Rosalia de Castro - Poesia Selecta

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 96

COLECCIÓN

DE POESÍA
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

osalía
de Castro
Poesía selecta
osalía
de Castro
Poesía selecta
osalía
de Castro
Poesía selecta
Itzcóatl Tonatiuh Bravo Padilla
Rectoría General
Miguel Ángel Navarro Navarro
Vicerrectoría Ejecutiva
José Alfredo Peña Ramos
Secretaría General
Sonia Reynaga Obregón
Coordinación General Académica
Patricia Rosas Chávez
Dirección de Letras para Volar
Sayri Karp Mitastein
Dirección de la Editorial Universitaria

Primera edición electrónica, 2016


Director de la colección
Hugo Gutiérrez Vega
Coordinadora de la colección
Lucinda Ruiz Posada
Autor
Rosalía de Castro
Selección y presentación
Carlos Prospero García
D.R. © 2016, Universidad de Guadalajara

Editorial Universitaria
José Bonifacio Andrada 2679
Colonia Lomas de Guevara Se prohíbe la reproducción, el registro o
44657, Guadalajara, Jalisco
la transmisión parcial o total de esta obra
www.editorial.udg.mx
por cualquier sistema de recuperación de
Abril de 2016 información, existente o por existir, sin el
permiso previo por escrito del titular de los
ISBN 978-607-742-491-8 derechos correspondientes.
Estimado universitario:

Los resultados poco satisfactorios que se han obteni-


do en las pruebas pisa y enlace ponen de manifiesto
que los estudiantes de nivel medio y superior en todo el
país tienen dificultades con la comprensión lectora. La
Universidad de Guadalajara, no ajena a esta realidad,
decidió crear desde 2010 el Programa Universitario de
Fomento a la Lectura “Letras para volar”.
Este programa promueve el gusto por la lectura a
la par que se propone el desarrollo de la competencia
lectora en estudiantes de diversos niveles educativos.
Esta labor se realiza desde la función sustantiva de
extensión en la que prestadores de servicio social de
nuestra casa de estudios acuden semanalmente a es-
cuelas primarias y secundarias para fomentar el gusto
por la lectura, gracias a lo cual un total de 123,598 ni-
ños y jóvenes se han visto beneficiados con el progra-
ma desde su creación.
Desde las funciones de investigación y docencia, la
Universidad de Guadalajara trabaja en favor de los jóve-
nes de nivel medio y superior para consolidar la com-
petencia lectora y poner al alcance de los estudiantes la
lectura, por tanto, hemos invitado a tres universitarios
distinguidos a integrarse a este proyecto y seleccionar
títulos para las tres colecciones que llevan su nombre:

| 7
• Colección Caminante Fernando del Paso
• Colección Hugo Gutiérrez Vega
• Colección Fernando Carlos Vevia Romero

Desarrollar la competencia lectora está no sólo en


la base de la educación, sino en el apoyo mismo de lo
que somos como sociedad. Leer en la universidad no
se debe limitar a los textos escolares; por ello, ponemos
a disposición de nuestros jóvenes tirajes masivos para
que desarrollen el entusiasmo por la lectura y la incor-
poren a su vida cotidiana.

¡Que ningún universitario se quede sin leer!

Itzcóatl Tonatiuh Bravo Padilla


Rector General
Universidad de Guadalajara

8 | presentación
Índice

13 Rosalía de Castro, poeta de la tierra


y del dolor

17 A mi madre
17 (Fragmentos)

21 A la luna
21 I
22 II
22 III
24 IV

25 A la sombra te sientas de las desnudas rocas

27 A las rubias envidias

28 A sus plantas se agitan los hombres

29 Ángel

32 Ansia que ardiente crece

33 Margarita
33 1
33 2
35 3

| 9
37 Los tristes
37 1
37 2
38 3
38 4
39 5
40 6
40 7

42 Los robles
42 1
43 2
44 3
46 4
47 15
47 16
48 17
48 18
49 19
49 20
50 21

51 Ya no mana la fuente

52 Una sombra tristísima, indefinible y vaga

53 Meditación en el umbral

10 |
54 Las campanas

55 Lágrima triste en mi dolor vertida

56 Tú para mí, yo para ti


56 I
56 II

58 Te amo, ¿por qué me odias?

59 Recuerda el trinar del ave

60 Pobre alma sola

61 Yo no sé lo que busco eternamente

62 Hora tras hora, día tras día

63 Aunque no alcancen gloria

64 ¡Volved!
64 I
64 II

66 Fue cielo de su espíritu

67 Los muertos van de prisa

| 11
68 Las canciones que oyó la niña

71 La canción que oyó en sueños el viejo

72 A orillas del Sar


72 I
72 II
73 III
75 IV
76 V
77 VI
78 VII
78 1
79 2
80 3
82 4
84 5
85 6
86 7
87 8
87 9
88 10

89 Era en abril, y de la nieve al peso

90 En su cárcel de espinos y rosas

12 |
Rosalía de Castro,
poeta de la tierra y del dolor

CARLOS PROSPERO

Rosalía de Castro, registrada como María Rosalía Rita


de Castro, nació el 24 de febrero de 1837, en Santiago
de Compostela (España). Su madre, María Teresa de la
Cruz Castro y Abadía, fue una mujer de la nobleza, con
carencias económicas, y su padre, José Martínez Viojo,
fue un sacerdote. Reconocida como hija natural (fuera
de matrimonio) se vio en peligro de ser remitida a un
orfelinato, pero fue salvada por su madrina María Fran-
cisca Martínez, que se comprometió a cuidarla.
El ser hija natural fue un peso que llevó cargando
toda su vida, causa primera de sus contradicciones emo-
cionales en sus años mozos, que la hicieron ser una mujer
hosca, triste, hasta el grado de la saudade, y que no pudo
comprender hasta que en su madurez como mujer, siendo
esposa y madre, tomó conciencia de que no era personal,
sino la circunstancia, el ambiente social, político, econó-
mico, en el que vivía, sobre todo, el mal trato político que
recibían de los españoles de quienes se diferenciaban por
la lengua, que hasta hoy en día han mantenido.
Hay una evolución en su obra que va de los poemas
personales, biográficos, intimistas, hasta la poesía so-

| 13
cial que escribe alabando su tierra, demostrando que es
de gran valía y que sólo muestra ignorancia aquél que
se ríe o mofa de esas tierras o de sus habitantes.
Ella entiende en su madurez que hay una explota-
ción social que se demuestra mediante el desprecio, y
con su voz femenina, al alabar lo que ella considera suyo,
muestra la validez y grandiosidad de esa parte de España.
La contradicción de sus emociones y sentimien-
tos corre a lo largo de toda su obra, desde el poemario
que le dedica a su madre después de muerta hasta los
últimos que publicó su marido después de la muerte
de Rosalía.
Sólo su amor por Galicia le hizo brotar del corazón
esos cantos gallegos que fueron un espejo de su con-
ciencia a través de los que se pudo reconocer como una
mujer perteneciente a una tierra que tenía, mar, ríos,
valles y montañas dignos de ser ensalzados, y cuan-
do ella canta a su tierra, viéndola a través de sus ojos
doloridos, muestra cómo es tratada su gente, como es
explotada y obligada a irse de su lugar de origen para
poder subsistir.
Dice que hay viudas de muertos y viudas de vivos
para referirse con estas últimas a las mujeres que son
dejadas físicamente por sus maridos para poder ganar
la subsistencia en otros lares, que muchas veces signi-
ficaba la pérdida misma de los que se marchaban, por-
que no regresaban sino con una familia nueva, o nunca
jamás regresaban.

14 |
Cabe decir que los poemas de Rosalía no eran
bienvenidos entre los intelectuales, porque los consi-
deraban intrascendentes, y aunque Azorín y el mismo
Juan Ramón Jiménez gustaron de su obra, ésta no era
aceptada del todo.
Incluso hoy los estudios de la obra rosaliana son
realizados por gallegos o extranjeros, pero poco reco-
nocidos por los de habla española, excepción de los ya
mencionados y de la autoridad literaria y estilística de
Rafael Lapesa.
Quizás porque su vida personal era el motivo pri-
mario de su obra, la que posteriormente pasó a segun-
do término y se convirtió en un ejemplo de conversión
de lo personal en lo universal, fue que la han ido reco-
nociendo póstumamente.
Su obra más importante es la que escribe en reivin-
dicación de la cultura gallega en donde describió su tie-
rra, haciendo una denuncia social por las condiciones
de explotación de la gente de su pueblo, exponiendo
las costumbres populares y recreando personajes típi-
cos como gaiteros y mendigos.
En 1863 escribió A mi madre, en donde muestra la
contradicción del amor filial, el amor y el odio, la cer-
canía y la lejanía que padece un hijo en las circunstan-
cias sociales, familiares y económicas en las que vivió
la poeta.
En 1880 escribió, mientras residía en tierras caste-
llanas, Follas novas, en gallego, donde toca temas inti-

| 15
mistas con una reflexión pesimista sobre la soledad y la
muerte, denunciando condiciones de vida precarias del
pueblo gallego y, finalmente, en 1885, escribió En las
orillas del Sar, en castellano, con el mismo sentimiento
de tristeza, por la vida, por su vida y por la vida de la
gente de su pueblo.
Hace poco escuchaba a un neurocientífico decir
que en la ancianidad el hombre se hace tres preguntas,
como el colofón de su vida: Qué hiciste por ti, qué hicis-
te por tus seres queridos y qué hiciste por la humanidad.
Rosalía de Castro, sin duda que responde, a través
de su obra, estas tres preguntas de manera contunden-
te. Mostró cómo era su vida en sus contradicciones, en
sus deseos y frustraciones; mostró cómo era el mundo
de sus seres queridos, tal como son, con sus angustias,
con sus penas y sus incertidumbres por el futuro y so-
bre todo por su temor a la muerte y, finalmente, mostró
cómo es la humanidad con sus arrebatos pasionales por
el dominio de un pueblo, de una gente, de la riqueza, y
cómo utiliza y deforma los valores para parecer a la luz
del mundo como el mejor necesariamente.
Rosalía falleció a los 48 años víctima de un cáncer
uterino en el pueblo de Padrón, el 15 de julio de 1885.
Cierro esta presentación citando a Marina Mayoral
que en la conclusión de su tesis doctoral sobre la poesía
de esta gran poeta del siglo XIX dice: Sincera y auténtica
hasta la contradicción. Así, y no hermosa, era Rosalía.

16 |
A mi madre

(Fragmentos)

¡Ah! De dolientes sauces rodeada


De dura hierba y ásperas ortigas,
¿Cuál serás, Madre, en tu dormir turbada
Por vagarosas sombras enemigas?

¿Y tranquila he de gozar en tanto


De blando sueño y lecho cariñoso,
Mientras herida de mortal espanto
Moras en lo profundo tenebroso?

Y aunque era mi madre aquella


Que en sueño a ver tornaba
Ni yo amante la buscaba
Ni me acariciaba ella.

Todo en hosco apartamiento


Como si una extraña fuera
O cual si herirme pudiera
Con el soplo de su aliento.

| 17
Aun en sueños, tan sombría
La contemplé en su ternura,
Que el alma, con saña dura,
La amaba y la repelía.

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los


pájaros,
Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
De mí murmuran y exclaman:
Ahí va la loca soñando
Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,


Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
Con la eterna primavera de la vida que se apaga
Y la perenne frescura de los campos y las almas,
Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,


Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?

18 | rosalía de castro
Tierra sobre el cadáver insepulto
Antes que empiece a corromperse... ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
Bien pronto en los terrones removidos
Verde y pujante crecerá la yerba.

¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,


Torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!...
Jamás el que descansa en el sepulcro
Ha de tornar a amaros ni a ofenderos
¡ Jamás! ¿Es verdad que todo
Para siempre acabó ya?
No, no puede acabar lo que es eterno,
Ni puede tener fin la inmensidad.
Tú te fuiste por siempre; mas mi alma
Te espera aún con amoroso afán,
Y vendrá o iré yo, bien de mi vida,
Allí donde nos hemos de encontrar.

Algo ha quedado tuyo en mis entrañas


Que no morirá jamás,
Y que Dios, porque es justo y porque es bueno,
A desunir ya nunca volverá.
En el cielo, en la tierra, en lo insondable
Yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
Ni puede tener fin la inmensidad.

poesía selecta | 19
Mas... es verdad, ha partido
Para nunca más tornar.
Nada hay eterno para el hombre, huésped
De un día en este mundo terrenal,
En donde nace, vive y al fin muere
Cual todo nace, vive y muere acá.

20 | rosalía de castro
A la luna

¡Con qué pura y serena transparencia


brilla esta noche la luna!
A imagen de la cándida inocencia,
no tiene mancha ninguna.

De su pálido rayo la luz pura


como lluvia de oro cae
sobre las largas cintas de verdura
que la brisa lleva y trae.

Y el mármol de las tumbas ilumina


con melancólica lumbre,
y las corrientes de agua cristalina
que bajan de la alta cumbre.

La lejana llanura, las praderas,


el mar de espuma cubierto
donde nacen las ondas plañideras,
el blanco arenal desierto,

| 21
la iglesia, el campanario, el viejo muro,
la ría en su curso varia,
todo lo ves desde tu cenit puro,
casta virgen solitaria.

II

Todo lo ves, y todos los mortales,


cuantos en el mundo habitan,
en busca del alivio de sus males,
tu blanca luz solicitan.

Unos para consuelo de dolores,


otros tras de ensueños de oro
que con vagos y tibios resplandores
vierte tu rayo incoloro.

Y otros, en fin, para gustar contigo


esas venturas robadas
que huyen del sol, acusador testigo,
pero no de tus miradas.

III

Y yo, celosa como me dio el cielo


y mi destino inconstante,

22 | rosalía de castro
correr quisiera un misterioso velo
sobre tu casto semblante.

Y piensa mi exaltada fantasía


que sólo yo te contemplo,
y como que es hermosa en demasía
te doy mi patria por templo.

Pues digo con orgullo que en la esfera


jamás brilló luz alguna
que en su claro fulgor se pareciera
a nuestra cándida luna.

Mas ¡qué delirio y qué ilusión tan vana


esta que llena mi mente!
De altísimas regiones soberana
nos miras indiferente.

Y sigues en silencio tu camino


siempre impasible y serena,
dejándome sujeta a mi destino
como el preso a su cadena.

Y a alumbrar vas un suelo más dichoso


que nuestro encantado suelo,
aunque no más fecundo y más hermoso,
pues no le hay bajo del cielo.

poesía selecta | 23
No hizo Dios cual mi patria otra tan bella
en luz, perfume y frescura,
sólo que le dio en cambio mala estrella,
dote de toda hermosura.

IV

Dígote, pues, adiós, tú, cuanto amada,


indiferente y esquiva;
¿qué eres al fin, ¡oh, hermosa!, comparada
al que es llama ardiente y viva?

Adiós... adiós, y quiera la fortuna,


descolorida doncella,
que tierra tan feliz no halles ninguna
como mi Galicia bella.

Y que al tornar viajera sin reposo


de nuevo a nuestras regiones,
en donde un tiempo el celta vigoroso
te envió sus oraciones, en vez de lutos como un tiempo, veas
la abundancia en sus hogares,
y que en ciudades, villas y en aldeas
han vuelto los ausentes a sus lares.

24 | rosalía de castro
A la sombra te sientas de las
desnudas rocas

A la sombra te sientas de las desnudas rocas,


y en el rincón te ocultas donde zumba el insecto,
y allí donde las aguas estancadas dormitan
y no hay hermanos seres que interrumpan tus sueños,
¡quién supiera en qué piensas, amor de mis amores,
cuando con leve paso y contenido aliento,
temblando a que percibas mi agitación extrema,
allí donde te escondes, ansiosa te sorprendo!

—¡Curiosidad maldita!, frío aguijón que hieres


las femeninas almas, los varoniles pechos:
tu fuerza impele al hombre a que busque la hondura
del desencanto amargo y a que remueva el cieno
donde se forman siempre los miasmas infectos.

—¿Qué has dicho de amargura y cieno y desencanto?


¡Ah! No pronuncies frases, mi bien, que no comprendo;
dime sólo en qué piensas cuando de mí te apartas
y huyendo de los hombres vas buscando el silencio.

—Pienso en cosas tan tristes a veces y tan negras,


y en otras tan extrañas y tan hermosas pienso,
que... no lo sabrás nunca, porque lo que se ignora

| 25
no nos daña si es malo, ni perturba si es bueno.
Yo te lo digo, niña, a quien de veras amo:
encierra el alma humana tan profundos misterios,
que cuando a nuestros ojos un velo los oculta,
es temeraria empresa descorrer ese velo;
no pienses, pues, bien mío, no pienses en qué pienso.

—Pensaré noche y día, pues sin saberlo, muero.

Y cuenta que lo supo, y que la mató entonces


la pena de saberlo.

26 | rosalía de castro
A las rubias envidias

A las rubias envidias


porque naciste con color moreno,
y te parecen ellas blancos ángeles
que han bajado del cielo.
¡Ah!, pues no olvides, niña,
y ten por cosa cierta,
que mucho más que un ángel siempre pudo
un demonio en la tierra.

| 27
A sus plantas se agitan
los hombres

A sus plantas se agitan los hombres,


como el salvaje hormiguero
en cualquier rincón oculto
de un camino olvidado y desierto.
¡Cuál le irritan sus gritos de júbilo,
sus risas y sus acentos,
gratos como la esperanza,
como la dicha soberbios!

Todos alegres se miran,


se tropiezan, y en revuelto
torbellino van y vienen
a la luz de un sol espléndido,
del cual tiene que ocultarse,
roto, miserable, hambriento.

¡Ah!, si él fuera la nube plomiza


que lleva el rayo en su seno,
apagara la antorcha celeste
con sus enlutados velos,
y llenara de sombras el mundo
cual lo están sus pensamientos.

28 |
Ángel

Todo duerme… del aire el soplo blando


Callado va, con temeroso vuelo
El aroma esparciendo de las rosas;
Brilla la luna, y sueñan con el cielo
Los niños que reposan contemplando
Flores, luz, y pintadas mariposas.

¡Niños!, al soplo de mi tibio aliento


Dormid en paz, que os cubren con sus alas
Los blancos y amorosos serafines,
Y adornándoos a un tiempo con sus galas
Hacen que en ondas os regale el viento
Blando aroma de lirios y jazmines.

Y, en tanto, el astro de la noche, lento,


Pálido, melancólico y suave
Del aire azul recorre los espacios
Globo de plata o misteriosa nave
Vaga a través del ancho firmamento
Por cimas de cabañas y palacios.

Su tibia luz refléjase en la tierra


Como del alba la primer sonrisa
Que va alegrar las aguas de la fuente;

| 29
Y al rizarse los mares con la brisa
Cuanto su seno de hermosura encierra
Muéstrase allí, brillante y transparente.

Las plantas y los céfiros susurran


Con blando son, y acentos misteriosos
Lanza, al pasar, el murmurante río
Y a través de los árboles frondosos
Las estrellas inmóviles fulguran
Chispas de luz en su ámbito sombrío.

Todo es reposo, y soledad y sueño


Sueño aparente y soledad mentida;
En el mundo del hombre… ¡Hermoso mundo
Cuando, mintiendo, a amarle nos convida!
Y es que en que fuese amado puso empeño
Quien llena cielo y tierra, y mar profundo.

Mas… ¿qué pálida sombra cruza el prado...


Errante, sola, fugitiva y leve?
Como si fuese en pos de un bien perdido,
Apenas al pasar las hojas mueve.
Y vaga al pie del monte y el collado
Cual tortolilla en torno de su nido.

Virgen parece por la undosa falda


Y por la blonda y larga cabellera,
Que el viento de la noche manso agita;

30 | rosalía de castro
Bello es su rostro y dulce la manera
Con que pisa la alfombra de esmeralda
Mientras su seno con ardor palpita.

¡Pobre mujer!... ¿Qué culpa, qué pecado


Como aguijón la ha herido en su inocencia
Que el calor de su lecho así abandona?
Yo sondaré el dolor de tu conciencia,
Que no en vano a la tierra he descendido,
En nombre del Señor que la perdona.

poesía selecta | 31
Ansia que ardiente crece

Ansia que ardiente crece


Vertiginoso vuelo
Tras de algo que nos llama
Con murmurar incierto,
Sorpresas celestiales,
Dichas que nos asombran;
Así cuando buscamos lo escondido,
Así comienzan del amor las horas.

Implacable angustia,
Hondo dolor del alma,
Recuerdo que no muere,
Deseo que no acaba,
Vigilia de la noche,
Torpe sueño del día
Es lo que queda del placer gustado,
Es el fruto podrido de la vida.

32 |
Margarita

¡Silencio, los lebreles


de la jauría maldita!
No despertéis a la implacable fiera
que duerme silenciosa en su guarida.
¿No veis que de sus garras
penden gloria y honor, reposo y dicha?
Prosiguieron aullando los lebreles…
—Los malos pensamientos homicidas!—
y despertaron la temible fiera…
—¡la pasión que en el alma se adormía!—
Y ¡adiós! en un momento,
¡adiós gloria y honor, reposo y dicha!

Duerme el anciano padre, mientras ella


a la luz de la lámpara nocturna
contempla el noble y varonil semblante
que un pesado sueño abruma.
Bajo aquella triste frente
que los pesares anublan,

| 33
deben ir y venir torvas visiones,
negras hijas de la duda.
Ella tiembla…, vacila y se estremece…
¿De miedo acaso, o de dolor y angustia?
Con expresión de lástima infinita,
no sé qué rezos murmura.
Plegaria acaso santa, acaso impía,
trémulo el labio a su pesar pronuncia,
mientras dentro del alma la conciencia
contra las pasiones lucha.
¡Batalla ruda y terrible
librada ante la víctima, que muda
duerme el sueño intranquilo de los tristes
a quien ha vuelto el rostro la fortuna!
Y él sigue en reposo, y ella,
que abandona la estancia, entre las brumas
de la noche se pierde, y torna al alba,
ajado el velo…, en su mirar la angustia.
Carne, tentación, demonio,
¡oh!, ¿de cuál de vosotros es la culpa?
¡Silencio…! El día soñoliento asoma
por las lejanas alturas,
y el anciano despierto, ella risueña,
ambos su pena ocultan,
y fingen entregarse indiferentes
a las faenas de su vida oscura.

34 | rosalía de castro
3

La culpada calló, mas habló el crimen…


Murió el anciano, y ella, la insensata,
siguió quemando incienso en su locura,
de la torpeza ante las negras aras,
hasta rodar en el profundo abismo,
fiel a su mal, de su dolor esclava.
¡Ah! Cuando amaba el bien, ¿cómo así pudo
hacer traición a su virtud sin mancha,
malgastar las riquezas de su espíritu,
vender su cuerpo, condenar su alma?
Es que en medio del vaso corrompido
donde su sed ardiente se apagaba,
de un amor inmortal los leves átomos,
sin mancharse, en la atmósfera flotaban.
Sedientas las arenas, en la playa
sienten del sol los besos abrasados,
y no lejos, las ondas, siempre frescas,
ruedan pausadamente murmurando.
Pobres arenas, de mi suerte imagen:
no sé lo que me pasa al contemplaros,
pues como yo sufrís, secas y mudas,
el suplicio sin término de Tántalo.
Pero ¿quién sabe…? Acaso luzca un día
en que, salvando misteriosos límites,
avance el mar y hasta vosotras llegue
a apagar vuestra sed inextinguible.

poesía selecta | 35
¡Y quién sabe también si tras de tantos
siglos de ansias y anhelos imposibles,
saciará al fin su sed el alma ardiente
donde beben su amor los serafines!

36 | rosalía de castro
Los tristes

De la torpe ignorancia que confunde


lo mezquino y lo inmenso;
de la dura injusticia del más alto,
de la saña mortal de los pequeños,
¡no es posible que huyáis! cuando os conocen
y os buscan, como busca el zorro hambriento
a la indefensa tórtola en los campos;
y al querer esconderos
de sus cobardes iras, ya en el monte,
en la ciudad o en el retiro estrecho,
¡ahí va!, exclaman, ¡ahí va!, y allí os insultan
y señalan con íntimo contento
cual la mano implacable y vengativa
señala al triste y fugitivo reo.

Cayó por fin en la espumosa y turbia


recia corriente, y descendió al abismo
para no subir más a la serena
y tersa superficie. En lo más íntimo

| 37
del noble corazón ya lastimado,
resonó el golpe doloroso y frío
que ahogando la esperanza
hace abatir los ánimos altivos,
y plegando las alas torvo y mudo,
en densa niebla se envolvió su espíritu.

Vosotros, que lograsteis vuestros sueños,


¿qué entendéis de sus ansias malogradas?
Vosotros, que gozasteis y sufristeis,
¿qué comprendéis de sus eternas lágrimas?
Y vosotros, en fin, cuyos recuerdos
son como niebla que disipa el alba,
¡qué sabéis del que lleva de los suyos
la eterna pesadumbre sobre el alma!

Cuando en la planta con afán cuidada


la fresca yema de un capullo asoma,
lentamente arrastrándose entre el césped,
le asalta el caracol y la devora.
Cuando de un alma atea,
en la profunda oscuridad medrosa

38 | rosalía de castro
brilla un rayo de fe, viene la duda
y sobre él tiende su gigante sombra.

En cada fresco brote, en cada rosa erguida,


cien gotas de rocío brillan al sol que nace;
mas él ve que son lágrimas que derraman los tristes
al fecundar la tierra con su preciosa sangre.
Henchido está el ambiente de agradables aromas,
las aguas y los vientos cadenciosos murmuran;
mas él siente que rugen con sordo clamoreo
de sofocados gritos y de amenazas mudas.
¡No hay duda! De cien astros nuevos, la luz radiante
hasta las más recónditas profundidades llega;
mas sus hermosos rayos
jamás en torno suyo rompen la bruma espesa.
De la esperanza, ¿en dónde crece la flor ansiada?
Para él, en dondequiera al retoñar se agosta,
ya bajo las escarchas del egoísmo estéril,
o ya del desengaño a la menguada sombra.
¡Y en vano el mar extenso y las vegas fecundas,
los pájaros, las flores y los frutos que siembran!
Para el desheredado, sólo hay bajo del cielo
esa quietud sombría que infunde la tristeza.

poesía selecta | 39
6

Cada vez huye más de los vivos,


cada vez habla más con los muertos
y es que cuando nos rinde el cansancio
propicio a la paz y al sueño,
el cuerpo tiende al reposo,
el alma tiende a lo eterno.

Así como el lobo desciende a poblado,


si acaso en la sierra se ve perseguido,
huyendo del hombre que acosa a los tristes,
buscó entre las fieras el triste un asilo.
El sol calentaba su lóbrega cueva,
piadosa velaba su sueño la luna
el árbol salvaje le daba sus frutos,
la fuente sus aguas de grata frescura.
Bien pronto los rayos del sol se nublaron.
la luna entre brumas veló su semblante,
secóse la fuente, y el árbol nególe,
al par que su sombra, sus frutos salvajes.
Dejando la sierra buscó en la llanura
de otro árbol el fruto, la luz de otro cielo;
y a un río profundo, de nombre ignorado,
pidióle aguas puras su labio sediento.

40 | rosalía de castro
¡Ya en vano!, sin tregua siguióle la noche,
la sed que atormenta y el hambre que mata;
¡ya en vano!, que ni árbol, ni cielo, ni río,
le dieron su fruto, su luz, ni sus aguas.
Y en tanto el olvido, la duda y la muerte
agrandan las sombras que en torno le cercan,
allá en lontananza la luz de la vida,
hiriendo sus ojos feliz centellea.
Dichosos mortales a quien la fortuna
fue siempre propicia… ¡Silencio!, ¡silencio!,
si veis tantos seres que corren buscando
las negras corrientes del hondo Leteo.

poesía selecta | 41
Los robles

Allá en tiempos que fueron, y el alma


han llenado de santos recuerdos,
de mi tierra en los campos hermosos,
la riqueza del pobre era el fuego,
que al brillar de la choza en el fondo,
calentaba los rígidos miembros
por el frío y el hambre ateridos
del niño y del viejo.
De la hoguera sentados en torno,
en sus brazos la madre arrullaba
al infante robusto;
daba vuelta, afanosa la andana
en sus dedos nudosos, al huso,
y al alegre fulgor de la llama,
ya la joven la harina cernía,
o ya desgranaba
con su mano callosa y pequeña,
del maíz las mazorcas doradas.
Y al amor del hogar calentándose
en invierno, la pobre familia
campesina, olvidaba la dura
condición de su suerte enemiga;

42 |
y el anciano y el niño, contentos
en su lecho de paja dormían,
como duerme el polluelo en su nido
cuando el ala materna le abriga.

Bajo el hacha implacable, ¡cuán presto


en tierra cayeron
encinas y robles!;
y a los rayos del alba risueña,
¡qué calva aparece
la cima del monte!
Los que ayer fueron bosques y selvas
de agreste espesura,
donde envueltas en dulce misterio
al rayar el día
flotaban las brumas,
y brotaba la fuente serena
entre flores y musgos oculta,
hoy son áridas lomas que ostentan
deformes y negras
sus hondas cisuras.
Ya no entonan en ellas los pájaros
sus canciones de amor, ni se juntan
cuando mayo alborea en la fronda
que quedó de sus robles desnuda.

poesía selecta | 43
Sólo el viento al pasar trae el eco
del cuervo que grazna,
del lobo que aúlla.

Una mancha sombría y extensa


borda a trechos del monte la falda,
semejante a legión aguerrida
que acampase en la abrupta montaña
lanzando alaridos
de sorda amenaza.
Son pinares que al suelo, desnudo
de su antiguo ropaje, le prestan
con el suyo el adorno salvaje
que resiste del tiempo a la afrenta
y corona de eterna verdura
las ásperas breñas
Árbol duro y altivo, que gustas
de escuchar el rumor del Océano
y gemir con la brisa marina
de la playa en el blanco desierto,
¡yo te amo!, y mi vista reposa
con placer en los tibios reflejos
que tu copa gallarda iluminan
cuando audaz se destaca en el cielo,
despidiendo la luz que agoniza,

44 | rosalía de castro
saludando la estrella del véspero.
Pero tú, sacra encina del celta,
y tú, roble de ramas añosas,
sois más bellos con vuestro follaje
que si mayo las cumbres festona
salpicadas de fresco rocío
donde quiebra sus rayos la aurora,
y convierte los sotos profundos
en mansión de gloria.
Más tarde, en otoño
cuando caen marchitas tus hojas,
¡oh roble!, y con ellas
generoso los musgos alfombras,
¡qué hermoso está el campo;
la selva, qué hermosa!
Al recuerdo de aquellos rumores
que al morir el día
se levantan del bosque en la hondura
cuando pasa gimiendo la brisa
y remueve con húmedo soplo
tus hojas marchitas
mientras corre engrosado el arroyo
en su cauce de frescas orillas,
estremécese el alma pensando
dónde duermen las glorias queridas
de este pueblo sufrido, que espera
silencioso en su lecho de espinas
que suene su hora

poesía selecta | 45
y llegue aquel día
en que venza con mano segura,
del mal que le oprime,
la fuerza homicida.

Torna, roble, árbol patrio, a dar sombra


cariñosa a la escueta montaña
donde un tiempo la gaita guerrera
alentó de los nuestros las almas
y compás hizo al eco monótono
del canto materno,
del viento y del agua,
que en las noches del invierno al infante
en su cuna de mimbre arrullaban.
Que tan bello apareces, ¡oh roble!
de este suelo en las cumbres gallardas
y en las suaves graciosas pendientes
donde umbrosas se extienden tus ramas,
como en rostro de pálida virgen
cabellera ondulante y dorada,
que en lluvia de rizos
acaricia la frente de nácar.
¡Torna presto a poblar nuestros bosques;
y que tornen contigo las hadas
que algún tiempo a tu sombra tejieron

46 | rosalía de castro
del héroe gallego
las frescas guirnaldas!
[…]

15

Alma que vas huyendo de ti misma,


¿qué buscas, insensata, en las demás?
Si secó en ti la fuente del consuelo,
secas todas las fuentes has de hallar.
¡Que hay en el cielo estrellas todavía,
y hay en la tierra flores perfumadas!
¡Sí…! Mas no son ya aquellas
que tú amaste y te amaron, desdichada.

16

Cuando recuerdo del ancho bosque


el mar dorado
de hojas marchitas que en el otoño
agita el viento con soplo blando,
tan honda angustia nubla mi alma,
turba mi pecho,
que me pregunto:
“¿Por qué tan terca,
tan fiel memoria me ha dado el cielo?”

poesía selecta | 47
17

Del antiguo camino a lo largo,


ya un pinar, ya una fuente aparece,
que brotando en la peña musgosa
con estrépito al valle desciende.
Y brillando del sol a los rayos
entre un mar de verdura se pierden,
dividiéndose en limpios arroyos
que dan vida a las flores silvestres
y en el Sar se confunden, el río
que cual niño que plácido duerme,
reflejando el azul de los cielos,
lento corre en la fronda a esconderse.
No lejos, en soto profundo de robles,
en donde el silencio sus alas extiende,
y da abrigo a los genios propicios,
a nuestras viviendas y asilos campestres,
siempre allí, cuando evoco mis sombras,
o las llamo, respóndenme y vienen.

18

Ya duermen en su tumba las pasiones


el sueño de la nada;
¿es, pues, locura del doliente espíritu,
o gusano que llevo en mis entrañas?

48 | rosalía de castro
Yo sólo sé que es un placer que duele,
que es un dolor que atormentando halaga,
llama que de la vida se alimenta,
mas sin la cual la vida se apagara.

19

Creyó que era eterno tu reino en el alma,


y creyó tu esencia, esencia inmortal;
mas, si sólo eres nube que pasa,
ilusiones que vienen y van,
rumores del onda que rueda y que muere
y nace de nuevo y vuelve a rodar,
todo es sueño y mentira en la tierra,
¡no existes, verdad!

20

Ya siente que te extingues en su seno,


llama vital, que dabas
luz a su espíritu, a su cuerpo fuerzas,
juventud a su alma.
Ya tu calor no templará su sangre,
por el invierno helada,
ni harás latir su corazón, ya falto
de aliento y de esperanza.

poesía selecta | 49
Será cual astro que apagado y solo,
perdido va por la extensión del cielo,
mudo, ciego, insensible,
sin goces, ni tormentos.

21

No subas tan alto, pensamiento loco,


que el que más alto sube más hondo cae,
ni puede el alma gozar del cielo
mientras que vive envuelta en la carne.
Por eso las grandes dichas de la tierra
tienen siempre por término grandes catástrofes.

50 | rosalía de castro
Ya no mana la fuente

Ya no mana la fuente, se agotó el manantial;


ya el viajero allí nunca va su sed a apagar.
Ya no brota la hierba, ni florece el narciso,
ni en los aires esparcen su fragancia los lirios.
Sólo el cauce arenoso de la seca corriente
le recuerda al sediento el horror de la muerte.
¡Mas no importa! A lo lejos otro arroyo murmura
donde humildes violetas el espacio perfuman.
Y de un sauce el ramaje, al mirarse en las ondas,
tiende en torno del agua su fresquísima sombra.
El sediento viajero que el camino atraviesa,
humedece los labios en la linfa serena
del arroyo que el árbol con sus ramas sombrea,
y dichoso se olvida de la fuente ya seca.

| 51
Una sombra tristísima,
indefinible y vaga

Una sombra tristísima, indefinible y vaga


como lo incierto, siempre ante mis ojos va
tras de otra vaga sombra que sin cesar la huye,
corriendo sin cesar.
Ignoro su destino…; mas no sé por qué temo
al ver su ansia mortal,
que ni han de parar nunca, ni encontrarse jamás.

52 |
Meditación en el umbral

No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.
Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.

| 53
Las campanas

Yo las amo, yo las oigo,


cual oigo el rumor del viento,
el murmurar de la fuente
o el balido de cordero.
Como los pájaros, ellas,
tan pronto asoma en los cielos
el primer rayo del alba,
le saludan con sus ecos.
Y en sus notas, que van prolongándose
por los llanos y los cerros,
hay algo de candoroso,
de apacible y de halagüeño.
Si por siempre enmudecieran,
¡qué tristeza en el aire y el cielo!
¡Qué silencio en la iglesia!
¡Qué extrañeza entre los muertos!

54 |
Lágrima triste en mi dolor
vertida

A la memoria del poeta gallego


Aurelio Aguirre

Lágrima triste en mi dolor vertida,


perla del corazón que entre tormentas
fue en largas horas de pesar nacida,
en fúnebre memoria convertida
la flor será que a tu corona enlace;
las horas de la vida turbulentas
ajan las flores y el laurel marchitan;
pero lágrimas, ¡ay!, que el alma esconde,
llanto de duelo que el dolor fecunda,
si el triste hueco de una tumba anega
y sus húmedos hálitos inunda,
ni el sol de fuego que en Oriente nace
seco su manantial a dejar llega
ni en sutiles vapores le deshace,
¡y es manantial fecundo el llanto mío
para verter sobre un sepulcro amado
de mil recuerdos caudaloso río!

| 55
Tú para mí, yo para ti

Tú para mí, yo para ti, bien mío


—murmurábais los dos—
«Es el amor la esencia de la vida,
no hay vida sin amor».
¡Qué tiempo aquel de alegres armonías!…
¡Qué albos rayos de sol!…
¡Qué tibias noches de susurros llenas,
qué horas de bendición!
¡Qué aroma, qué perfumes, qué belleza
en cuanto Dios crió,
y cómo entre sonrisas murmurábais:
«¡No hay vida sin amor!».

II

Después, cual lampo fugitivo y leve,


como soplo veloz,
pasó el amor…, la esencia de la vida…;
mas… aún vivís los dos.
«Tú de otro, y de otra yo» , dijísteis luego.

56 |
¡Oh mundo engañador!
Ya no hubo noches de serena calma,
brilló enturbiado el sol!…
¿Y aún, vieja encina, resististe? ¿Aún late,
mujer, tu corazón?
No es tiempo ya de delirar, no torna
lo que por siempre huyó.
No sueñes, ¡ay!, pues que llegó el invierno
frío y desolador.
Huella la nieve, valerosa, y cante
enérgica tu voz.
¡Amor, llama inmortal, rey de la tierra,
ya para siempre, adiós!

poesía selecta | 57
Te amo, ¿por qué me odias?

Te amo… ¿Por qué me odias?


—Te odio… ¿Por qué me amas?
Secreto es éste el más triste
y misterioso del alma.
Mas ello es verdad… ¡Verdad
dura y atormentadora!
—Me odias porque te amo;
te amo porque me odias.

58 |
Recuerda el trinar del ave

Recuerda el trinar del ave


y el chasquido de los besos;
los rumores de la selva,
cuando en ella gime el viento,
y del mar las tempestades,
y la bronca voz del trueno;
todo halla un eco en las cuerdas
del arpa que pulsa el genio.
Pero aquel sordo latido
del corazón que está enfermo
de muerte, y que de amor muere
y que resuena en el pecho
como en bordón que se rompe
dentro de un sepulcro hueco,
es tan triste y melancólico,
tan horrible y tan supremo,
que jamás el genio pudo
repetirlo con sus ecos.

| 59
Pobre alma sola

¡Pobre alma sola!, no te entristezcas,


deja que pasen, deja que lleguen
la primavera y el triste otoño,
ora el estío y ora las nieves;
que no tan sólo para ti corren
horas y meses;
todo contigo, seres y mundos
de prisa marchan, todo envejece;
que hoy, mañana, antes y ahora,
lo mismo siempre,
hombres y frutos, plantas y flores,
vienen y vanse, nacen y mueren.
Cuando te apene lo que atrás dejas,
recuerda siempre
que es más dichoso quien de la vida
mayor espacio corrido tiene.

60 |
Yo no sé lo que busco
eternamente

Yo no sé lo que busco eternamente


en la tierra, en el aire y en el cielo;
yo no sé lo que busco; pero es algo
que perdí no sé cuando y que no encuentro,
aun cuando sueñe que invisible habita
en todo cuanto toco y cuanto veo.
Felicidad, no he de volver a hallarte
en la tierra, en el aire, ni en el cielo,
y aun cuando sé que existes
y no eres vano sueño!

| 61
Hora tras hora, día tras día

Hora tras hora, día tras día,


Entre el cielo y la tierra que quedan
Eternos vigías,
Como torrente que se despeña
Pasa la vida.

Devolvedle a la flor su perfume


Después de marchita;
De las ondas que besan la playa
Y que una tras otra besándola expiran
Recoged los rumores, las quejas,
Y en planchas de bronce grabad su armonía.

Tiempos que fueron, llantos y risas,


Negros tormentos, dulces mentiras,
¡Ay!, ¿en dónde su rastro dejaron,
En dónde, alma mía?

62 |
Aunque no alcancen gloria

Aunque no alcancen gloria,


pensé escribiendo libro tan pequeño,
son fáciles y breves mis canciones
y acaso alcancen mi anhelado sueño.
Pues bien puede guardarlas la memoria
tal como, pese al tiempo y la distancia,
y al fuego asolador de las pasiones,
cortas, pero fervientes oraciones.
Por eso son, aunque no alcancen gloria,
tan fáciles y breves mis canciones.

| 63
¡Volved!

Bien sabe Dios que siempre me arrancan tristes lágrimas


aquellos que nos dejan,
pero aún más me lastiman y me llenan de luto
los que a volver se niegan.
¡Partid, y Dios os guíe!..., pobres desheredados,
para quienes no hay sitio en la hostigada tierra;
partid llenos de aliento en pos de otro horizonte,
pero... volved más tarde al viejo hogar que os llama.

Jamás del extranjero el pobre cuerpo inerte,


como en la propia tierra en la ajena descansa.

II

Volved, que os aseguro


que al pie de cada arroyo y cada fuente
de linfa trasparente
donde se reflejó vuestro semblante,
y en cada viejo muro
que os prestó sombra cuando niños erais
y jugabais inquietos,

64 |
y que escuchó más tarde los secretos
del que ya adolescente
o mozo enamorado,
en el soto, en el monte y en el prado,
dondequiera que un día
os guió el pie ligero...,
yo os lo digo y os juro
que hay genios misteriosos
que os llaman tan sentidos y amorosos
y con tan hondo y dolorido acento,
que hacen más triste el suspirar del viento
cuando en las noches del invierno duro
de vuestro hogar, que entristeció el ausente,
discurren por los ámbitos medrosos,
y en las eras sollozan silenciosos,
y van del monte al río
llenos de luto y siempre murmurando:
«¡Partieron...! ¿Hasta cuándo?
¡Qué soledad! ¿No volverán, Dios mío?».

Tornó la golondrina al viejo nido,


y al ver los muros y el hogar desierto,
preguntóle a la brisa: —¿Es que se han muerto?
Y ella en silencio respondió: —¡Se han ido
como el barco perdido
que para siempre ha abandonado el puerto!

poesía selecta | 65
Fue cielo de su espíritu

Fue cielo de su espíritu, fue sueño de sus sueños,


y vida de su vida, y aliento de su aliento;
y fue, desde que rota cayó la venda al suelo,
algo que mata el alma y que envilece el cuerpo.

De la vida en la lucha perenne y fatigosa,


siempre el ansia incesante y el mismo anhelo siempre;
que no ha de tener término sino cuando, cerrados,
ya duerman nuestros ojos el sueño de la muerte.

66 |
Los muertos van de prisa

«Los muertos van de prisa»,


el poeta lo ha dicho;
van tan de prisa, que sus sombras pálidas
se pierden del olvido en los abismos
con mayor rapidez que la centella
se pierde en los espacios infinitos.

«Los muertos van de prisa»; mas yo creo


que aun mucho más de prisa van los vivos.
¡Los vivos!, que con ansia abrasadora,
cuando apenas vivieron
un instante de gloria, un solo día
de júbilo, y mucho antes de haber muerto,
unos a otros sin piedad se entierran
para heredarse presto.

| 67
Las canciones que oyó la niña

Una
Tras de los limpios cristales
se agitaba la blanca cortina,
y adiviné que tu aliento
perfumado la movía.

Sola estabas en tu alcoba,


y detrás de la tela blanquísima
te ocultabas, ¡cruel!, a mis ojos...
mas mis ojos te veían.

Con cerrojos cerraste la puerta,


pero yo penetré en tu aposento
a través de las gruesas paredes,
cual penetran los espectros;
porque no hay para el alma cerrojos,
ángel de mis pensamientos.

Codicioso admiré tu hermosura,


y al sorprender los misterios
que a mis ojos velabas... ¡perdóname!,
te estreché contra mi seno.

68 |
Mas... me ahogaba el aroma purísimo
que exhalabas de tu pecho,
y hube de soltar mi presa
lleno de remordimiento.

Te seguiré adonde vayas,


aunque te vayas muy lejos,
y en vano echarás cerrojos
para guardar tus secretos;
porque no impedirá que mi espíritu
pueda llegar hasta ellos.

Pero... ya no me temas, bien mío,


que, aunque sorprenda tu sueño,
y aunque en tanto estés dormida
a tu lado me tienda en tu lecho,
contemplaré tu semblante,
mas no tocaré tu cuerpo,
pues lo impide el aroma purísimo
que se exhala de tu seno.
Y como ahuyenta la aurora
los vapores soñolientos
de la noche callada y sombría,
así ahuyenta mis malos deseos.

Otra
Hoy uno y otro mañana,
rodando, rodando el mundo,

poesía selecta | 69
si cual te amé no amaste todavía,
al fin ha de llegar el amor tuyo.

¡Y yo no quiero que llegue...


ni que ames nunca, cual te amé, a ninguno;
antes que te abras de otro sol al rayo,
véate yo secar, fresco capullo!

70 | rosalía de castro
La canción que oyó en sueños
el viejo

A la luz de esa aurora primaveral, tu pecho


vuelve a agitarse ansioso de glorias y de amor.
¡Loco...!, corre a esconderte en el asilo oscuro
donde ya no penetra la viva luz del sol.

Aquí tu sangre torna a circular activa,


y tus pasiones tornan a rejuvenecer...
huye hacia el antro en donde aguarda resignada
por la infalible muerte la implacable vejez.

Sonrisa en labio enjuto hiela y repele a un tiempo;


flores sobre un cadáver causan al alma espanto;
ni flores, ni sonrisas, ni sol de primavera
busques cuando tu vida llegó triste a su ocaso.

| 71
A orillas del Sar

A través del follaje perenne


que oír deja rumores extraños,
y entre un mar de ondulante verdura,
amorosa mansión de los pájaros,
desde mis ventanas veo
el templo que quise tanto.

El templo que tanto quise...,


pues no sé decir ya si le quiero,
que en el rudo vaivén que sin tregua
se agitan mis pensamientos,
dudo si el rencor adusto
vive unido al amor en mi pecho.

II

¡Otra vez!, tras la lucha que rinde


y la incertidumbre amarga
del viajero que errante no sabe
dónde dormirá mañana,
en sus lares primitivos
halla un breve descanso mi alma.

72 |
Algo tiene este blando reposo
de sombrío y de halagüeño,
cual lo tiene, en la noche callada,
de un ser amado el recuerdo,
que de negras traiciones y dichas
inmensas, nos habla a un tiempo.

Ya no lloro..., y no obstante, agobiado


y afligido mi espíritu, apenas
de su cárcel estrecha y sombría
osa dejar las tinieblas
para bañarse en las ondas
de luz que el espacio llenan.

Cual si en suelo extranjero me hallase,


tímida y hosca, contemplo
desde lejos los bosques y alturas
y los floridos senderos
donde en cada rincón me aguardaba
la esperanza sonriendo.

III

Oigo el toque sonoro que entonces


a mi lecho a llamarme venía
con sus ecos que el alba anunciaban,
mientras, cual dulce caricia,

poesía selecta | 73
un rayo de sol dorado
alumbraba mi estancia tranquila.

Puro el aire, la luz sonrosada,


¡qué despertar tan dichoso!
Yo veía entre nubes de incienso,
visiones con alas de oro
que llevaban la venda celeste
de la fe sobre sus ojos...

Ese sol es el mismo, mas ellas


no acuden a mi conjuro;
y a través del espacio y las nubes,
y del agua en los limbos confusos,
y del aire en la azul transparencia,
¡ay!, ya en vano las llamo y las busco.

Blanca y desierta la vía


entre los frondosos setos
y los bosques y arroyos que bordan
sus orillas, con grato misterio
atraerme parece y brindarme
a que siga su línea sin término.

Bajemos, pues, que el camino


antiguo nos saldrá al paso,
aunque triste, escabroso y desierto,
y cual nosotros cambiado,

74 |
lleno aún de las blancas fantasmas
que en otro tiempo adoramos.

IV
Tras de inútil fatiga, que mis fuerzas agota,
caigo en la senda amiga, donde una fuente brota
siempre serena y pura,
y con mirada incierta, busco por la llanura
no sé qué sombra vana o que esperanza muerta,
no sé qué flor tardía de virginal frescura
que no crece en la vía arenosa y desierta.

De la oscura Trabanca tras la espesa arboleda,


gallardamente arranca al pie de la vereda
La Torre y sus contornos cubiertos de follaje,
prestando a la mirada descanso en su ramaje
cuando de la ancha vega por vivo sol bañada
que las pupilas ciega,
atraviesa el espacio, gozosa y deslumbrada.

Como un eco perdido, como un amigo acento


que sueña cariñoso,
el familiar chirrido del carro perezoso
corre en alas del viento y llega hasta mi oído
cual en aquellos días hermosos y brillantes
en que las ansias mías eran quejas amantes,
eran dorados sueños y santas alegrías.

poesía selecta | 75
Ruge la Presa lejos..., y, de las aves nido,
Fondón cerca descansa;
la cándida abubilla bebe en el agua mansa
donde un tiempo he creído de la esperanza hermosa
beber el néctar sano, y hoy bebiera anhelosa
las aguas del olvido, que es de la muerte hermano;
donde de los vencejos que vuelan en la altura,
la sombra se refleja;
y en cuya linfa pura, blanca, el nenúfar brilla
por entre la verdura de la frondosa orilla.

¡Cuán hermosa es tu vega, oh Padrón, oh Iria Flavia!


Mas el calor, la vida juvenil y la savia
que extraje de tu seno,
como el sediento niño el dulce jugo extrae
del pecho blanco y lleno,
de mi existencia oscura en el torrente amargo
pasaron, cual barrida por la inconstancia ciega,
una visión de armiño, una ilusión querida,
un suspiro de amor.

De tus suaves rumores la acorde consonancia,


ya para el alma yerta tornóse bronca y dura
a impulsos del dolor;
secáronse tus flores de virginal fragancia;

76 | rosalía de castro
perdió su azul tu cielo, el campo su frescura,
el alba su candor.
La nieve de los años, de la tristeza el hielo
constante, al alma niegan toda ilusión amada,
todo dulce consuelo.
Sólo los desengaños preñados de temores,
y de la duda el frío,
avivan los dolores que siente el pecho mío,
y ahondando mi herida,
me destierran del cielo, donde las fuentes brotan
eternas de la vida.

VI

¡Oh tierra, antes y ahora, siempre fecunda y bella!


Viendo cuán triste brilla nuestra fatal estrella,
del Sar cabe la orilla
al acabarme, siento la sed devoradora
y jamás apagada que ahoga el sentimiento,
y el hambre de justicia, que abate y que anonada
cuando nuestros clamores los arrebata el viento
de tempestad airada.

Ya en vano el tibio rayo de la naciente aurora


tras del Miranda altivo,
valles y cumbres dora con su resplandor vivo;
en vano llega mayo de sol y aromas lleno,

poesía selecta | 77
con su frente de niño de rosas coronada,
y con su luz serena:
en mi pecho ve juntos el odio y el cariño,
mezcla de gloria y pena,
mi sien por la corona del mártir agobiada
y para siempre frío y agotado mi seno.

VII

Ya que de la esperanza, para la vida mía,


triste y descolorido ha llegado el ocaso,
a mi morada oscura, desmantelada y fría,
tornemos paso a paso,
porque con su alegría no aumente mi amargura
la blanca luz del día.

Contenta el negro nido busca el ave agorera;


bien reposa la fiera en el antro escondido,
en su sepulcro el muerto, el triste en el olvido
y mi alma en su desierto.

78 | rosalía de castro
2

Los unos altísimos,


los otros menores,
con su eterno verdor y frescura,
que inspira a las almas
agrestes canciones,
mientras gime al chocar con las aguas
la brisa marina de aromas salobres,
van en ondas subiendo hacia el cielo
los pinos del monte.

De la altura la bruma desciende


y envuelve las copas
perfumadas, sonoras y altivas
de aquellos gigantes
que el Castro coronan;
brilla en tanto a sus pies el arroyo
que alumbra risueña
la luz de la aurora,
y los cuervos sacuden sus alas,
lanzando graznidos
y huyendo la sombra.

El viajero, rendido y cansado,


que ve del camino la línea escabrosa
que aún le resta que andar, anhelara,
deteniéndose al pie de la loma,

poesía selecta | 79
de repente quedar convertido
en pájaro o fuente,
en árbol o en roca.

Era apacible el día


y templado el ambiente,
y llovía, llovía
callada y mansamente;
y mientras silenciosa
lloraba yo y gemía,
mi niño, tierna rosa,
durmiendo se moría.

Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!


Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca en la mía!

Tierra sobre el cadáver insepulto


antes que empiece a corromperse..., ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos;
bien pronto en los terrones removidos
verde y pujante crecerá la hierba.

¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,


torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!

80 | rosalía de castro
jamás el que descansa en el sepulcro
ha de tornar a amaros ni a ofenderos,

¡ Jamás! ¿Es verdad que todo


para siempre acabó ya?
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Tú te fuiste por siempre; mas mi alma


te espera aún con amoroso afán,
y vendrás o iré yo, bien de mi vida,
allí donde nos hemos de encontrar.

Algo ha quedado tuyo en mis entrañas


que no morirá jamás,
y que Dios, porque es justo y porque es bueno,
a desunir ya nunca volverá.

En el cielo, en la tierra, en lo insondable


yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Mas... es verdad, ha partido


para nunca más tornar.
Nada hay eterno para el hombre, huésped
de un día en este mundo terrenal

poesía selecta | 81
en donde nace, vive y al fin muere,
cual todo nace, vive y muere acá.

Una luciérnaga entre el musgo brilla


y un astro en las alturas centellea;
abismo arriba, y en el fondo abismo;
¿qué es al fin lo que acaba y lo que queda?
En vano el pensamiento
indaga y busca en lo insondable, ¡oh ciencia!
Siempre, al llegar al término, ignoramos
qué es al fin lo que acaba y lo que queda.

Arrodillada ante la tosca imagen,


mi espíritu, abismado en lo infinito,
impía acaso, interrogando al cielo
y al infierno a la vez, tiemblo y vacilo.
¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana
con sus ecos responde a mis gemidos
desde la altura, y sin esfuerzo el llanto
baña ardiente mi rostro enflaquecido.

¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan solo


lo puedes ver y comprender, Dios mío!
¿Es verdad que los ves? Señor, entonces,
piadoso y compasivo
vuelve a mis ojos la celeste venda

82 | rosalía de castro
de la fe bienhechora que he perdido,
y no consientas, no, que cruce errante,
huérfano y sin arrimo,
acá abajo los yermos de la vida,
más allá las llanadas del vacío.

Sigue tocando a muerto, y siempre mudo


e impasible el divino
rostro del Redentor, deja que envuelto
en sombras quede el humillado espíritu.
Silencio, siempre; únicamente el órgano
con sus acentos místicos
resuena allá de la desierta nave
bajo el arco sombrío.

Todo acabó quizás, menos mi pena,


puñal de doble filo;
todo, menos la duda que nos lanza
de un abismo de horror en otro abismo.

Desierto el mundo, despoblado el cielo,


enferma el alma y en el polvo hundido
el sacro altar en donde
se exhalaron fervientes mis suspiros,
en mil pedazos roto
mi Dios, cayó al abismo,
y al buscarle anhelante, sólo encuentro
la soledad inmensa del vacío.

poesía selecta | 83
De improviso los ángeles
desde sus altos nichos
de mármol, me miraron tristemente
y una voz dulce resonó en mi oído:
“Pobre alma, espera y llora
a los pies del Altísimo;
mas no olvides que al cielo
nunca ha llegado el insolente grito
de un corazón que de la vil materia
y del barro de Adán formó sus ídolos.”

5
Adivínase el dulce y perfumado
calor primaveral;
los gérmenes se agitan en la tierra
con inquietud en su amoroso afán,
y cruzan por los aires, silenciosos,
átomos que se besan al pasar.

Hierve la sangre juvenil, se exalta


lleno de aliento el corazón, y audaz
el loco pensamiento sueña y cree
que el hombre es, cual los dioses, inmortal.
No importa que los sueños sean mentira,
ya que al cabo es verdad
que es venturoso el que soñando muere,
infeliz el que vive sin soñar.
¡Pero qué aprisa en este mundo triste

84 | rosalía de castro
todas las cosas van!
¡Que las domina el vértigo creyérase!
La que ayer fue capullo, es rosa ya,
y pronto agostará rosas y plantas
el calor estival.

6
Candente está la atmósfera;
explora el zorro la desierta vía;
insalubre se torna
del limpio arroyo el agua cristalina,
y el pino aguarda inmóvil
los besos inconstantes de la brisa

Imponente silencio
agobia la campiña;
sólo el zumbido del insecto se oye
en las extensas y húmedas umbrías,
monótono y constante
como el sordo estertor de la agonía.

Bien pudiera llamarse, en el estío,


la hora del mediodía,
noche en que al hombre, de luchar cansado,
más que nunca le irritan
de la materia la imponente fuerza
y del alma las ansias infinitas.
Volved, ¡oh, noches del invierno frío,

poesía selecta | 85
nuestras viejas amantes de otros días!
Tornad con vuestros hielos y crudezas
a refrescar la sangre enardecida
por el estío insoportable y triste...
¡Triste... lleno de pámpanos y espigas!

Frío y calor, otoño o primavera,


¿dónde..., dónde se encuentra la alegría?
Hermosas son las estaciones todas
para el mortal que en sí guarda la dicha;
mas para el alma desolada y huérfana
no hay estación risueña ni propicia.

7
Un manso río, una vereda estrecha,
un campo solitario y un pinar,
y el viejo puente rústico y sencillo
completando tan grata soledad.

¿Qué es soledad? Para llenar el mundo


basta a veces un solo pensamiento.
Por eso hoy, hartos de belleza, encuentras
el puente, el río y el pinar desiertos.
No son nube ni flor los que enamoran;
eres tú, corazón, triste o dichoso,
ya del dolor y del placer el árbitro,
quien seca el mar y hace habitar el polo.

86 | rosalía de castro
8

—Detente un punto, pensamiento inquieto;


la victoria te espera,
el amor y la gloria te sonríen.
¿Nada de esto te halaga ni encadena?
—Dejadme solo y olvidado y libre;
quiero errante vagar en las tinieblas;
mi ilusión más querida
sólo allí dulce y sin rubor me besa.

Moría el sol, y las marchitas hojas


de los robles, a impulso de la brisa,
en silenciosos y revueltos giros
sobre el fango caían:
ellas, que tan hermosas y tan puras
en el abril vinieron a la vida.

Ya era el otoño caprichoso y bello:


¡cuán bella y caprichosa es la alegría!
Pues en la tumba de las muertas hojas
vieron sólo esperanzas y sonrisas.

Extinguióse la luz: llegó la noche


como la muerte y el dolor, sombría;
estalló el trueno, el río desbordóse

poesía selecta | 87
arrastrando en sus aguas a las víctimas;
y murieron dichosas y contentas...
¡Cuán bella y caprichosa es la alegría!

10

Del rumor cadencioso de la onda


y el viento que muge;
del incierto reflejo que alumbra
la selva o la nube;
del piar de alguna ave de paso;
del agreste ignorado perfume
que el céfiro roba
al valle o a la cumbre,
mundos hay donde encuentran asilo
las almas que al peso
del mundo sucumben.

88 | rosalía de castro
Era en abril, y de la nieve
al peso

Era en abril, y de la nieve al peso


aún se doblaron los morados lirios;
era en diciembre, y se agostó la hierba
al sol, como se agosta en el estío.
En verano o en invierno, no lo dudes,
adulto, anciano o niño,
y hierba y flor, son víctimas eternas
de las amargas burlas del destino.
Sucumbe el joven, y encorvado, enfermo,
sobrevive el anciano; muere el rico
que ama la vida, y el mendigo hambriento
que ama la muerte es como eterno vivo.

| 89
En su cárcel de espinos
y rosas

En su cárcel de espinos y rosas


cantan y juegan mis pobres niños,
hermosos seres, desde la cuna
por la desgracia ya perseguidos.

En su cárcel se duermen soñando


cuán bello es el mundo cruel que no vieron,
cuán ancha la tierra, cuán hondos los mares,
cuán grande el espacio, qué breve su huerto.

Y le envidian las alas al pájaro


que traspone las cumbres y valles,
y le dicen: —¿Qué has visto allá lejos,
golondrina que cruzas los aires?

Y despiertan soñando, y dormidos


soñando se quedan
que ya son la nube flotante que pasa
o ya son el ave ligera que vuela
tan lejos, tan lejos del nido, cual ellos
de su cárcel ir lejos quisieran.

90 |
—¡Todos parten! —exclaman—. ¡Tan sólo,
tan sólo nosotros nos quedamos siempre!
¿Por qué quedar, madre, por qué no llevarnos
donde hay otro cielo, otro aire, otras gentes?

Yo, en tanto, bañados mis ojos, les miro


y guardo silencio, pensando: —En la tierra
¿adónde llevaros, mis pobres cautivos,
que no hayan de ataros las mismas cadenas?
Del hombre, enemigo del hombre, no puede
libraros, mis ángeles, la egida materna.

poesía selecta | 91
Rosalía
de Castro
Poesía selecta
se terminó de editar en abril de 2016
en las oficinas de la Editorial
Universitaria, José Bonifacio Andrada
2679, Lomas de Guevara, 44657
Guadalajara, Jalisco

Jorge Orendáin
Jorge Souza
Cuidado editorial
Sol Ortega Ruelas
Paola E. Vázquez Murillo
Diseño y diagramación

También podría gustarte