Estetograma
Estetograma
Estetograma
Si hay algo que he entendido de mi proceso creativo, en el trazo narrativo que conforma
esta memoria fragmentada, es que apareció como un sistema de supervivencia ante una
realidad no procesable. En mi caso particular, se fue desarrollando como una herramienta
multifacética, que permite exhibir heridas, también conformar un lenguaje para conectar con
lo real y a la vez un orden simbólico para esconder mi verdad.
Este trabajo no fue consciente, no desperté un día, a mis cinco años, y dije “quiero dibujar”.
La posibilidad simplemente se da en ciertas circunstancias. Se percibe como una necesidad
de sentir el trazo y crear imágenes. Hay satisfacción en el ejercicio sobre el papel el cual se
conjugó con mi oído musical. Al ser cada día tan doloroso, vives con tu mente sobre
estimulada y encontrar un momento de silencio psíquico y un espacio de placer, hace que
puedas continuar. En este ejercicio de crear, en el que pongo todos mis sentidos en
disposición, sabiendo que es mi espacio seguro, me permito distensionar el cuerpo e
interpretar mis dos mundos: el sensorial y el imaginario.
Lo anterior corresponde a la liberación que permite el ritual creativo, pero también mencioné
la construcción de un lenguaje simbólico dentro de estos espacios íntimos.En la práctica
constante desarrollé un lenguaje particular, algo que pensaba únicamente entendía yo, en
un juego de auto-complicidad. Existían en este lugar un sin fin de seres mágicos que me
protegían, pero paulatinamente se fue sembrando de monstruosidades que corrompieron mi
inocencia. Las temáticas de lo onírico se volvieron insumo de mis dibujos. Las pesadillas
eran demasiado repetitivas para ser ignoradas; y cada tanto allí era perseguida, abusada o
maltratada, o me convertía en una torturadora de quién me perturbaba, la misma persona
siempre. De cierto modo, mi estructura apeló al pensamiento mágico para superar el
sentimiento de abandono y vulnerabilidad. Si no me representaba en el papel como una
mujer fuerte(rara vez me representaba como una niña), en forma de ángel, de hada o algo
que me permitiera defenderme, no conseguiría hacerlo en la vida.
Luego de esta introducción, que considero vital para entender la experiencia que a
continuación voy a relatar, empezaré mi confesión:
Lo que aquí diré no será fácil de procesar, ni tampoco quiero maquillar los hechos. Deseo
con la totalidad de mi peso narrar con sangre, con carne lo que nunca había puesto en
palabras. Alzar la voz en un grito que siempre dibujé y apenas considero narrarlo.
La desconexión con mi cuerpo no significa que no sienta o no recuerde. De hecho soy muy
sensible, puedo decir que incluso soy hipersensitiva. Los estímulos constantes que activan
sensaciones conectadas a recuerdos (mayormente infantiles) que me abordan
constantemente. Uno de ellos es el olor a madera quemándose, o el humo del cigarrillo
pasando por mis fosas nasales, en estos momentos retorno a los gruesos leños siendo
consumidos por la llamas a eso de las cuatro de la tarde, cuando mi tía empezaba a hacer
la comida en la finca para nosotros. También me remito a esos instantes cuando en medio
del quehacer diario ella fumaba una cajetilla de cigarrillos Caribe. Hoy día amo quemar
cosas, cada mañana prendo una vela en mi habitación sin razón aparente, y fumo para
calmar mis nervios.
Es normal que tengamos este tipo de experiencias, especialmente con los olores, debido a
la cercanía del lóbulo pre-frontal con la nariz. También los sabores de ciertas comidas, como
los espaguetis con frijoles me retornan al afecto y al hollín de esa cocina que me daba tanta
felicidad y a la vez tanto miedo. Es frustrante intentar hacer este ejercicio, pues son pocas
las sensaciones que no me retornan a un lugar oscuro, a una experiencia incómoda, o a un
recuerdo culposo o nauseabundo. Mi infancia estuvo atravesada por situaciones de acoso
recurrente que no puedo desligar de los sucesos “felices”. Fue esta realidad tan absorbente
y transcurrieron tantos años en convivencia con un pederasta, que no hay forma de que mis
situaciones estetogramáticas no sean displicentes.
Al tener que aceptar que fuiste abusada, pero no tienes el recuerdo visual, la prueba reina
de cómo sucedió, tú mismo te cuestionas si esto realmente pasó. Son tus vestigios y cuerpo
quien te recuerdan el paso de manos malintencionadas, perversas, por esa piel; las mismas
que ahogaron la niña que pude haber sido.
Nunca antes me lo habia planteado, aun así debo aceptar que he sido una mujer frigida que
se ha hipersexualizado para compensar la incapacidad de disfrutar del sexo y conseguir
aceptación masculina. Mi problema estaba allí, se me presentaba y no lo quería ver. Cada
que tenía relaciones ese monstruo familiar y desagradable aparecía, frenando por completo
la excitación y proyectando en el otro la imagen de un enemigo. Cuando entendí el campo
de batalla en el que estaba cimentando mi vida sexual, tuve que hacer un alto y empezar a
plantearme el autorreconocimiento de mi eroticidad.
En ese instante ya no estaba en el presente, no veía nada, los ojos cerrados, la oscuridad
me abrazaba. Sólo podía intuir, recepcionar mi piel, ella me decía sin imágenes visuales, sin
palabras concretas que no podía dudarlo más, las lágrimas empezaron a brotar sin poder
contenerlas, las manos me temblaban, los poros y los cabellos se me crispaban. Las
náuseas, arqueadas y el grito ahogado en la almohada me desbordaron. Algo me decía que
esa sensación sucedió antes de que yo pudiera tener consciencia de ella, que ese recuerdo
de haber sido frotada sobre una pierna era la pieza que faltaba en mi rompecabezas.
Al haber abierto esta puerta por un juego entre azar y disposición, más recuerdos
empezaron a brotar. Los miedos, sensaciones, olores me abordaban como torbellinos. Ese
instante de eternidad continuado por un dolor inmenso e indescriptible, agrieto la coraza que
protegía a mi cuerpo del entendimiento de lo sentido. Ahora tenía que empezar de nuevo,
conocer un cuerpo adulto e infantil a la vez, cuidarlo, respetarlo, darle su tiempo de crecer.
No sé bien que parte de mí se había quedado encerrada en la infancia, en ese suceso, pero
ese día retorno, se me devolvió. Luego vinieron los recuerdos de ser observada, el horror al
caminar sola por los potreros, la tarea de esconderme entre los infinitos cuartos de la casa,
el ser perseguida, y la rabia, esa furia que me movilizó un día a tirar la mesa del comedor en
contra de ese otro, tomar un cuchillo y apuntarlo, a mis escasos ocho años, con toda la
determinación de asesinar a quién arrebató mi cuerpo.
Lina Guevara
9 de Febrero de 2024