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HACER CRECER EL DESIERTO: DELEUZE Y LA


DESHUMANIZACIÓN LITERARIA
Let desert grow: Deleuze and dehumanization in literature

Guadalupe Lucero
Universidad de Buenos Aires/Universidad Nacional de las Artes/
CONICET
guadalupelucero@gmail.com

Resumen: En este trabajo nos proponemos analizar el concepto de desierto


en los estudios que Deleuze consagra a la literatura. Tomaremos como punto
de partida el artículo temprano sobre las islas desiertas y el apéndice a Lógica
del sentido sobre Tournier, para luego plegar la idea filosófica del desierto
sobre otras obras mayores sobre literatura como Kafka. Por una literatura
menor o El agotado sobre Beckett.
Palabras clave: Deleuze / literatura / desierto

Abstract: This paper offers an analysis of the concept of the desert as it


appears in Deleuze’s studies on literature. Taking as a starting point his
article on the desert islands and the appendix to Logique du sens on Tournier’s
novel Vendredi ou les limbes du Pacifique, we attempt to fold the philosophical
idea of the desert over other major works on literature as Kafka. Pour une
littérature mineure and L’épuisé on Beckett.
Key words: Deleuze / Literature / desert

Recibido 14-10-2016 – Instantes y Azares. Escrituras nietzscheanas, 17-18 (2016), ISSN: 1666-2849,
ISSN (en línea): 1853-2144, pp. 267-281 – Aceptado: 14-12-2016
Guadalupe Lucero

Tratar de abordar de un modo general la concepción deleuziana de la


literatura puede presentar como mínimo una serie de problemas metodoló-
gicos. Deleuze ha dedicado obras enteras e innumerables pasajes al análisis
de obras literarias. Y no se trata de una preocupación solo presente en las
obras tempranas –que cedería luego paso al análisis semiótico de otras
artes. Basten como muestra los artículos de apertura y cierre de los dos
volúmenes que agrupan los textos y entrevistas editados póstumamente
al cuidado de David Lapoujade: por un lado “Causas y razones de las islas
desiertas”, que da también nombre al primer volumen, nos brinda una par-
ticular hipótesis sobre la literatura y analiza el tema de la isla de Defoe a
Giraudoux; por otro, “La inmanencia: una vida…” que cierra Dos regímenes
de locos, recurre a la novela de Dickens como superficie privilegiada y ejem-
plar para la explicación del concepto central de inmanencia. Entre uno y
otro, encontramos libros dedicados exclusivamente a un autor (como Proust
y los signos, Presentación de Sacher-Masoch, Kafka. Por una literatura me-
nor) y numerosos artículos y referencias diseminadas a lo largo de la obra
que incluyen autores tan diversos como Beckett, Melville, Carroll, Artaud,
Kleist, Lawrence, Fitzgerald, entre otros. ¿Qué hacer con esta insistencia?1
Nuestra hipótesis es que el desierto como concepto estético constituye
la invariante que permite reunir gran parte de las hipótesis deleuzianas
sobre la literatura. Si bien es en la definición de diagrama tal como la en-
contramos en el libro sobre Bacon donde se explicita el sentido estético-
operatorio del desierto2, veremos que se trata más bien de una insistencia
o un germen potente del pensamiento estético deleuziano presente desde
los primeros escritos. Nos proponemos entonces dilucidar la función del de-
sierto en la concepción deleuziana de la literatura. Comenzaremos nuestro
análisis focalizando ciertos problemas presentes en textos tempranos, para

1. Sauvagnargues señala para el análisis de la estética deleuziana una particular ruptura


en Kafka. Por una literatura menor, segundo libro escrito a cuatro manos con Guattari,
donde la concepción deleuziana del fenómeno literario se pliega sobre una semiótica más
cercana a los estudios sobre la imagen, la música y el cine, que sobre la preeminencia de la
lente estructuralista, presente en los primeros textos como el dedicado a Proust, a Sacher-
Masoch o incluso Lógica del sentido. Mary Bryden ha explorado el vínculo con Tournier y las
fuentes literarias anglosajonas en Gilles Deleuze: travels in literature, Basingstoke, Palgrave
Macmillan, 2007, y volúmenes como el de Garin Dowd, Abstract Machines. Samuel Beckett
and Philosophy after Deleuze and Guattari (Amsterdam/New York, Rodopi, 2007) se han
dedicado exclusivamente a la relación con un autor. Los estudios específicos sobre la relación
e impacto de la filosofía deleuziana en los estudios literarios son innumerables, y por ello
hemos decidido abandonar en esta instancia el trabajo de sistematización, ya recorrido por
la bibliografía crítica de modo profuso, para dedicarnos al análisis de ese pequeño pliegue
que encontramos en el problema del desierto desde los primeros textos hasta la monografía
sobre Beckett.
2. Cfr. G. Deleuze, Francis Bacon. Lógica de la sensación, trad. I. Herrera, Madrid, Arena,
2002, p. 102.

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Hacer crecer el desierto: Deleuze y la deshumanización literaria

luego detenernos en la lectura de la novela de Michel Tournier Viernes, o los


limbos del Pacífico –pieza fundamental de nuestro argumento– y retomar
desde este andamiaje el estudio de Kafka y Beckett.

1. El desierto de la isla
El artículo editado como “Causas y razones de las islas desiertas” in-
tenta definir en primer lugar las variables que componen la isla desierta
como concepto. Deleuze recurre a una caracterización geográfica de la isla,
para explicar su dimensión mitológica. Habría dos tipos de islas: las islas
continentales y las islas oceánicas. Las primeras son en verdad islas deri-
vadas, deben su origen a un desprendimiento continental que permite en
última instancia pensarlas desde el propio continente. Por el contrario, las
islas oceánicas son adjetivadas como originarias, son aquellas en las que el
aislamiento es esencial, no dependen en nada de la estructura territorial
y ellas mismas surgen a veces por medio de explosiones volcánicas, a ve-
ces efecto de una estructura coralina viviente. En ambos casos se oponen
a cierta idea de territorialidad, la idea de estabilidad y de posibilidad de
asentamiento. Desde este punto de vista podríamos decir que son flotan-
tes, desarraigadas3. En esta caracterización encontramos la explicitación
de una oposición que acompañará la filosofía deleuziana hasta el final. Se
trata de la oposición tierra-mar. Tierra y mar no se refieren a dos espacios
geográficos literales, encarnados y concretos, sino un conjunto de afectivi-
dades, que pueden incidir indistintamente en zonas de mar o de tierra. La
tierra es propiamente el “espacio geográfico” como espacio humano, habita-
do, controlado, dominado, medido por el hombre. El mar, por el contrario,
es aquel espacio que se resiste a la organización, que no tiene puntos de
referencia sino más bien puesta en movimiento y hundimiento de toda men-
surabilidad. En este sentido las islas oceánicas, es decir, las propiamente
marítimas son pre o poshumanas4, pero nunca para el hombre. Y es así que
el carácter desierto nada tiene que ver con el vacío, sino simplemente con
su carácter inhumano5.

3. Como sucede con la isla de la película española Lucía y el sexo de J. Medem (2001) donde
el mareo estructural de sus habitantes se explica por su estado de deriva constante.
4. Cfr. G. Deleuze, “Causes et raisons des îles désertes” en L’île déserte et autres textes. Textes
et entretiens 1953-1974, Paris, Minuit, 2002, p. 12.
5.El desierto y el mar pertenecen a un mismo campo afectivo, que Deleuze y Guattari anudan
al concepto bouleziano de lo liso. La distinción entre lo liso y lo estriado, que los autores
abordan bajo el modelo musical, se presenta en estos términos: el espacio estriado es aquel que
requiere de una medición, de una determinación de coordenadas, para ser ocupado, mientras
que el espacio liso es aquel que se ocupa sin medir. Contra la determinación de parámetros
fijos y parámetros variables, se tratará en el espacio liso de una suerte de variación continua.
Y en función de este punto, Boulez plantea una disyunción entre continuo y discontinuo.

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En La imagen movimiento. Estudios sobre cine 1, Deleuze recurre a este


modelo, expresado en la contraposición entre tierra y mar, para pensar el
carácter molecular de la imagen-percepción, esa imagen previa al modelado
de un mundo en vistas de la acción de un sujeto6. El agua postula la prima-
cía del movimiento y el trayecto por sobre la cosa movida y los puntos7. Es
un elemento privilegiado para alcanzar una percepción prehumana, inhu-
mana, aquella que anhelará el “cine-ojo”: poner el ojo en la cosas, deshuma-
nizar el mundo, alcanzar un universo de variación en el que todo varía para
sí mismo y sobre todas sus caras. Es lo que, como veremos, Deleuze llamaba
a propósito de Tournier la erección del mundo. El cine sirve en este caso
para dar cuenta de un problema que ya acecha la concepción deleuziana
de la literatura desde sus primeros escritos: la continuidad, la metamor-
fosis de lo subjetivo en objetivo y viceversa, el “yo volandero”, como dice
Tournier, logrado en el carácter semisubjetivo de la cámara.

2. Sexualizar literariamente el mito


Deleuze recurre en primer lugar a la isla desierta y a su dimensión míti-
ca a partir de su tramitación literaria. La literatura es aquello que sobrevie-
ne a la mitología porque en un mismo movimiento se apropia de la muerte
del mito, en tanto que deja de ser comprendido por el colectivo que los crea,

Para pensar la continuidad Boulez recurre a una imagen bergsoniana: la continuidad no es


el trayecto efectuado de un punto a otro del espacio, sino que la continuidad se manifiesta
por la posibilidad de cortar el espacio siguiendo determinadas leyes. Cuanto más breves
sean los cortes, más tendemos a ver una continuidad. Esta distinción se volcará sobre la
distinción del tiempo musical en tiempo pulsado y tiempo amorfo. El tiempo pulsado será
aquel en el que es posible referir las estructuras de duración a un tiempo cronométrico, sea
este regular o irregular. Mientras que el tiempo amorfo es aquel en el que las estructuras
temporales solo globalmente se refieren al tiempo cronométrico, y que más bien construyen
un campo de tiempo, duración indivisible. Cfr. P. Boulez, Penser la musique d’aujour d’hui,
Paris, Gallimard, 1987, pp. 96 y ss.
6. Cfr. G. Deleuze, La imagen-movimiento. Estudios sobre cine 1, trad. I. Agoff, Barcelona,
Paidós, 1984, pp. 116 y ss.
7. No podemos dejar de señalar la cercanía entre la caracterización que Deleuze y Guattari
hacen de las relaciones marítimas y terrestres y aquellas desarrolladas por Carl Schmitt en
Tierra y mar. Ya el apartado dedicado a la revolución espacial traza el mapa conceptual que
también reiteramos aquí, la nueva concepción espacial en una multiplicidad de modelos,
pictóricos, musicales, bélicos. La caracterización de Inglaterra como poseedora de una forma
de vida desarraigada, desterrizada, frente al nomos de la tierra continental, necesariamente
recuerda esta oposición que encontramos entre tierra y mar en Mil mesetas [Cfr. G. Deleuze
y F. Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, meseta 14: “1440 – Lo liso y lo
estriado”, trad. J. Vázquez Pérez, Pre-textos, Valencia, 2002]. Para una lectura de la relación
entre Deleuze y Schmitt desde el punto de vista de la teoría política, cfr. G. Rae, “Violence,
Territorialization, and Signification: The Political from Carl Schmitt and Gilles Deleuze” en
Theoria and Praxis, International Journal of Interdisciplinary Thought, Vol. 1 Issue 1, 2013.

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para revivirlo en la forma del relato. ¿Qué lugar ocupa la isla en esta suerte
de literaturización de la mitología?

La literatura es el intento de interpretar muy ingeniosamente los


mitos que ya no se comprenden, en el momento en que ya no se
los comprende porque ya no se sabe soñarlos ni reproducirlos. La
literatura es la contienda de los contrasentidos que la conciencia
opera natural y necesariamente sobre los temas del inconsciente.8

Tenemos aquí una serie se afirmaciones que vale la pena examinar


detenidamente. En primer lugar la literatura es el trabajo hermenéutico
sobre la materia mítica. Su horizonte y su materia es el mito y por lo tanto
no específicamente el lenguaje. O al menos, no es el lenguaje el problema
fundamental de la literatura sino el mito devenido incomprensible.
El mito como material literario es en cierto modo la concepción más an-
tigua de la literatura, si pensamos como tal la derivada de la interpretación
platónica de la poesía. En su descripción del uso de los términos mythos y
logos en Platón, Jesi muestra que lejos de ser términos opuestos, ambos son
utilizados a menudo de modo intercambiable para referir la idea de discur-
so9. El matiz no está dado entre racionalidad e irracionalidad, como puede
creerse desde el uso que el sentido común ha heredado de cierta interpreta-
ción que la historia de la filosofía ha impuesto sobre estos términos, donde
la racionalidad preservaría la función de verdad mientras que la irracio-
nalidad se volcaría sobre el concepto de ficción. Más bien se trata de una
función de utilidad y uso del discurso. El logos es el discurso orientado a la
persuasión, mientras que el mythos se reserva para la palabra no necesaria,
en el sentido de inoperante o inútil. Esta oposición en términos de uso nos
permite comprender mejor el argumento platónico que en el contexto de
República X recurre a la autoridad de uso como elemento de ataque contra
la poesía. La distancia entre filosofía y poesía es la que se mide entre un
discurso orientado a un fin y uno desviado de la finalidad.
Retomemos aún por un momento nuestra cita. Ese material se hace
accesible por la mediación literaria en el momento en que no pueden ya
ser soñados o reproducidos, es decir, imaginados. La obturación de la com-
prensión imaginaria e inmediata del mito da origen a la literatura como su
interpretación. La obturación parece visibilizarse en la idea de “la contien-
da de los contrasentidos”, los dissoi logoi como los llama Cacciari a propó-
sito del conflicto platónico con la poesía10. Contrasentidos que tienen una

8. G. Deleuze, “Causes et raisons des îles désertes”, ed. cit., p. 15.


9. F. Jesi, Mito, Milano, Mondadori, 1980, pp.15 y ss.
10. Cfr. M. Cacciari, “El hacer del canto” en El dios que baila, trad. V Gallo, Buenos Aires,
Paidós, 2000, pp. 11-56.

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fuente señalada en “los temas del inconsciente”. Este inconsciente no es la


contracara de una consciencia individual, sino que los mitos son ante todo
lo que surge de una imaginación o una alucinación colectiva. Por lo tanto
eso que surge no es sino un material concreto que resta más allá de todo
contenido de consciencia, más allá de todo yo. Efecto de una manada, de
una multiplicidad –no otra cosa es lo que implica aquí la adjetivación colec-
tiva11– que por lo tanto se singulariza afectivamente y no individualmente.
Este material es lo que la literatura modela y modula. No el lenguaje y su
dimensión científico-lingüística, lenguaje que se deshace teóricamente, que
muestra su pliegue en el juego de palabras y en la denuncia del sinsentido.
Por el contrario, afecto común encarnado en relatos, cuyo centro problemá-
tico excede en todo a una cuestión de palabras y formas lingüísticas12.
Pero volvamos al episodio de la muerte de la mitología, ya que la li-
teratura viene a relevarla. Deleuze nos dice que la mitología muere en
manos de la literatura “en dos novelas clásicas de la isla desierta”13: se tra-
ta de Robinson Crusoe de Defoe y Suzanne et le Pacifique, de Giraudoux.
La literatura mata la dimensión mítica de la isla desierta y lo hace de un
modo liviano o pesado. El modo pesado es el de Robinson Crusoe: aquel
que traduce la intensidad de la isla y su carácter de abandono en trabajo
y despliegue del capital. El modo liviano es el de Suzanne que calca sobre
la isla la superficie parisina del escaparate y la moda. En uno y otro caso
podemos pensar en la dimensión de la palabra necesaria, es decir, volcada
al objetivo concreto, orientada sobre un proyecto de acción y un horizonte de
intervención, como opuesta a la palabra innecesaria del mito. La literatura

11. El 19 de octubre de 2016 se produjo en Buenos Aires un “paro de mujeres”. El


desencadenante fue la violación y asesinato de una niña en condiciones de brutalidad
extremas. De esa marcha, quisiera mencionar aquí simplemente un detalle de la cobertura
en las redes sociales. Lo que se muestra, lo que se elige mostrar como central, son los
modos de protesta performáticos, las acciones, las intervenciones musicales, es decir, una
dimensión ritual de la protesta y del encuentro, del ritual-encuentro-protesta. Ritual aquí es
también una particular convocación de las fuerzas míticas, fuerzas de lo común inconsciente,
fuerzas de lo común alucinatorio. La mujer como espacio de ese encuentro, atravesada de
ser-colectiva. Veremos un poco más adelante el lugar que a la mujer asignaba el joven
Deleuze como contracara de otro-masculino. Preferiríamos reservar, contra Deleuze o más
allá de él, la dimensión colectiva de la enunciación femenina como uno de los modos políticos
de la enunciación menor.
12. Como en el Banquete platónico el discurso, mito, logos, se erotiza. ¿Pero qué quiere decir
esto? ¿No es acaso el texto platónico el que tuerce la afectividad erótica hacia la elevación
trascendente? Esto podría afirmarse si el texto se circunscribiera al discurso de Diótima
que Sócrates relata. Sin embargo, sabemos que este camino se interrumpe con la entrada
de Alcibíades, que reconduce el problema a las relaciones entre los cuerpos y los individuos
concretos. Cfr. L. Soares, “Estudio preliminar a Banquete”, en Platón, Banquete, trad. C.
Mársico, Buenos Aires, miluno, 2009, pp. 122 y ss.
13. G. Deleuze, “Causes et raisons des îles désertes”, ed. cit., p. 15.

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parece así hacer de los mitos una narración orientada, es decir, con sentido.
Los mitos encuentran de este modo una dimensión encarnada, humana en
tanto que individualizada en un hombre o una mujer. Pero ¿no cabe aún un
tercer modo de pensar la torsión literaria que evite este aparente dilema
sexuado? ¿No ha sido la literatura del siglo XX el lugar privilegiado para la
experimentación de una dimensión inhumana, no-humana, que antes que
superar al hombre –al modo de la ciencia ficción– lo pliega sobre un modo
de ser que le es completamente extraño, a saber, el de “las cosas mismas”?
Y si el horizonte de discusión es aquel donde uno de los interlocutores es
Tournier, ¿no habría aún una salida por Tournier y por el concepto de im-
personal?
Encontramos en este texto el eco de uno anterior, y que el propio
Deleuze no había querido republicar, donde también esta división sexual
de los conceptos adquiría un sentido radical. Se trata de “Descripción de
una mujer. Para una filosofía sexuada del otro”. En la aguda lectura que
de ese texto hace Julián Ferreyra, encontramos que, contra toda problema-
tización del Otro asexuada, Deleuze propondría, a través de un controver-
tido concepto de mujer, una sexualización de la filosofía. De acuerdo con
Tournier el Otro es la expresión de un mundo posible. El mundo del mero
hay se curva sobre un sujeto y se convierte en mundo para. En el mundo
inactivo (fatigante, agotado) y objetivo, el Otro “puede expresar un mundo
donde no hay lo fatigante […] La expresión de un mundo exterior ausente,
un expresante sin expresado”14. Esta ausencia inyectada en un mundo que
es pura presencia permite la curvatura del mundo sobre el sujeto, intervalo
que convierte al mundo inactivo en horizonte de acción. Esta torsión pro-
yectiva es propiamente masculina, y por eso la figura del Otro aparece como
Otro-masculino. Contra esta actividad, la mujer ocupa el clásico lugar de
la pasividad que es pura presencia sin vacío, expresión que se agota en lo
que es: “La mujer no expresa ningún mundo posible; o más bien, lo posible
que expresa no es un mundo exterior, es ella misma”15. La mujer entonces
vendría a cumplir conceptualmente la tarea de arrancar al concepto de Otro
su carácter masculino, es decir, su esencial ausencia vinculada a la lógica
de la posibilidad y de la acción, para hacer del mundo expresado un real16.
Las dos series que propone Ferreyra para analizar el texto de Deleuze, una
serie material y otra inmaterial, que si bien distintas están solapadas, es
decir indiscernibles, no pueden sino echar luz sobre ese real que se acerca a

14. G. Deleuze, “Descripción de la mujer” en Cartas y otros textos. (ed. D. Lapoujade], trad.
P. Ires y S. Puente, Buenos Aires, Cactus, 2016, pp. 280-281.
15. Ibíd. p. 282.
16. Cfr. J. Ferreyra, “La voluptuosidad de ser otro en el joven Deleuze” en El Banquete de los
Dioses. Estética política y ontología en la filosofía de Gilles Deleuze, Volumen 4 N° 6, Mayo
2016 a Noviembre 2016, pp. 52-70.

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la realidad de lo virtual contra la irrealidad de lo posible. Mujer-cristal, el


concepto engloba y conjuga las dos series, expresado y expresión. La mujer
ocupa aquí las coordenadas conceptuales que luego, en la obra del filósofo,
poblarán los conceptos vinculados a la obra de arte. Si la mujer es en este
texto, siguiendo a Ferreyra, lo que fuerza a pensar, la ocasión de un encuen-
tro fundamental, cabe la pregunta ¿por qué la mujer y no directamente el
mundo del hay?

3. La perversión literaria
¿No es justamente la superficie del lenguaje, su dimensión paradójica y
por lo tanto afecta al juego de palabras la cuestión central de Lógica del sen-
tido? ¿Cómo pensar que no es el lenguaje en su sentido formal y estructural
el tema de la literatura? Es justamente este un punto central de la concep-
ción deleuziana de la literatura, ya que conforme pasa el tiempo Deleuze
se aleja cada vez más de las experiencias vinculadas con el formalismo del
lenguaje y la retoma en su vínculo con el material mítico. Si el mito obedece
a la lógica del sueño o de la pesadilla colectiva, y como tal es expresión de
una dimensión inconsciente de ese colectivo, entonces no es difícil decir que
las tesis de Kafka. Por una literatura menor, por ejemplo, se ajustan a esta
estrecha relación entre literatura y enunciación –inconsciente– colectiva.
Pero para llegar a esta hipótesis fue necesario el tránsito por la tercera vía
de literaturización de la isla, la vía Tournier.
La novela de Tournier, Viernes o los limbos del pacífico se publica recién
en 1967. Pero el concepto de Otro que encontramos en la novela es muy cer-
cano al citado por Deleuze en el texto sobre la mujer y el tema mismo de la
isla desierta junto con la idea de Robinson como materia literaria, permiten
adivinar una preocupación común de los jóvenes amigos. Tomemos como
punto de partida una cita de la novela que justamente refiere a la relación
entre mujer y superficie:

…esa noción de profundidad, de la que nunca había pensado escrutar


el uso que de ella se hace en expresiones como “un espíritu profun-
do”, “un amor profundo”… Extraño modo de tomar partido que valora
ciegamente la profundidad a expensas de la superficie y que preten-
de que “superficial” no significa “de vasta dimensión”, sino “de poca
profundidad”, mientras que “profundo” significa, por el contrario, “de
gran profundidad” y no de “insignificante superficie”. Y, sin embargo,
me parece que un sentimiento como el amor se mide mucho mejor –si
es que puede medirse– por la importancia de su superficie que por el
grado de su profundidad. Porque yo mido mi amor por una mujer por
el hecho de que amo tanto sus manos como sus ojos, su andar, sus
vestidos habituales, sus objetos familiares, lo que ella no ha hecho

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más que tocar, los paisajes en donde la he visto desenvolverse, el mar


en que se ha bañado… ¡Todo esto es, desde luego, de la superficie,
creo! Mientras que un sentimiento mediocre apunta directamente –en
profundidad– al sexo mismo y deja todo lo demás en una penumbra
indiferente.17

La mujer es aquí la superficie amada no como otro yo, sino como pura
extensión de la piel, de sus objetos, de sus vestidos, mundo que desborda
más allá o más acá de toda interioridad y que desanuda la reflexividad pro-
funda de la metáfora sexual. Sin embargo, esta caracterización de la mujer
como contrapeso del otro implica en la novela solo un primer momento que
será luego superado. Nos gustaría recorrer en Tournier este movimiento
que rechaza el concepto de otro no por la vía de su feminización, sino de una
impersonalización que va más allá de la división sexual. No porque la olvide
y la reduzca a su función masculina –como señala Deleuze a propósito de
Sartre– sino porque la división sexual misma se vuelve fútil. La diferencia
que abre este recorrido se revela en el valor del concepto. El otro es la ex-
presión de un mundo posible, pero justamente por eso, hace que el mundo
se vuelva reflexivo y a la vez fantasmagórico. Transido de ausencia para dar
lugar a la lógica de lo posible, el mundo curvado deja de estar simplemente
ahí para devenir horizonte de acción. Pero en la soledad de la isla, el otro
se difumina y entonces el mundo se abre nuevamente como pura presencia
inútil:

De este modo se dio cuenta de que el otro [autrui] es para nosotros un


poderoso factor de distracción no sólo porque nos perturba sin cesar
y nos arranca de nuestros pensamientos, sino además porque la sola
posibilidad de su aparición proyecta una imprecisa luz sobre un uni-
verso de objetos situados al margen de nuestra atención, pero que, en
cualquier momento, podrían convertirse en su centro. Esta presencia
marginal y como fantasmagórica de las cosas de las que no se ocu-
paba de inmediato se había ido borrando poco a poco del espíritu de
Robinson.18

El otro es un mundo posible, pero mundo como útil en potencia. Justa-


mente esta dimensión productiva y utilitaria del mundo es entendida como
un factor de distracción, un desvío, pero ¿de qué senda? Veremos que esta
senda es la de la humanización. Y entonces deshumanización implica en
este contexto la pérdida de vínculo instrumental con el mundo. El otro es
la distracción que proyecta sobre los objetos un halo de utilidad. Curva el

17. M. Tournier, Vendredi ou les limbes du Pacifique, Paris, Gallimard, 1972, p. 73.
18. Ibíd. p. 38.

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mundo como un para nosotros que de otro modo se perdería en la planitud


de lo no curvado. La planitud encuentra una primera determinación en la
superficie (femenina). La isla es aquí esposa, amante, deseada. Pero es solo
un momento que encuentra en el episodio de los celos su punto de quiebre.
Desde allí Robinson alcanza una nueva sexualidad que no se orienta ya bajo
la lógica humana de la relación sexual.
Solo entonces se alcanza la dimensión desértica de la isla. Dice Robinson:
“El primer día yo transitaba entre dos sociedades humanas igualmente
imaginarias: la tripulación desaparecida y los habitantes de la isla, porque
yo la creía poblada”19. El carácter humano de estos dos universos imagi-
narios se centra en la figura del otro, espejo del diálogo y modelador del
mundo posible. La isla como poblada implica no la existencia de hombres
concretos, sino de su dimensión humana como creadora de mundos posi-
bles, es decir, el otro como posible mismo en la isla, y aunque ausente (como
lo reclama justamente la lógica de la posibilidad) actuante. Sin embargo,
“la isla se reveló desierta”. Y esto no significa evidentemente “vacía” –más
bien al contrario–.

Desde entonces sigo con una horrible fascinación el proceso de deshu-


manización, cuyo inexorable trabajo siento en mí. […] [sin el otro] mis
relaciones con las cosas se encuentran ellas mismas desnaturalizadas
por mi soledad. Cuando un pintor o un grabador introducen persona-
jes en un paisaje o en las proximidades de un monumento, no es por
gusto de lo accesorio. Los personajes dan la escala y, lo que importa
más todavía, constituyen los puntos de vista posibles que añadir al
punto de vista real del observador de indispensables virtualidades.20

Sin el otro la humanidad se deshace, se desarregla como una máquina


que pierde una pieza. La desnaturalización adviene junto con el derrumbe
de la escala humana. Se trata de una visión sublime, hundimiento percepti-
vo en el que la naturaleza no amenaza mi resistencia física –como sucede en
lo sublime dinámico kantiano– sino mi resistencia espiritual. La salvación
no puede entonces seguir la vía de lo suprasensible, sino que, si todavía
podemos hablar de salvación, parece ser la que conduce lo espiritual a la
materialidad del cuerpo y de la isla. El desierto afecta entonces a la hu-
manidad de la isla y se opone a lo poblado. A su vez, el poblamiento es
la condición de posibilidad del lenguaje (“el lenguaje depende, en efecto,
de modo fundamental de ese universo poblado”21) y sin el faro del otro el
mundo se envuelve en tinieblas. Pero la novela se esfuerza en mostrar que

19. Ibíd. p. 56.


20. Ibíd. pp. 56-57.
21. Ibíd. p. 58.

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Hacer crecer el desierto: Deleuze y la deshumanización literaria

estas tinieblas no son oscuras. Más bien al revés. La falta de luz solo anula
la proyección de las sombras, mediodía eterno de la isla22. Esto sucede al
personaje incluso cuando se adentra en la profundidad de la isla. La cueva
se revela, como una foto, y en la máxima oscuridad se torna blanca. Lo
blanco como reverso tanto de la luz como de la oscuridad. Este momento
de la novela afecta ante todo al tiempo en la isla, ya que el episodio del
hundimiento en la roca se realiza en el detenimiento de la clepsidra, reloj
improvisado que le permite a Robinson medir y controlar precariamente el
tiempo. La clepsidra como ritornelo, goteo que organiza el tiempo caótico y
abierto, que reconduce al sujeto a la morada y al trabajo, organiza la isla,
pero solo para detenerse en el descenso al fondo donde la cavidad de la roca
parece darse vuelta como una prenda para mostrarse como interioridad
desplegada. El tiempo pulsado del ritornelo-clepsidra encontrará su revés
al final de la novela en el arpa eólica: sinfonía instantánea del acorde sin
pulsación. Es el enderezamiento del tiempo. En lugar de proyectarse, el
tiempo se erige como si fuera un único día. Este enderezamiento es la con-
secuencia necesaria de la desaparición del otro, que justamente inclinaba
el tiempo y las cosas: “La isla desierta entra en un enderezamiento, en una
erección generalizada”23.
Pero para esto Robinson habrá sufrido su metamorfosis total: el tiempo
no es más que una espacialidad abierta. Ese yo volátil “que va a posar-
se tanto en el hombre como en la isla”24 alcanza su dimensión propia: el
abandono final del yo. En el camino hacia este abandono la sexualidad de
Robinson cumple un rol fundamental. La metamorfosis de la sexualidad
hétero-normada es transformada por lo que el personaje llama la vía vege-
tal. Esta vía, que se anuncia en la descripción del vínculo anómalo entre la
orquídea y el insecto, y también en el recuerdo del herborista de York, se
consumará en la fecundación de la isla a través de las mandrágoras. Pero
la voluptuosidad de la flor es solo un paso hacia un coito solar, inconmen-
surable bajo la duplicidad de la sexualidad humana. Es la voluptuosidad
cristalina y resplandeciente, metálica, de la unión cósmica con la isla, una
“juventud mineral”. Ante este placer en el que el propio cuerpo brilla fe-
cundado por el sol, la humanidad no puede ser más que un mal trago, una
comida indigesta, como la que le ofrece el capitán del Whitebird.
Esta gran metamorfosis es la que describe Deleuze. El Robinson asexua-
do, lejos de “olvidar” la sexualización del otro, pervierte el sentido de toda

22. “Sólo reina la brutal oposición del sol y de la tierra, de una luz insostenible y de un abismo
oscuro. […] Nada más que Elementos. El sin-fondo y la línea abstracta han reemplazado a lo
modelado y el fondo” G. Deleuze, “Michel Tournier y el mundo sin el otro”, trad. V. Molina,
en Lógica del sentido, Barcelona, Paidós, 1989, p. 305.
23. Ibíd., p. 310.
24. Michel Tournier, Vendredi… ed. cit., p. 94.

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diferencia sexual y de toda sexualidad binaria, en pos de un despliegue ele-


mental del deseo. Robinson metamorfoseado sucesivamente en isla, car-
nero o Viernes, alcanza unos “fines completamente diferentes y divergentes
de los nuestros”25. Y es en este sentido que Deleuze piensa el gesto de
Tournier bajo la lógica de la perversión: “Toda perversión es un otroicidio,
un altruicido, por tanto un asesinato de los posibles”26.

4. Despoblar, alcanzar el desierto


La estructura perversa que Deleuze encuentra en el Robinson de
Tournier salvaguarda la estancia en la superficie, ya que la profundidad
queda relegada a la relación con el otro. Es necesario decir que, estricta-
mente, el perverso como personaje conceptual de la estructura y la superfi-
cie será desplazado por el esquizofrénico, personaje que permitirá la dene-
gación de la división superficie-profundidad para abordar el ascenso de las
profundidades que se distribuyen ya en la superficie confundiéndose en un
mismo plano27. Sin embargo, existen dos condiciones de esta perversión ob-
servada en el Robinson de Tournier que insisten en el tratamiento literario,
y que permiten sostener la definición de la perversión en su vínculo con la
caída del otro y la liquidación de los posibles. Se trata en primer lugar de la
noción de desierto como lo no poblado. Y en segundo lugar de la noción de
agotamiento.
La isla vale en tanto que es pensada como desierta, y el desierto implica
siempre una función de deshumanización. Antes o después del hombre, el
desierto es el concepto que subyace y tensa la serie que anuda el cuerpo sin
órganos, los espacios lisos, el nomadismo, la materia-luz, el afecto desencar-
nado. Desde el punto de vista literario la íntima unión entre la perversión
(como derrumbe de la estructura Otro) y el desierto se retoma bajo una
nueva torsión en Kafka. Por una literatura menor. Ciertamente no se habla
ya de perversión, pero sí de un uso desviado de la lengua, su uso menor. El
tercer capítulo de Kafka… explicita qué entienden los autores por lengua
menor en tres pasos. Por un lado, la minoridad implica una función de uso
y no una cualidad. La literatura menor no es la literatura de una lengua
menor, de una minoría, sino lo que una minoría hace en una lengua mayor.
Por ello el sentido se opone a la “salida de la minoridad kantiana”. No se
trata de que la lengua menor se libere de la autoridad de la lengua mayor
para hablar finalmente por sí misma. Por el contrario, la función de minori-

25. G. Deleuze, “Michel Tournier y el mundo sin otro”, trad. cit., p. 302.
26. Ibíd., p. 318.
27. Cfr. D. Lapoujade, Deleuze. Los movimientos aberrantes, trad. P. Ires, Buenos Aires,
Cactus, 2016, pp. 144-145.

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Hacer crecer el desierto: Deleuze y la deshumanización literaria

dad implica una distorsión de la lengua mayor, producida al ser arrastrada


por un coeficiente de desterritorialización. Esta distorsión solicita su ho-
rizonte simbólico para convertirla en puro artificio, decorado o escenario.
En segundo lugar, esta función desterritorializante implica una dimensión
política inseparable de la literatura menor. Pero su politicidad nuevamente
no implica la liberación o visibilización de un pueblo que se convertiría en
sujeto de la enunciación. Por el contrario, la enunciación se deshumaniza y
se desindividualiza, y es este enunciado sin yo el que es en sí mismo político.
En tercer lugar, y como correlato de lo anterior, todo toma valor colectivo.
La acción del escritor es la de un “sujeto de la enunciación en el desierto”28.
Pero si el desierto es despoblamiento ¿cómo pensar allí lo común? Se adivi-
na aquí la respuesta, el desierto es despoblamiento humano, es necesario
entonces pensar el enunciado común como lo esencialmente inhumano. De
allí la búsqueda del narrador animal: manada, jauría. Pero también porque
el desierto como superficie literaria es también la invocación de un pueblo
ausente, de un pueblo que falta y que se inventa en la fabulación o en la
simulación creadora. Inventar un pueblo es hablar ya en el lugar de cual-
quiera, hacer pasar los delirios comunes, hacer salir las voces.
Para hacer pasar el delirio, para que las voces salgan, se requiere de
un gran trabajo sobre la lengua. Es en este sentido que querríamos volver
sobre la cuestión de la liquidación de la posibilidad. Para que la literatura
se conforme de enunciados colectivos es necesario en primer lugar liquidar
el sujeto de enunciación encarnado. La literatura no habla en primera per-
sona, nada importa del sujeto que escribe, incluso cuando escriba sobre sí
mismo. Llevar la lengua al desierto, nada más difícil. Porque la lengua
está cargada, inclinada sobre un horizonte simbólico, está calcada sobre
la estructura del otro. No es otro el tema del texto dedicado a la obra
de Beckett: El agotado. El agotamiento no es sino la eliminación de los
posibles, es decir, la liquidación del otro. Deleuze señala que el agotado
no debe confundirse con el fatigado o cansado: “El fatigado ha agotado la
realización, mientras que el agotado agota todo lo posible”29. Y el conjunto
de todos los posibles es en última instancia dios. Sabemos que la filosofía
del otro tiene su propia deriva teológica, ¿no es acaso el rostro del otro en
última instancia un avatar de lo sagrado? Vemos cómo en este texto tardío
se retoma el problema original en torno a cómo transformar, cómo salir
de las coordenadas de una filosofía en la que el otro es fundamento último
del mundo y de mí mismo. “Termina con lo posible más allá de toda fatiga,

28. G. Deleuze y F. Guattari, Kafka. Por una literatura menor, trad. J. Aguilar Mora, México,
Era, p. 51.
29. G. Deleuze, “L’épuisé” en S. Beckett, Quad et autres pièces pour la télévision. Suivi de
L’épuisé par Gilles Deleuze, Paris, Minuit, 1992, p. 57 (la traducción es mía).

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‘para terminar aún’”30. La fórmula [pour en finir encore] no puede sino ha-
cer resonar en este contexto a Artaud, y así de algún modo acomuna una
serie extensa de problemas literarios abordados por Deleuze a lo largo de
su obra: liquidar el otro, acabar con el juicio de dios. El agotado juega el
arte de la combinatoria. No se orienta, no se proyecta, está sin embargo en
un proceso continuo de activación sin rumbo. La obra de Beckett es para
Deleuze en conjunto un gran proceso de agotamiento. En primer lugar ago-
tamiento de las cosas y las acciones, de la dimensión “objetiva” del lenguaje.
En tanto que posibles orientados a una realización, las cosas y las acciones
se enderezan, pierden su curvatura proyectiva, cuando se las sustrae de
la frase para nombrarlas como elementos de una serie. Las palabras a su
vez deben agotarse remitiéndolas a la dimensión “subjetiva” del lenguaje,
su punto de enunciación, las voces, los otros. La voz no es sino el canal
por medio del cual el otro como garante de los mundos posibles pasa: “los
Otros son unos mundos posibles, a los que las voces confieren una realidad
siempre variable”31. Pero estas dos dimensiones se agotan a su vez en una
tercera, allí donde el lenguaje se abre a su afuera en el límite de las voces y
los objetos. Deleuze llama a este tercer proceso de agotamiento Lengua III

que no refiere ya el lenguaje a objetos numerables y combinables, ni a


voces emisoras, sino a límites inmanentes que dejan de desplazarse,
hiatos, agujeros o desgarraduras de las que no se dará cuenta, que
podrían atribuirse a la mera fatiga si no crecieran de golpe a fin de
acoger algo que viene del afuera o de otra parte. […] Esa cosa vista, u
oída, se llama Imagen, visual o sonora, siempre que se la libere de las
cadenas con las que la sostienen las otras dos lenguas.32

La imagen no constituye aquí un nuevo avatar de una interioridad sub-


jetiva o de una objetivación simbólica. La imagen es la presentación afec-
tiva ya más allá o más acá de la cuadratura de la proposición. La imagen
valdrá por su tensión interna, indiferente tanto de su contenido como de su
enunciación. Y se trata sobre todo de un particular “ente”, que afirma su
dimensión de simulacro y que habita justamente lo que en los libros sobre
cine Deleuze concibe como espacio cualquiera. La imagen no es represen-
tación de un mundo, justamente no es imagen del mundo, sino por el con-
trario, la interrupción de un mundo de la imagen. La imagen se vincula así
al espacio en Beckett caracterizado como “espacio cualquiera, desafectado,

30. Ibíd., p. 58.


31. Ibíd., p. 67.
32. Ibíd., pp. 69-70.

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Hacer crecer el desierto: Deleuze y la deshumanización literaria

inafectado, aunque esté geométricamente determinado por completo”33. El


espacio se puebla de voces, pero no ya para hacer pasar los discursos como
por un punto, como puede suceder por ejemplo todavía en Not I. La voz
puede aún redundar sobre la imagen y el mismo espacio en Ghost trio. Pero
desaparece en Quad y se anuda a la música en Nacht und Träume. De la
determinación espacial debe poder producirse la imagen. Pero esta imagen
no es la imagen de la representación ni de la memoria, tampoco la imagen
del sueño o del reflejo. El personaje de Nacht und Träume se encuentra
recostado sobre una mesa, la cabeza oculta sobre las manos que reposan
una sobre otra. ¿Duerme? ¿Sueña? Una imagen proyectada en el interior
del plano reproduce la figura y agrega manos, que la levantan, le ofrecen
agua, la limpian. Sueño insomne, imagen que comienza a fabricarse sobre
un plano inmemorial e inimaginario. Nada de las relaciones entre la imagi-
nación, el sueño y la fantasía. Agotamiento de la imagen y agotamiento del
espacio. El espacio cualquiera no es sino un nuevo nombre para el desierto.
Vemos entonces que aquella gran Salud literaria que Deleuze encon-
traba en el personaje de Tournier encuentra aquí, hacia el final, su plano
propio. En la literatura se trata de resistencia, de una peculiar resistencia
de la vida encarcelada en la forma hombre. Será necesario que esa forma
se desdibuje, que abra paso a otras alianzas, con las plantas, con las rocas,
con las imágenes34. La literatura toca su límite no cuando el lenguaje se
convierte en superficie formal de experimentación, sino cuando nos arras-
tra hacia el límite de una vida inorgánica, montado en la línea abstracta
que todo lo disuelve para ponerlo en variación. Pero esta aseveración no es
sino la inquietud literaria fundamental de Deleuze, invariante de Chrétien
de Troyes a Beckett:

el caballero del roman courtois emplea el tiempo en olvidar su nom-


bre, lo que hace, lo que le dicen, no sabe a dónde va ni a quién le
habla, no cesa de trazar una línea de desterritorialización absoluta,
pero también de perder en ella su camino, de pararse y de caer en
agujeros negros.35

El personaje literario por excelencia es el nómade, pero el nómade como


aquel que no se mueve, no va a ningún lado, sino que más bien es arrastra-
do por el desierto, allí donde el desierto se despuebla.

33. Ibíd. p. 72. Cfr. G. Deleuze, La imagen-movimiento. Estudios sobre cine 1, trad, cit., p.
174.
34. Cfr. G. Deleuze, Foucault, trad. J. Vázquez Pérez, Buenos Aires, Paidós, 2003, p. 170.
35. G. Deleuze y F. Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, trad. José Vazquez
Pérez, Valencia, Pre-textos, 2002, p. 179.

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