Album Personajes
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ALBUM DE PERSONAJES
de la literatura argentina
3 Introducción
6 Prólogo
10 Alejandra
11 Alias Gardelito
12 Rosa Comte
13 El buscador de oro
14 Esa mujer
15 Faustine
16 Ida
17 Julieta y Guido
18 La Maga
19 Sandra Opaco
20 Poli
21 Rosaura
22 Epílogo
In t roducción El diccionario es un género cuanto menos pasado de moda. Ya no se escriben
diccionarios: el enciclopedismo quedó obsoleto luego de que el siglo XIX
lo llevó a su paroxismo. Y si los diccionarios ya no existen, cuánto menos
existirán los álbumes, renomé de una barbarie infantil, de premios de colegio,
de figuritas de chapa y brillantina.
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que al divorciarse de su compromiso con la verdad termina ligándose,
inevitablemente, al ensayo, cuando no, en el mejor de los casos, a la prosa
poética, sin perder en todo caso su precisión y brevedad.
¿Qué resulta de esto? Una obra única –curiosamente singular en una literatura
que ya lleva más de un siglo y medio de producción ininterrumpida–, sin
mayores antecedentes en las letras argentinas y más cercana a una suma de
alumbramientos que al fruto de una exégesis especulativa. Una apuesta doble,
en todo caso, pues cada personaje es además interpretado por una artista
plástica, en un contrapunto que descuenta la intervención del propio lector, al
convocar a su vez la huella que tal y cual personaje imprimieron en su memoria.
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Le siguen a éstos otros tres, aún en barbecho: dúos inseparables, hoteles y
personajes secundarios de la literatura argentina.
Por último resta aclarar que el lector tiene entre manos, o en su pantalla,
extractos o “libros chicos” de cada título, que serán oportunamente ampliados
a la hora de volcarlos al papel impreso.
El elenco de autores -vasto y cambiante- constará en la portada de cada
álbum.
salvador gargiulo
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Prólogo Darío escribía sobre algo tan efímero como el aire, ya que por encargo unas
palabras suyas se grababan en los abanicos; o sobre lo eterno, cuando le
pedían escribir epitafios. Y también sobre el recuerdo cuando era también
escritor de álbumes.
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Facundo y Moreira forman parte de un mestizaje que se va entreverando en
esa historia. Qué mejor desdoblamiento que esos retratos de Facundo que se
exhibían en los velorios figurados que se hacían en honor del general Quiroga.
No estaba el cuerpo, pero sí el retrato.
Podemos decir que ese desdoblamiento se prolonga en los alter egos de los
escritores, Piglia-Renzi, Saer-Tomatti, Martini-Minelli y, cuando se hacen
dúos, Bustos Domecq en Borges y Bioy. Y por qué no Adán Buenosayres y
Marechal.
Algunos tienen nombres propios: Emma Zunz, Molina, los Pichiciegos, ese
plural que también lo es. María Moreno impone Sandra Opaco.
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Quizás este álbum, como aquellos álbumes de fin de curso, guarda trazos y
rastros, palabras pintadas que renuncian a una historia continua donde el
espesor y la densidad de lo continuo hace que estos retratos se parezcan todos
entre ellos.
Ni las siluetas escritas ni los cuadros esfumados en sombras que suelen pintar,
parafraseando a Bianco, que parafrasea al verso de Góngora, siguen
esa continuidad o esa densidad que a veces exige cualquier historia de la
literatura.
El cine tiene esa posibilidad con mayor o menor fortuna. Voy a citar dos
casos afortunados. El Moreira de Favio, interpretado por Rodolfo Bebán,
cuando ya herido de muerte mira al cielo y dice: “Con este sol”. Igual suerte
tiene la película de René Mujica, cuando Francisco Petrone interpreta al
corralero, y ya moribundo, para ahorrarse la mueca final ante los otros,
dice: “Tápenme la cara”.
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Más allá de la descripción literaria del personaje cuenta el cuerpo de Esa
mujer del cuento de Walsh, la renguera de Hipólita, el cuerpo agujereado de
Moreira. Estos son nuestros retratos. Pero un retrato puede tener
movimiento, vida en una mueca, un rictus, en la posición de la cabeza, en la
mirada.
Este podría haber sido un libro de arte, una obra de gran formato, pero
en realidad es un álbum con breves anotaciones casi al borde del epigrafe.
Los textos no interpretan los personajes evocados en los retratos de Noemí
Spadaro, María Pinto y Marcela Motta, no se reducen exclusivamente a la
lectura ni tampoco al impacto visual suscitado por el personaje en cada artista,
como si esos personajes, al adquirir la materialidad propia del dibujo o de la
pintura, tomaran otra dimensión diferente. Es posible que cuando el lector
vea estos personajes pintados haya encuentros y desencuentros, encantos y
desencantos, porque ni ahí se parezcan a cómo se los había imaginado.
luis gusmán
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ALEJANDRA Hubo una época en que todas las mujeres querían ser Alejandra. La
Ernesto Sabato palidez, la belleza mal asumida, el sarcasmo, el misterio. El laconismo,
que para todo enamorado es misterio. Era condición que fuese,
como quería Baudelaire, bella y triste, frase que a Alejandra –a las
Alejandras– hubiera conmovido, aunque jamás lo habría confesado.
Hubo una época en que todas las mujeres eran Alejandra. Alguien
me explicó también, mientras declaraba mi devoción por las
Alejandras, que la figura era un invento francés. Alguien dijo también
que las Alejandras te llevan inexorablemente a la ruina, lo cual debió
parecerme entonces una excelente propuesta.
No tengo presente el resto de la obra, pero me acuerdo de la
primera escena en el Parque Lezama, y de Martín –¿cuántas veces
fui Martín? – hechizado ante la figura colosal de una adolescente
que sabía demasiado. La otra escena ocurre en Rocas Negras –una
playa desierta de Mar del Sud– , de noche, bajo un cielo de borrasca.
Alejandra se desnuda y desafía a Martín – el tentado, el emasculado–
a hacer lo mismo, mientras él le suplica cordura.
Era la primera vez –y la última– que la veía desnuda. Martín
se espanta, emprende la fuga –yo hubiera emprendido la fuga–
y Alejandra blasfema y se arroja al mar mientras yo –Martín
permanece impávido en la orilla– voy tras ella, una, mil veces, tantas
como releí este pasaje de Sobre héroes y tumbas. Hasta que un día,
después del después, Alejandra y las Alejandras se convirtieron,
insensiblemente, en lo que son hoy: quince líneas subrayadas de
un libro roto por el medio, amarillento, que trae a la memoria un
rostro inmaculado –el más hermoso rostro que cabe imaginar– pero
inanimado y reseco, como todo aquello que alguna vez se nos brindó
y no supimos recibir.
S.G.
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ALIAS
GARDELITO
Bernardo Kordon
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EL BUSCADOR
DE ORO
R o b e r t o A r lt
Primero, es el manchón, la gama de grises de la historia. De La Historia. La segunda mirada es una panorámica horizontal
en barrido: los trazos de un relato contado por muchos, por muy pocos escrupulosos, nunca aislado ni saldado. El hombre y
sus manos pavorosas, los vellos cifrados de sus dedos, y esa mujer, observada, temida, vergonzante.
Tintas, algodón y pinceles con pelo de tejón. Después sí: la composición en su polifonía. La pastora manca de caolín
saturado, el reloj que cuenta las horas, la botella de olvido y rabia, el pastillero cascado de cerámica vienesa, esa mujer,
tomándose el vientre preñado de rastros. Y a la derecha el puerto, celeste de plata, y los mechones de la mujer, un delgado
amarillo de sol, un hirviente invierno.
R.B.
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FAUSTINE
A d o l f o Bi o y C a s a r e s
15
IDA
Ri c a r d o P i g l i a
17
LA MAGA
J u l i o C o r tá z a r
¿Encontraría a La Maga? La pregunta convoca ya un misterio. No solo si la encontraría, sino quién es La Maga.
Edith Aron, una de las magas posibles, confiesa en un reportaje: “Para mí, La Maga no fue nadie y fueron todas”.
Nada más cierto. Cuántas chicas de los sesenta no solo le hubiese gustado serlo sino que lo fueron. Basta leer este fragmento de
Rayuela:
“… con un dedo toco el borde tu boca, voy dibujando, como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera,
y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar… con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano
en tu cara y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano
dibuja…”.
Tal vez, por un azar incomprensible, la mano de la pintora, en este dibujo,la encuentra borracha. Podría haber otras. La cosa pasa
por deshacer y recomenzar. Basta cerrar los ojos.
L.G.
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SANDRA OPACO
María Moreno
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E P ÍLOGO Hace algunos años, un atardecer, en un café del San Telmo. Ginebra de por
medio, dos lectores departen sobre literatura argentina. Casi sin escucharse,
hablando uno encima del otro. Se encabalgan en hallazgos, descubrimientos
e injurias compartidas. Hay miradas suspendidas que expresan el recuerdo
embelesado de un relato o un poema; todo transcurre en acuerdo, con
imaginarios enemigos comunes, sin discordias. Hasta que surge una, en
apariencia insuperable. El más bajo de ellos, con mueca casi displicente,
anuncia:
-Esos son de hace siglos −responde−. Para el caso, nosotros tenemos a Juan
Moreira y Martín Fierro, y hasta a Hormiga Negra.
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quedado saldada, pero no: aunque lo que quería era salir a la calle y fumarse
un cigarrillo, en ese intervalo el más bajito ha pulido sus argumentos.
-Los personajes no están en el centro −le dice, pasando por alto el comentario−;
por lo menos no lo están tanto como en otras literaturas. Quizás porque
creemos poco en los individuos que pretenden ser héroes. Sospechamos de
esos, y yo creo que con razón. En otras regiones ocurre lo contrario, es verdad.
Los anglosajones van de pionero en pionero. La lista es larga y diversa: piratas,
exploradores, conquistadores de oriente y del oeste, emprendedores de toda
laya, detectives, astronautas; los libros dependen de su respiración. Los rusos
tuvieron muchos, casi todas las versiones del ser humano están ahí, mientras
fueron rusos; cuando se convirtieron en soviéticos, esa productividad decayó.
Otras naciones, al menos en el siglo XX, y no hablemos del XXI, tampoco es
que cuenten con un bazar repleto. Cada tanto les sale alguno personaje entero y
hacen una fiesta.
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-Del siglo XX, menciono solo uno, para no abundar: no tenemos un
cazador oculto, un Holden Caulfield.
-El ejemplo de siempre, por supuesto. De ese, paso; aunque acepto que
me gustaría tener una Familia Glass argentina −termina la ginebra de un
trago, le hace una seña al mozo para que traiga otras dos y sigue−. Hay una
confusión, creo, entre personaje y emblema. La Familia Glass, por caso,
son personajes; Caufield, emblema. Robinson Crusoe, lo mismo. Y por
supuesto, Martín Fierro y Juan Moreira. Para decirlo pomposamente: ponen
en cuerpo presente los conflictos de una época y de paso la hacen visible y
la estigmatizan. Los grandes personajes, los emblemas, son deudores de
momentos muy precisos y diría que irrepetibles. Momentos donde urge
fundar algo. Se podrían haber escrito esos mismos libros, con esos mismos
personajes, sin que fueran emblemas.
-¿Así, tan fácil? ¿Estás seguro de lo que estás diciendo? ¿Y serían tan
buenos los libros?
-Si lo pienso dos minutos, diría que no. Ahora digo que en el fondo es
un tema de organización narrativa: por donde se hace pasar la narración.
Si se subjetiviza, en manos de grandes escritores el personaje crece,
hasta alcanzar la altura de mito. Claro, uno podría argumentar que si
no se subjetiviza esos libros pierden mucho, quizás lo esencial. Pero
también podemos recordar que otros grandes escritores eligieron un
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camino diferente y no subjetivaron hasta tal extremo. Proust y Borges,
por ejemplo. El mismo Faulkner, que tiene personajes memorables, no
cae en esa tentación. Asume, con enorme perspectiva e inteligencia, que
es más importante la otra cosa, llámese la tierra, tradición o las pasiones
incestuosas. Un emblema no deja de ser un problema, es algo que casi no se
puede leer. Exige identificación o rechazo. Desconfío de los personajes que
se llevan todo. Prefiero los de línea media, los que dejan espacio alrededor,
donde la luz o la sombra es tan importante como ellos. Los que no someten
a la escritura.
-Salgamos −dijo−, demos una vuelta por el parque que quiero fumar.
Es peligroso −replicó el otro, sonriendo−, pueden aparecer los donguis, los
personajes de Wilcock. ¿A que no te gustan? Son personajes que se comen
todo, vendrían a ser emblemas, según vos.
-Hay excepciones, ese cuento me gusta mucho. Quizás porque los donguis
son transparentes.
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-Sí, lechones medio transparentes. Me pregunto si Wilcock no los habrá
ubicado en el Parque Lezama para que se coman a Martín y Alejandra, los
personajes de Sabato de Sobre héroes y tumbas.
fernando fagnani
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PERSONAJES
Alejandra Ida
de Sobre héroes y tumbas, Ernesto Sabato de El camino de Ida, Ricardo Piglia.
Texto: S.G. Ilustra: Noemí Spadaro Texto: R.B. Ilustra: Noemí Spadaro
Faustine Rosaura
de La invención de Morel, Adolfo Bioy Casares. de Rosaura a las diez, Marco Denevi.
Texto: L.G. Ilustra: Noemí Spadaro Texto: L.G. Ilustra: Marcela Motta.
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