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El Miron Del Cine 2

El documento habla sobre una pareja que se encuentra con un hombre que anteriormente había tenido un encuentro sexual con la esposa. Esto lleva a la pareja a discutir el incidente pasado y fantasías sexuales, lo que resulta en relaciones sexuales intensas entre ellos.
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El Miron Del Cine 2

El documento habla sobre una pareja que se encuentra con un hombre que anteriormente había tenido un encuentro sexual con la esposa. Esto lleva a la pareja a discutir el incidente pasado y fantasías sexuales, lo que resulta en relaciones sexuales intensas entre ellos.
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El mirón del cine 2

David Lovia
Derechos de autor © diciembre 2022 David Lovia

Todos los derechos reservados

Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier similitud con
personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo intencionado por parte del autor.

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de recuperación, ni
transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de fotocopia, grabación o de
cualquier otro modo, sin el permiso expreso del editor.
Twitter: LosrelatosdeDL

Email; davidlovia@hotmail.com
1

Salimos del cine con las niñas, no era muy tarde, sobre las ocho y
media, acabábamos de ver la última peli de los Minions y en lo que íbamos
debatiendo sobre dónde cenar nos topamos de frente con aquel tipo.

Había pasado casi un año y aunque yo le había visto en otras ocasiones,


casi siempre merodeando por la zona de la entrada de los cines, esta vez
Silvia se fijó en él notando el repaso visual que le pegaba y cómo la
traspasaba con la mirada. Mi mujer se puso más tensa de lo normal, cogió a
las niñas de la mano y salió de allí como alma que lleva el diablo.

Fue la primera vez que ella vio al mirón que se la había follado delante
de mí.

Como decía, había pasado mucho tiempo, aquello fue un incidente que
nos dejó muy marcados interiormente, aunque preferimos pasar página
como si no hubiera sucedido nada y jamás habíamos hablado de ello.

Pero yo no había día que no me acordara de la polla de aquel señor en la


boca de mi mujer, ¡menuda mamada le había hecho Silvia! Y lo que era
peor, terminó metiéndosela delante de mis narices y yo no es que no
protestara, es que además, me hice una paja. También es verdad que en las
siguientes semanas en casa, follamos casi a diario, llevando un ritmo que ni
en nuestros mejores años de universidad, y es que Silvia parecía estar
excitada continuamente, aunque no me dijera nada.

Ese sábado, en cuanto acostamos a las niñas le pedí a Silvia que se


pusiera guapa, me apetecía acostarme con ella y mi mujer parecía estar por
la labor también. Unos minutos más tarde apareció en el salón con un
conjuntito negro, tipo corsé, con unas medias hasta medio muslo y un
liguero que se enganchaba con unas tiras finas con las medias.

El body negro parecía a punto de reventar en el cuerpo de Silvia, que


había vuelto a coger los siete kilos que había perdido, pues primero una
lesión en la espalda y luego la carga de trabajo en el bufete de abogados,
habían hecho que mi mujer dejara de ir al gimnasio. Pero a mí me daba
igual, es más, casi lo prefería, me encantaba ver sus curvas y cuando se
ponía así lo primero que le crecían eran las tetas.

Ahora sus tetazas eran todavía más grandes y pesadas y se le salían una
parte de ellas por los laterales del body.

―Joder, casi no me vale ya esto... ―protestó Silvia tumbándose a mi


lado.
―Anda, no digas tonterías, te vale perfectamente, ¡estás imponente!
―¿En serio que me sienta bien?
―Joder, te queda impresionante...
―Mmmm, sí, ya veo que dices la verdad, esta nunca miente ―susurró
Silvia sacándome la polla del pantalón y pegándome un par de sacudidas.

Entonces se me ocurrió sacar el tema. Quizás no debería haberlo hecho,


pues fue como abrir la caja de Pandora.

―¿Esta tarde lo has visto, verdad? ―pregunté a Silvia.


―¿A quién? ―contestó haciéndose la tonta, pero sabiendo de sobra a lo
que me refería.
―En el cine, al tío ese..., se te ha quedado mirando...
―No me he dado cuenta...
―Sí que te has dado cuenta, Silvia, se te ha cambiado la cara y has salido
a toda leche de allí...
―No sé a quién...
―Has visto al viejo en el cine, ya sabes... el que te...
―Está bien, Santi, vale, sí, lo he visto..., y me he puesto un poco
nerviosa, no me ha hecho mucha gracia encontrarme con ese cerdo delante
de las niñas..., además, creo que nos ha reconocido.
―Yo creo que también, por cierto, después de casi un año..., nunca
hemos hablado de lo que sucedió...
―Mejor, ya ha pasado mucho tiempo, no quiero remover ese tema...
―Quería disculparme por lo que hice, me comporté como un cretino
dejándote en manos de ese cabrón...
―Pues sí, pero ahora ya es tarde...
Silvia me soltó la polla y se quedó parada, quizás lo último que se
esperara es que termináramos hablando de la noche en la que el viejo se la
folló en medio del cine. Sin embargo, yo la seguía teniendo muy dura.

Hacía mucho que no estaba tan empalmado.

―¿Qué te pasa? ―pregunté yo.


―Nada, es que no me apetece recordar aquello en estos momentos...,
aunque a ti ya veo que sí...
―Lo siento, no estoy así por eso... bueno, puede que un poco sí, pero
estoy excitado porque estás increíble con ese conjuntito..., ¡ni te imaginas el
morbo que me das!
―¿Qué pasa? ¿Te pone recordar que ese viejo casi me obligó a la fuerza
mientras tú te hacías una paja como un salido?
―Bueno... ehhh... tanto como a la fuerza, yo creo que lo disfrutaste, los
dos..., yo también, eh...
―No sabía que te gustaran esas cosas...
―¿Qué cosas?
―Pues eso, ya sabes, verme con otro... eso solo lo hacen los
degenerados...
―¿Los degenerados?, lo siento de verdad, yo tampoco sabía que me
gustara..., no sé si fue por el momento, te recuerdo que estábamos muy
cachondos cuando apareció, quizá fue eso..., ¡tuvo que ser eso!
―O quizás es que te gusta mirar cómo otros me follan...
―¡Joder, Silvia!, no digas eso...
―¿Por qué? ¿Se te pone más dura? ―dijo agarrándome la polla otra vez
y pegándole cinco o seis sacudidas para volverla a soltar.
―Mmmmmm, uf, cómo me estás poniendo...
―¿Ves cómo te gusta?
―¿Y a ti, qué? ¿Te excita que te vea con otros?
―A mí, no. Eso no me va nada..., yo quiero que mi marido sea un tío de
verdad, un hombre, que me proteja, y no que cuando otro me mete mano en
sus narices se saque la polla y se haga una paja..., fue patético...
―Lo siento, Silvia, me he disculpado muchas veces, y ya no puedo
arreglarlo... bueno, quizás, podría haber una manera...
―¿Una manera de qué...?
―Pues de ser todas esas cosas que me acabas de decir, de protegerte, de
ser un hombre de verdad... había pensado que podíamos volver y..., darle un
escarmiento a ese tío..., me da asco cómo te mira, cómo le mira a todas las
mujeres cuando pasan a su lado, ¡es un cerdo!
―¿Darle un escarmiento?, ¿tú te estás escuchando?, quedaste como un
panoli, como un cornudo, ¿qué puedes hacer ahora?
―Volver al cine y demostrarle que eres mía, que vea quién te folla, y si
quiere que se haga una paja mirándonos...
―Anda, deja de decir tonterías... no vamos a volver al cine a follar
delante de ese..., y que encima se haga una paja para darle el gusto... mira
cómo terminamos la otra vez...
―Pero ahora sería distinto... ya estaríamos preparados... sabríamos que
está ahí esperando a que bajemos la guardia...
―¿Y sí se acerca y me vuelve a tocar? ¿Se lo vas a impedir? ―me
preguntó Silvia muy seria volviéndome a agarrar la polla.
―Sí, desde luego que si te tocara sin tu permiso no se lo iba a decir por
las buenas, quizás tendría que echarle la mano al pescuezo para que atienda
a razones...
―Mmmm, ¡qué maridito más duro tengo!

Bajé los dos tirantes de su body, deslizándolos por un costado y de un


tirón aparecieron sus inmensas tetas que acaricié con devoción. Era
increíble, pero Silvia se había puesto cachonda fantaseando con el viejo
mirón.

―Entonces, ¿te gustaría volver al cine? ―insistí de nuevo.


―Nooo..., ya no te preocupes por lo que pasó, a ver si ahora por querer
arreglarlo vas a terminar peleándote en medio del cine, además, te recuerdo
que el viejo estaba bastante fuerte...
―¿Y crees que no podría con ese anciano?, ja, ja, ja, por favor, Silvia...
―Tenías las manos grandes, ásperas, y... mmmm, prefiero no hablar de
él...
―¿Por qué? ¿Te pone cachonda?
―No, el único que se pone cachondo eres tú, pero si quieres que me folle
a otros tíos dímelo, cuando vuelva al gimnasio seguro que hay unos cuantos
jovencitos a los que no les importaría...
―Joder, Silvia...
―¿Ves cómo te excitas? ―dijo acelerando el ritmo de su paja―. Lo
mismo te gustaría saber que llevo unos meses follando con mi jefe...
―Mmmmm, ¿ah, sí?, no me lo creo, pero seguro que el muy cabrón te
mira esas tetas que tienes...
―Pues claro que me las mira, cornudo cabrón... entonces, ¿quieres que
me tire a algún jovencito del gym?
―Noooo, solo te voy a follar yo ―aseguré poniéndome encima de ella y
restregándome contra su coño.
―¿Me la vas a meter?
―Por supuesto ―dije apartando la tela de su body y clavándosela de un
solo empujón.
―Ahhhggg, ¡qué bueno!, venga, fóllame...
―¿Te gusta mi polla, eh?
―Me encanta...
―Nunca te ha follado una polla así, dímelo...
―Nunca me ha follado una polla como la tuya, nunca me ha follado un
hombre como tú...
―Te vas a enterar, zorra...

La embestí con golpes secos, haciendo bambolear sus pechos a cada


acometida. Silvia se reprimía los gemidos todo lo que podía, para no
despertar a las niñas y me puso las dos manos en el culo guiando el ritmo
que a ella le gustaba.

―Vamos, sigueee, sigueeee...


―Quiero enseñarle a ese cerdo cómo hay que follarte para hacer que te
corras...
―Cállate ya y sigueeee, vamosssss...
―¿Así te gusta?
―Sí, síííí, sigueeee... ―me pidió agarrando con fuerza mis glúteos para
empujarlos contra su cuerpo.
―Lo tengo a punto, ahhhhh...
―No te pares, sigueeee, ahhhh, sigueeeee...
―Diossss, Silvia, me corro, ahhhhh ahhhh ahhh, me corrooooo,
¡¡¡ahhhhh!!!
―¡¡Ay qué rico!!, muy biennn, mmmmmm, un poco mássss, échamelo
todo dentro..., muy bien, cariño...
Me quedé varios segundos más moviéndome lentamente sobre mi mujer,
que acababa de gozar como una loca del polvazo que le había echado. Con
la respiración agitada me pidió que me quitara de encima y se volvió a
meter las tetas dentro del body.

―Venga, anda, vamos a la cama ―dijo Silvia.

Yo me levanté del sofá completamente desnudo y me pegué a su espalda,


abrazándola satisfecho.

―¿Ha estado bien, eh?, ufff, ¡vaya polvazo! ―afirmé orgulloso.


―Sí, sí, ha sido una pasada...
2

Dos semanas más tarde volvimos al centro comercial. Dejamos a las


niñas en el parque de bolas, y Silvia y yo recorrimos los pasillos entrando
en varias tiendas. Mi mujer quería comprarse ropa para el trabajo y un par
de zapatos de verano.

Me costó convencerla para que no se quitara los pantalones vaqueros que


se había estado probando en casa antes de salir. Con mucho esfuerzo
consiguió abrocharlos, era evidente que había ganado unos kilos, pero una
vez que lograba metérselos le sentaban espectacular. Su tremendo culo y
sus anchas caderas luchaban con reventar cada costura del pantalón.

¡No podía ir más apretada la cabrona!

Si a eso le sumábamos un polo amarillo de manga corta, con el que no


enseñaba escote, pero con el que se le marcaban las tetas de manera
exagerada, no me extrañó que unos cuantos tíos se giraran para ver bien a
Silvia cuando nos cruzamos con ellos.

Y lo peor fue cuando nos encontramos de nuevo al merodeador del cine,


se encontraba junto a la tienda de animales hablando con el dueño, y nos
extrañó mucho verle allí. Casualmente teníamos que entrar porque le
queríamos dar una sorpresa a la peque mayor y regalarle un hámster que
nos llevaba tiempo pidiendo.

Por un momento dudé qué hacer, pero Silvia lo tuvo mucho más claro y
decidida se metió en la tienda. Al pasar a su lado el viejo le pegó un repaso
de arriba a abajo antes de darnos las “buenas tardes”, luego entró detrás de
nosotros y disimuló como si estuviera mirando los peces que había al fondo.
Yo me lo quedé mirando detenidamente, si él no se cortaba, yo tampoco,
esta vez pude verlo bien y no me intimidó tanto como en el cine. Era un
señor mayor que tendría sobre 60 años, más bajito que yo, aunque bastante
más ancho y corpulento y llevaba una camisa blanca de manga corta
veraniega con un par de botones desabrochados, enseñando los pelos
canosos del pecho.

Mi mujer llamó al dueño y nos estuvo explicando un poco los cuidados


del animal y también nos enseñó un par de jaulas para guardar al hámster.
El señor de unos 50 años no eran tan descarado como su amigo, pero
mientras hablaba con Silvia se le escaparon un par de veces los ojos a sus
tetazas. Luego mi mujer se fue con él al mostrador y el mirón del cine se
acercó a tres metros de ella fijándose en su culazo detenidamente, incluso
me pareció que llegó a acomodarse el paquete mientras lo hacía.

Entonces me acerqué a él poniéndome delante para que no siguiera


babeando con el culo de Silvia. Él subió la cabeza y me encontró frente a él
desafiándole con la mirada.

―¿Todo bien? ―le pregunté.


―Sí, ¿por qué, pasa algo?
―No sé, parecía que nos estabas siguiendo...
―¿Que os estaba siguiendo?, no, hombre, no, solo estaba dando una
vuelta por la tienda de mi amigo, Nicolás...
―Ahh, es que me parecía...

Silvia, que estaba pagando la compra, se giró con la jaula en la mano y


me encontró hablando con el señor que meses atrás se la había follado en el
cine. La escena cuanto menos era curiosa. Yo delante del tío con los brazos
en jarra, Silvia detrás de mí con la jaula en la mano y el viejo reculando y
haciéndose el buenazo.

―Santi, ¿pasa algo? ―me preguntó mi mujer.


―Sí, ya nos vamos... entonces, ¿todo bien? ―dije avanzando unos pasos
para ponerme a la altura del mirón y apoyar una mano sobre su hombro.
―Sí, claro, sin problemas ―me respondió levantando las manos en son
de paz.

Envalentonado me di la vuelta y salí de la tienda agarrando a Silvia de la


cintura mientras le daba un suave cachete en el culo, para que ese viejo
viera quién era el macho que se la follaba.
Por la noche, ya en casa, Silvia me preguntó qué es lo que había estado
hablando con ese tío.

―Es que te estaba mirando de una manera que no me gustaba nada y he


tenido que ir a decirle cuatro cosas, ¿has visto cómo se ha acojonado el
pobre?, ja, ja, ja, creo que ese cretino no es tan duro como se cree, en
cuanto le plantas un poco cara se achanta a la más mínima, si te digo la
verdad, me ha gustado dejarle las cosas claras..., creo que no le han dado
nunca un escarmiento, no sé a cuántas parejas le habrá hecho lo mismo que
a nosotros, aquel día del cine se aprovechó viendo que estábamos muy
cachondos, por eso te dije el otro día lo de darle una lección...
―No empieces con eso, Santi, lo que pasó ya no tiene solución, yo no
quiero ir al cine a hacer nada delante de ese asqueroso..., para que encima
se haga una paja a nuestra costa...
―Le tenías que haber visto cómo te miraba el culo, joder, ¡es que no se
corta un pelo!
―¿Me estaba mirando el culo?
―Sí, cuando estabas en la caja, se puso detrás de ti y vamos, es que ni
disimulaba... incluso se tocó el paquete, no me extrañaría que hasta se le
hubiera puesto dura..., y el dueño de la tienda lo mismo, te ha pegado un
buen repaso de arriba a abajo...
―Anda, deja de decir tonterías, pero muchas gracias por haber sacado la
cara por mí...
―Es lo mínimo que podía hacer... después de...
―Deja de darle vueltas al asunto, Santi...
―¡Es que no me lo puedo sacar de la cabeza!, me siento fatal por haberte
dejado en manos de ese cabrón, ¡cada vez que me acuerdo me hierve la
sangre!, quedé como un gilipollas y... Silvia, ¡te lo pido por favor!, tienes
que dejarme hacer esto...
―¿Pero hacer el qué...?
―Pues ya sabes a lo que se dedica ese tipo, siempre está por los cines,
esperando en la entrada a la caza de parejas, le gusta mirar y aprovecharse
de sus momentos de intimidad...
―¿Y qué estás pensando?
―Quiero resarcirme..., me gustaría enrollarme en el cine contigo delante
de él, que vea cómo lo hacemos..., y cuando se acerque a nosotros, que ten
por seguro que lo hará, volver a plantarle cara, como esta tarde...
―¡Menudo plan más ridículo!, a ver si lo he entendido bien..., me estás
pidiendo que nos lo montemos en el cine delante de un pervertido mirón,
vamos a hacer lo que a él le gusta, darle el espectáculo para que se haga una
paja a nuestra costa...
―Ehhh, bueno, no lo decía...
―Ese tío es un mirón y va al cine a espiar a las parejas, si nos enrollamos
y dejamos que nos vea, se habrá vuelto a salir con la suya...
―Sí, pero seguro que después de lo que pasó se acerca y va a querer
tocarte, ese no se va a conformar solo con mirar... y cuando venga...
―¿Qué vas a hacer?
―Pararle los pies, estoy dispuesto a llegar a donde haga falta, incluso si
se pone violento o agresivo no me voy a detener, si me busca me va a
encontrar..., aunque no creo que haga falta llegar a esos extremos, hoy le he
dejado las cosas bien claritas..., te quiero follar delante de él, necesito
hacerlo, Silvia... por favor...
―¡Todo esto es absurdo, Santi!, no vamos a follar con ese tío a nuestro
lado...
―¿Por qué?, así podría sacarme la espinita de la otra vez y si lo piensas
bien tendría su morbo, es muy excitante follar mientras nos mira...
―¿Y si te vuelves a poner muy cachondo como la otra vez?
―Eso no va a pasar... por muy caliente que esté no voy a permitir que
ese cerdo te toque un pelo...
―No sé, Santi..., aquella noche perdimos el control de la situación...

Vi las dudas en el rostro de mi mujer, por primera vez parecía que se


estaba pensando lo de montárnoslo en el cine delante del pervertido mirón.
Yo necesitaba hacerlo, quería demostrarle a Silvia que lo que pasó la otra
vez fue fruto de un calentón y que nos pilló desprevenidos, pero ahora
estaríamos preparados para recibirle.

Íbamos a pasar un buen rato jugando con aquel tío. Ni se imaginaba que
ahora sería él el que saldría humillado de la oscura sala del cine.

Ya solo me faltaba un último empujoncito y convencer a mi mujer del


todo para llevar a cabo nuestro alocado plan.

¿Qué podía salir mal?


3

Todavía me costó tres meses más para que Silvia aceptara pasar una
caliente noche en el cine y darle el escarmiento que se merecía el viejo
mirón. Tres meses a pico y pala, erre que erre, sacando el tema cada vez que
follábamos, cuando le veíamos por el centro comercial, insistiendo,
poniéndome muy, pero que muy pesado.

Y al final Silvia, solo por no aguantarme más, aceptó.

“Una vez y ni se te ocurra volver a sacar el tema, ¿entendido?, te lo digo


muy en serio”, me advirtió mi mujer para que dejara ya de atosigarla.

Enseguida nos pusimos manos a la obra, no queríamos fallos y tenía que


salir todo lo que habíamos ideado. A mediados de septiembre, un sábado
por la tarde dejamos a las niñas con la hermana de Silvia y nos fuimos al
centro comercial.

No elegimos película, ni sabíamos los horarios. Nada. Eso lo


decidiríamos sobre la marcha cuando llegáramos al cine. En la misma
entrada nos quedamos mirando la cartelera, y el viejo, de momento, no
estaba por allí.

―No está... ―dije yo buscándole en todas las direcciones.


―Bueno, pues mejor, elegimos una peli y la vemos tú y yo, tranquilitos...
―Nooooo, Silvia, ese no era el trato, vamos a esperar un poco...

Hicimos tiempo viendo las películas de la cartelera y leyendo las críticas


que había sobre ellas. La situación era absurda, estuvimos casi una hora los
dos, esperando que apareciera el viejo para que nos viera. Como no venía
fuimos a dar una vuelta por el centro comercial y subimos a la planta alta a
picotear algo.

Sobre las nueve y media regresamos al cine, y ¡bingo!, allí se encontraba


el mirón, por la zona de las taquillas.
―Ahí está ―afirmó Silvia agarrándose a mi brazo con fuerza.

Nos reconoció en cuanto nos vio y se puso a la cola de la taquilla detrás


de nosotros. Escuchó perfectamente a qué sala íbamos a entrar, de todas
formas, yo lo dije bien alto cuando hablé con la taquillera, para que él no
tuviera dudas y en cuanto compramos las entradas no perdimos tiempo y
pasamos a las salas para aprovisionarnos con un buen cargamento de
palomitas y dos coca colas.

Sentí la sucia mirada del viejo en el trasero de Silvia. Me giré mientras


pagaba los refrescos y no nos perdía de vista, como si fuera un colega que
va a entrar con nosotros. Se quedó esperando con tranquilidad a que
termináramos y en cuanto echamos a andar por el pasillo nos siguió a una
distancia prudencial.

Iba vestido de una manera muy parecida a la otra vez, con unos
pantalones vaqueros desgastados y una camisa de franela a cuadros de
manga larga, a pesar del calor que hacía. La que iba más fresca era Silvia,
que esta vez había elegido un vestido veraniego de tirantes finos de color
blanco y azul, con una falda amplia que casi rozaba el suelo.

Lo más llamativo de su vestido era el escotazo que le hacía, y ya más de


uno se había girado en el centro comercial para ver qué tal trasero tenía la
rubia de las tetas gigantes. A mí me encantaba que fuera así vestida, y me
gustó que Silvia quisiera lucir sus tetas, sabiendo que era más que probable
que nos encontráramos con el mirón.

Antes de entrar en la sala, nos cruzamos con un chico de seguridad,


tendría sobre 30 años y eso parece que le dio algo de tranquilidad a mi
mujer. Eso sí, el segurata también le pegó un buen repaso visual a Silvia,
era un tipo extraño, y ¡menudas pintas tenía con esas gafas de culo de vaso!

Mi mujer se giró para comprobar que el viejo estaba detrás de nosotros y


rápidamente volvió la cabeza al verse sorprendida por él.

―Nos está siguiendo ―me informó Silvia con voz nerviosa.


―Lo sé, lo he visto antes donde las palomitas, no te preocupes por él, el
plan va según lo previsto...
―Esto no lo veo nada claro, Santi, todavía estamos a tiempo de echarnos
para atrás...
―No te preocupes..., yo creo que lo vamos a pasar muy bien..., ¡uf, me
estás poniendo mucho con ese vestidito que te has puesto hoy!
―Venga, anda, vamos a entrar...
4

Tal y como había imaginado, apenas había gente, la peli elegida ya


llevaba tiempo en cartelera y no era muy conocida. Eso sí, la sala era muy
pequeñita con tan solo una columna de 14 asientos en cada fila. En la parte
del medio había una pareja y con el mirón y nosotros en total éramos cinco.

Nos pusimos bien separados de la pareja, por la parte central y el viejo se


situó todavía más arriba, para vernos bien, en la última fila, a unos tres
metros de nosotros. Intentamos no estar pendientes de él, pero yo sabía que
en cuanto se apagaran las luces y comenzara la película iba a acercarse,
aunque esta vez lo estaríamos esperando.

¡Todo iba según lo previsto!

A pesar de no hacerle caso, era imposible no pensar en él, a mí me daba


cierto morbo estar con mi mujer, sabiendo que ese tío no perdía detalle de
nuestros movimientos. Y por fin se apagaron las luces y Silvia y yo nos
pusimos a ver la película mientras comíamos las palomitas y bebíamos la
coca cola.

La verdad es que una vez pasados veinte minutos, la peli era un auténtico
tostón y yo aparté el bol de palomitas para acercarme a Silvia.

―¿Tienes algo...?, no quiere tocarte con estas manazas...

Ella sacó del bolso una toallita húmeda y me limpié las manos con
parsimonia, haciéndoselo desear a mi mujer, que ya sabía lo que venía a
continuación. Me acerqué a Silvia, apoyando la cabeza en su hombro,
después de darle un beso y apartar uno de sus finos tirantes. Mi mujer se lo
volvió a colocar, aunque me dejó hacer cuando subí la mano para acariciarle
los pechos por encima del vestido.

―¡Joder, qué tetas! ―exclamé haciéndolas bambolear, comprobando el


peso que tenían.
La oscuridad del cine, las miradas indiscretas hacia su escote de cada tío
con el que nos habíamos cruzado en el centro comercial, los primeros
toqueteos y saber que el viejo estaba detrás de nosotros, sin perder detalle
de lo que hacíamos, nos había ido poniendo calientes poco a poco.

Casi sin darme cuenta ya tenía una buena erección bajo los pantalones y
las tetazas de Silvia cada vez estaban más duras y sensibles. Cuando se le
escapó el primer gemidito al contacto de mis manos me atreví de nuevo a
bajarle el tirante del vestido.

―¡Santi...! ―me rogó Silvia sin decir nada más.

No hacía falta que siguiera suplicando, podía ver en sus ojos lo excitada
que se encontraba y estábamos a punto de cruzar una línea de no retorno.
Silvia estiró el brazo y comprobó el estado de mi polla, tanteando con sus
dedos, y recorriendo todo mi tronco con la palma de la mano.

Me encantaba cuando me la agarraba por encima del pantalón y


comenzaba a pajearme así, era una costumbre de nuestra época universitaria
y Silvia era una experta en el arte de las caricias sin sacártela. Hacía bailar
mi polla sobre su mano con una habilidad especial, abriendo y cerrando el
puño y a veces, incluso me gustaba más eso que el contacto directo.

Y con delicadeza deslicé el otro tirante por su hombro, bajándole el


vestido para que asomaran sus dos tetas embutidas en un elegante sujetador
negro. La dejé así, con los pechos por fuera y ahora fui yo el que la acarició
sobre la fina tela de su vestido veraniego, apretando la carnosa piel de sus
muslos y moviendo la mano hasta ponerla a la altura de su coño.

En cuanto la metí entre sus piernas Silvia volvió a gemir y me dejó que la
masturbara unos minutos. Nos estábamos pajeando mutuamente por encima
de la ropa, y durante unos instantes me llegué a olvidar de nuestro
pervertido compañero, no así mi mujer, que miró hacia atrás para
comprobar que no se había movido de su asiento.

―¿Sigue ahí? ―pregunté a Silvia.


―Sí...
―¡Qué raro que no venga!... pensé que...
―Mejor, no me apetece que ese tío se acerque a nosotros...
―¿Te imaginas que baja ahora y te ve así?..., tienes las tetas casi fuera...
―¡Muy gracioso!... y no las tengo fuera... ―dijo Silvia intentando
subirse los tirantes del vestido.
―Ni se te ocurra hacerlo, me encanta tenerte de esa manera... ¡no sé por
qué me pone tan cachondo!, recuerdo que la otra vez hasta te quitaste el
sujetador... ―y tiré de su vestido hacia abajo para descubrir todavía más sus
pechos.
―¡Santi... para!
―Me estoy poniendo a mil, ¡qué ganas tengo de que baje ese cerdo y
demostrarle quién es tu marido...
―Tranquilo, a mí no tienes que demostrarme nada ―susurró Silvia
abriéndome los pantalones de un solo tirón.

Mi cuerpo se tensó por completo al sentir los calientes dedos de Silvia


agarrándome la polla y sacándola por fuera de los calzones. Ahora me tenía
en su mano y comenzó a pajearme despacio, pero apretándola con mucha
fuerza.

―Mmmm, Silvia, más despacio...


―Shhhhhhh, déjame a mí...

Y esta vez el que se giró hacia atrás fui yo para comprobar si el mirón
seguía allí. No se había movido y se encontraba en su butaca atento a lo que
hacíamos, con el pequeño detalle que ¡¡también se la había sacado!!, y se
meneaba su enorme verga con extremada lentitud.

Ya no me acordaba del tamaño de la polla de aquel viejo. Joder, desde mi


posición se veía un falo grande y ancho y el muy cabrón se la agarró con
fuerza, estrangulándola, para mostrármela bien con una perversa sonrisa en
la boca.

Me giré rápido con las pulsaciones a mil y Silvia se dio cuenta de que
algo sucedía.

―¿Qué pasa? ―me preguntó asustada por la cara que había puesto.
Yo sujeté sus mejillas con las dos manos y le di un beso en la boca. Ella
me seguía pajeando, sin prisa, pero sin pausa.

―¡Uf, se la ha sacado! ¡Se está haciendo una paja mientras nos mira!
―la expliqué a mi mujer.
―Bueno, con eso ya contábamos, ¿no?
―Ehh, sí, sí, claro...
―¿Tú crees que bajará o solo se va a tocar?
―No lo sé... aunque sinceramente me apetece mucho follarte delante de
él...
―¿Follarme? ¿Dónde?... ¿aquí, en medio del cine?
―Claro, ¿a eso hemos venido, no?, quiero ponerle los dientes largos, que
se muera de envidia viendo cómo te mueves encima de mí, cómo te
manoseo esas tetas, ¡que se entere bien que eres mi mujer! ―dije metiendo
la cabeza entre sus calientes pechos sin dejar de besárselos―. ¿Estás de
acuerdo?
―A mí todo esto me parece absurdo, Santí..., ya te lo he dicho, no sé
cómo permitimos que pasara lo de la otra vez... nos dejamos llevar y no
tienes nada que demostrarme...
―¡Quítate el sujetador!, ¡quiero que me enseñes las tetas! ―la ordené
tirando de su pelo para comerme su cuello, y haciéndola gemir.

Fue la primera vez que se giró la pareja que teníamos delante, pero
sinceramente, esos dos nos daban igual. Nosotros solo estábamos
pendientes del mirón y de que no se moviera. Entonces Silvia me soltó la
polla y pude ver su cara morbosa.

Iba a hacerlo.

Se inclinó hacia delante y pasó las dos manos por su espalda, soltándose
el sostén y con mucha habilidad se lo sacó por los brazos y lo metió en el
bolso que estaba en el suelo. Luego se subió los tirantes del vestido para
cubrirse los pechos que ahora se movían libres bajo la tela.

―Uf, ¿por qué te tapas? ―la pregunté.


―¿Qué quieres, que me quede aquí medio desnuda?
―Por supuesto...
Nos fundimos en un beso húmedo y Silvia reanudó su tarea masturbatoria
volviéndome a agarrar la polla. Yo le sobé las tetas por encima del vestido,
haciendo que bailaran arriba y abajo, el movimiento de sus tetas bajo la tela
era bestial y entonces me di cuenta de que si Silvia seguía pajeándome a ese
ritmo no iba a tardar mucho en correrme.

Ahora era mi turno.

―Espera, para..., déjame a mí... ―y detuve su brazo hasta que Silvia me


soltó la polla.

Bajé la mano para rozar su tobillo y despacio fui subiendo los dedos sin
dejar de tocar su piel por debajo de la falda. Noté cómo se le erizaba el
vello al paso de la yema por sus gemelos, por las rodillas, por los muslos...
hasta que me topé con sus finas braguitas negras.

Me encantaba acariciarla por debajo de la falda, me daba mucho morbo,


y aparté sus braguitas para colar uno de mis dedos entre sus labios
vaginales.

―¡Santi... mmmmmm!
―¿Te gusta esto, eh?, te conozco bien... ―dije introduciéndole un dedo
en el coño.

Miré hacia atrás y el mirón seguía en su sitio. Moviendo la mano arriba y


abajo sobre su rabo sin dejar de observarnos. No era más que un pervertido.
Un voyeur que disfrutaba de las maravillosas vistas que le ofrecíamos,
mientras Silvia se empezaba a retorcer en el asiento al sentir mi dedo
entrando y saliendo de su interior. Echó la cabeza hacia atrás restregando el
culo en su butaca y se le escapó otro gemido.

Cuando cerró los ojos y se abandonó al placer que sentía, el viejo me


hizo un gesto con el pulgar hacia arriba, como diciéndome que se lo estaba
pasando muy bien y yo seguí masturbando a Silvia, mientras retaba a aquel
pervertido con la mirada.

No iba a dejarme intimidar como la otra vez.


Me ponía a mil hacerle un dedo a Silvia sin apartar la vista de ese tío, que
sonreía socarronamente tocándose esa verga gigante. El muy cabrón parecía
muy seguro de sí mismo, igual que yo, pero estaba convencido que desde el
incidente en la tienda de animales me había ganado su respeto y ahora ni
tan siquiera se atrevería a acercarse a nosotros.

Se iba a tener que conformar con hacerse una paja viendo cómo hacía
disfrutar a mi mujer.

Silvia subió un pie en el asiento y tiró de la rodilla hacia fuera,


abriéndose de piernas, ahora sí, mi dedo entraba con demasiada fluidez en
ella y hasta me pareció poco para ese coño, que me pedía más, hablándome
con el lenguaje especial de sus fluidos. Y no me conformé con otro, le metí
dos de golpe, para empezar a follármela rápido con tres dedos.

Estaba demasiado excitada, pero no se acababa de soltar del todo, incluso


se giró hacia atrás, para comprobar que el viejo seguía en su sitio y se
quedó unos segundos mirándole. Y cuando lo hizo se encontró al mirón con
su pollón en la mano, sacudiéndosela a buen ritmo. De repente, otro gemido
salió de su boca y se volvió hacia mí.

―¡No puedo más... estoy a punto! ―susurró en mi oído.


―¿Ya vas a correrte?... mmmmm, espera, todavía no, joder... es muy
pronto...

Y yo pensando que debido a la presencia de ese tío Silvia no estaba a


gusto, y resultaba que no le faltaba mucho para llegar al orgasmo. Al subir
el pie en el asiento su pierna quedó libre por la apertura lateral del vestido,
enseñando todo el muslo al mirón mientras se retorcía en la butaca.

―Ahhhhhh... ¡qué bueno!, sigueee un poco más... ―jadeó Silvia.


―¡Espera, no termines así!, ¡quiero follarte! ―exclamé yo
interrumpiendo el movimiento de mi brazo.
―Nooooo, no te pares, ufff... ¡me has dejado a puntito! ―dijo meneando
las caderas ella misma para que mis dedos siguieran entrando y saliendo.

Pero yo retiré la mano, dejando su coño abierto, húmedo y palpitando. En


cuanto lo hice, sus braguitas volvieron a la posición original y pude ver la
cara de decepción de mi mujer.

Tiré de mis pantalones hacia abajo descubriendo mi polla y me la agarré


con la mano ofreciéndosela a Silvia, que no lo dudó dos veces cuando vio
mi erecto miembro a su lado.

―¿Quieres chupármela?
―Uf, ahora no, ya estoy a punto, Santi...
―Vale, hemos venido aquí a follar, vamos, ven aquí, siéntate encima de
mí...

Silvia echó otra ojeada hacia atrás, lo mismo que yo, el mirón seguía en
su sitio, y decidida se subió la falda, sentándose en mi regazo, pero de
espaldas a mí, y la sujeté por las caderas mientras posaba su imponente
trasero sobre mi polla. Es verdad que mi mujer había ganado unos kilos,
pero en ese momento su culazo me pareció sublime cuando apareció ante
mis ojos, tan solo cubierto por sus finas braguitas.

Se echó hacia atrás acomodando mi polla entre sus piernas y cuando ya


estábamos listos me la agarré mientras ella se apartaba las braguitas para
ponerla a la entrada de su coño. No es que fuera la postura más cómoda del
mundo y al primer intento no pude clavársela, haciendo que Silvia se
pusiera más nerviosa.

―Vamos, no puedo más... ¡métemela!

Yo me la sujetaba firme, pero desde atrás me costaba hacerlo, ya que mi


polla no es que fuera excesivamente grande y además, las braguitas me
entorpecían en mi cometido. Silvia levantó las caderas y descendió suave,
soltando un gemido al pensar que ahora sí, se había sentado sobre mi polla,
sin embargo, volvió a protestar al darse cuenta que su coño seguía vacío.

―¿Pero qué haces?, métemela, vamos, quiero que me folles... ahhhhh...


―Ya voy, pero estate quieta, deja de moverte, que así no puedo..., ¡me
estás poniendo nervioso!
―¡Quita, déjame a mí! ―me pidió Silvia agarrándomela con dos dedos a
la vez que con la otra mano se apartaba las braguitas.
Y de repente acomodó mi polla a la entrada de su coño y se dejó caer
hasta apoyar sus glúteos en mis muslos. Se levantó un poco y repitió la
misma operación dos veces más, sintiendo mi caliente verga deslizándose
en su interior. Esta vez sí.

Me estaba follando a mi mujer en el cine.

Pasé las manos hacia delante sobando sus tetas y tiré de los dos tirantes
para desnudar sus pechos, que comenzaron a botar libres, al ritmo al que
Silvia me cabalgaba. Ya me daba igual si el viejo le veía desnuda a mi
mujer, pues todo mi afán era echarle un polvazo en aquella sala y salir de
allí como un puto triunfador.

―¿Te gusta, eh? ―suspiré en su oído mientras Silvia seguía


montándome a la vez que ahogaba sus gemidos.

Giró la cabeza hacia atrás y nos fundimos en un morreo húmedo y guarro


entremezclando nuestras lenguas. Dejé sus tetas huérfanas de caricias
cuando bajé las manos para ponerlas en su cintura y acompañar los
movimientos de Silvia sobre mí. Ella me follaba despacio, disfrutando de
ese polvo prohibido delante del mirón.

Parecía que no quería que se terminara y así me lo hizo saber.

―¡No te corras todavía, nene!, aguanta un poco más..., ahhhhh, ¡qué


bueno!
―Uf, lo intento, pero me lo estás poniendo difícil... ¡me estás volviendo
loco moviendo el culo así!

Y cuando nos quisimos dar cuenta, ¡el viejo mirón había dejado su
asiento!, y descendía con cuidado, sin tan siquiera guardarse la polla.
Avanzó unos metros y sin preguntar se sentó justo a nuestro lado. Silvia
notó que rozaba con la pierna a alguien y al abrir los ojos se encontró con
ese tío allí.

Haciéndose una paja como si fuera lo más normal del mundo.


El viejo se inclinó hacia delante, por la apertura de la falda se le veía todo
el muslo a mi mujer, pero no se conformó solo con eso, y encendió un par
de segundos la luz del móvil, alumbrando directamente a su coño.

―Vaya, vaya, pero, ¿qué es lo que tenemos aquí? ¿En serio estáis
follando?
5

No le hicimos caso a su comentario y al apagar tan rápido la linterna no


me dio tiempo a reprenderle por lo que había hecho. Pero tengo que
reconocer que en cuanto se puso a nuestro lado me dio mucho más morbo y
me puse nervioso, y creo que a Silvia le pasó lo mismo, aunque de primeras
se guardó las tetas en el vestido.

―No, rubia, ¡no me jodas!, no te las tapes, ¡¡si tienes unas tetas
cojonudas!! ―exclamó el mirón tirando de unos de sus tirantes hacia abajo
y descubriendo uno de sus pechos.
―¡Aparta, cerdo! ―protestó Silvia.
―Ey, tío, ni se te ocurra volver a tocar a mi mujer... ―le advertí en
medio del polvo levantando el dedo.

Me gustó mucho que Silvia le parara los pies y que entre los dos le
pusiéramos en su sitio con determinación, sin embargo, eso no rebajó
nuestra calentura y Silvia siguió follándome, solo que ahora incrementando
el ritmo.

―¿Te gusta que ese cerdo te vea las tetas? ―jadeé en su oído.
―¿Qué...?, nooooo...
―Claro que te gusta..., quiero que te deseé, que vea lo buena que estás
―suspiré tirando de uno de sus tirantes para destaparle un pecho.
―Noooo, para, ¿qué haces? ―me preguntó ella, dejándose hacer.
―Da igual, deja que te vea... no me importa...
―Uf, sigueee, un poquito más...
―Sí, ¿vas a correrte?, yo estoy a punto ―la anuncié ante mi inminente
orgasmo.

Estaba orgulloso de follarme a una jaca como Silvia delante del viejo y
me tensé para que mi polla se clavara en lo más profundo de su coño. Miré
al viejo desafiante con las manos en la cintura de mi mujer, mientras le daba
golpes de cadera acompasando mis sacudidas al movimiento de su culo.
―Es mucha hembra para ti la rubia, je, je, je... ―soltó el viejo de
repente.

Yo seguí embistiéndola sin dejar de mirarle y bajé el otro tirante de su


vestido para que el cabrón viera cómo se le bamboleaban las dos tetas al
ritmo de mi follada. El mirón se sacudía la polla frenéticamente y por la
velocidad de su mano, a él tampoco le faltaba mucho para terminar.

―¿Has visto cómo me la follo? ¿Vas a correrte ya, cerdo? ―le pregunté
intentando vacilarle un poco.

El viejo sonrió y detuvo la paja que se estaba haciendo. Entonces bajó la


mano y acarició el muslo de mi mujer, haciendo que los gemidos de Silvia
subieran de nivel. Eran increíble, pero con un leve roce el muy cabrón
consiguió que mi mujer se volviera loca. O quizás es que yo le estaba
llevando al borde del orgasmo con el polvazo que la echaba y el mirón se
había vuelto a aprovechar de la situación.

Sí, tenía que ser eso.

No podíamos caer otra vez en la misma trampa y aparté la mano del viejo
con decisión mirándole fijamente.

―Si la vuelves a tocar se acabó, y te quedas con un palmo de narices


―le advertí.

Pero Silvia ajena a lo que pasaba entre el mirón y yo, golpeaba su culo
contra mis muslos cada vez con más potencia. Y cuando noté que el
orgasmo brotaba de mis pelotas intenté avisarla, y puse las manos en sus
caderas para que ralentizara el ritmo.

―Ahhh, Silvia, paraaaaa... ahhhhh... para... un momento, más despacio...

Ella se giró por el lado contrario, para que el viejo no viera su cara de
placer, y me comió la boca sin dejar de follarme y yo no pude más.

―Aguanta un poco... no te corras ahora... ―me pidió. Pero ya era tarde.


―Silvia, ahhhhh ahhhhh... no puedoooo, paraaaaa... ahhhhh, joderrr,
diosss, me corro, me corro.
―Un minuto más... solo un min... AHHHHHGGGGG ―y un potente
gemido salió de su boca sin saber por qué.

Mientras me corría dentro de Silvia no quise mirar al viejo, que ya se


estaría imaginando lo que pasaba. Y es que al eyacular dentro de ella estaba
haciendo gemir a Silvia sin importarnos ya una mierda que la pareja que
teníamos delante nos mandara callar.

―Ahhh, ¡qué rico, mmmmmm! Ahhhhh, me estoy derritiendo ―dije


dejándome llevar.
―¿Quéeeee?... nooooooooooo, no te corrassss, noooo... AHHHHHHH...
―volvió a jadear incrementando el ritmo de su cabalgada.

Entonces me di cuenta de lo que sucedía, esos aullidos de placer de Silvia


eran debidos a las rudas manos del mirón, que le apretaba las tetas,
hundiendo sus dedos en la piel, como si se las quisiera hacer estallar. Y
cada vez que se las estrujaba mi mujer gritaba completamente extasiada.

―¡¡¡¡AHHHHHH, AHHHHHHHH!!!!

Mi polla deshinchada salió de su coño, aunque Silvia siguió moviéndose


intentando follarme y notó mi humedad brotando entre sus piernas y mi
pingajo frotándose contra su culo. Entonces Silvia se quedó parada dejando
que el mirón, con una sonrisa sarcástica, manoseara sus tetas a la vez que se
pajeaba con la otra mano.

Intenté apartar sus garras del cuerpo de Silvia, que tenía la respiración
acelerada y gemía cada vez que él sobaba sus pechos sin decirle nada, como
si no le importara que aquel tío estuviera metiéndola mano delante de mis
narices.

―Ey, tío, tranquilo, que a tu mujer le gusta, además, ella me deja, ¿no
ves que no protesta? ―dijo sin apartar sus manazas de las tetas de Silvia―.
Le has dejado a medias, todavía no se ha corrido, je, je, je.

La cosa se estaba poniendo seria.


Y busqué el apoyo de mi mujer, teníamos que hacer un frente común
contra aquel cerdo. Ese era el plan inicial y había que reconducir con
urgencia la situación.

―¿Qué pasa, Silvia?, ¿no te has corrido?, yo pensé que... que...


―tartamudeé intentando poner un poco de cordura en lo que estaba
sucediendo.
―No le hagas caso, ha estado muy bien ―susurró Silvia echándose
hacia atrás para darme un beso en la mejilla.
―Es mucha hembra para ti, ya te lo dije la otra vez ―se burló de mí el
mirón―. Uf... ¡qué buena está! ¡menudas berzas tiene la rubia! ―exclamó
sin dejar de meneársela.

Silvia bajó la mirada y se quedó mirando cómo el viejo se la cascaba


delante de nosotros, meneándose la polla a un ritmo frenético. Yo le aparté
la mano de un golpe seco y tiré de los dos tirantes de su vestido hacia
arriba, cubriendo los pechos de mi mujer.

Se acabó la función.

Pero el viejo protestó. Eso no entraba en sus planes.

―No, tío, pero, ¿qué haces?, al menos deja que le vea las tetas para
hacerme la paja, ella me está mirando la polla, es lo justo, ¿no? ―me pidió
bajando un tirante para volver a descubrir una de sus tetas.
―Te he dicho que no la toques...
―Ehhh, ahora no la he tocado a ella, solo el vestido, si veo sus tetas me
correré enseguida, ¿no es eso lo que queréis?

Yo fui a taparla de nuevo, tirando del tirante hacia arriba, pero esta vez
fue Silvia la que me lo impidió.

―¿Qué haces, Silvia? ―pregunté yo sin saber qué pretendía mi mujer.


―Da igual, déjalo, cuanto antes termine mejor... ―dijo ella.
―¿Ves?, anda, haz caso a la rubia... y todos tan contentos... ―intervino
el viejo.
―Y a ti, ni se te ocurra volver a tocarme ―le recriminó Silvia.
―Vale, vale, entendido, sin tocar... ―y con todo el cuidado del mundo
tiró del otro tirante agarrándolo con dos dedos en forma de pinza y
bajándoselo por un lado para destapar su otro pecho.

Ahora Silvia volvía a estar con las dos tetazas al aire.

Y el mirón se las miraba relamiéndose mientras reanudaba su paja. Otra


vez me fijé en su polla, que a cada sacudida se le ponía más grande y gorda.
Aquella verga no era ni medio normal para un tío de su edad. Debía ser el
doble que la mía en cuanto a grosor y cuatro o cinco dedos más larga y en el
tronco central se le marcaba una pedazo vena que parecía a punto de
explotar.

―¿Te gusta, eh? ―alardeó el mirón cuando sorprendió a mi mujer


mirándosela―. Pero, tú no te cortes, rubia, me la puedes tocar si quieres, no
me importa, es toda tuya... siento que este inútil te haya dejado a medias y
no sepa follarte como dios manda... ―y se soltó la polla dejándola apoyada
sobre su tripa.
―No, Silvia, no lo hagas ―le pedí yo―. Ahora sí, deberíamos irnos...

Pero Silvia seguía sentada encima de mí sin moverse y yo no podía hacer


nada, el voluminoso cuerpo de mi mujer me tenía medio aplastado contra el
asiento.

―Venga, termina ya, y ahora ¿por qué paras? ―le preguntó Silvia al
viejo.
―Porque necesito algo más para correrme... no estaría mal si me
ayudaras un poco ―dijo subiendo una mano y pellizcando un pezón de mi
mujer, para hacerla gritar.
―Auuu, cabrón, ¡me has hecho daño!
―¡Que no la toques! ―le amenacé yo en alto.

Y cuando me quise dar cuenta el mirón le había cogido a Silvia por la


muñeca guiando la mano de ella hasta su polla.

―Así terminaría muy rápido..., ¿o es que ni tan siquiera puedes


conseguir que se corra un pobre viejo como yo? ―la retó él.
Pensé que Silvia se iba a negar, a pesar de lo excitada que se encontraba
y lo morboso de la situación, hasta el momento le estaba parando muy bien
los pies, además, habíamos hablado lo que teníamos que hacer si
llegábamos hasta este punto, pero ante mi sorpresa, Silvia cerró los dedos
sobre su falo, empuñando su erección.

―Mmmmmm, eso es... ¿la echabas de menos, eh?, ja, ja, ja, tranquila,
les pasa a todas igual, en cuanto la prueban siempre repiten... ―dijo el viejo
en plan fanfarrón.
―Silvia, ¿qué haces?, ¿por qué le agarras la...
―Es para que termine cuanto antes, así nos dejará en paz... ―suspiró
Silvia interrumpiendo mi pregunta, con un argumento que no se creía ni ella
misma, y empezó a masturbarle lentamente.

Y el viejo volvió a manosearla, apretando y estrujando sus tetas y de vez


en cuando le pellizcaba los pezones. Los gemidos de Silvia iban subiendo
de nivel y sus caderas comenzaron a moverse encima de mí. El ronroneo de
su mi mujer, unido al baile de su culo hizo que mi polla recobrara vida de
nuevo.

Y al mirar hacia abajo observé la mano de Silvia meneando despacio la


poderosa tranca del mirón, le pajeaba agarrándosela con fuerza, como me
había hecho antes a mí, pero a un ritmo pausado y continuo.

―Así no me voy a correr en la puta vida, yo no soy como el pichafloja


de tu marido, joder... mmmmm, me encanta la carita de cachonda que
pones, ¿te gusta mi polla, eh? ―preguntó bajando la mano para comprobar
el estado de su coño―. Ahhhgggg, joder, ¡qué puto asco!, no tenías que
haber dejado que este se corriera antes... así no te voy a poder follar...
―Tú no te vas a follar a nadie ―aseguré yo con voz firme.
―Eso lo tendrá que decidir la rubia, ¿no? ―dijo el viejo volviendo a
subir sus rudas manos y apretando sus pechos―. Anda, ven aquí, zorra, y
déjate ya de tonterías ―y agarró con fuerza de su cuello tirando hacia abajo
de Silvia, que cuando se quiso dar cuenta tenía la polla de ese tío pegada a
su cara.
―¡¡Suéltame!! ―le gritó mi mujer.
―¡Déjala, cerdo o te parto la cara! ―le amenacé yo mientras mi polla no
dejaba de crecer bajo los glúteos de Silvia.
―Es solo hasta que llegue..., y ya te dejo..., con tu mano no voy a
terminar nunca... ―aseguró el mirón―, ¿en serio no puedes conseguir que
un viejo como yo se corra?

El muy cerdo acababa de tocar la tecla exacta. Silvia parecía herida en su


orgullo, ningún hombre se había podido resistir a sus encantos y ahora
aquel sinvergüenza le acababa de retar. Y a orgullo no la ganaba nadie. Ella
misma se inclinó en el regazo del viejo, sin que él volviera a pedírselo.

―Te vas a enterar ―susurró mi mujer furiosa.


―Abre la boca, eso es... ¡¡mmmmmmm!! ―exclamó el mirón cuando mi
mujer le pasó la lengua por todo el tronco sin dejar de meneársela con la
mano.

A la segunda pasada de arriba a abajo por su rabo, el viejo acarició su


cuello y ella hizo círculos con la lengua sobre su morado capullo. Por más
que Silvia lo deseara iba a ser imposible meterse semejante verga en la
boca. Y aun así lo intentó. Con todas sus ganas. Abrió la mandíbula como
un tiburón hambriento y cuando cerró los labios sobre esa barra de carne
incandescente apenas pudo tragarse el glande.

A mí no había querido chupármela, pero a ese viejo se la comía con


devoción. ¡Y yo no salía de mi asombro!

―¡Silvia! ―protesté sabiendo que ya había perdido el control de la


situación, pero ella no me hizo caso.

Además, mi polla me delataba. Y Silvia se había dado cuenta que me


estaba excitando demasiado todo aquello, pues ya notaba mi erección bajo
sus glúteos.

Me quedé unos segundos mirando cómo mi mujer le aplastaba las tetas


contra sus muslos y le mamaba la polla a aquel viejo. Cada poco se la tenía
que sacar de la boca para coger aire y aprovechaba para darle golpecitos
con la lengua a la vez que se le meneaba y luego se la volvía a introducir
tratando al menos de tragarse su capullo al completo, cosa que consiguió un
par de veces, inflando sus mofletes de una manera extraña.
El mirón sonrió y acarició su pelo.

―Muy bien, rubia... ahhhhh, ¡tengo que reconocer que eres muy buena
con la boca!, joder, no me la habían comido así en la vida... ―y bajó la
mano para acariciar entre sus muslos.

Esta vez no se conformó con tocarla por encima, tiró de una de sus
piernas hacia fuera, abriéndola, para luego, clavar el índice en su coño.

Aquel dedo tenía un grosor casi como el de mi polla y se dispuso a


follarla con él. Silvia tensó las caderas y ahogó sus gemidos, luchando por
seguir avanzando, en su intento de meterse lo máximo posible la verga del
mirón en la boca.

―¡Qué asco!, espera un momento, rubia... ―protestó él tirando de su


pelo hacia arriba y sacando la mano de su falda―. Vamos al baño, tendrás
que limpiarte un poco si quieres que sigamos..., ya no me queda mucho...,
creo que lo vas a conseguir... ―y se incorporó del asiento a la vez que se
guardaba la polla en los pantalones y después agarraba el brazo de Silvia
para levantarla como si fuera una pluma.
―¿Qué haces? ―protestó Silvia.
―Ey, deja a mi mujer, cabrón...

¡¡¡PLAS!!!

Y sin que me lo esperara, y con toda la tranquilidad del mundo, el viejo


me soltó un guantazo rápido en la mejilla con el dorso de la mano, haciendo
que cayera hacia atrás, mostrándole mi pollita erecta. Me quedé sentado sin
atreverme a reaccionar, y él se inclinó sobre mí.

―¡Cállate ya la boca de una puta vez!


―No, no, no me pegues más, por favor... ―le rogué cuando él volvió a
levantar la mano.
―Joder, eres patético, pensé que tenías más cojones, te suelto una
cachetada y ya te has meado encima... ―dijo poniéndome la mano sobre el
cuello y apretando sin hacer mucha fuerza―. No vamos a pelearnos aquí,
¿no?, anda, guárdate esa cosita, levántate y ven con nosotros... ―me pidió
soltándome.
―No vuelvas a tocar a mi marido ―le amenazó Silvia.
―Perdona, es que ya se estaba poniendo un poco pesado...
―No vamos a ir contigo a ninguna parte... ―le dijo mi mujer.
―¿Y vas a dejarme así? ―preguntó mostrando su paquete―, pensé que
eras diferente..., especial, pero ya me veo que me he equivocado contigo, ni
tan siquiera has conseguido hacer que un pobre viejo como yo se corra...
―Ese es tu problema... ―respondió mi mujer observando el exagerado
bulto que se le marcaba bajo los pantalones.
―Vamos, solo van a ser cinco minutos, te lo juro que estoy a punto y
además, yo también quiero hacer que disfrutes...
―Silvia, no ―intervine yo viendo en su cara la determinación y el
convencimiento, pues había sido herida en su orgullo y no iba a parar hasta
hacer que se corriera el viejo.
―Ya casi hemos terminado... ―insistió él.
―Joder, de acuerdo, cinco minutos, ehhhh, ni uno más... ―cedió Silvia,
que sin duda alguna quería seguir gozando con el pollón de ese tío.

El mirón agarró su mano y tiró de ella para salir del cine con mi mujer,
que se dejó llevar a los baños, dispuesta a terminar lo que había empezado.
Yo les seguí y llegamos a el pasillo del que iban saliendo las distintas salas.
El viejo pasó el brazo por la cintura de mi mujer para guiarla, bajando un
par de veces la mano, y sobando su trasero por encima del vestido.

―Estás muy buena, rubia... ―dijo soltando un azote sobre el glúteo de


Silvia.
―¡Para un poco, aquí no!

Cualquiera podría habernos visto, aun así, Silvia caminó impúdicamente,


moviendo las caderas con descaro, y yo les seguí a dos metros de distancia,
hasta que llegamos a los baños de los cines.

―Venga, vamos, y tú quédate en la puerta... vigilando... ―me ordenó el


viejo―. Hoy está de segurata el Bartolo y como nos pille... este es de los
que nos denuncia y llama a la policía..., no querrás que tu mujercita se vea
implicado en un escándalo así... ¿verdad?

Y se metió en el baño de hombres abrazando a Silvia de la cintura antes


de darle otra cachetada en el culo.
―Tira pa dentro, rubia... y no te preocupes por nada... que ya tenemos a
tu marido vigilando... en cuanto te limpies un poco voy a hacer que te
corras como te mereces...
6

Me daba mucha vergüenza mi comportamiento y el haberme amilanado


cuando el viejo me cruzó la cara, y ahora Silvia estaba dispuesta a satisfacer
las exigencias de ese tío, que ya nos dominaba a su antojo.

Como me ordenó el mirón, me quedé en la puerta por si venía el chico de


seguridad con el que antes nos habíamos cruzado por el pasillo. La
advertencia de que si nos cogía podía denunciarnos por escándalo público e
incluso llamar a la policía hizo que todavía me pusiera más nervioso. A
pesar de eso, me encontraba extrañamente excitado, y eso que me acababa
de correr, pero al ver al viejo manoseando a mi mujer en medio del pasillo
había hecho que se me pusiera más dura.

Entré en el baño y eché una ojeada rápida para ver qué es lo que estaban
haciendo. Cuando me asomé, Silvia se limpiaba el coño con un poco de
papel y al terminar, el viejo le agarró por la cintura e hizo que se inclinara
sobre el lavamanos sacando el culo hacia fuera. Me fijé que las bragas de
Silvia se encontraban hechas un ovillo en el suelo y él metió las manos por
el lateral de su falda hasta que desnudó su culo.

El mirón se quedó unos segundos deleitándose con el trasero de Silvia y


luego le soltó una cachetada suave. ¡Plas!

―Uf... ¡qué bien suena!, nos lo vamos a pasar de puta madre ―aseguró
accionando el jabón para que cayera sobre su mano a la vez que abría el
grifo, para después meterla entre las piernas de Silvia.

El muy cerdo clavó un par de dedos en su coño, y se los restregó unos


segundos, como si se lo estuviera lavando por dentro. Silvia se apoyó,
sacando el culo más hacia fuera y cerró los ojos gimiendo, mientras el viejo
la limpiaba con sus rudas manos.

―Bueno, creo que esto ya está listo... ven, termina tú... ―y pulsó el
botón del jabón para que cayera sobre la palma de Silvia.
En cuanto notó el jabón, bajó la mano y mi mujer se introdujo un par de
dedos en el coño para terminar de asearse. La escena me parecía tremenda y
me asomé fuera otros treinta segundos comprobando que no venía nadie.

Al regresar al interior, Silvia seguía con el culo desnudo y ahora se metía


y sacaba los dedos de su coño con rabia, mostrándole al viejo lo caliente
que estaba.

―¡Madre mía!, joder, tío, ¿has visto a tu mujercita? ―me preguntó al


verme―. Le digo que se limpie un poco y la muy puta se hace un dedo, je,
je, je. Tengo que reconocer que me la ha puesto muy dura. ¡Anda, ven aquí!
―dijo incorporándola y agarrando su brazo para meterse juntos en un
reservado.

Desde mi posición ya no podía verles, aunque no cerraron la puerta. Salí


fuera y eché otro vistazo, no había nadie y me metí en los baños avanzando
hasta donde se encontraban. Mi mujer tenía las dos tetas fuera y se miraban
a los ojos frente a frente mientras el viejo, ahora con la camisa abierta,
manoseaba su culazo. Los dos se dieron cuenta de mi presencia, pero no
dijeron nada y Silvia no pudo más y tiró con fuerza del pantalón del viejo
para desabrochárselo y meter la mano por dentro.

―¡Qué ganas de polla tienes! ―exclamó el mirón dejándose hacer.

Y de repente, su venosa polla apareció entre los dedos de ella, que se


afanó en sacudir con ganas aquella verga, agarrándosela a dos manos. El
mirón acarició su cuello y tiró de Silvia para acercar su boca a la de mi
mujer. Eso sí que no me lo esperaba. Podía entender que le gustara su polla,
pero que abriera la boca para morrearse con el viejo ya me descolocó del
todo.

¡¡Silvia estaba decidida a desplegar todos sus encantos para hacer que el
viejo se corriera!!

El muy cabrón no dejaba de sobar su culazo mientras se morreaba con


Silvia, que lejos de amilanarse, le correspondía lamiéndole los labios y
entremezclando sus lenguas en un beso guarro, húmedo y soez. Cuando el
viejo bajó la cara para chupar su cuello, Silvia no pudo más y me miró
fijamente a los ojos aumentando el ritmo al que le meneaba la polla y
bajando una mano para sobarle los huevos.

―¿Vas a correrte ya? ―le preguntó mi mujer.


―Mmmmm, me matas, rubia, todavía me queda un poco, yo no soy
como el inútil de tu marido, que termina en quince segundos, je, je, je ―y
apartó de nuevo sus braguitas para meter dos dedos dentro.

Eran gruesos, ásperos y varoniles y se los clavaba con fuerza, formando


en su interior un gancho a la vez que la penetraba. Silvia tuvo que agarrarse
a su cuello con las dos manos, soltándole la polla y comenzó a gemir en
alto.

―Ahhhhh, ahhhhhh, ahhhhh, síííí, sííííííí ―se dejó llevar mientras ese
desgraciado ya tenía el control absoluto de lo que pasaba.

Y a punto de hacer que Silvia se corriera le sacó los dedos de dentro y


tiró de su vestido hacia abajo desnudando sus tetas. Mi mujer le miró
sorprendida, preguntándose por qué se había detenido ahora que estaban tan
cerca de llegar al orgasmo los dos.

Con un rápido movimiento el viejo la giró y le puso el antebrazo contra


su espalda, prácticamente inmovilizándola.

―No, joderrr, para, para, estate quieto..., ¿qué haces? ―protestó Silvia.
―Si te la meto me voy a correr, te lo prometo, ¿no es lo que quieres?, me
tienes muy cachondo y ya no puedo más.., ahora voy a follarte, rubia...

En cuanto sintió su polla entre las piernas, Silvia apoyó la cara contra los
fríos azulejos del baño y ella mismo buscó la apertura de su falda para ir
pasando la tela por un lado y desnudar su culo. El mirón se puso detrás de
ella y le pegó varios golpecitos secos con su verga en medio del coño,
haciéndola gritar de placer.

―Mmmmm, ¡cómo chapotea! ¿Lo escuchas? ―me preguntó disfrutando


el momento―. Venga, anda, sal fuera y vigila, luego te dejamos mirar un
poco para que te hagas una paja rápida, je, je, je..., ¡¡ahora voy a follarme a
tu mujercita!!
Me quedé unos segundos quieto, no me apetecía salir de allí y dejar a
Silvia en las garras de aquel cretino, que seguía restregando su polla entre
sus piernas. Mi mujer no paraba de gemir con los ojos cerrados y cada vez
sacaba más el culo hacia fuera buscando el contacto.

―No, ahhhhh, para, para, ahhhhhhhhh... ―le pidió por última vez.

Pero el muy cerdo se lo estaba haciendo desear. Nos lo estaba haciendo


desear.

―Vamos, vete fuera a vigilar, o no voy a poder follarme a la rubia, en


cuanto se la meta se va a poner a chillar... ―me repitió el mirón.

Entonces la voz de mi mujer me sacó del trance en el que me encontraba.

―Por favor, Santi, sal fuera... haz lo que te dice... ―susurró en una
especie de gemido.
―¿Entonces quieres que te folle? ―se regodeó el viejo.
―Eres un cabrón, ahhhhhhhhh, ahhhhhhhh...

Eché a andar hacia la puerta y un segundo antes de abrir, un potente gritó


desgarrador brotó de boca de Silvia.

―¡¡¡AAAAHHHHHHHHH!!!

No sabía qué hacer, si dar media vuelta para ver por qué había gritado
así, o quedarme en medio del pasillo como me habían pedido. Y después
del primer aullido de Silvia vino otro. Y después otro.

El viejo mirón ya se estaba follando a mi mujer en los baños del cine.

Y la cosa se puso peor cuando vi aparecer al de seguridad al fondo del


pasillo. Debí de disimular muy mal, porque echó a andar en mi dirección
con paso decidido. Sin tiempo que perder entré en los baños y fui hasta la
última cabina, donde el viejo, con los pantalones por el suelo, embestía a
Silvia agarrando con fuerza sus tetas.

―¡¡Parad, parad... viene el segurata!! ―les avisé.


―¡Mierda, no me jodas!, ¿en serio? ―preguntó el mirón deteniendo sus
movimientos.

Silvia miró hacia atrás, preguntándose por qué había parado de follársela
y ella misma meneó las caderas para que siguiera.

―¡No pares, sigueee..., venga, córrete ya...! ―le pidió al viejo.


―Silvia, ese tío viene hacia aquí... ―les advertí.
―Yo creo que ahora mismo le da absolutamente igual, je, je, je...
―alardeó el mirón sacándosela para dejarla apoyada sobre sus glúteos.
―Parad ya, joder, o por lo menos cerrad la puerta... ―dije yo
entornándola un poco.

No me dio tiempo a volver a salir, pues cuando me dirigía de nuevo al


pasillo se abrió el acceso al baño y apareció el tipo de seguridad, con sus
extrañas gafas de culo vaso.

―Buenas noches ―me saludó con una irritante voz de pito.


―Buenas noches...

Se metió en un reservado a hacer pis y yo me lavé las manos. Cuando


terminó se puso a mi lado, en el otro grifo y de repente se escuchó un
gemido que provenía del último cubículo.

No cabía duda de que había sido una mujer.

Frunció el ceño y nos miramos a través del espejo, entonces sacó la


porra, se acercó a la puerta y le dio un ligero empujón con ella. Pensé que al
menos habrían echado el cerrojo, pero otra vez me equivoqué.

Y la puerta se abrió lentamente.

―¡¡¡¿¿Pero, qué coño es esto??!!! ―gritó el segurata con su particular


voz.
7

El mirón estaba detrás de mi mujer, con su polla dentro, follándosela


despacio contra la pared. Las descomunales tetas de Silvia lucían aplastadas
contra los azulejos y abrió la boca, soltando un gritito, al verse sorprendida
por aquel tipo tan peculiar.

―¿Otra vez tú? ―le inquirió al viejo.

Estaba claro que no era la primera vez que le pillaba en una situación así.
Yo me puse muy nervioso, pero el mirón se quedó tan tranquilo, sacando su
verga del interior de Silvia y volviéndola a dejar apoyada sobre su culo.

―Te advertí que si te cazaba otra vez te iba a denunciar..., lo siento, ya


no puedo dejarlo pasar, además, esta vez tengo testigos ―dijo mirando
hacia mí y cogiendo el móvil para llamar a la policía.
―Espera, venga, tío, enróllate un poco, y por este no te preocupes, es el
marido de la rubia... ―le interrumpió el viejo.
―¿Cómo dices? ¿El marido?
―Sí, es solo un cornudo al que le gusta ver cómo se follan a su mujer...
―Ey, no te pas... ―quise intervenir yo.
―Shhh, cállate, te pedí que vigilaras la puerta y ni para eso sirves...
―me regañó.
―Pero si os he avisado que venía...
―Venga, déjanos terminar, y hacemos como que aquí no ha pasado
nada... ―le pidió el viejo al segurata sin hacerme caso.
―No puedo, tengo que cumplir con mi trabajo...

Durante toda la conversación surrealista que se traían entre los dos, Silvia
no cambió de posición, pero al menos, se subió el vestido para taparse las
tetas, mostrando un mínimo de pudor y decencia, aunque siguiera sacando
el culo con la esperanza de volver a ser penetrada.

―¡No me jodas!, ¿pero no has visto lo buena que está la rubia?, nos has
cortado el polvazo a la mitad, y mira qué cachonda está... ―le explicó el
viejo restregando la polla entre sus piernas para que se escuchara el
chapoteo―. Déjanos un poco más...
―¡Hostia! ―exclamó, abriendo los ojos de par en par detrás de sus gafas
de culo de vaso.
―¿Ves?, lo que te decía..., si quieres puedes mirar cómo me la follo, no
nos importa, ¿verdad, rubia?

Silvia apenas podía articular palabra, y emitía pequeños gemiditos, a la


vez que movía sus caderas, mientras el viejo le frotaba la verga por sus
labios vaginales.

―Seguro que podemos llegar a un acuerdo ―soltó el mirón.

Pude ver en la cara de Bartolo, que empezaba a tener dudas, había echado
la mano al móvil, pero la erección bajo sus pantalones marrones le delataba.
Y ahora el viejo le estaba ofreciendo un trato.

―¿Qué te apetece hacer?, ¿quieres sobarle las tetas?, te aseguro que son
impresionantes...
―Este no va a tocarme un pelo ―aseguró Silvia.
―No, no puedo... tengo que denunciar, de verdad... ―se reiteró el
segurata.
―¿Quieres tocarle el coño y ver lo mojada que está?, ¿quieres soltarle un
azote?, vamos, habla, tiene que haber algo que te guste...
―¿No me has oído que no pienso hacer nada con este tío? ―volvió a
decir mi mujer.
―Venga, nena, colabora un poco, no querrás que nos denuncie...
―Me da igual.
―No, de verdad que no puedo.
―Acércate, tío, mira qué melones... ―dijo el viejo sacudiendo las tetas
de Silvia delante de sus narices y bajando los tirantes de su vestido para
descubrírselas―. Hazte una paja mientras follamos, o que te la haga el
cornudo del marido si eso es lo que te pone...

Y la cara de Bartolo se transformó cuando escuchó esas palabras,


comenzando a tartamudear todavía más.

―Per... perdona, ¿qué..., qué has dicho?, que me haga una paja, ¿quién?
―El marido, que te la menee mientras me follo a la rubia...
―Ni de coña..., no te lo crees ni tú ―me negué yo.
―Yo prefiero que me la haga ella... ―le corrigió.
―Está bien, como prefieras, pues que te la haga la rubia... ―aceptó el
mirón.
―Que noooo, que noooo ―protestó Silvia―, que te he dicho que este no
me va a tocar ni un pelo..., ni yo a él...
―Solo es para que se vaya y nos deje solos...
―De eso nada...
―Está bien..., qué difícil me lo pones, rubia...

Seguro de sí mismo, se agarró la polla y comenzó a restregarla con fuerza


en el coño de mi mujer. Los gemidos de Silvia subieron de nivel y sacó el
culo hacia fuera cediendo contra la pared. Parecía que hasta las piernas le
flaqueaban.

―¿Quieres que te la vuelva a meter? ―preguntó el mirón soltándole un


duro azote en su nalga izquierda que resonó en todo el baño. ¡PLAS!
―Ey, parad ya, en serio... ―volvió a pedirles Bartolo.
―Venga, sácate la polla y hazte una paja, este se puede quedar fuera
vigilando la puerta ―dijo el mirón refiriéndose a mí―. Nadie se va a
enterar nunca, a ojos de todos seguirás siendo un profesional intachable, te
prometo que si viene alguien paramos... y cada uno por su lado...
―No, no puedo...
―Vamos, la rubia se me está derritiendo...
―¡Métemela ya! ―le pidió Silvia mirando hacia atrás y pasando la mano
entre sus piernas para agarrarle ella misma la polla al mirón.
―Joder..., venga, vale ―cedió al final el de seguridad, animado por los
gemidos de Silvia... ―. Pero que este vaya a la puerta...
―Bien, sí, ya le has escuchado, si quieres que me folle a tu mujercita
tienes que salir fuera y vigilar...
―Silvia... ―le fui a preguntar si estaba de acuerdo, pero no me dio ni
tiempo.
―Hazlo, Santi, por favor... ahhhhhh ahhhhhh... joder... sal fuera, vamos...
ahhhhhhh... ―jadeó cuando el mirón volvió a restregarle la polla entre sus
piernas.
El vigilante de seguridad se quitó el walkie, dejándolo sobre el lavabo y
se desabrochó el pantalón. El muy cabrón se iba a masturbar viendo cómo
el mirón se follaba a mi mujer. Entonces, antes de salir al pasillo, le escuché
desde la puerta con su voz de pito.

―¿Al final me hago yo la paja o me la hace la rubia?...


8

El plan inicial ya hacía tiempo que se había directamente a la mierda.


De hecho, no había ni rastro de él. Nuestra intención inicial era echar un
polvo delante del viejo, para darle un escarmiento y al final habíamos
terminado en los aseos del cine, conmigo vigilando la puerta mientras el
mirón se follaba a mi mujer delante del segurata.

Todo muy surrealista.

Y a pesar de la peculiar situación, y aunque me había corrido antes,


volvía a estar empalmado y muy caliente, igual que el día que el viejo se
folló a mi mujer delante de mí. Ese día descubrí que me gustaba ver a Silvia
con otros hombres, y durante todos estos meses había querido apartar esa
idea de mi cabeza, pensando que aquello que ocurrió fue algo excepcional y
que no se iba a volver a repetir. Pero tenía que asumir mi realidad.

Me acababa de convertir en un pobre cornudo y mi mujer se volvía loca


con la enorme polla del viejo mirón.

Aunque no me gustaba nada la idea de dejarla sola con esos dos


elementos, así que abrí la puerta y me asomé al baño. Ahora ella y el viejo
estaban discutiendo, y Silvia negaba con la cabeza. Al menos le estaba
poniendo un poco de cordura y parecía que no quería masturbar al segurata,
que impaciente, asistía a la conversación con la polla en la mano.

―Dijiste que ella me iba a hacer la paja... ―insistió Bartolo.


―Que sí, pesado, espera un momento, lo estamos hablando... ―le cortó
el viejo, que por unos instantes ya no lo tenía todo bajo control.
―Y tú vigila la puerta ―me gritó apuntándome con la porra.
―Silvia, ¿estás bien? ―pregunté yo desde la otra punta.
―Está estupendamente ―contestó el mirón―. ¿A que a ti no te importa
que le haga una paja a este?
―Silvia deberíamos irnos, no me gusta esto...
―¿Qué pasa?, ¿se decide o no? ―se impacientó el vigilante.
―Acércate y tócale las tetas, mira qué berzas tiene la puta esta... ―le
pidió el mirón.

Bartolo avanzó dos pasos despacio y estiró la mano, rozando los pechos
de Silvia con extremada delicadeza, como si le diera miedo hacerle daño al
tocárselos.

―Pero, apriétaselos bien, hombre... ¿ves cómo le gusta? ―dijo el mirón


cuando gimió Silvia.

Luego se agarró la polla y la puso a la entrada de su coño, mi mujer se


inclinó hacia delante y sus pechos cayeron colgando como dos ubres sobre
las manos del segurata, que comprobó el peso y tacto que tenían.

―¿Quieres que te folle? ―preguntó el viejo sabiendo la respuesta.


―Sí, vamos, métemela ya, ahhhhhh... ―le pidió Silvia abriéndose más
de piernas.
―Tiene buen culo también, ¿eh? ―le comentó el mirón a Bartolo, que se
quedó mirando incrédulo las marcas de las manos, en la suave piel de sus
glúteos.
―Joder, tío, te has pasado, lo tiene muy rojo...
―No te preocupes, a esta zorra le encantan unos buenos azotes... no veas
cómo gime cada vez que le doy... ¿qué pasa? ¿te gustaría sacudirla un poco?
―¿Pu... puedo hacerlo? ¿Me dejaría hacerlo a mí?―preguntó volviendo
a tartamudear.
―Pues claro, a la rubia no le importa..., podemos llegar a un acuerdo,
mira, nos olvidamos de la paja y te dejo que le sueltes unos azotes, te parece
bien, rubia, ¿verdad? ―dijo el mirón subiendo el vestido de Silvia para que
Bartolo pudiera admirar los potentes glúteos de mi mujer―. ¿Has visto que
culazo tiene?
―Ahhhhh, vamos, métemela ya, ufffff... no puedo más ―le imploró
Silvia agarrándole de la manga de la camisa.
―Espera, que este quiere castigarte un poco, estamos cerrando un trato...
―la calló el viejo―. Entonces quedamos en eso, nos olvidamos de la paja y
a cambio te dejo que azotes su culo y que nos veas follar... ―le ofreció al
vigilante, al que se le había iluminado el rostro.
Este ni lo dudó y se acercó a ellos. El viejo había encontrado su fetiche
en unos minutos.

―Cinco azotes... ―negoció agitando la porra delante de ellos, como si


estuvieran regateando―. Hay que castigar a la rubia por incumplir la ley...

El viejo se inclinó sobre la espalda de mi mujer y estranguló sus tetas,


apretándoselas con mucha fuerza. Silvia gritó de dolor y le suplicó que se la
volviera a follar.

―Por favor... por favor, ahhhhh... métemela...


―Deja que este tío te de unos azotes y te aseguro que después te voy a
echar el polvo de tu vida... hazme caso ―le aseguró el mirón retirándose
mientras le subía el vestido para desnudar el culo de mi mujer―. Ven aquí,
amigo, es toda tuya...
9

Salí fuera para echar otra ojeada y rápidamente volví a los aseos.
Aquello no quería perdérmelo. La cara de Bartolo se había transformado y
ahora parecía un puto sádico empuñando con fuerza su porra, mientras le
colgaba la polla de la bragueta.

El viejo estaba apoyado contra la pared, con la camisa abierta y una


sonrisa de suficiencia. Me miró y afirmó con la cabeza. El muy cabrón
seguía con la polla dura apuntando hacia el culo de mi mujer y se la
agarraba con la mano, sacudiéndosela despacio, intrigado como yo, por lo
que estábamos a punto de presenciar.

El segurata se acercó a Silvia y con la porra en paralelo al suelo atizó con


fuerza en medio de sus dos nalgas. ¡¡PLAS!!

Mi mujer chilló de dolor y se puso de puntillas, mordiéndose los labios y


buscando algo a lo que agarrarse, pero sus manos se deslizaron por los
azulejos de la pared sin encontrar un apoyo y Silvia hundió la espalda,
sacando todavía más el culo hacia fuera. Bartolo, recreándose en lo que
acababa de hacer, se cogió la polla y se pegó un par de sacudidas,
observando la marca de su porra en los glúteos de Silvia.

―Has cometido un delito de exhibicionismo y eso tienes que pagarlo, si


no queréis que llame a la policía tendré que castigarte yo ―dijo
acercándose a ella y pasándole la porra por los dos cachetes.

El siguiente azote fue igual que el primero, duro, seco y resonó en todo el
aseo. ¡¡PLAS!!, pero esta vez el chillido de Silvia fue de dolor.

―¡¡¡AAAAAHHHHH!!! ―gritó volviéndose a tensar de puntillas


acercando la cadera a la pared.

Pensé en intervenir, no podía dejar que aquellos dos individuos se


aprovecharan así del calentón de mi mujer y me acerqué hasta ellos, sin
embargo, Silvia, se inclinó otra vez, sacando el culo en una pose muy
sensual. Su cara era de dolor, placer y morbo a partes iguales, y en sus
glúteos ya se mezclaban las marcas de la mano del mirón con la porra del
segurata, que ahora se meneaba la polla contemplando su hazaña.

Entonces Silvia se metió la mano entre las piernas y comenzó a


masturbarse, el calor de los golpes que estaba recibiendo habían conseguido
encenderla todavía más. Era increíble. Y allí se abrió de piernas dispuesta a
seguir siendo castigada, sabiendo que después vendría su premio.

Ser follada por el mirón..., y al fin conseguir que se corriera.

Le miró desafiante al vigilante, que ahora parecía no tener prisa y le


incitó a que siguiera golpeándola. No solo eso. Incluso le provocó.

―¿Eso es todo lo fuerte que puedes darme? ―le preguntó con la


respiración agitada.
―Vaya, vaya, así que a la rubia le está gustando que le den caña... ¿has
visto, panoli?... a tu mujercita le gustan los hombres de verdad...
―intervino el viejo.

El segurata se soltó la polla y se quedó mirando con rabia el culo de


Silvia. Esta vez puso la porra en vertical sobre su glúteo izquierdo, lo apoyó
dos veces en él y la sacudió de arriba a abajo de refilón, ¡¡¡PLAS!!!,
haciendo que mi mujer se pusiera de puntillas tensando su culo después del
impacto.

―¡¡Diosssss!! Ahhhhgggg... ―chilló.


―¿Eso ha dolido, eh, rubia?, yo que tú no le provocaría mucho... ―le
advirtió el mirón.
―¿Así de fuerte te gusta o quieres más? ―preguntó Bartolo al que
parecía que se le había puesto más dura.

Silvia echó los pies hacia atrás sin dejar de mirarle, y volvió a colocarse
en posición, con la cara apoyada en la pared, la espalda curvada y el culo
hacia fuera.
―¿Quieres más, eh? ―dijo pasando la porra por sus dos glúteos,
haciéndola desear su cuarto azote.

Bartolo se acercó a ella y la cogió por el pelo.

―¡Ahora no te muevas, ya casi hemos terminado!

Levantó la porra y la dejó caer sobre su culo golpeándola todavía más


fuerte, ¡¡¡PLAS!!!, pero esta vez no se conformó con un solo azote y le
soltó el siguiente porrazo casi de seguido, ¡¡¡PLASSSS!!!

Ya le había dado los cinco cachetazos acordados. Sin embargo, seguía


agarrando a Silvia por el pelo y mi mujer no había cambiado su posición ni
un milímetro.

―Sigue, no te pares ahora, la has dejado en lo mejor ―le pidió el mirón.


―¿Se... seguro?, ¿puedo seguir un poco más...? ―preguntó el segurata
sin tenerlo muy claro.
―Pues claro, ¿no ves que la muy puta ni se ha movido y está jadeando
como una perrita?

Y entonces, sin soltar su pelo, comenzó a azotar el culo de mi mujer con


su porra. No la golpeaba tan fuerte como antes, pero eran impactos mucho
más seguidos y Silvia cerró los ojos, gimiendo a cada gomazo que recibía y
metiéndose la mano entre las piernas para acariciarse.

Un minuto más tarde, le soltó el pelo y dejó de castigar a mi mujer. El


mirón y yo no entendíamos qué estaba pasando, pero lo descubrimos pronto
cuando Bartolo se acercó a Silvia meneándosela a toda velocidad y acto
seguido, comenzó a eyacular sobre su enrojecido culo.

―Ohhhhhh, ohhhhhh, ¡toma, rubia, tomaaaa, esto es para ti!

Silvia gritó de placer, como si el semen de aquel tipo la hubiera quemado


la piel y dejó que él cubriera sus dos glúteos de leche, con varios lefazos
que atravesaron su culo.
Exhausto por la corrida, restregó su pingajo por la piel de mi mujer y
luego se guardó rápidamente la polla en los pantalones.

―Venga, daros prisa y terminad... si viene alguien os escondéis... yo me


voy a dar una vuelta y cuando vuelva no os quiero ver por aquí ―dijo el
segurata poniéndose el walkie en el cinturón antes de salir del aseo.

Y otra vez nos quedamos solos el viejo mirón, Silvia y yo.

―Muy bien, rubia... sabía que te iba la marcha, pero no me imaginé que
tanto... joder, otra vez te han puesto perdida. Tú, ven aquí... ―me ordenó el
viejo―. Si quieres que me la folle limpia esto...
―Yo no voy a limpiar eso ni de coña... ―le respondí.

Entonces Silvia, se inclinó sobre la pared, y se abrió de piernas,


ofreciéndole el culo para ser follada y me miró. Esta vez no me lo pidió por
las buenas.

―¡Vamos, Santi, ven aquí y hazlo de una puta vez!... y si quieres te haces
una paja mientras él me folla..., pero hazlo ya..., mmmmm, ¡no puedo más!
―me ordenó con la voz quebrada.
10

No fue plato de gusto tener que limpiar la abundante corrida de Bartolo


en el culo de mi mujer. Le pasé un poco de papel retirando los restos y
Silvia me dio una toallita húmeda para dejárselo al gusto del mirón.

Ya había caído tan bajo, que me dio igual humillarme un poco más, había
visto cómo ese tío se follaba a Silvia después de que ella se la hubiera
chupado, había dejado que me diera una cachetada delante de mi mujer y ni
le respondí y por último, el pervertido segurata le había azotado el culo con
su porra para después correrse encima de Silvia.

Y lo peor de todo es que me encontraba cachondo como nunca. Lo


mismo que mi mujer, que buscó entre sus piernas la polla del mirón para
acomodársela a la entrada de su coñito.

Me la saqué delante de ellos y comencé a meneármela mientras el viejo


se lo hacía desear a Silvia un poco más.

―¿En serio te has casado con este mierda? ¿Qué clase de hombre se hace
una paja mientras se follan a su mujer? ―preguntó―. Anda, dile que es un
mierda y que quieres que te folle...

Silvia se volvió hacia mí y con cara de guarra, el pelo sudado pegado en


la frente y sus tetazas colgando, me miró a los ojos.

―Mmmmm, sí, eres un mierda..., y un cornudo..., ¿ahora te vas a hacer


una paja? ―y luego se giró hacia el viejo―. Vamos, no seas tan cabrón y
métemela ya... ¡¡¡AAAHHHHHHHH!!!

No le dio tiempo a terminar la frase y el mirón le clavó la polla hasta el


fondo, haciendo que a mi mujer se le escapara un tremendo gemido. Él
apoyó las rudas manos en su cintura y al igual que la primera vez, se la folló
con golpes secos, pero espaciados entre sí en unos dos segundos. Era una
manera extraña de hacerlo, pero al parecer le encantaba a mi mujer, que
abandonándose al placer, se metió la mano entre las piernas para acariciarse
el clítoris.

El viejo no tenía prisa, a pesar del inminente orgasmo de Silvia, y me


miró un par de veces, viendo cómo me masturbaba, mientras se follaba a mi
mujer. Yo me la meneaba muy despacio, porque no quería terminar antes
que ellos y él pasó las manos hacia delante para atrapar los dos pechos de
Silvia.

Otra vez lo tenía todo bajo control, sin embargo, su cara se cambió en un
instante, y dejó de embestir a Silvia, que había subido el nivel de sus
gemidos y el movimiento de su culazo.

―¡¡Mierda!! ―exclamó el viejo―. Para, rubia, para, joderr... para,


para..., te lo digo en serio... ―le rogó echándose hacia atrás.
―Vamos, sigueeeeee, ahhhhhh, ahhhhhh...
―No te muevas, zorra, o me corro... ―le pidió el mirón quedándose
quieto, con el culo pegado a la pared y apoyando las manos en la cintura de
Silvia.
―No la saques ahora, ni te ocurra, me da igual... mmmmm... puedes
terminar dentro si quieres, pero no la saques, ¡¡¡¡aaaahhhhhhh!!!

El culo de Silvia fue tras él y no permitió que el mirón se saliera de su


interior, era acojonante ver cómo mi mujer lanzaba su voluminoso trasero
contra el cuerpo del viejo, haciendo que sus glúteos chocaran fuerte contra
la incipiente barriga de él.

¡Ahora era mi mujer la que se estaba follando al mirón!

Al final él se rindió, y apoyó las manos en la espalda de Silvia dejándose


llevar. No debía estar acostumbrado a correrse tan rápido, pero cuando mi
mujer comenzó a chillar, golpeando con su culazo a toda velocidad contra
él, el mirón subió la cabeza hacia el techo y cerró los ojos, intentando
retrasar lo inevitable.

Entonces lo vi, la cara de satisfacción de mi mujer, que orgullosa, no se


había olvidado de su principal objetivo y ahora lo iba a conseguir. Hacer
que ese cabronazo se corriera. Se le escapó una sonrisa lasciva cuando
sintió un primer disparo dentro de ella y se abandonó a su propio placer.

―¡¡¡¡AAAAAHHHHHHH, AHHHHHHHHHH!!!!! ―se mezclaron los


gritos de los dos en un orgasmo simultáneo.

Yo dejé de masturbarme, y observé cómo Silvia no paraba de embestir


con su culo, mientras se corría, contra el mirón, que estaba vaciando sus
huevos dentro del coño de mi mujer. Aquel ruido, cuando chocaban era
hipnótico.

―Ahhhhhhhh, rubia, ahhhhhhhhh, ¡¡eres tremenda, joder!!,


ahhhhhhhhh...

Todavía se quedaron unos segundos más con la polla de él disfrutando


del calor del interior de Silvia y jugueteando con los pezones de mi mujer
entre sus dedos, que retiró la mano que tenía metida en las piernas para
apoyarlas contra los azulejos, echándose hacia delante.

La enorme verga del viejo salió de Silvia y contemplé, alucinado, cómo


comenzó a brotar el semen de su coño, cayendo hacia el suelo.

¡¡Menuda lefada le había regalado a mi mujer!!

Cuando se recompuso le dio la vuelta a Silvia para quedarse frente a


frente, y buscó su boca para darse un morreo con ella. Lo peor de todo fue
que mi mujer le correspondió el beso, metiéndole la lengua de forma soez,
jugando con los pelos de su pecho, y dejándose manosear otra vez el culo.

―Eres la hostia, rubia..., me encantaría seguir viéndote, ¡quiero


emputecerte bien, tienes mucho potencial!, nunca había conocido a una
hembra como tú, conmigo no te vas a aburrir, te lo aseguro... piénsalo, ya
sabes dónde encontrarme... ―dijo el viejo azotando una de sus tetas antes
de salir―. Adiós, campeón... ―se despidió al pasar a mi lado.

Entré en el reservado con Silvia y cerré la puerta, echando el cerrojo. Era


absurdo, después de todo lo que había pasado, pero mi mujer sabía de mis
intenciones al verme con la polla fuera.
―Date la vuelta, por favor ―le rogué.

Ella volvió a ponerse en la misma manera que se la había follado el viejo,


aplastando sus melones contra los azulejos y por la abertura del vestido fui
tirando hasta desnudar su culo. Sacó las caderas hacia fuera y yo me puse
detrás de ella, metiendo la polla entre sus piernas.

No me costó encontrar su coño abierto y sensible, desprendía un calor


exagerado y la penetré con una insultante facilidad. Estaba muy mojada,
mezcla de sus propios jugos, pero sobre todo por la corrida del mirón y
apoyando las manos en su cintura y viendo las marcas rojas en sus glúteos
la embestí seis o siete veces, antes de vaciarme en su interior, gimiendo
patéticamente.

Ni se enteró de que me la acababa de follar, y yo apenas sentí nada en mi


polla, de lo dilatado que tenía su coño, pero me encantó metérsela después
de que otro tío acabara de descargar en su interior.

¡Fue una sensación indescriptible y adictiva!

Avergonzado, me salí de ella y mi mujer se recompuso el vestido


guardándose las tetas dentro. Dejó las braguitas tiradas en el suelo y sin
decir nada fuimos hasta el coche.

Silvia estaba seria y muy callada, pero podía seguir viendo el fuego en
sus ojos. El orgasmo que había tenido con el mirón no había calmado su
calentura y algo tenía en mente. Y cuando llegamos a casa volvimos a
follar, esta vez completamente desnudos en nuestra cama.

Al terminar, Silvia se quedó con las piernas abiertas, sudorosa y jadeante


y me miró de manera cariñosa mientras me acariciaba el pecho. Pensé que
me iba a pedir perdón por lo que había pasado en los baños, entonces me
soltó con voz sensual.

―¿Te apetece que volvamos otro día al cine?…, lo hemos pasado muy
bien..., ¿no?
Agradecimientos

Muchas gracias por haber llegado hasta aquí. Espero que os haya gustado el
relato y os pediría por favor que dejarais una reseña o un comentario en
Amazon, que nos sirve muchísimo para llegar hasta otros lectores.

Mil gracias, de verdad.

Un abrazo a mis lectores y nos vemos pronto...

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