Desde El Dia en Que Te Concebi - Manu Ponce
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CAPÍTULO 1: SARA (NACIMIENTO)
CAPÍTULO 2: MARCOS (NACIMIENTO)
CAPÍTULO 3: SARA (PRIMER MES)
CAPÍTULO 4: MARCOS (TERCER MES)
CAPÍTULO 5: SARA (QUINTO MES)
CAPÍTULO 6: MARCOS (SÉPTIMO MES)
CAPÍTULO 7: SARA (OCTAVO MES)
CAPÍTULO 8: MARCOS (NOVENO MES)
CAPÍTULO 9: SARA (DÉCIMO MES)
CAPÍTULO 10: MARCOS (DOCE MES)
CAPÍTULO 11: SARA (AÑO Y MEDIO)
CAPÍTULO 1: SARA (NACIMIENTO)
Ni en mis peores pesadillas me habría imaginado teniendo un gremlin en mi interior. Nunca debí
permitir que Marcos jugara conmigo a mamás y papás cuando nos habíamos bebido hasta los
charcos de los tejados.
—Eres lo más bonito que han visto mis ojos, juntamente con el Martini que me acaba de guiñar un
ojo.
—No quiero tener que pelearme con el Martini, pero si es necesario lo haré.
—Tranquilo, Rocky, deja los puños para el gimnasio. Ahora bésame, bésame mucho, como si
fuera esta noche la última vez — le canto entre risas.
—Espero que no sea la última vez. Aunque si la es, espero que sea memorable. No voy a dejar
que bebas más, o de lo contrario deberé llevarte a La Voz.
—Dámelo todo papito, hazme temblar – (para qué lo llamaría papito, al final fue demasiado
literal).
Y ahí fue como la semillita de papá y la de mamá jugaron al gato y al ratón y uno se comió al otro;
y ahora la gatita, que soy yo, se pasa el día vomitando bolas de pelo, bueno, de pelo no, pero ya
entendéis.
Las pastillas anticonceptivas, que me tomo desde hace más de diez años, se habían tomado las
copas que a mí me sobraban en el cuerpo y ese 0,1% de error se había despertado bailando la
Sarandonga para darnos más de un quebradero de cabeza.
Me desperté un día con más ganas de vomitar que Britney Spears de raparse el pelo y así me tiré
meses y meses y meses. Un día, al volver a la panadería para achuchar a Candela, fue cuando, al
verme mala cara, me preguntó qué me pasaba.
—Corre niña, yo te acompaño si hace falta, pero en cuanto lo tengas vente directa a la panadería.
No quiero perderme esto por nada del mundo.
—Está bien…
Una vez comprado el palito donde echar el chorrito, hasta me ha salido una rima por los nervios,
me metí en el baño de la panadería para echar el mencionado chorrito, que así lo llamó Maruja; y
me senté en la taza mientras Candela me esperaba tras la puerta.
—Que sí mujer, shiiiiiiiiiiii, escucha cómo lo hago e imítalo, como si fueras un mimo. Shiiiiiii –
abre el grifo para que el sonido del agua me genere ganas de hacer pis.
Me concentro todo lo que puedo y más en el sonido del agua hasta que consigo soltar un leve
hilillo. Espero que sea suficiente. Es lo que tiene haber evacuado justo antes de salir de casa.
Salgo y le doy el palito a Candela antes de lavarme las manos. Dice que tenemos que esperar unos
minutos antes de que esas rayas dibujadas por Lucifer aparezcan. Me muerdo las uñas de las
manos mientras espero, más nerviosa que Paquirrín en un test de inteligencia.
Ya no me quedan uñas, y apenas ha pasado un minuto. Me comería las del pie por el ansia, pero la
verdad es que me da demasiado asquete, y comerme las de Candela no es una opción. Al saber
dónde ha estado esa mano. ¿Alrededor de la verga de mi exjefe, por ejemplo?
—Que sea rápido, como cuando se retira la cera de las ingles. Por favor.
Candela lo mueve un poco, como cuando quieres bajar el mercurio del termómetro y entonces
aparece. Primero se desdibuja una raya hasta hacerse más intensa y después…
—Mierda.
Me compro una caja de doce test por Amazon, que me llega al momento, y me los hago todos a lo
largo del día.
La verdad es que solo les ruego a las vírgenes habidas y por haber con estampita propia a lo largo
de España que me saquen de este lío, pero parece que se han ido a hacer las uñas y me ignoran
como a la mierda.
Hago un camino de Predictor hasta la habitación, donde me he tumbado en la cama con una caja en
la mesita de noche para darle la mala noticia a Marcos. He comprado un chupete que pone papá
para regalárselo.
Lo que para mucha gente puede ser la mejor noticia de sus vidas, sobre todo para la que lo desea
fervientemente, pero no consigue concebir, para mí es una retorcida y macabra historia a lo
Stephen King.
Odio a los niños, qué le vamos a hacer. Los odio desde tiempos inmemoriales, creo que desde que
tenía uso de razón y ahora no es momento de cambiar, aunque se me venga encima esta mochila
que no quiero cargar.
Nunca he querido tener hijos, obviamente, pero supongo que ahora que ya está el kínder sorpresa
dentro, o el bollo en el horno, como diría Candela, hay que apechugar; si no, no debería haberme
emborrachado, abierto de patas, ni dejar que la mazorca de Marcos me hiciera volar.
Escucho el tintineo de las llaves y la puerta abrirse. Me pongo más nerviosa que la duquesa de
Alba sosteniendo con uno de sus pechos un flan casero. Veo que avanza siguiendo los Predictor.
Los he pegado al suelo con celo para que no vea el resultado y si no es muy listo y no ha visto uno
antes por algún susto con una exnovia, no sabrá ni lo que son, cosa que me beneficia si le quiero
dar yo la sorpresa con el chupete personalizado.
Escucho los pasos cada vez más cerca, y si no supiera que tengo el corazón más duro que un roble
y más sano que un corazón de melón, creería que estoy sufriendo un infarto.
La puerta de la habitación se abre y veo a un Marcos trajeado que deja el maletín en un lado del
cuarto mientras me sonríe mirándome a los ojos. La verdad es que tengo al chico más guapo de
España durmiendo en mi cama, bueno, en la suya.
Digo de España y no del mundo, como falsamente dicen la mayoría de las mujeres con marido
pibón, porque no han visto los certámenes de míster que he visto yo, si no se replantearían muchas
cosas. Sinceridad y verdad a la cara, señoritas.
—¿Y ese camino de palos nena? ¿Te ha dado por ser creativa hoy?
—También lo estoy yo – veo que se sienta y tomo la caja entre mis manos antes de dejársela en las
suyas.
—Ábrelo.
Marcos abre la caja mientras me mira con cara de suspense y, cuando desvía la mirada para ver lo
que hay dentro y se encuentra con el chupete, se toma unos segundos en los cuales solo mira la
caja abierta sin decir nada.
Y entonces me mira. Sus ojos están cubiertos de lágrimas y me mira antes de que sus brazos me
rodeen para acabar de desahogarse en mi hombro. No sé si llora de pena o de felicidad.
En mi caso cuando me enteré quería llorar de pena, pero porque los niños me dan alergia. No es el
caso de Marcos, que los adora. Solo recordar tener a un alien como lo de la fiesta de la panadería
dentro de mí me da repelús. Si hasta siento un escalofrío en la columna vertebral…
—Esto es lo mejor que me ha pasado en la vida, Sara. No te imaginas lo feliz que me siento.
Gracias por hacerme un regalo tan maravilloso mi amor — y me besa, un beso sin duda más que
salado.
—Me alegro mucho de que te lo tomes así, papi — y le digo eso porque no sé qué decir, no nos
vamos a engañar.
Quién me iba a decir que iba a tomar de mi propia medicina. No te gusta el café, pues toma dos
tazas. O en mi caso, no te gustan los niños, pues zasca, te ha tocado uno.
Podría abortar, es más, me lo he planteado. No sé si estamos preparados para ser padres, sobre
todo porque llevamos dos años de relación, incluso algo menos, yo que sé. Ahora mismo no me
acuerdo ni de cómo me llamo, como para acordarme de nuestro aniversario.
Pero él no me dejaría hacerlo, con lo ilusionado que lo veo si siquiera se me pasa por la cabeza
romper esa burbuja, esa magia, y plantearle la opción. Así que, a apechugar, como se ha dicho
siempre en mi familia.
Mi familia se ha mudado a Londres, ellos dicen que allí se vive, textualmente, de puta madre. Me
mandan tarjetas de vez en cuando y alguna que otra videollamada, pero parece que se han querido
quitar un poco de en medio desde que mi vida ha cambiado.
Les he dicho que van a ser abuelos y, aunque no parecían muy ilusionados, me han contestado que
cuando ahorren para comprar dos billetes vendrán a ver a su nieto o nieta, lo que se traduce en,
cuando le salga barba o pelos en el conejo, entonces iremos a verl@. Ellos son así, qué le vamos
a hacer.
Han pasado ya tres meses desde que le dije a Marcos que íbamos a ser padres. Estoy de cuatro
meses y medio y durante todo este tipo he vomitado más de lo que he ingerido, he dormido como
una marmota, he trabajado menos que Paris Hilton en toda su vida y he empezado a ver mi barriga
algo pronunciada.
Ya no vale encoger barriga para que los demás no vean el atracón de donuts que te acabas de dar
hace menos de media hora, aquí no se puede encoger nada, así que disimulo con ropa holgada.
Debo decir que estoy algo nerviosa con el tema comidas. Ya que lo hacemos, lo hacemos bien. Me
he comprado, bueno, más bien me han comprado, los típicos libros premamá y guías de comida
para que al gremlin no le falte de nada.
Procuro ingerir comida sana lo más que puedo, pero cuando paso por un McDonald’s, una
heladería, una panadería o un restaurante chino, a la mierda la comida sana.
Marcos trata de contener a mi leona interna, pero sabe que es imposible, lo fulmino con la mirada
y ains si las miradas matasen, habría cadáveres por los suelos a lo Viernes 13.
Así que, recuento del día: más de cien vomitonas, dos tallas más, marmota power modo on,
amigas y novio bailando La Macarena de la emoción y gremlin creciendo.
Han pasado ya siete meses y solo me quedan dos para que el mocosillo salga. Sí, mocosillo, que
no mocosilla.
El médico le ha visto la tercera pierna y al principio pensaba que es que tenía una extremidad
anómala que habría que amputar. Así que tiene pinta de que el gremlin le va a hacer la
competencia al negro del WhatsApp.
Recuerdo que el ginecólogo me dijo en una de las ecografías que tenía algo en la boca y lo
succionaba, aunque aún no había desarrollado los pulgares.
Yo fui buena y pensé que igual se estaba chupando los pies o algún muñón al no tener dedos, pero
Marcos no fue tan correcto y empezó con las bromas de su hijo superdotado con el doctor. Se
rieron de lo lindo mientras yo me limpiaba el gel de la barriga. Hombres…
Prácticamente lo tengo todo para cuando llegue el nuevo integrante de la familia. Se han encargado
de comprármelo sin que falte un detalle. Creo que lo único que he hecho yo es escoger el color de
la habitación, pintarla del color que me ha dado la real gana y decorarla.
La he pintado azul, así si era niño o niña siempre quedaba bien, ahora que ya lo sé, estoy
tranquila. He escogido un color perfecto. La cuna, blanca y pequeña, es uno de los caprichos más
caros que Marcos me ha permitido.
Pepinillos a las cuatro de la mañana, que iba a buscar legañoso al supermercado 24h, churros que
tenía que ir a buscar a la otra punta de la ciudad, olivas negras para alimentar a un campo de
fútbol entero, y ya ni me acuerdo qué cosas más. Solo he descubierto con todo esto del embarazo
que Marcos es un santo, y no pienso dejar a mi santo nunca más.
Y llega el día de la boda de Candela. Quién me iba a decir que mi exjefe y mi exjefa iban a unir
sus vidas de la manera más surrealista posible.
La verdad es que me alegro. Ambos se merecen ser felices. La loca de Candela le va a dar mucha
candela a Óscar y él le dará la estabilidad mental y emocional que ella necesita. Están hechos el
uno para el otro, no me cabe duda.
Es por ello por lo que, aunque el vestido costaba casi mil doscientos euros, se me ha quedado en
cuatrocientos. Quién lo diría.
Antes, con el panorama que tenía, no me habría gastado ese dinero en un vestido ni harta de vino.
Bueno, quizá harta de vino sí. De algo parecido estaba cuando me llevé la sorpresa que ahora
llevo en el vientre.
La boda ha salido perfecta, aunque con algún que otro momento surrealista, incluyendo culos,
dientes rotos, mingas de viejos fuera y pedida de mano de Marcos.
Y ha sido uno de los mejores momentos de mi vida, porque desde que lo conozco no he querido
hacer otra cosa. Sé que es el hombre de mi vida y quiero pasarla amándolo. Creo que las
hormonas me están poniendo demasiado tierna.
Ahora no es momento de ponerse tierna, sino de apretar los dientes y echar para adelante. Es el
momento de la verdad. El que llevo temiendo desde hace seis meses. No es justo. Todavía me
quedaba un mes de margen para hacerme a la idea.
Tengo miedo. No soy buena soportando el dolor y sé que dar a luz me va a doler, pero eso no es lo
peor. No quiero que le pase nada. Quiero que venga sano y poder achuchar a mi gremlin y no darle
de comer ni beber a medianoche para que no se vuelva malo.
Es la primera vez que tengo miedo por él, que siento por él. Y lo siento, supongo que todo el
mundo pensará que soy una frívola e insensible, pero es que no me sale y creo que es peor ser
falsa y mentir respecto a lo que pienso.
No es que no lo quiera, es parte de mí y voy a darle la vida. Claro que quiero al gremlin, pero
puede que no esté preparada para demostrarlo hasta que no lo vea entre mis brazos y creo que
tengo derecho a sentir lo que siento.
Antes solo veía un bulto en mi vientre que me ha dado los peores ocho meses de mi vida, no
reteniendo más que la bilis en mi cuerpo, pero ahora que voy a poder tenerlo entre mis manos,
todo cambiará, ¿no? Quizá es que tengo una depresión preparto, ¿eso existe o solo la postparto?
Me meten en el paritorio. He roto aguas y Álex ya viene. Se mueve como si fuera una culebra en
mi interior y no sé cómo puede, mira que está estrecho ahí dentro…
Soplo y resoplo, porque esto duele más que un cojón de pato, pero parece que no sirve para nada.
Estoy gritando como una loca que me pongan la epidural, tanto que creo que me van a echar del
hospital para que dé a luz en mi casa, como las famosas. Quizá lo hacen allí porque son gritonas
como yo. A saber.
Marcos está a mi lado, sosteniéndome la mano. Bueno, o eso intenta, porque yo, que ya no sé ni lo
que hago, se la he retorcido como si fuera chicle, quizá le he partido hasta un dedo, se la he
apretado hasta que se le ha puesto blanca, hasta creo que en uno de esos momentos en los que
gritaba como una loca y me iban a echar, él me ha puesto la mano en la boca y le he mordido.
Suerte que no soy una vampiresa, si no íbamos finos. La familia Monster: el vampiro, el gremlin y
la loca. ¿Quién da más?
Las comadronas me animan, al igual que mi doctor, que ha entrado en el paritorio hace escasos
segundos y me invita a respirar, como si no lo estuviera haciendo ya…
—Deja de decirme que respire, joder. Tú me has metido en este lío. Si tuvieras que sacarlo tú por
la punta de tu zanahoria ya veríamos quién respiraría y quién lloraría como una nenaza.
Y lo agradezco. Prefiero que la gente se calle y deje de decirme cosas y estupideces porque ponen
buena cara, ya que no sienten lo que yo siento. Pero todo es falso, no pondrían esa cara con
contracciones y el conejito abierto de tal manera que cupiese una pelota de handball.
Solo les falta hacerse una foto en conjunto con mi vagina mientras hacen el símbolo de paz con los
dedos y ponen morritos. Tengo a varios estudiantes mirándomelo enterito, como si fuera una boca
bien abierta dispuesta a engullir a todo el que me toque el…ya sabes, nunca mejor dicho.
Menos mal que a Marcos no se le ha ocurrido hacer un vídeo del parto, como a muchos padres
primerizos, o iba a acabar cenando el negativo de la cinta por los siglos de los siglos, amén.
Estoy cansada, sudorosa. La comadrona aprieta levemente mi barriga ayudándome, y por fin me
hace algo de efecto la epidural. ¿Cuándo me la han puesto? O igual me he desmayado y esto es un
sueño de Resines, a saber.
—Venga Sara, ya queda poco, empuja una vez más – me dice el doctor y abro los ojos.
Marcos ya no me sujeta la mano, ahora las tengo aferradas a los asideros laterales de la cama y
hasta se me han puesto los nudillos blancos de tanto que estoy apretando.
Marcos se ha puesto en primera fila, justo detrás del doctor, para ver en directo lo que queda de
proceso. ¿Quizá hasta pide unas palomitas?
Aprieto todo lo que puedo y un poco más y tengo hasta miedo de que me salga algo por detrás, no
el niño, válgame dios, sino una ventosidad o algo peor, aunque en este momento es el menor de
mis problemas.
Y entonces siento cómo mi vagina hace un plop. Como cuando unes los labios y eclosionas la boca
a la vez que la separas o como el sonido del corcho cuando lo descorchas de una botella de cava.
¿Ha salido también el gremlin disparado?
Escucho algo desplomarse en el suelo y miro mientras suspiro y aprieto un poco más, vaciándome
del todo. Ahora mismo soy como un todo a cien, puedes encontrar dentro de mí cualquier cosa.
Hay un cuerpo en el suelo, el de Marcos para ser más preciso. Parece haberse desmayado con la
sangre. Si es que… mucho hombre para algunas cosas, pero ve un poquito de sangre y se lía la
marimorena.
No sé decir más, primero porque lo han cubierto con una toalla y ni siquiera me han dejado verlo,
y segundo porque los sudores me chorrean por los ojos y no veo tres en un burro.
Me los limpio con el dorso de la mano al tiempo que le cortan el cordón umbilical, que vamos a
congelar como a los San Jacobos, y lo colocan en mis brazos.
Y entonces lo veo, es la cosa más bonita y rechoncha que he visto jamás. Es el cruasán más
perfecto que he podido hacer en mi horno. Es mi pequeño gremlin, mi Álex.
Las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas a cascadas y me limpio sin cesar con el dorso de
una mano mientras sostengo a mi bebé con la otra. ¿Se puede ser más perfecto? Y yo que me
planteé deshacerme de él. No puedo ser más gilipollas.
—¿Podríais intentar despertar a mi princeso durmiente para que vea a su hijo? — le pido a una
enfermera.
Esta asiente y coge un frasco antes de restregárselo por los morros a Marcos. Debe de oler muy
mal su interior, porque con la nariz arrugada y una cara de asco inigualable abre los ojos y se echa
para atrás.
En seguida desvía la mirada hacia mí y ve que tengo un bultito entre mis brazos. Sonríe y sacude
la cabeza para espabilarse mientras se levanta para contemplar por primera vez a su hijo.
Ellos dos son lo más bonito que mis ojos han contemplado. Marcos y yo nos miramos. Ambos
estamos llorando como dos niños emocionados. Se lo coloco en los brazos para que lo sienta
cerca de él por un momento mientras yo beso su frente.
—Felicidades, papá — Marcos y yo nos besamos antes de colocarme de nuevo al niño en mis
brazos para apartar el pelo de mi sudorosa frente y mirarme con orgullo.
—Felicidades, mamá.
Una de las enfermeras coge a Álex y, aunque me resisto a entregárselo, acabo cediendo cuando
dicen que le van a hacer unas pruebas para que todo esté bien y no haya nada de lo que
preocuparse.
Casi se lo tiro a los brazos entonces, para que verifiquen que mi niño está más sano que una
lechuga. Veo cómo se alejan con él a otra sala, también para limpiarlo y vestirlo.
Solo tenemos el conjunto que nos regaló Candela en la boda, porque debido a las circunstancias
no hemos podido ir a casa en busca de la bolsa que teníamos para llegado el día.
Así que Álex va a tener que ir vestido de niña hasta que Marcos pueda ir al piso a buscar la bolsa
con la ropa que le hemos comprado. Puedo pedirle a Vanessa, la hermana de Marcos, que vaya
ella en el caso de que Marcos quiera quedarse conmigo y con el bebé, no creo que le importe.
No pasa mucho tiempo hasta que me llevan a la habitación, ahora limpia y, por suerte, sin ningún
tipo de puntos, aunque tengo unas molestias increíbles, y no en sentido positivo, además de que
eso está tan abierto que cabe una familia numerosa ahí dentro.
No tarda mucho en venir la comadrona con una cuna de plástico hospitalaria y Álex chica vestido
de niña. Marcos y yo nos miramos y nos reímos sin poder evitarlo. La verdad es que está siendo
todo demasiado surrealista.
—Bueno, siempre la podemos llamar Alexia — le digo a Marcos y hasta la comadrona se ríe con
nosotros.
—Es una buena idea. Voy a salir un momento a decírselo para que la gente pueda ir entrando poco
a poco. Me han estado comiendo la cabeza desde que tuve que salir de la sala de paritorio, sobre
todo Candela.
—¿Y perderse esto? Parece que no la conozcas. Prefiere perderse el viaje, te lo aseguro.
—Debería pasar antes tu hermana, ya que va a tener que marcharse – le digo a Marcos mientras
que la comadrona me da al bebé para que lo acune en los brazos.
Me dice que debo descansar y que las visitas solo pueden durar 5 minutos por pareja o de lo
contrario nadie más que ella podrá entrar en la habitación. Asiento y veo cómo entra Vanessa
acompañada de su friki.
No voy a explicar las visitas, porque son demasiada paja que no interesa. Solo diré que, tras mi
cuñada, entró Candela con Óscar y finalmente Maruja y Carmelo, que la verdad es que no sé bien
qué hacían allí a las cuatro de la madrugada a la edad de ambos, deberían estar en la cama los
pobres.
La habitación se llena de flores, peluches, olores diversos y mucho amor. Cada día llega más de
todo eso, cada vez amo más a mi pequeño gremlin y cada vez odio más la comida del hospital. No
todo iba a ser perfecto, ¿no?
Así que, vamos allá con el recuento del día: una boda con final feliz, una pedida de mano, mil y un
peluches, flores a rebosar, comida para olvidar y un bebé recién nacido al que amar; Álex.
CAPÍTULO 2: MARCOS (NACIMIENTO)
Aunque estoy enormemente feliz por lo que se avecina y por lo valiente que está siendo Sara en
este momento, tengo miedo, pero miedo de verdad, podría decirse que estoy más acojonado que
Pinocho en una hoguera.
No nos vamos a engañar, tener un hijo es el regalo de la vida, es la cosa más bonita que te puede
pasar, pero también conlleva una gran responsabilidad. Eso me diría sin duda Sara con la voz de
Yoda, ella que es tan friki.
Me he pasado meses y meses esperando que aparezca y ahora estoy de los nervios. No dejo de
fregarme la nuca como si acaso ese siempre gesto lo arreglara todo.
Lo peor es que veo a Sara en la camilla retorciéndose de dolor y no puedo hacer nada para
ayudarla, solo ofrecerle mi apoyo, que sepa que estoy ahí y darle mi mano para que me la tome y
ambos pasemos por esto juntos.
Pero nadie me avisó que darle la mano a tu mujer para apoyarla en estas circunstancias podría
tener riesgo de sufrir amputaciones, pérdida del riego sanguíneo, rampas y dolor incesante.
Sara me machaca la mano como si pensara que no siento nada cuando lo hace. Al final se la tengo
que apartar cuando veo que afloja un poco el amarre y así recuperar un poco la movilidad de esta.
Está muy dilatada, o al menos eso dice el médico. No sé si voy a atreverme a mirar. Prefiero
quedarme en la retaguardia y dejar que los que saben hagan su trabajo, no vaya a ser que la cague.
Pero cuando el doctor me llama para que vea a mi hijo, ya imaginándome que está medio fuera,
solo veo una vagina más dilatada que el círculo de la bandera de Japón con un poco de pelo
negro. ¿No está depilada Sara? Hubiese jurado que sí.
—Es la cabeza del niño — dice el médico y resuelve mis dudas sin que apenas las haya
verbalizado.
Empiezo a verlo todo borroso. Bajo el trasero de mi chica hay un charco de sangre, producido por
el pequeño desgarro al salir el bebé y me mareo. Todo me da vueltas. Cuando veo sangre es como
si entrara en un estado de drogadicción en el cual no soy consciente de lo que digo o hago.
Lo último que recuerdo del parto es caerme en redondo al suelo hasta que alguien puso bajo mi
nariz el olor más nauseabundo que existe en la faz de la tierra, haciendo que vuelva a la realidad.
Y por fin conozco a mi niño, a mi gran hombretón, que pesa, según me ha dicho la enfermera, tres
kilos y cuatrocientos gramos. Es moreno, rollizo y tiene los ojos verdes más bonitos que he visto
jamás.
Cuando lo tomo entre mis brazos es como si el cielo se hubiese abierto y pudiera tocar las
estrellas y nubes con los dedos, aunque atrofiados ahora, de la mano. Es la felicidad plena, la que
pensé que ya había conseguido al entrar Sara en mi vida, pero que ha alcanzado unos niveles
inauditos al aparecer Álex en ella.
Sara está agotada por el parto y no me extraña, yo estoy exhausto y no he tenido que hacer
prácticamente nada, solamente apoyarla. Salgo de la sala a recomendación de la enfermera y me
encamino a la sala de espera, donde está mi hermana y su sombra, el nuevo matrimonio y los
dinosaurios del paleolítico en tacataca.
—Chicos, ¡soy padre! Ha salido todo a pedir de boca y el niño ha nacido muy sano. Pesa tres
kilos y cuatrocientos gramos y es moreno con los ojos verdes. Sin duda, un mini Sara. Es lo más
bonito que existe en el universo. Ya lo veréis, es como un muñeco.
—¡Enhorabuena! —dicen todos a la vez y yo me siento el padre más dichoso. No dejo de sonreír,
si hasta me duele la mandíbula por hacerlo.
—Muchas gracias.
—Es un nombre precioso —dicen Candela y Vanessa a la vez y los demás asienten dándoles la
razón.
Todos nos abrazamos con una sonrisa en los labios. Quieren ver al recién llegado, pero aún no es
posible. A penas lo he visto yo... Su padre necesita un tiempo con él para conocerlo, mimarlo y
admirarlo. Luego ya si eso, que lo soben los demás.
Cuando la comadrona sale, nos informa de que van a subir a Sara a la planta de maternidad, a la
habitación doscientos seis. Nos vamos todos a la vez hacia allí haciendo más ruido que un pulpo
en un garaje y nos metemos en el ascensor a lo sardinas enlatadas.
Huele a sobaco que tira para atrás. Alguno se pasó con la euforia en los bailes y sudó más de lo
normal. Ahora el alerón le canta como una almeja.
Salimos de ese pequeño cubículo y tomamos una bocanada de aire que ya quisiera darte una
bombona de oxígeno. Después de esto voy a necesitar una cama al lado de Sara con una
mascarilla como mínimo.
Entro en el cuarto cuando la suben a ella y a nuestro pequeñín. La verdad es que estoy con un flan.
Antes era solo un sueño, pero ahora es una realidad. Soy padre, y eso jamás me lo van a poder
arrebatar.
Nuestro pobre Alejandro, o Álex, que es como le gusta llamarlo a Sara, lleva un conjunto rosa, el
que Candela nos regaló en la boda sin saber la pobre que lo que esperábamos era un niño y no una
niña.
Habíamos decidido mantenerlo en secreto incluso para la familia más allegada, ya que, si no, ¿qué
gracia tiene una sorpresa? Lo miré aguantando la risa y desde el primer momento supe que a Sara
le pasaba lo mismo que a mí.
—Bueno, siempre la podemos llamar Alexia —sugiere Sara y los tres nos reímos; ella, la
comadrona y yo.
—En un rato iré a casa a buscar la bolsa de Álex — la tranquilizo. No quiero que mi hijo vaya
vestido de chica. No me importa el color, pero sí que puedan hacerle dos coletas por confusión en
esa mata de pelo a lo anuncio de champú. Si no fuera tan pequeño parecería un hippie de pelo
largo.
—Podría ir Vanessa y así te quedas con nosotros. ¿Qué te parece? — la idea de Sara es bastante
coherente. Si le digo a mi hermana que vaya, yo podré cuidar de ambos, ella necesita descansar y
yo puedo hacerme cargo del bebé mientras ella duerme.
—Es una buena idea. Voy a salir un momento a decírselo para que la gente pueda ir entrando poco
a poco. Me han estado comiendo la cabeza desde que tuve que salir de la sala de paritorio, sobre
todo Candela.
—¿Y perderse esto? Parece que no la conozcas. Prefiere perderse el viaje, te lo aseguro.
Salgo a la sala de espera y los veo allí sentados más aburridos que una ostra, bebiendo todo tipo
de refrescos y cafés para mantenerse despiertos, e incluso la vieja salida se está metiendo entre
pecho y espalda una napolitana de chocolate.
Para que luego digan que en los hospitales a uno se le quita el hambre…
Llamo a Vanessa para que se acerque a la habitación y el resto lo entiende, es la tía del bebé. La
sombra la sigue y no entiendo muy bien por qué viene cuando ni siquiera es de la familia. No lo
trago y Sara tampoco, por eso le hemos puesto un apodo; la sombra.
Lo llamamos así porque no se separa de mi hermana ni con una espátula, es como una lapa, pero
en el mal sentido. No sirve para más que eso. No creo que le aporte nada como persona a mi
hermana. Supongo que tiene que ser muy bueno en la cama, porque si no…
—Por el amor de dios, qué preciosidad de bebé. Es igual que tú Sara, porque como sea como mi
hermano, lo llevamos crudo. ¿Puedo? — coloco los ojos en blanco por su comentario y acaricio la
mejilla de Sara con una sonrisa en los labios.
Vanessa coge a Álex y lo achucha como si fuera uno de esos Nenucos que tenía cuando era
pequeña. La verdad es que lo está apretujando demasiado y temo que no controle su fuerza y le
haga daño.
—Vanessa, necesito que vayas a mi casa a buscar la bolsa con las cosas de Álex.
—Claro. Dame las llaves de casa y estoy de vuelta en una hora como mucho. Me daré toda la
prisa que pueda. No quiero que nadie piense que mi sobrino es un algodón de azúcar. Le traeré mi
conjunto de Elvis Presley que le compré cuando Sara me sopló que era un niño — miro a Sara.
—Tú tráele el del Elvis, Vanessa, que va a enamorar a todas las niñas de la sala con un golpe de
tupé.
—¿Crees que le podemos hacer un tupé con todo ese pelo que tiene?
—Chicas, que estoy aquí. Nadie va a disfrazar a mi niño como si viniera de una boda en las
Vegas.
—Sería divertido —suelta el friki medio riendo. Es la primera vez que habla desde que ha
entrado en la habitación, muy a mi pesar.
—Bueno, voy a casa a buscar las cosas de Álex y vuelvo enseguida. Santi, ¿me esperas en la sala
de espera?
—Creo que voy a ir a casa a echarme un rato. A las siete tengo partida de Lol con los amigos.
Los siguientes en entrar son Candela y Óscar. Me imagino que habrán visto salir de la habitación a
mi hermana o quizá ella los ha avisado, a saber. La cuestión es que están aquí y Candela parece
poseída por el espíritu de la amiga empalagosa.
No deja de abrazar a Sara, de decirle lo orgullosa que está de ella, que el bebé es precioso, que
ojalá ella pudiera volver a tener hijos, pero que la menopausia era muy mala y blablablá.
Me sabe mal haberles jodido la luna de miel con el tema del bebé, pero uno nunca sabe cuándo
van a pasar estas cosas y la verdad es que tampoco se los ve muy preocupados por ello, más bien
al contrario. A Candela le va más el cachondeo que a un tonto un lápiz.
En seguida coge a Álex. Está más manoseado que la ropa en un mercadillo. Lo acuna, intentando
que se duerma, pero tiene los ojos como platos. A este le va a gustar la fiesta, si ya lo veo yo
venir.
—Es tan bonito — dice Candela y Sara asiente con una sonrisa en los labios.
¿Qué demonios pasa aquí? Yo veo que también se parece a mí, pero nadie parece darse cuenta. La
nariz la tiene igual que la mía, el pelo también, la barbilla, hasta las orejas, aunque nadie parece
verlo.
Casi media hora después Candela y Óscar se despiden y nos abrazan a los tres diciéndonos que
mañana cogerán el vuelo para su viaje de novios. Lo han retrasado para conocer a Álex, pero no
quieren perder todo el dinero, así que han cambiado el vuelo.
Poco después de despedirnos de los recién casados y de que salgan por la puerta, entran el dúo
Calatrava, entiéndase como el abuelo meón de los dientes y la abuela de la panadería más salida
que el mango de un churrero.
—Felicidades Sara, te ha salido un niño muy lindo, y a ti también, Marcos —dice la abuela.
—Nosotros también estamos pensando en tener un niño —Sara y yo nos miramos entre
asombrados y confusos por la tontería que acabamos de escuchar, pero decidimos hacernos los
locos.
—Ah muy bien. Se lo ve bien sanote y lustroso. Si fuera una pieza de caza se pagaría a muy buen
precio. Yo es que fui cazador en mis tiempos y sé del tema.
Sinceramente, tras ese comentario en el que ha comparado a mi hijo con un pedazo de carne
silvestre a la que cazar, lo único que deseo es sacarlo de aquí para que no coja a Álex y lo ponga
en su casa como si fuera un trofeo.
—Me imagino que estarán cansados y querrán marchar a casa ya, una vez haber visto al niño y
saber que salió todo bien.
—Puede que tú no, pero mi mujer acaba de dar a luz y necesita descansar.
—Ah muy bien. Se lo ve bien sanote y lustroso. Si fuera una pieza de caza se pagaría a muy buen
precio. Yo es que fui cazador en mis tiempos y sé del tema.
—Si no les importa, será mejor que se vayan, a descansar, a pasear o a tomar las pastillas — o a
tomar por culo, pero eso no lo diré en voz alta.
Ni quiera se despiden, siguen discutiendo entre ellos cuando salen por la puerta y Sara y yo nos
miramos sin saber bien cómo reaccionar ante lo que acabamos de ver. Menudo cuadro de
parejita…
Cuando nos quedamos solos, acuno un rato a Álex, ya que hasta ahora no había tenido casi tiempo.
Es una sensación de plenitud absoluta, algo que no había sentido nunca, que esa personita sea
parte de mí es…mágico. Sara nos mira con una sonrisa en los labios y ternura en los ojos.
—Eres el padre más guapo que hay en este hospital. La estampa que estoy observando es la más
bonita que mis ojos han podido ver jamás. Os quiero, mis príncipes.
Hoy puedo decir que: soy el hombre más feliz del globo, mi mujer tiene un conejo que ni Bugs
Bunny de grande, tengo un hijo hermoso que parece una bola de pelo y soy padre, ¡soy padre!
CAPÍTULO 3: SARA (PRIMER MES)
Ya hemos llegado a casa y lo primero que hago es organizar entre toma y toma todo lo que tiene
relación con Álex, para que esté lo más cómodo posible en su nuevo hogar.
Le llevo el radiador portátil a su habitación y lo pongo al mínimo para que esté calentito. Me han
comentado las enfermeras que lo haga los primeros días hasta que se aclimate a la temperatura
fuera de la barriga.
Cojo uno de los walkies y dejo el otro encendido en la habitación. Organizo lo que llevaba en la
bolsa que Vanessa nos trajo al hospital y cuando bajo a buscarlo para meterlo en la cuna, me los
encuentro, a padre e hijo, fritos en el sofá. El bebé acunado por un Marcos al que casi se le cae la
baba.
Estamos cansados. El pequeño gremlin parece que ha comido y bebido a media noche los dos días
que hemos estado en el hospital, sin incluir el del parto, porque no nos ha dejado dormir ni un
momento. Eso de la tregua no va con él.
Estoy tan cansada que tengo ya hasta alucinaciones, veo a Álex por todas partes y al final no sé si
estoy despierta o dormida. Debo espabilarme, pero la verdad es que no sé cómo. ¿Con un camión
de café colombiano?
Lo cojo en brazos sin que se despierte y lo meto en la cuna antes de darme una buena ducha y
meterme en la cama. La verdad es que no puedo con mi alma.
Conforme voy llegando al colchón, me dejo caer en plancha y eso es lo último que recuerdo hasta
que un llanto proveniente de un walkie me saca de ese mundo en el que me gustaría quedarme
eternamente.
Me levanto como un zombi en su busca. Nunca me había sentido así, ni siquiera cuando de
adolescente llegaba a casa tras dos días empalmando de fiesta en fiesta. Tiene hambre y yo, ahora
mismo soy como una nevera con patas.
Le doy de comer y me acuesto otra vez una vez se queda dormido. A ver lo que dura… Y dicho y
hecho, me tumbo en el colchón y vuelve a llorar. Ahora mismo no me aparece mi niño bonito, sino
un gremlin sin escrúpulos que quiere torturarme sin parar.
Me imagino que será su castigo por todo lo que le dije mientras estuvo en mi vientre. Mi condena
será vagar como un alma en pena desde mi habitación a la suya con la teta al aire y soltando el
chorrillo. Vaya tela…
Hoy es el segundo día desde que estamos en casa. Hemos decidido trasladar la cuna a la
habitación por un tiempo, porque los paseítos cansan más que una sesión de cardio con Rambo.
Hoy ha sido un día duro. Apenas he podido descansar tres horas durmiendo de cuarto de hora en
cuarto de hora. La verdad es que esto está siendo muy duro, más de lo que jamás me hubiera
imaginado.
Y yo que pensaba que lo difícil y duro sería el parto, pero qué va, prefiero tener diez partos a
estar así. Todo me da vueltas, me duermo en cualquier lado. Si hasta me he dormido de pie en la
ducha…
Álex por fin se ha dormido. Marcos está dormido en el sofá. Está cansado, pero la verdad es que
no hace ni un diez por ciento y encima se queja. Eso no nos ayuda como pareja, me saca de los
nervios, pero quizá es porque ahora estoy más susceptible, es lo que tiene no dormir.
Ya es media noche cuando consigo tumbarme en la cama. Álex se ha dormido por fin y mi
subconsciente agotado se ha planteado muy seriamente sacarme la leche y darle un somnífero en
un biberón.
No quiero ser mala madre, pero me está tentando demasiado. Cierro los ojos y me abrazo a
Marcos, que acaba de subir al cuarto desde el sofá, en busca de dormir un poco más que veinte
minutos al día.
Álex vuelve a llorar y solo han pasado diez minutos. Yo también quiero llorar, de verdad que lo
digo.
—Te toca, Marcos — le digo con los ojos cerrados buscando descansar.
—No es justo. Ya no puedo más y la verdad es que podrías ayudarme más. Dale tú el pecho — le
digo casi llorando por la impotencia.
Me levanto a desgana y le doy el pecho a Álex, al que tengo la intención de comprar un bozal de
gremlin mientras bostezo como una loca. Estoy algo decepcionada con Marcos, no me ayuda todo
lo que debería. Ni siquiera sabe calmarlo.
Cuando el niño llora, me lo enchufa a la teta, como si eso solucionara las cosas. También es
responsabilidad suya, los dos la cagamos y hay que apechugar y no es justo que yo me lo coma
todo cuando sabe que no puedo más.
Me despierto. Creo que he podido dormir casi dos horas seguidas, aunque me he despertado
tropecientas veces. Cómo no, Marcos ha dormido a pierna suelta y roncando como un oso,
despertando constantemente a Álex y, ¿a quién le tocaba calmarlo? A una servidora.
Lo he mandado a dormir al sofá para no despertar al gremlin, pero ahora que bajo con él, que se
ha despertado, Marcos ya no está. Supongo que habrá ido a la oficina a ver cómo va todo en su
ausencia. Es lo que hace para quitarse de en medio…
Amanece otro día más. Lo llevo algo mejor, sobre todo porque Álex ha dormido más y eso me
hace levantarme con alegría y de mejor humor.
Me doy una ducha mientras que Marcos lo mece y tras darle el desayuno, me dedico a hacer un
poco las tareas del hogar y zumba. Dios, cómo me moría por hacer una sesión de zumba y estirar
los huesos, que tanto estar en casa encerrada me está atrofiando.
Marcos, mientras tanto, está jugando con Álex, le da besos de gnomo, que es como yo los llamo,
que es restregar las narices, le mordisquea los pies. Parece gustarle, porque no llora, así que es
una buena señal.
Y así pasan la mañana y yo puedo disfrutar de un rato para mí, que después de tres semanas ya me
toca.
Estoy en uno de mis bailes de zumba cuando veo a Marcos alzar el niño por encima de su cabeza,
sosteniéndolo bien mientras le hace pedorretas en la barriga encima del cambiador.
Álex le vomita en la cara; en los ojos, en la boca, en las orejas, en la nariz, en el pelo… Era de
esperar. Si el niño acaba de comer y lo meneas sobre tu cara a lo coctelera pasa lo que pasa.
—Cariño, no sabía que te habías puesto un nuevo tinte — le digo a Marcos aguantando la risa.
—Sí —dice limpiándose los ojos con el dorso de la mano — es de la marca Tintalex, en los
mejores supermercados.
—Anda payasito, dame a Álex y ve a darte una ducha pota-ble — el juego de palabras hace que
ambos nos riamos sonoramente.
Álex se asusta entre tanto ruido y se pone a llorar. Lo tomo en brazos y lo consuelo mientras me
tomo un vaso de leche mirando la televisión.
Parece que últimamente es sentir mis brazos y parece el gremlin bueno de la película, pero en
cuanto se aleja de estos se vuelve completamente el de la cresta, aquel que era digno hijo de su
madre.
Marcos sale poco después del baño, ya aseado y se sienta a mi lado para ver un poco la televisión
a la vez que gestiona todo lo de la agencia desde el teléfono. Parece un zombi salido de The
Walking Dead al tener los ojos inyectados en sangre a causa de la irritación por el vómito.
Mi intención esta tarde es ir a la panadería. Será la primera vez que saque a nuestro pequeño a
pasear por la calle, pero el solecito y el aire fresco le sentará bien.
Además, estoy segura de que Candela, que ya ha vuelto de su viaje de novios con Óscar, estará
deseando ver a Álex.
Lo preparo con un traje la mar de mono de policía. ¡Si hasta lleva gorra! Está para comérselo.
Estoy segura de que a quien lo vea se le va a caer la baba. Marcos se ha marchado a echarle una
mano a su hermana en la oficina al saber que me voy a pasar la tarde fuera.
No tardo mucho en llegar caminando hasta la panadería, donde veo ya desde fuera a Candela y
Maruja, ambas más aburridas que unas ostras hablando mientras toman el café en una de las
mesas.
En cuanto entro y el tintineo de la puerta suena, ambas se giran y me sonríen. Candela se levanta
como si tuviera un resorte en el culo y va directa a mis brazos, achuchándome como solo ella sabe
hacer, antes de coger en brazos al policía menor más sexy de la Tierra.
Álex abre los ojos e inicia su pedorreta particular, llenando de babas todo lo que su boca toca. Es
una mutación entre caracol y babosa. A veces hasta dudo que sea humano. Es coña.
—Pues la verdad es que no muy bien. Apenas duermo más de tres o cuatro horas al día y Marcos
no me ayuda lo suficiente.
—Ya te darás cuenta de que los hombres de maternal lo único que tienen la madre que los parió.
—Es la verdad. Cuando yo tuve al mío, los tres primeros meses fueron una pesadilla que no
desearía ni a mi peor enemigo, pero después todo fue mucho mejor.
—¿Me estás diciendo que me quedan dos meses de sufrimiento?
—No seas malo y cuida de tu mamá — le dice Maruja tocándole la punta de la nariz y este se
pone a llorar como un energúmeno.
Mi hijo es listo y no le hace mucha gracia Maruja, sobre todo porque solo le falta la verruga en la
nariz para ser cien por cien una bruja. Los niños ven e intuyen esas cosas, como el del Sexto
Sentido.
—A mí me quedan cuatro meses para dar a luz. La verdad es que estoy muy ilusionada. Espero
que me salga tan guapo o guapa como el tuyo.
Miro a Candela sin entender anda. ¿Embarazo a su edad? ¿Cuatro meses? Mí no entender. ¿Cómo
va a estar embarazada de seis meses? Creo que se le ha ido la castaña y empieza a ser
preocupante.
Me lleva al despacho con el niño en brazos y se sienta en la silla mientras acaricia la cara de
Álex. Maruja se ha quedado fuera ocupándose por si viene algún cliente. Candela me mira seria y
me habla susurrando.
—Eso parece. Siempre ha querido ser madre, pero nunca ha tenido la oportunidad. Al verte a ti,
se ha vuelto a obsesionar y supongo que se le ha ido de las manos.
—Parto ficticio y pérdida del bebé fantasma. Me imagino que para no volver más loca aún la
cabeza de Maruja, esto puede ser una buena opción.
—Pues sí, sobre todo porque se lo cuenta a cada cliente que entra, y claro, se ríen de ella. Luego
está Carmelo, que tiene principios de demencia y se cree todo lo que ella le dice, aunque se le
olvide poco después. Ella lo ha convencido de que el embarazo es real. Yo ya no sé qué hacer.
Encima no tienen familia ninguno de los dos…
—¿Y si llamas a servicios sociales para que los ingresen en una residencia o un centro
psiquiátrico? Vale que lo segundo pueda ser algo retorcido, pero puede que les ayude a ambos, al
menos a ella con su problema. Lo de él me temo que no tiene solución.
—Lo he pensado, pero me da pena. Son muchos años ya juntas y no quiero traicionarla.
La puerta del despacho se abre entonces y un Óscar que sonríe de oreja a oreja entra para darle un
beso a su mujer y saludar a la bolita de pelo y ojos verdes que tiene entre sus brazos.
—Desde luego en malote has dado en el clavo — le digo antes de que se acerque para darme dos
besos.
—Así que nos has salido demonio…Mejor, así mamá no se aburre. Hay que darles caña a las
mujeres, eso es lo que les gusta, hazle caso al tío Óscar — ignoro esa auto proclamación de tío
que se ha adjudicado porque le ha salido del papo y sonrío.
—Te lo voy a dejar un par de días, ya verás que no solo sabe dar caña a las mujeres, sino también
a los Óscar —omito lo de Mayers, que es como lo llamaba cuando era mi jefe para hacerle rabiar,
como a las salchichas.
—No gracias, yo ya tuve hace tiempo mi Álex particular, pero en femenino, y ya pagué el pato,
ahora te toca a ti, Sara. Y como sé que te encantan los niños, para ti va a ser pan comido — suelta
con ironía.
—Tienes suerte de que esté aquí tu mujer para protegerte, si no te iba a restregar el pañal de mi
gremlin por toda esa cara de ironía que se te ha puesto.
—Por mí no te cortes — me suelta Candela levantando las manos en señal de paz. Óscar sale
huyendo.
—Me parece que tu chico necesita candela esta noche, pero de la buena. Dale con el látigo un
buen castigo — ella asiente riendo ante mi comentario.
—Bueno cariño, tenemos que irnos ya, en breve le toca comer y quiero bañarlo. No le gusta nada,
creo que tiene algún gen de gato, porque no es normal.
—Ya apuntaba maneras en tu vientre, que parecía que se te iba a salir por la garganta de lo que se
movía. Ahora entiendo que era porque intentaba escapar de tanto líquido a su alrededor — asiento
riendo.
Me acerco a ella y la abrazo antes de coger al pequeñín para colocarlo en el carro, que mece
Maruja sola cantando una nana. Parece la típica escena de película de terror. Miro a Candela y le
digo por lo bajini.
—Espero que quiera parir aire pronto, porque si no, no te va a entrar aquí ni el reparto de Trece
Fantasmas.
Asiente mordiéndose el labio y yo le quito el carro a Maruja, que no dice nada, simplemente se
coloca tras la barra, y tumbo a Álex antes de despedirme y marcharme de la casa de los horrores,
¿o puede que sea de la Bruja Avería?
No tardamos mucho en llegar a casa. La puerta está cerrada con llave, lo que significa que Marcos
no ha llegado.
El peque está frito, así que decido bañarlo ahora, con suerte no se despertará y evitaremos shows
a lo niña del exorcista, bueno, niño del exorcista en este caso.
Me ha dejado medio calva, qué fuerza tiene el jodido. Con lo fino y débil que lo tengo después del
embarazo…Pues nada, ahora un mechón menos para la posteridad. Qué le vamos a hacer.
Dicen que los padres se quedan calvos cuando tienen un niño por los nervios y quebraderos de
cabeza, pero nosotras también, porque nos enganchan como si fueran Tarzanes y se creen que se
pueden balancear con ellos en la mano gritando: aaaaaoooooaaaa, a lo grito de Tarzán.
Ahora, con menos pelo y paciencia, acabo de bañarlo a duras penas y le pongo el pijama antes de
sentarlo en la tumbona que tiene, atarlo, e ir un segundo a preparar la cena: pollo al horno.
Me voy asomando cada dos por tres. Está embobado con sus propias manos. Supongo que está
tratando de encontrar algún resquicio de mi cabellera, pero le he desenredado hasta el último
pelo. Se siente.
Estoy un rato con él, lo cojo, le doy de comer, juntos miramos programas de vestidos de novia y le
explico que algunos de esos ya me los he probado yo, aunque no sea para bodas, sino para
sesiones de fotos.
Me mira con cara de eres tonta, no me entero, déjame vivir, así que me callo. Y entonces lo huelo,
huele a quemado que da gusto, bueno, mucho gusto no da. Me encamino, usando mi olfato perruno,
hacia donde me llega el olor y, ¡mierda!
Estaba tan centrada en el niño y en descansar que olvidé el pollo en el horno. Corro para apagarlo
con la mano que me queda libre y enciendo el extractor para que se vaya el pestazo, antes de echar
un poco el ambientador.
Resultado: niño bañado, sueño intenso, ojeras a lo mapache, agotamiento extremo, Marcos
desaparecido, pollo churrascado. ¿Quién da más?
Escucho el tintineo de las llaves en la puerta y me imagino que es Marcos. Dicho y hecho. Me
asomo para saludarlo, pero corre como alma en pena hasta el baño agarrándose el culo.
¿Incontinencia culera?
Tiro el pollo y las patatas a la basura y llamo al restaurante chino en la que Marcos se encuentra
en el baño.
Álex está acariciando un peluche-manta que le ha comprado Vanessa. Bueno, más que acariciarlo,
lo está estrangulando. Qué manía tiene el pequeñín con agarrar las cosas apretujándolas.
De mayor o boxeador o estrangulador profesional, ya verás tú. Marcos llega entonces del baño.
Está sudando como un cerdo y tiene la frente perlada de sudor.
Lo debe haber pasado mal ahí dentro. Ahora se unirá el olor del pollo quemado al del pollo que
habrá montado Marcos en el baño.
Me acerco para darle un beso y le pregunto qué le ocurre. Parece que ha tomado algo del cáterin
de Óscar que le ha sentado muy mal según me cuenta. Le tomo la temperatura, pero a diferencia de
lo que creía, está más frío que Edward Cullen en un frigorífico.
—¿Qué ha pasado aquí? ¿Por qué huele a quemado? ¿No habrás metido en el horno al peque por
no dejarte dormir?
—No me tientes. De momento soy una buena madre y está ahí, en la cuna de juego, estrangulando
el juguete de tu hermana.
—¿Y entonces?
—Estaba distraída con él y la tele y olvidé que había metido el pollo en el horno. Tranquilo he
pedido comida china.
—Gracias, mi ángel. Voy a echarme un rato hasta que llegue la cena, que me he quedado con un
mal cuerpo…
—Vale, yo te aviso cuando llegue y así rellenas el vacío que has dejado en tu interior — me río
por mi propio comentario.
Se mete en la cama y yo vuelvo con el estrangulador mientras espero a que llegue la comida. No
tarda más de media hora en aparecer, con un repartidor que bien nos vendría como modelo de la
agencia. Está desperdiciando su potencial.
Le doy la tarjeta de la agencia y le doro un poco la píldora. Que no se diga que no trabajo, si hasta
de baja consigo posibles modelos. No es que me haya dicho que sí, pero se le veía muy
interesado, sobre todo porque iba a cobrar el triple de lo que lo hacía ahora.
Pongo la mesa y lo preparo todo. Álex está dormido y nos da algo de tregua a Marcos y a mí para
que podamos disfrutar de una comida romántica. Desde que tenemos un hijo no hemos tenido
tiempo para cuidar de nuestra pareja.
Coloco un par de velas para que sea más romántico y voy a despertar a Marcos ahora que he
conseguido dormir a nuestro hijo. Parece dormir como un tronco, y no quiero despertarlo, pero
toco su frente para ver cómo se encuentra.
Abre los ojos y me sonríe antes de besarme con ansia. Parece que está mucho mejor. Lo ayudo a
levantarse y vamos al comedor a disfrutar de la cena.
Me siento en su regazo y nos damos de comer de una manera un poco porno, no nos vamos a
engañar. Nos ponemos más cachondos que un perro al oler a otro en celo.
La verdad es que llevamos tanto tiempo sin tocarnos que creo que me han salido hasta telarañas
allí abajo. Es la cueva de los horrores y no de diamantes.
Sus manos masajean mis pechos, ahora desnudos, mientras yo rodeo su cadera con mis piernas. Le
bajo los calzoncillos con mis pies y veo cómo su erección imponente desea entrar en mí tanto
como yo deseo que lo haga.
Marcos me arranca las bragas, preso por el deseo y es entonces cuando entra dentro de mí, casi
rugiendo como un depredador que acaba de atrapar a su presa y la está degustando con sumo
placer.
Me recompongo como puedo y trato de mover la cuna portátil, pero no hay manera, tiene hambre y
no va a parar hasta saciarse. Espero que con los apretujones que les ha dado Marcos a mis
pechos, no me haya sacado todo el alimento de Álex.
Recuento del día: Maruja “embarazada”, Marcos cagón, pollo a la ceniza, Álex corta rollos,
polvo fallido.
CAPÍTULO 4: MARCOS (TERCER MES)
Sara está agotada con el niño y yo no sé cómo ayudarla. Creo que me estoy centrando demasiado
en el trabajo, aunque estoy de permiso parental, porque estar en casa mirando cómo ella hace las
cosas porque no sé cómo hacer más me frustra.
Puedo estar por Álex un rato, pero al final ella es su madre, y yo no puedo calmar al niño como
ella lo hace, ni alimentarlo, ni hacerlo sentir en paz cuando llora, eso solo lo hace con ella.
Quiero ser mejor para ambos, ponerme las pilas para que mi chica sienta que la apoyo y que
puede contar conmigo siempre.
Miro a Sara. Está durmiendo plácidamente a mi lado y no puede ser más hermosa, es un ángel sin
alas. Acaricio su pelo sin apenas tocarla, para no despertarla, pero el que sí lo hace es el
pequeñín, que abre los ojos y escupe el chupete dispuesto a berrear para hacerse notar.
Me levanto rápido para cogerlo y que no despierte a su madre, pero al hacerlo, me doy en el dedo
pequeño del pie con la pata de la mesa y caigo hacia atrás golpeando mi cabeza contra la mesita,
haciendo que vea las estrellas.
Sara se despierta asustada al oír el golpe y me ayuda a levantarme para llevarme al baño tras
ponerle el chupete a Álex y curarme la brecha que me he hecho al darme con el canto de la mesita
de noche.
Una vez dejo de sangrar, me coloca una gasa y esparadrapo. La verdad es que me he mareado un
poco, pero qué le vamos a hacer. Es lo que tiene ser padres primerizos, que a veces, por no pensar
bien las cosas, sufrimos las consecuencias.
Cojo a mi niño en brazos y lo acuno mientras un olor intenso a mierda pura me viene como si
buscara darme un bofetón en toda la cara. Me asomo al culo de Álex y veo una plasta descomunal.
El Everest a su lado, un hormiguero enano.
Además, alrededor de la montaña de mierda, hay ríos de una especie de lodo marrón y pegajoso a
lo chapapote. Me remango y me preparo para ir a la guerra.
Si al menos tuviera una mascarilla para poder respirar aire puro y no la toxicidad que emana el
culito del pequeño príncipe de la casa…
Me pongo en marcha, toca operar. Despego primero el lado izquierdo del pañal cuando pongo a
Álex en el cambiador. Sara se está duchando y yo luchando, esto es como flubber, pero en marrón.
Despego la otra parte del pañal y me encuentro con el percal. Retiro la piscina de mierda como
puedo y dejo el pañal en un lado del cambiador para poder coger las toallitas y limpiarle el
trasero.
Empiezo a retirarlo todo y dejar las toallitas usadas sobre el pañal y me agacho para coger la
crema, que Sara se enfada si no se la pongo para evitar la irritación del trasero. Cuando me
levanto, veo que Álex ha estado tocando la mierda del pañal y se ha tocado por todos lados.
No sé ni por dónde cogerlo. Se ha puesto perdido de mierda y no sé ni qué hacer. Cojo toallitas a
mansalva y me dedico a limpiarlo con dedicación para que no le quede ni un resquicio.
Parece un muñeco de chocolate, de esos de jengibre que venden en pascua. La diferencia es que a
este no te lo puedes comer, y si lo haces, va a saber bastante mal, a mierda para ser más exactos.
Acabo dejándolo más limpio que una patena, más que nada para que no se entere su madre.
No quiero darle más quebraderos de cabeza a Sara, sobre todo con todo lo que ya se come sola,
así que le hecho un poco de colonia por encima a Álex y aquí no ha pasado nada. Yo no he visto
nada, él no ha visto nada, tú no has visto nada. Menos mal que al menos no se la he metido en la
boca…
Cuando Sara sale de la ducha le propongo salir a dar una vuelta por la playa. Puede que dar un
paseo oliendo el mar salado bajo la luz del sol sea una buena actividad para hacer en familia y
que todos nos relajemos un poco.
La verdad es que no dormir nos está pasando factura y estamos todos muy irascibles. Bueno, todos
no. Álex está a sus anchas, haciendo lo que le da la gana, llorando como si no hubiera un mañana y
amargando la vida a su madre.
He decidido contratar a una niñera interina para que ayude un poco Sara. La veo al borde de
perder la cordura y, además, creo que le vendrá bien pasar algo de tiempo tranquila y relajada, ya
sea para dormir o para organizar la boda.
Tiene muchísimas ganas de ponerse manos a la obra, pero no puede porque el niño ocupa todo su
tiempo y considero que no es justo. Si yo puedo usar tiempo para hacer lo que me gusta, que es la
agencia, ella debe tenerlo también.
He decidido, en base a unas excelentes referencias, contratar a una chica desde una agencia de
renombre y la verdad es que tiene un currículum excelente. Solo le faltaba poner que había
cuidado de las hijas de la reina.
Hemos quedado mañana para hacer la entrevista física y si me acaba de convencer empezaría de
inmediato. Sara no sabe nada, así que será una magnífica sorpresa para ella, o eso espero.
—Marcos, qué raro huele, ¿no? ¿Te has tirado un pedo o es que la vieja se he vuelto a cagar en el
ascensor y te has traído el tufo?
—No, huele estupendamente — trato de disimular.
—Está bien. Estaba cambiando a Álex, me he agachado un momento a por la crema para que no se
le irrite el culo y había tocado la mierda con las manos y se había impregnado entero, se había
puesto perdido de mierda. Parecía un conguito. Le he echado colonia, pero parece que la mierda
no se elimina tan fácilmente y menos el olor.
—Sara, me preguntaba si te apetecería que saliéramos los tres a dar un paseo por el paseo
marítimo.
No pasa mucho tiempo hasta que nos metemos en el coche. Saco a Álex de la cesta de viaje, que
así es como la llamamos, y lo siento en la sillita del coche que le hemos comprado con
decoraciones de Rayo McQueen.
Bostezo mientras miro a Sara, que ya está dentro, al lado de nuestro pequeño, poniéndose el
cinturón. Hablamos de todo lo que tendríamos que hacer una vez tuviéramos el bebé, y una cosa
era ir uno siempre detrás, con el pequeño, por si se ahogaba o le pasaba algo.
Me siento en el asiento del piloto y arranco el coche rumbo a la playa. No nos pilla muy lejos,
pero hay que coger la autopista. Voy lo más lento que puedo. Es la primera vez que llevamos al
bebé en el coche y no quiero tener un accidente por ir demasiado rápido.
Y entonces ocurre. Acelero un poco más en la autopista al escuchar cómo me pitan los demás
coches, más que nada porque voy a 40 y al darle algo más de pastilla veo como la cesta de viaje
sale disparada.
¡Mierda! Me la he dejado en el techo del coche cuando he metido al pequeño. Adiós cesta del
niño.
No paramos en medio de la autopista para recuperarlo, es inútil. Ya está perdido y no hay que
lamentarse.
No tardamos mucho en llegar al paseo marítimo y encontrarnos ante una marabunta de gente
dispuesta a pasar un día maravilloso acompañada por el sonido de las olas del mar. Nosotros
buscamos los mismo, para qué nos vamos a engañar.
Sacamos al peque y lo montamos en el carrito. Decido llevarlo yo para que Sara pueda disfrutar
un poco y relajarse.
Sara se empeña en meter el carro en la zona de arena para que el niño vea más cerca el agua,
como si a él le importara lo más mínimo, y me toca cargarlo hasta la orilla.
Pesa como una mula y la verdad es que me molesta un poco porque no le veo el sentido, pero todo
sea por hacer feliz a mi chica.
Avanzo como puedo por la arena, que hunde las ruedas como si se tratara de arenas movedizas,
pero que no decaiga la fiesta. Lo conseguiremos.
Sara parece estar pasándolo de lujo hasta que se cae de culo haciendo que la chancla salga
volando. Un cangrejo aparece colgando de su dedo gordo y ella le pega golpes con la zapatilla
que ha salido volando para que la suelte, pero no hay manera.
Dejo un momento el carro y voy a ayudarla, cogiendo al cangrejo del cuerpo y zarandeándolo
mientras ella se queja para deshacerme de él.
Cuando lo consigo y ella me da las gracias, busco con la mirada el carro de Álex, pero no está. Lo
busco por todos lados y veo cómo el carrito se ha ido moviendo y está entrando en el agua del
mar.
Pego un brinco que ni en las carreras de obstáculos y lo cojo para que no siga entrando más y más
en el agua. Santo dios, casi se me va mar adentro, como la película española.
—Pues con lo poco que le gusta el agua, yo creo que más bien la naturaleza lo está arrastrando
para conseguir de un gremlin, una sirenita. Complicado — río.
—Por cierto, ¿qué tienes tú con los animales del mar? Primero en la boda de Candela y ahora en
el paseo. Parece que las medusas y los cangrejos te tienen manía.
—Ni que lo jures. Entre tentáculos y pinzas estoy apañada. Y mira que me gusta la playa, pero le
estoy cogiendo una manía…
Sara extiende la manta de ambos y se tumba para disfrutar un poco del bonito día que tenemos hoy.
La verdad es que no es que sea especialmente caluroso ni soleado, lo justo para que se disfrute sin
quemarse.
Me quito la camiseta, para que no me deje marca y veo cómo Sara me mira con deseo. La verdad
es que la echo de menos mucho más de lo que se imagina. No quiero presionarla en el sentido
sexual porque sé que va agotada, pero me muero de ganas de hacerle el amor.
Sé que ella también, a juzgar por cómo me mira. La beso con deseo mientras con una mano mezo
el carrito para que nuestro pequeño no se despierte y, al menos, me deje disfrutar un poco de los
labios de su madre.
No nos deja descansar más de diez minutos cuando vuelve a llorar. Conozco a varios amigos con
niño y puedo jurar y perjurar que ninguno es tan llorón como el mío, a veces es desquiciante. Si no
fuera mi hijo, no sería tan benevolente.
Sara lo coge y lo tumba en su toalla para cambiarle el pañal. Dice que puede ser que se haya
despertado por tenerlo muy pesado y lleno de líquido y como no le gusta que los líquidos le
toquen…
Coloco los ojos en blanco y niego sonriendo mientras veo cómo se deshace del pañal y lo limpia
para colocar el nuevo, pero parece que el roce de la toallita le da demasiado gusto y le echa el
chorro a su madre en toda la cara.
Sara pone cara de asco y suelta alguna que otra maldición antes de limpiarlo y limpiarse. Le
sugiero que se eche agua del mar en la cara y yo acabo de ponerle el pañal y de vestirlo.
Sin duda, el apodo que le puso su madre cuando supimos que lo gestaba en su vientre era del todo
acertado. ¿Se puede ser más malo? Parece que lo haga a propósito.
Lo coloco de nuevo en el carro y recojo las toallas para marcharnos a casa. La verdad es que ha
sido un día intenso.
Hemos perdido la cesta por despiste, Álex se le ha meado en la cara a su madre, casi se nos ahoga
el peque, a la princesa le ha pellizcado un cangrejo. ¿Qué más puede pasar hoy?
No tardamos mucho en llegar a casa y hacer algo rápido para cenar. La verdad es que no tenemos
ganas de cocinar. Solo queremos hacer cualquier cosa para irnos a la cama. Necesito descansar y
Sara también o al final nos van a ingresar en un psiquiátrico.
Mientras que el bebé se alimenta, yo preparo la cena: unos rollitos de primavera y un poco de
arroz tres delicias para ambos. Como sé que a Sara le encanta la comida china y tengo lo más
parecido en la nevera, quiero darle esa pequeña sorpresa.
Devoramos la cena mientras que yo, con el pie, mezo la cuna portátil de nuestro hijo. Hemos
descubierto que es una buena manera de que se calle sin que se nos canse el brazo.
Nos tumbamos en la cama agotados. El niño duerme y eso nos permite tener un momento para
nosotros dos. Estamos calientes desde el beso en la playa y, si nos dan tregua, pienso hacerle el
amor hasta que le tiemblen las pestañas.
La tomo en brazos y la tumbo en la cama para que no se mueva mientras que cojo la cuna del niño
y la llevo a su cuarto. Desconecto el walkie talkie para que no nos corte el rollo. Lo vamos a
escuchar igual, ya que está en la habitación de al lado, pero al menos no nos asustará.
Vuelvo a la habitación de matrimonio y veo que Sara sigue allí, ahora desnuda y en una pose de lo
más sensual. Me relamo de deseo y casi me arranco la ropa antes de encaminarme hacia el
colchón, en el cual me subo dispuesto a jugar con ella.
La miro a los ojos y me voy desnudando en silencio, sin perder un segundo el contacto mientras
me humedezco los labios. Ella está cachonda, lo sé, y me lo confirma cuando abre las piernas y se
exhibe ante mí, enseñando la humedad de su sexo.
Empiezo a moverme sensualmente, como ella ha hecho en innumerables ocasiones. Sé que está
cansada, así que hoy me toca a mí hacérselo a ella.
Sara ríe por lo bajo y mueve el dedo tentándome para que me acerque. Lo hago y me coloco sobre
ella, fregándome contra su cuerpo mientras ella me rodea con sus brazos, arañándome levemente
con sus uñas.
Muerdo su cuello, porque sé eso la vuelve loca y escucho cómo gime de placer, algo que me
enciende por completo, haciendo que me endurezca como solo ella sabe hacerlo. Veo que lo nota y
sonríe sobre mis labios mientras me besa.
Ato sus manos al cabezal de la cama con mi camisa. Le encanta que la ate, y a mí me vuelve loco
ver cómo esa humedad aumenta al hacerlo. Recorro mi lengua por su cuello y le doy un pequeño
mordisco.
Tiembla y yo sonrío sobre su piel mientras sigo el recorrido de mis labios por sus brazos y mis
manos acogen su trasero, amasándolo con fuerza.
Succiono sus pechos, saboreando el néctar que de estos emana ahora y degustando con placer lo
que me ofrece. Se refuerce buscando desligarse para tocarme, pero no lo consigue.
Abro sus piernas y coloco algo de gel frío que tengo en la mesita para que sienta el cambio de
temperatura mientras me adueño de su Satisfyer y lo enciendo a máxima potencia para colocarlo
justo en el punto que sé que la vuelve loca.
Jadea, gime, suplica, pero solo quiero que disfrute como no lo ha hecho en muchos meses. Noto
que se contiene en busca de que el placer que siente se prolongue lo máximo posible. Eso es lo
que quiero, que goce.
Sustituyo el aparato por mi lengua y la saboreo primero lentamente, pasándola milímetro a
milímetro, para que sienta cómo la paladeo, cómo me la meriendo poco a poco. Voy aumentando
la velocidad mientras introduzco un dedo en su interior para que me vaya sintiendo por todos
lados.
La devoro cada vez con más ansia, acompasando mi lengua a los jadeos que escapan de entre sus
labios y que repercute en los míos. Es jodidamente perfecta y deliciosa.
Alzo los ojos por un momento y veo sus mejillas sonrosadas, su frente perlada con gotas de sudor
y los puños bien cerrados encerrados en mi camisa en el cabezal de la cama.
Roto mis dedos y aprovecho para meter uno en su trasero al tiempo que ahoga un gemido para no
despertar al niño.
Aumento la velocidad de mi lengua y enloquezco por el delicioso sabor que me ofrece mientras se
deja ir en mi boca y retiro con gusto cada gota de su elixir de diosa.
Cuando termina, me subo sobre ella y me meto en su interior, duro, hinchado, demasiado
cachondo, de una sola estacada. Ella me pide más y yo solo puedo hacer una cosa; servirla en sus
peticiones.
Le suelto las manos y la coloco con ellas y las rodillas en el colchón. Su culo en pompa me da la
bienvenida y me meto en su sexo mientras amaso el trasero que se exhibe ante mí como un trofeo
que solo yo tengo el derecho a ganar.
Gimo por el gusto cada vez que entro completamente dentro de ella y su pared interna acaricia la
punta de mi pene, muy sensible por la fuerza de las empaladas y el furor. Y es entonces cuando lo
escucho.
—¿Sara?
Pero Sara se ha marchado de este mundo en medio del polvo a juzgar por los ronquidos que mete
en esa posición tan incómoda y casi imposible para conciliar el suelo. Salgo de ella y la tumbo
como puedo, limpiándola y cubriéndola con las sábanas.
Los testículos me duelen horrores, pero me aguantaré. Podría aliviarme solo, pero no es lo mismo
que con Sara, así que simplemente trato de pensar en cosas que me exciten bien poco para que la
hinchazón se vaya bajando poco a poco.
El día ha acabado con: polvo fallido, niño demonio, mujer en modo inconsciencia absoluta, un
servidor con un dolor de huevos que ni patada en los mismos. Todo maravilloso, vamos…
CAPÍTULO 5: SARA (QUINTO MES)
Ya han pasado cinco meses desde que mi gremlin preferido salió de dentro de mí para hacerme un
pulsito que no estoy dispuesta a perder. No dejaré que me venza este granujilla, por encima de mi
cadáver.
Hoy Vanessa va a venir a echarme una mano con Álex. Ahora lo llevo mejor, no nos vamos a
engañar, pero los dos primeros meses han sido más que duros, una pesadilla a la altura de Elm
Street, pero parece que la cosa va mejorando un poco, o al menos así lo veo yo desde que duermo
más de dos horas seguidas.
El peque sigue siendo un bicho, no lo vamos a negar, pero es mi bicho y la verdad es que no lo
cambiaría por nada del mundo. Es un pequeño Marcos, hasta tiene su nariz, un lindo príncipe del
averno al que hay que domar.
El timbre suena cuando estoy calentando algo de leche para hacerme un cola cao y lo dejo a un
lado para abrir la puerta. Es Vanessa que viene con una sonrisa en los labios y una bolsa llena de
cosas.
Me abraza y deja la bolsa en la entrada antes de correr a coger a Álex, que está en su silla nueva
de viaje, ya que la anterior salió volando en la autopista cuando Marcos se la dejó en el techo del
coche.
Lo coge y empieza a mordisquearle los mofletes y a darle besos hasta en el carnet de identidad. Él
se deja hacer, le encanta que le soben, como a su padre, pero solo conmigo, eh.
Aprovecho para tomarme el cola cao con una magdalena. Desde que trabajé en la panadería de
Candela, soy adicta a ellas, sobre todo si son cupcakes, aunque no lleven sorpresa dentro.
—Sari, ¿quieres que me lleve un rato al peque para que puedas descansar? Me ha dicho que
quiere que la tita lo lleve a pasear y a enseñarle su casa otra vez y que nadie va a poder impedirlo
— río por sus ocurrencias.
—Si te apetece, por mí no hay problema. La verdad es que me vendría bien dormir más de tres
horas seguidas. Puedo sacarme leche para un par o tres de tomas. Además, tengo más en la nevera.
Te pondrá cara de perdonavidas, no le molan mucho las tetinas, pero al final cuando hay hambre
todo vale, ¿no?
—Es que es muy listo, donde haya una teta que se quite lo demás.
—Pues dicho y hecho. Hazme la bolsa y me lo llevo. Recuerda ponerme la leche, pañales,
toallitas, crema, ropa…
No tardo mucho en prepararlo todo. Parece que esté deseando que se lo lleve. Puede que un poco
sí.
La casa para mí sola, sin preocupaciones, sin tiempos. Poder dormir a pierna suelta durante unas
horas, un baño relajante con una copa de algo sin alcohol en la mano… Hay tantas cosas que
quiero hacer que no tengo vidas suficientes para contarlas.
Me despido del pequeñín y le deseo suerte a mi cuñada, la va a necesitar. En cuanto salen por la
puerta bailo hasta el Aserejé. No me lo puedo creer.
Me preparo un baño tal y como había soñado, con sales aromáticas, velas, una copita, pero sin
que se entere nadie, y me desnudo dispuesta a meterme en ese baño con algo de música relajante
para ambientar.
Me meto en la bañera y eso es la gloria. Es como haber entrado en el paraíso y, la verdad es que
me gustaría que jamás tuviera que regresar al mundo real, pero ¿qué haría yo sin mi Marcos y mi
pequeño bichillo?
Me corro como pocas veces he hecho, fruto de lo contenida que estoy desde que he tenido a Álex.
Nuestra vida sexual ha pasado no a un segundo plano, sino a un quinto o más.
La verdad es que estamos demasiado cansados como para siquiera planteárnoslo, así que
simplemente pasan los días y nos decantamos más por dormir que por fornicar.
Me tomo un sorbo de la bebida satisfecha mientras juego con la otra mano con la espuma de la
bañera. Salgo media hora después. Sin duda que necesitaba esto más de lo que pensaba.
Necesitaba un rato para mí, para mimarme.
Al secarme y vestirme nuevamente, me voy directa a lo que más me importa en el mundo en este
momento: la cama, que me llama incesantemente para que vaya a abrazarla, achucharla y darle
calor.
Me meto dentro, en las mullidas y calentitas sábanas y pongo el móvil en silencio. No puedo
permitirme despertarme para un momento que tengo para dormir sin lloros. Ahora sí que sí, todo
listo para…
Me despierto. Han pasado más de once horas. No tengo ninguna llamada ni mensaje, así que se
supone que todo va bien.
He dormido como un tronco, o eso me indica mi almohada, a juzgar por el círculo de baba que he
generado. Sin duda, cuando duermo soy un caracol o una babosa. Creo que me estoy mimetizando
con Álex. Ambos babeamos más de lo que un ser humano debería hacer.
Oigo el lloro de Álex y corro a su cuna para acunarlo entre mis brazos, pero cuando llego, no está.
Recuerdo entonces que está en casa de Vanessa. Ahora ya hasta escucho los llantos del pequeñín
sin que esté aquí. Creo que me estoy volviendo loca.
Me aseo y lavo los dientes antes de coger las llaves y el móvil y salir al centro comercial. Quiero
comprarme algo de ropa antes de ir a buscar a mi hijo.
No me gusta demasiado ir a comprar corriendo, sobre todo cuando no me queda mucho tiempo y
Marcos volverá pronto, pero es que estoy usando todavía los pantalones premamá atándolos con
todo tipo de accesorios y va siendo hora de hacer un cambio.
Cojo el coche para ir al centro comercial y cuando acabo de salir de casa y me encamino hacia la
autopista, me dan un fuerte golpe por detrás, en el mal sentido de la palabra.
—Joder…
Dejo el coche en el arcén de la autopista y me bajo mientras que el coche que me ha dado hace lo
mismo. Cuando veo quién es me quedo helada, porque esto es lo último que me esperaba.
—Ramona… — la recuerdo del día en la plaza, cuando estaba con Óscar en aquella terraza y por
fotos que me ha enseñado Marcos.
—No sabía que me conocieras. Parece que Marcos no se ha olvidado de mí si sigue pronunciando
mi nombre frente a los demás.
—Solo conozco lo malo, no te montes películas. Ahora, si no quieres que llame a la policía,
agradecería que rellenáramos un parte amistoso. Tengo que ir a recoger a nuestro hijo, el de
Marcos y mío, me refiero —zasca en toda la boca, bonita.
Veo que rellena el parte sin decir una palabra más. Parece que mis palabras han funcionado y se le
han bajado los humos. De verdad, me dan unas ganas de soltarle una guantá con la mano abierta…
—Aquí tienes tu receta — me tira el papel a la cara y cae al suelo. — Y, por cierto, cuida de tu
renacuajo, que es lo único que te va a quedar cuando recupere a Marcos.
—Tú sueñas, chata — le digo acariciando mi anillo de compromiso para que se dé cuenta.
—Esa baratija del chino no significa nada. Él volverá a ser mío y no hay nada que tú puedas hacer
para impedirlo.
—Claro que sí, guapi. Despierta en el mundo real anda, que te falta mucho para llegarme a la
altura de la suela del zapato — me doy la vuelta y me encamino hacia el coche.
La verdad es que me duele demasiado el cuello, y aunque no le doy mucha importancia, porque no
quiero que me vea débil, quizá debería ir a que me mirara un médico.
Dejo el papel en el asiento del copiloto para pasar en otro momento el parte y me encamino al
centro comercial más cercano. Esa zorra no va a amargarme mi día especial, no lo consentiré.
Me compraré trapitos preciosos y después iré a buscar a Álex. Con suerte remitirá el dolor de
cuello o tendré que pedirle a Vanessa que me acompañe al hospital.
Me recorro medio centro comercial y me pruebo un único pantalón y una camiseta, sobre todo por
el tema talla, porque paso de ponerme toda la ropa de la tienda. Con una de molde para saber la
talla es suficiente.
Me compro tres bolsas de ropa, pero elijo lo más barato que encuentro dentro de mi buen estilo,
tampoco es que sea de saldo.
Intento ahorrar ahora que no trabajo, no quiero fundirme el sueldo de Marcos en comprar, sobre
todo ahora que tenemos un hijo y conlleva tantos gastos. Por eso, he echado el freno cuando me
estaba emocionando.
No tardo mucho en llegar a casa de Vanessa. Miro el coche cuando consigo bajar de él. Cada vez
me duele más el cuello, apenas lo puedo girar.
La abolladura del trasero de mi coche es de aúpa, pero espero que el seguro cubra la reparación
en su totalidad, no estamos ahora como para derrochar a lo tonto.
Subo al piso de Vanessa una vez que me abre la puerta del bloque. Voy por el ascensor.
Normalmente iría por las escaleras, por eso de hacer ejercicio y sobre todo culo, pero me duele
demasiado el cuerpo por el golpe como para forzarme más.
—¿Y esa carilla, mami? — me dice mi cuñada cuando entro por la puerta.
—Me han dado por el culo — suelto como expresión habitual de accidentes de tráfico.
—¿Ha sido mi hermano? Pensé que le gustaba más por delante, pero igual ha cambiado de gustos.
—No loca, me refiero con el coche.
—Deberías ir al médico. Voy a coger al peque, que está dormido en el carro y nos vamos. Igual te
tienen que poner un collarín.
—¿La pechugona?
—Sí, la ex de Marcos. Es una zorra. Dice que piensa hacer todo lo posible para recuperar a
Marcos.
—Como mínimo. No estoy preocupada, es solo que no quiero que vuelva a joder a Marcos ahora
que estamos tranquilos desde hace dos años.
—Tranquila, si esa bruja se acerca a mi hermano, la dejo calva a hostias — me río sin poder
evitarlo y es entonces cuando un llanto que reconozco hasta en sueños se escucha en el salón.
—Ahí está mi monillo ya reclamando mis atenciones. ¿Ha comido?
—Se ha zampado los tres biberones que preparaste y pide más. Es un glotón. No hay duda de que
es hijo de mi hermano, que es otro glotón.
Cojo a Álex y le doy el pecho para que se calme mientras Vanessa parece estar al teléfono. No
tarda mucho tiempo hasta que se sienta a mi lado en el sofá esperando a que mi niño termine de
alimentarse para irnos.
—No me mates, pero he llamado a Marcos. Le he dicho que es mejor que te acompañe él al
médico y yo cuido del peque.
—No, tranquila. No voy a preocuparlo tontamente. Ella es una boca chancla. Mucha lengua, pero
después pocas nueces.
—Mejor. Será mejor que vayas a mi casa, lo digo por si el peque se duerme, para que no
tengamos que andar moviéndolo después. Con lo que le cuesta dormirse…
—Tienes razón. La verdad es que es desesperante. Cuando has entrado por la puerta he visto el
cielo abierto. No sé cómo puedes aguantar al bichillo todo el día. Yo solo llevo medio día con él
y casi me arranco todos los pelos, hasta los del toto.
—No pasa nada. No éramos para nada compatibles, teníais razón Marcos y tú. Siempre prioriza
sus juegos y cosas frikis por encima de la pareja y estoy harta. A ver, no significa que no podamos
tener cada uno una parcela para nuestros hobbies, pero cuando se convierten en tu vida y tu
obsesión lleva un punto que a tu pareja no le compensa, la cosa cambia. Y eso le ha pasado a
nuestra relación, a mí.
El peque acaba de comer justo cuando pulsan el timbre. Es Marcos, que viene para llevarme al
médico. Coloco al niño en el carrito y guardo todo en la bolsa para que esté listo para cuando
volvamos.
—Vale. Cuando sepáis algo me mandáis un mensaje, ¿vale? —nos dice Vanessa.
Besamos la frente a Álex, que tiene los ojos como platos, y salimos por la puerta para coger mi
coche rumbo al hospital. Hemos mirado la abolladura y Marcos cree que podrá arreglarlo un
amigo suyo mecánico.
Sé exactamente dónde está, pero no quiero ni puedo decírselo a Marcos, porque entonces
descubriría con quién tuve el accidente y se liaría la marimorena. Así que en boca cerrada no
entran moscas.
No sé cómo me las ingenio, pero acabo pisando un vómito, un chicle que se me queda pegado en
la bamba y tirándome un pedo disimulado que no puedo contener ni aunque lo intente. Eso me pasa
desde que tuve a Álex, no me los aguanto, el tapón se ha evaporado.
Me hago la loca, que se me da muy bien, mientras arrastro los pies por el suelo para quitarme los
restos de pota del zapato y, además, con suerte, desenganchar el chicle que se resiste a dejarme.
Me como las pocas uñas que me quedan mientras espero en la sala de espera. Marcos no deja de
preguntarme por lo ocurrido en el accidente y yo busco atajos por doquier para no tener que
hablarle de Ramona.
Sale un médico de la puerta cinco y casi grita mi nombre, como si es que acaso estuviera sorda.
Me levanto y me acerco al doctor para que me lleve a la sala que corresponda. Marcos se levanta
también, pero no lo dejan entrar, solo a mí.
—Discúlpeme, pero me da igual quién sea usted. Mi paciente es ella y si tiene algún problema
puede discutirlo con el personal de seguridad — lo amenaza el médico.
—No pasa nada Marcos, en serio, es por protocolo. No te preocupes, en seguida estaré fuera.
Llama a Vane a ver cómo va con el peque — él asiente y vuelve a sentarse en la sala de espera.
Entro en la sala cinco, de donde ha salido el doctor para llamarme. Me siento en la silla y él hace
lo propio en la suya. Me mira con un rostro serio mientras busca mi informe en el ordenador.
La verdad es que está de muy buen ver el muchacho, si no estuviera prometida, quizá le habría
tirado los trastos a lo quinceañera, pero ahora ya solo tengo ojos para Marcos, qué se le va a
hacer.
—La he citado sola en la sala porque quiero hacerle una pregunta un tanto comprometida.
—¿De qué se trata doctor?
—¿Lo que le ha ocurrido hoy ha sido realmente un accidente de coche o sufre maltrato por parte
de su pareja o de otro miembro de su entorno?
—No sufro maltratos. Tengo moretones porque he sufrido un accidente de tráfico y me temo que
tengo un latigazo cervical o algo por el estilo. Le agradecería que no especulara con cosas tan
serias sin indicios más claros.
—Bien, ahora que ya sabemos a ciencia cierta lo ocurrido, quiero que me acompañe. Vamos a
hacerle un TAC para verificar que no hay ningún tipo de lesión más allá del dolor cervical.
—Perfecto.
Por suerte el TAC no muestra más que un latigazo cervical, como yo ya había predicho. Si es que
soy la nueva pitonisa Lola, y yo desperdiciando este talento cuando podría hacerme rica. Es lo que
tiene ser honrada y no querer robar a la gente vulnerable…
Me receta unas cuantas pastillas y relajantes musculares para tumbar a un caballo, ajustados a la
situación en la que me encuentro, ya que le he dejado claro al doctor que soy lactante.
Ahora, con más pastillas que un yonkie en una discoteca y un collarín más grande y ancho que los
de perro, que parecen parabólicas, salgo muy digna, a lo jirafa, de nuevo a la sala de espera,
donde está sentado todavía Marcos.
La verdad es que el que puso los nombres a las salas de los hospitales no era muy lumbreras, para
qué nos vamos a engañar, porque si no, a la sala para esperar a ser atendido no la hubiesen
llamado de espera, a la sala de los rayos x, sala de rayos x. ¿Y a la sala de operaciones?
Quirófano. Ahí patinaron.
Volvemos al coche después de pagar un riñón y parte del otro por el tique de estacionamiento.
Malditos ladrones…
—Menudo gilipollas.
—Pues ese gilipollas me ha apuntado el teléfono por si nos separamos — le digo riendo.
Volvemos a casa de Vanessa a buscar al peque una vez pasamos por la farmacia a por mis
medicinas. Estoy tentada de comprar preservativos de sabores.
No usamos, pero están de oferta y la verdad es que me haría gracia probarlo en el cuerpo de
Marcos, por si es verdad que sabe cómo aquello a lo que imitan.
Cuando subimos a casa de mi cuñada, todo está en silencio. No se oye absolutamente nada.
Marcos ha entrado con la llave que tiene, para no pulsar el timbre por si el niño estaba dormido.
Entramos en el salón. Todo está a oscuras. No se escucha un alma y eso es raro, sobre todo
teniendo en cuenta que Álex está aquí y que esté todo tan silencioso es sospechoso.
Y entonces lo escuchamos, unos gemidos que parecen venir de la habitación de Vanessa, aunque,
no creo que sea capaz, ¿verdad?
El papito dame más, fuerte fuerte, y mételo todo hasta el fondo me acaban de convencer de que
mis peores pesadillas se han confirmado. Está jugando al teto con alguien justamente hoy que
debía cuidar a Álex.
Dejo en este caso que sea su hermano el que se encargue de la situación. La verdad es que no sé
qué hacer. Entro en el resto de las habitaciones mientras Marcos golpea con los nudillos la de
Vane; yo buscando a mi hijo y él cortándoles todo el rollo.
Ella sale tapada con una bata abochornada, lo sé porque me he asomado sin que me vean por el
marco de la puerta. Estoy en la sala de invitados, donde he encontrado a Álex durmiendo como un
tronco.
La culpa es mía. Vane nos dijo que cuando supiéramos algo le mandáramos un mensaje, imagino
que también para que supiera que volvíamos a su casa y así evitarnos este tipo de situaciones,
pero la verdad es que se me pasó completamente mandárselo.
Ella está avergonzada y se disculpa ante su hermano, aunque dice que no había peligro para el
pequeño porque estaba dormido y que el resto del tiempo ha estado cuidado al cien por cien de él
y no sé cuántas cosas más.
Yo, sinceramente, no nos vamos a engañar, me muero de ganas de saber quién es el que está ahora
mismo en su cama, aunque me hago una ligera idea de quién puede ser. Nací cotilla, qué le vamos
a hacer.
Salgo con el carrito de la habitación cuando la charla cesa y Vanessa se mete de nuevo en su
cuarto para, me imagino, vestirse y poder salir un poco más presentable. Por suerte, baby gremlin
no se ha despertado, cosa que agradezco.
Me parece que voy a traerlo más a menudo a que duerma así y de esa manera yo también pueda
hacerlo.
A ver, no me refiero a mientras que alguien le está dando mandanga a Vane, me refiero a que este
piso parece tener un efecto somnífero en mi niño y eso hay que aprovecharlo. El sueño de Marcos
y el mío lo agradecerá.
No pasa mucho tiempo hasta que una cuñada avergonzada sale de su habitación vestida. Trato de
calmarla y le digo que no se preocupe antes de salir del piso y subirme en el ascensor.
Hay que volver a casa y acostarnos todos, sobre todo yo, que llevo dos relajantes musculares en el
cuerpo que podrían tumbar a un elefante.
Nos despedimos tras haberle explicado Marcos qué me ha dicho el médico y haber metido yo al
niño en el coche y volvemos a nuestro piso. Ni siquiera subo las bolsas con la ropa nueva, paso.
Ya las subiré mañana, hoy estoy demasiado cansada.
El peque está durmiendo del tirón, así que aprovecho para hacer algo de cena rápida antes de caer
en plancha como un peso muerto en el colchón como consecuencia de los efectos de las pastillas,
que el doctor seductor ha asegurado que no tienen ningún efecto secundario negativo que pueda
afectar a la lactancia de Álex.
Recuento del día: tras dos años Ramona la ladrona vuelve a aparecer en nuestras vidas, pillamos
a Vanessa en plena faena, parezco una jirafa drogada y me han dado por culo, ¿qué más se puede
pedir?
CAPÍTULO 6: MARCOS (SÉPTIMO MES)
No he podido encontrar todavía a nadie que pueda ayudar a Sara como nanny. La verdad es que
ninguna me parece suficiente buena para mi hijo, supongo que es porque soy demasiado exigente.
Mañana tengo una entrevista con otra chica que viene muy recomendada y espero que esta vez dé
en el clavo. El tiempo pasa, Sara sigue teniendo mucho trabajo con el peque y no consigo tenderle
esa mano que ella necesita.
La chica se llama Isidra. No es que sea el nombre más bonito del mundo, pero a mí lo que me
interesa no es el nombre, si no si trabaja bien. Esperemos acertar por fin y darle a Sara la ayuda
que necesita.
Álex ya pesa nueve kilos y mide casi setenta centímetros, todo un hombretón. Ahora ha aprendido
a gatear un poco, así que lo sentamos en un andador pequeño para que vaya fortificando un poco
las piernas y aprenda a andar.
Además, acabamos de incorporarle los purés además de la leche materna, aunque eso le comporta
un leve estreñimiento. Qué le vamos a hacer, no se puede tener todo. Además, según el pediatra
debemos hacerlo así.
La verdad es que estamos algo preocupados porque no habla nada, ni siquiera una sílaba. Hemos
buscado por internet a qué edad debería empezar a hablar, y al menos ya debería haber dicho algo,
pero él nada.
No queremos tampoco obsesionarnos con el tema, la pediatra nos ha dicho que algunos niños
tardan más en desarrollar el habla, así que mejor no comerse mucho la cabeza.
Hoy es domingo y ni la oficina está abierta ni tengo que ir a trabajar. Ya hace tiempo que me
incorporé, hay que ingresar lo máximo posible para que la empresa no se vaya a pique y para eso
necesito estar al pie del cañón.
Veo al peque gatear de un lado a otro. Suerte que hemos forrado toda la casa para que no pueda
clavarse nada, tirárselo encima o pillarse los dedos. Es algo que tuvimos que hacer cuando
descubrimos que se desplazaba ya sin ayuda, a veces a modo de ninja, sin que nos diéramos
cuenta, vamos.
Ahora que tiene más libertad, nosotros nos volvemos más locos. El otro día, que estaba en el
andador, lo encontramos en nuestra habitación. Pero eso no es lo importante, si no cómo lo
encontramos.
Había cogido el consolador de la mesita de noche de Sara y se lo está pasando de una mano a otra
como si fuera uno de sus peluches. Me acerco despacio. Ahora está en la fase de metérselo todo
en la boca y no quiero que eso pase con el consolador de Sara.
Me acerco mirándolo a los ojos y él mirándome a mí. Y cuando voy a quitárselo de las manos se
lo mete en la boca como se fuera un chupete o un helado. Me cago en todo lo que se menea.
—Mierda.
Me lo llevo a la cocina tras cerrar la puerta y lo siento en la trona para que Sara le dé de comer.
Se pone perdido metiendo la mano en el bol, en la cuchara y se las lleva al pelo, manchándose
hasta el alma.
—Joder tío, me siento una vaca lechera. Todo el día sacándome leche.
—Bueno, piensa que ya queda menos. Pronto empezará a comer sólido y podrás dejar de pensar
que eres una máquina expendedora de leche.
Pasamos el día en el parque. Parece que a Álex le calma ir al parque, ver los árboles y plantas
que hay alrededor, los niños jugar, gritar y reír, etc.
La verdad es que se está haciendo mayor y eso nos gusta, sobre todo a Sara, que ahora disfruta
más con él, pero lo que no hemos conseguido con el paso de los meses es hacer que se porte
mejor.
Lo tiramos por el tobogán, sujetándolo en todo momento mientras ríe. Ha aprendido a reír a
carcajadas hace poco y nos encanta el sonido que hace. Es música para nuestros oídos. Mejor que
berrear cualquier cosa.
Ahora estamos disfrutando mucho más de él. Sara me pide que lo tome en brazos y nos sentemos
un momento en el banco para darle la fruta; no hemos tenido en ningún momento problemas de
comida con él.
Come como una lima, en eso ha salido a mí. Es una pasada, no se cansa nunca. Vacía
completamente a Sara y todavía le queda hueco para meterse entre pecho y espalda un plato de
algún puré de frutas.
Nos hemos sentado con él en la arena. Se mantiene erguido sin necesidad de que lo sujetemos
cuando está sentado, pero no nos fiamos y lo rodeamos, arañando la tierra con un rastrillo.
Mira el rastrillo sin entender y después desvía la mirada hacia la pala, que la mueve su madre
cogiendo algo de arena y depositándola en el cubo. Álex flipa en colores, es la primera vez que lo
traemos al parque, que ve arena y que alguien juega a su alrededor.
Él trata de coger la pala, pero no atina. Su madre le explica, aunque no sabe bien si la entiende o
si acaso está prestándole atención, cuál es el proceso que se sigue para recoger agua y meterla en
el cubo.
Sara le coloca la pala en la mano y le cierra los deditos. Él la aferra con fuerza y la alza como un
triunfador.
Pero lo que parecía como una simulación de Braveheart con su espada levantada acaba con un
ostión importante en la cara de Sara cuando Álex le arrea con la pala cuando ella se acerca para
darle un beso en la frente.
Entendemos que no ha sido queriendo, obviamente, pero ella se cada en los muertos de todos los
del parque mientras aguanta una lagrimilla que pugna por salir. Sara le quita la pala de la mano y
es entonces cuando se mete la que le quedaba libre en la boca, llena de arena del suelo del parque.
Joder. Corro a retirar todo lo que puedo con las manos, incluso con la toallita de limpiarle el
trasero. Sé que es una guarrada y que no le gustará el sabor, pero también sé que no son tóxicas y
no le harán daño y en este momento la prioridad es quitarle eso de la boca.
Cuando quedan los últimos restos y no hay manera, le damos un poco de agua con el biberón. Ya
cagará la arena que se ha tragado llegado el momento. Madre del cielo, lo que no le pase o haga
este niño… Miro a Sara, que todavía se acaricia la zona dolorida mientras me ayuda con Álex.
—Cariño, ¿estás bien?
—Vaya…
—Creo que deberíamos volver ya a casa. Se está haciendo tarde y tengo que hacer la comida.
—Qué te parece si comemos fuera y por la tarde nos vamos al zoo. Aunque el pequeñín ya ha
tomado un tentempié, algo arenoso.
—Mejor lo dejamos para mañana; es que estoy algo cansada. Esta noche no he dormido bien,
bueno, ni esta ni ninguna desde que el mini demonio nació.
—Sobre eso, si todo va bien, mañana te daré una sorpresa — me mira alzando la ceja queriendo
saber, pero no le daré ese gusto. Si lo de la nueva nanny no sale bien no quiero ilusionarla y que
luego todo sea un fiasco.
Pasamos toda la tarde en casa. Últimamente es lo único que hacemos, nos estamos volviendo unos
ermitaños. Parecemos vampiros encerrados porque nos da alergia el sol.
Ha llegado el día de la verdad. Tengo la entrevista con Isidra en menos de cinco minutos y he
preparado un cuestionario para decidir si me interesa contratarla o no. La he citado en la
panadería de Candela, no me parecía apropiado hacerlo en la agencia.
Busco mi móvil en la americana para ver la hora, pero me encuentro algo que no esperaba, el
walie talkie de la habitación de Álex. Mierda. Estaba tan dormido esta mañana que en vez de
coger el móvil me he llevado el walkie receptor.
—Encantado. Siéntate y pide algo para tomar mientras hablamos del tema que nos he traído aquí.
Si te parece te voy a hacer unas preguntas y me vas contestando en función de lo que veas.
—Perfecto.
—Con siete.
—Algunas veces es por dinero, otras por mudanza, muchas porque los niños crecen…
—¿Has cuidado alguna vez de bebés o siempre ha sido con niños más mayores?
—He cuidado a todo tipo de edades, incluidos bebés.
—Hola chicos, ¿os pongo algo? — llega Candela con cara de pocos amigos. Me imagino que
piensa cosas que no son, así que antes de que se monte sus películas, será mejor que lo aclare
todo.
—Hola Candela. Ella es Isidra. Quiero que Sara tenga una ayuda con el niño y le estoy haciendo
una entrevista — Candela asiente más tranquila.
Ella asiente sonriendo y poco después nos traen los cafés mientras seguimos con la entrevista. Se
le asoma un moquillo, de esos verdes que suben y bajan como si fueran un resorte de aquellos de
juego multicolor.
Se está zampando tres donuts de chocolate y tiene los dientes como si se hubiese comido un ñordo
bien jugoso. Tiene todos los dientes negros.
Acabo con la entrevista y me convence, siempre y cuando se lave los dientes y se pase un
pañuelito de vez en cuando por la nariz o Álex acabará tirando del hijo como si fuera una liana.
—Genial. Siento ser tan directa, pero no hemos hablado del tema económico. Me gustaría saber
cuál es el sueldo mensual.
— Hasta que Sara no se reincorpore al trabajo no podemos pagar más. Quién sabe si cuando eso
ocurra podremos subir algo el sueldo. De momento, no prometo nada.
—Lo entiendo.
—¿Y eso? Si apenas has comenzado tu jornada de trabajo — sale de la cocina con Álex en brazos
y un trapo de cocina en la otra. Parece que el peque ha vuelto a hacer de las suyas y está cubierto
de harina.
—Yo Sara.
Miro a Sara y esta me mira a mí con un interrogante en la mirada. Casi puedo ver el signo,
literalmente, levitando sobre su cabeza.
Ahora que lo pienso bien, quizá haber escogido yo solo a la niñera sin tener en cuenta su opinión
puede molestarla, pero lo he hecho para darle una sorpresa.
Ella va a estar con la niñera todo el tiempo y si ve que hay cosas que no le gustan y aunque se lo
comente a Isidra, esta no las cambia al gusto de Sara, siempre puede prescindir de sus servicios.
—Ella es la nueva niñera y va a ayudarte en todo lo que necesites con Álex, es una ayuda para que
no vayas tan agobiada, puedas descansar y tengas más tiempo para ti y para organizar la boda, que
sé que te hace ilusión.
—No será necesario. ¿Puedes esperar un momento aquí hasta que hable con mi pareja? Siéntate en
el sofá si quieres. No tardaré mucho — le dice Sara a Isidra, y esta se sienta en el sofá y coloca su
bolso en el regazo.
Me encamino junto con Sara hasta la habitación de matrimonio. Deja al niño sentado en la cama y
cierra la puerta.
—¿Por qué no me has consultado esto como tu pareja? Creo que tengo algo que decir, más que
nada porque también es mi hijo y me gusta saber quién va a estar con él y si es de fiar.
—Pues sí.
—Pero es que quería darte una sorpresa. Sé lo cansada que vas y me siento impotente por no
poder ayudar lo que me gustaría. Tiene muy buenas referencias y viene de una agencia, no es una
persona de la calle. Si quieres la mando de vuelta, pero podrías darle una oportunidad y si no te
convence, siempre le puedes dar la patada.
—Lo haré. Además, también lo he hecho porque sé la ilusión que te hace organizar la boda y que
como has estado todo el tiempo liada con el niño no has podido hacer nada de eso. Quiero que
disfrutes, que lo pases bien y que te cuides y cuidarte yo.
—Esa es mi chica — la beso despacio mientras el peque sigue haciendo pompas de babas.
Ahora le ha dado por eso. Le están saliendo los dientes de golpe ahora, todos. Parece una piraña,
porque los tiene afilados. No deja de babear a lo caracol, como su madre cuando muerde, y
cuando te pega un mordisco, tienes miedo de perder el miembro.
Puede que sea un poco exagerado, pero en serio que duele. Antes era más fácil, porque una encía
no hace nada, pero ahora tiene armas de destrucción masiva en la boca y hay que tener mucho
cuidado para no activarlas.
Dice la pediatra que por eso se lo mete todo en la boca, además de experimentar, necesita morder
cosas para aliviar el dolor.
Salimos de la habitación hacia el salón. Isidra espera sentada en el sofá con el rostro estático.
Imagino que estará algo nerviosa porque piensa que puede perder el trabajo. Voy a hablar, pero
Sara se me adelanta.
—Ya está todo aclarado. Si te parece empezamos hoy. Te explicaré las rutinas que llevo y así
podremos entendernos lo mejor posible.
Ahora, más tranquilo y a sabiendas de que Sara le va a dar una nueva oportunidad y que eso va a
conllevar que pueda estar más relajada y tener más tiempo para ella misma, puedo marcharme al
trabajo satisfecho, que tengo que ganarme el pan.
Cuando llego a la oficina ya hay bastante jaleo. No he hablado apenas con mi hermana desde lo
que pasó en su casa, cuando la pillamos in fraganti acostándose con vete a saber quién, aunque el
hijo de Candela tiene todas las papeletas.
—Marcos, ha llegado la correspondencia. Tienes dos millones de cartas para ti, como el
programa ese. Espero que no sea ninguna de amor.
Entro en el despacho y cierro la puerta mientras empiezo a abrir el correo. La mayoría son
facturas, cartas de potenciales modelos, ofertas, fotos, y una carta sin remitente. Qué raro. La abro
y lo que me encuentro me deja helado.
Son fotos de los tres desde que Álex nació, fechadas. Hay fotos de cuando salimos del hospital.
Álex solo tenía dos días de vida. La giro y veo la fecha y los días que tenía mi pequeño en la foto.
Hay más. Otra de cuando fuimos a pasear por la playa, fechada y con los meses de niño, e incluso
hay una de ayer con los datos correspondientes. Es bastante perturbador. ¿Quién demonios hace
eso?
Decido no contárselo a nadie de momento, y menos a Sara, se pondría histérica al saber que
alguien nos vigila y que puede que nuestro bebé esté en peligro. La puerta del despacho se abre
entonces, sin avisar y veo entrar a Pepe.
—Pepe, tengo un problema grande. Tú eres mi abogado y necesito tu consejo en este momento.
—Acabo de recibir una carta sin remitente con fotos de mi familia cuando hemos salido a la calle
los tres. Están fechadas y ponen hasta los días o meses de mi hijo. Estoy preocupado y temo por
mi familia.
Le muestro las fotografías y no puede creer lo que ven mis ojos. Si fuera famoso o una persona
influyente en la sociedad, como un gran empresario…pero siendo un mindundi no se entiende que
me estén haciendo esto a mí.
—Tengo un amigo en la policía, voy a pedirle que coteje las huellas del sobre y las fotos para ver
si está fichada la persona que te ha mandado esto. Si tenemos suerte en un par o tres de días puede
que tenga los resultados. Si no tenemos suerte puede que en un par de meses.
—Genial…
Tenemos un acosador loco que quiere meternos miedo o quizá chantajearnos. ¿Qué más puede
pasar?
CAPÍTULO 7: SARA (OCTAVO MES)
Hoy es un buen día. Hoy hace un mes que Isidra trabaja aquí y, la verdad, me está quitando mucho
trabajo, tanto que puedo dormir bastantes horas seguidas, provocando que esté de mejor humor.
Hoy le he dado el día libre. Parece que Álex se porta mejor, se nota que se está haciendo mayor.
Me levanto cuando escucho su canto matutino, el berreo al que ya estoy más que acostumbrada.
Lo quiero con toda mi alma, pero tiene cosas malas, como todos. Y una de ellas es que es malo,
pero malo. Lo que pasa es que como es mi hijo es lo que hay. Maruja dice que es una prueba que
me ha puesto dios; la prueba de la paciencia. Como si acaso creyera en él.
Me levanto a duras penas y lo tomo en brazos antes de darle de desayunar. Le están saliendo los
dientes y los tiene como agujas. Parece un vampiro que me clava los colmillos para alimentarse.
Tengo los pezones en carne viva.
Una vez él está satisfecho y yo vacía y con un dolor impresionante, me lo llevo a bañarlo. Se ha
derramado algo de leche por el cuello y huele que alimenta. A pelear se ha dicho. Con lo que le
gusta el agua.
Cuento hasta diez, bueno, algo más, y ahí está el chorrito, que empapa la toalla y me cala algo en
los pantalones. Tiene la vejiga floja, sobre todo cuando acaba de comer. Tiene que echar lo que
acaba de meter.
Una vez he llenado la bañera, con bastante espuma, lo meto dentro como a poco para que se vaya
aclimatando a la temperatura del agua. Está a una temperatura perfecta y parece gustarle, pero
siempre le pasa lo mismo.
Siempre parece disfrutar hasta que se da cuenta de que es agua y empieza a moverse como una
culebra, chapoteando todo, y a llorar como si lo estuvieran matando.
Aprovecho para masajearlo y que así se relaje, mientras le hago un sombrerito y una barba de
espuma y le tomo un foto para mandársela a su padre. Seguro que se hace mucha gracia.
El peque ha salido con una sonrisa en los labios. Parece que la haya puerto a propósito para la
foto antes de ponerse a berrear de nuevo. Es un cabroncete astuto. No sabe nada el bribón…
Lo seco una vez que está bien limpio y le pongo uno de los trajes que le regaló Vanessa la última
vez que vino a casa con un montón de bolsas de ropa para mi principito. Está más guapo que un
modelo de Gucci.
Lo siento en el carro y nos vamos a ver a la tita postiza barra Candela. La echo de menos y tengo
ganas de verla, por no hablar que quiero ver cómo sigue el culebrón Maruja y cómo va su
embarazo hecho de gases.
Paseamos sin prisa por las calles por las que hace casi tres años caminaba yo para ir a trabajar a
las seis de la mañana. A veces echo de menos los madrugones, los exámenes de bollería, las cosas
disparatadas que allí vivimos. Un poco de todo.
Candela me saluda con un efusivo abrazo y coge al que llama su bollito. Lo apretuja entre sus
brazos y él como venganza le pellizca la punta de la nariz, solo le falta decir mecmec. Lo haría si
dijera alguna palabra. Todavía no hemos conseguido que diga nada de nada.
Maruja aparece desde la sala del horno y me abraza corriendo antes de saludar a mi pequeñín.
Está igual que siempre, vieja y loca, pero la quiero, somos la familia de las bollo, así lo hemos
decidido. Ojo, no confundir con bolleras.
—Ay niña, nunca pensé que esto del embarazo fuera tan complicado. En un mes salgo de cuentas.
Carmelo y yo estamos muy emocionados.
—Ya…
—Ya tenemos la habitación preparada y todo comprado. ¿No es emocionante? Hasta hemos
elegido el nombre. Si es niño lo llamaremos Abundio, y si es niña la llamaremos Atanasia, como
mi madre.
Cojo a Candela del brazo y me la llevo al baño. Álex parece disfrutar de los mimos, porque no
dice ni pío. Creo que la voy a contratar junto con Isidra para que el peque esté como un rey, sin
llantos.
—Candela, esto ya ha sobrepasado la línea de lo locura. Hay que ingresarla.
—Lo sé, me da mucha pena… Creo que lo mejor es que dé a luz y después que reciba tratamiento
psicológico.
—Lo he consultado y romper ahora el proceso que está viviendo podría ser todavía más
perjudicial para ella.
—Madre mía, esto es surrealista. ¿Dónde están las cámaras ocultas? Estoy parece sacado de una
novela retorcida de Stephen King.
—Dímelo a mí. El otro día se meó en mi despacho y dijo que había roto aguas, al rato me dijo que
era una falsa alarma, porque no tenía contracciones, que como el niño le presionaba la vejiga,
habría sido él.
—Recuerdo que eso me pasó alguna vez estando embarazada de mi amado gremlin.
—No llames así al bollito. Ya sé que es peor que un dolor de muelas a veces, pero mejor que no
se entere de los motes, si no nos odiará y nos hará la vida imposible a las dos — nos reímos de lo
lindo.
—Está bien. Nos esperaremos al parto ficticio, donde lo máximo que le va a salir de dentro es un
pedo, pero después de cabeza al ala de psiquiatría del hospital.
—Te lo prometo.
—¿Qué te parece si te sientas un rato con el peque en una de las mesas y yo hago unos cupcakes
con sorpresa dentro?
Me paso la tarde con las chicas. Comemos algo que pedimos por aplicación y nos quedamos en la
panadería comiendo y riendo mientras el pequeño me clava nuevamente los colmillos.
Por suerte, Candela tiene bolsas de hielo en la panadería y me recomienda ponérmelas un rato en
los pezones para calmar el dolor. Menos mal que no me ha sacado una bolsa de guisantes…
—¿Qué ocurre?
—No pasa nada Candela, lo hacen todos los hombres y lo peor es que creen que no lo sabemos.
—¿Vídeos de chicos?
—¡No! Dios me libre. Mira que yo soy muy moderna, pero es que esas cosas que parece mirar
para querer hacer después yo no se lo puedo ofrecer ni en mil años. Le he estado chafardeando el
móvil y he visto puños metidos en todos los agujeros posibles del hombre y la mujer, ataduras,
azotes, pinzas en los pezones…Pensé que las pinzas eran para la ropa tendida.
—Santo dios, Candela, no pensaba que estuvieras tan chapada a la antigua. Ahora se lleva el sexo
más duro, el bondage, sadomasoquismo, sumisión, dolor-placer. Supongo que a Óscar le excitarán
esas cosas.
—Está bien.
Continúo preparando los cupcakes con mi toque especial, esta vez para adultos, que ya
aprendimos la lección con los niños borrachos en la fiesta hace más de dos años.
Cada vez que vendemos una, Candela y yo nos miramos con una sonrisa en los labios, y no porque
alimenta su caja, sino porque recordamos momentos que jamás se volverán a repetir.
Es tarde y tenemos que volver a casa. Ha sido un día magnífico, pero todo lo bueno debe acabar.
Toda partida llega a su fin y solo puede quedar un vencedor, en este caso es Álex, al que llevo en
brazos porque llora si va en el carro.
Se ha dedicado a torturarme todo el camino de vuelta a casa arañándome con esas pequeñas
cuchillas que tiene por uñas y que, por más que le corto, vuelven a crecer para marcar todo lo que
toca.
—Chicas, tengo que irme, Marcos se preguntará dónde estoy y hay que ponerle el pijama y darle
de cenar al pequeño saltamontes.
Llegamos a casa y me encuentro a un Marcos bastante cabreado. Menos mal que me he traído una
caja de cupcakes especiales para regalársela, con suerte me perdonará por no haberle dicho dónde
estaba en todo el día.
—¿Dónde estabas Sara? Estaba muy preocupado. He llamado a Isidra, pero dice que le has dado
el día libre. Te he llamado cientos de veces.
—Te he traído algo por si estabas atacado porque me había dejado el móvil. Ya sé que te podía
haber llamado desde el de Candela, pero en mi defensa te confesaré algo. No me sé tu teléfono de
memoria. Como nunca lo tecleo con el móvil, sino que sale solo con el nombre, no he sentido la
necesidad…
Nos damos un beso y le dejo a Álex en los brazos antes de darme una ducha y cambiarme de ropa.
Cojo mi vibrador clitoriano, el que mi pequeño travieso se metió en la boca, y decido darme un
festival.
Ya no recuerdo la última vez que Marcos y yo nos tocamos, así que decido tocarme yo sola,
porque estoy caliente y porque me apetece. No es nada malo y, además, me lo merezco.
Dos orgasmos después y un cuerpo bien limpio, salgo de la ducha y me visto antes de volver al
comedor, donde Marcos y el bollito están viendo los Simpson en la televisión.
Son tal para cual, sin duda padre e hijo. Los dos están con la boca abierta mirando atentos la
pantalla. A Álex se le cae la baba en el babero, es la única diferencia.
Me siento yo también en el sofá y aprovecho para recuperar mi móvil, ponerme al día y pedir algo
de comida china a domicilio. Marcos me mira de soslayo antes de fijarse en la pantalla de mi
móvil mientras estoy leyendo un mensaje de un número que no conozco.
—No lo sé, lo acabo de ver y leer. Parece ser que el doctor que me visitó por mi accidente en
coche se está tomando demasiadas libertades.
—¿Por qué coño tiene tu número? Me estás engañando, ¿verdad? ¿Es porque ya no nos tocamos?
¿Porque no te hago disfrutar como antes? ¿Porque ya no me amas? Dímelo.
—No te montes películas. Te amo, quiero estar contigo y esto no tiene que ver con nuestra vida
sexual. Es el primer mensaje que recibo de este tipo. No pienso contestarle ni seguirle el rollo, es
más, voy a bloquearlo ahora mismo. Y me imagino que tiene mi número porque sale en mi ficha
médica. ¿Aclarado todo?
—Sabes qué, Marcos, si vas a seguir con estas gilipolleces, será mejor que vayas a dormir hoy a
casa de tu hermana. Estoy contigo, te demuestro siempre que te amo, tenemos un hijo en común, y
¿crees que me lo voy a jugar todo por un tío que he conocido una vez en la vida para que me
hiciera un TAC? Si realmente piensas eso, quizá sea mejor que nos tomemos un tiempo.
—Como quieras —sale por la puerta dando un portazo, me imagino que a casa de su hermana.
Me estoy quedando dormida cuando escucho un golpe. Abro los ojos como platos y corro a la
habitación de Álex, que llora como un poseso de pie en la cuna, agarrándose a la barandilla de
arriba, algo que ha aprendido a hacer hace poco.
Me pongo las bambas y cojo el bolso para salir corriendo al médico a que lo miren. ¿Y si se ha
hecho daño de verdad en la cabeza? Es muy pequeño y la zona es muy sensible. Por dios, que no
le pase nada, que si no, me muero.
Mando un mensaje a Marcos para que sepa qué ha pasado. También es su hijo y sé que, si no lo
aviso y me voy directa al hospital, me lo echará en cara toda la vida. Ya hemos tenido suficiente
por hoy.
—¿Dónde están las llaves? ¿Dónde estás las llaves? ¡¿Dónde están las llaves?!
Me estoy desesperando y entonces descubro que las tengo en la mano. Coloco los ojos en blanco y
salgo pitando hacia el ascensor con mi peque en los brazos y el bolso en la otra.
—¿Qué ha ocurrido? Tu mensaje solo ponía que Álex se había hecho daño y que te venías para el
hospital.
—Se ha dado un buen golpe con uno de los barrotes de la cuna, parece ser.
—Entremos y que lo miren bien, no vaya a ser que sea algo más grave.
—Sí — le huele el aliento que tira para atrás. Es una mezcla entre alcantarilla, ñordo y pescado
podrido, y eso solo puede indicar que se ha bebido hasta los charcos del suelo, y eso que no ha
llovido. No voy a decirle nada porque en este momento la prioridad es nuestro hijo, no su
halitosis.
Entramos por urgencias y le explicamos la situación a la chica que está en la recepción. Esta nos
recomienda que esperemos en la sala de espera tras cogernos los datos y que ya nos llamarán.
Pero ¿ya cuánto es? ¿Diez minutos o dos horas?
Intento calmarme, puede que una madre que tuviera más experiencia no le diera importancia a lo
sucedido, pero soy una madre primeriza, así que, que se jodan si se creen que soy una cansina y
que miren si mi niño está bien.
Estamos en la sala de espera, esperando como la propia palabra indica, cuando pasa el último ser
que necesitaríamos ver en este momento, sobre todo Marcos. El doctor sexy, que es como según él
se autoproclama, pasea por delante de mí y me guiña un ojo no disimulado.
Igual se cree el gilipollas que he venido a verle o algo. No hay nubes suficientes para cubrir el
ego que debe de tener. Marcos se levanta y lo toma del brazo para llevarlo fuera. Me levanto con
Álex en los brazos y los sigo para calmarlo o se van a liar a tortas, ya lo veo venir.
—Marcos, por favor, vuelve dentro. Si nos llaman y no lo oímos perderemos la vez y tendremos
que esperar mucho más para que cojan al peque — me ignora como a la mierda y todos sabemos
que alcohol y peleas son mala combinación.
—Quiero que dejes en paz a mi mujer, hijo de puta, si no quieres que te parta esa cara de niño pijo
que tienes. Maldito lame vergas.
—Ella es mayorcita para escoger con quién quiere estar — anda que el come vergas lo está
arreglando.
Y puño que va, de parte de Marcos, haciendo que de la nariz salga un chorro de sangre. Alguna
enfermera que lo ve llama a seguridad o eso parece, porque las veo con el teléfono en la oreja.
Estamos dando el espectáculo del día.
—Marcos, para ya, joder. Que no quiero nada con este tío, no sé cómo demonios quieres que te lo
diga. Que la primera vez que lo vi fue en la consulta cuando tuve el latigazo cervical y la segunda
ahora mismo. Que no nos llamamos ni nos hacemos vídeos, que no quedamos ni nos acostamos,
que no siento nada por este tío ni por otro y, sinceramente, tal y como te estás comportando me
estás defraudando tanto que ya no sé ni si por ti sí — le digo a Marcos antes de desviar la mirada
hacia el idiota que lo ha liado todo.
— Tú, gilipollas, dile si alguna vez nos hemos visto o tenemos contacto si no quieres que el
próximo golpe sea de mi puño.
—A ver, chaval —le dice a Marcos limpiando la sangre de la nariz con una mano mientras se la
masajea con la otra. —A mí me encantaría tener algo con Sara, porque es lo más bonito que he
visto nunca, pero parece que ella no tiene ojos para mí. Ni siquiera me ha contestado al mensaje.
—Clarísimo.
Veo a los de seguridad llegar y tomar de los brazos a Marcos, que parece resistirse por momentos.
Además, coincide que una enfermera menciona el nombre de Álex, parece que es su turno.
Entro para dentro, porque la prioridad es mi hijo mientras escucho a Míster lame vergas decirles a
los gorilas que sujetan a Marcos que lo suelten, que no presentará ningún tipo de reclamación o
denuncia desde el hospital.
Suelto un disimulado alivio y entro en la sala que me indica la enfermera, donde me encuentro con
la pediatra que lleva a mi hijo. Marcos no entra, sobre todo porque todavía estará liado con lo que
ha ocurrido y con los seguratas, y, sinceramente, lo prefiero.
—Pues mire, doctora Pérez, es que el pequeño se ha dado un golpe fuerte en la frente con los
barrotes de la cuna y quería saber realmente si todo está bien. Ya no llora, pero antes no paraba.
Tiene un chichón, pero no sé si realmente es solo eso o hay algo interno que no veo y puede ser
grave.
—Vamos a ver entonces. Túmbalo en la camilla —lo hago mientras mi gremlin prefiero se aferra a
mí clavándome esas uñas a lo gavilán.
La pediatra toca la zona para comprobar que todo está bien y él llora como si lo estuvieran
matando, pero es necesario para saber si está bien o es más grave de lo que parece.
—No te preocupes Sara, todo está correctamente, solo se le ha inflamado la zona del golpe. Le
saldrá un moretón y tendrá varios días la zona algo hinchada lo más probable, pero nada más.
Todo está bien, ¿va?
—No te preocupes, ahora a casa a descansar. Te mandaré una pomada para que se le desinflame la
zona más rápido y así no le moleste tanto. Es anestesiante, solo que cuando se la pongas, como le
rozarás el bultito, te va a llorar como conmigo ahora.
—Ni que lo jures, ya me gustaban poco los niños y te aseguro que con esta experiencia desisto de
tener más.
Ambas nos reímos y segundos después tomo la receta y me despido antes de salir por la puerta.
Marcos está fuera esperando sentado. Parece que la cosa se ha calmado y lo han dejado volver a
entrar al hospital.
—No es nada, solo un chichón. Me han dado una crema para desinflamar la zona y ya. Lo ha
mirado bien. En unos días estará perfecto y puede que le salga un moretón.
—Como quieras — le digo, porque la verdad es que me da todo igual en este momento, solo
quiero cuidar de mi pequeño y que esté bien. Y descansar, necesito una cama como el agua de
mayo.
Al llegar, no hago más de colocarle la crema, que he comprado en una farmacia de urgencias,
dadas las horas. Me monta un pollo que los vecinos se tienen que estar cagando en todos mis
muertos.
Cuando por fin se calma, y tras haber cenado, lo meto en la cama y cae como un tronco. Es un
truco que me ha enseñado Isidra, bendita sea. La idea es comprarle un ambientador relajante.
No sé cómo lo hace, pero parece que Álex se relaja con ese olor y duerme del tirón muchas horas.
Es como mi salvavidas. Ahora ese ambientador es mi mejor amigo y pienso gastarme el sueldo en
ellos si hace falta.
Ahora que la casa está en paz y Marcos se está dando una ducha, me tomo un yogurt y me meto en
la cama, quedándome roque al segundo.
Resumen del día: niño con chichón, ataque de celos, puñetazo de hospital, ambientador eficaz y
cupcakes para emborracharse. ¿Se puede tener un día más intenso?
CAPÍTULO 8: MARCOS (NOVENO MES)
Lo he solucionado con Sara. Han sido unos días duros, pero ahora estamos mucho mejor, por no
hablar del pequeñín. Está mucho más calmado, ese spray que ponemos en la habitación por
sugerencia de Isidra es mano de santo.
Ha sido una brillante idea la de contratarla, no podría invertir el dinero de mejor manera. Está
ayudando mucho a Sara y, pese a nuestros problemas, la boda sigue adelante y la verdad es que se
está divirtiendo mucho organizándola, lo está disfrutando.
Me voy a la oficina, como cada mañana, y nada más sentarme en mi despacho, Pepe viene
corriendo y tira un expediente sobre mi mesa mientras cierra la puerta del despacho. Se le ve
agitado.
—Me acaba de llegar el informe de mi colega de la policía sobre las cartas y las fotografías que
has ido recibiendo. Hay huellas de dos personas, unas en las fotos y otras en el sobre. Una de ellas
es de Ramona, tu Ramona. La otra es de una tal Isidra Serrano.
—No sé lo que les haces tío, pero parece que todas las mujeres a tu alrededor menos Sara quieren
joderte. Deberías ir a casa y echar a Isidra antes de que tengas que lamentarlo.
Corro a casa. Hoy he cogido el coche de Sara para venir al trabajo. Ella me ha comentado que no
tenía planeado salir y, que, si lo hacía, saldría a pasear con Álex y tampoco lo necesitaría.
El sol me da en la cara y me molesta a la hora de conducir. El parasol está estropeado, por lo que
no ayuda. En uno de los semáforos, abro la guantera a ver si Sara tiene algunas gafas de sol y,
además de comida, encuentro un parte de accidente.
Me imagino que será del día que le dieron por detrás y que a causa de ello se pasó un mes con el
collarín. La pobre no podía hacer ni la mitad de las cosas, y le costaba manejarse con el bebé a lo
robot.
Cuando veo con quién se dio el golpe, me quedo paralizado. ¿Por qué no me dijo que el golpe se
lo había dado con Ramona? Joder. ¿Y si no fue un accidente? ¿Y si quería hacerle daño de
verdad? ¿Y si quería matarla?
Le mando un audio a Pepe con lo que he averiguado mientras conduzco gracias al manos libres
integrado y poco después llego a casa. Parece que se han puesto todos los semáforos rojos a la
vez hoy para putearme.
Subo al piso corriendo por las escaleras, ya no me meto más en el ascensor, todavía estoy
traumatizado. Abro la puerta con la llave y todo está en silencio. ¿Habrá salido Sara a pasear con
nuestro peque?
—¿Sara?
Pruebo a llamar a Isidra, pero tampoco me lo coge. Esa maldita perra, y parecía una mosquita
muerta. Qué calladito se lo tenía. Parecía tonta cuando la compramos…
Estoy empezando a preocuparme y mucho y la tentación de poner una denuncia por desaparición
está ahí, pero no quiero precipitarme, le daré el beneficio de la duda por si solo están de paseo y
se han dejado el móvil. No sería la primera vez.
De todos modos, me voy a acercar a la panadería. Puede que estén allí como la otra vez que se
dejó el móvil en casa y esto solo sea una película que me estoy montando yo en la cabeza.
Camino hacia la panadería y no tardo mucho en entrar por la puerta y ver que Sara no está dentro y
el pequeño tampoco. Me acerco a Candela, que se sorprende de verme allí, ya que no suelo ir muy
a menudo, y si nos vemos suele ser en mi casa.
—Pues la verdad es que no. La he llamado por si quería que fuéramos al cine a ver esa nueva del
Statham, sobre todo ahora que tiene niñera, pero no ha contestado a mi llamada.
—No está en el piso ni se ha llevado el móvil. Estoy preocupado. Y, por cierto, a partir de hoy no
tendremos niñera.
Le explico lo ocurrido con los diferentes sobres con fotos nuestras, de muy mal gusto y mal rollo,
y su boca poco a poco se va abriendo más y más.
—Joder, hay que encontrar a Sara y explicarle todo esto. Está con una acosadora. Bueno, puede
que ahora no esté con ella, pero ya me entiendes.
—Iré a la oficina a preguntarle a mi hermana si la ha visto. No sé dónde está y estoy muy asustado,
no te voy a engañar.
—Yo preguntaré a todo el que entre a la panadería. Algunos son clientes desde hace años y la
conocen.
Pepe me coge del brazo y me lleva al despacho. Nos sentamos y me saca una especie de pda con
una aplicación que no he visto nunca. Lo miro sin entender por qué me está enseñando eso.
—Con esta aplicación podemos encontrar el reloj deportivo que lleva Sara, si no se le ha acabado
la batería, claro. Es como un segundo teléfono.
Inicia la búsqueda con la aplicación y no entiendo bien lo que pone en esa página. Miro a Pepe y
este lo enlaza con Google Maps para encontrarla.
—Pero, no lo entiendo. Pone que está en tu casa y ella nunca se quita la pulsera, es poco probable
que lo haya hecho justo esta mañana.
—Me voy a casa otra vez, quizá todo esto sea una falsa alarma y haya ido a pasear con el niño.
Pongo rumbo de nuevo a casa, hoy la aplicación de pasos del móvil tiene que estar haciendo una
fiesta con el emoticono.
Es una tontería sobre humana lo que acabo de decir, pero estoy nervioso, muy nervioso, y ya se
sabe que, cuando uno lo está, dice tonterías como puños.
Llego lo más rápido que puedo y me encuentro con una casa vacía, como ya ocurrió hace un rato.
Reviso todas y cada una de las habitaciones y cuando entro en el baño me encuentro a Sara tirada
en el suelo.
—¡Sara!
La tomo entre mis brazos y la zarandeo para despertarla, pero no da señales de vida. Tiene una
herida abierta en la cabeza y parece desmayada. Por suerte, su corazón todavía late. Llamo
corriendo a la ambulancia y la tomo en brazos para dejarla en el sofá, al menos allí estará más
cómoda que en el suelo.
—Sara, por favor, dime que estás bien. Si te pasa algo me muero…
Voy a la cocina a empapar un trapo y limpiarle un poco la sangre y es entonces cuando lo veo. En
la nevera, pegada con un imán, hay una foto de mi hijo en brazos de Ramona. Me quedo helado
mientras un escalofrío me recorre la columna vertebral. No puede ser.
Cojo la foto y la examino, en la parte de atrás hay algo escrito: si quieres volver a ver a tu niño,
prepara cincuenta mil euros o de lo contrario tendréis que ir de luto muy pronto. Si llamas a la
policía tu hijo estará en un frasco de formol en un abrir y cerrar de ojos. Att. Ramona.
Joder, hija de puta. Me la voy a cargar, lo juro. No puedo llamar a la policía, pero quizá alguno de
los amigos de Pepe pueda echarme una mano.
No tengo el dinero para poder pagar el rescate, aunque conociendo a Ramona, no creo que con ese
dinero fuera suficiente, ella siempre quiere más.
Sé dónde vive Ramona, en cuanto llegue la ambulancia y puedan estabilizar a Sara, iré a su piso y
solucionaré esto a mi manera. Le mando un mensaje a Pepe dándole toda la información de lo que
está ocurriendo.
Suena el timbre poco después de que le mande el mensaje a Pepe, es la ambulancia. Vienen a
atender a Sara. Corro para abrirles y pronto están en el comedor atendiéndola, cortando la
hemorragia que yo he taponado con el trapo húmedo y pinchándole mil cosas.
—Se pondrá bien, pero ha perdido mucha sangre y tenemos que llevarla al hospital para atenderla
de urgencia. ¿Viene con nosotros en la ambulancia o prefiere ir en su coche?
—Iré más tarde, mi mujer ha sido agredida en casa, pero tenemos un bebé, debo ocuparme de él
antes de ir al hospital.
Veo que la suben a la camilla y se la llevan al hospital y yo me pongo a dar vueltas sin parar por
el piso, frotándome el pelo como si mis manos fueran una lija, atacado y con los nervios a flor de
piel.
Me siento en el sofá y entierro mi rostro en mis manos mientras lloro como un niño pequeño. Mi
chica, mi niño. ¿Por qué a mí? Maldigo el día en que conocí a la zorra de Ramona. Si no hubiese
tenido nada con ella, nada de esto hubiera pasado.
Pero de nada sirve lamentarse, eso no me va a devolver a mi hijo o la salud de Sara. Sigo
comiéndome la cabeza en un mar de lágrimas cuando alguien toca mi puerta y abro, es Pepe.
—Enséñame la foto.
Lo acompaño hasta la cocina y le enseño la foto. Veo que observa el charco de sangre que hay en
el suelo en silencio. Es la sangre que ha perdido Sara cuando la he encontrado al llegar a casa. Si
le pasa algo a alguno de los dos, yo…
—Vamos a por ella. Voy a llamar a un amigo mío, expolicía, y a esta se le van a acabar las ganas
de hacer el mal otra vez.
—Vale. Sé dónde vive. Cuando acabemos con ella y recuperemos a mi niño, quiero que Isidra
también pague. Ella tiene parte de culpa, no sé si de esto, pero sí de los sobres siniestros con las
fotos.
Vamos directos a casa de Ramona y nos encontramos a medio camino con el amigo de Pepe.
Parece una mezcla entre Rocky Balboa y Arnold Schwarzenegger. No llamamos a la puerta, la
tiramos abajo.
Lo primero que vemos es a Isidra con mi hijo en los brazos, haciéndole carantoñas y jugando con
él. Ramona está a su lado, con el teléfono en la mano, supongo que esperaba mi llamada, pero he
decidido responderle personalmente.
—No sabía que serías tan tonto de venir y encima con unos amigos. Puedo mandar a mi mejor
amiga a estrangular a tu hijo si alguno de los tres da un paso más.
Así que Isidra es su amiga. No sé cómo he sido tan tonto de dejar que me la colaran. Jugaron
conmigo las dos.
Seguramente sabrían que en algún momento Sara y yo necesitaríamos ayuda, así que una de ellas
se hizo pasar por niñera y se inventó una vida que nunca tuvo, solo para hacernos creer que era la
candidata perfecta, convencernos, entrar en nuestra casa y que el plan de Ramona pudiera llevarse
a cabo.
—Eres una zorra. Esta vez no vas a salirte con la tuya. Devuélveme a mi hijo o atente a las
consecuencias.
—¿Me estás amenazando? ¿Tú? No eres nada, solo eres algo si estás conmigo. Podemos ser una
familia: tú, el bebé y yo. Puedo darle mi apellido.
El amigo de Pepe, que ni siquiera sé cómo se llama habla entonces. Saca una pistola de la
cinturilla trasera del pantalón y la apunta mientras se aclara la garganta.
—Mira, Barbie de pueblo, no sé si sabes quién soy, aunque la verdad es que no me importa una
mierda, acabo de grabar todo lo ocurrido con el móvil, — y le señala cómo sobresale el móvil del
bolsillo de la camisa, a la altura del pecho — así que tienes dos opciones. O nos entregas al niño
y solo te detengo a ti y a tu amiguita por secuestro u os pego un tiro a cada una. ¿Qué preferís?
—No te creo. Lo del móvil es un bulo y la pistola no está cargada, solo la usas para amedrentar a
todo el mundo. ¿Me equivoco?
Veo que el expolicía se encoje de hombros, le quita el seguro al arma y dispara en la puerta a cada
una de las dos. Corro para coger a mi hijo al vuelo mientras ambas locas caen al suelo.
—Tranquilos, solo son somníferos para caballos. Anestesia de toda la vida, pero muy eficaz.
—Genial, no quiero cargar con dos muertes — dice Pepe, pero yo no los escucho, solo tengo ojos
para mi pequeño, que descansa en mis brazos tranquilo y casi sonriendo.
—Hola mi niño, ya estás con papá. Siento mucho no haber estado ahí cuando estas dos señoras
malas te han cogido, pero te prometo no volver a fallarte — le acaricio la nariz con el dedo y él lo
atrapa entre su pequeño puño. El tío cuadra ya que da gusto.
Pepe se encarga de llamar a la policía, y yo llamo al hospital para ver cómo sigue Sara. No me
dan ningún tipo de información, alegando que, como no soy su marido, podría ser cualquiera.
Estoy deseando verla y saber si está bien, pero si no estoy aquí cuando la policía llegue, no podré
explicar lo sucedido. Llamo a Vanessa para que se haga cargo del peque ahora que está a salvo.
Necesito que lo cuide mientras me encargo del tema policía y después voy al hospital con Sara.
Un par de agentes se presentan a la misma vez que Vanessa. Le doy al niño para que lo coja y les
explico lo ocurrido. Parece la trama de una película de esas que ponen de sobremesa en
Telecinco.
Vane, con el niño en los brazos, me mira boquiabierta y trata de calmar al pequeño, que está
llorando. Parece que tiene hambre. Vanessa le pide a los agentes, una vez que ellos examinan que
el bebé está bien, si puede llevárselo a casa para darle de comer. Ellos asienten.
Pepe les enseña las fotos, el expolicía el vídeo, yo le doy mi testimonio a los agentes. Todo queda
más o menos arreglado y ellas, aunque dormidas, arrestadas.
Me aseguran que irán a la cárcel, porque no solo han atentado contra la vida de Sara, pudiendo
matarla, y contra la de Álex, sino que ya tenían un delito anterior contra mí. Se les acumulan los
delitos al parecer.
Una vez todo acaba y sabiendo que mi bebé está a salvo, agradezco a Pepe y a su amigo todo lo
que han hecho por mí y me marcho corriendo al hospital. No aguanto un segundo más, necesito
saber cómo está Sara.
No dejo de pensar en ella desde que me la arrancaron los chicos de la ambulancia, la tengo
siempre en la cabeza. Es una parte de mí, de mi mundo, de mi corazón, de mi alma. Es mi vida
entera.
Cojo un taxi para llegar lo antes posible y entro por el ala de urgencias hasta llegar al mostrador.
Hay una mujer entrada en años que me sonríe con ternura. Saco mi tarjeta para que registre la
visita.
—Buenas tardes, soy Marcos López, mi mujer ha ingresado hace unas horas por un golpe fuerte en
la cabeza. Los chicos de la ambulancia me dijeron que preguntara aquí. Su nombre es Sara.
—Sara Fernández.
—Está en la primera planta, habitación 115.
—Perfecto, gracias.
Subo por las escaleras y entro en el cuarto de Sara. Está sola, no tiene a nadie como compañero
de habitación, cosa que agradezco, así estará más tranquila. Está dormida o al menos eso parece.
Me siento en uno de los sillones que hay pegados a su cama y le tomo la mano. Solo quiero que se
ponga bien, es lo único que deseo. No parece moverse mi parpadear, aunque aprieto ligeramente
su mano para que despierte.
Parece la bella durmiente tan bonita y dormida. Le doy un beso, a ver si como en el famoso filme,
abre los ojos y todo se arregla.
Acerco mis labios a los suyos y como si fuera una pluma, los acaricio despacio. Están algo secos
y eso no me gusta. Me separo resignado, esto no es un cuento infantil y yo no soy un príncipe azul,
verde o morado.
Veo cómo la puerta del cuarto se abre y aparece una chica con una bata blanca. Me separo de Sara
y me acerco a la doctora, que me mira algo seria.
—Ha sufrido un traumatismo a causa de un golpe en la cabeza. Le hemos inducido un coma para
evitar lesión cerebral grave, lo cierto es que unos milímetros más a la izquierda y la habríamos
perdido o hubiese sufrido lesiones irreparables. Hemos tenido suerte. ¿Qué ocurrió?
—Entraron en la casa y la golpearon para llevarse a nuestro bebé. Fue mi ex y la niñera,
trabajaban juntas. Ya están en manos de la policía.
—Parece de película.
—Desde luego.
—Vamos a esperar una semana y si vemos que la zona se desinflama y nos aseguramos de que
podemos despertarla sin que el cerebro sufra algún tipo de daño, estará de nuevo con nosotros.
Tengamos esperanza — asiento.
—Sí, no pienso perderla nunca. Y sé que va a luchar, por ella, por su hijo, por mí… Sara, por
favor, si puedes escucharme, vuelve, porque no puedo vivir sin ti.
Ha pasado ya casi un mes desde que Sara está en el hospital. Un mes en el que mi hermana me ha
estado ayudando con el pequeño, un mes en el que he venido todos los días a cuidar de mi bella
durmiente.
Hoy es un día como otro cualquiera. Estoy acariciando su mano mientras poso mi cabeza en su
regazo y es entonces cuando veo que sus manos se mueven mientras sus ojos se abren.
—¿Marcos?
CAPÍTULO 9: SARA (DÉCIMO MES)
No dejo de pensar en aquel momento, el que veo en bucle en esta oscuridad. He aprendido a
hablar conmigo misma, como las locas. Es la única manera que tengo de no volverme majara y
hundirme en la propia soledad. Surrealista, lo sé.
No sé cómo pasó, solo sé que fui a pasear al peque con Isidra y que recibió una llamada en medio
de nuestro caminar por el parque. Se separó unos instantes y yo aproveché para jugar con el
peque.
El chichón le había desaparecido ya y se portaba mejor, aunque desde que controlaba más el
andador, se había convertido en todo un Picasso. Tenía firmas de Álex por todas las paredes y a
mucha honra y disgusto a la vez.
Como siempre, me había dejado el móvil y había cogido el walkie talkie. No era la primera vez
que me confundía, así que no le había dado importancia, solo esperaba que Marcos no me llamara
y se preocupara a lo tonto.
Volvimos a casa poco después, el sol pegaba demasiado fuerte para el pequeñín. Lo senté en la
trona para darle un trocito de plátano, que se los pimpla que da gusto. Parece un mono, entre el
pelo y los plátanos…
La cuestión es que cuando me di cuenta, Isidra, que pensé que estaba haciéndole la cuna a Álex, se
acercó por la espalda y me dio un golpe con una de las figuras del comedor. Caí en redondo y
justo cuando caía la vi, mientras se me nublaba la vista.
No dejo de repetir ese día en mi cabeza, como si acaso el hecho de repetirlo me permitiera
acabarlo de una manera distinta, de evitarlo o yo qué sé. Solo sé que cuando la pille le voy a
arrancar uno a uno los pelos, y no me refiero los de la cabeza, va a ver lo que es sufrir.
Quiero despertar, sobre todo porque estoy deseando darle una paliza a esa zorra. Lo intento, de
veras que lo intento, pero el cuerpo no me responde, además todo me va vueltas. Necesito a mi
niño, ¿estará bien? Estoy muy preocupada, pero no puedo moverme para ir a buscarlo o cogerlo
entre mis brazos. Besarlo, cuidarlo, amarlo.
Escucho el grito de Marcos una y otra vez, pero no puedo hacer nada. Siento sus manos sobre mi
cuerpo, aferrándose a mí, no dejando que caiga, pero no consigo escalar, poder trepar hasta la
consciencia.
Me duele tanto la cabeza que creo que voy a explotar, pero no lo hago, solo me mantengo aquí
sola, en medio de la oscuridad, esperando a que mi cuerpo reaccione y puedo a volver a ser yo tal
y como quiero.
Estoy empezando a hablar conmigo misma, sobre todo desde que escucho cómo me habla Marcos,
cómo toma mi mano, cómo me besa, cómo me suplica que vuelva. Lo escucho todo, lo siento
todo…
Y entonces ocurre, escucho un clic muy doloroso, como si miles de agujas me arañaran las
entrañas antes de que todo quede en paz, excepto el leve pitido que escucho en mi cabeza. Abro
los ojos y lo veo, al amor de mi vida. ¿Será un sueño o por fin he despertado?
—¿Marcos?
—¿Sara?
Se me tira prácticamente encima, besándome sin parar todo el rostro, el pelo, los labios, el cuello,
mientras jadea, preso de la emoción y a la vez de la ansiedad. Lo amo tanto que me duele y no
quiero siquiera pensar separarme de él nunca, pase lo que pase. Hablando eso.
—Y yo a ti mi príncipe. ¿Dónde está mi niño? — digo nerviosa. —¿Qué pasó? Estoy algo confusa,
recuerdo cosas, pero nada responde a mi pregunta principal: ¿por qué?
—Uf, menos mal. Lo único que recuerdo es que fuimos al parque con Isidra, como siempre me
dejé el móvil. Bueno, es que lo confundí con el walkie talkie del peque. Cuando volvimos, estaba
en la cocina, e Isidra me golpeó por detrás en la cabeza.
—Siento no haber estado ahí contigo Sara, de verdad que lo siento. Al menos, espero que te
consuele que ambas van a pasar un buen tiempo en la cárcel.
—¿Ambas? No entiendo.
—Te explico. No te dije nada, pero estaba recibiendo en el despacho algunos sobres con fotos
nuestras con el peque, con las fechas y el tiempo que tenía nuestro hijo en cada foto. No quería
preocuparte, así que nos ocupamos Pepe y yo.
—Espera, que no ha hecho más que empezar. Resulta ser que Isidra no llegó a nuestras vidas por
casualidad. Movieron todos los hilos posibles para que fuera un caramelito y que así la
contratáramos. Ella y Ramona son amigas y lo han montado todo juntas.
—Menuda zorra. Me la encontré en la autopista, bueno, ella fue quien me dio por detrás. No te lo
dije para que no se liara la marimorena. La cuestión es que me amenazó, pero no le di
importancia.
—Ya hablaremos de eso. Tienes suerte de estar convaleciente, o te iba a caer una buena bronca,
señorita.
—Bueno, pues lo que te comentaba. Entre las dos se colaron en nuestra casa, supongo que Ramona
le comió la cabeza a la otra para que la ayudara. Yo estaba muy preocupado porque no te
localizaba y después de la llegada de las fotos en diferentes etapas, días y sobres, prefería saber
dónde estabas, no por obsesión, sino por protección.
—Entiendo.
—Pepe recordó que siempre llevas la pulsera esa de deporte y por ahí te localizamos, a lo
profesionales del espionaje. Pero cuando llegué a casa, era demasiado tarde. Te encontré en el
suelo, en un charco de sangre. Álex no estaba y yo me sentía impotente. No sabía qué hacer.
Estaba perdido. Llamé a la ambulancia y vinieron a por ti, pero yo no podía acompañarte, tenía
que ir a por Álex.
—No te preocupes, está bien. Vi una foto en la nevera y en la parte trasera había unas
indicaciones, bueno, un chantaje.
—Joder.
—La cuestión es que recibí chantajes por parte de Ramona, pero no pensaba acceder. Me pedían
una gran cuantía de dinero por recuperarlo, dinero que no tenemos. Pensé que esto jamás llegaría
tan lejos, de verdad. Pepe llamó a un amigo expolicía, porque si llamábamos a la policía matarían
a Álex.
—Hijas de puta.
Marcos me besa, dejándome sin respiración. Trato de colocarme la mascarilla de oxígeno cuando
termina. Me falta el aire y me siento muy cansada. Si es que es demasiada información en muy
poco tiempo para que mi cerebro la procese sin estallar.
—Claro, lo tiene mi hermana en casa estos días que has estado en el hospital. Que sepas que ahora
ya toma papillas de cereales, de frutas, de galletas, todo en polvo, obvio.
—Me alegro de que lo haga. Creo que voy a intentar que deje el pecho. Me sacaré la leche para
que la tome en un biberón. Es un mini Edward Cullen y a este paso, mis tetas van a sacar chorros
por todos lados porque serán un colador.
Dentro de lo malo me siento bien, me duele bastante la cabeza, no nos vamos a engañar, pero
prefiero estar en mi casa, con mi niño y con Marcos, así dejaré de cargar a todos los demás,
incluida a mi cuñada, que a saber cuánto tiempo lleva cuidando al peque. Y hablando de eso,
¿cuánto tiempo he estado en el hospital sin saberlo? ¿Dos días?
—Parece que hoy has madrugado — me dice una mujer con bata blanca. Me imagino que será la
doctora u otra enfermera.
—Para eso he venido, para resolver tus dudas. Llevas casi un mes en coma inducido. Tenías el
cerebro muy inflamado y por eso tuvimos que provocarlo o de lo contrario era muy probable que
te hubiese afectado de manera irreversible. Unos milímetros más a la izquierda y seguramente no
estaríamos teniendo esta conversación.
—Ajam…
—Pues te voy a hacer un escáner. Si veo que está todo bien, puedes volver a casa siempre que te
comprometas a tomarte las cosas con calma. Te haremos un control semanal para ver que todo
sigue bien.
Tras las interminables pruebas, que parecen no acabar nunca, me llevan de nuevo a la habitación,
donde me espera Marcos con el pequeño, mi cuñada y Candela.
Yo no tengo ojos más que para Álex. Extiendo mis brazos para que Marcos me lo entregue y
cuando lo tengo me lo como a besos mientras él, para no perder la costumbre ni la esencia, me
araña toda la cara mientras le hago pedorretas en la barriga.
Está mucho más gordito, parece que las papillas de Vanessa surten efecto. Bueno, nunca ha sido un
niño delgado, pero ahora parece una bolita peluda, como el gremlin bueno, que ahora no recuerdo
su nombre.
La puerta se abre entonces cuando le doy a Álex a Candela para que lo coja y veo que entran mis
padres. Increíble. Hace casi tres años que no pisan España. La realidad es que me molestó que ni
siquiera vinieran a conocer a su nieto.
—Ni hecho a propósito. Marcos nos dijo lo ocurrido y nos ha pagado el billete par que vengamos
a verte. Mi niña, ¿cómo estás?
—Podría estar mejor — respondo seca. Todos saben por qué reacciono así, porque me miran
compadeciéndose de mí.
—¿Y hace falta que estén a punto de matarme para que vengáis a verme? Ni siquiera vinisteis
cuando nació Álex.
—Chicas, deberíamos salir un poco, creo que Sara necesita hablar a solas con su familia — dice
Marcos a Candela y Vanessa.
Los cuatro salen por la puerta, el peque en brazos de la que le gusta que le den candela. Cierran la
puerta cuando salen y yo me quedo a solas con mis padres. Mi padre me mira con algo de
reproche y mi madre con ojos interrogativos.
—No vuelvas a dejarnos nunca más en ridículo delante de nadie, Sara — me suelta mi padre. Qué
poca vergüenza.
—Ese chico te hizo mucho daño, te vi llorando a moco tendido en mis brazos y no lo perdonaré
nunca ni te perdonaré a ti por volver a lo mismo — me contesta mi madre.
—Ya sabéis lo que pasó, pero se arregló. Me apoyaste mamá, es más, te pareció maravilloso
cuando volví con él. No sé a qué viene ese cambio repentino. Además, te recuerdo que gracias a
él estáis aquí, tan malo no será.
—¿Tú te estás oyendo? ¿Te han sorbido el cerebro en Londres o qué? ¿Desde cuándo eres tú tan
puritana?
—¿Sabéis qué? Sinceramente no sé por qué habéis venido. No tengo yo la cabeza para estas
tonterías. Necesito descansar. Os agradezco que por fin hayáis movido el culo para venir a ver a
vuestra hija y, quizá, también a vuestro nieto. Solo siento que Marcos haya malgastado un dinero
que nos hace tanta falta. La verdad es que necesito descansar, así que, si me permitís…
Veo cómo se marchan dando un sonoro portazo. Me vuelvo un mar de lágrimas. No sabía cómo me
lo tomaría el día que volviera a verlos, pero no puedo perdonar que no vinieran a conocer a mi
hijo, eso me ha dolido más de lo que jamás nadie pueda comprender.
Nunca me han preguntado por él, por eso al final nuestras llamadas eran de monosílabos o a veces
ni les contestaba, aunque veía que me llamaban. No se han acordado de mis cumpleaños, de los
cumplemeses de mi niño, de felicitarme cuando les dije que estaba prometida, embarazada, que
era modelo, etc.
No dejo de ser hija y ellos mis padres, pero desde hace tiempo la relación no es la misma y no
puedo ni quiero hacer nada hoy por hoy para arreglarlo.
Me sorprende que, sabiendo que estaba en el hospital, que podía haber muerto, que secuestraron a
mi hijo, porque según me han comentado, Marcos les ha explicado todo, no hayan podido o
querido hacer nada por venir a verme hasta que Marcos les ha pagado el billete.
Si yo estuviera en Londres y me enterara de que mi hijo está en coma en el hospital, por muy poco
dinero que tuviera, vendería hasta un riñón si hiciera falta por volar a su lado en ese momento.
En fin, supongo que este es solo mi pensamiento y que puede que esté equivocada, pero supongo
que cada uno tiene que ser consecuente con sus decisiones.
No quiero darles más vueltas. No sé si tienen billetes de vuelta y en ese momento no me importa.
Me duele demasiado la cabeza y solo quiero que me den algo para mitigarlo.
No me dejan volver a casa hasta mañana. Parece que el cerebro está todavía algo inflamado y
volver sin tenerme controlada, puede provocar una recaída. No me quejo, no quiero ponerme peor,
prefiero esperar y estar bien para poder cuidar de mi niño.
No he vuelto a saber nada de mis padres. Marcos me ha dicho que se han marchado. Le han
exigido que les pague el viaje de vuelta, ya que, según ellos, han venido para nada. Marcos no les
ha dado el gusto y, además, parece haberse enfrentado a ellos según me ha comentado Vanessa de
manera extraoficial.
Parece ser que les cantó las cuarenta, aunque eso a mis padres les resbala bastante, pero bueno, la
intención es lo que cuenta.
No sé si algún día la relación podrá volver a ser como antes, pero a día de hoy no veo un buen
final y no entiendo que yo, sin haber hecho nada malo, me merezca lo que están haciendo conmigo
y con mi nueva familia.
Por fin buenas noticias. Acaba de llegar mi doctora, Alma, y me ha comentado que todo está bien
y ya puedo volver a casa con mi niño siempre y cuando me lo tome con calma. Asiento como si
fuera una niña buena.
Si pudiera, me pondría a bailar a lo Paquito el Chocolatero, pero está un poco complicado, más
que nada porque entre la vía, la máscara de oxígeno y no sé cuántos cables más, pues como que va
a ser que no.
Marcos me viene a recoger y juntos volvemos a casa. Necesitaba volver, me sentía fuera de lugar
en ese cubículo gris sin más compañía que las enfermeras que venían a cambiarme el gotero o las
visitas que me visitaban.
Cuando entro, todo me parece extraño, no puedo evitar desviar la mirada hacia la cocina, que es
el último sitio donde estuve antes de despertar en el hospital. Camino inconscientemente hasta esta
y encuentro a Candela dentro dándole un biberón a Álex.
—Marcos nos ha dicho que te habían dado el alta y he supuesto que te haría ilusión que cuando
llegaras estuviera aquí tu niño.
Abrazo a Candela antes de coger al pequeño y sentarme en el sofá para acabar de darle yo el
biberón. Él, como muchas veces ya, me coge de un mechón de pelo. Lo hace siempre que come,
me imagino que lo relaja.
Después de desgastar a mi niño de tanto darle besos y sobrarlo, lo subo al andador para que se
divierta paseando por el piso. Cada vez está más suelto y me temo que dentro de poco ya salga
corriendo.
Candela y Marcos se sientan a mi lado y me preguntan cómo me encuentro. No estoy fina del todo,
para qué nos vamos a engañar, pero tampoco quiero dar pena, así que les digo que estoy bien,
sobre todo para que no me manden a la cama, que estoy harta de dormir.
Marcos tiene que ir a la empresa, ha pasado algo con una de las modelos y se está liando con el
cliente. Le insto a que se marche y Candela promete quedarse conmigo para ayudarme, sobre todo
con el peque.
—Podría estar mejor. No estoy del todo bien y la cabeza me da vueltas y me duele, pero no le
digas nada a Marcos. No quiero preocuparlo y, además, tenía muchas ganas de volver a casa. En
el hospital me aburro, la comida está asquerosa y llevo esas batas de papel con las que se me ve
el culo.
—Supongo que te lo habrá dicho la doctora, pero te lo repito yo. Poco a poco. Si me necesitas,
puedo cerrar antes la panadería para ayudarte.
—Te lo agradezco mucho y que hayas ayudado tanto a Marcos en mi ausencia, a riesgo de tener
que cerrar la panadería.
—Ya sabes lo que hay que hacer cuando eso ocurra, ¿no?
Asiento y no digo más. Sonrío y la abrazo, porque es la mejor, como una madre, y la he echado
mucho de menos. Es la verdad, ella ha estado allí cuando más la necesitaba. No puedo decir lo
mismo de otras…
—Me vas a tener que volver a contratar para que te pague de alguna manera todo lo que has hecho
por mí. Trabajar gratis, vamos.
—Anda tonta. Bueno, te puedes pasar de vez en cuando para hacernos era bollería que me vuelve
loca o tus famosos cafés.
Álex sigue corriendo con su andador por todo el comedor mientras le vamos echando un ojo.
Tenemos los Simpson puestos en la televisión porque lo deja embobado y así no comete ninguna
travesura.
Estamos tranquilas porque todo está forrado con plástico de burbuja y es imposible que se haga
daño. Pero nunca se sabe con él, que desde que nació, nos ha dado más de un quebradero de
cabeza.
Me giro para ver qué está haciendo y veo que tiene algo en la nariz. Lo cojo en brazos, sacándolos
de la silla, y me siento con él en el sofá. Lo coloco boca arriba para ver qué tiene y me quedo
helada.
—Candela, necesito que me traigas las pinzas de depilar que tengo en el neceser del lavabo.
—¿Qué ocurre?
—Joder con el bollito, ha mutado a bichito en un abrir y cerrar de ojos, no me he dado ni cuenta
— me dice mientras camina hacia mi baño.
Me trae las pinzas y le señalo a Candela el televisor. Es el capítulo en el que Homer Simpson se
mete uno de ellos por la nariz, pero lo mete con tanta fuerza que se le clava en el cerebro. Suerte
que Álex no ha ido tan lejos, si no habría que correr al hospital.
Me da las pinzas y ella le agarra la cabeza, cosa que no le gusta y se pone a llorar. Yo le meto las
pinzas en la nariz y empiezo a sacarle el pedazo de color.
—Se ha iniciado la operación de la doctora Sara — miro a Candela por su comentario y sonrío
mientras vuelvo a concentrarme.
Saco el color y Cande lo tira a la basura para que no se le ocurra volver a metérselo en la nariz y,
tras calmarlo, lo dejo en mi regazo, más que nada por si la vuelve a liar.
No tarda mucho tiempo en llegar Marcos y Candela se levanta para marcharse, abrazándonos a
ambos y besando la frente del bollito rebelde antes de salir por la puerta rumbo a la panadería o a
su casa.
Y, como recuento general, podemos decir que he dejado de ser una bella durmiente, mis padres me
han demostrado que no puedo contar con ellos desde hace bastante tiempo, mi hijo esnifa ceras
para pintar y Maruja va a parir un pedo, porque otra cosa…
CAPÍTULO 10: MARCOS (DOCE MES)
Hoy es el primer cumpleaños de Álex. Sara está mucho mejor después de lo sucedido, tras dos
meses de rehabilitación y de estar en casa, saliendo del aburrido hospital donde había
permanecido un mes.
Hemos decidido hacer una pequeña fiesta para celebrar un día tan especial, invitando a los amigos
más cercanos, como pueden ser mi hermana, Candela y Óscar, Maruja y Carmelo, algunas
amistades de Sara, que ya tienen niños pequeños y amigos míos, sobre todo del trabajo, incluido
Pepe, por supuesto.
Aunque ha querido permanecer en un segundo plano para no molestar, siempre ha estado ahí
cuando lo he necesitado, nunca me ha fallado, y le estaré tremendamente agradecido.
Ya van llegando todos. Sara le ha montado en nuestro piso una fiesta a Álex que ni las de la MTv.
Solo falta aquí la tele para grabarla y salir directamente en The Kiss como la fiesta del año.
Los primeros en llegar han sido mi hermana con bolsas de ropa para nuestro hijo. Se habrá dejado
una fortuna, y mira que le dijimos que teníamos ropa para parar un tren. Ahora podremos parar
dos.
Después han llegado Candela con su hijo y Óscar con la suya. La situación es un poco incómoda,
ya que mi hermana y el hijo de Candela lo dejaron hace unos meses y no creo que ayude.
Aun así, creo que se están comportando de manera civilizada, sobre todo porque todavía no se han
tirado nada de mi comedor a la cabeza.
La hija de Óscar está hecha una mujercita, corre hacia Álex para darle un abrazo, sin apretar
mucho y darle besos tiernos en la mejilla. Está prendada de nuestro bebé, si es que con esa sonrisa
que desprende nos compra a todos.
Ha llegado Pepe juntamente con un par de parejas, amigas de Sara, con sus respectivos niños.
Ahora mismo, hay más carros en el salón que en una carrera de Fórmula 1. Los aparco como
puedo, que aquí no hay pole position, y me vuelvo a la cocina a ayudar a Sara, que está
preparando el picoteo para sacarlo ya.
Se la ve nerviosa, pero serena a la vez. Esa es mi chica. Empiezo a sacar las cosas y ponerlas
sobre la mesa, juntamente con las bebidas, para que entre charla y charla llenen el estómago.
Dicen que donde hay comida hay felicidad. Pues ellos van a salir de aquí con un máster en
“felichitá”.
Los niños pequeños que ya caminan solos se dedican a pintar las paredes mientras sus padres
charlan animados olvidándose un poco de ellos, pero Sara y yo ya hemos pensado en eso, sobre
todo teniendo a nuestro pequeño trasto, y de la mitad para debajo de la pared, lo hemos forrado
todo con papel, para poder arrancarlo y reemplazarlo en cualquier momento.
Nos dedicamos a charlar y a comer y beber. Todo el mundo se lo está pasando bien, menos el
friki, que no se integra y está sentado en un rincón jugando con el móvil a vete a saber qué.
Sara saca las fotos del pequeño. Esto es típico de todas las celebraciones. Siempre hay alguien
que enseña el book de su hijo y al final se convierte en una cadena y vemos la vida de todos los
niños a lo largo de tres horas.
Los pequeños juegan en una especie de piscina de bolas que les hemos preparado, con globos,
pelotas y cosas inofensivas. No queremos brechas ni dientes rotos, gracias. Reconozco que Sara
se lo ha montado genial.
Ya solo faltan dos meses y apenas me ha dejado participar en la organización de la misma, aunque
a fin de cuentas a mí ya me va bien. Ella dice que me ocupe de la empresa, que ya se ocupará ella
de organizarlo todo.
No estoy para nada preocupado. Ya tengo el traje, me lo compré hace un par de meses
aproximadamente. Parezco un pingüino, pero espero que a ella le guste. Está hecho a medida y,
por lo que ha costado, ya puede ser bueno.
Como se me raje a la altura del trasero en medio de la boda cuando me agache para arrancarle la
liga con los dientes los denuncio por estafa. Después de lo que pasó con Ramona, ya no me fio ni
de mi sombra.
Sobre Ramona, no hemos vuelto a saber nada de ella, por suerte, ni de Isidra. Me ha comentado
Pepe que siguen entre rejas y lo agradezco, me quedo mucho más tranquilo sabiéndolo.
Pepe se me acerca entonces, como si me leyera la mente y supiera que estoy pensando en él y con
una sonrisa pícara en la cara me susurra al oído.
—Tío, hay aquí cada culito que perforar… Estoy necesitado y la verdad es que hay mucho pibón
aquí. No sé si podré resistirme.
—Vaaaaaaale.
Maruja y Carmelo llegan entonces a la fiesta. No sabía que Sara los había invitado, sobre todo
porque por edad, quizá no se sentían tan integrados en la celebración. Sara me comenta casi
susurrando que se lo oyó decir a Candela cuando hablaba por teléfono con Óscar y se ha
autoinvitado. No le voy a decir que no.
—Vaya tela…
El alcohol empieza a correr y los chupitos se suceden reforzados con magdalenas para que no
suba tanto. No podemos fliparnos mucho, que a ver quién vuelve luego a casa, sobre todo los que
tienen pequeñines.
Cuando la gente ya se va despidiendo, sobre todo por el hecho de que la comida ya empieza a
escasear y las termitas no tienen casi nada para llevarse a la boca, empieza el show de verdad.
Maruja, que está sentada junto con Carmelo, empieza a suspirar y llamar la atención de los que
quedan en la casa. Óscar se ha ido a llevar a su hija con la madre y los amigos ya se han
marchado. Hasta Pepe lo ha hecho.
Y entonces ocurre. Maruja se levanta y empieza a hacer sus necesidades sobre la alfombra de
nuestro salón mientras hace pucheros y yo la miro sin saber realmente qué es lo que sucede.
La tumban en el sofá, todo muy surrealista. Candela me da las llaves de la panadería y me pide
que traiga un muñeco de esos parecidos a los nenucos, pero más realistas, que tiene en su
despacho y lo traiga.
Voy en busca del bicho ese de plástico y aprovecho para comerme algún que otro cruasán con
nada. Apenas he podido comer nada en el cumpleaños del pequeño, porque las termitas lo han
devorado todo.
Parecían el burro de Shrek metiendo el hocico en cada uno de los platos. Daba hasta apuro
después meter la mano en busca de llevarte a la boca los restos que habían dejado los demás.
Cojo el muñeco de Candela una vez he accedido a su despacho tras subir la persiana del
establecimiento y entrar con la llave. Ahora, con esa cosa en las manos, hago lo mismo, pero a la
inversa.
Cierro la puerta del despacho, me como un donut, pero del de bollería, no el de la canción, eh, y
cierro con llave antes de bajar la persiana y poner el candado, que no quiero que mañana por la
mañana se lleve una sorpresita Candela.
Vuelvo lo más rápido que puedo a mi casa, donde seguro que se tiene que estar liando parda con
el falso parto que va a traer como consecuencia una anciana con un trastorno y un niño de plástico
al que cuidar y alimentar. De locos.
No tardo mucho en llegar y, a riesgo de volver a vivir lo mismo, subo en el ascensor, donde me
encuentro nuevamente con mi vecina, la cagona. Siento un dejavú en este preciso instante, pero
decido hacerme el loco.
—Espero que no se nos estropee el ascensor hoy, que con la mala pata que tenemos cuando tú y yo
nos juntamos en él, niño.
Se le escapa una flatulencia, más conocida como pedo y yo hago como que miro para otro lado,
pero cuando la veo de nuevo con su líquido de los infiernos, su fragancia antiolores culeros, le
cojo el frasco de Varón Dandy, que ya quería rociar por doquier y se lo confisco.
—Me niego a oler de nuevo esta colonia infernal, prefiero oler su pedo.
—Deje de comer de una vez fabada Naty, que después somos los demás los que tenemos que
asumir las consecuencias.
—Es que es mi debilidad, está tan buena… Me recuerda a mi madre.
—Si quiere recuerdos, mire fotografías, que es que al final me va a matar por intoxicación aérea.
La anciana se empieza a reír y sale con su carrito de la compra cuando las del ascensor se abren,
dándome un poco de tregua y una bocanada de aire. Bendito aire. Yo bajo en la planta de arriba y
entro en mi casa.
El panorama que me encuentro es del todo surrealista. Sara está poniendo un trapo húmedo en la
frente de Maruja mientras Candela intenta calmarla, ya que parece asustada por el no nacimiento,
y mi hermana sostiene a mi hijo entre sus brazos.
Candela me hace señas para que deje disimuladamente el muñeco en una zona cercana donde
pueda cogerlo sin que Maruja se dé cuenta y cuando lo hago, invito a Carmelo a que me acompañe
con su tacataca al balcón.
—Eso son cosas de mujeres Carmelo, usted véngase con los hombres — le digo intentando pensar
con la mentalidad de un hombre de su edad, machista de cabo a rabo.
Y no porque lo diga yo, ojo, yo no voy catalogando a la gente de machista a lo loco. Sara me
comentó que las veces que coincidió con Carmelo en la panadería, aunque era buena gente, aunque
un poco borde, supuraba machismo por cada poro.
Por eso he decidido tomar esa vía. Es mejor que no viva ese momento en el que engañen a su
pareja y posiblemente se la lleven a hacer terapia a un centro especializado.
Creo que, con esa demencia que ya empieza a despuntar y a sabiendas de que Maruja no está en
sus cabales para poderse hacer cargo de él en estos momentos, lo mejor es poder meterlo en una
residencia del estado, porque otra solución a día de hoy yo no la veo.
—Cuando yo tenía tu edad, fui a luchar a la guerra. Apenas teníamos para comer y no veíamos a
nuestras mujeres más que una vez cada tantos meses. A veces nos frotábamos los unos a los otros.
Las fotografías o dibujos de las mujeres desnudas volaban de manos entre nosotros y así
consolábamos a nuestra mazorca, que estaba deseando explotar para hacer saltar miles de
palomitas — por el amor del cielo.
La cosa había empezado bien. Es un clásico que los ancianos empiecen conversaciones como: en
tiempos de guerra, yo…blablablá, pero no me esperaba para nada el tema pajas, el símil de la
mazorca y las palomitas, mismo color que…, dejémoslo ahí y los frotamientos entre ellos. Por
dios, necesito que me laven el cerebro urgentemente.
—Vaya — es lo único que se me ocurre decir para que sepa que lo estoy escuchando.
—¿Un huevo?
—Déjelo.
—¿Quieres verlo? — veo que se baja la cremallera y se intenta deshacer del cinturón del
pantalón.
—No, muchas gracias, pero no es necesario — se vuelve a tapar. Si llego a ver eso, ni echándome
lejía en los ojos sería suficiente. No podría volver a dormir después de eso. ¡Qué trauma, por
amor de dios!
Cuando Maruja deja de gritar como una energúmena y mi hermana, que es un poco cabronceta,
hace el sonido a lo cutre de un lloro de bebé, Candela le da el muñeco de plástico a Maruja para
que se piense que es su hijo. Surrealista.
Esto va a acabar con mi cordura. Me veo en breve, como esto siga así, encerrado en su
psiquiátrico con una camisa de fuerza a lo Hannibal Lecter. Y me gusta mucho la carne, ahí lo
dejo, aunque la humana como que no.
Mi hermana se ofrece a llegar a Carmelo y a Maruja a casa, ahora que todo ha pasado y la cosa
está más calmada.
Obviamente no le duele nada, ni tiene que pasar la cuarentena y se puede levantar y dar saltos. Ya
le hubiese encantado a Sara estar así al minuto cuando tuvo a nuestro niño. Creo que ella está
pensando lo mismo a juzgar por su cara.
Cojo en brazos a Álex y le doy el biberón antes de llevarlo a dormir. Ya es tarde y todavía es
pequeño para trasnochar. Tiene un año, por el amor del cielo. No está como para acostarse como
si viniera después de un botellón o de discoteca.
Aprovecho, cuando consigo dormirlo con el ambientador milagroso de Isidra, que es lo único
bueno que hizo, para recoger todo lo de la fiesta.
Cuando las encarcelaron, hice analizar el ambientador, por si era algún tipo de gas somnífero y
perjudicaba a mi niño. Por suerte, no había nada malo. Con esas dos, como para fiarse…
Me dedico a abrir y mirar los regalos que le han traído a Álex. Sé que en algún momento mientras
zampaban como cerdos, el peque ha abierto los regalos con su madre, pero mi mente estaba
desconectada.
No sé dónde vamos a meter tanta ropa, tanto juguete, tanto peluche, tanto de todo. Voy a tener que
alquilar un almacén a lo Blue Space solo para los regalos de cumpleaños del niño.
Lo dejo todo como puedo en su habitación apilado. Mañana con más calma lo ordenaremos todo.
Guardaremos la ropa en el armario, donaremos muñecos y juegos viejos para que entren los
nuevos e intentaremos tener una casa ordenada y no manga por hombro, que es como está ahora.
Vuelvo al salón y me encuentro a Sara limpiando la alfombra meada por Maruja. Ya se han ido
todos. Mi chica me cuenta todo lo ocurrido, parece: radio patio informa.
Parece que Candela se la ha llevado a su casa por esta noche, pero mañana la llevará al hospital
con alguna excusa para que la psicóloga del centro le haga un informe y la puedan ingresar en
algún sitio para ayudarla a que se ponga mejor.
—Y yo, Marcos. Creo que vamos a ser una familia muy feliz.
—Oye, qué te parece si nos vamos mañana a tu discoteca a recordar viejos tiempos. Te puedo dar
mis bragas, aunque ahora ya no son de jovencita sexy, sino de mami anti-morbo.
—Bueno, también puedes ir sin ellas.
—También.
Dicho y hecho. Vanessa se ofrece para quedarse con el peque y Sara, con unos tapones de cera
disimulados para el sonido de la música y la vibración en la discoteca, se prepara para darlo todo
en la pista de baile. Se lo ha recomendado su doctora.
Me pongo una camisa blanca con unos pantalones tejanos y una americana. La corbata se queda en
casa, y me abro un par de botones para mostrar algo más de carne, o lo que Sara llama; mi pecho
palomo, aunque de pelos nanay, que me los quito.
Vamos a la discoteca. Lo cierto es que la he vendido, aunque Sara no lo sabe. Lo he hecho porque
me ofrecieron una cuantía de dinero irrechazable; cinco millones de euros. Llevo con ella siete
años y nunca me ha dado ese rendimiento.
Quiero darle la vida que quiere, sin preocupaciones por el dinero y sobre todo, sin tener la
necesidad de trabajar bajo presión, sobre todo ahora que tenemos al pequeño.
Supongo que al principio se enfadará, porque no le he explicado nada, pero es una sorpresa y, una
parte de ese dinero quiero gastarlo con ella en una luna de miel de lujo, donde los tres nos
vayamos a recorrer un poco el mundo.
Quiero que vivan todas las experiencias posibles, que puedan ver todo lo que deseen y hacerlos
felices. Me imagino que esto es un buen principio para hacerlo, sobre todo porque Sara quiere que
el bichillo se venga con nosotros a nuestra luna de miel.
No se fía de separarse de él, sobre todo después de lo que pasó y la entiendo y apoyo, aunque
también me hubiese gustado pasar tiempo a solas con ella. Me imagino que podré convencerla
para que, al menos, una semana pueda pasarla a solas con Sara.
La discoteca al fin y al cabo fue un capricho que tuve con cuando era joven. Hice una inversión y
me imagino que pisé una mierda, pero que me salió redonda. Pero las cosas evolucionan y las
personas crecen.
Ahora tengo otras responsabilidades, tengo una agencia, una pareja, un hijo, los problemas con mi
ex y su amiga solucionados, creo que es la hora de dar un paso más en mi vida.
Mi intención es contárselo hoy a Sara. Yo prometí encargarme del viaje post boda y lo tengo más
que atado. Va a vivir un sueño, ya me he encargado de ello.
Quizá sea un buen momento en la discoteca mientras lleva esos tapones especiales para que el
ruido no le dé jaqueca, que después de lo ocurrido le ha dicho la doctora que puede ser una
verdadera tortura.
Entramos en la discoteca y nos vamos directamente a la zona vip. Aunque ya no sea el dueño, sigo
teniendo algún que otro privilegio, como la zona vip y las copas gratis. Saludo al nuevo dueño y le
guiño el ojo.
Es un magnate italiano que se limpia el culo con billetes de quinientos, pero no me da envidia. No
es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita. Toma ya reflexión a lo Gandhi.
Pedimos una botella de cava Bach, porque sé que a Sara le encanta, y brindamos por nosotros.
Ella me sonríe y veo amor puro en sus ojos, me imagino que lo mismo deben reflejar los míos.
Es la mujer de mi vida y estoy tan enamorado que plantearme a día de hoy una vida sin ella es
inviable. No es que sea la madre de mi hijo, sino que es el aire que necesito para respirar cada
día.
—Te amo Sara, desde el día en que te conocí.
—Y yo vida mía — la beso con amor, pasión, deseo, ternura. Todo metido en una coctelera y
unido creando algo nuevo.
—Yo también.
—Tú primero.
—No llevo bragas, lo digo por si quieres pedirme que te las entregue — me río con ganas
negando con la cabeza.
—Tampoco llevo — me guiña el ojo y ríe como si fuera una quinceañera. — ¿Qué querías
decirme?
Bueno, llegó la hora de la verdad, pensé que no lo había oído bien o se le había olvidado, pero
veo que no es así. Allá va.
—Fue un capricho de juventud, pero ya he crecido, ahora tengo una familia, quiero pasar más
tiempo con ella y no preocuparme de este antro que pierde más dinero que me hace ganar.
—Más que seguro, es más, la tomé ya hace cuatro meses y ahora pertenece a un millonario
italiano.
—Han pasado muchas cosas nena, has estado en coma y la verdad es que quería darte una
sorpresa.
—¡Joder!
—Así que no te preocupes por nada, ya te dije que no dejaría que nunca os faltara de nada y
pienso cumplirlo hasta las últimas consecuencias.
Nos besamos con pasión y me toma de la mano para llevarme a la pista de baile tras dejar las
copas en la zona vip. Me deja en medio de la pista y va al Dj, que ya conoce por el tema de bragas
en la barra, para que ponga nuestra canción, porque empieza a sonar cuando se da la vuelta para
volver a mi posición.
La tomo de la cintura y bailamos como solo nosotros dos sabemos hacerlo. Acaricio sus caderas y
pego su trasero a mi entrepierna para que sepa cuánto me gusta. Cuando la giro para besar sus
labios, lo veo.
A la altura de sus pechos, en la zona de sus pezones, hay dos círculos que se le marcan en el
vestido. Está mojado y me imagino que, al no ponerse sujetador, le ha salido la leche, aunque ella
ya creía que se le había retirado porque apenas le da a Álex.
Se mira los pechos, pues sigue mi mirada, y se cubre como puede con las manos al ver lo que yo
veo. Le doy mi americana para que se cubra y me pide que la espere, que va al baño a secarse.
Asiento y mientras ella va hacia el baño, yo me quedo en nuestro reservado, tomando copas de
cava para refrescarme, que me ha entrado un calentón…
Poco después vuelve con mi americana puesta y con una cara de cabreo de tres pares de narices.
Se sienta a mi lado y de un trago se bebe todo el contenido de la copa. La miro sin entender y la
tomo de la mano antes de preguntarle.
—¿Quién?
—Ese de allí — me señala hacia la barra, justo al italiano que me ha comprado el local.
—Es el que me ha comprado la discoteca, pero no voy a permitir que moleste a mi mujer — me
levanto y estoy dispuesto a partirle la cara.
—Y una mierda, ese se va a enterar de lo que vale un peine. No se toca lo que no es suyo.
Me acerco a la barra y me saluda con una sonrisa en la cara, pero yo no sonrío, debo de tener una
mala hostia que no cabe en mí. Lo cojo por las solapas de la camisa y ahora me mira con un poco
más de miedo.
—Como te vuelvas a acercar a mi mujer, provocarla o siquiera mirarla, te aseguro que te arranco
los ojos de las cuencas, ¿queda clarito?
—Ni Bambi, ni bambino. La ragazza es mía y como vuelvas a hacer algo que le moleste este
bambino te va a romper el rodillito. ¿Capisci?
Veo que asiente y lo suelto antes de darme la vuelta y volver con mi chica, que está atenta a lo que
ocurre mientras bebe lo que parece ser un mojito que habrá pedido a alguno de los compañeros.
—No tenías que haber hecho eso, Marcos. Yo sé defenderme sola. No quiero quedar de chica
débil que necesita que la defiendan.
—No lo he hecho por ti, lo he hecho por mí, para que sepa que eres mi chica. Para marcar terreno,
por decirlo así. Entre bomberos no nos pisamos la manguera.
—Está bien.
—Me gustaría ir a casa y que me arrancaras la ropa. Creo que los dos nos lo merecemos.
La cojo en brazos entre las risas de ella y los azotes disimulados en el culo que le doy y la meto
en el coche, que hemos aparcado cerca de la puerta y me subo en el asiento de piloto para volver
a casa.
Nos bajamos una vez llegamos y la tomo por la cintura para atraerla hacia mí y morder su labio
inferior antes de besarla como si se acabara el mundo, succionando su lengua mientras amaso su
trasero.
Subimos en el ascensor y levanto la falda de su vestido, me arrodillo para degustarla. Ella rodea
mi cuello con sus piernas y me dedico a lamerla con un hambre famélica. Sara gime como una
loca.
La verdad es que no tenemos mucho tiempo para intimar, sobre todo con todo lo que ha pasado, el
bebé, el hospital, el cansancio…
Las puertas del ascensor se abren y Naty nos pilla infraganti. Lleva en brazos a un gato negro y va
con un vestido de encaje de abuela negro. Sara corre a taparse y bajarse de mi cuello.
—Una vez lo hice así con mi marido en el ascensor y se le quedó la dentadura enganchada en un
pezón. Fue la anécdota del día. No os avergoncéis, a mí me encantaba el sexo en público. Ahora
ya solo me queda Freddy — dice señalando a su gato.
—¿Y su marido? — pregunto sin entender bien lo que quiere decir. Hace dos días lo vi salir a
comprar el pan.
—Anoche murió — se encoje de hombros llorosa. Se limpia los mocos con la mano y después
acaricia al gato. Puag.
—Gracias chicos, ahora me gustaría volver a mi casa. ¿Habéis acabado con el ascensor o me
espero para darle un rato?
—No, no te preocupes Naty — salimos del ascensor y ella entra. Se despide con la mano y
nosotros entramos en casa.
Cojo la nata de la nevera mientras ella se deshace del vestido, que cae en el suelo de la cocina.
Tenía razón al decir que no llevaba ropa interior, pero me corta algo el rollo que se haya envuelto
los pechos con papel del váter. Parece una momia.
Veo cómo se arrodilla y echa nata en lo que ella llama mi chucho relleno para comerlo como si
estuviera hambrienta y yo me sostengo en la encimera de la cocina para no flaquear, ya que mis
piernas me tiemblan.
Los nudillos se me han puesto blancos y respiro con dificultad. Su cabeza y sus labios se mueven a
compás y, mientras la miro, poniéndome más cachondo, si es que eso es posible.
No sé si a todo el mundo le ocurrirá, pero cuando miro a mi chica darme placer, me pongo como
una moto, es una de las cosas que más morbo me da y me encienden como la mecha de un petardo.
—Ups, es que como estaba chorreando leche, tenía que hacer tapón de alguna manera — me río y
la tomo entre mis brazos para subirla a la encimera.
Me quito la ropa y sin previo aviso entro dentro de ella mientras coloco nata por todo su cuerpo.
Me la como entera entre gritos y gemidos. Hoy nos lo podemos permitir porque nuestro niño no
está.
Lo hacemos como quinceañeros, como locos desesperados y por toda la casa. Nunca lo habíamos
hecho así. Nos teníamos muchas ganas y se notaba, así que hemos acabado en la ducha.
Estos días han sido raros. Maruja ha tenido a su bebé de plástico, mi niño ha cumplido su primer
año, he echado el mejor polvo de mi vida y soy el hombre más feliz de la faz de la Tierra.
CAPÍTULO 11: SARA (AÑO Y MEDIO)
Hoy es el día más feliz de mi vida. Estoy como un flan, no voy a engañar a nadie. Me miro frente
al espejo y puedo verme con una sonrisa en la cara que casi parece grapada. No es falsa ni mucho
menos, pero no la puedo despegar.
Candela me está recogiendo el pelo y la verdad es que parezco una princesa de las Disney. Llevo
un vestido precioso con corte de sirena de encaje blanco y una cola casi tan larga como las
cortinas de mi casa, y creedme cuando digo que arrastran bastante.
Hoy es el día de mi boda, por fin. Estoy tan emocionada que estoy que me subo por las paredes, a
los Spiderman o a lo niña de The Ring.
Estoy preciosa, no es que tenga muy subida la autoestima, pero es que es la verdad. Todas me lo
están diciendo, pero, aunque no me lo dijeran, lo pensaría.
Tengo muchas ganas de convertirme en la mujer de Marcos y que se quede con la boca abierta
cuando salga y me vea con este vestido que me he comprado con el descuento de Pronovias, uno
de nuestros clientes.
Mis damas de honor, Candela, Vanessa y la hija de Óscar van todas con un vestido de gasa
ajustado lila. Son sumamente preciosos. Llevan el mismo tocado que yo, para que llevemos algo
que nos una, para mí es muy importante.
Es como si nos uniera una especie de cordón umbilical de hermanas que nos mantiene unidas pase
lo que pase. Sé que siempre voy a poder contar con mi querida exjefa y mi cuñada, siempre han
estado ahí, desde que las conozco y, sobre todo, desde que nació Álex.
Siento que Maruja no pueda estar el día de mi boda. La han ingresado en un centro hasta que se
ponga bien y podamos volver a traerla de vuelta a casa y a la panadería. Mientras tanto, el hijo
friki de Candela se está ocupando de ella juntamente con su madre, cubriendo el puesto.
Además, Candela ha contratado a una chica nueva, aunque dice que no me llega a la suela de los
zapatos, pero que hace unas baguettes de rechupete. Tendré que ir yo a comprobar eso.
Estoy lista para salir y subirme en la pedazo limusina azul pastel que he alquilado con ese dinero
inesperado por la venta de la discoteca de Marcos. Sin duda esto es un sueño, ese que siempre he
querido vivir desde que era niña y que, por fin, voy a poder cumplir.
Candela me ha dejado la liga azul que llevó ella en su boca, el día en el que nació Álex y, ahora,
soy yo la que la lleva para cerrar el círculo. Así que llevo algo usado y algo viejo. Tengo el
vestido como algo nuevo y me queda el algo viejo.
Vanessa me ha regalado un tanga viejo suyo, lavado antes, claro. Así que, lista, me subo en la
limusina. Me pregunto si Marcos estará tan nervioso como yo y si el peque se estará portando bien
con mis amigas, que se han ofrecido a cuidarlo hoy por el día que es.
Me siento en la limusina y me dan una copa de champán. Me están tratando como una reina y lo
agradezco. Quiero que hoy todo sea perfecto.
Empezamos a dar vueltas en la limusina como una peonza, me imagino que es para hacer tiempo
hasta que tanto Marcos como el resto de los invitados estén en la sala.
Hemos decidido que la ceremonia y el banquete se realice todo en el mismo sitio, en una pequeña
casa rural cerca de las afueras de la ciudad. Yo hubiese querido casarme en la playa, a lo cuento
de hadas, pero no quería copiar la boda de mis exjefes, que ya se hizo allí.
Así que decidí otro de los ambientes con los que más nos sentimos cómodos mi futuro marido y
yo, rodeados de naturaleza y más felices que las perdices que pueda haber alrededor.
Me miro las uñas, perfectamente pintadas a la francesa de gel, manos y pies. Me plancho la falda
con las manos y miro mi propio reflejo en el cristal tintado de la ventanilla para ver si tengo todos
los pelos en su sitio y ningún pa’ luego que pueda salir en la foto.
Por fin nos paramos, estoy tan nerviosa que voy estrangulando al ramo de flores. Siempre he
querido casarme y que todo salga bien, pero ¿y si pasa como en la boda de Candela? ¿Y si se lía
parda?
Me bajo de la limusina cuando para y me extiendo la cola, me recoloco el vestido y miro a mis
damas de honor, que sujetan la cola mientras camino hacia la finca y el altar.
Conforme me voy acercando veo a mis amistades, a las de Marcos, a Pepe y Óscar, que el primero
mira al segundo como si le estuviese haciendo una radiografía o se lo fuese a comer, a mis amigas,
que tienen a mi niño entre sus brazos, que es el encargado de los anillos, y por fin, bajo el arco del
altar a Marcos.
Va con un traje de chaqueta que le queda como un guante. Se me cae la baba al verlo. Creo que
voy a necesitar ponerme uno de los baberos de Álex o voy a poner perdido de babas el vestido.
Asiento mientras camino por el pasillo central a todos los asistentes. Todos me sonríen, pero yo he
dejado de hacerlo, no porque no sea feliz, sino porque llevo toda la mañana sonriendo y ya me
duele la mandíbula.
Llego a la altura de mi pequeño y beso su frente mientras me mira a los ojos con una sonrisa y
entonces ocurre lo que llevamos esperando durante tanto tiempo. Las palabras salen de sus labios
inundándolo todo:
—Mamá.
Miro a Marcos y este sonríe. A mí me recorre una lágrima la mejilla. Estoy tan emocionada… Es
la primera palabra que dice, por fin, y que sea mamá me llena de orgullo y satisfacción, como dice
el rey emérito.
Tomo las manos de Marcos cuando llego a su lado y él me besa la mejilla. No podemos besarnos
hasta que lo diga el juez. Me seco la lágrima para no estropear el maquillaje y tras susurrarle un te
quiero a Marcos, nos sentamos para que todo empiece.
Hemos decidido que cuando entrara no sonara la música, queremos que suene al final, que es
cuando realmente hay que celebrar y bailar. El juez carraspea para que los que cuchichean se
callen y él empiece a hablar.
—Buenas tardes, estamos aquí para unir en matrimonio a Sara y Marcos. Primeramente, voy a
proceder a dar lectura al acta matrimonial: Siendo las 12 horas del día 11 de mayo de 2020,
comparecen quienes acreditan ser Sara Fernández y Marcos López, al objeto de contraer
matrimonio civil en virtud de autorización recaída en el expediente número 23579. Quiero hacer
constar que se han cumplido todas las prescripciones legales para la celebración de este
matrimonio civil, sin que en la audiencia sustitutoria de edictos se haya presentado ni denunciado
impedimento ni obstáculo para esta celebración.
Menudo tostón. Este discurso a lo código de barras no me gusta nada. Supongo que es el típico
discurso de juzgado, pero es que tanto formalismo quita todo el romanticismo al momento. El juez
prosigue mientras una leve música de fondo suena ahora.
—Por favor, que la madrina o las madrinas de la novia hagan las correspondientes lecturas de sus
discursos o palabras que deseen transmitir y, a continuación, lo hará el padrino del novio.
Candela y Vanessa, mis madrinas, se acercan al altar, cada una con un pedazo de papel en las
manos y veo que Vanessa se acera primero al micrófono que antes utilizaba el juez.
—Ya sabéis, lo bueno, si breve, doce veces bueno, así que no nos vamos a enrollar como las
persianas. Hemos cogido un texto de Víctor Hugo, uno de mis favoritos y que quiero compartir hoy
con vosotros dos, que sois mi familia.
—Os queremos — se acerca Candela un momento al micro para decirlo y tirar un rápido beso en
nuestra dirección antes de colocarse de nuevo tras Vanessa.
La hermana de Marcos se acerca un poco más el micro, ya que Candela se lo ha movido y abre su
papel para empezar a leer lo que ambas han preparado.
—Cuando por fin se encuentran dos almas, que durante tanto tiempo se han buscado una a otra
entre el gentío, cuando advierten que son parejas, que se comprenden y corresponden, en una
palabra, que son semejantes, surge entonces para siempre una unión vehemente y pura como ellas
mismas, una unión que comienza en la tierra y perdura en el cielo.
Entonces se cambian de posición y donde antes estaba Vane, aparece ahora Candela, que tiene
unas pechugas que parece que le va a reventar el vestido. Ya se le vio el culo en su boda, espera
que no se le salgan las bubis en la mía.
—Esa unión es amor, amor auténtico, como en verdad muy pocos hombres pueden concebir, amor
que es una religión, que deifica al ser amado cuya vida emana, del fervor y la pasión y para el que
los sacrificios más grandes son los gozos más dulces.
Ambas se retiran tirándonos un beso a los dos, que sonreímos y asentimos para agradecerles tan
bonitas palabras. Me esperaba que Candela se pusiera a contar anécdotas de cuando empecé a
trabajar en la panadería. Suerte que Vanessa la ha reprimido.
El juez se acerca nuevamente a la posición donde estaban las chicas, que ahora se han sentado en
primera fila, quizá porque tengan que salir otra vez. De las chicas me espero cualquier sorpresa.
—Procederé a dar lectura a los artículos del 66 al 68 del código civil. A los cuales vosotros
estaréis facultados y obligados una vez hayáis contraído matrimonio: “Artículo 66: los cónyuges
son iguales en derechos y deberes. Artículo 67: los cónyuges deben respetarse y ayudarse
mutuamente y actuar en interés de la familia. Artículo 68: los cónyuges están obligados a vivir
juntos, guardarse fidelidad y socorrerse mutuamente. Deberán, además, compartir las
responsabilidades domésticas y el cuidado y atención de ascendientes y descendientes y otras
personas dependientes a su cargo”.
—Abrevia abuelo — suelta la niña de Óscar y yo no puedo hacer otra cosa que reírme. Todos
están pensando lo mismo, pero nadie excepto ella se ha atrevido a decirlo.
El juez se aparta del micrófono y mira a Pepe, que se acerca. Es el turno del padrino para que dé
comienzo su discurso. Marcos y yo no dejamos ni un momento de entrelazar nuestras manos. Para
nosotros, aunque alguna parte de la boda sea un tostón, las palabras de nuestros amigos y
familiares son muy importantes.
—Yo no he preparado ningún poema, canción, cuento con moraleja o esas cosas que se suelen usar
en las bodas. Yo solo os diré un par de cosas sin robaros mucho tiempo. Conozco a Marcos desde
que éramos unos mocosos en la guardería. Hemos permanecido juntos en la adversidad en
innumerables ocasiones y nunca nos hemos abandonado. Para mí es como un hermano que siempre
ha estado ahí, que me ha defendido cuando me humillaban porque no entendían que fuera gay, que
me tendió su mano cada vez que me caía, que ha sido y siempre será mi apoyo. Hemos pasado por
tanto juntos que no me da para tanto la memoria, pero solo espero que pueda contar con él lo que
me queda de vida, porque para mí, él es la mitad de mi cuerpo, la mitad de mi corazón y la mitad
de mi alma. Te quiero hermano.
Marcos llora como una magdalena y lo abraza, rompiendo el protocolo. Que le den al protocolo,
la amistad, el amor y el cariño están por encima de todo. Pepe es un amigo de verdad, de esos que
cuesta tanto encontrar y espero que siempre esté al lado de Marcos porque es simplemente
maravilloso.
—Yo igual con Sarita, eh, pero no quería ser tan moñas — grita Candela provocando una sonora
carcajada por parte de todos.
—Así pues, os pregunto, Sara y Marcos. Marcos, ¿quieres contraer matrimonio con Sara y
efectivamente lo contraes en este acto?
—Sara, ¿quieres contraer matrimonio con Marcos y efectivamente lo contraes en este acto?
—Por supuesto que quiero — respondo emocionada. Estoy atacadita, no nos vamos a engañar.
La música empieza a sonar y veo a mi Álex, que camina como un pato mareado de la mano de
Clara, la hija de Óscar, hacia el altar con el cojín de los anillos. Y entonces ocurre.
Álex tropieza y Clara no tiene la suficiente fuerza para sostenerlo, lo que hace que dé una
voltereta y los anillos salen volando a vete a saber dónde. Me quedo petrificada y mi mandíbula
se desencaja.
Miro a Vanessa y a Candela con cara de ayuda urgente, las necesito. Vanessa socorre conmigo a
mi niño mientras que Candela se encarga junto con su hijastra de buscar los anillos.
La niña se dedica a sobar a los culos de los hombres y a levantar las faldas de las mujeres en
busca de los anillos. Y parecía tonta la niña…Es la más lista del corral. Sobre todo, cuando
recupera uno de los anillos de la entrepierna de uno de los invitados a la boda.
Candela encuentra otro, cerca del tacón de alguien de la familia de Marcos. Ahora que ya hemos
recuperado las alianzas, Álex se coloca a la mitad del pasillo de alfombra roja que está montado
entre las filas de sillas e inicia de nuevo su caminata a lo pato con Clara.
Cuando llega a nuestra posición, lo cogemos en brazos y nos lo comemos a besos antes de coger
los anillos y dejarlos en la mesa del juez.
Vanessa coge a Álex para que podamos seguir la ceremonia y el juez prosiga con su recital para
dormir hasta a un sordo. La verdad es que pensé que todo sería perfecto y la ceremonia está
siendo peor que darse un tiro en el estómago.
—Yo, Marcos, te tomo a ti, Sara, como esposa y prometo serte fiel y cuidar de ti en la riqueza y en
la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida — me dice Marcos y yo me
emociono como una tonta. Soy un mar de lágrimas.
Marcos me coloca la alianza en el dedo anular y yo, hecha un flan, lo tomo de la mano y se la
aprieto. Sé que él también está emocionado, lo veo en sus ojos vidriosos. Me aclaro la garganta,
es mi turno.
—Yo, Sara, te tomo a ti, Marcos, como esposo y prometo serte fiel y cuidar de ti en la riqueza y en
la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida — le digo mientras le pongo
la alianza.
—Yo, Román Piedelobo, alcalde del ayuntamiento de Guarromán, Jaén, en virtud de los poderes
que me confiere la legislación del estado español, os declaro unidos en matrimonio. Enhorabuena,
podéis besaros.
Marcos me toma por la cintura y me besa con ternura, pasión y devoción mientras los demás nos
vitorean. Los aplausos nos envuelven como una música celestial y es entonces cuando Marcos me
toma en brazos y me lleva entre risas al tumulto de gente que se concentra a nuestro alrededor para
darnos la enhorabuena.
—¡Vivan los novios! — dicen todos los invitados mientras que las madrinas y el padrino firman
los papeles que nosotros ya hemos firmado para hacer cien por cien oficial la boda.
Cuando mi marido, sí, sí, mi marido, me deja en el suelo, y los asistentes a la boda empiezan a
tirar puñados de arroz hacia nosotros con tanta fuerza que uno de ellos me da en todo el ojo y uno
de los granos se me mete en el ojo.
Me tapo como puedo. Tengo el pelo que parece una paella de tanto arroz. Les grito para que paren.
Tengo el ojo como un tomate, o eso me dice Marcos, que me lo mira para ver qué me ha pasado y
cómo lo tengo.
Una vez me recupero de la agresión indirecta, nos vamos a la zona que ha preparado la casa rural
para que los asistentes a la ceremonia tomen un piscolabis mientras Marcos y yo nos hacemos las
fotos para el book y el vídeo.
Debo decir que el fotógrafo es francés y ya sabemos lo que pasa con los fotógrafos de allí. Quiere
que nos pongamos en posturas imposibles, en situaciones irrisorias y casi nos provoca un dolor de
torticolis para toda la luna de miel.
Cuando después de dos horas terminamos la sesión, nos vamos a la zona donde están el resto de
los invitados. Nos ponemos hasta el culo de comida, pero hasta el culo literal, ya que nos
ponemos perdidos de pies a cabeza.
Nos ponemos a charlar de manera informal mientras rememoramos los momentos vividos en la
boda de Candela y la comparamos con la mía. Por suerte, en lo que a accidentes se refiere, la de
Candela se llevó el trofeo de oro.
Marcos y yo no dejamos de besarnos y darle a mi niño de comer entre beso y beso. Se pone
morado de gambas. Hemos descubierto que las galletitas saladas y las gambas son las dos cosas
que más le gustan en el mundo, pero se las damos a cuentagotas.
Llega la hora de las celebraciones y como mis amigas y yo no hemos podido hacer una despedida
de solteras dado mi estado, dicen que me han traído la despedida a mi boda. Tampoco Marcos la
tuvo, ya quedamos así, pero parece que ellas han borrado esa parte.
Vanessa presenta a lo que llamo los nuevos The Village People. No sé qué locura se le habrá
ocurrido, pero Candela me guiña el ojo y lo que hace me provocan mil y una sospechas; le tapa
los ojos a Clara.
La música empieza a sonar y los supuestos nuevos The Village People, vestidos como los
originales, empiezan a contonearse, mover el culo y a quitarse la ropa. Marcos mira a su hermana
perdonándole la vida y ella solo ríe gritando a los buenorros sabrosones, que así los llama, bueno,
les grita.
Uno de los chicos, el moreno de piel que va vestido de indio, empieza a hacer piruetas en el suelo
y nos acaba enseñando su oscuro ojete. Ese sí que debería hacerse un blanqueamiento anal, aunque
va acorde con el color de su piel.
Al policía le vemos parte de la porra y al cowboy, que parece más un granjero con el traje que me
lleva, se le sale un huevo en medio de la actuación, debe ser que con tanta granja…Ahí lo dejo.
Parece que al menos les ha avisado que no se acerquen, sabe que es probable que acaben con la
ceja o el labio partido. Hacen su show y resulta hasta cómico, lo he pasado muy bien.
Llega el momento del primer baile y Marcos me toma de la mano para que vayamos a la pista de
baile. Ha traído al Dj de la discoteca que un día fue suya, que nos pincha nuestros temas
preferidos.
No bailamos el vals a lo boda tradicional. Nunca hemos sido tradicionales y no queríamos que
nuestra boda lo fuera. Nos ponemos a bailar el Aserejé para que todos se animen y no tardan en
inundar la pista de baile.
Nos tiramos como tres horas moviendo el trasero, aunque sinceramente puede que haya sido más,
he perdido la noción del tiempo. Si hasta me he quitado los tacones porque ya me habían salido
tres ampollas. Esto no lo arregla ni el doctor Scholl.
Me falta Carmelo con su dentadura voladora, Maruja con sus locuras, la Naty voyer, los cupcakes
con alcohol, hasta echo de menos aquellos gremlins que nos dejaron el local como si hubiese
pasado por allí el huracán Katrina.
La canción de Sexyback suena por doquier y todos sabemos lo que eso significa. Óscar coloca una
silla en medio de la pista y yo bailo de manera sensual hasta llegar a esta. Coloco uno de mis pies
sobre la silla y contoneo mi trasero mientras algunos de los invitados silban.
Me levanto un poco el vestido, lo justo para provocar a Marcos, pero sin dejar ver nada que
pueda provocar a alguien más. Veo que sonríe y sin separar su mirada de mí, coge la liga entre sus
dientes.
Va bajando y cada vez tengo más calor, este simple gesto me está poniendo más cachonda de lo
que me imaginaba. Ahogo un jadeo y sigo mirando cómo me saca la liga por el pie, ahora desnudo.
Volvemos a la mesa con el pequeñín, al que pillamos con un cuchillo en la mano. ¿Por qué nadie
nos echa un mano y lo vigila el día de nuestra boda? Este parece querer marcarse un Kil Bill y
nadie se entera o quizá no quieren enterarse.
Y llega la hora del pastel. No encuentro dónde está el niño y empiezo a asustarme de verdad.
Hemos escondido todos los cuchillos, tenedores y demás objetos punzantes que puedan provocarle
heridas. Con lo malo que es, es capaz de clavarse algo o matar a alguien.
El pastel sale y es gigantesco, podría caber un gigante dentro. Cuando Marcos y yo cogemos el
gran cuchillo para partirlo en dos, típica escena de boda, mientras que el francés bohemio lo graba
todo con los ojos inyectados en sangre, a la que le gusta que le den candela se acerca y nos para.
—Este pastel tiene una sorpresa dentro, no tenéis que cortarlo, sino abrirlo como un kínder
sorpresa.
No entendemos bien qué quiere decir y cuando observa nuestra estupidez en el rostro, abre un
poco una parte lateral de la mesa donde se encuentra el pastel para que nosotros sigamos y
acabemos de abrirla.
Acabamos de hacerlo y nos encontramos a mi pequeño, con una pajarita que antes no llevaba y
vestido de huevo, literal. En la mano lleva una especie de nota. La cojo y no es una nota o una
fotografía, sino una ecografía.
Giro la ecografía sin entender bien de qué va esto. Ese no es Álex, reconocería a mi hijo en una
ecografía. Detrás hay una nota escrita a mano: has sido madre y ahora vas a ser tía. ¡Felicidades!
Miro a Marcos sin entender y Candela me saca de dudas. Viene medio saltando, medio bailando
hasta donde nos encontramos, ya que se había alejado y me abraza mientras me susurra al oído.
—Estoy embarazada, Sara. Ya sé que es una locura, sobre todo porque pensé que ya se me estaban
secando los ovarios, pero parece que tenían otros planes para mí. Parece que vamos a tener otro
bebé en la panadería. Primero fuiste tú, después la loca de Marujilla, aunque no fuera cierto y
ahora yo. Parece que mi horno está horneando a un bollito más.
—¡Felicidades papis!
—Gracias cariño — abrazo también a Óscar mientras Candela lo hace con Marcos.
Alguien golpea en el furor la copa con una cuchara y todos nos callamos para mirar a Vanessa, que
es la que llama nuestra atención. Sonríe a todo el mundo antes de hablar.
—Hoy es uno de los días más felices de mi hermano y mi cuñada, os lo puedo asegurar, pero
también para mí porque son dos personas maravillosas que se encontraron por casualidad, esas
casualidades que están escritas en el libro del destino. Han pasado de todo para poder ser felices
y estar juntos de la manera más plena posible. Chicos, quiero que sepáis que sois maravillosos,
que todos los que estamos aquí, hemos querido compartir estos momentos tan especiales a vuestro
lado porque para nosotros sois una parte importante de vuestra vida. Os deseo lo mejor a los tres,
porque vosotros más que nadie os lo merecéis. Así que quiero pedir un brindis por los recién
casados y ¡que se besen los novios!
Todos cogen la copa y brindan entre ellos mientras Marcos y yo hacemos lo propio con nuestras
copas y bebemos lo que contienen, ahora ya con nuestro pequeño en brazos de Marcos.
Le está tirando de los pelos, le mete el dedo en la nariz y en la oreja y estira de sus pestañas, cosa
que hace reír a todos los asistentes. Nos besamos como podemos a petición de la hermana de
Marcos y le tiramos un beso para agradecerle el discurso tan bonito que nos acaba de dar.
Llega la hora de los regalos. Esta vez no pienso cometer el error de tirar el ramo para que a
alguien le perfore el ojo, simplemente la música suena y empiezo a dar vueltas medio bailando
por cada una de las mesas mientras Marcos reparte puros entre los asistentes masculinos.
Cuando me acerco por detrás de Vanessa le muerdo el cuello para que se sobresalte, ya que estaba
mirando el móvil y descubro que es una página de esas de ligar a lo Meeting.
—Te lo mereces todo, mi niña. Pronto encontrarás a alguien que ilumine tus días, que te valore,
que te persiga, que te idolatre y te coja la mano para caminar juntos por los senderos del destino.
Reparto el resto de los detalles a todos los asistentes a la boda. Una fofucha para mis amigos de
una servidora y una de Marcos para sus amigos y familiares. La cosa ya se está acabando, pero
todavía queda un regalo más.
Cojo el último regalo y lo escondo a mi espalda mientras me hago la loca bailando al son de la
música al tiempo que doy vueltas por las mesas. Me paro frente a Óscar, Clara y Candela y saco
lo que tengo escondido a mi espalda.
Se quedan parados cuando veo la silueta de los tres tallada en un pedazo de madera natural en
forma de infinito. Óscar lo toma y me da un abrazo y un beso en la mejilla mientras que Candela se
me tira encima llorosa e hiposa.
La abrazo con toda la ternura que siento por ella y ella me susurra que me quiere al oído y que soy
la mejor amiga que he tenido nunca. Me giro un momento a buscar a mi hijo y lo veo con un puro
en las manos.
—Espero que tu hijo no te salga un porrero como el mío —ambas nos reímos de lo lindo.
—Más le vale o si no, no tendrá mundo para correr.
—Eres la mejor persona que he conocido, me diste una oportunidad cuando nadie lo hizo y poco a
poco te colaste en mi corazón. Para mí eres la madre que nunca he tenido y siempre estaré
agradecida al destino por haberte puesto en mi camino. No pienso dejar que te alejes nunca de mí,
si hace falta te pego a mí con velcro.
—No hombre, que si no la luna de miel qué, no quiero ver como echáis un kiki, lo de las películas
porno no es lo mío, prefiero hacerla a verla.
Ambas nos reímos y la mayoría de los invitados nos secundan. Saco de mi canalillo un llavero de
un bollo y se lo doy a Clara.
—Esto es para que la princesa de la casa siempre lleve a su amigo vaya a donde vaya — le guiño
el ojo y me sonríe.
Marcos se acerca entonces a mí, con el peque en brazos y me da un beso de esos de infarto, que te
quitan el hijo y el sarro de los dientes.
—Id a un hotel o, mejor dicho, id ya al puñetero coche y piraos de luna de miel — nos suelta
Vane.
Cojo a mi pequeño en brazos antes y le doy como regalo un peluche de gremlin con un corazón
cosido a las manos.
—Nunca entendí bien qué hacía yo aquí, pero cuando te pusieron en mis brazos entendí por qué
había venido a este mundo, para darte la vida, para cuidarte, para apoyarte y para darte toda esa
felicidad que tú me has dado. Eres mi gremlin preferido y te doy y siempre te daré mi corazón. Te
amo mi niño, desde el día en que te concebí.
FIN