De Cive. Elementos Filosoficos - Thomas Hobbes
De Cive. Elementos Filosoficos - Thomas Hobbes
De Cive. Elementos Filosoficos - Thomas Hobbes
DeCive
Elementos filosóficos
sobre el ciudadano
TfTULOS ORIGINALES:
Elementorum Philosophiae Sectio Ter tia de Ci1•e ( 1642)
Philosophicall Rudiments Concerning Government and Society ( 1 65 1 )
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que
establece penas de prisión y/o multas, además de las corr,�pondientes indemnizaciones
por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comuni
caren públicamente, en todo o en parte, una obra litemria, artística o científica, o su
transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte
o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
l. El gran proyecto
2. Realistas y parlamentarios
3. De Cive
5. Véase VI, 1 2.
18 CAR!.OS MEI.I.IZO
4. Libertady poder
5. La presente edición
1 0. Véase Warren der, ob. cit. p. 1 5: « By about the same time [May
1 650), he [Hobbes] had translated into English his De Cive, the book
that had already esta blished his reputation on the Continent, or pos
sibly, such a translation had been prepared with his approval». El aserto
de Warrender viene avalado por una carta de Robert Payne, colabora
dor de Hobbes, a un tal Gilbert Sheldon, fechada en O xford el 1 3 de
mayo de 1 650 y conservada en la British Library, Birch MS 4 162.
1 1 . Véase el trabajo de Mi!ton « Did Ho bbes translate De Cive?>> en His
tory of Political Tlwught, vol. XI, no. 4, Winter, 1 990. Tuck y Silver
thorne, tras exponer la documentación de la época, indicativa de la par
ticipación de Ho bbes en el proyecto de traducir De Cive al inglés, y sin
negar su autenticidad, aducen un documento más -el fragmento de una
carta de Hobbes a su amigo y poeta E dmund Waller-. Lejos de apoyar
la hipótesis de Tuck y Silverthorne, el fragmento en cuestión, cuyo con
tenido, dicho sea de paso, no parece ser más que una expresión de cor
tesía epistolar, deja intacta la hipótesis contraria (véase Hobbes: On the
Citizen, Edited by Richard Tuck and Michael Silverthorne, Cambridge
University Press, 1 998 , pp. xxxiv-xxxv ii).
PROLOGO 25
CARLOS MELLIZO
Universidad de Wyoming
Selección bibliográfica
27
28 SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA
• Como ahora vemos una sociedad de hecho constituida entre los seres
humanos, y ninguno vive fuera de ella, pues notamos que to dos están
deseosos de congregarse y tratarse mutuamente, parecería una estupi
dez asombrosa poner en los umbrales de esta doctrina este obstáculo
ante el lector: negar que desde su nacimiento el hombre es apto para vivir
en sociedad. Debo, pues, decir más explícita y claramente que, desde
luego, es verdad que, por n aturaleza, desde que el hombre n ace, l a sole
dad es un enemigo para él; pues los recién n acidos necesitan que otros
les ayuden a vivir; y cuando alcanzan años más maduros, necesitan que
otros les ayuden a vivir bien. No niego, por tanto, que los hombres (in
cluso por naturaleza) desean juntarse. Pero las sociedades civiles no son
meras reuniones, sino vínculos para los que se necesita fe y acuerdos
mutuos. La virtud de dichas sociedades les es desconocida a los niños, a
los insensatos y a quienes todavía no han experimentado los sufrimien
tos que tienen lugar cuan do las sociedades faltan; de lo cual acontece
que quienes no saben lo que es la sociedad no pueden entrar en ella;
pues al no saber cuáles son los beneficios que trae consigo, no se preo
cupan de ella. Es, por tanto, m anifiesto que to dos los hombres, como
nacen en un estado de infancia, n acen ineptos p ara la sociedad. Y h ay
también nuchos, quizá la mayoría, que por un defecto de la mente o una
falta de educación continúan siendo insociables durante el resto de sus
vidas, a pesar de tener, t anto si son niños como si han alcanzado años
más maduros, una n aturaleza humana. De lo cual se deduce que el
hon1bre es susceptible de hacerse sociable, no por naturaleza, sino por
educación. Es más: aunque el hombre n aciese en t al con dición que de
seara entrar en sociedad, no se sigue de ello que n aciese ya listo p ara
conseguirlo. Pues una cosa es desear algo, y otra tener l a capacidad
de conseguir lo que deseamos; pues incluso quienes, como consecuen
cia de su orgullo, no se avienen a condiciones igualitarias sin l as cuales
no puede haber sociedad, continúan deseándola.
l. DEL ESTADO DE LOS HOMBRES I'UERA DE !.A SOCIEDAD CIVIL 55
males futuros; tampoco concibo que la huida sea la única propiedad del
miedo: desconfiar, sospechar, vigilar, pertrecharse para no tener miedo
son también propios de quienes están atemorizados. Quienes van a
acostarse atrancan las puertas; quienes salen de viaje llevan la espada
consigo por temor a los ladrones. Los reinos guardan sus costas y fron
teras con fortalezas y castillos; las ciuda des están rodeadas de murallas:
to do dio por miedo a las ciudades y reinos vecinos. 1 ncluso los ejércitos
más poderosos y mejor preparados para la lucha prefieren negociar la
paz por miedo a la fuerza del contrario y para evitar la posibilidad de ser
vencidos. Es por miedo por lo que los hom bres encuentran seguridad
huyen do, ciertamente, y escondiéndose en las esquinas si piensan que
no van a poder escapar de otro modo; pero en la mayor parte de los ca
sos se protegen con espadas y armas de defensa. Cuando salen a com ba
tir, es que saben cuáles son las intenciones del otro. Si luchan, la socie
dad civil surgirá de la victoria de uno de Jos bandos; si pactan, del
acuerdo entre ellos.
l. DEL ESTADO DE I.OS HOMIIRES FUERA DlllA SOCIEDAD CIVIL 59
" Esto debe entenderse así: lo que un hom bre hace en el mero estado de
naturaleza no constituye injuria contra ningún otro hom bre, aunque
eso no quiere decir que en tal estado no pueda ofen der a Dios o violar
las leyes de naturaleza. La injusticia contra los hombres presupone leyes
humanas, de las que no hay ninguna en el estado de naturaleza. La ver
dad de esta proposición le ha sido demostrada al atento lector en los ar
tículos inmediatamente precedentes; pero como en ciertos casos la di
ficulta d de la conclusión nos hace olvidar las premisas, resumiré este
argumento y lo haré sobremanera evidente a simple vista. Todo hom bre
tiene derecho a defenderse, como queda mostrado en el artículo sépti
mo. Por lo tanto, ese mismo hombre tiene el derecho de usar todos los
medios que necesariamente lo lleven a ese fin, tal y como se ha visto en
el artículo octavo. Pero él será quien juzgue, según se dice en el artículo
noveno, cuáles habrán se ser esos medios necesarios. Por lo tanto, cada
hombre tiene el derecho de usar y de hacer todo lo que le parezca que es
un requisito para su conservación; de lo cual se deduce que, según el jui
cio de quien hace algo, ese algo no es bueno o malo y por lo tanto es jus
to. Cierto que esto es así en el mero estado de naturaleza, etc. Pero si un
hombre finge de algún modo que está dirigiéndose a lo que es necesario
para su preservación, y en el fon do no cree que lo sea, podrá estar in
fringiendo las leyes de naturaleza, como queda ampliamente expuesto
en el capítulo tercero de este libro. Algunos han puesto esta objeción: si
un hijo mata a su padre, ¿es que no le está causando un dailo? A esto les
he contestado diciendo que un hijo no puede concebirse que esté en
ningún momento en el estado de naturaleza, ya que se encuentra bajo el
poder y autoridad de aquellos a quienes debe su protección desde que
62 LIBERTAD
por derecho defender y del cual surgen por todas partes envi
dias y sospechas perpetuas; y si consideramos cuán difícil es
protegerse contra un enemigo que nos invade con la intención
de oprimir y destruir, aunque venga en pequeños números y
mal pertrechado, no podrá negarse que el estado natural de
los hombres antes de que entraran en sociedad fue un estado
de guerra, no una guerra simple, sino una guerra de todos
contra todos. Pues ¿qué es la guerra sino ese período de tiem
po en el que se declara abiertamente la voluntad de enfrentar
se a otro por la fuerza, ya sea con palabras o con hechos? El
tiempo que no es de guerra es llamado tiempo de paz.
1 3. Pero es fácil de apreciar cuán contrario es para la pre
servación de la humanidad o de un individuo particular el
estar perpetuamente en guerra. Mas se trata de una guerra
perpetua por naturaleza; pues en lo que se refiere a la igual
dad de quienes luchan, ésta no puede elim inarse como re
sultado de la victoria. En este estado, el vencedor está sujeto
a tanto peligro que sería milagroso que hasta el más fuerte
terminase su vida muriendo de viejo al cabo de muchos
aiios. Ejemplos de esto pueden verse en América incluso en
la época presente. Otras naciones estuvieron en esta situa
ción en épocas pasadas; ahora se han civilizado y son flore
cientes, pero entonces fueron poco pobladas, violentas, de
vida corta, pobres, desagradables y privadas de todos esos
placeres y bellezas de la vida que la paz y la convivencia so
cial suelen traer consigo. Por lo tanto, quien mantenga que
hubiera sido mejor haber continuado en aquel estado en el
que todo el mundo tenía derecho a todo, está contradicién
dose. Pues todo hombre, por necesidad natural, desea lo que
es bueno para él; y no hay nadie que estime como buena la
guerra de todos contra todos, que va necesariamente aneja a
ese estado. Y así, ocurre que, como resultado del miedo mu
tuo, decidimos que es mejor liberarnos de esa condición y
conseguir hacer algunos seguidores, de modo que, si ha de
haber guerra, no sea ésta contra todos y sin ayuda alguna.
64 LIBERTAD
como muchos hacen, una facultad infalible, sino el acto de razonar, esto
es, el peculiar y verdadero razonamiento de todo hombre acerca de
aquellas acciones suyas que pueden redundar en daño o en beneficio
de sus prójimos. Digo que es peculiar porque aunque en un gobierno ci
vil la razón del supremo, es decir, la ley civil, ha de ser recibi da por cada
sú bdito como razón recta y justa, cuando falta dicho gobierno civil y se
vive en un estado en el que ningún hombre puede distinguir entre la rec
ta razón y la falsa, como no sea comparándola con la suya propia,
la razón de cada hombre debe ser tomada no sólo como norma de sus ac
ciones, las cuales son realizadas a su propio riesgo, sino también como
medida de la razón de otro hombre en lo tocante a esas cosas que le con
ciernen. Y digo que es [un razonamiento) verdadero, esto es, deducido a
partir de principios correctamente formados, porque toda violación de
la ley de naturaleza consiste en el falso razonamiento, o, por mejor decir
lo, en la locura de esos hom bres que no ven cuáles son los deberes que
deben cumplir necesariamente en su trato con el prójimo a tln de procu-
68 LIBERTAD
,. Si aparece alguna nueva causa de temor, ya sea por algo que se ha he
cho o por alguna otra señal de que la otra parte no tiene intención de
cumplir, la sospecha no puede considerarse que sea justa; pues una cau
sa que no fue suficiente para impedir que uno hiciera un contrato no
puede ser suficiente para autorizar que el contrato se rompa, una vez
que ha sido hecho.
2. DE l.A LJ:\' DE NATURALEZA ACERCA DE I.OS I'ACrüS 73
gunos lugares era costumbre de los súbditos jurar por sus re
yes, esa costumbre vino de que los reyes asumieron honores
divinos. Pues los juramentos fueron puestos en uso para
que, recurriendo a la religión y a la consideración del poder
divino, los hombres tuviesen más miedo de quebrantar sus
fes respectivas, que el que tenían de otros hombres, a los ojos
de los cuales podían ocultar sus acciones.
2 1 . De lo cual se sigue que un juramento debe ser enten
dido en la forma que usa el que lo hace; pues es en vano ha
cer que un hombre jure por u n Dios en el que no cree y al
que, por lo tanto, tampoco teme. Pues aunque por la luz na
tural [ de la razó n ] puede llegarse a saber que hay un Dios,
ningún hombre piensa que ha de jurar por Él de una manera
o bajo un nombre diferentes de los que se contienen en los
preceptos de su propia manera de creer, esto es ( según le pa
rece al que jura ) , de la religión verdadera.
22. Por la definición de juramento podemos ver que un
contrato a secas no obliga menos que otro sobre el que jura
mos. Pues es el contrato lo que nos obliga; el juramento se
reflere al castigo divino, castigo que el juramento no puede
provocar si el quebrantamiento de contrato no es ilegal en sí
mismo; pero no podría ser ilegal si el contrato no fuese de
naturaleza obligatoria. Más aún, quien renuncia a la miseri
cordia de Dios no se obliga a sí mismo a ningún castigo;
pues siempre es legal no preocuparse del castigo por muy
merecido que sea, y disfrutar el perdón divino si éste es con
cedido. Por lo tanto, el único efecto de un juramento es éste:
hacer que aquellos hombres que se ven naturalmente incli
nados a violar cualquier modalidad de conflanza que se de
posite en ellos tengan, por miedo al castigo, más conciencia
de sus palabras y acciones.
23. Exigir un juramento cuando el quebrantamiento de
contrato no puede dejar de conocerse y cuando la parte con
la que se ha contratado no carece del poder de castigar es ha
cer algo que es más de lo que se necesita para la defensa pro-
2. DE LA LEY DE NATURALEZA ACERCA DE LOS PACI'OS 79
tra ti, sino contra algún otro; y, algunas veces, no contra una persona
privada, sino sólo contra el magistrado. Otras veces no es contra el ma
gistrado ni contra una persona privada, sino contra Dios. Pues es cuan
do media un contrato y una transferencia de derecho cuando decimos
que se hace una injuria contra éste o contra ese hombre. Ve aquí que en
toda clase de gobierno vemos que lo que las personas privadas contra
tan entre sí de palabra o por escrito puede exigirse o perdonarse a vo
luntad de la parte que obliga. Pero esas ofensas que se cometen contra
las leyes del país, como el robo, el homicidio y demás, son castigadas no
según voluntad de aquel a quien se le ha hecho el daiio, sino según la vo
luntad del magistrado, es decir, de las leyes constituidas.
84 LIBERTAU
.. Es más: entre estas leyes, hay algunas cosas cuya omisión, si se hace
para lograr la paz o la autopreservación, más parece estar cumpliendo
la ley natural que quebrantándola. Pues aquel que hace todo contra
quienes lo hacen todo, y saquea a los saqueadores, hace justicia. Y al
contrario, realizar lo que en tiempo de paz es una buena acción, y hacer
se un hombre honesto, es en tiempo de guerra una muestra de abati
miento y de pobreza de espíritu, y un traicionarse a sí mismo. Pero hay
ciertas leyes naturales cuyo ejercicio no cesa nunca de ser recomenda
ble, incluso en tiempo de guerra. Pues no puedo entender cómo la bo
rrachera o la crueldad, es decir, la venganza que no mira hacia el logro
de un bien futuro, pueden contribuir a la paz o a la preservación de
hombre alguno. En breve: en el estado de naturaleza, lo que es justo e in
justo no ha de ser estimado por las acciones, sino por el criterio y la con
ciencia del que actúa. Lo que se hace por necesidad a fin de lograr la paz,
o para nuestra preservación, se hace con derecho. Si no es así, cualquier
daño hecho a otro sería un quebrantamiento de la ley natural y una in
juria contra Dios.
96 LIBERTAD
antes que uno futuro, ocurre que aunque todos los hombres
están de acuerdo en ensalzar todas las virtudes antedichas,
discrepan en lo que a sus naturalezas respectivas se refiere,
es decir, en qué consiste cada una de ellas. Pues cuando la
buena acción de un hombre desagrada a otros, se le da a esa
acción el nombre de un vicio que se le parezca; y de igual
modo, las malas acciones que agradan a alguno siempre
pueden ser consideradas como una virtud. De lo cual viene a
acontecer que una misma acción que unos ponderan y lla
man virtud, otros la denigran y la llaman vicio. Los filósofos
no han encontrado aún el modo de remediar esto. Pues
como no pudieron darse cuenta de que la bondad de las ac
ciones consiste en esto, a saber, en su tendencia a la paz, y de
que la maldad consiste en esto, a saber, en su relación con la
discordia, edificaron una filosofía moral totalmente alejada
de la ley moral e inconsistente consigo misma. Pues situaron
la naturaleza de las virtudes en una suerte de punto medio
entre dos extremos, y la naturaleza de los vicios en los extre
mos mismos, lo cual es falso a todas luces. Pues atreverse es
una acción que se valora y que bajo el nombre defortitudo se
considera como virtud, aunque sea un extremo, si la causa
merece nuestra aprobación. De igual modo, la cantidad de
una cosa dada, ya sea una cantidad grande, o pequeña, o
mediana, no produce la virtud de la liberalidad; lo que la
produce es la causa que me llevó a dar esa cosa. Similarmen
te, no es una injusticia que yo dé de lo m ío a una persona
más de lo que estrictamente le debo. Las leyes de naturaleza,
por tanto, son una suma de filosofía moral, de la cual sólo he
most rado aquí los preceptos que se refieren a nuestra pre
servación contra aquellos peligros que surgen de la discor
dia. Pero hay otros preceptos de la naturaleza racional, de los
cuales surgen otras virtudes. Pues también la templanza es
un precepto de razón, porque la intemperancia t iende a la
enfermedad y a la muerte. Y así ocurre también con la forta
leza, es decir, la facultad de resistir con firmeza los peligros
3. DE LAS OTRAS LEYES DE NATURALEZA 99
l.-La ley natural y moral es divina. 2.-Lo que, en general, queda cotlfir
mado por la Escritura. J.-Especialmente la leyfundamental de natura
leza, que busca la paz. 4.-También la primera ley de naturaleza, que or
dena abolir la posesión en comunidad de todas las cosas. 5.- También la
segunda ley de naturaleza: respetar la con}lanza depositada. 6.- Tam
bién /a tercera ley, acerca de la gratitud. 7.-También la cuarta ley, que
nos ordena hacernos útiles. B.-También la quinta ley, sobre la misericor
dia. 9.- También /a sexta ley, que dice que el castigo ha de tener la mira
puesta exclusivamente en el futuro. 1 0.-También queda conjirmada la
séptima ley, contra la contumelia. 1 1.-También la octava, contra la so
berbia. 12.-También la novena ley, sobre la modestia. 1 3.-También la
décima, contra la acepción de personas. 14.-También la undécima ley,
que ordena poseer en común aquellas cosas que no pueden dividirse.
15.-También la ley duodécima, sobre cosas que han de dividirse por sor
teo. 1 6.-También la ley decimoquinta, sobre el nombramiento de un
juez. 1 7.-También la ley decimQséptima, que manda que losjueces no re
ciban recompensa por sus sentencias. 18.-También la ley decimoctava,
acerca de los testigos. 1 9.-También la ley vigésima, contra la embria
guez. 20.- También respecto a lo que se ha dicho: que la ley de naturaleza
es etenw. 21.-También, que las leyes de naturaleza pertenecen a la con
ciencia. 22.-También que las leyes de naturalez(l pueden observarse con
facilidad. 23.-Por último, con respecto a la regla por la cual un hombre
puede saber si lo que va a ltacer va contra la ley de naturaleza o no.
24.-La ley de Cristo es la ley de naturaleza.
1 00
4. QUE LA LEY DE NATURALEZA 1::5 UNA LEY DIVINA 101
tados, como hemos visto más atrás, son las leyes de natura
leza.
3. Que esa ley que hemos establecido como ley funda
mental de naturaleza, a saber, la que dice que ha de buscarse
la paz, es también el compendio de la Ley Divina, queda de
man ifiesto en estos pasajes: Romanos 3, 1 7: La justicia (que
es la suma ley) es llamada senda de la paz. Salmo 85, 1 1 : Se
darán el abrazo la justicia y la paz. Mateo 5, 9: Bienaventu
rados los pacificas, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Y después que San Pablo, en el sexto capítulo de su Epístola
a los Hebreos, último versículo, ha llamado a Cristo (que es
legislador de la ley de que tratamos) Pontífice para siempre
de la orden de Melquisedec, añade en el primer versículo del
capítulo siguiente: Este Melquisedecfue rey de Salem, sacer
dote del Dios altfsimo, etc. Y en el versículo 2: Se interpreta
primero rey de justicia, y luego también rey de Salem, es de
cir, rey de paz. De donde resulta claro que Cristo, el Rey,
pone j untas en su reino la j usticia y la paz. Salmo 34, 1 5:
Aléjate del mal y haz el bien; busca y persigue la paz. Isaías 9,
6-7: Porque nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo
que tiene sobre su hombro la soberanfa, y que se llamará
maravilloso consejero, Dios Fuerte, Padre sempiterno, Prín
cipe de la paz. l saías 52, 7: ¡Qué hennosos son sobre los
montes los pies del mensajero que anuncia La paz, que trae
La buena n ueva, que pregona La salvación, diciendo a Sión:
Reina tu Dios! Lucas 2 , 1 4: En el nacimiento de Cristo, la
voz de quienes alaban a Dios diciendo: Gloria a Dios en /as
alturas y paz en la tierra a los hombres de b uena voluntad.
Y en Isaías 53, 5, el Evangelio es l lamado disciplina pacis.
·Jsaías 59, 8: La j usticia es allí llamada camino de paz: No
conocen los caminos de la paz, no hay en sus sendas justicia.
Miqueas (5, 4-5) , hablando del Mesías, dice así: Se afirmará
y apacentará con la fortaleza de Yavé y con la majestad del
nombre de Yavé, su Dios; y habrá seguridad, porque su pres
tigio se extenderá hasta Los confines de la tierra. Y así será la
4. QUE LA LEY DE NATURALEZA ES UNA LEY OJ VJNA 1 03
5. Hobbes traduce: et erít iste pax 1 a tul this man slw/1 be yourpeace. (N.
del T.)
6. Hobbes traduce: quijurat proximo suo, et no decipit 1 He tlwt swea
reth unto his neighbour, and disappointeth him not. (N. del T.)
1 04 LIBERTAD
todavía arruinado y matado. Mas ¿por qué debería un rey actuar así? No
será simplemente porque pueda; pues a menos que esté determinado a
hacerlo, no lo hará. ¿Destruirá a los dem<ís sólo para complacer a uno o
a unos pocos? Aunque por derecho, es decir, sin cometer injuria contra
ellos, puede hacerlo, no puede hacerlo justamente, esto es, sin quebran
tar las leyes naturales e injuriar a Dios. Hay, por lo tanto, alguna seguri
dad para los súbditos en los juramentos de los príncipes. Además, si pu
diera hacerlo con justicia o no hubiera jurado nada a ese respecto,
parece que no hay razón por la que debiera desearlo, ya que no encon
traría bien en ello. Sin embargo no puede negarse que un príncipe pue
de algunas veces tener una inclinación a actuar de una manera malva
da. Mas supongamos que se le hubiera concedido un poder que no es
absoluto, sino que bastara solamente para protegernos de las injurias de
los demás, ¿qué estimaríamos necesario concederle si quisiéramos sen
tirnos protegidos? ¿No han de temerse todas las cosas por igual? A
quien tiene poder suficiente para proteger a todos no le falta la capaci
dad de oprimir a todos. Así pues, la única dificultad con que nos encon
tramos aquí es que los asuntos humanos nunca están libres de inconve
niencia. Mas esta inconveniencia procede de los ciudadanos mismos,
no del gobierno. Pues si los hombres fueran capaces de gobernarse por
sí mismos teniendo cada uno mando sobre sí, es decir, si pudieran vivir
de acuerdo con las leyes de naturaleza, no habría necesidad alguna de
establecer una ciudad y un poder coercitivo con autoridad sobre todos.
En segundo lugar, se objeta diciendo que en el orbe cristiano ningún
poder es absoluto. Lo cual no es cierto, pues todas las monarquías y to
dos los demás Estados lo son. Pues aunque los que poseen el mando su
premo no hacen todas las cosas que querrían hacer y que saben que be
neficiarían a la ciudad, la razón de ello no es que les falte el derecho de
hacerlo; lo que les falta es la consideración de los ciudadanos, los cuales
se ocupan demasiado de sus propios asuntos particulares y, descuidan
do lo que tiende al bien público, no pueden ser a veces llevados a reali
zar sus deberes, sin peligro para la ciudad. Por lo cual los príncipes se
abstienen en ocasiones de ejercer sus derechos, y prudentemente re
nuncian de algún modo a actuar, si bien no renuncian en absoluto a su
derecho.
6. DEL DERECHO DE QUIEN TIENE EJ. I'OIJER SUPREMO 131
están obligados a respetar ese acto del pueblo por el cual éste
deposita su derecho de gobierno en manos de los nobles. Y
esta corte [de nobles ] , aunque ha sido elegida por el pueblo,
no está obligada por éste en n inguna cosa. Pues, una vez eri
gida, el pueblo queda inmediatamente disuelto, como se ha
declarado más arriba; y la autoridad que tenía como persona
se desvanece por completo. De lo cual se deduce que la obli
gación que le era debida a la persona debe también desvane
cerse y perecer con ella.
1 O. La aristocracia, igual que antes la democracia, debe
tener en cuenta lo siguiente: primero, que sin asambleas fi
jadas para ciertas fechas y lugares, en las cuales pueda reu
nirse la corte de nobles, la corte ya no es tal cosa, sino sólo
una multitud disoluta sin ningún poder supremo. Segundo,
que las fechas de reunión no pueden estar separadas por lar
gos intervalos sin perjuicio para el poder supremo, a menos
que la administración sea transferida a algún hombre. Las
razones por las que esto ocurre son las mismas que han que
dado expuestas en el artículo quinto.
1 1 . Lo mismo que una aristocracia, una monarquía se de
riva del poder del pueblo, el cual transmite su autoridad a un
hombre. Debemos aquí entender que ese hombre, ya sea por
el nombre que se le da o por alguna otra señal, se presenta
como alguien que sobresale por encima de todos los demás,
y que por una pluralidad de voces, todo el derecho del pue
blo es transferido a él; hasta tal punto, que cualquier cosa
que el pueblo podía hacer antes de elegir a este hombre pue
de hacerlo ahora dicho hombre con respecto a cualquier
asunto, al habérsele elegido. Una vez que la elección ha teni
do lugar, el pueblo ya no es una persona, sino una ruda mul
titud, pues sólo fue persona cuando tenía el mando supre
mo, el cual ha sido ahora transferido por el pueblo a un solo
hombre.
1 2. Y, por lo tanto, tampoco el monarca se obliga a nadie
por el mando que recibe. Pues lo recibe del pueblo, y éste,
7. DE LAS TRES CLASES DE GOBIERNO 149
1 62
9. DEL DERECHO DE LOS I'ADRES SOBRE SUS HIJOS 1 63
girle a él, por ese mismo derecho puede él elegir a otro. Pues
bien, en una monarquía hereditaria existen los mismos de
rechos que en una institutiva; de ahí que todo monarca pue
da nombrar un sucesor mediante testamento.
1 3 . Pero lo que un hombre puede transfer ir a otro me
diante testamento, puede también, en virtud del mismo de
recho, regalarlo o venderlo estando aún en v ida. De modo
que comoquiera que la potestad suprema decida transferir
su poder, tanto si lo regala como si lo vende, la transferencia
será legítima.
1 4. Pero si estando en vida no ha declarado su voluntad
-ni mediante testamento ni de ninguna otra manera- acerca
de quién le habrá de suceder, se supone, en primer lugar, que
no le gustaría ver su gobierno reducido a la anarquía o a un
estado de guerra, es decir, que no le gustaría la destrucción
de sus súbditos. Pues de lo contrario estaría violando las le
yes de naturaleza en virtud de las cuales estaba obligado a
hacer todo lo necesario para preservar la paz. Además, si tal
hubiera sido su voluntad, no le habría sido difícil declararlo
abiertamente. En segundo lugar, dado que el derecho se
transfiere según la voluntad del padre, hemos de juzgar
acerca del sucesor según las señales que veamos en dicha vo
luntad. Hemos, pues, de entender que un monarca preferiría
que sus súbditos viviesen bajo un gobierno monárquico an
tes que bajo ningún otro, pues él mismo, al gobernar monár
quicamente, ha aprobado con su ejemplo ese tipo de gobier
no y no lo ha condenado después ni de palabra ni de obra.
1 5. Es más: como por necesidad natural todos los hom
bres quieren más a aquellos de quienes reciben gloria y ho
nor; y como todo hombre, cuando muere, recibe honor y
gloria de sus hijos antes que del poder de ningún otro hom
bre, de ello deducimos que un padre prefiere a sus hijos an
tes que a ninguna otra persona. Debe, pues, asumirse que la
voluntad del padre que muere sin testamento es que le suce
da alguno de sus h ijos.
9. DEL DERECHO DE LOS PADRES SOBRE SUS HIJOS 1 71
cargo. Y el refrán que dice ¡Ay del país cuyo rey es un niño! no
significa que la condición de una monarquía sea inferior a la
de un Estado popular, sino más bien que, por accidente,
puede que sea inconveniente de un reino el que el rey sea un
niiio, ya que a menudo ocurre que muchos, por ambición y
ansia de mando, se meten en los debates de interés público;
y entonces el gobierno llega a ser administrado de una ma
nera democrdtica. Y de ahí surgen esas desdichas que gene
ralmente acompañan al poder del pueblo.
1 7. Es señal evidente de que la monarquía más absoluta
es el mejor tipo de gobierno el que no sólo las monarquías,
sino también aquellos Estados que están gobernados por el
pueblo o por los nobles, dan el poder militar supremo a una
sola persona, y de una manera tan absoluta que ya no cabe
más. Hablando de lo cual, por cierto, hemos de hacer notar
lo siguiente: que ningún rey puede dar a un general mayor
autoridad sobre su ejército que la que él mismo pueda ejer
cer, por derecho, sobre todos sus súbditos. La monarquía es,
pues, el mejor tipo de gobierno en los campamentos de gue
rra. Pero, ¿qué son muchos Estados sino otros tantos campa
mentos de hombres armados y de i ndividuos dispuestos a
guerrear entre sí? Dichos Estados, al no estar controlados
por ningún poder que los someta a todos, disfrutan sólo de
períodos de paz transitorios, algo así como treguas pasaje
ras; de tal modo que puede decirse que se encuentran, de he
cho, en un estado de guerra.
1 8. Por último, como es necesario para nuestra preserva
ción el que estemos sujetos a algún hombre o concejo, nada
mejor que estemos sujetos a alguien cuyo interés sea preci
samente nuestra seguridad y bienestar; y esto es lo que ocu
rre cuando somos la herencia del que manda. Pues todo
hombre procura espontáneamente proteger su herencia.
Mas las t ierras y el dinero de los súbditos no son los únicos
tesoros del gobernante; también lo son sus cuerpos y sus vi
gorosas mentes. Los cual será fácilmente admitido por quie-
1 88 PODER
J . -El comienzo del gobierno institutivo proviene del consenso del pueblo.
2.-EI poder dejudicatura y las decisiones de guerra dependen del arbitrio
del mandamás. 3. -Quienes tienen la autoridad suprema no pueden, por
derecho, ser castigados. 4.-Que sin un poder :>upremo no hay gobierno,
sino confusión. 5.-Los siervos e hijos deben a sus señores y padres obe
diencia absoluta. 6. -El poder absoluto de los prfncipes queda probado
por los más evidentes testimonios de la Escritura, tanto del Nuevo como
del Antiguo Testamento.
l.-Decir que juzgar acerca del bien y del mal es algo que pertenece a las
persomls privadas es una opinión sediciosa. 2.-Que los súbditos pecan tll
obedecer a sus prfncipes, es una opinión sediciosa. J.-Decir que el tirani
cidio es legal es una opinión sediciosa. 4.-Es una opinión sediciosa decir
que irtcluso quien ostenta el poder supremo está sujeto a las leyes civiles.
5.-Que el poder supremo puede dividirse es una opiuión sediciosa.
6. -Que la fe y la santidad no se adquieren mediante el estudio y el razo
namiento, sino que siempre son infundidas e inspiradas sobrenatural
mente, es Ulltl opinión sediciosa. 7.-Que los individuos particulares tie
nen titulo de propiedad o dominio absoluto sobre sus bienes es una
opinión sediciosa. 8.-No saber cuál es la diferencia entre un pueblo y
una multitud es estar preparando el terreno para la sedición. 9. -Dema
siados impuestos, aunque sean justos y necesarios, disponen a los lwm
bres a la sedición. 1 0.-La ambición dispone a los hombres a la sedición.
1 1.-Tambiéu la esperanza de éxito. 12.-La elocueucia imprudente es la
únicafacultad que se necesita para provocar sediciones. 1 3.-Cómo la es
tupidez de la gente común y la elocuencia de los ambiciosos sejuntan para
precipitar la disoludórt de un Estado.
quieren dar muerte por ser tirano, o tiene el mando con de
recho, o sin él. Si lo tiene sin derecho, es un enemigo y se le
puede dar muerte legalmente; mas entonces no debe hablar
se de matar a un tirano, sino a un enemigo. Si tiene el mando
con derecho, entonces hay lugar para la pregunta divina:
¿ Quién te ha hecho saber que era un tirano? ¿Es que has comi
do del árbol de que te prohibí comer? Pues, ¿por qué llamas ti
rano a quien Dios ha hecho rey, si no es porque tú, un indivi
duo particular, estás arrogándote el conocimiento del bien y
del mal? Considerán dola bien, nos damos cuenta de cuán
perniciosa es esta opinión para todo tipo de gobierno, espe
cialmente para el gobierno monárquico; pues según dicha
opinión, todo rey, ya sea bueno o malo, está expuesto a ser
condenado por el juicio de otros, y asesinaJo por la mano de
cualquier villano con intenciones crim inales.
4. La cuarta opinión que atenta contra la sociedad civil es
la de aquellos que mantienen que quienes tienen el poder de
gobierno están también sujetos a Las Leyes civiles. En el artícu
lo 1 4 del capítulo 6 se ha probado suficientemente la false
dad de esa opinión, con el argumento siguiente: que un Es
tado no puede obligarse ni a sí mismo ni a súbdito alguno.
No puede obligarse a sí mismo porque n i ngún hombre pue
de obligarse, como no sea a otro; y no puede obligarse a nin
gún súbdito porque las voluntades particulares de los súbdi
tos están contenidas en la voluntad del Estado; de tal manera
que si el Estado se libra por completo de tal obl igación, los
súbditos también lo harán y, consecuentemente, el Esta
do será liberado. Mas lo que es verdad aplicado a un Estado
debe serlo también aplicado a un hombre o a una asamblea
de hombres que tengan la autoridad suprema; pues ellos
constituyen un Estado, el cual no tiene otra entidad que la
del poder supremo. Que la opinión mencionada no puede
ser consistente con el ser mismo del gobierno resulta eviden
te si tenemos en cuenta que, de ser puesta en práctica, el co
nocimiento de lo que está bien y de lo que está mal es decir, la
200 POUEI\
210
13. SOBRE LOS DEBERES DE QUIENES ADMINISTRAN EL PODER SUPREMO 21 1
todas las leyes civiles en virtud de esa ley natural que nos
prohíbe violar los acuerdos. Pues cuando nos obligamos a
obedecer antes de saber lo que se nos va a mandar, estamos
universalmente atados a obedecer en todas las cosas. De lo
cual se sigue que ninguna ley civil que no implique un insul
to a la Deidad (con respecto a la cual las ciudades mismas no
tienen ningún derecho y no pueden hacer leyes) puede ir
contra la ley de naturaleza. Porque aunque la ley de naturale
za prohíbe el robo, el adulterio, etc., si la ley civil nos manda
apoderarnos de algo por la fuerza, esa acción violenta no
será robo, adulterio, etc. Así, cuando los lacedemonios de la
antigüedad permitieron a sus jóvenes, en virtud de una cier
ta ley, apoderarse de los bienes de otros hombres, determi
naron que dichos bienes no debían considerarse como per
tenecientes a otro, sino que eran de quien los tomaba; y que,
por lo tanto, aquellos actos no eran realmente robos. De
igual manera, las copulaciones sexuales de los salvajes eran,
de acuerdo con sus leyes, uniones maritales legales.
1 1 . Es necesario para la esencia de la ley que los súbditos
conozcan dos cosas: primero, qué hombre o asamblea son
los depositarios del poder supremo, es decir, del poder de
hacer leyes; segundo, qué es lo que la ley misma dice. Porque
quien no sabe a quién debe obedecer o qué es lo que debe
obedecer no puede obedecer; y, como consecuencia, es
como si no estuviera obligado a obedecer en absoluto. No
digo que sea necesario para la esencia de la ley el que una
cosa o la otra se conozcan permanentemente; sólo se precisa
que se conozcan una vez. Y si el súbdito olvida después qué
derecho tenía quien hizo la ley, o la ley m isma, no por ello
está menos obligado a obedecer, pues lo podría haber recor
dado si hubiera tenido deseo de obedecer.
1 2. El conocimiento del legislador es responsabilidad del
súbdito mismo; porque el derecho de hacer leyes no pudo
conferirse a ningún hombre sin su consentimiento y acuer
do, ya fuera éste expreso o supuesto; expreso, cuando desde
14. DE LAS LEYES Y PECADOS 235
actos, sino también sus almas, están contra las leyes. Quie
nes pecan por debilidad solamente son buenos hombres, in
cluso cuando pecan; pero estos otros, incluso cuando no pe
can, son malvados. Aunque tanto la acción misma como la
intención pueden ir contra las leyes, este ir en contra es sus
ceptible de recibir dos apelativos: la irregularidad de la ac
ción es llamada áoi Kllfla, hecho injusto; la de la mente es
llamada Ó:.Ot K Í a y KCXKÍ a, injusticia y malicia; aquélla es la
debilidad de una mente perturbada, y ésta la depravación de
una mente serena.
1 9. Viendo, pues, que no hay pecado que no vaya contra
alguna ley, y que no hay ley que no sea el mandato de quien
tiene el poder supremo, y que nadie puede tener el poder su
premo a menos que éste se le haya encomendado por con
senso nuestro, ¿en qué forma diremos que peca el hombre
que niega que existe un Dios o que Dios gobierna el mundo,
o dirige contra É l cualquier otro tipo de insulto? Pues este
hombre dirá que él nunca sometió su voluntad a la voluntad
de Dios, pues nunca lo llegó a concebir como existente; y que
aunque su opinión estuviese equivocada yfuese, por tanto, un
pecado, debería éste ser clasificado entre Los pecados de im
prudencia o de ignorancia, Los cuales no pueden ser castiga
dos. Esta manera de hablar parece que deber ser aceptada;
hasta tal punto, que, aunque este tipo de pecado es el más
grave y dailino, ha de ser incluido entre los pecados de im
prudencia*. Pero que tal pecado debería excusarse por ser
resultado de la imprudencia o la ignorancia sería una con-
D ios existe, no creen que t iene mando sobre los seres infe
riores, pues aunque éstos son gobernados por el poder de
Dios, no reconocen ninguno de sus mandamiemos ni temen
sus amenazas. Así pues, sólo se supone que pertenecen al
reino de D ios quienes reconocen que Él es el que gobierna
todas las cosas, que ha dado sus mandamientos a los hom
bres y que ha designado castigos para los transgresores. Los
demás no deben ser llamados súbditos, sino enemigos de
Dios.
3. Pero no se dice que alguien gobierna mediante órdenes
y mandatos a menos que éstos sean claramente anunciados
a quienes son gobernados por ellos. Porque los mandatos de
quienes gobiernan son las leyes de los gobernados. Mas las
leyes no son tales, a menos que sean publicadas visiblemen
te, de tal manera que se elimine toda excusa de ignorancia.
Ciertamente, los hombres hacen públicas sus leyes mediante
palabra o voz, y no pueden hacerlas universalmente conoci
das de ningún otro modo. Las leyes de Dios se declaran de
tres maneras: primero, por los tácitos dictados de la recta ra
zón; segundo, por revelación inmediata, la cual se supone
que es hecha por una voz sobrenatural, o por una visión o
sueño, o por inspiración divina; tercero, por la voz de un
hombre al cual Dios recomienda a los demás hombres como
persona digna de crédito por su capacidad de realizar autén
ticos milagros. Aquel de cuya voz se sirve Dios para comuni
car su voluntad a otros recibe el nombre de profeta. A estos
tres modos de anunciar leyes puede dárseles el apelativo de
triple palabra de Dios, a saber: la palabra racional, la palabra
sensible y la palabra de profecía. A las cuales responden las
tres maneras en que se dice que oímos a Dios: con la recta ra
zón, con el sentido y con la fe. La palabra sensible de Dios les
ha llegado sólo a unos pocos; tampoco ha hablado Dios a los
hombres por revelación, excepto a algunos en particular, y a
cada uno de modo diferente; y tampoco se le han hecho así
p úblicas a nadie ninguna de las leyes de su reino.
252 RELIGION
20. -Qué es una Iglesia a la que atribuimos derechos, acciones y otras co
sas semejantes que son propias de una persona. 21.-Una ciudad cristia
na es lo mismo que una Iglesia cristiana. 22.-Muchas ciudades no cons
tituyen una Iglesia. 23.-Quiénes son los clérigos. 24.-Ltz elección de los
eclesiásticos corresponde a la Iglesia; su consagración, a los pastores.
25.-El poder de perdonar los pecados al penitente y de retenérselos al im
penitente corresponde a los pastores; pero juzgar acerca del arrepenti
miento corresponde a la Igleshz. 26. -Qué es la excomunión y sobre quié
nes no puede recaer. 27.-La interpretación de la Escritura depende de la
autoridad de la ciudad. 28.-Una ciudad cristiana del1e interpretar las
Escrituras a través de los clérigos.
1 9. Acerca de qué cosas o derechos son míos y qué cosas o derechos son
tuyos. (N. del T.)
17. DEL REINO DE DIOS POR lA NU EVA AI.IANZA 299
dijo también ( Éxodo 35, 2 ) : E/ que trabaje en ese día [el sép
timo] será castigado con la muerte. Y tampoco prohibió ma
tar sin que hubiese habido audiencia previa; pues dijo ( Éxo
do 32, 27): mate cada uno a su hermano, a su amigo, a su
deudo. Y añade el texto (versículo 28) : perecieron aquel día
unos tres mil del pueblo. Tampoco prohibió que se matase a un
inocente, pues Jefté hizo voto a Yavé diciendo ( Jueces 1 1 , 3 1 ) :
el que salga [ . . ] a mi encuentro será de }�1vé y se lo ofreceré en
.
20. Que el romano victorioso ya poseía todo el orbe. (N. del T.)
318 REI.IGJON
las razones que siguen, pensé que merecía la pena dar una más amplia
explicación del mismo; pues como creo que es de alguna manera nove
doso, quizá pueda disgustar a muchos teólogos. En primer lugar, pues,
cuando digo que este artículo -que Jesús es el Cristo- es necesario para
la-salvación, no digo que sólo la fe es necesaria, sino que también se re
quiere la justicia, o esa obediencia que les es debida a las leyes de Dios;
es decir, un deseo de vivir con rectitud. En segundo lugar, no niego que
la profesión de muchos artículos de fe, si dicha profesión es ordenada
por la Iglesia, sea también necesaria para la salvación. Pero consideran
do que la fe es una cosa interna, y que hacer profesión de fe es algo" ex
terno, digo que sólo la primera es una parte de la obediencia, de tal for-
18. DE LAS COSAS NECESARIAS PARA ENTRAR EN LOS CIELOS 34 1
ma que ese artículo basta por sí solo para la fe interna, pero no es sufi
ciente para la externa profesión de fe de un cristiano. Por último, inclu
so si yo hubiera dicho que el sincero e interno arrepentimiento por los
pecados era lo único necesario para la salvación, ello no debería ser
considerado paradójico; pues suponemos que la justicia, la obediencia
y una mente reformada en todo tipo de virtudes están contenidas en él.
Así, cuando digo que la fe en un artículo es suficiente para la salvación,
la cosa puede que choque menos si se tiene en cuenta que otros muchos
artículos est;in contenidos en él. Pues estas palabras, que jesús es el Cris
to, significan que jesús fue aquella persona que Dios, a través de sus
profetas, había prometido que vendría al mundo para establecer su rei
no; es decir, que jesús es el Hijo de Dios, el creador de cielos y tierras,
nacido de una virgen, muriendo por los pecados de quienes creen en él;
que era el Cristo, es decir, un rey; que resucitó (pues de otro modo no
podría reinar) para juzgar al mundo y para retribuir a cada uno según
sus obras (pues, si no, no podría ser rey); y también que los hombres re
sucitarán, pues de otro modo no podrían presentarse a juicio. Todo el
símbolo de los apóstoles está, pues, contenido en este artículo, el cual
me ha parecido razonable condensar de esta manera; pues descubrí que
muchos hombres, sólo por esto y sin nada más, fueron admitidos en el
reino de Dios, tanto por Cristo como por sus apóstoles. Tal ocurrió con
el ladrón en la cruz, con el eunuco bautizado por Felipe, con los dos mil
hombres convertidos .de un golpe a la Iglesia por San Pedro. Pero si a al
guno no le complace que yo no juzgue por eternamente condenados a
quienes iw dan asentimiento interno a cada uno de los artículos defini
dos por la Iglesia, si bien no los contradicen y se someten a ellos si así se
les manda, no sé qué podré responderle. Pues los más claros testimo
nios de la Sagrada Escritura, los cuales traigo a continuación, me impi
den cambiar de opinión.
342 RELIGIÚN
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Selección bibliográfica ....................................................... 27
DE CIVE
LI BERTAD
PODER
RELIGIÚN
� Filosofía
� Alian:t.a Editorial •·
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