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Un recuerdo de lo nuestro
Un recuerdo de lo nuestro
Un recuerdo de lo nuestro
Libro electrónico259 páginas3 horas

Un recuerdo de lo nuestro

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Información de este libro electrónico

¿Eres consciente del poder que tiene un corazón roto?
Sumergido en la soledad de la tristeza y la nostalgia de los recuerdos, Deryan se había desconectado de sus emociones, perdiendo poco a poco el interés por la vida. Él era simplemente un desahuciado más, una sombra perdida entre sus pasos. Aunque su único alivio era la escritura, pronto se encontraría cara a cara con lo único capaz de restaurar sus sentimientos y de regresar aquel sentido perdido de su existencia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 nov 2024
ISBN9788410277335
Un recuerdo de lo nuestro
Autor

Daniel Ariza Velasco

Daniel Ariza nació en Bogotá en 2002. Es escritor, DJ y productor musical.

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    Un recuerdo de lo nuestro - Daniel Ariza Velasco

    Un recuerdo de lo nuestro

    Daniel Ariza Velasco

    Un recuerdo de lo nuestro

    Daniel Ariza Velasco

    Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    © Daniel Ariza Velasco, 2024

    Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras

    Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com

    Obra publicada por el sello Universo de Letras

    www.universodeletras.com

    Primera edición: 2024

    ISBN: 9788410276277

    ISBN eBook: 9788410277335

    Para mi madre, que siempre creyó en mí.

    Para mis amigos, por siempre estar ahí.

    Para los que leen, por permitirme soñar.

    1

    Sin Sentido

    Dicen que la muerte es solo el momento en que tu corazón deja de latir y el brillo en tus ojos comienza a perecer hasta que se extingue y, entonces, los cierras para siempre, pero lo que yo sentía era como estar muerto en vida. Me percibía a mí mismo perdido, aun teniendo una brújula y un mapa en ambas manos. A pesar de que ambos señalaban un camino, no encontraba ningún destino. Era como ahogarse, aunque tuviera aire para respirar. No sabía si me encontraba en plenitud o al borde de la melancolía, existía, pero ¿sentía? No lograba percibir ni una pizca de felicidad en mí, ni tampoco una tristeza inmensurable, solo ese punto intermedio que significaba para mí que todavía seguía igual de extraviado, sin hallar rumbo alguno, solo con un vacío por dentro que me imploraba ser llenado u olvidado. Anhelaba hallar algo que me salvara o me condenara tanto como para volver a sentir o, por lo menos, querer vivir algo que se pareciera al amor. Solía decir que todas las personas en algún punto nos harían daño de alguna manera y que solo había que encontrar alguien por quien valiera la pena sufrir, pero, una vez que hallé su significado, todo cambió. No me refiero únicamente al amor romántico, pues quienes nos aman jamás pensarían en herirnos; de hecho, es todo lo contrario: evitarían hacerlo a toda costa y, si llegan a hacernos daño, es porque nunca nos amaron lo suficiente, porque nunca nos amaron de verdad.

    En aquel entonces tenía alrededor de diecinueve años, había sobrepasado por algunos centímetros la altura promedio y era delgado, solía llevar el cabello ligeramente corto y desordenado. Vivía con mi hermana Hayley en una casa a las afueras de la ciudad. Me quedaba solo un año escolar, por lo que decidí emprender un viaje y comenzar desde cero en otro lugar para lograr encontrarme a mí mismo, pues ni siquiera las terapias habían sido suficientes. La noche anterior a mi travesía me encontraba en mi habitación pasando el rato, como de costumbre sentía un poco de tristeza, por lo que me quedé mirando al vacío. De repente, Hayley entró a mi cuarto; como era habitual, llevaba su cabello castaño recogido.

    —Deryan… tienes la mirada perdida, como si te hubieran arrebatado todas las ganas de vivir —me dijo.

    —Básicamente, la tristeza y la felicidad son emociones; es decir, ambas son pasajeras y dependen tanto del corazón como de los pensamientos —le respondí.

    —Creo que nadie se entristece lo suficiente si no accede a esa parte de su mente que conecta con su corazón, llevándolo a recordar todos aquellos sentimientos afligidos y oprimidos —me dijo sentándose a mi lado.

    —Como tampoco nadie es inmensamente feliz si no deja atrás todo aquello que lo atormenta y busca dentro del mundo un sentido que renueve aquella sensación de dicha y sosiego que alimentan sus ganas de vivir —le respondí. Luego, ambos nos reímos.

    —Te voy a extrañar —me dijo dándome un abrazo.

    —Yo igual —respondí.

    Hayley salió del cuarto. En la oscuridad de la noche y la fría habitación, pensaba que el concepto de la vida me resultaba como un sinsentido, al parecer porque me había estancado en las emociones lúgubres y oscuras que alimentaban mi tristeza y, al mismo tiempo, poco a poco me hacían olvidar lo que significaba sentir.

    Mientras daba vueltas en la cama intentando conciliar el sueño, me percaté de que me había olvidado de todos aquellos recuerdos felices y los había guardado en una parte de mi mente, a la cual hacía un tiempo ya no tenía acceso alguno. Varios años han pasado desde que navegaba en la tristeza y ahora vivo en la melancolía, no encuentro nada que me resulte suficiente para ser feliz y, mientras más avanza el tiempo, más añoro vivir en el pasado. Ciertamente, había perdido la cuenta de cuándo dejé de vivir y empecé solo a existir, la soledad se volvió mi compañía y también mi desdicha, pues mientras más tiempo estoy a solas con mi mente, de forma más miserable vivo el día a día. Luego de un rato, me levanté de la cama y fui hasta la ventana a observar el cielo estrellado; mientras lo hacía, no podía ignorar el vacío que sentía por dentro, tal vez lo sentía por todo lo que había perdido hasta aquel momento, no es que no tuviera lo suficiente, era más la sensación de que siempre me faltaba algo, como si los mismos recuerdos del pasado vinieran hacia mí en forma de espectro y me susurraran al oído que antes todo estaba bien, que me sentía seguro y feliz, sin miedo a perder lo que quiero y sin ese vacío que me carcome mis pensamientos, ese que me hace añorar poder devolver el tiempo, que me hace querer volver a ser yo. Adquirí cierto desinterés hacia lo que significa vivir, dejé de tener cariño a la vida, una vida que ya no me resulta tan atractiva como antes, había momentos de profunda agonía en los que solo buscaba silenciar su desasosiego. A veces, al sentir todo mi mundo quebrarse y partirse en mil pedazos de la manera en que se encuentra mi alma y mi corazón, busco dejarme seducir por la calma, indagar qué hay más allá de la vida misma y aclarar por qué parece que hay libertad para luego perderla, apartar las falacias que nos han intentado inculcar las diferentes creencias de cada quien. Y es que, si nadie ha vuelto después de trascender, algo bueno habrá de haber.

    Escuché pasos hacia mi habitación por lo que volteé hacia la puerta.

    —¿Nervioso por mañana? —me preguntó Hayley recostándose sobre la puerta.

    —Solo un poco, dejar todo esto atrás me da un cierto destello de esperanza, únicamente espero encontrar algo que le dé sentido a mi vida —respondí.

    —Así será, ten buena noche —me dijo Hayley cerrando la puerta de mi habitación.

    Luego, me recosté sobre la cama con cierta melancolía. Pensaba que, a veces, me extrañaba a mí mismo, pero no a la persona que solía ser, porque lo que era extraño es el momento en que lo era; quiero decir, extrañaba vivir como vivía, perderme en todos aquellos momentos en los que no sabía que era feliz y volver a disfrutarlos dejando de lado aquella ansiedad y la voz en mi cabeza que me recuerda que, a pesar de pasar momentos agradables, tarde que temprano volveré a mi estado de desdicha y tormento. No estoy seguro de querer volver a ser quien fui, solamente quisiera apagar el mundo en el que estoy y volver al mundo en que era más yo, más feliz, más en el pasado, incluso revivir experiencias con personas con las que perdí todo contacto. Por momentos, creo estar seguro de que la condena más grande del ser humano es permitirse recordar y extrañar, pues una vez allí, en esos recuerdos, se olvida totalmente de su realidad y se pierde en el pasado mientras muere lentamente en su desgracia. Luego de tanto pensar y cuestionarme a mí mismo, me quedé dormido profundamente.

    Al día siguiente, me desperté con aquel dolor en el pecho que apenas me dejaba respirar, ni siquiera entendía por qué lo sentía, solo estaba allí, consumiéndome por dentro y, aunque me sentía mal por no hacer nada para dejar de sufrirlo, tampoco me nacía intentar algo para detenerlo, solo me quedaba la esperanza de comenzar de cero. Me levanté de la cama y me dirigí hacia el baño, en donde me vería al espejo con cierto enojo: no estaba conforme con lo que se veía en su reflejo, me preguntaba en qué momento se había extinguido toda aquella felicidad que sentía cuando apenas era un niño, pues lo único que podía expresar era dolor, odio y un sutil sufrimiento. Mirándome fijamente al espejo, solo podía pensar en que no contaba con la certeza de comprender mis pensamientos, no percibía algo más allá de lúgubres sentimientos y melancólicas emociones, excepto estas sensaciones en el pecho que yacen en el vacío que consume mi alma, aquellas que me recuerdan que aún no estoy lo suficientemente muerto y consiguen que siga cuerdo... lamentablemente. Me pasaba los días esperando a que algo extraordinario sucediera. Se me hizo un nudo en la garganta y, al instante, no pude volver a mirarme fijamente, apreté las manos con rabia y me duché. Luego, me vestí con ropa ancha y oscura, como de costumbre, bajé a la cocina a desayunar, pero perdí el apetito al llegar; lo único que sentía era aquellas ganas de terminar con todo ese sufrimiento que se encontraba encerrado entre mi mente y mi corazón, así que volví a mi cuarto y comencé a empacar mis cosas, pues me mudaría a otra ciudad con planes de vivir solo por algún tiempo. Mientras lo hacía, me cuestionaba sobre mi existencia.

    —¿Crees que encontrarle algún propósito a nuestro paso por este mundo es una tarea sencilla? —me preguntó Hayley entrando a la habitación.

    —No estoy seguro, al principio, como todos, buscaba el sentido de la vida en la felicidad, quizá en el amor, incluso en la paz —respondí.

    —¿Funcionó? —preguntó.

    —Para nada, en absoluto; luego de unos tantos sinsabores, un par de situaciones amargas, una vasta ausencia y un corazón roto, le encontré más sentido a la vida en la tristeza, al desahucio y la melancolía —respondí.

    —Parece ser que, aunque conoces la alegría, prefieres ignorarla por completo y concentrarte únicamente en todo aquello que te atormenta —me dijo.

    —La felicidad nos lleva a momentos de euforia en los que nos creemos invencibles e indestructibles; es como colocar una cortina de humo que nos aleja de la realidad y nos pone en un trance del que esperamos jamás despertar —le repliqué—. Sin embargo, la tristeza es la única que logra despertarnos de esa hipnosis —agregué.

    —Pero la tristeza es solo un sinónimo que le colocamos al dolor —me dijo; luego, se sentó a mi lado.

    —Concuerdo contigo: el dolor es algo que nos recuerda que estamos vivos, que sentimos; es una emoción que nos cambia totalmente la perspectiva, nos reconstruye hasta que logramos saber quiénes somos, nos reinventa hasta ser más nosotros —respondí. Hayley puso su mano en mi hombro como gesto de consuelo y luego se marchó.

    De pronto, al encontrar una foto vieja en la que me veía feliz y sonriente, mi corazón se quebró casi por completo: ¿cómo era posible que aquel niño lleno de alegría y yo fuéramos la misma persona? Sentí cómo mis ojos se pusieron vidriosos y derramé un par de lágrimas. Luego, me senté en el borde de la cama y lo único en que pensaba era en qué tan roto podía estar... Al rato de seguir empacando, me senté en el piso de la habitación, observé aquel panorama frío y vacío, aquel cuarto al que ahora le pertenecía un ambiente melancólico y que solo era un reflejo de lo que sentía en aquel momento. Cerré los ojos por un momento y me detuve a pensar que la vida cada día parecía tener menos sentido desde el punto en la necesidad de definir qué deberíamos hacer con ella, con nuestra vida: si creer en aquel mito de encontrar el amor o si debemos dejar que sea él el que nos encuentre. Hasta el punto tan simple como definir nuestros gustos hacia lo que nos ofrece el vasto mundo hasta encontrar nuestro lugar y propósito en él.

    Cuando terminé de empacar, no entendía lo que sentía; tenía miedo de cambiar de tal manera que, al volver, ya no reconociera quién era. Sin embargo, sabía que un cambio era lo que necesitaba. Tomé los tiquetes, me despedí de Hayley dándole un abrazo. En ese instante, quise grabar en mi memoria cómo se veía ella en aquel momento: dibujé en mi mente repetidas veces su cabello recogido, sus certeros ojos negros, sus labios delgados y sus pestañas largas.

    —No me vayas a echar mucho de menos —dije con una sutil sonrisa.

    —Espero que Queens sea amable contigo —dijo Hayley también con una sonrisa.

    Di un último vistazo a la casa y salí con el corazón en las manos y una melancolía casi imposible de soportar, las lágrimas comenzaron a brotar y solo pude pensar que aquella despedida significaba un nuevo comienzo para mí.

    Al llegar al aeropuerto, pasaron por mi cabeza todos aquellos recuerdos que había acumulado a través de los años, nuevamente la nostalgia se apoderó de mí y me sentí indispuesto, incluso dudé sobre si había tomado la decisión correcta. Divagué un rato hasta que llegó el momento de abordar el avión. Cuando encontré mi asiento, miré por la ventana un par de segundos pensando en cómo sería mi vida con este nuevo cambio, si por fin encontraría mi lugar en este mundo o alguna persona que valiera la pena para compartir momentos agradables. En menos de nada, el avión despegó, me coloqué un par de audífonos y me dispuse a reproducir una melodía triste. Sabía que el viaje duraría unas cuantas horas, así que concilié el sueño hasta que el avión aterrizó. Luego del vuelo, tomé un taxi a la ciudad y, durante el camino, algo en mí se sentía diferente, como si la curiosidad y el miedo de comenzar de cero hubieran despertado unas ansias incontrolables que se encontraban profundamente dormidas. Ansias que me hacían olvidarme completamente del vacío instalado en mí y que me obligaban a sentir cierta alegría, emoción y una total calma; tal parece que la manera en que logramos descubrirnos a nosotros mismos y despertar emociones totalmente olvidadas es alentarnos a incursionar en un cambio, uno en el que debamos reestructurar lo que somos y nos dé esperanza de convertirnos en algo mejor a lo que éramos. Parece ser que la manera de transformar lo que somos es dejando atrás lo que fuimos. Cuando llegué a lo que iba a ser mi nueva casa, era previsible que mi única compañía fuera la de soledad, esta vez no tendría a alguien allí conmigo y debía arreglármelas solo. Tome mis maletas y entré, busqué la que sería mi habitación y me dispuse a desempacar, pues en dos días conocería mi nueva escuela y era necesario salir a conocer la ciudad un poco antes de empezar a conocer a las personas con las que compartiría este nuevo comienzo.

    2

    Soledad

    Había amanecido, era el comienzo de un nuevo día, preparé mi desayuno, me di una ducha y caminé a la parada de autobús. Mientras esperaba, vi a una pareja discutiendo: los observé cuidadosamente durante unos segundos hasta que concluí que tenían un conflicto sin resolver, seguramente una charla pendiente. Luego, al cabo de unos minutos, vi cómo se daban un último abrazo entre lágrimas. Era su despedida. En ese instante de tristeza y desdicha, pensé: «Hay una gran agonía del ser humano de la que jamás se habla o, más bien, se ve como su total opuesto. Es tanto su desgracia como su condena el poder sentir amor, ya que nadie nunca sabrá exactamente qué se debe hacer con aquella sensación en el pecho, no se ha descubierto cómo sentirlo, entregarlo, ni mucho menos resguardarlo o conservarlo en un para siempre. En repetidas ocasiones, lo que se hace con él es convertirlo en dolor y sufrimiento, en depresión y obsesión, en culpabilidad y odio». Aquel hombre se marchó con una mirada vacía, cabizbaja, un tanto arrepentida, por haber vivido lo que creía que había sido su felicidad.

    Aún recuerdo aquel primer día de clases, caminaba solitario por un pasillo pensando en cómo se supone que se debe vivir la vida, si tan siquiera me resultaba algo supremamente insignificante, ¿qué sentido debería darle? El solo hecho de existir ya era bastante agobiante, ¿para qué debería tener sueños si es el insomnio lo que me desvela? ¿Qué sentido tendría buscar la felicidad si no es nada más que un sentimiento que resulta totalmente efímero?, ¿la vida... para qué?, ¿con qué fin? En realidad, suena más atractiva esa idea de dejarse seducir por aquel silencio eterno que nos lleva hacia el sosiego. De repente, sentí una mirada fija en mí, volteé y la vi: me estaba observando de lejos, hubo un pequeño contacto visual y luego seguí con mi camino, no le presté mucha atención a aquel suceso, lo tomé como insignificante. A la semana, volví a encontrarla; al parecer, ambos íbamos a una clase de Poesía y Escritura. Escribir era algo fascinante, me parecía que era el arte exacto para hacer trascender el alma, los pensamientos, los sentimientos y los deseos más profundos. Aquel día teníamos que recitar algún poema o escrito que hubiéramos hecho recientemente. Cuando fue mi turno, me levanté del asiento ligeramente nervioso, pues tenía que hablar frente a un montón de desconocidos y no contaba con la confianza suficiente como para hacerlo; de todos modos, no tenía otra alternativa. Me concentré en la hoja de papel, donde se encontraba escrito lo que iba a recitar, y me dispuse a hacerlo, aclaré la garganta y comencé: «Apreciada soledad, me has acompañado más que nadie en este camino ruin llamado vida, has estado allí en todo momento en que me siento miserable, te has sentado junto a mí en los momentos de tristeza, me has abrazado en la nostalgia y me has arrullado en la melancolía. He de admirar cómo poco a poco intentas llenar ese vacío que carcome mi ser a diario y cómo me ayudas a lidiar con aquel dolor en el pecho que hace de mis noches un total desvelo. He de agradecer que jamás hayas arruinado aquellos momentos fugaces de felicidad y que nunca me hayas abandonado cuando la desdicha toca a mi puerta para recibirla como una vieja amiga». Toda la clase se quedó en silencio, mirándome fijamente... hasta que ella comenzó a aplaudir. Todos hicieron lo mismo y pude sentir una sensación cálida en aquel momento, como si aquel suceso me hubiera hecho sentir seguro y en paz por primera vez en mucho tiempo.

    Cuando terminaron las clases, me encontraba caminando solo, ahogándome en mis pensamientos, vagando sin rumbo alguno, hasta que decidí sentarme en una banca con la única compañía que se mantenía a mi lado, la soledad. Luego, ella apareció: tenía el cabello a la altura de su cintura, era negro como la noche y brillaba como las mismas estrellas, sus ojos eran cafés, casi que podían quitarle el sueño a cualquiera, su piel parecía de porcelana

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