajao y sitios frecuentados por
los supersticiosos de los barrios de Ypsabang, Nunca y Potol, encontrando
en el bosque un baño llamado Santa Lucha, el que destrui, como las toscas
cruces que le guarecían. Proseguida la ascensión hallé un árbol en cuyo
tronco se leia Primer Cielo y sucesivamente otros seis que fueron cortados.
Mucho mas arriba y ya por un terreno escabroso se encontró una piedru
grunde ennegrecida con muchas manchas de cera y, según, los guías, era la
que la superstición consideraba milagrosa y en donde se celebró el casa-
miento del Feliciano y la Saturnina, dispuse echarle un barreno quedando
” A.H.N. Ultramar 5152. Exposicibn documentada de la Audiencia de Manila: Sólo debe notarse
pw en unrr de dichas cartas ~~zcarga Apolinario que no se crdmitiurn en la Asociación los mestizos, esto
es, los procedente.! de raza china e india, que generalmente son mós entendidos, y los que poseen mayo-
res riquezas.
84 LEANDRO TORMO SANZ
ANTECEDENTES FILIPINOS DEL 96-98 85
en una gran parte despedazada, a tal piedra llamar los cofrades Iglesia
Mayor. Continué y 110 encontré camarines ningunos construidos, ni casas,
ni iglesias, adquiriendo de lo que llaman los naturales templos, ermitas y
lugares santos, están representados únicamente por piedras, árboles y arro-
JOS... los puntos que la ignorancia de ciertas gentes de esta provincia con-
sidera santos no permiten ni aun a la naturaleza mús fuerte una perma-
nencia de tres días sin sucunîbir: Por corzsiguiente me cabe una seguridad
completa de que en ellos no es posible que se congreguen ninguna clase de
personas; y como que solo pudieran ver$icarlo en el mismo lugar de Sta.
Lucía en que allá en el 41 constituyeron pueblo los cofrades de San José,
este punto se presta a una fiscalización facilísimal”.
Aquí estd retratado el carácter político del Indio Filipino, que en SLIS
palabras y en SLIS acciones no respira en general sino sumisión, respeto y
awt cierta adoración hacia el Gobierno Español y sus autoridades: bien
que mezclados estos sentilnientos con muchas ideas falsas y supersticiosas
en que están inbuidos, y ciertamente ellos no tienen la culpa. No podían
creer según estas ideas, que se les persiguiese por actos, que en su creen-
cia son los más loables y gloriosos. Por eso pensaban que se les tenía por
iii A.H.N. Ultramar 5 152. Carta de 2 de julio de 1870 del alcalde mayor de Tayabas al Gobernador
Superior de Filipmas.
86 LEANDRO TORMO SANZ
herejes, que era para ellos lo peor del mundo. Así viene formado el Indio,
y es harto lamentable que ni el Gobernador de Tayabas ni el Superior de la
Islu se uprovechasen de estas tan ventajosas disposiciones, para haber
hecho que los confederados se hubiesen disuelto, sin necesidad de acudir
al último remedio de las armas20.
Secuela
El Katipunan
*’ A.H.N. Ultramar 5152. Carta de 6 de julio de 1870 del alcalde mayor de Tayabas al Gobernador
Superior de Filipinas.
22 Prólogo a Lu sensacional Memoria de Isabelo de los Reyes sobre la Revolución de Filipinas de
1896-97, Madrid, 1899, Q. IV.
ANTECEDENTES FILIPINOS DEL 96-98 89
” MOLINA GÓMEZ-ARNÁU,
María del Carmen: Los movimientos emancipadores en Filipinas duran-
re el periodo español.
El Katipunan, tomo 1. p. 51.
” I¿kknz, tomo II, Dramatis Personae, pp. 18, 3 1 y 67. En los “Documentos políticos de actuali-
dad”, publicados por Rctana en el tomo III de su Archivo del bibliófilofilipino se encuentran: Eusebio
Enríquez, Bernardo Caballero (p, 118) y Francisco Cordero, dependiente del almacén de don Manuel
Genato (p. 166).
li Ibídem, tomo II, p. 279.
“’ Ibídem, tomo II, p. 249. LLI celebración del aniversario de la muerte de los padres G6mez Bur-
gos y Zamora el día 28 de febrero, en serial de luto, se acordó: cada pueblo, en donde hoyo un grupo,
se encargarían de levantar un catafalco ese día; todos ios hermanos, por turno, harían guardia ante
dicho catafalco ese día: ante el catafalco figurtrrú WI jur-amento de vengar la muerte de los tres márti-
res; a lo largo del día, los hermanos desfilarían ante el catafalco, harían dicho juramento, y dejarían
uRa contribución a los@ndos del Katipunan.
90 LEANDRO TORMO SANZ
27 CARO Y MORA, Juan José: La situación del pais. Manila, 1897, pp. 28-29
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA:
LOS COMBATES TERRESTRES EN EL ESCENARIO
ORIENTAL
Guillermo G. CALLEJA LEAL
Doctor en Geografía e Historia
Profesor de la Universidad Europea de
Madrid - CEES
L
A inmensa ceguera de la política colonial fue empujando paulatina-
mente a España hacia el Desastre del 98. Hubo figuras militares cla-
rividentes que habían aconsejado otorgar poderes autonómicos a
Cuba (política seguida por el general Martínez Campos después del Pacto
de Zanjón), y ya en 1879 el futuro general Polavieja escribía que España:
está obligada por su propia honm, por los destinos de su raza y por sus pro-
píos intereses a dejar tras sí una fuerte nacionalidad en Cuba’.
Conviene destacar que ningún general español (recuérdese a Cheste,
Martínez Campos, Salamanca, Polavieja o incluso al propio Weyler) deseó
ni aplaudió una guerra remota y difícil. Lo mismo pensaban políticos espa-
ñoles, como Francisco Silvela, quien llegó a afirmar que la colonia que no
se puede defen.der y sostener con la acción de sus propios hijos, no se puede
conservar mucho tiempo 2. Pero también hubo políticos como Práxedes
Mateo Sagasta, quien prometió gastar en Cuba hasta la última pesetu y
’ PABÓN, Jesús: Cumbó, 1876.1947. Edic. Alpha, Barcelona, 1952, VO¡. 1, p. 18 1. El general Arse-
nio Martínez Campos también creía que el autonomismo conduciría dc forma inevitable a reforzar la
conciencia nacional cubana.
? SILVELA, Francisco: Artículos, discursos, coq’¿¿rmcias y cartas. Madrid, 1923, val. III, pp. 401-
402.
92 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
derramar hasta Iu última gota de sangre. Ante tal afirmación, hay que seña-
lar que en Cuba murieron por ambas partes más de cien mil hombres y
según el cálculo que hizo el Conde de Romanones, España gastó más de mil
novecientos sesenta y nueve millones en la guerra’.
Por otra parte, se dio la circunstancia de que los trece ministros que OCU-
paron la cartera de Ultramar desde el 28 dc noviembre de 1885 hasta el 5 de
marzo de 1899 (esto es, desde Germán Gamazo a Raimundo Fernández
Villaverde), todos fueron hombres civiles muy ligados a las oligarquías
habaneras y sumisos a los intereses de sus partidos. En cuanto al Ejército,
éste fue utilizado por dichas oligarquías durante prácticamente todo el siglo
XIX, y la tenaz resistencia de la generalidad de la clase política a toda evo-
lución política en Cuba, tal como señala con acierto Raymond Carr: hizo
que el Ejército defendiera, sin saberlo, teorías de absurdo centralismo, sos-
tenidas por unos de buena fe y por los demás como eje necesario de SLLY
egoísmos y monopolios comerciales’.
En el Gobierno español se dio la curiosa circunstancia que cuando sólo
pensaba en acabar con la guerra, envió a un general conciliador (Martínez
Campos), y cuando precisamente se inclinaba por la negociación concilia-
dora, destinó a un general enérgico en extremo (Weyler); lo cual refleja una
actitud contradictoria que sólo puede explicarse dentro del contexto políti-
co de aquella época5.
La última guerra de Cuba en sus inicios (24 de febrero de 1895) no pro-
vocó ni entusiasmo ni pesimismo en España, pues se creía que sería muy
breve, y la campaña militar quedó en manos del capitán general Arsenio
Martínez Campos por su gran prestigio al haber sido el artífice de la firma
del Pacto de Zanjón que puso fin a la terrible Guerra de los Diez Años
(1868-78). Pero el curso de la nueva guerra fue desfavorable y Martínez
Campos con gran sinceridad aseguraba en sus informes al Gobierno: Los
pocos españoles que hay en la isla sólo se atreven a proclamarse como tales
en las ciudades. El resto de los habitantes odia a España6.
La revolución cubana resultaba imparable durante el mando de Martí-
nez Campos. En efecto, la llamada Campaña de Invasión por los insurrec-
Los propios mambises aseguraban que el año 1897 fue el más critico
para Za revokión” y no era para menos. La política de reconcentración
emprendida por Weyler, consistente en trasladar las familias campesinas a
ciudades y pueblos con guarnición española, supuso un rudo golpe para la
guerra de guerrillas practicada por los mambises al quedar éstos sin el nece-
sario apoyo entre el campesinado cubano.
En julio, el general Weyler empieza a concentrar sus tropas, preparán-
dose para iniciar lo que ya considera la campaña definitiva. Según él, ya
estaban pacificadas Pinar del Río, La Habana y Las Villas; quedando tan
sólo Camagüey y Oriente. La campaña de Weyler está a punto de triunfar
por completo ante un ejército cubano deshecho, agotado y que no cuenta
con Antonio Maceo, su general de mayor prestigio, muerto el año anterior
en el combate de Punta Brava; ni tampoco con José Martí, cl alma de la
revolución cubana, que murió el 19 de mayo de 1895 en el combate de Dos
Ríos. Sin embargo, contra toda previsión, el ejército español sufrió en agos-
to un descalabro en Oriente al ser derrotado en el combate de Victoria de las
Tunas, lo cual sorprendió con desagrado al Gobierno y a la opinión pública
española, puesto que habían considerado que la insurrección cubana estaba
al borde de la derrota y tenía sus días contados.
Por otra parte, unos días antes, el 8 de este mes, el presidente Antonio
Cánovas, el más firme valedor de Weyler, caía asesinado en el balneario de
Santa Águeda, lo que transformaría toda la política española y el curso de
la guerra. Tras un gobierno puente del general Azcárraga, que sólo duró dos
meses, Sagasta formaba gobierno el 4 de octubre.
El gobierno liberal de Sagasta comenzó proclamando, en nota oficial, que
el Ejército había logrado en territorio cubano: no sQZo cuanto puede exigir el
honor de las armas, sino todo lo que racionalmente cabe esperar del empleo
de lu fierza; como también: esta nueva era debe de inaugurarse con nuevos
procedimientos y que nada tengan que ver con los antiguos. Esto último hacía
referencia a la guerra total que Weyler había emprendido durante su mando
en Cuba, y muy en especial, a su política de reconcentración para eliminar la
guerrilla mambisa, lo que le había valido muy duros ataques desde algunos
sectores españoles, y sobre todo, desde los Estados Unidos”.
x GUERRERO VARONA, Miguel Ángel: LLI Guerra de la Independencia de Cuba. La Habana, 1946.
val. 1, p. 1454.
‘> En términos estrictamente militares, puede afirmarse que la estrategia del general Weyler fue irre-
prochable. Los mismos ingleses no tardarían en imitarla en la Guerra Boer, y se ha venido empleando
hasta nuestros días, como por los propios norteamericanos en Vietnam. Hoy nadie discute la necesidad
de impedir el apoyo de la población civil a la guerrilla, aunque sólo sea para impedir que ésta se mueva
entre aquélla “como pez en el agua”, tal como aconsejaba Mao Tsé-Tung.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 95
Con el cese fulminante del general Weyler puede afirmarse que termina
la fase hispano-cubana de la guerra. Según Emilio Reverter, que emplea
fuentes militares españolas, el ejército español disponía entonces en Cuba
de ciento catorce mi] novecientos sesenta y un hombres, de los casi dos-
cientos mil que habían sido enviados desde España. De ellos, unos veinti-
cinco mil estaban hospitalizados por enfermedades o heridas en combate y
treinta y cinco mil en destacamentos; luego quedaban más de cincuenta mi]
hombres para realizar operaciones militares. Para Weyler, estos u]timos eran
más que suficientes para enfrentarse a sólo unos centenares de mambises y
acabar la guerra.
El propio general Calixto García, que era quien disponía de mas solda-
dos mambises a sus órdenes, envió una carta muy esclarecedora al general
en jefe Máximo Gómez, reflejando cuál era el estado de ánimo de los insu-
rrectos cubanos ante los ataques demoledores del general Weyler: 2 Cuándo
podré intentar un nuevo avance y cual será el resultado? Las fuerzas que
quedan, estropeadas ya por las continuas y largas marchas y por los com-
bates, se aniquilan ahora sacandu esta expedición (se refiere a la que pla-
neaba en abril de 1897 y que luego suspendió) y es indispensable conceder-
les algún descanso.. .; no creo que ni el mismo Antonio Maceo, el jefe de más
prestigio, el que ya una vez arrastrara de Oriente dos o tres mil hombres,
pudiera mover hoy hasta Las Ellas ni quinientos.. .; (es) imposible, a mi jui-
cio, llevar nuevamente orientales a Occidente, y el intentarlo y disponerlo
puede traer el mayor desorden y las más deplorables consecuencias”.
El Gobierno de Sagasta sustituyó al discutido general Valeriano Weyler,
en la Capitanía General de Cuba, por el general Ramón Blanco, conocido
por su carácter conciliador, y el 25 de noviembre concedió una amplia auto-
nomía a la isla, derogando los Decretos de Concentración. El 1 de enero de
1898, se implantó el primer gobierno autonómico en Cuba, pretendiéndose
además con ello dar satisfacción a las exigencias de Washington: “El Car-
nicero Weyler”, relevado; la concentración, abolida; y la concesión de auto-
gobierno. Se trataba de un régimen autonómico copiado del tardío sistema
colonia] británico, que quizás hubiera podido tener éxito en Cuba si se
hubiera promulgado en el momento oportuno y no ahora, cuando ya era
demasiado tarde. Sí realmente el presidente norteamericano William
McKinley y su Gobierno perseguían el bienestar del pueblo cubano, Espa-
ña demostraba estar de acuerdo. Pero, naturalmente, no opinaban así, como
"/ FERNÁNDLZ ALMAGRO, Melchor: Historia política de la España Contemporánea. Madrid, 1959,
val. II, p. 238.
96 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
" ALLENDESALAZAR, José M.: El 98 de los americanos. EDICUSA, Madrid, 1974, p. 107.
" FRANCOS RODRíGUEZ: La vida de Canalejas. Cita de José Ramón Alonso: 0~. cit. p, 427.
l3 ALONSO, José Ramón: Op. cif., p. 434. La cifra más exacta es la que ofrece Federico de Mada-
riaga en su obra Cuestiones militares (Madrid, 1903, p. 166 y SS.). Dicho autor afirma que las bajas espa-
ñolas en combate fueron: cincuenta y cuatro mil seiscientos ochenta y dos soldados y oficiales muertos
y catorce mil ochocientos cuarenta y dos heridos en Cuba; veintidós muertos, sesenta y seis heridos y
doscientos trece desaparecidos en Puerto Rico; y dos mil cuatrocientos treinta muertos y tres mil dos-
cientos treinta y nueve heridos en Filipinas. Así, en el Ejército Regular hubo setenta y cinco mil dos-
cientos ochenta y una bajas entre muertos y heridos; sin embargo, faltan por calcular las fuerzas irregu-
lares y las contrapartidas, que eran muy numerosas en Cuba y Filipinas.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 97
nuestras puertas. El día 19, ambas Cámaras aprobaron una resolución con-
junta que equivalía a un ultimátum y que el Presidente hizo suya el día 20.
En ella, se pide a España la renuncia a toda autoridad y gobierno en la isla
de Cuba, dando de plazo hasta el día 23 para tomar entonces las medidas
pertinentes. El día 21 se rompen las relaciones diplomáticas y el día 25 se
produce la declaración de guerra de los EEUU al Reino de España, con
efectos retroactivos al día 21.
Lo que aquí más nos interesa es poner de manifiesto algo que desde
nuestra perspectiva actual pudiera parecer inconcebible. Sólo la marina de
guerra norteamericana era superior a la de España, pero no así su ejército.
Sin lugar a dudas, en el momento en que estalla la guerra entre España y los
EEUU, el ejército español era muy superior en número, armamento, disci-
plina y entrenamiento en campaña. Si el ejército norteamericano tenía
entonces unos veintiocho mil hombres (dos mil ciento cuarenta y tres ofi-
ciales y veintiséis mil cuarenta alistados), el ejército español sobrepasaba
los trescientos mil hombres, distribuidos de la forma siguiente: ciento cin-
cuenta y dos mil en la metrópoli, cincuenta y un mil trescientos treinta y uno
en Filipinas, diez mil en Puerto Rico y ciento noventa y seis mil ochocien-
tos veinte en Cuba. De estos ciento noventa y seis mil ochocientos veinte
hombres que había en Cuba, ciento cincuenta y dos mil trescientos dos eran
regulares y el resto, voluntarios y guerrilleros’4. En este contingente de tro-
pas, como Cuerpos especiales, había: cinco mil guardias civiles y dos mil
quinientos de Infantería de Marina. Por otra parte, en Cuba se hallaban las
mejores unidades regulares del ejército español con regimientos de Infante-
ría de Línea escogidos: San Quintín, Wad-Ras, Talavera.. .; así como tam-
bién magníficas unidades de Caballería: Princesa, Pizarro, etc.
Como veremos a continuación, el ejército norteamericano no estaba en
modo alguno preparado para la guerra contra España, lo cual nos obliga a
hacer aquí algunas consideraciones importantes en lo referente a los com-
bates terrestres:
Primero. Las tropas españolas que combatieron contra las norteamericanas
estaban escasas de municiones y no podían mantener demasiados combates.
Segundo. Si no combatieron a los norteamericanos al realizarse el desem-
barco, antes de que éstos pudieran consolidar sus posiciones en tierra firme, fue
porque los españoles carecían de condiciones en la zona donde se produjo.
Tercero. Los efectivos españoles que hicieron frente a los norteameri-
canos estaban en gran desventaja. El almirante Pascual Cervera, al refugiar
" SARFENT, Herbert H.: The Cumpai~n qfkzlztiqo de Cuba. Chicago, 1907. Apéndice K (basado
en fuentes militares españolas).
98 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 99
" ALBI, Julio y STAMPA, Leopoldo: Cunzpañm de la Caballería Española en el siglo XIX. Servicio
Histórico Militar. Madrid, 1985, tomo II, pp. 541-542.
“’ La Armada estadounidense no era gran cosa, pero por supuesto era muy superior a la Armada de
España. Consistía en: cuatro acorazados de primera. un acorazado de segunda, dos cruceros acorazados
de primera, seis buques monitores, once cruceros protegidos, veinte cruceros no protegidos, un dinami-
tero. ocho torpederos y un submarino experimental. Todos ellos eran de acero.
Por parte de la Armada española, solo contaban como buques de alguna utilidad inmediatamente dis-
ponibles: cuatro cruceros acorazados, todos ellos defectuosos, y tres destructores modernos; un acorazado,
un gran crucero protegido y otros tres destructores que no estaban aún listos para operar al comienzo de la
contienda, y otros varios buques que estaban en construcción desde hacía largos años, sin que ésta se hubie-
ra acelerado en previsión dc los acontecimientos. Otros muchos buques figuraban en las listas de la Arma-
da, pero la mayor-ía eran anticuados o inútiles. Los de mayor tonelaje eran los seis cmceros, la mitad de
ellos de madera. todos sin protección, dc los que solo uno estaba en condiciones de navegar.
Díez ALhoníA, Manuel: “La espléndida gucrrita de los americanos”. Revue Irrternntionule d’h’istoi-
re Militaire. Commission Internationale d’Histoire Militaire, no 56. Madrid, 1984, p. 20.
100 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL.
regular era insignificante cuando estalló la guerra: dos mil ciento cuarenta
y tres oficiales y veintiséis mil cuarenta alistados. No tenía servicios técni-
cos eficaces de cuartelmaestre, ni tampoco comisarios. Dicho ejército care-
cía de un Estado Mayor técnico, de un verdadero servicio médico y de ser-
vicio veterinario. Más adelante veremos el terrible estado de confusión y
desorden en el que se encontró el Cuerpo expedicionario estadounidense en
Tampa como resultado de su falta de preparación.
Por otra parte, el ejército norteamericano teóricamente disponía enton-
ces de unos cien mil hombres supuestamente armados y entrenados: la
Guardia Nacional. Pero ésta no dependía ni del Presidente ni del Gobierno
Federal, sino de los respectivos Estados de la Unión, siempre muy celosos
de su autoridad sobre estas unidades. En realidad, no eran tropas eficaces
ni tenían buen armamento, y en cuanto a su disciplina, era muy curiosa: los
hombres elegían a sus jefes por votación y tenían el derecho para decidir
si iban o no a la guerra17. En definitiva, una institución como ésta, fruto de
la visceral desconfianza anglosajona hacia los ejércitos permanentes’*, no
era precisamente muy útil en una guerra. Por tal motivo, el Congreso auto-
rizó al presidente McKinley a incrementar las fuerzas regulares, sólo mien-
tras duraran Zas hostilidades, hasta sesenta y un mil hombres, y a reclutar
unidades de voluntarios, en que las unidades de la Guardia Nacional que
estuvieran al completo se integrarían como un todo en el ejército que se
estaba reuniendo, y desde luego sin incorporar a ningún oficial de West
Point. En tales condiciones, sólo tres unidades no profesionales entraron en
acción en la Guerra de Cuba, de las que una tuvo un comportamiento
lamentable.
El día 23, McKinley pidió un alistamiento voluntario por toda la dura-
ción de la guerra contra España, para llenar un cupo de ciento veinticinco
mil hombres. Este cupo se llenó rápidamente y dos días después hizo una
nueva demanda, esta vez de setenta y cinco mil hombres; lo que resultó un
contingente de doscientos veintiocho mil ciento ochenta y tres hombres
entre oficiales y soldados. De dicho contingente, sólo noventa mil partieron
hacia Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
” MILLIS, Walter: The Martial Spin’tc A Study of Our War with Spain. Houghton Mifflin Co, Bos-
ton, 1931, p. 52 y SS; ALBI, Julio y STAMPA, Leopoldo:@ cit. val. II, pp. 538-539. Uno de los regi-
mientos más prestigiosos, el 7” Regimiento de Nueva York, votó en contra y no pudo ser movilizado en
la guerra contra España.
‘* Históricamente, Gran Bretaña y los Estados Unidos se han distinguido por tener ejércitos per-
manentes muy reducidos, en términos relativos, así como por la rapidez singular con que al término de
cada guerra han desmovilizado los organizados con motivo de la misma.
LAGUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA ... 101
CUADRO 2
EFECTIVOSDEL EJÉRCITONORTEAMERICANOENABRILDE~~~~
(DESDEMAINEHASTAALASKA)
OFICIALES ALISTADOS
l9 PLAZA, José Antonio: EI mnldito ver(1110 &l 98. Ediciones Temas de Hoy, Madrid, pp. 87-89;
KELLER, Allan: The S’panish-Ameritan Wnrt n compncf Hisfmy. Hawthorn Books Inc., Nueva York,
1969, pp. 52-53; DíEz ALEGRÍA, Manuel: Arr. cit. pp. 20, 21 y 24.
El general en jefe del Ejército norteamericano, Nelson Appleton Miles, tenía entonces cincuenta
y nueve años. Débil de carácter y vanidoso, se había casado bien y contaba con amigos poderosos en
el Congreso y entre militares influyentes. Durante la pasada Guerra Civil Americana luchó como
voluntario en el Ejército confederado, siendo herido cuatro veces y acabó siendo, por méritos de gue-
rra, mayor general de la Fuerza de Voluntarios, con mando sobre veintiséis mil hombres. En los últi-
mos veinte años había dirigido casi todas laa campañas contra los indios en los territorios del Oeste,
hasta obtener la Medalla del Congreso, la máxima condecoración al valor. En 1875 derrotó a los che-
yenes, a los kiowas y a los comanches. Desde 1876 a 1880 derrotó a los Sioux de Sitring Bull (Toro
Sentado) y Cruzy Horse (Caballo Loco). En 1888 derrotó a los apaches y capturó a su jefe, Geróni-
mo.
X BARR CHIDSEY, Donald: La Guerra Hispano-Anzericurzu, 18Y6-1&Y& Ediciones Grijalbo, Barce-
lona-México D.F., 1973, pp. 125-126.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 103
Por encima del general Miles estaba el secretario de Defensa, Mr. Alger,
con quien nunca estaba de acuerdo. Alger no creía que el plan de Miles
fuera algo extraordinario, pero no se opuso publicamente. El pueblo de 10s
EEUU pedía la inmediata intervención militar y Alger prefería invadir
directamente Cuba empleando las fuerzas de la Cumpaña de la Mecedora.
Por otra parte, aunque Alger se había arrepentido de haberse gastado dieci-
séis millones de dólares en la compra de cañones para la guardia costera, el
Congreso se había apropiado de treinta y dos millones setecientos veinte
mil novecientos cuarenta y cinco dólares adicionales para un ejército inva-
sor de Cuba (la Armada iba a recibir treinta y cinco buques de guerra nue-
vos, pero eso formaba parte de otra apropiación del Congreso), que se
emplearían en las fuerzas del general Miles y en las de Tampa.
La última palabra en cualquier decisión la tenía McKinley. No interfe-
ría muy a menudo, pero seguía estrechamente los movimientos militares y
navales. Cuenta Chidsey que junto a su despacho en la Casa Blanca había
un recinto béZico en el que el Presidente pasaba una buena parte del día en
compañía de expertos militares o navales que señalaban puntos en mapas y
cambiaban las posiciones de los alfileres colorados”.
El 7 de junio había unos veinte mil hombres en Tampa. El general Wrlliam
Rufus Shafter asumió el mando por antigüedad y este contingente expedicionario
se denominó Quinto Cuerpo de Ejército2?. Sus únicos superiores eran: McKinley,
Alger y Miles, y ninguno de ellos podría calificarse de “genio militar”.
El 26 de mayo había ya treinta y seis transportes en Tampa, y el día 30,
la escuadra de Sampson zarpó rumbo a Cuba. Resultó que mientras se dis-
cutían los planes de campaña y los posibles desembarcos en los lugares más
idóneos, el almirante Pascual Cervera provocó el que sería el plan definiti-
vo a seguir al entrar con su escuadra en Santiago de Cuba.
El mismo día 30 de mayo, Día de Recuerdo de los Caídos, Shafter reci-
bió un telegrama de Washington por el que se le ordenaba que se preparase
23 Esta localidad se encuentra en la provincia de La Habana, no lejos de la capital. Hay otra locali-
dad cubana que también se llama Banes y que se encuentra en la provincia de Oriente.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 105
amplio, pero para llegar a él sólo había una línea de ferrocarril, con lo que
el embotellamiento de trenes y vagones era continuo. Cientos de carros y
vagones se amontonaban en espera de ser tramitados. De este modo, cuan-
do empezaron a llegar a diario miles de vagones cargados con todo lo nece-
sario para el ejército, se amontonaban en los muelles y en el puerto; además,
las facturas nunca llegaban a tiempo, por lo que los oficiales se veían obli-
gados a ir vagón por vagón rompiendo los sellos para averiguar que conte-
nían.
Solían faltar elementos para la ración del soldado (como por ejemplo,
patatas y cebollas), e incluso a veces llegó a faltar la carne, a pesar de que
todos estos alimentos se hallaban en diez o doce vagones o bien pudriéndo-
se en algún almacén cercano. Además, las conservas de carne, deshechos de
los mataderos de Chicago y Kansas, enlatados para la guerra chino-japone-
sa de 1894 y llamados vaca embalsamada por los soldados, no aguantaron
las altas temperaturas de Cuba y no pudieron consumirse.
En cierta ocasión, llegó por la mañana un enorme tren abarrotado de
carne junto a otro de quince vagones cargado de uniformes caquis que ha-
bían sido llevados a un desviadero situado a más de ciento cincuenta kiló-
metros y olvidados junto a cinco mil fusiles y su munición. Mientras tanto,
las tropas habían tenido que soportar el llevar uniformes de lana azul de los
empleados en los estados del Norte y Noroeste, e incluso algunos regimien-
tos seguirían llevando en Cuba esta ropa especial que se usaba en Alaska. En
realidad, esas tropas ino tuvieron otra clase de ropa hasta julio o agosto!
Se dio el caso inaudito de la llegada de los cañones, ruedas, cureñas,
avantrenes y demás material de artillería ligera; pero como llegaron con
varios días de retraso, durante estos días hubo que romper numerosos sellos
de carros y buscar en vano a lo largo de las vías de la estación.
En Washington el enfado era mayúsculo y el propio general en jefe del
Ejército, Nelson Miles, fue enviado para intentar poner algo en orden y a
duras penas lo consiguió. Todo esto demuestra que el Ejército norteameri-
cano carecía de una organización adecuada y de un buen Estado Mayor,
aunque la voluntad inquebrantable de sus jefes y oficiales, así como el entu-
siasmo de sus tropas, hicieran posible que se llevara adelante la expedición.
El día 3 1 de mayo, los transportes habían terminado de cargar el agua y
el carbón necesarios. Lentamente y con gran confusión, también iban car-
gando el material de guerra, las raciones, el forraje para la caballería y toda
clase de pertrechos. La primera disposición fue la de cargar raciones para
veinte mil hombres y para un período de seis meses, aunque luego se dio la
contraorden de que fuera para sólo dos meses, y finalmente se cargaron
raciones para cien mil hombres en varios transportes de reserva.
106 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
Jefes norteamericanos de las esccladras Y de? las tropas que operan en Cuba.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 107
u MEDEL, José A.: La Guerru Hispano-Americana. La Habana, 1929, pp.20-21; DIEKKS, Janes
Cameron: A leap to arms: the Cuban Compnign of 189S.Nueva York, 1970, pp.49-50.
108 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
” También iban dos operadores de cinematógrafo con varias cámaras. Se llamaban Albert E. Smith
y Jim Blackton, pertenecientes a la empresa Vitagraph Company de Nueva York.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 109
CUADRO 3
PERSONALY MATERIALDEGUERRA
PERSONAL MATERIALDEGUERRA
Oficiales 815 Baterías ligeras de 4 cañones cada una 4
Alistados 16.072 Cañón automático Hotchkiss 1
Empleados civiles 30 Cañón automático de dinamita 1
Carreros y empacadores 272 Ametralladoras Gatling 4
Estivadores 107 Cañones de sitio 5” 4
Caiíones Howitzers de 7” 4
Total 17.296 Morteros de campaña de 8” 8
CUADRO 4
AGREGADOS MILITARES
noche del día 18 se habían separado del convoy y habían navegado por su
cuenta, de ahí que el yate armado Wusptuvo que salir en su búsqueda y con-
ducirlos al lugar debido.
l6 El día anterior, 19 de junio, Sampson se había entrevistado con Calixto García a bordo del cru-
cero acorazado New York. En aquella entrevista, ambos hablaron sobre el plan de campaña, pero prefi-
rieron abordar nuevamente el asunto en profundidad en cuanto llegase Shafter con el 5’ Cuerpo de Ejér-
cito.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 111
21 CASTELLANOS G.mcíA, Gerardo: Lino DOU. Asociación Cultural Femenina, La Habana, 1944,
pp. 33-36. (folleto).
112 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
Y En aquel breve combate, los insurrectos cubanos tuvieron veinte muertos y numerosos heridos,
mientras que las bajas españolas fueron muy inferiores.
114 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 115
CUADRO 5
ORGANIZACIÓN DEL 5" CUERPO
DE EJÉRCITO NORTEAMERICANO
William Shafter.- Mayor General de Voluntarios.
PRIMERA DIVISIÓN:
Brigadier J.F. Kent.- Jefe.
SEGUNDA DIVISION:
Brigadier H.W. Lawton.- Jefe.
DIVISION DE CABALLERÍA:
Mayor general ,- J. Wheeler.- Jefe.
BRIGADA INDEPENDIENTE:
Brigadier.- J.C. Bates.- Jefe.
CUADRO 6
ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO
DE LA REPÚBLICA DE CUBA EN ARMAS
Generalísimo.- Máximo Gómez
Lugarteniente General,- Calixto García
Seis Cuerpos de Ejército distribuidos de la forma siguiente: Primer y Segundo Cuerpo (Provin-
cia de Santiago de Cuba).- Tercer Cuerpo (Provincia de Camagüey).- Cuarto Cuerpo (Provincia de
Santa Clara).- Quinto Cuerpo (Provincia de Matanzas).- Sexto Cuerpo (Provincia de Pinar del Río).
Cada cuerpo tenía su Cuartel General y Estado Mayor. Había un Departamento de Inspección
General y un Departamento de Sanidad General para todo el Ejército cubano.
Existía además un Departamento para el envío de expediciones (llamadas jfibusteras por los
españoles) desde los Estados Unidos. Como también el Departamento de Administración Militar,
dividido en Prefecturas y sub-Prefecturas.
El estado del Ejército cubano al finalizar la guerra en 1898 era el siguiente:
De las muertes, cuatro mil quinientas sesenta fueron causadas por herida de bala y seiscientas
veinte por arma blanca. Por enfermedades cinco mil doscientas setenta y las restantes doscientas
quince ocurrieron a manos españolas.
Al finalizar la guerra, en el Ejército cubano había: quince mayores generales, veintiún genera-
les de división y cincuenta y dos brigadieres.
Mayores generales 4
Generales de división 2
Brigadieres 16
Coroneles 40
Tenientes coroneles 13
Comandantes 151
Capitanes 20.5
Tenientes 203
Alféreces 241
Sargentos de primera 137
Sargentos de segunda 129
Cabos 147
Soldados 9.317
TOTAL 10.665
LA CXJERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 117
CUADRO 7
ORGANIZACIÓNDELEJÉRCITO CUBANO
EN LAPROVINCIA DE SANTIAGO DE CURA
Lugarteniente General.- Calixto García Iñiguez
Jefe de Estado Mayor.- Coronel Tomás Collazo
PRIMER CUERPO DE EJÉRCITO:
(Después de la muerte del general Antonio Maceo, no se nombró sustituto)
cjclrcito cubano en la provincia dc Santiago de Cuba en 1898, que es el que más nos interesa, contaba con unos treinta
mll hombres divididos como vemos en dos Cuerpos de Ejército. Ambos estaban a lar órdenes del lugarteniente general del
ejército cubano, el general Calixto García Iñiguez.
La batalla de Guantánamo
‘(l MEDEL, José A.: Op. ch., Cuadros V, VI y VII. pp. 87-90.
118 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
” BACARDÍ Y MOREAU, Emilio: Crónicas cle Santiago de Cuba. Imprenta Breogán, Torrejón de
Ardoz (Madrid), 1973, 2” edición, tomo IX, p. 356.
El día 6, ambos buques habían bombardeado las fortificaciones de Caimanera. Al día siguiente, los
norteamericanos lograron cortar el cable que unía esta localidad con Santiago de Cuba, quedando inco-
municada.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 119
En la mañana del día 11, los marines incendiaron los fortines abando-
nados por las tropas españolas el día anterior. Las ropas y efectos dejados
por 10s españoles fueron quemados por temor a que estuvieran infectados,
ya que aquella fuerza desembarcada sentía verdadero pánico a las enferme-
dades tropicales, como la generalidad de los militares de los EEUU. Des-
pués del mediodía, los marines completaron el desembarco bajando a tierra
las piezas de artillería y pertrechos traídos en varios transportes.
Por la tarde se reinició la lucha. Las tropas españolas realizaron sucesi-
vos contraataques contra el campamento norteamericano y en los primeros
tiroteos cayeron muertos dos marines, que fueron los primeros muertos en
combate dc la fuerza expedicionaria estadounidense. Al caer la noche, los
españoles llegaron a lanzar cinco ataques sucesivos, pero los marines logra-
ron resistir en sus posiciones.
El domingo día 12 se reiniciaron los combates con mayor dureza. Tro-
pas españolas de refuerzo enviadas por el general Pareja desde Santa Cata-
lina sitiaron la colina y lanzaron un formidable ataque contra el campa-
mento norteamericano. Los marines tuvieron que abandonar sus posiciones
y fueron empujados hacia la Playa del Este por el incontenible avance espa-
ñol. Al anochecer, se llegó a la lucha cuerpo a cuerpo y la situación se vol-
vió desesperada para los marines. Hubieran perecido a no ser por la provi-
dencial aparición del coronel Enrique Thomas al frente de unos cien
mambises. Aquellos combatientes, conocedores a la perfección del terreno
y terriblemente eficaces en la guerra de guerrillas, emprendieron una serie
de contraataques por sorpresa que lograron salvar a los marines.
Cuando la batalla duraba ya casi cien horas de lucha encarnizada, varios
buques de guerra, entre ellos el Texas, entraron cn la bahía dispuestos a
resolver la situación comprometida de sus tropas. El cañoneo fue enorme y
obligó a los mandos españoles a tener que dar la orden de repliegue general
para ponerse a salvo del bombardeo. Por desgracia para los españoles, las
minas colocadas a la entrada de la bahía no funcionaron, pues los cascos de
los buques chocaron contra ellas y no estallaron.
Así pues, el 15 de junio, cuatro días después del desembarco de los
marines, las tropas de Caimanera se acuartelaron en Santa Catalina,
engrosando así la guarnición de Guantánamo; todos los campos y mani-
guas que rodeaban la ciudad quedaron en poder de los mambises; y en
cuanto al batallón de marines, el coronel Huntington ordenó que cavaran
Aquella misma noche del día 23, el general Linares concentró en Las
Guásimas mil quinientos hombres a las órdenes directas del general Rubín,
que se parapetaron tras trincheras y cercas de piedra; en Sevilla había ade-
más unos quinientos soldados españoles y en La Redonda otros tantos. Por
ello, con las fuerzas de Siboney y Daiquirí pudo crearse un contingente de
unos tres mil soldados. Dichas fuerzas disponían además de una batería de
cañones Krupp cal. 75.
El general Linares ordenó tender alambradas y preparó con cuidado una
emboscada. Las fuerzas españolas estaban formadas por tres compañías del
Batallón Puerto Rico al mando del comandante Alcañiz, dos compañías del
Batallón Talavera y una formada por los soldados de Daiquirí, Siboney y
Jaragua.
El plan de Linares era seguir la táctica de los mambises, esto es, atacar
por sorpresa y oponer cierta resistencia en el desfiladero de Las Guásimas
a las fuerzas invasoras para así facilitar el repliegue ordenado al grueso de
las fuerzas del ejército español hacia Santiago de Cuba. En cuanto al gene-
ral Shafter, todo parecía irle demasiado bien antes del combate del día 24:
la complicada operación de desembarco, un auténtico caos de organización,
tuvo toda clase de facilidades; y ahora, prácticamente sin lucha, sus tropas
se hallaban cerca de Santiago. De ahí que no es de extrañar que pensara en
que la victoria estaba muy cercaj7.
Una vez localizada la concentración de tropas españolas en Las Guási-
mas, los norteamericanos consideraron que sería importante batirla, lo que
resultó un error táctico.
Severo Gómez Núñez cuenta en su obra sobre la guerra de Cuba que
Wheeler se encontró en el camino de Siboney: ul titulado general Castillo
y al general Lawton, que le dieron. noticias de la presencia de los españo-
les hacia Sevilla, y sin atender las órdenes de Shafter decidió marchar
sobr-e ellaS”s. Sin embargo, las órdenes de Shafter eran muy claras: mante-
nerse en posición sobre el camino real Daiquirí-Siboney y no avanzar mien-
tras no estuviesen asegurados los abastecimientos de las tropas.
El general Wheeler, un hombre temerario e impulsivo en extremo,
decidió desobedecer a Shafter y lanzar un ataque de inmediato con la coo-
peración de las fuerzas mambisas. No obstante, González Clavel, que
había combatido el día anterior contra los españoles en Las Guásimas, se
negó a obedecer a Wheeler por haberle ordenado Calixto García que obe-
w Antes de que los jefes cubanos pudieran decidir nada, SC produciría la retirada de las fuerzas
españolas y con ello el final del combate de Las Guásimas.
u, PLAZA, José Manuel: 0,~. cit. p. 181.
Tras el desembarco de los marines en Guantánamo (10 de junio), los españoles utilizaron el canto
del cuco y los ruidos de diversas aves autóctonas desconocidas por los norteamericanos para transmitir
avisos y mensajes de una posición a otra. En Las Guásimas, los norteamericanos estuvieron a punto de
descubrir esta argucia por un explorador indio cherokee. Serían los exploradores indios quienes logra-
ron descubrirla.
Entre los primeros heridos hubo un corresponsal que fue retirado por los soldados norteamericanos.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 125
J’ Joseph Wheeler, Mayor General de la División de Caballería del 5” Cuerpo de Ejército, tenía
entonces sesenta y dos años. Durante la pasada Guerra de Secesión dirigió, con el grado de coronel, la
Caballería del Ejército confederado. Medía metro y medio y pesaba sólo cuarenta y cinco kilos. Por su
valor cn los combates se ganó el apodo de “Fightilzg Joe” (Joe el Peleón). En los últimos diez años
había sido elegido senador, distinguiéndose por promover la reconciliación entre el Norte y el Sur. Fue
rescatado de su retiro y nombrado Mayor General de Voluntarios del Ejército como último movimiento
político para disipar de una vez los rencores dejados por la Guerra de Secesión y cohesionar la amalga-
ma diversa de tropas que tras la guerra formaba el Ejército Regular norteamericano.
-I’ BARR CHIDS~Y, Donald: 0~7. cil., p. 141.
126 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 127
CUADRO 8
PARTE DE BAJAS DEL COMBATE DE LAS GUÁSIMAS
Ejércitonorteamericano Ejércitoespañol
Oficiales muertos 1 3
Alistados muertos 15 7
Total muertos 16 10
Oficiales heridos 6
Alistados heridos 46
Total heridos 52 25
Total de bajas 68 35
13 CHADWICK, French Ensor: The Relatiuns of the United States and Spain: The Spanish-Ameritan
War: Charles Scribner’s Sons, Nueva York, 1911, val. II, p. 72.
J4 AI-RI, Julio y STAMPA, Leopoldo: Op. cit. vol. II, p. 542.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 129
Por otra parte, las relaciones entre los mambises y los norteamericanos
eran muy malas, aunque combatiesen juntos. El día 23 se produjo un grave
incidente por la insolente actitud del alto mando norteamericano, al ordenar
éste que se ocupara una casa que servía de cuartel general del brigadier
Demetrio Castillo Duany y se arriara la bandera cubana para izar la de los
EEUU. A duras penas los mambises pudieron contener su justa indignación,
llegándose a plantear la reconquista del local. Además, los mambises no
estaban contentos con que se les intentara relegar a meras labores de explo-
ración y acarreo de abastecimientos.
El ejército de Calixto García, lejos del lugar de invasión y de Santia-
go, tuvo que permanecer embarcado en dos vapores norteamericanos
durante días, esperando recibir órdenes para saltar a tierra. Calixto Gar-
cía estaba furioso por sentirse relegado en los momentos decisivos. Así
pues, los mambises no tuvieron más remedio que soportar aquel maltra-
to que consideraban humillante para poder continuar luchando junto a los
norteamericanos y evitando en lo posible que no les quitaran el protago-
nismo.
2. Las casamatas eran pequefios fuerres donde se agrupaban las fuerzas espafiolas y fueron un ele-
mento irnpol-tante en la guerra de Cuba. En su origen, habían sido construidas por el ejército español
como lugares de protección para las tropas. Eran cuadradas y de dos pisos: la planta baja, por lo gene-
ral de piedra, y la de arriba de madera. En algunos casos, la parte superior sobresalía por encima de la
inferior, como en los fuertes coloniales americanos: y en otros tenían los costados rectos. A menudo esta-
ban rodeadas por trincheras profundas y alambre de púa. El alambre de púa solía atarse a los árboles y
a los arbustos fuertes, y no a los postes que podía ser arrancado. Los norteamericanos carecían de tena-
zas para cortar el alambre de púa, paz- lo que les ocasionó muchos problemas.
Una pieza de artillería moderna de entonces podía destruir con facilidad una casamata espafiola. pero
el ejército norteamericano carecía de cafiones modernos (la Artillería era el Arma más abandonada del
servicio), y era invulnerable ante las pequeñas armas de fuego.
130 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
La batalla de El Caney
‘ii Por el combate de El Caney se concedió a su Bandera lu Corbata dc la Real y Milita Orden de
San Fernando.
LA CXJERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 133
” El general Lawton. que había pretendido tomar El Caney en dos horas, tardaría casi trece (once
de combate). En tales circunstancias. se vio precisado a pedir refuerzos urgentes a Calixto García y a la
Brigada Miles (2” Brigada de la División de Lawton). Los dos batallones enviados por E. Miles fueron
reforlados por batallones de Infantería cubanos enviados por Calixto García.
134 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
-Ix Historia de C~bu. Dirección Política de las FAR. La Habana, 1973, p, 503. Cita la obra del capi-
tán Aníbal Escalante Beatón (c’ulixto García: su campana en el 95. La Habana, 1946) en la que dice que
Lawton tuvo que aceptar las indicaciones de Calixto García: Los consejos de nuestro jefe .son aceptados
por el general Lawton y la táctica cc seguir para el segundo ataque, había de darfruct@ros resultados.
Aquella manera de avasallarfortificaciones empleada por los mambises en Guáimaro, Tunas, Guisa J
Jiguaní, había de servir de norma u Lawton para capturar no sólo El Viso, sino tambiln el pueblo del
Caney.
” El Estado Mayor del general González Clavel se componía del teniente corone1 Ramiro Céspe-
des, jefe de Estado Mayor; el comandante Juan Mapons, jefe del Despacho; el capitán ayudante Alber-
to Plochet; tenientes ayudantes Pablo Torres y Rafael Estévez (muerto éste en acción); y los tenientes
Antonio Sagaró y José Baldoquín.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 135
“’ GARCíh PÉwz (Teniente Coronel): Patriu. Imprenta del Colegio de M” Cristina, Toledo. 1923, 3”
edición, p. 5 1, Joaquín Vara del Rey y Rubio nació en Ibiza el 14 de agosto de 1841. El 2 de enero de
1857 ingresó como cadete en el Colegio de Infantería. El 1 de junio de 1859 fue promovido a subtenien-
te. En 12 de agosto de 1860 ascendió a teniente. El 22 de junio de 1866 mereció el grado de capitán. En
24 de septiembre de 186X obtuvo el grado de comandante. En 30 de abril de 1871 ascendió a capitán. En
4 de agosto de 1872 obtuvo el nombramiento de teniente coronel. En 13 de enero de 1876 ascendió a
comandante. En 22 de enero de 1878 mereció el grado de coronel; en 9 de mayo de 1891 a coronel: y en
30 de junio de 1897 a general de brigada. Por su comportamiento heroico en El Caney, donde murió. obtu-
vo In cruz dc 4”clase de San Fernando, se& real orden de 19 de agosto de 1900 (D.O. núm. 180).
G. CALLEIA
. ,. “. ., ., ,, ,. ”
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 137
por el flanco derecho español y Wheeler por el centro. Así, las tres divisio-
nes unidas deberían atacar San Juan. Pero el problema ocurrió al no poder
tomar Lawton El Caney en dos horas como había asegurado a Shafter, y por
ello, fue preciso movilizar tropas sobre el flanco izquierdo español, lo que
produjo una gran confusión de unidades como veremos más adelante.
En San Juan tan sólo había una compañía del Regimiento Puerto Rico.
Por ello, el general Linares decidió reforzar esta tropa el día 1 con: dos com-
pañías del Regimiento Talavera y una sección de artillería Krupp cal. 75 de
fuego rápido, cincuenta artilleros para estas piezas y unos sesenta o seten-
ta voluntarios cubanos leales a la causa española pertenecientes al Cuerpo
de Bomberos de Santiago de Cuba que llegaron a las once. Conviene des-
tacar que las fuerzas españolas en las alturas de San Juan jamás tuvieron
más de cuatrocientos cincuenta hombres, antes de la llegada de los cuatro-
cientos cincuenta infantes de Marina con el capitán Bustamante al frente,
y no mil quinientos hombres como mencionan los historiadores norteame-
ricanos.
Linares tenía tropas parapetadas en posiciones elevadas del camino que
tenían que recorrer las tropas enemigas para alcanzar la base de las colinas.
Además, en el campo que llevaba a la falda de las colinas había elegantes
casas de recreo y mansiones de familias adineradas de Santiago que habían
sido fortificadas y convertidas en reductos militares llenos de trincheras,
casamatas de troncos y alambradas.
La Batería Grimes, usando la anticuada pólvora negra (lo que descubría
su posición), rompió fuego sobre San Juan hacia las seis. La sección de Arti-
llería española contestó al fuego artillero estadounidense con gran puntería,
obligando al enemigo a abandonar dos veces sus cañones y a tener que
moverlos después en distintos lugares.
Shafter no lograba comprender cómo no se producía la ocupación de El
Caney cuando la proporción de fuerzas respecto a las españolas era de diez
a uno; pero, a pesar de ello, casi a la misma hora, hizo avanzar a las divi-
siones de Kent y de Sumner desde El Pozo hacia San Juan. Sólo había una
forma de llegar al río Aguadores y a las lomas de San Juan: un camino sel-
vático sin pavimentar, al borde de la manigua y cuyo estado era un lodazal
por la lluvia incesante.
Las fuerzas de Sumner fueron las primeras en vadear el río Aguadores,
iniciando su despliegue a la izquierda de las fuerzas españolas. Al iniciarse
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 139
las filas atacantes. No obstante, el general González Clavel, con una sereni-
dad y un valor extraordinarios, hizo avanzar a sus mambises y logró resta-
blecer la línea de fuego hasta la llegada de los refuerzos norteamericanos.
Precisamcntc por esta acción, el general Wood le felicitó efusivamente
sobre el mismo campo de batalla.
Los refuerzos norteamericanos no pudieron ser más providenciales y
consistieron en los regimientos 9, 13 y 24 de InFantería regular. Debemos
señalar con justicia que el Regimiento 71 de Voluntarios de Nueva York.
pasado el mencionado momento de indecisión, se portaría admirablemente
en el resto de la campaña. El coronel Wikoff, que mandaba la brigada, cayó
muerto inmediatamente; asumió el mando el teniente coronel Worth del 13“
de Infantería, que también murió cinco minutos después; el mando recayó
entonces en el coronel Liscum del 24” de Infantería, que pronto cayó mor-
talmente herido; y, finalmente, tomó cl mando cl teniente coronel Evans, del
9” de Infantería, quien por fin pudo restablecer la línea de fuego con gran-
des pérdidas.
En el ala izquierda, los Rough Rideus de Roosevelt y un regimiento
regular compuesto por negros, el 9” de Caballería, cargaron contra la loma
de la Caldera. Sc llamaba así porque en su cima había una gran caldera para
la caña de azúcar, contra la que sonaban los disparos que provenían de las
alturas. En esta fase de la batalla fueron llevadas las cuatro ametralladoras
Gatling, tres de ellas a cargo del teniente John H. Parker, que aterrorizaron
a los españoles pues nunca habían visto unas ametralladoras de fuego tan
rápido5?. Desalojados los españoles, los norteamericanos se quedaron detrás
de la gran caldera. Los Rough Riders de Roosevelt no recibieron la orden
de tomar la cima de la loma de San Juan. Lo que hizo Roosevelt, empu-
ñando su sable y su revólver, fue escalar la sierra un poco más tarde, ya que
ese día se estuvo moviendo por todas parteF.
” La prensa norteamericana glorificó la actuación del ahora coronel Theodore Roosevelt convir-
tiéndole en héroe nacional. Fue la responsable de que apareciera en la toma de la cima de la loma de San
Juan, aunque realmente fue obra del 10” Regimiento de Caballería desmontada. Esto le propiciaría para
llegar a ser el 26’ presidente de los Estados Unidos en 190 1. trzzs el asesinato de McKinley por un anar-
quista, aunque no la tan preciada Medalla de Honor del Congreso, máxima distinción militar al valor.
142 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
” El capilán de navío Joaquín Bustamante, jefe de Estado Mayor de la escuadra de Cervera, fallc-
ció poco después en el hospital militar de Santiago de Cuba, lamentando no poder estal- junto a Cerve-
ra y su escuadra en la batalla naval que creía ya muy cercana.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA...
FLXRZAS NORTEAMERICANAS .. . . m
FUERZAS ESP..,i?OLAS -.-.- . . . . . . . . . . &
FUERZAS CTJBANAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . *
CAMUU’OS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . =
Tml,OS . . . . . . . . . . . . . . ..-................. .‘:;:;
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA 145
de las lomas por tiradores que no se dejaban ver. Los norteamericanos car-
garon contra la colina, pero no lo hicieron corriendo tras banderas flamean-
tes y espadas brillantes, tal como lo han representado tantos pintores que no
estuvieron allí. En realidad, se movieron con gran lentitud y los rifles apun-
tando hacia lo alto. Cuando la artillería española comenzó a disparar, detu-
vieron el ascenso; luego, cuando la artillería cambió la dirección de sus dis-
paros, el 10” Regimiento de Caballería desmontada logró llegara la cima de
la loma de San Juan.
tarde, y tanto él como su Estado Mayor creyeron que esto se debía a las
numerosas bajas que habían tenido los norteamericanos. Luego, recibieron
informes de que Shafter se hallaba enfermo y que ni siquiera había podido
dirigir los combates, así como que el general Wheeler y varios oficiales se
encontraban hospitalizados con fiebres tropicales.
Por la tarde, todos los efectivos españoles que habían quedado en dis-
posición de seguir combatiendo tras los intensos combates se posicionaron
en nueve fortificaciones y cientos de trincheras y alambradas; y poco más
de cinco mil hombres ocuparon posiciones defensivas en la ciudad (muchos
de ellos eran heridos que salieron de los hospitales).
Al caer la noche, todo el ejército, bajo el mando del general Toral,
quedó replegado hacia la última línea de defensa situada en torno a la ciu-
dad, a tan sólo dos kilómetros de ella. Lo primero que hizo Toral fue
supervisar las líneas defensivas que Linares había preparado y más tarde
se preocupará en ayudar al coronel Escario y a su columna de refuerzo,
rompiendo el acoso al que fue sometido a lo largo de doscientos kilóme-
tros de su heroica marcha a través de tierras que estaban bajo el control de
los mambises.
Tras la toma de San Juan y de El Caney, el ejército aliado cubano-nor-
teamericano empleó unos siete LI ocho días en terminar el cerco de Santia-
go, formando un círculo perfecto alrededor de la ciudad. La mayoría de las
fuerzas de González Clavel fueron empleadas en la labor de hacer los kiló-
metros dc trincheras necesarios y que serían ocupadas por los norteameri-
canos.
Durante estos días, Calixto García completó el cerco de la ciudad por
el norte. El mismo día 2 de julio inició una ofensiva general en el sector
oeste de Santiago, ocupando el poblado de Dos Caminos de El Cobre, la
línea de ferrocarril de San Luis a Santiago, los poblados de San Vicente,
Cuabitas (su presa suministraba el agua a la ciudad) y Boniato, las estraté-
gicas alturas de la Loma de Quintero desde las que se dominaba por com-
pleto la ciudad y, finalmente, todos los fuertes y trincheras espafiolas en los
alrededores de Yarayó hasta las aguas de la bahía y el cementerio de San-
tiago.
Por otra parte, a pesar de las derrotas de los españoles en Las Guásimas,
El Caney y San Juan, y de las acciones cubanas que completaron el cerco
de Santiago, el general Shafter se hallaba preocupado en exceso por las
enormes pérdidas que habían sufrido sus fuerzas, la inesperada resistencia
espaîiola, las enfermedades tropicales y el clima agotador. Había pedido la
rendición a Toral; sin embargo, éste había rehusado y su negativa coincidió
con la entrada de la Columna Escario en Santiago.
148 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
~” Hlsmia de CuDn. Dirección Política de las F.A.K. La Habana, 1973, pp. 503-504.
El general Shafter -con toda mala fe- culpó al ejercito mambí de no haber sabido detener esta colum-
na espafiola en su recorrido. Según Shafter. el general García, con cuatro o cinco mil hombrea. había sido
instruido en su deber de velar por este esfucrLo. para interceptarlo, pero por algunas razones. él había
dejado de hacer eso. y cl coronel Escario. entró en la ciudad por mi extrema derecha. cerca de la bahía.
Esta imputaci6n la recogió también Wheeler en su obra Tk Smringo Cnrrpig~7. donde sólo hace
referencia a la participación de los mambises para acusar injustamente a González Clavel de cobardía
en la acción de Las Guásimas.
Tanto Shafter como Wheeler pretendieron en todo momento desacreditar a las fuerzas cubanas,
negindolcs el papel decisivo que jugaron cn el sitio de Santiago. Su propósito era evidente: presentar al
5” Cuerpo de Ejército como el tínico artífice de la victoria sobre el ejército español. Dentro de esta pers-
pectiva tan peculiar norteamericana cabe explicarse la profunda humillación que recibieron los comba-
tientes cubanos cuando se les prohihió entrar en la ciudad de Santiago una vez producida la capitula-
cibn.
150 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
Las últimas provisiones que entraron en Santiago fueron llevadas por el vapor Moner~1 el día 25
de abril y consistieron en: ciento cincuenta cabezas de ganado, ciento ochenta mil raciones de harina de
trigo, ciento cuarenta y nueve mil de garbanzos, ciento noventa y siete mil de arroz, setenta y nueve mil
de judías y noventa y seis mil de vino. Además dc esto, cl buque alemán Polarin había dejado con algu-
na anterioridad mil setecientos sacos de arroz. Si tenemos en cuenta que las tropas de la guarnición con-
sumían unas trescienlas behenta mil raciones completas al mes, en la ciudad no había comida para tnrís
que unos quince días a raci6n completa. Además, la llegada de la columna del coronel Escario el día 3,
a las quince horas, con cerca de tres mil hombres y sin convoy, pues tuvo que abandonar todo SU baya-
je e impedimenta, agravó aún más la situación.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 151
ix El día 2 de julio, a las cinco horas, ei capitán general Ramón Blanco ordenó al almirante Cerve-
ra que saliera con su escuadra a combatir contra la escuadra de Sampson, y así lo hizo Cervera a las
nueve treinta horas del día siguiente. Tratándose de un combate naval, no vamos a abordar este asunto,
tan sólo reseñar que la escuadra española fue destruida por completo en menos de cuatro horas, con un
saldo dc trcscicntos cincuenta muertos. ciento sesenta heridos y mil seiscientos setenta prisioneros;
mientras que por parte norteamericana se contabilizó un muerto y dos heridos.
” MEDEL, José A.: Op. cir. pp. 62-63.
152 GUILLERMO G. CALLEJA LEAL
Comentario
teamericanos; los oficiales conservarían sus armas, y tanto ellos como los
alistados, sus propiedades personales; las tropas marcharían fuera de la ciu-
dad con honores de guerra, depositando luego las armas donde dispusiera el
Alto Mando norteamericano.
De acuerdo con la capitulación, los norteamericanos habían hecho unos
treinta mil prisioneros con sus armas en toda la provincia, y unos ochenta
cañones (casi todos muy malos y viejos). En Santiago había unos diez mil
hombres (dos mil cien heridos y enfermos en los hospitales), más de nueve
mil mausers y unos siete mil remingtons; y las municiones consistían en un
millón y medio de cartuchos de Mauser en buen estado, y un millón de car-
tuchos de Remington.
Un día después, las fuerzas norteamericanas entraron en Fuerte Canosa.
Epílogo
“’ PORTUONDO DEL PRADO, Fernando: Historia cle CL&, 1492-1808. Editorial Pueblo y Educacih
La Habarta, 1975, p. 574: MEDEL, JosCA.: Op. cit. pp. 54-55.
LA GUERRA HISPANO-CUBANA-NORTEAMERICANA... 157
CUADRO 9
PARTE DE BAJASDELEJÉRCITO DE LOS ESTADOS UNIDOS
OFICIALES TROPA
(:) Tres oîicialc~ del Ejjército Regular tuvitrm también misiones cn los Regimientos de Voluntarios, siendo desconta-
dos dcl total.
CUADRO 10
PARTE DE BAJAS DEL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA”’
Generales 1
Oficiala 81 463 313 127
Soldados 704 X.164 13.000 40.000
“’ Cs\~~l;~8~ 1.~11 , Guillermo G.: “Carlos Finlay” en Hi.rtok Ih. n.’ 202. año XVIII. Madrid. febre-
ro 1993. p. 119. Los cuadros 9 y 10 fueron publicados en dicho trabajo.
158 GUILLERMOG.CALLEJALEAL
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
E
L presente estudio pretende una aproximación a un episodio de la his-
toria política española en la que una vez más un militar de alta gra-
duación acapara el protagonismo de un período histórico concreto.
Don Camilo García de Polavieja no fue un militar político al uso de los
generales de los períodos fernandino e isabelino. Se trata de un típico pro-
ducto de la restauración o, más bien, de la obra de Cánovas. No aceptó ser-
vir de cabeza en ninguno de los partidos turnistas tradicionales. Sin embar-
go, su vocación política le llevó a relacionarse con los hombres más
importantes de su época, en dramática lucha por mantener la independencia
y desarrollar su programa. En el fondo no es más que un soldado de talan-
te moderado que se deja convencer sobre la oportunidad de servir a su patria
desde un sitio distinto al que le es habitual. Y en ello, eso sí, pone el mismo
empeño que el empleado al frente de sus tropas.
El término polaviejismo hace referencia al movimiento político que, en
torno al General, se organizó y en el que participaron una serie de persona-
jes de muy variada procedencia.Tiene su origen a finales de 1896 con la lle-
gada del General a Filipinas y termina con su dimisión del Gobierno Silve-
la, a los pocos meses de su constitución el 4 de marzo de 1899.
Ni el polaviejismo -como tendencia política-, ni su inspirador -el gene-
ral Polavieja- han sido hasta ahora objeto de estudios monográficos com-
162 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA
La etapa filipina
’ Para el estudio del polaviejismo hay tres libros fundamentales cuyos títulos nada dicen al respec-
to. Se trata de La política religiosa en Espada de José Andrés Gallego,Epistolari polific de Manuel
Duran i Bus de Borja de Riquer i Permanyer y La rosa dejhego de Joaquín Romero Maura.
? ANDRÉS GALLEGO, J.:La política Religiosa en España. 1899-1913. Madrid 1915.
POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 163
La operación Cascajares
" ARCHIVO GENERAL DE INDIAS (en lo sucesivo AGI). Sección Diversos. Legado Polavieja, legajo
27. El subrayado es del autor de la carta. En la primera página del documento puede leerse lo siguien-
te: Documento intrrrsante,Copia del famoso oficio dirigido por el SxArzobispo FrBernardino Nozale-
da al General D.Ramón Blrmco PI 9 de Abril de 1896 (Reservado).
168 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA
” RBII\NA. W.: Vidu x exritos clel B~./o.ci Kirnl. Madrid, 1907. ~301.
” AGI. Sección Diversos. Legado Polavieja. legajo 37.Una carta muy similar del mismo Merchán
publicada en La C’iu&~~/ rk Dim. 45-46 (1898)Ja recoge M” Teresa Gutiérrez Rodríguez en “Antece-
dentes de la Independencia de Filipinas: La influencia dc la Masonería y de los Estados Unidos”, en
actas del congreso Antes del &srrsrw. 0n’gww.s y tr~~~ececlerztes de IU crisis rlcl 98. J. Fusi y A. Niño
(Edit). Madrid 1996.
l6 El Movimimfo Cn/ó/ico. 15 de septiembre de 1896.
’ Am~és GAI.LEGO. J.: 017. cit.. p. 127.
170 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA
go el asunto no debía ser nada fácil. Pese a todo, Blanco tenía buenos apo-
yos. El más importante debía ser el de la propia Reina,quien recibía fre-
cuentes y afectuosas cartas del generall no en vano Blanco había sido pri-
mer ayudante de Alfonso XII, pasando a ocupar el cargo de Jefe del Cuarto
Militar de la Reina Regente, a la muerte del joven monarca. En cualquier
caso se trataba del relevo de un prestigioso Capitán General con una hoja de
servicios impecable, marcada por numerosos ascensos por méritos de gue-
rra. Pero lo más importante es que todo apunta a que Cánovas no veía con
buenos ojos el nombramiento de Polavieja, probablemente por los amigos
que le apoyaban; Cascajares, Nozaleda, Canalejas, los hermanos Pida1 y Sil-
vela con quien el general mantenía, desde al menos su época al frente de la
Capitanía de Cuba, una interesante correspondencia.
Al final Cascajares programó una extraña maniobra, que merece ser
estudiada con cierto detenimiento. Aprovechando la enfermedad del gene-
ral Echaluce, Segundo Cabo de la capitanía de Filipinas, consiguió de la
Reina este puesto para Don Camilo. La única posibilidad de que éste acep-
tase una vacante de evidente inferior categoría, es que contase con la pro-
mesa de ocupar al poco de llegar a Manila el puesto correspondiente a la
máxima autoridad.
El intrigante prelado, en cuyos planes era fundamental ver pronto a
Polavieja al mando del archipiélago, confiaba en que una adecuada campa-
ña de prensa contra Blanco, unida a las presiones de personas influyentes
tanto de las islas como de la corte, obligarían a Cánovas a plegarse a sus
deseos forzando el cese de Blanco, o bien que éste, no soportando la pre-
sión de la opinión publica hábilmente dirigida, presentase la dimisión.
El nombramiento de Segundo Cabo se publicó el 22 de octubre de 1896,
especificando que se destinaba al general en calidad de comisión de servi-
cios, conservando el cargo de Jefe del Cuarto Militar de S.M. De esta forma,
por una parte no descendía de categoría y por otra dejaba la puerta entrea-
bierta, por si las cosas no salían como el prelado pretendía. Podemos dedu-
cir estas suspicacias de Polavieja, gracias a un documento que se conserva
en el Archivo de Indias’” y que recoge una serie de mensa.jes con su corres-
pondiente frase críptica, de modo que únicamente el transmisor y el recep-
tor podían conocer el significado del mensaje enviado por telégrafo. Esta
clave20 fue elaborada entre Polavieja y probablemente el general Azcárraga,
antes de salir aquél para Filipinas, recogiendo todas las posibles informa-
ciones que pensaron podrían tener que transmitirse.
En lo referente a la postura de Blanco, ambos interlocutores, por medio
de las claves, pensaban más en la negativa de Blanco a marcharse que en el
caso contrario. Así encontramos seis posibilidades distintas de expresar lo
primero frente a tan solo dos posibles referencias a la salida de Blanco hacia
la.metrópoli.
Por ejemplo, si Blanco no cedía y persistía en quedarse, Polavieja podía
trasmitir lo siguiente:
Suponemos que no estará muchos días a las órdenes del general Blanco?
Sea como fuere el caso es que a los pocos días de llegar a Manila
comenzaba a dar pruebas de intranquilidad, si no de claro nerviosismo.
Entonces comienza la ofensiva en prensa a favor del relevo, en la que
puede apreciarse perfectamente cómo el asunto es aprovechado para atacar
a Cánovas. Todo parece indicar que se le fue de las manos al jefe del eje-
cutivo y sufrió un serio desgaste.
Todos los medios se preguntan lo mismo; si no se pensaba relevar inme-
diatamente al general Blanco, ipor qué se envió a Polavieja? Dejando al
margen a El Movimiento Católico, cuyo clamor raya en el histerismo, son
El Heraldo y El Imparcial los que desarrollan una campaña más contun-
dente y sistemática.
El liberal El Imparcial, dirigido por Eduardo Gasset, insiste en el cam-
bio, y el 5 de diciembre, con el título “Rodeos Peligrosos” dice:
T AGI, Sección Diversos, Legado Polavieja. legajo 29. Borrador de carta de Polavieja a Silvela de
febrero de 1897(sin especificar día).
s Heraldo rle Madrid, 3 de diciembre de 1896.
POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 175
Acaba de salir en el expreso para esa corte general Blanco siendo afec-
tuosamente despedido por todo elemento militar autoridades civiles y
numerosa concurrencia personas distinguidas y todas clases sociales que
hasta le han vitoreado-7”.
” AGMS, Sección Célebres, expediente general D.Ramón Blanco, B-1 1. Telegrama de Ministro
de la Guerra a General Blanco, en Barcelona, de 27 de enero de 1897: Aceprudu por SM la Reina la
renuncia que ha hecho VD de Jefe dc .su Cuarto Militar; queda Vd autorizado para venir a esta corte
donde snz tendrú mucho gusto en verle.
In AGMS, doc. cit. De 9 de octubre de 1876 a el 10 de marzo de 1879;de 17 de octubre de 1881 a
19 de enero de 1883 y de 4 de octubre de 1886 hasta el 8 de marzo de 1893.
” AGMS, doc.cit. Telegrama de 30 de enero de 1897. El subrayado es del redactor.
POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 179
2 Es Blanco masón?
Siéndolo es como únicamente puede explicarse su conducta... Temo que
Blanco por medio de sus amigos, abra una campaña pública contra las
órdenes religiosas, mientras la hace privada: y temo también sea creído y
apoyado en dicha campaña.
Mucho daño puede hacer al Rey y a la Reina restándoles apoyos en
Roma y en el alto clero español.
2 Persiguen ciertas personalidades y determinados elementos políticos
muera con ellos la obra de la restauración? Creo que sean esta sus inten-
ciones, pero sin tenerlas, es fácil, por los caminos que vamos, que nos Ile-
ven a la catástrofe”.
“’ AGI, Legado Polavieja. legajo 29; SECO SERRANO: Werns históricas. Cita la de 13 de diciembre
de 1 X97 del archivo de D. Eduardo Dato que se conserva en la Real Academia de la Historia.
” AGI, Sección Diversos, Legado Polavieja. legajo 29. Borrador de carta de Polavieja a Silveia,
febrero de 1X97 sin fecha de día.
180 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA
Nada hay tan ejkaz para mantener los prestigios de la autoridad como
la práctica constante de purísima moralidad en todos los órdenes de la
administración pública, razón por la cual este Gobierno General esta
resuelto a ser inexorable con todos los que siquiera vacilen en esta matevid’.
Tras Rizal otros veintiséis insurrectos fueron ejecutados. Como dice con
acierto Fernández Almagro: El criterio de la guerra sin cuartel alcanzaba
a los Tribunales de JusticiaJ5.
Pero es en las operaciones militares donde Polavieja muestra su autén-
tica medida. Estudiando al enemigo, comprobó la importancia que estos
otorgaban a las fortificaciones y actuó en consecuencia organizando tres
parques de ingenieros bien dotados antes de cumplirse el mes, a cargo del
mando supremo del archipiélago.
Lo que destaca sobremanera de los planeamientos estratégicos de Pola-
vieja en la campaña filipina, es precisamente esta preocupación por el apoyo
logístico a la fuerza. Precaución, que solo puede encontrarse en los buenos
generales, capaces de distraer hombres de la línea de fuego, en contacto con
el enemigo, en beneficio de los servicios de abastecimiento a esas fuerzas
combatientes. La historia militar está llena de grandes fracasos debidos a esta
falta de previsión tanto en el suministro al frente de equipo, alimentación,
repuestos, munición, etc, corno en el apoyo táctico a la maniobra. El pensa-
miento del general en esta materia, sorprendido por el trabajo de fortificación
de los insurgentes, se lo explica en carta, cómo no, a Silvela:
rama. Esto unido a las medidas de gracia, dictadas por el Capitán General,
a las que se acogieron nada menos que dos mil rebelde?, permitió el dise-
ño de una ofensiva que poco a poco iba barriendo el territorio ocupado por
los insurgentes.
Pese a todo Polavieja se queja a Silvela de la indiferencia del gobierno
de Madrid, mientras le tiene al tanto de todas y cada una de las operaciones
bélicas:
La sucesión canovista
6’ La carta está dirigida a Eusebio. Es& cnrru rs para Vy pam el general. Sin duda se trata de Eusebio
Jiménez Lluesmas. Fue un buen geógrafo, miembro destacado de la Sociedad Geográfica de Madrid. Segu-
ramente de ahí le venía su amistad con Reparaz. En Filipinas era en ese momento ayudante de Polavieja.
“? AGT. Sección Diversos, Legado Polavieja. legajo 30. Carta dirigida a Eusebio.
(I’ Idem: Carta dirigida a Eusebio.Por ejemplo, cita el caso de una columna mandada por el propio
Weyler: El ~eneml en,j<fen~anclrí
qw (I los rutrr~rrcrrln.~,
esdecir a los moribumios, se les recogiesm las
ormas y n~uniciones y se les crbandonase CI su suerte.
” Idem: Carta dirigida a Eusebio. Estoy corzverzcido dice Repata- de que reprrsmfn el tripk
papel(Flores) de nrnigo del Rerrcrtrl(I-‘olcrvieja~,de Mmtilzez Curnpos y de Cánovas x como hoy por hoy éste
es el que mcís puede dac a Iste sirw rncjocPor él debe snbw el gobierno algums cosas que no debería sobe):
” Comentario en la Erzcicloprdin U/zi~~e,an/ Ilustradu Europeo Americtrna. T.L. Madrid. 1923.
Nuestros reparos a esta cita vienen de que en esta edición de la enciclopedia el propio Reparaz era cola
borador de la misma y si no r-edactó su pr-opia biografía. sin duda la revisó.
188 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA
Solo de Vdes. puede venir la salvación por que con Vdes están In cabe-
za y las manos que no veo ayuípor ninguna purte.Siempre consideré como
uno de los mejores éxitos de mi vida el haberles sabido encontrar;el haber-
les conocido despub de encontrarles... y el haber contribuido y el seguir
contribuyendo en la medida de mis fuerzas puestas todas en esta empresa,a
que lleguen a donde deben llegar. Lo importante es que lleguen a tiempo.
De ahí mi prisa.
El proyecto regeneracionista
EL MANIFIESTO BE POLAVIEJA
TI Ibídem. p.15.
” ANDKBS GALLEGO:~~.C~~., p.121.
j-l3 Ibidem. p.105.
‘- VILLAR Y AMIGO: Op.&, pp.215-223; FERNÁNDEZ ALMAGRO: Oy.cit., pp.869-877; ARTOLA, M.:
Partidos ypc~grcrnmc politicos,1808-1936. T«mo II, pp. 125-130.
7y PABÓN, J.: Cambó, 1X76-1938. Barcelona, 1952, p. 181.
192 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA
Primera página de la brillante Hoja de Servicios del Ilmo. Sr: Teniente Generul Polavieja
POLAVIEJA: UN GENERAL PARA UNA CRISIS... 193
” FERNÁNDE ALMAGRO: Op.cit., p. 578; ROMERO MAURA; Op.cit, p.19; SECO SERRANO: Op.cit.,
p. 229.
*’ ANDRÉS GALLEGO: Op.cit., p.107; FERNÁNDEZ ALMAGRO: Op. cit., p, 579. Fernández Almagro
intuye también la responsabilidad en el manifiesto de Canalejas y Cascajares.
BI FERNÁNDEZ ALMAGRO, M.: Op. cit., p.578.
” PAVÓN, J.: Op.cit., p.182.
” FEKNÁNDEZ ALMAGRO, M.: Op.cit,. p.580.
194 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA
En los primeros días del año 1899, se consigue la unión de ambos líde-
Tesoo,con la intermediación al parecer del general Martínez Campos, Gas-
set, Eduardo Dato y cómo no, Cascajares Oi. En las bases del acuerdo, Pola-
vieja condensó sus reformas con respecto a las fuerzas armadas en los
siguientes puntos:
*’ RIQUER I PERMANYEK, Borja de.: Op. cil. Barcelona, 1990, p.476. En carta de Silvela a Durán
i Bas de 24 de septiembre de 1898 le dice que Polavieja insiste en que la opinión detesta los partidos
y espera que la Reina le encargue la dictadura sin la cual cree que iremos al carlismo y a la interven-
ción.
hR ROMERO MAURA: Opcit., p.24.
x9 Idem: Opcit., p.550.
“O RIQUER I PERMANYER, Borja de: 0~. cit., p. 490. Carta de Polavieja a Durán i Bas de 11 de enero
de 1899: Hemos llegado a unn inteligencia con Polavieja que ha quedado satisfecho de él y está dis-
puesto a ser ministro de la Guerra con nosotros.
‘II ANDRÉS GALLEGO: Opcit., p.123.
196 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA
CONCLUSIONES
‘OJ Reparaz consiguió una comisih en el extranjero para estudiar reformas administrativas, entre
otras cosas, durante el gobierno Silvela-Polavieja.
“P SECO SERRANO, Carlos: Op. cit., p.232.
“16 VILLACORTA BAÑOS, E: Pensamiento social y crisis del sistemu cunovista 1890-1898; FUSI Y
NINO (Edit.): Vísperas del 98. Madrid 1997, pp. 254256; COSTA: Tutela de pueblos en la historia;
ALTAMIRA: El problema de la dictadura tutelar en la historia.
200 PABLO GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA
nas, incluso las ideas centrales de su manifiesto, le alejan del tipo de espa-
dón clásico dispuesto a terminar con un sistema democrático.
Tras la contundente catarsis que supusieron para los militares los suce-
sos del 98, búsqueda de responsabilidades incluida, la única política que
podía hacer el primer ministro de la Guerra, del primer gobierno sin res-
ponsabilidades directas en el desastre era la ilusionante propuesta de Pola-
vieja que vimos tratada en las bases de acuerdo con Silvela. La profesiona-
lización de unas fuerzas armadas desmotivadas pasaba por unas inversiones
adecuadas al tremendo descalabro, sobre todo en la armada. Lo contrario
era no solo antimilitar, sino antipatriótico para los militares.
Lo recoge el corresponsal de La Correspondencia Militar, de labios de
un coronel que acudió a mostrar su apoyo a Polavieja:
Presentación
D
ESDE hace muchos años tenía en mi poder el diario de operacio-
nes que mi abuelo materno había escrito pacientemente en los
casi dos años que estuvo destinado en el Ejército de Operaciones
de la isla de Cuba.
Había llegado a la isla como teniente de Infantería al final del año 1895,
después de solicitarlo voluntariamente en instancia al Rey, cuando era
alumno de la Escuela Superior de Guerra. Allí permaneció hasta agosto de
1897, en que se reincorporó a la escuela, hasta salir de la misma como capi-
tán del Cuerpo de Estado Mayor.
La minuciosidad del relato diario de las operaciones militares -segui-
das de algún breve comentario y de las escasas actividades sociales en los
cortos permisos disfrutados en La Habana, que le permitieron conocer a
mi futura abuela- nos invita a recordar el sacrificio de aquellos hombres
que, con medios, equipos, armas, alimentación y sanidad insuficientes,
lucharon por mantener la unidad de la Patria y el honor de nuestras armas,
con un mínimo reconocimiento posterior por la sociedad de aquel tiempo.
Todos ellos, y mi abuelo en particular, quedaron profundamente marca-
dos en sus vidas familiares y profesionales por los acontecimientos vividos,
que luego se denominaron el Desastre del 98 de forma, a mi entender, poco
afortunada.
202 ENRIQUE PÉREZ PIQUERAS
Año de 189.5
Año de 1896
Año de 1897
El médico provisional de Las Navas (...) quiso bailar con. una mucha-
cha hija de los patrones de la pensión donde se aloja el General Pando,
pero por tener novio dijo que no podía bailar: El Teniente Coronel de Las
Navas, D. Manuel Fuenmayor la llamó cursi y ella y su hermana se echa-
ron a llorar y salieron para su casa a dar parte al General. El novio de una
de ellas dijo que protestaba de aquello como redactor del periódico La
Lucha y se llevó algunos golpes. El jefe le dijo que ime c... en Vd. y en su
periódico! Vuelve el General con las dos chicas del brazo y aconseja al
DIAKIO DE OPERACIONES EN CUBA 209
Teniente Coronel que no se meta con las chicas. Cito estos detalles por la
mala suerte que después tuvo el Jefe.
Méjico
DIARIO DE OPERACIONES EN CUBA 211
Plan de reconcentraciones
El 19 de mayo:
La entrada era un caminejo muy estrecho y con una pendiente muy pro-
nunciada. Arriba había una gran plazoleta; defienden muclzo aquella subi-
da pero la tomamos a la bayoneta. Cogimos casi muerto a un titulado
Teniente llamado Rabaza; llevaba en el bolsillo un despacho firmado por
Maceo haciéndolo Alférez y otro provisional de Teniente firmado por Díaz;
murió como un valiente, rodilla en tierra en la misma entrada, haciendo
fuego mientras sus compañeros huían (...)
Durante el fuego vino hacia nosotros un tío medio desnudo, gritando
iViva España!; dijo que era catalán y lo tenían prisionero.
214 ENRIQUE PÉREZ PIQUERAS
tarme tenía que atravesar mas de 30 metros de cieno negruzco y mal olien-
te; ese es el campo que me rodea,
Me aconsejan que pase al Hospital o enfermeria para poder marchar a
La Habana (.,.) al amanecer (del 20 de julio) estoy en la puerta del Hospital
con el médico Ferrer (...) Muy temprano empiezan a salir las carretas con 70
enjermos. A las 7 estábamos en el muelle /Que barbaridad!, es la 1 de la
tarde y todavía no se ve el barco(...) icómo estarán los pobres enfermos al sol,
sin agua y todos con fiebre !. Viene mi ordenanza Unge y el asistente Larios
y nle traen una botella de caldo y otra de leche, pero los pobres enfermos m.e
ruegan les dé algo y se las reparto a los más necesitados.
A la 1 y 30 aparece el Tritcín y a las 2 estamos a bordo (...) llegamos a
La Hubana a la 1 de la madrugada.
S3, u este paso no volverem,os nadie. Hay enfermos varios oficiales, entre
ellos el Capitán Porcell.
Los días del mes de julio, son particularmente penosos por las bajas por
enfermedades:
1 a División
1” Brigada
Batallones: Antequera, Baleares, San Fernando y Asia.
Una sección de Artillería de Montaña.
2” Brigada
Batallones: Cuba, Valladolid y Constitución.
Una sección de Artillería de Montaña.
3” Brigada
Batallones: Príncipe, Simancas y Luchana.
Escuadrones: Guantánamo y M” Cristina.
Una sección de Artillería dc Montaña.
4” Brigada
Batallones: Córdoba, Talavera y Guadalajara.
2” División
1” Brigada
Batallones: Colón, Alcántara, Baza y Andalucía.
Una sección de Artillería de Montaña.
2” Brigada
Batallones: Isabel la Católica, Unión y Vergara.
Una sección dc Artillería de Montañà.
3” División
1” Brigada
Regimiento de La Habana.
2” Batallón de Infantería de Marina
Batallón Sicilia
2” Brigada
Batallones: Aragón y Bailén
3” Batallón de Infantería de Marina
Comentarios finales
Pasados cien años de aquella guerra, nos damos cuenta, leyendo este
diario transcrito sólo en lo más significativo, de las condiciones en las que
nuestro Ejército tuvo que combatir y la imposibilidad de nuestros soldados
de hacer más de lo que hicieron.
224 ENRIQUE PÉREI, PIQUERAS
BIBLIOGRAFíA
Y
A desde antes de la voladura del Maine se encontraba en aguas asiá-
ticas una escuadra norteamericana al mando del comodoro Dewey
que, el 25 de febrero de 1898, recibía órdenes de dirigirse a Hong
Kong para aprovisionarse de carbón, ante la posibilidad de que estallase un
conflicto bélico con España y debiera operar contra Manila. Dicha escuadra
estaba compuesta por los cruceros Olympia, Baltimore, Boston y Raleigh;
los cañoneros Concord v Petrel; el aviso MacCulloch y los mercantes Zaf-
hire y Nasham. La orden de dirigirse a Filipinas sería recibida el 27, salien-
do al día siguiente hacia aguas de aquel archipiélago después de recibir a
bordo del buque-almirante al cónsul norteamericano en Manila, -salido de
la capital el 24- que le proporcionó datos de la escuadra española. Mientras
tanto, en Manila continuaban los preparativos de defensa que había inicia-
do Primo de Rivera, si bien éstos eran más teóricos que reales, debido a la
escasez de medios existentes y la falta de previsión sobre lo que se aveci-
naba’, reduciéndose prácticamente dichos preparativos a la instalación de
Z Los efectivos con que se contaba en el archipiélago eran: Infantería: siete regimientos indígenas
a dos batallones (de unos seiscientos hombres) y quince batallones expedicionarios de Cazadores (tam-
bién a seiscientos hombres); Caballería: dos escuadrones (mixtos): Artillería: un regimiento de Plaza y
uno de Montaña; Ingenieros: un batallón de obreros y unidades de Administracion Militar y Sanidad.
También se contaba con dos batallones de Infantería de Marina, tres tercios (indígenas) y Sección Vete-
rana (europeos) de la Guardia Civil, mas una unidad de Carabineros. La Escuadra la integraban los cru-
cer-os Ola de Cuba (protegido), Castilltr, Rrir~r Crisriw D~B Antoko Lillou, Don Jum de Au/ria y
Velasco (no protegidos, de segunda clase) y los de tercera Elcano, General Lezo JJ Marqués del Buero
(no protegidos), mas varias cañoneras y transportes.
’ GÓMEZ NÚÑEZ, Severo: La guerra hispurzo~norfemlzericana. Puerto Rico J Filipinus. Madrid.
1902, p. 128-13 1. En resumen: Escuudra espafiola: diez mil trescientas cuarenta y una toneladas de des-
plazamiento. Dos cruceros con casco de acero y sesenta y dos mms. de protección, tres con casco de hie-
rro, uno de casco de madera y un cañonero con casco de hierro; un cañón del 16 de avancarga, dos del
15, veinticuatro del 12 (dos de avancarga y de bronce), dos de 8’7, cuatro de 7’5, seis del 7’35 de tiro
rápido (de 57, 42, y 37 mms.) y diecisiete tubos lanzatorpedos. Escuadro americana: diecinueve mil
noventa y ocho toneladas de desplazamiento. Cuatro cruceros con casco de acero (dos con protección
de más de 100 mms. y dos con 63 y 38 respectivamente) mas dos cañoneros con casco de acero; diez
cañones del 20, veintitrés de 15, veinte del 12 de t.r., cincuenta y dos de t. r. (de 57, 47 y 37 mms.) y
quince tubos lanzatorpedos.
’ SALINAS Y ANGULO, Ignacio: Defensa del Generul Júudenes. Madrid, 1899. p. 22; TORAL. Juan y
José: 1898. El sitio de Manila. Mernorius de un voluntario. Manila, 1899, p. 32. Esta decisicín fue muy
controvertida, aunque parece lógica teniendo en cuenta que para la defensa de Las Bocas (entradas en
la bahía) se contaba con las baterías de Punta Restinga, Islote del Fraile, Pulo Caballo, Corregidor, Punta
Gorda y Punto Sisiman, cada una con una batería de tres cañones (antiguos, de corto alcance y con
importantes fallos en su instalación). Además, la falta de torpedos (fueron solicitados muy tarde y cuan-
do estalló la guerra estaban en Singapur donde los ingleses los detuvieron), minas y otros obstáculos no
hacían factible intentar detener a una potcntc escuadra, dadü la amplitud dc los pasos (cinco kilómetros
la Boca Chica -al norte- y catorce la Grande -al sur-, dividida en tres por los islotes, de forma que solo
podían hacer fuego dos o tres baterías sobt-e los buques).
LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA EN FILIPINAS 229
’ TOKAL: 01) C-it., p, 62. Al acordarse situar la escuadra española en el arsenal de Subic -que luego
no se real;& se desatendió potenciar estas baterías y sólo a finales de abril se mandaron las fuerzas que
debían protegerlas, encontrándolas en tan mal estado que no estaban en condiciones de una mínima efi-
cacia.
’ í%MEz NÚNEz, Severo: Op. cit., pp. 141-143.
230 ANDRÉS MÁS CHAO
desde el comienzo del combate actuó con gran eficacia, alcanzando entre
otros al Baltimore con su fuego.
Terminado el combate naval, el fuego de la escuadra americana se con-
centró sobre Cavite’, donde se habían refugiado parte de los heridos de los
buques españoles, entre ellos el almirante Montojo. Como había pasado con
la escuadra, la potencia de fuego americana barrió las antiguas defensas
españolas y a poco de sufrir sus efectos apareció sobre el arsenal una ban-
dera blanca, al parecer con objeto de solicitar una tregua para evacuar muje-
res y niños. El comodoro Dewey contestó a esta petición, según algunas
fuentes españolas, que no teniendo otro objetivo que destruir la escuadra
española y apoderarse del arsenal y habiendo conseguido lo primero, renun-
ciaba a lo segundo y a la plaza a cambio de que se quemasen los barcos que
quedaban y que las baterías de Las Bocas no hostilizasen a los americanos
al salir de la bahía”. El mando del arsenal accedió a esta propuesta y dispu-
so que los buques españoles no hundidos todavía fueran pasto de las llamas,
dando asimismo orden a las baterías de Las Bocas y de Punta Sangley que
cesaran su fuego, indicándosele a esta última, que aun con una sola pieza en
eficacia hacía frente a los poderosos buques americanos, que retirara su per-
sonal sobre el arsenal. Por otro lado, Dewey envió un mensaje al Capitán
General amenazando con bombardear la ciudad si seguían disparando las
baterías de Manila, ante lo que el Capitán General tomó la decisión de orde-
nar la suspensión del fuego9.
Tras cesar el fuego, el mando americano en vez de retirarse intimó al
abandono de la plaza de Cavite junto con el del arsenal, amenazando con
bombardearla si no se cumplía su exigencia; a ello contestó el general Peña,
comandante de la plaza y provincia, que él no se había rendido ni había teni-
do participación en el acuerdo aceptado por el comandante del arsenal, sien-
do además un mando independiente de éste; pero Dewey, tras una serie de
contactos para aclarar la situación, al día siguiente, cuando ya se había reti-
rado la guarnición del arsenal y la marinería salvada de los buques, persis-
’ Idem: Op. cir.. p. 153 y SS. La plaza al mando del general García Peña contaba en total con unos
setecientos hombres. En el arsenal, un pequeño destacamento de Infantería de Marina (hubo que en-
plear la mayoría para completar la dotación de los buques) y una compañía incompleta de guardias de
arsenales.
s TORAL: Op. cit., p. 50. Es, sin embargo, díficil de crer que el almirante norteamericano diese esta
contestación, pues no es lógico que su misión fuera exclusivamente ésta; GÓMEZ N~JNEz: Op. cir., p, 164.
Señala que Dewey comunicó a su Gobierno que al ver bandera blanca consideró que SC rendía la base
de Cavite.
’ TORAL: Op. cit., p. 140. En su defensa cabe decir que su artillería no tenía la más mínima posi-
bilidad de hacer- danos importantes a la escuadr-a americana, pero esta sí podía infligir un duro casti-
go a la ciudad.
I,A GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA EN FILIPINAS 231
regimientos del ejército del archipiélago’“. Por su parte los navíos nortea-
mericanos, tras decretar el bloqueo de la capital filipina el ya almirante
Dewey, se conformaron con navegar a sus anchas por la bahía de Manila,
en donde apresaron al práctico del puerto con el buque Vigia, que había
salido a petición del cónsul inglés y bajo salvaguarda del pabellón britani-
co para conducir a puerto una corbeta inglesa. A partir de esta fecha
comenzarían a llegar a Manila buques de guerra de distintas nacionalida-
des, para preservar los derechos de sus súbditos que pudieran verse afecta-
dos por este conflicto; así, el 7 entrarían un acorazado francés y un cruce-
ro alemán.
Mientras sucedía esto en Filipinas, Emilio Aguinaldo se había puesto en
contacto con los norteamericanos y después de diversas reuniones, el 23 de
abril se firmaba un acuerdo en el que se comprometía a ayudar a los ameri-
canos en su lucha con España levantando en armas a sus partidarios; en con-
trapartida Estados Unidos le proporcionaría armas y medios para reactivar
la insurrección tagala y una vez alcanzado el éxito se proclamaría la Repu-
blica de Filipinas con un gobierno independiente bajo protectorado ameri-
cano. Trasladado Aguinaldo y el resto de los firmantes del acuerdo a Hong
Kong y ratificado el convenio por Dewey, serían embarcados en el Mac
Culloch para llevarles a Cavite, donde desembarcaron el 22 de mayo con
abundante armamento proporcionado por los americanos. Mientras tanto,
en el archipiélago, al numerosísimo voluntariado que se presentaba para
apuntarse en las recién creadas milicias filipinas, se le había comenzado a
organizar y a dotar de armamento, designando como mandos de la mayoría
de éllas a jefes de partida de la insurrección anterior, olvidando práctica-
mente a aquellos filipinos que se habían mantenido fieles; de manera que
este voluntariado se entregaba a quienes en fechas muy recientes habían
combatido por la independencia, personas de las que por lo menos debía, en
principio, desconfiarse de su fidelidad a la causa española. Según algunos
autores, el Capitán General consultó previamente al coronel de Voluntarios
Eugenio Blanco, uno de los filipinos más prestigiosos y leales, sobre su pro-
yecto de designar como mandos a los rebeldes más notorios; medida que,
con las concesiones de autonomía aprobadas, estaba seguro que se acalla-
rían sus anhelos independentistas. En la misma entrevista, el general Augus-
tín ofreció al coronel Blanco darle el mando de la Comandancia del Centro
de Luzón. Éste rechazó el cargo y aconsejó al Capitán General que no se
fiara de las manifestaciones de arrepentimiento y colaboración de aquéllos
“’ Ibídem, pp.C-70.
234 ANDRÉS MÁS CHAO
que hasta hacía meses eran sus enemigos, a los que debía, más que entre-
garles armas, tener vigilados; sin embargo, Augustí no hizo caso de estas
advertencias y mantuvo su idea, que posteriormente se demostraría total-
mente equivocada.
A partir de la derrota naval de Cavite y abandono de esta plaza, comen-
zaron a detectarse movimientos de partidas y nuevas agresiones a viajeros
y familias aisladas, lo que unido a las noticias de una próxima llegada de
Aguinaldo hizo que se considerara probable un renacimiento de la insu-
rrección tagala; por otra parte, la permanencia de la escuadra americana
ante Manila, también daba visos de verosimilitud a las noticias de que los
Estados Unidos estaban preparando una fuerza de desembarco para ocupar
en fuerza la capital del archipiélago. Como contrapartida a estos rumores se
podía considerar el buen éxito obtenido por las recién creadas milicias fili-
pinas en todas las provincias de Luzón; gracias a ello, el 22 de mayo se
podía contar con unos catorce mil milicianos, que se pusieron a las órdenes
de los jefes de comandancias y demarcaciones, duplicando y en muchos
casos superando las fuerzas regulares existentes en éllas. Este aumento de
efectivos hizo pensar al general Augustí que el conjunto de la isla de Luzón
quedaba asegurado ante un intento de insurrección o un desembarco ameri-
cano; si bien, en en el caso de cumplirse los negros pronósticos de Blanco,
compartidos por la mayoría de la población europea del archipiélago, si
estas milicias y la tropa indígena traicionaban sus banderas, se pondría en
un gravísimo compromiso 8 la tropa peninsular y a la permanencia misma
de España en las Filipinas. Asegurado así, según él creía, el conjunto de
Luzón, el Capitán General dictaba el día 26 las órdenes convenientes para
la defensa de Manila ante un posible ataque por mar o tierra; de acuerdo con
ello, distribuyó las fuerzas estacionadas en la ciudad formando una especie
de doble sistema defensivo: 1”) una serie de líneas exteriores (Muntinlupa-
Las Piñas, Muntinlupa-Taguig, Tambobomg-Montalbán-Mariquina y San
Juan del Monte-Santamesa) que cubrían los accesos a la ciudad desde las
provincias de Cavite y Manila, Laguna de Bay y provincias de Morong y
Bulacán; 2”) una línea de defensa inmediata de la ciudad, dividida en tres
sectores, al mando de los generales Arizmendi -jefe de la Artillería-, Rizzo
-jefe de Ingenieros- y Palacios; aparte, existían una serie de columnas
volantes, fuerzas de defensa interior de la plaza y reserva para reaccionar
ante posibles rupturas del sistema o algaradas interiores (cuadros núms. 1,
2 y 3”).
CUADRO 1
DISTRIBUCIÓN DE LAS FUERZAS DE INFANTERÍA
EN LA PLAZA DE MANILA
Ciudad murada y línea de San Antonio Abad al Malecón sur
4 cías. de Cazadores 400 hombres aprox.
3 cías. de rgts. indígenas 300 “ “
Gral. Arizmendi 2 cías. de leales volunt. (e) 200 “ (‘
Personal diversos cuerpos (e) 600 “ “
Columnas Volantes
Tte. Cor. Hernández 3 cías. de Cazadores 300 hombres aprox.
2 cías. de rgto. 73 200 “ ‘.
Tte. Cor. Soro 4 cías. de Cazadores 400 ‘* “
1 cía. rgto. 70 100 “ “
Tte. Cor. Iglesias Batallón Caz. núm. 5 600 “ “
Arrabales de Manila
3 cías. de Cazadores 300 hombres aprox.
1 cía. rgto. 70 100 ‘$ “
Voluntarios de S. Miguel(e) 250 “ “
Cor. E Pintos Guerrilla del Casino (e) 150 “ ‘.
5 cías. de Voluntarios (e) 500 “ “
3 cías. del Ron. Provis. (e) 500 “ <‘
236 ANDRÉS MÁS CHAO
CUADRO 1 (continuación)
DIsTRIRnCIóN DE I,AS FUERZAS DE INFANTERÍA
EN LA PLAZA DE MANILA
Guarnición en cuarteles y Reserva
Rgto. Artillería Mont.( I)(e) 400 hombres aprox.
Rgto. Artillería de Plaza (e) 100 “ ..
Rgto. de Lanceros (2) (i) 200 *‘ “
Escuadrón de Voluntarios(2)(c)
2 cías. de CaLadores 200 “ “
4 cías. de rgtos. indígenas 400 “ “
1 cía. Bón. de Guías (m) 100 “ /‘
Batallón de Marinería (3)(e) 600 “ “
Guardia Civil Veterana (e) 750 “ “
Carabineros (e) 100 “ “
Voluntarios Papangos (i) 200 “ ‘<
Notas: (1) Para servicio de las piezas de las posibles columnas de ataque.
(2) Para distribuir entre las columnas de ataque y servir de enlaces.
(3) Formado con perïonal proveniente de la esc~~lra.
(i) indígenas. (e) europeos. (m) europeos e indígenas.
CUADRO 2
DISTRIBUCIÓN DE LAARTILLERÍA
CUADRO 3
FORTINESYBLOCAOS DELALÍNEAYRIMODERIVERA
-
T
Blocao de Santiago 25 hombres
Fortín del Cementerio de la Loma 40 ‘/
Blocao del camino de Balinsanac 25 “
Blocao de Calucut 25 “
Blocao del Cementerio de Sampoloc 25 ‘<
Blocao de Sato1 25 ‘<
Foltín camino de Santa Mesa a S. F-’ 40 “
Blocao dr la Cordelería de Valenz. 25 ”
Blocao de la posesión de Viademonte 25 6g
Blocao del Puente de Pandacán 25 “
Blocao de la Concordia 25 “
Blocao del camino de Singalong 25 “
Fortín del camino de Pineda a Singalong 40 “
Blocao del camino de Maisubig a Singalong 25 “
Fortín de San Antonio Abad 40 “
-
Nota: Los fortlncs erar. de mampostería. los blocaoa de madera protegidos por un parapeto de tierra y entre cada dos
posxioneï había una distancia dc UII !&írnetro.
Ii TORAL: Op. cit.. p 98. Afirma que fue precisamente la retirada del coronel Pintos, sin avisar a Del
Pilar, lo que obligó a éste a cambiar de bando, al quedarse solos en el Zapote.
240 ANDRÉS MÁS CHAO
diferente importancia, entre los que cabe destacar el de San Fernando donde
se encontraba Monet y el de Macabebe, en el que se alojaba la familia del
Capitán General bajo la salvaguardia de la familia Blanco y sus fieles
voluntarios. A finales de mayo los asesinatos, ataques de pequeñas partidas
y tiroteos que se venían produciendo desde primeros de mes, se convirtie-
ron en un movimiento insurreccional generalizado de las provincias de
Bulacán, Nueva Écija y La Papanga. Para mantener su línea de comunica-
ción con Manila y castigar a los rebeldes, Monet debió efectuar algunas
salidas que consiguieron su objetivo, siendo la mas importante la que se
llevó a cabo al mando del teniente coronel Dujiols contra el pueblo de
Ángeles, que fue tomado y destruido, continuando más tarde hacia Apalit y
Bacolor, donde noventa macabebes al mando del capitán Méndez Villabrille
mantenían la resistencia tras haber perdido la tercera parte de sus fuerzas,
consiguiendo, asimismo, romper el cerco y liberar a aquellos valientes. Tras
estos hechos la columna Dujiols regresó a San Fernando a primeros de
junio, donde el general Monet había recibido la orden de Augustí de con-
centrar sus fuerzas y trasladarse a Manila llevando con él a la familia del
Capitán General.
La orden recibida era casi imposible de cumplimentar en aquellas
fechas, pues la insurrección había tomado una enorme fuerza y las milicias
de Macabulos, junto con numerosos guardias civiles y soldados, se habían
pasado ya al enemigo. El día 14 de junio el general Monet, con los sete-
cientos hombres que había conseguido reunir, mas un número importante de
familias, personal civil y unos cincuenta heridos, salía de San Fernando de
la Papanga en dirección a la estación de ferrocarril de Santo Tomás, adon-
de consiguieron llegar a la caída de la tarde, prosiguiendo sin detenerse
hasta Minolín, barrio de San Francisco, donde llegaron en la madrugada del
15. A las primeras horas de la mañana de dicho día los tagalos atacaron con
gran fuerza, consiguiéndose rechazarlos y apoderarse del embarcadero
sobre el río, por donde poco después harían su aparición los cañoneros
Leyte, Amyat y España que junto con el vapor mercante M&dez Núñez les
estaban esperando y debían conducir a Macabebe a la columna. Tras un
nuevo combate para despejar el terreno de enemigos e incendiar el barrio
para proteger el embarque de la columna, a las ocho de la tarde salían las
embarcaciones con las fuerzas de Monet río arriba, alcanzando Macabebe
en la mañana del 16, uniéndose a los voluntarios que defendían el pueblo”.
Hasta aquí la actuación del general Monet había sido correcta, pero una vez
l7 Hoja & Sevvicins de/ Gerzerrtl Mo~wt. En estas operaciones la columna de Monet tuvo cien heri
dos.
ANDRÉS MÁS CHAO
242
A_RCHIPliLAG 0
IR SAS.TK~U, Manuel: 0~. cit., p, 455: TORAL, Juan y José: 0,~. cit., p, 130. La actuación de Monet
es muy obscura. Lo relatado figura en Sastrón, aunque Toral dice en su obra que Monet y la familia de
Augustín embarcaron en varias barca< y el Mhzder Wiez que salió al día siguiente llevaba al resto de
civiles y heridos. pudiendo éste pasar gracias a la bandera de la Cruz Roja. Relato que coincide más o
menos con el del propio general en su hoja de servicios.
Iu Embarcaciones rudimentarias filipinas.
lil Seiscientos treinta soldados, veintiocho oficiales. diecisiete paisanos y quince frailes.
X1 TORAL: 0~. cir., pp. 133-134. Según este autor el Leyte cortó amarras porque el fuerte oleaje
hacía presumir que los cascos naufragarían si intentaban llegar a Manila, por lo que el comandante del
cañonero, previo acuerdo cun los jefes embarcados cn la columna, decidió rendirse y solicitar ayuda de
los norteamericanos, siéndole negada.
244 ANDRÉS MÁS CHAO
" GÓMEZ NÚÑEZ: Op. cit., pp. 197-200. Según el autor constituían la Brignda A&won: el Regi-
miento de Voluntarios de Oregón y los de Infantería 23 y 24. mas unidades de Artillería de California,
Ingenieros y Servicios; la Briguda Creme se componía del Regimiento 18 de Infantería y los de Volun-
tarios 1” de California, 1” de Colorado, 1” de Nebrasca y lo” de Pensilvania, además del 3” de Artillería,
dos batallones de Voluntarios de Artillería de Utah y una compañía de Ingenieros.
” Ibídem, p. 211. La operación costó tres muertos y quince heridos.
LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA EN FILIPINAS 247
N Ikfem, p. 215. De acuerdo con los datos del autor (p. 216) durante todo este mes se consumie-
ron ochocientos cincuenta y ocho mil quinientos veintiséis cartuchos de Mauser, trescientos noventa y
dos mil dieciocho de Remington, cuatro mil novecientas cincuenta y ocho granadas, ciento sesenta y
ocho botes de metralla y trescientas cuarenta y cinco bombas entre incendiarias y explosivas, lo que da
idea de la dureLa de los combates.
248 ANDRÉS MÁS CHAO
” Ibídem p. 216-217.
” SASTRÓN: Op. cit., p. 479. El relevo pudo ser provocado por el telegrama oficial enviado por
Augustín a Madrid el 23 de julio en el que, tras enaltecer la resistencia de Manila, exponía la situación
como insostenible si no recibía refuerzos; por otra parte, se quejaba de que el Gobierno no le hubiera
comunicado las derrotas españolas en Cuba y silenciado el comienzo de negociaciones con los ameri-
canos.
LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA EN FILIPINAS 249
que este relevo motivaría que, los ya decaídos animos de tropa y población,
se vinieran estrepitosamente abajo, obligando al nuevo mando del archipié-
lago a una rápida capitulación. En cumplimiento de la orden citada, el gene-
ral Jáudenes se hacía cargo del mando el día 4, y el 5 publicaba una Orden
General en la que intentaba levantar el ánimo de los sitiados, si bien en élla
no ocultaba lo grave de la situación. En estas mismas fechas los americanos
se concentraban para dar el asalto final a Manila junto a todas las fuerzas de
Aguinaldo, que habían terminado prácticamente con las restantes guarni-
ciones españolas de la isla de Luzón; frente a ellas las fuerzas sitiadas en la
capital de Filipinas habían disminuido de una forma notable desde el
comienzo del asedio (cuadro 4).
CUADRO 4
Dmmwaórt DE FUERZASEN MANILA
- - - EL 6 DE AGOSTO
Euro. Indíg.
?’ Gómz NÚÑEZ: 012. cit.. p. 233. Las bajas españolas durante el asedio fueron de cuarenta y nueve
muertos y trescientos heridos.
252 ANDRÉS MÁS CHAO
‘” MAn’ríI‘[N CEREZO, Saturnino: Ltr pkrdidd de Filrpincts. Madrid, Edic. 1992. p. 184.
j(’ Existen bastantes relatos de las experiencma de los españoles presos por los tagalos como el del
teniente Verd Sastre ya citado (ver nota) y la obra de Carlos Rías Bajas: El desnsrr-e es~z~uñol.Merwrin
dc WI prisionero. Barcelona. 1899. En éllas se habla de los sufrimientos que padecieron y de las vicisi-
tudes pasadas hasta que fueron rescatados. unas veces por los norteamericanos al entrar en campamen-
tos filipinos durante la guerra que mantuvieron con éstos y otras por las gestiones de la comisión espa-
ñola.
*’ En las islas más importantes de las Visayas. así como en las Carolinas, quedaban también peque-
ñas guarniciones, en general de Infantería de Marina.
Y Hoja de Serricios &J/ General Ríos. La fuerza era una compañía de Cazadores, una del 69, otra
de Tiradores, una de Artillería, dos de Ingenieros, cincnenta jinetes y dos caíiones.
254 ANDRÉS rvlÁS CHAO
‘? Rías BAJAS, Carlos: 0~. cif. Acusa a lo largo de su obra a este general de favoritismo en sus inten-
tos de rescatar a los prisioneros, olvidándose de los soldados.
Saturnino Martín Cerezo, en la página 233 de su citada obra, dice que este autor es el mismo que dio
crédito a las afirmaciones de uno de los desertores de Baler y aseguró en un artículo publicado en El
Nucionnl de Madrid, en mayo de 1899, que el teniente Martín Cerezo, jefe de la defensa, había asesinado al
Capitán Las Morenas y que por eso no se rendía.
LA GUERRA HISPANO-NORTEAMERICANA EN FILIPINAS 255
BIBLIOGRAFIA
E
L año 1896, mes de agosto, es aquel en el que la revolución filipi-
na se puso de manifiesto al transformarse el movimiento ideológi-
co conocido como “La Propaganda” en un alzamiento armado. El
término “propaganda” surgió hacia 1888 cuando se formó en España un
comité de propaganda alrededor de la revista quincenal titulada La Solida-
ridad, aparecida en Barcelona en febrero de 1889 y pronto trasladada a
Madrid, en el mes de noviembre de aquel mismo año, donde continuó
hasta 1895. La Solidaridad había sido un inteligente órgano de expresión
política, hábilmente conducido por José Rizal y por sus colaboradores
principales en aquella empresa: Marcelo Hilario del Pilar y Mariano
Ponce, entre otros.
El término “La Propaganda” es muy conocido en la Historia de Filipi-
nas y es aceptado generalmente, habiendo resistido, en la americanizada
Filipinas del siglo actual, la connotación peyorativa que el término tiene en
el lenguaje norteamericano de hoy; y que no aparece, por cierto, en el “Dic-
tionnary” de Oxford.
Que la rebelión armada de 1896 sucedía a la agitación política prece-
dente, está bien visible desde 1868, y borraba a la Liga Filipina fundada por
Rizal en el año 1892: supuesta asociación cívica, de carácter progresista y
pacífico, no legalmente autorizada. El historiador filipino Gregorio F. Zaire
señala que en la primera reunión, secreta, de la “Liga”, Rizal no produjo una
258 PEDRO ORTIZ ARMENGOL
’ ZAIDE, Gregorio F.: The Philippine Revolution. Manila 1954. p. 41. “Bonifacio did not impress
him”, los demás “with the exception of Bonifacio, warmly received his peaceful views”.
2 Ibidem, pp. 102-103.
LA CAMPAÑA 1896- 1897 EN FILIPINAS... 259
cioso, que parecía un extremista en todos sus actos y que ya se hacía llamar
“El Supremo”? ¿La imprecisión de sus programas? Vemos, en una historio-
grafía tan volátil como la de Filipinas, que la “Kartilla” del katipunero es
una, que el “Dekálogo” del katipunero es otro, que el juramento del katipu-
nero no es el mismo y que Bonifacio, con evidente “clientismo” político, se
rodeaba de sus hermanos para asegurarse el poder, todo lo cual obligaba a
extremar la prudencia’.
El cálculo político y militar de Bonifacio no era tan equivocado: la plan-
tilla del ejército español en Filipinas era, en 1896, de diecinueve mil tres-
cientos cuarenta y tres hombres, de los cuales once mil quinientos servían
en la Infantería, compuesta por tropas indígenas con mandos españoles; tres
mil quinientos noventa y tres guardias civiles, también indígenas, con jefes,
oficiales y suboficiales españoles. Completaban estas fuerzas mil seiscien-
tos sesenta y siete artilleros, estos de procedencia española; mil doscientos
siete del Cuerpo de Ingenieros y fuerzas menores de Caballería, Sanidad,
Administración y otras. En el momento del levantamiento, Manila estaba
desguarnecida, por hallarse la mayor parte del Regimiento número 70 -que
normalmente guarnecía la capital y las provincias del norte de la gran isla
de Luzón-, en las islas del sur, donde la situación de guerra era casi perma-
nente; y, los otros seis regimientos, estaban cubriendo el resto del archipié-
lago. En Manila figuraban escasamente doscientos artilleros, un corto
número de fuerzas de ingenieros y tres compañías solamente del regimien-
to de guarnición, además de la Guardia Civil”.
El mando hubo de reunir, en agosto de 1896, los recursos disponibles
para hacer frente a la situación que planteaba el descubrimiento de la cons-
piración “katipunera”.
Alentada por el Diario de MuniZa, una manifestación de centenares de
españoles y de filipinos adictos acudió el día 24 de agosto a la residencia
del Capitán General a manifestar su adhesión, marchando más tarde, con el
mismo propósito, al Arzobispado. Ello precipitó que el grito de rebelión se
diera el día 25, cuando ya se estaban produciendo detenciones de implica-
dos y sospechosos. El lugar elegido fueron los arrabales de Balintawak,
Caloocan y Samson, al norte de Manila. Los grupos rebeldes estaban com-
puestos aproximadamente por un millar de hombre?. Los primeros choques
’ ZAIDE, Gregorio T.: 017. cit. La “Kartilla”, pp. 82-83 y el “Dekálogo”, p. 94; ACH~TEGUI Y BER-
NAD (jesuitas): Aguinnldo and tlze Revolurion of IZ96. El texto del juramento en página 10.
d Amario Militar de Espa& Ministerio de la Guerra. Madrid, 1896. Estas cifras para FiIipinas
incluyen en dicho año a los generales, jefes y oficiales, así como los asimilados (médicos, capellanes,
profesores, veterinarios, etc...).
’ DEI. CASTILLO, J.M.: El Kntipunarz .Y elfilibusrer&n~o en Fili~kzas. Madrid 1897, p. 103.
260 PEDRO ORTIZ ARMENGOL
” El texto que publican los PP. Achútcgui y Bernad, reproduce el texto en español publicado
por J.M. del Castillo en bu libro ya citado, pp. 298-302, con el sello oval “Pangulo Dhang Digma-
Magdalo”, que significa “Gobierno de la Guerra”. El nombre de “Magdalo“ es el nombre de guerra
adoptado por Aguinaldo y recuerda el de María Magdalena, que era la Santa Patrona de Kawit el
Viejo.
Cuando en el territorio insurrecto surgieron dos facciones rivales en pugna por el poder, la de Agui-
naldo se llamó “Magdalo” y la de su rival Andrés Bonifacio “Magdiwang”, cuya sede era Novaleta, ccr-
cana a Cavite. Acerca de Aguinaldo disponemos de la extensa biografía de este titulo por- Alfredo B.
Saulo, publicado por Phoenix en Quezon City en 19X3.
” ZAIDE: Op. cit., p. 97.
” ACH~TEGUI-BERNAD: Op. cit., pp. 30-37.
266 PEDRO ORTIZ ARMENGOL
rezos LI Dios son la rn& poderosa arma contra nuestros enemigos. Se espe-
ra el ataque español para finales de eneroIR.
En el campo español no fueron meses de espera: Sastrón señala las
acciones de contención emprendidas en la Pampanga, en La Laguna, en la
isla de Mindoro. El 21 de octubre un real decreto designa al general Cami-
lo Polavieja como Segundo Cabo de la Capitanía; es decir, Segundo Jefe
militar del archipiélago, quien partiría hacia él con los generales Zappino,
Lachambre. Galbis y Cornet. Llegados el 3 de diciembre, otra real orden
felicitaba al general Blanco y “le autorizaba” a regresar a la Península. En
la situación militar que se vivía, el general Blanco consideró que no debía
hacer uso de esta “autorización” y no dimitió. La Reina Regente halló la
fórmula para dar salida a la situación: el día 9 nombró a Blanco Jefe del
Cuarto Militar en el Palacio Real de Madrid. El día 13 se efectuó la toma de
posesión de Polavieja como Gobernador General y Jefe de Operaciones. En
el ánimo de todos estaba un cambio de actitud con respecto a la política en
Filipinas: así lo decían claramente las proclamas a los “habitantes” del país
y a los soldados del Ejército y de la Armada. Inmediata reorganización de
los altos mandos militares”. Días después, en atención a las circunstancias,
se suspenden las elecciones municipales preceptuadas por la Ley Municipal
de 1893 para la renovación de un tercio de las corporaciones municipales. De
una política de represalias -paralela a la de asaltos a los pueblos por parte de
grupos insurrectos y habitual asesinato del párroco o de funcionarios o resi-
dentes, generalmente españoles- se produjo el fusilamiento de Rizal el 30 de
diciembre de 1896 y el de otros acusados, tanto en Manila como en distintas
provincias, donde el espíritu de, rebelión y las actividades al servicio del
mismo significaban delitos previstos en los códigos entonces vigentes.
Dispuesto ya el Ejército de Operaciones con los veinticinco mil solda-
dos y mandos recibidos entre octubre del 96 y enero del 97, partió Polavie-
ja a operar el 14 de febrero. La ofensiva se inició en Silang, Salitrán, Das-
mariñas, para dirigirse por el sur hacia el norte de la zona insurrecta, menos
defendida y fortificada’“; en el mes de marzo prosiguió el avance con la ocu-
pación de Imus, punto fuerte de la rebelión tagala, donde se recogieron can-
tidad de remingtons y mausers de los que ya disponían en cantidad las fuer-
zas rebelde?‘. Estas operaciones están reflejadas con gran detalle y precisión
Andrés Bonifncio.
LA CAMPAÑA 1896-1897 EN FILIPINAS... 269
” CASTILLO: Op. cit., p. 161; MONTEVF.RDE: Op. cit., p. 491. Ésteseñala que -según declarxioncs
de los prisioneros- defendían Imus unos quince mil combatientes, muchos de ellos llegados apresura-
damente la víspera. Aguinaldo luchó en la defensa de Imus.
” Tejeros, barrio de San Francisco de Malabón, pueblo este último que cambió su nombre por el
de General Trías y que ostenta actualmente.
” Los fragmentos del manuscrito de Telesforo Canseco ocupan -en su texto original español- las
páginas 280-284 y 335-377 de Achútegui-Bernad.
LA CAMPAÑA 1896-l 897 EN FILIPINAS... 271
” RETANA: Vida y escritos del Dr: Rizal. Madrid 1907, pp. 374-375. El auditor De la Peña fue autor
también del infausto dictamen que aprobaba la sentencia de muerte contra Rizal. Torpe dictamen que
lleva la fecha del 27 de diciembre de 1896, y al que el general Polavieja dio sn conformidad al día
siguiente. La ejecución tuvo lugar el día 30. iEra el auditor la Persona mas idónea Para entrevistarse con
Aguinaldo? El auditor hubo de ser, en la penosa situación de agosto de 1898, uno de los firmantes del
Acta de Capitulación de Manila del 14 de agosto de 1898.
?‘) ACH~TEGUI-BERNAD: 0~. cit., p. 314.
272 PEDRO ORTIZ ARMENGOL
” Ibidem, p. 327.
” AGONCILLO, T.A.: The Writings nnd Triul of Andrh Bonifacio. Manila 1963. Donde figuran
-además de la obra poética en tagalo del “Supremo”- textos de su irritación por su situación polí-
tica.
LA CAMPAÑA 1896- 1897 EN FILIPINAS... 213
” ACHÚTEGUI-BERiYAD: 0~. cit., p. 355.386. El trabajo de T.A. Agoncillo es más eXtenSO y trans-
cribe cl juicio, los testimonios, las sentencias y la conmutación del Presidente. No conocemos otro libro.
en tagalo y cn inglés, titulado El proceso de Amfrk Bonifacio Manila 1963, de Virginia Palma-Bonifa-
cio, con prefacio del P. Bernad e introducción del historiador filipino Carlos Quirino. En 1956 Teodoro
Agoncillo había publicado su historia de Bonifacio y el Katipunan bajo el título -que a nosotros nos
sugiere algo- de The revolt of the masses o rebelión de las masas, evidente hipérbole cuando los alza-
dos en 1896 no fueron más de unos veinticinco mil en un país de unos siete u ocho millones de habi-
tantes.
Un escritor filipino actual -Ni& Joaquín- con ideas propias y particulares, concluiría en su libro A
yuestion ofheroes que Bonifacio -por ser manileño y no de la región de Cavite- no halló en ésta ver-
daderos apoyos, y sus partidarios caviteños le traicionaron y lc dejaron morir a manos del caviteño
Aguinaldo.
ii PRIMO DE RIVERA, l-‘: Memoria dirigidu al S~uio. Madrid 1898, p. 24.
2’74 PEDRO ORTIZ ARMENGOL
/ .!,
,,+
El mando filipino, que tenía que hacer frente a rumores de actos crimi-
nales -asaltos y rapto de mujeres- hubo de hacer frente a esos disidentes
cada vez más frecuentes a medida que la supervivencia de Biaknabató se
hacía más difícil, al tiempo que se adoptaba -en un esfuerzo loable de ofre-
cer una estructura política a la revolución- una constitución que estaba ins-
pirada en la redactada por independentistas cubanos en 1895 y conocida
como Constitución de Jimaguuyoi3.
Paralelamente la resistencia armada experimentaba una crisis, después
de un año justo de desgaste, en el que la revolución había retrocedido en sus
conquistas iniciales ocurridas durante los primeros momentos en Cavite y,
en menor medida, en otras provincias tagalas e ilocanas.
Hemos de referirnos a continuación a lo que las historias titulan El
pacto de Biaknnbató, acontecimiento que puso fin al levantamiento revolu-
cionario filipino de agosto de 1896.
El capitán general Primo de Rivera comunicaba el 4 de agosto al Jefe
del Gobierno, entonces Cánovas del Castillo, lo que sigue, escrito que éste
no pudo leer pues sería asesinado por un anarquista italiano, y ello antes
de que la carta llegara a España. Por consiguiente habría de leerla el Sr.
Sagasta, jefe del Partido Liberal, al ocupar la Jefatura del Gobierno.
Decía al Señor Presidente del Consejo de Ministros, fecha 4 de agosto
de 1897Y Se me ha presentado D. Pedro A. Paterno, persona que goza de
grandes simpatías e influencia en el puís filipino, que ha sido considerado
como sospechoso por los españoles y amenazado y perseguido por el frai-
le. Es hombre de alguna instrucción, bien educado, mestizo, de palabra
persuasiva, historiador de su país, abogado y escritor: Hace alarde de
españolismo, creo que nada ha intentado contra España durante los suce-
sos de estos últimos meses; pero es libe& del puís, aspira a In asimilación
con la madre patria, representación en Cortes, etc.
Me parece que ambiciona notoriedad y honores, y le creo capaz de ser-
virnos si ve esperanzas de realizar sus deseos; se ha presentado sólo, pero
debo creer que trae representación de otras personas, por más que nada
haya dicho. Su amor a España y u este país, según dice, le obliga a presen-
tarse a mípara ver el medio de llegar a la paz tan necesaria, y evitar los
inmensos perjuicios y los torrentes de sangre que está costando la guerra;
" .kHúTEGUI-BERNAD: Op. ch., pp. 456-462. Firman ese texto el 1 de noviembre de 1897, cuaren-
ta y ocho jefes -militares y políticos- de la revolución, la plana mayor de la resistencia al régimen
español y la punta de lanza de la nacionalidad filipina, que pugnaba por sobrevivir.
* PRIMO DE RIVERA: Op. cit., pp. 122-124.
LA CAMPAÑA 1896- 1897 EN FILIPINAS... 279
su sonada gestión para lograr la aceptación por parte de Aguinaldo del pacto
de acuerdo con España’“.
Primo de Rivera confiaba mucho en los resultados de esa operación,
pues las bajas en el Ejército suponían -por operaciones de guerra o por
enfermedades- unas diez mil al año. Los jefes de partidas se podrían “com-
prar” con una cantidad del orden de un millón setecientos mil pesos, que en
parte servirían para acallar protestas entre los suyos. Los jefes tagalos en su
mayoría quedarían desperdigados y se podrían levantar los sentimientos
anti-tagalos de los otros pueblos filipinos, donde están latentes. Si no se
acepta el plan de paz comprada, urge el envío de unos ocho mil hombres,
que son las bajas por combates y enfermedades.
El Gobierno de Sagasta se interesó, por supuesto, en el plan propuesto
y pidió detalles sobre los plazos de pagos. Primo de Rivera ratificó: qui-
nientos mil pesos al entregarse Aguinaldo con todas sus fuerzas operativas
y armamento; quinientos mil pesos cuatro meses después, si ha cesado toda
resistencia, y quinientos mil pesos dos meses después para asegurar la paz.
Paterno, que había llegado hasta el cuartel general de Aguinaldo con un
salvoconducto o pase expedido por Primo de Rivera para llegar hasta las
líneas filipinas, fue recibido con reserva y cautela y regresó el día 13 con
una respuesta escrita de Aguinaldo: tres millones de pesos y aceptación a las
históricas demandas revolucionarias; expulsión de las órdenes religiosas;
representación de Filipinas en las Cortes; igualdad ante la justicia; promo-
ción de filipinos en la Administración; libertades de asociación y de impren-
ta; intervención en las contribuciones y patrimonio de la Iglesia, etc.
No podía hacer nada el Capitán General sino trasladar estas peticiones
a Madrid y ofrecer mis buenos servicios cerca del Gobierno. En un viaje de
inspección por la Pampanga, Primo de Rivera recibió a unos delegados lle-
4i La parte más endeble de la personalidad de Paterno era su delirio aristocrático. Se inventó un títu-
lo nobiliario tagalo, “Maguinoo”, que utilizaba, con un blasón, y que deseaba se equiparase a un título
ducal español. Sus “trabajos” histírricos son delirios nacionalistas de poca consistencia. Retana lo trata
con bastante benevolencia porque Paterno defendió, sucesivamente, la reforma municipal española de
1893: el establecimiento -itan tardío!- de una fórmula autonómica; el uso de la prudencia en el turba-
do año 1898, y dirigió una revista cultural hispano-filipina. Por su gestión de paz figuró como presidente
en el Congreso de Malolos que pretendía levantar un Estado frente a la invasión norteamericana en
1899. Fundó Lu República Filipina a los pocos días de la ocupación de Manila por los EE.UU., pero,
ante la perspectiva del caos político, pronto aceptó la ocupación norteamericana, que era garantía de
orden y de prosperidad económica. Por la rapidez de estas mutaciones -que no hacían más que repetir
la de los muchos filipinos de tendencia conservadora- se formularon sátiras contra Paterno. Falleció con
la imagen de un gran intelectual y patriota en 19 11.
Hemos leído duras invectivas de un comisionado español acerca de los prisioneros españoles en
manos de Aguinaldo, atacando la actitud de Paterno después de 1805. .rpliquemos el beneficio de la duda
a esos ataques.
282 PEDRO ORTIZ ARMENGOL
LA CAMPAÑA 1896-l 897 EN FILIPINAS... 283
4’ MARTÍN CEREZO: El sitio de Baler. Guadalajara 1904. Para un estudio del mismo, y de sus per-
sonajes, mi trabajo “La defensa de la posición de Baler. 1 X98-1899” en la Revista de Historia Militar.
Madrid. Año XXXIV, número 68. 1990, pp. 83-178. El franciscano Gómez Carreño, un toledano de
Madridejos, uno de los peones de la defensa, fallecetía víctima del beriberi, en el reducto de Baler el 25
de septiembre del año 98 y está enterrado en Madrid en el mausoleo a los héroes de Cuba y Filipinas.
Ix SAsTRóN, Manuel: Op. cil., Madrid 1901, p. 311 y SS. El estimable Sr. Sastrón no comprendió -tu
siquiera despu& de producirse los hechos- que el expansionismo americano tenía ya decidida la guerra
con España, y que esto suponía decisiones sobre el porvenir de Filipinas en las que cualquier otra con-
sideración resultaría irrelevante.
LA CAMPAÑA 1896-1897 EN FILIPINAS... 285
í2 ACH~TEGUI-BERNAD: Op. cit., p. 549. (El texto en español aparece defectuoso en su último párra-
fo. Lo retocamos sirviéndonos para ello del texto en inglés que aparece en la p. 550).
El segundo y breve párrafo es muy confuso por empleo de la lengua española. Sirviéndonos de la
traducción al inglés creemos poder hacer legible ese párrafo de esta manera: Por propio acuerdo me
marcho; y lo hago renunciando a la propia inmunidad personal que poseo por ley y promesa de los
españoles. Pero la pasión violenta que es el odio, o cualquier otro apasionamiento, pueden hacer posi-
ble se levante una mano suicida que produzca víctimas, creando nuevas perturbaciones y trastorno en
la marcha de la vida de nuestro país. iViva España! iViva Filipinas! Emilio Aguinaldo.
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA
Eladio BALDOVfN RUIZ
Coronel de Caballería, D.E.M.
E
L origen del ejército en Cuba se remonta al año 1515, con la llegada
a la isla de “hombres de armas” formando pequeñas unidades suel-
tas. Después de la conquista de La Florida se amplió y dotó de guar-
nición el primitivo fortín de la Fuerza y ante la amenaza del pirata Drake
llegó a reforzarse de tal forma que, cuando se presentó frente a La Habana
con dieciséis barcos, desistió del ataque.
Felipe II para la defensa de la capital ordenó la construcción de los cas-
tillos del Morro y de la Punta y con la llegada de los Borbones se organiza-
ron las fuerzas de La Habana en un batallón de Infantería, una compañía de
caballos ligeros y otra para el servicio de Artillería; que, además, cubrían un
destacamento fijo en Santiago de Cuba y otros eventuales. La defensa de las
posesiones de Ultramar estaba basada en guarniciones de tropas veteranas
en las principales plazas y el refuerzo con otros cuerpos en tiempo de gue-
rra; también existía una milicia colonial, mal armada y preparada. Siguien-
do esta norma, la isla de Cuba fue reforzada en varias ocasiones y devuel-
tas las tropas a su destino una vez que había pasado la alarma.
En 1753 se creó el Regimiento Fijo de La Habana con dos mil plazas,
en su mayor parte reclutadas en Canarias; Caballería formó cuatro compa-
ñías y Artillería una. Pocos años después, cuando se temía un conflicto con
Inglaterra, llegaron a la Gran Antilla los primeros cuerpos expedicionarios
y el 6 de junio de 1762 se presentó en La Habana una potente flota inglesa
con más de doscientos barcos y una fuerza invasora de dieciséis mil hom-
288 ELADIO BALDOVÍN RUIZ
bres que, al día siguiente, inició un ataque que duró dos meses y terminó
con la capitulación de la plaza.
Antes de acordarse la paz, el conde de Riela llegó a la conclusión que
era necesaria la participación en bloque de la población y propuso la crea-
ción de una milicia disciplinada en Cuba, dotada de organización perma-
nente, uniforme, equipo e instrucción. El proyecto mereció la aprobación
regia y después de recuperar la isla se organizó a base de batallones de
infantes y regimientos de jinetes. Unidades que no eran para sustituir al
ejército regular, sino para reforzarlo cuando fuera necesario.
De aquellos tiempos arranca la organización de las defensas de los puer-
tos de Cuba, con la construcción en La Habana de la fortaleza de la Caba-
ña, el castillo del Príncipe y baterías que completaban la defensa de la boca
del canal de entrada, con lo que resultaba una de las plazas más fuertes del
mundo. También se trabajó en Matanzas y Santiago de Cuba, actividad que
duró hasta la mitad del siglo XIX. En el ejército regular, cl Regimiento Fijo
tenía que ser reforzado con otro de la Península cada cinco años, se creó el
de Caballería Dragones de América y dos compañías de Artillería. Aunque
para evitar el gasto de transporte cada lustro, se organizó el Regimiento de
Cuba, con hombres reclutados en Canarias, que junto con el Fijo eran las
unidades de guarnición cuando estallaron las guerras con Francia y Gran
Bretaña en la década de los noventa.
Al iniciarse el siglo XIX había en Cuba dos regimientos y un batallón
de Infantería, un escuadrón, dos compañías de Artillería y un destacamento
de Minadores. Durante la guerra de la Independencia contra Napoleón, el
Gobernador levantó compañías a pie y montadas y puso cn armas las mili-
cias; en 1816, con los dominios del Continente sublevados, llegaron unida-
des desde la Península y en 1823, en previsión de un ataque desde los terri-
torios que terminaban de emanciparse, desembarcaron dos batallones: dos
mil soldados capitulados y novecientos canarios.
Después de la reorganización de 1826 Cuba disponía de once mil qui-
nientos veintiséis soldados y en 1829 las aspiraciones de Fernando VII de
recuperar el Virreinato de Méjico llevaron a organizar una expedición de
poca entidad, que volvió después de sufrir considerables pérdidas debidas a
una epidemia y pocas a las balas. En 1832 la guarnición se componía de
ocho regimientos de línea, cinco ligeros, una unidad llamada brigada y cua-
tro compañías de Infantería, un regimiento de Lanceros y cinco compañías
de Artillería a pie, una montada y otra de montaña.
Este ejército, pagado con el presupuesto de la isla, había crecido en
poco tiempo arrastrando graves vicios, que fueron combatidos por los capi-
tanes generales con tal éxito que en 1850 se disponía de dinero para orga-
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 289
nizar nuevas unidades. Llegando a 1855 con trece regimientos y seis bata-
llones, dos regimientos de Lanceros, otro de Artillería, un batallón de Inge-
nieros, una Unidad de la Guardia Civil y quedó organizada la milicia de
color y los cuerpos de voluntarios.
En estas fechas se alcanzó el punto culminante de la defensa de Cuba y a
partir de ese momento las obras se pararon y la guarnición disminuyó. Los pre-
supuestos de la isla atendían en el capítulo Guerra al personal, subsistencias y
utensilios, vestuario, equipo y remonta, transportes, marchas y movimientos,
justicia militar, material de Artillería e Ingenieros, hospitales y clases pasivas.
En total Guerra y Marina en 1839 se llevaban el 80% del presupuesto y éste
tenía un superávit de más de millón y medio de pesos; en 1852, año de la crea-
ción del Ministerio de Ultramar, ambos conceptos importaban el 70% y el
superávit era de poco menos del millón, pero en 1860 el déficit total del pre-
supuesto era cerca de dos millones y medio. La necesidad de economías fue
una de las causasde la decadencia, pero la principal fue la falta de un plan fijo
y que los gobiernos olvidaron sus obligaciones militares en Ultramar.
En poco tiempo el ejército de Cuba vio disminuidos sus efectivos en
ocho batallones, pero intervino fuera de la isla enviando varios cuerpos con
motivo de la anexión y campaña de Santo Domingo y formando parte con
tropas francesas e inglesas en la Expedición a Méjico que, gracias al buen
criterio del general Prim, regresaron cuando los franceses quisieron impo-
ner el imperio de Maximiliano.
En 1868, cuando estalló la insurrección, el ejército permanente de Cuba
estaba formado por el Capitán General, jefe superior e inspector nato; un
mariscal de campo Segundo Cabo y general en jefe; dos mariscales subins-
pectores de Artillería e Ingenieros; una sección de Estado Mayor al mando
de un brigadier y otros once brigadieres en diferentes destinos. Las unidades
con su cobertura teórica, no real, eran: Infantería, ocho regimientos a dos
batallones y cuatro batallones de Cazadores, con ocho mil trescientos cin-
cuenta hombres; Caballería, dos regimientos con mil ochenta y cuatro hom-
bres y novecientos caballos; Artillería, un regimiento a pie con dos batallones,
otro de montaña con seis baterías, una montada y una compañía de obreros,
con mil quinientos sesenta y tres hombres; Ingenieros, un batallón con qui-
nientos ochenta y cinco hombres; Guardia Civil con un tercio de ochocientos
veintiocho hombres y doscientos tres caballos y la Brigada Sanitaria con tres-
cientos veintiún hombres para los hospitales. Las milicias estaban constitui-
das por cuatro mil dieciséis hombres y dos mil trescientos cuarenta caballos
y los voluntarios sumaban diez mil trescientos veintitrés en toda la isla.
El incremento del ejército regular en Cuba durante la primera mitad del
siglo obligó a reglamentar su reemplazo, con la rara unanimidad que debían
290 ELADIO BALDOVíN RUIZ
ser peninsulares los que defendieran la soberanía española. Así, desde 1828
se realizaba mediante el alistamiento de paisanos en los depósitos que los
Cuerpos tenían en la Península y desde 1852 en las cajas de quintos, ingre-
sando los voluntarios en regimientos de la costa para recibir la instrucción
premilitar. Más tarde se admitieron soldados veteranos y reenganchados.
En 1854 los paisanos y licenciados recibían gratificaciones de veinte y
quince duros por ocho o seis años y se hicieron extensivos los premios
pecuniarios de la tropa, por aplicación de la ley que regulaba la redención a
metálico. Un año más tarde se estableció el orden de preferencia para Infan-
tería y Caballería: Paisanos y licenciados, quintos, residentes en Cuba, sol-
dados veteranos voluntarios, prófugos y desertores de primera vez y, si
fuera necesario, por alistamientos extraordinarios. Las bajas de Artillería se
cubrían con los regimientos de la Península y las de los demás Cuerpos e
Institutos con reclutas y soldados de Infantería. Cuando no hubiera volun-
tarios, el sorteo del número necesario en las unidades debían celebrarse con
la máxima excrupulosidad y comprender la totalidad de los soldados del
batallón. A los que les correspondía podían elegir entre rebaja del tiempo de
servicio o premios pecuniarios y se admitía el cambio de número entre los
interesados.
Inicialmente, como se cubrían fácilmente las bajas, las autoridades mili-
tares eran exigentes con las condiciones de alistamiento; después fueron
facilitando el ingreso y mejorando las condiciones económicas, sin que
hasta la guerra de 1868 se presentara ningún problema. Los licenciados al
volver a la Península con buen aspecto y con el dinero que recibían al
desembarcar, cantidad correspondiente a la economía hecha en sus haberes
durante seis años, eran la mejor propaganda.
El pase de sargentos inicialmente era recíproco, tantos regresaban tan-
tos iban. Desde 1860 su reemplazo se daba dos terceras partes a los ejérci-
tos de Ultramar y los restantes a la Península y eran preferidos los que soli-
citaban el pase en su empleo a los que lo pedían con ascenso. En Infantería
y Caballería cuando cumplían las condiciones conservaban el ascenso a su
regreso, lo mismo que las recompensas y ventajas obtenidas.
Desde 1854 y 1859, en las Armas generales y en Ultramar se daban al
ascenso la mitad de las vacantes de jefes y subtenientes y las dos terceras
partes de capitán y teniente, que se cubrían por antigüedad; las restantes
correspondían al turno de la Península y se proveían por ascenso, en ausen-
cia de aspirantes a pasar sin él. Cuando no había voluntarios se designaba
al primero de la segunda mitad de la escala del empleo inferior. Para con-
servar el empleo debían permanecer el plazo reglamentario y lo perdían si
regresaban antes.
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 291
P
296 ELADIO BALDOVÍN RUIZ
les la tercera parte soldados españoles y el resto del país; estaban mandadas
indistintamente por oficiales de Infantería o Caballería y algunas se reunie-
ron para formar batallones. Las locales se formaron con paisanos en pueblos
0 centros militares.
Las trochas tienen su origen en la provincia de Las Villas, donde la insu-
rrección no logró arraigar sólidamente porque allí se enviaron considerables
refuerzos llegados de la Península. Las partidas rebeldes para huir de la per-
secución se pasaban al departamento Central, donde por falta de fuerzas
españolas podían organizarse y descansar, para regresar después.
Para evitar esta actuación del enemigo, la autoridad militar de las Villas
se propuso vigilar los confines de esta comarca e incrementó las fuerzas de
las poblaciones de Morón y Ciego de Ávila. Para establecer comunicación
entre ellas se construyeron en el intermedio algunos fuertes, guarnecidos
por pequeños destacamentos; haciendo lo mismo entre Ciego y el puerto de
Júcaro, pues por él se suministraban, sirviendo de apoyo a los convoyes.
Estando Morón muy inmediato a la costa norte y Júcaro en la sur, la línea
que pasaba por estos pueblos dividía la isla en dos partes, con una longitud
de 17 leguas cubanas, y favorecía establecer una línea defensiva continua
para evitar que los insurrectos del Camagüey pasasen a Las Villas. El terre-
no no presentaba grandes dificultades y había bosques con madera abundante,
así que se decidió situar obras de fortificación cerrada a cierta distancia unas
de otras, unidas por una estacada de madera; construyendo a retaguardia una
línea férrea y a vanguardia cierto número de fuertes que sirviesen de apoyo
cada uno auna guerrilla montada, las que extendiéndose por grupos entre ellos,
explorasen y avisasen a la línea principal la presencia del enemigo.
Aunque una línea de tanta longitud era de dudoso resultado, si se hubiera
construido bien y defendido convenientemente es probable que, dada su situa-
ción, el resultado hubiera sido satisfactorio. Pero lo que se hizo fue salir del
paso y consecuencia de la precipitación fue el mal resultado. Las obras se
hicieron en poco tiempo, pero duraron menos y las enfermedades causaron
estragos. Nunca estuvo concluida la estacada, pues siendo de madera mala, se
pudría por una parte antes de haberse terminado por la otra, sucediendo lo
mismo con los fuertes que estaban construidos de la misma manera.
a doscientos hombres. Calculaba que las bajas anuales por todos los con-
ceptos eran como mínimo del 20% y éstas no se podían deducir nada más
que de las columnas. Además encontraban graves dificultades para abaste-
cerse y en la asistencia sanitaria, por falta de medios en campamentos y hos-
pitales, las epidemias causaban estragos.
El ejército de la isla necesitaba refuerzos, pero poca ayuda podía pres-
tarle una España en plena agitación, carcomida por sus contiendas internas,
que consumía todos los recursos y soldados que hacían falta para defender la
Gran Antilla. Sólo un incidente internacional con los Estados Unidos, por el
apresamiento de un barco filibustero, tuvo la gracia de llamar la atención del
Gobierno y con toda urgencia y a alto precio compró en Alemania seis caño-
nes Krupp y pocas municiones para la defensa de La Habana, de los que tres
se montaron y los otros quedaron sobre polines porque pasó el peligro.
Después de la Restauración, a primeros de 1875, el Gobierno prometió
enviar a Cuba medios económicos y militares a medida que la guerra car-
lista lo fuera permitiendo. Dispuso que la décima parte del reemplazo de ese
año fuera a Cuba por sorteo, lo que le permitió reforzar la isla cubriendo
numerosas bajas y embarcar cinco batallones provisionales. Por fin se des-
tinó un regimiento de Caballería a una guerra en la que el enemigo y el
terreno hacían imprescindible el empleo de esta Arma.
Terminada la Campaña del Norte en la Península, el Gobierno pudo reu-
nir los elementos necesarios y, dispuesto a terminar la guerra, en junio de
1876, procedió a organizar veinte batallones y tres regimientos de Cazado-
res de Caballería.
Para dominar la insurrección, España, durante diez años, aunque de
forma muy irregular, envió a Cuba un total de doscientos diez mil cuatro-
cientos dieciséis hombres, de los cuales cincuenta y seis mil setecientos fue-
ron formando unidades y ciento cincuenta y tres mil setecientos dieciséis
reemplazos para cubrir bajas o crear nuevos cuerpos en la isla. El ejército
de operaciones cuando ílegó a contar con más fuerzas fue en enero de 1877,
que, de un total de noventa y cinco mil ciento trece, tenía disponibles seten-
ta mil trescientos cuarenta y seis hombres.
Durante toda la guerra, según los datos de la época, hubo un total de cin-
cuenta y siete mil cuatrocientos noventa y cinco muertos; de los cuales cincuen-
ta y cuatro mil veintiséis fueron por enfermedad y tres mil cuatrocientos sesenta
y nueve en acción de guerra. Fueron bajas definitivas por inútil o enfermo doce
mil siete y se contabilizaron tres mil quinientos noventa y seis deserciones.
Los sucesivos gobiernos trataron de mantener la recluta voluntaria para
reforzar el ejército de Cuba, aunque como el sistema no cubrió las necesi-
dades hubo de recurrir a sorteos. A medida que pasaba el tiempo se reba-
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 299
PERÍODO ENTRE-GUERRAS
por las Cortes y tratara de poner paz en los alterados ánimos de la pobla-
ción. A su llegada encontró una agitación política superior a la que espera-
ba y un ejército manifiestamente insuficiente, sin fuerzas auxiliares de mili-
cias y voluntarios. Los ocho millones del presupuesto correspondientes al
ramo de Guerra no llegaban para el gasto de personal de la fuerza indis-
pensable para la defensa de la isla: mucho menos para dotar los parques,
almacenes, factorías y hospitales; tener en buen estado el artillado y defen-
sa de las plazas; proteger los caminos, vías férreas y trochas. En 1894, por
primera vez desde la anterior guerra, SCreforzó la guarnición icon un bata-
llón de Cazadores!, pero en enero de 1895 se licenciaron los soldados cum-
plidos, quedando los cuerpos muy reducidos.
EL LEVANTAMIENTO DE BAIRE
1
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 307
LA INVASIÓN DE OCCIDENTE
ñolas. Por su parte Gómez, desde Puerto Príncipe, paso la trocha de Júcaro
a Morón el 3 de noviembre y aunque salió una columna en su persecución,
se perdió en la manigua.
El paso de la trocha lo tenían fácil los insurrectos porque estaba olvida-
da y con una guarnición totalmente insuficiente; cn cambio, todos los inge-
nios disponían de pequeñas guarniciones de soldados y voluntarios. Martí-
nez Campos, que quería asegurar la zafra y limpiar de insurrectos la
provincia, concentró considerables fuerzas y asumió el mando pero, como
se había perdido el rastro de Gómez, las columnas españolas operaban en
diferentes direcciones para obligarle a presentar combate, sin conseguirlo.
Las fuerzas de Antonio Maceo alcanzaron y pasaron la trocha el 29 de
noviembre; después se reunió con Gómez y para tener el menor desgaste
posible y engañar a los españoles dividieron la columna. Mientras una parte
avanzaba por el sur creando la mayor confusión posible, la otra progresaba
por el centro, para reunirse ambos grupos en la provincia de Matanzas.
Las fuerzas insurrectas trataban de evitar una acción de importancia por
medio de un movimiento muy rápido, no obstante, atacaron un convoy
español y tuvieron algún encuentro de los que trataban de evitar. En los
Altos de Manacal, el 10 de diciembre, libraron un reñido combate y se reti-
raron perseguidas por tropas españolas en dirección al oeste. Como necesi-
taban municiones atacaron en Maltiempo, y con el botín capturado lograron
aliviar su situación.
Gracias a la llegada de la nueva expedición -durante la mitad de octu-
bre y todo noviembre- con veintidós batallones y reemplazos, acompaña-
dos de suficientes mandos superiores, el general Martínez Campos reorga-
nizó sus fuerzas a primeros de diciembre en dos Cuerpos de Ejército, el
primero en Oriente y el segundo en Las Villas; la primera comandancia en
el Camagüey y la segunda en Matanzas, La Habana y Pinar del Río. Orde-
nó a la brigada de Matanzas cortar la entrada de los insurrectos y adelantó
columnas que se habían quedado a retaguardia del enemigo.
Durante la segunda mitad de diciembre las numerosas fuerzas de los
insurrectos entraron en las provincias occidentales después de pequeños
encuentros con los españoles, gracias al apoyo de los campesinos y a desta-
camentos montados que se alejaban para incendiar campos y de esta forma
hacer incierta su posición. Martínez Campos, que esperaba el fin de la esta-
ción de las lluvias y tenía paralizadas a sus tropas, consideró que podía eje-
cutar una maniobra para obligar a que se replegase el enemigo en dirección
a la trocha de Júcaro a Morón, donde acumuló medios para poder coger
entre dos fuegos a su grueso. En Coliseo, provincia de Matanzas, encontró
a los insurrectos y lo que pudo ser una acción decisiva, se limitó a una esca-
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 309
ramuza entre cañaverales e incendios. Una fuerza española de dos mil qui-
nientos hombres atacó a un enemigo superior que se replegó en dirección
sudeste. Varias columnas los persiguieron sin éxito.
El Capitán General volvió a la ciudad de Matanzas, por si era atacada,
pues esperaba que la invasión continuaría en dirección norte y concentró
fuerzas en esa zona de la provincia. Por su parte, Máximo Gómez, para evi-
tar un encuentro decisivo, ejecutó una contramarcha primero hacia el sur y
después al este para entrar en Las Villas y regresar a Matanzas el primero
de enero de 1896, arrasando campos y destruyendo molinos. Martínez Cam-
pos informó que el enemigo se había replegado al este, donde envió tropas.
El peligro que acechaba a Matanzas e incluso a la propia capital lleva-
ron a proclamar el estado de sitio en las dos provincias. Por fin ordenó la
recogida de caballos del campo para evitar fueran utilizados por los insu-
rrectos. Estos, cuando entraron en la provincia de La Habana, con la des-
trucción de las mejores fincas reclutaron a muchos campesinos y al ocupar
las poblaciones, algunas después de ruda defensa y otras sin lucha, recogie-
ron armas y municiones, especialmente de los voluntarios. Cortaron el
ferrocarril y la línea de telégrafo, dejando incomunicada la capital con Cien-
fuegos y Santiago de Cuba, que lo estaban con los cables submarinos, sin
haber tenido ningún encuentro con las fuerzas españolas.
El general Martínez Campos acumuló fuerzas de otras provincias, refor-
zó las defensa y estableció un sistema de alarma en La Habana; atendió las
demandas de protección de fincas; ordenó ocupar la trocha de Mariel, por
ser el punto más estrecho de la isla, y envió ocho columnas a combatir a los
insurrectos. Tenía en su contra que seguía ignorando la situación de los prin-
cipales núcleos del enemigo, porque como siempre multitud de partidas ata-
caban e incendiaban en diferentes puntos.
El ejército de operaciones al finalizar el año 1895 había alcanzado los
ciento trece mil quinientos hombres y todavía estaba llegando la octava
expedición, compuesta por diez escuadrones, una compañía de Telégrafos y
reemplazos con unos nueve mil soldados. Durante este primer año de gue-
rra oficialmente hubo tres mil trescientos noventa y cuatro muertos entre
mandos y tropa, de los cuales cuatrocientos cinco con motivo de combate y
el resto por enfermedad; pero las bajas totales llegaron al veinte por cien.
En Holguín, en un solo batallón, murieron a causa del vómito un jefe, seis
oficiales y cien soldados y en plena época de lluvias otro batallón peninsu-
lar tuvo doscientas bajas por enfermedad y tres en combate.
Para terminar la invasión de Occidente, el siete de enero, Maceo, al
mando de parte de la fuerza penetró en la provincia de Pinar del Río, mien-
tras Gómez mantenía la capital en tensión para evitar que quedase encerrado.
310 ELADIO BALDOVÍN RUIZ
Pasó la trocha el ocho y siguió evitando el encuentro con las tropas que le per-
seguían, tomó algunas poblaciones que estaban sin guarnición y sólo sostuvo
un combate. El día 22 llegó a Mantua, extremo más occidental de Cuba.
Enterado Martínez Campos que, tanto en la Península como en Cuba, el
malestar contra su proceder era creciente, dcspucs de reunirse con los repre-
sentantes de los partidos políticos, informó al Gobierno de que la mayoría esta-
ban en contra suyo y terminaba con “el Gobierno resolverá”. Resolvió que
debía entregar el mando y nombró para sustituirle al general Valeriano Weyler.
El general Segundo Cabo asumió el mando accidental y el día 30 salió
de La Habana en busca de Máximo Gómez con dos columnas que marcha-
ban en íntimo enlace con siete escuadrones, al mando de un coronel, en van-
guardia. En el ingenio de San Antonio encontraron las avanzadas insurrec-
tas y se dio el primer combate de importancia en la provincia de La Habana
desde que la invadieron.
La explicación del desarrollo de la insurrección durante cl primer año
de guerra y el éxito de la invasión de Occidente hay que buscarla en los pro-
pósitos de los mandos de ambos contendientes.
LOS INSURRECTOS
dencias y destruidas las vías férreas. Todo el que trabajase sería considera-
do traidor y pasado por las armas. Aunque para evitar la total destrucción de
la economía autorizó a los plantadores que lo solicitaban a realizar los tra-
bajos necesarios para la conservación de las propiedades, como medio de
acelerar la producción una vez terminada la guerra. Otros jefes de la insu-
rrección opinaban que debía permitirse la producción a cambio de pagar
una contribución, para obtener recursos, evitar la mala propaganda en el
exterior y que los muchos propietarios extranjeros se pasasen al enemigo.
La prohibición sólo debía aplicarse a los que desobedecían las consignas
revolucionarias y quemados los molinos y campos de los que mostrasen
simpatía a España o se fortificasen para su defensa.
Como los insurrectos eran buenos guerrilleros, muchos con experiencia
de guerra, entre ellos los principales jefes, estaban convencidos que ni
sabían ni podían vencer a los españoles por medio de una guerra clásica.
Tenían que permanecer siempre en movimiento y ejecutar múltiples accio-
nes simultáneas, para forzar a los españoles a permanecer a la defensiva y
obligarles a dispersar sus fuerzas. Solamente se enfrentaban en combate
abierto cuando era inevitable, estaban en condiciones muy ventajosas o
necesitaban capturar armas y abastecimientos. Por eso los combates adver-
sos no les producían abatimiento ni desmoralización. Como por su forma de
luchar no estaban obligados a grandes resistencias y sus bajas eran pocas,
las consecuencias de un combate desfavorable se limitaba a una marcha o a
una dispersión más o menos completa.
No podían ocupar ciudades o posiciones fijas, donde las fuerzas espa-
ñolas podían concentrar sus superiores medios; era mucho más rentable for-
zar la salida de su guarnición para sorprenderla, obtener armamento y que-
mar después la población. No buscaban grandes concentraciones y acciones
decisivas, sólo realizaron una campaña en toda la guerra, la invasión de
Occidente, para alcanzar su otro objetivo de extenderla a todos los rincones
de la isla; pero sí consiguieron coordinar sus dispersas fuerzas cuando ata-
caban en un punto, en otros llamaban la atención y sus partidas amenazadas
eran ayudadas a escapar por otras.
La especialidad de la guerra que hacían los insurrectos sólo era posible
gracias al pleno conocimiento que tenían de todas las actividades de sus
adversarios. Los habitantes del campo, voluntariamente o por miedo, infor-
maban de todo movimiento de las tropas españolas; cuando pasaba una
columna, el jefe insurrecto conocía por varios conductos de su dirección,
entidad y armamento, lo que permitía si conseguía reunir fuerzas conside-
rablemente superiores, elegir el punto de la emboscada y atacar o simple-
mente causar el mayor número de bajas y replegarse. El ataque a los con-
312 ELADIO BALDOVÍN RUIZ
oriental de la isla, recorrieran mil kilómetros sin que ningún núcleo impor-
tante de tropas españolas pudiera presentarles combate decisivo, llegando al
extremo occidental sembrando la destrucción y levantando la parte del país
a donde la guerra anterior no había llegado en diez años.
A medida que la insurreción avanzaba, aumentaba sus fuerzas, dejan-
do todo el territorio sembrado de partidas que amenazaban con la destruc-
ción de toda riqueza. Las tropas españolas tenían que reaccionar no sólo
para oponerse al paso de las fuerzas invasoras, sino también para combatir
a las partidas locales que se multiplicaban sin cesar. El resultado fue, que,
mientras los insurrectos incrementaban sus fuerzas, los españoles se des-
vanecían.
víveres de los poblados, la conducción de uno a otro sin permiso y los dueños
de reses debían conducirlas a los pueblos. Estas medidas fueron aplicadas en
las provincias afectadas por las operaciones y con ellas Weyler podía alcan-
zar varios objetivos, como privar a los insurrectos de medios de subsistencia
y de información, limitar su propaganda y proselitismo e incluso afectar a su
moral, por no tener contacto con sus familiares. Todos los insurrectos que se
presentasen quedaban a disposición del Gobernador General pam fijarles el
punto donde debían residir, sirviéndoles de recomendación que facilitasen
información aprovechable, el entregar armas y hacerlo en forma colectiva.
Antonio Maceo y Máximo Gómez se reunieron y acordaron evitar com-
bates con las fuerzas que contra ellos se estaban organizando, replegándose en
dirección a Matanzas. Al anuncio del general Weyler, a finales de febrero, de
que la provincia de Pinar del Río pronto estaría pacificada, los insurrectos
acordaron que Maceo continuaría su campaña en el oeste y Gómez en el cen-
tro. Siguiendo con su táctica huidiza, sin que las columnas españolas conocie-
ran su situación exacta ordenaron acelerar el ritmo de destrucción, cuando el
primero pocos días antes había escrito una carta al Capitán General achacán-
dole toda clase de atrocidades, para que tuviera una conducta humanitaria.
Por segunda vez y sin combatir, una gruesa partida al mando de Maceo
entró en Pinar del Río. Aunque Weyler hubiera querido evitar este regreso,
el hecho le permitía aplicar el plan que se había trazado al llegar a la isla.
Situó en la trocha cuantas fuerzas le fue posible para constituir una verda-
dera línea militar y encerrar a Maceo sin que pudiera retroceder. Su defen-
sa llegó a contar con doce mil hombres y veintiséis cañones.
Aislado Maceo, seguía eludiendo todo encuentro decisivo y mediante
marchas y contramarchas trataba de ganar tiempo y sembrar la alarma en
lugares alejados entre sí. Aunque recibió considerables ayudas por expedi-
ciones filibusteras procedentes de los Estados Unidos, como no llegaban los
refuerzos del otro lado de la trocha, decidió atrincherarse en el territorio
más accidentado del interior de la provincia.
En esta situación, después de continuos contactos, el general Weyler
ordenó a finales de abril la ejecución de una acción combinada de seis
cohnnnas, para cerrar al grueso insurrecto en su campamento de Cacara-
jicara. Preparada con detalle la operación, se realizó el día 30 y terminó
con la toma del reducto, pero el retraso de una columna permitió la fuga
de Maceo. Días después el general en jefe dirigió personalmente otra
operación, que aunque batió al enemigo no se consiguieron resultados
decisivos.
Mientras tanto, Máximo Gómez, que trataba de aproximarse a la trocha,
tuvo varios encuentros en Sancti Spiritus que frustraron sus propósitos. La
320 ELADIO BALDOVÍN RUIZ
siete. Plantillas de paz que no estaban cubiertas, a las que había de descon-
tar un sin fin de destinos, algunos imprescindibles en la vida de guarnición,
como bandas de cornetas y tambores, asistentes, escribientes, cocineros,
carteros, lavadero, zapatero, sastre, etc.
En estas circunstancias, el Ministro de la Guerra procedió mediante pre-
visores planes de refuerzo, concentración, embarque y transporte a organi-
zar las unidades que por sorteo les correspondía ir a Cuba. La orden de cada
unidad expedicionaria comprendía: formación dentro de cada regimiento o
media brigada, quienes marchaban y los que se quedaban, la procedencia
del refuerzo necesario con todo detalle, uniformidad, armamento y material
que llevaban o recibían, fecha y puerto de embarque y recursos económicos
que se le adelantaban.
Los regimientos de Caballería designados por sorteo procedieron a orga-
nizar un escuadrón suelto y para que conservasen la tradición y el espíritu de
sus cuerpos en cuya representación marchaban, tomaron su nombre. Debían
remitir a su plana mayor copia de los diarios de operaciones y relación de
altas y bajas. Los batallones expedicionarios se denominaron “Primero del
regimiento...” y llevaron la bandera de esa unidad. Se les consideró destaca-
dos y por tanto conservaron todas las relaciones de historial y detalle.
Fue necesario llamar a filas a los que disfrutaban licencia ilimitada, los
excedentes dc cupo y los que estaban en situación de reserva; proceder a
alistamientos extraordinarios voluntarios; al indulto de prófugos y deserto-
res y al adelanto del llamamiento de quintas. Incluso se volvió a autorizar a
empresas y a particulares para que presentasen voluntarios con destino a
Ultramar. Todo ello en el marco de una ley de reclutamiento que permitía la
redención a metálico y la sustitución.
Primero embarcaron para Cuba los soldados en filas, que aunque habían
recibido instrucción en sus unidades, no era la precisa para aquella guerra.
Después fueron mozos de diecinueve años salidos del campo, fábrica o
taller que se convertían en soldados con sólo vestirlos de uniforme o, peor,
voluntarios de los que muchos no reunían las condiciones físicas y morales
de un combatiente. A todos se les ponía en las manos un arma y pocos dis-
ponían del tiempo necesario para aprender su manejo como mandaban las
Ordenanzas. En Cuba, frente al enemigo, aprendían en el combate.
Como cada vez era más acentuada la falta de ofíciales subalternos, el
ministro ordenó organizar cursos abreviados en las academias militares para
acelerar el término de la carrera; pero como no era suficiente, la ley de pre-
supuestos de 1895 le autorizó a conceder el empleo de segundo teniente de
la Escala de Reserva en todas las Armas y Cuerpos a los sargentos que estu-
viesen en su tercer reenganche y solicitasen servir en Ultramar. Ascendidos
328 ELADIO BALDOVÍN RUIZ
TOTAL . . . . . .. .. . .. .. . . .. . . . .. . . . .. . .. . .. . .. . . . .. .. . . . . .. . . . .. .. .. . . .. . . . .. 273.9.57.971
Triste y penosa fue la repatriación del ejército y muchos son los lamen-
tables relatos de los que regresaron. Barado proporciona uno:
Por fin, salídel hospital y aunque no del todo sano, pues me aquejaba
una dolencia en el brazo, y hallándome poco menos que inútil para ganar-
me el sustento, me consideré muy dichoso. Iba pésimamente vestido y lle-
vaba por toda garantía en el bolsillo un papel que valía por licencia y otro
papelote mal llamado abonaré. Asífui despedido del ejército de la Isla: este
es el saldo de cuentas que conmigo hizo la patria.
Cuando llegué a España, los espectáculos que hube de presenciar no
jkeron más halagüeños. Desembarcáronme casi a brazo, preso de indignas
fiebres y lleváronme al hospital militar de Cádiz, en cuyas galerías bajas se
aglomeraban centenares de infelices escuálidos como yo, de lángida mira-
da, tez amarillenta, pulso vacilante y agitada respiración. Todos ellos ves-
tían un pobre pantalón de lienzo y una blusa de la misma tela, y sin embar-
go, tiritando de frío y exánimes por la debilidad, esperaban el momento en
que se les diera el alta para marchar a sus casas, como hice yo a la mía.
Sólo un corto socorro, sin ropas adecuadas a la estación, sin medios para
alimentarme, cual conviene a un enfermo.
EL EJÉRCITO ESPAÑOL EN CUBA 337
INFANTERÍA
EJÉRCITO PERMANENTE
Regimiento de Alfonso XIII núm. 62 (3 batallones)
Regimiento de María Cristina núm. 63 (3 batallones)
Regimiento de Simancas núm. 64 (2 batallones)
Regimiento de Cuba núm. 65 (2 batallones)
Regimiento de Habana núm. 66 (2 batallones)
Regimiento de Tarragona núm. 67 (2 batallones)
Regimiento de Isabel la Católica núm. 75
Batallón de Cazadores de Cádiz núm. 22
Brigada Disciplinaria
Cuerpo Militar de Orden Público
CABALLERÍA
EJÉRCITO PERMANENTE
Regimiento de Hernán Cortés núm. 29
Regimiento de Pizarro núm. 30
EJÉRCITO EXPEDICIONARIO
Regimiento de Caballería del Rey
Regimiento de Caballería de la Reina
Regimiento de Caballería del Príncipe
Regimiento de Caballería de Borbón
340 ELADIO BALDOVÍN RUIZ
ARTILLERÍA
EJÉRCITO PERMANENTE
Batallón de plaza núm. 10
EJÉRCITO EXPEDICIONARIO
Batallón de Artillería de plaza núm. ll
Brigada mixta de Artillería
Regimiento de Montaña núm. 4
Regimiento de Montaña núm. 5
INGENIEROS
EJÉRCITO PERMANENTE
Batallón de Telégrafos
Batallón de Ferrocarriles
EJÉRCITO EXPEDICIONAKIO
Primer Batallón del 3”’ Regimiento de Zapadores-Minadores
Primer Batallón del 4” Regimiento dc Zapadores-Minadores
SANIDAD
ADMINISTRACIÓN MILITAR
GUARDIA CIVIL
GUERRILLAS Y VOLUNTARIOS
BIBLIOGRAFIA
Anuarios militares
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342 ELADIO BALDOVÍN RUIZ
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“Crónica General” en Revista Cientí@a Militar. 1895- 1898.
“Estadísticas” en Revista Técnica de Znfantería y Caballería. 1895-1898.
OBRAS DISPONIBLES
OBRASEDITADASPORELMINISTERIODEDEFENSADECARACTERHISTóRICOMILITAR
345
África
Ultramar
Cartografía y Relaciones Históricas
Tomo 1: América erz general (dos volúmenes).
Tomo II: EE. UU. y Canadá. Reeditado en 1989 (dos
volúmenes).
Tomo III: Méjico. Reeditado en 1990 (dos volúmenes).
Tomo IV: América Centrul. Reeditado cn 1990 (dos
volúmenes).
Tomo V: Colombia, Panamá y Venezuela (dos volú-
menes).
Tomo VI: Venezuela. Editado en 1990 (dos volúmenes).
Tomo VII: El Río de la Plata. Editado en 1992 (dos
volúmenes).
Tomo VIII: El Perú. Editado en 1996 (dos volúmenes).
Tomo X: Filipinas. Editado en 1996 (dos volúmenes).
Historia
Coronel Juan Guillermo de Marguiegui: Un perso-
na-le americano al servicio de España (1777-
1840). 245 páginas, 8 láminas en color y 12 en
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La guerra del Caribe. Reedición en 1990. Aporta-
ción del Servicio Histórico Militar a la conmemo-
ración del V Centenario.
Lu conquistu de México: Facsímil de la obra de
Antonio Solís y Ribadeneyra. Edición de 1704 en
Bruselas. (Agotado.)
Fortalezas
El Real Felipe del Calbo. Primer Castillo de la Mar
del Sur. 96 páginas, 27 láminas en color y 39 en
negro (1983).
El Castillo de San Lorenzo el Real de Clzagre. Edi-
ción en colaboración: Ministerio de Defensa, Ser-
vicio Histórico Militar y M.O.P.U.
Las fortalezus de Puerto Cabello. Aportación del
Servicio Histórico Militar a la conmemoración
del V Centenario. 366 páginas en papel couché y
137 láminas (1988).
OBKAS EDITADAS POR EL MINISTERIO DE DEFENSA DE CARACTER HISTÓRICO MILITAR 347
Heráldica
Otras obras
Carpetas de láminas:
OBSERVACIONES
Artículos:
José Rizal: Padre de la nación filipina, por Francisco Marín Calahorra, Coronel
de Caballería . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Antecedentes filipinos del 96-98, por Leandro Tormo Sanz, Investigador del CSIC . . . . . . . . . . 67
Polavieja: un general para una crisis. El polaviejismo en torno a 1898, por Pablo
González-Pola de la Granja, Comandante de Sanidad (Vet.) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161
El Ejército español en Cuba, por Eladio Baldovín Ruiz, Coronel de Caballería . . . . . . . . . . . . 287