Cuento Fantastico 2

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Un pueblito aburrido

Allá abajo está Villa Reseca- pensaba Belem Floram mientras bajaba de la montaña-.
Nunca pasa nada en este pueblito. Cuando sea grande, me voy a ir a vivir a una de esas
ciudades llenas de gente donde construyen las casas unas encima de otras.
Su madre lo había mandado a buscar huevos de águila para la cena y él había recorrido
varios nidos, juntando en total 23 huevitos que llevaba en una canasta. De pronto, mientras
descendía, se dio cuenta de que se le había hecho demasiado tarde. Pronto oscurecería y no
podría seguir.
- Mejor me quedo a dormir por acá- se dijo.
Caminó a tientas, buscando en la oscuridad un lugar donde dormir. No sabía de qué se
trataba, pero sí que era blando como el mejor colchón y que estaba calentito.
- Seguro que alguien se olvidó este montón de plumas- pensó.
- Se acostó y en seguida se durmió.
Al rato, el pajarraco gigante sobre el que dormía Belem se despertó. Agitó sus
enormes alas, hizo una corta carrera para tomar impulso y salió volando. Dio varias vueltas
de orientación alrededor del pico de una montaña y al fin tomó vuelo en dirección a la
Antártida. En menos de una hora, estaba sobre tierra del fuego. Allí hizo un vuelo rasante
sobre un grupo de pingüinos que lo saludaban (se ve que lo conocían), pero luego cambió su
dirección hacia África.
En Egipto, estuvo un rato parado sobre la pirámide de Keops, descansando. Poco
después, en Senegal, se quedó sobre el lomo de un elefante blanco, mirando un baile
nativo. Siguió volando, pasó por un lugar donde se celebraba una carrera de camellos,
atravesó París, pasó por una isla en la que todos los habitantes eran de pelo verde y
narigones, y después enfiló hacia las montañas de Villa Reseca.
Ya era de madrugada cuando el pajarraco aterrizó en el mismo sitio donde había salido
por la noche.
Cuando el sol terminó de salir, los rayos despertaron a Belem Florán. Belem estiró sus
brazos, desperezándose, y dijo:
_ Allá abajo está Villa Reseca, como siempre. Nunca pasa nada que sea interesante de
contar. Cargó la canasta de huevos de águila y agregó:
- ¿Quién se habrá olvidado este montón de plumas acá en la montaña? Bah, yo qué
sé...
Allá abajo, Villa Reseca se veía chiquito, como un pueblito de juguete. Comenzó a
caminar...

Ricardo Mariñ o, en Cuentos ridículos. Buenos Aires, Sudamericana, Colecció n Pan de Flauta, 1998

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