Dialnet HacerCrecerElDesierto 9044537
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Guadalupe Lucero
Universidad de Buenos Aires/Universidad Nacional de las Artes/
CONICET
guadalupelucero@gmail.com
Recibido 14-10-2016 – Instantes y Azares. Escrituras nietzscheanas, 17-18 (2016), ISSN: 1666-2849,
ISSN (en línea): 1853-2144, pp. 267-281 – Aceptado: 14-12-2016
Guadalupe Lucero
1. El desierto de la isla
El artículo editado como “Causas y razones de las islas desiertas” in-
tenta definir en primer lugar las variables que componen la isla desierta
como concepto. Deleuze recurre a una caracterización geográfica de la isla,
para explicar su dimensión mitológica. Habría dos tipos de islas: las islas
continentales y las islas oceánicas. Las primeras son en verdad islas deri-
vadas, deben su origen a un desprendimiento continental que permite en
última instancia pensarlas desde el propio continente. Por el contrario, las
islas oceánicas son adjetivadas como originarias, son aquellas en las que el
aislamiento es esencial, no dependen en nada de la estructura territorial
y ellas mismas surgen a veces por medio de explosiones volcánicas, a ve-
ces efecto de una estructura coralina viviente. En ambos casos se oponen
a cierta idea de territorialidad, la idea de estabilidad y de posibilidad de
asentamiento. Desde este punto de vista podríamos decir que son flotan-
tes, desarraigadas3. En esta caracterización encontramos la explicitación
de una oposición que acompañará la filosofía deleuziana hasta el final. Se
trata de la oposición tierra-mar. Tierra y mar no se refieren a dos espacios
geográficos literales, encarnados y concretos, sino un conjunto de afectivi-
dades, que pueden incidir indistintamente en zonas de mar o de tierra. La
tierra es propiamente el “espacio geográfico” como espacio humano, habita-
do, controlado, dominado, medido por el hombre. El mar, por el contrario,
es aquel espacio que se resiste a la organización, que no tiene puntos de
referencia sino más bien puesta en movimiento y hundimiento de toda men-
surabilidad. En este sentido las islas oceánicas, es decir, las propiamente
marítimas son pre o poshumanas4, pero nunca para el hombre. Y es así que
el carácter desierto nada tiene que ver con el vacío, sino simplemente con
su carácter inhumano5.
3. Como sucede con la isla de la película española Lucía y el sexo de J. Medem (2001) donde
el mareo estructural de sus habitantes se explica por su estado de deriva constante.
4. Cfr. G. Deleuze, “Causes et raisons des îles désertes” en L’île déserte et autres textes. Textes
et entretiens 1953-1974, Paris, Minuit, 2002, p. 12.
5.El desierto y el mar pertenecen a un mismo campo afectivo, que Deleuze y Guattari anudan
al concepto bouleziano de lo liso. La distinción entre lo liso y lo estriado, que los autores
abordan bajo el modelo musical, se presenta en estos términos: el espacio estriado es aquel que
requiere de una medición, de una determinación de coordenadas, para ser ocupado, mientras
que el espacio liso es aquel que se ocupa sin medir. Contra la determinación de parámetros
fijos y parámetros variables, se tratará en el espacio liso de una suerte de variación continua.
Y en función de este punto, Boulez plantea una disyunción entre continuo y discontinuo.
para revivirlo en la forma del relato. ¿Qué lugar ocupa la isla en esta suerte
de literaturización de la mitología?
parece así hacer de los mitos una narración orientada, es decir, con sentido.
Los mitos encuentran de este modo una dimensión encarnada, humana en
tanto que individualizada en un hombre o una mujer. Pero ¿no cabe aún un
tercer modo de pensar la torsión literaria que evite este aparente dilema
sexuado? ¿No ha sido la literatura del siglo XX el lugar privilegiado para la
experimentación de una dimensión inhumana, no-humana, que antes que
superar al hombre –al modo de la ciencia ficción– lo pliega sobre un modo
de ser que le es completamente extraño, a saber, el de “las cosas mismas”?
Y si el horizonte de discusión es aquel donde uno de los interlocutores es
Tournier, ¿no habría aún una salida por Tournier y por el concepto de im-
personal?
Encontramos en este texto el eco de uno anterior, y que el propio
Deleuze no había querido republicar, donde también esta división sexual
de los conceptos adquiría un sentido radical. Se trata de “Descripción de
una mujer. Para una filosofía sexuada del otro”. En la aguda lectura que
de ese texto hace Julián Ferreyra, encontramos que, contra toda problema-
tización del Otro asexuada, Deleuze propondría, a través de un controver-
tido concepto de mujer, una sexualización de la filosofía. De acuerdo con
Tournier el Otro es la expresión de un mundo posible. El mundo del mero
hay se curva sobre un sujeto y se convierte en mundo para. En el mundo
inactivo (fatigante, agotado) y objetivo, el Otro “puede expresar un mundo
donde no hay lo fatigante […] La expresión de un mundo exterior ausente,
un expresante sin expresado”14. Esta ausencia inyectada en un mundo que
es pura presencia permite la curvatura del mundo sobre el sujeto, intervalo
que convierte al mundo inactivo en horizonte de acción. Esta torsión pro-
yectiva es propiamente masculina, y por eso la figura del Otro aparece como
Otro-masculino. Contra esta actividad, la mujer ocupa el clásico lugar de
la pasividad que es pura presencia sin vacío, expresión que se agota en lo
que es: “La mujer no expresa ningún mundo posible; o más bien, lo posible
que expresa no es un mundo exterior, es ella misma”15. La mujer entonces
vendría a cumplir conceptualmente la tarea de arrancar al concepto de Otro
su carácter masculino, es decir, su esencial ausencia vinculada a la lógica
de la posibilidad y de la acción, para hacer del mundo expresado un real16.
Las dos series que propone Ferreyra para analizar el texto de Deleuze, una
serie material y otra inmaterial, que si bien distintas están solapadas, es
decir indiscernibles, no pueden sino echar luz sobre ese real que se acerca a
14. G. Deleuze, “Descripción de la mujer” en Cartas y otros textos. (ed. D. Lapoujade], trad.
P. Ires y S. Puente, Buenos Aires, Cactus, 2016, pp. 280-281.
15. Ibíd. p. 282.
16. Cfr. J. Ferreyra, “La voluptuosidad de ser otro en el joven Deleuze” en El Banquete de los
Dioses. Estética política y ontología en la filosofía de Gilles Deleuze, Volumen 4 N° 6, Mayo
2016 a Noviembre 2016, pp. 52-70.
3. La perversión literaria
¿No es justamente la superficie del lenguaje, su dimensión paradójica y
por lo tanto afecta al juego de palabras la cuestión central de Lógica del sen-
tido? ¿Cómo pensar que no es el lenguaje en su sentido formal y estructural
el tema de la literatura? Es justamente este un punto central de la concep-
ción deleuziana de la literatura, ya que conforme pasa el tiempo Deleuze
se aleja cada vez más de las experiencias vinculadas con el formalismo del
lenguaje y la retoma en su vínculo con el material mítico. Si el mito obedece
a la lógica del sueño o de la pesadilla colectiva, y como tal es expresión de
una dimensión inconsciente de ese colectivo, entonces no es difícil decir que
las tesis de Kafka. Por una literatura menor, por ejemplo, se ajustan a esta
estrecha relación entre literatura y enunciación –inconsciente– colectiva.
Pero para llegar a esta hipótesis fue necesario el tránsito por la tercera vía
de literaturización de la isla, la vía Tournier.
La novela de Tournier, Viernes o los limbos del pacífico se publica recién
en 1967. Pero el concepto de Otro que encontramos en la novela es muy cer-
cano al citado por Deleuze en el texto sobre la mujer y el tema mismo de la
isla desierta junto con la idea de Robinson como materia literaria, permiten
adivinar una preocupación común de los jóvenes amigos. Tomemos como
punto de partida una cita de la novela que justamente refiere a la relación
entre mujer y superficie:
La mujer es aquí la superficie amada no como otro yo, sino como pura
extensión de la piel, de sus objetos, de sus vestidos, mundo que desborda
más allá o más acá de toda interioridad y que desanuda la reflexividad pro-
funda de la metáfora sexual. Sin embargo, esta caracterización de la mujer
como contrapeso del otro implica en la novela solo un primer momento que
será luego superado. Nos gustaría recorrer en Tournier este movimiento
que rechaza el concepto de otro no por la vía de su feminización, sino de una
impersonalización que va más allá de la división sexual. No porque la olvide
y la reduzca a su función masculina –como señala Deleuze a propósito de
Sartre– sino porque la división sexual misma se vuelve fútil. La diferencia
que abre este recorrido se revela en el valor del concepto. El otro es la ex-
presión de un mundo posible, pero justamente por eso, hace que el mundo
se vuelva reflexivo y a la vez fantasmagórico. Transido de ausencia para dar
lugar a la lógica de lo posible, el mundo curvado deja de estar simplemente
ahí para devenir horizonte de acción. Pero en la soledad de la isla, el otro
se difumina y entonces el mundo se abre nuevamente como pura presencia
inútil:
17. M. Tournier, Vendredi ou les limbes du Pacifique, Paris, Gallimard, 1972, p. 73.
18. Ibíd. p. 38.
estas tinieblas no son oscuras. Más bien al revés. La falta de luz solo anula
la proyección de las sombras, mediodía eterno de la isla22. Esto sucede al
personaje incluso cuando se adentra en la profundidad de la isla. La cueva
se revela, como una foto, y en la máxima oscuridad se torna blanca. Lo
blanco como reverso tanto de la luz como de la oscuridad. Este momento
de la novela afecta ante todo al tiempo en la isla, ya que el episodio del
hundimiento en la roca se realiza en el detenimiento de la clepsidra, reloj
improvisado que le permite a Robinson medir y controlar precariamente el
tiempo. La clepsidra como ritornelo, goteo que organiza el tiempo caótico y
abierto, que reconduce al sujeto a la morada y al trabajo, organiza la isla,
pero solo para detenerse en el descenso al fondo donde la cavidad de la roca
parece darse vuelta como una prenda para mostrarse como interioridad
desplegada. El tiempo pulsado del ritornelo-clepsidra encontrará su revés
al final de la novela en el arpa eólica: sinfonía instantánea del acorde sin
pulsación. Es el enderezamiento del tiempo. En lugar de proyectarse, el
tiempo se erige como si fuera un único día. Este enderezamiento es la con-
secuencia necesaria de la desaparición del otro, que justamente inclinaba
el tiempo y las cosas: “La isla desierta entra en un enderezamiento, en una
erección generalizada”23.
Pero para esto Robinson habrá sufrido su metamorfosis total: el tiempo
no es más que una espacialidad abierta. Ese yo volátil “que va a posar-
se tanto en el hombre como en la isla”24 alcanza su dimensión propia: el
abandono final del yo. En el camino hacia este abandono la sexualidad de
Robinson cumple un rol fundamental. La metamorfosis de la sexualidad
hétero-normada es transformada por lo que el personaje llama la vía vege-
tal. Esta vía, que se anuncia en la descripción del vínculo anómalo entre la
orquídea y el insecto, y también en el recuerdo del herborista de York, se
consumará en la fecundación de la isla a través de las mandrágoras. Pero
la voluptuosidad de la flor es solo un paso hacia un coito solar, inconmen-
surable bajo la duplicidad de la sexualidad humana. Es la voluptuosidad
cristalina y resplandeciente, metálica, de la unión cósmica con la isla, una
“juventud mineral”. Ante este placer en el que el propio cuerpo brilla fe-
cundado por el sol, la humanidad no puede ser más que un mal trago, una
comida indigesta, como la que le ofrece el capitán del Whitebird.
Esta gran metamorfosis es la que describe Deleuze. El Robinson asexua-
do, lejos de “olvidar” la sexualización del otro, pervierte el sentido de toda
22. “Sólo reina la brutal oposición del sol y de la tierra, de una luz insostenible y de un abismo
oscuro. […] Nada más que Elementos. El sin-fondo y la línea abstracta han reemplazado a lo
modelado y el fondo” G. Deleuze, “Michel Tournier y el mundo sin el otro”, trad. V. Molina,
en Lógica del sentido, Barcelona, Paidós, 1989, p. 305.
23. Ibíd., p. 310.
24. Michel Tournier, Vendredi… ed. cit., p. 94.
25. G. Deleuze, “Michel Tournier y el mundo sin otro”, trad. cit., p. 302.
26. Ibíd., p. 318.
27. Cfr. D. Lapoujade, Deleuze. Los movimientos aberrantes, trad. P. Ires, Buenos Aires,
Cactus, 2016, pp. 144-145.
28. G. Deleuze y F. Guattari, Kafka. Por una literatura menor, trad. J. Aguilar Mora, México,
Era, p. 51.
29. G. Deleuze, “L’épuisé” en S. Beckett, Quad et autres pièces pour la télévision. Suivi de
L’épuisé par Gilles Deleuze, Paris, Minuit, 1992, p. 57 (la traducción es mía).
‘para terminar aún’”30. La fórmula [pour en finir encore] no puede sino ha-
cer resonar en este contexto a Artaud, y así de algún modo acomuna una
serie extensa de problemas literarios abordados por Deleuze a lo largo de
su obra: liquidar el otro, acabar con el juicio de dios. El agotado juega el
arte de la combinatoria. No se orienta, no se proyecta, está sin embargo en
un proceso continuo de activación sin rumbo. La obra de Beckett es para
Deleuze en conjunto un gran proceso de agotamiento. En primer lugar ago-
tamiento de las cosas y las acciones, de la dimensión “objetiva” del lenguaje.
En tanto que posibles orientados a una realización, las cosas y las acciones
se enderezan, pierden su curvatura proyectiva, cuando se las sustrae de
la frase para nombrarlas como elementos de una serie. Las palabras a su
vez deben agotarse remitiéndolas a la dimensión “subjetiva” del lenguaje,
su punto de enunciación, las voces, los otros. La voz no es sino el canal
por medio del cual el otro como garante de los mundos posibles pasa: “los
Otros son unos mundos posibles, a los que las voces confieren una realidad
siempre variable”31. Pero estas dos dimensiones se agotan a su vez en una
tercera, allí donde el lenguaje se abre a su afuera en el límite de las voces y
los objetos. Deleuze llama a este tercer proceso de agotamiento Lengua III
33. Ibíd. p. 72. Cfr. G. Deleuze, La imagen-movimiento. Estudios sobre cine 1, trad, cit., p.
174.
34. Cfr. G. Deleuze, Foucault, trad. J. Vázquez Pérez, Buenos Aires, Paidós, 2003, p. 170.
35. G. Deleuze y F. Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, trad. José Vazquez
Pérez, Valencia, Pre-textos, 2002, p. 179.