El Miron Del Cine 2
El Miron Del Cine 2
David Lovia
Derechos de autor © diciembre 2022 David Lovia
Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier similitud con
personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo intencionado por parte del autor.
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de recuperación, ni
transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de fotocopia, grabación o de
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1
Salimos del cine con las niñas, no era muy tarde, sobre las ocho y
media, acabábamos de ver la última peli de los Minions y en lo que íbamos
debatiendo sobre dónde cenar nos topamos de frente con aquel tipo.
Fue la primera vez que ella vio al mirón que se la había follado delante
de mí.
Como decía, había pasado mucho tiempo, aquello fue un incidente que
nos dejó muy marcados interiormente, aunque preferimos pasar página
como si no hubiera sucedido nada y jamás habíamos hablado de ello.
Ahora sus tetazas eran todavía más grandes y pesadas y se le salían una
parte de ellas por los laterales del body.
Por un momento dudé qué hacer, pero Silvia lo tuvo mucho más claro y
decidida se metió en la tienda. Al pasar a su lado el viejo le pegó un repaso
de arriba a abajo antes de darnos las “buenas tardes”, luego entró detrás de
nosotros y disimuló como si estuviera mirando los peces que había al fondo.
Yo me lo quedé mirando detenidamente, si él no se cortaba, yo tampoco,
esta vez pude verlo bien y no me intimidó tanto como en el cine. Era un
señor mayor que tendría sobre 60 años, más bajito que yo, aunque bastante
más ancho y corpulento y llevaba una camisa blanca de manga corta
veraniega con un par de botones desabrochados, enseñando los pelos
canosos del pecho.
Íbamos a pasar un buen rato jugando con aquel tío. Ni se imaginaba que
ahora sería él el que saldría humillado de la oscura sala del cine.
Todavía me costó tres meses más para que Silvia aceptara pasar una
caliente noche en el cine y darle el escarmiento que se merecía el viejo
mirón. Tres meses a pico y pala, erre que erre, sacando el tema cada vez que
follábamos, cuando le veíamos por el centro comercial, insistiendo,
poniéndome muy, pero que muy pesado.
Iba vestido de una manera muy parecida a la otra vez, con unos
pantalones vaqueros desgastados y una camisa de franela a cuadros de
manga larga, a pesar del calor que hacía. La que iba más fresca era Silvia,
que esta vez había elegido un vestido veraniego de tirantes finos de color
blanco y azul, con una falda amplia que casi rozaba el suelo.
La verdad es que una vez pasados veinte minutos, la peli era un auténtico
tostón y yo aparté el bol de palomitas para acercarme a Silvia.
Ella sacó del bolso una toallita húmeda y me limpié las manos con
parsimonia, haciéndoselo desear a mi mujer, que ya sabía lo que venía a
continuación. Me acerqué a Silvia, apoyando la cabeza en su hombro,
después de darle un beso y apartar uno de sus finos tirantes. Mi mujer se lo
volvió a colocar, aunque me dejó hacer cuando subí la mano para acariciarle
los pechos por encima del vestido.
Casi sin darme cuenta ya tenía una buena erección bajo los pantalones y
las tetazas de Silvia cada vez estaban más duras y sensibles. Cuando se le
escapó el primer gemidito al contacto de mis manos me atreví de nuevo a
bajarle el tirante del vestido.
No hacía falta que siguiera suplicando, podía ver en sus ojos lo excitada
que se encontraba y estábamos a punto de cruzar una línea de no retorno.
Silvia estiró el brazo y comprobó el estado de mi polla, tanteando con sus
dedos, y recorriendo todo mi tronco con la palma de la mano.
En cuanto la metí entre sus piernas Silvia volvió a gemir y me dejó que la
masturbara unos minutos. Nos estábamos pajeando mutuamente por encima
de la ropa, y durante unos instantes me llegué a olvidar de nuestro
pervertido compañero, no así mi mujer, que miró hacia atrás para
comprobar que no se había movido de su asiento.
Y esta vez el que se giró hacia atrás fui yo para comprobar si el mirón
seguía allí. No se había movido y se encontraba en su butaca atento a lo que
hacíamos, con el pequeño detalle que ¡¡también se la había sacado!!, y se
meneaba su enorme verga con extremada lentitud.
Me giré rápido con las pulsaciones a mil y Silvia se dio cuenta de que
algo sucedía.
―¿Qué pasa? ―me preguntó asustada por la cara que había puesto.
Yo sujeté sus mejillas con las dos manos y le di un beso en la boca. Ella
me seguía pajeando, sin prisa, pero sin pausa.
―¡Uf, se la ha sacado! ¡Se está haciendo una paja mientras nos mira!
―la expliqué a mi mujer.
―Bueno, con eso ya contábamos, ¿no?
―Ehh, sí, sí, claro...
―¿Tú crees que bajará o solo se va a tocar?
―No lo sé... aunque sinceramente me apetece mucho follarte delante de
él...
―¿Follarme? ¿Dónde?... ¿aquí, en medio del cine?
―Claro, ¿a eso hemos venido, no?, quiero ponerle los dientes largos, que
se muera de envidia viendo cómo te mueves encima de mí, cómo te
manoseo esas tetas, ¡que se entere bien que eres mi mujer! ―dije metiendo
la cabeza entre sus calientes pechos sin dejar de besárselos―. ¿Estás de
acuerdo?
―A mí todo esto me parece absurdo, Santí..., ya te lo he dicho, no sé
cómo permitimos que pasara lo de la otra vez... nos dejamos llevar y no
tienes nada que demostrarme...
―¡Quítate el sujetador!, ¡quiero que me enseñes las tetas! ―la ordené
tirando de su pelo para comerme su cuello, y haciéndola gemir.
Fue la primera vez que se giró la pareja que teníamos delante, pero
sinceramente, esos dos nos daban igual. Nosotros solo estábamos
pendientes del mirón y de que no se moviera. Entonces Silvia me soltó la
polla y pude ver su cara morbosa.
Iba a hacerlo.
Se inclinó hacia delante y pasó las dos manos por su espalda, soltándose
el sostén y con mucha habilidad se lo sacó por los brazos y lo metió en el
bolso que estaba en el suelo. Luego se subió los tirantes del vestido para
cubrirse los pechos que ahora se movían libres bajo la tela.
Bajé la mano para rozar su tobillo y despacio fui subiendo los dedos sin
dejar de tocar su piel por debajo de la falda. Noté cómo se le erizaba el
vello al paso de la yema por sus gemelos, por las rodillas, por los muslos...
hasta que me topé con sus finas braguitas negras.
―¡Santi... mmmmmm!
―¿Te gusta esto, eh?, te conozco bien... ―dije introduciéndole un dedo
en el coño.
Se iba a tener que conformar con hacerse una paja viendo cómo hacía
disfrutar a mi mujer.
―¿Quieres chupármela?
―Uf, ahora no, ya estoy a punto, Santi...
―Vale, hemos venido aquí a follar, vamos, ven aquí, siéntate encima de
mí...
Silvia echó otra ojeada hacia atrás, lo mismo que yo, el mirón seguía en
su sitio, y decidida se subió la falda, sentándose en mi regazo, pero de
espaldas a mí, y la sujeté por las caderas mientras posaba su imponente
trasero sobre mi polla. Es verdad que mi mujer había ganado unos kilos,
pero en ese momento su culazo me pareció sublime cuando apareció ante
mis ojos, tan solo cubierto por sus finas braguitas.
Pasé las manos hacia delante sobando sus tetas y tiré de los dos tirantes
para desnudar sus pechos, que comenzaron a botar libres, al ritmo al que
Silvia me cabalgaba. Ya me daba igual si el viejo le veía desnuda a mi
mujer, pues todo mi afán era echarle un polvazo en aquella sala y salir de
allí como un puto triunfador.
Y cuando nos quisimos dar cuenta, ¡el viejo mirón había dejado su
asiento!, y descendía con cuidado, sin tan siquiera guardarse la polla.
Avanzó unos metros y sin preguntar se sentó justo a nuestro lado. Silvia
notó que rozaba con la pierna a alguien y al abrir los ojos se encontró con
ese tío allí.
―Vaya, vaya, pero, ¿qué es lo que tenemos aquí? ¿En serio estáis
follando?
5
―No, rubia, ¡no me jodas!, no te las tapes, ¡¡si tienes unas tetas
cojonudas!! ―exclamó el mirón tirando de unos de sus tirantes hacia abajo
y descubriendo uno de sus pechos.
―¡Aparta, cerdo! ―protestó Silvia.
―Ey, tío, ni se te ocurra volver a tocar a mi mujer... ―le advertí en
medio del polvo levantando el dedo.
Me gustó mucho que Silvia le parara los pies y que entre los dos le
pusiéramos en su sitio con determinación, sin embargo, eso no rebajó
nuestra calentura y Silvia siguió follándome, solo que ahora incrementando
el ritmo.
―¿Te gusta que ese cerdo te vea las tetas? ―jadeé en su oído.
―¿Qué...?, nooooo...
―Claro que te gusta..., quiero que te deseé, que vea lo buena que estás
―suspiré tirando de uno de sus tirantes para destaparle un pecho.
―Noooo, para, ¿qué haces? ―me preguntó ella, dejándose hacer.
―Da igual, deja que te vea... no me importa...
―Uf, sigueee, un poquito más...
―Sí, ¿vas a correrte?, yo estoy a punto ―la anuncié ante mi inminente
orgasmo.
Estaba orgulloso de follarme a una jaca como Silvia delante del viejo y
me tensé para que mi polla se clavara en lo más profundo de su coño. Miré
al viejo desafiante con las manos en la cintura de mi mujer, mientras le daba
golpes de cadera acompasando mis sacudidas al movimiento de su culo.
―Es mucha hembra para ti la rubia, je, je, je... ―soltó el viejo de
repente.
―¿Has visto cómo me la follo? ¿Vas a correrte ya, cerdo? ―le pregunté
intentando vacilarle un poco.
No podíamos caer otra vez en la misma trampa y aparté la mano del viejo
con decisión mirándole fijamente.
Pero Silvia ajena a lo que pasaba entre el mirón y yo, golpeaba su culo
contra mis muslos cada vez con más potencia. Y cuando noté que el
orgasmo brotaba de mis pelotas intenté avisarla, y puse las manos en sus
caderas para que ralentizara el ritmo.
Ella se giró por el lado contrario, para que el viejo no viera su cara de
placer, y me comió la boca sin dejar de follarme y yo no pude más.
―¡¡¡¡AHHHHHH, AHHHHHHHH!!!!
Intenté apartar sus garras del cuerpo de Silvia, que tenía la respiración
acelerada y gemía cada vez que él sobaba sus pechos sin decirle nada, como
si no le importara que aquel tío estuviera metiéndola mano delante de mis
narices.
―Ey, tío, tranquilo, que a tu mujer le gusta, además, ella me deja, ¿no
ves que no protesta? ―dijo sin apartar sus manazas de las tetas de Silvia―.
Le has dejado a medias, todavía no se ha corrido, je, je, je.
Se acabó la función.
―No, tío, pero, ¿qué haces?, al menos deja que le vea las tetas para
hacerme la paja, ella me está mirando la polla, es lo justo, ¿no? ―me pidió
bajando un tirante para volver a descubrir una de sus tetas.
―Te he dicho que no la toques...
―Ehhh, ahora no la he tocado a ella, solo el vestido, si veo sus tetas me
correré enseguida, ¿no es eso lo que queréis?
Yo fui a taparla de nuevo, tirando del tirante hacia arriba, pero esta vez
fue Silvia la que me lo impidió.
―Venga, termina ya, y ahora ¿por qué paras? ―le preguntó Silvia al
viejo.
―Porque necesito algo más para correrme... no estaría mal si me
ayudaras un poco ―dijo subiendo una mano y pellizcando un pezón de mi
mujer, para hacerla gritar.
―Auuu, cabrón, ¡me has hecho daño!
―¡Que no la toques! ―le amenacé yo en alto.
―Mmmmmm, eso es... ¿la echabas de menos, eh?, ja, ja, ja, tranquila,
les pasa a todas igual, en cuanto la prueban siempre repiten... ―dijo el viejo
en plan fanfarrón.
―Silvia, ¿qué haces?, ¿por qué le agarras la...
―Es para que termine cuanto antes, así nos dejará en paz... ―suspiró
Silvia interrumpiendo mi pregunta, con un argumento que no se creía ni ella
misma, y empezó a masturbarle lentamente.
―Muy bien, rubia... ahhhhh, ¡tengo que reconocer que eres muy buena
con la boca!, joder, no me la habían comido así en la vida... ―y bajó la
mano para acariciar entre sus muslos.
Esta vez no se conformó con tocarla por encima, tiró de una de sus
piernas hacia fuera, abriéndola, para luego, clavar el índice en su coño.
¡¡¡PLAS!!!
El mirón agarró su mano y tiró de ella para salir del cine con mi mujer,
que se dejó llevar a los baños, dispuesta a terminar lo que había empezado.
Yo les seguí y llegamos a el pasillo del que iban saliendo las distintas salas.
El viejo pasó el brazo por la cintura de mi mujer para guiarla, bajando un
par de veces la mano, y sobando su trasero por encima del vestido.
Entré en el baño y eché una ojeada rápida para ver qué es lo que estaban
haciendo. Cuando me asomé, Silvia se limpiaba el coño con un poco de
papel y al terminar, el viejo le agarró por la cintura e hizo que se inclinara
sobre el lavamanos sacando el culo hacia fuera. Me fijé que las bragas de
Silvia se encontraban hechas un ovillo en el suelo y él metió las manos por
el lateral de su falda hasta que desnudó su culo.
―Uf... ¡qué bien suena!, nos lo vamos a pasar de puta madre ―aseguró
accionando el jabón para que cayera sobre su mano a la vez que abría el
grifo, para después meterla entre las piernas de Silvia.
―Bueno, creo que esto ya está listo... ven, termina tú... ―y pulsó el
botón del jabón para que cayera sobre la palma de Silvia.
En cuanto notó el jabón, bajó la mano y mi mujer se introdujo un par de
dedos en el coño para terminar de asearse. La escena me parecía tremenda y
me asomé fuera otros treinta segundos comprobando que no venía nadie.
¡¡Silvia estaba decidida a desplegar todos sus encantos para hacer que el
viejo se corriera!!
―Ahhhhh, ahhhhhh, ahhhhh, síííí, sííííííí ―se dejó llevar mientras ese
desgraciado ya tenía el control absoluto de lo que pasaba.
―No, joderrr, para, para, estate quieto..., ¿qué haces? ―protestó Silvia.
―Si te la meto me voy a correr, te lo prometo, ¿no es lo que quieres?, me
tienes muy cachondo y ya no puedo más.., ahora voy a follarte, rubia...
En cuanto sintió su polla entre las piernas, Silvia apoyó la cara contra los
fríos azulejos del baño y ella mismo buscó la apertura de su falda para ir
pasando la tela por un lado y desnudar su culo. El mirón se puso detrás de
ella y le pegó varios golpecitos secos con su verga en medio del coño,
haciéndola gritar de placer.
―No, ahhhhh, para, para, ahhhhhhhhh... ―le pidió por última vez.
―Por favor, Santi, sal fuera... haz lo que te dice... ―susurró en una
especie de gemido.
―¿Entonces quieres que te folle? ―se regodeó el viejo.
―Eres un cabrón, ahhhhhhhhh, ahhhhhhhh...
―¡¡¡AAAAHHHHHHHHH!!!
No sabía qué hacer, si dar media vuelta para ver por qué había gritado
así, o quedarme en medio del pasillo como me habían pedido. Y después
del primer aullido de Silvia vino otro. Y después otro.
Silvia miró hacia atrás, preguntándose por qué había parado de follársela
y ella misma meneó las caderas para que siguiera.
Estaba claro que no era la primera vez que le pillaba en una situación así.
Yo me puse muy nervioso, pero el mirón se quedó tan tranquilo, sacando su
verga del interior de Silvia y volviéndola a dejar apoyada sobre su culo.
Durante toda la conversación surrealista que se traían entre los dos, Silvia
no cambió de posición, pero al menos, se subió el vestido para taparse las
tetas, mostrando un mínimo de pudor y decencia, aunque siguiera sacando
el culo con la esperanza de volver a ser penetrada.
―¡No me jodas!, ¿pero no has visto lo buena que está la rubia?, nos has
cortado el polvazo a la mitad, y mira qué cachonda está... ―le explicó el
viejo restregando la polla entre sus piernas para que se escuchara el
chapoteo―. Déjanos un poco más...
―¡Hostia! ―exclamó, abriendo los ojos de par en par detrás de sus gafas
de culo de vaso.
―¿Ves?, lo que te decía..., si quieres puedes mirar cómo me la follo, no
nos importa, ¿verdad, rubia?
Pude ver en la cara de Bartolo, que empezaba a tener dudas, había echado
la mano al móvil, pero la erección bajo sus pantalones marrones le delataba.
Y ahora el viejo le estaba ofreciendo un trato.
―¿Qué te apetece hacer?, ¿quieres sobarle las tetas?, te aseguro que son
impresionantes...
―Este no va a tocarme un pelo ―aseguró Silvia.
―No, no puedo... tengo que denunciar, de verdad... ―se reiteró el
segurata.
―¿Quieres tocarle el coño y ver lo mojada que está?, ¿quieres soltarle un
azote?, vamos, habla, tiene que haber algo que te guste...
―¿No me has oído que no pienso hacer nada con este tío? ―volvió a
decir mi mujer.
―Venga, nena, colabora un poco, no querrás que nos denuncie...
―Me da igual.
―No, de verdad que no puedo.
―Acércate, tío, mira qué melones... ―dijo el viejo sacudiendo las tetas
de Silvia delante de sus narices y bajando los tirantes de su vestido para
descubrírselas―. Hazte una paja mientras follamos, o que te la haga el
cornudo del marido si eso es lo que te pone...
―Per... perdona, ¿qué..., qué has dicho?, que me haga una paja, ¿quién?
―El marido, que te la menee mientras me follo a la rubia...
―Ni de coña..., no te lo crees ni tú ―me negué yo.
―Yo prefiero que me la haga ella... ―le corrigió.
―Está bien, como prefieras, pues que te la haga la rubia... ―aceptó el
mirón.
―Que noooo, que noooo ―protestó Silvia―, que te he dicho que este no
me va a tocar ni un pelo..., ni yo a él...
―Solo es para que se vaya y nos deje solos...
―De eso nada...
―Está bien..., qué difícil me lo pones, rubia...
Bartolo avanzó dos pasos despacio y estiró la mano, rozando los pechos
de Silvia con extremada delicadeza, como si le diera miedo hacerle daño al
tocárselos.
Salí fuera para echar otra ojeada y rápidamente volví a los aseos.
Aquello no quería perdérmelo. La cara de Bartolo se había transformado y
ahora parecía un puto sádico empuñando con fuerza su porra, mientras le
colgaba la polla de la bragueta.
El siguiente azote fue igual que el primero, duro, seco y resonó en todo el
aseo. ¡¡PLAS!!, pero esta vez el chillido de Silvia fue de dolor.
Silvia echó los pies hacia atrás sin dejar de mirarle, y volvió a colocarse
en posición, con la cara apoyada en la pared, la espalda curvada y el culo
hacia fuera.
―¿Quieres más, eh? ―dijo pasando la porra por sus dos glúteos,
haciéndola desear su cuarto azote.
―Muy bien, rubia... sabía que te iba la marcha, pero no me imaginé que
tanto... joder, otra vez te han puesto perdida. Tú, ven aquí... ―me ordenó el
viejo―. Si quieres que me la folle limpia esto...
―Yo no voy a limpiar eso ni de coña... ―le respondí.
―¡Vamos, Santi, ven aquí y hazlo de una puta vez!... y si quieres te haces
una paja mientras él me folla..., pero hazlo ya..., mmmmm, ¡no puedo más!
―me ordenó con la voz quebrada.
10
Ya había caído tan bajo, que me dio igual humillarme un poco más, había
visto cómo ese tío se follaba a Silvia después de que ella se la hubiera
chupado, había dejado que me diera una cachetada delante de mi mujer y ni
le respondí y por último, el pervertido segurata le había azotado el culo con
su porra para después correrse encima de Silvia.
―¿En serio te has casado con este mierda? ¿Qué clase de hombre se hace
una paja mientras se follan a su mujer? ―preguntó―. Anda, dile que es un
mierda y que quieres que te folle...
Otra vez lo tenía todo bajo control, sin embargo, su cara se cambió en un
instante, y dejó de embestir a Silvia, que había subido el nivel de sus
gemidos y el movimiento de su culazo.
Silvia estaba seria y muy callada, pero podía seguir viendo el fuego en
sus ojos. El orgasmo que había tenido con el mirón no había calmado su
calentura y algo tenía en mente. Y cuando llegamos a casa volvimos a
follar, esta vez completamente desnudos en nuestra cama.
―¿Te apetece que volvamos otro día al cine?…, lo hemos pasado muy
bien..., ¿no?
Agradecimientos
Muchas gracias por haber llegado hasta aquí. Espero que os haya gustado el
relato y os pediría por favor que dejarais una reseña o un comentario en
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