The Guarded One - Brittney Sahin

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3
CRÉDITOS
Traducción
Mona

Corrección
Nanis

Diseño
Bruja_Luna_

4
ÍNDICE
IMPORTANTE ___________________ 3 CAPÍTULO VEINTIUNO ___________ 167
CRÉDITOS ______________________ 4 CAPÍTULO VEINTIDÓS ___________ 172
ÍNDICE _________________________ 5 CAPÍTULO VEINTITRÉS___________ 179
SINOPSIS _______________________ 9 CAPÍTULO VEINTICUATRO ________ 186
CAPÍTULO UNO _________________ 10 CAPÍTULO VEINTICINCO _________ 192
CAPÍTULO DOS _________________ 22 CAPÍTULO VEINTISÉIS ___________ 199
CAPÍTULO TRES _________________ 28 CAPÍTULO VEINTISIETE __________ 204
CAPÍTULO CUATRO ______________ 34 CAPÍTULO VEINTIOCHO__________ 209
CAPÍTULO CINCO ________________ 43 CAPÍTULO VEINTINUEVE _________ 217
CAPÍTULO SEIS__________________ 52 CAPÍTULO TREINTA _____________ 222
CAPÍTULO SIETE_________________ 59 CAPÍTULO TREINTA Y UNO _______ 226
CAPÍTULO OCHO ________________ 71 CAPÍTULO TREINTA Y DOS________ 236
CAPÍTULO NUEVE _______________ 79 CAPÍTULO TREINTA Y TRES _______ 242
CAPÍTULO DIEZ _________________ 86 CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO ____ 247
CAPÍTULO ONCE ________________ 94 CAPÍTULO TREINTA Y CINCO ______ 255
CAPÍTULO DOCE _______________ 105 CAPÍTULO TREINTA Y SEIS ________ 259
CAPÍTULO TRECE _______________ 110 CAPÍTULO TREINTA Y SIETE _______ 267
CAPÍTULO CATORCE ____________ 119 CAPÍTULO TREINTA Y OCHO ______ 273
CAPÍTULO QUINCE _____________ 127 CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE _____ 277
CAPÍTULO DIECISÉIS ____________ 138 CAPÍTULO CUARENTA ___________ 282
CAPÍTULO DIECISIETE ___________ 145 CAPÍTULO CUARENTA Y UNO _____ 290
CAPÍTULO DIECIOCHO ___________ 148 CAPÍTULO CUARENTA Y DOS______ 296 5
CAPÍTULO DIECINUEVE __________ 154 CAPÍTULO CUARENTA Y TRES _____ 300
CAPÍTULO VEINTE ______________ 162 CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO __ 305
EPÍLOGO _____________________ 312 THE TAKEN ONE _______________ 323
LISTA DE REPRODUCCIÓN ________ 322 ACERCA DE LA AUTORA _________ 325

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THE GUARDED ONE
A FALCON FALLS SECURITY NOVEL

BRITTNEY SAHIN

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Para los soñadores

—Pide lo que quieras y prepárate para conseguirlo.


-Maya Angelou

—Una vez que tomas una decisión, el universo conspira para que suceda.
-Ralph Waldo Emerson

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SINOPSIS
Él es un malhumorado sheriff de pueblo. Y ella es la operadora fuera de
los límites capaz de ponerlo de rodillas.

Sydney Archer no es la típica hija de multimillonario. Antigua oficial del


ejército, ahora trabaja con un equipo de seguridad de élite para dar caza a lo peor de
lo peor... todo ello mientras cría a un adolescente.
Para el mundo exterior, Sydney es una reina de hielo letal con el arco. ¿Para su
hijo? Es una heroína con un corazón de oro, un corazón que le han roto demasiadas
veces.
Cuando un apuesto caballero sureño y rudo interrumpe su escapada de chicas
en busca de ayuda, descubre que él puede revitalizarla de formas que nunca imaginó.
Y las cosas se calientan rápidamente en el paraíso.

Beckett Hawkins regresó a su ciudad natal hace trece años, intercambiando


su placa de detective del LAPD por un sombrero de vaquero y el cargo de sheriff.
Esperaba brindarle a su hija una vida segura y protegida y enterrar su pasado.
Pero cuando ese pasado vuelve para atormentarlo, se encuentra en una misión
como ninguna otra. Una misión que incluye a una mujer despampanante que lo
desarma a cada paso con su descaro y su sonrisa, una mujer capaz de derribar sus
muros fuertemente fortificados.
La operación se tuerce desde el principio, y Beckett y Sydney acaban
embarcados en una peligrosa aventura... y en los brazos del otro.
Al final, ¿harán lo que mejor saben hacer y guardarán sus corazones? ¿O
podrán restaurar su fe en el amor y demostrar que juntos son imparables?

De la autora de bestsellers del Wall Street Journal, Brittney Sahin, llega una
emocionante novela romántica militar independiente sin cliffhanger y con un 9
“felices para siempre”.
CAPÍTULO UNO

JUÁREZ, MÉXICO

—¿Tienes fuego?
Beckett retiró su atención del único remanso de calma que había conseguido
localizar, el cielo, y se centró en la mujer que tenía delante. Sus atrevidos labios rojos
se entreabrieron ligeramente como si esperara ansiosa el cigarrillo que colgaba
entre sus dos dedos. En su opinión, era una actuación, y no una buena actuación.
Probablemente se ahogaría con la primera calada si él le ofreciera fuego.
¿De verdad es tu mejor frase para ligar?
—No fumo. —Beckett echó un vistazo al patio exterior del club e inclinó la
cabeza hacia uno de los hombres que fumaba a todo pulmón, marcándose un farol.
La rubia, demasiado joven para él, metió el cigarrillo en una bolsita metálica
antes de apoyar el bolso bajo la axila.
—¿Estás a punto de decirme por qué no debería fumar yo también?
—No es asunto mío, señora. —Beckett exhaló bruscamente, sus ojos se
movieron de nuevo al cielo azul medianoche.
—Bien entonces. —Su pausa dramática significaba que no iba a ninguna parte.
Gimió interiormente. Rechazar a esta chica esta noche no estaba en su lista de
cosas que hacer.
—¿Qué te trae a este lado de la frontera? ¿Eres de El Paso? —insistió.
No era de Texas, pero El Paso estaba justo al otro lado de la frontera. Y era
donde él y su cuñado, Jesse McAdams, habían alquilado un Chevy Suburban tiznado
antes de emprender el viaje a México hacía una hora.
¿Qué demonios estoy haciendo aquí? ¿Fueron las últimas tres semanas de
noches casi sin dormir las culpables? ¿Fue la falta de sueño la culpable de que 10
rompiera la promesa que hizo a sus tres hermanos de no volver a salir de “caza”?
Después del cortante mensaje de voz “Tengo muchos problemas y necesito tu...“
que había recibido hacía tres semanas, Beckett se había dicho a sí mismo que no
volvería a ser víctima de aquella mujer.
Y si algún día moría por su comportamiento imprudente e irresponsable...
bueno, que Dios la tenga en su gloria, si es que alguna vez la tuvo, porque ya no era
su problema. Bueno, ese había sido el plan, al menos. Sin embargo, aquí estoy.
No es que fuera a contarle la verdad a esa chica. No quería que supiera que su
cuñado estaba haciendo un barrido interno del perímetro del club, calculando
posibles problemas para una misión en la que Beckett no debía estar.
Un nudo de culpabilidad se le apretó en el estómago al recordar aquella
mañana en la que había mirado a su hermana Ella a los ojos y le había mentido. Le
dijo que se llevaba a su marido de caza a Texas.
Estaba cazando. Pero no ciervos. Y no en Texas.
“Un viaje para estrechar lazos”, había añadido torpemente mientras intentaba
mantenerse firme bajo la mirada de su hermana, que no le hacía ascos a nada,
mientras Jesse aún parpadeaba para disipar los restos del sueño.
—Sin respuesta, ¿eh? ¿Es el cielo realmente más interesante que yo?
Una luchadora, ¿eh? Bajó la mirada y empezó a agarrar su sombrero para
inclinarlo en señal de disculpa, pero recordó que no era el Stetson que solía llevar.
En su lugar, se movió el ala del incómodo sombrero y se llevó una mano al desaliño
de la mandíbula.
—No importa por qué estoy aquí.
—Oh, vamos, no seas tan salado. ¿Ni siquiera me dices si es un viaje de
negocios o de placer? Este lugar está bastante iluminado. —Batió sus pestañas
postizas—. Y estoy aquí, así que. YOLO, ¿verdad?
¿Iluminado? ¿YOLO? Dulce Jesús, era demasiado viejo para esto.
Probablemente era una niña rica de uno de los colegios de El Paso, en busca
de alguna “aventura” al otro lado de la frontera con el dinero de papá.
Que Dios le ayudara cuando su hija se fuera a la universidad. Más bien que
ayudara a los hombres que tendrían que lidiar con un padre sobreprotector. McKenna
tenía trece años y estaba a punto de cumplir veinte, y sólo ese pensamiento ya le
quitaba el sueño.
—Y si te digo que no estoy aquí por ninguna de las dos cosas, ¿me dejarás en
paz? —Torció la cabeza, esperando a ver si la había ofendido lo suficiente como para
mandarla a paseo.
11
Su mohín no fue ni remotamente sutil.
Sí, una niña rica aburrida, seguro. No es que tuviera nada en contra del dinero.
Pero algunas de las mujeres privilegiadas con las que se había cruzado cuando vivía
en Los Ángeles podían ser la causa de sus rápidas suposiciones sobre la alegre rubia
vestida como una flapper de los años veinte.
Por supuesto, su trabajo consistía en evaluar a la gente. Sheriff de su ciudad
natal, Walkins Glen, Alabama, después de todo.
—¿Realmente crees que deberías estar en un lugar como este? —Beckett no
pudo evitar cambiar al modo padre. No parecía más de ocho o diez años mayor que
su hija. ¿Tenía siquiera permiso legal para beber en Texas? Y por Dios, ¿de verdad voy
a cumplir cuarenta y dos el mes que viene?
—¿Qué hace que sea seguro para ti y no para mí, aparte de tu cromosoma Y y
la cantidad de testosterona que siento que rezuma de ti? —Sus gélidos ojos azules
chocaron con los de él como si estuvieran preparados para bailar un tango. Y él no
creía que fuera a unirse a los que bailaban tango en la pista de baile del club temático
de los años veinte.
La estudió en silencio, esperando que se diera por vencida y se marchara.
No hubo suerte.
Ella se echó el cabello rubio a la espalda y él percibió el olor de lo que supuso
que era su perfume.
Se le cerraron los ojos mientras se tomaba su tiempo para memorizar el aroma,
intentando averiguar por qué el olor de las cerezas le hacía pensar en otra rubia.
Sydney Archer.
—¿Qué perfume es ése? —preguntó en lugar de molestarse en responder a la
ridícula pregunta que ella le había formulado.
—Oh, ¿te gusta? Juro que casi capto una sonrisa tuya. Un cambio agradable de
tu aspecto malhumorado.
Ignoró su piropo y prefirió seguir pensando en Sydney. La había rozado en la
recepción de la boda de su amigo el mes pasado, en abril.
La hermosa mujer, también una patea traseros por lo que había aprendido,
trabajó junto a Jesse en su empresa de seguridad, Falcon Falls. También era madre
soltera de un niño de trece años. ¿Quizás esa era la única razón por la que se había
fijado en Sydney? ¿A quién quiero engañar? Todos los hombres tenían que haberse
fijado en ella.
—Es Tom Ford. Lost Cherry —respondió con voz ligera y etérea cuando él aún
no había hablado. 12
Beckett casi se inclinó hacia ella y volvió a olerla como si fuera un K9 rastreando
el olor de un fugitivo.
—Es bastante embriagador, ¿verdad? Me hace sentir como una diosa,
especialmente con este atuendo.
Beckett se obligó a abrir los ojos, intentando comprender por qué el olor le
había hecho perder la concentración.
Cerezas. Esa vez casi sonrió. Al menos aún la conservo. Temía haber perdido su
capacidad para observar los detalles desde que había dejado la policía de Los
Ángeles hacía más de una década. Pero las cosas más pequeñas, hasta el olor,
siempre le habían ayudado a identificar a un sospechoso.
—En fin. —Se encogió de hombros—. Estoy aquí porque estoy escribiendo mi
tesis sobre la Era de la Prohibición. Voy a la universidad en El Paso. —Sus palabras
captaron su atención. O tal vez ya la había estado mirando, pero en realidad no la
había visto. No con Sydney en su cabeza. Una mujer en la que no tenía por qué pensar,
y mucho menos recordar su cuerpo sexy en aquel vestido sin espalda que había
llevado aquella noche.
Había traído una cita a la boda de Savanna y Griffin. Su primera cita en años
también. La noche les había durado poco porque una cosa que Beckett era, era un
caballero. Y no iba a llevarse a una mujer a casa para echar un polvo rápido, aunque
hubiera pasado demasiado tiempo, cuando sabía que en su lugar se imaginaría a otra
atrapada bajo su cuerpo.
Diablos, apenas había sido capaz de mirar a su cita a los ojos durante la
recepción después de encontrarse mirando a Sydney. Cada vez que la miraba, se
imaginaba recorriendo con sus dedos la curva de la columna vertebral de Sydney
hasta llegar a su culo.
—Espera, ¿qué? —Beckett parpadeó, olvidando de nuevo dónde estaba. La
atracción magnética de Sydney, una mujer a la que apenas conocía, era muy fuerte si
podía secuestrar sus pensamientos en una noche como aquella—. ¿Estás aquí por una
redacción del instituto? —No era lo que esperaba, ni tampoco le había pedido esa
información.
—Mmhmm. Uno de mis profesores mencionó que Al Capone solía cruzar la
frontera de Juárez en esa época para abastecerse de alcohol. Y cuando oí hablar de
esta trampa turística como guiño a esa época... bueno —dijo, hablando casi
demasiado rápido para él—, tuve que venir a verlo por mí misma. Aunque tengo que
admitir que me siento como si fuéramos dos pájaros en una jaula dorada. Estamos en
un lujoso club nocturno en medio de ninguna parte, pero no tenemos verdadera
libertad. —Sus grandes ojos azules, aparentemente inocentes, encontraron los de él
mientras susurraba—: Con cártel y todo.
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Se estremeció al pensar que su hija pudiera hacer algo tan descabellado.
¿Conocía el padre de esta chica su paradero? ¿Perdería la cabeza al enterarse de que
su hija estaba en uno de los barrios más peligrosos del continente, no lejos de un
lugar apodado Murder Valley y controlado por narcotraficantes?
Joder, la idea de que McKenna llegara a hacer algo así por una redacción le
provocaba algo más que ardor de estómago. Se llevó una mano al pecho e hizo todo
lo posible por respirar hondo.
—Creo que este lugar es en realidad una tapadera para el blanqueo de dinero
o el contrabando de drogas. Algo tan turbio como lo que hacía el propio Capone. —
Señaló hacia la puerta que daba al club, y los sonidos del jazz se filtraron en el aire
nocturno cuando se abrió y se cerró un momento después—. En el club hay imágenes
enmarcadas de la masacre de San Valentín del veintinueve. Si eso no lo dice todo.
Sus dos pasos atrás le dieron la oportunidad de encontrar el aliento que
necesitaba.
—Aunque he oído el rumor de que algún multimillonario le ha echado el ojo al
local —añadió—. Entonces, ¿cuál fue la cita del Gran Gatsby que usaste para entrar en
el club?
Vaya, ¿esta mujer dejaba de hablar alguna vez? Pensó en su investigación
sobre el lugar. Además de cumplir el estricto código de vestimenta de los años veinte,
los clientes sólo podían entrar citando una de las famosas frases del Gran Gatsby. El
portero tenía una lista en un iPad que había consultado para comprobarlo; todo
formaba parte de la intriga para atraer a los turistas. No le cabía duda de que al
portero le importaba un bledo Gatsby.
Beckett había maldecido las compras de Amazon que había hecho hacía unas
noches, cuando había encargado sus trajes apropiados para la época en preparación
de un viaje que Jesse desconocía en ese momento. Luego había alabado la entrega
de Amazon Prime por hacer llegar el envío a su pequeña ciudad con tanta rapidez.
—Aprendamos a mostrar nuestra amistad por un hombre cuando está vivo y no
después de muerto —repitió Beckett la cita de Gatsby que le había dado antes al
portero. Cuando buscó citas, se fijó en esa.
Inconscientemente, sabía que probablemente lo había seleccionado porque
había sido un imbécil con Jesse no hacía mucho tiempo, y realmente quería hacer las
paces y volver a ser amigos. Enmendar sus errores con su cuñado.
Beckett sólo había confesado la verdad sobre el viaje a Jesse una hora antes de
cruzar el Puente de las Américas hacia México. Por supuesto, Jesse no era idiota, así
que cuando Beckett había mencionado casualmente, antes de que salieran de
Alabama, que llevara un pasaporte por si acaso...
Tal vez en la mente de Jesse esta noche sería una oportunidad para pagar a
14
Beckett por la pesadilla a la que todos habían sobrevivido en enero, cuando tanto la
hermana como la hija de Beckett habían quedado atrapadas en el fuego cruzado del
pasado de Jesse.
Pero para Beckett, Jesse no le debía nada, y ahora estaba en deuda con su
cuñado.
—Elegí una cita de Daisy Buchanan, por supuesto. —Ella esbozó una sonrisa.
Posiblemente una legítima, pero él estaba perdiendo la fe en su capacidad para
leerla—. “Espero que sea una tonta. Eso es lo mejor que una chica puede ser en este
mundo, una hermosa tonta”.
Sí, esta mujer era una tonta por estar en un club dirigido por un cártel por el
bien de un ensayo de la universidad, eso era seguro.
—¿Me harías el favor de bailar conmigo? ¿Sabes bailar el foxtrot? La verdad es
que yo no, pero podemos fingir hasta que lo consigamos, ¿no? La música suena muy
bien. Y parecemos arrebatados con nuestros trajes —divagó—. Casi siento como si
hubiéramos viajado en el tiempo y estuviéramos en los años veinte. —Abrió la palma
de la mano—. ¿Me ayudas a escribir mi trabajo? ¿Me darás una noche inolvidable?
—Te doblo la edad. No habrá ninguna noche conmigo. —Estuvo tentado de
quitarse el sombrero y mostrarle el cabello para reafirmar que era demasiado viejo
para ella. El estrés había hecho mella en él, y ahora tenía algunos mechones plateados
que le cortaban el cabello castaño en las sienes.
—Mm. —Inclinó la cabeza con una expresión casi curiosa, no lo que él
esperaba—. Hay otra mujer con perfume de cereza con la que preferirías bailar, ¿no?
¿Sydney? La idea de que alguna vez pasara algo con esa mujer, fuera de su
imaginación al menos, era una locura. Eran de dos mundos diferentes. Tendría que
conformarse con admirar su belleza desde lejos si alguna vez volvía a su pequeña
ciudad por trabajo.
—No, pero ahora siento que es mi deber asegurarme de que vuelvas a la
frontera sana y salva. —Gracias por eso. Como si necesitara más responsabilidades
esta noche cuando estaba allí con una misión en mente. Encontrar a Ivy.
—Ah. Un caballero caballeroso, incluso para un gruñón.
Gruñón. Señor Gruñón. Ese era el apodo de su hermana para él. Tal vez era
bien merecido. A veces. Joder. De acuerdo. La mayoría de las veces.
—Tú eres la razón por la que los hombres mayores son preferibles a los de mi
edad. Se aprovecharían de mí. —Giró su palma abierta a un lado como una petición
de un apretón de manos en su lugar—. Soy Jennifer.
Se fijó en su mano. No podía dejar a Jennifer sola en México. Nunca dormiría 15
preguntándose si ella había sido secuestrada por el cártel.
—Bueno, Jennifer, no bailaré esta noche. Pero haré todo lo posible para
vigilarte desde dentro del club. Y para asegurarme de que vuelvas a casa cuando
termines tu investigación.
Cerró un ojo como contemplativa.
—Eres del tipo héroe, ¿no? Mi abuelo era policía en Boston, y tú tienes esa
vibración.
Casi se echó a reír. Ella era realmente más perspicaz que él esta noche.
Perfume de cereza aparte, esas tres semanas sin dormir le habían fastidiado.
—Entremos. —Debería localizar a Jesse de todos modos. Había estado fuera
demasiado tiempo.
Por supuesto, Jesse podía arreglárselas solo. Después de todo, era un exRanger
del Ejército y asesino a sueldo de la CIA.
Beckett deslizó una mano por la espalda de Jennifer y la guió hacia el interior
del club. El lugar era realmente una trampa para turistas, que atraía sobre todo a
estadounidenses, por lo que Beckett podía deducir, para gastar dinero en una
experiencia. Lo único que calmaba sus nervios era el hecho de que el lugar habría
dejado de ser un punto turístico desde hacía mucho tiempo si los estadounidenses
seguían desapareciendo después.
—Estaré por allí. —Señaló el único bar de la sala, y ella asintió con un pequeño
gesto de agradecimiento antes de dirigirse a la pista de baile, cerca de la banda que
tocaba en directo una canción que le encantaba a la madre de Beckett, “It Don't Mean
A Thing” del legendario Duke Ellington.
Beckett se sentó en un taburete negro vacío y se quitó el sombrero de fieltro.
El hecho de que lo llevara puesto era otro ejemplo de su locura. Lo mismo ocurría con
el traje de tweed de tres piezas, los tirantes y los zapatos Oxford con puntera de caña.
Por el rabillo del ojo, vio a Jesse uniéndose a él en el bar.
—Tuve que salir y llamar a Ella. Ha estado enviando mensajes de texto sin parar
con preocupación —explicó, y Beckett giró su mirada hacia Jesse.
Jesse parecía un gánster de los años veinte. Si no estuviera tan preocupado por
el resultado de este viaje, probablemente se reiría de cómo iban vestidos los dos.
—¿Y qué le dijiste?
—Mentí. No estoy contento con eso. Pero la verdad mantendría a mi esposa
embarazada despierta toda la noche, y ella no necesita el estrés.
—Lo siento —se disculpó Beckett sinceramente—. Lo último que quería era 16
ponerte en esta situación. —Pero sabía que A.J. no ayudaría, y mis otros hermanos no
están equipados para esto—. Yo…
—Me alegro de que no hayas venido solo —lo cortó Jesse—. Recuerda, hago
este tipo de cosas para ganarme la vida. Pero no me entusiasma ir a espaldas de Ella
porque le prometí que nunca más guardaría secretos.
—Mierda, lo siento mucho. Y también lo siento por la forma en que...
—Por favor, si escucho una disculpa más de tu parte, te patearé el trasero —
dijo Jesse con una sonrisa burlona—. Le dije lo mismo a A.J. cuando no se callaba con
las disculpas también.
—Sí, pero todos te tratamos como una mierda en enero, y no te merecías eso.
Claro, no éramos conscientes del equipaje que llevabas en ese momento, pero eso
no excusa nuestro comportamiento. Ahora eres de la familia, y yo...
—Yo habría reaccionado igual que tú si hubiera estado en tu lugar, y lo sabes.
—Jesse dejó escapar un profundo suspiro—. Entonces, ¿podemos por favor enterrar
esto de una vez por todas?
—Bien —aceptó Beckett a regañadientes—. Pero aún te debo una por romper
tu promesa y mentirle a Ella esta noche. Diez veces más.
—Sólo paga las bebidas de las próximas semanas y estamos en paz —dijo Jesse
mientras Beckett comprobaba que Jennifer estaba a salvo y confirmaba que aparecía
bailando felizmente.
—Trato hecho. —Y puedo empezar esta noch2e. Beckett giró sobre su asiento e
hizo un gesto al camarero:
—¿Qué le gustaría, señor? — Su mirada se posó en las manos del camarero que
tenía delante. Tenía tres puntos negros tatuados entre el índice y el pulgar de la mano
izquierda.
En su época de detective de la División de Estupefacientes de Los Ángeles,
años atrás, había aprendido que esos puntos solían tatuarse en los exconvictos, lo que
significaba “mi vida loca”. Normalmente se los tatuaban mientras cumplían condena.
Que el camarero fuera un expresidiario no fue una sorpresa, dada su ubicación
y el hecho de que Jennifer tuviera razón en su investigación. Era bien sabido que el
club tenía conexiones con el cartel de Sinaloa, una de las organizaciones de
narcotraficantes más poderosas.
Ya había tenido bastantes encontronazos con los sinaloas por su conexión con
la MS-13 en Los Ángeles. Y los recuerdos le dejaron algo más que un sabor amargo
en la boca.
Una nariz rota. Una costilla fracturada. Dos heridas de bala. ¿Y el agujero
metafórico en su corazón también contaba como herida? Puede que la última no fuera 17
física, pero el dolor parecía ser el que más le duraba.
—Un tequila, por favor, y una cerveza para mi amigo. —Beckett le deslizó al
camarero mil pesos, equivalentes a unos cincuenta dólares, más del doble del coste
de las bebidas.
El camarero inclinó la cabeza en señal de respeto y se embolsó rápidamente
los seiscientos pesos extra de propina.
—Como no, señor.
—Cuidado —advirtió Jesse cuando el camarero fue a buscar tequila y una
cerveza—. Muestra demasiado dinero aquí y tendremos problemas mayores.
—Recibido —respondió Beckett en voz baja. Estaba fuera de su elemento.
Hacía trece años que no estaba en Los Ángeles haciendo ningún tipo de trabajo
encubierto.
En su pequeña ciudad, la delincuencia no era un problema, de lo cual se
alegraba, por supuesto. Era una de las razones por las que había vuelto a casa para
criar allí a su hija.
Jesse tiró de las solapas de su chaqueta.
—Puedes poner un hombre en la luna pero yo con este traje... —Su voz se
entrecortó cuando el camarero deslizó sus bebidas por la madera oscura y pulida.
La atención de Beckett se desvió hacia otro de los tatuajes del camarero. Este
era de la Santa Muerta en su cuello. La reina del Inframundo.
Y puede que Jennifer tuviera parte de razón en su valoración de la jaula dorada.
Estaban en un lugar reluciente de ostentación y glamour. Los diseños art decó y las
formas geométricas gritaban Jazz Age, pero en realidad... no eran libres. Estaban en
las entrañas del infierno. Si no tenían cuidado esta noche, se los tragarían. Y no tenían
armas. Ni siquiera una réplica de una pieza de época como una pistola Tommy para
salir disparados del lugar.
¿Y si se ha ido? ¿Y si llego demasiado tarde? Beckett se movió la manga de la
chaqueta y miró la hora. Aún era temprano. Quizá su turno aún no había empezado. Si
es que trabaja aquí.
La culpa le asfixiaba aún más al pensar en las expresiones de decepción que le
dirigiría su familia si supieran dónde estaba y por qué.
Su madre sería la primera en abofetearlo hasta los años veinte por arriesgarse
a dejar a su hija huérfana de padre si las cosas se torcían.
Soy un idiota. Un idiota privado de sueño.
Se movió en su asiento para volver a mirar a Jennifer. Al girarse, su mirada 18
chocó con la de una camarera que pasaba por allí. Sólo llevaba un collar de perlas y
borlas en forma de corazón cubriéndole los pezones por encima. La mujer se detuvo
para comprobar si él estaba... bueno, interesado en algo más que una copa. Él negó
con la cabeza y ella siguió caminando.
—Si vamos a hacer un movimiento, será mejor que lo hagamos rápido. Antes
he visto a tres miembros de cárteles rivales. Probablemente la banda de Juárez no
está contenta con que los sinaloenses tomen cada vez más terreno aquí —le informó
Jesse, manteniendo la boca cerca del oído de Beckett para poder hablar sin gritar por
encima de la melodía pop de la canción “Sing Sing Sing” que estaba tocando la banda.
Tengo una hija en casa y estoy aquí para... Beckett soltó un fuerte suspiro,
dejando escapar ese pensamiento.
—Tengo una pregunta. —Jesse se volvió hacia un lado—. Ya que esta vez no
acudiste a A.J. en busca de ayuda, ¿cómo averiguaste que ella estaba aquí? ¿Quién te
proporcionó la información?
Beckett separó los labios, preparado para invocar una respuesta cuando la
viera.
Por ella estaba allí.
Ivy.
Era difícil pasarla por alto, y verla le producía escalofríos. No del tipo que
Sydney había conseguido provocar en aquella boda, cuando él había visto su espalda
bronceada con aquel vestido que le llegaba peligrosamente hasta el culo, haciendo
que un hombre quisiera cometer todo tipo de pecados.
No, era la piel de gallina que se le ponía debajo de la pesada ropa.
El cabello oscuro de Ivy caía como una cortina sobre sus hombros, cubriendo
parte de su vestido dorado de flapper. Bajó lentamente las escaleras de caracol
situadas junto a la banda, con la mirada fija en la multitud. ¿Estaba buscando a su
próximo objetivo? ¿Quién era el objetivo de la zorra?
Beckett se apartó de la barra y se levantó, dejando su tequila sin tocar.
—Está aquí. —Apretó los dientes, casi masticando las palabras mientras las
escupía—. Y me vio —anunció mientras sus ojos se clavaban en los de ella, que se
quedó paralizada en el tercer escalón desde abajo.
—¿Cómo vamos a jugar a esto? —preguntó Jesse.
Ivy levantó la barbilla como una especie de directiva. ¿A dónde quería que
fuera?
—Jennifer —siseó Beckett al darse cuenta de que había desaparecido de la
pista de baile. 19
—¿Quién es Jennifer? ¿Me he perdido algo? —preguntó Jesse.
—Una nueva responsabilidad y no la veo. —No podía dejar que una joven
muriera por su misión, pero tampoco podía perder la oportunidad de hablar con Ivy.
Puede que no tuviera otra—. No pierdas de vista a Ivy. Te encontraré en un minuto.
—Ivy estaba abajo ahora, serpenteando entre la multitud y avanzando hacia la
salida—. Ella se va.
—Estoy en ello. —En el momento en que Jesse comenzó a través de la manada
de bailarines, Beckett comenzó a buscar a Jennifer.
¿Por qué tenía que encontrarse con esa chica esta noche? No necesitaba el
dolor de cabeza. Pero tampoco necesitaba su muerte en su conciencia.
Una vez en el centro del club, miró a su alrededor, con la esperanza de no
haberla visto, pero no había rastro de ella.
¿Dónde estás, maldita sea? Estaba a punto de fallarle el corazón cuando vio un
destello de cabello rubio. Sus hombros cayeron aliviados cuando Jennifer salió del
baño de mujeres. Por el amor de Dios. Gracias a Dios. Se abrió paso entre la multitud
para llegar hasta ella.
—¿Estás bien? —Ella inclinó la cabeza, pareciendo alarmada por la mirada de
loco que él debía estar dirigiéndole—. Tengo que salir un momento. No hagas nada
que te mate mientras tanto, ¿está bien? —exigió, con un tono preocupado y áspero
que la música desvanecía.
—Sí, claro. —Ella se encogió de hombros, y eso no era todo lo reconfortante de
una respuesta, pero tenía que llegar a Ivy antes de que fuera demasiado tarde.
Se precipitó hacia la puerta principal, pero un brazo grueso y musculoso se
extendió ante él como un bloqueo.
—Yo que tú no saldría —le advirtió el portero en inglés.
Cuando Beckett le lanzó una mirada amenazadora, exigiéndole que le dejara
continuar, el tipo bajó el brazo.
—Tu funeral. —Cruzó sus brazos bestiales y se alejó, pero Beckett no llegó
lejos.
A unos veinte metros de distancia, Jesse estaba luchando no contra uno, sino
contra tres hombres. Y antes de que Beckett pudiera intervenir para ayudar, Jesse se
las había arreglado para quitarle una 9 mm a uno de los hombres vestidos de gánster
y disparó tres tiros rápidos y precisos.
Los tres cabrones cayeron como fichas de dominó.
¿De verdad acababa de ver eso? No creía que fueran tiros mortales, pero
maldita sea, la forma en que Jesse los había lanzado tan rápido era inquietantemente
20
impresionante. Y también era la primera vez que veía a Jesse en acción. Por supuesto,
había traído a Jesse con él esta noche por una razón.
Beckett dio un paso adelante, pero volvió a detenerse cuando Jesse levantó
rápidamente la palma de la mano, indicándole que esperara.
Beckett no tardó en averiguar por qué. Ivy estaba cerca, de pie junto a un
Cadillac de época, con la mano sobre la boca y un hombre a su lado. Tenía que ser
del cártel.
—Acabas de sacar la basura por mí. Pandilla Juárez. —El hombre trajeado de
Ivy se acercó a Jesse.
Beckett odiaba permanecer en la sombra mientras Jesse se ocupaba de lo que
fuera que estuviera a punto de ocurrir, pero confiaría en su cuñado y esperaría a ver
qué pasaba.
—Estaban intentando llevársela —dijo Jesse, probablemente en beneficio de
Beckett, para alertarle de por qué había disparado a tres personas. Claramente, el
tipo trajeado había presenciado los actos heroicos de Jesse al salvar a Ivy.
—Me gustaría que vinieras conmigo. —El hombre chasqueó los dedos y varios
hombres se dirigieron hacia los cuerpos que gemían en el suelo—. Ahora.
Jesse asintió en silencio y echó una última mirada a Beckett antes de entrar en
la parte trasera del Cadillac, mientras Ivy se deslizaba en el asiento del copiloto.
Jesse le dijo a Beckett lo que parecía el nombre de “Carter” antes de que se
cerrara la puerta del coche.
Carter era uno de los dos jefes de Jesse en Falcon Falls, así que supuso que
estaba solicitando una extracción.
¿Qué demonios acabo de hacer?
Beckett se encaró con el gorila, que, por la razón que fuera, había intentado
salvarle la vida hacía unos momentos apartándolo de la pelea.
—La mujer, ¿está...?
—Es de Miguel Diego —gruñó—. La chica del dueño.
Genial. Ivy estaba en la cama con el cártel. Literalmente.
Y ahora su cuñado estaba en manos del cártel.
Mi hermana me va a matar.

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CAPÍTULO DOS
Beckett tardó unos segundos en enterarse de que Miguel Diego, el dueño del
club, vivía en un complejo de estilo militar en el puto Valle del Asesinato, a las afueras
de Juárez. Y tuvo que suponer que era allí donde iba a llevar a Jesse.
El primer instinto de Beckett había sido seguir al Cadillac, pero se había
comprometido a llevar a Jennifer sana y salva a la frontera. Sorprendentemente, el
portero le había dado una idea de dónde se encontraba el complejo de Miguel Diego.
Algo bueno porque la ubicación de Jesse en la aplicación de rastreo que estaban
usando, en caso de que se separaran, había desaparecido momentos después de que
él e Ivy fueran llevados. El teléfono de Jesse también saltaba al buzón de voz, lo que
significaba que Miguel había exigido a Jesse que lo apagara o lo había destruido.
Tras conocer el nombre del gerente del club, Beckett había vuelto a entrar en
el local y rápidamente le había agarrado la muñeca a Jennifer, exigiendo que se
marcharan de inmediato.
Afortunadamente, ella no había protestado, sino que había corrido para seguir
sus largas zancadas. Cuando irrumpieron por la puerta y se tropezaron con los tres
cadáveres que se llevaban, dejando un rastro de sangre a su paso, la expresión de
horror en su rostro hizo que Beckett dejara de lado el severo sermón que había
planeado darle antes de meterla en el coche. Estaba seguro de que tendría pesadillas
después de aquello, pero al menos no volvería.
Beckett exhaló un suspiro frustrado y recogió el teléfono de la consola del
coche de alquiler mientras esperaba en el estacionamiento cercano al paso fronterizo
y observaba cómo el Tesla de Jennifer avanzaba en la fila de coches que avanzaban
hacia Texas.
La había seguido hasta allí y había decidido esperar a que cruzara a Estados
Unidos antes de despegar. Con la suerte que estaba teniendo esta noche, no quería
correr ningún riesgo. También le había dado su número y le había pedido que le
enviara un mensaje de texto cuando regresara a su dormitorio.
—¿Cómo demonios he dejado que pasara esto? —siseó mientras se desplazaba
22
por sus contactos, agradecido de tener guardado el número de Carter.
La única esperanza de Beckett para Jesse ahora mismo era que había salvado a
la novia de Miguel de tres miembros enemigos del cártel. Miguel ahora se lo debía a
Jesse, ¿verdad? Pero en la experiencia de Beckett de tratar con el cartel en Los
Ángeles, eso no le garantizaba a Jesse una tarjeta para salir de la muerte.
—¿Qué ha pasado? —contestó Carter tras el segundo timbrazo.
—Jesse te avisó, ¿no? —Al parecer, Jesse no sólo había llamado a Ella en su
barrido perimetral. Hombre inteligente.
—Sí. Y ya que me estás llamando, es seguro decir que algo salió mal —
respondió Carter en voz baja.
Eso es un eufemismo.
—Jesse y yo nos separamos. —Hizo una pausa para dejar que eso se asimilara—
. No sé cuánto te ha contado, pero estoy aquí abajo buscando a una mujer. La conozco
como Ivy Barlowe. No estoy seguro de su alias actual. —Beckett esperó un segundo y
luego continuó explicando cómo había transcurrido el resto de su “viaje de caza”.
Aunque Carter Dominick y Gray Chandler técnicamente dirigían juntos la
Seguridad de Falcon Falls, Beckett tenía la sensación de que Carter era quien en
última instancia tomaba las decisiones. Y diablos, él había sido el nombre que Jesse
había pronunciado, así que tenía que suponer que Carter ayudaría a Beckett a
elaborar un plan de extracción para Jesse si fuera necesario.
—Ya he llamado a los chicos que estaban en nuestra sede —compartió Carter
la noticia—. Gray, Jack y Griffin están conmigo ahora.
Su cuartel general estaba en Pensilvania, pero Griffin y Jesse pasaban la mayor
parte del tiempo en Alabama, ya que sus esposas estaban allí. El hecho de que Griffin
estuviera de vuelta en Pennsylvania significaba que estaba allí para una posible
próxima misión. Bueno, con suerte, esa operación podía esperar. Les faltaba un
hombre de todos modos.
—Sin embargo, necesitaremos que todos se pongan manos a la obra —dijo
Gray desde algún lugar de la habitación, con una voz lo bastante alta como para que
se oyera, pero no cerca de donde Carter tenía a Beckett en el altavoz—. Oliver está
en Miami. Acaba de terminar un trabajo rápido como guardaespaldas para un
influencer del fitness.
—Esas misiones pagan las facturas —dijo Jack London, como si sintiera la
necesidad de explicar por qué Oliver había aceptado aquel trabajo. Pero por lo poco
que Beckett sabía, el equipo no andaba escaso de dinero. Carter parecía tener las
finanzas más que cubiertas. Bueno, eso era a lo que Jesse había aludido en los últimos
meses durante las breves conversaciones que mantenían en casa entre que iban
23
juntos al campo de tiro o jugaban una partida de billar en el bar local, The Drunk
Gator.
—¿Puede Oliver tomar un vuelo rápido hacia mí? ¿Y no tienes tu propio jet? —
preguntó Beckett, aún sin estar seguro si tendrían suficiente gente para asaltar un
complejo fuertemente armado y evitar daños colaterales. Lo último que Beckett
quería sobre su conciencia era la muerte de alguien debido a su propia estupidez por
haber ido a México en primer lugar.
—Le envié un mensaje a mi piloto hace un minuto —respondió Carter—. Está
preparando el jet. Oliver y tú tendrán que volar a Cancún y dirigirse a Tulum, por su
cuenta o juntos, dependiendo de cuándo aterricen. Necesitamos a Sydney.
—Espera, más despacio. ¿Qué me estoy perdiendo? ¿Por qué demonios iba a
salir de aquí? —Beckett echó un rápido vistazo a la fila de coches para asegurarse de
que el Tesla de Jennifer estaba ganando terreno para acercarse a la frontera. Bien.
Sólo cuatro coches por delante de ella. Podía tachar un problema en un momento.
—Sydney está en Tulum hasta el lunes por la mañana. Una escapada de chicas-
misión de reclutamiento —respondió Gray aquella vez—. Ella dijo específicamente
que no quiere ser molestada. La única llamada que atenderá será la de su hijo.
—Estoy bastante seguro de que sus palabras exactas fueron: “No me importa
si te desangras en la mesa, cósete. No me llames”. —Era una moneda al aire si Jack
estaba bromeando.
La hermana de Beckett había comentado con asombro varias veces que Sydney
le recordaba al personaje de Marvel Viuda Negra. No solo por su aspecto, sino por su
capacidad general para abatir a un enemigo sin vacilar.
—Entonces, ¿por qué demonios quieres que vaya a Tulum? Envía a Oliver si
realmente no atiende tus llamadas. —Aunque Beckett dudaba mucho que ese fuera el
caso.
—Porque este es tu problema. Su lío para limpiar. —Las palabras de Gray
fueron cortantes. Y ciertas.
Joder. Tiene razón. Pero aun así, algo no cuadra.
—¿Por qué tengo la clara sensación de que me envías a Tulum para
mantenerme fuera de peligro? —desafió—. ¿No crees que pueda estar a la altura de
los grandes para ayudar a extraer a Jesse? Entonces, ¿vas a asignar a Oliver para
mantenerme fuera de tu camino hasta que el trabajo esté hecho?
—En absoluto —le tranquilizó rápidamente Carter, pero no continuó, así que
¿qué se suponía que le dejaba pensar a Beckett?
—Realmente podrías usar refuerzos si vas a sacar a Sydney de su huida. Oliver
tendrá tus seis. —Más humor de Jack. Jesse había mencionado que Jack era el 24
comediante residente del equipo, siempre listo para calmar una situación con humor.
Seguramente, estaba exagerando el nivel de molestia que esta inesperada
interrupción de sus vacaciones provocaría en Sydney.
Respaldo, ¿eh? ¿De verdad creían que no podía encontrar su culo con las dos
manos en los bolsillos?
—No estoy seguro si me has catalogado como un sheriff de pueblo de habla
lenta, pero eso es...
—No es eso. —Y, sin embargo, ninguna otra explicación de Carter. ¿Cuál era
su plan de juego, y ya había ideado un plan de contingencia en caso de que la mierda
se torciera después de que Jesse lo llamara antes?
—No me iré de aquí sin Jesse. Así que, o me das una pista de lo que realmente
estás pensando, o termino la llamada y encuentro otra manera de conseguir a Jesse.
La línea se silenció un momento. Seguramente habían silenciado la llamada
mientras Carter hablaba allí con el resto de su equipo.
Los necesito, se recordó Beckett. No podía enfrentarse a un complejo del cártel
él solo, y su hermano A.J., exSEAL de la Marina, estaba en el extranjero en ese
momento. Así que tenía que seguir las reglas de Falcon, le gustara o no.
—Tenemos una idea, y sí implica que vayas a Tulum. No hay garantía de lo que
pueda pasar o cómo se desarrollará todo esto, pero tenemos que confiar en Jesse para
controlar la narrativa mientras se ocupa del cártel de Sinaloa y partir de ahí. —Carter
finalmente volvió a la línea y reveló.
—Continúa —pidió Beckett—. Tienes mi atención.
—Los sinaloas estarán ahora en deuda con Jesse. Eso es obvio. —Comenzó
Carter—. Puede que incluso intenten reclutarlo después de presenciar sus
habilidades para acabar con tres hombres. Pero también sospecharán de un infiltrado
y querrán asegurarse de que Jesse no está infiltrado para la DEA o para una banda
rival.
Beckett vio el Tesla de Jennifer cruzando a salvo el control fronterizo. Ahora
que ella estaba a salvo, salió del estacionamiento.
—Pondrán a prueba a Jesse —estuvo de acuerdo—. Vaya puta recompensa.
—En sus mentes, ofrecer a Jesse un asiento en su mesa, o incluso sobras como
un perro, es una recompensa por lo que Jesse consiguió antes —señaló Carter, y
Beckett tuvo que estar de acuerdo basándose en su trabajo con Narcóticos en Los
Ángeles—. Necesitamos ojos en ese complejo para su próximo movimiento, pero
Jesse es inteligente. Sabe cómo manejar esto. Encontrará una manera de llegar a una
nueva ubicación, una a la que tengamos mejor acceso. Y le hará creer a Miguel o a
quien sea que esté dirigiendo allí que es su idea.
—Jesse estaba sobre ti incluso antes de que el avión saliera de Alabama. Sabía 25
que este fin de semana no iba a ser para que se unieran y se trenzaran el cabello —
bromeó Jack—. Usó uno de sus alias cuando cruzaron a México antes.
Beckett no había abierto exactamente el pasaporte de Jesse para echar un
vistazo a los detalles antes de entregárselo al agente fronterizo. Pero tendría sentido
que Jesse no quisiera entrar en un país extranjero usando su verdadero nombre, dado
su pasado con la CIA. Debería haberle dicho todo desde el principio. Esto es culpa mía.
—Además —continuó Jack—, conociendo a Jesse, encontrará la manera de
llevar a Miguel a Tulum, ya que sabe que Sydney ya está allí. Si no puede conseguirlo,
lo más probable es que viajen a algún lugar de México. En cualquier caso, saldrá de
allí de una forma u otra. Sabe que no podemos asaltar un complejo fuertemente
fortificado del cártel con poca antelación sin que algunos de nosotros muramos, o al
menos, aparezcamos en los titulares internacionales.
No era una opción. Cualquiera de los dos resultados. Y Jack tenía razón. Ahora
que Beckett conocía al Jesse real, no a la versión que Jesse había dejado que todos
creyeran que era todos esos años, el hombre era más que capaz de tratar con el cártel.
—No saldrá por la puerta principal aunque le ofrezcan esa opción, no sin Ivy.
Sin saber quién es ella. Así que Jesse se asegurará de que el plan implique que ella
también se vaya —racionalizó Beckett—. ¿Crees que podrá avisarnos aunque le
quiten el teléfono?
—Tenemos protocolos establecidos por si alguno de nosotros se separa alguna
vez o queda atrapado en una zona sin servicio de telefonía móvil. Déjanos el tema de
la comunicación a nosotros —le informó Carter, y Beckett hizo todo lo posible para
que esa noticia le bajara la tensión.
—Pase lo que pase, te quiero en Tulum —le ordenó Gray—. Tendremos que
traer a Sydney a la mezcla antes de que se suba a un vuelo de regreso a Washington
el lunes de todos modos.
—Tengo un amigo en El Paso con un avión y acceso a armas. —Por supuesto
que Carter lo hizo. El dinero habla—. Él será tu transporte a Cancún. Llega a Tulum,
contacta con Oliver, y espera los siguientes pasos.
—A Sydney no le va a gustar que nos colemos en su escapada de fin de semana
y la convirtamos en una operación. —Jack realmente quería recalcar ese punto,
¿verdad? Pero para Beckett, enojar a Sydney era la menor de sus preocupaciones.
Claro que, si era sincero consigo mismo, no le entusiasmaba la idea de
enfrentarse a la única mujer que le había inspirado algún tipo de fantasía desde que
tenía uso de razón.
—Te conseguiré una habitación de hotel en el complejo de Sydney —dijo
Carter un momento después, y luego añadió—: Y yo esperaría a llamar a tu hermana
hasta que sepamos más. Está embarazada, y decirle que Jesse está con... 26
—Estará esperando un mensaje de buenas noches de su marido, y si no lo
recibe, no me extrañaría que esa mujer viniera ella misma a buscar a Jesse —
refunfuñó Beckett.
—Entonces envíale un mensaje. Dile que Jesse se desmayó junto a la fogata —
respondió Jack rápidamente—. Este viaje de caza fue idea tuya. Asumo que no le
dijiste a Ella que estabas cazando a una mujer en un club dirigido por el cártel,
¿verdad?
—Entendido —es todo lo que Beckett ofreció como respuesta, enojado consigo
mismo por todo este lío.
Terminó la llamada cuando ultimaron algunos detalles y golpeó el volante con
el talón de la mano.
Maldito buzón de voz cortado hace tres semanas.
Maldita sea su petición de ayuda.
Maldita sea la madre de McKenna.

27
CAPÍTULO TRES

WASHINGTON, D.C. - TREINTA HORAS ANTES

—No sé qué decir ni por qué llamo, pero... —Sydney hizo una pausa,
contemplando qué mensaje dejar hoy.
Tomaba su tercera taza de café de la tarde y estaba nerviosa, lo que no era
habitual en ella.
—Levi ha estado cerrado las últimas semanas. —Continuó finalmente—. Algo
le preocupa y no quiere hablar de ello. —Sentada en su cama de matrimonio, Sydney
alisó la palma de la mano sobre la funda nórdica de algodón gris, su última compra
forzosa en Pottery Barn.
Su madre había venido de Nueva York para una visita rápida e inesperada, y
había insistido en que pasaran unas horas de compras juntas. No era lo que más le
gustaba a Sydney, ni mucho menos.
—Mamá, ¿estás ahí? He vuelto del colegio. —Cuando su hijo golpeó
ligeramente la puerta del dormitorio, ella terminó la llamada, tiró el teléfono sobre la
cama y se levantó de un salto.
Se aclaró la garganta para apartar las emociones que hoy la dominaban, se
acercó y abrió la puerta.
—¿Qué tal el colegio? —preguntó, uniéndose a su hijo en el pasillo del segundo
piso de su casa.
Levi se encogió de hombros.
—Es el colegio. —Iba a un colegio privado en Arlington, Virginia, donde vivía
su padre, a menos de veinte minutos de su apartamento en Washington.
Sydney resistió el impulso de estirar la mano y apartarle los mechones
demasiado largos de cabello oscuro de la cara para verle los ojos. 28
—Puede que vaya a casa de Grady esta noche en vez de a la de papá. Quizá
incluso me quede en su casa todo el fin de semana, ya que tú no estarás.
Bien. Mi viaje. Salía para Tulum por la mañana con la esperanza de reclutar a
una buena amiga suya para que se uniera a Falcon Falls Security, pero también estaba
deseando pasar dos días ininterrumpidos tumbada bajo el sol con un cóctel en la
mano.
—Bueno, eso depende de tu padre, ya que es su fin de semana contigo.
—Ha estado ocupado, así que le parecerá bien. —Levi se dio la vuelta,
seguramente de camino a esconderse en su dormitorio para jugar a la videoconsola.
La norma últimamente, y ella odiaba la distancia que crecía entre ellos. Trabajar para
Falcon exigía viajar mucho, lo que no era ideal para una madre divorciada de un
adolescente, así que cuando estaba en casa, quería pasar el mayor tiempo posible
con su hijo. Pero últimamente él la evitaba, y ella no tenía ni idea de por qué.
—¿En qué ha estado ocupado? ¿Cosas del trabajo? —Su ex trabajaba en el
Pentágono, pero nunca los fines de semana, así que tenía curiosidad por saber qué le
alejaba de su hijo.
Levi volvió a encararse con ella, dejando que su mochila cayera al suelo, pero
mantuvo una correa suelta en su agarre. Otro encogimiento de hombros como
respuesta significaba que le estaba ocultando secretos, y maldita sea, tenían que ver
con su padre, ¿no?
—¿Cuándo vas a decirme qué está pasando? —Apoyó el hombro en la pared,
con cuidado de no chocar contra una de las fotos enmarcadas de su hijo.
Hizo todo lo posible por parecer informal y amistosa. Menos “guerrera” ya que
a Levi le gustaba bromear con que sólo tenía dos modos: mamá o luchadora. Y a
veces, ¿no eran lo mismo? Ayudar a librar al mundo del mal también ayudaba a
mantener a salvo a su hijo.
Pero su modo “luchadora-guerrera” también intimidaba a muchos de los
amigos de Levi, sobre todo a los del sexo opuesto. Su hijo era guapo, inteligente y
amable. No podía arriesgarse a que una chica, o cualquier otra persona, se
aprovechara de él. La fortuna de sus abuelos le aseguraba ser reconocido como el
chico más rico de su colegio.
—¿Lucy y tú están bien? ¿Han roto? —Era una de las pocas chicas que había
superado todas las etapas de interrogatorio de Sydney y no se había asustado.
Levi negó con la cabeza.
—No, Lucy y yo estamos bien. Tomándonos las cosas con calma.
Dios, no quería saber lo que significaba “lento” para un chico de trece años,
pero esperaba que sólo estuviera en la fase de ir de la mano y nada más. 29
¿Qué edad tenía cuando perdió su virginidad? Dieciocho, cierto.
—Entonces, ¿qué es? Por favor. Prometo que no...
Los labios de su hijo se curvaron en una breve sonrisa. Una sonrisa era
prometedora, supuso. Una sonrisa significaba que lo que le preocupaba no era tan
grave.
—¿No qué? —Y cuando habló con tono burlón, eso también ayudó un poco a su
corazón.
No podía ser tan malo, ya que ahora se pasaba los dedos por el cabello para
dejar al descubierto sus ojos verde claro, a juego con los de ella. Su cabello oscuro,
opuesto al rubio claro de ella, era un regalo de su padre biológico. Pero sus pómulos
y su mandíbula, así como sus ojos, eran totalmente suyos.
—Yo... bueno, estaré bien. —Soltó la correa de su bolso y estrechó el espacio
entre ellos. Él ya era más alto que ella. Ella medía poco más de metro setenta, y su
hijo adolescente se había estirado hasta casi metro ochenta prácticamente de la noche
a la mañana el verano pasado—. Eres tú quien me preocupa.
—¿Yo? —Ella se apartó inmediatamente de la pared—. ¿Te preocupa mi
trabajo? Sé que dejar el negocio familiar el año pasado fue un gran problema, y yo...
—Eres mucho más feliz siendo una malota salvando el mundo que trabajando
para el abuelo. —Le dedicó una sonrisa de oreja a oreja, probablemente sabiendo
que ella no haría comentarios sobre su lenguaje cuando la estaba halagando—. Estoy
orgulloso de ti, mamá. No, eso no es lo que yo, um...
Ah, a veces era como ella. Tenía problemas para escupir sus pensamientos. Y
no quería que se pareciera a ella en ese aspecto.
A decir verdad, él era uno de los pocos que veían su lado cariñoso y atento.
Pero entonces, Levi le facilitaba ser esa persona.
—Soy dura. Lo que sea que te estés guardando, puedo soportarlo. —Inclinó la
cabeza y le agarró el hombro, dándole un suave apretón.
—Eres dura, mamá. Pero tienes un gran corazón. No sé por qué se lo ocultas a
la gente. —Sonrió—. Excepto a mí y a tía Mya.
Mya no era técnicamente de la familia, pero era lo más parecido a una hermana
para Sydney. Era a Mya a quien Sydney esperaba reclutar para Falcon Falls Security
aquel fin de semana y, con un poco de suerte y algo de persuasión, lo conseguiría.
Cuando la atención de Levi cayó al suelo en su silencio, añadió:
—No creo que me corresponda decírtelo. Deberías hablar con papá.
Oh, mierda. Y ahora ella sabía lo que le molestaba. Pero no estaba segura de
por qué eso sería un gran problema para él. No era como si su padre no hubiera
tenido citas desde que se separaron.
30
—Han pasado cuatro años. Sé que tu padre ve a otras mujeres. No tienes que
preocuparte por mí. —O tal vez era porque—. Y si te gusta esa mujer que está viendo,
no tienes que sentirte mal por eso. Quiero que te guste con quien termine tu padre.
Ella estará en la casa, así que. —Su estómago dio un pequeño vuelco ante la idea de
que otra mujer ayudara a criar a su hijo, pero era una realidad a la que tendría que
enfrentarse.
—Es con quién sale con lo que no estoy, bueno, contenta, y puede que tú
tampoco lo estés —espetó lentamente.
Hizo todo lo posible por no cerrar los ojos y hundirse de nuevo en los dolorosos
recuerdos de la aventura de Seth cuatro años atrás. Pensar en la noche en que Levi
sorprendió a su padre besándose con la única amiga íntima de Sydney en una fiesta.
El año de terapia que Levi pasó después de aquella noche... Maldito sea Seth por eso.
—¿Ella? —Sydney mantuvo la voz lo más firme posible por el bien de su hijo,
pero internamente estaba ardiendo.
Levi levantó sus ojos verdes para mirarla. Y su mirada lo decía todo. Se enteró
porque los atrapó otra vez, ¿no? Y quiso matar al hijo de puta por hacerle eso a su hijo,
otra vez. Después de todo lo que le había hecho pasar a Levi con aquella aventura,
¿había vuelto con ella?
Los dedos de Sydney se enroscaron en las palmas de las manos a los lados.
Seth no sabía que Levi le había atrapado con Alice. Habría llamado rápidamente a
Sydney para controlar los daños. Le habría ofrecido una sesión informativa como si
fuera una colega del Departamento de Defensa.
Le entregaría un AAR -informe posterior a la acción- en el que detallaría qué
demonios había salido mal, igual que había hecho cuatro años atrás.
Intentar superar el desastre que él mismo ha provocado.
Alice. Su mejor amiga. Su jodida exmejor amiga.
Sydney, Alice y Mya habían sido como hermanas. Amigas íntimas. Y como Mya
era la más joven de ellas, en realidad, Sydney había pasado más tiempo con Alice.
Demasiado tiempo, aparentemente. Porque se enamoró de mi marido.
¿Era una locura que le hubiera dolido más la traición de Alice que la de su
marido? Porque tal vez Seth tenía razón, y su amor por él no era suficiente.
“Suficiente” había sido su palabra favorita entonces. Sydney no le había
prestado suficiente atención. Ni suficiente sexo. No suficiente pasión. Ni suficiente
amor. Y Alice la había sustituido.
Pero después de la aventura y de que Levi necesitara terapia, su ex terminó las
cosas con Alice por el bien de su hijo. Y pensó que Alice se había mudado de nuevo
a Nueva York. 31
Levi levantó la barbilla.
—Ves, es esa mirada en tus ojos lo que me tiene preocupado.
—No le haré daño. —Sólo en mi cabeza—. O a Alice —prometió—. Sabes que
sólo persigo a los malos.
—Y creo que lo que están haciendo es malo, así que...
—No me pondré en plan Ojo de Halcón con ellos, no te preocupes —dijo,
haciendo todo lo posible por aligerar el tono de la conversación. No es que Levi
supiera cuántas vidas había quitado con el arco y la flecha. Pero le había enseñado a
su hijo a disparar con uno, y él sabía que sus habilidades estaban muy por encima de
su nivel. Después de todo, era Sydney Archer. Su apellido provenía de arqueros
famosos de Inglaterra, por lo que a su abuelo siempre le había gustado contarle.
—¿Tal vez ir a una clase de kickboxing después de ir a casa de papá? —sugirió
Levi, su hijo la conocía demasiado bien. Recogió su bolso del suelo—. Pero no le digas
a papá que he visto —empezó tragando saliva—, nada.
Sus labios permanecían sellados en una línea apretada. Haría cualquier cosa
por su hijo. Siempre.
—Volveré a la ciudad el lunes. Si me necesitas, llámame, ¿de acuerdo? Tu
número es el único que me llega. Te veré mientras estoy allí, por supuesto.
Volvió a soltar la bolsa y le rodeó la cintura con los brazos, tirando de ella para
abrazarla como si fuera el padre que la consolaba. ¿Se lo merecía? ¿A este chico
increíble? Dios, eso esperaba. Le necesitaba. Él lo era todo para ella. Su razón de ser.
—Kickboxing me parece una idea estupenda —dijo ella cuando él se apartó,
forzando una sonrisa.
—O el campo de tiro. —Se apartó el cabello del ojo izquierdo y guiñó un ojo.
Sólo podía pensar en que su hijo se había quitado un pesado peso de encima
al confiar finalmente en ella, que era lo único que importaba. No necesitaba cargar
con el peso de los pecados de su padre. Ni los de ella. Porque tal vez ella no había
sido “suficiente” para Seth, pero sería más que “suficiente” para Levi. Pasara lo que
pasara.
Levi agarró su mochila y entrecerró los ojos como si buscara un recuerdo que
no acababa de encontrar. Ella conocía esa mirada porque era culpable de hacer lo
mismo de vez en cuando.
—Últimamente no has entrado en casa de papá, ¿verdad?
Negó con la cabeza, tratando de entender su pregunta.
No, evitaba entrar en casa de Seth a toda costa. Lo último que necesitaba era
un asalto a sus sentidos que desencadenara recuerdos a los que no tenía ganas de
enfrentarse. No necesitaba entrar en su casa para recordar el aroma de su café
32
importado cuando se preparaba por la mañana. O entrar en su despacho y ver su
colección de raras biografías de guerra, que ella juraba que olían como si las
hubieran sumergido en formol. Y su colonia. Nunca volvería a salir con un hombre
que llevara Jean Paul Gaultier.
Los recuerdos de su matrimonio no le dolían, pero eran un recordatorio de su
fracaso a los ojos de Seth para ser la esposa que Seth necesitaba. Y honestamente, tal
vez ella no estaba destinada a casarse de nuevo. De hecho, no tenía planes de sentar
la cabeza en un futuro próximo. Se centraría en ser la madre que Levi necesitaba y la
“guerrera” que él veía en su trabajo para Falcon Falls.
No, no necesitaba amor. Tampoco necesitaba todas las molestias que eso
conllevaba.
—¿Por qué lo preguntas? —insistió finalmente.
—Yo sólo... bueno, ¿quizá ponerte un perfume nuevo? —sugirió, y luego se fue
bruscamente a su habitación.
Esperó a que se cerrara la puerta para dirigirse a su dormitorio y agarrar el
frasco de Tom Ford de su tocador.
—¿También lleva mi perfume? —Soltó una retahíla de improperios creativos y
tiró el frasco a la basura. Alice sabía que llevaba ese perfume desde hacía años.
Sydney volvió a su cama y miró su móvil.
Hacer esa llamada, dejar ese mensaje de voz.... se había convertido en un
hábito.
Pero era inútil.
Esas llamadas siempre fueron inútiles.
Y Levi tenía razón: si no iba a golpear algo, podría hacer algo que nunca había
hecho, algo que odiaba.
Demonios, podría llorar.

33
CAPÍTULO CUATRO

TULUM, MÉXICO

—ARENA BLANCA BAJO NUESTROS PIES, agua turquesa bañando la orilla y mimosas
en nuestras manos. ¿Qué más podemos pedir?
Sydney se golpeó con la palma de la mano la parte superior de su sombrero de
ala ancha cuando una brisa repentina amenazó con quitárselo, derramando unos
sorbos de su bebida en el proceso, y se rio de los elogios cantarines de su amiga
sobre su entorno. Mya y ella estaban descansando en unas tumbonas de mimbre en
la playa de su complejo, con el mar Caribe a la vista y ni una nube.
Después de visitar las ruinas mayas ayer por la tarde, habían optado por pasar
el domingo sin hacer nada más que tomar el sol. Aparte de un poco de yoga en la
playa después del desayuno de esa mañana, esto tenía que haber sido lo más
perezoso que Sydney había estado en meses.
—Bueno —empezó Sydney, luchando contra una sonrisa y apoyando de nuevo
el brazo en su regazo una vez que la brisa se hubo calmado—, ya sabes lo que añadiría
a la mezcla para que este día fuera totalmente perfecto.
Mya giró la cabeza hacia Sydney y besó juguetonamente el aire.
—Te daré mi respuesta antes de que te vayas mañana, te lo prometo.
—¿Antes de irme? ¿Te quedas más tiempo?
—Tal vez. Puede que necesite uno o dos días más al sol. —Mya miró a su
alrededor como asegurándose de que nadie pudiera oír lo que pensaba decir a
continuación. Pero entonces no dijo nada.
Algo le pasaba a Mya. Había tenido la cabeza en vilo todo el tiempo que habían
explorado las ruinas mayas ayer, y dudaba que tuviera que ver con el miedo de Mya
a las serpientes o con el repunte de los recientes ataques de cocodrilos de agua 34
salada en las lagunas.
—Sé que quieres hablar de la posibilidad de que mi fabuloso yo trabaje con
Falcon Falls. —Mya suspiró y se giró para mirar al mar Caribe—. Pero seamos dos
mujeres sexys en una playa sin preocupaciones en el mundo durante un poco más de
tiempo.
—¿Y estás segura de que no hay nada de qué preocuparse? —repitió Sydney la
pregunta que ayer le había hecho a su amiga tres o cuatro veces.
Por supuesto, Sydney tenía su propia lista de preocupaciones que no pensaba
compartir, y a la cabeza estaba cómo iba a llevar su hijo que su padre y Alice salieran
juntos.
Mya se llevó el borde de la copa de champán a los labios y bebió un sorbo.
—No. Deberíamos beber más. Hornear. No marihuana. —Sonrió—. Del sol. Ya
sabes, relajarnos. Ayer estabas todo lo contrario a relajada, así que no lo repitamos.
—Lo mismo digo —dijo Sydney en voz baja. Aún no le había contado a Mya lo
de Seth y Alice porque no quería estropearle el humor. Alice también había sido como
una hermana para ella. Aunque Sydney nunca se lo pidió, Mya había terminado su
amistad con Alice después de enterarse de la aventura. Esa lealtad aún significaba
mucho para ella.
Sydney terminó su bebida y tiró el vaso vacío en la mesita de mimbre que había
entre las tumbonas. Sólo era mayo, pero el sol ya estaba pegando fuerte y su piel no
había recibido mucha vitamina D en los últimos meses. Tendrían que abrir la
sombrilla para que le diera sombra porque, con protector solar o sin él, estaría más
que achicharrada. Se quedaría frita.
—Bien, entonces, ¿cómo está Mason? —Dobló las rodillas y tamborileó con los
dedos sobre los muslos.
—Eso es hablar de trabajo —replicó Mya.
—Mason también es tu contacto para el sexo, así que creo que el tema es justo.
Mya dejó el vaso sobre la mesa y se puso de lado, apoyando la cabeza y
mirando fijamente a Sydney durante unos instantes.
—Bien. —Detrás de las gafas de sol, Sydney estaba segura de que había una
mirada de soslayo.
Conocía a Mya y Alice desde que tenía memoria. Básicamente desde siempre.
Sus padres habían estudiado en Yale al mismo tiempo. El padre de Mya era ahora un
juez prominente en la ciudad de Nueva York. El padre de Alice era senador. ¿Y el
padre de Sydney? Dirigía una de las empresas de defensa más exitosas del mundo.
La construyó desde cero con un pequeño préstamo y nada más. Su padre había estado 35
contando alegremente su propia historia de Bezos-Amazon-en-un-garaje-nada-a-algo
mucho antes de que Amazon siquiera existiera.
Tal vez estaba siendo poco razonable al desear que la aventura hubiera sido
suficiente para que su padre cortara los lazos con la familia de Alice. Le dolía saber
que su padre seguía de vacaciones con los Morrison y que Alice estaba a menudo a
bordo del yate o en cualquier isla que visitaran.
El hecho de que las salidas Archer-Morrison se duplicaran en frecuencia desde
que Sydney abandonara la empresa familiar para trabajar para Carter y Gray en
Falcon Falls la hizo preguntarse si su viejo estaba jugando sucio. Una venganza por
desconectarse del imperio Archer.
“Eres la heredera al trono. Si no te haces cargo, le tocará a Levi” le había dicho
su padre al salir por la puerta el año pasado, y ella sabía que era una amenaza.
Ella quería al hombre, pero él quería más a su empresa. Y de ninguna manera
iba a ceder en su decisión y volver al negocio familiar sin importar cuántos juegos
jugara su padre. Nunca dejaría que afectara a su hijo y le obligara a llevar una vida
que no quería, como había hecho con ella después de que ella dejara el ejército.
Sydney volvió a centrarse en el tema en cuestión.
—Bueno, ¿vas a seguir después de tu comentario “bien”? —Fingió un mohín—
. Vamos, dame algo jugoso ya que mi vida amorosa no tiene arreglo, y ninguna de las
dos quiere hablar de lo único que hago bien. El trabajo.
Mya gruñó.
—Haces muchas cosas bien. Lo que pasa es que no dejas que nadie sepa que
tienes más facetas que la versión “todo negocios, no te metas conmigo” que la gente
ve.
Sydney agitó una mano en el aire.
—Oh, señorita reportera de investigación, eres tan buena cambiando de tema.
Pero no, volvamos a ti. Por el apuesto Mason Matthews.
Sydney conocía a Mason, y también a su hermano mayor, Connor. No como
Mya conocía a Mason, por supuesto. La gente absurdamente rica solía conocer a otra
gente absurdamente rica, y ése era el caso de los Matthews y los Archer. Antes de
morir, el padre de Mason y Connor había trabajado en una industria similar a la de su
familia.
—Ya no soy periodista —le recordó Mya.
De acuerdo, eso era técnicamente cierto, pero sus habilidades de investigación
y búsqueda, combinadas con su increíble capacidad para rastrear personas por todo
el mundo, eran las habilidades que a Sydney le interesaban para Falcon. Y estaría
bien tener a otra mujer sobre el terreno, ya que estaba rodeada de un mar de 36
testosterona. La historia de su vida desde West Point, supuso.
—Sí, dejaste el periodismo para trabajar con Mason en la caza de traficantes de
personas. —Mason y Connor habían sido marines antes de entrar en el sector de la
seguridad privada, y ahora hacían un trabajo similar al de Falcon Falls. No es que
fueran competidores, ya que ambos intentaban hacer el bien en el mundo, pero ella
no tenía ningún problema en apartar a Mya de los Marines para que se pasara al
bando del Ejército.
—Créeme cuando te digo que nunca ha pasado ni pasará nada serio con Mason
—se apresuró a decir Mya—. Nos utilizamos el uno al otro para tener sexo cuando
estamos cachondos. Eso es todo.
Cachonda. Sí, Sydney se había dado cuenta de que estaba cachonda y algo más
anoche, cuando estaba sola en su suite del hotel.
—Tengo que dejar de dormir con Mason. Nada va a salir de ello. Estoy lista
para mi nuevo yo. No más sexo con ese hombre. —Hurgó en su bolsa de playa y le
mostró a Sydney su lectura actual—. Al menos estoy intentando aprender a dejar mis
malos hábitos.
Sydney había traído su propio libro, pero distaba mucho de ser de autoayuda.
Mya señaló la portada con un dedo.
—Deberías leerlo cuando acabe. Este autor, Joe Dispenza, tiene unas ideas
fascinantes sobre la manifestación y el universo. Me encanta. —Guardó el libro en el
bolso y volvió a relajarse en la tumbona.
—Seguro que sí. —Sydney sonrió—. Así que, esta nueva tú... ¿por eso te teñiste
el cabello? ¿Pasaste de rubia a morena? —El color le quedaba muy bien a su mejor
amiga. Técnicamente, Mya nunca había sido rubia natural.
—Era eso o cortármelo todo. Opté por un cambio de color. —Sacudió la cabeza
con indiferencia—. Todo lo que sé con un cien por cien de certeza es que acostarme
con Mason también arruina mi oportunidad de encontrar a alguien a quien amar.
—¿Y no lo amas? —Sinceramente, Mason era otra de las razones por las que
creía que su amiga debía trabajar en Falcon Falls.
Si Mya realmente quería cambiar la dinámica de su relación con Mason,
necesitaba poner un poco de espacio entre ellos. Dejar de trabajar juntos por un
tiempo. Tanto Sydney como Mya saldrían ganando si ella se unía al equipo.
—Nos queremos como amigos que también tienen sexo —dice Mya riendo—.
Pero no el tipo de amor apasionado e intenso que hace que te duela el estómago
cuando no están juntos. De hecho, no sé si he experimentado eso alguna vez.
—¿Amor que duele? —Sydney hizo una mueca—. ¿No debería hacer lo 37
contrario?
—No lo sé. —Dramáticamente lanzó su brazo al aire—. No hemos tenido sexo
en meses. Estuvimos a punto, pero me resistí. En vez de eso, me regalé un orgasmo.
—Mya se inclinó sobre el lado de su tumbona y peinó los dedos en la arena antes de
extender la mano para agarra algo de la bolsa de Sydney esta vez—. También has
traído un libro, ¿eh? Sonrió—. ¿Y qué? ¿Estás leyendo una novela romántica? No me
lo puedo creer. —Volvió a sentarse y colocó las piernas a cada lado de la tumbona
mientras estudiaba el libro.
Sydney no se molestó en moverse de su posición fija desde que decidió que
realmente se sentía perezosa. Habían ocurrido cosas más locas. Como empezar ese
libro anoche, que había disparado su libido. No había necesitado mucho empuje
porque hacía mucho tiempo que no la tocaban. Ni siquiera por su propia mano.
—Bien, desde que te conozco, lo único que has leído son biografías y El arte de
la guerra de Sun Tzu. No algo con un vaquero con placa en la portada. —Mya se puso
las gafas en el cabello y acercó el libro como si quisiera verlo mejor.
—El libro no fue idea mía. —Era la verdad, pero ahora Sydney se daba de
patadas por no haber leído un libro así antes. Maldita sea, ese autor podría escribir
una escena de sexo. Tal vez convertiría su situación de “no lo suficientemente buena
en el dormitorio” en “más que suficiente”.
¿Por qué estoy pensando en Seth? Seguro que no era en él en quien pensaba
anoche. Que se joda ese hombre.
—Así que se cayó en tu bolso, ¿eh? Te lo trajiste a la playa, así que no estarás
intentando ocultármelo si pensabas leerlo aquí. —Mya hojeó despreocupadamente
algunas páginas.
—No me avergüenzo. Me da igual quién me vea leyendo una novela romántica.
Por mí, el tipo de la portada podría estar desnudo. —Hizo una pausa, sabiendo que
esa no era la respuesta que Mya quería, y luego cambió de tema—. ¿Conoces a Griffin
Andrews de Falcon?
—¿El sexy? —Mya sonrió—. Espera, todos están buenos. ¿El del acento sureño?
—Creo que todos son sureños. Bueno, originalmente, al menos. El que se casó
con Savanna.
—¿Savanna es la que perdió a su marido hace años? Sí, ahora me acuerdo de
él. —El tono de Mya era suave, un gesto de respeto por la pérdida de Savanna.
—Bueno, en enero, mi equipo estaba trabajando en una operación en Francia
y Savanna se presentó. —Sydney negó con la cabeza cuando Mya abrió la boca para,
sin duda, preguntar por qué—. Es demasiado complicado, así que no preguntes. El
caso es que durante aquel viaje me enteré de que a Savanna le encanta leer novelas
38
románticas. Así que, la última vez que Griffin y yo trabajamos en una operación, me
dio un montón de libros. Dijo que su esposa quería que los tuviera. Creo que se hizo
a la idea de que estoy solo y triste. Tal vez pensó que necesitaba algunos héroes de
ficción para hacerme compañía. No lo sé.
—Huh. —Mya siguió hojeando las páginas de la novela—. ¿De dónde sacaría
esa idea? Quiero decir, seguramente, ella también fue testigo de tu valentía.
De hecho, sí. Tanto Savanna como Ella, la mujer de Jesse, habían presenciado
cómo Sydney mataba a unos cuantos tipos malos en Francia. No es que Sydney
estuviera contenta por ello, y no estaba segura si definiría sus acciones de aquella
noche como algo más que hacer su trabajo y proteger a Savanna y Ella. ¿Malvada?
Difícilmente.
De todos modos. No quería pensar en aquella operación. Había sido dura, pero
con un final feliz, ya que había unido por fin a Ella y Jesse. Y ahora iban a tener un hijo.
—Griffin debió de ruborizarse cuando te dio los libros. —Mya se rio entre
dientes—. ¿Y tu antiguo novio de la universidad tenía algo que decir al respecto? —
Levantó el libro como recordatorio de lo que estaba hablando.
—Gray sabe que no debe hacer comentarios. —Sydney había salido con Gray
Chandler, que dirigía Falcon Falls, cuando ambos estaban en West Point. Pero de eso
hacía mucho tiempo. Ahora tenía treinta y siete años, y ni siquiera podía beber
legalmente cuando estuvieron juntos.
—¿Crees que Gray espera que todavía haya chispa ahí? Por lo que recuerdo,
en West Point eran todo un escándalo —bromeó.
—Lo único escandaloso de nuestra relación era que él era un estudiante de
último año, y yo era un plebe. En contra de las reglas. —Los estudiantes de último
año, conocidos como "Firsties" en West Point, no tenían permitido salir con plebes, es
decir, los estudiantes de primer año. Aunque en ese entonces no era muy buena
siguiendo las reglas—. Él pensaba que yo era Sydney Bowman. Ni siquiera sabía que
soy una Archer hasta que nuestros caminos se cruzaron nuevamente el año pasado.
No es la mejor manera de comenzar una relación, ¿verdad? Ya sabes, con una mentira.
Así que no, ya no hay chispa entre nosotros. —Gray había sido un gran tipo en la
universidad, y aún lo era, por eso ella quería trabajar con él en Falcon. Pero él no fue
el indicado. Aunque para mí no hay un “indicado”. Al diablo con eso—. Prefiero hablar
de hombres ficticios. O del trabajo. No de mi vida amorosa.
—Los hombres de ficción —responde Mya—. Me paso la mayor parte del
tiempo leyendo informes sobre el tráfico de personas, así que creo que debería
cambiar de tema. ¿Has traído algún otro libro? No quiero quitarte al sheriff vaquero.
—Tengo otro —confesó Sydney con una sonrisa socarrona. Y quizá no quería
que Mya le quitara al vaquero ahora que sentía debilidad por aquel hombre ficticio. 39
—La semana pasada vi por casualidad dos temporadas de Bridgerton. Creo que
el programa está basado en una serie de libros, y déjame decirte que esos hombres
me dan ganas de volver atrás en el tiempo y que me cortejen como es debido. —Mya
dio un respingo—. Bueno, aparte de perder los derechos de las mujeres y todo eso.
Y que mi padre ofrezca una dote a un tipo para que me quite de sus manos es grotesco
y algo que probablemente apoyaría incluso ahora.
—Tu padre se preocupa por ti, pero te quiere.
—Mi padre es un mentiroso, tramposo.
—Espera, ¿qué? —Sydney parpadeó sorprendida. Eso era nuevo para ella.
¿Cuánto tiempo llevaba Mya guardándose esa información? Pero, ¿por qué tenía la
sensación de que no era ésa la razón por la que Mya había estado en guardia durante
las últimas veinticuatro horas, cuando estaban allí para relajarse? ¿A menos que la idea
de trabajar conmigo la pusiera nerviosa?
—No quiero hablar de ello, pero mis padres están separados. Parece que mi
padre ha estado durmiendo la mona en Nueva York. —Mya palmeó ligeramente la
tapa del libro—. Voy a necesitar otra mimosa. —Frunció el ceño—. ¿Qué tal si me
hablas del vaquero sexy de este libro? —Levantó una mano como una petición para
que soltara el tema de su padre. Hablar de engaños no era precisamente lo que más
le gustaba a Sydney, y Mya lo sabía.
—Bueno, de acuerdo. Sí, diría que el vaquero cumplió.
—¿A quién te imaginas como caramelo para tu hombre mientras lees, ya que
su cara está oculta en la portada? —Mya sonrió, su humor se iluminó de nuevo—. Y
joder, mujer, de verdad que tengo que retomar la lectura si te ha puesto colorada
ahora mismo. Es raro de ver.
—Es el sol —mintió—. Pero si me sonrojara, probablemente serías la única en
presenciarlo.
—Bien, entonces escúpelo. ¿Con quién fantaseabas cuando leías sobre el buen
sheriff? —Volvió a colocarse las gafas de sol—. ¿O era el malo? Guiño, guiño.
—Creo que en realidad se supone que debes guiñar el ojo, no decir eso. —Al
menos ambas sonreían de nuevo.
—Cierto, cierto. Entonces... Necesito respuestas porque basándome en tu
ausencia de palabra, el tipo que tienes en mente es alguien que conoces. —Mya se
sentó más alta de excitación.
—Los únicos hombres que me coquetean últimamente quieren algo llamado
una situación. Demonios si sé lo que eso significa. ¿No juntos pero juntos? —Se
encogió de hombros—. O me llaman MILF. Y me lo dicen a la cara. —¿Qué pasó con
un hombre de verdad? ¿Un caballero? Alguien que trataba bien a una mujer. La 40
llevaba a citas y le hacía preguntas con el propósito de conocerla, no sólo de llevarla
al dormitorio—. Y estos tipos son bebés. Apenas treinta. Juro que no entiendo la nueva
tendencia de estos jóvenes que quieren una mujer mayor. Mientras que los hombres
de mi edad quieren mujeres más jóvenes. —Alice tiene mi edad. Tiene treinta y siete.
Seth la eligió. Maldita sea, no pienses en ellos ahora.
—Estás dando rodeos. Al borde del parloteo, lo que no es tu norma. Lo que
significa que no quieres confesar lo del hombre real que hizo de sheriff vaquero en tu
cabeza anoche. —Mya abrió el libro y empezó a hojear las páginas de nuevo—.
Buscaré una escena ardiente y la leeré en voz alta hasta que me digas su nombre.
Sabes que lo haré.
—¿Se supone que eso debe asustarme? —Sydney se rio, alcanzando su vaso,
habiendo olvidado que estaba vacío.
—Oh, esta parte es picante. —Mya trazó una de las líneas con el dedo, sus
labios se inclinaron en una sonrisa de satisfacción—. “Menudo código penal tiene,
sheriff, dijo mientras él desenvainaba su arma”.
Sydney se agarró el estómago mientras reía, con los músculos abdominales un
poco doloridos por la intensa sesión de yoga esa mañana.
—No dice eso —consiguió decir finalmente—. Y ni siquiera has utilizado
“código penal” correctamente.
—Te hice reír, sin embargo, así que vamos a llamarlo un lavado. Pero esta parte
de las esposas es más que intrigante. Tal vez necesite este libro cuando termines.
—No, el sheriff es mío. —No había querido reaccionar tan rápido, pero bueno,
las palabras habían salido. El sol y las mimosas tuvieron la culpa. Por supuesto.
Sydney apretó los muslos al recordar la escena del libro que había
representado mentalmente después de leer la noche anterior. Y el protagonista había
sido alguien que ella conocía. Un sheriff sureño, con sombrero de vaquero, cabello
castaño y los ojos marrones más increíbles que jamás había visto. Eran casi idénticos
a como el autor había descrito los ojos del sheriff en el libro. ¿Cómo los había
llamado? ¿Marrón cereza antiguo? O tal vez caoba. Demonios, algún tipo de madera
clara.
Pero... maldita sea. Beckett Hawkins, y las manos de ese hombre también.
Había hecho todo lo posible por no mirarlo cuando él agarró un aperitivo de
una bandeja junto a ella en la boda de Savanna y Griffin el mes pasado, pero la imagen
inmediata de su mano paseándose por la pendiente de la nalga de ella le vino a la
mente de todos modos.
Así que anoche, sólo tenía sentido pensar en Beckett. Deseando que fueran sus
dedos, y no los de ella, los que la llevaran al orgasmo.
—Es sheriff en la vida real, probablemente por eso pensé en él —confesó 41
Sydney cuando sólo había querido pensar eso.
—¿Oh? —Mya bajó el libro a su regazo y giró sobre sí misma—. ¿El sheriff con
una hija que mencionaste haber conocido en Alabama? ¿Ese tipo bueno?
—¿Cómo sabes que está bueno? —desafió Sydney, sabiendo que nunca
describiría a un tipo de esa manera.
—Te sonrojaste al mencionarlo. Recuerda, no lo haces a menudo y sólo
conmigo, así que...
Ah, maldita Mya por eso. Pero probablemente tenía razón.
Beckett la había impresionado. Era padre soltero como ella. Y puede que todo
el mundo lo llamara gruñón o malhumorado o qué sé yo, pero ella entendía su actitud
protectora. También se parecían en eso.
—Así que te lo imaginaste mientras te excitabas, ¿eh? —Mya estaba disfrutando
cada minuto de esto.
—Sé lo que estás pensando, y nunca pasará nada entre nosotros. Sólo pensé en
él porque es el único sheriff de pueblo que conozco que también lleva sombrero de
vaquero. Tenía sentido.
Sydney se incorporó y se le ocurrió una idea. Una con la que Seth se había
burlado de ella durante años, insistiendo en que nunca haría algo tan excitante y
desvergonzado como tirarse la camiseta en una playa que no fuera nudista.
Sin embargo, ahora era una mujer totalmente diferente a cuando estaba casada
con él. Una “guerrera” ¿verdad? Audaz. Feroz. Suficiente.
Entonces, Sydney fue por el nudo de la parte superior de su bikini en la espalda
y desató las cuerdas.
—En topless, ¿eh? Podría llamar la atención. —Mya volvió a guardar el libro en
el bolso de Sydney mientras ésta dejaba que los triangulitos negros cayeran sobre su
regazo.
—Eh, que miren. A quién le importa, ¿verdad?
Mya frunció los labios por un momento, como si estuviera a punto de compartir
lo que fuera que le estaba ocultando a Sydney.
—Claro. Quiero decir, si vamos a relajarnos de verdad, supongo que ¿vamos a
lo grande o nos vamos a casa?

42
CAPÍTULO CINCO
—Papá, ¿puedo preguntarte algo?
Beckett se llevó el teléfono a la oreja mientras abría la puerta de la terraza de
su suite de hotel y era recibido por un calor abrasador, un contraste chocante con la
habitación climatizada.
—¿Sí, nena?
—Paaaaapá, ya no soy un bebé. Oficialmente una adolescente. —Como si
necesitara el recordatorio.
—Siempre serás mi pequeña. La niña de mis ojos. —Dejó escapar un suspiro
sombrío, sus pensamientos volvieron al pasado mientras se alejaba por la terraza.
—Voy a ser padre —recuerda haber anunciado a su padre por teléfono hace
casi catorce años—. Me enfrento a las bandas y al cártel. Idiotas de los bajos fondos. —
Le temblaba la voz. Y no por los borbones que había bebido. Le aterrorizaba la idea
de traer un niño al mundo, sobre todo por su trabajo y por la mierda de la que había
sido testigo—. No sé cómo criar a un niño.
—No están solos. Ustedes dos lo resolverán. Siempre pueden volver a casa. El
sheriff quiere jubilarse, pero no lo hará sin alguien digno que lo sustituya. —Su padre
llevaba años mencionando ese hecho, y ni en sus sueños más salvajes Beckett había
creído que aceptaría el puesto y volvería a casa.
Pero tampoco creyó nunca que criaría a su hija solo.
Beckett parpadeó, saliendo de aquel pequeño apartamento de doscientos
metros cuadrados en Los Ángeles y volviendo a su realidad actual. Una realidad
soleada pero de mierda.
Y realmente hacía sol. Odiosamente, dada la razón por la que estaba allí.
—Perdona, cariño, ¿querías preguntarme algo? ¿De qué se trata? —Beckett se
dirigió a la barandilla, agarrando el metal demasiado caliente y entrecerrando los
ojos por la luz del sol mientras esperaba la respuesta de su hija. Lástima que no 43
hubiera traído gafas de sol en su viaje.
Pero una cosa que sí tenía ahora era una Glock 22 metida en la cintura del
pantalón, oculta bajo la camisa. El amigo piloto de Carter había dispuesto que un
amigo suyo se reuniera con Beckett cuando éste hubiera llegado a Tulum hacía una
hora para suministrarle armas. Esperaba no encontrarse en ninguna situación en la
que tuviera que apretar el gatillo.
Poco antes de que Beckett se armara de valor para llamar a casa y enfrentarse
a las malas noticias que tenía que dar, Oliver le había enviado un mensaje de texto
diciéndole que estaba a punto de llegar al hotel.
—¿McKenna? —preguntó Beckett, preguntándose por qué seguía callada. Por
lo que ella sabía, él estaba en Texas con su tío, y ella no debería tener ninguna
preocupación en el mundo. De ninguna manera podía decirle la verdad, a pesar de
que las preguntas sobre su madre habían sido más frecuentes en los últimos años. La
verdad era complicada—. ¿Hay algo que te preocupa?
—Tal vez —respondió finalmente, y ese tal vez casi le rompió el corazón. No
era una buena señal para su hija, que nunca se andaba con rodeos. Probablemente lo
había aprendido de él.
—Cuando me llevaste a visitar a Elaina a D.C. la semana pasada, ella dijo algo,
y bueno, intenté dejarlo pasar como ella me pidió, pero ahora tengo un mal
presentimiento en el estómago.
—¿Qué ha dicho? ¿Por qué no dijiste algo antes?
—Elaina me suplicó que no dijera nada. Ni siquiera quería decírmelo, pero se
le escaparon las palabras y se tapó la boca con una mano. Me dijo que no me
preocupara, pero conozco sus habilidades. Sabes que es básicamente profética,
¿verdad? —Una respiración temblorosa cortó la línea—. Me llevaste a Washington
porque querías hablar con su padre, ¿verdad? No fue para que pudiera visitar a uno
de mis mejores amigos. Fue una cosa de trabajo, ¿eh?
Joder. Así no era como quería contarle a McKenna lo que estaba pasando con
su madre. Pero tal vez debería haber sabido que este día llegaría después de su
inusual encuentro con Elaina la semana pasada.
El hermano de Beckett, A.J., trabajaba con otros nueve exSEAL de la Marina,
realizando algún tipo de trabajo clandestino que él desconocía, y uno de ellos tenía
una hija cercana a la edad de McKenna. Las niñas se habían hecho muy amigas, así
que Beckett llevaba a McKenna a visitar a Elaina siempre que podía. Sin embargo,
ella tenía razón. Su último viaje había sido más en su beneficio que en el de su hija,
porque necesitaba un favor de los padres de Elaina, Liam y Emily.
El día en que él y McKenna planeaban volar a casa después de pasar el fin de 44
semana en casa de Liam y Emily, Elaina tropezó con Beckett en el estrecho pasillo y
levantó las manos como en señal de rendición, mirándolo fijamente con sus grandes
y confusos ojos marrones. Luego gimió como si le doliera y se marchó bruscamente
hacia su dormitorio.
—¿Tuvo una visión? —Beckett pidió una aclaración—. ¿Y tenía que ver
conmigo?
Las “visiones” de Elaina seguían siendo un interrogante para Beckett. No
estaba seguro de creer en ese tipo de cosas sobrenaturales. Pero por lo que había
averiguado, los padres biológicos de Elaina eran supergenios. Su madre biológica
tenía una corazonada sobre los dones inusuales de Elaina y realizó experimentos con
ella de niña para confirmar su teoría.
Liam y Emily habían adoptado a Elaina hacía unos años, y estaban intentando
darle una vida sana y estable, pero de vez en cuando, Elaina parecía simplemente
“saber cosas”.
—Creo que tuvo una visión sobre ti. Y tal vez... sobre mi madre.
Una retahíla de blasfemias atravesó sus pensamientos al oír esto último. ¿Cómo
podía saberlo Elaina?
—Ella no fue específica. Murmuró algo y entonces se tapó la boca —se
apresuró a explicar—. Pero tú no crees en sus habilidades, ¿verdad? —McKenna dejó
escapar un suspiro pesado y frustrado.
Beckett soltó la barandilla y se volvió hacia su suite del hotel, intentando
hacerse a la idea de que una niña de doce años había tenido una visión sobre él.
—Cariño. —Se levantó la gorra de béisbol y se la ajustó en la cabeza,
intentando averiguar qué decir para que McKenna mantuviera la cabeza fría y no
entrara en pánico—. Si estuviera en peligro, Elaina me lo habría dicho. Me habría
dicho algo a mí o a su padre, ¿verdad? —Lo mejor que podía hacer ahora era calmar
los temores de su hija. Desde luego, no era el momento de decirle que su madre le
había dejado un mensaje de voz pidiendo ayuda, que él estaba en México y que su
tío se encontraba en un complejo del cártel—. Y te pidió que no dijeras nada.
McKenna permaneció callada un momento antes de susurrar:
—Supongo. Pero me lo dirías si pasara algo, ¿verdad?
Su corazón no podía soportar esto. Las mentiras. No se trataba sólo de una
mentira piadosa del tipo “claro que Papá Noel es real” que le había contado de niña,
sino de mucho más que eso. No había divulgado toda la historia de por qué su madre
no estaba en la foto porque no necesitaba destruir la imagen de la mujer que la había
dado a luz.
—Oye, ¿ese es tu padre? —Oyó preguntar a Ella. Estaba cuidando a McKenna 45
en el rancho de su familia ese fin de semana, y ahora, sería por más tiempo. Su hija
era lo bastante lista como para darse cuenta de que, cuando le dijo que no iba a volver
a tiempo de su viaje de caza, estaba mintiendo. Y que Elaina y sus espeluznantes
visiones posiblemente tenían razón.
—¿Puedes poner a tu tía al teléfono, pequeña? —preguntó en tono amable y
cerró la puerta de la terraza, necesitando el aire acondicionado para refrescar su
acalorado cuerpo.
—Sí, si me prometes una cosa. Si me prometes que volverás vivo de donde sea
que estés.
Beckett cerró los ojos y agachó la cabeza. Una parte de él estaba orgullosa de
que su hija no se dejara engañar por nadie. La otra parte sólo quería que fuera una
niña. Pero también una niña con una madre que no la hubiera abandonado.
—Lo prometo. —Fue todo lo que consiguió, haciendo todo lo posible para que
su tono no flaqueara.
—¿Beckett? —gritó Ella, y ahora era su turno. Lo más probable era que se
llevara una buena bronca cuando se sincerara con su hermana, y se la tendría bien
merecida.
—Necesito que te alejes de McKenna antes de que hablemos —le advirtió,
escuchando el taconeo de sus botas vaqueras en el suelo. Cuando se silenció el ruido
de fondo, admitió—: Estamos en México. Pero Jesse y yo estamos separados. Y él no
puede ponerse en contacto contigo por el momento.
—¿México? —Su tono era firme. Más tranquilo de lo que había previsto. No era
la primera vez que se enfrentaba a su marido en peligro, pero sí la primera desde la
llegada de aquel bebé del tamaño de un osito de gominola a su vientre.
—Siento haber hecho que Jesse te mintiera. Necesitaba a alguien que me
cubriera las espaldas, pero no esperaba que las cosas salieran anoche como salieron.
—Trató de sacar la verdad lo más rápido posible. Arrancar la tirita rápido.
—La madre de McKenna —susurró Ella—. Eso es lo único que se me ocurre
para que necesites la ayuda de Jesse. —Él oyó el dolor en su tono y supo que había
lágrimas en sus ojos—. Y él está en peligro ahora, ¿no?
—Estoy aquí por ella, sí. —Por fin separó los párpados y vio por un momento
puntitos blancos en su visión—. Jesse está en uno de los complejos del cártel de
Sinaloa. Se fue voluntariamente con ellos y, en un extraño giro del destino, están en
deuda con él. No está en peligro inmediato. Está tratando de ayudarme.
—No lo entiendo —dijo en voz baja, su voz probablemente no funcionaba a
niveles normales mientras trataba de dominar sus emociones y procesar las noticias—
. ¿No es el mismo cártel que dirigía El Chapo? Vi un documental sobre él. 46
No quería echar leña al fuego, así que se desvió lo mejor que pudo.
—Carter y algunos de sus hombres están en México y vigilan el complejo. Los
planes están en marcha. Sé que decirte que no te preocupes es una pérdida de
tiempo, pero no dejaré que le pase nada a tu marido. Volveremos a casa juntos.
—Mi marido sabe manejarse. No es un personaje de ficción de una película. Es
de verdad. Un tipo duro al que los malos temen... y conozco a mi hombre, no se va a
morir. No nos abandonará ni a mí ni al bebé. —A pesar de sus fuertes palabras, su voz
temblaba—. Pero tú, Beck, prometiste que nunca volverías a ir tras esa mujer. No
importa lo que ella te dijera. Y no permitiré que ella sea tu muerte. Simplemente no
lo permitiré. Ella no te merece ni a ti ni a McKenna.
—Lo sé —dijo, agarrándose la nuca con la mano libre—. Y tienes razón. Jesse
estará bien. —Necesitaba que su hermana se aferrara a ese pensamiento, que no se
estresara ni se preocupara. Que siguiera siendo fuerte—. Y yo también lo estaré.
Pero, ¿puedo ser yo quien le cuente esto a A.J.?
No quería que su situación distrajera a A.J. mientras estaba en una misión.
—Se lo diré cuando vuelva a casa. —Cuando fuera—. Tengo que irme —añadió
cuando oyó que llamaban a la puerta, suponiendo que era Oliver—. Te quiero,
hermanita. Y dile a McKenna que también la quiero. —Terminó la llamada antes de
que ella tuviera la oportunidad de decir más porque su estómago y su corazón no
serían capaces de tolerar una respuesta.
De camino a la puerta, llamó a la madre de Elaina, Emily, suponiendo que su
marido también estaba trabajando en la operación con A.J., y no quería molestarlo.
Beckett abrió la puerta y se hizo a un lado para que Oliver pudiera entrar
mientras la llamada saltaba al buzón de voz.
—Hola, Emily, soy Beckett. Tenemos que hablar. Llámame cuando puedas.
—¿Va todo bien? —preguntó Oliver mientras se dirigía directamente a la cama,
con los ojos fijos en la pesada maleta negra que había allí.
Beckett guardó su teléfono en el bolsillo mientras Oliver la abría y sacaba una
9 mm y un cargador. Cargó una bala e introdujo el cargador estándar de 15 cartuchos
en el arma, de modo que estaba completamente cargada.
—Acabo de hablar con mi hermana. Parece más preocupada por mí que por su
marido, a pesar de que es él quien está en un recinto del cártel.
Oliver giró para mirarlo, guardando el arma que llevaba a la espalda en la
cintura de sus vaqueros. Iba vestido de forma casi idéntica a Beckett, pero sin las
botas vaqueras. En su lugar llevaba unas botas negras con cordones de estilo militar.
—Eso es porque Jesse es Jesse. Y tú, bueno, supongo que tendrás que 47
demostrar tus habilidades a todos nosotros antes de que decidamos si puedes estar
con los grandes. —Oliver le dedicó una rápida sonrisa, claramente no preocupado
por su compañero de equipo, lo que debería haber tranquilizado más a Beckett—.
Pero antes, tendrás que sobrevivir a un enfrentamiento con Sydney. —Se sacudió el
ala de su gorra de béisbol negra como diciendo—: Buena suerte.
Sydney. Estupendo. Otra mujer dura con la que tenía que tratar.
—¿Alguna novedad de Carter y Gray? —preguntó una vez que salieron de la
suite del hotel y se quedaron solos en la escalera. Su habitación estaba a sólo dos
pisos de la de Sydney.
—Están posicionados fuera del recinto, pero no pueden llegar a ninguna
posición de vigilancia. Está en medio del desierto. Y poner uno de nuestros pequeños
drones durante el día para tratar de detectar a Jesse en el interior sería estúpido. Así
que por ahora, los chicos están a la espera.
Beckett tenía que confiar en Jesse y en sus instintos. Eligió subirse a ese
Cadillac anoche. Sabía lo que estaba haciendo.
—Probablemente estén en la piscina o en la playa —sugirió Oliver después de
haber localizado la habitación de Sydney y de que sus golpes quedaran sin respuesta.
Beckett asintió y salieron en busca de las dos mujeres.
—¿Conoces bien a la mujer con la que está Sydney? —preguntó una vez que
determinaron que no estaban en la piscina.
Oliver le lanzó una rápida mirada desde el otro lado del hombro, con una
sonrisa de satisfacción en los ojos.
—¿Buscas las notas de Cliffs o la versión íntegra?
—Tú eliges. —Beckett se protegió los ojos del sol mientras oteaba la playa
cercana y ralentizó el paso, sin muchas ganas de contarle a Sydney en qué había
metido a su compañero de equipo.
—Versión corta —decidió Oliver—. Después del Ejército, pero antes de entrar
en Falcon, fui guardaespaldas de un magnate inmobiliario en Dubái. Mi jefe fue,
bueno, arrojado desde un edificio, y me hicieron pasar por su atacante. Me acusaron
de matarlo.
Beckett se detuvo en seco. La versión corta de la historia ya era una puta
pasada. No podía imaginarse la explicación larga.
Oliver lo encaró y se encogió de hombros.
—Mya y yo tenemos amigos comunes, y ella colaboró de forma indirecta para
asegurarse de que mi nombre quedara limpio y yo no fuera —se pasó el pulgar por
la garganta—, ejecutado. 48
—Bueno, eso es, eh, toda una historia.
Beckett parpadeó sorprendida cuando Oliver añadió:
—Tu hermano y sus compañeros de los SEAL también me ayudaron a salvar el
cuello.
Supuso que no estaba tan sorprendido. A.J. tendía a salvar mucho el mundo,
por lo que había aprendido. Incluso después de ser militar. Pero A.J. había dejado
claro que nunca ayudaría a Beckett a ir tras la madre de McKenna de nuevo, ni
siquiera si ella llamaba desde su lecho de muerte. A.J. odiaba a esa mujer, pero ¿cómo
demonios iba Beckett a dejar morir a la madre de McKenna?
—El mundo es un pañuelo, supongo —añadió Oliver mientras empezaban a
caminar por el malecón para acercarse a las tumbonas instaladas cerca del agua—.
Mya también es amiga de Sydney, y Sydney está interesada en el talento de Mya. Fue
periodista en Nueva York antes de unirse a un equipo de seguridad formado por
antiguos marines que persiguen a traficantes de personas. Es muy buena encontrando
gente. Habilidades de investigación de primera.
—¿Y Sydney quiere robársela a los marines? —Beckett se sorprendió por la
inesperada sonrisa en sus labios que borró rápidamente con el dorso de la mano.
—O al menos pedirla prestada de vez en cuando. Creo que quiere otra mujer
en el equipo. Quizá sirva de amortiguador entre ella y Gray. —Oliver soltó una risita,
pero Beckett no entendió la broma—. Gray y Sydney salieron en West Point, y te juro
que la forma en que ese hombre todavía la mira cuando operamos...
Ah, ya está bien. No es que pensara intentar algo con Sydney, pero no dejaría
que ella volviera a ocupar sus pensamientos cuando necesitara aliviar algo de tensión.
Ella podría haber sido quien se había imaginado algunas veces desde la boda de
Savanna y Griffin el mes pasado, pero no pensaría en la mujer de otro hombre.
—Ahí están. —Oliver señaló, y Beckett apretó la mandíbula ante la visión—. No
es nada incómodo, teniendo en cuenta que están en topless. Deberíamos quitarnos
las camisetas para que no se sientan incómodas —bromeó Oliver mientras se
acercaban a las dos mujeres.
Beckett avanzó con pasos lentos y miró a su alrededor, observando a los demás
bañistas.
—No creo que ésta sea una playa nudista. —No pretendía decirlo en voz alta,
ni que fuera lo primero que oyera Sydney.
Sydney giró la cabeza hacia un lado y los miró a los dos. Sus gafas le ocultaban
la mirada, por lo que Beckett no podía saber si estaba sorprendida o enfadada por
verlos allí a Oliver y a él. Se sentó despreocupadamente y Beckett necesitó toda su
fuerza de voluntad para mantener la mirada por encima de sus pechos, pero eran
jodidamente perfectos y estaban justo ahí. 49
—¿Va a arrestarme, sheriff? —Una sonrisa se dibujó brevemente en sus
brillantes labios—. Creo que estamos fuera de tu jurisdicción.
—¿Es el sheriff? —Beckett oyó preguntar a Mya, pero seguía sin poder apartar
los ojos de la cara de Sydney a pesar de que Mya parecía saber de él, por la razón
que fuera—. Oye, pagamos un buen dinero por estos. Tengo que mostrarlos. Era un
especial de dos por uno. —No tenía ni idea de si Mya estaba bromeando, no es que
le importara. Él creía que una mujer debía hacer lo que quisiera con su cuerpo si eso
la hacía más feliz o más segura de sí misma. No era nadie para juzgar.
No es que no quisiera que McKenna se amara y aceptara a sí misma, que estaba
seguro de que lo hacía, pero... ¿por qué estoy pensando en esto ahora mismo?
Sydney recogió su top y se colocó los dos pequeños triángulos negros sobre
los pechos.
Una parte de él quería dar gracias a Dios de que se tapara, pero la parte más
grande y palpitante de él rogaba al diablo que la brisa arrastrara la tela hasta el
Caribe.
—Me alegro de volver a verte, Mya —dijo Oliver en un tono bajo y casi gruñón.
¿Acaso ver a Mya en topless había hecho mella en su cerebro?
—Oliver —respondió Mya suavemente y se colocó junto a Sydney, con la parte
de arriba de ambas ya bien sujeta—. Me alegra ver que todas tus... partes del cuerpo
siguen intactas.
Beckett estaba bastante segura de que la ligera risa de Oliver rozaba el
coqueteo, pero antes de que Oliver pudiera decir algo más, Sydney habló:
—Puedo adivinar por qué estás aquí. —Se colocó las gafas de sol en el cabello
y clavó la mirada en Oliver—. Pero tú no. —Recogió un chal negro transparente y se
lo puso alrededor de las caderas, anudándoselo a modo de falda.
Beckett hizo todo lo posible por no mirar cada centímetro de su piel. Pero se
fijó en lo que parecía una pequeña cicatriz sobre su ombligo, lo que le hizo
preguntarse si se había hecho un piercing en el ombligo en algún momento. Y no
pudo evitar observar la forma en que su escote se salía del bikini, como si sus pechos
prefirieran volver a estar libres.
—¿Le ha pasado algo a Jesse? —preguntó Sydney a Beckett, yendo
directamente al grano—. Esa es la única razón que se me ocurre para que estés aquí.
Y también voy a suponer que de alguna manera tienes la culpa de lo que ha pasado.
Mujer inteligente.
—Jesse se encuentra actualmente dentro de uno de los complejos del cártel de
Sinaloa en Juárez, pero esperamos que utilice su nueva popularidad para conducirlos
aquí, a Tulum, o a algún lugar cercano —anunció Oliver, manteniendo su tono 50
desenfadado y sin preocupaciones cuando Beckett aún no había dado explicaciones.
—Y tienes razón, es culpa mía —confesó Beckett, con la mirada fija en los
preciosos ojos verde claro de Sydney. Su melena rubia se alzaba en ondas sobre unos
hombros bronceados y ella se los peinó hacia la espalda mientras lo estudiaba.
—¿Los sinaloas? —susurró Mya tras un leve jadeo, su reacción dejó claro que
había oído hablar del cártel. Teniendo en cuenta que una vez fue periodista, eso tenía
sentido.
Pero entonces Mya miró bruscamente hacia el mar, su pecho subía y bajaba
con respiraciones profundas, y Beckett no pudo evitar preguntarse si su conocimiento
del cártel era algo más que gajes del oficio.
—Se trata de una mujer, ¿tengo razón? —La pregunta de Sydney le tomó
desprevenido. ¿Cómo demonios lo sabía?
Beckett tomó lo que esperaba que no fuera un trago notorio.
—¿Por qué dices eso?
—Las mujeres suelen ser la razón por la que los hombres hacen estupideces —
respondió Sydney.
Esa es la verdad.
—Y tu cuñado no estaría donde está ahora si alguien no te hubiera jodido la
cabeza. Entonces, ¿quién es la mujer? ¿Y cómo demonios se las arregló para meter a
mi compañero en una situación tan precaria?
Beckett intercambió una rápida mirada con Oliver.
—Buscaba a la madre de mi hija.
Sydney ladeó la cabeza al oír su confesión, y esta vez su rostro mostró
verdadera sorpresa. ¿O era simpatía? ¿Empatía? No podía pensar en la palabra
adecuada en ese momento, no con ella mirándolo así. Como si de algún modo
comprendiera su dilema y su dolor.
Tal vez Jack tuviera razón, y Beckett sí necesitaba refuerzos cuando se
enfrentaba a ella, pero no era por las razones que él había sugerido. No, era porque
esa mujer podía derribar sus putos muros y hacerle olvidar que era un caballero, todo
ello sin sudar la gota gorda. Era peligrosa. Y lo último que necesitaba era otra mujer
peligrosa en su vida que le hiciera tirar la razón por la ventana.
—¿La encontraste? —preguntó Mya, rompiendo el silencio. Sydney aún no
había apartado la mirada de Beckett, y sus ojos verdes seguían clavados en su alma.
—No, pero encontré a la mujer que le enseñó todo a la madre de McKenna. La
mujer que le enseñó a ser una estafadora y a manipular a la gente. —Beckett hizo una 51
pausa, tomándose un momento para enfriar su creciente ira—. Si alguien sabe dónde
está la madre de mi hija, Cora... es Ivy, la tía de McKenna.
CAPÍTULO SEIS
Mientras se quitaba la parte de arriba y la de abajo del bikini, los ojos de
Sydney se posaron en la gran foto de colores vibrantes de un cenote que colgaba
sobre la cama de matrimonio. Ella y Mya habían visitado ayer la zona selvática de
Tulum, y Sydney había quedado cautivada por la belleza y la historia de los cenotes,
que según había aprendido de su guía turístico se pronunciaba “seh-no-tays”.
La península de Yucatán albergaba miles de estos sumideros naturales de
piedra caliza. Al ser la única fuente de agua dulce, eran sagrados para los antiguos
mayas. Se creía que Chaac, su dios de la lluvia, residía en el fondo de los cenotes, y
los sacrificios eran habituales para complacer a la deidad.
Su guía les había invitado a unirse a una de las pequeñas excursiones de
snorkel, pero Mya se había acobardado. ¿Nadar en un agujero subterráneo que está
conectado a cientos de otros agujeros subterráneos? Con mi suerte, de algún modo me
absorberían y sería el próximo sacrificio.
Mya podía perseguir a los traficantes de personas, pero meterse en una masa
de agua que no fuera cristalina quedaba de algún modo descartado.
Sydney centró su atención en el edredón azul cerúleo, a juego con el mar, y sus
pensamientos vagaron hasta la noche anterior. A aquella novela romántica y a las
imágenes ficticias del cálido cuerpo de Beckett calentando el suyo.
Y ahora está aquí. Mya lo llamaría serendipia o algo así de colorido.
—¿Sydney? —le preguntó una voz que reconoció desde el otro lado de la
puerta. Había planeado reunirse con todo el mundo en el bar de la playa después de
que Mya y ella fueran a cambiarse a sus habitaciones, así que no estaba segura de
por qué Beckett había decidido pasarse por allí.
—Sí, un segundo —respondió, buscando rápidamente algo que ponerse. De
ninguna manera iba a abrir la puerta desnuda, aunque una pequeña parte de ella
quería hacerlo y ver cómo respondía Beckett.
Tras agarrar una bata de seda blanca del armario, se anudó la cinta a la cintura 52
y abrió la puerta azul.
Beckett estaba muy lejos de los trajeados con chaleco con los que había salido
en los últimos años, pero le causó una buena impresión. Tenía un aire a Walker, Texas
Ranger, un recuerdo del programa de Chuck Norris que había visto de niña con su
abuelo. No es que Beckett se pareciera al bueno de Chuck, pero maldita sea. Se había
dado cuenta del pavoneo de Beckett por primera vez en Nochevieja, en la boda de
Jesse y Ella.
Beckett, que medía uno ochenta y probablemente dos centímetros, y suponía
que incluso más con las botas vaqueras que llevaba puestas, se pasó una mano por
encima de la sombra de barba, estudiándola sin decir palabra. Observándola desde
sus pies descalzos hasta su cabello rubio ondulado como la playa.
Ella era culpable de lo mismo, catalogando cada centímetro del hombre que
tenía delante.
Una camiseta blanca abrazaba sus anchos hombros y sus musculosos bíceps, y
ella sabía que si se daba la vuelta, su trasero luciría muy bien en aquellos vaqueros
tan desgastados. ¿Eran Wranglers? ¿No eran de una marca de vaqueros?
Beckett jugueteó con su gorra de béisbol negra. Tenía la sensación de que se
sentía mucho más cómodo con un sombrero de vaquero, pero llamaría mucho más la
atención con uno de esos en el complejo. Y dudaba que, dadas las circunstancias, lo
que buscaba fuera llamar la atención.
—Hola. —Consiguió finalmente romper el silencio. Sydney tuvo que parpadear
para alejar los pensamientos salaces que le habían venido a la cabeza, cortesía del
mundo ficticio en el que había vivido felizmente bajo las sábanas la noche anterior.
—Esperaba que pudiéramos empezar de nuevo. —Se aclaró la garganta y,
probablemente sin querer, dejó que su mirada bajara hasta el pecho de ella antes de
volver a mirarla a los ojos.
—¿Oh? —Se apoyó en el marco de la puerta, manteniéndola abierta con el
hombro—. Pensé que habíamos tenido un excelente comienzo.
—Sí, verás —empezó él, cerrando los ojos un instante—, no sé si es sarcasmo o
no, pero creo que sí. —Su acento sureño hizo que a ella le diera un vuelco el
estómago—. Pero me disculpo por ver...
—¿Mis pechos? —espetó—. No habría hecho topless en una playa si no
estuviera a gusto con mi cuerpo. Y ahora estoy desnuda bajo esta bata, así que hemos
cerrado el círculo.
Beckett se llevó la mano al ala de su gorra de béisbol negra y se la inclinó como
si fuera una forma caballerosa de decir lo siento. 53
—Que no se te haga costumbre verme parcialmente vestida, y estaremos listos.
—Ella entró en la habitación y él agarró la puerta con la palma de la mano antes de
que se cerrara—. Oh —empezó, arqueando una ceja—, ¿había algo más que quisieras
decir?
Miró por encima de su hombro, sus ojos se posaron en su cama como si estar a
solas con una mujer sin supervisión fuera de alguna manera contra las reglas.
¿Estaban viendo el programa de Bridgerton del que Mya había hablado? No es que
Sydney lo hubiera visto, pero se imaginaba cómo era la vida de una mujer en el siglo
XIX y daba gracias al universo por no haber nacido entonces.
—No hueles a cerezas.
La mirada de Sydney se posó en las maderas duras bajo sus pies descalzos,
odiando que sus pensamientos hubieran aterrizado en Alice y en cómo se había
apoderado del perfume favorito de Sydney con aroma a cereza. Los recuerdos de
aquella mujer y de todo lo que le había arrebatado, incluida su amistad, se abrieron
paso en su mente una y otra vez.
Las noticias de Levi del viernes estaban demasiado frescas. Pero nunca
permitiría que eso interfiriera con su trabajo y con la extracción segura de Jesse del
cártel. Había aprendido a ocultar sus pensamientos y sentimientos cuando era
necesario, que era el noventa por ciento del tiempo. Más o menos.
Cuando levantó la vista, no esperaba ver sus labios carnosos curvándose en la
más leve de las sonrisas, una que tenía arrugas formándose alrededor de sus ojos
marrones.
—Tienes buena memoria y un olfato excelente. —Salió de la entrada para
recoger su nuevo frasco de perfume del tocador y regresó para encontrarse con la
palma de la mano de él todavía apoyada en la puerta abierta, pero aún no había
cruzado más allá de su suite.
Agitó el frasquito de Tom Ford, Black Orchid, entre los dos.
—Antes usaba uno con aroma a cereza. Decidí que necesitaba un cambio. —No
sabía por qué, pero en lugar de darle el frasco, le ofreció la muñeca como si quisiera
olerla.
¿Qué pusieron en esas mimosas? ¿Quizás era la combinación de las bebidas y
el sol? Porque esto no era propio de ella.
Beckett se llevó la muñeca a la nariz y cerró los ojos, inspirándola. Cuando sus
miradas volvieron a encontrarse, la suya era cruda, casi primitiva. Como la de un
hombre que hace todo lo posible por no sucumbir al... ¿deseo?
Con los ojos clavados en los suyos y la mano aún enredada en la delicada
muñeca de ella, juraría que sus pensamientos se estaban volviendo tan descarrilados 54
como los de ella. Era como si estuviera desatándole mentalmente la bata para abrirle
los muslos y comprobar si estaba mojada para él.
Es ese libro. Y tal vez las mimosas, racionalizó, recordando una escena del
capítulo trece. El sheriff había preguntado a la mujer si la había mojado, y ella,
obstinada y desafiante, le había dicho que no. Y para ponerla en evidencia, le pidió
que se tocara. Que lo demostrara. Ella se levantó la falda y se acarició el sexo, pero
cuando retiró la mano, sus dedos estaban impregnados de su excitación. En un
minuto, él la tenía boca arriba y estaba dentro de ella. Golpeándola con fuerza.
—Es bonito. —Beckett liberó su muñeca y se irguió, su mirada se apartó de ella
como si se sintiera culpable por tener pensamientos oscuros y eróticos dada la
situación de su cuñado.
O tal vez sólo soy yo con esos pensamientos inoportunos.
—No eres lo que esperaba —dijo él mientras ella se daba la vuelta y tiraba el
frasco de perfume sobre la cama.
—¿Y qué esperabas? —¿De corazón frío con paredes heladas que hielan los
huesos? ¿Peligrosa y mortal con un arco? Se le ocurrieron varias posibilidades mientras
esperaba su respuesta.
—Bueno, Jack me advirtió que estarías molesta porque arruiné tu fin de semana.
Supongo que me estaba haciendo pasar un mal rato.
—He tomado unas cuantas mimosas. Es muy posible que el yo que esperabas
aparezca cuando tenga algo de comida en el estómago para contrarrestar el alcohol.
—Estaba bromeando sólo en parte. No tenía ni idea de por qué había bajado la
guardia, ni siquiera durante los segundos de calor que compartieron mientras él
respiraba su perfume, aunque fuera unilateralmente.
—Debería dejar que te pongas en ello ahora. —Su atención se posó de nuevo
en la cama—. Ya sabes, vístete.
—Claro. —Ella asintió y se dirigió al baño, suponiendo que él se iría sin decir
nada más. Pero cuando miró hacia atrás, él seguía de pie, con los ojos en el suelo,
como si quisiera decir o preguntar algo más.
—Jesse estará bien —señaló ella por si esa preocupación dominaba sus
pensamientos, lo cual era más que probable—. No estaría aquí tan tranquila si no
creyera que puede arreglárselas solo. —Y ésa era la verdad: no había que endulzarla,
aunque no sabía cómo.
—Si el padre de tu hijo estuviera en peligro, y no fuera la mejor persona del
planeta... ¿harías lo mismo? ¿Intentarías ayudarlo?
Ah, las piezas del rompecabezas estaban encajando.
Beckett dijo que la madre de McKenna era una estafadora, así que 55
probablemente estaba cuestionando la sinceridad de la petición de ayuda de Cora.
¿Estaba siendo estafado de nuevo? ¿Cuántas veces había ocurrido antes? ¿Y por qué
los había abandonado a él y a McKenna en primer lugar?
—Haría cualquier cosa por mi hijo aunque odiara a mi ex. Querría a su padre
vivo, lo que significa que lo ayudaría.
Beckett asintió y miró hacia la puerta, y fue entonces cuando ella vio la sombra
de un bulto en la parte trasera de su cintura.
—¿Cómo conseguiste un arma en la frontera? ¿Te dejaron volar armado por tu
placa?
Se dio la vuelta.
—No, ¿un amigo de un amigo de Carter? —Salió más como una pregunta como
si no entendiera muy bien la red de influencia de Carter—. Yo también tengo una
pieza para ti. Puedo dártela cuando terminemos en el bar.
—Con suerte, no necesitaremos armas aquí, pero está bien llevarlas por si
acaso. —Forzó una pequeña sonrisa, y un segundo después vio a Mya en el pasillo.
—Oh, no esperaba que estuvieras aquí. —Mya pasó rápidamente por delante
de Beckett para entrar en la habitación—. ¿Podemos vernos en el bar? Necesito unos
segundos con mi amiga. —Puso las manos sobre el pecho de Beckett y lo empujó
suavemente hacia el vestíbulo, como si fuera a resistirse.
Sólo Mya.
—Por supuesto. —Beckett apenas había salido de la habitación cuando Mya
levantó las manos con los puños junto a su cara e hizo mímica de explosiones con
ellas.
—Ese es tu sheriff vaquero —susurró—. Sabes que no creo en las coincidencias.
Estábamos hablando de él, y ahora está aquí. Esta es la teoría de la manifestación de
Joe Dispenza en acción. El universo nos puso a los cuatro juntos en Tulum por una
razón. Y el hecho de que la tía de su hija y Jesse estén no con cualquier cártel, sino
con los sinaloas…
—Mya, estás divagando. —¿Quizás realmente había algo en esas bebidas?
—Estoy un poco conmocionada, supongo.
—¿Seguro que no tiene nada que ver con el otro chico de aquí? —Sydney
inclinó la cabeza, recordando la forma en que su amiga había dicho el nombre de
Oliver en la playa. Coqueta, sin duda.
—Si trabajamos juntos, te prometo que Oliver no se convertirá en Mason dos-
puntos-oh. 56
—Entonces, ¿te gusta? —Sydney sonrió—. Hmm, ahora no estoy segura si
Oliver será tu razón para no unirte a Falcon o tu razón para unirte.
En lugar de responder, la mirada de Mya revoloteó por la habitación,
posándose en la foto del cenote que colgaba sobre la cama de Sydney, y hubo un
momento en el que Sydney se preguntó si Mya se arrepentía de no haber dado el
salto, cambiando sus hábitos, empezando por su miedo a nadar en aguas que no
fueran piscinas. Pero entonces parpadeó demasiadas veces, como si los nervios se
apoderaran de ella y reclamaran el control de sus pensamientos.
Los hábitos son difíciles de erradicar.
—¿Qué está pasando? Hay algo que no me estás contando, y no tiene nada que
ver con si te atrae Oliver. —Sydney se cruzó de brazos y esperó a que su amiga le
prestara toda su atención.
—Tal vez. —Mya asintió—. Bien, sí. —Inclinó la barbilla, sus ojos cortantes
hacia el techo—. Puede que haya elegido nuestro viaje a Tulum por una razón. Un fin
de semana de chicas mientras me convences para que me una a tu equipo —continuó,
volviendo por fin la mirada a la de Sydney—, y para una pequeña misión, una de la
que no te he hablado porque no es hasta mañana, cuando tú ya te hayas ido. Y no
necesito refuerzos.
—Mya —siseó Sydney y agarró el antebrazo de su amiga—. Y Mason y los
demás tampoco saben la verdadera razón por la que estás aquí, ¿tengo razón? Si
Mason lo sabe, significa que está en algún lugar vigilándote ahora mismo.
Mya frunció el ceño.
—No, no lo sabe. Perdería la cabeza.
Sydney soltó a Mya y le dio la espalda, enfadada con su amiga por ponerse
potencialmente en peligro.
—No puedes nadar en un río, pero puedes perseguir a los malos tú sola.
Perfecto. —Los efectos de las mimosas estaban abandonando rápidamente su
organismo—. Si Mason se volvería loco porque hicieras lo que sea que planeas hacer
mañana, entonces no es una misión sencilla, y necesitas refuerzos. Deberías
habérmelo dicho. —Se dio la vuelta, haciendo todo lo posible para no explotar contra
su mejor amiga.
En realidad, ella haría lo mismo en el lugar de Mya. ¿No había hecho lo mismo
en el pasado? Pero Mya no era una agente entrenada. Nunca había servido en el
ejército o en el frente como Sydney. Mya era un activo valioso con sus habilidades de
investigación, pero no estaba preparada para salir al campo de batalla. Y la idea de
perder a su amiga...
—Lo siento. No es para tanto. Mason es sólo un preocupon. No le gustaba la
idea de que viniera a Tulum. Me dio todos los peores escenarios para una mujer
57
soltera en México.
—Pero te dejó venir, ¿eh?
Sonrió.
—Una vez que supo que eras tú con quien viajaba, no se preocupó tanto.
Sydney jugueteó con el nudo de la parte delantera de la bata, apretándolo un
poco más mientras pensaba en sus siguientes pasos. Se negaba a dejar que Mya se
quedara sola en México mañana para una “misión” pero ¿y si Jesse necesitaba una
extracción antes?
—¿Por eso has estado mirando por encima del hombro todo el tiempo que
hemos estado aquí?
—Más bien me preocupaba que Mason no confiara en mí y apareciera en plan
manta mojada. —Mya abrió las palmas de las manos como si eso tuviera sentido.
Sydney supuso que su mejor amiga le habría avisado si hubiera estado nerviosa
porque le preocupaba que sus vidas estuvieran en peligro.
—¿Recuerdas que dije que todo sucede por una razón...? —La frase de Mya
quedó un poco en el aire, como si quisiera decir algo más pero no supiera cómo
expresarlo.
Sydney sabía exactamente lo que Mya estaba a punto de compartir. Cualquiera
que fuera la confusa situación en la que se había encontrado Beckett, como “destino”
o como Mya quisiera llamarlo, estaba relacionada con el motivo por el que Mya se
encontraba en Tulum.
—La razón por la que estoy aquí, mi fuente, bueno, él es de la…
—El cártel de Sinaloa —terminó Sydney por ella tras un suspiro exasperado.

58
CAPÍTULO SIETE
Esto es el paraíso. Y, sin embargo, parecía cualquier cosa menos eso.
De espaldas a la playa, Beckett observó a los invitados apiñados en torno al bar
de forma rectangular bajo una carpa blanca tipo toldo que ofrecía algo de sombra.
Del centro de la carpa colgaban unas cuantas luces que más bien parecían cestas
invertidas.
Los tres “mixólogos” como había aprendido que se les llamaba en lugar de
camareros, estaban ocupados elaborando cócteles de colores, haciendo sonreír y
reír a los invitados con unos cuantos movimientos a lo Tom Cruise, Cocktail.
Sólo una de las mesas que rodeaban el amplio bar estaba ocupada. Dos
personas estaban sentadas junto a la playa de la zona, mirándose amorosamente a los
ojos mientras compartían una bebida azul brillante tan grande que podrías darte un
maldito baño en ella.
—Supongo que tenemos que lidiar con el calor —comentó Oliver mientras se
unía a él—. Una mesa debería ser lo bastante privada. —Señaló una en el extremo del
bar con vistas a la selva que rodeaba el hotel. Unos carritos de golf de estilo
todoterreno transportaban a los huéspedes de un lado a otro de la playa y de la selva.
Probablemente eran guías turísticos.
Beckett se sentó frente a Oliver para mantener su atención en la barra. Siempre
lo hacía sentirse mejor cronometrar a cada persona en un espacio público. Conocer
su entorno. ¿Fuerza de la costumbre? Probablemente, pero lo había mantenido vivo
una o dos veces cuando trabajaba en Los Ángeles, y necesitaba estar alerta para
ayudar a Jesse y a Ivy.
Cuatro solteros estaban bebiendo tequila, con la atención centrada en tres
morenas sin acompañante en la barra. Y según Beckett, había ocho parejas. No había
banderas rojas, aunque parecía que uno de los maridos iba a recibir un trago en la
cara si no dejaba de mirar a la rubia que tenía enfrente. O puede que el novio de la
chica, que parecía ganarse la vida haciendo ejercicio por el tamaño de sus bíceps, le
diera una paliza.
59
Un camarero se acercó a su mesa con los brazos abiertos y una sonrisa de
bienvenida.
—Bienvenidos al Pueblo Mágico.
Beckett se bajó el ala de la gorra de béisbol para protegerse los ojos del sol
del mediodía, que los bañaba, y se sentó a la sombra de la palmera.
—Pueblo Mágico —repitió el hombre a Beckett y Oliver como si no le hubieran
oído la primera vez, pero Beckett estaba demasiado preocupado preguntándose qué
retenía a Sydney y Mya como para prestar mucha atención a nadie ni a nada.
—Pueblo Mágico —tradujo su camarero. Debió suponer, por su falta de
respuesta, que no hablaban ni una pizca de español. No era cierto. Lo hablaba con
fluidez, pero sus pensamientos estaban demasiado agitados y su cuerpo seguía en
tensión tras su breve encuentro con Sydney—. Estás aquí, en el paraíso, y está lleno
de misticismo y maravillas —prosiguió el hombre—. Aquí le ocurren cosas
extraordinarias a la gente.
Extraordinarias, ¿eh? ¿Era esa la palabra que Beckett usaría para definir lo que
le había pasado en la habitación de Sydney? No, más bien poseído. Por el deseo.
El hombre señaló hacia la espesa línea de árboles.
—Allí hay una exuberante selva maya. —Pasó un pulgar por encima del
hombro hacia el agua—. Una playa preciosa llena de mujeres preciosas. —Su sonrisa
era francamente contagiosa, pero a Beckett sólo le vino a la mente una mujer hermosa
en concreto.
—No somos turistas, así que no hace falta que nos venda la grandeza de la
ciudad, pero apreciamos su entusiasmo —respondió Oliver en tono respetuoso.
—Ah, pero no hace falta que venda nada. Este sitio se vende solo, ¿no? —El
hombre señaló a una camarera que se dirigía hacia ellos con una bandeja de cócteles
junto a una cesta de patatas fritas y una guarnición de tentador guacamole—. Hice
preparar estas bebidas como bienvenida cuando los vi sentarse. —Dejó dos copas de
Martini pequeñas, llenas de cócteles espumosos de color amarillo pálido adornados
con gajos de piña.
Beckett no tenía intención de beber hoy, pero no quería insultar al hombre, así
que dio un sorbo vacilante y Oliver hizo lo mismo.
—Cuando empezó la Ley Seca, muchos de los mejores cocteleros huyeron a
México y crearon lo que nos gusta llamar un renacimiento del cóctel. —Continuó el
hombre con orgullo, y a Beckett se le cayó el estómago ante sus palabras.
¿Prohibición? Después de su experiencia con Capone la noche anterior, lo
último en lo que quería pensar era en los años veinte. Prefería quedarse en los veinte,
maldita sea. 60
Como si percibiera la insatisfacción de Beckett, el hombre le ofreció:
—¿Qué tal entonces una mula maya? Un poco de vodka, zumo de naranja agria,
sirope de jengibre y agua tónica. En una buena taza de cobre helada con un toque de
menta.
—Se nos han unido dos más. Creo que todos tenemos mucha hambre —le dijo
Oliver—. Así que, ¿quizás podrías traernos un surtido de tus platos más populares?
¿También algunas tapas?
—Ah. Por supuesto. Por supuesto. —El hombre recogió los menús y se los metió
bajo el brazo—. Entonces, si no son turistas, ¿están aquí por negocios? —Inclinó la
cabeza hacia las botas vaqueras de cuero Ariat de Beckett como si tampoco creyera
que fueran hombres de negocios.
—Algo así. —Beckett volvió a echar un vistazo a la barra y contó que había dos
hombres más sentados solos en la barra. Rondaban los treinta. Uno parecía inquieto,
mirando a su alrededor como si se preguntara si le habían dado plantón.
—Bueno, la vida no puede ser sólo negocios. Hay que tener algo de placer
también, ¿no? Eso sí, no te adentres demasiado en la selva en busca de aventuras sin
un guía. Los fantasmas rondan esos terrenos.
¿Fantasmas mayas? Beckett esperaba que el hombre le guiñara un ojo, pero no
lo hizo. Antes de que pudiera seguir con una pregunta sobre los supuestos fantasmas,
simplemente por curiosidad, su mirada saltó directamente a Sydney y Mya que se
dirigían por un malecón hacia el bar.
Sydney llevaba pantalones cortos negros, sandalias negras y una camiseta de
tirantes blanca. Llevaba el cabello rubio en suaves ondas sobre los hombros, pero
una suave brisa le despeinó unos mechones delante de la cara y se lo recogió
rápidamente hacia la espalda. No llevaba bolso, a diferencia de Mya.
La ropa de Mya era distinta a la de Sydney. Pantalones cortos blancos. Camiseta
negra. Sandalias blancas. No había prestado mucha atención a lo que Mya llevaba
puesto antes en la habitación de hotel de Sydney, demasiado pendiente de lo que
Sydney no llevaba debajo de la bata. Y demonios, su polla se agitó en sus vaqueros
al recordarlo.
—Ah, veo que tienes la parte del placer cubierta. —El hombre debe haber
seguido la línea de visión de Beckett para ver a Sydney y Mya.
Beckett no estaba seguro si la extraña hinchazón de su pecho era alivio de que
por fin se hubieran reunido con ellos o nervios. Si su hija estuviera allí con él, le
gritaría: “Estás raro, papá”.
—Volveré pronto con esa comida. Y cuatro mulas mayas. —El hombre inclinó
la cabeza y se marchó.
61
—¿Estás listo para ellas? —preguntó Oliver. Beckett pudo oír la sonrisa en su
tono, pero no volteó para confirmarla. Estaba demasiado preocupado por la escena
que tenía delante.
Uno de los “solteros” que había identificado antes se había levantado de la
barra y bloqueaba el paso a Mya y Sydney. Sydney le hacía señas a Mya como
diciéndole: “Yo me encargo”. Mya lanzó una mirada vacilante a Sydney y luego se
dirigió hacia donde estaban sentados Oliver y Beckett.
Cuando el hombre se volvió hacia un lado y le agarró la muñeca a Sydney,
Beckett se impulsó rápidamente contra la mesa para levantarse, deslizándola
involuntariamente hacia Oliver en el proceso.
—Lo siento —murmuró, con los ojos puestos de nuevo en su objetivo. De
ninguna manera Beckett dejaría que un hombre así se acercara a su...
Dejó ir ese pensamiento cuando Mya dijo:
—Oh, ella tiene esto. Déjala hacer lo suyo. —Pero Beckett ya estaba en marcha,
haciendo girar su gorra de béisbol hacia atrás en el camino.
Sydney se liberó del agarre del hombre, plantó una palma en el pecho del tipo
y empujó.
—Estás borracho. Sólo por eso no te rompo el brazo. —Oyó Beckett que le
advertía Sydney, pero el idiota no captó el mensaje.
Preocupada de que la idea de un desafío sólo excitara aún más a este tipo,
Beckett se acercó a Sydney y siseó:
—Atrás.
—¿Quién eres? ¿Su sugar daddy?
Vaya, no soy tan viejo. Y Sydney es la rica. Bueno, según su hermana, era la hija
de un multimillonario.
—Vuelve con tus colegas. —Beckett le ofreció la misma oportunidad que
Sydney le había dado. Estaba lejos de su jurisdicción, así que tal vez podría pegarle
al tipo sin perder su placa.
El veinteañero miró a Sydney y a él antes de levantar las manos en señal de
rendición. Se dirigió de nuevo al bar, y un fuerte grito de abucheos cortó el aire de
los otros idiotas de su séquito.
—¿Qué pasa con estos chicos jóvenes que quieren una mujer mayor? —
preguntó Sydney negando con la cabeza. No tenía ni idea de lo que estaba hablando,
pero sabía que ella no era tan mayor. Más joven que Beckett, sí, pero… 62
—Sé que no necesitabas que te salvaran. No intentaba menospreciar...
—No necesitaba que me salvaras —le cortó—. Pero eso no significa que no
aprecie que me cubras las espaldas. —Sus ojos claros lo cautivaron durante un largo
segundo antes de que su mirada viajara a sus labios, que se transformaron en la
sonrisa más hermosa que había visto en alguien que no fuera su hija—. Además, la
caballerosidad no tiene por qué estar muerta.
Beckett se llevó una mano a la boca mientras observaba su delicioso trasero.
Sydney no era tan alta. Tal vez un metro setenta o así. Pero la mujer era todo piernas.
Y, maldita sea, podía imaginarse esas piernas torneadas envolviéndole las caderas
mientras la penetraba.
Cuando Beckett echó una mirada hacia atrás, hacia la barra, para asegurarse
de que los tiradores de tequila se comportaban, el grupo de morenas solteras lo
saludó con la mano, haciéndole señas para que se acercara. Sí, no, gracias. Las ignoró
y se unió a Sydney y los demás, optando por quedarse de pie y tomar un poco de
sombra de la palmera. Necesitaba refrescarse. Seguía queriendo pegar a aquel tipo.
—¿No te vas a sentar? —¿Sabía Sydney cuánto poder tenían esos ojos verdes
cuando los dirigía hacia él?
—Creo que me quedaré de pie un minuto. —No sólo había estado a punto de
meterse en una pelea de bar, algo que normalmente no hacía, bueno, no desde que
era más joven... el hecho de que casi le hubiera dado un SNIFF a Sydney en su
habitación significaba que tenía la cabeza prácticamente metida en el culo.
Su atracción por Sydney no se parecía a nada que hubiera experimentado
antes. Ni siquiera con la madre de McKenna, Cora. Nunca había conocido a una mujer
ante la que hubiera tenido una reacción tan intensa, casi primitiva.
Antes, en la habitación de ella, sus pensamientos se habían desbocado en el
espacio de un latido mientras le sujetaba la muñeca, acercando su nariz a la parte
sensible de su piel.
Las imágenes de él desprendiendo la bata de su cuerpo habían echado raíces
en su mente. Palpando y adorando aquellos pechos blancos como la crema que había
visto antes en la playa. Pasando la lengua por sus pezones rosa claro, cuyo color hacía
juego con sus labios carnosos.
—Piensas contárnoslo todo, ¿verdad? —preguntó Mya, su voz rompiendo a
través de sus pensamientos.
La atención de Beckett se fijó brevemente en la camiseta blanca de tirantes de
Sydney, que le quedaba como un guante, mientras trasladaba su atención a Mya y
respondía:
—Por supuesto.
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—De acuerdo, bien. Bueno, ¿deberíamos pedir algo primero? —sugirió Mya,
agarrando una patata frita y mojándola en el guacamole—. Podría pensar mejor con
comida en mi estómago en lugar de sólo el alcohol que ya está allí.
—Pedí más comida para la mesa. Les pedí que trajeran sus especiales. Espero
que no te importe —anunció Oliver—. Esas bebidas no fueron idea nuestra.
—Oh, ¿alguna mujer del bar te las envió? —preguntó Mya burlonamente,
girándose en su asiento para mirar hacia el bar que cada vez estaba más lleno, hasta
el punto de que Beckett había perdido la pista de todos los que estaban allí.
—Nah, sólo nuestro camarero uber-amistoso. —Oliver compartió con una
sonrisa—. Así que... —Oliver se sacudió el ala de su gorra de béisbol—. ¿Por qué no
les dices lo que sabes?
Beckett asintió, con la espalda erguida mientras miraba a Sydney. Su atención
se centraba en Mya, con los labios apretados, como si estuviera preocupada por algo
que no fuera la situación. No es que la conociera lo suficiente como para saber cómo
era.
Cuando Sydney centró su atención en Beckett, sus brazos se tensaron. Su
mirada se detuvo en su boca, que lo distrajo muchísimo.
¿Cuánto debía decirles? Eran prácticamente desconocidos. ¿Quería entrar de
inmediato en los detalles más escabrosos de su pasado? ¿Qué era información
“necesaria”?
—Hace tres semanas —empezó Beckett, decidiendo que empezaría por ahí—,
Cora, la madre de McKenna, me dejó un mensaje de voz. Bueno, su mensaje se cortó,
pero tenía problemas. —Volvió a pensar en el mensaje, en el miedo en el tono de
Cora, diferente a cualquier otra vez—. Al principio, pensé que era una trampa. Una
forma de... sacarme dinero. —Bajó los ojos a la mesa—. Pero no volvió a llamar. Si
fuera otra de sus tretas, se habría asegurado de que la encontrara. Me habría dado
más pistas.
—Supongo que no es la primera vez que te hace esto. —preguntó Sydney, con
un tono comprensivo por el infierno que la madre de McKenna le había hecho pasar
en el pasado.
Toda su relación con esa mujer había sido una mentira desde el principio.
Engañado desde el primer día. La única parte pura e inocente que había salido de su
tiempo con ella era McKenna siendo traída al mundo.
—Sí, por eso dudé en creerle. Y por eso no hice nada al principio, porque,
como las veces anteriores, esperaba otra llamada. —Beckett sostuvo la mirada de
Sydney, haciendo todo lo posible por revelar las incómodas verdades de las que
64
nunca hablaba—. Hacía casi seis años que no sabía nada de Cora.
—Así que, cuando la llamada no llegó, ¿decidiste buscar a su hermana? ¿Ver si
ella podía ayudar? —preguntó Mya, y Beckett le prestó atención.
—No podía ignorar su mensaje. —Beckett se aclaró la garganta y tosió sobre el
puño—. Estaba preocupado, así que me puse en contacto con un contacto para ver si
tendrían más suerte localizando a Cora —explicó, y luego fijó los ojos en Oliver.
—¿No le preguntaste a A.J.? —preguntó Oliver sorprendido, porque sí, eso
sería lo más lógico, acudir a su hermano SEAL de la Marina, que tenía acceso a
abundantes contactos, incluidos el FBI, la CIA y todas las demás agencias de la sopa
de letras.
—A.J. no quiere saber nada de ayudarme a encontrar a Cora. Lo dejó claro
después de la última vez que Cora me ayudó —admitió Beckett, con los ojos dirigidos
al cielo esta vez—. Fui a sus espaldas, algo de lo que no estoy orgulloso, y le pedí
ayuda a alguien con quien trabaja. Liam Evans. Bueno, en realidad, le pedí ayuda a su
mujer, Emily.
—Ah, bien. Emily trabaja para el fiscal general —dijo Oliver, haciendo la
conexión—. Ella tiene acceso a los antecedentes penales y similares.
Beckett volvió a bajar la mirada y asintió.
—Cora e Ivy tienen antecedentes, y esperaba que Emily pudiera contactar con
sus contactos de la agencia gubernamental por mí. Utilizar sus programas de software
de reconocimiento facial para buscar el último paradero de Cora.
—¿No hay coincidencia para Cora, supongo? Sólo una coincidencia para Ivy.
—Sydney probablemente entendía ahora cómo Beckett había acabado en México.
—Bien. Uno de los contactos de Emily consiguió una coincidencia con la cara
de Ivy en Juárez, y después de una búsqueda un poco más refinada en esa zona,
fueron capaces de ubicarla en el club, Capone, en algunas ocasiones diferentes. El
alias que usó para entrar en México, bueno, dudo que sea el que usa ahora. —Hizo
una pausa para que asimilaran la información—. Supuse que Ivy trabajaba en el club
y buscaba un nuevo objetivo, alguien a quien timar —dijo Beckett. El sentimiento de
culpa por haber eludido a su hermano y pedirle a otro que mintiera por él, como le
había pedido a Jesse, lo atormentaba.
Sabía que pedirle ayuda a Emily y ocultársela a A.J. era mucho pedir, que
estaba mal. Pero Emily comprendía la situación de un modo que A.J. no comprendía.
Haría lo mismo por su hija si el padre biológico de Elaina se encontrara alguna vez en
un aprieto. Emily y Liam harían cualquier cosa por Elaina. Correrían cualquier riesgo.
Beckett debía muchas disculpas cuando esto terminara. 65
—¿Crees que es posible que si Cora está realmente en peligro, haya llamado
también a su hermana? —preguntó Sydney—. ¿Que Ivy estuviera trabajando en el
club para encontrar a Cora? Quizá haya una conexión.
Beckett cerró los ojos, los recuerdos del pasado lo atacaban. Asaltando sus
sentidos. Apoderándose de él.
¿Cora está conectada con el cártel? No. Ni de broma.
Beckett negó rotundamente con la cabeza y se liberó del pasado para poder
abrir los ojos y concentrarse.
—Cora nunca se acercaría al cártel. Ni a ningún cártel.
—¿Por qué? —Oliver se cruzó de brazos y se echó hacia atrás.
Antes de que Beckett pudiera responder, su teléfono vibró en su bolsillo.
Era Emily. No estaba preparado para tener la conversación sobre lo que Elaina
había compartido con McKenna allí delante de todos, así que tendría que llamarla más
tarde.
Guardó rápidamente su teléfono en el bolsillo cuando su amable camarero
regresó con una bandeja de aguas embotelladas, así como las mulas mayas en las
tazas de cobre.
—Gracias —le agradeció Beckett, sabiendo que no se los beberían.
Sydney rodeó perezosamente el borde de la taza con el dedo índice, como si
sus pensamientos se arremolinaran. Tal vez pensando por qué Ivy había estado
realmente en aquel club.
—Entonces, ¿qué decías? —inquirió Oliver, pero Beckett quería volver a
explicar cómo Jesse había acabado separado de él la noche anterior.
—Jesse y yo fuimos al club. Hay que vestirse como en los locos años veinte para
entrar —se apresuró a decir—, y unos pandilleros rivales intentaron secuestrar a Ivy
antes de que pudiéramos hablar con ella. Al parecer, está saliendo con el dueño del
club. —Otra rareza. ¿Por qué iba a salir Ivy con alguien del cártel, aunque fuera por
dinero, conociendo el pasado de su hermana? No tenía sentido. Quizá no estaba
pensando con claridad, dada su profunda implicación en toda la situación, por no
hablar de su falta de sueño... ¿tenía razón Sydney? Si Ivy estaba en ese club, ¿estaba
intentando encontrar una forma de llegar a Cora a través del cártel? ¿Realmente Cora
se había metido en problemas con los sinaloas?
—Déjame adivinar, Jesse salvó a Ivy y el dueño del club agradeció la ayuda de
Jesse —dedujo Sydney—. Jesse se fue voluntariamente con esos tipos del cártel
porque creía que era la única forma de llegar hasta Ivy sin intentar secuestrarla
también. ¿Y tú te quedaste atrás para avisar a Carter?
Maldición, es buena. 66
—Eso lo resume todo.
—El dueño del club es Miguel Diego. ¿Has oído hablar de él? —soltó Oliver, su
atención se centró en Mya como si ella hubiera oído su nombre antes en su línea de
trabajo.
Pero la atención de Mya estaba ahora fija en su teléfono. Frunció las cejas y
miró hacia el bar por encima del hombro.
—Me suena vagamente familiar —respondió Sydney cuando Mya no habló—.
Supongo que estamos esperando nuestros siguientes pasos, ¿verdad? ¿Esperando
que Jesse pueda encontrar una forma de salir del recinto con Ivy para que podamos
llegar a ellos más fácilmente?
Beckett asintió y luego miró a Oliver.
—¿Falcon planea ayudarme a encontrar a Cora también?
Oliver y Sydney intercambiaron una rápida mirada, pero fue la cara sonrojada
de Mya cuando se volvió hacia la mesa lo que preocupó a Beckett.
—Probablemente también debería mencionar el hecho de que estoy en Tulum
por culpa del cártel de Sinaloa. —Mya soltó la inesperada noticia, y Beckett casi
perdió el equilibrio ante su rápida confesión.
—Lo siento, ¿qué? —raspó Oliver, claramente nervioso.
—Tengo una fuente dentro del cártel. —Volvió a mirar por encima del hombro
y, joder, ¿era su fuente el tipo nervioso con gorra de béisbol del bar? ¿El que ahora
miraba a Mya?—. Hemos trabajado juntos antes. Confío en él. —Mya hizo una mueca
como si le costara decirlo—. Sé que suena raro porque sigue con el cártel, pero está
intentando acabar con ellos desde dentro. Está en contra del tráfico de personas y,
últimamente, el cártel ha estado utilizando sus rutas de tráfico de drogas para traficar
con personas. —Mantuvo la voz baja a pesar de que estaban fuera del alcance del
oído de los demás invitados.
—¿Me estás tomando el pelo? —preguntó Oliver, con un tono cargado de
incredulidad y conmoción—. ¿Tienes refuerzos aquí? Mason y los demás, ¿están en
los terrenos del hotel? —Cuando Mya se quedó callada, se quitó las gafas de sol y la
miró fijamente.
—Tu contacto está en el bar junto al idiota que molestó a Sydney —comentó
Beckett—. Y sabe qué aspecto tienes, ¿verdad? —Señaló el teléfono de Mya que
descansaba encima de su bolso sobre la mesa—. ¿Y te acaba de mandar un mensaje?
—Miró a Sydney y vio que abría un poco la boca, como si aquello fuera nuevo para
ella. O, al menos, alguna parte de esto era información nueva.
—No vine a Tulum con refuerzos. Y hace sólo diez minutos que le dije a Sydney 67
que planeaba reunirme con mi fuente aquí mañana para obtener nueva información.
—Mya no miró hacia el bar para confirmar la teoría de Beckett, pero Beckett juró que
la mandíbula de Oliver estaba a punto de romperse de la preocupación—. Sí, es él en
el bar. Acaba de llegar y no esperaba verme aquí hoy. Pero ahora, cree que
deberíamos seguir adelante y acabar de una vez.
—¿Y cuál era el plan para mañana? O bueno, ¿cuál es el plan ahora? —preguntó
Beckett, haciendo todo lo posible para que no se notara cuando volvió a comprobar
la fuente de Mya.
—Había quedado con él aquí mañana a las cuatro, pondría mi teléfono en la
barra y él se pondría a mi lado. Nuestros teléfonos se sincronizarían, el mío
descargaría la información, y luego él se iría. Y ya está. Así es como siempre ha
funcionado en el pasado.
—¿Cuántas veces has? —Oliver dejó que su pregunta flotara en el aire, aún
conmocionado por el hecho de que Mya hubiera hecho cosas similares en el pasado
y, por lo que parecía, sola.
Era valiente. Y Beckett supuso que esa era otra razón por la que Sydney quería
reclutar a Mya para Falcon Falls.
—Mándale un mensaje diciéndole que he quedado con él en el bar. —Oliver
se levantó bruscamente—. Un francotirador puede pegar dos tiros en la cabeza antes
de que yo cuente hasta tres en español. ¿Y si lo han seguido?
—¿Estás enfadado conmigo? —se burló y se cruzó de brazos, mirando
fijamente a Oliver—. Siempre tengo cuidado. Pero las mujeres son vendidas como
ganado. Secuestradas de sus familias. Me está ofreciendo las rutas comerciales que
utiliza el cártel para hacerlo, arriesgando su vida, ¿y esperabas que no viniera?
—Esperaba que alguien de tu equipo, varios, de hecho, tuvieran tus seis —dijo
Oliver, con la voz un poco gruñona—. Mason no te merece si te ha dejado... —Oliver
cerró los ojos.
—Me estás tomando el pelo, ¿verdad? —Mya se puso de pie, sus fosas nasales
se encendieron un poco.
Había algo más en la historia entre Oliver y Mya, pero no era asunto de Beckett,
ni era el momento de averiguarlo.
—No voy a dejar que te arriesgues a recibir un balazo por mi culpa. —Mya
extendió la mano por encima de la mesa y pinchó el pecho de Oliver.
—Oh, así que crees que es una posibilidad, sin embargo, planeaste aparecer
aquí mañana sola. —Oliver se llevó las manos a los costados.
Sydney se unió a todos en pie justo cuando Beckett divisó a tres nuevos
invitados desde su visión periférica, y maldita sea, iban armados.
—Al suelo. Pistoleros. ¡Al suelo! ¡Tienen pistolas! —gritó lo más alto posible para
68
que se le oyera por encima de la música palpitante, luego hizo un gesto a Oliver para
que se moviera y volcó la mesa sobre un lado.
Beckett rodeó la cintura de Sydney con las manos y tiró de ella hacia abajo para
protegerla mientras sonaban los disparos. Oliver hizo lo mismo con Mya, y ambos
hombres desenfundaron sus armas.
—Son tres.
Los gritos estallaron cuando se cortó la música, y los tiradores empezaron a
gritar órdenes en español para que todo el mundo se callara y no se moviera.
¿Era un atraco al azar o buscaban a Mya?
Beckett echó un rápido vistazo a la mesa volcada y vio a la fuente del cártel de
Mya desplomada sobre la barra, con un agujero de bala en la cabeza. Otro barrido
de la zona reveló al chico que había atacado a Sydney gimiendo de dolor por una bala
perdida en el hombro.
—Tu hombre ha caído —susurró Beckett, y Mya cerró los ojos por un momento,
ya fuera en señal de duelo o de asombro. Probablemente ambas cosas.
—Te están buscando, Mya —anunció Sydney.
—Y creo que nos encontraron —siseó Oliver—. ¿A mi cuenta?
Beckett asintió y levantó dos dedos para indicarle a Oliver que se encargaría
de los dos pistoleros que se acercaban por su lado izquierdo.
—Entendido —dijo Oliver, y volvió a contar desde tres.
En un movimiento rápido, entraron en acción, sorprendiendo a sus posibles
agresores. Manteniéndose a poca altura del suelo, se desplazaron hacia un lado y
dispararon a matar.
Los invitados gritaron mientras se desataba el caos.
—Tangos abatidos —comentó Oliver mientras se elevaba a su altura completa
y enterraba otra bala en cada uno de los tres tipos para asegurarse de que estaban
abatidos para siempre. Algo por lo que Beckett habría perdido su trabajo en Estados
Unidos, pero esto era diferente.
—Probablemente haya más tipos en camino —dijo Sydney mientras los gritos
de los invitados seguían resonando a su alrededor.
Beckett miró hacia la selva en busca de los todoterrenos que había visto ir y
venir antes, comprobando la seguridad.
A unos cien metros, divisó tres de los vehículos todoterreno que se acercaban
rápidamente. Su instinto le decía que no eran ni el equipo de seguridad ni los
valientes guías turísticos que querían ganarse su insignia de héroes.
—Estoy seguro de que vienen más.
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—Salgamos de aquí antes de que maten a todos sólo para asegurarse de que
me tienen a mí —susurró Mya—. No dejaré que mueran inocentes por mi culpa.
—Los otros dos estaban enojados con el tirador por cargarse a la fuente de Mya
antes de reunirse con ella —tradujo Beckett rápidamente lo que había oído antes de
que abatieran a los hombres.
Beckett volvió a centrarse en los tres vehículos recreativos que se acercaban.
Diez tipos, según sus cálculos, fuertemente armados, iban directos hacia ellos.
Dudaba que la policía estuviera en camino si se enteraban de que se trataba de un
golpe relacionado con el cártel, no hasta que la situación dejara de estar activa.
—Salgan de aquí. Vamos —gritó a los asustados clientes, que empezaron a huir
del bar.
—Tenemos que conseguir que nos echen del complejo —sugirió Mya,
respirando agitadamente—. Es la única manera de mantener a salvo a todos en el
hotel.
—La jungla es nuestra mejor opción —dijo Beckett, respirando agitadamente
mientras calculaba las probabilidades—. Pero tenemos que usar otro punto de
entrada, ya que ahora vienen de allí.
—Tenemos que atraer su fuego. —Sydney caminó hacia el borde de la barra
por el lado de la jungla, y Beckett se le unió mientras esperaban a que los vehículos
se pusieran a tiro—. ¿Listo? —preguntó Sydney mientras Oliver se colocaba junto a
Beckett.
—Sí —respondió Beckett. Él y Oliver dispararon una ráfaga rápida, alcanzando
al conductor más cercano, y el vehículo viró hacia un lado y chocó contra una palmera.
—Bueno, hemos captado su atención —dijo Oliver mientras las encaraba, e hizo
un gesto a Sydney y Mya para que se movieran—. Y ahora sería un buen momento
para huir.

70
CAPÍTULO OCHO
—Tengo que agarrar el teléfono de mi contacto. —Mya giró en dirección
contraria, pero Sydney la enganchó rápidamente del brazo y la hizo girar de nuevo.
—Por supuesto que no. No puedes salvar a nadie si estás muerta —dijo
Sydney—. Y además —empezó, tirando de Mya—, lo más probable es que el cártel
haya rastreado a tu contacto hasta aquí usando su teléfono. No necesitamos guiar a
esos idiota hasta nosotros.
Sydney lanzó una rápida mirada por encima de su hombro para ver a Oliver y
Beckett corriendo muy cerca detrás de ellas, actuando como escudos humanos.
—Por ahí. —Sydney señaló un estrecho pasillo exterior entre dos edificios que
proporcionaría algo de cobertura y evitaría que los todoterrenos los siguieran.
Podrían ganar algo de terreno antes de mostrarse cerca de la selva, alejando a
los hombres de transeúntes inocentes. Las ruinas arqueológicas y otros lugares
turísticos estaban al norte de su hotel, así que tendrían que hacer todo lo posible por
evitar también zonas muy pobladas como ésas.
—Apaga el móvil —le indicó Sydney a Mya mientras corría a su lado,
agradecida de que ambas se hubieran puesto zapatos planos en lugar de cuñas para
comer—. Todavía no saben quién eres, pero si consiguen rastrear los mensajes de tu
contacto hasta ti, entonces...
—Lo siento mucho —se apresuró a decir Mya cuando entraron en el pasillo al
aire libre, pasando el gimnasio vacío a su izquierda.
La noticia del tiroteo se propagó rápidamente.
—Sólo mantente viva hoy y estaremos bien. —Sydney se agarró al brazo de
Mya y se detuvo bruscamente, luego asomó lentamente la cabeza más allá de la
cubierta del pasillo para asegurarse de que estaba despejado.
Beckett esquivó a Sydney y anunció en un tono que no admitía discusión:
—Quédate aquí, voy a comprobarlo. —Se mantuvo de espaldas a la pared de 71
estuco blanco y se asomó por la esquina.
—¿Vendrá la policía? —preguntó Mya, y honestamente, Sydney no tenía
respuesta para ella.
—Asumamos que estamos solos por ahora —respondió, posando sus ojos en
una hilera de lo que parecían dianas de tiro con arco en la distancia.
—Está despejado por lo que veo, pero oigo motores en alguna parte. —Beckett
la miró y ella le agarró el brazo por instinto. Su mirada se posó brevemente en su
mano antes de subir a su cara.
—Necesito un arma —dijo después de tragar saliva, sin saber por qué su
corazón le estaba jugando una mala pasada. ¿Latiendo como loco por cómo la miraba?
En un momento así. ¿En serio? Furiosa consigo misma, le soltó el brazo y sacudió la
cabeza para centrarse—. Puedo agarrar un arco de allí. —Señaló hacia el centro de
tiro con arco. Por lo que parecía, los palos de golf habían sido abandonados en el
suelo cuando los invitados huyeron del lugar tras oír disparos.
Empezó a salir del pasillo, pero Beckett le agarró la muñeca y la dejó sin
aliento.
—Déjame comprobarlo otra vez —dijo con voz firme, y ella no se resistió.
Sin dejar de agarrar su Glock y a ella, salió por debajo del saliente expuesto.
—Estamos bien. Yo iré delante. Oliver, quédate detrás de ellas.
¿Escudos humanos otra vez? Ella no discutió, pero él tendría que soltarla en
algún momento.
Una mirada de inquietud cruzó el rostro de Beckett, un destello de miedo brilló
brevemente en sus ojos. ¿Le preocupaba que ella pudiera morir allí? Por supuesto
que no. Dejar a su hijo huérfano de madre no era una opción. Él no me conoce, se
recordó, y retiró lentamente la muñeca de su abrazo.
Sin mediar palabra, se marchó como había planeado, y ella lo siguió de cerca.
Esto debería funcionar. Agarró del suelo, cerca de la diana de tiro con arco, un
arco recurvo desechado del nivel de aprendiz. También había un carcaj lleno de
flechas. Una para diestros, al menos.
—Vamos. —Se colgó la correa de cuero del carcaj del cuerpo a la espalda,
empuñó el arco y echó a correr de nuevo.
—Tenemos compañía —advirtió Beckett cuando se acercaron al espeso banco
de árboles paralelo al camino de tierra destinado a caballos y todoterrenos.
Sydney pivotó a la izquierda, divisando un tango armado que esperaba cerca
del linde del bosque, a menos de medio campo de fútbol. 72
El hombre empezó a agitar la mano y ella se giró para ver los tres todoterrenos
que destrozaban el campo de prácticas unos cien metros más atrás. Parecía que
habían recuperado el vehículo que se estrelló contra el árbol y encontrado a otro
conductor.
—¡Muévete! —gritó Oliver como si Sydney tuviera intenciones de tomar el sol.
Siguieron corriendo en zigzag para esquivar los disparos procedentes de
ambas direcciones, pero Beckett se detuvo unos segundos después, tomando a
Sydney por sorpresa. Se arrodilló, pivotó y derribó al imbécil que montaba guardia
junto al bosque.
—Buen tiro —dijo ella, probablemente demasiado bajo para que él la oyera.
Habían llegado con éxito a la selva, y los malos estaban oficialmente mordiendo el
anzuelo y abandonando los terrenos del hotel—. No te dirijas al norte. Demasiados
puntos turísticos en esa dirección —los alertó Sydney al recordar sus viajes de ayer
por la selva.
Se desviaron del camino marcado y tomaron una curva cerrada, apartando las
ramas de los árboles mientras corrían. A juzgar por la espesa vegetación, era obvio
que aquella zona no estaba pensada para turistas: había un campo minado de
obstáculos en su camino mientras intentaban poner distancia entre ellos y los matones
que venían detrás.
Unos minutos más tarde y adentrándose en el bosque, Beckett dejó de correr.
—Ya es hora de movernos en silencio —sugirió, y Sydney estuvo de acuerdo.
Eran demasiado ruidosos a gran velocidad, y corrían el riesgo de resultar
heridos por la Madre Naturaleza en el proceso. A partir de ese momento, irían a paso
de pluma y con cautela, para poder eliminar a los hombres uno a uno.
—La recreación de los Juegos del Hambre no estaba en la lista de actividades
del hotel —bromeó Mya, sorprendiendo a Sydney. Por la forma en que Mya se
inclinaba hacia delante, agarrándose el costado y tratando de respirar, quizá no
estuviera bromeando.
Lo último que quería era que su amiga, que carecía de formación militar, se
encontrara en una situación ni remotamente parecida a la de los libros de Los Juegos
del Hambre que a su hijo le encantaba leer.
Sydney le hizo un gesto a Mya para que apoyara la espalda contra uno de los
árboles rojizos que tenía detrás.
—Recupera el aliento un segundo antes de continuar. —La pausa les daría un
momento para pensar y planear. Para escuchar a la jungla y ver lo cerca que estaban
de los enemigos. Pero entonces…—. Mierda. Las cámaras de seguridad —recordó—
. Si envían a alguien al hotel para comprobar las cámaras, no importará si matamos a 73
todo el mundo aquí, el cártel averiguará quiénes somos de todos modos.
—¿Y si llamamos a la hermana de Gray para que nos ayude? Ella se encarga
del mismo tipo de cosas que tú haces para nosotros —propuso Oliver, y ella empezó
a telefonear a Gray con su reloj Apple antes de terminar de hablar.
Sydney se acercó la muñeca a la boca y ahuecó la mano detrás del reloj para
evitar que se oyera la voz de Gray cuando contestó a la llamada.
La hermana de Gray, Natasha, trabajó para la CIA. También trabajaba con el
equipo SEAL “extraoficial” de su marido, que realizaba operaciones para el
presidente. No estaba segura si Beckett sabía la verdad sobre lo que A.J. hacía para
ganarse la vida como parte de ese mismo equipo.
Sydney cerró los ojos y siguió escuchando lo que los rodeaba mientras
esperaba a que se conectara la llamada.
Aún se oía el débil sonido de un motor a lo lejos, pero tuvo que suponer que la
mayoría de los hombres que venían tras ellas iban ahora a pie. Por el momento, sólo
oía el canto de los pájaros. Posiblemente ardillas saltando entre los árboles o un mono
araña espiándoles.
—Sydney, ¿todo bien? Supongo que hablaste con Oliver y Beckett. —Gray
finalmente respondió.
—Tenemos un problema —susurró—. Necesito que tu hermana borre todas las
grabaciones de seguridad del hotel de todo el complejo desde ayer por la mañana.
Y que cambie nuestros nombres en la base de datos de reservas del hotel. No puedo
explicarlo, pero estamos tratando con el cártel y necesitamos ayuda.
—Joder, de acuerdo —fue toda la respuesta que necesitó.
—Me tengo que ir. —Sydney pasó una mano por encima de su reloj y terminó
la llamada antes de que él pudiera hacer preguntas. Una rama de árbol caída o el
crujido de las hojas cercanas significaban que no estarían solos mucho tiempo. Había
alguien ahí fuera. Posiblemente esperando refuerzos o para llevar a cabo un ataque
sorpresa—. Yo me encargo —le dijo Sydney a Beckett, dándose cuenta de que
también había rastreado visualmente el sonido.
Cuando cruzó por delante de Beckett, él le rodeó la cintura con una mano,
deteniéndola para darle una rápida orden:
—Ten cuidado.
Sydney asintió cuando él la soltó, pero la sensación de su contacto permaneció
en su costado. Se concentró en los árboles de corteza gris que tenía a la vista,
buscando su objetivo. Se puso de lado y relajó los hombros, clavó una flecha en el
arco y la levantó. 74
El arco no era del tamaño adecuado para ella, pero tendría que arreglárselas.
Aflojó la empuñadura para que no estuviera demasiado tensa y lanzó la flecha en
cuanto el hombre se puso en su campo de visión.
Sin perder un segundo, se precipitó en su dirección, sabiendo que la flecha no
sería mortal independientemente de dónde lo alcanzara.
El hombre soltó el arma sorprendido cuando la flecha le atravesó el hombro
derecho. Antes de que pudiera comprender lo que estaba ocurriendo, ella enganchó
su pierna alrededor de la de él y lo tiró al suelo. Le dio la vuelta, agarró el cuchillo
que llevaba atado a la pierna y acabó con él con un movimiento rápido y limpio.
—Buen tiro. —Oyó a Beckett repetir lo que le había dicho antes, pero cuando
se giró para mirar hacia él, fue la mirada de asombro de Mya la que robó su atención.
—Mierda, Syd —gritó Mya, con una mano en la boca.
No tuvo tiempo de calmar a su amiga por el cadáver. Le quitó el rifle al hombre
y se lo ofreció a Mya.
—¿Crees que puedes usar esto? Es más fácil de disparar que una pistola. Pero
pesado.
Oliver dio un paso adelante, negando con la cabeza.
—No, yo me encargo. No necesita matar a nadie.
—Por desgracia, puede que lo necesite, pero bien, agárralo. —Sydney deslizó
el cuchillo ensangrentado de nuevo en la funda de cuero y se lo entregó a Beckett—.
Vamos. Donde hay uno, habrá más.
Empezaron a moverse de nuevo, navegando por el bosque a un ritmo más
lento, pegándose a las sombras todo lo posible. No llegaron muy lejos cuando Beckett
los detuvo y le pasó un brazo por el pecho a Sydney con tanta brusquedad que sus
pasos vacilaron.
Siguió el dedo que señalaba hacia arriba, a unos centímetros de sus cabezas,
para ver una serpiente roja que se enroscaba en la rama y movía la lengua con
curiosidad. La miraba con ojos negros y brillantes.
—Sí, no sobrevivamos a estos imbéciles sólo para que nos coma la selva —dijo
Oliver mientras movía a Mya detrás de él.
—O atacado por un fantasma maya —murmuró Beckett. No tenía ni idea de
dónde había salido aquel pensamiento, ni esperaba una broma por su parte, pero…—
. Es una serpiente de café roja —interrumpió sus pensamientos—. Más grande de lo
normal. Parece una serpiente de coral, pero no es venenosa. Si retrocedemos, nos
dejará en paz.
75
—¿Parece una serpiente de coral? —susurró Mya—. ¿O es una serpiente de
coral?
—Crecí en un rancho, y no, allí no tenemos esas serpientes. Pero mi padre me
hizo memorizar casi todas las malditas serpientes conocidas a este lado del
hemisferio. —El brazo de Beckett seguía estirado sobre el pecho de Sydney, como si
eso fuera a impedir de algún modo que la serpiente se lanzara hacia abajo—.
Estaremos bien. Retrocede despacio. Puede que no sea capaz de matarte, pero puede
dejarte un buen mordisco.
—Entendido —comentó Oliver.
Beckett bajó lentamente el brazo sólo para engancharlo de nuevo alrededor de
la cintura de Sydney, esta vez de forma protectora.
—Estamos libres, gracias a Dios —ronroneó Mya una vez que estuvieron lo
suficientemente lejos de la serpiente.
—Esperen —dijo Sydney antes de que se pusieran en marcha de nuevo, y se
dio cuenta de que un mensaje de texto parpadeaba en su reloj Apple. Leyó el mensaje
rápidamente y luego miró a los demás—. Natasha es rápida. Ya debe de haber visto
las cámaras de seguridad y ha visto lo que ha pasado, porque Gray nos indica que
busquemos un lugar donde escondernos y esperemos.
—¿Esperar una extracción? No pueden llegar hasta nosotros a tiempo —
comentó Oliver, escudriñando el terreno, con la 9 mm aún en la mano. El rifle le
colgaba del pecho.
—No, Gray dijo que Carter tiene contactos aquí. Pidió un favor. Pero dijo que
los amigos de Carter ya estaban al tanto de nuestra situación y en camino. Están aquí
en alguna parte. —Ella hizo un tres sesenta, sintiendo un escalofrío en la columna
vertebral.
—Qué raro —dijo Mya mientras copiaba los movimientos de Sydney.
—Gray hará un ping a mi reloj para obtener una ubicación cuando sea seguro,
y dijo que estos tipos nos escoltarán de vuelta al hotel —añadió Sydney tras leer el
siguiente mensaje de Gray.
Gray: Confirmar transmisión.
Sydney: Copiado.
—Carter seguro que tiene un montón de contactos por todas partes —dijo
Beckett mientras levantaba la vista de su reloj—. Suerte para nosotros, supongo.
Antes de que Sydney tuviera la oportunidad de responder, se giró para seguir
hacia donde había saltado la mirada de Beckett, fallando por poco una bala antes de
que él la derribara al suelo.
Siguieron tres disparos más, y Beckett permaneció encima de ella unos
76
segundos más. Tenía los antebrazos a cada lado de ella, y levantó el peso de su
aplastante pecho del de ella para que pudiera respirar antes de girar hacia un lado
en un movimiento rápido. Una vez de espaldas, hizo dos disparos y Oliver anunció:
—Tango abatido. Pero probablemente haya más tipos en camino.
Beckett se puso en cuclillas y le ofreció la mano a Sydney para ayudarla a
levantarse.
—Gracias —murmuró, un poco aturdida por haber pasado por alto aquel
tirador.
—Eh, sí, vamos a tener que acelerar el paso y correr —declaró Oliver lo obvio
cuando volvieron a sonar disparos y empezaron a tomar una nueva dirección, hacia
el este.
Beckett despejó el camino manteniéndose en cabeza, lo que fue útil y no
necesario. Podía arreglárselas sola.
—Creo que sé dónde podemos escondernos —anunció cuando se le ocurrió
una idea. Cenotes. Hay unos cuantos miles más pequeños, así que tenemos que
encontrarnos pronto con uno de esos sumideros. —Sin perder velocidad, puso su reloj
en modo sumergible para no destruir su línea de comunicación con Falcon.
—Por favor, dime que no implica un agujero en el suelo —dijo Mya mientras
intentaba seguir el ritmo de Sydney.
—Tienes que enfrentarte a tus miedos en algún momento, ¿verdad? —Era su
mejor opción—. Podemos escondernos bajo tierra. Y si es posible, usar los ríos de ahí
abajo para nadar hasta un nuevo lugar y encontrar tierra seca mientras esperamos
otro mensaje de Gray —explicó una vez que cesaron los disparos, lo que significaba
que habían puesto suficiente distancia entre ellos y los pistoleros—. Allí, ¿ves eso? —
Señaló hacia un pequeño claro en el bosque—. Creo que es uno de los cenotes.
—Sí, creo que sí —confirmó Beckett después de trotar delante del resto.
Se acercó a su lado y miró por el agujero. Era más bien un círculo de tierra
irregular en el suelo. Lo suficientemente ancho como para que dos adultos se
apretujaran en él al mismo tiempo. Nada tan grande ni turístico como los que Mya y
ella habían visto ayer.
Beckett se agachó para ver mejor y arrojó una pequeña roca a la abertura. Un
segundo después se oyó un leve chapoteo.
—Ahí hay agua. Tal vez una caída de nueve metros.
Sydney se giró y abrió la mano, invitando a Mya a saltar con ella.
—El agua amortiguará nuestra caída. Tienes esto. 77
Mya se quedó mirando la palma de la mano de Sydney y dio un vacilante paso
atrás.
—¿Y si nos siguen hasta el agujero? —Unos ojos marrones llenos de pánico se
encontraron con los suyos un instante después.
Saltar a este pozo la asustaba más que los hombres que las perseguían. Sólo
Mya.
—Entonces los eliminaremos uno a uno a medida que vayan cayendo.
Tendremos la ventaja —dijo Oliver con calma.
—No puedo. —Mya empezó a retroceder aún más. Sydney lanzó una mirada
rápida a Oliver, un mensaje silencioso de lo que necesitaba que hiciera.
Oliver le dedicó una leve inclinación de cabeza, apenas perceptible, y luego
se metió la pistola en la cintura y cambió el arnés del rifle para que el arma quedara
a su espalda.
Sus armas sufrirían daños por el agua si se sumergían demasiado tiempo y lo
más probable es que disparasen como la mierda o fallasen, pero era un riesgo que
tendrían que correr.
—Lo siento —dijo Oliver justo antes de agarrar a Mya. Con un brazo alrededor
de su cintura y una mano sobre su boca, teniendo la precaución de amortiguar sus
gritos, la obligó a meterse en el agujero con él.
—¿Estás listo? —le preguntó a Beckett. Él extendió la palma de la mano,
ofreciéndose a tomarla mientras saltaban.
Y por alguna razón, ella lo aceptó. Dejó que él tomara la iniciativa una vez más.
Supongo que, después de todo, me estoy saliendo con la mía. Quería nadar aquí
abajo, pensó negando con la cabeza, justo antes de que saltaran.

78
CAPÍTULO NUEVE
—Están ahí arriba, puedo sentirlo. —La voz de Mya era suave y temblorosa
mientras se acurrucaba contra la pared de piedra caliza del interior del cenote
mientras Oliver permanecía a su lado, con aspecto algo molesto. Sydney estaba
bastante segura de que seguía enojado porque su amiga había arriesgado su vida y,
por extensión, la de todos ellos, al aceptar reunirse con su contacto del cártel ella
sola.
Sydney apartó la mirada de los dos y fijó su atención en la abertura por la que
todos habían saltado cinco minutos antes. Empapados y completamente agotados,
tuvieron suerte de encontrar un pequeño saliente de tierra seca a un lado del río
mientras esperaban a ver si los seguían.
—Tal vez no sean ellos los que están ahí arriba —susurró Oliver, manteniendo
la voz baja para evitar cualquier eco dentro de la cueva—. Podrían ser esos fantasmas
mayas que Beckett mencionó antes.
Sydney estaba en posición de estocada, con el arco en la mano, preparada para
lanzar una flecha si alguien caía por el agujero. La idea de disparar un arma mientras
pisaba el agua no era lo ideal, pero ante la broma de Oliver, le robó una mirada por
encima del hombro.
¿Buscaba Oliver usurpar la posición de Jack como cómico de Falcon, o
simplemente utilizar el alivio cómico para atravesar una situación tensa como había
visto hacer a muchos de los chicos durante su tiempo en el Ejército?
Sí, probablemente sea eso. A su extraña manera, Oliver está tratando de calmar
a Mya. Especialmente teniendo en cuenta que su situación actual era al menos un ocho
sobre diez en el medidor de whisky-tango-foxtrot 1 , en lenguaje militar para qué
mierda.
Cuando Sydney desvió la mirada hacia el agujero, no pudo evitar pensar en
Levi. Él sabía que ella odiaba oírlo maldecir, así que cada vez que tenían un
desacuerdo, en lugar de decir las siglas, protestaba: whisky-tango-foxtrot, mamá. 79
1 En inglés sería las siglas de WTF.
Negó con la cabeza y sonrió al imaginarse a su hijo. Sabía muy bien que era difícil
para ella mantener la cara seria y enfadarse después de aquello.
—¿Tú qué crees? ¿Son los malos o nuestros fantasmas? —preguntó Oliver
juguetonamente, moviendo los dedos hacia Mya.
—No seas idiota —le advirtió Mya. Sydney no volvió a mirar hacia atrás, pero
sabía que era más que probable que su amiga estuviera dándole un codazo en las
costillas a Oliver—. Sé que estás enfadado conmigo. Y me lo merezco.
—Un segundo. —Sydney interrumpió el tira y afloja en el que ambos estaban a
punto de enfrascarse—. Se marchan. —El alivio calmó las mariposas de su estómago
y se colocó junto a Beckett, sentada con las piernas por encima de la cornisa.
—Gracias a Dios —respondió Mya mientras Sydney apoyaba el arco en sus
muslos.
—O no se creen que vayamos a saltar aquí abajo —empezó Oliver—, o le tienen
más miedo a este sitio que Mya.
Mya exhaló un suspiro de frustración, que podía deberse a muchas razones,
pero ¿la más probable para ocupar el primer puesto? Oliver Lucas.
—Hablando en serio —dijo Beckett—, si mañana te hubieras reunido a solas
con ese tipo, como habías planeado, habrías muerto. —Desde luego, no era de los
que endulzan las cosas. Pero por alguna razón, cuando habló, su mirada estaba fija en
Sydney, no en Mya.
—No puedo ni imaginarme si tú... —Oliver dejó que sus palabras se
desvanecieran, desapareciendo todo rastro de humor a medida que la preocupación
genuina se instalaba en su tono.
Sydney había interpretado mal a Oliver. No utilizaba la comedia para cortar la
tensión o enojar a Mya. No, era porque se habría vuelto loco sólo de pensar en lo que
podría haber pasado si Mya hubiera estado sola en la reunión con su contacto del
cártel.
—Elegí Tulum porque es relativamente seguro —reveló Mya—. Aparte de un
repunte en los robos de coches entre aquí y Cancún, pensé que estaría bien. —Se
encogió de hombros—. Este habría sido nuestro cuarto encuentro en México, y
claramente, sigo viva.
—Sí, tuviste suerte las tres primeras veces —siseó Oliver.
—Y suerte de nuevo esta vez, supongo. —Mya soltó un suspiro tembloroso, que
hizo que Sydney se girara para ver cómo estaba—. Pero nunca deberías haber estado
en peligro por mi culpa. Lo siento. 80
—Mya, esto es lo que Oliver y yo hacemos. Esto es normal para nosotros. —
Sydney lanzó una rápida mirada a su compañero, incapaz de leer su expresión en la
penumbra—. Pero no quiero que esto sea lo normal para ti. Tanto si trabajas con
Falcon como si te quedas con Mason y sus chicos, no eres un agente de campo. Ni un
operador.
—Yo era periodista. Lo entiendo. —Los hombros de Mya cayeron mientras se
cubría la cara con las palmas de las manos—. Y lo siento. No volveré a hacer algo así.
—Bajó la mano para centrarse en Sydney—: Tienes mi palabra.
—Lo único que importa ahora es que estés a salvo —respondió Sydney en voz
baja, haciendo todo lo posible por aprovechar la parte de su cerebro que reservaba
para su hijo. La parte emocional—. Bueno, estamos casi fuera de peligro.
—En sentido figurado. Y espero que pronto, literalmente —dijo Oliver.
Sydney volvió a mirar hacia el agua, curiosa por saber en qué estaba pensando
Beckett, ya que su única contribución a la conversación había sido sermonear a Mya
sobre cómo habría muerto mañana de no ser por... bueno, por lo que había pasado
hoy. Y menos mal que habían estado allí con ella.
¿Podría Mya haber tenido razón con toda su charla sobre el poder del
pensamiento antes en la playa? ¿Quién era el autor del que hablaba?
—Entonces, ¿cuál es el plan? —preguntó Mya, seguido del sonido de una fuerte
bofetada como si Mya hubiera abofeteado a Oliver.
Efectivamente, cuando Sydney comprobó cómo estaban los dos, Mya estaba
de pie pero agachada para no golpearse la cabeza, y Oliver estaba en la misma
posición pero con las manos en alto en señal de rendición como diciendo: Bien, bien.
No me necesitas.
—¿Deberíamos nadar hasta que encontremos un lugar por el que podamos
salir? —preguntó Mya, moviéndose hacia donde Sydney se sentaba junto a Beckett.
—Esa sería mi elección, pero dependerá de si el pasadizo es lo suficientemente
alto como para que haya un flujo de aire decente y podamos mantener la cabeza por
encima del agua mientras nadamos —dijo Beckett mientras Oliver sacaba el cargador
del rifle junto con la bala de la recámara—. No lo sabremos hasta que lo intentemos.
—Bien, tiene sentido. —Mya miró a Oliver, que ahora estaba tirando munición
al río antes de tirar también el rifle—. ¿Por qué haces eso?
—No creo que necesitemos esto —respondió Oliver—. Por mucho que odie
tirar basura, es preferible a que unos niños aventureros descubran esto aquí en la
cornisa.
Beckett asintió y, sin decir nada más, se zambulló de cabeza en el agua. Al cabo
de un par de segundos, salió a la superficie y se pasó una mano por el cabello. Había 81
perdido la gorra en algún momento de la carrera, al igual que Oliver.
—Aquí sólo hay unos cinco metros de profundidad. Supongo que eso cambiará
en algún momento —compartió mientras pataleaba en el agua para mantenerse a
flote—, pero dudo que vayamos a estar de pie en este río.
—De acuerdo. —Sydney se volvió hacia Mya y le puso una mano en el
antebrazo—. ¿Estás bien? —Su amiga era una mujer fuerte y segura de sí misma, y
Sydney no pretendía tratarla como a una niña, pero Mya estaba fuera de su elemento.
—Me quedaré contigo —ofreció Oliver, y Sydney esperó a que llegara la
objeción.
—Sé nadar. Gracias —respondió Mya rápidamente—. Simplemente prefiero
ver lo que hay a mi alrededor en el agua. Y ha habido algunos ataques de crocs de
agua salada en los últimos años, así que es una preocupación legítima.
—Espera, espera. —Oliver levantó ambas palmas y se asomó por la cornisa
hacia Beckett—. ¿Crocs?
—Ahí no hay cocodrilos. —Sydney puso los ojos en blanco—. Y Oliver no está
asustado. Sólo está siendo un idiota.
—Vámonos. —Oliver le tendió la mano a Mya, pero ella la apartó.
—Ahora mismo no soy tu mejor fan —dijo Mya cuando Sydney saltó, agarrando
con fuerza su arco en el proceso—. No hacía falta que me taparas la boca con tu
enorme y asquerosa mano cuando saltamos. —Oyó Sydney que Mya añadía una vez
hubo subido de nuevo a la superficie y se acercó al borde, esperando a que Mya
saltara al agua tibia.
—Yo te lo guardo —se ofreció Beckett. Sydney lo miró, decidiendo si sentirse
insultada o agradecida.
—Estoy bien —decidió. Siguiendo con la terquedad.
—De acuerdo. Voy a entrar. Si quieres quedarte solo en la cornisa mientras
nadamos, adelante. —Oliver saltó al agua y Mya refunfuñó algo antes de girar la
correa de su bolso para colocárselo a la espalda. A Sydney le sorprendió que hubiera
conseguido aferrarse a aquello todo el tiempo.
Tras unos minutos tranquilos nadando y, por suerte, con suficiente oxígeno y
luz para mantenerse en movimiento, Mya carraspeó:
—Oliver, dime que es tu pierna la que me está tocando.
—Mi pierna no —le devolvió Oliver, y Mya chilló, lanzándose directamente
sobre él, arrastrándolos a ambos por un momento bajo la superficie.
Sydney nadó en su sitio, esperando a que volvieran a subir. Estaba más fatigada 82
por unos minutos de natación que por los días que había ido al gimnasio en casa.
Necesito unas vacaciones de mis vacaciones. Bueno, suponía, técnicamente
ahora estaba trabajando.
—Maldita sea, Mya —espetó Oliver cuando volvieron a la superficie, con el
pecho de Mya pegado al suyo y los brazos enredados alrededor de él, aferrándose
para salvar la vida—. Estaba bromeando.
Mya siseó y se inclinó lo suficiente como para golpearlo suavemente en el
pecho antes de apartarse por completo.
—Idiota. —Empezó a nadar de nuevo, y Sydney se encontró intercambiando
una rápida mirada con Beckett como si fueran los dos únicos adultos allí abajo.
Una vez que Oliver y Mya estuvieron delante de ellos, Beckett nadó junto a
Sydney y susurró:
—¿Esos dos fueron alguna vez... algo?
—No, pero creo que se sienten atraídos el uno por el otro —declaró Sydney lo
que parecía obvio.
—Esa es tu definición de atracción, ¿eh? —Una risa ligera de este hombre
gruñón, mientras que estar en una cueva y corriendo por sus vidas, era la última cosa
que había esperado.
—No es el tipo al que estoy acostumbrado, pero creo que es el estilo de Mya.
Lo del amor-odio. —Se tomó un momento para sacudir el brazo, cansada de sostener
el arco mientras nadaba, y antes de que pudiera seguir avanzando, Beckett se lo
arrebató de la mano.
—Si insistes en llevar esto contigo, entonces me toca a mí llevarlo. —Levantó la
barbilla, una directiva silenciosa para que siguiera nadando y no discutiera.
Sydney no solía tolerar que los hombres la mandonearan, ni ocurría a menudo,
pero por la razón que fuera, mantuvo la boca cerrada. Porque realmente tenía el brazo
fatigado y los dedos acalambrados.
—¿Cómo has llegado a ser tan hábil con el arco, de todos modos? —Beckett la
miró mientras nadaba—. La última vez que lo comprobé, no eran estándar en el
Ejército.
Recordó la primera vez que empuñó un arco, a los nueve años, y cómo se había
aficionado desde el momento en que su primera flecha dio en el blanco.
—Mis antepasados eran, bueno... Vengo de una larga estirpe de arqueros. Mi
abuelo quería asegurarse de transmitirme la habilidad antes de que él —dijo
tragando saliva—, muriera. 83
Beckett dejó de nadar un momento para mirarla y frunció el ceño.
—Lo siento.
—No lo sientas. Vivió mucho. —Sonrió al recordar a su abuelo. Hubiera dado
cualquier cosa porque él hubiera visto crecer a Levi. Había sido un hombre trabajador
y enérgico. Siempre veía lo bueno en la gente. Buscaba el lado positivo en todos los
aspectos de la vida. Habría sido un gran modelo para Levi. No es que Seth fuera un
mal padre, pero...
Mierda, ¿tenía lágrimas en los ojos? Se sumergió en el agua para ocultar las
emociones que habían aflorado en un momento tan inoportuno y, cuando subió a la
superficie, le hizo un gesto para que siguiera nadando.
Beckett vaciló, como si esperara que ella añadiera algo más a la historia, así
que nadó a su lado y añadió:
—Mi abuelo no era de dinero. No como yo, debería decir. Pero si no fuera por
su influencia y por cómo educó a mi padre, dudo mucho que mi padre hubiera
convertido una idea en un negocio multimillonario.
—Tu abuelo parece que era un buen hombre.
—Lo era —dijo suavemente.
—Eh, veo la luz. —Las palabras de Mya hicieron que Sydney guardara sus
recuerdos para poder concentrarse de nuevo.
—Mientras no te refieras a la luz, como en la escalera al cielo, entonces estamos
bien —bromeó Oliver. Era un paracaidista curtido en mil batallas de la 82ª División
Aerotransportada, pero ahora mismo le recordaba a su hijo.
Chicos.
—¿Crees que estas lianas se pueden utilizar como una cuerda para salir? —
preguntó Mya.
—Tira de ellas y verás. Si te caes, te agarraré. Te lo prometo. —Oliver nadó
bajo el haz de luz que entraba desde el gran agujero de arriba. No había ninguna
escalera visible, por lo que dudaba que éste fuera uno de los cenotes visitados por
los turistas.
—Listillo. —Mya agarró un puñado de lianas y tiró—. Parece seguro, pero
puede que quieras comprobarlo, Syd.
—Esa puede ser nuestra salida, entonces. —Sydney nadó para comprobar las
lianas. Parecía ser un ascenso de unos seis metros por la pared—. Podemos esperar
aquí hasta que Gray mande un mensaje. Debería poder localizarnos, pero le enviaré
un mensaje para comprobarlo.
—Podemos esperar en ese terreno seco de ahí —anunció Beckett mientras
Sydney se agarraba a un puñado de lianas y apoyaba las suelas de sus sandalias
84
contra la pared rocosa. Levantándose, puso en práctica sus conocimientos de
escalada.
Con varias lianas aferradas con ambas manos y un agarre firme, ascendió por
la pared a pesar del resbaladizo suelo, levantando la barbilla hacia la luz del techo.
La jungla no era tan densa alrededor de este cenote, así que no quería permanecer
visible mucho más tiempo y arriesgarse a ser vista.
—Esto debería funcionar. —Sydney volvió a mirar a la pared, dándose cuenta
de que algo iba mal. Se sentía mal, al menos. Y no eran los calambres en los dedos
por llevar el arco. Un escalofrío le recorrió la espalda al darse cuenta de que unas
hormigas rojas, hormigas de fuego, se estaban arrastrando desde las lianas hasta su
mano derecha, y cuando dejó de concentrarse en su camiseta de tirantes, vio que
unas cuantas ya habían llegado hasta su pecho. ¿Cómo demonios habían llegado tan
rápido? —Genial —refunfuñó, ignorando el escozor que sentía en las manos.
Rápidamente soltó un puñado de lianas y liberó el carcaj de su cuerpo.
—¿Qué pasa? —gritó Mya desde abajo, con un deje de pánico en el tono.
—Estoy a punto de caerme. Muévete —advirtió Sydney justo antes de soltarse
con la otra mano y caer de espaldas al cenote.
Una vez sumergida por completo en el agua, Sydney se quitó rápidamente la
camiseta de tirantes antes de subir a la superficie.
—¿Se han ido? —Se quitó la camiseta de encima y se pasó la palma de la mano
por la piel para librarse de las rezagadas.
—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó Mya mientras nadaba.
—Hormigas de fuego —respondió Sydney una vez que confirmó que todas las
bastardas habían desaparecido—. La forma más rápida de quitármelas de encima.
Una vez resuelto el problema, empezó a buscar la camiseta de tirantes que
había tirado y se dio cuenta de que sus pechos estaban a la vista y que su sujetador
transparente de color carne no la cubría en absoluto, ya que estaba empapada.
Que no se te haga costumbre verme parcialmente vestida. Sus palabras de hacía
sólo unas horas resonaron en su mente cuando vio a Beckett agachado en el suelo
seco, con los antebrazos apoyados en sus musculosos muslos y la camiseta colgando
de sus manos. Una sonrisa lenta y sexy iluminó su rostro, y ella supo exactamente lo
que ese hombre tenía en mente.
Con voz casi ronca, sus ojos se desviaron hacia el pecho de ella mientras decía:
—Parece que hemos cerrado el círculo.

85
CAPÍTULO DIEZ
—Esto se está convirtiendo en un hábito para usted, señorita Archer. —En las
últimas horas, Beckett había visto a aquella mujer en topless, con una bata de seda sin
nada debajo y ahora con un sujetador transparente. ¿Qué pasaría si pasaran mucho
tiempo juntos?
Sydney no se molestó en responder mientras nadaba en silencio hacia donde
él estaba. Cuando llegó a la cornisa, él extendió el brazo para ayudarla.
En lugar de agarrarle la mano, se acercó al saliente que había a su lado e
intentó subir por la resbaladiza pared de roca.
Él no cedió, curioso por saber cuántas veces seguiría ella insistiendo antes de
aceptar finalmente su ayuda. Testaruda.
Tras cada intento fallido, sus ojos se llenaban de frustración. No sólo era
testaruda, sino que no estaba acostumbrada a fracasar.
Beckett apartó la mirada de la rubia que maldecía en voz baja y se dirigió a
Oliver, que se impulsó hacia la empinada cornisa al segundo intento y,
sorprendentemente, Mya le permitió que la ayudara a subir.
—Ustedes dos tienen ventaja de altura —murmuró Sydney como si aún
necesitara defender sus intentos fallidos.
Se agachó un poco más, sujetando aún la camiseta mojada, y la miró a los ojos.
Estaban rodeados de rímel negro y delineador de ojos, lo que, en su opinión, la hacía
aún más sexy.
Con su espesa melena rubia peinada hacia atrás, mostrando sus pómulos altos
y sus labios carnosos, parecía una supermodelo en un anuncio de viajes a Tulum.
—¿Significa eso que aceptarás mi mano si te la doy? —Beckett sonrió cuando
sus ojos verdes le atravesaron como una de sus flechas. Aquella mirada oscura pero
casi seductora le disparó directamente al... bueno, no al corazón. Ahora mismo, era
un órgano diferente el que conducía el espectáculo con sus pechos levantándose y
cayendo por las profundas respiraciones frustradas—. ¿Señora? —Arqueó una ceja,
86
abriendo la mano, haciendo todo lo posible para seguir siendo caballeroso antes de
que sus pensamientos se desviaran hacia el territorio cavernícola.
—No me llames señora —fue todo lo que dijo antes de darle una palmada en el
antebrazo y apretar, tomando el control de su ayuda. Haciendo todo lo posible por
mantenerse en pie a pesar de la resbaladiza superficie bajo sus botas mojadas, se
inclinó hacia atrás y tiró de ella hacia la cornisa.
Pero, maldita sea... se resbaló y cayó de espaldas, con ella encima. A
horcajadas sobre él, con las manos apoyadas en su pecho húmedo mientras
recuperaba el aliento, lo estudió con una intensidad aguda que le despertó la
curiosidad por saber qué pasaba por su hermosa mente.
—Siento haberte hecho caer —susurró ella, y luego se hizo a un lado y se
levantó, ofreciéndole esta vez la mano. Optó por no ser un imbécil testarudo y la tomó.
Sus palmas se unieron y una oleada de calor se propagó desde la punta de sus
dedos hasta su brazo.
Tragó saliva y le soltó la mano una vez de pie, casi olvidando que no estaban
solos. Cuando giró la mirada para ver a Mya y Oliver sentados de espaldas a la pared
y centrándose directamente en ellos, lo único que les faltaba eran sus palomitas de
cine para la función.
Tanto él como Oliver habían visto antes a Sydney en topless en la playa, así que
¿por qué le molestaba que Oliver pudiera ver los pechos de Sydney mientras sus
pezones se tensaban contra la tela de su sujetador transparente?
—Tu camiseta —ofreció Beckett, ansioso de que se cubriera por más de una
razón ahora.
—Hoy parece más cómoda sin una —dijo Mya, tomando a todos por sorpresa
dado lo nerviosa que había estado esa tarde.
—Qué curioso —dijo Sydney mientras sacudía la camiseta como si le
preocupara que hubiera más hormigas pegadas a la tela.
—Deberías conseguir un poco de aloe vera para el pecho y las manos. Un poco
rojas —observó, haciendo todo lo posible por mirar discretamente las pequeñas
ronchas de las picaduras de hormiga de fuego cerca de su escote.
Sydney siguió su mirada para comprobarlo antes de ponerse la camiseta.
—Seguro que en la tienda de regalos del hotel tienen —comentó en voz baja,
luego se acercó lentamente a Oliver y le tendió la mano para agarrar el carcaj que
debió de arrebatarle del agua después de que Sydney se lo arrojara.
—Perdí algunas flechas en el río —observó Oliver, señalando con la barbilla el
lugar donde Beckett había colocado el arco.
Sydney se sentó contra la pared junto a Mya y apoyó el arco y el carcaj en su
87
regazo antes de golpear su reloj, probablemente para comprobar si Gray había
recibido su mensaje anterior.
—Mensaje recibido. Dice que no debería tardar mucho.
—Vaya, qué buena noticia —dijo Mya mientras Beckett se apoyaba en la
pared—. Pero mientras esperamos, tengo que preguntarte algo. —Mya se centró en
Sydney mientras se retorcía el cabello rubio en una trenza lateral, la cola colgando
unos centímetros por debajo de la curva de su pecho izquierdo.
Beckett dudaba que su cabello se mantuviera así mucho tiempo sin un coletero.
Y sólo lo sabía porque había aprendido varias formas diferentes de trenzar el cabello
a lo largo de los años por el bien de McKenna. Cosas que nunca pensó que haría en
su vida. Pero merecía la pena por ver sonreír a su hija.
—¿Sí? —preguntó Oliver cuando las palabras de Mya parecieron atascarse en
su garganta.
Mya se giró esta vez para mirar a Oliver.
—¿Todavía me quieren en su equipo después de todo esto? Mi imprudencia
nos metió en esta situación.
Sydney soltó su trenza y se estiró, recolocando el arco y el carcaj más abajo de
sus piernas.
—Eres valiente. Inteligente. Intuitiva. Y, evidentemente, muy buena
encontrando fuentes que se pondrán en tus manos y te darán información. Así que sí,
sigo queriendo que trabajes con nosotros —dijo Sydney, con un tono decidido.
Mya hizo una mueca de dolor.
—Mi fuente está muerta por mi culpa.
—Está muerto porque se unió al cártel en primer lugar —se apresuró a
recordarle Oliver—. Pero quizá tenga más suerte en el más allá, por intentar hacer lo
correcto al final. —Levantó las palmas de las manos al aire—. Estoy de acuerdo con
Sydney. Deberías unirte a nosotros. No te dejaríamos venir aquí sola como hizo tu otro
equipo.
—No sabían que había venido a Tulum por eso. Mentí sobre por qué estoy aquí
—se defendió Mya antes de arrastrarse una mano por la cara.
Sí, me identifico con eso.
Mya respiró hondo, con los hombros ligeramente caídos.
—Si trabajo con ustedes, entonces consideren esto —dijo mientras giraba el
dedo en el aire—, un ensayo. Lo que significa que necesito más información de ti,
Beckett, si voy a ayudar a encontrar a Cora.
Beckett apartó la espalda de la pared ante lo que ella insinuaba. Sabía lo que 88
esta antigua periodista querría de él. Y aunque ella no le resultaba tan desagradable
como las reporteras de Los Ángeles, no estaba seguro de estar preparado para abrir
los labios y sincerarse como si se tratara de una sesión de terapia con él en el diván.
¿Hablar de sentimientos? Paso difícil, como le gustaba decir en broma a su hija
cuando no le apetecía hacer las tareas del hogar. Por supuesto, no estaba bromeando.
—Te das cuenta de que tienes que compartir lo que sabes en algún momento,
¿verdad? —presionó Mya, leyendo sus pensamientos.
O tal vez leyendo su cara. Probablemente había puesto su “cara de gruñón”
como bromeaba su hermana. Ceño fruncido. Cejas fruncidas. Etcétera. Etcétera.
—Tenemos tiempo. —Continuó Mya mientras él permanecía callado—.
Estamos aquí sentados esperando un rescate. ¿Por qué no compartes lo que sabes
para que, cuando salgamos de aquí, podamos empezar de inmediato? Cuanto antes
encontremos a tu ex, mejor.
—Ahora mismo, mi preocupación es Jesse. —Beckett se cruzó de brazos, la
parte posterior de su cráneo golpeando la superficie dura detrás de él.
—Y la seguridad de Jesse podría muy bien estar ligada a la de Cora ahora. —
Mya no necesitaba recordarle esa posibilidad. Beckett había estado atormentado por
ese pensamiento desde que Jesse había entrado en aquel Cadillac la noche anterior.
Yo soy el imprudente.
—Sé que puede no ser fácil hablar de esta mujer si te hizo daño de alguna
manera, pero no puedo ayudar si todo lo que tengo para trabajar es una página en
blanco. ¿Quizá empezar por cómo se conocieron Cora y tú? —sugirió Mya, su tono
suave como la mantequilla en las galletas caseras de su madre.
Maldita sea, la mujer era buena. No podía culparla por recurrir a su arsenal de
habilidades para la entrevista para intentar que él se abriera. Pero eso tampoco
significaba que quisiera derramar sus sentimientos y escribir la historia de su vida
para llenar esa página en blanco de ella.
Tendrían que conformarse con la versión en viñetas de su vida.
Beckett exhaló un suspiro de inquietud y liberó los brazos de su posición de
bloqueo sobre el pecho.
—¿La conociste en Los Ángeles cuando eras policía? —intervino Oliver,
lanzando a Beckett una bola blanda para facilitarle la conversación.
No necesitaban tomarle de la mano, pero ¿por qué se agarraba la nuca, donde
el manojo de nervios parecía retorcerse?
—¿Fuiste policía en Los Ángeles? —Ese dato despertó el interés de Mya—.
Entonces, antes de ser sheriff en Walkins Glen, ¿trabajaste en California? —Su
pregunta parecía más bien una afirmación en busca de confirmación.
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Se despeinó mientras pensaba en las palabras que se sentiría cómodo
compartiendo.
—Siempre planeé dedicarme a la aplicación de la ley. Y quería lo contrario de
mi pequeña ciudad. Elegí Los Ángeles porque odio el frío, así que Nueva York estaba
descartada —reveló finalmente—. Cuando terminé la universidad, me apunté a la
academia de Los Ángeles. Al ver todos los problemas con las bandas y las drogas,
decidí que quería avanzar en la División de Narcóticos y convertirme en detective. —
Bien, ya está bien de historias.
—Oh. —El pequeño sonido se escapó de los labios de Mya como si ya estuviera
completando ella misma el resto de su historia.
Beckett centró su atención en Sydney. ¿Por qué le resultaba tan difícil compartir
la siguiente parte? ¿Le preocupaba que ella pensara que era un idiota por permitir
que una mujer lo engañara? Acabemos de una vez. Pero no podía apartar la mirada de
ella mientras hablaba.
—Vengo de una familia amante de la música. En mi tiempo libre, iba a algunos
clubes de jazz y blues los fines de semana. —Esto tiene sentido, lo juro.
—Recuerdo que Jesse nos dijo que tu ciudad natal llevaba el nombre de tu
padre y otro tipo de allí. Walker y Hawkins juntos, ¿verdad? —habló Oliver—.
Walkins Glen. Salvo que en realidad no hay ninguna cañada en tu pueblo —añadió
con tono ligero, y Beckett miró hacia él para verlo sonreír—. Tu padre fue músico
después de la mili....y luego se hizo cargo del rancho.
Beckett asintió.
—Como he dicho, llevo la música en la sangre. Así que solía ir a un sitio
concreto con regularidad, y allí conocí a una cantante.
—Cora —susurró Mya.
A Beckett se le hizo un nudo en la garganta y su corazón se aceleró al llegar a
esta parte de su historia, una historia que de repente había pasado de los puntos a los
detalles.
—Una noche, un par de tipos intentaban asaltarla a la salida del club y yo
intervine para ayudarla. Después, empezamos a salir. —Pensó en aquella noche y en
la imagen de Cora junto a su Civic rojo, intentando apartar a los dos hombres que la
acosaban exigiéndole dinero. Todo era una actuación—. Me engañó con lo de la
damisela en apuros para entrar en mi vida.
Beckett se volvió y apoyó una mano en la pared, fortaleciéndose mientras se
preparaba para compartir la parte de la historia que siempre lo desmantelaba. Había
amado a aquella mujer con todo lo que tenía y, a cambio, ella le había arrancado el
corazón y lo había destruido. Destruyó su capacidad de volver a confiar o permitirse
amar a otra mujer. Pero por mucho que Cora lo hubiera herido, él no cambiaría nada.
90
Ella le había dado a McKenna.
—Puedes parar. —La mano de Sydney se posó en su hombro—. No necesitas
hacer esto ahora. No aquí abajo.
Se apartó de la pared y la mano de ella se deslizó en el proceso.
—No pasa nada. No pasa nada. Deberías sentarte.
Inclinó la cabeza y siguió estudiándolo como si comprendiera el alcance de su
dolor. ¿Quizá lo entendía?
—Prefiero seguir adelante y acabar de una vez. —He llegado hasta aquí, ¿por
qué no terminar?
—Te eligió como su objetivo por tu trabajo, ¿no? —preguntó Mya, estudiándolo
rápidamente.
Beckett se encaró con ella, incapaz de seguir con la siguiente parte de la
conversación mientras se perdía en la mirada de Sydney.
—Más bien lo hizo la banda MS-13. Ella les debía un favor. Cora siempre se
involucraba con la gente equivocada. Y yo era alguien a quien la banda no podía
comprar. No podían ponerme en su nómina. Así que encontraron otra forma de llegar
a mí —confesó, sintiéndose tonto de nuevo.
—¿Qué pasó? —Mya estaba de pie ahora, su cerebro de reportera
probablemente trabajando horas extras, posiblemente tramando los posibles
resultados de cómo iba su historia.
Incómodo, intentó meterse las manos en los bolsillos, olvidando que aún estaba
empapado por la inmersión en el cenote. Así que se cruzó de brazos una vez más,
intentando controlar sus emociones. Luchar contra los demonios de su pasado, que
eran más reales que los “fantasmas” de la selva.
—A los seis meses de relación, se quedó embarazada por accidente. Le
propuse matrimonio, pensando que era lo correcto. Pero nunca nos casamos. —Hizo
una pausa para recuperar el aliento—. Y entonces, unos días antes de que naciera
McKenna, la sorprendí revisando el ordenador de mi trabajo en nuestro apartamento.
—Se tragó el nudo que tenía en la garganta—. Intentó escabullirse mintiendo de lo
que estaba haciendo, pero luego se derrumbó y confesó.
Resistió el impulso de cerrar los ojos, de retroceder en el tiempo hasta aquella
noche. En realidad, no quería revivir aquel momento. Pero más veces de las que
podía contar había revivido recuerdos como aquel. ¿Cómo había podido estar tan
ciego para no darse cuenta de que ella lo estaba utilizando para transmitir
información a la MS-13?
—Cora dijo que la matarían si no me engañaba para salir con ella y luego 91
colarse en mi vida. Pero luego dijo que se enamoró de mí. Lo sé, es una estafadora,
¿por qué creerle? —Beckett negó con la cabeza. Seguía sin saber si Cora lo había
amado de verdad, pero no importaba—. No sabía qué hacer. Estaba a punto de tener
a nuestro hijo. Y yo necesitaba tiempo para saber cómo manejar la noticia. Una parte
de mí quería meterla en la cárcel. Pero, ¿cómo demonios iba a hacerlo? —Se le
revolvió el estómago ante los recuerdos que se amontonaban uno a uno en su mente.
—¿Qué pasó? —preguntó Mya suavemente.
Beckett parpadeó varias veces.
—Dos días después de que naciera McKenna, Cora desapareció. Dejó una nota
despidiéndose.
—¿Se fue? —Mya carraspeó, y sí, era una píldora difícil de tragar. Incluso para
Beckett trece años después.
—Su nota decía que McKenna estaría más segura sin ella en nuestras vidas. Y
supuso que el cártel creería que los había traicionado al marcharse, así que tendría
que esconderse un tiempo. —Cerró los ojos esta vez, esperando que su cuerpo no lo
traicionara y mostrara algún signo físico de la paliza emocional que le habían dado
sus recuerdos.
—¿Intentaste encontrarla? —preguntó Mya.
—Por supuesto. —Beckett abrió los ojos y vio a Mya dando pasos cuidadosos
para no resbalar en el agua mientras se acercaba a Sydney—. No es que supiera qué
demonios haría si la encontrara. Joder, me utilizó durante meses para ayudar a
traficantes y asesinos. Decidí que sería más seguro volver a Alabama y criar allí a
McKenna. —Descruzó los brazos sólo para apretar las manos en puños a los lados—.
No encontré a Cora después de aquello, pero ella me encontró a mí. Pedía ayuda o
aparecía de vez en cuando. Pero nunca vi a McKenna. Hizo todo lo posible por
manipularme para conseguir lo que necesitaba. Dinero.
—¿Y la ayudaste? —preguntó Oliver sorprendido, como si él no hubiera hecho
lo mismo. Pero Oliver no sabía lo que era ser padre. No era tan sencillo.
—Es la madre de su hijo —susurró Sydney antes de encararse con Beckett—.
¿Qué otra cosa podía hacer?
—Dijiste antes que no sabías nada de Cora desde hace años, ¿verdad? ¿Hace
tres semanas fue la primera vez en mucho tiempo? —reiteró Mya.
—Sí, casi seis años. —Había visto a Ivy desde entonces, pero no a Cora—. La
última vez que apareció le advertí que si volvía a ponerse en contacto conmigo, no la
ayudaría. Y sorprendentemente, me escuchó. Bueno, hasta hace poco.
—Así que por eso no crees que Cora se involucre ahora con el cártel —dijo Mya
comprensiva—. Y supongo que su hermana conoce la historia de Cora, así que 92
tampoco querría mezclarse con los sinaloas.
—Cierto, pero como dije, Cora siempre fue genial mezclándose
accidentalmente con la gente equivocada. Supongo que no es inconcebible pensar
que Cora está en problemas ahora porque alguien del pasado relacionado con la MS-
13 o los sinaloas la encontró. Muchos de sus antiguos compañeros fueron arrestados
no mucho después de que ella huyera de la ciudad, y probablemente la culparon por
ello. —Pero Cora también era muy buena permaneciendo invisible. Diablos, ni
siquiera los contactos de Emily pudieron encontrarla con su software de
reconocimiento facial. ¿Cómo podría alguien de su pasado encontrarla?—. ¿Mala
suerte, tal vez?
—¿Supongo que el cártel no conocía a Ivy cuando Cora estaba en Los Ángeles,
o no se arriesgaría a ir a ese club en Juárez? —preguntó Mya.
—No, Ivy nunca vivió en Los Ángeles mientras Cora estuvo allí, y no tenía
ninguna relación con el cártel por lo que yo sé... bueno, una vez que supe la verdad,
eso es lo que me dijo Cora.
Antes de que Beckett pudiera compartir más, la mirada de Sydney bajó a su
reloj y anunció:
—Ya vienen.
—¿Quién? —Mya se acercó a Oliver—. ¿Los buenos o los malos?
—Buenos chicos —respondió Sydney mientras Beckett escuchaba en busca de
señales de que no estaban solos.
Al cabo de un minuto, una voz grave gritó:
—Sydney Archer, nos envía Carter Dominick. Vamos a sacarlos a todos de ahí.

93
CAPÍTULO ONCE
—No me malinterpretes, te lo agradezco —empezó Beckett una vez que los
cuatro estuvieron en la superficie—, pero ¿cómo es que has llegado aquí tan rápido?
¿No llamó Carter hace menos de una hora?
—¿Pasabas por aquí? —soltó Oliver con sarcasmo mientras se unía a Beckett
para enfrentarse a los desconocidos que tenían delante.
Beckett echó un vistazo rápido a Sydney, que estaba a su lado. Estaba
evaluando su entorno, así como a los seis tipos que gritaban que habían sido militares,
desde sus ropas completamente negras hasta la pintura negra y verde que les cubría
la cara.
—Nos estábamos preparando cuando Carter llamó. —Un hombre se separó del
grupo, y la forma en que se movía y hablaba gritaba “líder”. Confiado pero no
arrogante—. Nos enteramos del tiroteo en el hotel. Vivo a diez minutos. Nos lanzamos
con una cuerda rápida a la selva desde mi heli privado.
Distancia. Heli. Cuerda rápida. Sí, eres un veterano.
El hombre al mando levantó la barbilla cuando se oyó el sonido de un
helicóptero sobrevolando el follaje. Lo más probable era que sus hombres se
hubieran enfrentado a los miembros del cártel a pie después de llegar y que hubieran
avanzado hasta su ubicación después de que Gray avisara al reloj de Sydney. Y con
relativa rapidez.
—Bueno, agradecemos tu ayuda —intervino Mya, adelantándose para ofrecer
su mano.
—Tú no eres policía. Ni militares en activo —dijo Oliver al estrechar la mano
del hombre a continuación. Beckett y Sydney lo siguieron en silencio por respeto—.
Entonces, ¿quién eres? —Continuó Oliver—. ¿Y de qué conoces a mi jefe?
Los labios del hombre esbozaron una sonrisa antes de mirar por encima del
hombro a sus hombres, que imitaron su mirada divertida.
—Soy Martín Gabriel. —Abrió las palmas de las manos hacia el cielo—. Pero
94
mis hombres y yo somos conocidos como los fantasmas.
—Fantasmas —terminó Beckett por él—. Así que son los fantasmas de la selva
de los que nos hablaron. —Ahora tenía sentido. Más o menos.
—Ah, bueno —dijo Oliver—. Déjame adivinar, ¿vigilantes? Si se estaban
preparando para acabar con esos matones antes de que Carter llamara, deben de
manejar este tipo de situaciones con regularidad. Independientes de la policía,
¿verdad?
—Alguien debe hacerlo, ¿no? La policía no puede hacer mucho sin poner en
peligro la vida de sus familias si se involucra en los negocios de los cárteles. —Martín
se guardó las manos en los bolsillos e inclinó la cabeza, luego clavó en Beckett una
mirada cómplice, posiblemente intuyendo que era un agente de la ley.
Por desgracia, debido al tiempo que pasó trabajando en Los Ángeles, Beckett
comprendió la gravedad de las palabras de Martín más de lo que le importaba
admitir. De haberse quedado en la ciudad, la vida de McKenna podría haber corrido
peligro en algún momento debido a su trabajo.
—¿Y no tienes miedo del cártel? —preguntó Mya, sonando un poco
desconcertada por el hombre.
—Deberían tenernos miedo, y creo que están empezando a tenerlo. Estamos
desarrollando una intrincada red en todo México para combatir a estos hombres que
intentan destruir nuestro país.
—Valiente por tu parte —dijo Oliver—. Supongo que conociste a mi jefe a
través de tus tratos con el cártel.
Martín asintió.
—Digamos que mi cabeza sigue unida a mi cuerpo gracias a él. —Hizo un gesto
para que empezaran a caminar, y Beckett estuvo más que encantado de complacerlo.
Estaba empapado. Y aunque caminar con las botas mojadas no era su idea de un buen
momento, el atractivo de una ducha caliente y ropa limpia lo obligó a seguir adelante.
—Pregunta estúpida porque si no, no estarías aquí, pero ¿están todos los malos
muertos? —preguntó Mya, clavada en su sitio.
Martín se volvió hacia ella.
—Sí.
Mya cerró el espacio entre ellos.
—Si estás a la caza del cártel, hay algo que puede ayudarte. —Rápidamente
explicó todo sobre su fuente interna y el teléfono móvil que contenía información
sobre las rutas de tráfico de personas. 95
—Mis hombres localizarán su teléfono. Y puedo prometerte —Martín se detuvo
y se puso una mano sobre el corazón—, que ayudaré personalmente a destruir esa
red. Y les ofreceremos nuestro apoyo si vuelven a enfrentarse a los sinaloas.
Beckett no solía juzgar rápido a la gente, pero Martín no sólo les salvó el culo,
sino que desprendía buenas vibraciones. El instinto de Beckett le decía que el tipo
era más que digno de su confianza. Y aceptaría toda la ayuda posible para salvar a su
cuñado y a la madre y la tía de McKenna.
—Carter ha pedido que los cuatro pasen la noche en mi casa para pecar de
precavidos por ahora —explicó Martín mientras reanudaba la marcha, siguiendo el
ritmo de Beckett mientras sus hombres lo seguían de cerca—. Los llevaremos de
vuelta a su hotel para que puedan recoger sus cosas. La policía aún no está en el hotel.
Les hemos ordenado que esperen a que yo les diga antes de venir. —Martín y su
equipo tenían claramente el respaldo y el respeto de las fuerzas del orden locales
para plegarse a sus peticiones. Pero era mejor que se lo pidieran a Martín que al
cártel—. Un coche los recogerá y los llevará a mi casa. Me temo que en mi coche no
cabemos todos.
Beckett divisó brevemente el helicóptero a través de una abertura entre las
ramas. Parecía estar siguiéndolo, lo que hizo que Beckett se sintiera un poco mejor al
tener ojos en el cielo mientras navegaban por el bosque de vuelta al complejo.
Sydney permaneció relativamente callada mientras caminaba hasta que Martín
dirigió su atención al arco que había decidido traer consigo.
—Vienes de una larga estirpe de arqueros, ¿sí?
—¿Cómo es posible que lo sepas? —preguntó Sydney, más que una pizca de
especulación a través de su tono.
Por el rabillo del ojo, Beckett vio que Martín sonreía.
—Llámalo sentimiento. Mis antepasados se remontan a los mayas que una vez
gobernaron esta misma tierra. Eran excelentes arqueros.
—¿Seguro que no te importa que nos quedemos contigo esta noche? —
preguntó Sydney después de que pasara un momento tranquilo—. Estoy segura de
que estaremos bien en el hotel. No deberían identificarnos. Mi equipo se encargó de
las cámaras de seguridad.
—Me sentiría mejor si se quedaras con nosotros. Mi casa es su casa —respondió
Martín sin dudarlo—. Además, a mi mujer, Valentina, le encanta cualquier excusa
para organizar una cena. La harán feliz. Y una mujer feliz es una vida feliz. Debes estar
de acuerdo, ¿no? —Miró a Beckett e inclinó la cabeza en dirección a Sydney—. ¿Están
casados?
96
—¿Nosotros? —Beckett dejó de caminar, intentando comprender cómo aquel
hombre con su excelente lectura de la gente hasta el momento había llegado a tal
conclusión—. Apenas nos conocemos —explicó cuando sus ojos conectaron con los
de Sydney, que también se quedó quieta, devolviéndole la mirada en silencio.
Cuando Beckett volvió a centrarse en Martín, sus ojos marrones brillaron como
si supiera algo que ellos no sabían.
—El corazón no miente. —Martín sonrió—. Los ojos tampoco.
El corazón no miente? El corazón no miente. Claro que sí. Una y otra vez. Y su
relación con Cora era prueba de ello.
Beckett se aclaró la garganta y comprobó si Sydney reaccionaba, pero ya
estaba de nuevo en movimiento. En su lugar, había descubierto a Oliver mirando
hacia él con una sonrisa puesta en la cara.
Beckett hizo un gesto con la mano, indicando a Oliver que perdiera esa
estúpida sonrisa y caminara.
Mientras seguían a Martín de vuelta al hotel, les contó algunos detalles más
sobre los mayas y su historia.
Cuando salieron de la selva, Martín miró al helicóptero que seguía surcando
los aires, hizo una señal y el helicóptero viró en otra dirección.
—¿Quieren recoger sus pertenencias y reunirse con mi chófer en la puerta
dentro de quince minutos? —sugirió Martín una vez que estuvieron junto a las dianas
de tiro con arco. El recinto seguía en un silencio inquietante, y supuso que los
huéspedes y el personal estarían agazapados hasta que retiraran los cadáveres y
confiaran en que el peligro había desaparecido—. ¿Es tiempo suficiente?
—Claro. —Sydney dejó el arco y el carcaj sobre una mesa cercana, como si no
lo hubiera utilizado para disparar a un hombre no hacía mucho. Sus ropas parecían
estar secándose con el calor, igual que las de él, pero cuando ella se puso frente a él,
vio sus pezones a través de su camiseta blanca, y tuvo que tragar saliva y apartar la
mirada.
—Hasta pronto, entonces. Y me alegro de que estén todos bien —dijo Martín
antes de compartir los datos del conductor de su camioneta. Luego hizo girar el dedo
como si fuera la hoja de un helicóptero para animar a su equipo a separarse.
—¿Esto ha pasado de verdad? —Mya miró a su alrededor con incredulidad una
vez que se quedaron solos—. ¿Es un día normal en Falcon Falls? Quiero decir, sé que
lo que Mason y los chicos hacen es peligroso, pero nunca he estado en el campo para
verlo, así que…
—Al menos Mason tiene algo de sentido común —murmuró Oliver, lo que le
valió un ceño fruncido por parte de Mya. 97
—Yo no diría que este es un día normal —respondió Sydney un momento
después, mientras Mya abría su bolso y rebuscaba, probablemente buscando su
teléfono para ver si había sobrevivido al baño.
Beckett estaba bastante seguro de que su teléfono no funcionaba, ya que había
estado en su bolsillo todo el tiempo. Tendría que llamar a McKenna y a Ella desde el
teléfono de la habitación del hotel antes de marcharse.
Mierda, tacha eso. Si el cartel rastreaba cualquier llamada saliente para tratar
de averiguar su identidad...
—Sydney, tu móvil está en tu habitación, ¿verdad? —le preguntó, recordando
que ella sólo tenía su reloj Apple cuando se unió a ellos en el almuerzo.
—Sí, puedes llamar a tu hija desde él si quieres —respondió, leyéndole la
mente.
—Pongámonos en marcha. —Oliver puso la mano en la espalda de Mya,
indicándole que caminara, y Beckett y Sydney los siguieron en silencio hacia el hotel.
Aún no había ni un solo huésped, miembro del personal o agente de policía a la vista.
La zona del bar surgió a su izquierda a medida que se acercaban a la parte
principal del hotel, junto a sus suites, y Oliver tiró del brazo de Mya.
—No mires —advirtió Oliver al ver los cadáveres aún tendidos en el suelo—.
Te acompaño a tu habitación para que recojas tus cosas —le ofreció a Mya una vez
estuvieron dentro del edificio principal. Aún no había señales de vida—. Y no
discutas.
Beckett esperó a que los dos se separaran y siguió a Sydney por las escaleras
traseras hasta su habitación, sin decir ni una palabra, lo cual le pareció bien.
Una vez en su suite, dejó escapar un suspiro, intentando asimilar las últimas
veinticuatro horas. Del club de los años veinte a ser salvado por “fantasmas”. Estaba
bastante seguro de que nadie se creería la historia aunque intentara vendérsela al
Enquirer.
—Al menos la tarjeta todavía funcionaba. —Ella dejó el trozo de plástico en el
tocador, frente al espejo, y empezó a desenredarse el cabello, soltando los mechones
de la trenza que milagrosamente se había mantenido en su sitio—. Me vendría bien
una ducha rápida antes de irnos. ¿Y a ti?
Miró su ropa sucia y casi seca. Nada le gustaría más que quitarse la locura del
día.
—Juntos no —soltó como si le preocupara que pudiera malinterpretar sus
palabras. 98
Por supuesto, después de sentirse como una bola de pinball a la que han
golpeado en todos los sentidos hoy, el sexo no debería haber estado en su mente. Y
sin embargo... los pensamientos de Sydney sentada a horcajadas sobre él en aquella
cueva golpeaban su agotada mente.
—Puedo estar sola. No necesitas cuidarme. Además, creo que ya me has visto
parcialmente desnuda lo suficiente por hoy. —Ese poco de humor, o tal vez era
descaro, lo hizo sonreír.
—Me sentiría mejor si permanecemos juntos. —Se metió una mano en el
bolsillo en busca de su tarjeta de acceso, suponiendo que la suya funcionaría ya que
la de Sydney lo había hecho—. Puedo ir a buscar mi bolso y volver.
—De acuerdo. —Le entregó su tarjeta-llave—. Toma esto por si todavía estoy
desnuda… —cerró brevemente los ojos—, quiero decir en la ducha cuando vuelvas.
—Señaló la cama donde estaba su teléfono y le dio la clave de cuatro dígitos para
acceder a él—. No dudes en llamar a casa cuando vuelvas.
—Gracias. —Esperó a que desapareciera en el cuarto de baño antes de
dirigirse a su propia suite. Guardó el arma en la funda y recogió el resto de sus
pertenencias antes de dirigirse a la habitación de ella.
Tras deshacerse de sus maletas junto a la puerta, se quitó las botas y los
calcetines y dejó escapar un suspiro de alivio antes de recoger su teléfono.
Escuchó el chorro de agua del cuarto de baño mientras esperaba a que
conectaran la llamada con su hermana, haciendo todo lo posible por no imaginarse a
Sydney desnuda allí dentro.
—¿Sydney? —contestó Ella, y Beckett olvidó que lo más probable es que
tuviera guardado el número de la compañera de equipo de Jesse—. ¿Pasó algo?
—No, soy yo. Todo el mundo está bien. —Caminó hacia la terraza y corrió las
cortinas a un lado para comprobar si había movimiento abajo.
El complejo seguía siendo un pueblo fantasma. Literalmente. Los fantasmas.
Beckett vio a dos de los hombres de Martín Gabriel que los habían rescatado antes
caminando por la playa como si montaran guardia.
—Tuve una tarde rara y mi teléfono se bañó en un río, por eso llamo desde la
línea de Sydney —compartió finalmente Beckett.
—¿Raro como Jesse? Alias, ¿matar a los malos?
—Simplemente raro. —Ella no necesitaba los detalles. Nadie lo hacía, para el
caso—. Necesito un favor, y luego sólo quiero escuchar la voz de McKenna.
—Ella está montando con Caleb. Quería estar en su caballo. Liberar su mente
de su estado de preocupación. 99
McKenna estaba en buenas manos con su hermano, y él la calmaría. Pero aun
así. Echaba de menos a su hija.
—No quiero que se estrese. —Soltó las cortinas y miró hacia la habitación,
imaginando el largo cabello oscuro de su hija, un regalo de Cora, ondeando detrás
de ella mientras montaba a caballo.
—Sólo preocúpate de llegar a casa con vida ahora mismo. Nosotros cuidaremos
de McKenna. Y pedí salir del trabajo mañana. —Ella era maestra de escuela primaria,
pero también diseñaba ropa como pasatiempo. Un hobby que ahora estaba dando
sus frutos. Pero estaba agradecido de que hubiera estado tanto tiempo con McKenna
como figura maternal. Ella tenía una mejor comprensión de la generación más joven
que Deb Hawkins, su madre—. Entonces, ¿cuál es el favor?
Que Ella no preguntara por Jesse significaba que ya había telefoneado a Griffin
o Gray para que la pusieran al día. No esperaba menos de Ella.
—Necesito el número de Emily. No lo tengo memorizado.
—¿Emily de Liam? ¿Por qué necesitarías su número en un momento como éste?
—Una pausa y luego—: Nooo, Beck, no lo hiciste —dijo—. Acudiste a Emily porque
sabías que A.J. te rechazaría, ¿verdad? No sé cómo se sentirá A.J. al respecto.
—Un problema a la vez. Me ocuparé de ese asunto y de la culpa que conlleva
después de liberar a tu marido del cártel. —Hizo lo posible por ignorar el nudo de
dolor en su abdomen ante semejante conversación—. Su número, por favor. —Se
llevó el teléfono a la oreja con el hombro y agarró el bloc de notas y el bolígrafo de
la mesilla junto a la cama.
—Bien. —Ella se quedó callada un momento y luego dijo los dígitos.
Él respiró hondo.
—Ella —habló antes de que ella tuviera la oportunidad de gritarle de nuevo—,
lo siento mucho, joder. —Y luego colgó.
Beckett se guardó en el bolsillo el papel con el número de Emily y decidió que
la llamaría más tarde, una vez que se hubieran instalado en el siguiente lugar.
Estaba a punto de tirar el teléfono sobre la cama cuando empezó a sonar. No
era Ella. Apareció el nombre de Gray. Miró la puerta cerrada del baño por un
momento y aceptó la llamada vacilante.
—Hola, soy Beckett.
—¿Sydney está bien? —El tono de Gray parecía más sorprendido de que
Beckett estuviera al teléfono que preocupado.
—Sí. No quería dejarla sola después de todo lo que ha pasado, así que estoy en
su habitación —explicó, dándose cuenta de que pronto tendría que compartir por qué
no contestaba ella misma y no tenía ni idea de cómo le sentaría eso al ex de Sydney.
100
—Sydney no necesita una niñera —comentó rápidamente Gray.
—Me dijo lo mismo —recuerda Beckett—. Le diré que te llame.
—¿Dónde está?
—La ducha.
Cuando la línea se silenció, Beckett casi pudo oír cómo giraban las ruedas en
la cabeza de Gray. O no se creía la respuesta de Beckett o no sabía cómo procesarla.
Pero lo que estaba muy claro tras la pausa de Gray era que seguía sintiendo algo por
Sydney. Beckett no podía culparlo. Apenas conocía a Sydney y estaba perdiendo la
cabeza a su alrededor.
—¿Quieres esperar a que Sydney te cuente por qué nos perseguían hoy en la
selva, o...?
—Sí, dile que me llame cuando llegues a casa de Martín. —No hubo charla antes
de que terminara la llamada.
—Y está enojado. —Beckett tiró el teléfono sobre la cama. Como si necesitara
más problemas.
Sin saber qué hacer mientras esperaba a que Sydney terminara de ducharse,
deambuló por la habitación y se sintió atraído por algunos libros que había en la otra
mesilla de noche.
Dudaba que los libros vinieran con el hotel, ya que no había ninguno en su
habitación. Pero esperaba que Sydney tuviera más libros sobre “cómo matar a
alguien con una mano a la espalda” que novelas románticas. Estos eran más del gusto
de su amiga Savanna.
Y eran libros románticos, ¿verdad? Los hombres de las portadas parecían
haber perdido sus camisas, así que o eran románticos o thrillers sobre la caza de un
ladrón de ropa.
Eligió uno de los tres para hojearlo, inseguro de si algún hombre, aparte de su
hermano A.J., tenía unos abdominales tan definidos en la vida real.
Beckett hojeó las páginas, quizá para distraerse del hecho de que Sydney
estaba mojada y desnuda en la otra habitación, y luego se detuvo a mitad de camino
y leyó unas líneas. Le gustaban más los libros de Lee Child o Dean Koontz.
Se le hizo un nudo en la garganta cuando su atención bajó al siguiente párrafo
de la página, una escena de sexo, y se encontró leyendo cada línea por curiosidad.
—Has sido traviesa. Jodidamente traviesa toda la semana —gruñó, aprisionando
mi cuerpo bajo su dura y musculosa estructura. Me miró fijamente a los ojos mientras yo
levantaba las caderas, rogándole que me llenara. Que aliviara el dolor que sentía. 101
—Lo sé. Y has tardado mucho en mover ficha —susurré, con el corazón agitándose
en mi pecho por la expectación de lo que estaba por llegar. Era mi guardaespaldas.
Asignado para protegerme. Tenía órdenes de no tocarme.
—Sabes que perderé mi trabajo por esto —siseó mientras la cabeza de su polla
rozaba mi húmedo sexo.
—Nadie se enterará, pero si no me lo das ahora, perderé la cabeza. —Clavé las
uñas en sus hombros, aferrándome a él mientras lo miraba fijamente a los ojos,
haciéndole saber lo desesperadamente que lo necesitaba, aunque hubiera pasado la
última semana actuando como si lo odiara. Dios, eso era lo más alejado de la verdad.
Se inclinó hacia mí y acercó su boca a mi oreja, y mis pezones chisporrotearon
con su aliento allí.
—Eres una chica mala, ¿verdad, nena?
—Síííííí —grité, arrastrando la palabra mientras él me penetraba profundamente
y...
—Savanna pensó que me vendría bien un poco de amor en mi vida.
Beckett se estremeció y dejó caer el libro al oír las palabras de Sydney. No
había oído cómo se cerraba el grifo ni cómo se abría la puerta, demasiado absorto
por las eróticas palabras sobre el papel.
—No sé por qué acabo de admitirlo —añadió ella mientras él se agachaba para
recoger el libro y luego se lo ponía estratégicamente enfrente de la entrepierna,
esperando que ella no descubriera que el libro que le había regalado Savanna
también se la había puesto dura.
A la mierda las novelas de suspense. ¿Por qué no las leía? Porque puedo
imaginarme... a ti.
Todos los pensamientos sobre la llamada con Gray se esfumaron cuando su
mirada recorrió la longitud de Sydney, que estaba allí de pie con un colorido vestido
de cuello en V que le llegaba a medio muslo. Tenía el cabello mojado por la ducha y
un secador en una mano, con el cable colgando en el suelo.
Se había puesto un poco de rímel, por lo que él pudo ver. Un poco de brillo de
labios. Y eso era todo. Maldita sea, la mujer era hermosa. Y esta situación no alivió el
flujo de sangre que corría a su polla.
—¿Has leído alguno de los libros que te ha dado? —¿Por qué pregunté eso?
La atención de Sydney se centró en el libro que seguía utilizando como hoja de
parra, y ese pensamiento casi lo hizo reír. Qué situación tan absurda, sobre todo
teniendo en cuenta el día que habían tenido.
—Puede que haya leído alguno. No es mi género habitual. —Empezó a enrollar
el cable del secador alrededor de su mano—. Sin embargo, el libro me absorbió
sorprendentemente. Una evasión agradable. Y el sexo, bueno —sonrió—, era
102
ardiente. Pero supongo que mi pregunta es, ¿esas mujeres nunca orinan después?
¿No temen contraer una infección urinaria?
Sus labios también esbozaron una sonrisa, y no sabía exactamente qué decir,
pero maldita sea.
—Supongo que no sería sexy escribir eso para el autor. —Levantó los hombros
y miró al techo con una expresión juguetona cruzándole la cara—. ¿Qué tal esto:
“Después de tener su tercer orgasmo consecutivo del Dios del Sexo, se apresuró al baño
a orinar para no agarrar una infección”. Sí, creo que eso acabaría con el humor. —Se
rio ligeramente.
Pero se quedó colgado con la parte del “tercer orgasmo”
—Tres orgasmos, ¿eh? —Levantó el libro, esperando que su erección
obedeciera su orden y bajara. Ojeó la portada mientras añadía—: Suena...
—Imposible para mí. —Perdió sus ojos verdes en el suelo, y una parte de su
cerebro quiso captar eso como un desafío—. De todas formas. Yo, um, me secaré el
cabello aquí mientras tú te duchas ya que tenemos poco tiempo.
Y eso le recordó…
—Gray llamó. No quería preocuparlo, así que contesté.
Sydney dejó el secador sobre la cama y se cruzó de brazos, con la mirada fija
en el teléfono.
—No pareció muy emocionado cuando le dije que estabas en la ducha y que
tendrías que volver a llamarle. —Fue a inclinarse el sombrero en señal de disculpa y
se dio cuenta de que había desaparecido. Perdido en la selva cuando habían estado
corriendo.
—Con quién me duche no es asunto suyo —dijo, no con amargura, más bien
como un hecho básico. Sin embargo, un toque de rubor subió por sus mejillas
mientras sus ojos recorrían lentamente la longitud de su cuerpo hasta encontrar su
cara—. Ya sabes lo que quiero decir.
Asintió, sin saber qué decir. Ella tenía un pasado con Gray, y él necesitaba
recordar eso.
—Me ducharé. —Y olvidar lo que leí en ese libro.
No había querido que su cuerpo rozara el de ella de camino al baño, pero ese
leve roce fue todo lo que necesitó su cerebro para desviarse de nuevo a aquella
escena sexy, y su polla para desobedecer las órdenes.
Maldita sea, ¿qué le pasaba? No eran dos personajes de un libro, tirando la
cautela al viento y cediendo a su deseo mutuo. Eran personas de la vida real lidiando
con el cártel de la vida real en México. Y ambos tenían equipaje. Así que tendría que
tirar por el desagüe cualquier idea de orgasmos múltiples con esta mujer. Y pronto.
103
Sydney estaba fuera de los límites por un montón de razones.
Y pensó que sería mejor recordárselo a sí mismo.
Se acabó. Y otra vez. Y otra maldita vez.

104
CAPÍTULO DOCE
Sydney apagó el secador y lo dejó sobre la cómoda con un ruido sordo
mientras sus ojos se fijaban en el reflejo del espejo. Beckett estaba de pie en la puerta
del cuarto de baño, con su musculoso cuerpo envuelto en una mullida toalla blanca
que le caía peligrosamente sobre las caderas y dejaba al descubierto aquellas dos
deliciosas líneas en V.
—No sé —reflexionó—, creo que me queda mejor el topless que a ti. —Se
mordió el labio inferior con descarada intención, incapaz de dejar de jugar con él por
alguna insana razón—. Pero lo admito, me estás dando una carrera por mi dinero.
Beckett apoyó las palmas de las manos en el marco de la puerta y sus músculos
se tensaron con la acción, preparándose para unirse a ella en la habitación. O
intentando contenerse.
—Verás... no importa lo que diga a continuación, me meteré en problemas.
Arqueó una ceja curiosa y apoyó la cadera en la cómoda.
—¿Ah, sí? —Adelante. Métete en líos, estaba en la punta de la lengua, deseando
soltarse.
Después del día que habían tenido, necesitaba compensar el drama con un
poco de humor. ¿O esto es coquetear?
—Definitivamente ganas en ese departamento. —Su voz bajó una octava
mientras la miraba con una mirada ardiente. Así que había decidido dar una respuesta
atrevida, admitiendo que había disfrutado viéndola en topless dos veces aquel día.
—Ahora que hemos aclarado eso —dijo con una sonrisa—, ¿por qué estás
desfilando sólo con una toalla?
¿Y por qué le latía el corazón? Claro, trabajaba con un grupo de operadores
especiales que estaban lo suficientemente musculosos como para aparecer en la
portada de un libro, pero nunca se había quedado boquiabierta cuando se quitaban
la camiseta. Sin embargo, Beckett tenía algo especial. Su increíble físico daba un
significado totalmente nuevo al término “cuerpo de padre” y no podía apartar los ojos
105
de él.
—He dejado la maleta aquí fuera. —Levantó la barbilla y miró hacia su
equipaje, que estaba junto a la puerta principal.
En lugar de seguir su mirada, los ojos de Sydney viajaron desde el vello del
pecho de su cuerpo moreno dorado hasta la vena de su brazo izquierdo que le cortaba
el bíceps.
—Oh. —La palabra fue poco más que un soplo de aire cuando su atención se
centró en el lugar donde ella juraba que la polla de él se había movido detrás de la
toalla, segura de que estaba trabajando en una impresionante erección. Así que... no
se había cuidado en la ducha. ¿Qué demonios, Sydney? Por supuesto que no se
masturbaba en la ducha—. ¿Quieres que te agarre la maleta? No querría arriesgarme
a que se te cayera la toalla —bromeó mientras iba por su bolsa de viaje.
Beckett permaneció en su sitio, con las manos aún pegadas al marco interior de
la puerta del cuarto de baño.
—Gracias —murmuró con los dientes apretados cuando ella dejó caer la bolsa
a la salida del cuarto de baño.
Dios mío, sheriff, ¿qué te tiene tan alterado? ¿Fue el libro? ¿Te ha puesto tan
cachondo como me puso el otro anoche? Pero a diferencia de antes, cuando ella lo
había sorprendido absorto en la novela romántica, él no estaba tratando de ocultar su
excitación detrás de un libro. Bueno, estaba bastante segura de que eso era lo que
había estado haciendo.
—¿Necesitas ayuda para ponerte la ropa también? ¿Te has hecho alguna herida
durante nuestra excursión por la selva que yo desconozca?
Una carcajada sexy retumbó en su pecho y la golpeó en el plexo solar.
—De donde yo vengo, las excursiones se definen de otra manera. —Sus labios
se inclinaron en una sonrisa fácil que la sorprendió aún más cuando deslizó las palmas
de las manos por el marco de la puerta y se apartó—. En mi opinión, esa excursión no
fue muy placentera. —Su tono grave y ronco era tan escalofriante como su risa.
Dio un paso adelante, se detuvo y deslizó lentamente la mirada por su cuerpo
antes de recoger su bolso y lanzarle descaradamente un guiño mientras lo hacía. Otra
sorpresa. Vaya, este hombre.
Entonces, sin más, Beckett se levantó, se retiró al baño y cerró la puerta antes
de que ella pudiera pronunciar una palabra en respuesta.
¿Qué demonios me pasa? Se apartó y trató de controlar sus emociones, lo que
estaba resultando difícil cuando estaba con él.
Los hombres, por muy guapos que fueran, nunca la dejaban sin habla. 106
La visión de hombres sin camiseta nunca hizo que se le empaparan las bragas.
Y los hombres guapos y sin camiseta, incluso los que lucen abdominales de
infarto, nunca han provocado mariposas románticas en su estómago con un simple
guiño.
Whisky-tango-foxtrot. Sydney desenchufó el secador y decidió dejar que el
resto de su cabello se secara al aire. Tenía que recoger sus cosas para ponerse en
marcha en cuanto Beckett estuviera vestido.
Recogió el libro romántico de vaqueros y sheriff de su bolsa de playa y lo metió
en el equipaje junto con los demás libros de la mesilla. ¿Por qué demonios había
metido en la maleta todos los que le había dado Savanna? Ni idea. Aunque Beckett y
Oliver no se hubieran colado en sus vacaciones aquella mañana, nunca habría tenido
tiempo de leerlos todos.
Sydney resopló exasperada cuando terminó de hacer la maleta, cerró la
cremallera y la dejó junto a las botas de Beckett, al lado de la puerta.
Mientras esperaba a que el sheriff se vistiera, su atención se detuvo en su
reflejo en el espejo sobre el tocador. La piel de su escote había pasado del rojo furioso
al rosado, y las picaduras de hormiga de fuego estaban casi olvidadas. Sin embargo,
lo que más le llamó la atención de su estancia en el cenote fue lo que Beckett le había
contado. Después de saber por lo que Cora lo había hecho pasar, Sydney se dio
cuenta de que tenía tantas capas como ella. Quizá más.
Beckett salió del baño con unos vaqueros desteñidos y una camiseta blanca
lisa. Su pelo oscuro, más corto por los lados que por arriba, seguía húmedo pero
peinado hacia atrás como si lo hubiera peinado con los dedos. Y el toque de plata en
las sienes le daba un aspecto distinguido que a ella le parecía increíblemente sexy.
Incluso el ceño fruncido dirigido a sus botas, empapadas de su “excursión” por
la selva, era sexy. Cada vez que oyera esa palabra en el futuro, siempre pensaría en
Beckett con una sonrisa.
—Odias las botas mojadas tanto como todos los operarios que conozco, ¿eh?
—Sí, lo hago. —Beckett se agachó y rebuscó en su bolso, sacando un par de
chanclas negras de tiras anchas—. No es mi estilo habitual de calzado, pero las
compré en el aeropuerto de Cancún como si de algún modo supiera que las iba a
necesitar.
—Destino. —Ella se rio mientras él metía las botas en la bolsa.
—Empiezo a pensar que sí. —El tono serio de Beckett daba a entender que su
comentario no se refería sólo a su calzado.
Sydney se aclaró la garganta, tratando de aflojar el extraño remolino de 107
emociones que había aparecido en el momento en que puso los ojos en él en la playa
esa mañana, y la había tirado por un bucle desde entonces.
—Deberíamos irnos.
Beckett hizo un gesto hacia la puerta y recogió todas las bolsas, excepto su
bolso.
Decidió no ser testaruda y protestar, recogió su teléfono en silencio y lo siguió
fuera de la habitación.
Echando una última mirada a la foto enmarcada del cenote que había sobre la
cama, se preguntó si Mya tenía razón cuando afirmaba que las palabras tenían poder.
Sydney había pasado de desear poder bañarse en el río subterráneo esa
mañana a lanzarse directamente a uno por la tarde. Sí, hablando del destino. Algo
parecido, supuso.
Cerró la puerta tras de sí, aislando con ella el resto de sus pensamientos, y se
dirigieron en silencio hacia la entrada del hotel.
Mya iba de copiloto en un Chevy Suburban negro y Oliver los esperaba de pie
con la espalda apoyada en el vehículo.
—Por fin —dijo mientras consultaba su reloj.
Llegaron como mucho cinco minutos tarde. Valió la pena para ducharse y
cambiarse de ropa. Mya y Oliver habían decidido claramente esperar, dado que
seguían con la misma ropa de antes.
Oliver abrió la puerta lateral para que Sydney subiera mientras Beckett
guardaba las maletas en el maletero, y ella se encontró en medio de los dos chicos.
No eran los asientos tipo cubo que ella prefería, así que estaban apiñados.
—En marcha. —El conductor se alejó del hotel, tomando una curva un poco
brusca al salir, lo que la golpeó contra Beckett, y que el cielo la ayude, su palma
aterrizó en su entrepierna.
Sydney retiró rápidamente la mano y se disculpó entre dientes. Cuando se
enderezó en el asiento, vio a Oliver sonriendo. Idiota.
—¿Estás bien ahí detrás? —Mya se giró para mirar hacia atrás mientras Sydney
tiraba del fino material de su vestido, intentando cubrir un poco más sus muslos.
—Genial —mintió Sydney con una sonrisa tensa, moviéndose de lado a lado
para intentar acomodarse entre los musculosos brazos que la inmovilizaban.
Si había más baches en el camino, acabaría enseñando las bragas a todo el
mundo, así que levantó el bolso de donde estaba, encajado entre los pies en el suelo,
y se lo puso encima de los muslos.
Un segundo después, el nombre de su ex apareció en la pantalla de su reloj 108
Apple. Estuvo tentada de no contestar. Había hablado con Seth y Levi antes de ir al
bar para decirles que iba a prolongar su estancia. Pero, ¿y si algo iba mal? ¿Y si le ha
pasado algo a Levi?
Sydney sacó el teléfono del bolso, dando un codazo accidental a Beckett en el
proceso, y se lo acercó a la oreja. Tras un rápido “lo siento” a Beckett, respondió:
—¿Seth?
Mya volvió a mirarla, con alarma en los ojos. Sus pensamientos debían de
haberse asentado en la misma idea de que algo iba mal para que él llamara. Nunca
llamaba a menos que hubiera un problema.
—Tenemos que hablar —Seth fue directo al grano.
Estupendo. Estaba usando su voz de “mayor”. Su tono militar autoritario. Sin
tonterías, sólo los hechos, señora. Odiaba que le hablara como si fuera uno de sus
oficiales. Nunca habían servido juntos en el ejército, pero él siempre la había tratado
como si fuera su oficial al mando durante su matrimonio.
—Mal momento —respondió, centrando su atención en la ventanilla delantera
del todoterreno.
Más baches en la carretera y otra curva cerrada la empujaron esta vez contra
Oliver. El asiento del medio era un infierno.
—Tienes que oírlo de mí antes de que te lo diga Levi —anunció Seth cuando el
conductor cayó en un bache. El teléfono cayó de su regazo, aterrizó en el suelo y, de
alguna manera, activó el altavoz. Mierda—. Levi confesó que nos había visto a Alice y
a mí juntos, así que decidí contarle la verdad —dijo Seth. El corazón se le subió a la
garganta mientras buscaba su teléfono en el suelo, casi chocando con Beckett, que se
lanzó a ayudar en la búsqueda.
—Espera, déjame quitarte el altavoz —gritó rápidamente, con la esperanza de
que se diera cuenta de que los demás estaban escuchando y mantuviera la boca
cerrada por un maldito minuto. Cualquiera que fuera la bomba que estaba a punto de
soltarle... bueno, no quería que nadie más en el vehículo lo oyera.
—Alice y yo nos vamos a casar —reveló Seth justo cuando Beckett apoyó el
teléfono en la palma de su mano.

109
CAPÍTULO TRECE
“Se acabó. Hemos terminado. Hemos terminado mucho antes de esta cosa con
Alice. Y honestamente, Sydney, ¿alguna vez me amaste? ¿Eres capaz de amar?”. Las
palabras que Seth le había lanzado el día en que se enteró de su aventura con Alice,
cuatro años atrás, resonaron en su mente ante su noticia, así que en lugar de
desconectar a Seth del altavoz, terminó la llamada, sin ganas de continuar la
conversación ahora mismo.
Sydney se recostó en el asiento, con los muslos pegados al cuero, y se preguntó
por qué demonios el conductor no había encendido el aire acondicionado, porque la
brisa que entraba por las ventanillas abiertas era una sopa de aire caliente y húmedo.
Volvió a guardar el teléfono en el bolso y puso su mejor cara de póquer para no
revelar lo que sentía por las noticias de Seth. Pero cuando levantó la vista, Mya seguía
mirándola, con una mezcla de tristeza y lástima en el rostro. Ahora su mejor amiga
sabía por qué Sydney había estado “apagada”.
¿Lo más loco? Le importaba un bledo si Alice y Seth se casaban o incluso si
querían formar una familia y tener una casa llena de bebés. Lo que le preocupaba era
la reacción de Levi ante todo aquello y cómo llevaría él la nueva dinámica. Dios,
todavía estaba intentando acostumbrarse al instituto como el más joven de primer
año, ¿y ahora esto?
—Lo siento mucho —le dijo bajo Mya a Sydney.
Esa misma mañana, Mya admitió que se había enterado de la serie de aventuras
de su padre, y lo último que Sydney quería era que Mya se preocupara también por
los problemas de Sydney.
Oliver le dio dos palmaditas en la rodilla antes de que pudiera responder,
haciéndola estremecerse.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Atrapada entre Beckett y Oliver, con los brazos inmovilizados a los lados y las
manos puestas en el bolso, Sydney estaba atrapada como una sardina en una lata, 110
incapaz siquiera de retorcerse sin dar un codazo a ambos hombres. Hizo todo lo
posible por permanecer quieta, tratando de actuar como si no le afectara la llamada
de Seth, y mintió:
—Al cien por cien.
—Nunca he sabido que tuvieras menos de ciento cincuenta años. —Oliver hacía
todo lo posible por consolarla. Se le daban mejor los sentimientos y las emociones
que a ella, pero no mucho.
La mayoría del equipo tendía a mantener sus pensamientos bajo llave. Así se
concentraban en el trabajo, y era más seguro para todos si no permitían que sus vidas
personales se interpusieran en el camino durante las misiones.
Como lo estoy ahora. El resto del viaje transcurrió en un silencio doloroso. Ni
siquiera la belleza del paisaje fue suficiente para distraer sus pensamientos, para
evitar que su pasado la punzara en las costillas, hurgando y pinchando demasiado
cerca de su corazón y amenazando con romper las defensas que había erigido años
atrás. No era suficiente. El constante estribillo de Seth dirigido a ella y a su
competencia como esposa y amante, como madre de Levi e incluso a su vida
profesional había sido lo que la había convertido en una persona aún más dura y fría.
¿Pero de verdad era tan mala antes?
—Hemos llegado —anunció bruscamente el conductor, que se topó con un
enorme bache en el camino de tierra justo antes de atravesar una entrada cerrada.
—¿Sydney? —preguntó Oliver, como si aún esperara que ella revirtiera sus
preocupaciones y demostrara que estaba tan “bien” como claramente no había
dejado entrever.
Le echó un vistazo por encima del hombro y se encontró con que la estudiaba
con cara de preocupación. Sabía que Seth era su ex, pero desconocía los detalles
oscuros y escabrosos de por qué se habían divorciado.
Pero Sydney estaba familiarizada con la mirada de los ojos marrones claros de
Oliver. En parte simpatía y en parte “ganas de matar a un tipo” por molestar a un
compañero de equipo. Se estaba convirtiendo en un hermano y, como hija única, una
parte de ella siempre había querido tener un hermano sobreprotector.
Esperaba que hubiera muchos “tipos-hermanos” en el Ejército, pero le llevó
tiempo ganarse su confianza. Incluso como cadete en West Point, las mujeres seguían
estando muy superadas en número.
Al final, mientras servía, encontró su tribu. Encontró un grupo que la había
aceptado. La dejaron entrar en su círculo. Y entonces...
—Estoy bien —prometió. Lo estaré. Mientras Levi esté bien, yo estaré bien.
—La hacienda Gabriel está bastante lejos en el bosque —dijo Mya, rompiendo
la incómoda tensión—. Estamos más o menos en la selva. 111
—El señor Gabriel compró esta propiedad hace dos años. Es todo un lugar. Lo
llamamos El Gimnasio de la Selva. —El conductor captó los ojos de Sydney en el
espejo retrovisor—. El Gimnasio de la Selva —tradujo mientras se acercaban a la
parte delantera de la extensa finca—. También hay veinte búngalos en la propiedad.
Hemos preparado cuatro para todos ustedes. A menos que sean parejas y deseen
compartirlos.
—No, cuatro habitaciones, por favor. —Sydney vio un helipuerto a su derecha
y se dio cuenta de que el helicóptero de Martín aún no había regresado—. ¿Sigue
Martín en nuestro complejo?
—Sí. Me ha pedido que los lleve a sus habitaciones para que se relajen y se
refresquen. Se reunirá con ustedes aquí para cenar en el patio con su esposa —les
informó mientras rodeaban el camino de entrada circular frente a la casa de estuco
rosado, que la Madre Tierra parecía haber recuperado parcialmente con
enredaderas que serpenteaban por la fachada. La arquitectura tenía un aire colonial
español, pero ella dudaba de que fuera muy antigua.
En cuanto Oliver salió del vehículo, Sydney se deslizó por el asiento y salió,
desesperada por respirar aire fresco. Beckett sacó su equipaje del maletero, mientras
Oliver hacía lo propio con Mya. Pero cuando el conductor empezó a andar y les indicó
que lo siguieran, Sydney no pudo mover un músculo.
Beckett dejó las bolsas en el suelo y se acercó a ella, protegiéndose los ojos
con la mano para que el sol brillante y palpitante no le diera en la cara. Había una
estrecha abertura entre las hojas de arriba, y la luz parecía golpearlo paso a paso
mientras cerraba la brecha que los separaba.
Sydney se llevó una mano al abdomen, intentando asimilar las extrañas
sensaciones que parecían atacarla. Un hormigueo en las manos. Un temblor en el
estómago. El corazón acelerado. Una opresión en el pecho. ¿Era un ataque de pánico?
Levi había descrito las mismas sensaciones después de haber tenido el primero poco
después de enterarse de la aventura, y... ¿éste? ¿Por qué ahora?
—Ya voy. —Le hizo un gesto a Mya, sintiendo los ojos de su amiga sobre ella
sin mirar hacia ella—. Adelante. Voy detrás de ti.
Sydney centró la atención en Beckett, que permanecía en silencio ante ella, con
la mano en el costado ahora que estaban a la sombra, pero no dijo ni una palabra.
A ti también te traicionaron. Sabes exactamente por lo que he pasado. Frunció el
ceño ante aquel hecho porque odiaba la idea de que otros sufrieran, pero sabía que
Beckett también había pasado por un infierno. Y reconoció que lo último que ella
necesitaba era lástima.
No supo cuánto tiempo se quedaron mirándose a los ojos. ¿Un puñado de
segundos? ¿Un minuto o dos? 112
Pero la opresión que sentía en el pecho se desvaneció bajo la firme mirada
morena de él. El consuelo que consiguió ofrecerle con su presencia silenciosa pero
fuerte la ayudó a recomponerse. La ayudó a recordar que era fuerte.
“”Eres una guerrera increíble, mamá. Decidió sustituir las palabras de Seth por
las de su hijo, y más sensaciones dolorosas de su cuerpo parecieron liberarse.
—Vámonos —dijo suavemente e inclinó la cabeza en agradecimiento por lo
que él había hecho por ella, por estar ahí tranquilamente para ella, por saber lo que
había necesitado—. Estoy lista.
Volvió a recoger sus maletas y se quedó detrás de ella mientras atravesaban la
enorme entrada de doble puerta.
Oliver, Mya y su chófer estaban en el vestíbulo hablando de la historia de la
propiedad.
—Hola. —Mya le dedicó una sonrisa fácil y dulce, una invitación a unirse a su
conversación.
Sydney no tenía ganas de hablar, así que se alegró de que Mya acribillara a
preguntas sobre la finca a su chófer, ahora guía turístico, mientras recorrían la
magnífica propiedad.
Sydney apenas se percató de los bellos detalles y el diseño del interior de la
casa ni del entorno selvático una vez que volvieron al exterior. Y si Beckett no le
hubiera advertido, habría tropezado con una iguana que descansaba en el camino
que conducía a sus bungalós.
—Ya hemos llegado. —Su guía se detuvo y abrió las palmas de las manos cerca
de cuatro estructuras: dos edificios a cada lado de la parte más ancha del sendero,
rodeados de árboles. En los pequeños porches delanteros de cada bungalow
colgaban hamacas de vivos tejidos.
—¿De qué están hechos? —preguntó Mya, señalando los búngalos mientras se
acercaban.
—Principalmente estuco de chukum. La corteza de chukum se encuentra en
toda la península de Yucatán. El color de la corteza es lo que le da al exterior ese color
terroso, natural. Y los techos de paja están hechos de hojas secas de palma. Los
bungalós no tienen aire acondicionado, pero hay un ventilador sobre cada cama. Y
una pequeña ducha exterior adosada al lado.
La atención de Sydney se desvió hacia Beckett para descubrirlo escrutándola
atentamente, pero no de la misma forma en que la había mirado en la habitación del
hotel. No, el ardor del deseo de antes había sido sustituido por otra cosa. 113
¿Preocupación?
—Bien. —El hombre juntó las palmas de las manos y las frotó—. ¿Puedo
ofrecerle algo más?
—Todo listo. —Sydney le dio las gracias y observó cómo se dirigía hacia la casa
principal, luego levantó rápidamente los ojos hacia un crujido en un árbol cercano y
juró que había visto un mono araña espiándolos. Demasiado para la opción de tener
una ducha privada. Este pequeñajo la espiaría con toda seguridad.
—Dejaré tus cosas en uno de los búngalos. —Beckett le devolvió la mirada—.
¿En cuál?
—Cualquiera. Gracias. —Giró su mirada hacia Mya—. Dame un minuto, ¿y
luego podemos hablar? —Sabía que Mya estaba ansiosa por tener la conversación
oficial “¿Estás bien?” después de la llamada de Seth.
—De acuerdo. —Mya se retiró a su bungalow y Oliver hizo lo mismo, dejando
a Sydney sola y tan sumida en sus pensamientos que se estampó contra un muro de
músculos al entrar en la puerta de su bungalow.
—Mierda, lo siento. —Beckett la agarró del brazo como si fuera a perder el
equilibrio.
—No hay problema. Gracias por traerme la maleta. —Sydney esbozó una
pequeña sonrisa que, al parecer, no sirvió para convencer a Beckett de que estaba
bien, porque él no la soltó del brazo e inclinó la cabeza, estudiándola una vez más. Se
puso tensa cuando él se acercó un paso, levantó la otra mano y le pasó la yema del
pulgar por la mejilla, secándole una lágrima que no sabía que tenía.
—El viento —espetó—. Debe haber hecho que me lloren los ojos. —Yo no lloro.
No por Seth. No.
Los ojos castaños de Beckett se entrecerraron y respondió:
—Por supuesto. —Antes de retroceder para dejarla entrar en la habitación.
Rápidamente se pasó los dedos por las mejillas antes de girarse y verlo de pie
en la puerta.
—Mi hijo no se tomó bien el divorcio. —Las palabras cayeron de sus labios
antes de que pudiera atraparlas. Y ahora tendría que añadir más a esa repentina gota
de información—. Me preocupa cómo se sentirá al ver que su padre se vuelve a casar.
Seth no es su padre biológico, pero él lo crió y por eso... —¿Por qué te estoy contando
esto?
Beckett dio un paso adelante.
Sólo uno. 114
Pero fue suficiente para devolverle dos.
—Supongo que acabo de darte la versión resumida de mi vida. Menos algunas
balas importantes. —Se pasó suavemente una mano por la garganta, dispuesta a
callarse. Mya tenía razón cuando estaban en la playa. No era propio de Sydney
divagar. Balbucear. Parlotear. Lo que fuera.
—Puntos de bala —dijo casi en un susurro, como si esas palabras significaran
algo para él. Se pasó una mano por la boca antes de acariciarse suavemente la
mandíbula—. Recibiré todas las balas que quieras enviarme.
—¿Literalmente? —Arqueó una ceja para romper el hechizo en el que parecía
haber caído. ¿Estaba encantada la selva? Porque ahora mismo había entre ellos una
intimidad que iba más allá de lo físico—. ¿O sólo en sentido figurado?
—Habría recibido una bala por ti en esa jungla si hubiera sido necesario, sí. Sin
dudarlo.
Esta vez fue ella la que dio un paso más hacia él.
—No te lo habría permitido. —Borró el último espacio que quedaba entre ellos,
tentada de ponerle una mano en el corazón. De intentar aliviar la carga que él llevaba
porque ella sabía lo pesada que era la suya, y podía ver el sufrimiento que ardía en
sus ojos.
Bueno, algo ardía allí. ¿Quizás no era sólo angustia mental?
Ella exhaló un pequeño suspiro cuando sus manos enmarcaron su cuerpo.
—Voy a abrazarte ahora mismo. Sólo te aviso para que no...
—¿Te vaya a hacer daño? —Ella le envió una sonrisa nerviosa, y él asintió—. ¿Y
si no soy de las que abrazan? —Para un tipo cuya hermana se refería a él como el
señor Gruñón, la estaba desconcertando una vez más.
—Entonces permiso para hacerme daño cuando entre, pero voy a hacerlo de
todos modos. —Su tono resuelto fue sorprendentemente reconfortante.
—Supongo que un abrazo es mejor que una bala —susurró ella, un poco
insegura, pero le dejó hacerlo de todos modos.
Apretó suavemente su pecho contra su cuerpo, y sus manos recorrieron su
espalda.
—Gracias por no...
—Darte un rodillazo en la entrepierna —lo cortó de nuevo, incapaz de evitar
que su boca se escapara como siempre en estas situaciones. Porque realmente no
sabía cómo hacerlo. Pero lo estaba intentando. Por alguna razón, se encontró a sí
misma queriendo intentarlo. 115
—Precisamente.
Se dejó llevar por el tono de su voz y quiso que su cuerpo se relajara, que la
rigidez desapareciera. Hacía tanto tiempo que no permitía que nadie la consolara que
se sentía fuera de práctica.
¿Alguna vez había dejado que Seth la abrazara así?
Soltó el pensamiento, no quería pensar en él ahora mismo.
Así que volvió la mejilla y cerró los ojos, escuchando el sonido de los fuertes y
constantes latidos del corazón de Beckett.
La mantuvo así en silencio, acariciándole suavemente la espalda con una mano.
Acariciándola y calmándola durante unos minutos.
—Está claro que no me dedico a esto —admitió ella sin apartarse.
—¿Hacer qué exactamente? ¿Abrazar?
—Mostrar debilidad. —Su confesión la hizo retroceder, y él liberó sus brazos
de su cuerpo, pero luego inclinó su barbilla con un puño, guiando sus ojos para que
se encontraran con los suyos.
—Difícilmente llamaría a esto debilidad. Pero no es algo que se me dé muy
bien, si te soy sincero.
—¿Abrazo o? —susurró ella mientras él abría el puño y deslizaba la palma por
su mejilla.
—Abrirme. —Inclinó la cabeza, los ojos fijos en su boca como si quisiera
besarla.
Y dudaba que se resistiera. La atracción entre ellos era fuerte.
No tuvo que decidir si detenerlo o animarlo porque el nombre de Gray
apareció de repente en su reloj al mismo tiempo que su teléfono empezaba a sonar,
haciendo que ambos se quedaran paralizados.
¿Gray tenía noticias?
No tenía ni idea de cómo se había encontrado atrapada en los brazos de ese
hombre, con el corazón en la manga. Eso era más cosa de Mya. Fue lo mejor que Gray
interrumpiera.
Beckett le pasó una mano por la nuca, con los ojos fijos en su reloj, y entonces
recordó que había respondido a la llamada de Gray a su móvil mientras ella estaba
en la ducha. Ah, no le había contado a Beckett nada de su vida en West Point con Gray.
Y aunque ahora no había nada entre ellos, él seguía siendo protector, así que no sabía
lo que Gray le había dicho a Beckett.
Supuso que no importaba. No podía haber más casi-momentos entre ella y
116
Beckett. Por demasiadas razones para enumerarlas.
—Debería atenderlo —dijo antes de responder a la llamada a través de su reloj
Apple.
—Hola, ¿estás en tu nueva casa? —preguntó Gray cuando la llamada se
conectó.
—Sí, estamos aquí. —Le robó una rápida mirada a Beckett, su mandíbula
apretada como si estuviera luchando con los mismos pensamientos que ella acababa
de tener. Del tipo “¿qué estuve a punto de hacer?”.
—¿Estás solo ahora? —El toque de reproche apenas velado en la voz de Gray
lo decía todo.
—¿Sabes algo de Jesse? —desvió ella, esperando un cambio de tema por el
bien de todos.
La línea quedó en silencio por un momento antes de que Gray compartiera:
—Jesse hizo contacto a través de nuestros protocolos. No entraré en detalles,
pero está a salvo.
—¿Siguientes pasos? —preguntó, comprobando la reacción de Beckett ante la
noticia y encontrando los evidentes signos de alivio en cada centímetro cuadrado de
su cuerpo.
—Dijo que esperáramos. Trabajando en un plan —respondió Gray—. Pero
mientras tanto, estamos siguiendo algunas pistas sobre la posible conexión de Cora
con el club Capone. O por qué su hermana estaba allí en primer lugar. —Ante la
mención de Cora, Beckett miró hacia la puerta como si fuera a salir corriendo—. Pero
lo que me gustaría saber es, en nombre de Dios, ¿qué ha pasado hoy?
Sydney explicó rápidamente los detalles relacionados con Mya y su infiltrado
en el cártel, y Gray escuchó en silencio.
—Ella sabe que no puede ser tan rebelde si se une a nuestro equipo, ¿verdad?
—Por supuesto, esa sería la reacción de Gray.
—Obviamente.
—Está bien, bien, me alegro de que estén todos a salvo. Menos mal que Oliver
estaba allí para tener sus seis. —Continuó Gray—. Y el amigo de Carter, Martín,
también. —Hizo una pausa, y Sydney no dejó de notar que había omitido a propósito
el nombre de Beckett—. Bueno, llámame si algo cambia.
—¿Se lo has dicho a Ella? —preguntó Beckett, tomándola por sorpresa,
anunciando su presencia y que no estaba sola.
El silencio flotó en el aire durante un momento antes de que Gray dijera: 117
—A Ella fue la primera llamada que hicimos. Tu hermana insistió en ello durante
nuestra última charla. —Una pausa antes de—: Yo, eh, me tengo que ir. Hablamos
pronto. —Y luego la llamada terminó.
No necesitaba esta actitud de su compañero de equipo. Por favor, dime que aún
no sientes nada por mí, Gray. Su atención se centró en el único mueble de la
habitación, la cama con un simple edredón negro encima. Lo más probable era que
las habitaciones se utilizaran normalmente para los chicos del equipo de Martín.
—Te dije que no teníamos que preocuparnos por Jesse. Estará bien —dijo
finalmente mientras se giraba para mirar a Beckett.
Asintió.
—Siento lo de Gray. Espero no haberles causado ningún problema por estar
aquí ahora, o bueno, por lo de la ducha de antes.
—No hay nada entre nosotros —se apresuró a explicar.
Eso no significaba que pudiera haber algo entre ella y Beckett, pero el hombre
no necesitaba culpa extra sobre sus hombros, pensando que casi había besado a una
mujer tomada. Y casi se habían besado. No creía haber imaginado aquel momento,
aunque estuviera hambrienta y un poco deshidratada.
Beckett arrastró la mirada hasta su rostro, pero ¿por qué demonios no parecía
convencido de su respuesta? Ah, Cora. Tenía problemas de confianza. Y, por
desgracia, ella se sentía identificada.
—Voy a darme otra ducha —decidió hacerle saber por alguna ridícula razón.
¿Como si no hubiera suficiente tensión entre nosotros? Claro, adelante, dile que te vas a
desnudar otra vez. Perfecto.
Pero realmente necesitaba recuperar la calma y, por lo general, una ducha fría
la ayudaba a sacudir su sistema.
No tenía ni idea de si sería suficiente para ayudarla a olvidar las noticias de Seth
y Alice. O la posibilidad de que Gray aún pudiera sentir algo por ella.
Pero definitivamente tenía que detener lo que sea que estuviera pasando con
Beckett.
Tenía que volver a levantar sus muros. Tenía que volver al modo de defensa.
Porque sabía sin lugar a dudas que nunca sobreviviría a otro corazón roto,
aunque el idiota de su ex no pensara que en realidad tenía uno para empezar.
Lo hacía.
El problema en este momento... seguro que se sentía como si estuviera latiendo 118
por un extraño.
CAPÍTULO CATORCE
—Mamá, le pedí que esperara a que volvieras para decírtelo. —La voz de Levi
era quebradiza. Rota. Y Sydney podría matar a Seth por hacerle esto otra vez.
Apoyó la espalda en la pared, junto a la cama, pues necesitaba apoyo para
encontrar las palabras adecuadas. Lo último que quería era mentirle a Levi, pero no
quería que se preocupara por ella.
—¿Cómo estás? —preguntó en su lugar—. Estabas en casa de Grady cuando
hablamos esta mañana. ¿Qué pasó?
Levi se quedó callado un momento antes de murmurar:
—He vuelto a casa antes de lo que papá esperaba.
Por el amor de Dios, Seth. ¿Te ha vuelto a atrapar? Sus dedos se enroscaron en
la palma de su mano y respiró lenta y profundamente, luchando contra el deseo de
tomar un avión y golpear a aquel hombre.
—¿Y fue entonces cuando te dijeron que se iban a casar?
Más silencio antes de un suave:
—Sí. Llevaba un anillo y me di cuenta.
No sé qué decir.
—No quiero vivir con ellos. Ella fue... siempre fue la tía Alice, y luego te hizo
tanto daño, y yo...
—Levi —lloró, con lágrimas en los ojos y la voz quebrada esta vez—. Ojalá
pudiera arreglar esto. Sabes que lo haría si pudiera.
—No puedes arreglarlo todo, mamá. Sé que lo intentas, pero hay cosas que son
una mierda. —Lo oyó decir palabrotas en voz baja, y ella no tenía intención de
llamarle la atención—. Esto es una mierda. —Casi se le quebró la voz, y supo que
estaba luchando a brazo partido para contener las lágrimas, para no mostrar
debilidad. 119
Como yo.
—Oye —dijo mientras se limpiaba la mejilla con la mano libre—, vamos a salir
de esta. Somos Archer, ¿verdad? Somos tipos duros.
Oyó la media risa a través del teléfono.
—¿Tú también crees que soy un malote?
—Claro que sí. —Se apartó de la pared—. Más fuerte que yo. Mucho más fuerte.
—Su labio tembló mientras se resistía a permitir que fluyeran más lágrimas—.
Superaremos esto, ¿de acuerdo? Tú y yo. Tenemos esto. Puede que a veces parezca
que somos nosotros contra el mundo, pero te prefiero a ti a mi lado que a cualquier
otra persona del planeta. —Y mierda, estaba llorando otra vez, así que apartó un poco
el teléfono de su cara para intentar recuperar el aliento.
Una vez que parpadeó para disipar el resto de las lágrimas, volvió a acercarse
el teléfono a la oreja mientras él decía:
—¿Mamá?
—¿Sí, cariño? —susurró.
—Tú también eres la única que querría a mi lado. —Se quedó callado antes de
añadir—: Te quiero, mamá.
—Te quiero tanto —lloró.
—Prométeme que no dejarás que esto interfiera con tu trabajo. Necesito que
vuelvas a casa a salvo. —Levi sabía que ahora estaba oficialmente en asuntos de
trabajo en México. Le había prometido a su hijo que nunca mentiría ni endulzaría las
cosas con su nuevo trabajo. Cuando le reveló que su viaje se había prolongado
después de que Beckett y Oliver aparecieran por primera vez aquella mañana, había
sido sincera con él. Bueno, tan sincera como pudo sin revelar demasiados detalles. Él
no necesitaba saber nada del cártel.
—Lo prometo siempre y cuando prometas llamarme si me necesitas. Pase lo
que pase.
—Trato hecho —respondió. Intercambiaron unas palabras más antes de que
ella terminara la llamada mientras Mya llamaba a su puerta.
Tirando su teléfono sobre la cama, hizo todo lo posible para liberar sus
emociones antes de dejar entrar a Mya.
—Primera orden del día, ¿estás bien? —Mya fue directa al grano—. Y segundo,
maldita sea, mujer, estás impresionante.
Sydney hizo lo que mejor sabía hacer: encerró sus emociones en una jaula de
acero e intentó cambiar su estado de ánimo para pasar la noche. 120
Se pasó las manos por los costados, girando a un lado y a otro como una modelo
de exposición, presumiendo del regalo que le habían entregado en su habitación
hacía veinte minutos: un vestido con instrucciones para llevarlo a la cena. Estaba
agotada y no tenía ganas de arreglarse, pero no quería ser descortés y rechazar la
generosidad de su anfitrión.
Y aunque seguía de mal humor a pesar de sus esfuerzos por fingirlo, Sydney se
rio ligeramente y obedeció cuando Mya hizo girar el dedo, indicándole que diera
vueltas.
El vestido no era nada que ella hubiera elegido para sí misma, pero era
precioso. La falda azul oscuro, decorada con paneles de flores bordadas, estaba
realzada por un fajín naranja brillante alrededor de la cintura, y flores bordadas
adornaban la blusa blanca de estilo campesino sin hombros. Sydney había dejado
que su cabello rubio claro se secara al aire para darle un aspecto “playero” y caía en
suaves ondas sobre sus hombros.
—Maldita sea —repitió Mya, con los ojos brillantes.
—Lo mismo digo. —Sydney sonrió cuando Mya tomó su turno para girar,
extendiendo los lados de su falda. Sus vestidos eran idénticos excepto por el color
del fajín. El de Mya era rojo, un color atrevido que encajaba con la personalidad de
su amiga. Alegre. Sexy. Segura de sí misma. Tomar las riendas.
Mya era capaz de ganarse a todo el mundo -desde los matones de los cárteles
hasta los trajeados de Nueva York- y, en el proceso, les hacía confiar sus secretos más
profundos, armada únicamente con un desafiante alzamiento de la barbilla y una
mirada aguda.
Pero también era amable. Vulnerable. Sensible. Dispuesta a compartir sus
emociones, a diferencia de Sydney.
Ambas eran parecidas en algunos aspectos. Y tan, tan diferentes al mismo
tiempo.
—Beckett va a perder la cabeza. —Las palabras de Mya hicieron que Sydney
frunciera el ceño juguetonamente.
—¿Y Oliver? —se burló Sydney—. ¿Te ha visto en tu vestido?
—Todavía no. Y puede deshacerse en halagos, pero me niego a perdonarle
que me tapara la boca con la mano y me metiera en ese agujero. Aunque todo fuera
obra tuya. —La sonrisa de Mya hizo que Sydney quisiera echar por tierra su supuesta
“animadversión” hacia Oliver—. Todavía no puedo creer que haya pasado este día.
Quiero decir, pasamos de relajarnos en la playa al fondo de un cenote para escapar
de los tiradores del cártel. Y todo lo demás desde entonces. —Mya pasó junto a ella
y se sentó en la cama. 121
Sydney se levantó ligeramente la falda del vestido antes de dirigirse hacia Mya.
—Entonces, ¿estás bien? —repitió Mya—. Te juro que podría matar a Alice.
Bueno, en realidad no matarla como… —cerró el puño e hizo la mímica de clavarse
un cuchillo en el pecho—… apuñalar-apuñalar. Pero ya sabes, estoy... enfurecida.
Sydney soltó la falda mientras negaba con la cabeza y sonreía porque sólo el
descarado sentido del humor de Mya podía aliviarla en un momento así.
Necesitaba recomponerse después de hablar con Levi, y no tenía ningún deseo
de tirar de un hilo y encontrarse deshecha de nuevo.
—Estoy bien. Ya me conoces, no me importan Alice o Seth. Sólo Levi.
Mya frunció el ceño.
—¿Cuándo empezó otra vez lo de Seth y Alice?
—No lo sé. Levi los vio juntos hace unas semanas, pero no me dijo nada hasta
el otro día. —Y hoy los ha vuelto a ver—. Pero la inoportuna e “importante” llamada de
Seth… —Sydney hizo comillas al aire—… me hace pensar que Levi le confesó la
misma noticia a Seth hoy mismo. —Volvió la sensación de dolor en su estómago—.
Levi estaba muy enfadado con Seth después de la aventura. Tardó mucho en perdonar
a su padre y no sé qué le hará esto. Seth le prometió que había sido un error hace
cuatro años y que nunca había querido que pasara nada con la tía Alice. Bueno, así es
como Levi se refería a ella entonces.
—Ahora la llama la Diablesa cuando me la menciona —dijo Mya enarcando las
cejas—. Levi es fuerte, y ahora es mayor. Además, te tiene a ti.
—Sí, excepto que estoy aquí trabajando, y debería estar allí con él y...
—Basta. —Mya se levantó de un salto y gesticuló con las manos, invocando su
ascendencia italiana—. A Levi le encanta el trabajo que haces. Te admira mucho, y no
creo que lo veas porque Seth-el-maldito siempre está en tu cabeza.
La acertada valoración de Mya hizo que a Sydney le recorrieran escalofríos por
la espalda y sintió como si llevara un corsé demasiado apretado. Joder, le dolía más
de lo que se atrevía a admitir, pero sólo porque su dolor era por su hijo.
—Levi sólo quiere que me concentre en ser cuidadosa durante este trabajo. —
Señaló su teléfono sobre la cama—. Acabamos de hablar. Está haciendo todo lo
posible para recomponerse, pero sé que si piensa que me estoy desmoronando, será
más difícil para él.
—No te desmoronas. Así que no te preocupes. —Agarrando el antebrazo de
Sydney, Mya continuó en un tono más suave—. Pero, sinceramente, desde que dejaste
la empresa de tu padre, Levi ha sido más feliz. Creo que vio cuánto odiabas trabajar
en Archer y supo que no era lo que querías. Sabes, piensa en ti como si fueras un 122
héroe de cómic de Marvel en carne y hueso. Sabe que superarás este nuevo reto, y él
también.
Sydney se llevó la mano libre al abdomen mientras un hormigueo recorría su
piel.
—Todo irá bien. Te lo prometo. —Mya le apretó ligeramente el brazo—. Hoy
he saltado al... bueno, más bien me han obligado a entrar en ese cenote. Y si puedo
hacerlo, todo es posible. —Le guiñó un ojo juguetonamente, tratando de aligerar el
humor de Sydney. Algo que poca gente podía hacer—. El destino. El Universo. El
Cosmos. Como quieras llamarlo. Algo más grande que nosotros está pasando ahora
mismo, ¿no crees?
Sydney asintió, un poco embelesada por la nueva visión de la vida de su amiga.
Aquel libro de Joe-algo-otro le había impactado de verdad.
—Veamos los hechos —dijo Mya, deslizándose en modo periodista, y empezó
a contar golpeando con los dedos la palma de su mano abierta mientras enumeraba
pruebas para defender su postura—. Elegí Tulum para reunirme con mi contacto de
Sinaloa. —Palmada—. Resulta que Beckett rastreó a la hermana de su ex hasta México,
y está conectada con el mismo cártel. —Otra palmada—. Entonces, mientras
estábamos en la playa hablando de ese guapo sheriff vaquero, aparece él. —Palmada,
palmada, palmada.
¿Un sheriff vaquero guapo? Sydney sonrió satisfecha mientras la imagen de
Beckett vistiendo sólo una toalla le aceleraba el pulso. Y ese abrazo. Y el casi beso.
—Y luego, para colmo, nos salva esta banda de guapos justicieros. Su líder,
Martín, conoce a tu jefe y le debe un favor. Y su misión es acabar con el mismo maldito
cártel que perseguimos. —Mya abrió las palmas de las manos y levantó la barbilla
hacia el techo como si tuviera línea directa con el Gran Hombre del cielo—. Alguien
está moviendo nuestros hilos, guiándonos por este camino.
—Cuando lo pones de esa manera...
Mya bajó la mirada para encontrarse con la de Sydney.
—¿Y si esto también es la forma que tiene el destino de juntarlos a ti y a cierta
persona? ¿Lo has considerado?
Antes de que Sydney pudiera responder, llamaron a la puerta.
—Somos nosotros —anunció Beckett.
Mya movió las cejas como diciendo, Mmhmm, y aquí está ese cierto alguien
ahora.
—Mierda. —Se llevó una mano a la frente—. Mi Botox está desapareciendo si
puedo hacer eso.
Sydney se rio entre dientes.
123
—Eres demasiado joven para eso —le espetó mientras se dirigía a la puerta.
—Oye, es preventivo. Sólo planificando.
Sydney miró hacia atrás y sonrió antes de abrir la puerta.
Beckett y Oliver estaban en el porche, y parecía que Martín también les había
proporcionado ropa nueva. A diferencia de los vestidos tradicionales mexicanos que
llevaban ella y Mya, vestían pantalones de lino caqui, camisas abotonadas -Beckett
de negro y Oliver de azul- y mocasines.
Sydney tragó saliva cuando su mirada se cruzó con la de Beckett.
Permanecieron estudiándose en silencio, y fue necesario que Mya le diera un codazo
en la espalda a Sydney para que esta se moviera.
—Supongo que eres capaz de limpiarte bien —comentó Mya, uniéndose a
Sydney en el porche. Tuvo que suponer que Mya se estaba burlando de Oliver, pero
¿cómo podía Sydney mirar a otro sitio que no fuera a Beckett?
Se apartó de sus ojos para recorrer con ellos la columna de su garganta morena
hasta los dos primeros botones abiertos de la camisa.
—¿Y te molestaste siquiera en ducharte? —pinchó Oliver—. Parece que aún
tienes barro del río en el cuello.
Oliver se acercó a Mya y se rio cuando ella le apartó el brazo.
—Supongo que deberíamos ir a cenar —se forzó a decir Sydney cuando su
atención se posó en la mirada oscura e increíblemente penetrante de Beckett.
—De acuerdo —dijo Mya en tono alegre, y luego salió del porche, dejando
atrás a Oliver.
Sydney y Beckett se quedaron clavados en su sitio, mirándose como si un hada
madrina de Disney los hubiera hechizado.
¿Qué me pasa?
Beckett parpadeó y se pasó una mano por la mandíbula sexy y cubierta de
barba.
—Eres... —Carraspeó y se llevó la mano masculina a la nuca—. Absolutamente
hermosa. —La dulce sinceridad de su tono no logró eclipsar la mirada oscura y
hambrienta de sus ojos, que decían que quería hacerla suya.
Ella sonrió dándole las gracias.
—Tú también estás muy guapo. —Se quedó corta, y le costó mucho no subir los
dedos por los botones de la camisa y soltarlos uno a uno.
—¿Estás lista? —¿O podemos quedarnos aquí mirándonos fijamente, sabiendo
que tenemos una química sexual insana que no deberíamos aprovechar?
124
Asintió y le ofreció la mano. Las damas primero. Se había acostumbrado y le
parecía bien que le abrieran la puerta. Los días de los modales gentiles habían
quedado atrás en su mayor parte, y había olvidado lo que era ser tratada como una
dama. Beckett estaba demostrando ser un verdadero caballero sureño. Un caballero
que, con suerte, podría volverse salvaje en el dormitorio.
Se unió a Beckett en el sendero y caminaron codo con codo, quedando unos
tres metros por detrás de Oliver y Mya, que discutían sobre deportes. Por supuesto.
¿Por qué no? Sólo Mya.
—El fútbol es importante en Alabama, ¿verdad? —le preguntó Sydney a
Beckett, intentando entablar conversación.
La miró de reojo, con una sonrisa fácil en la cara.
—Es una forma de decirlo.
—Me lo imaginaba. —Ella le devolvió la sonrisa antes de mirar al frente. El sol
aún no se había puesto, pero las copas de los imponentes árboles que cubrían su
camino lo hacían parecer más oscuro.
—¿Y creciste en...? —preguntó.
—Nacida en Danbury, Connecticut. De niño iba y venía entre Connecticut y
Nueva York. Conocí a Mya y... —Alice. Se encogió al pensarlo. Levi y yo estaremos
bien, se recordó a sí misma—. La conocí en Manhattan. Nuestros padres fueron juntos
a la escuela.
—No tienes acento de ciudad —comentó—. La verdad es que no.
—Supongo que es porque viajé mucho mientras crecía. Los veranos en Europa
normalmente. —Y se detuvo ahí. No quería recordarle que venía de la riqueza. No
estaba segura de por qué le molestaría que él pensara en ella como una snob. Estaba
lejos de serlo. Demonios, apenas poseía marcas, no era lo suyo—. Veo que Los
Ángeles no borró tu acento.
—Ja. Sí, no, supongo que no hay forma de deshacerse de la Bama que hay en
mí.
—¿Y probablemente nunca querrías volver a dejar Alabama? —Los pasos de
Beckett se ralentizaron ante su pregunta, y ella se dio cuenta de que tal vez sonaba
como si le hubiera preguntado: ¿Dejarías tu hogar por amor?
—Yo...
—¿Están bien ahí detrás? —gritó Mya, girándose hacia un lado mientras seguía
caminando, evitando que Beckett tuviera que responder. 125
—Estamos bien —respondió Sydney mientras Oliver agarraba el codo de Mya
para evitar que se cayera al tropezar con su vestido.
—Son mejores que tú. —Oliver se rio mientras Mya miraba hacia delante.
—Para responder a tu pregunta —empezó Beckett un momento después—, no
lo sé.
Sydney mantuvo su atención en el camino por delante, insegura de si podía
mirarlo ahora mismo sin tropezar. Caer físicamente. Mentalmente también, tal vez.
—Oh.
—Y bien. —Esa única palabra de Beckett llenó el poco de silencio que había
entre ellos después de que ella soltara ese incómodo “oh” en el aire nocturno—. Tú...
fuiste a West Point. ¿Cómo fue?
Cambio rápido de tema. Y una conversación que ella no estaba muy segura de
cómo navegar tampoco.
—Estuvo bien, supongo. Le debía al Ejército cinco años después de
graduarme, pero técnicamente sólo serví cuatro. —No tenía intención de entrar en
detalles, al menos esta noche.
—¿Y Gray?
Ohhh. ¿Ahí es donde quieres llevar esto?
—Él estaba en su último año allí cuando nos conocimos. Bastante seguro de que
me propuso matrimonio debido a los nervios previos al despliegue.
—¿Se declaró?

126
CAPÍTULO QUINCE
Beckett se detuvo en seco, momentáneamente aturdido por el comentario un
tanto despreocupado de Sydney, y su pulso se aceleró en previsión de lo que ella
pudiera decir a continuación.
¿Una propuesta de matrimonio? Y aunque habían pasado casi dos décadas,
estaba bastante claro que Gray seguía colgado por ella. ¿Quién culparía al tipo?
—Lo rechacé —aclaró Sydney—. Por aquel entonces, Gray me conocía como
Sydney Bowman. No quería que nadie en West Point supiera de mi familia. —Se
humedeció los labios y dejó caer los ojos hacia la falda de su vestido—. No tenía ni
idea.
Entendía que ocultara la verdad a sus compañeros de clase, suponía. ¿Pero a
un chico con el que salía? ¿Por qué no confesarle? Pero no le correspondía a él
preguntárselo, así que pateó una piedra con la punta del mocasín e intentó hacerse a
la idea de lo que significaba aquella nueva información. ¿Qué iba a hacer con ella?
—Gray todavía siente algo por ti —se encontró admitiendo en voz alta—. Vi
cómo te miraba en la boda de Savanna y Griffin el mes pasado. —Como si hubiera
querido arrancarle el vestido y devorarla, igual que Beckett. Pero hasta que Oliver le
había dado la noticia, estaba seguro de que no sabía que ella y Gray tenían una
historia—. Y sé lo que dijiste, pero...
—¿Pero qué?
Volvió a centrar su atención en ella, deteniéndose un momento en sus
deliciosos labios antes de dirigirse a su atrevida mirada verde.
Estuvo a punto de besarla en el bungalow antes de que Gray llamara. Pero no
lo hicimos, lo que significa que estamos en la misma página. No debería preocuparse
por su pasado o con quién compartió la cama. Ni con quién podría compartir la cama
mañana o pasado mañana.
Entonces, ¿por qué daba la sensación de que ambos estaban allí de pie con
ganas de hacer mucho más que respirar el mismo aire? 127
—Nada. —Él abrió una palma, una oferta para seguir caminando, pero ella
permaneció en su sitio. Estudiándolo en silencio, como si esperara a que se explayara
sobre los pensamientos que había decidido no compartir.
No, cariño, no quieres oírlas. Porque todas se centran en ti en mi cama, y ese es
un lugar en el que seguro que no podemos estar.
—Eh, ¿vienen? —gritó Oliver, y Beckett forzó una sonrisa y asintió.
—Sí —respondió Sydney y empezó a moverse. Beckett la adelantó, intuyendo
que necesitaban algo de espacio para procesar cualquier momento incómodo que
hubiera pasado entre ellos.
La siguió, odiando el nudo que se le formó en la garganta y la sensación de
opresión en el pecho. Al llegar al patio, encontró a Mya y a Oliver junto a la piscina,
con la falda del vestido de Mya ondeando a su alrededor mientras giraba en círculos
y contemplaba el majestuoso paisaje.
Tal vez años atrás, Beckett podría haber caído bajo el hechizo romántico de
este lugar, pero el romanticismo había muerto para él hacía mucho maldito tiempo.
Centró su atención en Sydney, en su mente una visión mucho más hermosa que
las flores tropicales que rodeaban el patio y la piscina.
De pie a la cabecera de una larga mesa rectangular, estrechó la mano de una
mujer que Beckett supuso que era la esposa de Martín, Valentina. Cruzó lentamente
los adoquines para saludar a sus anfitriones.
—Hola —dijo mientras alargaba la mano para tomar la que Valentina le ofrecía.
—Encantada de conocerte —respondió ella—. No en estas circunstancias, por
supuesto. —Después de estrechar con firmeza la mano de Beckett, hizo un gesto hacia
Sydney, que ahora estaba al lado de Beckett—. Tu esposa nos estaba diciendo que...
—No estamos casados —respondieron Beckett y Sydney al mismo tiempo, y él
la miró de reojo, descubriendo un toque de rojo subiendo por la columna de su
garganta. Una sonrisa nerviosa se dibujó en sus labios antes de volver a centrarse en
sus anfitriones.
¿Tímida? ¿De verdad? Hmm.
—Ah, es verdad. —Valentina dio una palmada delante de su cara—. ¿Cómo
podría olvidarlo? Mi marido ya me lo dijo. —Le recordó a Beckett una versión más
joven de su madre. Haciendo de casamentera a los dos segundos de empezar la
conversación.
Y eso le recordó... 128
Su madre había volado a Los Ángeles el día que nació McKenna y Cora le había
caído mal desde el momento en que la conoció. Sinceramente, si su madre no hubiera
estado a su lado cuando Cora despegó, probablemente no habría sobrevivido. Había
sido joven entonces, joven para un detective al menos.
Y cumpliré cuarenta y dos en junio. Maldita sea.
—Pero ustedes dos harían unos bebés preciosos, si no les importa que lo diga
—añadió Valentina cuando ni Sydney ni Beckett habían hablado.
—Perdona a mi mujer. Ve demasiados reality shows de solteros. —Martín se
acercó a Valentina por detrás, le puso las palmas de las manos sobre los hombros y
le besó la cabeza—. Creo que en secreto quiere dejarme por un hombre más joven,
y todos los hombres de esos programas son veinteañeros. —Se echó a reír,
obviamente tratando de disipar cualquier incomodidad que el comentario de su
mujer hubiera creado.
—Nunca lo dejaría, y él lo sabe. —Valentina miró a Martín por encima del
hombro y le dio una palmadita en la mano—. Pero siempre está ocupado salvando el
mundo. —Abrió las palmas de las manos hacia el cielo y se encogió de hombros—.
Me aburro, ¿qué puedo decir? Tengo que ocupar mi tiempo de alguna manera.
—Mmhmm. Con jóvenes solteros, ¿eh? —se burló Martín mientras señalaba
hacia la larga mesa, saludando a Oliver y Mya.
Beckett acercó una silla a Sydney, lo que pareció darle un respiro. Le dirigió
una mirada insegura, entrecerrando un poco los ojos mientras lo estudiaba.
—Esto no es caballerosidad —dijo, bajando la voz lo suficiente para que sólo
ella lo oyera—. Sólo modales.
—Gracias —dijo ella, permitiéndole acercar más su silla.
Se aclaró la garganta mientras rodeaba la mesa para sentarse frente a Sydney,
sintiéndose aún un poco perturbado por la proposición que Gray le había hecho años
atrás.
—Perdón por las circunstancias una vez más, pero estamos muy contentos de
tener invitados que llevan ropa bonita a la cena en lugar de armas enfundadas. —
Valentina era franca, y sí, ella habría encajado muy bien en su casa en el rancho de
su familia—. Bueno, supongo que esta noche no llevarás un arma bajo la ropa,
¿verdad? —Su mirada se cruzó con la de Beckett desde donde estaba sentada a dos
asientos de Sydney.
—No, señora. —Sonrió amablemente, y todos se turnaron para agradecerles
de nuevo su hospitalidad.
—Ah, aquí está la comida —sonríe Martín mientras varios miembros de su
equipo se acercan cargados con grandes bandejas. 129
El estómago de Beckett gruñó de agradecimiento al ver los platos colocados
en el centro de la mesa. Platos de fruta y queso. Platos de ternera y cerdo. Pequeñas
tapas. Una hermosa variedad de cocina local.
—Gracias por todo esto.
Martín señaló la comida.
—Buen provecho. A comer.
Oliver no lo dudó y empezó a apilar su plato con impaciencia.
—Siempre puedes servirte de nuevo. Lo sabes, ¿verdad? —pinchó Mya, pero
Beckett estaba demasiado preocupado por Sydney como para inspeccionar la torre
inclinada de tapas de Oliver.
Su plato estaba vacío, los ojos fijos en las cerezas que tenía en la mano.
¿Cerezas? Pensó en el hotel, cuando ella le dijo que había cambiado su perfume
de cerezas por otro. ¿Cuál era la historia?
Ella parpadeó como si saliera de un aturdimiento, recogió algunas uvas y
queso, y luego se afanó en añadir un poco de todo a su plato. Una mujer con apetito
era su tipo de chica.
—¿No tienes hambre? —preguntó, relamiéndose los labios mientras echaba un
vistazo al plato vacío de Beckett y recogía su tenedor. Oh, sí que tenía hambre, pero
no de comer.
—Me muero de hambre —prometió, esperando que el deseo que había vuelto
a surgir no fuera demasiado evidente mientras ella se metía una uva en la boca.
Sí, quería besar esos labios perfectos.
No, necesitaba besarla.
Cada parte de ella.
Quería tumbarla sobre la mesa y devorarla. Deleitarse con cada centímetro de
aquella piel perfectamente sedosa antes de deslizarse entre sus piernas y...
—Puede que no estén casados, pero son amantes, ¿no?
Y de repente, la pregunta de Valentina lo hizo darse cuenta de que Sydney y él
no estaban solos. Y él había estado viviendo en una realidad alternativa Si las cosas
fueran diferentes en su cabeza.
Pero las cosas no eran diferentes. Seguía siendo un sheriff de pueblo que vivía
en Alabama, un padre soltero que criaba a su hija mientras gestionaba el equipaje de
una bodega de carga. Y estaba en México por culpa de ese equipaje. 130
—Lo siento, ¿qué? —Puso la servilleta de lino negro en su regazo y colocó la
mano sobre ella, tratando de bajar su polla, luego se centró en Valentina.
Valentina levantó una ceja.
—¿Si no te importa que hable con tanta franqueza?
—Lo hará de todos modos. —Martín sonrió y agarró una botella de vino—.
Disculpas por adelantado.
—Bueno. —Empezó Valentina a pesar de que ni él ni Sydney habían accedido.
Aceptó una copa de vino de su marido antes de continuar—: Reconozco la pasión
cuando la veo. Miras a esa mujer como mi marido me mira a mí. Como si quisieras...
bueno, ya sabes.
—Como he dicho, disculpas. —Martín soltó una risita mientras Beckett lanzaba
una mirada a Sydney.
No tenía ni idea de qué decir, y el silencio de Sydney sugería que ella estaba
en el mismo barco, así que agarró su botella de agua y bebió unos cuantos tragos.
—¿Qué tal si comemos, mi amor? Y les dejamos en paz con sus vidas personales
—sugirió Martín.
—¿Qué? ¿Hablar del cártel en su lugar? —Valentina suspiró—. Está
obsesionado con ellos. En acabar con ellos, debería decir. Tampoco puede trabajar
los domingos, día de descanso de Dios. Pero le permití hacer una excepción cuando
nos enteramos de la situación. Además, Carter Dominick llamó, y cuando ese hombre
llama...
—¿Has conocido a Carter? —preguntó Oliver antes de dar un bocado a la
comida, y Beckett por fin bajó su ritmo cardíaco a niveles normales para poner
también algo de comida en su plato.
—Claro que sí. Carter es un hombre único. Me recuerda un poco a mi marido.
Un comodín y poco seguidor de las reglas. —Valentina sonrió antes de dar un sorbo
a su vino.
—Carter es eso —comentó Oliver.
La botella de vino tinto avanzó por la mesa y Beckett decidió servirse un poco.
Tal vez le ayudaría a calmar los nervios. Jesse e Ivy estaban a salvo por ahora, así que
se sentía un poco menos culpable por disfrutar de una buena comida. Además, Martín
les había salvado el pellejo antes y se dijo que sería una falta de respeto declinar su
generosidad.
—¿Y todos ustedes trabajan con Carter? —Martín cortó su chuleta de cerdo con
una hoja afilada. La carne estaba rociada con una salsa oscura, y estaba llamando el
nombre de Beckett, por lo que finalmente añadió una porción a su propio plato.
—Sólo nosotros dos. —Oliver hizo un gesto a Sydney antes de centrarse en
131
Mya, que estaba frente a él—. Puede que ella también se una a nuestro equipo.
—Ah, ya veo. —Martín fijó su atención en Beckett como esperando oír la razón
por la que había acompañado a los demás.
Valentina también posó sus ojos en Beckett cuando éste permaneció en
silencio. La mujer sentía tanta curiosidad como Mya.
—Estoy, bueno, aquí para...
—Nos está ayudando a rastrear al cártel —dijo Sydney—. Tiene algunas fuentes
internas.
Beckett bajó los hombros al oír sus palabras y le hizo un pequeño gesto de
agradecimiento por cubrirle las espaldas.
Afortunadamente, Martín cambió de tema y empezó a hablar de sus
antepasados y de la historia del pueblo maya.
Unos veinte minutos más tarde, la música comenzó a salir de los altavoces
situados alrededor del patio, y Valentina se puso de pie y giró el dedo en el aire.
—Es hora de bailar. Me encanta la salsa, pero a mi marido no le gusta el
intercambio de parejas. Es un poco posesivo en ese sentido. ¿Quizá esta noche
bailemos como nos apetezca?
—No tengo muchas ganas de bailar. —Oliver se palmeó el estómago como si
estar lleno fuera la razón por la que no tenía interés en bailar. Dudaba.
—Te ayudará a descansar más tarde —insistió Valentina mientras tomaba la
mano de su marido—. Bailar te libera la mente para que mañana puedas pensar mejor
cuando sea un nuevo día. Cada mañana es una oportunidad para nuevos comienzos,
¿sí?
¿Nuevos comienzos? Dios, daría cualquier cosa por eso. Pero seguía
atormentado por su pasado. Por Cora y el daño que había dejado a su paso.
—¿Tal vez uno o dos bailes, entonces? —Mya sonrió cortésmente a Valentina—
. No necesito pareja.
—Oh, no seas tonta. —Valentina sacudió la cabeza y empezó a mirar alrededor
del patio—. Aquí hay muchos hombres a los que nada les gustaría más que ayudarte
a liberar tu mente si prefieres no mezclar los negocios con el placer bailando con
Oliver —añadió.
—No, no será necesario. —Oliver estaba al lado de Mya antes de que ella
pudiera objetar. Puede que Mya lo volviera loco, pero parecía que tampoco quería
que volviera loco a ningún otro hombre.
—Eso es lo que pensaba. —Valentina guiñó un ojo—. ¿Y ahora, ustedes dos? 132
—¿Nosotros? —Sydney se señaló el pecho mientras se levantaba lentamente
de la mesa, dejando a Beckett el último en levantarse—. ¿Nosotros? —añadió mientras
inclinaba la barbilla en su dirección.
—Demuéstrame que me equivoco. —Valentina sonrió alegremente—. Como
dijo Sasha Azevedo, “Bailar es estar en sintonía con los pasos de la vida”. Si ustedes
dos no están en sintonía —añadió encogiéndose de hombros—, entonces quizá
realmente no tengan química.
La química no es nuestro problema. Ese hecho, esa realidad, fue una patada en
las bolas, porque nunca en su vida había deseado tanto a una mujer. Nunca antes
había sentido algo tan visceral, tan crudo y francamente primario. La necesidad
salvaje de estrechar a Sydney entre sus brazos... ¿y en un momento así? ¿Qué
demonios le estaba pasando?
Pueblo Mágico, recordó las palabras del hombre del bar antes de que les
dispararan. Es sólo un lugar mágico, racionalizó. No había otra explicación.
Cuando sus ojos se volvieron a fijar en los de Sydney, se echó las manos a la
cabeza. No era simplemente la magia de México. Era ella.
Rodeó la mesa y le ofreció la mano a Sydney, decidiendo dejarla elegir si
quería bailar. Ella aceptó su mano sin vacilar, y su cálida piel contra la suya, ya
caliente, aceleró los latidos de su corazón.
Caminaron en silencio hacia la zona abierta a un lado de la mesa del comedor,
donde Mya y Oliver ya estaban bailando.
A él le gustaba más el country, el jazz o el blues, pero cuando puso las manos
en las caderas de Sydney, se dio cuenta de que podían estar en completo silencio y
él no se daría cuenta. Seguiría moviéndose con ella.
—¿Estás bien? —le preguntó mientras ella le pasaba los antebrazos por los
hombros, acercándose.
—Creo que sí. —Se humedeció los labios, y el calor que brillaba en sus ojos
verdes anuló todo pensamiento racional.
—Jesús. —La palabra se le escapó mientras la estrechaba más contra él.
—Soy Sydney, en realidad —le susurró al oído, deteniéndose un momento
antes de deslizar suavemente su mejilla contra la de él para encontrarse de nuevo con
su mirada.
Sin saber qué decir -porque cada gramo de sangre de su cuerpo viajaba hacia
el sur-, deslizó las manos alrededor de la espalda de ella y las introdujo en una danza
lenta y sensual. Por instinto, dobló las rodillas y la acercó más, de modo que cuando 133
ella giró las caderas, su sexo se frotó contra el de él. Era una tortura. Una dulce y
ardiente tortura.
Sus manos se deslizaron desde los hombros de él hasta sus bíceps, clavando
sus cortas uñas en él mientras ella arqueaba la espalda e inclinaba la cabeza hacia el
cielo para contemplar el firmamento estrellado.
Beckett aprovechó la oportunidad para deslizar una palma a lo largo de la
suave columna de su garganta por el centro de su cuerpo mientras le apoyaba la parte
baja de la espalda con la otra.
Ella se agarró a sus bíceps para apoyarse cuando se incorporó, mirándolo sin
aliento. Permanecieron así un momento, los dos inmóviles, y él hizo todo lo posible
por no besarla allí mismo, delante de todo el mundo.
Finalmente empezó a moverse de nuevo, e hicieron un trabajo pésimo para
demostrar que Valentina estaba equivocada.
Sydney recogió la tela de la falda con una mano y él no pudo evitar engancharle
la pierna y sujetarle la rodilla a la cintura, estrechando aún más su cuerpo contra el
suyo. La sujetó por la espalda mientras se sumergía y se quedó mirando sus tetas, que
se tensaban contra el vestido.
No tenía ni idea de cuánto tiempo bailaron, pero en algún momento, la música
paró, y ambos estaban sin aliento y sudorosos.
Sin soltar a Sydney, giró la mirada para encontrar a Valentina a su lado, con una
expresión divertida en el rostro. Oliver y Mya se habían ido. ¿A la cama? ¿Juntos? Lo
dudaba.
—Yo diría que han encontrado pareja de baile el uno en el otro. Bailan muy
bien juntos —comentó Valentina, y luego se mordió un poco el labio como si estuviera
viendo un reality show cobrar vida delante de ella—. Se está haciendo tarde. Tal vez
deberían dormir un poco, ¿sí? Sus amigos se fueron hace unos minutos, no es que se
hayan dado cuenta.
Soltó a Sydney mientras respondía:
—Gracias por la cena y su hospitalidad.
—Sí, gracias —dijo Sydney, con la voz tensa.
Valentina le guiñó un ojo, le puso una mano en el hombro y le dio dos
palmaditas antes de inclinarse y susurrarle:
—Es especial. Lo sé. No la pierdas.
—¿Qué te dijo? —preguntó Sydney una vez que Valentina y su marido los
dejaron solos en el patio.
Beckett se encaró con ella. 134
—Nada que no sepas ya.
Sydney tenía las mejillas sonrojadas y se pasó una mano por la clavícula,
húmeda de sudor.
—¿Cuánto tiempo estuvimos bailando?
—No tengo ni idea. —Echó un vistazo a la mesa, que ya estaba vacía. Realmente
se había perdido de todo y de todos los que los rodeaban mientras bailaban.
Y seguro que nunca antes había bailado así.
—¿Vamos? —Abrió la palma de la mano, señalando el camino.
Recorrieron el sendero en silencio, sin charlas triviales. O charla pesada.
Pero sus pensamientos estaban acelerados. Su cuerpo seguía al borde de la
necesidad.
Cuando llegaron a su pequeño porche, la siguió hasta la puerta. Di buenas
noches y vete.
Sydney abrió su puerta, luego se dio la vuelta, manteniendo la puerta abierta
con la espalda.
—Entonces.
—Entonces. —Sonrió y se guardó las manos, preocupado de que la alcanzara y
no tuviera excusa para volver a tocarla. Sin música. Sin Valentina empujándolos para
comprobar si estaban sincronizados.
—Esta noche ha sido inesperada. —Su tono suave y dulce no hizo nada para
aplacar la ardiente lujuria que corría por sus venas.
—Diría que hoy, en general, ha sido... bueno, ha sido único.
Inclinó la cabeza y sus ojos recorrieron su pecho.
—Estás caliente.
Se rio entre dientes.
—¿Lo soy? —Pero él sabía que ella se refería a su camisa de lino pegada a su
cuerpo por el sudor—. Necesito otra ducha antes de dormir, pero estoy preocupado
por Cha Cha.
—¿Cha Cha? —Su hermosa sonrisa hizo que su corazón latiera cada vez más
fuerte.
Sacó una mano del bolsillo para señalar los árboles.
—Es el monito araña que nombré antes, y se me acercaba sigilosamente por la
ventana. 135
—¿Y le pusiste Cha Cha?
—Es el sonido que hace con los dientes. —Se encogió de hombros—. De todos
modos, no hay techo sobre la ducha, así que tengo la sensación de que Cha Cha me
estará vigilando. No me gusta esa idea.
Sydney se rio y se cruzó de brazos como si tuviera frío, lo cual no era posible,
pero…
—Ahí va mi ducha. —Se aprisionó el labio inferior entre los dientes durante un
segundo y, al darse cuenta de lo que había hecho, lo liberó rápidamente—. Buenas
noches, entonces.
Ella exhaló un profundo y pesado suspiro y empezó a girarse. Antes de
pensárselo dos veces, él sacó la mano del bolsillo y le rodeó la muñeca, atrayéndola
hacia sí.
Su mirada se dirigió hacia donde él la sujetaba justo antes de que la atrajera
suavemente contra él, y su puerta se cerró con un clic.
—Voy a besarte ahora. —Su tono era más duro de lo que había querido decir,
su cuerpo impulsado por una necesidad insana.
—¿Me lo dices para que no te dé una patada en las pelotas?
—Mmhmm. —Le soltó la muñeca, tomó sus mejillas entre las palmas y se acercó
lentamente a ella.
—De acuerdo, entonces. —Y en eso, guió su boca a la de ella.
Compartieron un suspiro mientras sus labios se separaban y ella ofrecía su
lengua, y joder, él la cogió.
Las manos de ella se dirigieron al pecho de él antes de deslizarse hasta la nuca,
y él profundizó aún más el beso.
Cada parte de él ardía, sus lenguas bailaban tan eróticamente como sus
cuerpos se habían movido en aquel patio.
Se separó de su beso para acercar sus labios a la oreja de ella y, al mismo
tiempo, deslizó una mano hacia abajo para acariciarle el pecho. Ella jadeó cuando él
hizo rodar suavemente su pezón entre los dedos y, joder, si ese sonido no le llegó
directamente a la polla.
—Más —suplicó ella, remoliéndose contra su erección dolorosamente dura.
—Todavía no —la amonestó, mordiéndole el lóbulo de la oreja, incapaz de
contener las gotas de presemen mientras ella gemía de placer.
La silenció con la boca, besándola de nuevo con fervor, y ella retrocedió,
golpeándose contra la puerta. 136
Respirando con dificultad, le soltó el pecho y apoyó ambas palmas en el marco
de la puerta, apoyando la frente en la de ella.
—Sydney —susurró—. Deberíamos...
—Lo sé —gimió ella a su vez—. No deberíamos —añadió con voz derrotada—.
Lo sé.
Por ahí no iba a ir su frase. Pero canalizó su control y reunió fuerzas para
alejarse de ella. Si ella quería parar, que así fuera.
Le besó tiernamente la boca una vez más antes de apartarse del marco de la
puerta.
Ella jadeaba un poco, y él también.
Necesitaba acorralar al animal que llevaba dentro. Alejarse. Irse.
—Buenas noches, Sydney —dijo con voz grave.
—Ojalá... —Cerró los ojos.
Inclinó la cabeza, esperando a que ella terminara.
Cuando ella se quedó callada, él se obligó a marcharse, sabiendo que tenía
una cita con su polla en aquella ducha exterior.
Ojalá las cosas fueran diferentes.

137
CAPÍTULO DIECISÉIS
—¿Qué me está haciendo ese hombre? —murmuró Sydney mientras miraba su
reflejo en el espejo del baño, con el corazón aún acelerado por el beso.
Ningún hombre la había hecho sentir tan sexy. Tan deseada. Tan suficiente.
Se peinó el cabello rubio con los dedos, se lo apartó de la nuca con una mano
y se abanicó la piel con la otra. Entre el aire húmedo de la selva y los vaporosos bailes
con Beckett, estaba “reluciente” palabra que Mya utilizaba para referirse al sudor.
Mirando hacia la ducha de su izquierda, por su mente pasaron imágenes de un
Beckett desnudo bajo el chorro, con los ojos cerrados de placer mientras se
acariciaba la polla.
Tendría que complacerse esta noche o nunca conseguiría dormir. Se pasó la
palma de la mano por la cara porque, ¿a quién quería engañar? Por mucho que se
tocara, no conseguiría aliviar el insoportable dolor que sentía entre los muslos. No
mientras el hombre que quería que se encargara de ese trabajo estuviera justo al
lado.
Se pasó la palma de la mano por la clavícula, recordando la sensación de sus
manos sobre su cuerpo cuando bailaban. La forma en que aquel hombre se movía era
pecaminosa. Pero la forma en que sus cuerpos se movían juntos era algo totalmente
inexplicable. Valentina había acertado al decir que estaban sincronizados. Beckett y
ella bailaban como si lo hubieran hecho miles de veces, como si sus cuerpos
estuvieran hechos el uno para el otro, lo cual era una locura.
Locura o no, no podía negarlo. Entonces, ¿por qué me resisto? Merezco aunque
sea un pedazo de felicidad, ¿no? Y después de la llamada de Seth y sus noticias...
Cada molécula de su cuerpo le exigía correr hacia Beckett y entregarse a él
por completo, algo que nunca había hecho con otro hombre. Pero nunca nadie la
había hecho sentir así. Seth nunca le había acelerado el corazón como lo había hecho
Beckett con una sola mirada sensual.
¿Podemos tener una noche? ¿Puedo ser la chica salvaje y temeraria que fui una 138
vez? Negó con la cabeza ante sus pensamientos. Sin embargo, estar con Beckett no le
parecía imprudente. Era lo correcto.
Antes de darse cuenta, Sydney estaba frente a su bungalow y llamaba a la
puerta. La única respuesta fue el sonido del agua de la ducha exterior. Supuso que
había cerrado la puerta de la ducha, pero se dijo a sí misma que si había dejado la
puerta principal sin cerrar, era el destino, o como Mya quisiera llamarlo, y entraría.
Cerró los ojos y puso la mano en el pomo, esperando que el destino estuviera
de su parte mientras giraba lentamente la manilla.
Destino. Oyó la voz de Mya en su cabeza cuando se abrió la puerta. Se quitó las
sandalias y entró, cerrando la puerta tras de sí antes de atravesar la habitación en
dirección a la ducha exterior. Una pared de privacidad la separaba del dormitorio,
así que aún no podía verlo, pero el sonido del agua corriendo le hizo saber que él
seguía ahí fuera.
Se quitó el fajín y se desabrochó el vestido, dejándolo caer al suelo. La brisa
del ventilador le producía pequeños escalofríos.
Beckett ya me ha visto en topless. Dos veces, se recordó, con la esperanza de
calmar sus nervios. Esto era lo menos peligroso que había hecho ese día, así que ¿por
qué le parecía lo más peligroso? Porque estás poniendo tu corazón en la manga, y eso
no es algo que hayas hecho nunca.
Rodeó el muro de privacidad en ropa interior, totalmente desprevenida para
el espectáculo que tenía ante sí.
Beckett estaba de pie bajo el chorro de agua, con la cabeza gacha y las manos
apoyadas en una de las paredes exteriores de madera. La postura permitió a Sydney
admirar discretamente su tonificada figura, desde sus anchos hombros hasta su
increíblemente delicioso trasero. Era cien por cien digno de un modelo de portada.
Sin embargo, allí estaba en carne y hueso. Dorado y sexy ante ella.
—Beckett —llamó con voz entrecortada.
Los músculos de su espalda se estremecieron y se tensaron al oír su nombre.
Sin soltar las manos, giró lentamente la cabeza, pero ella no estaba en su visión
periférica, así que se acercó al marco de la puerta para estar más cerca.
Cuando la tuvo a la vista, se apartó de la pared en silencio, pero no se volvió
para mirarla. Se pasó las manos por el cabello oscuro y se echó hacia atrás los
mechones mojados antes de agarrar el pomo de la ducha y cerrar el grifo.
—Es justo que te vea, ya que me has visto parcialmente desnuda tantas veces
hoy —dijo, esperando como el demonio que él siguiera deseándola tanto como ella a
él.
—Estoy más que parcialmente desnudo. ¿Seguro que quieres que te mire? — 139
Ella oyó la profunda aspereza en su tono y se dio cuenta de que su mano seguía en el
pomo de la ducha como si lo estuviera anclando en su sitio.
—¿Sería mejor si yo también estoy completamente desnuda? —sugirió.
—Sydney. —La forma en que había dicho su nombre no era un, ¿estás segura
de que quieres hacer esto? Parecía reconocer el tipo de mujer que era y que nunca
haría algo que no quisiera.
No, su “Sydney” era más una advertencia de lo que estaba por venir. Que
estaba colgando del borde, y una vez que se enfrentara a ella, no lucharía por alejarse
como lo había hecho después de su beso.
Pero algo en él la tranquilizaba: podía estar a punto de llegar al orgasmo y, si
ella decía basta, él la escucharía.
—Date la vuelta —ordenó, enganchando los pulgares a los lados de sus bragas
de encaje.
Llevó ambas manos a los costados antes de girarse para mirarla de frente. Dejó
de mirarle los pies y subió por sus piernas tonificadas hasta...
Tragó saliva al percibir su plenitud. La mera circunferencia del hombre, unida
a su tamaño, le provocó una oleada de calor y apretó los muslos con impaciencia.
Cuando por fin consiguió enfocar su rostro, se dio cuenta de por qué no se había
movido.
Esperaba sus ojos. Su permiso.
—Lo justo es lo justo —consiguió finalmente mientras le daba la espalda para
dejarle ver su culo, ya que hacía unos instantes le había echado un largo vistazo al
suyo.
Deslizó las bragas transparentes de color nude por sus muslos antes de
inclinarse un poco hacia delante para zafarlas de los tobillos y apartarlas hacia un
lado.
—¿Seguro que quieres que me dé la vuelta? —bromeó ella, captando sus ojos
por encima del hombro una vez en pie.
Ladeó la cabeza, con una mirada casi peligrosa.
—Sabes que sí —murmuró en voz baja.
Apenas tuvo tiempo de volver a mirarlo antes de que él se abalanzara sobre
ella con toda su fuerza. En cuestión de segundos, la tenía de nuevo dentro del
bungalow, pegada a la mampara, con los brazos inmovilizados por encima de la
cabeza y las muñecas unidas por su firme agarre.
Amasó los dedos en su carne antes de deslizar la palma de la mano por la parte
posterior de su muslo. Su tacto era eléctrico, cada caricia de su mano le recordaba 140
que era él quien mandaba. Y justo cuando pensaba que tendría que suplicar más, él
enganchó su pierna alrededor de sus caderas, atrayendo su coño contra su carne.
Con la mandíbula apretada, su mirada feroz conectada con la de ella, dijo:
—No tengo protección, cariño.
Ohhhh. Ahora entendía su vacilación para continuar.
—Pero...
—No puedo quedarme embarazada. Tubos atados —intervino—. Y te prometo
que estoy limpia. —No había tenido relaciones sexuales sin preservativo desde su
divorcio, pero la idea de que ocurriera con Beckett le hacía palpitar aún más el pulso.
—Y no puedo dejarte embarazada —le dijo, soltándole la sorprendente noticia
mientras mantenía el agarre semi firme de sus muñecas y pierna—. Yo también estoy
limpio.
—¿Tú tampoco quieres tener más hijos? —No era la conversación más sexy,
pero ella no iba por ahí manteniendo relaciones sexuales sin protección, así que
también era territorio desconocido.
Sus cejas se fruncieron cuando se inclinó más hacia su cara, su pecho apretado
contra el de ella, y ella se estremeció, la fricción de sus cuerpos cercanos haciéndola
hambrienta de que este hombre la llenara.
—Bueno, no quiero otro bebé.
¿Qué tal un adolescente de trece años? Sus pensamientos casi la hicieron pedirle
que la soltara para poder huir. Porque, ¿de dónde había salido eso? Esto sólo puede
ser por sexo.
Pero no había ninguna posibilidad de que huyera. Lo necesitaba ahora mismo.
—Entonces, estamos bien. —Ella separó los labios como una invitación, y esta
vez él no dudó.
Acercó su boca a la de ella, haciéndola sentir... ¿completa?
Su necesidad desenfrenada la hizo tirar de las muñecas y él la soltó sin oponer
resistencia. Se agarró a sus hombros y se levantó, rodeándole la cadera con la otra
pierna y moliéndose contra él mientras la inmovilizaba contra la pared.
Beckett mantuvo una mano firmemente bajo su culo y apoyó la otra contra la
pared por encima de su hombro, inclinándose para susurrarle al oído.
—Hay algo que he estado pensando en hacerte desde el mes pasado.
¿Desde abril? Desde la boda de Griffin, ¿en serio?
Le bajó los pies al suelo y luego la sorprendió girándola y pegándole el pecho
a la pared. Puso las palmas de las manos a lo largo de su cuerpo mientras él le pasaba 141
una mano por la curva de la columna antes de tocarle el culo con ambas manos y
arrodillarse. Sus ojos se cerraron de anticipación, y un momento después sintió sus
labios a lo largo de su trasero mientras él metía una mano entre sus piernas y subía
por su sexo.
—Tienes un cuerpo precioso —murmuró contra su piel, frotando los dedos
contra su clítoris en pequeños círculos antes de introducirlos en su interior. Ella se
apretó ante la intrusión, ordeñando sus dedos como si fueran su polla, desesperada
porque la llenara. Que la tomara como quisiera.
—Tengo treinta y siete años y voy a cumplir treinta y ocho —decía entre
gemidos con cada profunda penetración. No era insegura, pero sabía que tampoco
era una joven universitaria. Era una madre con estrías y—. Yo...
—Eres jodidamente perfecta —terminó antes de agarrarla por las caderas y la
instaba a darse la vuelta..
Él la miró desde sus rodillas, se inclinó hacia delante, separó su sexo con la
lengua y ella casi vio las estrellas cuando la acarició en su punto sensible.
Sus manos cayeron sobre los hombros de él, desesperadamente necesitada de
apoyo mientras sus piernas se debilitaban con cada pasada de su lengua sobre su
carne. Se había hecho la depilación brasileña para preparar el viaje, y su piel suave
acentuaba cada mordisco, lametón y chupada mientras él devoraba su coño.
Santo cielo.
Echó la cabeza hacia atrás y le clavó las cortas uñas en los hombros mientras
gritaba de éxtasis, corriéndose con más fuerza de la que recordaba. Una oleada de
pura felicidad la inundó y casi se desplomó en el suelo.
Beckett se levantó lentamente y ladeó la cabeza.
—Ahora sobre los otros dos orgasmos.
—¿Los otros dos? —susurró, sintiéndose un poco borracha.
—Tres orgasmos “imposibles” —repitió lo que ella casi había olvidado que
había dicho en el hotel.
La sorprendió tomándola en brazos y llevándola a la cama, luego la colocó
suavemente en el centro. Pero no se unió a ella. Permaneció allí de pie, pasándose
lentamente la mano por el cuerpo mientras la observaba.
Se llevó las manos a los pechos y se acarició los pezones, dejando caer las
rodillas, y a él se le abrieron las fosas nasales.
—¿Por qué estás esperando?
—Darle tiempo a tu cuerpo para que se recupere antes de que haga que te
corras otra vez —dijo, su tono bajo y profundo. 142
Sus ojos se posaron en la polla de él.
—Entonces déjame probarte.
Ella empezó a sentarse, juntando las rodillas, pero él negó con la cabeza y le
ordenó:
—No. Quédate ahí. —Una sonrisa se formó en sus labios—. Estoy esperando al
número tres. Y, cariño, si me rodeas con esos labios, te follaré esa boca y me correré
en tu garganta.
Su cuerpo se recargó ante sus sucias palabras, ante la perspectiva de más.
—Exigente, ¿verdad? —Pero maldita sea, le gustaba. En el dormitorio, este
hombre podía controlarla todo lo que quisiera, y ella se lo permitiría. Todo el día.
Todos los días. Para siempre.
¿Para siempre? Inspiró bruscamente al pensar en ello y perdió rápidamente la
noción de sus descabelladas ideas cuando Beckett se dirigió a su vestido desechado
y recuperó la faja naranja.
Deslizó la seda entre sus manos y tiró de ella, probablemente probando su
resistencia, mientras se acercaba, y ella se estremeció de expectación ante lo que
podría hacer con aquel fajín.
Beckett se subió a la cama, flexionando los músculos mientras su poderoso
cuerpo se colocaba a horcajadas sobre ella. Levantó la faja y arqueó una ceja,
pidiéndole permiso en silencio.
—Sí, por favor —susurró.
Las manos de ella recorrieron el pecho de él y alisó con la palma un mechón
de pelo. Pero él le robó las muñecas al instante y empezó a atárselas al cabecero.
Esto es nuevo. Y quién hubiera pensado que a su caballeroso caballero le
gustaba... de acuerdo, bueno, es un sheriff. Estoy segura de que podría contenerme de
más formas de las que puedo contar.
Una vez que comprobó que sus manos estaban bien sujetas, se inclinó y acercó
su boca a la de ella, que se saboreó en sus labios. Otra primicia.
—¿Estás bien? —preguntó, y sus ojos pasaron momentáneamente de oscuros a
cariñosos.
—Más que bien —prometió mientras arqueaba la espalda como petición de
que la tocara.
Sonrió y le dio otro beso sensual en los labios antes de apoyarse sobre los
talones, pero consiguió que su peso no la aplastara. Su polla estaba tan cerca de su
coño que si ella se movía un poco, podría tenerlo ahora. Sin esperas. 143
Jadeó cuando él se inclinó hacia ella y le mordió una teta, pasando la lengua
por la carne sensible antes de hacer lo mismo con el otro pecho.
Beckett se tomó su tiempo con sus pezones antes de empezar a recorrer su
cuerpo con los labios, desplazando su peso en el proceso a medida que sus labios
viajaban más al sur. La besó en todas partes menos donde ella quería, dejándola
dolorida y pidiendo más.
—Por favor. —Ella tiró de sus ataduras con una necesidad abrumadora
mientras él arrastraba su barba por el interior de sus muslos.
La sorprendió levantándole ambas piernas y echándoselas sobre los hombros,
hundiendo la boca en su carne, persiguiendo el orgasmo número dos.
Escalofríos recorrieron su cuerpo mientras se entregaba a ese hombre. Cada
parte de ella. Le dio su confianza entregándose a él. Sometiéndose. Algo que debería
haber sido antinatural, y sin embargo, en este momento, era cualquier cosa menos
eso.
Mientras él la acariciaba de nuevo con la boca, proporcionándole una
sensación placentera tras otra, las yemas de los dedos de ella se enroscaban en las
palmas de sus manos, desesperada porque sus cuerpos se unieran en uno solo.
—Beckett, nunca le he suplicado nada a nadie en mi vida —dijo entre gemidos
jadeantes mientras él seguía castigándola de la mejor manera posible—, pero por
favor, por el amor de Dios, fóllame.
Él se quedó quieto, y ella miró hacia abajo, viendo sus labios carnosos
rondando cerca de su sexo, una mirada salvaje en sus ojos.
—Por favor —estuvo a punto de gritar de nuevo, tirando del cabecero—.
Necesito sentirte.
Él debió de oír la emoción que ahogaba su voz porque asintió, y el cuerpo de
ella tembló de alivio al ver que cedía a su súplica.
Beckett se colocó encima de ella y tiró del nudo de la faja, liberándole las
manos. Cuando ella introdujo la mano entre sus cuerpos y la deslizó a lo largo de su
cuerpo, él emitió un sonido grave y gutural.
—Me destrozarás si sigues tocándome así —siseó mientras la miraba a los ojos.
Sin dejar de sostener su peso sobre ella, sus bíceps se flexionaron.
—¿Qué crees que me has estado haciendo? —Ella empujó la cabeza de su polla
en su centro.
Sus ojos se clavaron en los de ella, su mandíbula aún tensa. Y entonces hizo lo
que ella le había suplicado.
Empujó profundamente dentro de ella. 144
CAPÍTULO DIECISIETE
Beckett llenó a Sydney de un solo movimiento, sin esperar una reacción tan
intensa en el momento en que sus cuerpos se unieron. Sujetó su cuerpo contra el de
ella, dejando escapar una respiración agitada mientras le daba tiempo a adaptarse.
Se aferró a sus bíceps y también permaneció inmóvil. Sin moverse. Sin rogarle
que la follara con más fuerza.
Se miraron fijamente en silencio, mientras el tiempo se alargaba. Nunca había
creído en la idea de las almas gemelas, pero juró que algo dentro de él, algo
entretejido en el tejido de su ser, se sintió familiarizado con Sydney en el momento
en que sus cuerpos se unieron en uno solo. Era como si compartieran la misma
energía. El mismo latido. La misma respiración. Siempre había sido así.
¿Qué demonios me pasa? Movió las caderas una vez para asegurarse de que
ella estaba lista y, al oír su gemido, se soltó.
Rápidamente encontraron el ritmo y ella se entregó al máximo, apretando su
coño contra él con tanta fuerza que casi le dolía. Pero eso sólo provocó que él la follara
con más fuerza, y que el marco de la cama chirriara con cada movimiento de sus
caderas. Le rodeó el culo con una mano para estabilizar su cuerpo y evitar que su
cabeza chocara contra el cabecero metálico.
Se tambaleaba al borde de su control cuando ella arqueó la espalda,
levantándola de la cama, entonando versiones entrecortadas de su nombre.
La necesidad de reclamarla, de marcarla como suya y de derramarse en su
pequeño y apretado cuerpo iba a destruirlo si no se detenía pronto. Movió la mano y
la arrastró por su torso, pellizcándole rápidamente el pezón hasta el punto del dolor,
y en el momento en que ella abrió los ojos, él la soltó, permitiendo que el placer
inundara su cuerpo. A juzgar por su jadeo y el aleteo de sus pestañas, ella lo disfrutó
más de la cuenta.
¿Cómo era posible que aquella mujer se hubiera apoderado de él después de
tan poco tiempo? Sin embargo, sabía sin lugar a dudas que Sydney Archer lo había 145
destrozado para cualquier otra persona. No podía haber nadie más después de ella.
Cualquier otra persona no sería más que una triste imitación de su perfección.
Sus ojos brillaban como si estuviera en la misma página emocional que él, y se
aferraba a su control, aún no dispuesta a ceder al éxtasis.
Sin romper el contacto, los condujo a una posición sentada, con las piernas de
ella firmemente alrededor de su cuerpo y las tetas apretadas contra su pecho mientras
ella empezaba a mecerse arriba y abajo, reclamando su polla.
Se inclinó hacia él y le chupó el labio inferior mientras ella trabajaba sobre su
dura longitud, tomando el control para alcanzar el clímax. Y cuando ella empezó a
respirar fuerte y rápido, él supo que estaba a punto de correrse.
—Justo ahí. Oh Dios, sí, eso es. —Arriba y abajo. Hacia arriba y hacia abajo.
Más y más fuerte. Golpeando su polla.
Hizo todo lo posible para no correrse mientras ella gritaba y gemía de placer,
corriéndose encima de él. Cuando por fin empezó a respirar con más calma, le agarró
la barbilla y le acercó la boca a la suya.
—Tu turno —susurró ella, bajándose de él con un movimiento fluido. Se colocó
brevemente a cuatro patas antes de bajar el pecho a la cama y deslizar las manos
hasta el culo, ofreciéndole una vista perfecta de su coño reluciente.
Mía.
Le sujetó las muñecas con una mano en la base de la columna, le agarró la
cadera con la otra y la penetró de golpe. Ella gritó al contacto, sus gemidos
amortiguados contra el edredón. El tercer orgasmo la alcanzó en un tiempo récord, y
menos mal, porque no pudo contenerse más.
—Voy a correrme dentro de ti, Sydney —ronroneó mientras sus caderas
empezaban a tartamudear—. Voy a llenarte el coño con mi semen y ver cómo corre
por tus piernas. Eso es lo que me haces. —Rápidamente llevó ambas manos a sus
caderas y la penetró por última vez—. Jodeeeeer.
Su cuerpo se relajó después de correrse dentro de ella, apenas podía ver bien
mientras intentaba ordenar sus pensamientos y volver a respirar.
Beckett se inclinó hacia delante y le dio un beso en la piel entre los omóplatos.
Se retiró olvidando que dejarían un desastre pegajoso por toda la cama. Ella se
cubrió, tratando de mantener a raya la suciedad. No lo había pensado bien.
—Un segundo. —No necesitaban a Valentina para ver la prueba física de que
había tenido razón sobre ellos.
Agarró una toalla de mano y volvió corriendo a la cama, sorprendido al oír a
Sydney reírse entre dientes.
—Apuesto a que esta parte no aparece en los libros románticos.
146
—O el hecho de que duré menos de dos minutos —dijo, riendo ahora también.
—Aw. —Sydney se levantó y se limpió con la toalla—. Duraste más que eso. Te
monté hasta el fondo antes de cambiar de posición. —Se dirigió al baño para
deshacerse de la toalla y refrescarse.
Cuando rodeó el muro de privacidad, su impresionante cuerpo se dirigió hacia
él a grandes zancadas... ¿Tenía idea de lo sexy que parecía?
—Bueno, eso fue... —Ella se unió a él en la cama y rodó sobre su espalda,
poniendo una palma sobre su abdomen, y él se puso de lado junto a ella.
—La próxima vez, iremos por cuatro —dijo, tirando de ella más cerca.
—Te gustan los retos, ¿verdad? —bromeó.
—Simplemente me gustas. —Cerró un ojo al darse cuenta de lo que había
dejado escapar. La verdad. Una verdad que no acababa de entender.
—No me lo habría imaginado. —Sonrió y se mordió juguetonamente el labio,
burlándose de él a propósito.
—Pronto podré demostrarte cuánto. —Sonrió, le encantaba esta sensación. No
del todo definible, pero cien por cien perfecta—. Pero tengo más de cuarenta años. Y
no soy un héroe de novela romántica —añadió—. Necesitaré más tiempo antes de que
se me levante de nuevo. Pero eso no significa que no pueda darte placer antes en la
ducha.

147
CAPÍTULO DIECIOCHO

Beckett se pasó la palma de la mano por la cara, intentando despertarse.


—¿De verdad he dormido? —murmuró, agradecido de ver que Sydney seguía
tumbada a su lado. Tenía una pierna envuelta en la sábana negra, que le cubría sólo
parte de la parte inferior del cuerpo, pero sus pechos estaban a la vista. La visión de
esta hermosa mujer en su cama lo hizo pensar que tal vez harían otra ronda. Porque
maldita sea.
—¿Te sorprende? ¿Después de la noche que hemos pasado? —Sydney se puso
de lado, desenredó las piernas de la sábana y se la tendió sobre el cuerpo. Estaba
desnudo encima de la ropa de cama; hacía demasiado calor para cubrirse con nada.
Acomodó la almohada y deslizó un brazo bajo ella mientras la miraba.
—Supongo que eras la cura que necesitaba para mi insomnio. —¿Y esta noche?
¿Mañana por la noche? No estaba seguro de lo que pasaría a continuación entre ellos,
y se daba de patadas por pensar en eso, dado el motivo por el que estaban en México.
—Bueno, he oído que la gente suele dormir mejor después del sexo, así que no
estoy segura de poder llevarme todo el mérito. —El tono sombrío de ella lo tomó por
sorpresa—. Por supuesto, no he estado exactamente probando esa teoría...
—Bien. —No tenía intención de decirlo en voz alta, pero la idea de que ella
estuviera en la cama con otro hombre no le gustó—. Ha pasado mucho tiempo para
mí —compartió, porque en ese momento, ¿por qué no?
Ahora conocían cada detalle íntimo del cuerpo del otro. Y ella era la primera
mujer, aparte de su familia, que conocía los sórdidos detalles de Cora. Él le había
dado mucho más que la versión resumida de su vida, y ella no había huido. Seguía
allí, en su cama.
Levantó la mirada hacia la faja naranja que aún colgaba suelta del cabecero
detrás de ellos.
—Me has sorprendido con eso.
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—Me sorprendí a mí mismo. —Recordó sus ojos muy abiertos y fijos en él
mientras le ataba cuidadosamente las muñecas antes de cubrir su cuerpo de besos.
—¿No atas a la gente a menudo, supongo? No es que sea asunto mío. —Su tono
de voz sorprendentemente tímido y sus pupilas dilatadas delataban un atisbo de
nerviosismo. Estaba mintiendo. Le importaba. Y por alguna razón, a él le gustaba que
le importara.
—Sólo a los que arresto, así que no, no en el dormitorio. —Eso era nuevo para
mí—. Eres la primera, y supongo que me perdí en el momento.
—Entonces, ¿qué pasó con tu cita de la boda? Si hace tiempo que no tienes
sexo. —Rodó los labios hacia dentro y negó con la cabeza como reprendiéndose a sí
misma—. No es asunto mío otra vez.
—Creo que sí —respondió con un firme movimiento de cabeza, extendiendo la
mano para acariciarle ligeramente el brazo—. Después de la noche que compartimos,
creo que lo que quieras saber es asunto tuyo.
Normalmente, era un libro cerrado. Incluso después de pasar la noche con una
mujer. Nada de huevos con tocino para desayunar y, desde luego, nada de
conversaciones profundas con café o en la cama. Pero allí estaba él, queriendo hacer
cualquier cosa y todo con Sydney, incluso si eso se sentía como una imposibilidad.
Mientras ella permanecía callada, probablemente pensando en sus palabras,
él recorrió con el dedo la suave piel que rodeaba su ombligo, rozando una cicatriz
descolorida sobre el ombligo, y entonces se dio cuenta de que aún no había
respondido a su pregunta sobre la fecha de la boda.
—Fue nuestra primera y última cita. Porque te vi allí con ese vestido sin
espalda, y me dejaste sin aliento. No iba a acostarme con una mujer mientras pensaba
en otra. —Tal vez se había excedido, pero Sydney merecía la verdad.
—¿Ohhh? ¿Y conozco a esta misteriosa otra mujer?
—Puede que la conozcas, sí. Y resulta que pasé algún tiempo entre sus piernas,
donde ella también parecía conocer a Dios.
Ella se rio y le lanzó una mirada rápida y sexy antes de volver a centrar su
atención en el techo de paja.
—Tengo una confesión, entonces.
—Bueno, esto debería ser bueno.
Volvió a encararse con él, apoyando la cabeza en la almohada.
—Uno de los libros que me dio Savanna era sobre un sheriff. Y puede que te
haya imaginado mientras lo leía. Y posiblemente mientras me tocaba después de
leerlo. —Su tono sexy y la forma en que lo miraba hicieron que su cuerpo se
despertara de nuevo.
149
La idea de esta mujer metiéndose los dedos en el clítoris mientras los
imaginaba juntos incluso antes de que él hubiera aparecido en Tulum...
Maldita sea.
Pasaron unos segundos antes de que volviera a mirarle el ombligo.
—¿Hace cuánto tiempo te hiciste este piercing?
Se tocó el ombligo y sonrió.
—¿Hay una historia ahí, supongo?
—Quizás. —Sin embargo, su sonrisa se disolvió—. ¿De verdad quieres saberlo?
—Sí —se apresuró a responder—. Por favor.
—¿Y si tiene que ver con otro chico? —Su nariz se arrugó adorablemente.
—Adelante, cariño. Puedo manejarlo.
—Ten en cuenta que tienes una hija adolescente, así que esta historia podría
tocarte la fibra sensible. —Levantó la palma de la mano en señal de advertencia y él
la fulminó con la mirada antes de meter la mano bajo la sábana y apoyarla en la
cadera. No satisfecho con ese simple contacto, la rodeó y le agarró el culo, acercando
su cuerpo al suyo.
—Déjate de rodeos y arranca la tirita de una vez —le dijo mientras le apretaba
un poco más las nalgas. El recuerdo de haberla machacado como un animal la noche
anterior le atravesó la mente, y su leña matutina estaba más dura que dura.
—De acuerdo. —Ella deslizó la lengua entre sus labios, claramente tratando de
distraerlo, la pequeña tentadora—. Una semana después de mi decimoctavo
cumpleaños, el hijo de mi guardaespaldas me quitó la virginidad.
Se mordió el labio cuando la mano de él se deslizó entre sus piernas, oculta aún
por la sábana. Su dedo jugó sobre los labios de su coño, luchando contra el ridículo
impulso de decir el mío.
—¿Y luego qué? —Él pasó perezosamente la yema del pulgar por la costura de
su sexo, y la sábana cayó un poco por una fuerte respiración, dejando al descubierto
sus tetas.
—Me estás distrayendo —susurró—. Llevas haciéndolo desde anoche, pero lo
necesitaba —gimió cuando él aplicó un poco más de presión—. Realmente, realmente
lo necesitaba.
Tenía la sensación de que su necesidad tenía más que ver con la llamada de su
ex que con su “excursión” a la selva, pero no quería pensar en ese imbécil. O en el
hecho de que alguna vez había compartido la cama con esa hermosa mujer y había
sido tan estúpido como para perderla.
Yo gano, supuso, y luego hizo una mueca de dolor. Su ex le había hecho daño,
150
y él prefería que Sydney nunca lo hubiera sufrido, aunque eso significara que lo de
anoche no hubiera ocurrido.
—Entonces, continúa —pidió, su tono un poco más grave de lo normal—.
Continúa dándome celos.
—¿Celos? Esta historia es de hace veinte años. —Ella plantó el labio entre los
dientes y se chupó el labio inferior cuando él ahuecó su sexo con la palma de la mano.
—Estás en la cama conmigo ahora mismo. Desnuda. Empapada. —Le metió dos
dedos y ella arqueó la espalda, con los pezones erectos—. Así que, pensar en
cualquier otro hombre acercándose a ti, ahora, entonces, mañana... me vuelve un
poco loco. No puedo evitarlo. —O explicarlo. Pero tampoco parecía tener un botón de
silencio para ocultar sus sentimientos. Para no hablar más de la cuenta—. Entonces,
continúa.
—Haré lo que pueda si me tocas así.
—El hijo del guardaespaldas —preguntó—. ¿Qué edad tenía?
—Veintidós. —Hizo una pausa y lo miró, esperando una reacción.
Su mano se quedó inmóvil.
—¿Tu padre lo mató? ¿Cómo de bien escondió el cuerpo?
—Eres gracioso.
Ladeó la cabeza.
—Lo digo en serio.
Ella puso los ojos en blanco y le dio un manotazo juguetón en el pecho, pero él
le agarró la muñeca con la mano libre.
—El punto de esta historia es mi aro en el ombligo.
—Aún no he oído una conexión entre este tipo demasiado viejo para ti y tu aro
en el ombligo. —Si su hija hubiera estado en la misma situación... no, no podía
hacerse a la idea.
—Ah, ¿es el sheriff o el padre el que habla?
—No hay distinción por el momento. —Inclinó la cabeza, en señal de que
continuara.
—Mi padre nos descubrió. Despidió a mi guardaespaldas y me dio el trató del
silencio durante un mes. Así que me rebelé. Me hice un piercing en el ombligo para
enojarlo. Para intentar que hablara conmigo.
¿Tratamiento silencioso? ¿Despedir al padre del chico? ¿Esa fue la reacción de
su padre cuando su hija perdió la virginidad con el hijo de su guardaespaldas? Sí, no
me parezco en nada a él. 151
—¿Funcionó? ¿Habló contigo?
—Eventualmente. La maldita cosa se infectó y me dejó una cicatriz después de
quitármela. —Se encogió de hombros—. Supongo que siempre fui un poco rebelde.
Pero aún me siento culpable de haber hecho que despidieran a alguien por mi
estúpida necesidad de llamar la atención de mi padre.
La desventaja de ser rico, supuso. ¿Padres más ocupados? ¿Era ese el
problema? Siempre había hecho todo lo posible por estar presente en la vida de
McKenna, pero deseaba que ella también tuviera una madre. Claro, su madre y su
hermana habían intervenido, pero nadie podía reemplazar realmente el amor de una
madre, ¿verdad?
Beckett acercó la mano al abdomen de Sydney, sintiéndose mal por tocarla
después de lo que ella había compartido.
—¿De qué otra forma eras rebelde? El padre de Jesse lo obligó a alistarse en
el Ejército para, entre comillas, enderezarlo. ¿Fue ese tu caso? —Por supuesto, en ese
entonces, Beckett no sabía que el padre de Jesse, no Jesse, necesitaba enderezarse.
Esa noticia había sido revelada recientemente.
Sydney sonrió.
—Ja. No. Me alisté en el Ejército porque mi padre no quería.
—Me sorprende que no haya encontrado la forma de detenerte.
—Oh, lo intentó, pero yo era testaruda. Aunque cedí a su petición de que
primero fuera a West Point. —Pasó la mano por el vello de sus pectorales como si
estuviera ensimismada—. Y luego lo hice enojar rompiendo una regla de la escuela
el primer semestre.
—¿Cuál era?
Ella levantó la mirada para encontrarse con los ojos de él.
—Salí con Gray. Era un Firstie, un estudiante de último año, y está prohibido
que los Firsties y los estudiantes de primer año salgan.
Para Beckett, la noticia de que Sydney y Gray no sólo habían salido juntos, sino
que Gray le había propuesto matrimonio, seguía siendo un duro trago. Pero fue un
poco más fácil saber que ella lo había rechazado.
—No me arrepiento de mi acto de rebeldía al alistarme en el Ejército porque
resultó ser la mejor decisión que he tomado nunca. No tendría Levi si no hubiera....
¿No había qué? No estaba seguro si ella pensaba terminar la frase, pero por la
mirada desolada de sus ojos, supo que esta vez estaba evocando recuerdos
dolorosos. 152
—De todos modos. —Se encogió de hombros como si se liberara de una carga
emocional que momentáneamente le había oprimido los hombros—. Mi padre se
ofreció a financiar un nuevo programa de armamento por la mitad de la cuota habitual
y consiguió que me licenciaran con honores tras servir cuatro años en lugar de los
cinco que debía al Ejército después de West Point. Estaba muy enojada, pero... el
dinero manda. Y lo siguiente que supe es que estaba trabajando para él. Ganó.
Sabía que había más cosas en su historia que ella había decidido omitir, y esas
partes le estaban haciendo daño ahora. Sintiendo que necesitaba un abrazo, pero que
no se lo pedía, la instó a que se cambiara, la estrechó contra su pecho y la abrazó.
No pudo evitar calcular la diferencia entre su edad y la de su hijo, suponiendo
que esa era la parte que ella decidía no compartir ahora mismo: el padre de Levi.
Ella había dicho que Levi no existiría si no fuera porque ella sirvió en el ejército,
así que ¿quién era su padre? ¿Había estado en el ejército? ¿Qué pasó con él?
Sydney se giró en sus brazos y, cuando le miró, tenía lágrimas en los ojos.
—Todo lo que hiciste fue preguntarme por la cicatriz de mi ombligo, y de
alguna manera la conversación se volvió tan... profunda.
Su cuerpo se tensó y él le pasó el pulgar por el contorno de la mejilla, atrapando
una lágrima.
—Ves. —Frunció el ceño—. La portada de mi libro no coincide con el interior.
No ahora, al menos. No soy tan fuerte como todos creen.
—Eres fuerte. La mujer más fuerte que he conocido. Y vengo de una familia de
mujeres fuertes, así que cuando digo eso —dijo tragando saliva, con la voz
entrecortada por la emoción inesperada—, lo digo en serio.
—La mayoría de los días, es una actuación —susurró.
—No es una actuación. Es verdad. —Le agarró suavemente la barbilla,
reclamando su atención—. Mírame. ¿Quién te hizo pensar que no eres fuerte? ¿Fue
él? —La idea de que su exmarido hubiera hecho que esta mujer fuerte y hermosa se
sintiera inadecuada y débil llenó a Beckett de rabia.
Antes de que pudiera contestar, llamaron a la puerta, seguido de una voz que
realmente no quería oír.
—Soy Gray. Estoy buscando a Sydney. —Una pausa—. Déjame entrar.

153
CAPÍTULO DIECINUEVE
Sydney se quedó helada. ¿Por qué demonios la estaba buscando Gray en el
bungalow de Beckett? ¿Y por qué sentía como si su padre estuviera a punto de
irrumpir y encontrarla con un chico en su cama, igual que cuando tenía dieciocho
años?
—Un segundo —gritó Beckett, tratando de sacar sus pantalones de lino de
donde los había tirado antes de ducharse por primera vez anoche.
Sydney miró su vestido en el suelo y decidió que tardaría demasiado en
ponérselo. Pensó en esconderse en la ducha exterior, pero no le pareció lo más
adecuado.
Gray es sólo un amigo ahora. Mi jefe de equipo. Todo irá bien.
Beckett le tendió su camisa de lino como si percibiera su dilema y se dirigió al
baño mientras ella se abrochaba los botones a tientas, sabiendo que se estaba
mintiendo a sí misma y que, de hecho, las cosas no irían bien.
—Toma —dijo Beckett, entregándole las bragas que había tirado cerca de la
ducha exterior la noche anterior.
—Ella está ahí, ¿no? —El tono tenso de la voz de Gray hizo que su corazón se
hundiera en la boca del estómago.
—¿Le digo? —susurró Beckett mientras giraba hacia ella, vistiendo sólo sus
pantalones.
Su atención recorrió su cuerpo y se detuvo en sus pechos. Sydney miró hacia
abajo y descubrió que la tela era lo bastante transparente como para mostrarle los
pezones, y que el dobladillo inferior de la camisa apenas cubría lo suficiente como
para ser decente.
Se abrochó los últimos botones y apretó los brazos sobre el pecho, ocultando
sus pechos lo mejor que pudo antes de asentir con la cabeza.
Beckett se pasó una palma de la mano por la cara y luego agarró el picaporte. 154
—Sí, Sydney está aquí —respondió antes de abrir.
La mirada de Gray se dirigió directamente a las sábanas desarregladas antes
de encontrarse con los ojos de ella con el ceño profundamente fruncido, con los labios
apretados en una dura línea. Ella deseaba que lo que lo destrozaba en ese momento
fuera la ira, pero lo conocía demasiado bien.
—¿Qué haces aquí? —Caminó hacia él, diciéndose a sí misma que no tenía nada
de qué avergonzarse, manteniendo la cabeza alta.
Gray permaneció quieto y en silencio, con un leve tic en el ojo al cabo de unos
segundos. Luego se encaró con Beckett, dejó escapar unas respiraciones rápidas y
superficiales como si fuera a tirarse sobre él, y sin mediar palabra se dio la vuelta y
se marchó.
Sydney lanzó a Beckett una mirada de disculpa, sabiendo que tenía que estar
incómodo como un demonio, y luego persiguió a su líder de equipo.
—Gray, ¿puedes parar? Por favor.
Estaba unos metros por delante de ella, agarrándose la pierna y caminando
despacio. Su corazón se desplomó al ver que le dolía en más de un sentido.
¿Por qué? ¿Por qué todavía te preocupas por mí de esa manera?
No muy lejos del bungalow de Beckett, lo alcanzó y lo agarró del brazo.
—Maldita sea, Sydney —rugió, dándose la vuelta y soltando el brazo de su
agarre—. Por el amor de Dios, dame un segundo para procesar esto. —Se tapó la
boca, con los ojos fijos en el suelo.
—Lo siento. Sé que Beckett es técnicamente un cliente, y es una regla tácita,
pero...
—¿Crees que eso es lo que me molesta? —Puso las manos en las caderas y
cuadró su postura—. Tú y yo rompimos las reglas en West Point, ¿no?
Dios, acababa de compartir esa parte de la verdad con Beckett, y ahora aquí
estaba el hombre en carne y hueso.
—Puede que sea un tipo duro con todos en Falcon —continuó Gray, con su
profunda voz cargada de emoción—, pero cuando se trata de ti, nunca te diría lo que
tienes que hacer.
—Entonces, ¿por qué estás molesto? —Pero mirándolo a los ojos, viendo un
mundo de dolor allí, ¿cómo podía no saber la respuesta?
Pero necesitaba oírlo de él, para estar completamente segura de que no estaba
poniendo palabras en su boca. Esperaba que volvieran a ser amigos cuando se uniera
a Falcon, pero ¿amantes? No. Ella no era la persona de la que se enamoró en la 155
universidad. Ni de lejos.
Gray agachó la cabeza, con la mandíbula afilada apretándose bajo la barba
recortada.
—¿Por qué estás aquí? —repitió.
—Todo el equipo está aquí. —Mirando hacia arriba, deslizó sus ojos sobre su
camisa, su desaprobación fuerte y clara—. Carter y los demás están en la casa
principal ahora.
—¿Por qué no nos avisaste? —No me habrías encontrado en su habitación si te
hubieras molestado en llamar primero.
—Jesse se comunicó justo después de la medianoche. Se va de México con
Miguel Diego e Ivy hoy —compartió—. No tenía sentido despertarte. Teníamos que ir
a buscarte de todos modos. El piloto que trajo a Beckett no puede volar a donde
vamos, así que por eso te recogemos.
—Oh. —Procesó la nueva información—. ¿A dónde vamos?
—Santiago de Chile.
—Eso es inesperado. Pensé que se quedarían en México.
—Sí, bueno. —Gray se pasó las manos por el cabello—. Empaca. Salimos en
una hora. —Se dio la vuelta para irse, pero ella no podía dejar las cosas así. Sería
incómodo para todos.
—Espera, no quiero que las cosas sean...
—Demasiado tarde —siseó, pero enseguida bajó los hombros, como si se
enfadara consigo mismo por haber gritado. El hombre parecía derrotado. Desinflado.
Como si le hubieran dado una patada en el suelo.
Y yo te hice eso.
—No quiero hacer esto aquí, Syd. No puedo hacer esto aquí.
—¿Hacer qué? —No estaba segura de poder soportar más golpes emocionales
después del anuncio de matrimonio de Seth—. Gray, estuvimos juntos hace mucho
tiempo. —No podía andarse con rodeos, y necesitaba aclarar las cosas. Todos
necesitarían trabajar juntos, mantener las cosas profesionales y centradas.
Gray inclinó la cabeza hacia un lado, estudiando su boca como si recordara su
sabor.
—He pasado veinte años buscando a alguien a quien pudiera amar tanto como
a ti. Veinte años desperdiciados. Porque no hay nada que te sustituya. Lo entiendes,
¿verdad? Me he pasado la vida esperando que nuestros caminos volvieran a cruzarse
y tuviéramos otra oportunidad. 156
—Gray. —Extendió la mano, con el corazón roto por él, pero él se estremeció
y dio un paso atrás.
Levantó ambas manos, pidiéndole que mantuviera las distancias.
—¿Sabías de mi accidente cuando ocurrió? —¿De dónde venía esto? Mierda,
¿cuánto había guardado este hombre en su interior?
—Lo sabía, sí. —Pensó en el día en que se enteró de que el helicóptero de Gray
se había estrellado y recordó la llamada de su amiga del Servicio de Inteligencia
Militar, que sabía que Gray y ella habían salido juntos en la universidad.
—Ha habido un accidente —le había dicho Michelle—. Gray sobrevivió, pero
tuvieron que amputarle parte de la pierna.
—Te visité —confesó Sydney—. Me quedé hasta que supe que estabas fuera de
peligro. Te visité cuando tus padres, tu hermana y tus amigos no estaban en la
habitación.
Cerró los ojos y levantó la barbilla hacia el cielo azul, despejado de árboles en
la pasarela abierta.
Tras unos segundos de doloroso silencio, soltó:
—Tu ex fue un imbécil por engañarte. El estúpido hijo de puta te abandonó.
¿Cómo no pudo ver quién tenía delante? ¿A quién tenía? —Gray volvió a dirigir sus
ojos a los de ella.
—Espera... —¿Cómo lo sabes? ¿Quién le contó lo del engaño de Seth?
Cuando Gray desvió bruscamente la mirada por encima de su hombro, ella se
volvió para ver a Beckett desaparecer en el bungalow. ¿Cuánto había oído?
Volvió a girar mientras Gray soltaba una retahíla de maldiciones en voz baja.
—Se supone que no debo saber nada de la aventura de Seth.
—No, no deberías. —Entonces, ¿cómo diablos era posible? No era como si
Gray estuviera jugando al tee con su padre los domingos, y su padre soltara la noticia.
Y Mya nunca la traicionaría.
—Seth —le soltó la bomba—. Me encontré con él en el Pentágono cuando
estaba visitando a mi padre.
Cierto, el padre de Gray era el Secretario de Defensa ahora. Pero aun así...
—Seth me reconoció y me paró en el pasillo —explicó—. Al parecer, se
encargó de investigar los antecedentes de todos los chicos de Falcon cuando te uniste
al equipo.
—¿Y te dijo que nos divorciamos porque me engañó? —¿Cómo demonios salió
algo así en la conversación? 157
—Sinceramente, lo soltó en el transcurso de amenazarme para que me alejara
de ti.
—¿Te amenazó? —Este no era el Seth que ella conocía. A Seth ella le importaba
un bledo. Había dicho repetidamente que ella no era suficiente para él. Esa fue su
razón para engañarla. Y ahora se casaba con Alice, ¿por qué le importaba con quién
salía Sydney?
—Me dijo que te quitara las manos de encima. —Dejó escapar un suspiro
ronco—. Supongo que le dijiste que salimos en West Point.
Ella debe haberlo mencionado en algún momento, pero no fue recientemente.
—Todavía estoy... —Conmocionada.
—Y antes de que preguntes, no, no le pegué. Estaba en el Pentágono y no ven
con buenos ojos ese tipo de comportamiento, sobre todo en el hijo del almirante
Chandler. —Levantó las palmas de las manos—. ¿Pero quería hacerlo? —Se inclinó
un poco más cerca—. Claro que sí.
Sydney hizo lo que pudo para tragarse la noticia.
—No sé qué quieres que te diga.
—No hace falta que digas nada —respondió, su tono un poco derrotado de
nuevo—. Sólo haz las maletas. Nos vamos a Santiago dentro de una hora. —Y esta vez,
cuando él se giró, ella lo dejó marcharse.
Se cubrió los ojos con la mano para ahuyentar las lágrimas. Pensaba que ya
había terminado de llorar después de su llamada de ayer con Levi.
—Sydney. —Su mano cayó al oír la voz de Mya, y volteó para ver a Mya en su
porche esperándola.
Sydney echó un vistazo al bungalow de Beckett, sabía que tenían que hablar,
pero ¿por dónde empezar? Primero, sin embargo, necesitaba unos minutos para
recomponerse.
En cuanto Mya cerró la puerta, se dio la vuelta y puso las manos sobre los
hombros de Sydney.
—No he podido evitar oír algo de eso. ¿Te encuentras bien? ¿Y llevas puesta la
camiseta de Beckett? ¿Qué ha pasado?
Sydney se apartó de su amiga y se sentó en la cama. Juntó las rodillas, apoyó la
cabeza en las manos y apoyó los codos en los muslos.
—No estabas en tu bungalow, así que Gray pasó a buscarte. Lo lamento. Si lo
hubiera sabido, lo habría distraído —divagó Mya.
Sydney se pasó las manos por la melena y se sentó en silencio mientras Mya
esperaba a que hablara. 158
—En respuesta a tu pregunta sobre lo que pasó... Anoche me acosté con
Beckett. Además, Gray me informó de que se encontró con Seth en el Pentágono hace
un tiempo y, mientras amenazaba a Gray para que me quitara las manos de encima,
le dijo que nos divorciamos porque me engañó. Ah, y para colmo, Gray todavía siente
algo por mí. Algo serio, por lo que parece —reveló finalmente Sydney, con la voz
entrecortad-.
—Bueno, por una vez en mi vida, estoy casi sin palabras. Y... ¿Beckett escuchó
algo de eso? ¿Y qué piensas de Beckett? ¿Y Gray?
—No sé si Beckett oyó algo. Dios, espero que no. —Sydney suspiró antes de
continuar—: Me preocupo por Gray, por supuesto, pero sólo como amigo y
compañero de equipo. —¿Cómo trabajaremos juntos después de esto?—. Beckett, sin
embargo, no sé lo que estoy haciendo cuando se trata de él. Realmente no estaba
pensando anoche.
—A veces las mejores cosas ocurren cuando nos dejamos llevar y dejamos de
pensar.
—¿Eso es del libro?
—Creo que es una expresión común. —Mya se encogió de hombros—. ¿Vas a
estar bien? ¿Será raro ahora? ¿Beckett y Gray juntos en el jet de Carter?
—¿Gray ya te ha hablado de Chile? —preguntó, ignorando la pregunta de Mya.
Y sí, el vuelo sería incómodo para todos ellos. Sin mencionar que estarían
trabajando juntos para encontrar a la ex de Beckett.
¿Qué demonios? Hay complicado, y luego está esto.
—Sí, cuando vino a buscarte. Me dijo que el equipo había llegado y que si
seguía interesada en unirme a Falcon, al menos para esta misión, me diera prisa en
vestirme. Tengo que llamar a Mason y contarle lo ocurrido antes de salir. —Levantó
una mano—. No te preocupes. Me ceñiré a la historia relacionada con mi fuente. Nada
sobre Beckett.
Sydney casi se había olvidado de Mason. Si Mya no volvía a casa cuando se
esperaba, él se abalanzaría inmediatamente.
—¿Cómo crees que se tomará la noticia de que estás trabajando en esta
operación con nosotros?
Mya frunció el ceño.
—No muy bien. Querrá ayudar, pero creo que son demasiados cocineros en la
cocina, y apuesto a que Carter dirá que no de todos modos.
Lo haría.
—Tal vez hable con Martín antes de irnos. A ver si estaría dispuesto a que 159
Mason y sus compañeros vinieran a ayudar a acabar con la operación de tráfico de
personas del cártel. —Mya dio un respingo al oír un golpe seco en la puerta—. Pero
no le diré a Mason a dónde vamos. No podrá resistirse a aparecer.
—Somos nosotros —anunció Oliver.
—¿Por qué tengo la sensación de un Mason-Oliver confrontación sería casi tan
incómodo como...
—¿Gray y Beckett? —susurró Mya—. No debería ser. Pero quién sabe con los
hombres —refunfuñó antes de abrir la puerta.
Sydney se levantó cuando vio a Beckett y sintió que sus mejillas se sonrojaban.
Llevaba vaqueros y una camiseta negra, las manos en los bolsillos y estaba con su
otro compañero de equipo, Jack.
—Hola. —Jack sonaba inquieto, obviamente sintiendo la tensión espesa en el
grupo. No es que Gray le hubiera dicho lo que había pasado.
Pero mierda, todavía estoy en la camisa de Beckett. Rápidamente cruzó los
brazos sobre su pecho.
—¿Qué pasa? —Ella miró a Beckett, su rostro drenado de color. Algo mucho
más serio que lo que oyó hablar a Gray y a ella había sucedido.
—La esposa de Liam llamó a Gray porque no podía comunicarse con Beckett —
compartió Jack—. Ella fue quien ayudó a Beckett a rastrear a Ivy hasta México.
Cierto, lo recuerdo. Y Emily no pudo localizar a Beckett porque su teléfono
murió después de nadar en el río.
—Emily insistió en hablar con Beckett, así que le llevé el teléfono hace unos
minutos. —Continuó Jack, de pie junto a Oliver ahora mientras Mya permanecía en el
porche.
—Ella y su hija, Elaina, están en el aeropuerto a punto de tomar un vuelo a
Santiago. Llegarán tarde esta noche —dijo Beckett, con la voz áspera por la
preocupación—. Elaina despertó a Emily a las cuatro de la mañana e insistió en que
fueran a Chile. Que era una cuestión de vida o muerte. Emily dijo que nunca había
visto a Elaina tan conmocionada. No sabía qué hacer y... —Negó con la cabeza como
si aún estuviera procesando la noticia—. Elaina es un genio, un prodigio, y tiene
visiones. No estoy seguro. Estuve en su casa la semana pasada y se tropezó conmigo
accidentalmente en el pasillo. Aparentemente, eso la hizo ver algo. Sobre mí. O Cora.
No conozco los detalles.
—¿Y Emily estuvo de acuerdo? —Mya chasqueó los dedos—. ¿Así?
—No entiendes. Cuando Elaina se propone algo, si cree que alguien está en
peligro, no hay quien la pare. —Beckett se palpó la mandíbula, con la mirada fija en
160
el sendero—. Los padres de Emily vinieron corriendo a cuidar a Jackson, el hermano
pequeño de Elaina.
—No hay manera de que Elaina sepa que nos dirigimos a Chile a menos que
realmente pueda ver cosas, ¿verdad? —preguntó Oliver.
—No veo cómo —respondió Beckett—. Liam está en el extranjero, así que Emily
le dejó un mensaje sobre lo que está pasando. —La culpa se aferraba a cada una de
sus palabras—. Joder —dijo, arrastrando ahora ambas manos por su cabello—. Ya es
bastante malo que haya puesto a Jesse en peligro, pero ahora una niña de doce años
y su madre están atrapadas en esto.
Sydney miró más allá de su grupo y vio que Martín y Valentina se dirigían hacia
ellos junto a Carter.
—Acabo de recibir una llamada de Liam Evans —anunció Carter—. Va a dejar
su misión actual y tomará el próximo vuelo a Chile. Se reunirá con nosotros allí.
Valentina se detuvo ante Sydney. Su alegre anfitriona, que la noche anterior
habría guiñado un ojo y comentado la falta de ropa de Sydney, había desaparecido.
En su lugar había una mujer que parecía traer noticias terribles.
—¿Qué pasa? —Sydney miró a su jefe en busca de respuestas, pero Carter
inclinó la cabeza, cediendo la palabra a Martín.
—El hombre que tu amigo, Jesse, va a ver en Chile es un hombre de negocios
multimillonario. Un hombre excéntrico, pero... —Martín se quedó callado un
momento y se metió las manos en los bolsillos—. Es peligroso.
—Y por estos lares, se le conoce por otro nombre —dijo Valentina, sus ojos se
encontraron con los de Sydney—. Se le conoce como El Vigilado.
Sydney tradujo las palabras en su cabeza antes de susurrarlas en voz alta:
—¿El Vigilado?

161
CAPÍTULO VEINTE
—¿Cómo lo llevas?
Beckett miró a Griffin Andrews mientras estaban dentro de la casa de Martín y
Valentina, inseguro de cómo responder a la pregunta. Porque en ese momento
apenas se mantenía en pie. Demonios, tenía que apoyarse en uno de los pilares del
salón para soportar el peso de sus malditos problemas.
—Yo... — Beckett cerró los ojos y recordó la llamada que había mantenido con
Emily hacía diez minutos, sintiendo la necesidad de repetir su conversación antes de
poder responder a lo que debería haber sido una simple pregunta.
—¿De verdad te la vas a llevar a Chile sólo porque ella dice que necesita ir? —
había preguntado Beckett a Emily, conmocionado porque no podía imaginarse
cediendo a semejante exigencia de McKenna, con visiones o sin ellas.
—¿Qué otra opción tengo? Ya conoces a Elaina. —La voz de Emily se había
quebrado mientras hablaba—. El hecho de que vamos a volver a Santiago, donde se
crió... ¿y si esto es personal para ella de alguna manera?
—Lo siento mucho. Nunca debí ir a D.C. y pedirte ayuda. Todo esto es culpa mía.
—Tengo la sensación de que Elaina habría sido arrastrada a esto de una forma u
otra. Eso es lo que mi instinto me dice, así que por favor, no te sientas mal. Pero sus
dolores de cabeza están empeorando. Y no desaparecerán hasta que se detenga lo que
sea que esté mal —compartió la desgarradora noticia.
—¿Qué quieres decir?
—Últimamente, tiene visiones más claras. Mucha más información que en el
pasado. Pero tiene que acercarse al problema. Y si no lo hace, el dolor en su cabeza
empeora. Eso es lo que finalmente admitió. Antes de que Liam se volviera loco, hubo
aquella situación con rehenes en un banco... —le había recordado ella. ¿Cómo podía
olvidarlo? Ese día, Liam había estado con su compañero de equipo, Knox Bennett, el
hijo del presidente de los Estados Unidos. El intento de robo había salido en todas las
noticias—. Elaina envió a Liam a ese banco. 162
—No sé qué decir. —Y seguía sin saber qué decir, ni siquiera a Griffin que
esperaba pacientemente a que hablara ahora mismo.
—Le dejé un mensaje a Liam y se va a enfadar mucho cuando sepa que no lo
esperamos. —Con un nudo en la garganta, continuó—: Pero Elaina está sufriendo mucho
y yo... —Beckett casi había caído de rodillas ante sus palabras.
—¿Y no compartió más? ¿O decirte por qué no nos dijo nada antes?
—Me dijo que si te hubiera dicho algo antes, no estarías donde estás ahora, y
alguien habría muerto. Una mujer. Cabello oscuro. Ojos marrones. ¿Eso significa algo
para ti? O tal vez aún no ha sucedido.
Beckett se había quedado en silencio antes de decir:
—Elaina tenía razón. Alguien aquí podría haber muerto si Oliver y yo no
hubiéramos llegado cuando lo hicimos.
—Lo que significa que va a tener razón sobre Chile y, por lo tanto, tengo que irme.
No puedo esperar a Liam —había dicho Emily mientras moqueaba—. ¿Ya has hablado
con A.J.? ¿Sabe que estás allí?
—No. Pero se enterará por Liam, estoy seguro.
Beckett abrió los ojos y dejó escapar un suspiro tembloroso mientras Griffin
giraba la gorra de béisbol hacia atrás, con los ojos fijos en Beckett, esperando a que
hablara. El hombre aún no había presionado a Beckett para que hablara, cosa que él
agradecía.
—Estoy bien —consiguió decir finalmente Beckett, haciendo todo lo posible
por evitar el contacto visual con Gray, que estaba hablando con Jack y Oliver.
—Eres un mentiroso de mierda. Sabes que no te presionaré, pero si necesitas
hablar de algo, aunque no tenga que ver con el caso, puedo intentar canalizar a mi
mujer y ser un buen oyente. —La leve sonrisa de Griffin al mencionar a Savanna hizo
que Beckett casi soltara una también.
Savanna siempre había sabido escuchar. También era la que le había regalado
a Sydney aquellas novelas románticas. Y ese pensamiento le trajo a la mente la
situación entre Gray y Sydney.
Beckett sólo había oído un puñado de palabras intercambiadas entre ellos fuera
del bungalow, ninguna de las cuales presagiaba nada bueno para la relación que
Beckett tenía con Gray. No es que se conocieran tan bien, pero a Beckett le gustaba
pensar que Gray formaba parte de la familia de A.J., así que, por extensión, formaba
parte de la de Beckett.
¿Y ahora?
—Tomaré tu continuo silencio como un duro pase a mi oferta de tener una
conversación sobre sentimientos. —Griffin dijo sentimientos como si hubiera
163
masticado la palabra y la hubiera escupido. Era un exmiembro de las Fuerzas Delta
y, casado o no con una dulce mujer sureña, seguía siendo un tipo rudo.
Beckett se apartó del pilar, poniendo a prueba su capacidad para soportar sin
apoyo el peso del mundo sobre sus hombros.
—No puedo quitarme de la cabeza la llamada con Emily. —Se arriesgó y
compartió una carga—. Estar en Chile va a ser duro para su familia.
—La madre biológica de Elaina es de Chile, ¿verdad? —preguntó Griffin,
cerrando los ojos brevemente como si intentara retener un recuerdo.
—Elaina nació en Texas, pero creció en Chile. Su madre trabajaba en una
universidad de Santiago, y tenía un nivel de inteligencia que saltaba a los titulares
internacionales. Lo mismo ocurría con el padre biológico de Elaina —explicó
Beckett—. La madre de Elaina murió en un accidente de coche hace unos cuatro años
en Santiago, y Elaina fue secuestrada poco después. El resto de la historia es algo que
necesito saber, incluso para mí, así que no tengo todos los detalles.
—Puedo ver por qué podría ser difícil para Elaina volver a Chile, entonces. —
Griffin se pasó una mano por la mandíbula—. ¿Las visiones de Elaina siempre han sido
correctas?
—Por lo que sé, sí. Y Elaina acaba de decirle a su madre que una mujer de
cabello y ojos oscuros habría muerto si yo… —Mya. Todavía estaba un poco aturdido
por esa revelación.
—Maldita sea. —Griffin parpadeó un par de veces antes de inclinar la cabeza,
y Beckett se volvió para ver a Carter haciendo un gesto para que todos se reunieran.
—Quiero asegurarme de que tenemos las cosas claras sobre ese tal El Vigilado
antes de salir —dijo Carter, interponiéndose entre Martín y Sydney.
Beckett vio a Gray colgado a un lado del grupo, justo fuera del círculo, y no
estaba seguro de cómo iban a trabajar todos juntos ahora. Pero tenían que encontrar
una manera.
—¿Quién es este “El Vigilado”? —preguntó Griffin, entrecomillando el
apodo—. Su verdadero nombre, quiero decir.
—Jorge Rojas —reveló Martín antes de que Carter pudiera hacerlo—. Es un
hombre de negocios. Heredó su fortuna de su padre, un magnate del petróleo de
Venezuela que falleció hace casi seis años. Salió en todas las noticias porque el
hermano mayor de Jorge murió de un misterioso envenenamiento al día siguiente de
que lo hiciera su padre, lo que convirtió a Jorge en el hombre más rico de Sudamérica.
—Así que —empezó Beckett—, estamos tratando con un tipo que mató a su
propio hermano para ser el único heredero de la fortuna. —No era una sorpresa total.
Martín asintió. 164
—Jorge vive en Chile, de donde era originaria su madre, y hace poco se hizo
construir allí una mansión. Una parecida a algo de 1900.
—Si ya es rico, ¿por qué recurrir a empresas criminales? Supongo que es un
mal tipo, aparte de cargarse a su hermano, o no estaríamos teniendo esta
conversación —comentó Beckett—. ¿Tiene que ver con su apodo?
Martín volvió su atención hacia Beckett.
—Algunas personas hacen chantaje a otras para obligarlas a hacer lo que
quieren. Pero en este caso, los secretos se entregan voluntariamente a Jorge.
—Sí, vas a tener que explicármelo porque no te entiendo —dijo Jack.
—Los secretos son como una mercancía —respondió Martín—. ¿Y qué le
ofreces a un hombre que ya lo tiene todo si quieres algo a cambio, como un favor? No
puedes venderle tu alma, pero puedes ofrecerle algo más valioso. Tus sucios
secretos.
—Se le considera El Vigilado porque es un protector de secretos de todo tipo
—aclara Valentina a Jack—. Desde políticos que desean ser reelegidos hasta hombres
de negocios que necesitan ocultar un escándalo en la oficina o lo que sea. Ayudará a
cualquiera si el secreto vale la pena para él.
—¿Qué saca él de todo esto? —Esa era la parte que Beckett no entendía.
—Es un hombre que lo tiene todo. Un excéntrico. Un multimillonario aburrido.
—Carter se unió a la conversación esta vez, como si supiera un par de cosas sobre ser
rico y utilizar el dinero de formas más interesantes.
—Estos secretos se ofrecen a cambio de algo. No sé exactamente cómo
funciona. No estoy del todo seguro de lo que pasa si no cumplen su parte del trato. A
lo mejor les destroza la vida. No lo sé —explica Martín—. Pero tengo la sensación de
que para Jorge es sobre todo un juego. Por lo que he oído, está obsesionado con los
juegos y la teatralidad, en general.
—No lo conozco demasiado —dice Carter—, pero Jorge cumple cuarenta y
cinco años el viernes y va a dar una fiesta por todo lo alto. No estoy seguro de los
detalles, pero lo más probable es que Miguel sea uno de los invitados. Y ahora Jesse
también.
—Entonces, ¿crees que Miguel le vendió un secreto a Jorge y por eso se
conocen? —preguntó Mya. Beckett salió de la habitación, buscando en su mente un
recuerdo...
—No —respondió Beckett antes de que Carter pudiera hacerlo—. ¿Dijiste que
hizo construir su casa como si perteneciera al 1900? ¿En qué período concreto? —
Miró hacia la habitación—. ¿Los años veinte? ¿Al estilo Gatsby? ¿Te suena?
Martín asintió. 165
—Sí, está obsesionado con esa época por lo que he oído. Por supuesto, pasa
por fases. Podría ser la época de la Fiebre del Oro el año que viene, quién sabe con
ese hombre. —Abrió una mano—. Aburrido y rico, pues.
Beckett se pasó la palma de la mano por la mandíbula, con los ojos en el suelo.
—Jennifer dijo que había oído que un multimillonario quería comprar el club
de Miguel Capone.
—¿Quién es Jennifer? —preguntó Sydney.
—Una universitaria de El Paso que conocí en el club. Estaba investigando el
lugar para su tesis —explicó rápidamente, y se le cayó el estómago cuando todo
encajó—. Creo que sé cómo se conecta todo esto con Cora. —Cambió su enfoque
hacia Carter—. Cora sólo se ponía en contacto conmigo cuando necesitaba dinero, y
hacía casi seis años que no sabía nada de ella cuando me llamó hace tres semanas.
Esperaba que por fin hubiera encontrado a alguien lo bastante rico como para no
tener que molestarme más.
—Alguien de quien se había enterado por las noticias que se había convertido
en el hombre más rico de Sudamérica, tal vez —dijo Oliver, siguiendo su línea de
pensamiento—. El momento encaja.
Beckett se puso las manos en las caderas, considerando la posibilidad.
—Dices que Jorge está obsesionado con los años veinte y Al Capone. Quizá sea
el multimillonario que Jennifer oyó que quería comprar el club. Si Cora es su amante,
esposa, novia, lo que sea... probablemente estaba con él cuando visitó a Capone. —
Era una exageración, pero era lo único que tenía sentido—. Y conociendo a Cora y su
mala suerte, alguien de su pasado la reconoció allí. Por eso Ivy consiguió trabajo en
el club: intentaba encontrar la forma de llegar hasta Cora y ayudarla.
¿Pero Cora seguía viva? No se había puesto en contacto con ella desde aquella
llamada de hacía tres semanas.
—¿Por qué Ivy no acudiría a ti en busca de ayuda? Si sabía que su hermana
estaba en problemas, parece que sería la opción más fácil en lugar de infiltrarse en
un club propiedad de un cártel —preguntó Carter.
Era una pregunta justa y que tenía una respuesta sencilla.
—Porque hace dos años, la arresté.

166
CAPÍTULO VEINTIUNO
Beckett no estaba seguro de poder compartir más de su pasado. Desenterrar
recuerdos que había trabajado duro para enterrarlos en lo más profundo del vientre
del infierno, donde pertenecían, sólo lo enojó muchísimo.
Había tardado meses en poder dormir bien después de que Ivy apareciera dos
años atrás, pero a medida que el tiempo pasaba sin incidentes, dejaba de anticipar
que una de las hermanas Barlowe irrumpiera en su vida y sembrara el caos. Al menos
hasta hacía tres semanas, cuando Cora mandó su paz al infierno.
Beckett exhaló un suspiro profundo y agotado, consciente de que todos en la
sala esperaban que compartiera la historia del arresto de Ivy.
Consideró la posibilidad de ofrecer lo mínimo para poner fin a la conversación
rápidamente y echó un vistazo a Gray, que ahora estaba apoyado en una columna.
Los fragmentos de la conversación de Gray y Sydney que había oído antes
fuera del bungalow se movían por su mente a cámara lenta. “Tu ex era un imbécil por
engañarte. El estúpido hijo de puta te abandonó”.
Beckett deseó mil veces no haber salido del bungalow para ver cómo estaba
Sydney en ese preciso momento. En aquel momento, no estaba seguro si la expresión
de asombro de su cara se debía a su presencia o a que Gray le había revelado que
sabía que Seth la había engañado. Su conjetura fue ambas cosas. Sydney no le parecía
el tipo de persona que iba por ahí contándole a la gente, Gray incluido, que su ex
había tenido una aventura.
Pero los comentarios de Gray confirmaron la teoría de Beckett sobre el idiota
de su ex: que lo más probable era que le hubiera inculcado algunas inseguridades
que ella guardaba bien.
—¿Quieres compartir más? —La voz profunda de Carter llamó la atención de
Beckett.
—Sí, lo siento. —Beckett obligó a sus hombros a relajarse—. Hace dos años, Ivy
apareció en mi puerta tarde una noche. Dijo que estaba allí por McKenna. Que quería 167
conocer a su sobrina. —Se encogió ante el recuerdo y la rabia que había sentido al
verla—. Le dije que se fuera de mi propiedad y que no volviera jamás.
—¿No le preguntaste por Cora? —se apresuró a preguntar Mya—. ¿No tenías
curiosidad?
—Se lo pregunté la noche siguiente cuando volvió. —Ivy había sido un
persistente dolor en su trasero. Mucho más que un grano en el culo—. Dijo que Cora
estaba feliz y a salvo. Que tenía una nueva vida, y que esa vida no incluía a Ivy. No sé
por qué decidió evitar ver a su hermana, pero Ivy dijo que, aunque ella y Cora
hablaban con regularidad, hacía años que no se veían en persona. No desde la última
vez que la vi, aparentemente.
En aquel momento las había considerado mentiras, pero ahora tenía que creer
esa parte de la historia de Ivy. De lo contrario, Ivy estaba poniendo en peligro su vida
al irse a Chile con el cártel si alguien de la nueva vida de Cora podía haberla
reconocido.
—Y entonces —prosiguió Beckett—, Ivy se lanzó a contar que hacía poco se
había enterado de que no podría tener hijos propios, razón por la cual deseaba
desesperadamente conocer y reunirse con McKenna.
A pesar de la premura de tiempo, el equipo permaneció tranquilo, permitiendo
a Beckett desentrañar su retorcido pasado a su propio ritmo, y él lo agradeció.
—No confiaba en ella, así que le dije que si quería una familia, fuera a visitar a
su hermana. Que nos dejara en paz. —Se agarró las sienes con el pulgar y el índice.
—Está claro que no hizo caso de tu advertencia si la arrestaste —dijo Mya.
—No, llegué a casa del trabajo y encontré a Ivy en el porche hablando con la
niñera de McKenna, intentando timarla para llegar a McKenna. Mi niñera fue lo
bastante lista como para no dejar que una mujer que no conocía entrara en mi casa
con mi hija. —Se llevó el puño al pecho mientras compartía el amargo recuerdo—.
Pero cuando la vi allí, me enojé mucho. Estaba a punto de esposarla cuando mi hija
salió.
—¿Supongo que McKenna nunca supo quién era? —preguntó Sydney.
Beckett la miró y negó con la cabeza.
—No, no quería que lo supiera. —Abrió el puño, dándose cuenta de que se
estaba dejando llevar demasiado por sus recuerdos—. Una vez que llevé a Ivy a la
comisaría para interrogarla, para conocer sus verdaderos motivos, afirmó que Cora
le había pedido que la informara sobre McKenna porque no podía venir ella misma.
Que le enviara algunas fotos nuevas. Detalles sobre ella.
—¿Por qué iba a querer saber de repente sobre su hija después de que hubiera
pasado tanto tiempo? No tiene sentido —señaló Mya, que también había sido la 168
pregunta de Beckett.
—Ivy dijo que no era la primera vez que Cora la enviaba a Walkins Glen para
informarse sobre McKenna. La maldita mujer había espiado a mi familia para ella en
el pasado. Me mostró viejas imágenes en su teléfono. Pero este viaje era la primera
vez que decidía intentar hablar con ella. —Beckett se apartó del pilar, con la espalda
erguida—. Dijo que Cora tenía demasiado miedo de venir ella misma, porque le
preocupaba querer ponerse en contacto si veía a McKenna en persona. —La idea le
produjo malestar físico—. E Ivy dijo que la nueva situación de Cora no le permitía
visitarla de todos modos.
—Supongo que su nueva situación tiene que ver con ese tal Jorge Rojas —
apuntó Carter—. Bueno, si Ivy estaba diciendo la verdad.
—Sí, difícil de decir con esas hermanas. —Beckett negó con la cabeza—. Le
advertí a Ivy que si volvía por aquí, la pondría entre rejas la próxima vez.
Antes de que nadie pudiera decir nada más, Gray se adelantó.
—Tu hermano me está llamando. Supongo que quiere hablar contigo. —El
mundo de dolor que Beckett había visto antes en los ojos de Gray había sido sustituido
por una mirada más oscura y grave.
—¿Algo más que necesites compartir sobre la visita de Ivy antes de tomar esa
llamada? —preguntó Carter, mirando su reloj. Beckett negó con la cabeza y se dirigió
hacia Gray. No había nada más que decir—. Bien. Cinco minutos y salimos. Volamos
directo, así que estaremos en el aire unas nueve horas. Por si tu hermano quiere
saberlo, deberíamos llegar a Santiago esta noche a las siete, hora local.
Beckett reconoció a Carter levantando la barbilla. Al menos llegarían a tiempo
para encontrarse con Emily y Elaina en el aeropuerto.
Cuando Beckett se acercó, Gray le tendió el teléfono y vio que ya había
contestado. Una incómoda franja de tensión se extendió entre ellos cuando aceptó el
teléfono.
Esto va a ser divertido. Beckett se dio la vuelta y dijo:
—Hola, A.J., soy yo.
—Liam me ha contado lo que está pasando. —Comenzó A.J. cuando Beckett se
dirigió hacia las puertas de cristal para salir al exterior. Su corazón estaba en curso
de colisión con sus costillas, latiendo furiosamente a cada paso, mientras su cuerpo y
su mente se preparaban para lo que seguramente sería una reprimenda por parte de
su hermano—. Obviamente no está en condiciones de operar aquí dadas las
circunstancias, y por supuesto, quiere estar con su familia.
Beckett abrió la puerta y salió al patio donde Sydney y él habían bailado la 169
noche anterior.
—Lo siento mucho —fue todo lo que pudo decir mientras recorría la piscina
rectangular.
—Este tipo de imprudencia de tu parte sólo ocurre cuando esa maldita mujer
está involucrada. Sólo entonces.
—Esta vez las cosas son diferentes. —Y prometió cumplir esa promesa.
—¿Cómo? ¿En qué se diferencian? —A.J. raspó—. Cora sigue jugando con tu
cabeza. Manipulándote para conseguir lo que quiere. Ella es el diablo, hermano. El
demonio. Y aun así, te seduce para que caigas en su trampa, y tú la ayudas cada vez.
—No va a seducirme. —Beckett lanzó una mirada a la pared de cristal, con la
esperanza de divisar a la única mujer capaz de seducirlo ahora mismo.
Sydney estaba de espaldas a él mientras Valentina hablaba con ella.
—Cuando se trata de Cora, ella dice salta, y tú preguntarás qué tan alto.
—Hace seis años que no la ayudo —le recordó a A.J.
—Sólo porque no te llamó durante ese tiempo —replicó.
—Sigue siendo la madre de McKenna —se defendió, aferrándose a lo que
parecía una excusa cada vez más endeble.
—Compartir ADN con McKenna no convierte a Cora en madre.
Beckett se volvió hacia la piscina, donde el sol se reflejaba en el agua. Y bajo
aquella luz cegadora, era difícil no enfrentarse al hecho de que había metido la pata.
Pero se recordó que si no hubiera venido a México en busca de Cora, Mya se
habría encontrado hoy con su contacto del cártel, y podría haber muerto.
—Todo sucede por una razón —se encontró murmurando, inseguro de si A.J.
se lo creería.
—No sólo está en peligro el marido de nuestra hermana embarazada, sino que
¿tienes idea de lo que ese mensaje de voz de Emily le hizo a Liam? Tus acciones están
enviando a su familia a Chile y...
—Lo siento —repitió, haciendo todo lo posible por mantener la calma, por no
dejar que la culpa lo partiera por la mitad. Necesitaba mantener la calma para seguir
adelante y averiguar qué demonios estaba pasando realmente.
—Me prometiste que nunca volverías a ver a Cora. Que nunca dejarías que te
afectara. Pasara lo que pasara.
—Lo sé, y puede que Cora ni siquiera esté viva.
—En cualquier caso, deberías haber acudido a mí. Debería haber sido el
170
primero al que llamaras.
—Y si lo hubiera hecho, te habrías negado a ayudar. Me habrías disuadido. Y
Mya estaría muerta. —No importaba cómo lo mirara Beckett, había alguien vivo
debido a su búsqueda de la madre de McKenna—. Tenemos que confiar en Elaina en
esto. —¿Estaba loco por poner su fe en una niña de doce años? Ayer hubiera dicho
que sí. Después de su llamada con Emily, ya no.
—¿Mya Vanzetti? —A.J. hizo una pausa para asimilarlo. Beckett olvidó que A.J.
no conocía todos los detalles de lo que había sucedido desde que Beckett había
llegado a México. Lo más probable era que A.J. hubiera obtenido una versión
resumida de Liam, que a su vez la había obtenido de Carter. Malditas viñetas—. ¿Ella
está allí contigo? Estoy confundido.
Beckett le puso rápidamente al corriente y luego señaló:
—¿Ves lo que quiero decir? Es el destino o como quieras llamarlo.
—Liam no me habló de Mya ni de lo que les pasó a todos ayer. Supongo que no
lo sabe. Tenía pánico de salir de aquí hacia el aeropuerto.
—¿Y dónde estás ahora?
—Por el Mar Negro. Es todo lo que puedo decir —dice A.J.
¿Ucrania? ¿Turquía? En algún lugar por allí, supuso Beckett, haciendo algo
importante.
—Estaría en ese avión con Liam si pudiera, pero ahora tenemos un
francotirador menos. En cuanto termine nuestra misión, sabes que estoy en camino.
—No hace falta que me lo expliques. O venir. Estaremos bien. —Tenemos que
estar bien.
—La hermana de Gray utilizará sus contactos en la Agencia para intentar
averiguar lo que pueda sobre este multimillonario. Natasha te enviará toda la
información que encuentre en cuanto tu avión llegue a Chile. Y conociéndola, antes
de que tus ruedas toquen el suelo —añadió A.J., y Beckett agradeció que tuvieran una
conexión con la CIA para pedir ayuda—. ¿Cómo está Ella?
—Ella es Ella. Es dura. Más preocupada por mí que por Jesse.
A.J. soltó una carcajada.
—Parece que ella y yo estamos de acuerdo. —Hizo una pausa—. ¿Y tú estás
bien? —Otra pausa—. Debería haber empezado con eso, lo siento. —Esta vez el tono
de su hermano era sombrío.
—Intento estarlo. —Cuando volvió a mirar dentro, Sydney estaba mirando
hacia él, y su pecho se contrajo cuando hicieron contacto visual. Pero estoy bastante 171
seguro de que me van a romper el corazón otra vez.
CAPÍTULO VEINTIDÓS

EN EL AIRE

—¿Sabemos dónde se aloja Jesse en Chile? —preguntó Beckett a Oliver,


sentado a su lado en el lujoso jet de Carter—. Supongo que no se alojará en la mansión
del multimillonario.
—Probablemente un hotel de la ciudad, pero lo localizaremos. Y Carter hará
todo lo posible por reservarnos habitaciones en el mismo sitio —compartió Oliver.
Beckett dirigió su atención hacia Sydney, junto a Mya, al otro lado de la cabina,
cerca de la cabina de mando. Sus asientos estaban orientados hacia él, pero Sydney
y Mya estaban estudiando algo en un iPad. Lo más probable era que estuvieran
investigando a su nuevo objetivo, El Vigilado.
Oliver debió de seguir su mirada porque dijo:
—No me sorprendería que Mason Matthews rastreara el teléfono de Mya hasta
Chile y se presentara sin avisar. —Maldijo en voz baja—. Todavía me enoja que la
dejara ir a Tulum en primer lugar. Viaje de chicas o no.
—Si estuvieras en su lugar, ¿crees que podrías impedir que una mujer como
Mya hiciera lo que quisiera? —Beckett pensó que ella se parecía mucho a Sydney en
muchos aspectos. Por un lado, arriesgando el pellejo para entrar en contacto con un
miembro del cártel si con ello salvaba la vida de otros. Sin embargo, basándose en
sus acciones de ayer en la selva, estaba claro que no tenía entrenamiento real, ni
militar ni de ningún otro tipo.
—No sé —refunfuñó Oliver, levantando las manos—. Esa mujer me saca de
quicio. No estoy seguro de cómo voy a trabajar con ella.
—Mmhmm. Estoy seguro de que será increíblemente duro —dijo Beckett con
tono inexpresivo. Cuando Oliver entrecerró los ojos y le clavó una mirada de qué
mierda, Beckett añadió con un guiño—: Estoy seguro de que se te ocurrirá una manera
172
de manejarlo. —Oliver murmuró algo y puso los ojos en blanco.
Oliver le dio un codazo.
—¿Por qué no hablas con Sydney? Puedes tener algo de privacidad en la
habitación de Carter. —Ah, ahora estaba jugando sucio.
Oliver sabía exactamente por qué él y Sydney no podían desaparecer en el
dormitorio.
Gray Chandler.
—¿Por qué tendría que hablar con ella? —El avión había alcanzado altitud de
crucero, así que Beckett se desabrochó el cinturón.
Oliver hizo lo mismo, luego se levantó y apoyó una mano sobre su cabeza,
mirando a Beckett.
—Gray ya es mayorcito. Estará enfadado un rato, pero se le pasará.
No se supera a una mujer como Sydney.
—Y Mason, lo conoces, ¿verdad? ¿Superará que Mya trabaje con Falcon en esta
operación? ¿O uniéndose al equipo de forma más permanente?
—También es un chico grande. Cuando no tiene la cabeza metida en el culo
permitiendo que Mya tome decisiones imprudentes como hacer un viaje en solitario
a México —gruñó y volvió a enfocar a Mya. Si la mandíbula del tipo estuviera más
tensa, se partiría.
—Ella estaba con Sydney. Mason lo sabía —le recordó Beckett, defendiendo a
un tipo que ni siquiera conocía—. Pero sí, hablaré con Sydney cuando aterricemos. Si
hay tiempo.
—Bueno, ese dormitorio ha visto mucha acción de nuestro equipo —dijo Oliver
al volver a centrarse en Beckett—. Griffin y Savanna. Jesse y...
Oliver soltó sus palabras cuando Beckett frunció el ceño.
—Correctoooo. Ella es tu hermana. —Oliver sonrió—. Así que haremos como
si no hubiera mencionado ese dormitorio, y ahora me voy. —Lanzó un pulgar por
encima del hombro y se retiró en esa dirección.
Buena idea. Beckett se levantó un momento después y decidió utilizar el baño
adyacente al dormitorio en lugar del que estaba cerca de la cabina, que lo obligaría
a pasar junto a Gray.
En cuanto abrió la puerta y vio la cama, a Beckett le asaltó el recuerdo de los
gemidos y suspiros de Sydney mientras él adoraba cada centímetro de su cuerpo
desnudo, llevándola al orgasmo tres veces hacía tan sólo unas horas.
—¿Podemos hablar?
173
Su pulso se aceleró al oír la suave voz de Sydney detrás de él. Mejor eso que
su polla en posición de firmes.
Se giró para verla apoyada en el marco interior de la puerta.
—¿Deberíamos esperar hasta que aterricemos? —Beckett miró por encima del
hombro a Gray hablando con Carter, pero Gray estaba de espaldas a él.
—Es un largo vuelo, y no hemos tenido un momento a solas desde... Gray.
Supuso que estaría bien hablar brevemente si mantenían la puerta abierta.
—Por cierto, no te estaba espiando. Salí del bungalow un segundo para
asegurarme de que estabas bien.
—Bueno —empezó—, vi a Cha Cha espiando. No tiene vergüenza. —Una
pequeña sonrisa se formó en sus labios, y maldita sea si no era contagiosa.
—¿Y? —Sonrió y arqueó una ceja.
—Tenías razón sobre los sentimientos de Gray —susurró, bajando la mirada al
suelo entre ellos—. Ojalá no nos hubiera visto juntos así. Ya sabes, medio desnudos.
Pero lo hecho, hecho está. —Sydney volvió a mirarlo a los ojos.
No mencionó la parte que Beckett había escuchado: el engaño de Seth. Y no le
correspondía a él mencionarlo. Ella se lo diría cuando confiara en él lo suficiente
como para compartirlo.
—Pero no debemos dejar que vuelva a suceder mientras trabajamos juntos.
Gray es un amigo y no quiero hacerle daño. —Inspiró profundamente como si
necesitara convencerse de que estaba haciendo lo correcto—. Además, tenemos que
poner toda nuestra atención en el trabajo, especialmente ahora que Elaina está
involucrada.
Estaba de acuerdo al cien por cien, pero eso no cambiaba el hecho de que
quisiera atraerla entre sus brazos y abrazarla ahora mismo.
—Está bien —dijo, finalmente liberando la palabra—. Sólo amigos, entonces.
—¿Amigos? Después de anoche, bueno, técnicamente esta mañana, ¿cómo demonios
se suponía que iba a hacer eso?
La mirada arrepentida de su rostro decía que ella también deseaba que las
cosas fueran diferentes.
Cuando ella levantó la vista hacia él y juntó sus labios carnosos, él quiso
inclinarse hacia delante y chupar el labio inferior antes de deslizar la lengua en su
boca y saborearla por última vez.
Amigos, claro... No quería tener sexo con sus amigos. No, tacha eso. No quería 174
hacer el amor con sus amigos.
—Podemos hacerlo, ¿verdad? —Otra respiración lenta y profunda envió sus
ojos a los pechos de ella—. ¿Podemos controlarnos? —añadió como si luchara igual
que él por controlar sus deseos.
Beckett extendió la mano y le agarró suavemente el antebrazo, esperando que
su cuerpo impidiera que los demás vieran su tacto.
—No tenemos elección. —La miró fijamente a los ojos y todo su cuerpo se tensó.
Cada maldito centímetro de él se tensó—. Pero, cariño —ronroneó, acercando
peligrosamente su boca a la de ella, sintiendo su dulce aliento en él—, va a ser
jodidamente difícil que me comporte.

SIETE HORAS DESPUÉS

—¿Me estabas mirando el culo? —acusó Mya, mirando hacia atrás y mirando
mal a Oliver.
Beckett se pasó una palma de la mano por la boca para ocultar su diversión y
contempló el espectáculo que se desarrollaba ante él. Había conseguido dormir unas
horas y ahora Oliver y él estaban sentados uno junto al otro en mitad de la cabina.
—Bueno. —Oliver levantó ambas manos e hizo la mímica de mirar algo a lo
ancho—. Es difícil no verlo. Estás literalmente delante de mí.
Mya se dio la vuelta, agarró las muñecas de Oliver y estrechó el espacio entre
sus palmas.
—Mi culo no es tan grande, por cierto.
Oliver giró el dedo.
—Quizá puedas volver a girar para que pueda echar otro vistazo. —Le guiñó
un ojo, y ella le bajó el ala de la gorra de béisbol por encima de los ojos antes de
desplazarse hacia el pasillo.
—No te pareces en nada a...
—¿Mason? —Oliver se levantó el sombrero y su tono pasó de burlón a serio en
un abrir y cerrar de ojos.
Beckett se dio por aludido y se levantó. Pasó junto a Mya y miró a su alrededor
en busca de los demás. Griffin y Jack dormían en la parte trasera de la cabina, cerca
del dormitorio. ¿Y Sydney?
—Está en la ducha. —Las palabras de Gray hicieron que Beckett se agarrara al 175
asiento de su izquierda como preparándose para las turbulencias—. Mi hermana,
Natasha, nos ha enviado información —añadió. Beckett se volvió para mirar a Gray,
que estaba cerca de la cabina con Carter.
—¿Y? —Beckett dirigió la pregunta a Carter. Estaba claro que a Gray aún le
costaba ver a Beckett como alguien que no fuera el hombre que se había acostado
con Sydney—. ¿Pudo localizar a Cora en Chile? Supongo que tener el nombre y la
ubicación de Jorge Rojas facilitaría las cosas. —Desde que el contacto de Emily no
había dado resultados, habían estado buscando la proverbial aguja en un pajar. Con
un poco de suerte, la hermana de Gray había encontrado algo sólido.
—Natasha recibió un golpe. No es mucho. Pero según las imágenes de CCTV
tomadas hace ocho semanas, podemos confirmar que Cora estuvo en Santiago —
declaró Carter—. O es muy buena evitando las cámaras de CCTV, o ya no está allí.
La prueba de vida de hace ocho semanas no era la confirmación de que seguía
viva.
—Natasha rastreó el jet privado de Jorge a Juárez tres veces en los últimos dos
meses. —Continuó Carter—. Pero las imágenes de la terminal lo mostraban
acompañado sólo por hombres.
—Así que, si Cora nunca visitó el club, entonces...
—Miguel y cuatro de sus hombres visitaron a Jorge en Chile hace tres semanas
—interrumpió Gray a Beckett—. Supongo que Jorge lo invitó a Santiago para discutir
la venta del club.
—La línea temporal coincide. —Beckett se frotó la mejilla con la palma de la
mano—. No conozco a Miguel, ni estaba en mi radar cuando trabajé de incógnito en
Los Ángeles, lo que significa que alguien que viajaba con él tuvo que haber
identificado a Cora cuando visitó a Jorge en Chile.
—Eso es lo que estamos pensando —empezó Carter—. Natasha está trabajando
para obtener los nombres de los pasajeros a bordo del vuelo de Miguel a Santiago.
—Cuando los ojos de Carter se desviaron hacia la parte trasera del jet, Beckett se
volvió y siguió su mirada. Sydney acababa de salir del dormitorio con ropa nueva, su
anterior atuendo apretado contra el pecho.
Gray está detrás de mí, se advirtió a sí mismo, luego volvió su atención a los
líderes del equipo.
—Entonces, ¿cuál es el siguiente paso?
—Telefoneé a mis contactos en Sudamérica para ver si había alguno cerca de
Chile. Camila, una vieja amiga mía, está trabajando en un caso en Santiago ahora
mismo. Aceptó esperar en el aeropuerto al avión de Miguel, que llegó hace una hora
—explicó Carter—. Camila me envió un mensaje de texto diciendo que Miguel y sus
hombres, incluido Jesse, se registraron en un hotel de la ciudad. 176
—¿Alguna posibilidad de que Jesse pueda usar el teléfono si consigue su
propia habitación? —preguntó Beckett, deseoso de hablar con su cuñado él mismo
esta vez en vez de a través de los crípticos canales que Jesse y Carter se comunicaban.
—Estoy seguro de que Jesse sigue trabajando para ganarse la confianza de
Miguel, y las llamadas salientes desde una habitación de hotel pueden rastrearse
fácilmente. Miguel, o tal vez incluso Jorge, tendrá a alguien haciendo eso —dijo
Carter—. Camila nos ha ofrecido el uso de su piso franco fuera de la ciudad, junto con
su alijo de armas. Pero también deberíamos conseguir algunas habitaciones en el
hotel.
—¿Cómo es que tienes una amiga con un piso franco y un alijo de armas que
podemos tomar prestado, y sin embargo no tienes ningún contacto en el aeropuerto
que mire para otro lado para que podamos traer armas? —Beckett sólo bromeaba en
parte.
—Está perdiendo su toque —bromeó Oliver, lo que produjo una pequeña
sonrisa en Carter.
—Deberíamos llevar a Elaina y Emily con nosotros al piso franco —sugirió
Beckett, recordando que su vuelo llegaba más tarde esa misma noche—. Una vez que
Liam llegue mañana, podrá tomar las decisiones en lo que respecta a la seguridad de
su familia.
—De acuerdo —respondió Carter—. Nos quedaremos todos allí esta noche.
Mañana, cinco o seis de nosotros nos dirigiremos al hotel donde se aloja Jesse. —
Cuando Carter clavó en Beckett una mirada que preguntaba, ¿estás en eso? Beckett
asintió—. Mientras tanto, Camila está trabajando para obtener los nombres de todos
los que volaron hoy a Santiago con Miguel. Mientras Natasha hace lo posible por
identificar a los hombres que viajaron con él hace tres semanas. Aunque es posible
que Miguel haya llevado a los mismos hombres hoy.
—Si uno de ellos está relacionado de alguna manera con la época de Cora en
Los Ángeles, lo reconoceré. Lo recuerdo todo de entonces. —Aunque la mayoría de
los días, desearía poder olvidar.
—Lo que significa que tenemos que tener cuidado. Si puedes reconocer a este
tipo, entonces es seguro asumir que él también puede identificarte —señaló Gray.
Eso afectaría a los planes de Beckett de alojarse en ese hotel, pero maldita sea,
no quería mantenerse oculto y no formar parte de la operación.
Beckett recordó su estancia en Los Ángeles.
—Entregué el caso contra la MS-13 y el cártel a otro detective. Quería
desconectarme de ello todo lo posible antes de que se hicieran los arrestos para
proteger a McKenna. Pero sí, lo más probable es que aún me reconocieran como el
objetivo original de Cora en la policía de Los Ángeles.
—No nos precipitemos. —Carter palmeó el aire como si percibiera las
177
preocupaciones de Beckett—. Esperaremos la información de Natasha.
Beckett asintió, agradecido de que él pareciera llevar la voz cantante más que
Gray, que no le tenía precisamente cariño en ese momento.
—Así que Cora debió de llamar a Ivy para pedir ayuda más o menos a la misma
hora en que te telefoneó a ti —dijo Sydney. Beckett se hizo a un lado para verla
caminar por el pasillo—. De lo contrario, Ivy nunca habría sabido que el club era su
mejor oportunidad para llegar hasta Cora.
—Ayer mencionaste que Ivy no tenía ninguna conexión con el cártel o la MS-13
en Los Ángeles —intervino Mya—, así que no correría el riesgo de que la
reconocieran al intentar seducir a Miguel. Además, como Ivy y Cora no se ven desde
hace años, la probabilidad de que alguien en casa de Jorge las relacione como
hermanas es mucho menor.
Beckett asintió.
—Y supongo que Cora decidió cubrir todas las bases posibles y me llamó a mí
también. —Sólo que alguien la detuvo a mitad de llamada.
¿Habían llegado ya demasiado tarde?
¿Y si la madre de McKenna ya estaba muerta?
“La sangre no hace a una madre”. A.J. le había dicho algo así esa mañana.
Cuando Beckett volvió a centrarse en Sydney, no pudo evitar preguntarse
cómo sería para McKenna tener a una mujer como ella por madre.
—Todo lo que sé es que parece que el universo nos ha puesto a todos en el
mismo camino por una razón —susurró Mya, y Beckett la miró.
—Sí, bueno, seguro como el infierno se siente como que el universo nos ha
dado una fecha límite —dijo Oliver—. Y tengo la sensación de que es el viernes en el
cumpleaños de este idiota multimillonario.
—Odio la palabra plazo —dijo Mya mientras Sydney se sentaba a su lado—.
Implica que alguien morirá si no tenemos éxito.
La mirada de Sydney cayó por un momento antes de que ella cambiara su
atención a Beckett, una mirada triste en sus ojos cuando habló:
—En nuestra línea de trabajo… eso es exactamente lo que significa.

178
CAPÍTULO VEINTITRÉS

SANTIAGO, CHILE

—Eso fue rápido. Agradezco tener a Natasha de nuestro lado. —Sydney deslizó
el dedo por la pantalla del iPad que Beckett y ella compartían y se desplazó por los
archivos que Natasha había enviado poco después de que llegaran al piso franco.
—¿Reconoces a alguno de los hombres que viajaron con Miguel hace tres
semanas? —le preguntó Gray a Beckett, manteniendo la distancia al situarse lo más
lejos posible de Beckett en la habitación. Como prácticamente fuera de la puerta y en
el vestíbulo.
Sydney le pasó el iPad a Beckett para que lo viera más de cerca.
—Conozco a uno de ellos. —Señaló la pantalla.
Carter se apartó del resto del equipo reunido en el salón y se encaró con él.
—¿Quién?
—Héctor López —dijo Beckett—. Traficaba con drogas entre México y
California para los sinaloas cuando yo trabajaba en Los Ángeles. Fue uno de los
hombres arrestados poco después de que Cora dejara la ciudad.
—Parece que salió hace unos años y se mudó a México al terminar su libertad
condicional —comentó Carter mientras estudiaba su propio iPad—. Es uno de los
primos de Miguel Diego. Esta tiene que ser la conexión que hemos estado buscando.
—Bueno, Héctor tiene motivos para guardarle rencor a Cora. Estoy seguro de
que asumió que ella lo había traicionado, ya que no mucho después de que ella
abandonara la ciudad, él fue detenido por tráfico de drogas. Han pasado trece años,
pero seguro que no la ha olvidado. —Beckett le entregó el iPad a Sydney y se cruzó
de brazos—. ¿Estaba Héctor hoy en el vuelo con Miguel?
Sydney oyó la preocupación en el tono de Beckett. Si Héctor estaba allí, lo
179
cambiaría todo para él. Tendría que quedarse en el piso franco y permanecer fuera
de la vista.
—El cártel volvió a utilizar su jet privado, y volar en privado no requiere un
manifiesto, sólo un itinerario. Natasha está trabajando para acceder a las imágenes
de CCTV de hoy temprano —compartió Gray—. Las fotos que Camila tomó en el
aeropuerto pueden ser una opción más rápida. —Se volvió hacia Carter, plantando
las manos en las caderas—. ¿Dónde estamos en eso?
—Camila está de camino, pero déjame ver si puede enviarme las imágenes
ahora. —Carter cambió el iPad por su teléfono y salió de la habitación.
—Si Héctor está... — El timbre del teléfono de Gray dejó su frase colgada—. Es
Natasha. —La puso en el altavoz—. Hola, estamos todos. ¿Tienes noticias?
—Hola —respondió Natasha—. Todavía no tengo la información de los
pasajeros, pero puedo confirmar que Héctor López no está en Chile.
Sydney vio cómo los hombros de Beckett se hundían de alivio ante sus
palabras.
—Ha tomado un vuelo a Cancún esta mañana. Supongo que lo enviaron allí para
seguir la pista de quienquiera que fuera responsable de la eliminación de tantos de
sus amigos matones del cártel —explicó Natasha.
—Deberíamos avisar a Martín de que lo más probable es que Héctor esté
husmeando por Tulum —intervino Oliver y Gray le hizo un gesto para que fuera a
hacer la llamada.
—Entonces, si todos ustedes no hubieran estado en Tulum causando algunos
problemas al cártel —continuó Natasha—, mi suposición es que Héctor estaría en
Chile ahora.
Todas las piezas parecían encajar a su favor, pero ¿cuánto duraría? En su
experiencia, nunca nada salía “bien”. No, siempre había oscuridad a la vuelta de la
esquina.
—Tengo una llamada del director. Tengo que irme —dijo Natasha
bruscamente—. Me pondré en contacto cuando sepa más.
—Gracias, hermana. —Después de la llamada, Gray guardó su teléfono en el
bolsillo justo cuando Carter regresó—. Héctor está en Cancún. Bueno,
probablemente en Tulum ahora. Oliver está avisando a Martín.
—Los hombres de Martín pueden manejar a Héctor. No estoy preocupado. —
Carter le pasó rápidamente su teléfono a Beckett—. Camila me ha enviado las fotos
de quién estaba hoy en el avión con Miguel, Jesse e Ivy. ¿Conoces a alguno de ellos?
Sydney se acercó a Beckett para comprobar el iPhone mientras Beckett
ampliaba la pantalla. 180
—No conozco a ninguno de estos tipos. Eso significa que puedo ir al hotel
mañana, ¿verdad? —preguntó Beckett mientras Carter aceptaba su teléfono de
vuelta.
—Mientras Héctor no aparezca, sí, estás bien para ir al hotel mañana. —Carter
miró a un lado y a otro entre ella y Beckett—. Pueden quedarse juntos. Hacerlos pasar
por pareja. Esa será su tapadera.
Jack tosió varias veces, llamando la atención de todos. ¿Qué fue eso?
Y entonces Gray se levantó y salió de la habitación, dirigiéndose al vestíbulo.
Mierda.
—Yo... —Sydney lanzó a Beckett una mirada de disculpa, y luego siguió a Gray
fuera de la casa.
Gray se paseaba junto a los dos todoterrenos que Camila les había hecho
esperar en el aeropuerto cuando llegaron.
—Vuelve dentro —ladró.
—No, tenemos que hablar —dijo mientras cerraba la puerta tras de sí. Bajó
corriendo los tres escalones del porche para llegar hasta él en la entrada—. No
necesito quedarme con Beckett.
Gray se pasó las manos por el cabello y su mirada se dirigió al único vecino de
la casa. La cordillera de los Andes. El refugio estaba situado en una propiedad de
unas pocas hectáreas, sin otras casas a la vista.
—Tiene más sentido que permanezcan juntos. Beckett quiere estar allí por
Cora.
—¿Entonces por qué te paseas? ¿Por qué has salido volando de la casa? —le
preguntó. Cuando él no dejó de pasearse ni de responder, propuso—: ¿Qué pasa con
Camila? ¿Por qué no se queda con Beckett? Si es amiga de Carter y tenía un piso
franco como éste en reserva, debe de tener experiencia operativa. Ella puede
hacerlo.
Pero, ¿por qué demonios ese pensamiento le producía escalofríos?
—Entonces, ¿con quién te quedarías? ¿Conmigo? —Una risa sin gracia cayó de
sus labios, pero finalmente dejó de hacer crujir sus botas negras sobre la grava—.
¿Crees que puede soportar que me quede en la misma habitación contigo sin tirar la
puerta abajo? —preguntó en voz baja y profunda—. Porque veo cómo te mira.
Sydney se mordió los dientes de atrás mientras intentaba navegar por esta
conversación sin romperle el corazón. 181
—¿Y derribarías la puerta? Porque no lo hiciste esta mañana cuando estabas
fuera de su bungalow. —No tenía ni idea de por qué había dicho eso, pero ya era
demasiado tarde.
—Tengo autocontrol. —Se señaló el pecho como queriendo derribarlo. ¿Pero
su objetivo? Beckett, no ella—. La misión es lo primero.
—La misión tiene que ser lo primero, estoy de acuerdo. —Que es
probablemente por lo que no debería estar a solas con Beckett.
—Beckett vino a México arriesgando muchísimo para encontrar a su ex. —Los
hombros de Gray se hundieron, la transición de la ira a la derrota la tomó por
sorpresa—. Y en su lugar te encontró a ti.
El corazón le dio un vuelco al pensar en sus siguientes palabras.
—Sientes algo por él. Puedo verlo en tus ojos. —Abrió la boca, dispuesta a
recordarle que Beckett y ella apenas se conocían, pero él levantó una mano—. El
tiempo es insignificante, ¿recuerdas? Tardé cinco minutos en enamorarme de ti el día
que nos conocimos en West Point. Y llevo casi toda una vida intentando parar.
Las rodillas de Sydney flaquearon ante su confesión. Él debió de darse cuenta
porque dio un paso adelante, tomándola de los brazos.
—No intento hacerte daño. Sé que necesito encontrar una manera de seguir
adelante. Dejar atrás mis sentimientos por ti de una vez por todas. —Sin dejar de
abrazarla, sus ojos se cerraron—. Es posible que pasara veinte años amando la idea
de nosotros porque eso sería más fácil que abrirme a alguien nuevo. Quizá todo
estaba en mi cabeza. Ficción.
Como una novela romántica. ¿Pero lo que sentía por Beckett también era cosa
de ficción? No era realista. Su pasión y su conexión sucedieron tan rápido, ¿morirían
igual de rápido si se permitiera la oportunidad de explorar “más” con él? Bueno, al
menos después de la misión.
—Te mereces a alguien que hubiera luchado por ti después de que dijeras no
a su propuesta.
—Sabías que si decía que no, era un no. No cambiaría de opinión. —Ella no
necesitaba que él se pateara por su decisión de no luchar por ella.
—Bueno, también deberías estar con un hombre que dijera a la mierda la
misión y tirara tu puerta abajo. Y si compartes habitación de hotel con otro hombre
que no sea él, creo que lo haría. —Era raro que a Gray se le escaparan sus raíces
tejanas, y esta noche llevaba el corazón en la manga, tenía que ser por eso. Separó
los párpados y soltó un fuerte suspiro de sus pulmones—. Y tal vez nunca encuentre a 182
alguien que...
—La encontrarás —susurró, preocupada por si se le quebraba la voz—. Te lo
prometo.
Sus labios se tensaron, pero guardó silencio, luego inclinó la cabeza hacia la
casa y la dejó marchar.
—Pero sigo sin necesitar hacer el papel de novia de Beckett. Podemos
registrarnos todos en habitaciones diferentes del hotel mañana —le dijo en tono
firme—. Hablemos con el resto del equipo. A ver qué se nos ocurre, ¿de acuerdo?
Miró más allá de ella y, al oír el crujido de los neumáticos sobre la grava, se
giró para ver un todoterreno que se acercaba. Debía de ser Camila, y se sintió
aliviada por la distracción. Centrarse en la misión era más fácil que centrarse en los
sentimientos. Al menos para ella. Y conociendo a Gray, lo mismo para él también.
—¿Qué sabes de ella? —preguntó suavemente.
—Treinta y tantos. Antigua espía para alguna agencia. No para la CIA. Y ahora
es más bien una bienhechora independiente, como Carter —le dijo Gray mientras se
acercaban al todoterreno—. Carter también mencionó que su madre es brasileña y
su padre estadounidense. Su padre conoció a su madre mientras servía en
Sudamérica en la Marina.
El vehículo de Camila se detuvo a unos metros de ellos y apagó los brillantes
faros.
—Si no recuerdo mal —continuó Gray—, el padre de Carter nació en Brasil, así
que tal vez su padre conoció a la madre de Camila, ¿y esa es la conexión entre ellos?
—Bueno, tú sabes más de nuestro jefe que yo. —Hizo una mueca—. Lo siento,
tú también eres nuestro jefe.
Gray se rio, lo que de alguna manera ayudó a aliviar parte de la tensión.
—Ambos sabemos quién manda realmente, pero no le digas que lo he
admitido.
Sonrió, esperando que los dos pudieran volver a ser colegas después de todo
esto. Bueno, amigos sería mejor.
—Y resulta que Camila está aquí trabajando en un caso, ¿eh?
Gray se encogió de hombros.
—Suerte para nosotros, supongo.
—Carter tiene muchos contactos “por suerte para nosotros” en todo el mundo.
—Parece que has encontrado bien mi casa —dijo Camila después de salir del
todoterreno. Era preciosa, eso estaba claro. Y a Sydney se le revolvió el estómago
183
ante la idea de que Camila compartiera habitación con Beckett.
Tal vez Sydney sería la que derribaría una puerta.
Sydney echó un vistazo a Gray, que sin duda se fijó en la recién llegada. Ocultó
su sonrisa ante ese hecho, borrando el poco espacio que había entre ella y la llamativa
mujer de vaqueros oscuros y camiseta negra de cuello en V que se acercaba.
Los mechones negro azabache de Camila le llegaban hasta los pechos, e
incluso con el sol ya puesto, era el cabello más brillante que Sydney había visto nunca.
—Camila. —Sydney ofreció su mano—. Soy Sydney Archer. Un placer
conocerte. Gracias por tu ayuda.
Camila le tomó la mano y sonrió. Cuando su atención se desvió hacia Gray, él
aceptó su mano y la sostuvo un poco más de lo necesario.
Aturdido en silencio, ¿eh? Sydney miró detrás de ella y vio a Carter saliendo de
la casa.
—Camila —dijo Carter mientras se dirigía hacia ellos. La abrazó, algo que
Sydney rara vez veía hacer a ese hombre—. Camila es como una hermana pequeña
para mí, así que cuando digo que puedes confiar en ella, es que puedes —dijo Carter
una vez que se hubo liberado del abrazo.
—Y es como un hermano sobreprotector que suele necesitar más ayuda de la
que puede proporcionarme —bromeó Camila, y Sydney ya adoraba a esta mujer.
—Todo el mundo está dentro. —Carter hizo un gesto hacia la casa. Empezó a
hablar con fluidez en portugués, uno de los idiomas que Sydney no hablaba, así que
caminó en silencio junto a Gray—. Gracias de nuevo por ayudarnos con tan poca
antelación —dijo Carter una vez que estuvieron dentro de la casa de ladrillo de dos
plantas.
—Tienes suerte de que ya estuviera aquí trabajando en mi propio caso —
comentó Camila.
—Sí, qué suerte —dijo Sydney, siguiéndolos.
Escalofríos cubrieron sus brazos al pensar en las últimas treinta y seis horas y
en cómo se las habían arreglado para estar todos juntos allí en Chile.
—Esta es mi amiga, Camila Hart —la presentó Carter a todos una vez que
estuvieron en el salón. El gran espacio justo al lado del vestíbulo sólo tenía unos pocos
sofás, pero tenía un bar completamente abastecido.
Camila saludó individualmente a los demás, aprendiéndose sus nombres, y
luego se acercó a la barra y se sirvió un whisky de alta graduación.
Sí, una amiga de Carter seguro. 184
—Mi madre y su padre salieron juntos en la universidad en Brasil hace mucho
tiempo. Después siguieron siendo amigos, incluso cuando se casaron con otras
personas —reveló Camila, cuyo acento seguía siendo notable, pero no tan marcado
como el de Valentina cuando hablaba en inglés. Para Sydney era igual de sexy—. En
fin... — Miró a la sala—. No me di cuenta de que nuestros casos estaban conectados
hasta que los hombres que me pediste que siguiera se registraron en el mismo hotel
que el hombre al que estoy siguiendo.
Su anuncio hizo que Sydney casi vacilara de la sorpresa.
—Espera —susurró Sydney sorprendida—. ¿Qué?

185
CAPÍTULO VEINTICUATRO
Los oscuros ojos de Camila se entrecerraron cuando miró a Beckett. Y sí, de
ninguna manera Sydney sería capaz de soportar a esta hermosa mujer a solas con él.
Él no es mío. Tampoco Seth. Beckett no se acostaría con ella. ¿Por qué estoy
pensando en esto?
—Carter mencionó que tu exmujer está en peligro —le dijo Camila a Beckett.
—No estábamos casados —le informó rápidamente Beckett—. Pero sí, es
seguro asumir que está en peligro. O peor.
Muerta. La piel se le puso de gallina como el recuerdo de una pesadilla. De las
que hacían temblar su cuerpo. Odiaba a Seth. ¿Pero muerto? No, no podía soportar
esa noticia.
Camila finalmente retiró su atención de Beckett y volvió a centrarse en Carter.
¿Iba a explicarle cómo se relacionaban sus casos? Era tan misteriosa como Carter.
—Carter sólo me mencionó el cártel por teléfono —compartió mientras
levantaba su vaso en su dirección—. ¿Por qué no me dijiste que también estás aquí
por Jorge Rojas?
Sydney dio un paso adelante, casi alineándose con Beckett.
—Jorge parece ser el denominador común entre nuestros dos casos —dijo
Camila—. Soy investigadora privada y me contrataron para encontrar al hombre o
mujer que asesinó a un científico brasileño. Conseguí localizar al principal
sospechoso en Santiago hace dos días. Se aloja en el mismo hotel que los hombres
del cártel que persigues.
—Vamos —instó Carter, con los brazos apretados sobre su camisa blanca de
vestir.
—Mi sospechoso se reunió ayer con Jorge en el hotel. Y ahora sus hombres
están en el mismo hotel la semana de la fiesta de Jorge este viernes. Había planeado
vigilar la casa de Jorge esta noche, y entonces me pediste el favor. —Camila dejó su 186
vaso en la barra antes de volver a centrarse en la habitación—. Pero esa no es la única
razón por la que creo que nuestros casos están conectados.
—Eres una gran narradora —dijo Mya, y Sydney miró hacia atrás para ver a
Oliver negando con la cabeza—. ¿Qué? Me encantan las buenas historias.
—Ignórala —refunfuñó Oliver, ajeno a las puñaladas oculares que Mya le
lanzaba—. Vamos.
—Antes de que el marido de mi cliente fuera asesinado, estaba trabajando en
una droga experimental. Una droga que, en las manos equivocadas, podría usarse de
formas nefastas. El sospechoso que he estado siguiendo es también un científico que
trabajaba en el mismo laboratorio, y creo que mató al marido de mi cliente por la
fórmula.
—¿Y crees que lo hizo por Jorge? —preguntó Gray—. ¿Por qué le importaría a
Jorge una pastilla? Eso no es lo suyo, ¿o me estoy perdiendo algo?
Carter se acercó esta vez a la barra y agarró el whisky. Los músculos tensos de
su espalda se flexionaron mientras se servía un trago.
—Tu sospechoso necesitaba financiación para su laboratorio después de matar
al otro científico, así que acudió a Jorge. A cambio de la financiación, tu hombre tuvo
que compartir un secreto. Supongo que el asesinato cumple los requisitos —teorizó
Carter.
—Eso es lo que estoy pensando, sí —dijo Camila mientras Carter encaraba la
habitación—. No me di cuenta de esto hasta que mi sospechoso y Jorge se conocieron.
—Ella miró alrededor de la habitación, su mirada se posó en Gray en último lugar, y
mantuvo sus ojos fijos en su camino mientras añadía—: Pero ¿y si Jorge decidió
cambiar las formas de su modus operandi normal?
—En lugar de intercambiar un favor por un secreto esta vez, ¿sólo quiere la
fórmula para él? —aclaró Gray, y Sydney le echó un vistazo para ver cómo se le
fruncían las cejas, como si de repente comprendiera por qué.
—El cártel —susurró Sydney cuando encajó—. Jorge quiere el club, Capone,
pero no es como si el cártel tuviera problemas de liquidez y necesitara venderlo sólo
para apaciguar a un multimillonario. —Se hizo a un lado, captando los ojos de Beckett
en el proceso—. Jorge tendría que atraerlos con algo más que dinero. ¿Y si está
ofreciendo a los sinaloas una nueva droga a cambio del lugar?
—¿Por qué querría Jorge un club? —Las cejas de Camila subieron, claramente
ignorante del tipo de club que era en México—. Es rico. Podría construir su propio
local.
—Porque está obsesionado con Al Capone y todo lo relacionado con los años
veinte —le dijo Gray—. Y Capone visitó allí durante la Ley Seca. Hay una vieja foto en
blanco y negro de él posando con el entonces propietario fuera. Y el cártel lo convirtió
187
en un centro turístico con temática de los años veinte.
—Ah, sí, he visto la finca de Jorge. —Camila asintió.
—Entonces, ¿crees que usará la fórmula del científico para conseguir lo que
quiere? —Gray cruzó la sala de estar hasta donde ella estaba.
—Creo que es posible, por eso tiene a todos alojados en el mismo hotel. Está
arreglando un trato que funcione para todos ellos —sugirió Carter—. Jorge tiene una
reputación que mantener, después de todo. Dejará de ser conocido como El Vigilado
si vende a un cliente que no rompió un trato con él.
—Jorge tiene una mesa reservada en el club del hotel el miércoles por la noche.
Supongo que también por eso eligió ese hotel. El miércoles por la noche es...
—Déjame adivinar, ¿la noche de los locos años veinte? —Jack interrumpió a
Camila, de pie junto a Griffin.
Griffin permaneció callado, como de costumbre. Prefería el trabajo práctico
sobre el terreno y dejaba que el resto del equipo resolviera los detalles previos a una
misión.
—No hay código de vestimenta por lo que he leído, pero sí, la música es de los
años veinte —respondió Camila a Jack.
—El cártel querrá pruebas de que la droga funciona antes de hacer un trato. —
Carter añadió más whisky a su vaso—. Quizá la use con sus propios invitados en su
fiesta del viernes por la noche.
—¿Y qué puede hacer exactamente esta droga, sobre todo si tu chico puede
haberla modificado en un laboratorio con el dinero de Jorge? —preguntó Sydney.
—No sé lo que puede hacer ahora —comenzó Camila—, pero la esposa del
científico compartió conmigo que antes de que su marido fuera asesinado en un
supuesto tiroteo al azar, él estaba trabajando en una píldora que aliviaría la ansiedad
social.
—Ansiedad —dijo Sydney en voz baja, sin entender muy bien por qué el cártel
querría una droga así.
—No es la típica droga de prescripción. Algo así como MDMA, o creo que se
conoce comúnmente como éxtasis... pero imagina esa droga multiplicada por cinco.
—No era la mejor imagen, pero ahora Sydney entendía el atractivo—. Su esposa me
dijo que la píldora estaba destinada a ayudar a la gente a perder sus inhibiciones.
Para evitar que los miedos de la gente les impidan conseguir lo que realmente desean
en la vida. Para que se sintieran más cómodos en situaciones sociales. Menos
ansiosos.
—¿Pero? —Mya rompió su silencio.
—Su mujer dijo que al principio hubo problemas con la droga. Volvía a la gente 188
demasiado laxa. Demasiado libre. Dijo que su marido la había modificado
recientemente para hacerla segura. —Las largas y oscuras pestañas de Camila se
agitaron un par de veces—. Si el asesino tuviera la financiación, podría aplicar
ingeniería inversa a la fórmula para volver a su diseño original.
—MDMA con esteroides —siseó Jack.
—No puedo imaginar que el cártel tenga acceso a una droga como esa.
Hombres que han traficado con mujeres durante... —La voz de Mya se entrecortó y
Sydney tuvo la misma reacción de horror que su amiga ante la idea de lo que el cártel
planeaba hacer.
—No podemos dejar que esta fórmula caiga en manos de los sinaloas —siseó
Beckett, probablemente hablando como sheriff y como padre aterrorizado a la vez.
Camila abrió las palmas de las manos.
—Supongo que es una suerte que estemos todos aquí, entonces.
—Sin suerte. —Beckett dio un paso adelante—. Estoy seguro de que esto es por
lo que estamos aquí. No por mi...
—Todavía ayudaremos a Cora —intervino Carter—. Si podemos.
Lo que Sydney sabía que significaba, si está viva.
—El vuelo de Emily y Elaina aterrizará pronto —dijo Beckett en tono sombrío—
. Debería dirigirme al aeropuerto.
—Yo las recogeré. —Gray recogió un juego de llaves de la mesa—. Son como
de la familia para mí.
Beckett giró para mirarlo, con una mano en alto.
—¿Qué crees que son para mí?
—Están aquí por tu culpa —espetó Gray. ¿Qué pasó con el hombre que había
dicho que no rompería una puerta por Sydney? ¿Por qué intentaba enfrentarse a
Beckett ahora?
—Sí, soy muy consciente de ello. —Beckett no retrocedió ante lo que parecía
una pelea inevitable, una que dudaba mucho que fuera realmente sobre quién
acompañaría a Emily y Elaina desde el aeropuerto—. Voy.
—¿Vienes conmigo, entonces? —Gray se tragó el espacio entre él y Beckett,
las llaves colgando de su mano.
—No creo que sea la mejor idea —intervino Sydney.
—¿Me estoy perdiendo algo? —Carter se interpuso entre ellos con los brazos
extendidos como para impedir que se lanzaran puñetazos, y Griffin se le unió en
silencio—. ¿Qué les pasa a ustedes dos? Apenas se han mirado desde México. 189
—Nada —dijeron Gray y Beckett al mismo tiempo, manteniendo el contacto
visual entre sí.
Bueno, esto es genial.
—¿Qué tal si Griffin y yo vamos en su lugar? —Sydney hizo todo lo posible para
mantener su tono nivelado, para no gritarles como si fueran su hijo.
—No —dijeron Gray y Beckett al mismo tiempo.
—Gray. —Fue todo lo que consiguió decir, con la esperanza de recordarle su
conversación fuera.
—Gray. Griffin. Ustedes dos se van. —La voz profunda de Carter rozaba la
autoridad, orden o no—. Beckett, quédate atrás para que podamos hablar de Cora e
Ivy. Necesito más información.
Eso no era cierto, y Sydney lo sabía. Pero Carter estaba tratando de calmar la
tensión de la única manera que sabía. Ladrando órdenes.
—Bien. Pero si les pasa algo... —La advertencia de Beckett se interrumpió
mientras retrocedía dos pasos.
—Guárdate la advertencia para ti —replicó Gray, indicando a Griffin que
saliera.
Beckett negó con la cabeza y se dirigió al pasillo trasero que conducía a las
escaleras, pero Sydney no lo siguió, optando por dejarle algo de espacio para que se
tranquilizara.
—Parece que estás en el centro de lo que demonios acaba de pasar. —Carter
fue directo al grano—. ¿Esta cosa con ellos va a ser un problema?
Sydney soltó un fuerte suspiro y negó con la cabeza. Camila le proporcionó un
breve respiro apartando a Carter a un lado de la habitación para hablar en privado,
salvándola de una indudable lamida de culo.
—Unas palabras —pidió Jack, inclinando la cabeza hacia el vestíbulo.
—¿Qué pasa? —preguntó una vez que estuvieron solos junto a la puerta
principal, el ruido del motor del todoterreno ya en retirada.
Jack apoyó una palma en la puerta y la estudió.
—He conocido a Gray casi toda mi vida, y estuve a su lado cuando estaba en su
peor momento. —Puso su mano libre en el pecho, su tono más serio de lo que ella
estaba acostumbrada a escuchar de él—. Ha sufrido demasiado. Tienes que tener
cuidado.
—Lo último que quiero es hacerle daño. Lo prometo. —Y esa era la verdad—.
Pero me dijo afuera antes de que Camila apareciera que...
—No me importa si te dijo que todavía cree en el Conejo de Pascua. —Jack se
190
apartó de la puerta—. Gray sabe cómo engañar a la gente para que crea que está
bien. Es un maldito experto en eso. —Se golpeó una vez el pecho—. Dejó que todos
creyeran que estaba bien después del accidente. Le dijo a la gente lo que quería oír.
Pero por dentro, se estaba muriendo. En realidad deseaba estar muerto, Sydney.
Pensaba que nunca podría volver a operar, así que, en su mente, qué sentido tenía
seguir adelante.
—Yo... —Se puso una mano en el corazón, deseando haber tenido el valor de
entrar en la habitación de Gray cuando estaba despierto en lugar de ir a verlo cuando
estaba inconsciente.
—Teniendo en cuenta que llevabas una camisa de hombre cuando te vi en el
bungalow esta mañana, creo que es seguro decir que te acostaste con Beckett, y Gray
está hecho un lío por ello. —Y añadió en un tono más suave—: Todos pensábamos que
Gray y tú acabarían juntos. Que sólo era cuestión de tiempo. Que el destino los unió
el pasado octubre. Los trajo al equipo.
Destino. Esa palabra...
—Yo era el único que estaba ahí para Gray, ayudándolo a liberarse del infierno
que se había creado tras aquel accidente. Pero no puedo permitir que mi mejor amigo
muera en una operación porque tiene la cabeza en otra parte. No puedo resucitar a
los muertos. —Su mirada se posó en la madera desgastada, el único indicio de que
alguien había vivido allí alguna vez.
¿Tenía razón Jack? ¿Gray sólo le había dicho lo que creía que ella quería oír?
Porque al ver la forma en que se había enfrentado a Beckett minutos atrás, se preguntó
si Jack tenía razón. ¿Gray estaba fingiendo por el bien no sólo de la misión, sino por
su beneficio? Siempre poniendo a los demás primero, ese era él.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó derrotada, y Jack dirigió sus ojos a su
rostro.
—Griffin y Savanna no podían quitarse las manos de encima en esa operación
a pesar de las órdenes recibidas. Y ya conoces la historia de Jesse y Ella. Pero si te
preocupas por Gray, te abstendrás de mezclar negocios y placer con Beckett
mientras operan juntos.
—Hecho —respondió. Sin ninguna duda. Ella y Beckett ya habían tomado la
decisión de hacerlo. Y teniendo en cuenta que apenas lo conocía, necesitaba tiempo
para procesar sus sentimientos por Beckett—. ¿No me crees? —Inclinó la cabeza,
tratando de entender su expresión inexpresiva.
—Carter les pidió a Beckett y a ti que compartieran habitación de hotel a partir
de mañana —empezó Jack—, así que no, no lo hago.

191
CAPÍTULO VEINTICINCO
—Te prometo que todo irá bien —le dijo Sydney a Levi por teléfono una hora
después de que Gray y Griffin hubieran abandonado el piso franco para dirigirse al
aeropuerto. Volverían pronto y quería saber cómo estaba su hijo antes de centrarse
únicamente en la misión.
—Alice cenó aquí esta noche —susurró Levi—. Papá está tratando de
convertirnos en una familia. Pero Alice dejó de ser familia el día que te traicionó.
Sydney se dejó caer en la litera inferior del dormitorio, con cuidado de no
golpearse la cabeza con la cama de encima.
—Ya lo resolveremos cuando vuelva a casa —forzó con la voz más firme
posible—. ¿Puedes poner a tu padre al teléfono? —Seth había dejado cinco mensajes
desde el anuncio de su boda ayer, y ella no había tenido estómago para devolverle
la llamada hasta ahora.
—Claro. No te olvides...
—Cuídate, lo sé. —Sonrió aunque sabía que él no podía verla—. Te quiero.
—Te quiero más —dijo antes de llamar a Seth.
Puso la mano libre sobre el muslo, preparándose para el resto de la
conversación.
—Te he llamado media docena de putas veces, Sydney —le espetó Seth en
cuanto descolgó el teléfono.
—Whisky. Tango —empezó Levi, enunciando cada palabra en voz baja—,
Foxtrot. Paaaapá.
—Esa mierda funciona con tu madre, pero no conmigo. Métete en tu cuarto —
le espetó Seth, con tono cortante. Eso hizo que Sydney volviera a ponerse en pie,
dispuesta a defender a su hijo. Todo el día. Todos los días.
—Dale un infierno, mamá. Tienes mi permiso —fue lo último que dijo Levi, y
ella oyó sus pasos furiosos desvanecerse en el fondo. 192
—Oh, necesitas permiso para ser una perra conmigo ahora, ¿eh?
¿Quién demonios era él ahora? Nunca le hablaba así. Incluso cuando se
pelearon en el pasado, no era tan idiota. ¿Era esto obra de Alice? ¿Estaba tratando de
crear una brecha aún mayor entre ellos? ¿Estaba preocupada de que la engañara
como había engañado a Sydney?
—¿Has estado bebiendo? —Esa era la única explicación posible para su
comportamiento demente. Históricamente, no manejaba bien el licor. Tal vez estaba
ansioso por tener a Alice para cenar con Levi y había bebido demasiado.
—He estado nervioso desde que compartí el compromiso contigo ayer, y me
colgaste. Así que sí, estoy bebiendo. No es tu problema.
—Es mi problema cuando mi hijo está en tu casa y dependo de ti para que lo
cuides. —Recorrió la pequeña habitación entre las dos literas.
—Ahora es tu hijo, ¿no? No importa el hecho de que lo adopté hace diez años.
Lo crié como si fuera mío. La única contribución de su padre biológico fue dejarte
embarazada durante una aventura de una noche.
Sydney dejó de caminar e hizo todo lo posible por recobrar la compostura.
—El padre de Levi nunca tuvo la oportunidad de estar en su vida. Murió
sirviendo a nuestro país, así que no te atrevas a faltarle al respeto de esa manera. —
Dividida entre la rabia y las lágrimas, curvó los dedos de su mano libre en la palma y
puso el puño sobre su corazón. Su intención no había sido pelear, y probablemente
no habría hecho la llamada si hubiera sabido que Seth había estado bebiendo.
—Lo siento. —La sorprendió Seth diciéndole, esta vez con voz más suave—. No
debería haber dicho eso. Sólo estoy enfadado.
—¿Y por qué exactamente estás enfadado conmigo? —preguntó, manteniendo
el puño firmemente pegado al pecho. Cuando él no se explayó y ella oyó el chapoteo
del líquido, se dio cuenta de que estaba bebiendo directamente de la botella.
Perfecto—. Te vas a casar con mi exmejor amiga, la mujer con la que me engañaste.
Demonios, ella está tratando de quitarme mi vida. Tiene el descaro de usar mi
perfume. En todo caso, debería estar molesto contigo.
—Le compré ese perfume.
Espera, ¿qué?
—¿Por qué harías eso? —¿Se daba cuenta de lo loco que sonaba ahora mismo,
licor o no?
—Porque yo... porque echo de menos cómo olía nuestra casa. Como hueles tú.
—Había pasado de parecer enfadado a un animal herido en cuestión de segundos.
Y necesito sentarme de nuevo.
193
—Me odias. Me engañaste. Te casas con otra. ¿Por qué echas de menos cómo
huelo? —Negó con la cabeza—. Es el alcohol. —¿Pero había estado borracho también
cuando le compró a Alice el perfume Tom Ford Lost Cherry?
—La persona en la que te has convertido desde que nos divorciamos es la mujer
que siempre quise que fueras. —Suspiró—. ¿Por qué te has convertido en ella ahora?
¿Por qué no cuando estábamos juntos?
Tiene que ser una broma.
—Siempre pensé que me engañabas mientras viajabas. Tu padre te tenía
trabajando en todos esos lugares exóticos durante nuestro matrimonio, y yo sólo
asumía...
—Otra vez no —susurró—. Yo no te engañé. Y tus hipótesis sobre mí no eran
excusa para lo que hiciste. —Esta conversación era mucho más pesada de lo que
había anticipado que sería. Había planeado decir: “Cásate con Alice, no me importa.
Pero asegúrate de que cada decisión que tomes esté bien con Levi primero”, pero esto...
¿ESTO? ¿Qué era esta conversación? ¿Qué estaba pasando ahora?
—Te echo de menos —balbuceó Seth.
Una risita sin gracia salió de sus labios, pero su estómago cayó junto con la risa
falsa.
—Es el alcohol el que habla. No lo dices en serio.
No es que cambiara nada. Pero primero Gray y ahora Seth.
¿Qué posibilidades había?
Se quedó callado un momento antes de añadir:
—Siento haberte llamado perra, o bueno, haber aludido a que lo eras. —Y
entonces la línea se cortó.
Sydney se quedó mirando el teléfono, intentando comprender lo que había
ocurrido. Desde los gritos de Levi a su padre hasta la declaración de Seth de que se
había convertido en la mujer que siempre había querido que fuera.
Entonces, ¿ella no había sido lo suficientemente buena para él? ¿Pero ahora sí?
No sabía cuánto tiempo había estado aturdida después de tirar el teléfono
sobre la cama, pero en algún momento había ido al baño más cercano para mirarse
los ojos. Para asegurarse de que no estaban inyectados en sangre antes de
enfrentarse a otro hombre esta noche. El único hombre al que quería ver. Y él está
fuera de los límites. Bueno, por ahora.
Fue en busca de la habitación que Beckett había elegido, insegura de si seguía 194
allí, y lo encontró dos puertas más abajo, solo en una litera inferior con la cabeza entre
las manos.
—¿Te importa si entro? —Prefería hablar ahora antes de que Gray volviera. No
estaba del todo segura de qué decir, pero supuso que una conversación con él iría
mucho mejor que con Gray y Seth.
Beckett levantó la cabeza y la miró.
—Por supuesto. —Su voz era cruda y áspera, como si hubiera estado gritando,
pero ella no lo tomó por el tipo de persona que se peleaba a gritos con la pared.
—Sé que no es fácil para ti quedarte aquí en vez de ir a buscar a Elaina y Emily.
Lo siento.
—Supongo que debería haber esperado cierta animosidad de Gray. —Él
permaneció sentado, y ella no estaba segura si debía arriesgarse a unirse a él.
La última vez que estuvieron juntos en una cama... bueno, el hombre había
cumplido con creces. No confiaba en que su cuerpo no respondiera cerca de él. No
controlaba los sentimientos que él le provocaba. Pero más que eso, su guardia se
derrumbaba cuando él estaba cerca.
—Gray es testarudo —respondió como si él no lo hubiera adivinado.
—Ya somos dos —respondió con una sonrisa de autodesprecio.
Se giró, mostrándole su perfil mientras los nervios la vencían. Pero al sentir los
dedos de Beckett rozando el costado de su mano, se encaró con él.
Beckett rodeó su mano con la de ella, y aquel tacto firme y masculino hizo que
ella cerrara los ojos. La guió hasta la cama y ella se sentó a su lado, sin estar dispuesta
a mirarlo a los ojos.
—¿Está bien? Gray todavía no está, pero no estoy muy seguro de las reglas.
La agarró de la mano mientras ella abría los ojos y miraba hacia él, pero en un
segundo comprendió que estaba a punto de romperse en cien pedazos.
Se giró sobre la cama y le acarició la mejilla con la mano libre.
—¿Qué ha pasado? ¿Alguien ha dicho algo? —dijo en tono sombrío, con las
pupilas un poco dilatadas.
Pupilas dilatadas, ¿no hacía eso el éxtasis? Impacta el estado de ánimo. Deseo.
Imitar las emociones naturales que ahora estaban en plena exhibición en Beckett.
El caso. Necesito concentrarme. Esa droga...
La preocupación se aferró a sus ojos oscuros cuando él preguntó:
—¿Te ha hecho daño alguien?
—¿Cuentan los daños emocionales?
195
—Esa es la peor clase para mí. —Su honestidad y la falta de esconderse detrás
de algún concepto varonil de la necesidad de ser duro veinticuatro siete era
humillante. Y apreciado—. ¿Qué pasa?
—Tantas cosas. —Frunció el ceño y dejó escapar un suspiro cuando él la miró
con dureza, una mirada que decía que haría daño a cualquiera que la molestara.
Le pasó el dorso de la mano por la mejilla y ella volvió a cerrar los párpados.
La forma en que la tocaba, la forma en que parecía saber lo que ella necesitaba y
cómo lo necesitaba era simplemente...
—Cuando estoy confusa o insegura sobre algo, llamo al padre de Levi —
confesó, con el cuerpo tembloroso al compartir algo que nadie más sabía. Bueno,
nadie aparte de su terapeuta, que le había recomendado la idea hacía dos años—. No
Seth. Me refiero a su padre biológico, Matt. El hombre que nunca tuvo la oportunidad
de ver nacer a Levi porque murió. Bomba de carretera.
Ella se acercó un poco más a él, chocando sus rodillas. Y él le apretó la mano
con la otra, un suave y tranquilizador “estoy aquí para ti”.
—Yo era oficial de Inteligencia Militar y había hecho una prueba para uno de
los Equipos de Apoyo Cultural. Lo conseguí y más tarde me asignaron a un grupo de
Boinas Verdes. Me desplegaba en Afganistán cada vez que ellos lo hacían —contó
despacio—. Matt era uno de los chicos con los que trabajaba y nos hicimos amigos.
Totalmente platónico. Nunca fue así. —Respiró un poco y se preparó para la siguiente
parte—. Una noche, los dos nos sentíamos bastante mal con la vida. La guerra. Por
todo. Y nosotros... ya sabes. —No necesitaba explicárselo—. Fue un error. También,
prohibido. Y al día siguiente, los dos acordamos que no volvería a pasar.
El hecho de que Beckett siguiera tomándola de la mano significaba para ella
más de lo que podía expresar con palabras. Sintió su compasión en el tacto y ni un
estremecimiento a juzgarla.
—Seis semanas después, me di cuenta de que estaba embarazada. Matt apenas
tuvo tiempo de asimilar la noticia, porque un día después le ordenaron que saliera en
una operación. Los superiores dieron luz verde a un paquete de objetivos que mi
equipo había preparado. Fue mi información la que lo puso en camino aquel día. —
Un dolor agudo y punzante le llenó el abdomen al recordar el momento en que se
enteró de que un artefacto explosivo improvisado había matado a Matt y herido
gravemente a otro miembro del equipo.
—Ya lo sabes, pero necesito decirlo de todos modos: no fue tu culpa.
Ella lo sabía, sí. Pero eso no borraba el horrible pozo de culpabilidad cuando
ese pensamiento la golpeaba al comienzo de cada día. 196
—Matt no tenía familia. Creció en hogares de acogida. Nunca fue adoptado.
—Eso no es verdad. Tenía familia. Los militares. Y ahora, todavía tiene familia.
Él vive a través de Levi.
Sus intentos de resistirse a llorar ante sus palabras fracasaron. Fue difícil no
derramar sus emociones cuando Beckett le enmarcó la cara con ambas palmas, y unas
cuantas lágrimas cayeron libremente.
—Le dejo mensajes sobre Levi. Le pido consejo. Pago para tener un número en
servicio y poder hacer esto. Sé que suena...
—Eres increíble, eso es todo lo que sé. —La áspera voz de Beckett la hizo
encontrarse con sus ojos, encontrándolos brillantes como si él también fuera a llorar.
—Si fuera increíble, nunca me habría casado con un hombre al que no amara.
—Todavía no estaba segura si había dicho que sí a la proposición de Seth como un
último acto de rebeldía contra su padre, ya que su padre odiaba a Seth. O porque se
sentía presionada por proporcionarle a Levi un modelo a seguir mientras crecía—. Y
no estoy segura si escuchaste a Gray compartir esta mañana que sabe que Seth me
engañó hace cuatro años con una de mis mejores amigas.
—Dime lo que quieras y cuando quieras. Sin prisas.
¿Cómo podía sentirse más unida a Beckett en treinta y seis horas de lo que se
había sentido con Seth en todos sus años de matrimonio?
—Seth acaba de decirme que me echa de menos. Desea que fuera la persona
que soy ahora cuando estábamos juntos. Como si eso hubiera hecho una diferencia
en nuestro matrimonio. Pero estaba borracho, así que seguro que está confundido.
Beckett frunció las cejas, sorprendido.
—¿Así que se declaró a tu antigua mejor amiga para... qué, ponerte celosa?
¿Recuperarte? —Entrecerró los ojos como si no entendiera cómo dos más dos eran
cuatro en este caso.
—No lo creo, pero no importaría. Hemos terminado. —Dejó que comprendiera
eso por un momento—. Y Gray. —Comenzó, dándose cuenta de que necesitaba
escuchar esto una vez más, a pesar de que ya le había dicho tanto—. Él y yo tampoco
volveremos a estar juntos.
Él la estudió en silencio, ahora con las manos sobre el regazo. Ella aprovechó
para librarse de las lágrimas que le quedaban y se puso en pie.
—¿Puedo preguntarte algo?
Se enfrentó a él, sin saber qué hacer con los brazos. Había mucha tensión allí.
En todas partes. 197
—Claro.
Se levantó despacio y se quitó la gorra de béisbol, una nueva que debía de
haber agarrado de la maleta, ya que ella estaba bastante segura de que había perdido
la otra en la selva.
—¿Qué quieres?
—Eso es fácil. —Se humedeció los labios y lo miró fijamente a los ojos, una
sensación de calma la invadió con su mirada apuntando hacia ella—. Quiero lo que
no puedo tener.

198
CAPÍTULO VEINTISÉIS
—¿Qué es lo que quieres pero no puedes tener? —Beckett no era tan arrogante
como para asumir que se refería a él, pero maldita sea, quería exactamente eso.
Los dedos de Sydney bailaban a lo largo de su clavícula mientras decía:
—Quiero lo que Valentina y Martín tienen. No necesité pasar mucho tiempo con
ellos para saber que tienen el tipo de matrimonio con el que sueña la mayoría de la
gente. Podía ver y sentir su amor mutuo en cada mirada y cada caricia.
Podía sentir que ella seguía con la guardia baja, pero ¿era temporal?
—Renuncié a la posibilidad de volver a enamorarme —continuó en tono
suave—, pero verlos juntos me hizo desear tener eso también.
—¿Y por qué no se puede? ¿Por qué no es posible? —Él también había
renunciado al amor y al romanticismo, pero entonces apareció en su vida esta rubia
arquera con un alma preciosa, y ahora no sabía qué pensar de un momento a otro.
—Hola —gritó una voz. Jack y su horrible sincronización—. Emily y Elaina
acaban de llegar.
Beckett se alejó un paso de Sydney al ver el ceño de desaprobación de Jack.
—Ya voy —le dijo Sydney a Jack, echándole una rápida mirada a él, que seguía
rezagado en el pasillo.
Jack debe saber de nosotros. ¿Pero hay un nosotros? ¿Puede haberlo alguna vez?
Jack asintió y golpeó el marco de la puerta una vez como si quisiera darse prisa,
y se marchó.
Beckett odiaba que su conversación quedara sin resolver y no tenía ni idea de
cuándo o si tendrían la oportunidad de retomar las cosas. La siguió fuera de la
habitación y se detuvo al final de las escaleras, preguntándose si no deberían entrar
en el salón uno al lado del otro.
—Ve tú primero —sugirió Sydney, compartiendo sus pensamientos—. Te daré
un minuto y bajaré.
199
—Sí, bien. —Al oír la voz de Elaina, hizo a un lado sus emociones y maniobró
alrededor de Sydney para bajar las escaleras.
—¡Beckett! —gritó Elaina en cuanto entró por la puerta del salón. Salió
disparada hacia él, con los brazos abiertos para abrazarlo.
Elaina le rodeó la cintura con los brazos, y la culpa de estar allí y lejos de su
hija lo golpeó con fuerza.
—Hola —dijo en voz baja, encontrándose con los ojos cansados de Emily desde
el otro lado de la habitación, donde se encontraba entre Gray y Griffin.
Aparte de Jack en el sofá, la habitación estaba vacía, pero oyó pasos
procedentes del pasillo.
—¿Cómo estás? —Su pregunta iba dirigida tanto a Emily como a Elaina,
mientras Emily intercambiaba su lugar con su hija para abrazarse.
—Estoy aquí. Eso es todo lo que sé —le dijo Emily al oído y fingió una pequeña
sonrisa en su beneficio después de apartarse.
—Lo siento —dijo, la cabeza dándole vueltas, la realidad instalándose con ellos
dos en Santiago.
—Mya. —Elaina sonrió y se dirigió hacia Mya, que había entrado en la
habitación con Oliver.
—Espera, ¿se conocen? —Beckett señaló con un dedo a una y otra mientras
intentaba recordar cuándo y cómo Mya había conocido a Elaina.
—Estuve en la boda de Julia y Finn en Carolina del Norte el otoño pasado —le
recordó Mya a Beckett, y entonces cayó en la cuenta cuando Elaina chocó los puños
con Oliver a modo de saludo—. Los dos estuvimos. —Mya inclinó la cabeza hacia
Oliver como si eso fuera a refrescar la memoria de Beckett.
Oliver se pasó un dedo por la garganta y volvió a Beckett. Julia y Mya eran
amigas. Habían sido las que habían ayudado a Oliver a no perder la cabeza el año
pasado. Y Julia estaba casada con uno de los compañeros de equipo de A.J., Finn.
Mya saludó a Emily.
—¿Cómo estás?
—Estoy aquí —repitió Emily lo que le había dicho a Beckett y fingió otra
sonrisa. Parecía agotada y estresada, y tenía todo el derecho a estarlo.
Mientras más culpa lo apuñalaba en el pecho, se cruzó de brazos y trató de
estabilizar la respiración para no parecer tan agitado.
—Siento no haberte dicho nada en D.C. —le dijo Elaina mientras volvía por su
camino y fruncía los labios en señal de disculpa—. Tenía que ser así.
—Correcto. —Beckett asintió—. Mya —compartió—. Ella habría... —Cerró un
200
ojo un segundo después—. ¿Por qué la llamaste morena de ojos oscuros si sabías el
nombre de Mya? —preguntó al darse cuenta—. ¿Por qué no le dijiste a tu madre que
era Mya la que necesitaba ayuda?
Elaina se volvió para mirar a Mya un momento.
—No sabía que Mya tuviera problemas. —Bajó la cabeza como sorprendida por
ese hecho—. Sólo vi a la otra mujer en problemas. Lo siento.
—Oye, está bien. Estoy bien. —Mya se acercó a Elaina y se arrodilló a su lado—
. Si Beckett no se hubiera ido a México, yo podría no haber estado bien, así que me
salvaste de todos modos.
—Espera. —Ahora Beckett estaba realmente curioso—. Dijiste “la otra mujer”.
¿Quién es la mujer que moriría si...?
—Ella. —Elaina señaló hacia el pasillo, y Beckett se giró para ver a Camila y
Carter uniéndose a ellos en la habitación.
—Bueno, tú debes ser de la que tanto he oído hablar. —Camila sonrió y
extendió la mano mientras esperaba a que Elaina se acercara.
Elaina dio pasos lentos, estudiándola sin aceptar su palma. ¿Estaba nerviosa
con ella? No, no era eso. Pero la forma en que Elaina la observaba era...
—Ibas a morir hoy temprano —susurró Elaina, interrumpiendo los
pensamientos de Beckett—. Pero no te has muerto. —Había una cualidad infantil en
su tono que Beckett no había oído de ella desde que se conocieron cuando tenía unos
ocho o nueve años.
Camila retiró la mano y miró a Carter en busca de una aclaración. Parecía tan
confusa como Beckett.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Carter, y Beckett divisó a Sydney entrando
en la habitación por el rabillo del ojo.
Elaina frunció el ceño y dio un paso más hacia Camila, como si sintiera la
necesidad de inspeccionarla más de cerca.
—Antes ibas a estar en otro lugar. Te habrían tomado como rehén. Torturada.
Y luego asesinada. —Bueno, eso fue contundente, incluso para Elaina.
—Yo... —La frente de Camila se tensó mientras estudiaba a Elaina, y Mya se
incorporó para colocarse junto a Sydney.
—Elaina, cariño. —Emily se acercó por detrás de su hija y le puso las manos
sobre los hombros—. Lo siento —se disculpó con Camila.
—Está bien. —Empezó Camila—. Se suponía que iba a estar en un lugar más
temprano, pero luego Carter llamó y cambié mis planes. Puede que tenga razón. 201
Beckett lo recordaba ahora. Camila había planeado vigilar la casa de Jorge, y
joder, eso significaba que era más que probable que la detuvieran mientras estaba
allí. Porque Elaina siempre tenía razón. Y ni Mya ni Camila estarían allí ahora si...
Bueno, si Cora no me hubiera pedido ayuda. Porque de cualquier forma, Mya habría
estado en Tulum para encontrarse con su contacto. Y Camila habría rastreado a su
científico hasta Santiago y Jorge Rojas.
Pero Cora....ella era el vínculo que los unía a todos. La razón por la que estas
dos mujeres seguían vivas. Esto me supera.
Elaina continuó observando a Camila como si hubiera algo más que quisiera
compartir, buscando un pensamiento que no acababa de materializarse.
—¿Qué es? —preguntó Mya, sacando la misma conclusión que Beckett.
Elaina agarró el brazo de Camila en lugar de su mano. Cerrando los ojos,
susurró:
—Eres como yo, ¿verdad? Pero no igual, supongo.
Beckett observó toda la escena sorprendido, sin saber qué pensar. Parecía que
sólo Emily se sentía cómoda con las habilidades de su hija. Por supuesto, ella conocía
a Elaina mejor que nadie en esa habitación.
—No sé a qué te refieres —dijo Camila mientras Elaina agrandaba los ojos.
Beckett se hizo a un lado para ver mejor a Elaina mientras Emily ofrecía a su
hija una explicación alternativa:
—Tal vez te sientes unida a ella por tu visión.
—Sinceramente, empieza a parecer que todos estamos conectados —intervino
Oliver, expresando exactamente lo que Beckett empezaba a creer.
—Si no estás preparada para que los demás lo sepan, lo entiendo. —Elaina soltó
el brazo de Camila y dio un paso atrás. Emily la rodeó con sus brazos—. De todos
modos, la mayoría de la gente no te creería. —Echó un vistazo a la habitación,
permaneciendo cómodamente dentro de la seguridad del abrazo de su madre—.
Pero lo harán. —Sus hombros cayeron en un suspiro—. Mamá, ya no me duele la
cabeza. Se ha ido el dolor de cabeza.
—Bueno, eso es algo que celebrar —dijo Emily, con los ojos brillantes como si
fuera a llorar ante la noticia.
—Pero me gustaría irme a la cama —le dijo Elaina mientras entrecerraba los
ojos mirando a Camila con esa mirada suya de búsqueda de recuerdos que Beckett
había llegado a conocer.
—Te guardé una habitación con una cama de matrimonio en lugar de literas —
dijo Carter—. Griffin puede mostrarte dónde está. 202
—Por supuesto. —Griffin se apartó de donde había permanecido junto a Gray
y se pasó una mano por la mandíbula.
—¿Elaina? —Camila inclinó la cabeza y dio un paso adelante cuando Emily
soltó a su hija.
—¿Sí? —preguntó Elaina en un tono casi melancólico.
—¿Sabes algo más...? —Camila dejó escapar la voz.
—Todavía no, pero creo que estar aquí me ayudará —dijo Elaina con
confianza—. Creo que estar cerca de ti me ayudará —añadió, y Emily lanzó a Beckett
una mirada desconcertada y ligeramente preocupada—. Buenas noches. —Elaina
levantó una mano y dio una vuelta de trescientos sesenta para asegurarse de que
saludaba a todo el mundo, y Emily salió de la habitación siguiéndola a ella y a Griffin
en silencio.
—Ha sido interesante —murmuró Oliver unos instantes después, apoyando las
manos en las caderas mientras se centraba en Carter.
—Su cabeza estaba bastante mal cuando llegó al aeropuerto —compartió Gray,
hablando por primera vez desde que regresó con Emily y Elaina. Ciertamente tenía
la atención de Beckett—. Cuanto más nos acercábamos, menos le dolía.
Y ahora su dolor de cabeza ha desaparecido. Beckett se giró hacia Camila, que
parecía haber visto un fantasma. Todo un contraste con la mujer fría y segura de sí
misma que había conocido hacía poco más de una hora. ¿Elaina está mejor gracias a
ti? ¿Por qué?
—No sé por qué —dijo Camila, respondiendo a la pregunta que nadie había
vocalizado, pero Beckett definitivamente había estado pensando.
Pero conociendo a Elaina, Beckett tenía la sensación de que todos lo
descubrirían pronto.

203
CAPÍTULO VEINTISIETE
—Mason está en casa de Martín. —Mya tiró el teléfono en la litera de abajo, se
acercó a la pequeña ventana y se asomó por las persianas polvorientas—. No ha
perdido el tiempo... debe de haber volado durante la noche. —Mya dio un paso atrás
y miró a Sydney, limpiando el polvo de sus pantalones de yoga rosa—. Martín sabe
que el primo de Miguel está husmeando por Tulum, ¿verdad?
—Sí, Martín estará atento. —Sydney soltó la rodilla y fue por la otra, estirando
los músculos—. Pero acabamos de correr ocho kilómetros para desestresarnos, y un
mensaje de Mason te ha dejado la cara contorsionada. —¿Contorsionada? ¿Eso existe?
—Sólo me frustra. Enojado por lo que pasó. —Mya apoyó la espalda contra la
ventana de su dormitorio y se cruzó de brazos—. Lo sé, lo sé. Tiene derecho a estarlo.
—Se encogió de hombros—. Pero, él no estaría ahora en México con la ayuda del
equipo de Martín para desmantelar esas redes de tráfico de personas si yo no hubiera
sido... —liberó los brazos trabados y utilizó comillas al terminar la frase—,
imprudente.
Sydney soltó la otra rodilla sólo para doblar la pierna hacia atrás, sujetándose
al lateral de la litera para no tambalearse y caerse. Hoy no tenía equilibrio.
—Todo sucede por una razón, ¿recuerdas? Llevas diciéndolo desde que
estábamos tomando mimosas en la playa el domingo.
—Cierto. Pero si respondo a sus mensajes, no seré tan femenina ahora. Así que
necesito dejar que se calme. Y bueno, yo también debería antes de volver a hablar
con él.
—Sólo se preocupa por ti —le recordó Sydney.
—Martín va a esperar para hacer cualquier movimiento contra el cártel hasta
que hayamos completado nuestra operación aquí. A menos que Héctor cause
problemas antes de eso —dijo Sydney, compartiendo lo que Carter le había dicho en
privado anoche antes de llamar a su hijo.
—Por eso no entiendo la necesidad de Mason de estar en México ahora mismo. 204
Todavía no se le necesita. —Mya exageró esta vez su ceño fruncido—. Sólo quiere
estar más cerca de mí ya que tiene órdenes de no venir a Chile, estoy segura.
Sydney sonrió ante el dramatismo de Mya y soltó la pierna cuando se abrió la
puerta detrás de ella. Camila había dormido en su habitación la noche anterior
durante un puñado de horas, y se había ido antes de que Sydney y Mya se hubieran
levantado para salir a correr. También se había duchado y cambiado en ese tiempo.
—Te has levantado antes que nosotras —comentó Mya mientras Camila
cerraba la puerta tras de sí y se dirigía a su equipaje junto a las literas de enfrente de
Sydney.
Camila recogió lo que parecía un diario de su bolso antes de encararse a ellas.
—Deus ajuda a quem cedo madruga.
Sydney sólo pudo traducir la primera palabra, así que esperó a que ella
compartiera lo que había dicho.
—Dios ayuda a los que madrugan. —Camila apretó contra su pecho el libro
encuadernado en cuero negro e inclinó los labios en una sonrisa amistosa.
—Entonces me levantaré aún más temprano a partir de ahora. —Mya se sentó
en una de las camas, con cuidado de no golpearse la cabeza en el proceso—. Necesito
toda la ayuda posible.
—No lo hacemos todos. —Camila dirigió su atención a Sydney—. ¿Correr te
ayuda a despejarte? Soy una de esas mujeres que si me ves correr, significa que
alguien me persigue —añadió con una ligera carcajada.
¿Me ayudó? Hoy no. No, su ciclón de pensamientos giraba sin control sobre su
carrera.
—Chica, tú y yo —respondió Mya antes de que Sydney tuviera oportunidad—.
Esta me arrastró para desestresarme.
—No creo que te haya funcionado —comentó Camila, con tono ecuánime. Sus
ojos oscuros estaban rodeados de delineador marrón y rímel oscuro, lo que los hacía
resaltar aún más. Dios, la mujer era impresionante. ¿Cómo es que ella y Carter
nunca...?
Carter estuvo casado una vez, Sydney recordó. Así que, ahí estaba eso. Pero aun
así.
—Entonces, ¿Carter es realmente como un hermano para ti? —preguntó Mya,
compartiendo el cerebro de Sydney.
—¿Carter es atractivo? Sí, tengo ojos. —Camila inclinó la cabeza, su mirada se
elevó hacia el techo como si estuviera pensando—. Pero nos parecemos demasiado.
—Hizo una bola con una mano delante de ella, centrándose de nuevo en la
habitación—. No el tipo de discusión ardiente y apasionada que desemboca en sexo
205
ardiente. No, no. Nos peleamos como hermanos. Sobre todo cuando intenta darme
órdenes. Me advierte que no haga nada peligroso. —Liberó su puño en una palma
abierta—. Hombres. —Se encogió de hombros—. Ya sabes cómo pueden ser.
—Oh, eso sí. —Mya frunció el ceño juguetonamente—. Sin embargo, me
encantaría saber más de Carter. Es un comodín. Un misterio. Y si es como tú.....?
—Carter es... bueno, Carter. —Y eso era todo lo que iban a conseguir, ¿eh? Sí,
ella realmente era como Carter, entonces. Camila cambió rápidamente de tema y
dijo—: Me sorprende que no haya traído a Dallas con él. ¿No viaja siempre con su
perro?
—Últimamente, tiene a alguien en Pensilvania vigilando a Dallas en las
operaciones, así que no tiene que preocuparse de que le pase algo —explicó Sydney.
—Ah, eso tiene sentido. Quiere más a ese animal que a la mayoría de la gente.
—Camila sonrió—. No puedo culparlo. —Se dio vuelta para irse, pero luego se quedó
quieta y soltó un profundo suspiro—. ¿Qué tan bien conoces a Elaina?
Ohhh. Hmm. Ahora era ella la que tenía preguntas.
—No muy bien —compartió Sydney—. ¿Por qué? —¿Estaba recordando las
palabras que Elaina le dijo anoche? ¿La habían asustado?
El perfil de Camila estaba hacia Sydney, por lo que no pudo obtener una gran
lectura de ella mientras decía:
—Es simplemente interesante cómo todos nos las arreglamos para estar aquí.
Cómo todo está conectado. Y ella parecía saber que funcionaría así.
—Pero no podía intervenir. No todavía, al menos —dijo Mya—. Pero supongo
que Elaina sintió la necesidad de venir a Chile ahora porque tiene que intervenir y
ayudarnos en algún momento.
Sydney miró a Mya mientras agitaba una mano en el aire como si aún estuviera
procesando los dos últimos días. Yo también.
—Y las visiones de Elaina, ¿son siempre exactas? —Camila las encaró
lentamente, bajando el cuaderno de cuero a su lado, los ojos se movieron hacia
Sydney esta vez.
—Por lo que sé, pero... —Los ojos de Sydney se entornaron mientras la
estudiaba—. ¿Se equivocó contigo? ¿No eres como ella?
Sydney estaba segura de que la sonrisa de Camila era la primera falsa que veía.
Sus ojos no se arrugaron como las otras veces.
—No visiones como las de ella, no.
¿Por qué me parece una respuesta con lagunas? Pero Sydney no pincharía. No 206
era asunto suyo.
—Me sorprende todo lo que ha ocurrido porque un excéntrico multimillonario
está obsesionado con Capone y los años veinte. Y si nunca hubiera visitado ese club,
tu amigo Beckett nunca habría venido a México... —Las palabras de Camila se
desvanecieron un poco en el aire.
—Una loca cadena de acontecimientos y todo ese jazz que nos unió —añadió
Mya mientras chasqueaba los dedos.
—Sí. —Camila asintió—. Destino.
Destino.
—Espera... jazz. —Mya casi se golpea la cabeza con la cama de encima al
ponerse en pie de un salto—. Sydney, ¿recuerdas la fiesta del ochenta cumpleaños
de tu abuelo? El padre de tu padre.
—¿Cómo podría olvidarlo? Fue un mes antes de que muriera. ¿Por qué?
Mya apoyó una mano en la litera de arriba y miró al suelo como si estuviera
pensando.
—Tu abuelo te pidió que cantaras en la fiesta. Ninguno de nosotros sabía que
sabías cantar. Y tú no querías, pero harías cualquier cosa por él, así que cantaste sus
favoritas.
Sydney sonrió al recordarlo. Los padres de su padre eran muy diferentes a los
suyos y les agradecía que hubieran contribuido a criarla mientras su padre estaba
ocupado construyendo su imperio.
—Las canciones que cantaste aquella noche —dijo Mya mientras hacía círculos
con la mano en el aire como si se supusiera que Sydney entendía su punto de vista
pero aún no estaba en la misma página—. Las que dijiste que te enseñó tu abuela
eran....
—De los años veinte —terminó Sydney por ella, empezando a entender a
dónde quería llegar.
—Ah, ya veo —dijo Camila asintiendo—. Si podemos encontrar una manera de
llamar la atención de Jorge, esa podría ser nuestra oportunidad de acercarnos a él sin
que nos maten, como aparentemente me habría pasado a mí ayer si me hubiera
acercado a su casa.
Sydney se señaló el pecho, aún húmedo por el sudor de la carrera matutina.
—¿Quieres que cante? ¿Qué, en el club el miércoles por la noche? —No, eso
era una locura. Dale un arma. Un arco. Un objetivo que eliminar. Claro. ¿Cantar en
público otra vez? No, eso era cosa de una sola vez porque adoraba a su abuelo. 207
—Hay una banda de los años veintes que actuará, y estoy bastante segura de
que el cartel del evento que vi en el vestíbulo del hotel anunciaba una cantante
femenina. —¿Estaba Camila realmente de acuerdo con la idea de Mya?
Sydney negó rotundamente con la cabeza y se cruzó de brazos.
—No vamos a secuestrar a la cantante para que yo la sustituya. ¿Cómo
funcionaría eso?
Camila agarró el antebrazo de Sydney y se lo puso mientras la miraba a los
ojos.
—El dinero habla. Carter tiene mucho. Puede comprar a esta mujer. Pídele que
no aparezca. —Sus ojos brillaron como si el plan fuera brillante—. Tú estás en el club,
y Jorge se decepcionará cuando la cantante no aparezca. Entonces te levantas y te
ofreces a cantar. Así llamarás la atención de Jorge. —Ella asentía como si el plan ya
estuviera hecho—. Seduces al hombre con tu voz cantando sus canciones favoritas.
—Bien. —Mya chasqueó los dedos—. Y si por casualidad te invita a su mesa
después, esa es nuestra manera de entrar.
—Pero dirás que estás con tu novio y tus amigos, y que no puedes dejarlos
fuera, así que lo rechazas. —Camila sonreía ahora—. A un hombre como Jorge le
encantan los retos. Una mujer tomada que le salve la noche cantando... te querrá a ti.
Insistirá en que nos unamos a su grupo.
—Así que soy un cebo, ¿eh? —Sydney se rio de lo absurdo.
—Vale la pena intentarlo. Tu compañero de equipo, Jesse, estará allí. Tendrás
a algunos de nosotros contigo como refuerzo —ofreció Camila—. Mis cuatro hombres
todavía están vigilando el hotel. Así que también los tenemos a ellos. —Asintió—. Esta
podría ser nuestra única manera de conseguir nuestro pie en la puerta en el sentido
literal.
Sydney se palpó la mejilla, sintiendo que el calor le subía a la cara.
—Déjame refrescarme y ducharme mientras lo pienso.
Camila le soltó el brazo y Sydney recogió su kit de ducha del equipaje.
—Destino —dijo detrás de ella—. Ya no hay duda. Todo es destino.

208
CAPÍTULO VEINTIOCHO
Nerviosa y aún acalorada por la carrera, a pesar de que aquella mañana apenas
hacía cincuenta grados, Sydney corrió al baño más cercano del pasillo. Se abrazó al
pecho el kit de ducha mientras buscaba el pomo de la puerta, pero estuvo a punto de
caerse cuando la puerta se abrió hacia dentro.
—Vaya —dijo Beckett, agarrando el brazo de Sydney cuando ella casi se
estrelló directamente contra la pared de ladrillo de su pecho desnudo.
Volvió al vestíbulo y miró nerviosamente a su alrededor buscando a Gray o
incluso a Jack. Pero estaban solos.
—Hola.
—Hola. —Sonrió, le soltó el brazo y apoyó una palma en el marco de la puerta,
con los músculos a la vista.
—Supongo que últimamente te toca estar medio desnudo a mi alrededor, ¿eh?
—Ella tragó saliva, tratando de no recordar cuando había ido a su bungalow y lo había
encontrado duchándose esa noche. Y ahora estaban aquí, el martes por la mañana en
Chile, y estaba sin camiseta, con el cuerpo aún húmedo por la ducha.
Desvió la mirada de su pecho a sus labios carnosos y luego a su cabello oscuro
y engominado. Cabello que quería hurgar con los dedos y tirar de él, instándole a
que atrajera su boca hacia la suya.
—¿Vas a correr? —Arqueó una ceja, sin preocupación en sus ojos. No era como
si estuvieran siendo cazados. No había peligro para ellos. Por el momento.
Si aceptara la loca idea de Mya de cantar, se pondría literalmente en el punto
de mira de Jorge Rojas.
—Lo hice —dijo.
—¿Te ha servido de algo? —le preguntó, con la voz un poco ronca, mientras su
atención se dirigía al sujetador deportivo de ella. Ella había tirado su camiseta en la
habitación cuando regresaron, ya que estaba empapada en sudor. Y ahora, su escote 209
estaba a la vista de este hombre.
Le había acariciado los pechos. Le había chupado los pezones. Se había tomado
su tiempo para besar cada centímetro de su piel en aquel bungalow. Conocía su
cuerpo, pero ahora la miraba como si volviera a verla por primera vez en la playa.
Quizá estaba practicando la contención y por eso tenía la mandíbula apretada.
Se sentía identificada. Su cuerpo reaccionaba al ver a aquel hombre fuerte y
duro con una toalla apenas pegada a las caderas. Estaba desesperada por estirar la
mano y recorrer con el dedo sus abdominales, seguir las líneas que se hundían bajo
la toalla. Quería rodearle la polla con la mano y acariciársela. Ayudarle a aliviar su
tensión como esperaba que el correr hiciera con ella.
Estaba claro que no había servido de nada. Y ahora, de pie ante Beckett, sabía
que haría falta mucho más que correr para relajar la tensión sexual entre ellos.
—¿Qué has dicho? —Le había preguntado algo, ¿verdad?
Había permitido que su atención permaneciera en la toalla demasiado tiempo,
y lentamente volvió a dirigir sus ojos hacia la cara de él. La sonrisa de complicidad
que le dedicó le dijo que sabía exactamente lo que estaba pensando.
—Creo que sigues tan tensa como yo —dijo en lugar de volver a formular su
pregunta.
—¿Al menos dormiste algo? —Tenía los ojos inyectados en sangre y estaba
agotado, así que supuso que si había dormido, no había sido bien.
Él negó con la cabeza.
—El único sueño decente que he tenido en semanas fue... —Hizo una pausa
como si comprobara que seguían solos—. Contigo en el bungalow.
Ella lo necesitaba.
Lo quería dentro de ella.
No el momento. Ni el lugar. Y necesito cantar en público por primera vez en
quince años.
—Si sigues mirándome así, voy a volver a meterte en este baño conmigo —dijo,
la advertencia clara en su tono—. Por favor —añadió, una súplica en su voz esta vez.
Por su vida, no tenía ni idea de por qué susurró:
—¿Qué harías si me metieras ahí?
Beckett inclinó la cabeza y la miró a los ojos. Se inclinó tanto que ella pudo oler
su aliento a menta fresca.
—Cariño, estoy a dos segundos de demostrártelo —gruñó en voz baja y áspera,
que le llegó directamente al corazón.
210
—Yo... —Se humedeció los labios, tratando de recordar por qué estaba allí en
primer lugar—. Debería ducharme —forzó—. Sola —añadió tragando saliva,
recordando que Gray estaba en algún lugar de la casa. Y además, estamos trabajando.
Concéntrate.
Beckett se apartó del marco de la puerta, tomando ejemplo de sus palabras
para comportarse. Pero el deseo no desapareció de su mirada acalorada.
Bajó su kit de ducha de donde lo tenía agarrado a su abdomen e intercambió
lugares con él.
Una vez en el pasillo, su mirada se posó en sus leggings.
—La idea de que otros hombres te vieran así... —Su mandíbula se tensó bajo
su vello facial, y su pecho ancho se levantó de una profunda inhalación.
No estaba segura si él había querido decir eso en voz alta, pero se sintió atraída
por su necesidad alfa-posesiva de evitar que otros hombres vieran su cuerpo. ¿Le
impediría llevar los leggings ajustados? Probablemente no. Pero no le importaría que
la violara en el dormitorio y...
—Tócate mientras estás ahí. Tienes que hacerlo —le ordenó, desbaratando por
completo sus pensamientos—. Vas a estar demasiado tensa para operar si no lo haces.
—¿Y tú hiciste lo mismo? —Ella levantó una ceja, imaginando su fuerte mano
alrededor de su dura longitud, excitándose.
—¿Qué te parece? —Su voz profunda hizo que una oleada de calor recorriera
su piel.
Ella asintió y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.
—Ahora, sé una buena chica y haz lo mismo —murmuró sombríamente antes
de alejarse, dejándola sin aliento y cachonda.
Todos los pensamientos sobre responsabilidades y cantos se esfumaron en
cuanto estuvo bajo el agua vaporosa.
Repitió mentalmente su encuentro con Beckett de la otra noche mientras
deslizaba los dedos por la costura de su sexo antes de introducir dos dentro de su
coño.
Y entonces no pudo evitar crear una nueva escena, escribiéndola en su cabeza
como si fuera la autora de uno de esos libros, mientras se apretaba el clítoris
hinchado, que era casi demasiado sensible para tocarlo.
Beckett me toma por las rodillas y me azota el culo tres veces mientras susurra:
—Chica mala. —Luego me tumba boca abajo en la cama. 211
Todavía tengo el culo al aire, y él me acaricia y besa la carne antes de meter la
mano entre mis piernas para acariciar mi sexo hinchado y dolorido.
—Azótame ahí también —suplico.
Me da la vuelta y me pasa el dedo por la costura antes de chupármelo, con los
ojos clavados en los míos.
Hace lo que le pido, y mi espalda se arquea sobre la cama ante su contacto,
desesperada por que me tome. Que me dé lo que necesito.
—Quieres que te llene ese coño tan estrecho que tienes, ¿verdad? —gruñe antes
de empujar dentro de mí y...
Su explosivo orgasmo la devolvió a la realidad y se corrió con más fuerza que
nunca.
Sydney apoyó una mano en la pared de azulejos, intentando recuperar el
aliento.
—¿De dónde ha salido eso? —susurró para sí misma mientras agarraba el jabón
unos segundos después, aun intentando calmar su acelerado corazón.
Pero sabía la respuesta. Todo era Beckett. Su deseo de liberarse y ser
sexualmente libre con este hombre no se parecía a nada que hubiera experimentado
antes.
Libre y, sin embargo, quería rendirse en el dormitorio. Entregarse
completamente a él de esa manera.
Tenía razón. Lo necesitaba. De lo contrario, no habría sobrevivido a otra
conversación con el equipo.
Y después de la ducha, sería capaz de concentrarse.
Dar la cara.
La música real.
¿Todavía recuerdo cómo cantar?

—Lo siento, ¿qué? —Gray fue el primero en oponerse a la idea de Mya sobre
seducir a Jorge Rojas el miércoles.
Pero era a Beckett a quien Sydney no podía dejar de mirar, y la tensión de su
mandíbula mientras la miraba fijamente como si atravesara su armadura invisible con
su oscura mirada. Él no tuvo que protestar verbalmente, ella sintió una firme
oposición por la forma en que la miraba.
212
—No estamos considerando esto. —Continuó Gray cuando nadie más había
hablado. Se acercó a Carter, sujetándose un poco la pierna como si le doliera—. No
está sucediendo. Ella no va a seducir a ese maldito psicópata.
Pues bien.
—Te das cuenta de que eso hará que ella quiera hacer esto mucho más,
¿verdad? —bromeó Jack, lanzando un pulgar hacia Sydney y sonriendo.
—¿No vas a decir nada? —¿Estaba Gray hablando con Beckett sobre esto
ahora?
Beckett estaba de espaldas a la pared y permaneció en silencio mirando a
Sydney en lugar de responder a Gray.
—¿Me estoy perdiendo algo? —preguntó Camila, llamando la atención de
Sydney—. Ohhh —añadió a su pregunta en cuestión de segundos, con los ojos
entornados—. ¿La quieres?
—¿Qué? —Gray parpadeó un par de veces, su mirada se desvió hacia donde
agarraba su pierna, y la soltó—. No, yo...
—No te enfades con Sydney. —Mya se levantó del sofá—. Fue idea mía. Tiene
una gran voz. Da la casualidad de que se sabe canciones de aquella época porque se
las enseñó su abuela. Podría ser nuestra mejor oportunidad de acercarnos no sólo a
Jorge y Miguel, sino también a Jesse sin levantar cejas.
Sydney fue la última en ponerse en pie en la sala. Las piernas le flaqueaban un
poco, los nervios la dominaban cuanto más tiempo seguía Beckett observándola en
silencio. ¿En qué estás pensando?
—Jesse sólo ha sido capaz de darte información de vez en cuando, aunque ha
conseguido comunicarse contigo —dijo Mya, haciendo todo lo posible por vender la
idea de la seducción—. Puede que tenga más noticias que compartir si conseguimos
acercarnos lo suficiente a él. Una idea que nos ayudaría.
—Ella tiene un punto —estuvo de acuerdo Carter—. Además, puede que no
consiga que me inviten a la fiesta de cumpleaños. Estoy trabajando en un alias creíble,
pero el viernes está a la vuelta de la esquina.
—Un hombre como Jorge querrá a una mujer como Sydney, te lo garantizo. —
Camila pasó junto a Gray para llegar a Carter, con confianza en cada paso—. Y si ella
está allí con un hombre, él la perseguirá aún más.
—Puede que no funcione. —Oliver se unió a la conversación—. Pero yo digo
que vale la pena intentarlo. —Abrió las palmas de las manos—. Quiero decir, ¿qué
posibilidades hay de que Sydney conozca ese tipo de música y tenga una voz digna 213
de escuchar?
—Has reservado tres habitaciones en el hotel, ¿verdad? —preguntó Camila a
Carter, y él asintió—. Mya y yo podemos ir de apoyo. Podemos quedarnos en una
habitación como hermanas.
—¿Hermanas...?
Sydney miró para ver a la dueña de aquella vocecita. Elaina estaba en la puerta
del vestíbulo con su madre a su lado, con la mirada fija en Camila.
—Hermanas —repitió Elaina en voz baja, frunciendo las cejas.
Camila señaló a Elaina.
—Ves, está de acuerdo.
—Le prometí a Mya que se quedaría entre bastidores en los casos. Tenerla en
el hotel podría ponerla en peligro. Y después de lo que pasó en la selva el domingo,
creo que debería quedarse aquí —sugirió Sydney, cruzando los brazos sobre su
camiseta gris, que había combinado con unos vaqueros después de su ducha
demasiado caliente.
—Estaré bien en el hotel. No es que nadie vaya a dispararnos. Además,
siempre fui la actriz principal en las obras del instituto. Puedo actuar. Darle un
espectáculo a ese tal Jorge —respondió Mya. Sydney no oyó debilidad ni temblor en
su tono, así que tal vez estuviera dispuesta.
—Sí, eso tiene sentido —soltó Oliver—. Lo de actuar, quiero decir. Tu talento
para el drama.
Mya puso los ojos en blanco sin molestarse en mirar hacia él.
—Mientras no tenga que hacer el papel de tu novia, estaré bien. —Levantó un
hombro y sonrió—. No puedo actuar mucho, ¿sabes?
Carter se sacó las manos de los bolsillos y se acercó a Emily y Elaina.
—Tengo que quedarme aquí y trabajar. Gray y Jack pueden encargarse de la
vigilancia. Oliver, tú irás al hotel con ellos.
Iba a juntar a Oliver y Mya, ¿no?
—Liam debería llegar pronto. ¿Está lo bastante cerca para que tú...? —A Carter
se le escapaban las palabras cuando se dirigía a Elaina, probablemente incómodo
por tener que seguir las indicaciones de una niña de doce años.
—Aquí está bien. —Elaina le dedicó una pequeña sonrisa mientras Emily le
rodeaba la espalda con un brazo protector.
—Si Sydney va al hotel, yo voy —anunció Gray—. Griffin puede encargarse de
vigilar a Jorge con Jack. —El apretado gesto de sus labios mientras miraba a Carter
214
hizo que a Sydney se le acelerara el pulso, preocupada por otro enfrentamiento entre
Beckett y Gray. Y en este caso, quién protegería a Sydney en el hotel.
Jack tenía razón. Gray había dicho lo que creía que Sydney necesitaba oír, y
qué rápido había olvidado esas líneas.
—Bien, entonces seremos Sydney, Mya y yo. Y Gray, Beckett y Oliver en el
hotel. —Camila miró a Mya y frunció el ceño—. La idea de las hermanas podría no
funcionar. Parejas viajando todos juntos suena más realista. —Hizo un gesto con el
dedo entre Mya y Oliver—. Supongo que Gray y Sydney se quedarán juntos.
—No —dijo Sydney. Pero mierda, le prometió a Jack que no se quedaría con
Beckett, lo que sólo dejaba a Oliver. Y a pesar de lo que Mya dijera sobre ese
hombre... que Mya se quedara con Oliver tenía más sentido.
—Beckett y Sydney —repitió Carter lo que había pedido anoche—. Mya y
Oliver. Y Camila y Gray.
Esto tenía a Jack de pie, con los ojos puestos en Sydney. ¿Iba a ir contra Carter?
Realmente era lealmente protector con su mejor amigo, y era algo que Sydney
admiraba.
—No muerdo —le dijo Camila a Gray—. Si estás preocupado.
—Debería haber dos camas de matrimonio en cada habitación —se apresuró a
decir Carter—. No hay necesidad de compartir cama. Ninguno de ustedes —añadió,
centrándose en Oliver. Estaba claro que se había dado cuenta de que su
comportamiento de amor-odio podía convertirse rápidamente en una especie de
amor-odio entre las sábanas.
—Entendido —murmuró Oliver con sarcasmo.
—¿Dónde están tus hombres ahora mismo? —preguntó Carter a Camila—. Los
cuatro hombres que tienes en tu equipo contigo, todavía están explorando el hotel,
¿verdad?
Camila asintió.
—Sí, pero podemos sacar a dos y traerlos aquí si necesitas ayuda para algo.
—Que se queden ahí por ahora. —Carter se dirigió entonces a Sydney—:
¿Necesitas un lugar para practicar canto antes de ir al hotel?
Sydney se agarró la garganta, preocupada por si mañana le fallaban las
cuerdas vocales.
—Con suerte, es como montar en bici. O, en mi caso, disparar una flecha. —
Forzó una pequeña sonrisa, tratando de mantenerse optimista con una niña de doce
años en la habitación. Además, tenía a dos hombres adultos que probablemente no
estaban contentos de que intentara seducir a Jorge. Bueno, supuso que Beckett estaba
en la misma página que Gray, pero él había estado en silencio.
215
—Conseguiré el nombre de la mujer que se supone que cantará el miércoles
—empezó Carter—, entonces la llamaré aparte el miércoles por la noche y le haré
una oferta. Ella puede fingir estar enferma, para no enfadar a su banda.
—Eso debería funcionar —comentó Mya, pero su tono era ahora más dubitativo
que antes, muy probablemente teniendo en cuenta el hecho de que tendría que
“convivir” con Oliver toda la semana.
—¡Papá está aquí! —anunció bruscamente Elaina, a pesar de que Sydney no
había oído nada fuera, y luego se separó de Emily y corrió hacia la puerta principal.
Un minuto después, Liam entró en la habitación de la mano de su hija. Era alto,
con el cabello rubio oscuro, y se parecía inquietantemente al actor Chris Hemsworth.
Su acento australiano acentuaba aún más el parecido.
Emily abrazó a su marido y entonces Liam redirigió su atención a la habitación,
su mirada se dirigió directamente a Beckett.
Beckett se tensó visiblemente cuando Liam se despegó de su mujer y su hija y
se comió el espacio que había entre ellas.
—Elaina dice que sus dolores de cabeza han desaparecido ahora que está aquí
—dijo Liam en un tono bajo y áspero—. No entiendo muy bien qué demonios está
pasando, pero si mi hija dice que todos debemos estar aquí, que así sea.
Liam sorprendió a Sydney, y probablemente también a Beckett, y lo abrazó con
un solo brazo. Le dio dos palmadas en la espalda y luego miró hacia la habitación.
—Entonces —dijo Liam mientras abría las palmas de las manos—, dime, ¿a
quién tengo que matar?
—Paaaapá —susurró Elaina de forma dramática preadolescente.
—Cierto. Lo siento. —Liam se encogió de hombros.
Elaina agarró el brazo de su padre y tiró como si tuviera cinco años y no doce.
—Pero tendrás que matar a alguien. —Cerró los ojos con fuerza—. Pero no pasa
nada. Es para rescatar a un niño de cinco años.

216
CAPÍTULO VEINTINUEVE
—S É que no quieres que haga esto. Pero, ¿podrías decir algo? ¿Lo que sea? El
silencio me está matando.
Beckett se agachó y recogió una piedra junto a sus botas, que afortunadamente
no se habían estropeado tras el baño en el río de hacía dos días. Permaneció en esa
posición un momento, no dispuesto a enfrentarse a Sydney sin gafas de sol que le
protegieran los ojos.
Y no, seguro que no quería que sedujera al multimillonario psicópata. ¿Pero
intentar impedir que una mujer como ella hiciera algo? Más le valía convencer a su
acérrimo padre, amante de la carne y el queso, de que se hiciera vegano.
—Saldremos en cinco minutos. Quiero tener la oportunidad de aclarar las cosas
antes de que nos metan a todos juntos en un todoterreno. —La suave súplica de
Sydney lo puso de pie.
La llegada al hotel no era hasta las tres, y el equipo había pasado la mayor parte
del día investigando los antecedentes de Jorge y Miguel.
Además, estaba el hecho de que Elaina había compartido que su padre tendría
que matar a alguien para rescatar a un niño. Pero, ¿ quién?
—¿En qué estás pensando? —Ella lo agarró del brazo y él se obligó a mirar por
fin sus hermosos ojos verdes—. Háblame.
—No —respondió, dejando que la palabra rodara libre mientras tiraba la
piedra—. No quiero que mañana seas el centro de atención cantando para ese cabrón
—dijo, diciendo por fin lo que pensaba—. La idea me hace querer cometer un
asesinato, y no me gusta matar gente. Ni siquiera a los malos. —Ya está. ¿Y ahora qué?
Sydney le apretó un poco más el brazo. Y aunque ahora hacía apenas
veinticuatro grados fuera, un contraste con el duro calor de México, quiso
remangarse hasta los codos porque hacía calor bajo su mirada.
—¿Tienes alguna otra sugerencia sobre cómo llamar la atención de Jorge? —
Arqueó una ceja interrogativa.
217
Cantar... joder. Es que…
—Carter todavía está tratando de construir un alias y conseguir una invitación
a la fiesta. Ahí está ese plan. Si consigue entrar, al menos los tendremos a él y a Jesse
allí. El resto podemos infiltrarnos esa noche.
—Necesitamos más de nosotros en el interior, si es posible. —Sydney le soltó—
. No tengo ni idea de si se fijará en mí el miércoles. Probablemente no funcione de
todos modos.
La miró mientras se arremangaba la camisa hasta los codos.
—Eres graciosa, cariño. ¿Un hombre no se fija en ti?
—Si Cora es su tipo, probablemente yo no. —Le vio mover la garganta con un
sutil trago que probablemente había intentado ocultar.
¿Había visto Sydney la foto de Cora? ¿Había leído algo sobre ella cuando él no
estaba? Carter probablemente había reunido un expediente sobre todo lo
relacionado con Cora Barlowe, y no había necesidad de compartirlo con Beckett.
—No te pareces en nada a Cora. —Bajó los brazos y resistió el impulso de
estirar la mano y acariciarle la mejilla—. Y eso es algo bueno, te lo prometo —dijo—
. Por cierto, eres mi tipo. Al diablo con el tipo de Jorge.
—Una vez amaste a Cora —murmuró.
—Era joven. Estúpido. Ella era una debilidad para mí en ese entonces y...
—¿Una debilidad? —susurró—. Entonces, ¿no pudiste resistirte a ella? —Hizo
una pausa, y rápidamente soltó—: No estoy celosa. —Ella frunció el ceño, y sus
hombros cayeron un poco en la derrota—. ¿Quizás lo estoy? Supongo que la idea de
que esta mujer todavía pueda tener algún efecto sobre ti me vuelve un poco loca.
Sí, entendía lo de “loco”. Le costaba digerir el hecho de que otro hombre
hubiera compartido cama con Sydney.
—Escucha. —La agarró por el codo y tiró de ella para acercarla, sin importarle
quién pudiera estar observándolos desde la casa—. Ella me manipuló. Una estafadora
profesional. Debería haberme dado cuenta de que estaba jugando conmigo. Mi
trabajo era ir de incógnito. Trabajar en una habitación. En cierto sentido, tenía que
estafar a la gente para que se tragaran mi historia. Y el hecho de que ella fuera capaz
de darle la vuelta a la tortilla de esa manera... —Joder, ¿qué estoy intentando decir otra
vez? Estaba perdiendo la concentración con sus ojos verdes clavados en él—. No soy
la misma persona que era entonces —prometió—. No tienes de qué preocuparte
cuando la vuelva a ver. Si es que la vuelvo a ver.
Sydney pivotó hacia un lado como si buscara su escudo invisible de armadura.
—Tú no eres mío. No sé de dónde viene esto.
218
Sabía que este brote de inseguridad era obra de Seth. Su aventura. Le costaba
confiar en lo absolutamente increíble que era gracias a él. Y ahora el imbécil la quería
de vuelta. Fue tan estúpido al perderla. Nunca la mereció.
—Bueno, seguro que te sientes como si fueras mía —ronroneó, incapaz de
evitar que la verdad saliera por sus labios—. No tengo autocontrol contigo. Eres la
única a la que no puedo resistirme. —Y pasaría cada segundo asegurándose de que
ella lo supiera y lo entendiera si eso la ayudaba. Besaría cualquier inseguridad que
aún la atormentara por el daño que le habían hecho los hombres de su vida—. Nada
me gustaría más que te vieras a través de mis ojos.
Sydney lo miró lentamente. Sus ojos verdes se clavaron en los suyos de la forma
más inocente, y él juraría que se había quitado veinte años de encima mientras lo
estudiaba en silencio.
Con la mano libre, le señaló el corazón.
—Eres todo lo que siempre he deseado... —Joder, se le quebró la voz, y se
sorprendió al darse cuenta de que los ojos se le llenaban de lágrimas—. Eres todo lo
que desearía que McKenna tuviera en una madre.
—Creo que es el mejor cumplido que nadie me ha hecho nunca —susurró, con
el labio inferior tembloroso mientras los ojos también se le llenaban de lágrimas—.
No entiendo cómo conoces mi verdadero yo cuando casi nadie lo hace.
Le llevó la mano a la barbilla y le sujetó suavemente la cara.
—Fácil —dijo con una sonrisa una vez que ella abrió los párpados—. Porque
me dejaste entrar.
—Es hora de rodar... fuera. —La voz de Gray rompió el momento y Beckett soltó
a Sydney. Rápidamente borró las lágrimas de sus mejillas y se alejó de la casa.
Beckett se aclaró la garganta y se giró para mirar a Gray, que se había echado
hacia atrás en el pequeño porche, con los brazos extendidos a cada lado, apoyados
en las columnas que sostenían el pequeño saliente. Mya se agachó bajo su brazo para
alcanzarlos cuando él aún no se había movido.
—¿Listo para ir a jugar a las parejas enamoradas y ser todo un turista? —
preguntó Mya sarcásticamente.
Beckett frunció el ceño.
—¿Por qué tenemos que actuar como turistas?
Gray finalmente bajó los brazos cuando los otros intentaron salir de la casa, y
no tuvo más remedio que moverse. Pero la expresión de su cara no era tanto como
“quiero pegarte”. Más bien estaba en conflicto. Tal vez se dio cuenta de que tenía que
219
dejar ir a Sydney, pero tenía que doler. Dios, no podía imaginarse en la piel de ese
hombre.
Y después de la operación, si tuviera que alejarse de Sydney por cualquier
motivo, ¿cómo sobreviviría a eso?
—Creo que lo mejor será que todos hagan el papel de turistas en lugar de
parecer seguridad privada que echa un vistazo al lugar, lo que podría llamar la
atención de Miguel si los ve allí antes del miércoles por la noche —explicó Carter,
caminando junto a Camila hacia el todoterreno.
—¿Tenemos alguna novedad sobre el paradero de Jesse? —preguntó Beckett
a Camila ya que eran sus chicos los que vigilaban el hotel.
Sydney esquivó a Beckett y cogió la maleta que Mya llevaba para ella.
—Jesse no ha hecho contacto —dijo Carter, luego inclinó la cabeza hacia
Camila.
—Pero mi equipo dice que está con el equipo de Miguel en un restaurante al
final de la calle del hotel. Llegaron allí para almorzar alrededor de la una —compartió
Camila.
Beckett dirigió su atención hacia Elaina, que salía de la casa con sus padres, y
ella le hizo un gesto con la mano.
—¿Puedo hablar contigo antes de que te vayas?
—Por supuesto. —En unas cuantas zancadas rápidas, se alejó de los demás a
un lado de los todoterrenos. El corazón se le subió a la garganta, preocupado por lo
que ella pudiera decir.
—Sydney estará bien. No tienes que preocuparte por ella —Elaina fue directa
al grano, y él agradeció la buena noticia. Pero con su pequeña mano, le agarró la
muñeca. Él juraría que sintió un pequeño zumbido de electricidad pasar entre ellos—
. Te tiene a ti. —Ella le ocultó su mirada marrón cuando bajó los párpados—. Pero
cuando veas las rosas, asegúrate de parar.
—¿Parar qué? —Beckett parpadeó confundido—. ¿Rosas?
—Cuando veas las rosas, tendrás que parar. —Y con eso, me soltó.
Cuando abrió los ojos un momento después, Beckett intuyó que sabía algo más,
pero tuvo la sensación de que temía contarle demasiado. De cambiar las cosas. Algún
tipo de... ¿cómo se llamaba en las películas? ¿El efecto mariposa?
—Y, Beckett —comenzó Elaina—, él también estará bien. —Inclinó la cabeza
hacia Gray sin mirarlo, pero era el único que estaba a su derecha.
—¿Quieres decir...? —¿No morirá en la operación o se enamorará de otra?
Elaina sonrió, y él aún no estaba seguro de cómo interpretar aquello, pero 220
añadió:
—Sabes exactamente lo que quiero decir. —Y entonces, como le gustaba hacer
a su padre, le guiñó un ojo.

221
CAPÍTULO TREINTA
—Pues vaya mierda. —Mya se cruzó de brazos mientras los seis estaban en el
vestíbulo del hotel, con los ojos puestos en las llaves que Beckett tenía en las manos—
. ¿Vamos a echar a suertes quién se queda con la suite nupcial?
Sólo había dos habitaciones disponibles con dos camas en cada una. Y la única
otra habitación era la suite nupcial de la última planta, con una cama tamaño King.
—Ustedes dos tómenla. —Gray alcanzó las llaves de Beckett y se las entregó
como si eso fuera todo. Caso cerrado—. Tiene más sentido.
—Gray. —Su nombre salió como una pequeña protesta de Sydney. ¿O una
disculpa? Beckett no estaba tan seguro, pero de cualquier manera, Gray negó con la
cabeza.
—Está bien —dijo Gray casi en voz baja.
¿Pero estaba bien? No, ni por asomo. Ya era bastante malo que él y Sydney
estaban compartiendo una habitación, y ahora Gray sabía que iban a compartir una
cama. El equipo no necesitaba los pensamientos de Gray descarrilado y no centrado
en la misión debido a su situación de dormir.
¿A quién quiero engañar? Estamos todos un poco jodidos de la cabeza con esto,
¿no?
—Entonces —Mya cortó la tensión incómoda, Dios la bendiga—, quedamos en
el vestíbulo a las diez. ¿Iremos a hacer el turista? —Señaló hacia los ascensores como
si fueran a perderse—. Preferiría pasar el menor tiempo posible a solas en el
dormitorio.
—Diez minutos está bien —dijo Gray, y Mya y Oliver se adelantaron y
empezaron a discutir sobre algo mientras todos se amontonaban en el ascensor.
Cuando se abrieron las puertas de la quinta planta, en lugar de salir, Gray se
volvió y miró a Sydney.
—Necesito hablar con Beckett en su habitación. ¿Puedes darnos unas pocas? 222
—Oh, um, bien. —Sydney se coló entre Beckett y Gray para unirse a Camila y
Mya en el pasillo.
—Gracias. —Gray pulsó rápidamente el botón para cerrar la puerta antes de
que Beckett pudiera protestar. No es que lo hubiera hecho, pero estaba seguro de
que no estaba de humor para estar solo en la suite de luna de miel con el exnovio de
Sydney.
Fueron en silencio hasta la última planta y Beckett miró de reojo la tercera suite
por la que pasaron de camino a su habitación, reconociendo el número como una de
las habitaciones que Miguel había reservado. Sydney había pirateado las reservas
del hotel antes de salir del piso franco y había descubierto que Miguel había
reservado habitaciones en la última planta. Así que tal vez no fuera tan malo que
hubiera acabado allí hoy.
Al menos volvía a estar cerca de su cuñado y, si Dios quería, pronto se librarían
de este lío.
Fue una de las primeras veces que la culpa no le hizo mella. Ahora que sabía
que Mya y Camila estaban vivas gracias a este viaje de locos, no sentía la necesidad
de seguir reprendiéndose.
Una vez dentro de la suite, Beckett dejó el bolso junto a la puerta y se pellizcó
la nariz al ver una bañera de porcelana blanca casi regia frente a una pared de cristal,
con la cordillera de los Andes a lo lejos. Pero ni siquiera la bañera y las vistas podían
distraerlo de la cama, y estaba claro que no quería enfrentarse a Gray ahora.
—Sé lo que vas a decir. —Empezó Beckett después de oír cómo se cerraba la
puerta detrás de él—. Puedo ahorrarte la molestia.
—En realidad, no sabes lo que pienso decir. —La voz de Gray no era tan dura
como había esperado, así que lentamente se relajó, bajando la mano a su lado en el
proceso.
Gray tenía los ojos clavados en la cama, con su cabecero de cuero negro, su
edredón gris y la sobreabundancia de almohadas blancas y grises que la cubrían.
—Lo siento —se disculpó Beckett ante la expresión abatida de Gray, y en ese
momento, le costó recordar que Gray había sido una vez un operador de élite, un
Boina Verde. Porque ahora mismo, no parecía mortal. Sólo... bueno, derrotado. Y tal
vez prefería enfrentarse a la ira del hombre. Podía lidiar con un Gray enojado mejor
que con un tipo duro como él haciéndose pedazos.
—Desde que Sydney se unió al equipo, ha estado callada. Reservada.
Francamente, intimidante para la mayoría de la gente, incluidos los chicos de Falcon.
—Hizo una pausa—. La mujer no sólo tiene muros levantados, sino alambre de espino
en la parte superior por si algún idiota intenta trepar, ya me entiendes.
Beckett guardó silencio, dejando que Gray resolviera lo que fuera que
223
intentaba decir. Podía oír los latidos de su corazón en sus oídos mientras esperaba.
Su pulso volando.
—Y en las más de treinta horas que he estado cerca de ustedes dos juntos,
bueno, nunca la había visto así. Visiblemente llevando sus emociones. Paredes
caídas. Sin alambre de púas. Y tengo la sensación de que tú eres la razón. No sé cómo
lo hiciste y tan rápido, pero... —Dejó escapar un profundo suspiro y dirigió su mirada
al encuentro de Beckett—. No me interpondré en el camino de la felicidad de esa
mujer. Ella se merece el mundo, y si tú eres el que ella quiere para darle ese mundo...
que así sea.
Beckett se llevó una mano al pecho, preocupado por la posibilidad de que su
corazón se desbocara al pensar en cómo reaccionar ante las palabras de Gray.
—¿Cuál es ese dicho? ¿Si amas a alguien, déjalo ir, y si vuelve, es que está
destinado a ser? Bueno, ella no volvió a mí. —Gray se movió hacia un lado, ofreciendo
ahora sólo su perfil.
—No sé qué decir —dijo finalmente Beckett, con un nudo en la garganta—. En
cuanto Oliver me dijo que ustedes dos tenían un pasado, la declaré fuera de los límites
en mi cabeza —admitió—. Te prometo que no planeé que pasara esto. Todavía estoy
tratando de entender cómo sucedió, para ser honesto.
—Moriría por esa mujer. En un santiamén —dijo Gray mientras volvía a centrar
la mirada, incapaz de quitarse esa expresión de luto de los ojos, que a Beckett le
destrozaba ver—. ¿Lo harías?
—Sin duda —respondió Beckett sin pensárselo dos veces.
Gray asintió.
—Entonces no queda nada de qué hablar. —Se dirigió hacia la puerta, echando
los hombros hacia atrás mientras caminaba—. Pero si no me he explicado bien —
añadió mientras alcanzaba el picaporte—, tienen mi bendición. No es que la
necesiten, pero ahí está.
Beckett se dejó caer en la cama una vez que Gray se fue y apoyó la cabeza en
las manos, repitiendo las palabras de Gray, asegurándose de que no estaba
delirando, de que no había alucinado la conversación.
Uno o dos minutos después llamaron a la puerta y Beckett olvidó que Sydney
no tenía la llave de la habitación.
—Ya voy —contestó un poco bruscamente, todavía tratando de entender...
bueno, todo lo que había pasado desde que entró en Capone el fin de semana pasado.
—Hola —dijo ella en voz baja después de que él hubiera abierto—. No estás
sangrando, así que es una buena señal.
—¿Hablaste con él después de que se fuera de aquí? —Alargó la mano hacia su 224
bolso, tomándolo, y luego se hizo a un lado para que ella pudiera unirse a él.
—No, sólo me dijo que me estabas esperando cuando llegó a su habitación. —
Sydney cerró la puerta tras ellos mientras Beckett colocaba su bolso junto al de él—.
¿Estás bien? —Miró alrededor de la habitación como buscando señales de una pelea,
y sus ojos se posaron en la bañera.
—Sí, creo que sí. —Tragó saliva y esperó a que sus ojos se encontraran con los
suyos—. Él quiere que seas feliz. Y bueno, si eso es conmigo, dijo que yo, um, tengo
su bendición.
—Es genial diciéndole a la gente lo que necesita oír para sentirse mejor.
—Entonces, ¿no le crees? —Se acercó a ella, lo suficiente como para besarla,
pero hizo lo posible por resistirse.
—Creo que me quiere feliz, sí. —Sus ojos se entornaron mientras lo estudiaba—
. Pero no estoy segura si...
—¿Si soy yo el que hace eso? —¿De dónde había salido eso? Probablemente
de su puto pasado. Cora. Ella era para él lo que Seth había sido para Sydney, supuso.
Sydney le tomó la mano y, al sentir su cálido contacto, su cuerpo se puso rígido.
—Lo haces. Es todo inesperado, obviamente. Y rápido. —Se estaba mordiendo
el labio. Otra cosa que él supuso que Gray diría estaba lejos de ser la norma para ella.
Llevas tus emociones conmigo. Pero él era igual con ella. Bajó la guardia. Era la
primera mujer a la que dejaba entrar desde Cora.
—Entonces, tal vez deberíamos esperar hasta después de la misión antes de...
—Sydney le soltó la mano pero no terminó su hilo de pensamiento, dejándolo con
demasiadas posibilidades sobre lo que ella podría haber estado pensando.
Tenía demasiado miedo de presionar, sabiendo con absoluta certeza cómo
quería que ella completara esa frase. Y cualquier cosa más allá de eso le haría sentirse
tan roto como Gray había parecido.
Se había dicho a sí mismo hace unos días que no podía estar con Sydney. ¿Y
ahora? No había ninguna posibilidad de que pudiera soportar estar sin ella.

225
CAPÍTULO TREINTA Y
UNO
—Así que —continuó Camila con su historia, sosteniendo su vino tinto en la
cena de esa noche—, imagina a Carter colgando de esa cuerda sin pantalones...
mientras este belga malinois gruñendo azotaba sus vaqueros abajo con su boca,
destrozándolos.
—No, la verdad es que no me lo imagino —respondió Sydney, con el estómago
dolorido por lo mucho que se había reído de todos los “Cuentos de Carter” que
Camila había compartido esa noche.
—Dime que el perro también tiene sus bóxers. ¿O es un tipo de calzoncillos?
—preguntó Mya con una risita mientras iba por su copa de vino también.
Camila se recostó en su silla y miró a Mya, sentada a su lado en la mesa para
seis personas.
—Estaba completamente desnudo. Bueno, la mitad de abajo.
Oliver levantó una mano y sonrió, tomando también su copa de vino.
—Por favor, dime que tengo permiso para burlarme de él en algún momento
con una de estas historias.
Se habían propuesto guardar las apariencias cenando juntos en el hotel.
Bebiendo vino. Comiendo demasiado. Parejas enamoradas, bla, bla, bla. Se habían
metido fácilmente en sus papeles y, para Sydney, no había parecido falso en toda la
noche. Ayudaba tener a Camila distrayéndolos con su vida aventurera.
—Si quieres que Carter te mate, claro —respondió finalmente Camila a Oliver. 226
—Bueno, lo que necesito saber —empezó Sydney—, es cómo bajó Carter de
esa cuerda.
—Le salvé el culo. Literalmente. —Camila agarró la botella de tinto que había
sobre la mesa y añadió más a su copa—. Parece que los perros me adoran, así que
entré al rescate y lo calmé. Con los pantalones y los calzoncillos de Carter hechos
jirones, tuve que darle mi chaqueta para que pudiera mantener lo que le quedaba de
dignidad delante de los diez tipos que estaban en el campo trabajando con nosotros
ese día.
—¿Y cuántas veces han trabajado juntos desde que él dejó la Agencia? —
preguntó Beckett mientras tomaba la mano de Sydney que estaba encima de la mesa
y la apretaba ligeramente. ¿Era para aparentar? ¿O había olvidado que Gray estaba
al otro lado de la mesa y simplemente quería tocarla?
Sydney obtuvo su respuesta en cuestión de segundos cuando Beckett
carraspeó y retiró la mano hacia su regazo.
—Hemos formado equipo algunas veces. —Las oscuras cejas de Camila se
alzaron al estudiar a Beckett, y quedó claro en su expresión que comprendía la
complicada situación.
Oliver se dio unas palmaditas en el estómago y bostezó.
—¿Cuánto tiempo vamos a quedarnos? —Consultó su reloj—. No creo que
Miguel vaya a comer aquí esta noche después de todo.
Cuando Sydney había hackeado el sistema del hotel antes, había descubierto
que Miguel había hecho allí reservas para cenar a las nueve. Aún no había
espectáculo. Y eran más de las diez.
—Enviaré un mensaje a uno de mis hombres para que me ponga al día. —
Camila sacó su teléfono del bolso y empezó a teclear.
—No tengo prisa por volver a nuestra suite —comentó Mya una vez que Camila
dejó su teléfono en la mesa junto a su plato.
—Esta —dijo Oliver mientras agitaba una mano en dirección a Mya—, está loca.
¿Sabes lo que hizo antes de que viniéramos a cenar?
Mientras esperaba a que Oliver compartiera, Sydney pensó en lo que ella
misma había hecho antes de la cena.
Se había duchado y vestido sola. Porque Beckett no soportaba estar en la misma
habitación que ella. Se había aseado y se había puesto unos vaqueros y una camisa
blanca de botones en cuestión de segundos antes de decirle que la esperaría en el
vestíbulo.
Carter le había proporcionado un teléfono nuevo, así que había dicho que
llamaría a su hija y a su hermana para ver cómo estaban mientras ella se preparaba. 227
Sabía que dejar la suite mientras ella se duchaba era lo más inteligente si
querían comportarse y reducir el riesgo de tentación.
Independientemente de la bendición de Gray, todavía estaban en una misión,
y no necesitaban explorar más sus sentimientos el uno por el otro allí. No era el
momento ni el lugar.
Pero aun así se sintió un poco decepcionada de que no hubiera perdido el
control cuando compartieron esos minutos a solas antes de que él se marchara al
vestíbulo.
—Bueno, ¿vas a decirnos qué hizo Mya que fue una locura, o debemos
adivinarlo? —le preguntó Camila a Oliver, rompiendo los pensamientos de Sydney.
Mya dio un sorbo a su vino antes de decir:
—Es un mierda con las historias, no como tú.
—No sé de dónde sacó la cuerda y la cinta adhesiva, pero creó una barrera
entre nuestras camas —reveló finalmente Oliver—. Pegó la cuerda en cada pared y
luego cubrió con una de las sábanas grises para protegerse de mí.
—No necesito correr el riesgo de que intentes mirarme mientras estoy en
pijama esta noche. —Clásico de Mya. Y Sydney la amaba por eso.
—También elegiste la cama que está al lado del baño, y tengo órdenes de no
mear en mitad de la noche. —Sin embargo, el tono de Oliver era cualquier cosa
menos enfadado—. ¿De verdad te preocupa que pueda verte en pijama? Olvidas que
te vi en topless el domingo.
—¿En serio? —Gray ladeó la cabeza y miró a Oliver con desconcierto.
Y mierda, no hace falta que sepas que yo también estaba en topless. Sydney miró
a Mya, con la esperanza de que captara el mensaje y la salvara.
—Decidí ser salvaje. Me bajé el top —explicó Mya—. Si hubiera sabido que
Oliver aparecería, no habría sido tan...
—¿Descarada? —terminó Oliver por ella, y Mya negó con la cabeza y bebió un
trago bastante grande de vino.
—¿Siempre son así? —Camila hizo un gesto con el dedo entre los dos.
—Él saca la...
—¿Niña en ti? —Oliver volvió a cortar a Mya.
En opinión de Sydney, Oliver tenía razón. Pero Sydney disfrutaba viendo esta
faceta de Mya. Había pasado los últimos años cazando traficantes de personas, y el
daño que sabía que eso había hecho en su psique, bueno... Mya merecía volver a ser
joven y juguetona. Y si Oliver sacaba eso a relucir, Sydney estaba feliz de verlo. En
un sentido fraternal o amoroso, el jurado aún estaba deliberando. 228
—Bueno, Gray, no creo que necesitemos una pared entre nuestras camas —
empezó Camila antes de buscar la mirada de Sydney—, ¿a menos que prefieras que
lo hagamos?
—Oh. —Ohhhh.
—No pasa nada —respondió Gray por Sydney, pero ella agradeció que su tono
no fuera cortante ni enfadado. Por algo se empieza.
Camila recogió su teléfono cuando zumbó sobre la mesa.
—Parece que no van a venir aquí. Están en otro restaurante de la ciudad.
—Demasiado para ser vistos como parejas. Supongo que puedes bajar el
brazo, Romeo —bromeó Oliver con Gray.
La mueca de dolor de Gray al oír la palabra Romeo no escapó a la atención de
Sydney, pero borró rápidamente su expresión mientras apartaba el brazo del
respaldo de la silla de Camila.
Romeo. Cuando se unió a Falcon, Sydney se había enterado de que Romeo
había sido el indicativo de Gray en el ejército. Y el suyo, irónicamente, había sido
Julieta.
—Supongo que esperaremos a llamar su atención mañana, entonces —comentó
Mya como si captara que la tensión volvía a aumentar.
Tensión que Sydney esperaba que desapareciera pronto, ya que Gray había
dado su bendición a Beckett.
Y que Dios la ayudara, no estaba segura si era el vino o no, pero no podía evitar
desear probar esa bendición en el dormitorio esta noche.

Sydney y Beckett salieron del ascensor y se detuvieron ante la vista tres puertas
más abajo.
Jesse McAdams estaba solo delante de su puerta, con una tarjeta-llave en la
mano. Los miró por encima del hombro, intuyendo que no estaba solo, y en cuanto
sus ojos se cruzaron con los de él, la invadió el alivio. Pero, ¿estaban seguros para
hablar?
Miró discretamente a su alrededor en busca de una cámara y vio una en lo alto
mientras Beckett y ella se dirigían a su habitación.
Jesse hizo ademán de tantear la tarjeta y maldijo en voz baja cuando se le cayó
al suelo enmoquetado. Se agachó para recogerla y susurró:
229
—Nos vemos en la cafetería a las seis de la mañana. —Luego se levantó, pasó
la tarjeta y desapareció en su habitación.
—¿Quizá deberías ir sola mañana? —le preguntó a Beckett una vez que
estuvieron en su suite.
—Si tú lo crees. —Deslizó el cierre de cadena por la puerta y se encaró con
ella—. Sienta bien saber que estamos cerca de él.
—Así es —respondió ella mientras se dirigía sin pensar al nudo del cinturón de
su vestido rojo envolvente.
—Sydney. —La voz ronca de Beckett hizo que sus dedos se quedaran inmóviles,
evocando recuerdos de la faja naranja de su vestido en México y de cómo él le había
atado las muñecas con ella.
—Oh. —Parpadeó y volvió a abrocharse el nudo para que el vestido siguiera
puesto. Un tirón y se abriría, dejando al descubierto su sujetador sin tirantes y sus
bragas de satén a juego.
Beckett se quitó los mocasines que había comprado antes, cuando habían
hecho de turistas. También se había comprado otros trajes, igual que ella. La camisa
blanca de botones y los vaqueros también eran nuevos.
Llevaba las mangas remangadas hasta los codos, dejando al descubierto sus
antebrazos fuertes y nervudos. Llevaba desabrochados los dos primeros botones de
la camisa. Y llevaba el cabello engominado y peinado hacia un lado. Bueno, lo estaba
hasta que se pasó una mano por el cabello, como si le molestara la rigidez de la
gomina. ¿Y por qué ese pequeño acto la excitaba aún más?
—¿Cómo vamos a hacerlo? —Se quitó los tacones rojos que había comprado
ese día con el vestido y los apartó antes de dar dos pasos hacia él.
—¿Hacer qué exactamente? —Sabía exactamente a qué se refería. ¿Pero quería
que ella se lo explicara? ¿Que fuera ella la que rompiera?
Y lo haría. Porque apenas podía compartir el mismo aire con Beckett sin que
cada parte de su cuerpo suplicara ser tocada por él.
Ponerlos a los dos juntos en una habitación con una cama, una sexy bañera de
patas de garra frente a una pared de cristal y una vista de las montañas... ¿y que no
hicieran el amor? ¿Cómo diablos sobrevivirían esa semana?
Gray ya sabía que se habían acostado. Él había “aprobado” su relación. No es
que ella necesitara permiso, pero se sentía bien tenerlo. Y por el momento, la misión
estaba en espera hasta que cantara en el club mañana por la noche.
Entonces, ¿había algo que realmente les impidiera en ese momento entregarse
a lo que ambos ansiaban desesperadamente?
Fui yo quien sugirió que frenáramos. Estaba bastante segura de que era la parte
230
racional de su cerebro la que entraba con ese recordatorio, pero quería liberar esos
pensamientos de su mente. Vivir y estar presente en el momento.
Ella asintió, decidida a dejar a un lado el miedo y la cautela, y anunció:
—Voy a quitarme la ropa. —Fue por el nudo del cinturón de tela—. Date un
baño.
—Sydney —volvió a decir, casi gruñendo su nombre.
Pero ella hizo caso omiso de su advertencia igual que había hecho segundos
atrás con su propio monólogo interno. Una vez desatado el cinturón, el vestido de
jersey se abrió. Se encogió de hombros para que cayera a sus pies. A continuación se
quitó el sujetador bajo su intensa mirada.
Sus pezones se endurecieron mientras él observaba cada centímetro de su piel
expuesta mientras se acariciaba la mandíbula en silencio.
Para ir un poco más allá, se pasó la lengua por la costura de los labios mientras
se bajaba lentamente las bragas de satén.
Se acercó a la bañera contoneando un poco las caderas antes de inclinarse para
abrir el grifo.
—Estás desnuda delante de la ventana. —Su tono gruñón hizo que se le
tensaran las rodillas de deseo—. ¿Y si alguien te ve?
—Déjalos. —No había otros edificios a la vista tan altos como su hotel, lo que
hacía bastante difícil que alguien la viera.
—¿Crees que soy el tipo de hombre que correría el riesgo de que otra persona
viera a su mujer desnuda?
¿Su mujer? Ella se irguió y continuó con el acto burlón alisando sus manos a lo
largo de los costados de su cuerpo.
—¿Crees que soy el tipo de mujer que deja que un hombre me impida hacer lo
que quiero?
Al sentir la mano de él deslizándose bajo su cabellera para agarrarla por la
nuca, recordó la fantasía que le había inspirado el orgasmo en la ducha.
La sujetó suavemente, guiándola con ese único toque hasta que quedó frente a
él. Tenía las cejas fruncidas y los ojos oscuros por la excitación.
—No te bañarás delante de una ventana con las cortinas abiertas, te lo puedo
prometer. —Acercó su rostro al de ella y ella inclinó la barbilla, preparándose para
mostrarse desafiante. ¿Por qué esto la emocionaba tanto? ¿Por qué le encantaba que
fuera un caballero fuera del dormitorio, pero que dentro fuera una fuerza dominante
a tener en cuenta? Y cada parte de ella quería ser controlada por él.
Pero resistirse un poco antes sería más divertido, así que no pudo evitarlo. 231
Porque la mujer que era esta noche, y en realidad desde que él apareció en
México, distaba mucho de la que había sido desde que se convirtió en madre trece
años atrás. Había enterrado ese lado más salvaje y casi temerario de sí misma. Y él la
estaba devolviendo a la vida. Demonios, ahora se sentía más viva que nunca.
—Y sin embargo, las cortinas siguen abiertas —le recordó. Su mandíbula se
tensó, como si estuviera enfadado consigo mismo por permitirle permanecer allí tanto
tiempo como lo había hecho. Pero aun así, no se movió.
—Estás muy malcriada esta noche. —Inclinó la cabeza y su boca
perversamente sexy casi se inclinó sobre la de ella—. ¿Qué es lo que quieres,
Sydney?
—Sólo quiero ser tuya —confesó un poco sin aliento. Él gimió y le tapó la boca,
atrayéndola contra sí con una mano en el culo y la otra en la nuca.
Su lengua se encontró con la de ella con una intensidad tan feroz que ella estuvo
a punto de caer de espaldas en la bañera, pero él la mantuvo erguida con su firme
agarre.
Después de explorar su boca con la lengua, retrocedió y la miró fijamente a los
ojos.
—No quiero que te muevas una vez que te ponga en posición... ¿te parece bien?
—La soltó y se apartó.
—Puedes hacerme lo que quieras —le dio permiso con entusiasmo—. Confío
en ti.
Sus ojos se entrecerraron cuando ella utilizó la palabra confianza, antes de
pasarle la mano por el cuello y bajar hasta el pecho, apretándoselo con un poco de
brusquedad. Y vaya si le gustó.
Sin dejar de mirarla a los ojos, se inclinó hacia ella y le mordió el labio.
—Di basta cuando quieras. ¿Bien?
No iba a pasar, pero si necesitaba oírlo, claro.
—¿Necesito una palabra de seguridad específica, es así como funciona todo
esto?
—Honestamente, nunca he hecho nada como esto. Esto sólo ha pasado en mi
cabeza contigo.
Le pasó la lengua por la línea de los labios.
—Entonces, ¿cuál es tu palabra de seguridad?
—Mmmm. Estoy bien con sólo decir basta, no es que lo necesite.
—Basta —repitió con un movimiento de cabeza—. De acuerdo. 232
Él la soltó cuando su mano se dirigió a los botones de su camisa, y ella gimió al
perder su contacto. Pero cada botón que se desabrochaba aumentaba su expectación.
Finalmente se quitó la camisa, dejando al descubierto su piel bronceada, y ella
se acercó, dispuesta a pasarle una mano por el vello del pecho, pero él negó con la
cabeza. Un recordatorio de que no se moviera. Y lo había dicho claramente en todos
los sentidos posibles.
Beckett se movió alrededor de la bañera, con los pantalones como única
prenda después de haberse desecho de los mocasines y la camisa. Como había
prometido, corrió las cortinas, pero luego cerró el grifo y volvió a acercarse a ella.
—Puedes darte un baño después. Seguro que te dolerá —dijo mientras se
quitaba el cinturón.
Ella tragó saliva, preguntándose si pensaba usarlo con ella, pero entonces lo
tiró al suelo y se quitó rápidamente los pantalones y los calzoncillos negros.
La sorprendió tomándola en brazos y la llevó a la cama. La colocó en el borde
y le exigió:
—Quédate sentada, cariño. Y vas a hacer exactamente lo que te diga. ¿Qué
crees que pasará si no lo haces?
Puso las palmas de las manos a su lado, mirándolo fijamente mientras él se
arrodillaba en el suelo. Le dio un vuelco el corazón cuando la agarró por las caderas
y casi la tiró de la cama, acercándole el coño.
—¿No me darás lo que quiero? —susurró como respuesta—. O...
Dios, esto era nuevo. No sabía cómo manejarlo. ¿Le dijo a este hombre que
quería que la torturara un poco, pero de alguna manera placentera? Eso es algo,
¿verdad? Dios, ojalá hubiera leído algo más que ese libro romántico para saber qué
decir o hacer.
Me guiñó un ojo.
—Supongo que te enterarás si te portas mal.
Se mordió el labio, curiosa por saber qué iba a pasar a continuación.
Le pasó el dedo por el interior del muslo antes de levantarle la pierna,
colocando el pie por encima de su pectoral, y luego hizo lo mismo con el otro.
—Quédate así.
Tenía la espalda un poco arqueada y apoyaba los antebrazos en la cama.
—Supongo que vas a querer moverte. Así que, en vez de eso, empuja tus pies
contra mí. —Pasó el dedo por los labios de su sexo, y ella se estremeció de excitación
por el suave contacto—. Preferiría encontrar algo para sujetarte, pero esto es lo mejor
que puedo hacer por ahora. 233
—¿Oh? ¿Y qué te gustaría hacer si pudieras? —Inhaló un suspiro tembloroso y
lo soltó—. Dímelo.
Inclinó la cabeza y apartó la mirada de su húmedo centro para mirarla a los
ojos.
—Esposa tus tobillos a algo para mantener tus piernas abiertas para mí. Átate
las muñecas. —Sus ojos oscuros parecían atormentados por su necesidad de ella, y
ella tuvo la sensación de que sus ojos no eran más que un espejo de los suyos.
Estaba desesperada porque este hombre le hiciera cualquier cosa y
absolutamente todo. Lo que él deseara. Ella lo deseaba. Todo.
—Así es como te imaginaba en mi cabeza durante mi ducha esta mañana —dijo
como una confesión, pero en su mente, no necesitaba absolución.
—¿Y qué pasó después? ¿Qué me harías? Tus palabras me están... mojando aún
más. —Nunca había sabido que las palabras podían ser tan... ¿poderosas
sexualmente?
Él sonrió satisfecho y la sorprendió acercando la boca a su sexo, asomando la
lengua entre los labios sin tocarla aún. Ella se movió más cerca con desesperación
por tener su boca sobre ella, pero él apartó la cara como recordatorio de “no
moverse”.
—Mm. Ahora entiendo la necesidad de atarme. —Ella sonrió, y la oscura
insinuación de una sonrisa de él fue todo lo que obtuvo a cambio antes de que él
pasara la parte plana de su lengua sobre su sexo. Ella siguió su orden, sólo empujando
contra su duro cuerpo con los pies en respuesta a lo que sintió como un gozo eterno
de una sola pasada de su lengua.
Y entonces su boca desapareció de nuevo.
Tortura, de acuerdo.
Ya estaba jadeando sólo por este momento.
—Quiero que mires. Todo el tiempo. Necesito que veas lo guapa que estás —
ordenó en voz baja y profunda.
Se mordió los dientes de atrás mientras lo veía tocar su parte más sensible,
adorándola. Luego le dio un pequeño beso allí y, cuando levantó la vista, retiró la
boca. Oh, Dios. Sííí.
—Quiero que veas lo jodidamente deliciosa que eres. Necesito que te mires
mientras estoy entre tus piernas. No me mires a mí. Mírate a ti misma.
Dios, eso iba a ser difícil. ¿Dejar de mirar sus largas y oscuras pestañas? ¿O
mirar sus ojos marrones? ¿No estudiar su mandíbula de granito que se flexionaba
cuando se la chupaba? 234
Había que sujetarla.
—Obedeceré. —Intentaré.
—Buena chica. —Sonrió—. ¿Pero dónde se supone que están tus ojos?
Cierto, ella no debería haber visto esa preciosa sonrisa suya si hubiera estado
obedeciendo. Su corazón martilleaba en su pecho de anticipación mientras volvía a
centrarse en su propio sexo. Le introdujo dos dedos, lo que hizo que casi se levantara
de la cama, así que apretó los dientes para intentar no moverse.
Sus dedos brillaron con su excitación cuando los retiró, y volvió a deslizar el
dedo índice sobre la parte hinchada de ella. Esto tenía que ser lo más erótico que
había visto nunca.
Volvió a lamer lentamente su carne sensible y luego añadió dos dedos dentro
de ella una vez más, bombeando dentro y fuera con cada movimiento de su lengua.
Y cuando su boca se hundió sobre ella, eclipsando la visión de su coño, ella
soltó un gemido estremecedor, a punto de correrse. Sus ojos se dirigieron al techo y
él debió darse cuenta, porque retiró la cara.
—Lo siento. —Rápidamente devolvió su atención a donde él la exigía para ver
cómo le azotaba ligeramente el sexo, igual que había hecho antes en su fantasía en la
ducha. Luego volvió a posar suavemente su boca en ella, como si la besara para
eliminar cualquier posible escozor.
Y cuando vio cómo su lengua se arremolinaba sobre su carne hinchada justo
antes de chupar, se deshizo. El placer había crecido demasiado como para contenerlo
por más tiempo.
Ella se estremeció y empezó a mover las caderas cada vez más deprisa, incapaz
de impedir que casi se aplastara contra su cara. Y esta vez, él no le ordenó que se
quedara quieta.
—Fóllame, por favor. Mientras aún me corro —suplicó.
Beckett la puso boca arriba y más arriba en la cama en un abrir y cerrar de ojos
y, al instante siguiente, la penetró con fuerza.
Él siseó mirándola fijamente a los ojos, y ella se agarró a sus bíceps sin dejar
de cabalgar el orgasmo más largo de su vida.
Sus cejas se inclinaron.
—No voy a ser capaz de alejarme de ti después de esto, lo sabes, ¿verdad?

235
CAPÍTULO TREINTA Y
DOS
Beckett se puso unos vaqueros y recogió una camiseta de su bolso, moviéndose
en silencio por la habitación del hotel aquella mañana, con cuidado de no despertar
a Sydney.
Se habían dormido hacia las dos de la madrugada después de una noche de
hacer el amor, y él había quedado con Jesse a las seis. Quería que Sydney descansara,
ya que cantaría esa noche. La idea de que ella sedujera a un psicópata lo volvía loco,
pero ¿qué podían hacer? Estaba seguro de que no quería que su falta de sueño la
despistara más tarde.
Se puso los zapatos y su mirada se detuvo en el hermoso recorrido de su
columna vertebral que conducía a las faldas de su culo. Las sábanas estaban
arrimadas al fondo de la cama, y ella tenía el brazo sobre la cabeza, con la cara vuelta
hacia un lado.
Dios, era preciosa. Y anoche había sido...
No tenía palabras para describirlo. Ella era única, eso estaba claro.
Demonios, ella le había pedido que la azotara en su segundo intento. Más
fuerte, le había suplicado, y había sido casi demasiado difícil para él hacerlo. No
quería hacerle daño. Pero ella gimió de placer al contacto. La huella de su mano había
quedado en la nalga de ella después de que le hubiera follado el coño por detrás y
se lo hubiera metido hasta el fondo.
Beckett se acercó en silencio a la cama e hizo todo lo posible por cubrirla sin
despertarla del sueño. Satisfecho de haberlo hecho sin molestarla, se volvió hacia la 236
bañera, que había desencadenado su comportamiento un poco loco y posesivo de la
noche anterior.
No tenía ni idea de si ella sería suya sólo para este viaje, y de que sólo habían
hecho el amor debido a su proximidad forzada. Y ese pensamiento hizo que sintiera
que su corazón pasaba por una picadora de carne mientras se dirigía a la puerta.
Pero necesitaba concentrarse. Empujar sus emociones a la esquina trasera de
su mente, algo que solía hacer muy bien. Hasta ahora. Hasta esta mujer.
Beckett la miró por última vez mientras dormía, con el corazón encogido sólo
de verla, y luego recogió la cartera, el teléfono nuevo y la tarjeta-llave y bajó a la
cafetería.
Vio a Jesse junto a la ventana que daba a la calle. Tenía un periódico delante y
una taza de café humeante en la barra pegada a la ventana a la que miraba. Estaba de
espaldas a la cafetería y, mientras Beckett hacía cola para hacer su pedido, miraba a
su alrededor en busca de cámaras.
Había una en el techo detrás de la caja registradora, pero estaba bastante
seguro de que Jesse estaba justo fuera de la línea de visión de la cámara.
Después de tomar su café negro en una taza, sacó su teléfono del bolsillo y se
unió a Jesse en la zona de la barra de pie. Guardó un poco de espacio entre ellos y
dejó la taza antes de desplazarse por el teléfono que Carter le había proporcionado
en el piso franco, asegurándose de que estuviera en silencio y no sonara.
—Me alegro de verte vivo —dijo Beckett una vez que se llevó el teléfono a la
oreja, fingiendo una llamada.
—Tú también. —Jesse dobló la sección de deportes del periódico y la colocó
junto a su café antes de abrir la sección de bolsa, fingiendo interés por Wall Street—
. ¿Compartiendo habitación con Sydney? Espero que no esté siendo demasiado dura
contigo —reflexionó.
—No, ella es bastante... —¿Suave? Decidió no terminar su línea de
pensamiento. Sería demasiado complicado. En lugar de eso, le contó lo mejor que
pudo lo que había pasado y sus planes para la noche anterior a la fiesta de Jorge del
viernes.
Jesse miró despreocupadamente por encima del hombro hacia la cafetería
antes de volver a concentrarse en hojear las páginas.
—Ella sabe que estás a salvo —añadió Beckett—. Bueno, tan a salvo como
puedes estar. Ella es fuerte.
Jesse dejó el periódico y dio un sorbo a su café, guardando silencio un rato
mientras procesaba la información que Beckett había compartido junto con su
mención de Ella. 237
Cuando Jesse desechó su café sobre la estrecha barra del bar, cambiándolo de
nuevo por el periódico, Beckett preguntó:
—¿Has podido hablar a solas con Ivy?
Jesse echó una rápida mirada de reojo a Beckett.
—Sí, tengo noticias que no quería compartir por teléfono. Y quería que fuera
contigo primero.
A Beckett se le subió el corazón a la garganta al oír sus palabras, dio por
terminada su falsa llamada y colgó el teléfono preparándose para las noticias.
—¿Te importa si echo un vistazo a la sección de deportes? —Señaló el periódico
de Jesse.
—Claro. —Jesse se lo deslizó mientras compartía—: Cora no salía con Jorge.
¿No lo hacía? Pero intentó no sacar conclusiones precipitadas por su uso del
tiempo pasado.
—Entonces, ¿quién?
—Vive en su finca, pero es porque su objetivo era alguien de su equipo de
seguridad que lleva una década con Jorge. Una presa más fácil, había dicho Ivy. Sin
dejar de adquirir su deseada vida de lujo. —Jesse hizo una pausa para que asimilara
la noticia—. Un hombre como Jorge es demasiado precavido para ser estafado.
—Demasiado reservado —tradujo Beckett, y el apodo volvió a tener sentido—
. ¿Estamos en lo cierto con la teoría del club y el intercambio de drogas? —susurró, y
luego hizo una rápida comprobación detrás de él para asegurarse de que seguían
solos aparte de unos cuantos hombres de negocios en la cola para el café—. ¿Te
mencionó Ivy el nombre de Héctor López?
—Sí, a ambos —confirmó Jesse—. Hace tres semanas, Cora llamó a Ivy asustada
cuando vio a Héctor en casa de Jorge en Santiago. Oyó que estaba allí con su primo,
negociando un trato para venderle el club a Jorge. Ella había planeado mantenerse
alejada de él, preocupada de que se acordara de ella, pero supongo que la vio y fue
entonces cuando te llamó. Pero fue la última llamada que hizo.
—¿Ha mencionado Miguel a Cora? ¿Sabemos si la han entregado al cártel?
¿Sigue viva? —se apresuró a preguntar en voz lo más baja posible.
—Sí, un.
Que se joda eso. Maldita sea. ¿Qué le preocupaba a Jesse compartir? ¿Cora ya
está muerta?
—Ivy sabía que Miguel iría a Chile a concretar la venta del club, así que ha
estado esperando su oportunidad para venir aquí. Para averiguar si Cora está viva.
—¿Y sigue viva? —preguntó Beckett, dispuesto a mantener la calma aunque 238
sentía el estómago jodidamente raro.
—Sí, sigue viva. Oí a Miguel mencionarla, pero Miguel no tiene ni idea de que
Cora e Ivy están emparentadas —dijo Jesse, y Beckett inclinó la cabeza hacia el techo
ante la noticia. Aún había una oportunidad de salvar a la madre de McKenna. No es
que supiera qué hacer con aquella mujer después de todo esto, pero le debía a su hija
intentarlo. Por eso estaba allí, ¿no?
—Pero hay algo que deberías saber antes de que comparta más. Algo que Ivy
me dijo. La otra razón por la que quería venir a Chile. Hay alguien más aquí que le
preocupa.
—¿Quién? —No pudo evitar concentrarse en Jesse con su pulso acelerándose
tan rápido.
—Cora tiene un hijo. Un hijo de cinco años.
El niño que Liam salvará el viernes es... ¿El hijo de Cora? Beckett sintió que la
sangre se le escurría de la cara, conmocionado.
—Beckett… —Jesse comenzó lentamente—, ¿hay alguna posibilidad de que
sea tuyo?

—Beckett, te he estado llamando. Has estado fuera dos horas. ¿Qué ha pasado?
—preguntó Sydney en cuanto entró en su suite del hotel.
—Mi teléfono se estropeó en el cenote —respondió, todavía aturdido.
—Carter te dio uno nuevo. Ayer llamaste a McKenna desde él. —Sydney se
puso delante de él y lo agarró del brazo—. ¿Qué te pasa? Háblame.
—Lo siento. —Se pellizcó el puente de la nariz, tratando de pensar con
claridad—. Necesitaba dar un paseo. —Pensó que sólo había estado fuera del hotel
unos treinta minutos. ¿Realmente habían pasado horas desde que se reunió con Jesse?
—Me estás preocupando. Por favor. —Le hizo un gesto para que se sentara en
la cama, pero él no podía moverse, así que se apoyó en la puerta y bajó la mano para
poder mirar a los ojos de aquella hermosa mujer.
Ella lo soltó y apretó el nudo de su bata de hotel de seda blanca. Llevaba el
cabello recogido en un moño desordenado con algunos mechones sueltos
enmarcándole la cara. Estaba... perfecta.
Miles. Cora tiene un hijo de cinco años llamado Miles. 239
Cerrando los ojos, Beckett recordó la última vez que había visto a Cora, seis
años atrás. Había dejado a McKenna en el rancho de sus padres después de que Cora
lo llamara y le rogara que se reuniera con ella en su hotel para hablar de su hija.
Sabía que ella debía de tener otra idea, otra estafa en mente, pero había
decidido escucharla por el bien de McKenna. Pero sus súplicas de otra oportunidad
para empezar de nuevo como una familia no eran sinceras, y sus palabras eran
huecas. ¿Cómo podía confiar en ella? En resumen, no podía.
¿Y por qué demonios no le habría tendido Ivy la mano, a pesar de su amenaza
de arrestarla hace dos años, si sabía que un niño de cinco años también estaba en
peligro?
Cora ordenó a Ivy que te hablara de Miles sólo cuando ella muriera. Así que,
cuando Cora no llamó el día que habían acordado, Ivy decidió que lo mejor que podía
hacer era dirigirse a México y acercarse al dueño del club Capone, ya que Cora le había
hablado del deseo de Jorge de comprar el local. Como Ivy nunca había tenido tratos con
el cártel y no había visto a Cora en seis años, pensó que estaría a salvo. Antes de ponerse
en contacto, Ivy quería ir a Chile y confirmar que Cora y Miles estaban vivos, le había
dicho Jesse cuando Beckett había planteado ese punto. Porque sí, Ivy era tan testaruda
como Cora, pero él sabía que Ivy no tenía deseos de morir y que no iría sola a la
batalla. Pero la maldita mujer podría haberle dado algún tipo de aviso.
Miles es el hermano de McKenna.
Dios, iba a vomitar. McKenna siempre había querido hermanos. Esperaba tener
un hermano o una hermana. Y Beckett nunca lo había tenido. No sólo eso, había
optado por hacerse una vasectomía hacía unos años.
—Beckett. —Sydney alcanzó su bíceps esta vez y apretó—. ¿Qué pasa? —El
sonido de miedo y preocupación en su voz le obligó a mirarla.
La mano de Beckett se deslizó de su pecho a su abdomen mientras trataba de
encontrarle sentido a todo aquello.
—Por favor, háblame —suplicó Sydney.
—Cora y Jorge no son pareja —consiguió decir con voz ronca—. Ella hizo su
estafa de seducción en un blanco más fácil. Uno de sus hombres de seguridad que
vive en el lugar. Pero teníamos razón, Héctor López la reconoció cuando viajó con
Miguel a Chile hace tres semanas. —La mente de Beckett repitió el resto de lo que
Jesse le había contado en la cafetería, y sus ojos se cerraron.
—¿Qué pasa?
—El cártel no sólo obtendrá la fórmula de la droga a cambio de Capone el
viernes. La transacción también incluye que Jorge entregue a Cora. Cuando se enteró
de que era una estafadora, a Jorge le preocupó que Cora se hubiera infiltrado en su
organización, así que pidió tiempo para interrogarla primero, y por eso eligió este
viernes para la... —Tragó saliva—. Fecha límite.
240
Plazo. Recordó las palabras de Sydney en el avión el otro día. En su trabajo, un
plazo significaba que alguien moriría si no lo conseguían.
—Entonces, todavía está viva. Tenemos tiempo. —El tono optimista de Sydney
le hizo abrir los ojos de nuevo. Probablemente a ella le parecía drogado. Sabía que
sus ojos tenían que estar rojos o sus pupilas dilatadas.
¿Cómo podría ocultarle esta noticia a McKenna? Un hermano.
—¿No son buenas noticias?
—El cártel quiere darle un escarmiento una vez que la entregue, y… también
quieren a su hijo. Es parte del trato.
Sydney le soltó ante sus palabras y dio un paso atrás.
—¿Tiene un hijo? —Su pecho subió y bajó con una respiración profunda—. ¿El
niño de cinco años que Elaina dijo que su padre tenía que salvar? Elaina insistió en
que Emily y ella vinieran aquí —susurró Sydney—, porque sabía que Liam, el mejor
francotirador del mundo, vendría después. Debe haber estado muy ligada a esta
visión porque él es el hermano de McKenna. De la familia.
Beckett asintió lentamente.
—Tiene cinco años —dijo suavemente, con los ojos brillantes por las
lágrimas—. ¿Existe la posibilidad de que ya estuviera embarazada cuando conoció al
guardaespaldas de Jorge? ¿Le hizo creer que el bebé era suyo cuando podría haber
sido...?
—Puede que haya sido un idiota al acudir a Cora cuando me pidió ayuda en el
pasado —empezó Beckett, dándose cuenta de que Sydney se preguntaba lo mismo
que Jesse—, ¿pero acostarme con ella hace seis años? —Negó con la cabeza,
recordando la actuación de mierda de Cora aquella noche y la advertencia que le
había hecho después para que se mantuviera alejada de él y de su hija—. Por
supuesto que no.

241
CAPÍTULO TREINTA Y
TRES
—Seguimos adelante con el plan —instruyó Carter a través del altavoz. Sydney
miró a Beckett sentado en el sofá dentro de la suite de Gray y Camila, donde se habían
reunido junto con Mya y Oliver—. La única razón por la que cambiaremos de rumbo
es si Héctor López se sube a un avión con destino a Chile.
Beckett parecía haber estado en el infierno, con los codos apoyados en los
muslos y la cabeza acunada en las palmas de las manos, y bueno, aún no había vuelto.
Un infierno de miedo, ira y duda se lo estaba comiendo vivo. Porque su hija tenía un
hermano, y ese niño estaba ahora en manos de un peligroso cártel mexicano.
Sydney sabía que Beckett haría absolutamente cualquier cosa por su hija,
evidenciado por el hecho de que había venido a Chile para salvar a una mujer que le
había jodido la vida diez veces. Era natural que también arriesgara su vida por Miles.
—¿Está claro? —preguntó Carter en respuesta al silencio de todos. A petición
de Beckett, Sydney había compartido todo lo que había aprendido de Jesse, y todos,
incluido su colíder Gray, parecían estar aún conmocionados.
—Entendido —dijo Oliver.
—Tal vez Beckett debería mantenerse alejado de Jorge esta noche —ofreció su
opinión Gray por primera vez, captando la atención de Beckett—. Jorge está
dispuesto a entregar a Cora y a su hijo, el hijo de su guardaespaldas, a cambio de un
club. Está claro que Jorge no trabaja con todas las de la ley o simplemente es malvado.
Tal vez ambas cosas. —Continuó Gray.
—No me arriesgaré a perder nuestra oportunidad de asistir a la fiesta del 242
viernes. —Beckett se puso de pie, con los ojos fijos en Gray—. Jugaré bien esta noche
si eso es lo que te preocupa.
Gray levantó las manos en señal de rendición, comprendiendo claramente que
Beckett derribaría a cualquiera que se interpusiera en su camino para rescatar a
Miles.
—¿Hemos sabido algo de Martín sobre el movimiento de Héctor López en
Tulum? ¿Alguna posibilidad de que Héctor tenga planes de hacer un movimiento
contra Martín antes del viernes? —preguntó Oliver.
Beckett volvió al sofá y Sydney ignoro el impulso de unírsele. Ofrecer consuelo
no era su fuerte, y sabía que él la necesitaba, pero el equipo estaba discutiendo su
misión, así que no era el momento ni el lugar.
—Martín cree que Héctor podría intentar ir por sus hombres desde que el cártel
se enteró de que eliminaron a sus hombres que iban por ti en la selva el domingo —
compartió Carter—. Si eso ocurre, estará preparado. Además, los amigos marines de
Mya están ahí como apoyo adicional. Te avisaré si algo cambia. Sólo concéntrate en
el plan esta noche.
—¿Ha habido suerte usando un alias para conseguir entradas para su fiesta de
cumpleaños temática de los veinte del viernes? —preguntó Camila a Carter.
—Sigo trabajando en ello —respondió Carter, y luego añadió—: Beckett, Elaina
me pidió que te recordara....
—Las rosas —lo cortó Beckett—. Las recuerdo.
¿Rosas? Sydney le echó un vistazo. Tenía los brazos y el cuerpo tensos mientras
cargaba con el peso de la noticia, y le estaba costando todas sus fuerzas hacerlo.
Carter repasó algunos detalles más, más bien órdenes, y luego terminó la
llamada.
Gray guardó su teléfono en el bolsillo y se pasó una mano por el cabello.
—Jesse se arriesgó al encontrarse contigo en esa cafetería —comenzó—, pero
supongo que entiendo por qué no pudo transmitir toda esa información a Carter. —
Se aclaró la garganta como si estuviera a punto de preguntar algo inquieto, pero sólo
dijo—: ¿Estás... bien?
Todavía había cierta tensión incómoda entre ellos. Pero podía ver que Beckett
estaba sufriendo.
Beckett miró a Gray, dándose cuenta de que la pregunta iba dirigida a él.
—¿Lo estarías?
—No —respondió Gray sin vacilar.
—Miles estará bien. —Camila se sentó junto a Beckett—. Elaina dijo que Liam 243
tiene que matar a alguien para salvar a un niño. Es Miles. Se salvará. —Miró alrededor
de la habitación, su mirada se posó en Sydney en último lugar—. Si de verdad creen
en el don de Elaina, todos tienen que recordar sus palabras ahora mismo. Dejen que
lo tranquilicen.
Beckett asintió, dejando escapar un profundo suspiro.
—Podemos hacerlo —dijo Mya, pero Sydney percibió un ligero temblor en su
voz.
Cuando la mirada de Sydney se encontró con la de Beckett, me vino a la mente
un recuerdo de algo que había dicho en aquel cenote. “Solía pasar el rato en un lugar
específico con regularidad, y allí fue donde conocí a un cantante”. Se le revolvió el
estómago al pensarlo. Mierda.
Mya tenía razón. Llevarían a cabo su plan, pero tendrían que desviarse del plan
original.
—Mya, ¿puedo hablar contigo a solas un minuto?
—Um, claro. —Mya se puso de pie, una mirada de confusión en su rostro acerca
de la repentina necesidad de privacidad—. ¿En mi suite?
Sydney asintió.
—Volveremos pronto —dijo, y se apresuró a salir de la habitación antes de que
nadie pudiera interrogarla—. Vaya, sí que has hecho una pared de sábanas entre las
camas, ¿eh? —preguntó Sydney cuando se quedaron solas y Mya se dejó caer en la
cama—. Lo hiciste para molestarlo, ¿verdad?
—¿Qué te parece? —La sonrisa de Mya se desvaneció rápidamente cuando sus
ojos se encontraron con los de Sydney—. ¿Qué pasa?
—No puedo cantar esta noche —reveló Sydney—. No puedo hacerle eso a
Beckett. —Cruzó los brazos y se apoyó en la pared detrás de ella, inclinando los ojos
hacia el techo—. No se enfadó sólo porque me ofreceré como cebo para seducir a
Jorge. —¿Por qué no se había acordado antes?—. Es como lo voy a hacer. —No es que
lo hubiera dicho, pero después del día que había tenido hoy, saber que McKenna
tenía un hermano, ¿cómo podía hacerle eso?
—¿Qué quieres decir? —preguntó Mya. Un latido después, su boca formó una
O al recordar la confesión de Beckett en el cenote—. Oh, joder.
—Cora estudió a Beckett en Los Ángeles antes de timarlo. Sabía que a él le
gustaba la música y consiguió trabajo como cantante en el club que frecuentaba.
Primero, lo sedujo con su voz antes de actuar como una damisela.
—Y no querrás que tenga que presenciar cómo seduces a Jorge de forma
similar. Usa tu voz para llamar su atención. —Mya se levantó de la cama—. Lo
entiendo, pero estoy segura de que lo entenderá. De eso hace ya más de trece años.
244
—Después de lo que supo de Cora y su hijo esta mañana, esas heridas están
tan frescas como si hubieran ocurrido ayer. —No había la más mínima posibilidad de
que ella le causara más daño a ese hombre haciéndole revivir su pasado viendo a
alguien que... bueno, que le importaba, cantar para otro hombre esta noche.
Mya asintió.
—No sólo McKenna tiene un hermano del que nunca supo nada, sino que su
madre no lo abandonó como hizo con McKenna —susurró Mya—. Circunstancias
diferentes. Pero no puedo imaginar cómo le sentaría esa noticia a una niña de trece
años si McKenna la oyera.
Una posibilidad con la que Beckett estaba más que lidiando: cómo contárselo
todo a McKenna.
—A Beckett le han tirado tanto encima. En cualquier caso, creo que sería una
mala idea para él verme allí cantando para Jorge. Le dijo a Gray que estaría bien,
pero no creo que debamos arriesgarnos. Podría estallar. Es... —Protector conmigo—.
Además, tú eres la que tiene las habilidades teatrales. Los musicales del instituto y
todo eso. Deberías hacerlo. —Se señaló la barbilla—. Mira mi cara. La gente piensa
que soy una zorra de corazón frío seis de los siete días de la semana por mi aspecto.
No puedo fingir seducir a Jorge. No se lo tragaría.
—En primer lugar, no tienes cara de zorra en reposo. —Sydney abrió la boca
para protestar, pero Mya hizo un gesto despectivo con la mano—. Y segundo, ya has
ido de incógnito antes. No me creo que no puedas manejar cualquier cosa que te
propongas. —Mya mantuvo las palmas abiertas esta vez—. Pero veo la forma en que
Beckett te mira. Probablemente perderá la cabeza si Jorge te pone una mano en el
brazo, y mucho menos si intenta algo más.
—Beckett irá hasta el fin del mundo por Miles pase lo que pase, ya que es el
hermano de McKenna. Pero eso no significa que no vaya a romperle la mandíbula a
Jorge en una fracción de segundo, teniendo en cuenta todo el estrés al que está
sometido. —Dejó que esa horrible escena se desarrollara en su mente e hizo una
mueca de dolor—. Entonces... ¿lo harás? ¿Sustituirme esta noche?
—Un pequeño problema. No conozco ninguna canción de los años veinte.
Sydney levantó el reloj y miró la hora. Aún no era mediodía.
—Tienes todo el día para aprender. Y esas canciones no tienen tanta letra.
Puedes hacerlo.
Suplicaría si fuera necesario. Ya se preocupaba mucho por Beckett, quizá más
de lo que debería en tan poco tiempo, y haría cualquier cosa por salvaguardarlo
cuando o si fuera posible.
Mya se apartó de Sydney y miró por la ventanilla hacia la hermosa cordillera 245
de los Andes.
—Syd, por supuesto —respondió, y Sydney la rodeó para establecer contacto
visual—. Eres mi mejor amiga. Te cubro las espaldas. Ya lo sabes. —Tomó la mano de
Sydney y la apretó—. Siempre.
—Prometí no ponerte en primera línea de operaciones, y aquí estoy pidiéndote
que arriesgues tu cuello.
—No correré peligro. —Mya le envió una mirada conmovedora y expresiva—.
Porque tú también me cubres las espaldas.

246
CAPÍTULO TREINTA Y
CUATRO
—¿Llevas eso puesto? —Oliver señaló a Mya, lanzándole una mirada de
desaprobación mientras Sydney se unía a los dos en el pasillo. Había optado por
prepararse en la suite de Mya, así que habían echado a Oliver hacía una hora.
—¿A diferencia de no llevar nada? —preguntó Mya, claramente amante de
provocar a este hombre.
—Da igual que no lleves nada —acusó Oliver mientras Sydney cerraba la
puerta y se apoyaba en ella mientras observaba sus idas y venidas.
—Esos vestidos las hacen parecer bailarinas exóticas de acompañamiento.
Todos los hombres del lugar —Oliver agitó una mano en el aire—, bueno, ya saben.
—No, creo que no. Deberías decírnoslo —dijo Mya, pestañeando
inocentemente. Cuando él se limitó a fruncir el ceño, ella le dio dos suaves palmaditas
en el pecho, como queriendo decir ya, ya y luego se apartó.
Oliver llevaba pantalones negros y una camisa blanca abotonada. Llevaba el
cabello castaño peinado hacia atrás, y esta noche parecía en parte mafioso y en parte
hombre de negocios.
Por otra parte, se supone que ninguno de nosotros debe parecerse a sí mismo.
Sydney centró su atención en el vestido de punto metálico dorado, con su
pronunciado cuello de campana. Sintió la tentación de dar una vuelta con sus tacones
dorados de pedrería, mostrando la espalda abierta de la silueta ajustada. Pero esta
noche le dejaría las bromas a Mya. Además, a Mya le tocaba ser la tentadora, y por
eso su vestido a juego era rojo sirena. 247
—Lo entiendo, lo entiendo —dijo Oliver cuando Mya giró como una bailarina
con los brazos sobre la cabeza—. Tú...
—¿Sexy? ¿Ardiente? ¿Guapísima? —Mya se pasó una mano por su brillante
melena oscura. Sydney y ella se habían peinado a la moda vintage, con rizos
apretados sobre un hombro.
Oliver aún no había cerrado la boca ni la había utilizado para juntar palabras y
formar frases después de que Mya lo cortara.
—¿Aún tienes lengua de gato? —Mya se acercó y golpeó juguetonamente a
Oliver en el costado con el codo, liberándolo de cualquier hechizo en el que hubiera
caído.
—Mi lengua está bien —dijo Oliver, con la voz tensa y más grave de lo normal—
. Espero no tener que matar a algún idiota antes de lo necesario. Y ustedes dos con
esos vestidos van a llamar mucho la atención.
—¿A diferencia de las bolsas de basura que llevamos normalmente? —replicó
Mya—. Joder, quién iba a decir que los diamantes de imitación nos hacían de repente
tan atractivas.
—Claro, claro. —Oliver puso los ojos en blanco.
Sydney sacó su teléfono de su bolso de mano a juego y miró la hora mientras
se dirigían a la habitación de Gray y Camila.
—¿Ensayaron todo el día? —preguntó Oliver, devolviendo la mirada a Sydney,
que iba detrás de los dos no tan tortolitos.
—Sí, lo hicimos. —No era mentira. Sydney había ayudado a Mya a aprenderse
la letra de un puñado de canciones, y Mya tenía un talento innato. Su voz era mejor
que la de Sydney, al igual que sus dotes interpretativas. Entre las seductoras
interpretaciones de Mya de canciones de la época favorita de Jorge y aquel vestido
bomba, estaba segura de atraer la atención del hombre. Al igual que todos los demás
hombres del lugar.
Oliver llamó a la puerta de Gray y, cuando abrió, estaba tan elegante como él.
Pantalones negros y camisa negra abotonada. También llevaba el cabello peinado en
lugar de escondido bajo una gorra de béisbol hacia atrás, como era habitual en él.
Gray entró en el vestíbulo, dejando que la puerta se cerrara tras él.
—Camila se está vistiendo en el baño. Debería salir en breve.
Sydney volvió a guardar el teléfono en la cartera y deseó por enésima vez que
contuviera un arma, pero al menos los hombres de Camila vigilaban el hotel. El hecho
de que ella no hubiera detectado su ubicación significaba que hacían bien su trabajo.
—Están muy guapas —dijo Gray con una cortés inclinación de cabeza. 248
—Ves, eso es lo que se suponía que tenías que decir. No es que parezcamos
strippers —reprendió Mya, dándole otro codazo a Oliver.
—Hazlo una vez más y puede que te ponga sobre mis rodillas y... —Oliver dejó
la frase sin terminar y apretó la mandíbula.
Sydney soltó una carcajada al pensar en Oliver dándole unos merecidos azotes
a su amiga. Aunque Mya podría beneficiarse de ello. La noche anterior, Sydney había
disfrutado mucho con la firme palma de la mano de Beckett en la nalga.
—Sí, buena jugada cerrar la boca y no cruzar esa línea —advirtió Gray.
Pero ya se habían cruzado muchos límites desde que Beckett y Oliver
aparecieron el domingo y les arruinaron las vacaciones a Mya y a ella. Y ahora
estaban aquí el miércoles por la noche, con un plazo inminente y un niño de cinco
años al que salvar.
—¿Lista para esta noche? —preguntó Gray, redirigiendo la conversación hacia
la misión que tenía entre manos, obligando a Sydney a desechar sus emociones y
volver a centrarse.
—Creo que sí —respondió Sydney.
—¿Puede Beckett realmente manejar esto? ¿Manejarlo de verdad? —Gray
captó los ojos de Sydney, una mirada preocupada—. Yo perdería la cabeza si fuera
él.
—Lo mismo —aceptó Oliver cuando las puertas del ascensor sonaron en el
pasillo y Sydney se giró para ver a Beckett salir.
Mío. Esa fue la primera palabra que le vino a la cabeza al verle con aquellos
pantalones negros y una fina camisa gris tipo jersey que dejaba ver sus anchos
hombros y su pecho de tonel. Dios, el hombre era guapo, y a ella le encantaba su
aspecto sexy y distinguido. Un caballero, pero uno que se la follaba como un...
Mientras las largas piernas de Beckett lo llevaban por su camino, se pasó una
mano por el lateral de su cabello oscuro, que esta noche estaba tan resbaladizo como
el de Oliver y Gray.
Beckett se detuvo junto a Oliver y éste inclinó la cabeza en señal de saludo.
Aquella mirada gastada y triste que se aferraba a sus ojos marrones fue todo lo que
necesitó para volver a la realidad.
—¿Lista? —La suave voz de Camila y el cierre de la puerta de la suite hicieron
que Sydney se girara en su dirección, ansiosa por ver lo que había optado por
ponerse esta noche. Pero antes de que pudiera apreciar realmente el impresionante
conjunto que llevaba su nueva amiga, la reacción de Gray captó la atención de
Sydney.
El hombre parecía que acababa de ver a una mujer hermosa por primera vez 249
en su vida mientras la devoraba con los ojos. Camila era una visión en su vestido
negro de satén que le llegaba a la mitad del muslo, y el estilo entrecruzado se hundía
en la parte delantera, revelando una gran cantidad de escote.
Se había peinado el cabello largo para que le colgara de un hombro, dejando
al descubierto un pendiente colgante.
—Eres un bombón. —Sydney no quería ser demasiado optimista y pensar que
otra mujer estaba llamando la atención de Gray. Pero podía tener esperanzas, ¿no?
No estaba segura de que Gray estuviera listo para enamorarse, pero se
merecía un poco de deseo y pasión en su vida. Todos lo merecemos. Y ella no se había
dado cuenta hasta México.
—Hagámoslo. —Camila les hizo un gesto para que se pusieran en marcha.
Carter había enviado un mensaje de texto al equipo hacía veinte minutos
diciendo que la cantante principal se consideraba que no se había presentado, así
que el plan se estaba cumpliendo. Al menos, hasta el momento. Y uno de los
compañeros de Camila confirmó la llegada de Jorge al club hacía diez minutos y que
ahora estaba con Miguel y el científico de Camila. Jesse e Ivy también estaban en la
mesa de Jorge.
Sydney se quedó atrás mientras todos se dirigían a los ascensores y agarró el
brazo de Beckett.
—¿Estás bien? —susurró.
—No —dijo mientras se giraba hacia ella—. Pero saldré de ésta —añadió esta
vez con voz más áspera.
—Te tengo —prometió y le dio un rápido apretón en el brazo.
—No sé si me lo merezco. —Sus palabras la hicieron detenerse. Captó los ojos
de Mya en el pasillo y le hizo un gesto con la mano para que bajara sin ellos.
—Estaré allí en un segundo —dijo a los demás, y Gray asintió antes de
desaparecer en el último ascensor.
—¿Por qué no me merecerías? —Supuso que eso era lo que él había insinuado,
y las manos de él metiéndose en los bolsillos y la tensa tensión de su mandíbula
hicieron que su preocupación volviera a apoderarse de ella. Su mirada oscura se
cruzó con la suya y ella aspiró con fuerza.
—Porque estamos en esta situación por mi culpa. Porque fui tan estúpido como
para dejarme timar por Cora y...
—La odio por hacerte daño. Por herir a McKenna. Pero ella es tu pasado. —
Sydney buscó su mano y puso su palma sobre su corazón—. Yo estoy aquí. Tu 250
presente. —¿Tu futuro?
Alisó el pulgar con pequeños movimientos de vaivén donde su mano yacía
cerca del pecho de ella.
—Nunca te haría daño de esa manera —se encontró prometiendo porque, en
cuestión de días, este hombre había revivido partes de ella que habían estado
muertas o dormidas durante años.
—Lo mismo —susurró, la mirada de sus ojos decía mucho más que esa sola
palabra.
Ambos asintieron en silencio y se dirigieron al club.
Sydney vio a su equipo a dos mesas de distancia de la de Jesse antes de que su
mirada se dirigiera a Ivy, sentada entre él y Miguel. Pero antes de que Sydney tuviera
la oportunidad de evaluar realmente a la estafadora, el multimillonario se puso en pie
maldiciendo.
—¿Cómo que el cantante no ha aparecido? —gritó Jorge en español a un hombre
que Sydney supuso que era el gerente y que estaba a su lado.
Sydney se sentó frente a Beckett, con los ojos clavados en Mya, sentada a su
lado.
—¿Estás lista? —Mya inclinó la cabeza, nerviosa, pero no perdió tiempo y se
puso en pie.
—Espera, ¿qué estás haciendo? —Oliver agarró la muñeca de Mya y tiró, pero
ella le ignoró.
—Ha habido un cambio de planes. —Sydney miró a Beckett—. Mya va a cantar
esta noche en su lugar.
—Disculpe —llamó Mya hacia la mesa de Jorge—. Me encantaría cantar con la
banda.
Jorge y el gerente giraron la mirada hacia ella.
—¿Quién eres? —preguntó el gerente.
Miguel estaba ahora de pie junto a Jorge, susurrándole algo al oído mientras
ambos estudiaban la mesa de Sydney.
—¿Sabes cantar música de los años veinte? —le preguntó Jorge a Mya en
inglés.
—¿Por qué no juzgas tú eso? —preguntó Mya, interpretando ya perfectamente
el papel y acercándose un poco más a su mesa.
Jorge le dijo algo al encargado y luego asintió a Mya. 251
—Ve por ello, guapa. Gáname. —Le dedicó una sonrisa antes de volver a
sentarse.
—Dadme unos momentos para hablar con la banda —pidió Mya.
—Cinco minutos —le dijo Jorge.
—¿Qué demonios está pasando? —siseó Oliver—. ¿Por qué está haciendo esto?
Antes de que Sydney pudiera explicárselo, Beckett se puso en pie y rodeó la
mesa. Le tendió una mano.
—Una palabra, por favor.
Sydney se levantó y aceptó la palma de la mano de Beckett. La guió por un
pasillo poco iluminado y la inmovilizó contra una puerta, la madera fría contra la piel
expuesta de su espalda.
Ladeó la cabeza, estudiándola.
—¿Por qué?
—Hay varias razones, pero sinceramente, no me atrevía a ser como Cora —
susurró—. Cantar y seducir. Estafar.
Beckett siguió mirándola en silencio.
—Después del infierno por el que has pasado… —Liberó un áspero aliento de
sus pulmones antes de continuar—: Prometí que no te haría daño, y si lo hiciera y....
Beckett dejó caer su boca sobre la de ella, robándole las palabras. Le sujetó la
cara con suavidad mientras la besaba con fuerza y tanta pasión que ella olvidó dónde
estaban.
—Tú —dijo entre besos—. No sé qué decir. —Otro beso rápido antes de
apartarse ligeramente—. Lo eres todo para mí.
La sinceridad de sus palabras la golpeó directamente en el corazón, y su boca
se quedó inmóvil contra los labios de él.
Beckett se echó hacia atrás para mirarla a los ojos mientras buscaba qué decir,
pero al oír el sonido del saxofón, giró la cabeza hacia la música que venía del
comedor.
—Deberíamos volver. —Se apartó de la pared—. Estaban tocando esta canción
en Capone el fin de semana pasado —comentó mientras Mya empezaba a cantar la
letra que Sydney le había enseñado antes para “It Don't Mean A Thing”.
La banda detrás de Mya canturreó “Do-op, do-op, do-op” justo cuando Sydney
y Beckett volvieron a entrar en la sala, y Sydney se centró en Jorge, que parecía ya
enamorado de Mya.
Sydney captó los ojos de Jesse cuando se acercaron a su mesa, su mirada bajó 252
rápidamente para que no revelaran que se conocían. Aunque era difícil no mirar a
Ivy, que estaba entre Jesse y Miguel, y lanzarle puñales.
Beckett apoyó la palma de la mano en la espalda de Sydney y su tacto ayudó a
calmar sus nervios. Le acercó la silla a la mesa y la acomodó.
Cuando Sydney levantó la vista, vio a Camila dándose golpecitos en la boca, y
oh...
Mi lápiz labial. Probablemente manchado. Se pasó rápidamente un dedo por
debajo del labio inferior con la esperanza de borrar la evidencia de su sesión de
besos con Beckett y asintió.
Cuando terminó la canción, Jorge se puso en pie aplaudiendo con entusiasmo
y le hizo un gesto a Mya para que continuara. Pero cuando bajó a su asiento, su mirada
se desvió hacia Sydney, provocándole un escalofrío al ver que le prestaba toda su
atención. Levantó su copa hacia ella mientras hablaba con el gerente del club que
estaba junto a su mesa. El gerente centró su atención en Sydney antes de asentir como
si Jorge le hubiera dado una orden.
—Creo que el plan funciona —dijo Camila cuando el encargado se acercó a su
mesa con dos botellas de vino y seis copas.
—Cortesía del señor Rojas. —El hombre empezó a descorchar una de las dos
botellas.
Mya estaba en su segunda canción, y su actuación fue estelar. Gracias a Dios
por sus dotes dramáticas. Pero ahora Sydney tenía que entrar en el ritmo de la
operación encubierta. No le gustaba beber en una operación, pero ¿qué otra opción
tenía ahora? Jorge les había enviado vino, y si lo rechazaban, su plan se desmoronaría
rápidamente.
—Dígale que gracias —respondió Sydney con un gesto de la cabeza al
encargado mientras aceptaba la copa. Tomó un pequeño sorbo del tinto, y fue suave
en su boca. Un toque de cereza, que ya no la provocaba. Las cerezas y ella volvían a
ser buenas. Estaba segura de que tenía que agradecérselo a Beckett. Había
conseguido liberar su mente de cualquier rastro emocional relacionado con la
traición de Alice.
—Tranquilo —comentó Gray cuando Oliver se bebió la mitad de su copa de
dos grandes tragos—. ¿Estás nervioso o algo?
Oliver señaló con el pulgar hacia el escenario donde tocaba la banda.
—Mya está ahí arriba, y se supone que yo soy su chico, ¿no? Y ahora hay una
sala llena de hombres mirándola como si quisieran comérsela. Puede que tenga que
jugar a los puñetazos pronto.
Camila soltó una risita, apenas audible por encima de la música. 253
—¿Luchar, quieres decir? ¿Defender tu hombría si alguien intenta ir por tu
chica?
—Quiero decir, si estoy jugando a ser su novio, ¿no debería hacerlo? —Oliver
bebió el resto de su vino como si fuera un chupito de tequila.
—Hombres —dijo Camila en voz baja—. Queremos que Mya llame la atención
de cierto hombre —le recordó a Oliver.
—¿Pero de verdad? —Oliver hizo una mueca y volvió a centrarse en Mya—. Es
que tengo un jodido mal presentimiento —añadió en voz demasiado baja para que
nadie de fuera de su mesa pudiera oírlo.
Y cuando Sydney miró más allá de Beckett, encontrando a Miguel centrado en
ella de nuevo, se le apretó el estómago.
—Sí —susurró—. Quizá yo también.

254
CAPÍTULO TREINTA Y
CINCO
Beckett estaba a dos segundos de matar a un tipo. A cualquier maldito hombre.
A cualquier hombre. De todas las malditas maneras. Todos parecían estar
acercándose a él y a Sydney en la pista de baile. Van a intentar robármela. Quitármela.
—Algo no va bien. —Beckett estrechó a Sydney contra su cuerpo mientras
bailaban al son de la música española que ahora sonaba en lugar del jazz de los años
veinte.
Después de que Mya cantara unas cuantas canciones más, Jorge pidió que
todos se unieran a su mesa, y un DJ tomó el relevo con un chasquido de dedos del
multimillonario.
Ahora estaban apiñados en la pista de baile interpretando su papel de parejas,
pero algo iba mal. No podía estar borracho. Apenas había terminado una copa del
vino que Jorge les había enviado a la mesa.
—Dime que no hay un montón de tipos pululando entre nosotros ahora mismo
—dijo Beckett mientras Sydney giraba las caderas, restregándose contra él al ritmo
sensual de la música.
—¿Qué chicos? —La música estaba alta, pero aun así, ¿sonaba tan “apagada”
como él se sentía? Somnoliento o mareado, tal vez. Sydney miró a izquierda y
derecha, agarrándose a sus hombros como si fuera a perder el equilibrio—. No, no
hay chicos. Bueno, no una colmena de ellos o lo que sea que estuvieras diciendo —
balbuceó.
¿Sydney arrastra las palabras? 255
—Algo va mal —murmuró de nuevo, intentando dar sentido a las extrañas
sensaciones que fluían por su cuerpo.
Seguro que no debería estar alucinando por una copa de vino.
Beckett cerró los ojos y sacudió la cabeza, agradecido al ver que el “enjambre
de hombres” había desaparecido cuando volvió a abrirlos. Nadie intentaba llegar
hasta Sydney y llevársela. En su lugar, vio a Gray y Camila bailando cerca. Camila
parecía moverse tan eróticamente como Sydney, y dudaba que estuviera actuando.
¿Dónde están Oliver y Mya? Buscó por la pista de baile sin perder de vista a
Sydney y divisó a Mya con una pierna sujeta a la cadera de Oliver mientras éste la
sumergía por la espalda y arrastraba lentamente una palma de la mano entre sus
pechos. Maldita sea.
Cuando apartó su atención de la zona de baile y se dirigió a las mesas, vio a
Jesse allí, un recordatorio de que estaban encubiertos. Jesse le dijo algo, pero no
pudo leer sus labios. Estaba demasiado mal de la cabeza para saber lo que pasaba.
—Bueno, me siento fantástica —declaró Sydney, agarrándole la nuca y
acercando su cara a la suya. No estaba borracha de lujuria. La mujer estaba
borracha—. Quiero que me hagas el amor. Llévame de vuelta al pasillo —le murmuró
al oído—. Sujétame las bragas a un lado, méteme la polla y empújame contra la pared.
Espósame. Azótame. Fóllame —ronroneó—. Lo que tú quieras, yo quiero.
Las rodillas de Beckett se doblaron ante sus palabras, y su polla se puso dura.
¿O tal vez ya estaba dura? Estaba tan confundido.
—Tómame. Ahora —suplicó, luego acercó su boca a la de él y se estremeció
contra él.
—Cariño —dijo, sin saber a dónde quería llegar con esa frase, porque volvía a
sentirse mareado y aturdido. El deseo echó raíces en su mente. Se estaba apoderando
de su cuerpo. Y sintió la tentación de llevarla al vestíbulo y sacarle la picardía. Hacer
que se comportara. Que se portara bien con él.
—Joder, eres preciosa. —Oyó que Gray le decía a Camila, lo que lo distrajo
momentáneamente de tomar a su chica mala sobre sus rodillas y ponerle la huella de
la palma de la mano en el culo mientras la penetraba con fuerza como había hecho la
otra noche.
—Algo no va bien —recordó, intentando centrarse. Pasar del modo dormitorio
al modo sheriff. Recuperar sus sentidos. Los cinco. ¿O son seis? Mierda, me estoy
volviendo loco.
—Algo va mal —anunció una voz grave cerca de allí, y Beckett encontró a Jorge
a sus nueve en punto, con un puro colgando de los labios como si fuera Tony Montana
en Scarface. 256
¿No era Capone apodado Caracortada? La mitad de mi cerebro está funcionando,
al menos.
—¿Qué pasa? —Beckett le preguntó a Jorge mientras Sydney seguía bailando
en sus brazos, apretando su coño contra su polla como si no tuvieran ninguna barrera
de ropa entre ellos.
—Estamos en este club cuando deberíamos ir todos a mi casa. Eso es lo que
está mal —compartió Jorge una vez que se quitó el cigarro de entre los dientes—.
Llevaremos la fiesta allí. Más intimidad, si me entiendes. —Sonrió, y su mirada se
dirigió a Sydney.
A mi mujer.
No.
No puedes tenerla.
La estrechó contra su cuerpo de forma protectora, dispuesto a tirarse al suelo
y echar por tierra el plan... había habido un plan, ¿verdad? ¿Qué estaba pasando
ahora? ¿Por qué estaba la habitación tan patas arriba y de lado?
Jorge sonrió, y realmente se parecía a un joven Al Pacino.
—No la tocaré —prometió Jorge, sin que su promesa tuviera ningún peso para
Beckett. Y entonces el imbécil se inclinó más cerca y susurró—: Pero me encantaría
mirar.
¿Observar? Beckett cerró los ojos cuando otra extraña sensación le recorrió la
espina dorsal y lo hizo sentirse condenadamente extraño.
—¿Observar qué?
—Cariño. —La voz de Sydney lo hizo abrir los ojos, luchando por aguantar. Para
no perder el conocimiento, que era lo que había jurado que estaba a punto de
suceder—. Quiere vernos hacer el amor.
—Buena chica. —El comentario de Jorge hizo que Beckett soltara a Sydney, su
atención se centró en la mandíbula del hombre que estaba a punto de romper.
El deseo de golpear a este cabrón ahora triunfaba sobre su deseo de tener
sexo.
¿Deseo?
Se quedó quieto mientras pensaba en las botellas de vino. Estaban sin abrir,
pero...
Ohhhh, jodeeeeeeer.
La droga del “deseo”. Todo se le vino a la cabeza. ¿Los utilizó el científico como
sujetos de prueba para mostrar al cártel los efectos de su fórmula? ¿Habían drogado
las botellas de vino antes de descorcharlas?
257
Se sentía como si estuviera dentro de una pesadilla. Seguramente no era así
como se sentiría una droga “Éxtasis con esteroides”.
—¿Estás bien? —Jorge lo estudió mientras su sonrisa se estiraba. Y en la mente
de Beckett, se estaba transformando en ese gato raro de Alicia en el País de las
Maravillas. Su hija tenía buen gusto. Ella no era fan de esa película. Ahora oficialmente
también la odiaba.
Cuando Sydney se agarró a Beckett como si fuera a caerse, él aseguró sus
manos alrededor de sus caderas. Pero la habitación volvía a dar vueltas.
Sydney se tomó dos copas de ese vino, y si sólo una le estaba haciendo tanto
efecto, maldita sea...
Aparecieron más hombres imaginarios, ahora con esas sonrisas de gato de
Cheshire. Pero esta vez, eran reales. Alcanzándolos. A Sydney. Su mujer.
Y entonces todo se volvió un gran borrón.

258
CAPÍTULO TREINTA Y
SEIS
Beckett se sobresaltó y apartó la boca de la de Sydney al oír el eco de un cristal
rompiéndose por toda la habitación. Sintió como si se moviera bajo el agua mientras
giraba el torso y descubría el origen del ruido: un gran jarrón yacía destrozado en el
suelo, con rosas rojas como la sangre esparcidas entre los escombros.
—Rosas —murmuró Beckett mientras observaba su entorno y se esforzaba
como un demonio por liberar su mente de la niebla que nublaba su memoria—.
¿Dónde estamos?
Camas y sofás situados al azar en la enorme sala. Techos altos. Ninguna
decoración en las paredes aparte de las... ¿cadenas? ¿Qué demonios estaba pasando?
Volvió a centrar su atención en Sydney y la levantó cuando empezó a
desvanecerse entre sus brazos. Estaba totalmente ida, con los ojos cerrados y las
caderas contoneándose al ritmo de una música que sólo ella parecía oír.
Nos drogaron. Ahora lo recordaba. Jorge los había llevado a todos a su finca en
uno de sus todoterrenos. ¿Pero cuándo fue eso? ¿Cuánto tiempo habían estado allí?
¿Horas? ¿Minutos?
—Necesito que me hagas el amor. Por favor —suplicó Sydney, apretándose
contra él como si estuviera recuperando el aliento.
—Rosas —repitió, recordando de pronto la advertencia de Elaina.
Ordenándose a sí mismo para liberarse del estupor, le dio a Sydney una rápida
sacudida y luego acercó la boca a su oído—. Tenemos que parar. No podemos
hacerlo. Estamos drogados —dijo con urgencia—. Alguien puede estar vigilando. 259
¿Y por qué hacía tanto calor como en sauna?
Mechones de cabello de Sydney se aferraban a los riachuelos de sudor que se
deslizaban por su cuello y desaparecían en su escote. Menos mal que aún llevaba
puesto el vestido.
—¿De qué estás hablando? —murmuró, sus ojos se abrieron y volvieron a
cerrarse.
—Gray. Mya. Los demás —dijo Beckett, con sus recuerdos flotando lentamente
hacia la superficie. Todos habían estado en el todoterreno, así que debían de estar
allí, en alguna parte.
Sin soltar a Sydney, giró lentamente en círculo y buscó en la mazmorra sexual.
Sofás y sillones de terciopelo, lujosas camas, enormes plantas en macetas, equipos
de bondage y muebles que probablemente habrían rivalizado con los clubes de lujo
que él sabía que existían en Los Ángeles.
¿Y eran Oliver y Mya apoyados contra una pared de cuero rojo besándose?
Aún no había rastro de Gray y Camila, pero podrían estar ocultos por uno de
los muchos tabiques de dos metros de altura que separaban la sala.
—Necesito detenerlos antes de que hagan algo de lo que se arrepientan. —
Drogados o no, sabía que Gray y Oliver nunca serían capaces de perdonarse por
tener sexo bajo los efectos del alcohol.
—Estoy tan confundida —dijo Sydney mientras luchaba por encontrar el
equilibrio, entonces él la levantó en sus brazos.
—Cariño —dijo él, rozando sus labios con los de ella mientras ella enganchaba
los brazos detrás de su cuello—, necesito que luches contra esto. Que lo superes. Nos
drogaron en el club. Estamos en casa de Jorge.
La llevó hasta un sillón de cuero negro cercano y la dejó bajo antes de fijarse
en una pared compuesta por un espejo gigante a unos seis metros de distancia.
Sujetos de prueba. Nos están observando, ¿verdad? Viendo lo que la droga nos
hace.
Beckett separó los brazos de Sydney de su cuello y le examinó los ojos. Tenía
las pupilas totalmente dilatadas.
Ella era mucho más pequeña que él, y el vino le había dado de lleno.
—Quédate aquí —le ordenó, aunque tenía los ojos cerrados y la cabeza
inclinada hacia un lado.
Beckett arrastró el culo hacia Oliver, cada movimiento le provocaba un intenso
mareo. A pesar de las náuseas, tenía que seguir. 260
Oliver tenía a Mya inmovilizada contra la pared, con los brazos estirados por
encima de la cabeza, y le sujetaba las muñecas con una mano mientras se besaban.
—Oliver. Deja. De. Joder. De. Una. Puta. Vez —siseó Beckett, pero sus palabras
cayeron en saco roto—. Oliver —gritó, tirándole del brazo esta vez, y luego miró
discretamente hacia la pared de espejos. En cuanto quienquiera que estuviera
observando se diera cuenta de que Beckett ya no estaba bajo los efectos de la droga,
podría entrar en la habitación. En cuyo caso estarían todos jodidos—. Para. —Tiró con
más fuerza del brazo de Oliver, obligándolo a soltar las muñecas de Mya.
—¿Qué demonios? —preguntó Oliver, y aunque confuso y todavía ligeramente
drogado, tuvo la presencia de ánimo de agarrar a Mya mientras empezaba a
deslizarse por la pared de cuero.
—El vino estaba drogado —explicó Beckett, esperando no tener que dar más
detalles con posibles ojos sobre ellos.
—Joder. —Oliver parpadeó y miró a Mya mientras ella lo agarraba de la
camisa, lo atraía hacia sí y plantaba sus labios en los de él. Mierda. La droga aún
parecía tener un sólido control sobre Oliver, que le devolvía el beso con avidez.
—Maldita sea —maldijo Beckett mientras los obligaba a separarse como dos
adolescentes en un baile de instituto. Ambos se resistieron, intentando no soltarse—.
No tengo tiempo para esto. —Tenía que encontrar a Gray.
Beckett estaba a punto de dejar inconsciente a Oliver para alejarlo cuando éste
finalmente “despertó” de nuevo y puso las palmas de las manos en señal de rendición
entre él y Mya.
—Mierda, esta cosa es poderosa —dijo Oliver—. ¿Por qué estás bien?
—Sólo tomé una copa. Tuviste...
—Más —terminó Oliver por él, y luego ayudó a Beckett a guiar a Mya hasta el
sofá.
—No te muevas. Tengo que encontrar a Gray —ordenó mientras Mya se
acurrucaba junto a Oliver y él la atraía hacia sí—. No la toques.
—No lo hago. Sólo la sostengo —dijo Oliver, arrastrando la mano libre por la
cara y asintiendo. Pero, ¿volvería a ser víctima de la droga? Beckett no estaba tan
seguro, así que tuvo que darse prisa—. Y no la toques. —Señaló a Sydney—. O te
mataré.
Oliver inclinó la cabeza y cerró un ojo.
—Entendido —dijo con un movimiento de cabeza que no resultó muy
convincente.
Beckett corrió a través de lo que parecía un laberinto de desenfreno para
encontrar a Gray y Camila. Había otra sección espejada de la pared a su izquierda y
261
otra más abajo. Jorge necesitaba acceso visual a múltiples puntos de vista durante los
espectáculos sexuales que debía haber realizado para él mientras miraba.
Beckett sintió un gran alivio al ver a Gray en el tabique contiguo y al saber que
ya estaba intentando detener a Camila.
—Estás drogada. No podemos. Detente —dijo Gray, luchando por inmovilizarla
contra su armazón para impedir que se desnudara.
—¿Necesitas ayuda? —gritó Beckett al acercarse.
—¿Sigues poseído o estás bien? —preguntó Gray.
—Casi todo bien —respondió Beckett, agradecido de que Gray estuviera tan
lúcido como él. Necesitaba toda la ayuda posible.
—¿Está Sydney...? —Las palabras de Gray se cortaron cuando Camila se
abalanzó sobre él y lo besó, sus manos buscando su cremallera.
Beckett se acercó para ayudarla y la sujetó suavemente la muñeca,
deteniéndola a mitad de la cremallera.
—Camila —empezó—, tienes que intentar recordar... —¿Estaba malgastando
sus palabras? Parecía tan poseída como Mya—. Tengo a los otros en uno de los sofás.
Llevémosla allí. Podemos vigilarlos hasta que averigüemos cómo salir de aquí —
sugirió a Gray—. Creo que he bebido menos vino que tú. Yo la llevaré. Tú sujétale las
manos para que no me pegue.
—¿Estaba en el vino? ¿Así es como lo hicieron? —maldijo Gray mientras
Beckett levantaba a Camila, que por suerte no intentó besarlo. ¿Significaba eso que
la droga sólo despertaba deseos que ya estaban dentro de una persona? ¿Quería a
Gray?
—Supongo que sí —dijo Beckett mientras dejaba a Camila en el sofá junto a
Sydney, que parecía dormida.
—¿Recuerdas lo que pasó esta noche? —preguntó Gray, con una mano
rodeando su cuello y una mirada atormentada en sus ojos.
—Sólo bailando. Creo que esperaban que nos acostáramos aquí mientras
miraban, pero afortunadamente no fue así. —Beckett inclinó la barbilla hacia la pared
de espejos, suponiendo que todavía tenían ojos sobre ellos—. Las instrucciones que
me dio Elaina fueron que me detuviera cuando viera las rosas —añadió mientras
señalaba las rosas que yacían entre fragmentos de cristales rotos en el suelo.
—Gracias a Dios —comentó Gray, dejándose caer junto a Oliver, que dormía
profundamente con Mya dormitando, con la cabeza apoyada en su hombro—. Si
Miguel está al otro lado de esa pared de espejos, entonces Jesse también. —Bajó la
voz y añadió—: Nos habría impedido hacer algo impensable si hubiera tenido que
hacerlo. 262
—Cierto. —Beckett se sentó y tiró de Sydney contra su cuerpo exhausto—.
Supongo que esperaremos hasta que decidan entrar. Pero mantengan los ojos
abiertos. No quiero que nadie se acerque a ellos.
—Esa droga es potente —susurró Gray unos silenciosos minutos después.
—En el club, no dejaba de pensar que alguien me quitaría a Sydney. No
esperaba que la paranoia fuera un efecto secundario. —El hecho de que compartiera
eso con Gray significaba que la droga seguía muy presente en su organismo.
La mirada de Gray se dirigió a Camila.
—Y no puedo creer...
¿Te estabas besando con ella? Antes de que ninguno de los dos pudiera
continuar, unas puertas dobles que daban a la habitación se abrieron.
Jorge fue el primero en entrar en la habitación, Jesse en el pasillo detrás de él.
—Nada que ver esta noche. Una lástima. Esperaba que después de horas
bailando aquí, hubiera ocurrido algo más emocionante. Pero mis hombres sólo
vinieron a avisarme que todos parecían estar durmiendo.
¿Bailando durante horas? No me extraña que su cuerpo estuviera fatigado. Y
diablos, ¿qué hora era?
—Quizá se unan a nosotros en mi fiesta de cumpleaños mañana por la noche.
Creo que no tomaron la cantidad adecuada de vino para —Jorge se acarició la
mandíbula—, aflojarse lo suficiente.
¿Jorge quería aumentar la dosis de la droga y probarla en ellos otra vez? Sí,
vete a la mierda. Pero si Jorge iba a dejarlos salir de allí con vida, eso era lo único que
importaba.
—Descansen un poco. Aquí hay muchas camas. Mis hombres volverán en unas
horas para llevarlos a su hotel.
Qué cordial por tu parte, pensó amargamente, mientras Jorge se daba la vuelta
y se marchaba sin decir una palabra más.
Jesse captó los ojos de Beckett desde el pasillo antes de que se cerraran las
puertas, un leve asentimiento de su parte confirmó su: “Te cubro las espaldas”.
Beckett confiaba a su cuñado la vida de su hermana, así que le confiaría la suya.
Beckett se obligó a mantenerse despierto después de aquello, pero no sabía
cuánto tiempo había pasado desde que Jorge se había marchado hasta que Oliver se
despertó.
Con Oliver empezando a entrar en razón, Beckett decidió intentar revivir a 263
Sydney mientras Gray hacía lo propio con Camila.
—Sydney —le dijo Beckett al oído—. Despierta. —Le pasó la yema del pulgar
por la mejilla. Ella gimió, giró la cara hacia la palma de su mano y se la besó.
—Podría amarte. —Los ojos de Beckett se agrandaron ante las palabras de
Sydney.
—Cariño —dijo Beckett después de tragar saliva. Se inclinó para besarla como
si eso pudiera romper el hechizo, odiaba hacerlo delante de Gray, pero en aquel
momento dudaba que importara.
—Mmmm. —La lengua de Sydney se deslizó entre sus labios. Sí, todavía estaba
en “modo deseo”.
—Sydney —volvió a susurrarle al oído—. Te han drogado. Estamos en casa de
Jorge.
Cuando ella se quedó quieta en sus brazos, él siguió sus ojos hasta las rosas del
suelo.
—Elaina —murmuró—. Dijo que paráramos hoy por teléfono. ¿O fue ayer?
¿Quería decir que paráramos? Que no...
Tener sexo. Sí. Pobre chica por tener que decirles eso también.
—Dios mío. —La voz de Mya llamó la atención de Sydney—. ¿Nosotros...?
—No. Ninguno de nosotros lo hizo —respondió Beckett, apagando su alarma.
—Gracias, joder. —Oliver sacudió la cabeza.
—Ah, veo que están todos despiertos —dijo un hombre un momento después,
uniéndose a ellos en la habitación. Probablemente uno de los guardias de Jorge—. Su
coche está listo.
Una vez que Sydney estuvo de pie, deslizó una mano alrededor de su cintura
para ayudarla a caminar. Apenas prestó atención a lo que los rodeaba mientras salían
de la habitación. El maldito lugar era demasiado grande. Demasiado luminoso.
Demasiado oro por todas partes. En general, era demasiado al estilo Gatsby como
para mirar a su alrededor sin entrecerrar los ojos, sintiendo que era el sol el que le
obstruía la vista. Pero no, sólo había oro y cosas brillantes por todas partes.
Una vez fuera, el aire fresco fue otra llamada de atención que no sabía que
necesitaba.
Divisó un todoterreno negro con neumáticos especiales, de los que pueden
recibir una bala y seguir conduciendo. Lo más probable es que fuera un vehículo
blindado.
—Ese no es su coche. Acaba de llegar otro huésped —le dijo el guardia a 264
Beckett antes de señalar un garaje anexo para seis coches. Una puerta se levantó y un
momento después salió un todoterreno negro similar.
Gray ayudó a Camila en la parte de atrás antes de tomar el asiento del copiloto.
Oliver y Mya subieron a la tercera fila, lo que dejó el centro para él y Sydney.
Una vez metió a Sydney dentro, se giró al sentir la extraña sensación de ser
observado. Lo miraban, y no desde la guardia de Jorge.
Beckett miró hacia una ventana que había sobre el garaje y se agarró al lateral
del todoterreno al verlo.
Había un niño en la ventana mirándolo fijamente. No pudo distinguir mucho
más que eso, pero...
¿Miles? La idea de alejarse del chico ahora mismo era insoportable.
—Oye, te conozco.
Beckett se movió para ver mejor al hombre apoyado en el otro todoterreno.
Cabello oscuro. Tinta cubriendo su piel expuesta, la frente también.
Y no era un hombre cualquiera.
Héctor López.
Te acuerdas de mí. Estupendo. Sus hombros cayeron, y cuando miró hacia la
ventana de nuevo, el chico se había ido.
—Estás aquí por ella, ¿verdad? —preguntó Héctor.
—Sácalos de aquí —susurró Beckett antes de cerrar la puerta de golpe y
centrar su atención en el nuevo problema que tenía entre manos—. No sé de qué estás
hablando —respondió Beckett a Héctor con la mayor indiferencia posible, con la
esperanza de ganar tiempo para que Gray dejara inconsciente al conductor y se
hiciera cargo del volante.
Héctor hizo un gesto con el dedo y se llevó la mano a la pistola en la cadera.
—Nunca olvido una cara. Detengan a los demás —gritó mientras el todoterreno
se ponía en marcha.
Héctor se abalanzó sobre Beckett, apuntándole con su arma a la sien mientras
le exigía que se tirara al suelo.
Beckett siguió las órdenes, con el corazón en la garganta cuando echó otro
vistazo a la ventana y vio al chico allí observando de nuevo.
—¿Qué está pasando? —Oyó preguntar a alguien, procedente de la dirección
de la casa. Cuando Beckett apartó la mirada del chico, encontró a Miguel y Jorge
saliendo junto a Jesse.
—Deténgalos en la puerta. Se están escapando —gritó Héctor antes de cambiar 265
al español y ladrar órdenes a uno de los guardias que ya hablaba por su unidad de
comunicaciones, seguramente a una de las torres de vigilancia cercanas a la salida.
Una explosión inesperada sacudió el suelo y, gracias a Dios, el todoterreno no
había sido alcanzado. Desde el punto de vista de Beckett, era el primer puesto de
guardia junto a la puerta principal, a lo lejos.
Un momento después, la segunda torre estalló en llamas.
Carter. Tenía que estar ahí fuera. Debe haber hecho que los siguieran desde el
hotel hasta la casa de Jorge anoche. Sydney estará a salvo.
—Deben tener refuerzos. ¿Quién demonios son? —preguntó Jorge,
acercándose a donde Beckett permanecía de rodillas, con las manos detrás de la
cabeza. Se agachó ante Beckett, y Beckett sabía que para Jesse iba a ser duro ver
aquello, pero mientras Sydney y los demás salieran sanos y salvos y alguien pudiera
salvar a Miles... recibiría cada golpe o bala que tuviera que recibir.
Cuando Beckett permaneció callado, Jorge ordenó a dos de sus hombres que
aseguraran los brazos de Beckett.
—¿Quién soy yo? —preguntó finalmente Beckett, fingiendo una risa después
de que otro de los hombres de Jorge lo golpeara en la mandíbula. Quizá fuera la
droga. O simplemente estaba enojado. Pero Beckett rugió—: El Diablo. Y estoy aquí
para llevarte de vuelta al infierno.

266
CAPÍTULO TREINTA Y
SIETE
—Beckett, despierta.
Beckett gimió y se agarró las costillas, intentando recordar qué había pasado y
por qué le dolía tanto.
—¿Sydney? —Extendió la mano en busca de ella, con los ojos aún cerrados.
¿Por qué le dolía tanto la cara?—. ¿Estás bien? Dime que estás bien.
—Soy yo. Soy Cora.
La voz. El nombre. Beckett luchó contra la niebla mental y abrió los ojos.
Entrecerró los ojos para protegerse de la luz del sol que entraba por la ventana
de enfrente. Estoy en el suelo. ¿Dónde?
—¿Cora?
—Sí, soy yo. ¿Te encontró Ivy?
Se le revolvió el estómago mientras trataba de localizar visualmente a la mujer
que seguía fastidiándole la vida.
—Cora —repitió.
Sintió una mano en el hombro. Tendría que girar la cabeza para verla, pero le
dolía toda la cara después de que los hombres de Jorge le hubieran golpeado
repetidamente en la entrada hasta hacerle perder el conocimiento.
Y ahora estoy aquí con Cora. ¿O estoy muerto? ¿Es esto el purgatorio? Mi infierno
es estar atrapado con ella. 267
—Por favor, dime que has traído ayuda. Escuché las explosiones afuera. Vi
volar las dos torres de vigilancia. Dime que tienes amigos ahí fuera que nos rescatarán
—se apresuró a decir.
—No solo —murmuró, agarrándose de nuevo el costado. Entrecerrando los
ojos por el dolor, Beckett abrió los ojos y vio a Cora por primera vez en seis años. El
ojo morado y la mejilla hinchada eran un claro indicio de que no había estado
viviendo en el regazo del lujo, al menos no últimamente—. No estoy muerto, ¿verdad?
—No, pero lo estaremos si no nos rescatan pronto. Cuando Jorge te dejó aquí,
me informó de que mañana me iban a entregar al cártel —explicó con voz temblorosa,
apartándose el cabello largo y oscuro de la cara y dejando al descubierto más
moratones en la garganta.
Puede que odiara a Cora, pero ninguna mujer, independientemente de las
circunstancias, debería ser maltratada, y le dolía ver sus magulladuras.
—¿Cuánto tiempo has estado aquí?
—Unas semanas, creo. Desde que me sacaron de mi habitación el día que te
llamé. Héctor le dijo a Jorge que me conocía de Los Ángeles, y que era una estafadora.
Que traicioné a sus chicos, y que por eso Héctor fue a la cárcel.
—No los traicionaste —dijo Beckett—. Sólo me traicionaste a mí. —Cuando ella
se quedó callada, preguntó—: ¿Por qué nos juntaron? —Tosió sangre y la escupió a
un lado.
—Probablemente para torturarnos.
—Sí, ponerme contigo es una tortura —bromeó, sin poder evitar decir la
verdad. Tal vez eran los efectos secundarios de la droga, o estaba harto de sus
estupideces.
—Me refería a que probablemente enviará a alguien aquí para golpearte
delante de mí. Hazme mirar.
—¿Dime que no... lastimaron a tu hijo?
—No, pero me obligaron a mirar mientras torturaban y asesinaban a su padre,
Daniel. —Señaló la pared manchada de sangre al otro lado de la habitación. Beckett
miró las cadenas que colgaban del techo—. Espera, ¿Ivy te contó lo de Miles?
—Sí, Ivy dijo algo. —A Jesse, no a mí.
—Jorge culpó al padre de Miles por dejarse engañar por mí. Por dejarme entrar
en sus vidas durante casi seis años. Y como parte de su equipo de seguridad, creía
que Daniel debería haberme investigado más a fondo. 268
—Los hombres tienen la costumbre de hacer eso a tu alrededor —le espetó,
soltándose las costillas con una mueca de dolor.
Beckett inspiró profunda y dolorosamente y expulsó el aire lentamente por las
fosas nasales. Averiguar sus próximos pasos. Los hombres de Carter y Camila tenían
que haber estado fuera de la finca de Jorge aquella mañana, claramente preparados
para que la mierda se viniera abajo si derribaban las torres de vigilancia de las
puertas principales.
Beckett esperaba no equivocarse al suponer que Sydney y los demás habían
escapado.
—No querías que supiera lo de Miles. No querías que McKenna supiera que
tenía un hermano, ¿verdad? —acusó.
Cora se echó hacia atrás y estiró las piernas delante de ella, volviendo los ojos
a la pared manchada de sangre. Llevaba un mono caqui como el que usaban los
presos, y Beckett se preguntó si habría sido una sugerencia de Héctor. Una pequeña
venganza, ya que Héctor suponía erróneamente que ella había ayudado a meterlo
entre rejas hacía trece años.
—Querrías a Miles en la vida de McKenna. Te conozco. Y esa no era una
posibilidad dada mi situación.
Beckett tragó saliva, lo que le dolió, dado que alguien casi lo había asfixiado
antes.
—¿Por qué enviaste realmente a tu hermana a mi casa hace dos años? —No
estaba seguro de dónde había salido eso, pero también culparía a la droga de su
deseo de saber la verdad.
Cora se volvió para mirarle a los ojos.
—Decía la verdad. No tenía fotos nuevas de McKenna. Cada vez que miraba a
mi hijo me entristecía pensar que nunca conocería a su hermana. Así que le pedí a Ivy
que volviera a investigarla. Que consiguiera fotos e intentara saber más de ella por
mí.
No estaba seguro de creerse esa historia, pero ¿para qué mentir a estas alturas?
Las lágrimas llenaron sus ojos, y si no fuera una mentirosa tan manipuladora, él
creería que eran reales. ¿Y ahora? ¿Cómo podía saber qué era ficción o realidad
cuando se trataba de ella?
—Después de la última vez que me rechazaste, me enteré de lo de Jorge y su
herencia. Decidí que era hora de sentar cabeza. Intentar empezar una vida de verdad
en algún sitio. Me habías dicho que no volviera a molestarte y, por alguna razón, esa
vez sentí que hablabas en serio. Más que las anteriores advertencias que me habías
hecho. 6,600 269
Y había hablado en serio. Sin embargo, aquí estoy. Pero estaba destinado a ser,
se recordó.
—Entonces, ¿Jorge era tu objetivo original?
—No, un hombre como él sería demasiado cauteloso. Elegí a alguien cercano
a él que había estado con él durante años. Busqué el eslabón más débil de su equipo
de seguridad.
La mujer siempre había dado en el clavo con su investigación. Lo sabía todo
sobre Beckett antes de ir por él a Los Ángeles.
—¿Te quedaste embarazada a propósito?
Asintió.
—Me estaba cansando de mudarme. Rara vez me quedaba con un objetivo más
de un año. Mi hermana vivía con un tipo en Francia, y parecía permanente. Yo también
quería eso. —Hizo una pausa para respirar—. Pensé que un embarazo me daría más
tiempo en un lugar y con el estilo de vida que prefiero. El único inconveniente era no
poder ver a mi hermana durante todo esto. Me preocupaba que pudieran sumar dos
más dos de alguna manera. Tendemos a meternos en problemas cuando estamos
juntas.
Beckett repitió sus palabras. El egoísmo enfermizo de su situación.
—Cuando estaba embarazada de McKenna, eso no estaba planeado, y
entonces no estaba preparada para sentar cabeza. Además, descubriste la verdad
sobre mí, y no estaba segura de lo que harías, así que tuve que huir. Ves la diferencia
entre ella y Miles, ¿verdad? No es que eligiera a un niño por encima del otro.
—¿Me estás tomando el pelo? —espetó, enfadado por McKenna—. No puedo...
no vale la pena el aire de mis pulmones para explicarte lo mal que suena todo esto.
Negó con la cabeza.
—Su vida no habría sido mejor conmigo en ella, y lo sabes.
—Esa es la única maldita cosa que has dicho que es un hecho. —Gruñó por el
agudo dolor punzante en el costado antes de añadir—: ¿Dejaste que tu hijo viviera en
una casa con un psicópata para poder tener un coche bonito? ¿Monederos caros? —
Se hizo a un lado, con la necesidad de alejarse lo más posible de Cora en aquel
pequeño espacio—. Te odio.
—Lo siento.
—Tus disculpas no significan absolutamente nada para mí. —Sólo estaba
agradecido de haber optado por ir por ella a pesar de que su voz interior le decía que
sólo volvería a utilizarlo porque, de lo contrario, Mya y Camila estarían muertas, y el
hermano de McKenna entregado al cártel—. Te odio de verdad —volvió a soltar con
más veneno esta vez.
270
Cora permaneció callada un momento antes de decir:
—Realmente me perdí la vida de McKenna. Lo comprendí mejor a medida que
Miles crecía. Sigo pensando que no estoy capacitada para ser madre, su niñera hace
la mayor parte del trabajo. Pero McKenna es mi hija, y si sobrevivo a esto, quiero
conocerla. Visitarla, al menos.
Antes de que Beckett pudiera responder, la puerta se abrió de golpe.
—Me toca interrogarte, imbécil. —Miguel entró e hizo un gesto a Héctor y a otro
hombre para que agarraran a Beckett, y éste no se molestó en resistirse mientras le
ataban las muñecas con una cuerda.
—Por favor, no le hagas daño. —La débil protesta de Cora pasó desapercibida.
Héctor y el otro tipo aseguraron los brazos de Beckett sobre su cabeza con las
cadenas.
—Hora de la venganza.
—Háblanos de tus amigos —empieza Miguel, cruzando los brazos sobre su
camisa blanca—. ¿Con cuánta gente estás y para qué estás aquí? ¿Esta zorra? ¿La
droga? ¿Jorge? ¿Cuál es tu negocio?
Beckett no había respondido a ninguna pregunta de los hombres de Jorge entre
los golpes en la entrada, así que ¿de verdad creían que colgarlo de las muñecas antes
de golpearlo en aquella habitación cambiaría las cosas?
Héctor rodeó a Beckett y ladeó la cabeza.
—Me has arruinado la vida.
Beckett negó con la cabeza.
—Ser un mal tipo. Hacer cosas malas. Eso arruinó tu vida. Tus propias
elecciones.
—Un cómico. —Comediante. Héctor soltó una risita mientras se desabrochaba el
cinturón y lo sacaba de las trabillas.
—Espera. —Miguel levantó la mano—. Vamos a darle una oportunidad a
nuestro nuevo amigo. A ver si realmente está hecho para unirse a nosotros.
Beckett tiró de las ataduras de sus muñecas y se concentró en la puerta.
Jesse entró en la habitación y se acercó a Beckett, y cuando sus miradas se
cruzaron, Beckett supo que Jesse no tenía otra opción que seguir órdenes.
—Adelante. —Miguel se apoyó en la pared junto a Cora e hizo un gesto al otro
hombre para que se apartara.
Jesse se acercó rápidamente, agarró la nuca de Beckett y se inclinó hacia él 271
mientras le daba un fuerte puñetazo en el abdomen.
—Por favor, no me obligues a hacer esto —susurró, y volvió a golpearlo.
Beckett gimió lo bastante alto como para tapar las palabras de Jesse—. Por el amor
de Dios, no me obligues —añadió en el momento en que su puño volvió a conectar, y
Beckett gruñó de dolor.
—Vete a la mierda —ladró Beckett, dejando claro que Jesse tenía que darlo
todo en este acto—. ¿Eso es todo lo que tienes?
Jesse soltó la cabeza de Beckett de un empujón y dio un paso atrás, luego
empezó a arremangarse.
Beckett sabía de lo que era capaz su cuñado, y Jesse no podía tirar de ingenio
sin poner sobre aviso a Miguel.
Beckett recuperó el aliento antes de decir:
—Hazlo. —Cerró los ojos, sabiendo que sería muy duro para Jesse mirarlo
mientras golpeaba—. Hazlo —repitió, instando a Jesse a que no intentara hacerse el
héroe ahora mismo. No era el momento. Lo sentía en los huesos—. No voy a hablar,
así que, enséñame lo que tienes.

272
CAPÍTULO TREINTA Y
OCHO
—Lo dejamos allí. Yo sólo... —Sydney se paseaba por el salón del piso franco,
incapaz de borrar la imagen de Beckett de rodillas con una pistola apuntándole a la
cabeza.
—No teníamos elección. No previmos que Héctor cambiaría de planes y
vendría a Chile. Y tú no contestabas al teléfono por razones obvias cuando intentamos
avisarte. —Carter le bloqueó el paso y le puso las manos sobre los hombros—. Griffin
y yo los seguimos desde el hotel hasta casa de Jorge, pero....
—De ninguna manera podías entrar en su finca sin un plan. Te superaban en
número. Sufrirías bajas. —Sus hombros se desplomaron—. Pero maldita sea, me está
matando que lo dejáramos atrás.
—Lo siento. —La voz de Elaina redirigió la atención de todos hacia ella—. No
sabía más. Sólo las rosas.
—Esto no es culpa tuya —le dijo Liam, arrodillándose y tomándole las manos.
Las lágrimas rodaron por las mejillas de Elaina mientras cerraba los ojos con
fuerza, y Liam estrechó a su hija en un fuerte abrazo.
—Ojalá hubiera podido hacer más.
—Su advertencia sobre las rosas nos ayudó —dijo Gray—. En cuanto Beckett
vio las rosas, pudo recomponerse. Ves, nos salvaste.
¿Eso fue lo que pasó? Sydney seguía desorientada por los efectos de la droga,
pero toda la experiencia había hecho mella en ella: su todoterreno se había alejado a
toda velocidad en medio de una ráfaga de disparos momentos antes de que Carter
273
volara las torres de vigilancia. Pero dejar atrás a Beckett para enfrentarse a Dios sabía
qué era lo que recordaba con mayor nitidez y lo que más la perturbaba.
Elaina se soltó del abrazo de su padre y miró a su madre, que estaba a su lado.
—Algo va mal. Creo. Quizá cometí un error. —Se llevó una palma a la cabeza y
cerró los ojos—. Hay tanto dolor. —Elaina comenzó a llorar y Emily la abrazó esta vez,
mientras Liam se mantenía erguido y parecía dividido entre el modo operador y el
modo padre.
—¿Tu cabeza? —preguntó Emily—. Liam, tráele alguna medicina.
—No. —Elaina se apartó—. Es Beckett. Creo que estoy sintiendo su dolor. —
Miró a Sydney y empezó a sollozar.
La desgarradora noticia de Elaina golpeó duramente a Sydney, que sintió como
si le hubieran arrancado el mundo de las manos. Como si una parte vital de ella
hubiera desaparecido de repente. Y entonces la voz de Levi apareció en su cabeza.
“Eres una guerrera, mamá”. Su hijo tenía razón. Tenía que mantenerse fuerte y
aguantar por Beckett.
—Se pondrá bien. —Mya dio un paso adelante, y parecía que ella también
había pasado por lo mismo. La droga seguía en su organismo, y Sydney no estaba
segura de que su amiga recordara nada de la noche anterior. Pero Oliver se había
disculpado por besarla, así que había recordado algo—. Beckett estará bien,
¿verdad?
—Esto es demasiado para ella. —Emily negó con la cabeza—. Demasiado
estrés.
—No es eso, mamá. —Elaina frunció el ceño, las lágrimas seguían cayendo por
sus mejillas—. Estoy disgustada porque no puedo ver lo que le ocurrirá a Beckett.
Sólo sé que papá salva al niño. —Se dio la vuelta y salió corriendo de la habitación.
Después de que Emily y Liam siguieran a Elaina fuera de la habitación, Sydney
cedió y cayó de rodillas.
—Necesitamos un nuevo plan —dijo Carter—. Hacer nuestro movimiento en la
fiesta de cumpleaños de Jorge, incluso si todavía está previsto que suceda, está fuera.
Tenemos que movernos antes.
—Beckett y Jesse pueden estar dentro, pero no pueden acabar con todos —
señaló Griffin—. Vamos a necesitar un ejército, pero ¿tenemos tiempo para reunir
uno?
—Ya tenemos un ejército —dijo Mya, todavía pálida y temblorosa—. Tenemos
marines en México. Martín y sus hombres. —Mya escudriñó la habitación, su mirada
se posó en Camila en último lugar—. Y te tenemos a ti.
—¿Yo? —Camila se llevó una mano al pecho. 274
—Elaina no puede ver lo que pasará, pero… —Sydney se levantó de sus
rodillas—. Elaina nunca se ha equivocado, así que ¿tenía razón sobre ti? —preguntó,
adivinando que Mya podía estar agarrándose a un clavo ardiendo, pero aceptarían
toda la suerte, el destino, o como se llamara, que pudieran conseguir—. ¿Puedes ver
las cosas como Elaina? —Tragó saliva cuando sus miradas se cruzaron—. ¿Puedes
ayudarnos? ¿Ayudar a Beckett?
Camila dio la espalda a la habitación.
—La última vez que intenté ayudar —comenzó—, la gente murió de todos
modos. Ver cosas, como tú dices, sólo ha sido una maldición para mí.
—Camila. —El normalmente estoico y sereno Carter sonó sorprendido, pero
rápidamente se recuperó y caminó tranquilamente hacia ella mientras el resto de la
sala retrocedía para dejarles espacio.
Sydney se quedó clavada en su sitio. Necesitaban ayuda. Y ella necesitaba a
Beckett vivo.
El universo no la había puesto en este camino con Beckett sólo para robárselo
ahora, maldita sea.
—Camila, si puedes ayudar —dijo Sydney, incapaz de refrenar sus
emociones—, te lo suplico.
Camila se volvió hacia ella.
—Yo no tengo visiones como Elaina. Tengo sueños. Y son desordenados y
difíciles de interpretar. —Cerró los ojos—. Más bien pesadillas.
—¿Pero tuviste un sueño sobre este viaje? ¿Con Beckett? —Sydney cruzó el
espacio entre ellos, con el corazón acelerado.
—Acepté el caso de asesinato por uno, sí —confesó Camila—. Tendría que
intentar recordar los detalles. Quizá esbozar lo que vi en la pesadilla para darle
sentido. —Hizo una pausa y soltó un suspiro tembloroso—. ¿Y si lo interpreto mal y
empeoro las cosas? ¿Y si cambia el resultado y muere alguien que debería haber
vivido?
—Necesitamos toda la ayuda posible ahora mismo —suplicó Sydney.
—Los organizadores de la fiesta y la banda se instalarán mañana en casa de
Jorge —dijo Carter—. Demasiados civiles. Además, a diferencia de nuestros planes
originales, nos verán llegar.
—Bien. —Sydney analizó el problema en su cabeza—. ¿Pero tenemos tiempo
para traer a la gente de Martín y trazar un plan de infiltración para atacar esta noche?
—Esta noche no. —Camila levantó la vista, frotándose la frente como había
hecho Elaina mientras trataba de recordar la pesadilla—. Debemos irnos ya. Beckett 275
no tiene tiempo. —Cerró los ojos y se llevó una mano al corazón—. Los detalles no
están muy claros, pero puedo ver a tu amigo Jesse, el del club de anoche. Intentará
impedir que maten a Beckett hoy. —Le dirigió a Sydney una mirada grave—. Pero los
dos mueren.
—Bueno, eso no va a pasar, te lo puedo prometer. —Sydney reconoció aquella
voz grave y aquel acento sureño y se volvió justo cuando A.J. dejaba caer su petate
en el umbral de la puerta.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Carter.
—Tomé un vuelo ayer. No podía dejar que mi hermano hiciera esto sin mí. —
A.J. se quitó la gorra de béisbol y se pasó los dedos por el cabello corto mientras Liam
se unía a ellos—. Los terroristas no van a ninguna parte. Pueden esperar —se quejó
A.J.—. Pero por lo que parece, Beckett y Jesse no pueden.

276
CAPÍTULO TREINTA Y
NUEVE
—Esto funcionará. Tiene que funcionar. —Sydney levantó la vista del mapa que
aparecía en la pantalla del iPad y se encontró con los ojos de Carter al otro lado de la
mesa.
—Es el único plan que tiene sentido, y no esperarán un rescate a la luz del día.
Alejamos a tantos hombres de la finca como sea posible. —Señaló la carretera en la
pantalla donde parte del equipo planeaba situarse en un terreno elevado a varios
kilómetros de la finca de Jorge—. Nuestro vehículo señuelo fingirá un ataque y luego
se retirará. Jorge enviará un equipo de persecución. Los nuestros esperarán para
acabar con ellos en cuanto lleguen —hizo zoom sobre la carretera en pantalla,
repitiendo el plan que ya habían acordado—, aquí.
—Enviarán otro equipo de hombres cuando sus chicos no respondan a sus
llamadas. —Esperemos.
—Y luego iluminaremos al siguiente equipo —terminó Carter por ella.
—En cuanto hagan saltar por los aires a esos cabrones —A.J. se unió a la
conversación, dirigiéndose a la mesa—, entraremos en la finca sin hacer ruido. Una
vez que liberemos a Beckett y Jesse se dé cuenta de que puede pasarse al Equipo de
los Buenos, deberíamos ser suficientes para encargarnos de los rezagados que
queden dentro de la casa de Jorge.
—Después de que nos hagas saber que Miles, Jesse y Beckett están a salvo, el
resto de nosotros convergeremos en la propiedad y nos uniremos a la fiesta —lanzó
Jack—. Además, tenemos aquí al mejor francotirador del mundo —añadió mientras
miraba a Liam—. Y Griffin no está nada mal.
277
Griffin puso los ojos en blanco. Él y el resto de los chicos estaban comprobando
sus armas y preparándose para la operación. Todos menos Oliver, que se quedaría
atrás para vigilar a Elaina, Emily y Mya en el piso franco.
—Por suerte, hicimos un reconocimiento de la casa de Jorge esta semana con
el dron. Las imágenes térmicas mostraron veinte personas en el lugar cualquier día.
Algunos de ellos son más que probablemente personal. Así que hay que tener
cuidado con los inocentes —señaló Carter, probablemente por el bien de A.J., ya que
no había sido informado de los detalles—. Ahora también tenemos a Miguel, Héctor
y el científico en casa de Jorge.
—Mi hombre que vigila el lugar en este momento acaba de enviar un mensaje
de texto diciendo que cuatro hombres más fuertemente armados llegaron, lo que
anticipamos después de esta mañana —compartió Camila.
Carter asintió.
—Repasemos esto una vez más antes de salir. —Señaló a Jack—. Tú conducirás
el vehículo cebo. Griffin y uno de los chicos de Camila se encargarán del primer
equipo de persecución. Si se envía otro equipo de persecución, yo me encargaré con
Camila. —Miró a Sydney—. ¿Y dijiste que el chico estaba en la habitación sobre el
garaje?
Sydney pensó en aquella mañana cuando había seguido la mirada de Beckett
mientras estaba en la entrada.
—Sí, creo que es seguro asumir que ahí es donde Miles está viviendo ahora.
—Entonces él es tu objetivo —le dijo Carter a Liam—. Saca a Miles de ahí. No
te preocupes por nada más.
—Entendido —confirmó Liam.
—Sydney desactivará las cámaras de seguridad. Luego, Sydney, A.J. y Gray se
infiltrarán en la casa. La primera misión es encontrar a Beckett y Jesse. —Carter dejó
escapar un profundo suspiro, pareciendo reacio a decir la siguiente parte—. Salvar a
Cora e Ivy también.
Las que los metieron en este lío. Pero sí, Sydney haría lo que pudiera.
—Una vez que Beckett y Jesse estén a salvo, les avisaremos para avanzar.
—Deberíamos irnos —anunció Camila abruptamente—. Se les acaba el tiempo.
—Y no bajes por el túnel cuando estés dentro —gritó Elaina, sobresaltando a
Sydney.
Liam se volvió hacia su hija en la puerta. 278
—¿Qué túnel?
—Ese hombre malo tiene un túnel. No entres —dijo Elaina con voz firme, con
los ojos muy abiertos, como si estuviera viendo cómo se desarrollaban los
acontecimientos en tiempo real. Estaba tan fuera de la comprensión de Sydney, pero
estaba agradecida por cualquier cosa que ayudara a rescatar a Beckett y Jesse.
—Que un multimillonario obsesionado con Al Capone tenga túneles no es
sorprendente —se unió Mya a la conversación—. Capone tenía un túnel clandestino
que usaba en su casa de Chicago. He investigado sobre él esta semana.
—No entres —susurró Elaina.
—De acuerdo —respondió Sydney con un firme movimiento de cabeza,
haciéndole saber que lo entendía.
—Papá. —Elaina se volvió hacia Liam y se lanzó a sus brazos.
Liam le acarició la espalda.
—Estaré bien.
—Lo sé. —Elaina se apartó—. Ese es mi agradecimiento por salvar al hermano
de mi mejor amiga. —Se mordió el labio—. Sé que aún no ha sucedido, pero sucederá.

Sydney ajustó el comunicador inalámbrico en su oreja y esperó la luz verde de


Carter, con el corazón latiéndole más deprisa que en operaciones anteriores. Fuera
del alcance de las cámaras de seguridad del perímetro de Jorge, preparó su kit de
escalera CarbonLite de asalto urbano, diseñado para operaciones especiales como
ayuda en situaciones de combate.
Una vez que tuviera el visto bueno, utilizaría la aplicación de su teléfono, un
software muy avanzado que la empresa de su familia había creado y aún no había
vendido al gobierno de Estados Unidos, para interferir en las cámaras de seguridad
de Jorge. En ese momento, se dirigiría al muro de seguridad de tres metros y lo
escalaría con su escalera de asalto, tal y como había planeado.
—Aquí Alfa Cuatro —anunció Jack por radio. Estaba demasiado lejos para
comunicarse con ella y con el resto del Equipo Bravo, formado también por A.J., Liam
y Gray. Los demás se unirían a la línea en cuanto llegaran al lugar. Sydney bajó el
volumen de la radio para mantener la voz de Jack baja mientras añadía—: Me están
pisando los talones. El cebo ha funcionado. Dos vehículos de camino a la posición de
Alfa Tres. 279
—Este es Alfa Tres. Es una buena copia —dijo Griffin. Dos minutos después,
dijo—: Tengo visual. Preparándose para atacar en tres, dos, uno.
Afortunadamente, la “zona de muerte” designada por Griffin estaba lo
suficientemente lejos como para que nadie en la finca de Jorge sintiera las
vibraciones.
—Ambos vehículos caídos —compartió Griffin—. ¿Cuál es tu estado, Bravo
Uno?
—Cuatro hombres más acaban de salir por las puertas en un vehículo —les
informó Gray por radio.
Unos minutos después, Carter anunció:
—Aquí Alfa Uno. Vehículo objetivo abatido. Equipo Bravo, adelante.
Desactiven las cámaras y entren.
—Entendido —respondió Sydney, luego abrió su aplicación y rápidamente
manejó las cámaras—. Las cámaras de vigilancia están desactivadas dentro y fuera
de la propiedad. Tenemos vía libre para infiltrarnos —alertó al equipo—. Avanzando
ahora.
—Esa es una buena copia —dijo Gray, y Sydney se guardó el teléfono en el
bolsillo, recogió la escalera montada y se apresuró a dirigirse a la ubicación de su
objetivo.
En cuestión de segundos, la escalera estaba subida y Sydney escaló la pared.
Una vez arriba, se mantuvo agachada y se asomó por la cornisa, encontrando un tango
armado a diez metros de distancia y de espaldas a ella.
Estaba entrando por el lado este de la propiedad. A.J. y Liam entraban por la
entrada que estaba más cerca de Miles. Y Gray entraba por el oeste. El lugar era
demasiado grande para montar una ofensiva desde atrás, y no tenían suficientes de
ellos para cubrir el terreno, así que tendrían que arreglárselas.
Sydney se ancló a la pared y agarró la Glock, con el supresor ya colocado. No
podría lanzar una flecha desde su posición, cosa que habría preferido hacer.
Rápidamente disparó dos veces. Las balas no eran realmente “silenciadas—
por un supresor como en las películas, pero como estaban fuera, dudaba que alguien
del equipo de Jorge dentro de la propiedad lo hubiera oído. —Un tango menos.
—Aquí Bravo Tres. Entendido. Un guardia aquí abajo. Estoy avanzando hacia
un terreno más elevado para obtener una posición ventajosa del garaje —compartió
Liam.
—Aquí Bravo Dos —habló A.J—. Cubriendo su movimiento, Bravo Tres.
Sydney se acercó en silencio al guardia al que había abatido, le arrebató la
radio y la enganchó a un lado de sus pantalones de carga caqui para vigilar al equipo
280
de Jorge.
Permaneció agachada y alerta mientras avanzaba, asegurándose de que no
había francotiradores en las ventanas.
El balcón del segundo piso, al lado de la casa, era su punto de entrada, según
los planos que Carter había conseguido hace unos días. Pero un guardia armado
caminaba a lo largo del balcón, así que tendría que huir.
El hombre la vio cuando cruzaba a toda velocidad el césped y se dirigía a la
casa. Las balas impactaron en el suelo a su alrededor, pero por suerte el hombre tenía
mala puntería.
Lo consiguió. Respirando con dificultad, apoyó la espalda contra la pared bajo
el voladizo del balcón y observó cómo más disparos destrozaban la hierba.
—Puta. Perra. ¿Dónde estás? —gritó el hombre.
¿Puta? ¿Perra? Pues bien. Guardó su Glock y agarró su arco, preparada para
enviar a ese hombre a conocer a su creador en dos segundos.
—Aquí Bravo Tres —dijo Liam por el comunicador mientras ella intentaba
ponerse en posición para derribar a ese imbécil desde el balcón—. He asegurado el
paquete. Saliendo ahora.
El paquete. La noticia la llenó de alivio. Miles estaba con Liam. Ahora sólo tenían
que encontrar a los demás y no morir en el intento.
Sydney cerró los ojos, rezó una rápida oración e imaginó a su hijo. Su luz en la
oscuridad de su interior. Su todo. Saldría viva por él.
—Aquí Bravo Uno —le dijo Gray al oído un momento después—. El Equipo Alfa
está en camino para reunirse con ustedes ahora.
Sydney abrió los ojos, preparándose para alejarse de la cubierta del balcón y
acabar con el tirador, pero antes de que pudiera hacerlo, la radio del guardia que
llevaba en la cadera se activó. Se le revolvió el estómago al oír las órdenes en
español.
—El hombre. Mátalo, ahora.
El hombre. Mátalo. Ahora.

281
CAPÍTULO CUARENTA
—Mierda, Beck. —Beckett intentó concentrarse en el hombre que estaba de
pie en la puerta, la voz le resultaba familiar pero del todo imposible, a menos que...
—¿A.J.? —susurró Beckett con incredulidad.
Un disparo sonó cerca y Beckett se sobresaltó, pero seguía colgado del techo
por las cadenas y demasiado golpeado para hacer nada.
Otro disparo y un cuerpo cayó al suelo.
—Aquí Bravo Dos. Tengo los ojos puestos en el premio.
¿Bravo Dos? ¿Premio?
—A.J., ¿eres tú? —repitió Beckett, parpadeando para ahuyentar la sangre que
le chorreaba por la cara y dando gracias a Dios de que realmente fuera su hermano.
—Sí, soy yo. Deja que te baje.
En cuanto A.J. liberó a Beckett, se desplomó en los brazos de su hermano y
luego se puso de rodillas.
—Tenemos que sacarte de aquí. Enviarán a más gente. —A.J. rodeó el torso de
Beckett con un brazo y le ayudó a ponerse en pie—. Tómalo del otro brazo y ayúdame
con él —le dijo a Cora, que salía por la puerta.
—No salgas ahí sola, maldita sea —ronroneó A.J.
Cora se dio la vuelta.
—Tengo que llegar a mi hijo.
—Está a salvo con mi equipo —dijo A.J., y Beckett respiró aliviada.
Antes de que Cora pudiera responder, uno de los hombres de Miguel apareció
detrás de ella y hábilmente le rodeó el cuello con un brazo, utilizándola como escudo
humano.
Beckett cerró los ojos, deseando que su cuerpo se mantuviera erguido por sí
solo para que su hermano pudiera ocuparse de aquel imbécil.
282
A.J. disparó a la cabeza del tipo con precisión y salpicó de sangre la cara de
Cora.
—No lo siento —A.J. soltó—. Te lo merecías. Ahora, ayúdame a sacar a Beckett
de aquí.
—No. Somos demasiados. Llamaremos la atención. —Hizo una mueca y se secó
la cara, luego se agachó y recogió la pistola del muerto—. Voy a salir sola. —Pero se
encontró con otro obstáculo.
Jesse e Ivy esta vez, e Ivy se lanzó sobre Cora.
—A.J. y yo nos separamos mientras yo me ocupaba de Miguel y Héctor —
explicó Jesse, maniobrando alrededor de la reunión familiar—. Me alegro de que
encontraras la habitación.
—Gracias a tus indicaciones —respondió A.J—. No es que quisiera dejarte solo
con esos animales.
—Cuidados. Quería dejar a Miguel y Héctor vivos, atados e inconscientes, pero
no cooperaron mucho. Así que los bajé para siempre —dijo Jesse, y luego le arrebató
rápidamente la pistola a Cora.
—¿Está Sydney aquí? Supongo que habrá quitado las cámaras de seguridad —
preguntó Beckett, y la idea de que estuviera allí sola le revolvió el estómago.
—Sí y sí. —A.J. ayudó a Beckett a llegar a la puerta, que estaba bloqueada por
dos cadáveres y las mujeres que seguían jodiéndole la vida a Beckett.
—¿Puedes llamarla por radio para que se una a nosotros? —Sabía que Sydney
podía arreglárselas sola, pero eso no significaba que la quisiera allí sola.
—Sydney sabe que estoy contigo y que Jesse estaba trabajando para reunirse
con nosotros. —A.J. asintió—. Se está encargando de unos cuantos cabrones en el
segundo piso. Todavía estamos tratando de encontrar a Jorge y al científico.
Beckett se probó las piernas para ver si podía mantenerse en pie solo.
—Estoy bien —tranquilizó a su hermano antes de que A.J. desenfundara el arma
que llevaba atada a la pierna y le entregara la Sig Sauer P226—. No podemos
arrastrarlos con nosotros mientras buscamos a Jorge. —Inclinó la barbilla hacia Cora
e Ivy—. Uno de ustedes debería escoltarlas fuera de aquí. Pero yo no me iré sin
Sydney.
—Me gustaría reunirme con mi hijo —suplicó Cora—. Por favor, sáquenos de
aquí.
—Sydney es mi compañero de equipo —dijo Jesse—. Yo me quedo. 283
—Realmente odio dejarte —empezó A.J., asomándose al pasillo para
comprobar si estaba despejado—, pero sé que no te convenceré para que salgas por
la puerta conmigo. Demasiado testarudo.
—¿Dónde crees que puede estar escondido Jorge? —le preguntó Beckett a
Jesse—. Pasaste algún tiempo con él.
—Un segundo. Tengo a Sydney en el comunicador —anunció A.J., y Beckett
apoyó la mano en la pared cercana a la puerta.
—Este es Bravo Dos. Esa es una buena copia. Les envío refuerzos —dijo A.J. por
el comunicador antes de dirigir su atención a Beckett—. Se dirige a la habitación en
la que estuviste esta mañana. ¿Con las rosas? Interrogó a uno de sus hombres, que
dijo que había una habitación oculta ahí abajo. Le quitó un mando a distancia al tipo
para abrir la puerta.
—¿Esa habitación? —¿La pared de espejos?
—Sé cómo llegar —dijo Jesse mientras A.J. le entregaba el auricular para
mantenerse conectado con el equipo.
—Sal de esto con vida, hermano —ordenó A.J.
—Nos vemos pronto. —Beckett hizo un gesto a su hermano para que se pusiera
en marcha y A.J. le dijo a Jesse los indicativos de los equipos Bravo y Alfa.
Según A.J., Sydney y Gray seguían dentro y los demás se preparaban para
infiltrarse.
A.J. agarró el codo de Cora, instándola a quedarse con él y con su hermana.
—No me gustas, lo sabes, ¿verdad? Y si algo le pasa a mi hermano mientras
saco sus culos de aquí, vamos a tener problemas mucho mayores.
—Pueden retirarse. —Jesse hizo un gesto para que A.J. y las hermanas se
fueran.
Cora echó una última mirada a Beckett y siguió a A.J. con Ivy pegada a su lado.
—Gray está en mi oído —dijo Jesse, asomándose de nuevo al pasillo—. El
científico intentó escapar, pero Camila y Carter lo interceptaron justo fuera de las
puertas. Nos queda nuestro último HVT y un número desconocido de tangos
potenciales dentro.
—Recibido. —Beckett siguió a Jesse lejos de la “sala de tortura” de Jorge, o
como demonios se llamara. Hasta el momento, el lugar estaba inquietantemente
tranquilo, y no se oían disparos cerca.
—Esa sala de follar está al final de este pasillo —dijo Jesse un momento antes 284
de que apareciera un guardia armado. Jesse clavó el tipo en la cabeza antes de que
el hombre tuviera la oportunidad de levantar su arma.
—¿Crees que se encontró con Sydney antes de girar por este pasillo? —
preguntó Beckett una vez que estaban en movimiento de nuevo.
—No, habría estado tropezando en nuestro camino con una flecha en el corazón
si ese fuera el caso. —Jesse vaciló, y luego añadió—: Estoy jodidamente apenado por
lo de antes.
—No tenías elección —comentó Beckett. Jesse no necesitaba castigarse por la
paliza que se había visto obligado a darle a Beckett. Por supuesto que no. Ahora tenían
una misión, y necesitaban llevarla a cabo.
—Ya está. —Jesse miró de nuevo a Beckett con una sonrisa de satisfacción en
su rostro—. Ves lo que quiero decir.
En el suelo, justo al otro lado de las puertas abiertas de la mazmorra sexual,
yacía un tango muerto, degollado y con una flecha clavada en el pecho. Abrumado
por una mezcla de asombro, orgullo y miedo, Beckett empujó su maltrecho cuerpo
hacia la habitación.
Sydney se dio la vuelta, con el arco levantado y preparado para disparar otra
flecha, cuando Beckett entró cojeando sujetándose las costillas. La expresión de
sorpresa y alivio en su rostro lo golpeó con fuerza.
—Beckett —gritó mientras contemplaba su rostro golpeado.
—Estoy bien. —Agarró su muñeca—. Agarremos a este bastardo y
larguémonos de aquí.
Ella apretó los labios y negó con la cabeza, al borde de las lágrimas, pero se
sacudió rápidamente y buscó un mando a distancia en una mesa cercana.
Jesse vigilaba cerca de las puertas dobles mientras Sydney apuntaba con el
mando a distancia a la parte espejada de la pared y pulsaba un botón. El espejo se
movió y empezó a deslizarse hacia los lados, revelando otro pasillo.
Sydney cambió su arco por el rifle que llevaba colgado al cuello e hizo un gesto
a Beckett para que se colocara detrás de ella.
—No eres mi escudo, cariño. Lo siento. —La miró—. Pero podemos entrar
juntos. Uno al lado del otro.
Dejó escapar un suspiro como si estuviera dispuesta a discutir, pero luego le
hizo un gesto vacilante con la cabeza.
—Tengo los seis de ustedes —dijo Jesse—. Adelante.
Los tres entraron lentamente en el espacio, encontrando un lugar seguro y
precisamente lo que Elaina había predicho que encontrarían: un túnel. A un lado del 285
túnel había una estantería que hacía las veces de “cubierta”.
—Jorge lo dejó expuesto a propósito. —Sydney giró en tres-sesenta,
asegurándose de que la habitación estaba vacía antes de avanzar hacia la entrada del
túnel—. Esta cosa podría tener kilómetros de largo, y no tenemos ni idea de dónde
desemboca. Pero a pesar de la advertencia de Elaina, estaríamos locos si entráramos
ahí.
—No sólo locos. Muerto. —Jesse señaló algo en la pared justo dentro—. Jorge
tiene el lugar equipado con explosivos. Quería que lo siguiéramos, y una vez que
saliera, volaría todo.
—Lo encontraremos de otra manera, entonces. —Beckett echó un vistazo a la
estantería y vio una foto enmarcada en blanco y negro de Al Capone. Empezó a darse
la vuelta, pero un reflejo en el cristal del marco le llamó la atención. Jorge. Ha estado
escondido en el calabozo esperándonos.
Beckett se dio la vuelta y bloqueó el cuerpo de Sydney mientras levantaba su
arma apuntando a Jorge. Con sus heridas, su disparo fue basura, pues sólo alcanzó a
Jorge en el hombro, pero Jesse acabó con él de un balazo en la cabeza.
—Ha caído. —Eso fue casi demasiado fácil. Pero él lo tomaría fácil todos los días
de la semana. Cuando se giró para mirar a Sydney, ella estaba frunciendo el ceño—.
¿Qué pasa?
Y entonces lo sintió.
A él también le habían disparado.
—Oye, ¿estás bien? —preguntó Jesse al acercarse, no parecía muy
preocupado.
—Estoy bien. Es sólo una herida superficial —dijo, pero Sydney no parecía
estar de acuerdo en que no era nada.
Se desabrochó el chaleco, tiró el arco y el rifle, se arrancó la camiseta y empezó
a envolverle el brazo con la tela como si fuera un torniquete.
—Sólo puntos de bala —siseó—. No se supone que recibas una bala de verdad
por mí.
Beckett levantó la cara para encontrarse con sus ojos furiosos fijos mientras ella
seguía apretándole la camiseta alrededor del brazo.
—Oye, envié un mensaje por comunicaciones para que todos sepan que
nuestro último HVT ha caído. Dijeron que todas las demás amenazas se han
extinguido. Deberíamos poder salir sin peligro —les informó Jesse. Ahora Beckett
podía relajarse y dejar que Sydney terminara de curarle el brazo.
Pero mientras lo hacía, sus ojos se posaron perezosamente en su sujetador
286
negro. Y no pudo evitar bromear:
—Esto sí que se está convirtiendo en un hábito, señorita Archer.
—Maldita sea, Cora. No lo hagas. —Beckett soltó el brazo de Griffin, que
intentaba curarle la herida en la entrada de la finca de Jorge.
Cora estaba agachada ante Miles, secándose las lágrimas de las mejillas con
una mano mientras le sujetaba el brazo con la otra.
—Lo siento, pero tengo que irme. Gracias por traérmelo de vuelta para que
pudiera despedirme —le dijo a Liam, que estaba de pie con una expresión de
confusión en el rostro.
Beckett sabía que Liam no había querido reunir a una madre con su hijo para
luego separarlos. Y así, después de lo que este pobre niño acababa de presenciar...
—Te quiero mucho, Miles. —Cora señaló ahora a Beckett mientras los ojos de
Miles se llenaban de lágrimas—. Este hombre cuidará de ti —les soltó la noticia a
todos en inglés, por lo que Beckett supuso que Miles era bilingüe.
—Cora, no lo dejes —suplicó de nuevo—. Elegiste quedarte en su vida. No te
alejes de él como te alejaste de McKenna.
Cora negó con la cabeza y un sollozo se le atascó en la garganta cuando dijo:
—Hiciste bien en mantenerme alejada de ella. No estoy hecha para ser madre.
Beckett vio a Sydney hablando con Gray a cierta distancia, de perfil hacia él.
Gray le había dado su camiseta para que se cubriera. Beckett parpadeó y volvió a
centrar su atención en el problema que tenía entre manos.
Cora se inclinó y besó la mejilla de su hijo antes de levantarse.
—Ivy y yo nos vamos. Encontraremos un nuevo hogar. Un nuevo comienzo.
¿Quizá me vuelva a ver? Pero, por favor, sé tú quien cuide de él.
Ivy estaba al volante de un coche deportivo que había sacado del garaje hacía
unos minutos, esperando a que su hermana abandonara a su hijo. Otra vez.
—Mamá, no te vayas. No, por favor. —Miles le rodeó la pierna con los brazos y
dejó caer su peso, casi tirándola al suelo con él—. No te vayas. No, por favor —repitió
en inglés, rompiendo el corazón de Beckett.
¿Qué demonios se suponía que tenía que hacer? No podía obligar a Cora a
quedarse con su hijo. Aunque se lo llevara con Ivy, Beckett no dudaría en entregarlo
a un extraño el mes que viene.
—Estarás mejor sin mí, mi amor. Tienes una hermana. Recuerda que te hablé
287
de ella. Te enseñé sus fotos. Ve con ella.
¿Fotos? ¿No estabas mintiendo sobre eso?
—Mamá, no te vayas —volvió a gritar Miles, aferrándose con más fuerza. Beckett
miró a los demás que seguían fuera, pero todos se habían dado la vuelta, ya fuera
para darle intimidad o incapaces de soportar la desgarradora visión.
Carter, Camila, Jesse y algunos otros habían entrado en la finca de Jorge, con
la esperanza de abrir su caja fuerte y encontrar la fórmula del científico y los registros
de los secretos que Jorge había intercambiado por favores.
—¡Cora, vamos! —gritó Ivy por la ventanilla y palmeó el lateral del coche,
instándola a ponerse en marcha.
¿Qué demonios les pasaba a estas mujeres? ¿Acaso ninguna de ellas tenía
alma? Beckett levantó el brazo bueno para llevarse una mano al pecho dolorido, pues
el daño emocional le parecía peor que cualquiera de las palizas que le habían dado
hoy.
—Lo comprobaré cuando esté instalada y a salvo. —Cora intentó liberar los
brazos de Miles, pero él no cedía—. Ayúdame, por favor. —Miró a Beckett.
—Vas a irte y empezar una nueva vida. ¿Así sin más? —Beckett frunció el ceño.
La mujer ya era el diablo a sus ojos, ¿pero esto? Esto era cruel incluso para ella.
—Tómalo, maldita sea —suplicó.
Maldijo en voz baja.
—Lo siento mucho —le dijo Beckett a Miles, y luego le pidió a Liam que
levantara al niño, preocupado porque no tenía fuerzas para manejar la resistencia de
un niño de cinco años en el estado en que se encontraba.
Miles se agitó en los brazos de Liam mientras veía a su madre correr hacia el
coche. Ella se detuvo frente a la puerta del copiloto, echó una última mirada a su hijo
y se marcharon.
—Espera —gritó Sydney un segundo después—. Detenla.
—Se ha decidido. —Beckett miró hacia atrás para ver a Sydney tapándose la
oreja mientras iba por su pistola.
—No, Jorge debe haber pedido más refuerzos antes de que lo elimináramos —
gritó Sydney mientras Griffin y Gray desenfundaban sus armas preparándose para
quienquiera que viniera por ellos.
—¡Cora! —gritó Beckett, cojeando en vano tras el coche, con el arma en la
mano—. ¡No es seguro! ¡Alto!
Cora giró sobre su asiento y le miró por la ventanilla trasera, pero Ivy sólo pisó
con más fuerza el acelerador. 288
—¿A qué distancia está el vehículo armado? —Beckett dejó de correr, dándose
cuenta de que era inútil. No podría correr más rápido que un Mercedes aunque no
estuviera herido.
Sydney no tuvo oportunidad de responder porque, un momento después, justo
cuando Ivy atravesaba la destruida entrada, un todoterreno chocó contra el pequeño
descapotable.

289
CAPÍTULO CUARENTA Y
UNO

DOS HORAS DESPUÉS

Beckett estaba sentado en la litera del dormitorio del piso franco, con la cabeza
entre las manos. Tenía el cuerpo entumecido, pero no por la morfina. Al parecer,
Oliver era el médico de Falcon y, cuando habían vuelto hacía una hora, Oliver tenía
una jeringuilla esperándolo.
Tenía la sensación de que estaba más entumecido mentalmente que otra cosa
después de ver cómo Cora abandonaba a Miles sólo para que la mataran delante de
sus ojos.
Odiaba a esa maldita mujer. La odiaba por todo lo que había hecho. Pero ver
morir así a la madre y a la tía de McKenna, incapaz de llegar a ellas a tiempo...
Tras la colisión, los imbéciles del todoterreno habían acribillado a balazos el
coche antes de volver la vista hacia Beckett y los demás. Los cuatro hombres fueron
abatidos en cuestión de segundos y, por suerte, Liam había conseguido proteger a
Miles de la escena.
Pero, ¿cómo iba Beckett a contarle a McKenna lo sucedido? Como era más que
probable que Miles volviera a Alabama con él, no tenía más remedio que compartir
la verdad ahora.
Levantó la cabeza grogui y se encontró a Sydney en la puerta, apoyada en el
marco interior.
—¿Puedo sentarme contigo? —preguntó.
290
Él asintió, y ella se unió a él en la cama y enlazaron sus manos.
Cuando llegaron al piso franco, se dio una ducha de sesenta segundos y se puso
ropa limpia, preocupado por si Miles lo veía cubierto de sangre. No sólo de sus
propias heridas, sino de la sangre de los hombres que había matado. Y también la de
Cora. Beckett había sacado el cuerpo de Cora de entre los escombros. Lo más
probable era que hubiera muerto en el impacto, pero su cuerpo también había sido
perforado por dos balas.
—Debería estar de luto por ella, pero la odiaba, joder —siseó Beckett—. Lo que
le hizo a ese chico hoy. En cuanto tuvo la oportunidad de huir, la aprovechó. Sin
dudarlo. ¿Quién hace eso?
—Es normal estar enfadado. Hay etapas del duelo.
—No quiero llorar a esa mujer —admitió, pero era la verdad, ¿no?—. Pero
lamento la pérdida de McKenna, aunque ella no conocía a Cora. Y la pérdida de Miles
también.
—Está bien que tú también estés disgustado. Sé que sientes que no deberías
estarlo después de lo que te hizo, pero nunca quisiste que muriera. Si no, no habrías
venido a México cuando te llamó. —Sydney le pasó el pulgar por la mano con
pequeños movimientos circulares—. Tienes que permitirte llorar por ti.
No estaba seguro de cómo interpretar sus emociones contradictorias. Aún no
había derramado una lágrima por Cora, y no estaba seguro de ser capaz. Había
estado a punto de hacerlo al ver a su hijo suplicar a su madre que no se marchara,
pero esa pena era por Miles. Cora era responsable de todo lo que, en última instancia,
había conducido a su muerte.
—¿Se supone que debo convencerme de que si Cora se hubiera quedado, algo
peor habría ocurrido en su lugar? ¿Posiblemente a Miles? ¿O tal vez sus acciones
volverían a afectar a mi hija de alguna manera? —Se tragó el nudo que tenía en la
garganta—. ¿De eso se trata todo esto del universo y el destino?
—No lo sé —susurró Sydney—. Tal vez Elaina o Camila tendrían una respuesta
para ti. ¿O tal vez no hay ninguna, y sólo tenemos que confiar en que estaba destinado
a ser?
—Me alegro de que estés bien. —Ahora necesitaba concentrarse en otra cosa.
Centrarse en alguien que se había vuelto tan importante para él en los últimos cinco
días. Vaya. ¿Cinco días? Eso era todo el tiempo que habían pasado juntos.
—Tú eres el que tuvo que recibir una paliza de tu cuñado. No puedo imaginar
lo duro que fue para los dos. —Se volvió y le pasó la mano libre por la mejilla,
estudiando su rostro—. Entonces recibiste una bala por mí.
—Técnicamente, no recibí la bala. Sólo me arrancó un trozo de carne del brazo.
291
—Aun así. Yo llevaba una placa protectora en el pecho, no tú. No deberías
haber corrido ese riesgo por mí.
—Actúa primero. Piensa después. Es una cosa de hombres. —Eso tenía que ser
la morfina hablando. Sin mencionar que había sido drogado la noche anterior, y esa
droga podría estar todavía en su sistema.
—Bueno, señor, no lo vuelva a hacer. Piense primero. ¿De acuerdo? —Sydney
le dio un suave beso en uno de los moretones cerca del ojo.
Beckett se encogió de hombros.
—Mm. Tu seguridad siempre será lo primero en lo que piense. Lo siento,
cariño. No es negociable.
—Siempre, ¿eh? —Besó otro moretón.
—Hola, siento interrumpir. —Griffin estaba en la puerta y Sydney le prestó
atención—. Odio decir esto, pero nos vamos de Santiago. —Comprobó su reloj—.
Ahora mismo. Los amigos marines de Martín y Mya se dirigen a Juárez para reunirse
con nosotros allí. Creen que deberíamos atacar al resto de la cúpula del cártel
mientras intentan comprender lo que pasó con Miguel.
Beckett se levantó, pero las piernas le fallaron y cayó de culo.
—Tranquilo —comentó Sydney y le hizo un gesto para que se quedara quieto
mientras ella se levantaba—. No creo que Beckett deba ir.
—No lo hará. Regresará hoy a Estados Unidos con Miles, Liam, Emily y Elaina.
A.J. tiene que tomar un vuelo al extranjero para terminar su operación. Pero Gray está
haciendo arreglos con sus contactos del gobierno para obtener la autorización para
que Miles viaje bajo la supervisión de Beckett.
Miles. ¿Lo adopto? Tendré un hijo. ¿Y Cora está realmente muerta? Si no hubiera
tenido su cuerpo en sus brazos, podría creer que lo había alucinado todo, y que ella
simplemente había fingido su muerte. Otra estafa. Una táctica para escapar y
comenzar su próxima estafa, encontrar un nuevo objetivo.
—Jesse está hablando con Ella ahora, decidiendo qué hacer. Puede que no
participe en esta operación. No quiere estresar más a Ella esta semana. —Continuó
Griffin—. Y yo apoyo esa idea.
—¿Seremos suficientes para encargarnos del cártel? —Sydney se cruzó de
brazos—. ¿Y desmantelar su red de tráfico?
—No somos suficientes. Pero Martín tiene un ejército. Así que con nuestra
ayuda, más los amigos marines de Mya, creo que somos sólidos. Y sabes que si Carter
tuviera dudas, no arriesgaría nuestras vidas. —Griffin se acarició la mandíbula, con
los ojos fijos en Beckett—. Camila quiere venir, pero Carter insiste en que se vaya y
resuelva su caso. Entregar al científico para que la esposa pueda obtener algo de 292
justicia por el asesinato de su marido.
—Cierto. Casi me olvido de eso con todo lo que ha pasado. —Beckett intentó
levantarse de nuevo, y Sydney le ofreció su antebrazo en lugar de exigirle que se
sentara.
—¿Nos das un minuto? —preguntó Sydney a Griffin, que asintió y se fue.
—Odio que vayamos...
—¿Por separado? —Beckett terminó por ella mientras apoyaba una mano en el
marco de la cama. Cuando ella se quedó callada, le agarró la barbilla con la mano
libre y la miró a los ojos—. Odio no estar a tu lado cuando te vas.
—Necesitas estar con tu hija —dijo suavemente—. Miles también. Estaré bien
en México. No tienes que preocuparte por mí.
—Imposible. —Siguió sujetándole la barbilla, no dispuesto a perderla.
Su pequeña sonrisa se desvaneció rápidamente.
—Después de México, tengo que volver a casa. Ver a Levi. Resolver las cosas
allí.
¿Por qué parecía una charla del tipo “nos tomaremos un tiempo y pensaremos
las cosas”? ¿Para decidir si los últimos cinco días fueron reales? Lo eran para él. No
necesitaba tiempo para confirmarlo.
—Entiendo.
En resumen, tenía una vida en Alabama. No podía dejar a su hijo en D.C. ya que
compartía la custodia con su ex. ¿Era posible que una relación así funcionara? ¿Quería
algo a largo plazo con él? Las preguntas zumbaban en su cerebro, pero la realidad de
lo ocurrido aquel día volvió a inundarlo.
Las drogas hacían que sus pensamientos se desviaran en demasiadas
direcciones, y odiaba no ser agudo.
—¿Puedo besarte antes de irme? ¿O te dolerá? —Sydney inclinó la cabeza y él
le respondió con la boca, acercando sus labios a los de ella.
¿Y dolió? Sí. Pero más bien en el corazón, preocupado de que fuera su último
beso.
La suave boca de Sydney respondió a la suya y su lengua se deslizó entre sus
labios, acariciando los suyos con movimientos amplios y sensuales.
Beckett apartó su boca de la de ella, odiaba romper el contacto, pero tenían
poco tiempo.
—Están esperando. 293
Sus ojos lo cautivaron mientras lo estudiaba en silencio con los labios
entreabiertos.
—Dime que tus muros no volverán a levantarse mientras estemos separados —
preguntó sin poder contenerse.
—Si alguien puede volver a derribarlos —empezó asintiendo—, eres tú.

—¿Sabías que Camila en español significa “mensajera de Dios”? —La pregunta


de Elaina a Camila atrajo la atención de Beckett mientras estaban fuera del piso
franco, preparándose para separarse.
Camila buscó el antebrazo de Elaina.
—Similar en portugués también.
—Tienes un don, señorita Hart. No tengas miedo de usarlo. —Elaina rodeó a
Camila con sus brazos en un fuerte abrazo.
—Tengo la sensación de que volveré a verte pronto. —Camila la soltó y
sonrió—. Siento tu pérdida —le dijo a Beckett.
—No hiciste nada para que ella... muriera —reveló Elaina, mirando a Miles
sentado junto a Emily en la parte trasera del todoterreno, con la puerta aún abierta.
Emily parecía estar haciendo su magia maternal con el chico, calmándolo, y gracias
a Dios por ella.
Beckett quería aferrarse a las palabras de Elaina. Creer que no había tenido
nada que ver con las muertes de Cora e Ivy.
—Hay muchas otras vidas que podrás salvar ahora. A todos ustedes. —Elaina
señaló hacia donde estaba Carter hablando con Jesse y A.J—. Esos secretos que
encontraste en la casa del hombre malo ayudarán a más gente.
El Vigilado y sus secretos. Cierto. Y la fórmula de esa droga, con suerte, nunca
volvería a ver la luz del día.
—¿Lista? —Liam se acercó a su hija y le pasó el brazo por la espalda.
Elaina abrazó a Camila una vez más, y cuando Camila se protegió los ojos con
unas gafas de sol, Beckett tuvo que preguntarse si estaría llorando.
—Nos vemos. —Camila palmeó el brazo de Beckett y luego se acercó a Gray,
despidiéndose.
La despedida que Beckett temía decirle era a Sydney. Sabía que era una gran
operadora y, si querían encontrar la forma de que su relación funcionara, tenía que
294
aceptar que su trabajo era peligroso. Y no asustarse cada vez que ella salía a trabajar.
—Nos vemos en casa cuando termine —dijo A.J. al acercarse—. Tengo que
volver a salir ahora.
Beckett asintió.
—Mantente a salvo. Mata a algunos tipos malos.
A.J. guiñó un ojo.
—Entendido.
—Y gracias por salvarme el culo esta mañana —añadió Beckett por si se le
había olvidado decirlo.
—Somos familia. —A.J. le chocó el puño—. Te tengo. —Le dio un abrazo con un
brazo, con cuidado de no hacerle daño, y luego se quitó el sombrero ante Beckett
antes de dirigirse hacia uno de los vehículos para poder volar de vuelta al lugar donde
había estado antes.
Una vez que A.J. se fue, Beckett se acercó a Carter y Griffin.
—Manténganse a salvo en México.
—Por supuesto. —Carter se enfrentó a Beckett—. Además, deberías saber que
vamos a enviar los cuerpos de Cora e Ivy en avión a Nuevo México, donde nacieron.
Sus padres también están enterrados allí.
—Has hecho los deberes —comentó Beckett—. Gracias.
Carter asintió y luego hizo girar el dedo en el aire, indicando a los demás que
se pusieran en marcha.
—¿Estás bien? —le preguntó Griffin, dirigiendo su mirada al todoterreno con
Miles dentro.
—No tengo ni puta idea. —Cuando Beckett volvió a centrarse en Sydney que
ahora hablaba con Camila, sus ojos se fijaron—. Pero tendré que encontrar la manera
de estarlo.

295
CAPÍTULO CUARENTA Y
DOS

WALKINS GLEN, ALABAMA

—¿No hay noticias de tu equipo todavía? —preguntó Becket a Jesse.


—Se infiltrarán en el complejo al anochecer —compartió Jesse desde detrás
del volante de su Dodge Ram mientras se acercaban al rancho Hawkins—. Estoy
seguro de que Sydney te llamará en cuanto termine la operación.
—¿Y estarán bien sin ti?
—Estarán bien. Me necesitan aquí. —Jesse le lanzó una rápida mirada antes de
preguntarle—: ¿Qué puedo hacer para facilitarte el día de hoy?
—No creo que nada lo haga más fácil. —Beckett abrió el espejo del tocador
para comprobar el daño que Miguel y sus idiotas le habían hecho en la cara. No quería
asustar a McKenna. Pero en lugar de ver su reflejo, vio a Miles en el asiento del coche.
El niño, la viva imagen de Cora con su cabello oscuro, sus ojos y sus hoyuelos,
lo miraba con expresión triste mientras abrazaba el osito de peluche que Emily le
había comprado en el aeropuerto de Santiago. Todos habían tomado el mismo vuelo
a Miami, luego Liam, Emily y Elaina volaron a casa en Washington, mientras que
Beckett, Jesse y Miles tomaron un vuelo a Birmingham.
—No le conté a nadie lo del niño, como me pediste —dijo Jesse. Beckett aún no
había superado la pérdida de Cora. No estaba seguro de cuándo le afectaría
realmente su muerte, pero primero tenía que superar el día de hoy. Enfrentarse a su
hija y contarle la verdad sobre su madre. Decirle a su familia que, gracias a los
296
contactos de Gray con el gobierno, aceleraría el proceso de adopción de Miles.
Miles y McKenna Hawkins. Mis hijos. Sus ojos se posaron en su mano,
encontrándola temblorosa sobre su muslo vaquero.
No había forma de separar a McKenna de su hermano ni de colocar a Miles en
un hogar de acogida en Chile o Estados Unidos.
Soltó un suspiro tembloroso.
—¿Dijiste que Ella tomó medio día hoy?
—Sí, y me envió un mensaje hace treinta minutos diciendo que recogió a
McKenna temprano de la escuela. Todos están en el rancho de tu familia. —Jesse giró
por la carretera secundaria que los llevaría allí en cuestión de minutos.
—¿Me odiará McKenna por no compartir la verdadera historia sobre su madre?
—Beckett apretó las manos en puños, los nervios lo dominaban. La idea de causarle a
su hija algún tipo de dolor era demasiado para soportarla.
—Creo que McKenna se entristecerá al saber lo que ha pasado —dijo Jesse,
mirando por el retrovisor—, pero ahora tiene un hermano en el que centrarse. Esa
chica tiene un corazón enorme, y hará lo imposible por consolarlo y hacerlo parte de
la familia.
Dios la bendiga. No se parecía en nada a Cora por dentro. ¿Pero su apariencia?
Sí, eran todos de su madre. McKenna se daría cuenta de esas similitudes al ver a su
hermano hoy también.
—Aquí vamos —dijo Jesse al ver el letrero del Rancho Hawkins—. Tienes esto.
Y yo te cubro las espaldas.
—No sé cómo agradecerles todo lo que han hecho. —La voz de Beckett se
entrecortó esta vez por la emoción, y su pulso se aceleró en cuanto la casa de sus
padres se hizo visible.
Los coches de Ella y Savanna estaban estacionados delante. Sus hermanos,
Shep y Caleb, también estaban allí.
Volvió a mirar a Miles una vez que Jesse estacionó y se desabrochó el cinturón.
—¿Estás bien? ¿Estás bien? —Miles se agarró tranquilamente a su oso, con los
ojos desviados en todas direcciones para ver la propiedad—. Tu hermana está aquí
—añadió—. ¿Te gustaría conocerla? Tu hermana. McKenna. Es mi hija. —Señaló con
un dedo a Miles y luego a su propio pecho—. Somos familia. Somos familia.
Esto llamó su atención y Miles fijó su mirada en Beckett.
—¿Familia?
Beckett asintió. 297
—Soy tu familia ahora. —Joder, iba a llorar. ¿Por qué demonios ahora? Hizo todo
lo posible por serenarse mientras repetía en inglés—: “We're family now”.
—Mi familia —dijo Miles en voz tan baja que Beckett se habría desplomado si
no estuviera ya sentado.
—Tú te encargas. —Jesse asintió—. Y ahí está mi mujer, así que voy a salir. —
Los pies de Jesse no habían tocado el suelo cuando Ella estaba en sus brazos, con las
piernas alrededor de sus caderas y besándolo.
El amor. Beckett quería eso. Ahora más que nunca. Pero sólo había una mujer
con la que lo deseaba. Aunque ambos habían sido drogados, recordó las palabras de
Sydney en aquella extraña sala de sexo. Creo que podría amarte.
—¿Listo? ¿Preparado? —preguntó a Miles, y bajó de un salto de la camioneta.
Antes de que pudiera abrir la puerta trasera, Ella estaba a su lado.
—¿Qué tal si no hacemos más viajes de chicos durante un tiempo? —Ella fue a
abrazarle, pero se quedó paralizada. Había visto a Miles.
Beckett apartó la mirada de su hermana cuando vio a McKenna en el porche,
con una mano en la boca, luchando claramente contra las lágrimas.
—Jesse, ¿puedes ayudarle? —Beckett carraspeó antes de moverse tan rápido
como le permitían sus piernas. Se encontró con McKenna a medio camino y lo abrazó.
Al diablo con sus heridas, aguantaría el dolor de su apretado abrazo todo el día—.
Dulce niña —le dijo, estrechando su cabeza contra su pecho.
Beckett levantó la vista y vio a sus padres, hermanos y a la mujer de Griffin,
Savanna, que llenaban el porche, con la atención fija más allá de donde se encontraba
Beckett.
Miles estaba ahora en el punto de mira.
Beckett soltó por fin a su hija y ambos se limpiaron las lágrimas de la cara.
—¿Quién es ese? —McKenna señaló a Miles.
Beckett respiró hondo, le tomó la mano y se la apretó.
—Los presentaré. —Cuando se acercaron y Beckett oyó que Ella le hablaba a
Miles con su relajante voz de profesora, supo que volvería a depender de su hermana.
Ella siempre había estado a su lado con McKenna, pero ¿y si...? ¿Y si Sydney...?
Se sacudió el pensamiento de la cabeza para centrarse en la situación actual.
Presentando a su hija a su hermano.
—McKenna, este es Miles. —Exhaló un aliento tembloroso—. Um.
—Es mi hermano —dijo McKenna, adelantándose a él—. ¿Verdad? —Se puso
una mano sobre el corazón y las lágrimas volvieron a llenar sus ojos—. Puedo sentirlo.
Simplemente lo sé. —Miró a su padre—. Él es la razón por la que Elaina... 298
Beckett asintió, abrumado por las emociones.
—Se ha ido, ¿verdad? ¿Mi madre? —preguntó McKenna, casi ahogándose en
sus palabras al decirlas.
—Sí —susurró Beckett.
McKenna parpadeó para contener algunas lágrimas y levantó la cabeza. Tan
fuerte. Dura. Una mujer Hawkins. Se arrodilló ante Miles y le ofreció la mano.
—Soy tu hermana. Encantada de conocerte.
Los ojos de Miles se agrandaron, el oso cayó al suelo mientras se lanzaba a sus
brazos. McKenna soltó una carcajada cuando estuvo a punto de derribarla.
El sollozo que Beckett había mantenido a raya desde que ayer sostuvo en sus
brazos el cuerpo sin vida de Cora se desató, y cayó de rodillas junto a su familia y
lloró.

299
CAPÍTULO CUARENTA Y
TRES

A LAS AFUERAS DE JUÁREZ, MÉXICO - DIECISIETE HORAS DESPUÉS

—Podemos seguir desde aquí. Les agradecemos su ayuda —dijo Martín,


estrechando la mano de Carter mientras Sydney se desabrochaba el chaleco.
Su misión fue declarada un éxito tras cuatro horas de combate. El equipo de
Falcon Falls salió ileso, y sólo hubo heridas leves para algunos de los hombres de los
equipos de Martín y Mason Matthews. Nada que un poco de descanso y algunos
puntos no pudieran arreglar.
—¿Seguro que no quieres que nos quedemos por aquí? —preguntó Sydney a
Martín—. Tienes pensado ir pronto a otro de sus locales. Podemos ir contigo.
Martín negó con la cabeza.
—Tenemos al cártel revuelto. Huyendo despavorido. Esta noche hemos
cortado la cabeza de la serpiente y, sí, mañana alguien tomará el relevo. Será una
lucha interminable. Pero es la lucha de mi gente. —Asintió a Sydney—. Y es una lucha
que ganaremos. Ya has hecho bastante por nosotros, y te lo agradecemos.
—Estaré encantado de ir con ustedes mañana —ofreció Carter mientras Sydney
observaba el paisaje desértico. Sus tiendas de campaña de estilo militar estaban
repartidas por una amplia zona que servía de cuartel general para la operación. Le
recordó el tiempo que había pasado en Afganistán hacía mucho tiempo.
—Y si te necesitamos, te llamaremos. —Martín le dio una palmada en el hombro
a Carter—. Tienes otro trabajo del que ocuparte ahora si no me equivoco.
300
Cierto. Los secretos que habían descubierto que “El Vigilado” había protegido
en su finca de Chile.
Sydney se giró bruscamente al oír voces discutiendo. Mya se interponía entre
Oliver y Mason, con los brazos extendidos, manteniéndolos separados. Oh, cielos.
—Si me disculpan.
Martín sonrió e inclinó la cabeza para despedirse mientras ella se apresuraba
hacia Mya para que la ayudara.
—¿Quieren parar? —gritó Mya justo cuando Sydney llegó a la zona de
acampada de su equipo.
—¿Qué está pasando? —Sydney agarró el brazo de Oliver y lo alejó de
Mason—. Se supone que estamos en el mismo bando.
Mya había bajado los brazos cuando llegó Sydney, pero rápidamente alargó la
mano y golpeó con una palma el pecho de Mason cuando éste dio un paso
amenazador hacia Oliver.
—Basta ya. No ha sido culpa suya.
—No me importa si estabas drogado. Le metiste la lengua en la boca —le gruñó
Mason a Oliver—. No deberías haberla tocado nunca.
¿Cómo demonios se enteró Mason de eso? Maldita sea, la palabra viajó rápido.
—No soy tuya —le recordó Mya a Mason.
—Seguro que eres más mía que suya —le espetó Mason. Oliver ladeó la cabeza
y apretó la mandíbula, pero antes de que pudiera rebatirle, Sydney intervino.
—Todos estábamos drogados en ese momento, Mason. Estaba fuera de nuestro
control —dijo, con la esperanza de calmar la situación—. Mira, acabamos de dar al
cártel una pérdida importante y jodido sus rutas de tráfico. Tuvimos una gran victoria
esta noche. ¿Podemos centrarnos en eso?
—No —gruñeron Mason y Oliver simultáneamente, sus ojos fijos. Listos para la
batalla.
—Mya me dijo que está considerando unirse a tu equipo, pero déjame ser muy
claro. —Comenzó Mason, su voz inquietantemente calmada—. No va a pasar.
—No es tu elección —espetó Mya—. Y puedo ir por libre con los dos.
—Falcon Falls —murmuró Mason—. ¿Qué mierda de nombre es ese?
—Al menos tenemos un nombre. Todos ustedes se hacen llamar La Agencia.
Estafando a la CIA, ¿eh? Qué original —replicó Oliver.
Un triángulo amoroso. Perfecto.
—Nuestro nombre tiene sentido —defendió Oliver—. Nuestro cuartel general
301
está escondido junto a una cascada, y hay halcones volando por ahí... —Oliver se
interrumpió y Sydney casi esperaba que terminara la frase con un infantil ¡ahí! Mya y
ella intercambiaron una sonrisa y mordieron una carcajada. Al menos, parte de la
tensión se había disipado.
—En resumidas cuentas, esta es mi vida. Trabajaré donde quiera. Besaré a
quien quiera. Y los dos pueden besarme el culo si creen que pueden decirme lo que
tengo que hacer. —Mya bajó la palma de la mano del pecho de Mason y se colocó al
lado de Sydney, dejando de interponerse entre los hombres—. Si quieren pelear
entre ustedes, entonces peleen. Yo he terminado.
Los hombros de Mason se hundieron y, cuando la resistencia de Oliver pareció
flaquear, Sydney le soltó el brazo.
—Lo siento —dijo Mason con un suspiro—. Todavía estoy un poco molesto
porque me mentiste acerca de por qué fuiste a Tulum en primer lugar. Casi mueres.
—¿De verdad no tenías ni idea de lo que estaba tramando? —preguntó Oliver,
aparentemente sorprendido por este hecho.
—Confié en ella. —Mason mantuvo sus palmas abiertas—. ¿De verdad crees
que puedes hacer malabares con nosotros dos?
Mya se cruzó de brazos.
—¿Te refieres a trabajar tanto con Falcon como con tu equipo? No voy a hacer
malabarismos con dos hombres.
—Mierda, no me refería a eso. —Mason se quitó la gorra de béisbol y se pasó
una mano por el cabello castaño antes de volver a colocársela en su sitio.
—Ya me conoces, hombre —dijo Oliver, sonando menos como un novio celoso
esta vez—. Puedes confiar en mí. La mantendré a salvo cuando trabaje con nosotros.
Y asumo que tú harás lo mismo.
—Por supuesto, lo haré —respondió rápidamente Mason. Sydney ahora se
sentía como una “cuarta rueda” en esta situación, y si no iban a pegarse, se retiraría.
—Yo me encargo —dijo Mya, leyendo los pensamientos de Sydney.
La mirada de Sydney voló hacia Gray y Jack que hablaban junto a una tienda
cercana.
—Compórtense, chicos —soltó y se dirigió hacia sus compañeros justo cuando
Jack se separaba de Gray.
Como Martín no necesitaba más ayuda, lo más probable es que volaran a
Estados Unidos en cuestión de horas.
—Hola. —Sydney metió las manos en los bolsillos de sus pantalones caqui, y
Gray la sobresaltó inclinándose hacia delante y rozándole la mejilla con el pulgar. 302
—Sangre. —Se aclaró la garganta mientras retiraba la mano.
—No la mía.
—¿Estás bien? Fue una noche larga. —Gray se rascó un lado de la cabeza, sus
ojos se desviaron para mirar algo detrás de ella, muy probablemente la situación del
“triángulo amoroso” puesto que ya habían empezado a discutir de nuevo.
—Estoy bien. ¿Y tú?
—Tan bien como puede ser, supongo. —Forzó una sonrisa—. ¿Has hablado con
Beckett?
Beckett. Dejó escapar un profundo suspiro.
—Tengo que llamarlo. Hacerle saber que estamos a salvo. Aunque aún es
pronto.
—Estoy seguro de que la hora del día no le importará. —Gray le puso una mano
en el hombro—. Me alegro por ti. Ya sabes, si las cosas suceden para ustedes dos. De
verdad, lo digo en serio.
Una sensación de aleteo le llenó el estómago ante sus palabras.
—¿En serio?
—De verdad. —Inclinó la cabeza hacia la tienda—. Llámalo. —Soltó su hombro
y comenzó el camino de Carter.
Sydney esperaba que Gray no se estuviera mintiendo al decir que se alegraba
por ella. Todavía se preocupaba por él. Tenían una historia y trabajaban bien juntos
en Falcon. Pero no encajaban bien como pareja.
Ahuyentando los nervios que trataban de apoderarse de ella una vez que había
llegado a su tienda, Sydney marcó el nuevo número de Beckett, todavía recelosa, ya
que ni siquiera eran las seis de la mañana.
—¿Sydney? —Sonaba alerta, pero eso no fue una sorpresa una vez que ella
recordó que Alabama estaba a una hora de distancia.
—Hola —susurró, sin saber por qué las lágrimas brotaban de sus ojos—.
Estamos todos bien. Misión cumplida.
Se quedó callado un momento antes de que un largo y profundo suspiro cortara
la comunicación.
—Me alivia oír eso. Estaba esperando para dormir hasta saber de ti.
—¿Te quedaste despierto toda la noche?
—¿Crees que podría dormir contigo yendo contra el cártel?
Tienes que acostumbrarte a que haga trabajos peligrosos. No puedes pasar
303
noches en vela cada vez que yo…
—Bueno, estamos bien. Ya puedes dormir —dijo en lugar de divagar sobre sus
pensamientos—. ¿Cómo está McKenna? ¿Miles?
—Miles se encariñó con McKenna enseguida. Y mis padres ya lo están
mimando mucho. —Hizo una pausa—. McKenna tomó la verdad sobre su madre mejor
de lo que pensaba. Es dura.
—De tal palo, tal astilla. —Sydney se aclaró la garganta—. Me alegro de que
esté bien. ¿Y tú estás bien? —¿Se ha dado cuenta de que necesita llorar por Cora,
aunque no quiera? Pero tampoco consiguió soltar esas palabras.
—Estaré mejor cuando te vuelva a ver.
Cerró los ojos y su corazón se aceleró.
—No sé cuándo será eso —dijo—. Tengo que volver a casa y ver a Levi. Y tú
también tienes mucho que hacer. —El silencio de Beckett la hizo preocuparse de que
la estuviera malinterpretando, así que añadió rápidamente—: Cuando las cosas se
hayan calmado, ¿me llamarás?
—¿Llamar? —fue todo lo que dijo, y había una pizca de angustia en esa única
palabra—. Supongo que nos hemos movido bastante rápido —añadió.
Sydney abrió los ojos y se llevó la mano libre al pecho.
—Todo... —dudó, buscando qué decir cuando lo único que quería era rogarle
que estuviera con ella—, sucede por una razón. Y si las cosas tienen que ser, serán,
¿verdad? —Ahora estaba imitando a Mya—. Destino —dijo al recordar la palabra que
había usado Camila—. Destino.
Beckett permaneció callado durante unos angustiosos instantes antes de decir:
—Me alegro de que estén bien. Y supongo que si es el destino, encontraremos
el camino de vuelta el uno al otro.
Las lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas ante sus palabras, ante su
tono inquietante que casi la destripa. Al diablo con la distancia. Este hombre ya
significaba demasiado para ella como para dejar que algo así se interpusiera en su
camino.
—No me he explicado bien —dijo, con la voz casi ronca. Maldita sea, no quería
levantar sus muros. Para proteger su corazón—. Te deseo —lloriqueó—. Y
encontraremos el camino de vuelta el uno al otro.

304
CAPÍTULO CUARENTA Y
CUATRO
WASHINGTON, D.C.
—No se van a casar. Papá canceló el compromiso —anunció Levi el domingo
por la noche mientras ayudaba a cargar el lavavajillas en el apartamento de Sydney.
Hacía una semana, estaba tomando el sol en una playa de Tulum cuando Beckett
irrumpió y puso su mundo patas arriba. Bueno, en parte fue cosa de Mya. Pero en una
semana habían sido perseguidos por el cártel a través de la selva, drogados por un
multimillonario loco y habían presenciado la muerte de la ex de Beckett, que había
dejado un hijo de cinco años que Beckett estaba adoptando. El tiempo era así de raro.
—Lo sé —admitió—. Tu padre llamó mientras preparaba la cena para decirme
que había roto con ella.
—¿Sabías que papá quiere arreglar las cosas contigo?
Sydney cerró el grifo e hizo todo lo posible por calmarse ante el intento de Seth
de colocar a su hijo en medio de su locura. ¿Por qué demonios le diría eso a Levi?
¿Por qué ofrecerle algún tipo de esperanza en una reconciliación así?
Pero antes de que Sydney pudiera rechazar la idea, Levi añadió:
—Le dije que tendría que helarse el infierno para que volvieras con él. Ya
sabes, algo que al abuelo le gusta decir cuando está dando un firme no a sus clientes.
Sydney agarró el brazo de su hijo y lo abrazó. Estaba muy agradecida por él.
Por su comprensión y madurez.
Cuando soltó a Levi, se secó unas lágrimas de las mejillas. Le dirigió una mirada
de desconcierto porque sabía muy bien que aquellas lágrimas no eran a causa de
305
Seth.
—¿Qué pasa, mamá?
Se acercó a la mesa de la cocina francesa y se dejó caer en el banco acolchado.
¿Por dónde empezar?
Se sentó a su lado y olfateó el aire.
—¿Y llevas otra vez tu perfume de cerezas?
—Lo saqué de la basura cuando llegué a casa esta mañana. Alice no merece no
llevar mi perfume favorito.
—Bien por ti. —Sonrió, mostrando sus blancos dientes. Dientes naturalmente
rectos que no requerirían ortodoncia—. Pero, ¿qué más está pasando? ¿Pasó algo en
tu viaje de trabajo? ¿Algo malo? ¿Bueno?
Sydney pensó en el torbellino de semana que había tenido.
—Los malos fueron manejados. Los buenos ganaron.
—Ja. Bueno, me lo imaginaba contigo involucrada. Pero... —Inclinó la cabeza y
se apartó los largos mechones de los ojos mientras esperaba a que ella contara la
parte de la historia que seguía ocultando.
Se movió en el asiento para mirarlo mejor.
—¿Recuerdas al sheriff de la boda de Savanna y Griffin en abril? ¿Beckett
Hawkins?
—¿Al que estabas comprobando?
—¿Qué? —Fingió un grito y se llevó una mano al pecho—. ¿Lo hice?
Levi le dedicó una tímida sonrisa y asintió.
—Oh, sí, me he dado cuenta.
—Bueno entonces, no me di cuenta de que soy un libro tan abierto.
—Sólo para mí. Bueno, y para la tía Mya.
Y ahora con Beckett.
—Oh, y rápido cambio de tema, ¿pero Mya va a trabajar contigo?
Pensó en el tira y afloja entre Mya y los dos hombres en México.
—Ella va a ayudar de vez en cuando, cuando pueda. —Y tal vez elegir un equipo,
o un hombre, con el tiempo.
—Genial. —Levi movió las cejas—. Pero volvamos al sheriff.
—Tu tía Mya se te está pegando —dijo riendo—. Pero bueno, Beckett y yo 306
trabajamos juntos en mi último caso. Tuvimos la oportunidad de conocernos mejor.
—¿Y te gusta? —La sonrisa de Levi se estiró de oreja a oreja—. Es la mejor
noticia que he oído en mucho tiempo.
—¿En serio?
Levi agarró su mano y la apretó.
—Quiero que seas feliz, mamá. Ya lo sabes.
—Vive en Alabama.
—Y vivimos en tiempos modernos —le recordó—. Puedes encontrar la manera
de que funcione si realmente quieres. —Le guiñó un ojo, recordándole a su padre
biológico, Matt. Le soltó la mano y miró el reloj—. El padre de Lucy me recogerá en
cinco minutos para ir al cine esta noche. ¿Te parece bien que vaya? Quiero decir, si
quieres que me quede, puedo.
—No, no. Vete. Sé un niño. Disfruta de la vida. —Se pusieron de pie, y ella tiró
de él para darle otro abrazo.
Levi salió de casa unos minutos después y Sydney fue a su dormitorio y marcó
el número de Matt, esperando a que se conectara el buzón de voz.
—Hola, soy yo. —Empezó, sentándose en su cama—. Quería decirte que conocí
a alguien. Y bueno, creo que te gustaría...

TRECE DÍAS DESPUÉS


—Este sitio es un poco ruidoso para charlar tomando cócteles —tuvo que gritar
prácticamente Sydney por encima de la banda que actuaba en el bar—. Noche de
micrófono abierto y todo eso.
Mya levantó el paraguas de su copa y lo dejó sobre la barra.
—Aunque tiene su encanto, ¿no crees?
Sydney giró sobre su taburete para observar el local.
—Supongo que sí —dijo, mirando la variedad de matrículas clavadas en las
paredes como decoración.
Volvió a centrar su atención en su old-fashioned, bebió un sorbo y le vinieron
a la mente pensamientos sobre Beckett. No porque nada de esa noche le recordara a
Beckett, sino porque el hombre estaba constantemente en su mente. 307
Era junio y hacía dos semanas que ella le había llamado desde México. Habían
intercambiado algunos mensajes aquí y allá. Pero sólo cosas rápidas. Nada
demasiado serio.
Había llevado a Miles y McKenna a Nuevo México el fin de semana pasado para
que pudieran asistir a los funerales de Cora e Ivy, y eso había sido duro para todos
ellos. Quería darle todo el espacio posible para procesar los cambios en su vida. No
presionarlo. Pero Dios, estaba lista para verlo de nuevo.
—Así que no vas a aceptar ningún trabajo nuevo con Falcon hasta agosto,
¿verdad? ¿Sigues tomándote parte del verano libre para estar con Levi? —¿Por qué
Mya se sentía como una charla trivial? Ella ya sabía las respuestas, y no era olvidadiza.
Sydney dejó su bebida y miró a su mejor amiga, curiosa por saber cuál era su
objetivo, porque conociendo a Mya, tenía uno.
—El último día de clase de Levi es el dieciséis de junio, y nos vamos poco
después a Inglaterra.
—La casa de tu familia en los Cotswolds es increíble. Está sacada de Downton
Abbey —dijo con una sonrisa—, o de Bridgerton.
—Bueno, mis padres van a estar con nosotros la primera semana, así que eso
debería ser divertidooo —respondió Sydney sarcásticamente—. Son bienvenidos. La
casa tiene como un millón de habitaciones y baños.
—Me encantaría, pero le prometí a Carter que le ayudaría a cubrirte mientras
estás de vacaciones. Y estoy feliz de hacerlo. Quiero que disfrutes. ¿Cuándo fue la
última vez que te escapaste y pasaste algún tiempo de calidad en familia?
—Levi echará de menos a Lucy, así que no nos quedaremos allí más de dos
semanas, pero gracias a Dios por el Wi-Fi, así podrá hacer FaceTime todos los días.
—Amor juvenil—. Entonces, ¿sólo ayudarás a Falcon durante el verano, o...?
—Actuando sobre la marcha. Mason decidió quedarse en México y ayudar a
Martín a desmantelar más del cártel de Sinaloa. Pero creo que ha decidido que quiere
algo más que amistad. —Mya puso los ojos en blanco—. Debe de pensar que Oliver
está interesado en mí, por eso está tan raro.
—Creo que Oliver está interesado, pero se pelean mucho, así que no sé qué
decir.
—Cierto. —Mya se encogió de hombros—. A pesar de estar... drogada —
empezó en voz tan baja que Sydney tuvo que leer sus labios por encima del solo del
batería—, recuerdo nuestro beso. —Se abanicó la cara—. Y su enorme polla. Quiero
decir, no la vi con mis propios ojos, así que el jurado todavía no ha decidido, pero yo 308
estaba sentada en su regazo, y estas caderas no mienten. Puedo decir eso, ¿verdad?
No he empezado a trabajar con el equipo oficialmente todavía, así que no somos
compañeros de trabajo. Pero aun así, no se lo digas a Carter.
Sydney se rio.
—Creo que estás bien. ¿Y sólo Carter? ¿No te preocupa que tu otro jefe sepa
que le has hecho un baile erótico a tu futuro compañero de equipo?
—Por favor, todos sabemos quién manda allí. Pero volviendo a Oliver. Un
hombre que puede besar así seguramente puede usar su boca de seis maneras hasta
el domingo. —Levantó una mano entre ellas—. No pienso averiguarlo. Todo trabajo y
nada de juego con ambos chicos. Punto.
—Claro, claro. —Sydney dejó escapar un suspiro de alivio cuando la música se
detuvo. Estaba de espaldas al escenario, pero por lo que parecía, un nuevo grupo o
cantante estaba tomando el relevo. Con suerte, serían mejores que el último que
intentaba canturrear la letra de una canción de U2 y fracasaba estrepitosamente—.
Acabo de darme cuenta de que aún no has mencionado a Beckett en toda la noche.
¿Por qué? Pensé que cuando me invitaras a tomar algo, empezarías con las veinte
preguntas.
Sydney empezó a moverse en su taburete hacia el siguiente artista cuando Mya
la agarró del brazo, desviando su atención. Sydney bajó la mirada hacia el agarre
mortal de Mya.
—No saqué el tema porque pensé que sería duro para ti hablar de él.
Sydney estuvo a dos segundos de decir tonterías, pero el guitarrista empezó a
tocar, cortando la conversación. Cuando un hombre empezó a cantar, su voz le puso
la piel de gallina bajo la camiseta de tirantes de seda negra.
La canción le resultaba familiar. No conocía muchas canciones country, pero...
—Cody Johnson, “On My Way to You” —le dijo Mya, leyéndole el pensamiento.
Le soltó el brazo y una sonrisa se dibujó en sus labios.
—Sí, pero esto es... —Sydney cerró los ojos, su corazón latía con fuerza
mientras sus pensamientos se volvían locos. No podía ser él. ¿No? Estaba demasiado
asustada para girarse y mirar, demasiado preocupada por si se equivocaba. Pero era
imposible que otra persona le provocara una reacción tan intensa que no fuera ese
hombre.
Sydney se recompuso antes de abrir los ojos. Giró sobre su asiento y las
sensaciones de mariposa más intensas de su vida golpearon su abdomen cuando
clavó los ojos en Beckett detrás del micrófono, con la mirada clavada en ella. ¿Y era
A.J. el que tocaba la guitarra junto a él?
Los labios de Beckett se curvaron en una breve sonrisa mientras A.J. rasgueaba
la guitarra como un profesional. 309
“Vengo de una familia melómana” había dicho Beckett en aquel cenote de
México hacía casi tres semanas. Había omitido el hecho de que sabía cantar.
Se negó a romper el contacto visual, pero desde su vista periférica, divisó a las
mujeres en pie, agolpándose alrededor del escenario, clamando por su atención.
Pero el hombre no se las prestaba.
Con vaqueros oscuros, botas vaqueras, camisa blanca y su sombrero Stetson,
tenía todo el aspecto del vaquero campestre de aquel libro romántico. En mi vida.
Y la letra… Perfección.
—¿Tú preparaste esto? —le preguntó Sydney a Mya.
—Beckett pidió un favor. Puede que haya ayudado con una asistencia
encubierta para traerte a este lugar. —Mya le dio un codazo en el costado—. Es todo
un tipo.
—Yo diría que sí —susurró Sydney, la oleada de emociones casi atrapando sus
palabras esa vez. La canción estaba terminando, así que pasó entre la multitud y, en
cuanto terminó, el público enloqueció. Pero Beckett ya estaba en marcha, caminando
hacia ella.
Bajó corriendo los tres escalones y las mujeres se separaron para recibirle.
Cuando estuvo ante ella, soltó un simple:
—Eh, tú.
Su cuerpo temblaba y se contuvo para no saltar a sus brazos como si acabara
de llegar a casa tras un despliegue de seis meses.
—Estás aquí.
—No tuve oportunidad de decirte durante nuestra última llamada que yo
también te quiero.
—Sí —respondió ella, no como una pregunta, sino como un hecho. Sentía esa
verdad en lo más profundo de sus entrañas—. Así que sabes cantar.
—A.J. es el mejor de todos, pero yo puedo mantenerme. Hace décadas que
nadie me escucha en público. —Una sonrisa se dibujó en su atractivo rostro—. Pensé
que tal vez podría seducirte con mi voz. ¿Funcionó?
—Seducirme, ¿eh? —Ella tiró de su labio inferior entre los dientes y miró
fijamente a sus profundos ojos marrones, conmovedores—. Oh, funcionó.
Tal vez fuera la luz, pero juraría que ese parpadeo que había leído en las otras
cinco novelas románticas que había devorado para ocupar su tiempo en las últimas
dos semanas estaba ocurriendo ahora mismo.
—Verás, esta noche es mi cumpleaños, y Miles y McKenna se han quedado a
dormir en casa de Liam y Emily. Y he oído que tu hijo está en casa de su padre. Tal
310
vez estoy siendo un poco presuntuoso, pero ¿tal vez podríamos tener una fiesta de
pijamas también?
—¿Una pijamada? Creo que eso se puede arreglar. —Se le escapó una risita
suave mientras le ponía una mano en la cadera y la acercaba a él—. Y feliz
cumpleaños, sheriff Hawkins.
Se sacudió el ala de su sombrero marrón oscuro con la mano libre.
—¿No hay traje de cumpleaños para mí? Estoy un poco decepcionada —
bromeó.
—Verás, haré casi cualquier cosa que me pidas. Si quieres que me desnude
hasta mi traje de cumpleaños aquí para ti, lo haré. Así que, cariño, ¿qué quieres que
haga?
Ella negó con la cabeza y paseó los dedos por su pecho.
—No comparto. Dejemos lo de estar desnudo para esta noche en mi habitación.
Beckett se inclinó y acercó su boca a la de ella.
—Siempre y cuando planees estar desnuda también.
—Ohhh. —Empezó mientras arqueaba la espalda para acercar sus labios a los
de él—. Puedes contar con ello. Sabes lo difícil que me resulta mantener la ropa
puesta cerca de ti.

311
EPÍLOGO
WASHINGTON, D.C. - CATORCE DÍAS DESPUÉS
—Estoy tan listo para este viaje. —Sydney sonrió ante las palabras de Levi
mientras lanzaba las manos al aire, bombeando los puños—. Echaré de menos a Lucy,
pero estoy deseando que lleguen las próximas dos semanas. Sobre todo porque
vienen ustedes. —Levi miró a McKenna y Miles en el sofá de su apartamento, donde
McKenna acababa de terminar de leer un libro a su hermano.
—¿Seguro que no te importa que nos colemos en tu viaje familiar? —McKenna
se levantó del sofá y alisó las manos a los lados de su vestido rosa pálido.
—Oye —dijo Levi encogiéndose de hombros—, creo que ya van camino de
convertirse en una familia. Tiene sentido que probemos lo de viajar juntos.
—¿Y si suspendo el examen? —McKenna sonrió con una sonrisa burlona que
Sydney admiró.
Levi se rio.
—Eh —respondió mientras pasaba una mano por el aire—, te daré clases
durante el vuelo. Te enseñaré a desenvolverte con mis abuelos. —Miró a Sydney—.
Mamá está muy bien. No tienes que andarte con pies de plomo con ella.
—Bueno, gracias. —Sydney inclinó juguetonamente la cabeza, agradecida por
lo rápido que su hijo se estaba haciendo a la idea de tener a McKenna y Miles en su
vida—. Beckett debería llegar pronto, y podemos dirigirnos al aeropuerto.
—¿Ha decidido ya si va a trabajar con la policía metropolitana o con Arlington?
—preguntó Levi.
—Como papá es papá y es muy sobreprotector, eligió Metro —respondió
McKenna antes de que Sydney pudiera hacerlo—. Como yo voy a estudiar en
Washington, quiere trabajar cerca de mi colegio —añadió McKenna, dejando
entrever una mirada adolescente perfectamente sincronizada.
—No lo culpo. Si yo tuviera una hija, querría... —Levi negó con la cabeza y
entrecerró los ojos—. ¿Acabo de decir eso? ¿De dónde ha salido eso?
312
Sydney se rio.
—Ya estás canalizando a Beckett, y has pasado menos de dos semanas con él.
Las dos últimas semanas le estaban haciendo la competencia a la semana que
pasó en México en lo que a cambios de vida masivos se refiere. Después de su
pijamada erótica, Beckett le había contado a Sydney sus planes de dimitir como sheriff
de Walkins Glen y mudarse a Washington.
McKenna podría ir al colegio con su mejor amiga, y Miles estaría allí con ella,
ya que su colegio privado abarcaba desde preescolar hasta duodécimo curso.
Sydney estaba preocupada por todo lo que estaba dejando de hacer por estar
con ella, pero Beckett le aseguró que lo estaba ganando todo.
A.J. y su mujer tenían una segunda casa cerca de Quántico, donde ella daba
clases algunas veces al año, así que Beckett y los niños pasaron allí las dos últimas
semanas.
Y ahora nos vamos todos juntos de viaje en familia. Casi tuvo que pellizcarse para
creérselo.
Habían cenado con sus padres hacía unas noches para que se conocieran
mejor, pero su padre se mostraba testarudo, lo que le hizo preguntarse cómo iría el
viaje. Afortunadamente, sus padres sólo se quedarían la primera semana. Su padre
era demasiado adicto al trabajo como para tomarse más tiempo libre.
—Debe de ser él —dijo Levi al oír el timbre—. ¿Pero por qué está tocando el
timbre?
Sydney siguió a Levi hasta la puerta y comprobó la aplicación de seguridad en
su teléfono porque no, Beckett no llamaría. Ella le había dado una llave. No es que
hubieran pasado la noche juntos cuando Levi estaba en su casa, pero durante los días
lectivos, él se había pasado por allí para echar un polvo de buenos días y buenas
tardes.
—Oh. Es Elaina —dijo Sydney una vez que se cargó la señal.
McKenna se unió a ellos con Miles pegado a su lado.
—Debe querer despedirse antes de que nos vayamos.
Levi abrió la puerta con el visto bueno de Sydney y se quedó inmóvil,
impidiendo que todos vieran a Elaina. ¿De qué iba todo aquello?
—Soy Elaina. Creo que te vi en la boda de Savanna y Griffin, pero no nos
conocimos oficialmente.
Sydney se asomó por encima del hombro de su hijo -debido a un reciente
estirón, ahora era una cabeza más alto que ella- para ver a Elaina ofreciéndole la mano 313
mientras Levi se quedaba mirando sin habla. Quizá Levi no estaba tan “enamorado”
de Lucy como Sydney había pensado.
McKenna le dio un codazo en la espalda y murmuró:
—Amigo. —Sydney sonrió, feliz de ver lo rápido que McKenna se estaba
adaptando al papel de hermana de dos hermanos—. Elaina. —McKenna maniobró
alrededor de Levi y abrazó a su amiga, ya que Levi seguía en trance.
—Quería verte antes de que te fueras. —Elaina lanzó un pulgar sobre su
hombro donde Emily caminaba detrás de ella, sosteniendo la mano de su hijo Jackson.
—Liam y A.J. tuvieron que girar esta mañana, como estoy segura de que Beckett
te dijo, así que sólo estamos nosotros —compartió Emily.
—Hola, me alegro de verte, como siempre. —Habían quedado unas cuantas
veces desde Chile, y Sydney tenía la sensación de que se haría amiga de Emily
rápidamente. Estaría bien tener otra amiga íntima además de Mya.
Sydney hizo un gesto para que todos se reunieran dentro, y los chicos se
quedaron todos en el salón mientras ella y Emily encontraban un hueco para charlar
a solas en la cocina. Jackson era más joven que Miles, pero cuando los presentaron la
semana pasada, enseguida se cayeron bien. Miles estaba sorprendentemente bien,
teniendo en cuenta todo lo que había pasado, pero ella le había sugerido que
acudiera a terapia cuando regresaran de su viaje, y Beckett había accedido.
—Beckett debería estar aquí pronto. No sé a qué se debe el retraso. Dijo que
tenía que hacer un recado antes de ir al aeropuerto. —Sydney fue a su cafetera
Nespresso e introdujo una cápsula, suponiendo que ambas necesitaban cafeína.
—No sabes cuánto me alegro de que Elaina vaya a tener aquí a McKenna —dijo
Emily con un suspiro—. ¿Han pensado dónde podrían vivir? ¿Juntos o esperar un
poco?
—A Levi le parece bien que vivamos todos juntos. Sé que parece súper rápido,
pero le gustan Beckett y los niños. Y me quiere feliz. —Gracias a Dios por eso. No
podía imaginarse que a Levi no le gustara Beckett. Por otra parte, la posibilidad de
que se enamorara de un hombre que Levi no aprobara ahora que era “tan sabio” a
los trece años era escasa—. Tal vez tengamos algo construido en algún lugar entre
Arlington y D.C.
—Y eso no es rápido, por cierto. —Emily se encogió de hombros—. Liam y yo
nos casamos borrachos en Las Vegas. Así que nos saltamos toda la parte de las citas.
¿Quién se casa así por accidente? —Se señaló el pecho con un dedo—. Yo. Pero
funcionó más que bien. También lo hará para ustedes.
—¡Beckett está aquí! —anunció Levi, entrando en la habitación, haciendo girar
su dedo en el aire como la hoja de un helo—. Hora de salir. 314
Sydney captó la mirada de Beckett cuando apareció detrás de Levi. Él
enganchó sus gafas de sol en el cuello de su camiseta negra mientras ella expresaba
sus pensamientos en voz alta:
—Tienes una mirada traviesa, sheriff.
—Ya no soy sheriff —le recordó antes de darle un abrazo y guiñarle un ojo—.
¿Y travieso? Ni idea de lo que estás hablando, señorita Archer.

WILTSHIRE, INGLATERRA - UNA SEMANA DESPUÉS

—Ahora que se han ido, podemos relajarnos. Relajarnos un poco. —Levi subió
el volumen de la música en cuanto la limusina de sus abuelos se alejó de la extensa
finca con aspecto de castillo. Estaban todos reunidos en la parte trasera de la
propiedad, y estaba bastante segura de que la marcha de sus padres estaba a punto
de convertirse en una fiesta de celebración para los niños.
Para mí también. No es que no quisiera a sus padres, pero eran muy difíciles de
manejar. Y no estaban de acuerdo en muchas cosas. Pero en general, el viaje había
sido increíble. Siempre le había encantado Castle Combe, el pueblo y la parroquia
de los Cotswolds donde se alojaban.
McKenna también había adorado la campiña inglesa. Habían pasado la mayor
parte de la semana viajando por los alrededores, y a Sydney le había encantado
enseñar a Beckett y a sus hijos todo lo que los Cotswolds tenían que ofrecer, desde la
arquitectura de piedra color miel hasta los pintorescos pubs.
Pero Sydney tenía sus propios planes para ese día. Tenía preparadas las dianas
de tiro con arco y un arco hecho a medida para McKenna dentro de una gran caja de
regalo que llevaba bajo el brazo. No estaba segura si McKenna estaba interesada en
aprender, pero estaba a punto de averiguarlo.
Beckett empezó a jugar al fútbol con Levi y Sydney vio a Miles rendido,
profundamente dormido en la hamaca, protegido del sol de la tarde por una
sombrilla. Estaba acurrucado con uno de los gatos del personal, un gato regordete,
gris y sorprendentemente vocal, con una cara redonda y plana y el pelaje más suave
que jamás había sentido.
Criar a un niño de cinco años no había estado en sus planes en esta etapa de su
vida, pero enseguida se había encariñado con él, y sabía que Beckett también lo había
hecho. Miles no necesitaba compartir sangre para convertirse en hijo. La familia no
funcionaba así.
Sydney se detuvo un momento, los nervios la dominaban, y alzó los ojos al
cielo, preguntándose si Matt los estaría vigilando ahora. Savanna creía que su marido,
315
que había muerto en servicio en 2015, había guiado a Griffin hasta ella como una
segunda oportunidad en el amor y en la vida, y quizá el padre de Levi, Matt, había
estado moviendo algunos “hilos del destino” para que Beckett se cruzara en su
camino...
Sonrió ante la idea y vio renovada su confianza en su misión de compartir su
pasión por el tiro con arco con McKenna.
—Oye, uh, ¿Mamá? —Levi la detuvo en su camino hacia McKenna—. Pregunta.
—Le devolvió la pelota a Beckett y levantó un dedo, pidiendo un segundo. En ese
momento, Beckett fue a ver a Miles en la hamaca.
—Claro, ¿qué pasa? —Siguió agarrando el regalo y se metió las gafas de sol en
el cabello para mirar a su hijo a los ojos por si se trataba de una pregunta seria.
Levi se rascó la barbilla, frunciendo los labios como si estuviera pensando en
cómo compartir lo que tenía en mente, una mirada que ella conocía muy bien de él.
—¿Crees que puedes meterme a mí también en el nuevo colegio privado de
McKenna? Estaba pensando que sería mejor si todos fuéramos a la escuela allí.
—¿No te encanta tu escuela en Arlington?
—Sólo voy allí por tu trabajo. Así puedo estar al lado de papá —le recordó—.
Pero si tú y Beckett están planeando vivir juntos, entonces me quedaré con él si tú
estás de viaje. Creo que es mejor que esté en la escuela con McKenna y Miles para
vigilarlos. Además, McKenna tiene trece años para el instituto, como yo el año pasado.
Le vendría bien un hermano mayor que la cuide.
—Levi. —Dios, su hijo era tan dulce—. ¿Pero qué pasa con Lucy? Claro, puedes
verla cuando quieras, y vive cerca de la casa de tu padre cuando estás allí, pero yo...
—Me siento mal por esto, pero rompimos. Anoche por teléfono. Debería haber
esperado y hacerlo en casa, supongo. ¿Pero cómo puedo salir con ella cuando estoy
pensando en otra persona?
—¿Qué? ¿Han roto? —Casi se le cae el regalo. Y sin embargo, parecía
completamente bien—. Espera, ¿en quién estás pensando? —Y por qué sus palabras
le recordaron algo que Beckett había dicho en aquel bungalow de México. No se
había ido a casa con su cita de la boda de Savanna y Griffin porque había estado
pensando en Sydney—. No es McKenna, ¿verdad? Sus ojos se ampliaron, una oleada
de pánico a punto de apoderarse de ella.
—Whiskey-tango-foxtrot, mamá. No, simplemente no. —Levi negó con la
cabeza—. Siempre he querido una hermana, y si Beckett y tú se convierten en familia,
de forma permanente, creo que sería increíble tenerla sólo de esa manera.
—Uf. —Dejó escapar un suspiro—. Bien, ¿entonces quién?
—No te preocupes. —Sonrió—. Entonces, ¿intentarás meterme en la escuela?
316
—No tendré que intentarlo. Puedo meterte, no hay problema. Tendré que
preguntarle a Seth primero, pero si es lo que quieres, estará de acuerdo.
—Es lo que quiero. —Levi lanzó una mirada hacia Miles y luego hacia
McKenna—. Siempre quise una gran familia. —Volvió a centrarse en ella—. Gracias,
mamá.
Se protegió los ojos con las gafas antes de estropearse el rímel con las lágrimas.
Levi ya estaba en movimiento cuando Beckett gritó:
—¡Ve largo! —Y Levi atrapó el balón.
—McKenna —gritó una vez que logró moverse de nuevo—. Tengo algo para ti,
y ya que estás mirando las dianas de tiro con arco, probablemente sepas por qué te
pedí que te reunieras conmigo aquí.
McKenna aceptó el regalo con una amplia sonrisa y abrió la caja.
—Lo hice a medida para ti. Es un arco para principiantes, y podemos mejorarlo
si te gusta el tiro con arco y quieres...
—¡Me encanta! —McKenna casi rompió la caja de regalos que había entre ellos
cuando fue a abrazarla—. Me enseñarás a ser una patea traseros como tú, ¿verdad?
—Se tapó la boca con la mano libre—. Lo siento. El lenguaje.
—Está bien. Y sí, por supuesto que te enseñaré a ser una gran arquera. —A
Sydney se le estrujó el corazón mientras ayudaba a McKenna a preparar y encuadrar
su postura—. Mi abuelo me enseñó aquí mismo cuando era joven. Es un honor tener
una... —¿Hija? No oficialmente, es cierto. Y puede que Beckett y ella aún estuvieran
en la fase de citas, pero su instinto le decía que todo saldría bien. Que McKenna se
convertiría en su hija algún día. Y Miles su hijo—. Estoy feliz de pasarte esta tradición.
—Gracias. —McKenna asintió con lágrimas en los ojos. Ella las sacudió y
declaró—: Bueno, vamos a hacer esto.
Al cabo de una hora, McKenna le había agarrado el truco. Beckett y Levi se
habían reunido para ver a McKenna lanzar flecha tras flecha. Y una vez que Miles
despertó, Beckett también lo trajo para que mirara.
—Tienes un talento natural, cariño —le dijo Beckett a McKenna, que miró a
Sydney y declaró:
—Quiero ser como tú cuando sea mayor.
—Bueno —dijo Sydney, demasiado atragantada para hacer otra cosa.
—Es bastante genial, ¿verdad? —Levi sonrió con satisfacción, entrando para
salvar.
—Eso es. —Beckett rodeó a Sydney con el brazo, atrayéndola a su lado
mientras Miles perseguía al gato, y Levi sustituyó a Sydney para ayudar a McKenna a 317
aprender.
¿Era esto lo que se sentía al formar parte de una familia? No recordaba haber
tenido una sensación tan completa cuando estaba con Seth. Nunca. Y sus padres no
eran las personas más cálidas. En cuestión de semanas, Beckett había cambiado toda
su vida.
—Papá, creo que deberías seguir adelante y hacer la cosa —dijo McKenna unos
diez minutos después, y Beckett se llevó la mano libre al pecho como si se estuviera
ahogando con el aire fresco.
—¿Qué cosa? —Sydney enarcó una ceja y se volvió hacia él.
—La cosa —dijo McKenna con una exagerada inclinación de cabeza. Sí, se
llevaría bien con Levi, eso estaba claro.
—Bueno, um, McKenna piensa que esta casa —comenzó Beckett, señalando
hacia la enorme mansión de ladrillo gris en la distancia—, es como un castillo.
—Y tú eres la princesa del palacio —dijo McKenna, girando la muñeca y
haciendo girar el dedo como un recordatorio urgente para que recordara sus líneas—
. Y él debería ser tu príncipe —se adelantó a decir McKenna—. ¿Qué te parece?
Sydney se rio y le siguió el juego.
—Quiero decir, claro, eso funciona para mí. ¿Pero eso los convierte a ustedes
en ratones? ¿Y cuál de ustedes se convertirá en la calabaza?
Beckett se restregó una mano por la cara, luego miró al cielo un momento antes
de volver a centrarse en ella.
—¿Qué tal si lo hacemos a mi manera? —Echó un vistazo a McKenna, y ella
sonrió, luego se metió las gafas de sol en el cabello—. Estoy chapado a la antigua,
¿qué puedo decir? —Se metió la mano en el bolsillo y se arrodilló.
Dios mío.
—Sydney, sería un honor que pasaras tu vida conmigo como mi esposa —
empezó Beckett, con la voz áspera por la emoción—, es rápido, lo sé. Pero, ¿quieres
casarte conmigo?
Sydney miró a su hijo. Por la enorme sonrisa de su cara, tenía la sensación de
que él ya sabía lo que iba a pasar. Porque, por supuesto, un hombre como Beckett le
preguntaría primero.
Y oh vaya, esto es real.
—Absolutamente —susurró al encontrar de nuevo los ojos de Beckett—. Sí. —
Ella se arrodilló y él deslizó el sencillo pero perfecto diamante solitario, engarzado
en una fina banda de oro blanco, en su dedo anular. 318
Acercó sus labios a los de ella y la besó como un demonio mientras los niños
vitoreaban.
—Te amo —dijo—. Creo que me salté esa parte. Un poco nervioso.
Cierto. Nunca se habían dicho eso antes.
—Yo también te amo —gritó antes de besarlo de nuevo, haciendo todo lo
posible para mantenerlo PG-13 dada la audiencia.
Beckett la ayudó a ponerse en pie y la besó una vez más.
—¿Por eso llegaste casi tarde al aeropuerto la semana pasada?
Asintió.
—Ya tenía el anillo. Lo compré en Bama antes de mi cumpleaños. Levi tuvo que
usar sus habilidades de sigilo y ayudarme a conseguir tu talla de anillo, así que estuve
esperando a que volviera del joyero. Casi no lo consigo antes de nuestro vuelo.
—¿Tenías esto planeado desde Alabama? ¿La proposición? —Lo miró
fijamente, un poco aturdida.
—Cuando se sabe, se sabe, mamá —dijo Levi, y Beckett sonrió con satisfacción.
—El chico tiene razón. —Beckett inclinó la cabeza hacia su hijo—. Me dio su
bendición en Washington, pero vas a tener que ser rebelde una vez más.
—¿Sólo una? —Entrecerró los ojos—. ¿Y eso por qué?
Hizo una mueca.
—Tu padre me dijo que no cuando le pedí tu mano hace dos días.
—Sólo está viendo si eres lo bastante hombre como para ignorarlo y hacer lo
que quieres —respondió Levi por Sydney aquella vez, y ella no pudo evitar reírse.
—El chico tiene razón —repitió lo que Beckett había dicho, y Beckett volvió a
estrecharla entre sus brazos y le acercó la boca a la oreja.
—¿Y soy lo bastante hombre para ti? —susurró, encendiendo su cuerpo con la
necesidad de él. ¿Cuándo es hora de dormir?
—Ya sabes la respuesta —murmuró, y giró la cara para acercar sus labios a los
de él—. Pero dejaré que me demuestres cuánto esta noche —bromeó antes de que él
volviera a acercar su boca a la de ella.
—Bien, de acuerdo. Dejemos a estos dos solos. —Oyó decir Sydney a Levi, y
permitió que Beckett siguiera besándola.
Cuando por fin sus bocas se separaron, los dos jadeaban como si hubieran
corrido cinco kilómetros. Y justo cuando ella lo agarró de la mano para arrastrarlo
dentro, sonó su teléfono. El único tono que no quería oír.
—No voy a contestar —le dijo ella—. Es trabajo.
319
—¿Y si es una emergencia? ¿Como aquella vez que te sacaron de tu fin de
semana de chicas para salvarme el culo? —Beckett le dio un beso rápido en la
mejilla—. No pasa nada. Responde.
Exhaló un suspiro frustrado, sabiendo que Carter no la molestaría a menos que
fuera importante.
—Horrible momento. Más vale que tenga una buena razón para llamar. —
Sydney agarró su teléfono y puso a Carter en el altavoz—. ¿Ha muerto alguien? ¿O va
a morir? Si no, cuelgo.
—No a la primera pregunta. Sí a la segunda. Pero estamos en tu lado del charco
—compartió Carter—. Estamos en Londres, y te necesitamos. Sólo por esta noche.
Alguien necesita ser salvado relacionado a uno de esos malditos secretos que ese
cabrón, Jorge, estaba guardando. —Se aclaró la garganta—. Además, siento
interrumpir. Debería haber empezado con eso.
Elaina dijo que salvaríamos más vidas gracias a esos secretos. Pero el momento.
—Beckett acaba de proponerme matrimonio. No puedo irme.
—Ohh. —Carter se quedó callado, y ella no estaba segura de lo que diría a
continuación, pero Beckett puso una mano sobre el teléfono y le sostuvo la mirada.
Beckett señaló a los niños que jugaban a la pelota a lo lejos.
—Yo me encargo. Estaré con nuestra familia y lo celebraremos cuando vuelvas.
Nuestra familia. ¿Cómo podría dejarlos ahora?
—No. —Negó con la cabeza.
—Carter, te llamará enseguida. —Beckett agarró el teléfono y terminó la
llamada. Inclinó la cabeza y la estudió—. El momento es malo, pero si alguien puede
morir sin tu ayuda, no te lo perdonarás. Así eres tú, y yo necesito al amor de mi vida
feliz. —Se acercó a su mejilla con la mano libre—. Necesito que mi mujer vaya a ser
la heroína que es y no se sienta mal por ello —ronroneó—. Te cubro las espaldas
mientras estés fuera. Los tengo conmigo, y no haremos nada demasiado divertido sin
ti, te lo prometo. —Sonrió y la atrajo hacia sí para darle un suave beso.
Dios, ya estaba tan abrumada por las emociones, ¿y ahora que él dijera eso?
Que la apoyara. Que la amara. Que la apoyara en todo lo posible.
Pero acaba de declararse.
—No puedo...
—No aceptaré un no por respuesta. Yo también puedo ser testarudo. —Beckett
apartó su cara de la de ella y le guiñó un ojo—. Confía en mí, ¿de acuerdo? 320
—Confío en ti. Pero te quiero a ti y a nuestra familia, y no quiero alejarme.
—No te estás alejando. Estás saliendo por un segundo. Volverás. —La miró con
severidad y asintió—. Te azotaré el culo cuando estemos solos si sigues discutiendo
conmigo. Ve a salvar el día.
—De acuerdo —aceptó. Después de unos cuantos besos apasionados más,
llamó a Carter para pedirle los detalles, y luego se dirigieron a los niños para
compartir la noticia—. Lo siento mucho —añadió Sydney al final de su explicación de
lo que estaba pasando—. ¿Me odian por irme?
Cuando McKenna empezó a irse, Sydney se llevó una mano al corazón ante su
reacción.
—Estará bien —dijo Levi—. No te preocupes, mamá. Le contaré algunas de tus
heroicas historias cuando te hayas ido. Lo entenderá. —Le dio una palmada en el
hombro.
—Beckett, no puedo ir ahora. No cuando está tan alterada. —Ella se enfrentó a
él, que se rascaba la barba, con los ojos puestos en McKenna.
—No está enfadada —dijo con naturalidad.
—Se fue —le recordó Sydney, pero cuando siguió la mirada de Beckett, el
corazón le dio un vuelco de cinco latidos. ¿Qué estaba haciendo McKenna?
Las mejillas de McKenna estaban rojas y sonrojadas cuando regresó.
—Toma. —McKenna extendió el arco de Sydney—. Una malota necesita su
arco. No quería que te fueras sin él. Necesitamos que vuelvas a salvo, ¿sabes? Te
acabamos de encontrar.
Esta vez Sydney no pudo contener las lágrimas y le entregó el arco a Beckett
antes de abrazar a McKenna. Probablemente la apretó demasiado, y ambas se
limpiaron las lágrimas de las mejillas cuando se separaron. Vio que Beckett giraba la
cabeza para ocultar que estaba haciendo lo mismo.
—Ves, te lo dije. —Levi levantó a Miles en brazos y se lo subió a los hombros.
Miles levantó las manos con adorables movimientos de puño de emoción.
Beckett le entregó el arco y le dio una palmada en el culo a Sydney cuando los
chicos le dieron la espalda.
—Vete, cariño. Ve a ser ese héroe que nuestra hija admira. —Sonrió de oreja a
oreja antes de tirar suavemente de su muñeca, acercándola, manteniéndola cautiva
con su mirada oscura y profunda—. Ve a ser mía también.

321
LISTA DE REPRODUCCIÓN
Never Go Back - Robin Schulz Remix - Dennis Lloyd, Robin Schulz
Don’t Blame Me - Taylor Swift
Broken Arrows- Avicii
It Don’t Matter - Alok, Sofi Tukker, INNA
OK Not To Be OK - Marshmello, Demi Lovato
Revival - Sigala, Cheat Codes, MAX
Bam (feat. Ed Sheeran) - Camila Cabello, Ed Sheeran
Feel Me - Selena Gomez
One of Them Girls - Lee Brice
DAKITI - Bad Bunny, Jhay Cortez
Titi Me Pregunto- Bad Bunny
Holy - Hogland, Charlie South
’Til You Can’t - Cody Johnson
Independent With You - Kylie Morgan
On My Way To You - Cody Johnson
The Archer - Taylor Swift

Spotify

322
THE TAKEN ONE

Cuando Tessa se encuentra en un país extranjero sin saber cómo ha llegado


hasta allí, tiene la suerte de que la única persona que puede ayudarla... es el mismo
hombre que una vez le rompió el corazón.
Gray Chandler, cofundador de Falcon Falls Security, tuvo una segunda
oportunidad en la vida tras un accidente de helicóptero en el ejército. Lo que nunca
esperó fue enamorarse de su fisioterapeuta, la hija prohibida de su coronel.
Después de compartir una calurosa noche con Tessa, se prometió a sí mismo
que seguiría adelante y nunca miraría atrás. Pero trece años después, la llamada
nocturna de ayuda de Tessa lo envió a una misión sin precedentes. Y esta vez, no va
a darle la espalda a ella ni a sus sentimientos.
Tessa Sloane nunca olvidó a su primer paciente de fisioterapia en la
universidad. El guapo, rudo y testarudo boina verde había sido todo un reto, pero
también le había robado el corazón. Sólo para rompérselo, dejándola sin suerte en el
amor desde entonces.
Cuando Tessa se topa con Gray a los treinta y tantos, y necesita que la rescaten,
se sorprende de que parezca que su verano juntos fue ayer. Y su ardiente química es 323
aún más fuerte que antes.
Pero ante el peligro, donde los viejos amigos se convierten en nuevos
enemigos, y las mentiras y la traición están en cada esquina, Gray y Tessa se dan
cuenta rápidamente de que “lo que puede salir mal, saldrá mal”.
Gray ya no es el hombre destrozado que creía ser, y hará lo que sea necesario
para salvar a Tessa.. incluso si eso significa sacrificar su segunda oportunidad para
siempre.

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ACERCA DE LA AUTORA

Brittney Sahin empezó a escribir a una edad temprana, con el sueño de ser
autora publicada antes de los 18 años. Aunque los estudios (y, más tarde, la carrera
docente) interrumpieron sus aspiraciones, nunca dejó de escribir ni de imaginar.
No fue hasta que sus alumnos la animaron a seguir sus sueños cuando Brittney
se despidió del norte del estado de Nueva York para iniciar una nueva aventura en el
lugar donde se crió: Charlotte, Carolina del Norte. Aquí, decidió seguir el consejo de
sus alumnos y empezar a escribir de nuevo.
En el 2015 publicó su primera novela, Silenced Memories. Cuando no está
trabajando en sus próximas novelas, pasa tiempo con su familia. Es una orgullosa
madre de dos niños y una amante de las novelas de suspense, el café y el aire libre.

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