Olaechea Catter Jorge Raúl
Olaechea Catter Jorge Raúl
Olaechea Catter Jorge Raúl
Escuela de Posgrado
Asesor:
Fidel Julio Tubino Arias-Schreiber
Lima, 2023
Informe de Similitud
Tengo una deuda particular de reconocimiento con el Dr. Fidel Tubino y el Dr.
Armando Guevara, por su amistad incondicional en estos años y por la paciente
dedicación a la lectura y conversación sobre interesantes temas que de algún
modo han encontrado su lugar en este trabajo de investigación.
2
RESUMEN
3
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS .................................................................................................................. 2
RESUMEN .................................................................................................................................... 3
ÍNDICE .......................................................................................................................................... 4
INTRODUCCIÓN .......................................................................................................................... 6
4
2.6.3. Libertad y esperanza escatológica ......................................................................... 118
2.7. DEL TEXTO A LA ACCIÓN ................................................................................................... 124
2.8. TIEMPO Y NARRACIÓN....................................................................................................... 132
2.9. SÍ MISMO COMO OTRO ...................................................................................................... 140
2.10. LA MEMORIA, LA HISTORIA, EL OLVIDO .............................................................................. 144
2.10.1. El debate con Heidegger sobre la muerte ............................................................ 145
2.10.2. Un Epílogo en clave escatológica ........................................................................ 147
2.11. BREVE SÍNTESIS DEL RECORRIDO .................................................................................... 152
5
INTRODUCCIÓN
Paul Ricoeur es, sin duda, una de las figuras más importantes de la filosofía
occidental del siglo XX. Sobre su vida y sobre su pensamiento han sido escritos
una gran cantidad de trabajos, y año tras año se realizan seminarios y congresos
para seguir profundizando en su legado. La presente investigación busca ser un
aporte original en medio de ese “filosofar en común” en el que tanto creía
Ricoeur. La firme convicción de que la filosofía es una labor de amplio respiro y
que debe ser realizada junto con otros, llevó a nuestro autor a indagar y escribir
sobre muchos temas, en diálogo siempre con personas de diversas tradiciones
culturales y filosóficas.
Esa “vía larga” —como el pensador francés califica su reflexión filosófica— tiene
la característica de aprovechar toda ocasión de encuentro y debate para ir
esclareciendo pacientemente el sentido del ser, y en modo especial el sentido
del ser que somos como humanos. Nos parece que esta nota “paciente” de la
filosofía reflexiva de Ricoeur hace de ella una aproximación particularmente
adecuada para mantener un debate abierto en el ámbito de la antropología
filosófica. Es una de las razones que nos llevó hacia su pensamiento.
6
a reducir la comprensión de la realidad a un solo elemento lo lleva a mantener
su distancia, sin por ello dejar de valorar importantes aportes de sus colegas. En
esta misma búsqueda, lo vemos acercarse al pensamiento de autores como
Hans-Georg Gadamer y a la corriente hermenéutica en filosofía. Ricoeur se
inscribe en este filón de manera crítica: por una parte, entiende que el recorrido
de la filosofía no puede no ser hermenéutico, pero, por otra, reconoce la
necesidad de cuestionar en profundidad sus límites, algo que hará valorando
algunas posiciones que entran en diálogo con la hermenéutica, como las de
Jürgen Habermas o Karl-Otto Apel (crítica de las ideologías).
7
que la riqueza de la perspectiva filosófica puede venir —como él mismo afirma—
desde una cierta tradición religiosa: en su caso la del judeocristianismo. Como
dirá insistentemente toda la hermenéutica del siglo XX, pensar “en el vacío” es
imposible. Para la temática que nos ocupa, Ricoeur reflexiona desde su tradición,
pero lo hace buscando iluminar aquellos aspectos de la realidad que pueden ser
válidos para todos.
8
viva una militancia al mismo tiempo social y religiosa. Sería motivo de estudios
posteriores seguir esta línea de pensamiento y acción. Sin embargo, esto supone
que nos encontraremos, también en los trabajos que trataremos con más de una
referencia bíblica. El contexto e interpretación de las mismas, sin embargo, se
ubican en un espacio claramente filosófico.
9
El segundo capítulo constituye una revisión en orden cronológico de las obras
principales de Ricoeur, evidenciando el uso de la terminología escatológica, que
hemos identificado presente desde sus primeras obras hasta el final de su
trabajo de reflexión filosófica. No se trata de una simple búsqueda lexicológica,
sino de la puesta en claro de un desarrollo conceptual en el que el contexto y el
significado son tan importantes como los términos mismos utilizados. En esta
revisión se encuentran presentes casi todas las grandes obras de nuestro autor,
exceptuando aquellas en las que la temática que nos ocupa no ha sido hallada.
Hemos buscado ser extremadamente rigurosos en no forzar el pensamiento de
Ricoeur, por lo que la prioridad la han tenido sus textos mismos: sabemos que
esto puede hacer algo tediosa la lectura de este capítulo, pero nos pareció una
opción necesaria si queríamos hacer un trabajo serio. Si el tema era de verdad
relevante, entonces debía estar presente explícitamente y en momentos que
fuesen importantes en el desarrollo de la obra de Ricoeur. Y es eso lo que hemos
tratado de mostrar en este momento de nuestra investigación.
10
a modo de “interludio”, de sus desarrollos acerca de la dimensión escatológica
de la razón, que continúan la línea ricoeuriana de pensamiento que analizamos
en este trabajo.
11
CAPÍTULO 1:
EL CONCEPTO DE ESCATOLOGÍA Y SU RELACIÓN POSIBLE CON LA
FILOSOFÍA
1
Spadafora, F., Diccionario bíblico. Barcelona: Editorial Litúrgica Española, 1959, p. 187.
12
“muerte, juicio, cielo, infierno, purgatorio, fin del mundo y resurrección de la
carne”2.
2
Parente, P. – Piolanti, A. – Garofalo, A., Diccionario de teología dogmática. Barcelona: Editorial
Litúrgica Española, 1955, p. 126.
3
Cfr. Lup, J.R., Eschatology in a Secular Age: An Examination of the Use of Eschatology in the
Philosophies of Heidegger, Berdyaev and Blumenberg. Ann Arbor: ProQuest LLC, 2013, p. 5.
Todas las traducciones al castellano son nuestras.
4
Cfr. Ancona, G., Escatologia cristiana. Brescia: Queriniana, 2003, p. 5.
5
Solamente por citar algunos ejemplos, en el Antiguo Testamento se habla de “los últimos días”
(eschatai emerai) al inicio del libro de Isaías (Is 2,2), y en el Nuevo Testamento se habla de lo
que ocurre “en los últimos tiempos” (ep’eschatou ton chronon: 1Pe 1,20) y en “la última hora”
(eschate hora: 1Jn 2,18). Por otro lado, la reflexión a partir de la realidad de la resurrección de
Jesucristo, que implicaba una resurrección futura ganada también para sus discípulos, así como
una regeneración o recapitulación completa de la obra de la creación, implicó desde sus inicios
que se abriese para el cristiano la posibilidad —e incluso la necesidad— de tener la mirada
puesta en “lo último”: meta de su propia vida personal, así como también meta hacia la cual se
dirige todo el universo en el designio salvador de Dios.
6
Sayés, J.A., Escatología. Madrid: Palabra, 2006, p. 8.
7
“Si hay algún tema, junto con el de la existencia de Dios, que preocupe al hombre, al hombre
de todos los tiempos, es el tema del más allá. Pues, si de algo está seguro el hombre, es de que
13
En el siglo XX la reflexión teológica se ve renovada con algunas perspectivas
que conducen a una cierta “descosificación” del tratado escatológico: lo que
antes se llamaba las “cosas últimas” (el cielo, el infierno, etc.), descritas en sí
mismas incluso como lugares físicos, son vistas y replanteadas a la luz de la
relación personal entre el ser humano y Dios8. La reflexión sobre la persona y la
comunión entre las personas conduce así también a una renovación de la
escatología. Por otra parte, aunque ciertamente no sin relación con lo anterior,
el desarrollo de la teología en el marco de una historia de la salvación lleva a que
en la escatología
un día ha de morir. Decía san Agustín que el hombre comienza a existir en la muerte el mismo
día en que comienza a existir en el cuerpo. Y el hombre se pregunta: ¿cómo puedo saber algo
sobre el más allá? y ¿qué garantías tengo de estar en lo cierto?” (Sayés, J.A., Escatología, op.
cit., p. 8). La referencia es al libro XIII de la Ciudad de Dios de Agustín de Hipona, donde leemos:
“Desde que uno comienza a estar en este cuerpo, que ha de morir, nunca deja de caminar a la
muerte. [...] Todo el tiempo que se vive se va restando de la vida, y de día en día disminuye más
y más lo que queda; de suerte que el tiempo de esta vida no es más que una carrera hacia la
muerte, en la cual a nadie se le permite detenerse un tantico o caminar con cierta lentitud; todos
son apremiados con el mismo movimiento, todos avanzan al mismo compás” (Agustín de Hipona,
La Ciudad de Dios, XIII, 10). “En cuanto tal, [el término “escatología”] forma parte del
metalenguaje de la ciencia de las religiones: más que denotar un objeto específico de creencia,
hace referencia a la necesidad de pensar de modo sistemático el conjunto, de por sí muy variado
y diversificado, de concepciones relativas al final, comprendiendo sus persistencias y estructuras,
y construyendo tipologías adecuadas a la luz de teorías interpretativas capaces de dar razón
apropiadamente de las opciones realizadas” (Filoramo, G., “L’escatologia: una prospettiva
comparata”, en: Ciancio, C. – Pagano, M. – Gamba, E. (ed.), Filosofia ed escatologia. Milano:
Mimesis, 2017, p. 51).
8
Cfr. Sayés, J.A., Escatología, op. cit., p. 8.
9
Nocke, F.-J., Escatologia. Brescia: 2a ed., Queriniana, 2013, p. 15.
14
Dicho de modo más preciso: “la escatología no trata solamente del ‘más allá’,
sino también de la esperanza que actúa ya en el ‘más acá’”10 y que, por lo tanto,
tiene una referencia muy directa a la realidad de la historia11. Veremos que esta
nota de la reflexión escatológica contemporánea —por la que se concibe “lo
último” no como puramente ausente, sino como ausente y presente al mismo
tiempo— será importante en el desarrollo de esa temática en el pensamiento de
Ricoeur.
Judith Wolfe describe con claridad este cambio en el lugar que va ocupando poco
a poco la escatología en el pensamiento teológico de comienzos del siglo XX,
que va dejando de ser un simple tratado para convertirse cada vez más en una
“actitud”:
En el siglo XIX y principios del siglo XX, los teólogos se hicieron cada vez más
conscientes de la brecha, incluso del contraste, entre las doctrinas escatológicas
formalizadas y su material de origen: las referencias constantes, aunque muchas
veces asistemáticas, y las discusiones sobre el fin de la vida y del mundo en el
Antiguo y Nuevo Testamentos y en los textos no canónicos que los rodean. El
punto clave de este contraste no era principalmente de contenido sino de forma:
la escatología en el Nuevo Testamento (argumentaron Franz Overbeck, Albert
Schweitzer, Rudolf Bultmann y otros) no era tanto un sistema de creencias como
una actitud hacia el futuro. En términos más generales, una actitud escatológica,
en la primera comunidad cristiana tal como la describen estos pensadores, era
una orientación hacia un fin previsto como determinante del presente: la
esperanza de una futura comunión con Dios garantizada por la propia
encarnación y resurrección de Cristo. Por lo tanto, la vida presente en su
transitoriedad se vive en anticipación de un futuro eterno que no se puede
anticipar ni controlar, pero que, sin embargo, influye en el presente, tanto a través
10
Ibid., p. 17.
11
“La última fase es el final de la Historia de la salvación: un final que tiene una doble vertiente,
en cuanto que se coloca en la muerte como punto último de la Historia de la salvación de cada
hombre, y en la parusía como final de la Historia de la salvación para la humanidad” (Pozo, C.,
Teología del más allá. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1968, p. XIII).
15
de una contextualización particular de las esperanzas y los deseos humanos
como a través del imperativo moral.12
Aquello que la autora describe aquí como una “consciencia de la brecha” o “del
contraste” entre el modo como la doctrina (en este caso de las cosas últimas) se
enseñaba y el modo como estaba presente en el “material de origen” (como una
actitud), fue el motor de lo que frecuentemente es descrito como un auténtico
movimiento de retorno a las fuentes en la teología de fines del siglo XIX y
comienzos del siglo XX13.
12
Wolfe, J., Heidegger’s Eschatology. Theological Horizons in Martin Heidegger’s Early Work.
Oxford: Oxford University Press, 2013, p. 7. Cursivas nuestras.
13
En el caso del pensamiento católico, esto supone no solamente un retorno a las fuentes
bíblicas, sino también a las fuentes litúrgicas, patrísticas, etc., de la tradición. Para comprender
mejor los actores, obras, movimientos, así como las dimensiones que adquirió este “retorno a las
fuentes”, se puede leer: Flynn, G. – Murray, P.D. (ed.), Ressourcement. A Movement for Renewal
in Twentieth-Century Catholic Theology. Oxford: Oxford University Press, 2012.
14
Cfr. Moltmann, J., Theologie der Hoffnung. München: 2a ed., Chr. Kaiser Verlag, 1964. “Sobre
la influencia que recibió del teólogo reformado Jürgen Moltmann, Ricoeur escribió un ensayo
dedicado enteramente a su Teología de la esperanza —en diálogo fecundo con Kant y Hegel—
con el título ‘La libertad según la esperanza’ [...]. Ahí hace un largo repaso de la propuesta
escatológica de Moltmann y su vínculo con la cristología —en orientación escatológica—.
Ricoeur narra el modo como fue persuadido y convencido por la esperanza escatológica
moltmanniana en la línea de reflexión teológico/hermenéutica, sobre el kerigma cristiano;
postulando a través de este ‘una hermenéutica de la libertad religiosa [como] una interpretación
de la libertad conforme a la interpretación de la resurrección en términos de promesa y de
esperanza’. [...] En este sentido, la escatología ‘cristologizada’ sería el alfa y la omega de toda
teología auténticamente cristiana” (Flores-Rojas, E., Ecos de la hermenéutica bíblica en la
propuesta ética. El pensamiento de Paul Ricoeur. Barcelona: CLIE, 2022, p. 256).
16
volúmenes entre 1954 y 195915. Moltmann propone, en su conocida obra, que
“durante mucho tiempo la escatología ha venido siendo definida como la
‘doctrina de las cosas últimas’ o ‘doctrina acerca de lo último”, pero entendiendo
por esto último, “ciertos sucesos que, al final del tiempo, sobrevendrán al mundo,
a la historia y a los hombres”16. Desde su perspectiva, este modo de plantear lo
último vuelve a la escatología algo “particularmente estéril”, en la medida en que
estos acontecimientos “perdían su significado de orientación, de aliento y de
crítica para la totalidad de los días que el hombre pasaba aquí en la historia, más
acá del final”17. Para Moltmann, en cambio, “escatología significa doctrina acerca
de la esperanza cristiana, la cual abarca tanto lo esperado como el mismo
esperar vivificado por ello” y, como consecuencia, el cristianismo mismo es
repensado en términos de “esperanza, mirada y orientación hacia adelante, […]
apertura y transformación del presente”18.
Por otra parte, en el ámbito católico, un impulso importante en esta dirección fue
dado por el Concilio Vaticano II19 y posteriormente por los desarrollos de Metz y
su teología política, donde la relación entre el mundo y la fe busca ser
interpretada en términos de una “escatología crítica creadora”20. Autores como
Karl Rahner (maestro de Metz), Joseph Ratzinger y Hans Urs Von Balthasar
harán de la escatología un auténtico punto de vista sobre las distintas cuestiones
relativas al mundo, al ser humano y a Dios. Así, la escatología, pasa de ser una
sección en el conjunto del tratado teológico, o incluso una fase en la historia de
la salvación, a ser una verdadera aproximación antropológico-teológica en el
mundo católico.
15
Cfr. Bloch, E., Das Prinzip Hoffnung. Bände 1-3. Berlin: Aufbau Verlag, 1954-1959.
16
Moltmann, J., Teología de la esperanza. Salamanca: 2a ed., Sígueme, 1972, p. 19.
17
Ibid.
18
Ibid., p. 20.
19
Un resumen muy interesante sobre la escatología en el Concilio Vaticano II lo encontramos en
el primer capítulo de Pozo, C., Teología del más allá, op. cit., pp. 9-47.
20
Metz, J.B., Teología del mundo. Salamanca: 2a ed., Sígueme, 1971, p. 119.
17
Otro autor de gran influencia —sobre todo para la juventud francesa protestante
de la primera mitad del siglo XX— fue el suizo Karl Barth, principalmente a través
de la publicación de su famoso comentario a la epístola paulina a los romanos:
Der Römerbrief. Paul Ricoeur participa activamente y de desde muy temprano
en la “ola barthiana” que sacudió el pensamiento y la acción social de los jóvenes
protestantes en Francia21.
21
Cfr. Dosse, F., Paul Ricoeur. Los sentidos de una vida (1913-2005). Buenos Aires: Fondo de
Cultura Económica, 2013, pp. 222-233. En su autobiografía, Ricoeur recuerda brevemente la
influencia que Barth ejerció sobre él en su juventud, tanto de manera directa a través de sus
escritos, como también por su participación en el movimiento político-social de inspiración
barthiana liderado por André Philip (cfr. Ricoeur, P., Autobiografía intelectual. Buenos Aires:
Nueva Visión, 1997, pp. 17 y 21). “Según Olivier Abel, Karl Barth y Husserl ocupan en Ricoeur el
mismo lugar en su recorrido, cumpliendo la misma función de verdad fundamental y de aporía
igualmente radical: ‘Ubicaría en el mismo lugar la gracia en Barth y la pasividad en Husserl’. La
afirmación de una donación primera a la cual el hombre no tiene acceso, como una gracia que
uno no puede donarse a sí mismo, remitiría al mundo de la vida, al suelo de todos los
comportamientos, a esa capa primordial en Husserl, anterior a la diversidad cultural, que él
denomina el Lebenswelt. Este umbral es siempre ya-antes. Escapa a toda objetivación. Esta
doble aporía es estructurante, pues anima el movimiento de elucidación siempre indefinido,
nunca saturado de sentido, orientado hacia el suelo que se oculta por su carácter inaccesible.
Este horizonte aporético, fuente del impulso existencial, corresponde al movimiento del
pensamiento de Ricoeur: ‘Era necesario que uno no pudiera darse el suelo de la pasividad ni
darse la gracia’. Este fracaso mismo es el que, repetido, se transforma en fuente de esperanza”
(Dosse, F., Paul Ricoeur. Los sentidos de una vida (1913-2005), op. cit., p. 227).
22
Barth, K., Carta a los Romanos. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2022, p. 381.
23
Ibid., p. 524.
18
la fe cristiana. Esta centralidad será “un elemento fundamental dentro del nuevo
giro que cobra la teología en las primeras décadas del siglo XX”24.
Este es el ambiente en el que se forma el joven Ricoeur, nunca alejado del todo
del pensamiento teológico, que —como vemos de estas pocas referencias—
tiene en este tiempo una fuerte impronta antropológica y social. Es así también
que nuestro autor va adquiriendo y comprendiendo el bagaje cultural-simbólico
dentro del que se desarrolla su pensamiento filosófico. Una “fuente” importante
de este bagaje serán ciertamente las Sagradas Escrituras cristianas, a las que
Ricoeur dedicará también parte de su reflexión25. Por esta razón, vale la pena
que le prestemos atención a la aproximación que tiene la Biblia al eschaton. Nos
concentraremos no tanto en explicar las especificidades de toda la doctrina, sino
más bien —teniendo siempre en cuenta el objetivo del conjunto de nuestra
investigación— en mostrar de modo general y acotado lo que esta “actitud”
ofrece a quien desea interpretar al ser humano y a su mundo desde ella: ¿cómo
se comprende, pues, “lo último” en el Antiguo y en el Nuevo Testamento?
24
Tamayo-Acosta, J.J., Para comprender la escatología cristiana. Navarra: Verbo Divino, 1993,
p. 280. Cfr. también Ratzinger, J., Escatología. La muerte y la vida eterna. Barcelona: Herder,
1992, pp. 56-57.
25
Ricoeur reconoce en su autobiografía intelectual que las Sagradas Escrituras cristianas, a las
que dedica diversos trabajos es para él una “fuente de interés de larga data” (cfr. Ricoeur, P.,
Autobiografía intelectual, op. cit., p. 67).
26
“El desarrollo de las ideas escatológicas del Antiguo Testamento no ha sido homogéneo ni
cronológicamente uniforme. Desde que el pueblo es consciente de vivir bajo un régimen de
promesa, su religiosidad contiene altas dosis de esperanza, pero hay periodos de esperanza
19
del Antiguo Testamento, sin embargo, no impide que podamos delimitar ciertas
características que son globalmente centrales en esta visión.
En primer lugar, el futuro último del ser humano, de la historia y del mundo
entero, está vinculado íntimamente a la promesa hecha por Dios27. Mirar el futuro
es siempre mirar aquello que Dios —cuya característica más importante es ser
fiel28— ha prometido. La figura de Abraham es central en ese sentido, porque es
considerado el gran “padre” (origen) del pueblo judío, pero lo llega a ser porque
recibe y acoge de Dios una promesa que lo pone en camino: “Yahveh dijo a
Abram: ‘Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que
yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. [...] Marchó, pues,
Abram, como se lo había dicho Yahveh”29. Junto al imperativo de la salida de la
propia tierra, todo está planteado en términos de un futuro que se apoya
exclusivamente sobre la fidelidad de un Dios que siempre cumple sus promesas.
Esta es la “alianza” que Yahveh realiza con su pueblo: una promesa por parte
de Dios y una acogida obediente por parte de Israel. Aquí encontramos la fuente
de la esperanza del pueblo judío y de toda su conciencia histórica.
20
Esa esperanza se traduce también en forma de una seguridad en los pasos que
el pueblo (o alguno de sus representantes) va dando a lo largo del camino de la
historia y de la vida, y se hace patente en una confianza —que en algunos
personajes veterotestamentarios llega a ser emblemática— para seguir a Dios
incluso en las situaciones más adversas. Recordemos que es al mismo Abraham
a quien Yahveh le pide que sacrifique a su hijo único, quien era el signo tangible
del cumplimiento de la promesa de la “gran nación” que debía nacer de él: “Toma
a tu hijo, a tu único, al que amas, a Isaac, vete al país de Moria y ofrécelo allí en
holocausto en uno de los montes, el que yo te diga”30. Abraham obedece una
vez más, siendo detenido por Dios antes de que el cuchillo caiga sobre su hijo
Isaac, y recibe de nuevo una promesa, que llega ahora a incluir a la humanidad
entera:
Por mí mismo juro, oráculo de Yahveh, que por haber hecho esto, por no
haberme negado tu hijo, tu único, yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré
muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la
playa, y se adueñará tu descendencia de la puerta de sus enemigos. Por tu
descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago de haber
obedecido tú mi voz.31
El camino del Pueblo de Israel no ha sido nunca fácil, y con todo —afirman las
narraciones veterotestamentarias— es posible caminar en el presente porque la
mirada está puesta en esa promesa futura, firmemente anclada en la fidelidad
de Dios. La consistencia de un futuro de realización y plenitud está garantizada
por (y sólo por) aquello que Yahveh promete con su Palabra.
30
Gen 22,2.
31
Gen 22,16-18.
21
al presente”32, haciendo referencia a “circunstancias que difícilmente podría
esperarse que lleguen como resultado del progreso humano normal, o incluso
extraordinario”33. Como señala Gowan, “el Antiguo Testamento no habla del fin
del mundo, o del tiempo, o de la historia”, más bien “promete el fin del pecado
(Jer 33,8), de la guerra (Mi 4,3), de la debilidad humana (Is 35,5-6a), del hambre
(Ez 36,30), de la muerte o daño de cualquier ser vivo (Is 11,9a)”34.
Esto es importante porque muestra algo “último”, ciertamente realizado por Dios
y no por las fuerzas del hombre, pero que no necesariamente se encuentra en
un “más allá” definido. Es importante recordar que la creencia en la resurrección,
es decir, en una vida después de la muerte, no está presente en gran parte de
la tradición textual judía. Esto no significó, sin embargo, que se dejara de plantear
una y otra vez la llegada de “un día” (hahu bayom) en el que finalmente se haría
real y patente el reinado de Dios, restableciendo el orden de paz originaria en la
creación: “Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el
cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los
conducirá”35.
En tercer lugar, entre las muchas consecuencias que esta visión del futuro trae
consigo, es central destacar la que se refiere a una particular visión del mundo y
a una valoración ética derivada de esta aproximación religiosa:
32
Gowan, D.E., Eschatology in the Old Testament. New York: 2a ed., T&T Clark, 2000, p. 1.
33
Ibid., pp. 1-2. “La promesa se percibe como fuertemente soldada a la tierra y a sus bienes,
madura para el pueblo al compás de sus avatares políticos y económicos. Ahora bien, el saldo
complexivo de estos no puede decirse que sea positivo. La historia de Israel es más rica en el
desengaño de los reveses que en la euforia de los triunfos” (Ruiz de la Peña, J.L., La pascua de
la creación. Escatología, op. cit., p. 53).
34
Gowan, D.E., Eschatology in the Old Testament, op. cit., p. 2.
35
Is 11,6.
22
trata en todo del mundo en el que vivimos ahora. Todo fue hecho por Dios, por
lo que nada es malo en sí mismo, pero el pecado ha dejado en la actualidad todo
desesperadamente corrompido. Estos textos prometen la transformación como
la victoria radical sobre el mal. Al desafío que se ha planteado sobre la
pertinencia de llamar “escatología” a la esperanza del Antiguo Testamento,
preguntando “¿fin de qué?”, se mostrará que se puede dar una respuesta clara.
La respuesta es: “el fin del mal”.36
36
Gowan, D.E., Eschatology in the Old Testament, op. cit., p. 2. La escatología —afirma Gowan—
posee un importante “poder ético” que reside no tanto en su capacidad de dar indicaciones
precisas sobre lo que hay o no que hacer, ni tampoco en sus advertencias o reprensiones a
nuestra conciencia culpable, sino más bien en el hecho de que “sostiene un sueño y nos dice
que no tengamos miedo de ir hacia donde éste conduce” (Ibid., p. 127).
23
esperanza que se mantiene viva y que es garantizada por la misma historia
pasada.37
37
Marshall, I.H. – Millard, A.R. – Packer, J.I. – Wiseman, D.J., Dizionario Biblico GBU. Roma:
Edizioni GBU, 2008, p. 537.
38
Ruiz de la Peña, J.L., La pascua de la creación. Escatología, op. cit., p. 91.
39
Mc 1,15. Ambos verbos griegos hacen referencia a una cierta plenitud, a llenar según la propia
capacidad, y a estar cerca, pero no como algo que va a llegar, sino como lo que ya está ahí
visiblemente presente.
40
Gal 4,4.
24
realizados “incoativamente”, es decir, como inicio real de lo que será finalmente
pleno en el eschaton, identificado con la venida definitiva de Jesucristo.
Entonces, estos dos elementos —la presencia real de lo divino en el tiempo, por
un lado, y el no menos real inacabamiento de esta presencia en la historia, por
otro— señalan que “la bipolaridad presente-futuro sería, pues, la nota específica
de una escatología cuya originalidad reside cabalmente en la tensión entre los
dos momentos de la irrupción del eschaton”42. Esta polaridad es lo que se trata
41
Cfr. Mt 16,27; Mt 25,31; Lc 18,8.
42
Ruiz de la Peña, J.L., La pascua de la creación. Escatología, op. cit., p. 101. Según el autor
nos encontramos ante un “componente específico de la esperanza cristiana. El polo todavía no
representa su condición de posibilidad y la reconcilia con las imperfecciones actuales de la fe y
del amor; precave a los cristianos frente a la arrogante euforia y el rigorismo totalitario
característico de las ideologías que —tanto dentro como fuera de la Iglesia— creen poseer la
realidad de la utopía; impide la absolutización de los proyectos sociopolíticos, funcionando como
antídoto frente a la intolerancia, el fanatismo o el conformismo. Por su parte, el polo ya faculta a
la esperanza para actuar en la dirección de lo esperado. [...] Esperar la redención es vivir como
redimidos, es redimir lo aún irredento, haciendo así esperable (y creíble) la plenitud redentora.
Mas para ello es menester que la redención haya acontecido ya en algo más que en una figura
o un anuncio: en la realidad de su virtud transformadora” (Ibid., pp. 116-117). Dicho de otro modo,
“la característica de la escatología del Nuevo Testamento es la convicción de que en la historia
de Jesucristo la acción escatológica decisiva de Dios ya se llevó a cabo, de tal modo, sin
embargo, que su cumplimiento final permanece todavía en el futuro. En la escatología del Nuevo
Testamento hay un ‘ya’ concerniente a cosas ya realizadas y cumplidas, y un ‘todavía no’
25
de hacer presente cuando se resume la aproximación escatológica cristiana y su
visión temporal como un “ya, pero todavía no”. La primera parte (el “ya”) expresa
lo presente y actual, mientras que la segunda parte (“todavía no”) mantiene la
apertura de un futuro que está en una relación doble con el presente: lo cumple
y lo supera al mismo tiempo.
Si bien una expresión como “ta eschata” (“lo último”) existía en el lenguaje común
de la Grecia antigua, y si bien existen ciertos testimonios de un uso de esta
expresión para referirse al final de la vida —ta eschata pathein (literalmente
“padecer las cosas últimas”) llegó a significar algo así como “sufrir el destino de
26
la muerte”43—, al plantearnos la cuestión de una escatología en este contexto
histórico-cultural hay que recordar, en primer lugar, que el término “eschatologia”
es un neologismo, que nunca existió como tal en griego antiguo, y, en segundo
lugar, que estamos ante una visión del mundo, del ser humano y su destino, del
tiempo y de la historia, que es muy distinta respecto a la visión de lo que hoy
identificamos como cultura occidental, que deriva sus convicciones sobre el inicio
y el fin de todas las cosas de la tradición judeocristiana.
43
Cfr. Albinus, L., The House of Hades. Studies in Ancient Greek Eschatology. Aarhus: Aarhus
University Press, 2000, p. 9.
44
Magris, A., “Visioni escatologiche nel mondo greco e tardo-antico”, en: Ciancio, C. – Pagano,
M. – Gamba, E. (ed.), Filosofia ed escatologia, op. cit., p. 61. En el contexto de los estudios sobre
Grecia antigua, se discute la aplicación de la escatología solamente a la realidad individual del
ser humano o también al mundo y al cosmos como totalidad. Según Albinus, lo que preocupaba
a la mentalidad griega antigua no era tanto el destino general de la humanidad, como lo que
ocurre con la existencia de cada ser humano mortal (cfr. Albinus, L., The House of Hades. Studies
in Ancient Greek Eschatology, op. cit., p. 9). Según otros autores, existió una escritura
escatológica de más amplio respiro, por ejemplo, en Píndaro y en Empédocles, que daba alguna
“idea general del fin del mundo”, adaptándose, sin embargo, a los valores e ideologías
específicas de acuerdo con el contexto en el que se encontraba. En estos dos personajes —
poeta el primero, filósofo el segundo— se encuentra un planteamiento general sobre el “más allá”
de tintes pitagóricos, donde la doctrina de la transmigración y la reencarnación ofrecen la
posibilidad de plantear un “programa cósmico” (Empédocles) o de celebrar un “mundo
aristocrático” (Píndaro) (cfr. Ciampa, C.R., “Eschatological Visions in Pindar and Empedocles”,
en: Marlow, H. – Pollmann, K. – Van Noorden, H., Eschatology in Antiquity. Forms and Functions.
New York: Routledge, 2021, pp. 131-143).
27
No es, en cambio, contradictorio hablar de una escatología individual, ya que el
final de nuestra existencia terrestre es algo evidente para todos. Los griegos
compartían la creencia de muchos pueblos, según la cual el fin de la propia vida
mortal era seguida por otro tipo de existencia en sombras, una vida que no era
considerada plena ni feliz, como podría serlo en otras creencias religiosas la vida
en el más allá45. Testimonios en lápidas y epígrafes sepulcrales confirman esta
visión negativa y desconsolada de la existencia después de la muerte, al menos
en el imaginario cotidiano común en Grecia antigua46. Expresiones como la del
mismo Edipo al momento de morir, en la famosa tragedia de Sófocles Edipo en
Colono, dejan evidencia de esta visión del “más allá” como lugar de oscuridad y
ocultamiento: “¡Oh luz que no percibo, antes eras mía y ahora mi cuerpo por
última vez está en contacto contigo! Pues ya estoy haciendo el último trecho de
mi vida para ocultarme en el Hades”47.
Según algunos autores, la noción de “lo último” hacía referencia a lo que está
más allá de los límites, pero no tanto del tiempo cuanto del espacio. En el mundo
de los héroes homéricos, por ejemplo, serían consideradas realidades “últimas”
45
“En el momento del deceso, un ‘soplo’ (psyche) o una ‘figurilla’ (éidolon) del difunto se separaba
del cadáver para alcanzar la de todos los demás muertos en un inmenso depósito llamado
justamente ‘lo In-visible’ (Á-ides o Há-ides)” (Magris, A., “Visioni escatologiche nel mondo greco
e tardo-antico”, op. cit., p. 62).
46
Cfr. Ibid., pp. 64-65.
47
Sófocles, Tragedias. Madrid: Gredos, 1981, pp. 570-571. Una excepción a esta visión son las
creencias propias de las religiones mistéricas, como los cultos a Démeter y su hija Perséfone en
el poblado de Eleusis, cercano a Atenas. Todo el pueblo era invitado a iniciarse, con la promesa
de una condición privilegiada en el más allá. Especialmente cuando Atenas comienza a declinar
como centro político de la península, “los misterios acentuaron su perspectiva escatológica, ya
insinuada en el mito de fundación donde se proclamaba la ‘beatitud’ de todos los que hubiesen
asistido a los ritos sagrados, se orientaron en dirección ultramundana y se transformaron cada
vez más en un culto universalístico completamente desvinculado de la historia de Atenas”
(Filoramo, G. – Massenzio, M. – Raveri, M. – Scarpi, P., Manuale di storia delle religioni. Milano:
Laterza, 1998, p. 78).
28
el Hades y la Tierra de los Etíopes, en cuanto “lugares escatológicos”48, situados
en los límites del mundo en el que se desarrollan las acciones de La Ilíada y La
Odisea. Por su fuerza simbólica, que alude a lo desconocido e invisible, estos
lugares garantizarían la estabilidad de la estructura y de los límites del universo
homérico visible, delimitando el mundo de los dioses y de los héroes con su
ambigüedad e incertidumbre:
Si a esto le sumamos una visión del tiempo que, como ya señalamos, no es lineal
sino cíclica, no tiene lógica pensar un final escatológico “postcósmico” hacia el
que apuntan todos los eventos intramundanos (fin de los tiempos, juicio final).
Ante una postura como la del cristianismo, un griego de esa época podría
responder que “es perverso basar la confianza en la justicia escatológica en
expectativas de la destrucción del mundo, o de su subversión a través de la
resurrección”, y que, más bien, “si queremos apoyar la creencia en la justicia
48
Gazis, G.A., “Beyond the Stream of the Ocean. Hades, the Aethiopians and the Homeric
eschata”, en: Marlow, H. – Pollmann, K. – Van Noorden, H., Eschatology in Antiquity. Forms and
Functions, op. cit., p. 111.
49
Ibid.
29
escatológica, la vida después de la muerte debe ser una extensión o aplicación
de la gestión divina del cosmos, no un evento postcósmico”50.
50
Long, A., “Plato’s Myths, the Soul and its Intra-Cosmic Future”, en: Marlow, H. – Pollmann, K.
– Van Noorden, H., Eschatology in Antiquity. Forms and Functions, op. cit., p. 151. Se podría
distinguir “dentro” del cosmos entre “este mundo” y “otro mundo”, como por ejemplo hace Albinus
analizando el discurso homérico, llegando a la conclusión de que “la Casa de Hades no es de
este mundo. No sólo se encuentra más allá del alcance de la percepción inmediata, sino también
más allá del alcance del tiempo humano. Esto es el έσχατος, y la única forma de llegar allí es a
través de la suspensión ritual, o épica, de la vida normal y de la medida humana del tiempo”
(Albinus, L., The House of Hades. Studies in Ancient Greek Eschatology, op. cit., p. 55).
51
Cfr. Platón, República, 614b-621d.
52
Gutiérrez, R., El arte de la conversión. Un estudio sobre la República de Platón. Lima: Pontificia
Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2017, pp. 269-270.
53
La razón de ser del relato, según Bernabé, sería “que «cada uno recoja de este discurso lo
que quiera escuchar», frase que, situada en el contexto político de la República, indica que la
escatología obedece a propósitos claramente políticos y morales, para apoyar todo lo que en la
obra se había estado discutiendo sobre la ciudad ideal y los ciudadanos perfectos” (Bernabé, A.,
Platón y el orfismo. Diálogos entre religión y filosofía. Madrid: Abada, 2011, p. 173).
30
Una corriente atípica en el mundo helénico clásico será el orfismo, cuyas ideas
hallamos, justamente, bastante presentes en la filosofía pitagórica y platónica54.
Este movimiento,
surgido en el área griega entre los siglos VII y VI y luego difundido ampliamente
también fuera hasta época tardo-antigua, es quizás el único caso en la cultura
religiosa griega en el que se puede hablar de una escatología en el sentido
propio del término: tanto universal, porque su doctrina preveía una sucesión
teogónica de divinidades soberanas del universo, de las cuales la última,
Dionisio, habría inaugurado un mundo nuevo y mejor que los anteriores (aunque
no se hablaba de la destrucción de los mismos), como individual, porque su
mensaje de salvación giraba sobre el recorrido del alma humana después de la
muerte y sobre su posibilidad, no evidente, de sobrevivir felizmente por toda la
eternidad.55
54
Para una comparación detallada entre la filosofía de Platón y las creencias órficas se puede
leer el texto apenas citado de Alberto Bernabé. Allí le dedica varias páginas a comparar la visión
platónica del “más allá” (en sus distintas versiones) con las ideas fundamentales que la tradición
órfica nos ha legado (cfr. ibid., pp. 155-204). Otro estudio interesante al respecto es el de John
Bussanich, para quien “los principales temas escatológicos de Platón se basan en tratamientos
explícitos o implícitos en tradiciones y figuras preplatónicas: en los poemas teogónicos órficos,
el pitagorismo temprano, pensadores órfico-pitagóricos como Ferécides y Empédocles, Píndaro
y las Hojas de Oro” (Bussanich, J., “Rebirth Eschatology in Plato and Plotinus”, en: Adluri, V.
(ed.), Philosophy and Salvation in Greek Religion. Berlin: De Gruyter, 2013, p. 246).
55
Magris, A., “Visioni escatologiche nel mondo greco e tardo-antico”, op. cit., p. 66. En la visión
propia del orfismo, “la muerte no se ve simplemente como una repetición memorizada de una
vida vivida una vez, sino que contiene el principio de la vida que, limpia de la existencia terrenal,
comienza de nuevo en el reino del más allá. Iniciada en este conocimiento, el alma no muere en
el sentido épico de ir a deambular por la Casa del Hades, enfriada por la fuente del ‘olvido’, sino
que termina el ciclo de la vida en cuanto muerte, bebiendo el agua pura de la ‘memoria’, que
conecta este fin con un nuevo comienzo” (Albinus, L., The House of Hades. Studies in Ancient
Greek Eschatology, op. cit., p. 198).
31
almas y un Más Allá con premios y castigos”56. Entre las ideas más importantes
que encontramos en esta religión basada en los textos atribuidos a Orfeo,
encontramos —por ejemplo— “el dualismo entre alma inmortal y cuerpo mortal,
el pecado antecedente, el ciclo de transmigraciones, la liberación del alma y su
salvación final”57.
Por lo tanto, el alma, lo invisible, lo que se marcha hacia un lugar distinto y de tal
clase, noble, puro, e invisible, hacia el Hades en sentido auténtico, a la compañía
de la divinidad buena y sabia, adonde, si dios quiere, muy pronto ha de irse
también el alma mía, esta alma nuestra, que es así y lo es por naturaleza, al
separarse del cuerpo, ¿al punto se disolverá y quedará destruida, como dice la
mayoría de la gente? De ningún modo, queridos Cebes y Simmias. Lo que pasa,
de seguro, es lo siguiente: que se separa pura, sin arrastrar nada del cuerpo,
cuando ha pasado la vida sin comunicarse con él por su propia voluntad, sino
56
Bernabé, A., Platón y el orfismo, op. cit., p. 19.
57
Ibid., p. 13.
58
Cfr. Edmonds III, R.G., “‘Orphic’ Eschatologies? Varying Visions of the Afterlife in Greek
Thought”, en: Marlow, H. – Pollmann, K. – Van Noorden, H., Eschatology in Antiquity. Forms and
Functions, op. cit., pp. 117-130. Se puede ver también: Jaeger, W., La teología de los primeros
filósofos griegos. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1952, p. 91.
32
rehuyéndolo y concentrándose en sí misma, ya que se había ejercitado
continuamente en ello, lo que no significa otra cosa, sino que estuvo filosofando
rectamente y que de verdad se ejercitaba en estar muerta con soltura.59
59
Platón, Fedón, 80d-81a.
60
Platón, Fedón, 107d.
61
Platón, Fedón, 107c. Se ha planteado, incluso, una “redefinición” platónica de la realidad
misma de la muerte (del Hades) en sus diálogos (cfr. Calle Madrid, C.A., “El Hades en la filosofía
antigua: el punto de vista de Platón”, en: Id., El inconsciente y los sueños: correspondencia con
el Hades griego. Bogotá: Universidad Cooperativa de Colombia, 2016, pp. 41-58).
33
1.4. Escatología y filosofía contemporánea
Nos parece que un primer fruto de este breve recorrido es mostrar una posible
interacción entre la aproximación escatológica y la consideración reflexiva sobre
la realidad en su conjunto, y muy especialmente sobre la realidad del ser humano
y su destino. Filosofía y escatología no se excluyen a priori, siempre y cuando
se entienda la filosofía como una disciplina de verdad abierta a todos los ámbitos
de meditación sobre lo real.
La historia del pensamiento de los siglos XVIII y XIX ofrece también evidencias
suficientes del lugar central que la reflexión sobre “lo último” ocupa en la
configuración del pensamiento filosófico en general. Autores tan relevantes para
la historia como Kant, Lessing, Schelling y Hegel, han llevado adelante esta
meditación, que se verá de algún modo “secularizada”62 en su planteamiento
filosófico y diversamente reemplazada por la noción —propia del iluminismo
moderno— de “progreso”. Son diversas las lecturas que se han realizado acerca
de este proceso de secularización o “mundanización” de las esperanzas
62
En el caso de Kant, por ejemplo, podemos interpretar el extenso desarrollo que realiza acerca
del “reino de los fines” en su Fundamentación de la metafísica de las costumbres como un intento
de secularización la noción religiosa de “Reino de Dios” (cfr. Palmquist, S., “‘The Kingdom of God
Is at Hand!’ (Did Kant Really Say That?)”, en: History of Philosophy Quarterly, 11 (1994), pp. 421-
437).
34
escatológicas63. Podemos, a modo de síntesis, señalar la posición de Massimo
Borghesi, que ha dedicado varios escritos a reflexionar sobre este tema:
63
Se puede ver, por ejemplo, dos posiciones emblemáticas en las siguientes obras: Löwith, K.,
Historia del mundo y salvación: los presupuestos teológicos de la filosofía de la historia. S.L.:
Katz Barpal, 2006 (originalmente publicado en inglés en 1949), y Blumenberg, H., La legitimación
de la era moderna. Valencia: Pre-textos, 2008 (originalmente publicado en alemán en 1966). Cfr.
Navarrete Alonso, R., “Secularización, escatología y mesianismo: una revisión del debate entre
Hans Blumenberg y Karl Löwith a propósito de la filosofía de la historia”, en: Bajo Palabra, 7
(2012), pp. 315-324.
64
Borghesi, M., “L’escatologia in Hegel”, en: Ciancio, C. – Pagano, M. – Gamba, E. (ed.), Filosofia
ed escatologia, op. cit., p. 309.
65
Wolfe, J., “Eschatology”, en: Rasmussen, J.D.S. – Wolfe, J. – Zachhuber, J. (ed.), The Oxford
Handbook of Nineteenth-Century Christian Thought. Oxford: Oxford University Press, 2019, p.
687. “En el siglo dieciocho, las éticas racionalistas de Leibniz y Kant señalaban el eschaton como
el telos de una trayectoria filosóficamente necesaria, cumpliendo el ‘orden de fines’ de la razón
práctica. En el largo siglo diecinueve, la mezcla de miedo y entusiasmo de las revoluciones
políticas e industriales, la expansión imperialista, y las innovaciones en epistemología, teoría
35
La autora enfatiza un elemento común del pensamiento europeo hacia fines del
siglo XIX (Blumhardt, Overbeck) y comienzos del siglo XX, donde tanto desde el
punto de vista teológico (Barth, Bultmann) como desde el filosófico (Heidegger,
Benjamin) prima un “sentido generalizado de crisis, que repudiaba radicalmente
la ‘somnolienta’ confianza del siglo diecinueve en una continuidad natural o
alcanzable entre el presente y el futuro escatológico”66, dejando de lado el simple
optimismo para reconfigurar la esperanza.
1.4.1. Heidegger
“Das Sein selbst ist als geschickliches in sich eschatologisch”67 (“El ser mismo
es, en cuanto destinal, escatológico en sí mismo”). Esta afirmación de Martin
Heidegger se encuentra en un breve trabajo —originalmente escrito en 1946—
donde interpreta el que es considerado el fragmento de texto de filosofía griega
legal y ciencias naturales, todo suscitó y a su vez se alimentó de las nuevas configuraciones de
la escatología, muchas de las cuales han sido desde entonces enterradas bajo las crisis del siglo
veinte, pero algunas de las cuales todavía sustentan los fundamentos de la escatología del siglo
veinte y veintiuno” (Ibid., p. 676).
66
Ibid., p. 677.
67
Heidegger, M., Gesamtausgabe. Band 5: Holzwege. Frankfurt am Main: Klostermann, 1977, p.
327.
36
más antiguo, perteneciente a Anaximandro68. El pensador alemán vincula lo
“escatológico” explícitamente a “lo último” (die Letze), referido, en este contexto,
a la dimensión histórica de la palabra del texto que llega a nosotros desde el
antaño de un comienzo, desde la aurora del pensamiento (das Einst der Frühe),
pero que debe ser interpretado en cuanto destinado (geschicklich) a ser palabra
para el antaño de un futuro final (das Einst zur Letze)69.
68
Cfr. Heidegger, M., “La sentencia de Anaximandro”, en: Id., Caminos de bosque. Madrid:
Alianza Editorial, 2010, pp. 239-277.
69
Cfr. Heidegger, M., Gesamtausgabe. Band 5: Holzwege, op. cit., p. 327. “Interpretado de
manera esencial y no meramente historiográfica, el dicho de Anaximandro que fue primero
pronunciado en la aurora de la metafísica occidental no se limita a exponer cualquier doctrina,
sino que desvela el sentido de toda la historia destinal del ser, y con ello preludia lo que será su
atardecer, aclarando la situación en la que nosotros, los «ultimogénitos», nos encontramos. En
efecto, con el adviento hodierno de la técnica, extrema consecuencia de la reducción del ser a
ente, culmina el recorrido iniciado con la filosofía griega, y entonces, sin embargo, justamente
para los «últimos» que rememoran esto, comenzará un ciclo nuevo, surgirá «otra aurora»”
(Magris, A., “L’‘escatologia’ in Nietzsche e Heidegger”, en: Ciancio, C. – Pagano, M. – Gamba,
E. (ed.), Filosofia ed escatologia, op.cit., p. 390).
70
Heidegger, M., La sentencia de Anaximandro, op. cit., pp. 242-243.
71
Ibid., p. 244: “Denken wir aus der Eschatologie des Seins, dann müssen wir eines Tages das
Einstige der Frühe im Einstigen des Kommenden erwarten und heute lernen, das Einstige von da
her zu bedenken” (Heidegger, M., Gesamtausgabe. Band 5: Holzwege, op. cit., p. 327).
37
Para Heidegger, el sentido del ser se reúne (versammelt sich) en “lo último” de
su destino (in die Letze seines Geschickes). Esta comprensión del ser desde lo
último —propiamente “escatológica”— es una clave de lectura importantísima
para entender la posición de Heidegger con respecto al ser y su devenir histórico:
“comprender a Anaximandro «escatológicamente» significa entender que en su
primer mensaje, en cuanto implica la reducción del ser al ente, se concentra ya
el logos de aquello que sucederá al final, con la voluntad de poder de Nietzsche
y el adviento de la técnica en el mundo contemporáneo”72.
72
Magris, A., “L’‘escatologia’ in Nietzsche e Heidegger”, op. cit., p. 390. Ver también: Krell, D.F.,
Intimations of Mortality. Time, Truth and Finitude in Heidegger’s Thinking of Being. University
Park: Pennsylvania State University Press, 1986, pp. 146-149.
73
Wolfe, J., Heidegger’s Eschatology. Theological Horizons in Martin Heidegger’s Early Work,
op. cit., p. 73.
38
La famosa interpretación heideggeriana del Dasein como “ser-para-la-muerte”
es quizás la formulación más claramente escatológica de su pensamiento. En un
primer momento esto podría sonar contradictorio —en la medida en que el
eschaton se ha referido normalmente a un “más allá” de la muerte— pero nos
revela una de las intenciones quizás más radicales de la propuesta del filósofo
alemán: interpretar la existencia humana desde su insuperable finitud, pero
hacerlo colocando en primer plano la experiencia del límite de esa misma finitud.
74
“Contra la visión cristiana, Heidegger desarrolló, a mediados de la década de 1920, una
escatología sin eschaton que encontró una expresión paradigmática en su explicación del ser-
para-la-muerte, y que subyacía tanto a su crítica de la teología (Fenomenología y Teología, 1927)
como a su re-concepción de la metafísica (¿Qué es metafísica?, 1929). Por ello, su propio ser
es, en el nivel más profundo, una pregunta para cada persona (o ‘Dasein’). Esta pregunta no
puede ser respondida ni resuelta en ningún sentido tradicional, porque la consumación del
Dasein —la muerte— es al mismo tiempo su negación. La existencia auténtica es la anticipación
resuelta de esta posibilidad perpetua, inamovible e ineludiblemente personal: es ser-para-la-
muerte” (Ibid., p. 2). Las mismas expresiones “Sein zum Tode” y “Vorlaufen zum Tode”, tan
emblemáticas del pensamiento heideggeriano, son derivadas de la lectura que hace Agustín de
Hipona —en el capítulo VII de la Ciudad de Dios— de la existencia humana tras la caída del
pecado original, que es vista como un “cursus ad mortem” (una carrera hacia la muerte) para
expresar su fragilidad y su necesidad de reconciliación. Esta expresión fue retomada por Lutero
para insistir más bien en la corrupción (Verfall) radical del ser humano. Es muy probable que sea
a través de este último que la expresión haya llegado a Heidegger (cfr. Masís, J., “El influjo de
Lutero en la filosofía fenomenológica y hermenéutica: el caso de Heidegger”, en: Revista de
Filosofía de la Universidad de Costa Rica, 57 (2018), pp. 163-183).
75
Es interesante recorrer las páginas de las lecciones dictadas por Heidegger en 1920-21 sobre
fenomenología de la religión. Allí se puede ver la claridad con la que el filósofo alemán lee en el
pensamiento de las cartas de san Pablo lo escatológico como esencial a la existencia cristiana:
“El sentido referencial de la vida fáctica cristiana, que no es sino la expectativa o esperanza de
la venida de Cristo, la parousía, está determinado por dos modos; el servir (douléuein) y el
aguardar (anaménein). De tal modo es así que toda la vida cristiana está definida por la
expectativa de la comparencia de Cristo al final de los tiempos. Ésta es la referencia de la vida
39
postura, el filósofo alemán “reformula la escatología ante un horizonte de muerte
como límite natural (más que impuesto) de la existencia humana y, en
consecuencia, de la Nada (más que Dios) como el Otro frente al cual se configura
la existencia humana”76.
La muerte es la posibilidad más propia del Dasein. El estar vuelto hacia esta
posibilidad le abre al Dasein su más propio poder-ser, en el que su ser está
puesto radicalmente en juego. Allí puede manifestársele al Dasein que en esta
eminente posibilidad de sí mismo queda arrebatado al uno, es decir, que,
cristiana fáctica, un peculiar estar ante Dios, ya que Éste no aparece como en una eternidad,
sino en la expectativa de su venida en un futuro, que es el final de los tiempos. Esta temporalidad
particular de la vida cristiana, ese ‘aún no’, ese estar volcado a un futuro no determinado puntual
ni cronológicamente es el sentido de la vida cristiana. Con ello Heidegger ha definido
fenomenológicamente la vida cristiana y circunscrito la experiencia cristiana, su religiosidad”
(Uscatescu, J., “Acerca de la fenomenología de la religión en las lecciones de Heidegger sobre
la fenomenología de la vida religiosa”, en: Heidegger, M., Introducción a la fenomenología de la
religión. Madrid: Siruela, 2005, pp. 25-26). Se puede ver algunos elementos fundamentales de la
Daseinsanalytik heideggeriana en las explicaciones que el filósofo alemán desarrolla acerca de
la experiencia efectiva de los primeros cristianos (cfr. Magris, A., “L’‘escatologia’ in Nietzsche e
Heidegger”, op. cit., pp. 383-387).
76
Wolfe, J., Heidegger’s Eschatology. Theological Horizons in Martin Heidegger’s Early Work,
op. cit., p. 68. Desde otro punto de vista, más vinculado a la historia del pensamiento en la
reflexión heideggeriana, Aldo Magris ha señalado elementos escatológicos en Das Ende der
Philosophie und die Ausgabe des Denkens, de 1966: “Diría que Heidegger nunca ha sido más
‘escatológico’ que esto: mientras un cierto modo de ejercer la actividad intelectual está llegando
a su ocaso, he aquí la ‘otra aurora’ de una nueva época (anunciada en su ensayo sobre
Anaximandro), en la que pensaremos en manera diversa. ¿Cuáles serán los contenidos de este
pensamiento? Heidegger ofrece dos indicaciones: en primer lugar la ‘cosa misma’ que ha
permanecido impensada a lo largo de toda la historia de la metafísica, el ‘claro de lo Abierto’
(Lichtung des Offenen); en segundo lugar una nueva ‘educación al pensamiento’ (Erziehung zum
Denken)” (Magris, A., “L’‘escatologia’ in Nietzsche e Heidegger”, op. cit., p. 402).
40
adelantándose, puede siempre escaparse de él. Ahora bien, sólo la comprensión
de este “poder” revela la pérdida en la cotidianidad del uno-mismo que tiene lugar
fácticamente.77
Estas conocidas líneas de Ser y Tiempo se complementan con otras en las que
Heidegger, varios parágrafos más adelante, reflexiona sobre la muerte en el
contexto del poder-ser propio que se atestigua en el mismo Dasein, y que se
revela ahora como “fundamento negativo” de esta posibilidad radical de la Nada:
En la reflexión que hace Heidegger sobre el ser temporal e histórico del Dasein
—acápite de Ser y Tiempo al que Ricoeur le dedicará una particular atención—,
77
Heidegger, M., Ser y Tiempo. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1997, p. 282.
78
Ibid., p. 325.
79
Wolfe, J., Heidegger’s Eschatology. Theological Horizons in Martin Heidegger’s Early Work,
op. cit., p. 132. “Llegar a ser uno mismo, en efecto, es aceptar que uno no está basado en un
origen definido (ni siquiera es capaz de expresar coherentemente lo que sería tal fundamento),
ni es capaz de escapar del deseo de un fundamento; sin moverse hacia una realización (sin ni
siquiera poder expresar coherentemente lo que sería tal realización), ni siendo capaz de escapar
de ese deseo” (ibid.).
41
el filósofo alemán se pregunta acerca del problema ontológico del acontecer del
Dasein, es decir, por la “trama” de su vida. Aquí busca recuperar el inicio y el fin
de esta misma vida:
Será interesante indagar más adelante cómo ha dialogado Paul Ricoeur con esta
dimensión “escatológica” del pensamiento de Heidegger, que aquí hemos tan
sólo presentado como exponente contemporáneo de una cierta preocupación
filosófica por “lo último”, así sea para negarlo como lugar que se encuentre “más
allá” del Dasein mismo.
1.4.2. Levinas
80
Heidegger, M., Ser y Tiempo, op. cit., p. 391.
81
Dosse, F., Paul Ricoeur. Los sentidos de una vida (1913-2005), op. cit., p. 689. Ambos
trabajaron juntos por muchos años en Nanterre, facultad que Ricoeur dirigió en medio de muchas
dificultades, y donde quiso personalmente la participación de Levinas. “En el momento del triunfo
del estructuralismo, ambos tuvieron grandes dificultades para hacerse entender. La interrogación
42
como Heidegger, otro actor relevante de la filosofía del siglo XX, quizás menos
reconocido, pero que coloca lo escatológico en el primer plano de su propuesta.
ética los devuelve a ambos al corazón de la vida intelectual francesa a mediados de los años
ochenta. Surgidos de la misma generación, existe entre ellos una verdadera filiación común
arraigada en la fenomenología, y un común distanciamiento, por caminos ciertamente
divergentes, con respecto a la enseñanza de Husserl. Tienen la misma voluntad exigente de
respetar la especificidad del registro filosófico, llevando adelante una investigación paralela sobre
los textos que pertenecen a su tradición religiosa” (ibid.).
82
Levinas, E., Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad. Salamanca: 6a ed., Sígueme,
2002, p. 48. En el caso del filósofo lituano es imposible trazar claramente una línea de separación
entre filosofía y profetismo escatológico. Es evidente “la convergencia de las dos fuentes que
inspiran su pensamiento, la fuente religiosa hebrea en sus aspectos talmúdicos y la fuente
filosófica griega en sus desarrollos occidentales modernos” (Ferretti, G., “Messianismo e mondo
futuro. Le tensioni dell’escatologia ebraica nel pensiero di Emmanuel Levinas”, en: Ciancio, C. –
Pagano, M. – Gamba, E. (ed.), Filosofia ed escatologia, op. cit., p. 496). Sobre el lugar del
judaísmo en la filosofía de Levinas se puede ver: Gibu Shimabukuro, R., “El Judaísmo de
Levinas. Réplica a Jorge Medina”, en: Open Insight, 4 (2013), pp. 99-113.
83
Levinas, E., Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, op. cit., p. 49.
43
de actitud ante ella. Esta aproximación se distingue y se contrapone a aquella
que busca comprender a los seres y su relación desde una supuesta “totalidad”
anónima a la que pertenecen, totalidad que se mantendría impuesta por la lógica
de la guerra y la dominación: “la visión escatológica rompe la totalidad de las
guerras y de los imperios en los que no se habla”, y en lugar de apuntar “al fin
de la historia en el ser comprendido como totalidad” lo que hace es colocar a la
persona “en relación con lo infinito del ser, que deja atrás la totalidad”84.
84
Ibid., p. 49. Ver también: Simmons, J.A. – Kerr, N.R., “From Necessity to Hope: A Continental
Perspective on Eschatology without Telos”, en: The Heythrop Journal, 50 (2009), pp. 957-959.
85
Ibid., p. 51.
86
Levinas, E., Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, op. cit., p. 51. Ricoeur tiene
claramente presente esta propuesta de Levinas: “No es que el esquema del vivir-juntos, al que
llamamos mutualidad, esté ausente de Totalidad e infinito. ¿No comienza el libro con una
meditación sobre la guerra, que, al suspender la moral e interrumpir la continuidad de las
personas, ofrece un simulacro de la ‘ontología de la totalidad’ mediante la operación aterradora
de movilización general? Y de un solo golpe, bajo el aguijón de la escatología de la paz, la mirada
se invierte y se abre ‘al resplandor de la exterioridad o de la trascendencia en el rostro del otro’.
El concepto de trascendencia rigurosamente desarrollada —se añade— ‘se expresa con el
término de infinito’. En cierta manera, todo se dice en una página” (Ricoeur, P., Caminos del
reconocimiento. Tres estudios. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2006, p. 202).
44
La posición levinasiana privilegia lo que él llama una “escatología del presente”,
que contrapone a una “escatología popular” o “mesianismo” —centrada de modo
exclusivo en una esperanza futura— que podría conducir a una pasividad con
respecto a la historia y sus desafíos87. Es interesante leer lo que afirma en sus
Cuadernos de la cautividad respecto a la esperanza y al tiempo:
La relación de los instantes del tiempo entre ellos debe ser más bien íntimo para
esperar no una ‘compensación’ para el presente, que no es posible [...], sino una
reparación del presente mismo: es este el carácter provisorio de la vida aquí
abajo: el presente vivido como no terminado sin el porvenir. El presente no es
todavía el ser. La fe es así una experiencia del tiempo y no simplemente una
esperanza. O más bien es una esperanza para el presente.88
87
Cfr. Doublet, L., “L’eschatologie ou la responsabilité du temps présent. Sur le messianisme
d’Emmanuel Levinas”, en: Chalamet, C. – Dettwiler, A. – Mazzocco, M. – Waterlot, G. (ed.), Game
Over? Reconsidering Eschatology. Berlin: De Gruyter, 2017, p. 149.
88
Levinas, E., Quaderni di prigionia e altri inediti. Milano: Bompiani, 2011, p. 426.
89
Levinas, E., La huella del otro. México D.F.: Taurus, 2000, p. 50.
90
Ibid., p. 55.
91
Ibid. Es interesante el análisis que realiza Michel Vanni sobre un cierto “pesimismo”
levinasiano, que surge de una visión del futuro “sin fecundidad” en sus últimas obras, y sobre
todo en De otro modo que ser. El autor vincula este acento a una recomprensión algo negativa
de las perspectivas escatológicas, que en obras más tempranas tenían un énfasis
definitivamente más esperanzado (cfr. Vanni, M., “Messianisme et temporalité eschatologique
45
Ser para un tiempo que sería sin mí, ser para un tiempo posterior a mi tiempo,
para un porvenir más allá del famoso “ser-para-la-muerte”, ser-para-después-
de-mi-muerte [...], no es un pensamiento banal que extrapola su propia duración,
sino el pasaje al tiempo del Otro. ¿Es necesario llamar eternidad a aquello que
hace posible tal pasaje? Pero, quizás, la posibilidad del sacrificio va hasta el
extremo de este pasaje y descubre el carácter no-inofensivo de esa
extrapolación: ser-para-la-muerte a fin de ser-para-aquello-que-está-después-
de-mí.92
dans la philosophie d’Emmanuel Levinas”, en: Revue de Théologie et de Philosophie, 130 (1998),
pp. 47-50).
92
Levinas, E., La huella del otro, op. cit., p. 56.
93
“No es desde una contemporaneidad compartida sino desde ‘otra orilla’ que el Rostro del Otro
me llama. Así, la conclusión de Levinas de que ‘hay una prioridad… de lo ético sobre lo
ontológico’ se apoya implícitamente en la prioridad de lo escatológico (en su sentido primordial,
al que es asimilado el sentido ético) sobre lo ontológico” (Davenport, J.D., “Levinas’s Agapeistic
Metaphysics of Morals: Absolute Passivity and the Other as Eschatological Hierophany”, en: The
Journal of Religious Ethics, 26 (1998), p. 356)
94
Doublet, L., “L’eschatologie ou la responsabilité du temps présent. Sur le messianisme
d’Emmanuel Levinas”, op. cit., p. 150.
46
concepción particular del tiempo: el tiempo histórico sería un proceso continuo
dirigido hacia un fin”, donde “la realización de lo absoluto es inmanente al tiempo
de la historia, se realiza a través de agentes históricos, que ya no están
destinados a la pura pasividad”95.
95
Ibid., p. 153.
96
Ricoeur, P., Gabriel Marcel et Karl Jaspers. Philosophie du mystère et philosophie du
paradoxe. Paris: Édition du Temps Présent, 1947.
47
en el volumen Vivo hasta la muerte. Seguido de Fragmentos97. ¿Podemos, de
manera preliminar, identificar una inquietud escatológica en el pensamiento de
Paul Ricoeur, contemplado en sus extremos? La respuesta a esta pregunta tiene
como objetivo, por un lado, darnos una idea de la colocación de nuestro autor en
el recorrido de la filosofía que se plantea preguntas sobre lo último, pero también,
por otro lado, darnos un primer marco para la posterior revisión exhaustiva de
esta temática a lo largo de toda su obra.
La relación de Paul Ricoeur con Gabriel Marcel va mucho más allá de un simple
estudio de su obra. Nuestro autor participa desde muy joven en los círculos de
debate filosófico realizados todos los viernes en casa de Marcel98, y la amistad
que surge entre los dos continuará hasta la muerte de este último en 1973, con
encuentros e intercambios frecuentes durante décadas. Incluso en un momento
tan dramático como su liberación del cautiverio, finalizada la segunda guerra
mundial, el primer lugar al que acude el ex-prisionero Ricoeur llegado a París es
a la casa de los Marcel. Uno de los modos como Françoise Dosse —el más
importante biógrafo de Ricoeur— describe el influjo que recibe nuestro autor de
Marcel, tiene que ver justamente con la “tensión de la vida” y el estilo de hacer
filosofía:
97
Ricoeur, P., Vivant jusqu’à la mort. Suivi de Fragments. Paris: Éditions du Seuil, 2007.
98
“Tuve el privilegio de ser introducido en la casa de Gabriel Marcel por un camarada de
agregation, Maxime Chastaing, y de participar en esos famosos ‘viernes’ que frecuentaron
también Jeanne Delhomme y Jeanne Parain; cada uno era invitado a tratar un tema elegido en
común, sin ampararse en la autoridad de ningún filósofo de reputación, y a recurrir únicamente
ya sea al análisis de experiencias, a la vez comunes y enigmáticas, como la promesa, el
sentimiento de injusticia, ya sea a conceptos o categorías cargadas de una larga tradición, como
el a priori, la verdad, lo real. Conservo de esas sesiones, en las que tomé parte de manera más
episódica al regreso de la guerra, un recuerdo inolvidable” (Ricoeur, P., Autobiografía intelectual,
op. cit., p. 18).
48
El carácter cuestionante, neosocrático de la posición filosófica [de Ricoeur], ha
sido también inspirado por su proximidad con Gabriel Marcel. Esto hace
reaparecer constantemente la cuestión surgida de esta tensión entre el “sí a la
vida”, la confianza en la parte sagrada de lo humano, fuente de esperanza, y su
reverso, la itinerancia, la presencia persistente del mal, tinieblas que atormentan
el mundo. El hecho de “tomar en conjunto” estas dos dimensiones
contradictorias debe guiar la travesía de la experiencia en un movimiento
indefinido.99
Vamos a concentrarnos en las pocas, pero densas páginas que nuestro autor le
dedica en su obra de 1947 a la temática marceliana de la esperanza, en el
acápite 2.1.2, que titula “De la desesperación a la esperanza” (Du désespoir à
l'espérance).
99
Dosse, F., Paul Ricoeur. Los sentidos de una vida (1913-2005), op. cit., p. 44.
100
Cfr. ibid., pp. 132-144.
101
Ricoeur, P., Gabriel Marcel e Karl Jaspers. Filosofia del mistero e filosofia del paradosso.
Roma: TAB, 2021, p. 344. Como señala Marc De Leeuw, esta obra de Ricoeur “es la primera
que reconstruye sistemáticamente los escritos fragmentados de Marcel, extrayendo su filosofía
de ensayos, diarios, meditaciones, piezas de teatro, clases, y su Journal Métaphysique” (De
49
una primera característica que interesa a nuestro autor, y que veremos más
adelante en su obra: la relación entre la esperanza y el mal. Esperar, en sentido
“fuerte”, es esperar una liberación de las garras del mal. Hablar de otro tipo de
espera como esperanza sería de algún modo degradarla102.
50
Nuestro autor cita un pasaje del Journal Métaphysique de Marcel, que en su
versión más amplia busca delinear reflexivamente esta relación entre esperanza
y trascendencia, pero conectando también este vínculo con una interpretación
de la realidad:
La esperanza trasciende el vivir porque va más allá del deseo: “mientras más la
imaginación se adueña de la esperanza, para dirigirla hacia un resultado
deseado, para fijarle un límite, más la esperanza se convierte en un ‘yo espero
que…’, el cual se encuentra ya en los confines del deseo”108. El objeto de la
esperanza (a diferencia del objeto del deseo) debe permanecer en una cierta
indeterminación, debe ser en ese sentido un horizonte y no un límite109. De lo
106
Marcel, G., Ser y tener, op. cit, p. 74.
107
Ricoeur, P., Gabriel Marcel e Karl Jaspers. Filosofia del mistero e filosofia del paradosso, op.
cit., p. 345.
108
Ibid.
109
En ese carácter indeterminado consistiría, de algún modo, una de las diferencias que
podemos encontrar entre lo “escatológico” (a lo que la esperanza apunta) y lo “teleológico”, al
menos en los términos como Ricoeur lo llevará a su reflexión en obras posteriores.
51
contrario —afirma Ricoeur interpretando a Marcel—, se reduciría a una “ilusión
vital”110.
Lo que hay que tener presente es que esta eficacia real, que es el reverso de
una total ineficacia en el plano de la apariencia, no puede ser pensada sino
donde la impotencia sea efectivamente absoluta, donde no nos hallemos en
presencia de una ficción, de un rodeo (el de una conciencia que por pereza o
110
Ibid.
111
Ibid., p. 346. “¿Cómo no ver que la humildad, el pudor o la castidad se resisten esencialmente
a dejarse reducir, es decir, a entregar su secreto al pensamiento raciocinante? De ahí la
insuficiencia radical, la grosera inadecuación de las interpretaciones a las que se recurre tan a
menudo para dar cuenta de lo que he llamado el misterio de la esperanza” (Marcel, G., Homo
viator. Prolegómenos a una metafísica de la esperanza, op. cit., p. 47).
112
Ricoeur, P., Gabriel Marcel e Karl Jaspers. Filosofia del mistero e filosofia del paradosso, op.
cit., p. 346. Cfr. Marcel, G., Homo viator. Prolegómenos a una metafísica de la esperanza, op.
cit., pp. 45-46.
113
Ricoeur, P., Gabriel Marcel e Karl Jaspers. Filosofia del mistero e filosofia del paradosso, op.
cit., p. 346.
114
Marcel, G., Ser y tener, op. cit., p. 72.
52
cobardía se persuada engañosamente de que no se puede hacer nada). ¿No
podríamos decir que cierta actividad —por otra parte el sentido de este término
debería precisarse— que se encuentra cortado el camino en el terreno empírico,
es decir, en el terreno del hacer, cambia de plano y se transforma en esperanza,
sin perder por eso la eficacia de que en cierto modo está cargada desde el
principio? Habría ahí algo análogo a lo que ocurre cuando el curso de un río se
ve desviado por un obstáculo. Yo diría que las desembocaduras de la esperanza
no se sitúan directamente en el universo visible.115
115
Ibid., p. 72.
116
Ibid., p. 74. “La esperanza se alza en la activa repulsa a sucumbir a la desesperación, a admitir
la posibilidad de catalogar el ser. No es tanto un anhelo o un obstinado deseo, cuanto una
afirmación profética: ‘Yo curaré’. En esto, piensa Marcel, se asemeja a la voluntad, cuyo fiat es
también un desafío al mundo de lo que ‘puede ser’” (Gallagher, K., La filosofía de Gabriel Marcel.
Madrid: Razón y Fe, 1968, pp. 134-135).
117
Cfr. Ricoeur, P., Gabriel Marcel e Karl Jaspers. Filosofia del mistero e filosofia del paradosso,
op. cit., p. 347.
53
mismo, la esperanza apunta, contrariamente, a una reunión, a la recolección, a
la reconciliación; por ello, y solamente por ello, es como una memoria del
futuro.118
118
Marcel, G., Homo viator. Prolegómenos a una metafísica de la esperanza, op. cit., p. 65.
Hemos modificado ligeramente la traducción según el original francés, porque afectaba
directamente el sentido del texto en lo que nos interesa destacar: la realidad de una verdadera
“apertura” del tiempo presente en la esperanza. Cfr. Jean, G., “La croisée des temps et le
paradoxe de l’espérance”, en: Leclercq, J. – Lavigne, J.-F., Espérer: Études de phénoménologie.
Louvain-la-Neuve: Presses universitaires de Louvain, 2015, pp. 59-73.
119
Ricoeur, P., Gabriel Marcel e Karl Jaspers. Filosofia del mistero e filosofia del paradosso, op.
cit., p. 348.
120
Cfr. ibid., p. 349.
121
Ibid., p. 348. “Desde este punto de vista, el problema esencial cuya solución intentamos
encontrar consistiría en preguntarse si la soledad es la última palabra, si el hombre está
verdaderamente condenado a vivir y a morir solo, y si es sólo por el efecto de una ilusión vital
como llega a disimular que ésa es efectivamente su suerte. No se puede abrir el proceso de la
esperanza sin establecer al mismo tiempo el del amor” (Marcel, G., Homo viator. Prolegómenos
a una metafísica de la esperanza, op. cit., p. 70).
54
vínculo que me une a mí mismo y que «media» mi relación conmigo mismo. Es
claro que la esperanza en mi inmortalidad personal se ve liberada de la hipoteca
de la reivindicación egoísta, únicamente a través de este camino de la
comunión”122.
122
Ricoeur, P., Gabriel Marcel e Karl Jaspers. Filosofia del mistero e filosofia del paradosso, op.
cit., p. 348.
123
Ibid., p. 350.
124
Ibid. “En presencia de la prueba particular, sea la que sea, a la que tendré que hacer frente y
que siempre será sólo una especificación de la prueba humana en general, estaré siempre
expuesto a la tentación de encerrarme sobre mí mismo, y a la vez de cerrar sobre mí el tiempo,
como si el futuro, drenado de su sustancia y su misterio, ya no tuviera que ser más que el lugar
de la repetición pura, como si no se sabe qué mecánica desreglada debiera proseguir sin tregua
un funcionamiento al que ya no regiría ninguna intención animadora; pero un porvenir
desvitalizado así, que ya no es un provenir ni para mí ni para nadie, más bien sería una nada de
porvenir” (Marcel, G., Homo viator. Prolegómenos a una metafísica de la esperanza, op. cit., p.
71).
125
Cfr. Ricoeur, P., Gabriel Marcel e Karl Jaspers. Filosofia del mistero e filosofia del paradosso,
op. cit., p. 350. En otro capítulo posterior nuestro autor insiste sobre una tensión definitiva en la
filosofía de Marcel: entre la dimensión lírica y la dimensión dramática. Aquí trae a colación una
55
Las ideas presentes en esta obra juvenil de Ricoeur sobre la esperanza nos
muestran ya algunos elementos vinculados con la problemática de lo último, que,
en este caso, se encuentran como parte de la interpretación que hace de Marcel,
pero cuyos elementos serán luego parte de su propio bagaje reflexivo. Esto sin
negar que en ciertos puntos fundamentales Ricoeur seguirá un camino propio y
—si se nos permite una anticipación— probablemente más fundamentado que
el de Marcel126. Para nuestro autor, por ejemplo, no será posible desarrollar una
filosofía de la esperanza que no tenga en consideración las dinámicas y las
posibilidades del querer humano que se realiza en la acción. Nos parece que
esta será una de las inspiraciones importantes para el proyecto de una “filosofía
de la voluntad”, al que dedicaremos más adelante algunas páginas de nuestra
investigación.
cierta perversión de la escatología cristiana que se olvida de la tierra. Pero Ricoeur reconoce que
en la misma idea del homo viator, es decir, de la concepción de la persona humana como
“itinerante”, se encuentra una escatología adecuada, entendida como tensión y horizonte: “Es
así como Homo Viator representa el libro de la esperanza escatológica, además del libro de la
fidelidad órfica. [...] La idea de itinerancia resume la condición dramática de un ser que puede
darle densidad a sus fidelidades terrenas, solamente en referencia al cielo de la esperanza” (ibid.,
p. 439). Es interesante leer el último coloquio entre Ricoeur y Marcel, publicado en 1968, donde
Ricoeur aborda justamente esta temática: “En toda su filosofía usted es antidualista, y sin
embargo en ella conviven dos tonalidades: una tonalidad amarga y una tonalidad serena, incluso
gozosa. Diría incluso que en su obra se enfrentan sin tregua una metafísica de la luz y una
sociología de las tinieblas: ¿dónde está el vínculo entre las dos?, ¿dónde se encuentra la sutura?
Tiendo a pensar que se realiza en un cierto significado de la experiencia: a primera vista la
expresión es confusa, pero si lográsemos mantener juntas la experiencia y la itinerancia, quizás
nos acercaríamos al centro” (Ricoeur, P. – Marcel, G., Per un’etica dell’alteritá. Sei colloqui.
Roma: Lavoro, 1998, p. 75).
126
Es interesante el análisis que hace O’Callaghan del modo como Marcel sostiene la necesidad
de la esperanza tratando de dejar de lado lo que viene “desde dentro” del ser humano (como
había sido toda una larga tradición que incluye a Aristóteles, Tomás de Aquino y Baruch Spinoza)
e insiste en la exterioridad radical del “don” que llega como una “nueva creación”. Nos parece
que el modo como Ricoeur argumenta toma lo mejor de ambas posiciones (cfr. O’Callaghan, P.,
“Hope and Freedom in Gabriel Marcel and Ernst Bloch”, en: Irish Theological Quarterly, 55
(1989), pp. 222-224).
56
1.5.2. Las últimas meditaciones de Ricoeur sobre la vida y la muerte
Es muy interesante leer estos fragmentos, junto con los escritos sobre la muerte
que los preceden y que estuvieron muy vinculados a la vivencia de la enfermedad
y fallecimiento de su esposa, Simone, en enero de 1998130. Ricoeur hace un
particular esfuerzo por evitar una mirada del “más allá de la muerte” como una
reduplicación representativa de esta vida —como simple supervivencia—, y deja
127
Ricoeur, P., Vivo hasta la muerte. Seguido de Fragmentos. Buenos Aires: Fondo de Cultura
Económica, 2008.
128
Ibid., p. 109.
129
Abel, O., “Prefacio”, en: Ricoeur, P., Vivo hasta la muerte. Seguido de Fragmentos, op. cit., p.
17.
130
Años antes del fallecimiento de su esposa, Ricoeur se enfrenta a la muerte de modo muy
intenso cuando su hijo Olivier, que trabajaba de cerca con él, se quita la vida en 1986, a los 38
años. “Su nueva concepción de la muerte es en sí misma una manera de honrar la memoria y el
acto de su hijo: ‘Proyecto así no un después-de-la-muerte, sino un morir que sería una última
afirmación de la vida. Mi experiencia de un fin de la vida se alimenta del más profundo deseo de
hacer del acto de morir un acto de vida’” (Dosse, F., Paul Ricoeur. Los sentidos de una vida
(1913-2005), op. cit., p. 572).
57
en manos de Dios, de su cuidado y su memoria, lo que en realidad llegue a ser
nuestra vida al término de su itinerario terreno131.
Los textos revelan el intenso trabajo reflexivo de Ricoeur, que rechaza el título
de “filósofo cristiano”132 y que, sin embargo, se entiende deudor de un “lenguaje”
particular, ligado a la tradición judeocristiana:
Un cristiano: alguien que profesa una adhesión primordial a la vida, las palabras,
la muerte de Jesús. Para el filósofo de oficio y cultura, el pensador de cultura
filosófica, esta adhesión suscita el discernimiento, la inquietud de dar razón, de
proponer el mejor argumento en las situaciones de confrontación y de lo que
llamo más adelante controversia [...]. Pero esta puesta en juego de la
competencia filosófica no hace mella en la libertad de pensamiento y en la
131
“Esa negativa a imaginar, a representarse un más allá, a objetivar un trasmundo cualquiera,
tiene algo de agnóstico, sin duda, en el sentido propio y riguroso de la crítica filosófica que no se
deja engañar y prefiere ahondar en la aporía, el callejón sin salida: por lo demás, el fin, en el
sentido de la finitud, nos remite a un más acá, el de nuestro mundo de la vida, el único que
tenemos. ¿Y será acaso necesaria una aporética de la resurrección para abrir la posibilidad de
pensar su poética?” (Abel, O., “Prefacio”, op. cit., p. 12).
132
La reflexión de Ricoeur sobre la relación entre religión y filosofía, y más específicamente entre
la fe cristiana y la filosofía, se encuentra presente desde un escrito tan inicial como su Nota sobre
las relaciones entre la filosofía y el cristianismo, publicado en 1936. Allí, Ricoeur escribe que, en
su opinión, “la filosofía cristiana sería […] una ciencia de los límites; posición esencialmente
socrática, ‘irónica’: la de convencer de ignorancia a la sabiduría de los hombres, a partir de esta
sabiduría misma; filosofía, si no de la desesperación, o de la inquietud, al menos de la
insatisfacción, de la inconclusión; filosofía no lírica, ni romántica, sino rigurosa, dialéctica,
antinómica, que denuncie las falsas coronaciones, el cruce de límites, prohibiendo que cualquier
pensamiento sea totalitario” (Ricoeur, P., “Note sur les rapports de la philosophie et du
christianisme”, en: Le Semeur, 38 (1936), p. 556). Su posición se irá transformando con el tiempo,
llegando a rechazar la idea misma de una “filosofía cristiana”. Permanece, sin embargo, una
afirmación de la pertenencia —y consecuente fecundidad mutua— tanto de la fe como de la
filosofía a una “razón hermenéutica” (cfr. Ricoeur, P., Fe y filosofía. Problemas del lenguaje
religioso. Buenos Aires: Prometeo, 2008, pp. 191-197). Un breve pero interesante análisis sobre
esta temática se encuentra en Graves, A.J., The Phenomenology of Revelation in Heidegger,
Marion and Ricoeur. Lanham: Lexington Books, 2021, pp. 180-182.
58
autonomía —y yo hablaría incluso de la autarquía, la autosuficiencia— propias
de la investigación filosófica y de la estructuración de su discurso.133
Este “exorcismo” es parte del trabajo de memoria y de duelo, que dista mucho
—en lo que plantea aquí Ricoeur— de una simple ascesis estoica, que está
completamente centrada sobre uno mismo. Este trabajo puede llegar a ser esa
“palabra de esperanza” sólo en la medida en que se realice un desapego de las
133
Ricoeur, P., Vivo hasta la muerte. Seguido de Fragmentos, op. cit., pp. 85-86.
134
Cfr. ibid., pp. 52-54.
135
Ibid., p. 60.
136
Cfr. ibid.
59
propias “proyecciones imaginarias del sí identitario tras la muerte propia”137 y se
transfiera el amor por la vida al prójimo que sobrevive: “Amar al otro, mi
sobreviviente. Este compromiso de ‘ágape’ de la renuncia a la supervivencia
propia completa el ‘desapego’ más acá de la muerte: no es sólo pérdida, sino
ganancia: liberación para lo esencial”138.
Como fruto de este trabajo, según Ricoeur, “se eleva otra esperanza que no es
el deseo de seguir existiendo”139, entendiendo esa existencia ulterior como una
temporalidad paralela que duplica nuestra vida terrena, pero confiriéndole un
sentido espectral. En este punto —el último que nos interesa aquí señalar—, el
filósofo francés hace suya gran parte de la interpretación de Xavier Léon-Dufour
sobre la paradójica expresión evangélica que invita a “perder la propia vida para
salvarla”, y donde se encontraría el núcleo de la actitud de Jesucristo ante la
muerte140:
Estas “huellas” son confirmadas con el testimonio del cuarto evangelio, en el que
se puede ver complementado “el antes/después de la perspectiva profética con
137
Ibid., p. 63.
138
Ibid.
139
Ibid., p. 65. En este punto, la consideración de Ricoeur se acerca lo más posible a lo religioso
o “esencial” como él lo llama: “¿Qué puede ayudarme a separar el ‘esquematismo’ del memorial
divino del desapego imperfecto? Sólo la idea de la gracia. La confianza en la gracia. Nada se me
debe. No espero nada para mí; no pido nada; he renunciado —¡trato de renunciar!— a reclamar,
a reivindicar. Digo: Dios, harás lo que quieras de mí. Acaso nada. Acepto no ser más” (Ibid., p.
65).
140
Cfr. Léon-Dufour, X., Jesús y Pablo ante la muerte. Madrid: Cristiandad, 1982.
141
Ricoeur, P., Vivo hasta la muerte. Seguido de Fragmentos, op. cit., p. 66.
60
el ya ahí de la perspectiva apocalíptica”142. A partir de aquí Ricoeur propone que,
al pensar el “más allá” de esta vida, se deba compensar de algún modo el
“esquematismo” según el cual pensamos la eternidad (es decir, en futuro) con
otro “esquematismo” más cercano al de la memoria, entendida no tanto como
evocación del recuerdo sino, más bien, “exaltada como preservación del haber
sido, el ‘aún ahí’ del pasado ‘salvado’ del no más, como equilibrio y simétrico del
‘ya ahí’ del futuro, salvado del ‘aún no’”143.
142
Ibid., p. 67.
143
Ibid., pp. 67-68.
144
Ibid., p. 68.
145
“¿Cómo impedir que el futuro de la paradoja vuelva a introducir como fraude el futuro
imaginario de la supervivencia? En la frontera del ‘esquematismo’ de la eternidad y de lo
imaginario temporal… En la frontera de la esperanza y de la proyección imaginaria. Es toda la
cuestión de la escatología y de su imposición imperiosa del futuro de los ‘últimos tiempos’” (Ibid.,
p. 71).
146
“En este sentido, la idea de la filosofía como ‘preocupación por el morir’ asentada en el Fedro
de Platón y continuada en la filosofía heideggeriana (como en muchas otras) le resulta a Ricoeur
61
de inquietud escatológica la encontraremos presente de manera constante,
asumiendo distintas formas, pero siempre vinculada al esfuerzo por comprender
la vida, el tiempo y la esperanza.
sospechosa. ¿No habría que pensar en la cuestión del nacimiento, en la alegría del vivir? ¿No
habría que estar atentos a las palabras de Spinoza, quien en su Ética señala que ‘El hombre
libre no piensa en absoluto en la muerte y su sabiduría es una meditación, no de la muerte, sino
de la vida’? Frente a la angustia existencial desveladora del ser para la muerte, la insistencia
ricoeuriana transitará el camino del júbilo alentado por el deseo de ‘permanecer vivo hasta…’”
(Cragnolini, M.B., “La vida ‘da que pensar’. El otro, la muerte, la vida”, en: Revista
Latinoamericana de Filosofía, 32 (2006), p. 277).
147
Paul Ricoeur. Filosofía ante la muerte y eternidad, en: https://youtu.be/UOMeOYdLjb0
(recuperado el 17/01/2023).
62
CAPÍTULO 2:
LA APROXIMACIÓN ESCATOLÓGICA EN LAS
PRINCIPALES OBRAS DE PAUL RICOEUR
Dado el riesgo de arbitrariedad que trae consigo plantear una división temporal
de los trabajos en una obra que no se pretende en ningún momento sistemática,
hemos evitado entrar en esa problemática y hemos optado, así, por mantener la
secuencia cronológica de sus escritos, sin solución de continuidad. Al final del
capítulo —sin embargo— haremos un repaso buscando dar un cierto orden al
recorrido, reuniendo aquello que pueda aparecer disperso, y evidenciando los
momentos del desarrollo que se muestren en esta revisión.
Del conjunto de las obras de Ricoeur, hemos seleccionado para esta exposición
aquellas que afrontan, más o menos directamente, la temática escatológica. En
algunos casos las referencias al problema de lo último son explícitas, mientras
que en otros casos son referencias algo más oscuras y dependen del contexto
en que se encuentran para ser comprendidas. Unas y otras, sin embargo, no se
encuentran nunca en un escrito sobre lo escatológico, algo que Ricoeur nunca
escribió.
63
fenomenológico, justamente por ser parte de aquello que metodológicamente
debe permanecer entre paréntesis para el análisis puro de las posibilidades de
la libertad en su dialéctica con la naturaleza. Sin embargo, por la necesidad
misma de justificar esta operación, nuestro autor ofrece indicaciones que pueden
guiarnos en la comprensión del marco en el que la dimensión de “lo último” se
ubica en esta fase de su pensamiento.
La filosofía del hombre se muestra como una tensión viviente entre una
objetividad elaborada por una fenomenología a la medida del Cogito (y
recuperada por encima del naturalismo) y el sentido de mi existencia encarnada.
Esta última no deja de desbordar la objetividad que en apariencia la respeta más,
pero que por naturaleza tiende a evacuarla. Por ello, las nociones que usamos,
tales como motivación, realización de un proyecto, situación, etc., son los índices
de una experiencia viva que nos baña, más que los signos del dominio que
nuestra inteligencia ejercería sobre nuestra condición de hombres. [...] Esta
región de los índices racionales de la existencia es acaso la razón misma en
tanto se distingue del entendimiento divisor.148
Es importante anotar —para lo que nos ocupa en este trabajo— que toda la
iluminación acerca de la existencia humana que venga desde la escatología
mantendrá tercamente esta característica de ser “índice de una experiencia
viva”, signo de un misterio al que nos aproximamos —para decirlo con Marcel—
y que, sin embargo, si pretende entrar en el reino de la filosofía reflexionada,
debe decirse y colocarse en este espacio intermedio, de “tensión viviente” entre
la objetividad pretendida y la existencia encarnada.
148
Ricoeur, P., Lo voluntario y lo involuntario. Buenos Aires: 2a ed., Docencia, 2018, p. 29.
64
Un segundo elemento, que marcará también todo el recorrido de nuestro autor,
es el de la aproximación dramática a la existencia humana. “Participar en el
misterio de la existencia encarnada —afirma Ricoeur— es adoptar el ritmo
interior de un drama”149. Vemos aquí presente la conciencia de una especie de
desfase o ruptura al interior de la existencia misma, que “tiende a quebrarse”150
(l’existence tend à se briser). Esta conciencia nos sacude de las pretensiones de
un Cogito que se auto-coloca y nos devuelve a la existencia como participación
en algo que nos precede: “el acto del yo es al mismo tiempo participación”151. Es
así como la filosofía reflexiva de Ricoeur se encontrará genealógicamente en la
línea de toda una tradición francesa que va de Pascal a Marcel, donde la
meditación sobre el ser humano se encontrará siempre buscando “decir” esta
fractura en el corazón de la condición humana como la vivimos, así como su
sentido para nuestra existencia. Ricoeur no rechazará nunca —en favor de un
“sistema” armónico— la dimensión polémica o aporética de la realidad, y menos
aún de la realidad del ser humano152.
149
Ibid., p. 30.
150
Ibid.
151
Ibid., p. 31. Es interesante señalar las limitaciones que nuestro autor encuentra en la
fenomenología husserliana y que aquí hace explícitas. Al menos en este estadio de su
pensamiento, Ricoeur critica a la fenomenología su incapacidad de escapar en sus análisis al
“peligro solapado” de una “disminución de ser [déperdition d’être], que del lado del objeto es una
pérdida de presencia”, y que “del lado del sujeto que articula el conocimiento [es] una
desencarnación ideal: me exilio al infinito como sujeto puntual” (ibid., p. 29).
152
“Puede parecer humillante para el filósofo consagrar la presencia de un irracional absurdo en
el corazón del hombre, no ya como misterio vivificante de la propia inteligencia, sino como
opacidad central y, de alguna manera, nuclear que obstruye los accesos a la inteligibilidad, así
como aquellos que conducen al misterio. ¿Recusará, entonces, el filósofo la entrada en escena
del absurdo con el pretexto de que se encuentra gobernada por una teología cristiana del pecado
original? Pero, si la teología abre los ojos a una zona obscura de la realidad humana, ningún a
priori metódico podrá hacer que el filósofo no tenga abiertos los ojos y no lea, de allí en adelante,
al hombre, su historia y su civilización bajo el signo de la caída” (Ibid., p. 37).
65
volumen lo muestra: “la intención de este libro —afirma Ricoeur— es entonces
comprender el misterio como reconciliación, es decir, como restauración, a nivel
de la conciencia más lúcida, del pacto original de la conciencia confusa con su
cuerpo y con el mundo”153. Se trata de “una contribución limitada a un designio
más vasto, el del apaciguamiento de una ontología paradojal en una ontología
reconciliada”154, posibilidad de apaciguamiento que nuestro autor, siguiendo a
Kant, plantea como realizable solamente “en la esperanza y en otro siglo”155, es
decir, solamente de modo escatológico.
153
Ibid., p. 31.
154
Ibid., p. 32.
155
Ibid., p. 31.
66
paréntesis la falta, que altera profundamente la inteligibilidad del hombre, y la
Trascendencia, que encierra el origen radical de la subjetividad”156.
156
Ibid., p. 15.
157
“La falta —afirma Ricoeur— no destruye las estructuras fundamentales: mejor diríamos que
lo voluntario y lo involuntario caen tales como son en sí mismos en poder de la Nada, como un
país ocupado que queda librado, intacto, al enemigo. Por ello es posible una antropología” (ibid.,
p. 38).
158
Ibid., p. 48.
159
Cfr. ibid., pp. 40-41.
160
En su Autobiografía intelectual, escrita varias décadas después, Ricoeur recuerda que el
término Trascendencia, que él usaba frecuentemente en este primer período de su reflexión, era
un “término evidentemente jaspersiano que designaba púdicamente al dios de los filósofos”
(Ricoeur, P., Autobiografía intelectual, op. cit., p. 27).
161
Ricoeur, P., Lo voluntario y lo involuntario, op. cit., p. 41.
162
Ibid., pp. 41-42.
67
y liberación, forman así parte del único “drama”, que es narrado por aquellos
mitos en los que el ser humano busca comprenderse a sí mismo:
Este es, probablemente, uno de los pasajes donde la referencia de nuestro autor
a una escatología es más explícita. Y tan interesante como la referencia misma
es el modo en el que Ricoeur, en una obra tan temprana, tiene ya claro algunos
elementos del “dinamismo” que vincula “lo actual” con “lo último”, y que serán
desarrollados a lo largo de su obra.
163
Ibid., p. 42.
164
Ibid.
68
“La libertad recuerda su integridad en la medida en que espera su liberación
total”165. Los mitos del inicio y del fin son para Ricoeur un paradigma del modo
como el ser humano relata quién es. No hay, ni puede haber, una desconexión
entre protología (la reflexión sobre el origen) y escatología en la constitución de
una antropología que busque dar cuenta del sentido de la condición de los seres
que somos los humanos.
165
Ibid.
166
Ibid.
69
“primera revolución copernicana que restituye a la subjetividad su privilegio”167.
Las páginas de Lo voluntario y lo involuntario —y hasta cierto punto también de
Finitud y culpabilidad—, son un intento de encontrar en el sujeto mismo y sus
dinámicas, los puntos de apoyo posibles y necesarios para la comprensión de la
libertad, sus obstáculos, y la superación empírica de los mismos168.
Sin embargo, Ricoeur plantea que, después de este rodeo largo por los
meandros de la descripción y sus momentos, es necesaria otra “segunda
revolución copernicana que descentra el ser, pero sin retornarlo a un reino del
objeto”169. Esa es la tarea de una poética de la voluntad. Ella debe reintroducir
de algún modo al sujeto en el orden de la creación que fue puesto entre
paréntesis. “Dicho orden —precisa nuestro autor— sólo puede aparecernos
concretamente como una muerte y una resurrección. Significa para nosotros la
muerte del Sí Mismo, como ilusión de la posición de sí por sí mismo, y el don del
ser que repara las lesiones de la libertad”170.
No se trata de una superación del sujeto sino de una recomprensión del mismo
con una mirada que incluya —y mantenga metódicamente unidos— aquellos
elementos que en una primera aproximación pudieron aparecer externos o
añadidos al sujeto, y que son más bien aquellos que pueden explicar su particular
colocación en el mundo. Nos parece bastante evidente la influencia de Marcel y
167
Ibid., p. 43.
168
Es interesante el modo como Ricoeur compara su esfuerzo descriptivo en relación con el
método de la inmanencia de Maurice Blondel. Nos parece ver aquí un primer atisbo de lo que
más adelante, en relación con Martin Heidegger, Ricoeur llamará la “vía larga” para referirse a
su propio método hermenéutico: “el deseo de detenernos en el estadio del yo explica sin duda
que no hagamos uso de la noción de Acción tal como Maurice Blondel la utilizara a partir de
1893. Hemos creído necesario detenernos prolongadamente en la exploración de las bases de
la subjetividad antes de esbozar la superación a través de lo interior y, de alguna manera, del
exceso de inmanencia. [...] Tenemos a veces la impresión de que, a través de los rodeos de la
Eidética, la Empírica y la Poética de la voluntad, se busca una seguridad onerosa, que al maestro
de Aix se le otorga directamente” (ibid., pp. 43-44).
169
Ibid., p. 45.
170
Ibid., p. 43.
70
su aproximación al “misterio del ser” como don recibido en el seno de un sujeto
fundamentalmente quebrado171.
171
Ricoeur es explícito al señalar su deuda con la filosofía de Marcel al inicio de este escrito. No
son pocas las ideas marcelianas que se encuentran presentes —explícita o implícitamente— en
el texto de Ricoeur (cfr. ibid., p 27).
172
“Nos parece que la noción tan amplia y tan precisa de acción alcanza su sentido pleno a nivel
de una poética o, mejor aún, de una pneumatología de la voluntad, tal como se la encuentra en
Pascal, en Dostoyevsky, en Bergson y en G. Marcel. En ese plano reinan nociones
esencialmente unitivas más allá de la dualidad entre conocer y actuar, que hemos debido
respetar en su divergencia de orientación y de objeto. La acción es una de esas nociones
unitivas” (ibid., p. 44). El lugar que ocupará más adelante el análisis de esta noción en la obra de
Ricoeur es uno de los testimonios más claros de que a pesar de haber dejado de lado el proyecto
de esta “poética” de la voluntad, los elementos esbozados permanecerán en el centro de la
reflexión de nuestro autor.
71
llamémoslo, entonces, la persona—, el individuo superado por el nosotros,
pertenece ya a un entusiasmo, a una generosidad que es una suerte de creación
mutua”173. No es de poca monta esta indicación metodológica acerca de la
colocación de la persona, es decir, del sujeto en cuanto miembro de una
comunidad, en el horizonte de comprensión de la poética. Será de cara al “otro”,
en una especie de “creación” —con las características de la novedad y de la
generatividad—, que el ser humano entrará en la dinámica del llegar a ser
auténticamente “sí mismo”. A la luz de lo que será el desarrollo de la
aproximación antropológica de Ricoeur, sobre todo la que quedará plasmada en
Sí mismo como otro, podemos encontrar en este pasaje una idea seminal de
toda la reflexión de nuestro autor.
173
Ibid., p. 45.
174
Ibid.
175
Ibid., p. 46.
72
conjurar”176. Por otro, sin embargo, afirma la necesidad de un futuro de
“liberación” para aquella libertad que hoy experimentamos en un estado de
servidumbre. Poner entre paréntesis, en estas primeras fases, tanto la falta como
la Trascendencia, le permitirá, finalmente, mostrar la potencia de responsabilidad
intrínseca a esta libertad misma177.
Se nos permita citar un amplio pasaje con el que Ricoeur concluye la introducción
de Lo voluntario y lo involuntario. El pasaje resulta importante, no sólo porque
resume su intención en esta primera gran obra, sino también porque plantea la
proyección que él tenía al concebirla. Como ya lo mencionamos, el desarrollo del
tercer momento de esta concepción (la poética) no verá la luz. Sin embargo,
serán estas temáticas las que, en nuestra interpretación, pondrán en movimiento
las reflexiones más fecundas de la obra posterior de Ricoeur:
176
Ibid.
177
“En efecto, la abstracción resultaría vana si no fuera más que una reducción de enfoque y
una amputación del ser. Suspendiendo falta y Trascendencia, es decir, esclavitud e inspiración,
puedo dar toda su envergadura a la experiencia de la responsabilidad” (ibid.).
73
¿Es acaso todavía necesario confesar que la anterioridad de derecho de la
descripción pura sobre la poética de la voluntad no excluye que el conjunto de
los temas hayan sido elaborados simultáneamente? La empírica y la poética han
suscitado la descripción como si fueran sus propios prolegómenos. El mito de la
inocencia y la seguridad de una única creación, más allá del desgarramiento de
la libertad y la naturaleza, acompañan como una esperanza nuestra búsqueda
de una conciliación entre lo voluntario y lo involuntario.178
178
Ibid., pp. 46-47.
179
Cfr. ibid., pp. 509-510.
74
claramente un cariz “poético” por su referencia necesaria a la Trascendencia180
y está animado por una convicción escatológica:
¿Será acaso necesario repetir que la fe filosófica que nos anima es la voluntad
de restaurar en un plano superior de lucidez y de felicidad la unidad del ser que
la negación ha inmolado de modo aún más radical que la reflexión? La filosofía
es para nosotros meditación del sí, y de ninguna manera sobrevaloración
orgullosa del no. La libertad no quiere ser una lepra, sino la consumación
(accomplissement) misma de la naturaleza, en la medida en que esto sea posible
en un siglo por donde pasamos como viajeros (où nous passons en voyageurs).
Por ello, meditamos la negación con la ardiente esperanza de superarla.181
La meditación que lleva a cabo nuestro autor se concluye con el análisis, desde
el punto de vista de la posibilidad de una conciliación, de dos doctrinas: el
estoicismo y el orfismo, este último no tanto en su versión histórica cuanto en su
versión “remozada” en la literatura y la filosofía modernas. “Tanto de uno como
de otro —dice Ricoeur— aprendemos que el camino de sí mismo como libertad
a sí mismo como necesidad reside en una mediación sobre la totalidad del
mundo; sin duda, no como saber, sino como cifra de la Trascendencia”182. En
este intento de conciliación entre la libertad y la necesidad, sin embargo, tanto el
180
“Una psicología de la conciliación, implicada en una crítica del dualismo, envuelve ya una
teoría de la falta y una ‘poética’ de la voluntad. Pero aceptamos de buen grado que ese
trascender de la descripción en la sabiduría y en la poética, cuyo eslabón intermediario es el
redescubrimiento del cuerpo propio, no es un desenvolvimiento, como si la descripción
contuviera la solución de los problemas metafísicos. Se trata más bien de un movimiento de
profundización en el que aparece lo nuevo. Tal profundización del Sí mismo es un aspecto de la
reflexión de segundo grado con respecto a la cual Gabriel Marcel afirmara que, más que una
crítica, es una refección. Por nuestra parte admitimos que tal refección comporta un salto —el
salto de la existencia a la Trascendencia, en el lenguaje de Jaspers” (ibid., p. 512).
181
Ibid., p. 489. Hemos modificado con el original francés la traducción del castellano, que decía
“en la medida en que esto sea posible en un siglo en que predominan los turistas”, lo que hace
perder completamente el sentido “itinerante” que apunta a la imposibilidad real de una
consumación total aquí en la tierra, donde lo que domina la existencia humana, como veremos
más adelante, es su propio “inacabamiento”.
182
Ibid., p. 514.
75
estoicismo como el orfismo son insuficientes: el primero de modo descarnado y
pesimista, el segundo en medio de cantos y exaltaciones, ambos terminan
sacrificando el sujeto al Todo. El destino, según el análisis de Ricoeur, de ambas
doctrinas, es el de quedarse “en los confines de la poesía de la admiración”183.
183
Ibid., p. 517.
184
El breve acápite que concluye esta parte lleva por título “Del orfismo a la escatología”.
185
Ibid., p. 524.
186
En la conclusión de la obra, Ricoeur destaca la novedad de este elemento, que nos llevaría a
una nueva dimensión en el análisis del sujeto, su condición y sus posibilidades: “Una verdadera
Trascendencia es más que una idea-límite; es una presencia que inaugura un verdadero
trastorno en la teoría de la subjetividad, introduciendo en ella una dimensión radicalmente nueva,
la dimensión poética” (ibid., p. 532).
187
Ibid., p. 525.
76
Este paso escatológico no es una evasión porque la esperanza no es una ilusión,
sino que está “encarnada” en el consentimiento, en el “sí” comprometido con la
realidad tal como ella es. Quizás nos encontramos aquí ante uno de los grandes
avances dados por Ricoeur en la comprensión de la esperanza, tema que
seguirá presente a lo largo de toda su obra:
Diez años después del primer volumen, en 1960, Ricoeur publica la segunda
parte de su filosofía de la voluntad, donde se remueve el paréntesis dentro del
que se encontraba metodológicamente la culpa. En las dos partes de Finitud y
culpabilidad —El hombre falible y La simbólica del mal— nuestro autor llevará a
cabo el planteamiento y desarrollo, al menos parcial, de su anunciada empírica
de la voluntad.
La primera parte de la obra es una reflexión sobre aquel “lugar” en el que el mal
encontraría “su punto de inserción en la realidad humana”189. Ese lugar es
identificado por nuestro autor en la falibilidad del ser humano. Ricoeur buscará
articular en diversos niveles esa desproporción que se encuentra en la
188
Ibid.
189
Ricoeur, P., Finitud y culpabilidad. Madrid: Trotta, 2004, p. 11.
77
humanidad misma del ser humano, expresada en la paradoja del hombre finito-
infinito. “El hombre —afirma nuestro autor— está tan destinado a la racionalidad
ilimitada, a la totalidad y a la beatitud como obcecado por una perspectiva,
arrojado a la muerte y encadenado al deseo”190. Se trata de desarrollar esta
polaridad en tres momentos: síntesis trascendental, síntesis práctica, dimensión
del sentimiento.
190
Ibid., p. 23.
191
El primer momento es fundamental para determinar los términos de la desproporción. En el
análisis trascendental del conocimiento —siguiendo muy de cerca el pensamiento de Kant—
Ricoeur podrá esquematizar los polos de esta desproporción, así como el elemento “mediador”
y sintético, que será la clave última para la comprensión (a todos los demás niveles) de la
falibilidad humana. “Esta meditación —afirma Ricoeur— es reflexión y trascendental porque parte
de la cosa. Una meditación inmediata sobre la no-coincidencia de sí consigo se pierde enseguida
en lo patético, y ninguna introspección puede darle apariencias de rigor. […] Pero, con la fuerza
de esta reflexión, aparece inmediatamente su límite: la síntesis que aquella revela e inspecciona
no será precisamente sino una síntesis en el objeto, en la cosa, una síntesis únicamente
intencional, una síntesis proyectada hacia afuera, en el mundo, en la estructura de la objetividad
que ella hace posible” (ibid., p. 36).
192
Ibid., p. 68.
193
Ibid., p. 76.
78
la apertura”194. Al carácter se opone el polo infinito en esta dimensión práctica,
que Ricoeur individua en la dicha: “a lo que apuntamos, con el término «dicha»
no es a una forma particular de transgresión o de trascendencia humana, sino a
la entera aspiración de todos los aspectos de transgresión”195. No nos referimos
aquí, entonces, al posible resultado apaciguador de la realización de actos
tomados de forma aislada, sino a la “totalidad de completud a la que aspira «el
acto del hombre»”196. Así como el mundo es el horizonte de la cosa, así también
la dicha a la que se refiere Ricoeur es “el horizonte en todos los aspectos”197.
Dicho de otro modo: la dicha es el eschaton de la acción, entendida la acción
como el lugar donde se realiza la síntesis práctica de la persona considerada de
modo global. Esta dicha no puede ser ni aferrada por el entendimiento ni
alcanzada en el tiempo, pero sin embargo está presente (como deseada y
exigida) en la existencia de la persona, regulándola de modo práctico: en ese
sentido es, también, horizonte.
194
Ibid., p. 79.
195
Ibid., p. 82.
196
Ibid., p. 83.
197
Ibid.
79
es «una perspectiva (Aussicht) acerca de un orden de cosas más elevado e
inmutable en el que ya nos encontramos ahora y en el que somos capaces, por
medio de unos preceptos determinados, de continuar nuestra existencia
conforme al destino supremo de la razón».198
Líneas más adelante, Ricoeur ofrecerá todavía algunas indicaciones que hacen
uso de un lenguaje escatológico, siempre en el intento de dilucidación de la
noción de dicha, pero ahora en relación con su polo opuesto en la dialéctica
práctica: la finitud del carácter. Así como este último constituye un punto de
origen, que sin embargo no resulta nunca del todo accesible, así también la dicha
constituye un punto de llegada, que escapa siempre a la percepción. Esto no
significa que no podamos recoger signos de estar destinados a la dicha. Explica
Ricoeur que “se trata de experiencias privilegiadas, de momentos especiales en
los que recibo la seguridad de ir en la dirección acertada; de pronto, el horizonte
se despeja, ante mí se abren posibilidades ilimitadas; el sentimiento de lo
198
Ibid., p. 84.
199
Ibid., p. 85.
200
Ibid.
80
«inmenso» responde entonces dialécticamente al sentimiento de lo
«estrecho»”201.
Ningún acto proporciona la dicha; pero los encuentros de nuestra vida más
dignos de ser llamados «acontecimientos» (événements) indican la dirección de
la dicha. [...] Los acontecimientos que hablan de la dicha son aquellos que
apartan los obstáculos, que descubren un amplio paisaje de existencia; el
exceso de sentido, el excedente, lo inmenso, ésta es la señal de que estamos
«dirigidos-hacia» la dicha.202
Los pasajes que venimos describiendo muestran un recorrido que establece una
relación de “cooriginariedad” entre la razón que me abre a la totalidad y mi propia
destinación:
Esta afirmación nos parece clave porque coloca el sentido (como dirección o
destinación) no fuera, sino dentro de nuestra constitución como personas. Ser
persona humana es tener un sentido, una dirección hacia lo último, que ni es
completamente abstracta ni es tampoco tematizable como una suma de actos o
deberes. La persona está esencialmente dirigida de modo escatológico.
201
Ibid., p. 86.
202
Ibid.
203
Ibid., p. 87.
81
Esta concepción es reforzada cuando Ricoeur insiste en que la persona no es
una síntesis ya dada, susceptible de ser aferrada de modo inmediato, sino que
ella se encuentra, más bien, siempre más allá de sí misma. Aquí encontramos
uno de los pasajes donde Ricoeur es más enfático al respecto:
¿Existe en alguna parte una síntesis entre la dicha y el carácter? Con toda
seguridad; y esa síntesis es la persona. La persona es el Sí que faltaba en la
conciencia en general, correlato de la síntesis del objeto, en el «Yo» del Yo
pienso kantiano. Pero nos equivocaríamos tremendamente si considerásemos
esta síntesis como una síntesis dada y dada a sí misma en la inmediatez de sí.
La persona es asimismo una síntesis proyectada, una síntesis que se capta a sí
misma en la representación de una tarea, de un ideal de persona. El Sí, más que
vivido, es algo a lo que se apunta. Me atrevería a decir que la persona no es
todavía conciencia de Sí para Sí; es solamente conciencia de sí en la
representación del ideal del sí. No hay experiencia de la persona en sí y para
sí.204
Este “más allá” al que apunta existencialmente la persona humana puede ser
interpretado no sólo como un fin (un telos), sino como un último fin (un eschaton).
En la concepción de la dicha, como la venimos describiendo en esta obra de
Ricoeur, es quizás donde esto mejor se evidencia: “no concebiría la idea de la
dicha —afirma nuestro autor— si no concibiese la de un destino, la de una meta
204
Ibid. En estas páginas de L’homme fallible vemos que ya se van poniendo las bases para una
una verdadera “personología” —o una aproximación al misterio de la persona, para decirlo en
términos de Marcel—, que será una especie de tema de fondo de la obra de Ricoeur, y que
nosotros queremos abordar desde uno de sus aspectos, el de la dimensión escatológica: “¿Qué
pienso al pensar el hombre? Una simple forma, sin duda alguna. Pero una forma que prescribe
de entrada una «síntesis». ¿Qué síntesis? [...] Con la forma de la persona me propongo una
síntesis de un nuevo tipo: la de un fin de mi acción que sería al mismo tiempo una existencia. Un
fin, por consiguiente, un término al que se subordinan todos los medios y todos los cálculos sobre
los medios; mejor aún, un fin en sí mismo, es decir, cuyo valor no esté subordinado a nada
distinto de él; y, al mismo tiempo, una existencia tangible o, mejor todavía, una presencia con la
que entramos en unas relaciones de comprensión mutua, de intercambio, de trabajo, de
sociedad” (ibid., p. 89).
82
asignada al hombre, que, como vimos, se rige por la exigencia de totalidad;
porque el hombre exige la totalidad del sentido, su deseo se dirige hacia la dicha,
como totalidad del sentido y del contento”205.
205
Ibid.
206
Cfr. ibid., p. 119.
207
Ibid., p. 120.
208
Ibid. “Nos acordamos —dice Ricoeur— de ese hermoso texto en donde Kant [...] encuentra,
en la raíz de toda dialéctica y de toda ilusión trascendental, «una perspectiva (Aussicht) acerca
de un orden de cosas más elevado y más inmutable en el que estamos ya ahora y en el que
somos capaces, siguiendo unos preceptos determinados, de proseguir nuestra existencia
conforme a la determinación suprema de la razón»” (Ibid., pp. 119-120).
83
nos encontramos, es al mismo tiempo un Reino que está siempre más allá de la
historia y de cualquier realización concreta de los esquemas suprapersonales e
interpersonales (ser-para y ser-con), así como también está siempre más allá de
cualquier momento en el que el ser humano percibe su pertenencia al ser, que
permanece siempre como aspiración (ser-en)209.
209
“La infinitud del sentimiento se manifiesta en el hecho de que ninguna comunidad histórica
organizada, ninguna economía, ninguna política, ninguna cultura humana pueden agotar esta
exigencia de una totalización de las personas, de un Reino en el cual estamos, no obstante, y
«en el único que somos capaces de proseguir nuestra existencia»; este esquema interhumano
del ser se ramifica a su vez en las formas de acogida hacia lo más lejano y en la afinidad con el
prójimo” (ibid., p. 121).
210
Ibid., p. 159.
211
Ibid., p. 377.
84
Sin embargo, antes de ese desarrollo sobre los mitos, Ricoeur describe algunas
mediaciones simbólicas del mal en la experiencia que tenemos de él: la mancilla,
el pecado, la culpabilidad. En esta primera sección encontramos una breve pero
interesante referencia, que puede ayudar a dilucidar aquello que nuestro autor
entendía cuando usaba el término “escatológico”.
Este temor correlativo a la mancilla tiene, según nuestro autor, distintos grados
o “reenvíos intencionales”, en los que se pasa de la exigencia de un castigo justo,
a la espera de una cierta finalidad del castigo mismo y su aflicción, para llegar
por último hasta la “esperanza de que el temor mismo desaparezca de la vida de
la conciencia, al término de su sublimación”213. Ese momento de la “abolición del
temor”, es, para Ricoeur, “la aspiración más lejana de la conciencia ética”214.
212
Ibid., p. 204.
213
Ibid., p. 207.
214
Ibid.
215
Ibid., pp. 207-208.
85
se ubica (en este caso la praxis del bien y del mal), colocación que no es nunca
del todo determinable y por eso debe ser expresada con la idea del “horizonte”
y de aquello que “está viniendo desde el futuro”, lo que “ad-viene” (que “viene
desde”). Lamentablemente el idioma castellano no posee un término que incluya
esta idea y por eso la traducción deficiente —que se lee de modo habitual— es
la de “porvenir”. Como precisa Paul Ricoeur en la explicación de su afirmación,
se encuentra aquí una referencia implícita a la “perfección” o realización última
de la realidad:
216
Ibid., p. 208.
217
Para comprender esta noción será importante profundizar más adelante en la interpretación
que hace Ricoeur de la “potencialidad” en Spinoza.
86
Esta efectividad operativa de lo escatológico la describe Ricoeur cuando —en la
tercera sección dedicada a la culpabilidad— analiza la noción de “justificación”
como se encuentra en la tradición judeocristiana:
La «justicia», según san Pablo, es algo que viene al hombre: desde el futuro
hacia el presente, desde el exterior hacia el interior, desde lo trascendente hacia
lo inmanente. [...] Para san Pablo, en efecto, el acontecimiento escatológico
resulta tan presente, tan ya ahí, que la justicia, ajena al hombre en cuanto a su
origen, se convierte en algo que le resulta íntimo en cuanto a su operación; la
justicia «futura» ya le es imputada al hombre que cree; y, de esta manera, el
hombre «declarado» justo es «tornado» real y vitalmente justo. De ahí que no
haya lugar para contraponer el sentido forense y escatológico de la justicia a su
sentido inmanente y presente: para Pablo, el primero es causa del segundo, pero
el segundo es la plena manifestación del primero.218
De aquí deriva Ricoeur una temática que ya vimos presente en el primer volumen
de su filosofía de la voluntad, y que será uno de los puntos constantes donde la
dimensión del eschaton encuentra a la reflexión sobre el sentido de la existencia
personal: la libertad humana y su plenitud. Esta libertad, concluye Ricoeur
218
Ibid., pp. 300-301.
219
Ibid., p. 301. Aunque ciertamente no lo hubiese dicho con estas palabras, ni con una referencia
a “las cosas últimas”, nos parece que la perspectiva de Spinoza en el libro quinto de su Ética va
en la línea de una libertad semejante: más allá del esfuerzo del conatus, encontramos el poder
del ser humano de ser cada vez más activo a través de las ideas adecuadas de la realidad, es
decir, a través de una perspectiva en la que se contempla todo sub specie aeternitatis. En esto
consiste para el filósofo holandés —a quien Ricoeur leyó atentamente— la “libertad”. En la obra
que estamos analizando podemos ver la claridad de nuestro autor sobre la postura spinoziana:
“Toda la filosofía de Spinoza representa un esfuerzo por eliminar lo negativo —el temor y la
87
Revisemos, finalmente, el modo como nuestro autor concibe la escatología en el
marco de su investigación acerca de “los mitos del comienzo y del fin” y, más
específicamente, del simbolismo en la mitología “adámica”, a la que corresponde
—según Ricoeur— una concepción de la historia específicamente escatológica.
La perspectiva que asume se centra en los símbolos, su formación, expresiones
y transposiciones, por lo que se mantiene dentro del ejercicio del pensamiento
filosófico, que en este caso es estimulado por aquello que le es donado desde el
mundo de los símbolos.
Adán es en este contexto la figura mítica del primer ser humano “que fue creado
bueno y se tornó malvado”220. En el relato quedan expresadas simbólicamente
diversas afirmaciones acerca del origen del ser humano, de su inocencia y su
caída, así como de las consecuencias para la historia de la raza humana. Dicho
muy brevemente: el mal tiene un carácter puramente histórico y no originario, “el
hombre está «destinado» al bien y es «propenso» al mal”221.
tristeza— de una vida regulada por la conducta de la razón: el sabio no obra en absoluto por
temor al castigo ni reflexiona sobre la tristeza. La sabiduría es la afirmación pura de Dios, de la
naturaleza y de sí mismo. Antes de Spinoza, el Evangelio afirma que «el amor perfecto destierra
el temor»” (ibid., p. 207).
220
Ibid., p. 390.
221
Ibid., p. 395.
222
Ibid., p. 402.
223
Cfr. ibid., p. 404.
88
poco a poco, pudieron conducir hasta las figuras escatológicas”224. El fracaso
experimentado históricamente conducirá, a su vez, a “escatologizar” la promesa
de modo definitivo, redefiniendo también el sentido de la salvación, que pasa a
ser ahora concebido como viniendo del futuro hacia el presente225.
Ricoeur no critica ni comenta esta definición, por lo que podemos suponer que
está de acuerdo con lo que allí esencialmente se expresa. Nos parece, sin
embargo, que tres conceptos fundamentales son los que nuestro autor retomará
sistemáticamente al considerar las realidades “escatológicas”: a) el vínculo con
un advenimiento, es decir, con una llegada desde el futuro, con una plenitud “por
venir”; b) la consideración de aquello que viene como la perfección última de la
realidad presente; c) la correlativa esperanza que este advenimiento genera.
224
Ibid., p. 405.
225
“Entonces, la mirada que anticipa ya no es sólo una mirada que interpreta el pasado; el ojo
de la esperanza es un ojo que se aparta de la Urgeschichte y que ve que el sentido de la salvación
viene del futuro hacia el presente” (ibid.).
226
Ibid., pp. 405-406.
227
Ibid., p. 407.
89
Reino por venir, no expresa en modo alguno la nostalgia de una edad de oro ya
pasada, sino la espera de una perfección inaudita (l’attente d’une perfection
inédite)”228. Eso es lo propiamente escatológico.
Con este cambio de perspectiva acerca de la figura de aquel que trae consigo la
redención y la paz se transforma también “el sentido verdadero de la humanidad
actual”, el cual ya no va a ser buscado ni encontrado a partir de lo originario en
el pasado, sino desde la plenitud de este mismo origen en el futuro último. Ese
sentido —afirma nuestro autor— “se descubre de delante hacia atrás, en cierto
modo, a partir de ese Hombre verdadero que «viene»”230.
228
Ibid., p. 407.
229
Ibid., p. 409.
230
Ibid., p. 410.
90
Pablo para poner en evidencia la desproporción que hay entre el mal —que entra
en el mundo por el primer hombre— y el don de la gracia, que no restaura sólo
una inocencia originaria, sino que instaura una nueva creación231. Explicando el
desarrollo e interpretación de esta figura simbólica, Ricoeur confirma una vez
más que, en la tradición bíblica, la redención de la historia humana es realizada
a través de un proceso que tiene su punto de partida en el porvenir último, donde
“el Hombre fundamental es Juez y Abogado”232. Así, concluye nuestro autor,
231
Cfr. ibid., pp. 412-414.
232
Ibid., p. 417.
233
Ibid.
91
En primer lugar, Ricoeur plantea una “tarea” metodológicamente relevante desde
el punto de vista de una reflexión sobre la persona y su condición:
El universo de los símbolos —al que nuestro autor dedicará gran parte de su
esfuerzo recorriéndolo en diversas direcciones— será un lugar por excelencia
de descubrimiento de lo humano, ya que cada símbolo “nos habla [...] como un
índice de la situación del hombre en el corazón del ser en el que se mueve, existe
y quiere”235.
En segundo lugar, nos parece importante destacar el lugar central que ocupa
para Ricoeur el lenguaje dentro de esta condición de la existencia humana: la
reflexión que busca comprender no puede partir sino estando ya “dentro” de un
lenguaje en donde “ya se dijo todo en cierto modo”236. Sobre esta temática en la
obra de nuestro autor se ha escrito ya bastante. Destacamos una sola afirmación
que nos parece reveladora de un cierto giro en la centralidad que este elemento
adquiere en sus planteamientos.
234
Ibid., p. 490.
235
Ibid., p. 489.
236
Ibid., p. 482.
92
langage]”237. Dirigir su mirada y su atención al símbolo no es un movimiento
“arqueológico” sino más bien “escatológico”, porque es desde el futuro desde
donde viene la posibilidad de una renovada interpelación a nuestro pensamiento:
“más allá del desierto de la crítica, queremos de nuevo que se nos interpele”238.
237
Ibid., p. 483.
238
Ibid.
239
Ibid., p. 488. Con esta expresión Ricoeur hace referencia a la posibilidad, para un cierto tipo
de investigación comparativa, de “practicar sin límite la epoché de la verdad” (ibid.) y neutralizar
así la dimensión de la interpelación de la creencia, interpelación a la que —según Ricoeur— no
puede ni debe rehuir el filósofo.
240
Ricoeur, P., Historia y verdad. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2015, p. 21.
93
2.3.1. La dialéctica de la verdad en la historia
241
Ibid., p. 44.
242
Ibid.
243
Ibid., p. 56.
244
“Lo que está en cuestión en toda pregunta, lo que suscita la pregunta —el Ser previo al
preguntar— es también el Uno de la historia, pero ese Uno no es ni una filosofía particular
presuntamente eterna, ni la fuente de las filosofías, ni la identidad de lo que afirman, ni el devenir
como ley inmanente de los ‘momentos’ filosóficos, ni el ‘saber absoluto’ de ese devenir. ¿Qué
es, si no es todo aquello?” (Ibid., p. 67).
94
Quizás es posible elucidar concretamente por un desvío la relación de la historia
de la filosofía (como diálogo de cada uno con cada uno) con la Unidad de la
Verdad. Este desvío es el de la relación entre el deber de pensar y una suerte
de esperanza ontológica. Pienso en una expresión tal como “Espero estar en la
Verdad”: la exégesis de esta expresión debe llevarnos a la relación de la historia
con su perennidad.245
245
Ibid., p. 68.
246
Ibid., p. 69.
247
Ibid.
248
Ibid., p. 70.
95
La conclusión coloca la dimensión escatológica (implícita en la noción de
esperanza) en relación con la historia y con la verdad:
La historia sigue siendo polémica, pero está como iluminada por ese éschaton
que la unifica y la eterniza sin poder ser coordinado con la historia. Diré que la
unidad de lo verdadero sólo es una tarea intemporal porque es en primer lugar
una esperanza escatológica. Es ella la que me mantiene no sólo la decepción
frente a la historia de la filosofía, sino también el coraje de hacer historia de la
filosofía sin filosofía de la historia.249
¿Qué es, con mayor precisión, esta “esperanza” a la que se refiere Ricoeur? En
su introducción a la primera edición francesa, nuestro autor usa las expresiones
“sentimiento regulador”, “sentimiento racional presente” y “razón reguladora de
la reflexión”, para hacer referencia al impacto que una “esperanza de intención
escatológica” tendría en la reflexión filosófica250. La esperanza se convierte, así,
en un horizonte de la razón y del camino del ser humano que piensa y que busca
la verdad, camino que quedaría plasmado en lo que Ricoeur propone como un
cierto modo de hacer historia de la filosofía251:
249
Ibid.
250
Cfr. ibid., p. 15.
251
“La historia de la filosofía es, en último análisis, uno de los caminos privilegiados sobre los
cuales la humanidad lucha por su unidad y su perennidad” (ibid., p. 70).
252
Ibid., p. 15.
96
Este pasaje de la introducción es interesante porque, por un lado, marca la
distinción (radical, a modo de “exclusión”) entre el ámbito de lo escatológico y el
ámbito de la filosofía, pero, por otro lado, indica la posibilidad, e incluso la
necesidad —si es verdad, como afirma Ricoeur, que “la convicción de la unidad
final de lo verdadero es el Espíritu mismo de la Razón”253—, de colocar el
eschaton como horizonte regulador de la filosofía misma, transformando así
dicha contradicción en fuerza vital, en tensión que lleva al ser humano y su razón
siempre más allá en la búsqueda de la verdad y su unidad consumada. Esto
sería, como repite más de una vez nuestro autor, un modo de entender la
expresión de san Pablo cuando exhorta a los cristianos de Éfeso a “realizar la
verdad en la caridad”254.
253
Ibid.
254
Ef 4,15: “alethéuontes de en agápe”. Cfr. Ricoeur, P., Historia y verdad, op. cit., pp. 15-16.
255
Cfr. ibid., pp. 88-109.
256
Cfr. ibid., pp. 110-114. “Por eso, —afirma Ricoeur— el sentido que la historia puede tener en
su conjunto es objeto de fe; no es objeto de razón, como el progreso instrumental, porque es el
sentido global que puede tomar esta figura mientras es dibujada por los actos de los hombres:
este sentido no puede ser constatado o estar concluido; sólo es posible esperarlo de una gracia
poderosa, capaz de hacer que lo terrible y lo vano den paso a la gloria de Dios” (ibid., p. 112).
97
sociales)257. “El sentido final de las instituciones —señala Ricoeur— es el favor
que se ha hecho a través de ellas a ciertas personas; si no hay nadie que pueda
sacar provecho de ellas y crecer, son vanas”258, a lo que añade seguidamente
que, sin embargo,
ese sentido final, precisamente, permanece oculto; nadie puede evaluar los
beneficios personales prodigados por las instituciones; la caridad no está
necesariamente allí donde se la exhibe; está oculta también en el humilde
servicio abstracto del correo, de la seguridad social; a menudo es el sentido
oculto de lo social.259
Esta suerte de inaferrabilidad cognoscitiva por la que “lo último” es también “lo
que se nos oculta”, es clave para poder distinguir una aproximación rectamente
escatológica de lo que nuestro autor, en este mismo estudio, denomina
“escatologismo”260: la mala utilización de la temática del último día para depreciar
la consistencia de lo que pertenece al aquí y ahora, al presente.
La segunda parte de Historia y verdad recoge una serie de estudios que operan
un “cambio de frente” —como señala Ricoeur— en el problema de la dialéctica
entre estas dos realidades: se pasa de la recuperación en verdad de la historia
a la praxis actual de esa misma verdad en “la historia en curso que padecemos
y hacemos”261. Estamos siempre ante el problema de la verdad de la historia,
257
Cfr. ibid., pp. 115-129.
258
Ibid., p. 128.
259
Ibid.
260
Ibid., p. 125. En la última parte del estudio, afirma también Ricoeur que “no tenemos el derecho
de utilizar el criterio escatológico como un procedimiento que permita privilegiar las relaciones
‘cortas’ a expensas de las relaciones ‘largas’, porque en verdad, ejercemos también, a través de
ellas, una caridad respecto de las personas, pero no lo sabemos” (ibid., pp. 128-129).
261
Ibid., p. 17.
98
pero ahora “ya no en el sentido de un conocimiento verdadero, sino en el sentido
de una realización verdadera de mi tarea de obrero de la historia”262.
todos buscan, con resultados más o menos felices, alcanzar un cierto punto “de
tensión” no resuelta; están trabajados, de una parte, por un apetito de
reconciliación, ya sea en el orden metodológico o en el orden ético-cultural, y de
otra, están armados de una desconfianza enérgica en cuanto a las resoluciones
prematuras.264
262
Ibid.
263
Ibid., p. 21.
264
Ibid., pp. 20-21.
265
Ibid., p. 21.
266
“Lo que el lenguaje escatológico llama esperanza se recupera reflexivamente en la dilación
de toda síntesis, en el aplazamiento del desenlace de todas las dialécticas; el Último Día, para
la filosofía, no puede ser el sueño de algún happy end en el horizonte fantasmagórico de nuestros
99
No quiero volver aquí sobre las dificultades de orden propiamente metodológico
que suscita la inserción en la reflexión filosófica de un momento escatológico:
tomando como punto de partida esta vez los textos de la segunda parte,
estaremos quizás mejor armados para despejar la función teorético-práctica de
este tema y para precisar el sentido de lo que llamé un sentimiento racional
regulador y purificador tanto del escepticismo como del fanatismo, del
escepticismo que renuncia a buscar el sentido, del fanatismo que lo da de
manera prematura.267
combates; es en ese sentido que ‘el Reino de Dios está cerca’; es esa proximidad la que
mantiene abierta la historia” (ibid., pp. 21-22).
267
Ibid., p. 21.
268
Ibid., p. 213.
269
Ricoeur concluye así este trabajo: “Una tarea importante de la teología cristiana presente es
reflexionar conjuntamente sobre una escatología de la verdad y una escatología de la historia.
Me parece que esta reflexión debe dominar toda meditación sobre la autoridad en la Iglesia, cuya
grandeza y cuya temible trampa mostré más arriba. La escatología es la cura de lo clerical.
Quizás entonces el cristiano sabrá vivir en la más extrema multiplicidad de órdenes de verdad,
con la esperanza, ‘un día’, de comprender la unidad así como de ser comprendido por ella” (ibid.,
p. 224).
100
recorrido histórico es, más bien, el de una “pluralización de la existencia
humana”270. Nos parece que en esta breve explicación se encuentra uno de los
motivos antropológicos por los que el filósofo francés plantea la escatología
como horizonte estructural de la reflexión.
Por otro lado, esta unidad de lo verdadero es una realidad deseada también a
otro nivel más vital como es el del sentimiento:
270
Ibid., p. 206.
271
Ibid.
272
Ibid.
273
Ibid.
101
El deseo de unidad —concluye Ricoeur— “está al comienzo y al final de las
verdades”274, y por eso puede ser planteada sólo como unidad escatológica. Esta
idea es de una relevancia capital para entender el camino que recorre nuestro
autor en todas sus aproximaciones reflexivas. No es posible anticipar la verdad
(o la unidad, o la reconciliación), pero no por este motivo se debe renunciar a
considerar esa realización como un horizonte que dinamiza la razón y la vida del
ser humano275.
274
Ibid.
275
En el siguiente trabajo, una breve “Nota sobre el deseo y la tarea de la unidad”, Ricoeur vuelve
a indicar la importancia de la escatología en la aproximación a la unidad de la verdad en el
pensamiento y en la praxis cultural: “La unidad final que la Escritura llama ‘recapitulación en
Cristo’ no es un tema inmanente a nuestra historia; significa ante todo que la unidad todavía no
llegó, que cualquier otra unidad es prematura y violenta; significa ante todo que la historia todavía
está abierta, que lo múltiple está todavía en debate. Significa, luego, que la unidad de la caridad
de Cristo ya es el sentido oculto de lo múltiple y que esa unidad será manifestada en el Último
Día. Entonces, es como esperanza que todas las cosas son una, que todas las verdades son en
la única Verdad. Esto basta para que suframos con paciencia los desgarros de la cultura moderna
y, entre ellos, los conflictos de la ciencia y de la fe” (ibid., p. 230).
276
Ricoeur habla de Jean Nabert (1881-1960) en su autobiografía: “me encontré iniciado y de
hecho incorporado a la tradición de la filosofía reflexiva francesa, pariente del neokantismo
alemán. Por una parte, esta tradición se remontaba […] hasta Maine de Biran; por otra parte, se
desviaba hacia Jean Nabert, quien había publicado en 1924 L’expérience intérieure de la liberté,
obra que lo situaba en algún lugar entre Bergson y Léon Brunschvicg. Jean Nabert influirá en mí
de manera más decisiva en los años cincuenta y sesenta” (Ricoeur, P., Autobiografía intelectual,
op. cit., pp. 17-18).
277
Las referencias de Ricoeur son siempre a la obra Éléments pour un éthique, publicada por
Nabert en 1943. Esta noción de “afirmación originaria” se encuentra también, sin embargo, en
otra obra suya —Essai sur le mal, de 1955— que será de grandísima influencia para Ricoeur
(cfr. Dosse, F., Paul Ricoeur. Los sentidos de una vida (1913-2005), op. cit, pp. 165-167).
102
real278. ¿Cómo interpreta Ricoeur esta “afirmación originaria”? Se trata de una
expresión “muy apropiada para designar esta vehemencia de existencia que la
angustia pone en cuestión y expulsa de nivel en nivel en una lucha incierta”279.
Reflexionando sobre la angustia como polo negativo, que revela las dimensiones
de “nihilización” intrínsecas a la finitud humana, Ricoeur llega hasta la posibilidad
de acoger “el don” en el seno de la desnudez de una libertad inclinada al mal.
Este punto radical le permite a nuestro autor retomar la reflexión desde la
perspectiva de una destinación al bien, que se traduce en potencia de afirmación
(polo positivo) del ser y la realidad. Es aquí donde la aproximación escatológica
se hace una vez más presente para delimitar los contornos de esta afirmación
radical del bien:
278
Cfr. Ricoeur, P., Historia y verdad, op. cit., p. 15.
279
Ibid., p. 366.
280
Ibid., pp. 384-385.
103
2.4. Ser, esencia y sustancia en Platón y Aristóteles
281
Fue publicado por la Société d’édition de l’enseignement supérieur en 1982, estando Ricoeur
en vida. Este es el motivo por el cual, a pesar de que Ricoeur prohibiera en su testamento la
publicación de sus cursos, Éditions du Seuil decidió hacer una nueva edición revisada de este
texto en 2011.
282
Cfr. Ricoeur, P., Ser, esencia y sustancia en Platón y Aristóteles. México D.F.: Siglo XXI, 2013,
p. 59.
104
Sócrates contada por Equécrates, y que no es un simple apéndice del diálogo,
sino, de una cierta manera, su cumplimiento. El “morir” de Sócrates cumple el
“logos” de Platón. Su declaración —“filosofar es morir y estar muerto”— se
cumple en el silencio. [...] En este sentido, se puede decir que la theoría es
inseparable de la cifra de la muerte.283
283
Ibid., p. 64.
284
Ibid., pp. 64-65.
105
Otra referencia a la escatología en este mismo texto la encontramos en la lectura
que Ricoeur hace sobre los “grandes mitos escatológicos” en algunos diálogos
platónicos. Allí, nuestro autor destaca que los dioses presentes y su función
judicial no son un avance o un aporte a la filosofía de lo divino sino más bien a
la ética y a la antropología: “los grandes mitos escatológicos [...] forman parte,
en efecto, de ese ‘encantamiento’ que el alma se dirige a sí misma para
exhortarse a hacerse mejor, para ‘tomar cuidado’ de sí misma; pertenecen a un
protréptico del alma, no a una ontología del Cosmos” 285. La escatología tendría,
en esta interpretación ricoeuriana de Platón, una función terapéutica para aquel
que desea comprenderse a sí mismo y ocuparse del cuidado de su alma.
Según el objetivo que nos hemos propuesto para esta primera parte de nuestro
trabajo, nos preguntamos si el registro escatológico se encuentra presente, y de
qué modo, en el debate que lleva a cabo nuestro autor en esta obra de 1967,
surgida de tres conferencias dadas por Ricoeur años antes en la Universidad de
Yale. Efectivamente, está presente en esa última parte interpretativa que hemos
mencionado y que lleva como título “Dialéctica: una interpretación filosófica de
Freud”.
285
Ibid., p. 141.
106
2.5.1. Teleología y escatología
Pero este momento arqueológico, según Ricoeur, debe ser puesto en contraste
y en diálogo con un momento teleológico: “Lo que quiero demostrar es lo
siguiente: que si el freudismo es una arqueología explícita y tematizada, nos
remite de suyo, por la índole dialéctica de sus conceptos a una teleología
implícita y no tematizada”287. Algunos rasgos de esta teleología los discernirá
Ricoeur en conceptos operativos del psicoanálisis, así como en otras nociones
—como la de “identificación”— y en problemas no resueltos —como el de la
“sublimación”— al interior de los planteamientos freudianos.
286
Ricoeur, P., Freud: una interpretación de la cultura. México D.F.: 8a ed., Siglo XXI, 1990, p.
385.
287
Ibid., p. 403.
107
radical del Yo quiero, con la donación de poder en la fuente de su eficacia. Llamo
a esta nueva dimensión, en el contexto especial de esta obra, interpelación,
kerygma, palabra que me es dirigida.288
Para Ricoeur la cuestión del origen radical no puede ser extrapolada a partir de
la arqueología del sujeto, así como la cuestión del fin último (eschaton) no puede
serlo a partir de una teleología. Esta indicación es especialmente valiosa porque
nos ayuda a precisar la escatología en contraste con la noción de teleología, al
menos como es planteada en este contexto concreto por Ricoeur.
La arqueología sólo apunta hacia lo ya ahí, hacia lo ya puesto por el Cogito que
se pone [en la existencia]. La teleología sólo apunta hacia un sentido ulterior que
mantiene en suspenso el sentido anterior de las figuras del espíritu; pero ese
sentido ulterior siempre puede entenderse como el avance que el espíritu hace
sobre sí mismo, como la proyección de sí en un télos. En comparación a esta
arqueología de mí mismo y a esta teleología de mí mismo, la génesis y la
escatología constituyen lo Totalmente-Otro [la genèse et l’eschatologie sont
Tout-Autre]289.
“Son Totalmente-Otro”, afirma Ricoeur. ¿En qué consiste esta “otredad total”,
esta alteridad radical, de la escatología con respecto a la teleología? Por un lado,
esta alteridad se da porque el telos puede ser concebido reflexivamente,
mientras que el eschaton puede ser solamente escuchado y acogido, a través
de esa dimensión de interpelación (kerygma) de la realidad que se hace presente
—como mencionó nuestro autor más arriba— en una aproximación poética. Por
otro lado, sin embargo, prosigue Ricoeur, justamente porque “se anuncia” como
lo que es Totalmente-Otro, se aniquila esta misma alteridad radical290. Se trata,
así, de un círculo hermenéutico que llega a constituirse entre lo que es acogido
y lo que es concebido.
288
Ibid., p. 459.
289
Ibid.
290
Cfr. ibid.
108
De aquí podemos concluir que a la escatología no le es completamente ajena
una teleología. Manteniendo su heterogeneidad, hasta cierto punto insuperable,
ambas se encuentran dentro de una hermenéutica del ser humano y su cultura,
que es el objetivo hacia el que apunta esta obra de Ricoeur. La escatología
puede llegar a ser —una vez más este término es fundamental— el “horizonte”
de lo que se descubre y realiza a nivel reflexivo. La problemática del fin de la
vida y de la realidad (telos) sería el “lugar” en donde se hace presente, a modo
de horizonte, el fin último (eschaton) de esa misma vida y de esa misma realidad.
291
Ibid., p. 460.
292
Ibid.
109
2.5.2. Simbólica de la reconciliación y categorías de la esperanza
Pero en Freud: una interpretación de la cultura añade nuestro autor una razón
clara para aceptar esta especie de precariedad: “la ‘razón’ de tal fracaso reside
en el mal”293. Y es así como retoma la temática de una simbólica del mal, en
articulación con lo que aquí llamará una “simbólica de la reconciliación”294. Es en
el ámbito de esta dialéctica donde Ricoeur plantea de modo bastante escueto
los “lineamientos de una escatología simbólica a la par razonable, profética y
dotada de sentido; una escatología que una filosofía de la reflexión puede
proclamar en el horizonte de toda teleología de la conciencia, que puede
proclamar sin poderla incluir realmente”295.
Ricoeur se pregunta cuáles serían los “símbolos racionales más altos que
engendra la escatología mediante esta inteligencia del umbral”296. Los encuentra
en tres modalidades de articular la esperanza de reconciliación a la que el mal
remite. Nos limitamos a reseñar estas expresiones, conscientes de que nos
encontramos ante una de las primeras (y pocas) sistematizaciones de esta
temática por parte de nuestro autor.
293
Ibid., p. 460.
294
Ibid., p. 461.
295
Ibid., p. 462.
296
Ibid. Nos permitimos anotar aquí una corrección a la traducción española donde la adición de
una letra (donde hemos traducido “engendra” se coloca “engendran”) cambia completamente el
sentido del texto: sería una escatología “engendrada por” los símbolos, cuando justamente toda
la argumentación de Ricoeur apunta a esta imposibilidad de la razón de “concebir” una
escatología, que puede ser solamente “acogida” por ella.
297
Ibid.
110
misma existencia. Su lugar de implantación —afirma Ricoeur— “es una historia,
no una lógica; una historia que debe descifrarse incesantemente bajo el signo
de una promesa, de una buena nueva, de un kerygma”298.
298
Ibid.
299
Rom 5,15.
111
expresión de Ricoeur— de algún modo pierden esta cualidad de horizonte, se
reifican y conducen a una de las patologías de lo sagrado: la idolatría300.
lo sagrado tiene que ver con esta filosofía sólo por su relación con la teleología
inmanente de las figuras culturales; su escatología es lo sagrado, el horizonte
que no comprende la reflexión, que no lo engloba, sino que proclama como lo
que viene a ella “en las alas del viento”. Es así como se descubre otra
dependencia del Cogito, del sí, una dependencia que no se le anuncia
primordialmente en la cifra de su nacimiento, sino en la cifra de un eschaton, de
algo último hacia el que apuntan las figuras del espíritu.303
300
“El ídolo es la reificación del horizonte en cosa, la caída del signo al nivel de objeto
sobrenatural y supracultural. [...] Lo sagrado puede ser signo de lo que no nos pertenece, signo
de lo Totalmente-Otro, pero también una esfera de objetos separados, dentro de nuestro propio
mundo humano de la cultura y al lado de la esfera profana. Lo sagrado puede ser un apoyo
significante de lo que estamos llamando estructura de horizonte, propia de lo Totalmente-Otro
que se aproxima, o la idólatra realidad que ponemos aparte en nuestra cultura, engendrando así
la enajenación religiosa. Equívoco inevitable sin duda: porque si lo Totalmente-Otro se aproxima,
lo hace en los signos de lo sagrado; pero el símbolo no tarda en virar hacia el ídolo, y entonces
el objeto cultural se parte en dos, convirtiéndose una mitad en algo profano y la otra mitad en
algo sagrado, y esto dentro de la esfera humana. [...] Por eso es siempre necesario que muera
el ídolo a fin de que viva el símbolo” (Ricoeur, P., Freud: una interpretación de la cultura, op. cit.,
pp. 464-465).
301
Ibid., p. 462.
302
Ibid.
303
Ibid., p. 463.
112
¿Podríamos decir que esta “dependencia” que se anuncia en la cifra de “lo
último” es una de las claves fundamentales para comprender al ser humano
como “persona” —como Cogito o como sí mismo—, precisamente en dialéctica
con lo que es dado a ese mismo ser humano en el nacimiento, su “naturaleza”?
Esperamos que el presente trabajo pueda contribuir a dilucidar algo de lo que
Ricoeur plantea acerca de esta temática.
En 1969, dos años después de publicar su obra sobre Freud, Ricoeur ofrece a
los lectores, bajo el título El conflicto de las interpretaciones, una recopilación de
trabajos que desarrollan la problemática de la hermenéutica y sus articulaciones.
En algunos de estos escritos —muchos de ellos presentados ya varios años
antes— se repiten temáticas escatológicas que ya hemos tratado. Hagamos un
repaso y busquemos identificar algunos matices que nos ayuden a precisar un
poco más este panorama de la escatología en la obra de Ricoeur.
113
el más radical de los desprendimientos de sí mismo que se pueda concebir”304.
Esta interpretación cumple, junto con las otras dos, una “función existencial”
particular, que en este caso tiene su fundamento en una escatología305.
304
Ricoeur, P., El conflicto de las interpretaciones. Ensayos de hermenéutica. Buenos Aires:
Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 26.
305
Cfr. ibid., p. 27.
306
Ibid., p. 26.
307
Ibid.
114
de la dialéctica de las interpretaciones. Desde esta perspectiva, la hermenéutica
es imbatible. Sólo una hermenéutica, instruida por las figuras simbólicas, puede
mostrar que esas diferentes modalidades de la existencia pertenecen a una
única problemática; pues, en definitiva, son los símbolos más ricos aquellos que
aseguran la unidad de estas múltiples interpretaciones. [...] Es en este sentido
que decíamos, desde nuestra introducción, que la existencia de la cual puede
hablar la filosofía hermenéutica permanece siempre como existencia
interpretada; en el trabajo de la interpretación descubre las modalidades
múltiples de la dependencia de sí, su dependencia del deseo percibida en la
arqueología del sujeto, su dependencia del espíritu percibida en su teleología,
su dependencia de lo sagrado percibida en su escatología.308
308
Ibid., p. 27.
309
Ibid.
115
Al final del primero de estos dos trabajos encontramos ya el esbozo de una
simbólica escatológica de la esperanza con tres categorías, que analizamos más
arriba, y que son propuestas aquí como “vínculos entre la experiencia del mal y
la experiencia de una reconciliación”310. Estas categorías —“a pesar de”, “gracias
a”, “mucho más”— constituyen, así, el camino de respuesta ante un problema
crucial: si es posible dar sentido a la realidad del mal después del fracaso de
todo intento de comprenderlo desde una visión ética del mundo (Agustín, Kant)
o desde una cierta lógica de la necesidad (Plotino, Spinoza, Hegel). “¿Es posible,
entonces, concebir una historia con sentido, en la cual se registre y englobe la
contingencia del mal y la iniciativa de la conversión? ¿Es posible concebir un
devenir del ser en el cual lo trágico del mal —de ese mal que está desde siempre
ahí— se reconozca y se supere a la vez?”311. Esas son las preguntas que plantea
Ricoeur colocándose en el extremo último en el que el pensamiento camina a
partir del símbolo, abrazando una especie de no-saber para poder avanzar:
310
Ibid., p. 285.
311
Ibid.
312
Ibid.
313
Ibid., p. 301.
116
“promesa”, contrapuesta al “saber” que ya se había descartado del ámbito propio
de lo último. Pregunta y responde nuestro autor:
Todos los símbolos dan qué pensar, pero los símbolos del mal muestran de
manera ejemplar que hay más en los mitos y en los símbolos que en toda nuestra
filosofía, y que una interpretación filosófica de los símbolos nunca llegará a ser
conocimiento absoluto. Los símbolos del mal en los que leemos el fracaso de
nuestra existencia declaran, al mismo tiempo, el fracaso de todos los sistemas
de pensamiento que se propongan agotar los símbolos en un saber absoluto.
Ésta es una de las razones, y quizás la más contundente, por la cual no hay
saber absoluto, sino símbolos de lo Sagrado más allá de las figuras del espíritu.
Diré que, por medio de los signos, lo Sagrado llama a esas figuras. Los signos
del llamado se dan igualmente en el seno de la historia; pero el llamado designa
al otro, lo otro de toda historia. Quizás podríamos decir que estos símbolos son
la profecía de la conciencia; manifiestan la dependencia del sí-mismo a una raíz
314
Ibid.
117
absoluta de existencia y de significación, a un eschaton, a un final hacia el cual
apuntan las figuras del espíritu.315
Nuestro autor se propone reflexionar sobre “la cualidad de libertad que pertenece
al fenómeno religioso como tal” (libertad religiosa), a través de una hermenéutica
entendida como “la explicitación de los significados de la libertad que acompañan
la explicitación de la palabra fundadora o, como suele decirse, de la
proclamación del kerigma”316.
No coincido con la posición según la cual [el filósofo] pone entre paréntesis lo
que comprendió y lo que cree; pues ¿cómo filosofar en semejante estado de
abstracción referente a lo esencial? Tampoco creo que deba subordinar su
filosofía a la teología, en una relación ancilar. Entre la abstención y la
capitulación, está la vía autónoma que he denominado enfoque filosófico
[approche philosophique].317
315
Ibid., p. 302.
316
Ibid., p. 361.
317
Ibid., p. 362.
118
Esta “aproximación” es entendida por él como “acercamiento” en sentido fuerte,
como el “trabajo incesante del discurso filosófico para situarse en relación de
proximidad con el discurso kerigmático y teológico. [...] Es una reforma incesante
del pensar, pero en los límites de la simple razón”318. Una hermenéutica en la
que el filósofo deba renunciar a aquello en lo que cree, a la palabra que escucha,
sería para Ricoeur un ejercicio incompleto de la razón, y también por ello un
ejercicio poco filosófico: “si sólo hay un logos, el logos de Cristo no me pide nada
más, en tanto filósofo, que una más completa y más perfecta puesta en práctica
de la razón; no más que la razón; pero la razón completa [pas plus que la raison;
mais la raison entière]”319.
318
Ibid.
319
Ibid.
320
Cfr. ibid., p. 363.
321
Ibid., p. 364.
322
Ibid., p. 363.
119
Ricoeur procede a interpretar entonces el núcleo kerigmático cristiano —la fe en
la resurrección— en términos escatológicos, es decir, ya no sólo como pasado
históricamente cumplido, sino también, y esencialmente, como realidad por venir
que abre la historia a su cumplimiento futuro: “El Dios que se revela no es, pues,
el Dios que es, sino el Dios que viene. El ‘ya’ de su resurrección aviva el ‘no
todavía’ de la recapitulación final”323. Habiendo dado este paso, Ricoeur puede
responder, finalmente, a la pregunta inicialmente planteada:
323
Ibid., p. 364.
324
Ibid., p. 365.
325
Ibid., p. 367. “Por cierto, la libertad según la esperanza de resurrección tiene una expresión
personal, pero aún más una expresión comunitaria, histórica y política que constituye la
dimensión de la espera de la resurrección universal” (ibid., p. 368).
120
Nuestro autor concluye esta primera parte de su trabajo retomando dos de las
tres “categorías” de la esperanza, y colocándolas en la misma línea de reflexión
escatológica en torno a la resurrección. Esperamos “a pesar de…” y esperamos
“mucho más…”.
326
Ibid.
327
Ibid.
328
Ibid., p. 369.
329
Ibid.
121
Nos parece que, para los objetivos de este capítulo de nuestra investigación,
puede ser útil resumir los conceptos fundamentales en los cuales la reflexión de
Ricoeur se plantea como una renovación de la filosofía desde la escatología.
Veamos cómo lo expresa él mismo:
330
Ibid., p. 370.
331
“Esta diferencia [kantiana entre el entendimiento y la razón] entraña un potencial de sentido,
cuya conveniencia para un intellectus fidei et spei me propongo mostrar. ¿Cómo? Esencialmente
por la función de horizonte que asume la razón en la constitución del conocimiento y de la
voluntad. [...] Una filosofía de los límites, que es al mismo tiempo una exigencia práctica de
totalización: éste es, a mi entender, el garante filosófico del kerigma de la esperanza, la más
rigurosa aproximación filosófica de la libertad según la esperanza” (ibid.).
332
“El no poder que significa el mal radical se descubre en el lugar mismo de donde procede
nuestro poder. Así, se plantea en términos radicales la cuestión de la causalidad real de nuestra
libertad, aquella misma que la Crítica de la razón práctica postula al término de su ‘Dialéctica’. El
‘postulado’ de la libertad deberá atravesar en lo sucesivo no sólo la noche del saber, con la crisis
de la ilusión trascendental, sino también la noche del poder, con la crisis del mal radical. La
122
hacia lo que está más allá del límite: el acabamiento y la totalidad, no en cuanto
dados, sino en cuanto demandados y exigidos por la razón misma333.
Los postulados [de la razón pura según Kant] participan, entonces, del proceso
de totalización puesto en marcha por la voluntad en su intención terminal;
designan un orden de cosas que está por venir, a las cuales sabemos que
pertenecemos; cada uno designa un momento de la institución o, mejor aún, de
la instauración de esa totalidad que, como tal, está por hacerse. [...] A su manera,
los postulados hablan de un Dios ‘resucitado de entre los muertos’. Pero esa
manera es la de la religión en los límites de la simple razón. Expresan la
implicación existencial mínima de una intención práctica, de una Absicht, que no
puede convertirse en intuición intelectual. La ‘extensión’ (Erweiterung), el
‘incremento’ (Zuwachs) que ellos expresan, no es una extensión del saber y del
conocer, sino una ‘apertura’, una Eröffnung; esta apertura es el equivalente
filosófico de la esperanza.334
libertad real sólo puede surgir como esperanza más allá de ese Viernes Santo especulativo y
práctico. En ninguna otra parte estamos más cerca del kerigma cristiano: la esperanza es
esperanza de resurrección, de resurrección de entre los muertos” (ibid., p. 379).
333
Cfr. ibid., pp. 373-374.
334
Ibid., p. 375.
123
del mal, y todo esto no tanto por su propio obrar, sino por lo que le viene “por
añadidura”335.
Una buena parte de los trabajos reunidos en este segundo volumen de ensayos
de hermenéutica fueron escritos antes de Tiempo y narración, aunque la
recopilación haya sido publicada algunos años después. Por ello, muestran de
modo efectivo el recorrido que va realizando Ricoeur desde una teoría del texto
hacia una teoría de la acción y de la historia. En este recorrido, ¿está de algún
modo presente la temática escatológica? Efectivamente, está presente, aunque
de modo escueto, en tres momentos precisos.
335
“Ésta es la segunda aproximación racional a la esperanza: reside en ese Zusammenhang, en
esa conexión necesaria y, sin embargo, no dada, sino simplemente demandada, esperada, entre
la moralidad y la felicidad. Nadie tuvo, como Kant, el sentido del carácter trascendental de esta
relación, y esto rechazando aun contra toda la filosofía griega a la cual se opone completamente,
rechazando epicúreos y estoicos sin zanjar sus diferencias: la felicidad no es obra nuestra: se
logra por añadidura” (ibid., p. 374). El revés de esta libertad liberada lo constituyen aquellas
“patologías” de la esperanza, que ya vimos señaladas en Historia y verdad: “la verdadera malicia
del hombre aparece en el Estado y en la Iglesia, en tanto instituciones de la reunión, de la
recapitulación, de la totalización” (ibid., p. 380).
336
Cfr. Ricoeur, P., La metáfora viva. Madrid: Cristiandad, 1980, p. 14.
124
imaginativa”337 en relación dialéctica con la ideología. Ambas, ideología y utopía
—según Ricoeur, que sigue críticamente las teorías de Karl Mannheim—, son
modalidades por las que un grupo social “reimagina” su realidad, y por esto
mismo viven de una cierta distancia de la realidad práctica a la que se dirigen:
“las ideologías miran hacia atrás; las utopías hacia adelante. Las ideologías se
acomodan con la realidad que justifican y disimulan; las utopías atacan de frente
a la realidad y la hacen estallar”338. La función social esencial de la primera es
integradora, mientras la de la segunda es subversiva.
337
Ricoeur, P., Del texto a la acción. Ensayos de hermenéutica II. México D.F.: 2a ed., Fondo de
Cultura Económica, 2002, p. 211.
338
Ibid., p. 299.
339
Un año antes de la publicación original de este artículo, en otoño de 1975, Ricoeur había dado
en Chicago un curso entero justamente sobre esta temática —publicado bajo el título Ideología
y utopía—, en donde nuestro autor analiza la postura de distintos autores sobre estos dos tipos
de imaginario social. Allí, nuestro autor señala que “la función más importante de la utopía” es la
de ayudarnos a “repensar la naturaleza de nuestra vida social”. A través de ella “el campo de lo
posible queda abierto más allá de lo actual; es […] un campo de otras maneras posibles de vivir”
(Ricoeur, P., Ideología y utopía. Barcelona: 2a ed., Gedisa, 2019, p. 58).
340
Ricoeur, P., Del texto a la acción. Ensayos de hermenéutica II, op. cit., p. 358.
341
“Las utopías constituyen otras tantas variaciones imaginativas sobre el poder” (ibid.). Ver
también sobre el mismo tema las pp. 214-215.
342
Ibid., p. 359.
343
“Ciertos autores no han dudado en comparar la lógica presente en la utopía con la de la
esquizofrenia: lógica del todo o nada, sin tener en cuenta el trabajo del tiempo; preferencia por
el esquematismo del espacio; desprecio por los grados intermediarios y más aún falta de interés
por el primer paso a dar en dirección del ideal; ceguera frente a las contradicciones propias de
la acción —sea que estas conviertan a ciertos males en inseparables de determinados fines
deseados, sea que muestren la incompatibilidad entre fines igualmente deseables—. No es difícil
125
Ricoeur trae a colación la terminología escatológica para referirse al segundo
nivel, y sobre todo a los intentos concretos de realización de una utopía, en los
que se muestra que la problemática del poder termina encontrándose siempre al
centro344. En este paso de la utopía como “fenómeno literario” (con Tomás Moro)
a la reivindicación, con Thomas Münzer, “de una realización, aquí y ahora, de
todos los sueños que la imaginación había acumulado, a través del judaísmo y
el cristianismo, en las representaciones del fin de la historia”, se evidencia para
nuestro autor que “la utopía pretende ser una escatología realizada”345. Aquello
que debería llegar al fin de la historia —y que por lo tanto debería mantenerse,
hasta ese momento, “presente” sólo como horizonte—, se trata de traer a la
historia misma, con una radicalidad que puede ser admirada en algunas de sus
intenciones, pero que conduce indefectiblemente hacia esa lógica patológica que
la termina desconectando de cualquier posibilidad “real” de llevarse a cabo:
Al mismo tiempo, sin embargo, Ricoeur insiste sobre una “función liberadora” de
la utopía, especialmente necesaria en la dialéctica con la ideología, que tiende a
conservar y estrechar la realidad social con su esquematismo. “Imaginar el no
lugar es mantener abierto el campo de lo posible”, afirma, añadiendo que “la
utopía es lo que impide al horizonte de expectativa fusionarse con el campo de
la experiencia. Es lo que mantiene la distancia entre la esperanza y la
agregar a este cuadro clínico de la fuga hacia el sueño y hacia la escritura los rasgos regresivos
de la nostalgia del paraíso perdido disimulado bajo la cubierta de futurismo” (ibid., p. 215).
344
Cfr. ibid.
345
Ibid., p. 358.
346
Ibid., pp. 358-359.
126
tradición”347. Como se puede ver, la función de liberación de la utopía se
encuentra en línea con la apertura del horizonte y de la esperanza a la que
Ricoeur ha hecho referencia en escritos previos. Más adelante veremos la
importancia para nuestra temática de la noción de “horizonte de expectativa”,
que aquí encontramos presente.
347
Ibid., p. 359.
348
Es interesante ver cómo Ricoeur logra ver en este debate algo que va más allá de una simple
discusión sobre la fundamentación de las ciencias sociales, porque “pone en juego lo que yo
llamaría el gesto filosófico de base. ¿Es este gesto el reconocimiento de las condiciones
históricas a las que está sometida toda comprensión humana bajo el régimen de la finitud? ¿O
bien este gesto es, en última instancia, un gesto de desafío, un gesto crítico, indefinidamente
retomado e indefinidamente dirigido contra la falsa conciencia, contra las distorsiones de la
comunicación humana detrás de las cuales se disimula el ejercicio permanente de la dominación
y de la violencia?” (ibid., p. 307). Es a este mismo nivel de “gesto filosófico de base” que Ricoeur
trata de conservar lo mejor de cada una de las dos posiciones.
349
Ibid., p. 332.
350
Cfr. ibid., pp. 321-324.
351
Ibid., p. 324.
127
más adelante—, la crítica de las ideologías implica que sea puesta como idea
reguladora, delante de nosotros, lo que la hermenéutica de las tradiciones
concibe como algo que existe en el origen de la comprensión”352. Si no se
procede de este modo —es decir, a partir del futuro y no del pasado— se
debería, según Habermas, hipostasiar el pasado presumiendo una convergencia
de las tradiciones que no existe, y se caería en fin de cuentas en una especie de
ontologización de la lengua como terreno común de toda comunicación.
¿Cómo se coloca Ricoeur ante esta cuestión precisa —la diferencia entre
conciencia hermenéutica y conciencia crítica— en el debate planteado entre
Gadamer y Habermas? Lo deja bastante claro en la parte final del trabajo: se
trata de un problema que se apoya sobre una falsa antinomia.
El punto clave está en la afirmación de Ricoeur de que “la crítica también es una
tradición”355. No es la misma sobre la que se apoya Gadamer, ciertamente, pero
es también una tradición desde la que el filósofo se coloca para realizar una
autorreflexión crítica. “Diría incluso —insiste nuestro autor— que hunde sus
raíces en la tradición más impresionante, la de los actos liberadores, la del Éxodo
352
Ibid., p. 333.
353
Ibid.
354
Ibid.
355
Ibid., p. 346.
128
y la de la Resurrección. Quizá ya no habría más interés por la emancipación, ni
anticipación de la liberación, si se borrara del género humano la memoria del
Éxodo, la memoria de la Resurrección”356.
Para Ricoeur, esta alternativa entre una “ontología del entendimiento previo” y
una “escatología de la liberación” constituye una falsa antinomia, una antítesis
que es solamente aparente. No es necesario escoger entre una y otra, “como si
hubiera que elegir entre la reminiscencia y la esperanza”357. “La escatología —
concluye— no es nada sin el recitado [le récitatif] de los actos de liberación del
pasado”358.
Acto seguido nuestro autor señala que con este planteamiento —no antinómico,
pero sí dialéctico— no pretende en lo más mínimo anular la diferencia entre la
hermenéutica y la crítica de las ideologías:
Hemos señalado que son tres los momentos en que la temática escatológica se
hace presente en este segundo volumen de los Ensayos de hermenéutica de
356
Ibid.
357
Ibid., p. 347.
358
Ibid.
359
Ibid.
129
Ricoeur. El tercer momento, donde la referencia es implícita, se encuentra en un
trabajo —titulado “La iniciativa”— que, sin embargo, fue escrito después de
Tiempo y narración, y que incluso explícitamente señala que articula algunos de
los temas presentados en esa importante obra de nuestro autor. Nuestra
intención es indicar aquí brevemente la referencia y algunos de sus elementos,
para desarrollar el punto en la sección siguiente, dedicada a la revisión de Temps
et récit.
La pregunta que está tratando de aclarar Ricoeur en el tramo final del trabajo es
la siguiente: ¿qué es el presente histórico? A lo que responde afirmando que “no
es posible hablar de él sin ponerlo en el punto de intersección de lo que R.
Koselleck llama horizonte de expectativa y espacio de experiencia”360. Para el
tema de esta investigación será importante entender la apropiación que hace
nuestro autor del primer concepto: horizonte de expectativa (horizon d’attente).
Limitémonos a señalar brevemente lo que aquí se dice sobre el mismo.
360
Ibid., p. 251.
361
Ibid., p. 252. Es importante precisar inmediatamente que la traducción al español de horizon
d’attente (así como de la expresión original de Koselleck, Erwartungshorizont) por “horizonte de
expectativa” deja de lado la noción de “espera”, que es en realidad la primera traducción tanto
del francés “attente” como del alemán “Erwartung”. Cfr. Koselleck, R., Vergangene Zukunft: zur
Semantik geschichtlicher Zeiten. Frankfurt am Main: 3a ed., Suhrkamp, 1995.
130
el presente; es el futuro-hecho-presente, volcado hacia el no todavía”362. Este
elemento preciso, por el que no estamos hablando del futuro a secas, sino de un
presente donde ese futuro se inscribe (o, dicho de otro modo, de un futuro que
está presente), acerca aún más la noción de Koselleck al eschaton de nuestra
reflexión, que —como ya hemos visto— supone una necesaria tensión entre
presente y futuro, expresada en el famoso adagio: “ya, pero todavía no”.
Si, por otra parte, se habla aquí de horizonte y no de espacio, es para marcar el
poder tanto de despliegue [déploiement] como de superación [dépassement] que
se vincula con la expectativa. De ese modo se subraya la ausencia de simetría
entre espacio de experiencia y horizonte de expectativa. La oposición entre
reunión [rassemblement] y despliegue permite entenderlo: la experiencia tiende
a la integración, la expectativa a la fragmentación [éclatement] de las
perspectivas.363
362
Ricoeur, P., Del texto a la acción. Ensayos de hermenéutica II, op. cit., p. 252.
363
Ibid.
131
mutuamente. Al ser así, el sentido del presente histórico nace de la variación
incesante entre horizonte de expectativa y espacio de experiencia.364
364
Ibid.
365
Cfr. Ricoeur, P., Tiempo y narración. I: Configuración del tiempo histórico. México D.F.: 5a
ed., Siglo XXI, 2004, p. 34.
366
Ibid., pp. 33-34. Como señala en su presentación Manuel Maceiras: “La trilogía integrada
Tiempo y narración viene a ser la continuidad lógica de las tesis de La métaphore vive. Allí, la
metáfora establece una tensión cuya referencia se encuentra fuera de la experiencia ordinaria y,
132
Ricoeur llevará a cabo este análisis detallado de las posibilidades de la narración
para reconfigurar nuestra experiencia temporal partiendo de las aporías a las
que se enfrenta esta experiencia y su comprensión. Luego recorrerá los campos
abiertos por la narración histórica y el relato de ficción, llegando finalmente a la
propuesta de una “hermenéutica de la conciencia histórica”, en la que encuentra
su punto de mayor despliegue la reflexión antropológica, según la hipótesis que
plantea nuestro autor ya en el primer volumen de Tiempo y narración, cuando
afirma que
133
temporalidad”369. La aparente alternativa es entre la eternidad (san Agustín) y la
finitud sellada por el ser-para-la-muerte (Heidegger). “La cuestión más grave que
podría plantear este libro —concluye Ricoeur— es saber hasta qué punto la
reflexión filosófica sobre la narratividad y el tiempo puede ayudar a pensar juntas
la eternidad y la muerte”370.
Creo que es importante tener este pasaje siempre en mente al leer Tiempo y
narración, ya que nos señala uno de los faros que iluminan todo el recorrido: la
intención de Ricoeur de mantener metodológicamente unidas en la reflexión las
dos realidades que pueden constituir el “hacia dónde” de la vida humana, ambas
claves importantes para interpretar el sentido de esa vida misma, a través, en
este caso, de la mediación narrativa.
369
Ibid.
370
Ibid.
371
Cfr. Ricoeur, P., Tiempo y narración. II: Configuración del tiempo en el relato de ficción. México
D.F.: 5a ed., Siglo XXI, 2008, pp. 408-416.
372
Ibid., p. 409.
134
inmanente en un paradigma centrado en la “crisis continua”. Es parte de la crítica
negativa de Kermode, que —por lo que podemos entender— Ricoeur asume en
parte, pero a su vez critica de “sobredeterminación” del término final. En una nota
nuestro autor afirma acerca de la posición de Kermode:
el final es, a la vez, el fin del mundo: el Apocalipsis; el final del libro: el libro del
Apocalipsis; el fin sin fin de la crisis: el mito del fin de siglo; el fin de la tradición
de los paradigmas: el cisma; la imposibilidad de dar un final al poema: la obra
inacabada; finalmente, la muerte: el fin del deseo. Esta sobredeterminación
explica la ironía del artículo indefinido en The Sense of an Ending. Nunca termina
todo con el final.373
373
Ibid., p. 415.
374
Cfr. Ricoeur, P., Tiempo y narración. III: El tiempo narrado. México D.F.: Siglo XXI, 2009, p.
939.
375
Ibid.
135
coloca a nuestro autor en continuidad —que no significa coincidencia total— con
la filosofía de Heidegger en Ser y tiempo376. Asimismo, esta decisión marca un
paso coherente más dentro de una reflexión que asume la praxis (el hacer, el
obrar) como lugar de la reflexión por excelencia acerca del ser humano: “Es,
pues, en la dimensión del obrar (y del padecer, que es su corolario) donde el
pensamiento de la historia entrecruza sus perspectivas, bajo el horizonte de la
idea de mediación imperfecta”377.
376
Heidegger será un interlocutor fundamental de Ricoeur en Tiempo y narración. Quizás las
páginas más reveladoras sobre este punto se encuentran en el tercer capítulo de la cuarta parte,
donde se hace evidente la riqueza de las reflexiones abiertas por Heidegger, junto con los puntos
que Ricoeur considera limitados. Para nuestro tema será particularmente interesante ver más
adelante su crítica a la noción de “ser-para-la-muerte” y a la misma muerte como realidad última
(cfr. ibid., pp. 718-775).
377
Ibid., p. 940.
378
Ibid.
379
Ricoeur precisa el sentido de estas expresiones: “Reinhart Koselleck tiene justificada razón al
considerarlas como categorías metahistóricas, válidas en el plano de una antropología filosófica.
En tal sentido, éstas rigen todos los modos con que en todos los tiempos los hombres han
pensado su existencia en términos de historia: de historia hecha o de historia dicha o escrita. En
este aspecto, se les puede aplicar el vocabulario de las condiciones de posibilidad, que las
califica como trascendentales. Pertenecen al pensamiento de la historia […]. Tematizan
directamente el tiempo histórico, mejor, la ‘temporalidad de la historia’” (ibid., p. 949).
136
acontecimiento y de narración380. No nos detenemos en los pasos de esta
justificación, pero es interesante para nuestra investigación retomar algunas
conclusiones de Ricoeur:
Si se admite, pues, que no hay historia que no esté constituida por las
experiencias y las esperas de hombres que actúan y que sufren, o que las dos
categorías tomadas juntas tematizan el tiempo histórico, esto implica que la
tensión ente horizonte de espera y espacio de experiencia debe ser preservada
para que haya aún historia. [...] La idea de progreso que ligaba aún al pasado a
un futuro mejor, acercado todavía más por la aceleración de la historia, tiende a
ceder el puesto a la idea de utopía, desde el momento en que las esperanzas
de la humanidad pierden todo anclaje en la experiencia adquirida y son
proyectadas a un futuro sin precedente propio. Con la utopía, la tensión se hace
cisma.381
La tarea ética y política, según Ricoeur, “es impedir que la tensión entre estos
dos polos del pensamiento de la historia se convierta en cisma”382. Esta tarea es
posible declinarla en dos imperativos. Por un lado, hay que evitar que la espera
permanezca indeterminada, porque eso conduce, como ya lo vimos antes al
tratar sobre las utopías, a una falta de acción real. Por otro lado, hay que evitar
que la experiencia sea tan determinada que se pierda la posibilidad de seguir
bebiendo renovadamente de ella. En el primer caso se trata de una difuminación
del futuro (que deja de ser horizonte concreto), en el segundo caso se trata de
una solidificación del pasado (que deja de ser espacio abierto). “En una palabra
—precisa nuestro autor—, frente al adagio que quiere que el futuro sea abierto
y contingente en todos sus aspectos, y el pasado cerrado y unívocamente
380
“La humanidad se convierte en sujeto de sí misma, diciéndose. Narración y cosa narrada
pueden nuevamente coincidir, y las dos expresiones: ‘hacer la historia’ y ‘hacer historia’ pueden
identificarse. El hacer y el narrar se han convertido en el haz y el envés de un proceso único”
(ibid., p. 946).
381
Ibid., p. 951.
382
Ibid., p. 952.
137
necesario, hay que conseguir que nuestras esperas sean más determinadas, y
nuestra experiencia más indeterminada”383.
Después de todo lo que hemos ido revisando, podemos decir que el tipo de
tensión nuestro autor plantea entre el horizonte de espera y el espacio de
experiencia tiene las características del diálogo entre lo último (entendido
escatológicamente) y lo originario transmitido por la tradición.
383
Ibid., p. 953.
384
Ibid., p. 946.
138
potencial de sentido así liberado de la ganga de las tradiciones puede contribuir
a dar vida a aquellas de nuestras esperas que tienen la virtud de determinar, en
el sentido de una historia que hay que hacer, la idea reguladora, pero vacía, de
una comunicación sin trabas ni limitaciones. Gracias a este juego de la espera y
de la memoria, la utopía de una humanidad reconciliada puede actuar en una
historia efectiva.385
385
Ibid., p. 970.
386
“El presente es por completo una crisis cuando la espera se refugia en la utopía y cuando la
tradición se convierte en un depósito muerto. Frente a esta amenaza del resquebrajamiento del
presente histórico, la tarea es la que hemos anticipado anteriormente: impedir que la tensión
entre los dos polos del pensamiento de la historia degenere en cisma; por lo tanto, por una parte,
acercar al presente las esperas puramente utópicas mediante una acción estratégica atenta a
los primeros pasos que hay que dar hacia lo deseable y lo razonable; por otra, resistir a la
limitación del espacio de experiencia, liberando potencialidades no empleadas del pasado. La
iniciativa, en el plano histórico, consiste precisamente en la incesante transacción entre estas
dos tareas. Pero para que esta transacción no exprese solamente una voluntad reactiva, sino un
enfrentarse a la crítica, debe expresar la fuerza misma del presente” (ibid., p. 981).
387
En una conferencia que Paul Ricoeur presenta en Italia, en 1979, en plena elaboración de lo
que luego terminarían siendo los tres volúmenes de Temps et récit, vemos vivamente presente
el interés de nuestro autor por entrar en un debate con las perspectivas heideggerianas respecto
al tiempo y la temporalidad humana. Allí afirma nuestro autor que queda pendiente un desarrollo
que dé cuenta —desde la mediación narrativa— de la “temporalidad profunda” donde Heidegger
plantea la prioridad del futuro pero desde la unificación de los tres “éxtasis” del tiempo, como lo
planteaba san Agustín: el pasado, el presente y el futuro. Quizás la escatología —en el sentido
en el que lo estamos tratando en este trabajo— pueda dar cuenta de esa dimensión en la que el
ser humano se orienta a un futuro feliz, que es tal porque vive de una memoria de su origen, y
que se constituye en el hoy de la persona que camina activamente hacia ese horizonte. En el
texto Ricoeur plantea también la importancia de profundizar y enriquecer en esta línea la noción
de “tradición”. Cfr. Ricoeur, P., Historia y narratividad. Barcelona: Paidós, 1999, pp. 213-214.
139
2.9. Sí mismo como otro
Dicho esto, sin embargo, luego del camino realizado en las páginas anteriores
por el pensamiento de Ricoeur a lo largo de sus principales obras, podemos
afirmar que lo que sí encontramos presente en Sí mismo como otro es una
tensión dialéctica fecunda para la comprensión y para la vida, una tensión que
implica la apertura a un horizonte que se encuentra siempre “más allá”, una
tensión que se plantea en una modalidad aporética de aproximación a las
388
Ricoeur, P., Sí mismo como otro. México D.F.: Siglo XXI, 2020, p. XXXVII.
140
distintas problemáticas. Se nos permita mencionar dos ejemplos en los que
esperamos se muestre, al menos, la “estructura escatológica” del planteamiento.
389
Sin embargo, ya en 1979, Ricoeur se declaraba abiertamente deudor de La condición humana
de Hannah Arendt en esta concepción acerca de una identidad narrativa: “La acción sólo trata
de ser recogida en un relato cuya función consiste en procurar una identidad al agente, una
identidad que sólo puede ser, consiguientemente, narrativa” (Ricoeur, P., Historia y narratividad,
op. cit., p. 210).
390
Ibid., p. 181.
391
Ibid., p. 184.
392
Ibid. Es el modo como traduce nuestro autor la idea de la “fragility of goodness” de Martha
Nussbaum.
393
Ibid.
141
mismas”394. Ese “sin embargo” es el signo de una aporética metodológica que
nos parece ser una traducción precisa de la aproximación escatológica que
hemos ido evidenciando en estas páginas. La “vida buena” se mantiene como
fin hacia el que tendemos, pero lejos de actuar de manera extrínseca, se ubica
“dentro” de las acciones mismas: “hay que pensar —insiste Ricoeur— en la idea
de una finalidad superior que sería siempre interior al obrar humano”395.
Visto desde el punto de vista de la acción humana, que como sabemos es falible
por naturaleza, esta idea constituye una “apertura, que rompe prácticas que se
hubiera dicho cerradas sobre sí mismas” y que, “cuando nos embarga la duda
sobre la orientación de nuestra vida, mantiene una tensión, de ordinario discreta
y tácita, entre lo cerrado y lo abierto en la estructura global de la praxis”396. Es
interesante identificar en Ricoeur aquello que le permite a la persona no vivir, a
pesar de su fragilidad y la del mundo, plegada sobre sí misma. Y aquí se muestra
que la idea de “vida buena” realiza esto convirtiéndose en “horizonte” hacia el
que la persona se dirige, y que —sin embargo— está ya presente en el hoy de
su obrar cotidiano.
394
Ibid., pp. 184-185.
395
Ibid., p. 185.
396
Ibid.
397
Ibid., p. 341.
398
Ibid., p. 348.
142
se fundamenta en que esta primacía de la presencia, por la que la energeia
aristotélica sería al final reinterpretada como simple actualitas, arrastraría a la
totalidad del ser-en-el-mundo hacia la simple facticidad, perdiendo de ese modo
toda tensión en el ser. Más adelante veremos a Ricoeur volver sobre un análisis
semejante de Heidegger, pero entonces con una terminología manifiestamente
escatológica.
399
Ibid., pp. 348-349.
143
En la última parte de nuestro trabajo volveremos sobre Sí mismo como otro, en
nuestro intento por articular desde la perspectiva que venimos evidenciando
algunos elementos de la hermenéutica ricoeuriana de la existencia humana.
Llegamos así a la última gran obra de nuestro autor, publicada en el año 2000,
cinco antes de su fallecimiento. La memoria, la historia, el olvido concluye con
un epílogo titulado “El perdón difícil”, al que dedicaremos la parte más importante
de esta breve exposición. La obra entera, sin embargo, se cierra con un epígrafe
de cuatro líneas, único en la obra de Paul Ricoeur, que podría resumir el sentido
no sólo de lo que ha querido plantear como temática de fondo en esta obra, sino
de lo que podría ser un cantus firmus de toda su filosofía:
400
Ricoeur, P., La memoria, la historia, el olvido. Madrid: Trotta, 2010, p. 659. El original francés
es como sigue: “Sous l’histoire, la mémoire et l’oubli. / Sous la mémoire et l’oublie, la vie. / Mais
écrire la vie est une autre histoire. / Inachèvement”. Como se puede ver, la palabra francesa
“inachèvement” ha sido traducida aquí al español por “inconclusión”, con lo que se pierde algo
del sentido de incompletitud, tanto del razonamiento como de la vida misma. Cfr. Hunyadi, M.,
Paul Ricoeur, la puissance d’une philosophie des détours, Le Temps, 21/4/2007,
https://www.letemps.ch/culture/paul-ricoeur-puissance-dune-philosophie-detours (recuperado el
21/6/2022).
144
en esta investigación, supone necesariamente ese sentido de incompletitud o
inacabamiento de la persona humana y su mundo: si todo estuviese terminado
(o si puede estarlo) dentro del tiempo humano como lo conocemos y vivimos, no
se podría plantear un horizonte escatológico.
Discutiendo Ser y tiempo, nuestro autor señala que “sabemos que la entrada en
la dialéctica de las instancias de temporalidad se hará por el futuro y que la
‘futuridad’ está cortada estructuralmente por el horizonte finito de la muerte”401.
Este “corte” sería índice de una cierta contradicción no resuelta, que es central
en la interpretación que Ricoeur hace de Heidegger. Por un lado —señala el
filósofo francés— la idea heideggeriana de “cuidado” (Sorge) y su estructura
imponen “por su apertura misma la problemática de la totalidad” confiriendo, así,
a esta problemática “la modalidad de la potencialidad, del poder-ser [...]: por todo
hay que entender no un sistema cerrado sino integralidad, y, en ese sentido,
apertura”402. Por otro lado, sin embargo, en la concepción del Dasein como “ser-
para-la-muerte”, el “para” pareciera implicar un destino al acabamiento, al cierre
y a la conclusión. “¿No hay —se pregunta finalmente— una colisión entre
apertura y cierre, integralidad no saturable y final en forma de cierre?”403.
401
Ricoeur, P., La memoria, la historia, el olvido, op. cit., p. 468.
402
Ibid.
403
Ibid. La traducción castellana añade “totalidad” al lado de integralidad, lo que no se encuentra
en el original francés. Se ha eliminado para facilitar la comprensión.
145
Aquí nos parece que Ricoeur encuentra una de las objeciones más serias a la
visión antropológica de Heidegger404, al mismo tiempo que expresa —con Arendt
y Spinoza— una posición medular en su aproximación al ser humano en cuanto
homme capable: el poder ser en el que se articula y dinamiza la existencia
humana implica el fundamento de un fondo de vida (y no de muerte) a partir del
cual el ser-capaz del hombre se desarrolla. La idea de la “natalidad” de Arendt y
el concepto de “conatus” de Spinoza, constituyen juntos un punto inamovible en
la concepción que desarrolla nuestro autor. Parafraseando a Ricoeur, podemos
decir que el ser humano no vive “para la muerte” (pour la mort) sino “hasta la
muerte” (jusqu’à la mort). Es la diferencia radical entre la primacía de la vida y la
primacía de la muerte como condición de posibilidad de la existencia405.
404
“No oculto mi perplejidad al término de la relectura de este capítulo nodal: ¿no ha obturado la
insistencia en la temática de la muerte los recursos de apertura del ser posible?” (ibid., p. 469).
405
“La primacía de la muerte está implicada en el tema del ser-para-la-muerte” (ibid., p. 468).
Ricoeur no desconoce que Heidegger haga referencia al “nacimiento”, pero considera que es
tratado de modo reductivo por el filósofo alemán: “En ninguna parte, quizás, se hace sentir más
vivamente la ausencia de una reflexión sobre la carne que hubiese permitido designar la
natalidad como condición de ser ya ahí y no sólo como acontecimiento el nacimiento, falsamente
simétrico del aún no advenido de la muerte” (ibid., p. 492).
406
Ibid., p. 469.
407
Ibid.
408
Ibid., p. 468. La elección de las palabras para la traducción castellana es, por decir lo menos,
desconcertante, y probablemente puede llevar a una interpretación en sentido contrario del
146
2.10.2. Un Epílogo en clave escatológica
“inacabamiento”, que en este caso Ricoeur quiere conectar semánticamente con un cierto
“excedente” en la realidad (no tanto con una falta) y con un sentido de “aplazamiento” y “espera”
en la misma (y solamente en ese sentido de algo “pendiente”).
409
Ibid., p. 539.
410
Ibid., p. 406.
411
Ibid., p. 540.
147
El horizonte se aleja, colocando el cumplimiento y la realización últimas de la
vida (su achèvement) siempre más allá de la concreción de la vida misma como
la conocemos. Y, sin embargo, este mismo horizonte, este inacabamiento, es la
condición de posibilidad del desarrollo de la vida humana en sus distintas
dimensiones personales.
412
Ibid., p. 595. Cursivas nuestras.
148
algo no conocido (incognito), ni tampoco fenomenológicamente experimentado,
y que es, sin embargo, perennemente esperado.
Lo que hace Ricoeur en estas páginas es avanzar por las distintas dimensiones
(experiencial, institucional, intersubjetiva, personal) de esa dialéctica entre la
culpabilidad y el perdón, evidenciando una y otra vez el residuo de lo que no
puede ser dicho del acto de perdonar ni de sus efectos en la capacidad de actuar
del ser humano, pero que es constantemente señalado como “incompleto” o
“inacabado”, lo que sería una reinterpretación nueva (escatológica) de esta
“capacidad” del ser humano, de la que siempre ha hablado Ricoeur a lo largo de
su obra. “Finalmente, —afirma— es de esta capacidad restaurada de la que se
apoderaría la promesa que proyecta la acción hacia el porvenir. La fórmula de
esta palabra liberadora, abandonada a la desnudez de su enunciación, sería:
vales más que tus actos”413.
Llegamos así a lo que nuestro autor denomina “el epílogo del Epílogo”414. Una
suerte de recapitulación, que en realidad concentra aún más la modalidad del
discurso en la clave escatológica que venimos aquí poniendo de manifiesto:
413
Ibid., p. 643. En una entrevista afirma nuestro autor acerca de este epílogo: “Quise hacer un
recorrido del perdón, suponiendo que lo haya, y digo: esta es una palabra que viene de un lugar
más alto que yo, lo que se puede interpretar de múltiples maneras. Como Derrida, a quien cito,
yo lo interpreto dentro de la tradición abrahámica; los judíos, los cristianos, los musulmanes
hablan del Dios misericordioso. Estamos ante una palabra que habla de perdón. [...] El perdón
consiste en decir: ‘Tú vales más que tus actos’, es decir, ‘Tú eres capaz, podrías hacer algo
distinto de lo que has hecho, no has agotado tus recursos’. Es lo que yo llamo ‘el hombre capaz’,
que cada vez más constituye el fondo de mi filosofía, esa especie de crédito a la bondad del
hombre. Creo que existe un fondo de bondad que hay que buscar” (Blain, J., “Entrevista a Paul
Ricoeur”, en: Historia, Antropología y Fuentes Orales, 30 (2003): pp. 59-60).
414
Paul Ricoeur, La memoria, la historia, el olvido, op. cit., p. 643.
149
anticipación y de proyección de este horizonte último. El modo gramatical más
apropiado es aquí el optativo del deseo, a igual distancia del indicativo de la
descripción y del imperativo de la prescripción.415
Por un lado, nos precede (nos anticipa) y, por otro lado, nos permite actuar hacia
adelante (nos proyecta), permaneciendo siempre en el ámbito de lo deseado, de
lo que “podemos esperar”: nuestra realización última no puede ser ni descrita ni
prescrita, pero es siempre y en todo momento esperada. Hay aquí también un
regreso a temáticas fundamentales de la antropología de nuestro autor, al punto
de sutura entre la capacidad, el deseo y lo que permanece siempre más allá,
inaferrable, de la vida humana, ahora claramente como horizonte escatológico.
En el caso de la memoria, aquello que pone “su marca final en toda la serie de
las operaciones mnemónicas”416 es el reconocimiento del recuerdo. Se trata —
según Ricoeur— de un “pequeño milagro”, que se convierte en “estrella guía”417
en la medida en que brilla en el momento de la oscuridad (del olvido) para hacer
presente y real una fidelidad al pasado, que permanece siempre como deseo y
que, sin embargo, se experimenta como exigencia, como pretensión y
415
Ibid.
416
Ibid., p. 644.
417
Ibid.
150
reivindicación. Este “milagro” nos señala la posibilidad de alcanzar una memoria
feliz, apaciguada y reconciliada.
418
Ibid., p. 649.
419
Ibid.
420
Ibid., p. 651.
421
Ibid., p. 656.
422
Ibid.
423
Ibid., p. 657.
151
persona a maravillarse por la misma grandeza de su ser424, y conecta así la
temática del olvido con la del reconocimiento, dejando la puerta abierta a una
reinterpretación de la persona humana y su modo de ser en el tiempo (el cuidado)
desde el horizonte último de esta “despreocupación” divina.
En esta revisión de las obras mayores de Paul Ricoeur hemos podido mostrar la
presencia constante de la temática escatológica a lo largo de toda su reflexión
filosófica. Esta aproximación va delineando un modo de acercarse a la realidad
del ser humano —especialmente en su dimensión temporal— en el que se busca
el sentido de su existencia a través de mediaciones que una y otra vez revelan
una excedencia en la vida humana misma, que no puede ser interpretada
adecuadamente desde lo total o lo concluido, sino que debe ser comprendida
como “apertura” constante, como lugar donde la novedad se va desarrollando en
el entramado de un relato que va configurando a cada persona.
En las obras donde va construyendo una cierta “hermenéutica del ser humano”,
Ricoeur hace referencia a lo escatológico en contextos distintos, pero con notas
comunes. Se plantea como “horizonte” que garantiza una apertura que mantiene
424
Cfr. ibid.
152
en tensión y en movimiento la reflexión y el pensamiento, así como también hace
posible una comprensión renovada de la “finalidad” (telos) de la vida humana sin
eludir la cuestión del mal, acogiendo lo que viene desde más allá de lo que la
vida nos puede mostrar en sí misma. Esto revela, según Ricoeur, la dependencia
fundamental del ser humano de la dimensión de lo sagrado, en cuyos símbolos
se hace presente una “promesa” que hace posible toda historia. Finalmente,
cuando se trata de pensar esta misma historia y sus posibles proyectos, nuestro
autor plantea de nuevo lo escatológico como horizonte regulador de lo utópico,
que no puede ni debe anticipar lo que debe permanecer siempre “último” con
respecto a la realización de la historia.
153
CAPÍTULO 3:
LA PERSONA HUMANA EN PERSPECTIVA ESCATOLÓGICA
154
Esperamos, finalmente, responder a la interrogante fundamental de toda nuestra
investigación: ¿podemos considerar que la dimensión escatológica es uno de los
elementos relevantes en la propuesta interpretativa de Ricoeur sobre la persona
humana y el sentido de su existencia?
155
entre un “pensar en verdad” y un “dar testimonio de la verdad” con la propia
acción425. Se da, así, una excedencia de lo verdadero con respecto a la
epistemología, ya que la verdad (pensada, actuada) transforma la vida de la
persona que piensa y, en el contexto social, transforma la historia, las creencias
y las instituciones.
425
Cfr. Ricoeur, P., Historia y verdad, op. cit., p. 12.
426
Ibid., p. 65.
427
Ibid.
428
Cfr. Ricoeur, P., Finitud y culpabilidad, op. cit., p. 489. Sobre la temática del símbolo y su
relación con la interpretación, en las distintas etapas del pensamiento de Ricoeur, se puede leer:
156
universo simbólico, expresado en un lenguaje común. Como ya hemos discutido
en el capítulo anterior, esta situación, por un lado, libera al sujeto de cualquier
pretensión de recomenzar el pensamiento desde cero, mientras que, por otro, lo
mueve a superar la tentación de absolutizar un elemento de la realidad para
interpretarla monolíticamente. Esa aproximación a la verdad como siempre
situada (en una historia, en un contexto, en una comunidad, etc.), al mismo
tiempo que siempre abierta (en las diversas interpretaciones), es quizás el punto
crucial de lo que aquí llamamos enfoque desde la “escatología”429.
Agís Villaverde, M., “El sentido del ser interpretado”, en: Valdés, M.J. (coord.), Con Paul Ricoeur.
Indagaciones hermenéuticas. Barcelona: Azul Editorial, 2000, pp. 91-114.
429
Los elementos que hemos mencionado han llevado a plantear que en Ricoeur la dimensión
veritativa y la dimensión ética se encuentran íntimamente entrelazadas. “Ricoeur ve la verdad
como vinculada de manera inextricable con las relaciones éticas. […] Dicho más radicalmente,
uno puede decir que en último análisis hay una identidad entre verdad y ética, ya que para que
algo sea verdadero es necesario no solamente una articulación lógica, sino una articulación ética”
(Mei, T.S., “Constructing Ricoeur’s Hermeneutical Theory of Truth”, en: Davidson, S., – Vallée,
M.-A., Hermeneutics and Phenomenology in Paul Ricoeur. Between Text and Phenomenon.
Switzerland: Springer, 2016, p. 201).
430
Ricoeur, P., Historia y verdad, op. cit., p. 21.
157
los hombres, la mentira los dispersa y los enfrenta. Y, sin embargo, no es posible
comenzar así: lo Uno es una recompensa demasiado lejana, es ante todo una
tentación maligna”431. Esta cita ilustra el realismo con el que Ricoeur se aproxima
a la temática de la verdad y la posibilidad de su realización en la historia. Nuestra
intención es mostrar de qué manera este realismo podría estar motivado
escatológicamente.
431
Ibid., p. 193. Esta es una lección que Ricoeur aprendió también de la mano de Husserl, cuya
obra estudió desde muy joven. En un artículo de 1954 —titulado Etudes sur les “Meditationes
Cartesiennes” de Husserl—, nuestro autor analiza la idea de “síntesis” al final de la segunda
meditación: “Cuando estamos hundidos en la objetividad, el prejuicio del mundo extrae su fuerza
no del hecho de que estemos bastante perdidos en lo múltiple, sino del hecho de que todavía
estamos dedicados a lo uno. La trampa que nos tiende lo actual es que nos entrega demasiado
pronto lo uno, lo mismo, lo idéntico. Una vez disuelta en las múltiples apariciones, la identidad
del objeto todavía puede recuperarse del lado de la conciencia. Dado que todo sentido es una
síntesis de identificación, puede surgir la noción de síntesis. A modo de síntesis continua, la
conciencia significa lo mismo en lo diferente y lo identifica en la verdad; su unidad es siempre
presuntiva, pretendida” (Ricoeur, P., Husserl. An Analysis of his Phenomenology. Evanston:
Northwestern University Press, 1967, p. 96). Es muy iluminadora la lectura completa de esta
sección del texto de Ricoeur: allí nuestro autor destaca el valor de la “estructura de horizonte”
que tiene la conciencia para Husserl (cfr. ibid., pp. 95-100).
158
prematura de la misma. Reconoce que esta tentación se ha dado históricamente
en las esferas del poder, tanto religioso como político: “esta culpabilidad ligada
a la unidad de la verdad —esa mentira de la verdad— aparece cuando la tarea
de unificar coincide con el fenómeno sociológico de la autoridad”432. Describe
asimismo el “contundente parentesco” que podemos encontrar entre la tentación
clerical y aquella política:
Se nos permita una cita un tanto extensa del trabajo “Verdad y mentira” —uno
de los trabajos recogidos en Historia y verdad más interesantes sobre nuestra
temática—, donde Ricoeur desarrolla dos niveles de esta destinación a la unidad
de la verdad:
432
Ibid., p. 207.
433
Ibid., p. 217. “El espíritu de mentira contamina la búsqueda de la verdad por el corazón, es
decir, por su exigencia unitaria: es el paso en falso de lo total a lo totalitario. Este deslizamiento
se produce históricamente cuando un poder sociológico inclina y logra de manera más o menos
completa reagrupar todos los órdenes de verdad y someter a los hombres a la violencia de la
unidad. Este poder sociológico tiene dos figuras típicas: el poder clerical y el poder político” (ibid.,
p. 222).
434
Ibid., p. 206.
159
Queremos que la verdad sea en singular, no sólo en su definición formal sino
también en sus obras. Quisiéramos que hubiera un sentido total que sea como
la figura significante que totalizara toda nuestra actividad cultural. ¿Qué significa
ese querer que concierne a la unidad de las verdades? Me parece que ese
querer es muy ambiguo. Por un lado, representa una exigencia, es decir, una
auténtica tarea: un pluralismo absoluto no es pensable. Es el significado
profundo de la “razón”, en el sentido en que Kant la distingue del entendimiento:
el entendimiento se aplica a objetos, se encarna en obras de pensamiento, ya
está en la dispersión; la razón es la tarea suprema de unificar los pensamientos
entre sí, los pensamientos y las obras, los hombres entre sí, la virtud y la
felicidad. Tanto como tarea de la razón, la unidad es tarea del sentimiento;
entiendo por sentimiento esa preposesión confusa, en el modo del deseo, de la
tristeza y de la alegría, de la unidad buscada, perdida o apenas entrevista; la
unidad es querida. [...] Como quiera que sea, este deseo de unidad está al
comienzo y al final de las verdades.435
Exigencia y tarea, por un lado, sentimiento y deseo, por otro, configuran así,
según Ricoeur, la experiencia que como seres humanos tenemos de la unidad
de la verdad. Se trata de una unidad nunca realizada, pero siempre deseada y
necesariamente exigida por nuestra razón a modo de un horizonte: presente todo
el tiempo señalando la meta, pero nunca realmente alcanzado436.
435
Ibid.
436
Según Marc De Leeuw, en este “proyecto fundamentalmente inacabable” se puede encontrar
aquello que distingue el modo de hacer filosofía de Ricoeur, y lo que conduce a nuestro autor a
desarrollar una “antropología abierta y crítica” (cfr. De Leeuw, M., Paul Ricoeur’s Renewal of
Philosophical Anthropology, op. cit., pp. 5-6). Es lo mismo que afirma Angela Renzi al describir
la “vía larga” de nuestro autor: “Esta vía larga se caracteriza por un nutrido número de obras,
cada una de las cuales se cierra de manera abierta, dando vida a una suerte de tensión, cual
proyecto que hay que perfeccionar o realizar de nuevo: un inachèvement que el filósofo no teme,
sino que considera fecundo” (Renzi, A., Pensare la soggetività pratica. Percorsi tra Ricoeur e
Fiichte. Napoli: Istituto Italiano per gli Studi Filosofici Press, 2020, p. 29). Se puede ver también:
White, E., “Between Suspicion and Hope: Paul Ricoeur’s Vital Hermeneutic”, en: Literature and
Theology, 5 (1991), pp. 311-321.
160
3.1.2. La verdad y la tarea infinita de la filosofía
437
Ricoeur, P., “Husserl y el sentido de la historia”, en: Acta fenomenológica latinoamericana, 2
(2005), p. 330. Roberto Walton ha puesto en evidencia este mismo aspecto de “infinitud” en el
modo como Husserl —a nuestro parecer superando la dimensión teleológica— señala una “meta
final del devenir interior, que se define como la racionalidad plena frente a la racionalidad relativa
e insuficiente”, y que, en ese sentido, “es ‘una idea que reside en el infinito y que en el factum se
encuentra necesariamente en camino… hay aquí una configuración final (Endgestalt) que es a
la vez la configuración inicial (Anfangsgestalt) de una nueva infinitud y relatividad…’. Tal origen
y fin del desarrollo de la ciencia y la filosofía coinciden respectivamente con la institución inicial
del sentido y su consumación final como meta ideal” (Walton, R., Husserl, Mundo, Conciencia y
Temporalidad. Buenos Aires: Almagesto, 1993, pp. 146-147). En el mismo texto, Walton propone
una interpretación de Husserl —apoyándose en los puntos de vista de Mohanty— que se acerca
sobremanera a lo expuesto por Ricoeur: “la concepción de una filosofía trascendental, en tanto
se contrapone al énfasis unilateral de la historicidad del pensamiento humano, es legítima, pero
no puede ser formulada de una manera definitiva sino que se encuentra en un permanente
proceso de realización. Así, ni la relatividad del pensamiento humano ni su intemporalidad en el
sentido de una expresión definitiva constituyen la verdad última. Lo que importa es el esfuerzo
sostenido hacia la realización de la filosofía trascendental como una tarea infinita” (ibid., p. 165).
161
ser humano”438. En su lectura —y reforzando su idea de relación entre la verdad
y la historia—, Ricoeur insiste, sin embargo, sobre la necesidad de no separar lo
infinito de lo histórico: “la historia no es ni un desvío ficticio, ni un desvío vano:
ya que la razón como tarea infinita implica una historia, una realización
progresiva, en consecuencia, la historia es el indicador privilegiado de un sentido
suprahistórico”439.
438
Husserl, E., La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. Una
introducción a la filosofía fenomenológica. Barcelona: Crítica, 1991, p. 283. Como señala Luz
Ascárate en su trabajo sobre la fenomenología en Ricoeur: “podemos afirmar que tanto para
Husserl como para Heidegger y Ricoeur la filosofía debe, mutatis mutandis, preocuparse por
resguardar el carácter irreductible de la subjetividad. Dichos autores, en el horizonte
fenomenológico apuntan, con términos distintos, y a partir de análisis diversos, a ese ámbito
‘trascendental’ propio del ser humano, que hemos llamado como aquel ámbito al que le compete
la fundamentación” (Ascárate, L.M., El pensar según la esperanza. El método fenomenológico
en la antropología filosófica de Paul Ricoeur (1950-1970). Tesis para optar por el título de
Magíster en Filosofía. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, Escuela de Posgrado, 2014,
p. 119). Cfr. también Ales Bello, A., “Teleology as «the form of all forms» and the inexhaustibility
of research”, en: Analecta Husserliana, 9 (1977), pp. 337-351.
439
Ricoeur, P., “Husserl y el sentido de la historia”, op. cit., p. 332. El problema de la historia y
su sentido permanecerá vivo en toda la obra de Ricoeur, también en diálogo con Hegel. En este
diálogo será central la consideración escatológica de nuestro autor: “En este sentido, la apelación
a la escatología exhibe la dinámica por la cual los símbolos religiosos, en un escenario
poshegeliano, están imbuidos de una función claramente crítica. Aprovecha el carácter dador de
sentido del no saber, o la inescrutabilidad, en el campo del discurso racional. Al hacerlo, revela
el punto de vista en el que se supera la filosofía como duelo. Sin embargo, al situar este punto
de vista más allá de la historia, es decir, más allá del campo de la investigación hermenéutica,
Ricoeur concede que este punto de vista no está disponible para la autoconciencia histórica, y
que la filosofía como hermenéutica nunca deja de lamentar la pérdida del conocimiento absoluto”
(Coyne, R., “The Wound of Hegelianism: Hermeneutics and Eschatology in Paul Ricoeur”, en:
The Journal of Religion, 96 (2016), p. 76).
440
Ricoeur, P., Historia y verdad, op. cit., p. 226.
162
obstante la exigimos constantemente. Ricoeur sostiene, de este modo, que “por
eso llamamos a esa unidad una unidad formal: porque sólo prescribe la tarea de
unificar todos los ámbitos de la existencia —del pensamiento, de la acción, de la
experiencia humanos— sin suministrar por otra parte la intuición que llenaría esa
forma vacía”441.
441
Ibid.
442
Ibid., p. 15.
443
Ibid., p. 213.
163
tensión entre la ‘finitud’ de mi cuestionar y la ‘apertura’ del ser”444. Y luego explica
con claridad esta tensión en la misma dimensión existencial de la acción
humana:
Por una parte, tengo propiamente algo que descubrir, algo que nadie más que
yo tiene la tarea de descubrir; si mi existencia tiene un sentido, si no es vana,
tengo una posición en el ser que es una invitación a plantear una pregunta que
nadie más puede plantear por mí; la estrechez de mi condición, de mi
información, de mis encuentros, de mis lecturas ya dibuja la perspectiva finita de
mi vocación de verdad. Y sin embargo, por otra parte, buscar la verdad quiere
decir que aspiro a decir una palabra válida para todos, que se levante sobre el
fondo de mi situación como un universal; no quiero inventar, decir lo que me
gusta, sino lo que es. Desde el fondo de mi situación, aspiro a estar atado por el
ser.445
Esta misma convicción de una necesaria dialéctica entre la infinitud del horizonte
de la verdad y la finitud de nuestra condición histórica llevará a Ricoeur a ver en
la noción de “fusión de horizontes” de Gadamer
444
Ibid., p. 64.
445
Ibid. Cursivas nuestras.
446
Ricoeur, P., Del texto a la acción. Ensayos de hermenéutica II, op. cit., p. 321. “En muchos
aspectos, Ricoeur sigue a Gadamer en la forma en que pone en juego la noción de horizonte.
En su opinión, la teoría de la fusión de horizontes encuentra el equilibrio adecuado entre la
objetividad fija y la comprensión absoluta, así como entre el absolutismo hegeliano y un
‘pluralismo radical’ nietzscheano. La fusión de horizontes no conduce ni a la incomunicación ni
al conocimiento absoluto. Combina la finitud de las perspectivas específicas con la orientación
necesaria de su enfoque. El ‘horizonte’ representa, así, la combinación de coherencia y apertura,
unidad y ambivalencia, orientación e imaginación libre” (Evink, E., “Horizons of Expectation.
Ricoeur, Derrida, Patočka”, en: Studia Phaenomenologica, 13 (2013), p. 302).
164
3.1.3. “Espero estar en la verdad”
447
Ricoeur, P., Historia y verdad, op. cit., p. 68.
448
Ibid.
449
Ibid.
165
apertura, este claro, este lumen naturale, la que proyecta la imaginación ingenua
en los Campos Elíseos, donde son posibles los diálogos de los muertos.450
450
Ibid. Lo contrario de esta apertura lo constituiría, justamente, la cerrazón del pensamiento
único y absoluto. Marie-France Begué lo describe claramente cuando desarrolla la dimensión del
testimonio en el pensamiento de Ricoeur, vinculada al momento de la fe y la convicción, pero
donde podemos ver la misma “tensión” que hemos descrito en la perspectiva escatológica sobre
la verdad: “Esta impotencia que tiene la conciencia de cerrar la totalidad del saber absoluto y de
recuperarse a sí misma también absolutamente en un solo gesto hace que ella esté tensionada
entre dos iniciativas: la de recolectar los signos y organizar criteriología a partir de ellos y la de
plegarse atentamente al acontecimiento parcial siempre contingente, que sirve de ocasión para
que el absoluto se muestre. […] Hay un círculo vital entre ambas que nunca se cierra” (Begué,
M.-F., Paul Ricoeur: la poética del sí-mismo. Buenos Aires: Biblos, 2002, p. 328).
451
Ricoeur, P., Historia y verdad, op. cit., p. 69.
166
apertura’ que funda en la unidad todas las preguntas”452. El momento en que la
consonancia se convirtiese en sistema, sería el preciso momento en el que
perderíamos la verdad, quedándonos con esa síntesis apresurada de la que
hablamos más arriba y que constituye una forma particular de mentira. Junto a
la libertad, como actitud de quien se encuentra en el espacio abierto por una
verdad que lo precede, está la humildad, como actitud de quien sabe que ese
espacio no le pertenece ni puede ser abarcado en su totalidad.
Esto no quiere decir, sin embargo, que la unidad que corresponde a la apertura
del ser en el que nos encontramos todos sea, para Ricoeur, una ficción o una
ilusión. Escuchemos una vez más a nuestro autor:
La esperanza ontológica tiene sus signos y sus arras: cuanto más se profundiza
una filosofía, más se acepta dejarse extrañar por ella (por consiguiente, más se
comprende la irreductibilidad de esa filosofía a tipos), más se afirma su
autonomía respecto de las influencias sufridas, más se acentúa su alteridad
respecto de cualquier otra —más recompensados estamos por la alegría de
llegar a lo esencial, como si hundiéndonos en el espesor de una filosofía, de sus
dificultades, de sus intenciones, de sus rechazos, experimentáramos su
indecible consonancia con cualquier otra y accediéramos a la convicción de que
Platón, Descartes, Kant están abiertos por el mismo ser—.453
452
Ibid.
453
Ibid.
454
Ibid., p. 70.
455
Ibid.
167
un trabajo de escucha y una obra autónoma, un pensar según… y un pensar
libre”456. Nos concentraremos aquí en las ideas acerca de la apertura que la
esperanza puede ofrecer, según nuestro autor, a la inteligencia humana.
Sin embargo —precisa nuestro autor—, “si esta novedad no diese en qué
pensar, la esperanza, como la fe, sería un grito, una fulguración sin
consecuencia”460. La promesa de la esperanza escatológica no trae solamente
novedad, disrupción y aporía, sino que —en esa misma novedad interpretada—
le ofrece al pensamiento las “arras” y signos desde los que la razón puede seguir
456
Ricoeur, P., El conflicto de las interpretaciones. Ensayos de hermenéutica, op. cit., p. 369. La
conferencia se titulaba originalmente “Approche philosophique du concept de liberté religieuse”
y fue dada en el Congreso Internacional organizado por Enrico Castelli en Roma en el año 1968.
Ricoeur la publica con el nombre “La libertad según la esperanza”.
457
Ibid.
458
Ibid.
459
Ibid. Aunque su análisis no haga referencia específicamente al tema de la esperanza, nos
parece que lo que venimos señalando podría abonar en favor de una visión de la postura de
Ricoeur como “hermenéutica infinita” (por oposición a Heidegger), según lo que propone Purcell
(cfr. Purcell, S., “Hermeneutics and Truth: From Aletheia to Attestation”, en: Davidson, S., –
Vallée, M.-A., Hermeneutics and Phenomenology in Paul Ricoeur. Between Text and
Phenomenon, op. cit., pp. 175-195).
460
Ricoeur, P., El conflicto de las interpretaciones. Ensayos de hermenéutica, op. cit., p. 369.
168
su camino de profundización en la realidad y su sentido. “Ni siquiera habría
escatología —afirma Ricoeur—, doctrina de las últimas cosas, si la novedad de
lo nuevo no se explicitase en una recuperación indefinida de los signos ni se
verificase en lo ‘serio’ de una interpretación que sin cesar separa a la esperanza
de la utopía”461.
El proceso hermenéutico nos conduce cada vez más lejos en la comprensión del
mundo porque, en la esperanza, nos es dado lo que “todavía no” es, pero es
prometido, de modo que es posible vivirlo anticipadamente en aquello que “ya”
es: “la pasión por lo posible debe articularse con tendencias reales; el envío, con
una historia con sentido; la sobreabundancia, con los signos de la resurrección
allí donde puedan ser descifrados”462.
461
Ibid.
462
Ibid.
463
Ibid., p. 370.
464
También hay una influencia de Ladrière sobre Ricoeur, como deja entrever que sea el autor
al que le dedica el último (y el más “ontológico”) de los ensayos recogidos en La metáfora viva
(cfr. Ricoeur, P., La metáfora viva, op. cit., p. 345). “Para demostrar a la vez el parentesco entre
169
propuesta sobre la razón humana y su horizonte465. Nos parece interesante
resumir las líneas fundamentales de esta reflexión, donde podemos ver llevada
hasta sus últimas consecuencias una concepción escatológica de la verdad.
el pensamiento y la poesía, así como el abismo que los separa, Ricoeur se apoya en el análisis
de Jean Ladrière [...]. Ladrière subraya el dinamismo propio de la significación en el símbolo o
en la metáfora. Este proceso conduce al mismo tiempo al concepto y a una exploración del
campo referencial. En tanto que la significación siempre está en la búsqueda de sí misma a
través de un trabajo siempre inacabado en esta doble dirección del sentido y la referencia, ‘la
enunciación metafísica no hace más que llevar a la cima este dinamismo semántico’, operando
en dos campos de referencia a la vez” (Dosse, F., Paul Ricoeur. Los sentidos de una vida (1913-
2005), op. cit., p. 394).
465
“Inspirándonos en una indicación dada hace mucho tiempo por Paul Ricoeur en Historia y
verdad, podríamos decir que lo que comienza a revelarse aquí es la estructura escatológica de
la razón” (Ladrière, J., “Herméneutique et épistémologie”, en: Greisch, J. – Kearney, R., Paul
Ricoeur. Les métamorphoses de la raison herméneutique. Paris: Les Éditions du Cerf, 1991, p.
105). Cfr. Gilbert, P., “Vérité scientifique et vérité phénoménologique. En lisant Jean Ladrière”,
en: Gregorianum, 87 (2006), p. 154.
466
Ladrière, J., L’espérance de la raison. Louvain: Peeters, 2004, p. 14.
467
Ibid., p. 17.
170
vez como una luz o un horizonte, tal y como fue planteado por Ricoeur: “es en la
intersección de perspectivas parciales que se va iluminando el campo de la
verdad o, lo que es lo mismo, el horizonte de interrogación en el que el itinerario
filosófico intenta ponerse de acuerdo y que, ofreciéndole el objeto mismo de su
interrogación más esencial, funda finalmente su posibilidad”468.
Razón y escatología, como bien se titula, comienza con una cita de Historia y
verdad que ya hemos recogido, y que sintetiza perfectamente esta temática
desde el punto de vista histórico: “La historia sigue siendo polémica, pero está
como iluminada por ese éschaton que la unifica y la eterniza sin poder ser
coordinado con la historia. Diré que la unidad de lo verdadero sólo es una tarea
intemporal porque es en primer lugar una esperanza escatológica”470.
468
Ibid.
469
Ibid., p. 105.
470
Ricoeur, P., Historia y verdad, op. cit., p. 70.
171
Paul Ricoeur hablaba del eschaton en el contexto de una reflexión sobre la
historia de la filosofía y sobre su posible unidad. Hay diversidad de sistemas,
variedad de corrientes, confrontación de tesis, o simplemente ignorancia
recíproca. Y, no obstante, hay una mirada (visée) común por cuyo intermedio se
comunican entre sí todos los pensamientos, una mirada que los hace en cierto
modo contemporáneos unos de otros. Pese a la diversidad, la oposición, la
distancia, la separación, hay una suerte de diálogo implícito que se prolonga
siempre entre las obras y entre quienes las han creado. En todo pensamiento
auténtico hay una mirada de lo verdadero, como una figuración parcial,
provisional y deficiente de lo que éste implica, de lo que invoca, de lo que exige.
Pero lo verdadero no es de naturaleza tal que pueda ser aprisionado en una
formulación, un sistema o una red conceptual. No puede ser determinado como
un objeto ideal captable, al estilo de una significación. No puede ser objeto de
una visión ni es figurable realmente. Es, sin embargo, lo que da sentido a la
empresa del pensamiento. Lo verdadero está presente, pero como sustraído; es
inspirador, pero está como fuera de alcance. Es... al modo de lo que siempre ha
de venir, actuando en el ahora, pero como lo lejano que se mantiene
inclasificable. La relación que se instaura con él no es una relación de evidencia,
ni siquiera —estrictamente hablando— de creencia, sino una relación de
esperanza.471
471
Ladrière, J., “Razón y escatología”, en: Areté, 3 (1991), pp. 299-300. Las cursivas son
nuestras.
472
Ibid., p. 320. Esto vale tanto para el pensamiento científico como también, por ejemplo, para
el pensamiento ético. “La ética sólo puede ser histórica al igual que los retos que enfrenta. En el
proceso, se va decantando un acumulado que permite que cualquier nuevo comienzo no sea a
partir de cero. Los acumulados orientan pero normalmente no bastan puesto que dejan
indeterminados ciertos sectores de la acción. Por ello, no tiene sentido la fidelidad a las escuelas
éticas cuando lo decisivo son los problemas. Las escuelas dan de sí lo que pueden dar: frente a
problemas que las desbordan se torna preciso una restricción de lo que les corresponde o de lo
que les es pertinente. Al parecer, esta situación podría explicarse por cuanto no solamente las
potencialidades humanas se van desplegando poco a poco en la acción, sino que también el
172
ya señalamos de algún modo— se trata de estudiar el proceso de constitución
de la razón, que es, al mismo tiempo, aquello que la razón misma es.
Y es así como, recorriendo una vez más las posibilidades de comprender este
proceso desde el origen o desde el final, llega a describir lo que se denomina la
“estructura escatológica de la razón”473. Ese eschaton, precisa Ladrière,
es esta lejanía que, en cierto sentido, no posee medida común con los
acontecimientos presentes, que no está situada al término de una serie de
momentos ni es realmente ubicable en un tiempo, pero que está actuando al
mismo tiempo en cada momento precisamente como objeto de esperanza. En
cada peripecia particular hay pues una inspiración que procede de él y que
transfigura ya lo ya-dado. Así es como tiene lugar la emergencia del sentido y la
emergencia de las figuras de la razón.474
173
Primero: “lo que ha de venir posee prioridad respecto de lo que se halla dado o
consumado en el presente”475. Se trata de una prioridad hermenéutica. Según la
“lógica” de la razón, como la expone Ladrière, su movimiento (o su camino) tiene
siempre como clave lo “por-venir”, la aspiración a esa unidad de la verdad a la
que ya hemos hecho tantas veces referencia en estos acápites. Esta prioridad
de “lo que ha de venir” la encuentra presente en las diversas formas de la razón
humana, que nunca llega a quedarse quieta o satisfecha con las objetivaciones
de su poder: es el motivo por el cual nos encontramos siempre ante un “avance”
del pensamiento y las ciencias476.
475
Ladrière, J., “Razón y escatología”, op. cit., p. 322.
476
“Este dominio de la racionalidad está animado por una dialéctica interna: el funcionamiento
de las objetividades constituidas hace aparecer ciertos bloqueos, que parecen limitarle
momentáneamente las posibilidades operatorias. La reactivación de este funcionamiento
requiere nuevas iniciativas, que deben venir de la razón como poder —lo que se podría llamar
en este contexto razón subjetiva, para distinguirla de la razón objetivada— y estas iniciativas se
traducen en una extensión de las posibilidades operatorias y en la construcción de nuevas
objetividades, que a su vez harán aparecer nuevos bloqueos, y así sucesivamente” (Ladrière, J.,
“La esperanza de la razón”, en: Studium. Filosofía y Teología, 1 (1998), pp. 12-13). “Ahora bien,
ese proceso de extensión de los campos operatorios por transformación de lo virtual en
efectividad, reacciona sobre la manera como la razón se percibe a sí misma y como mide sus
poderes. Estos procesos efectivos se perfilan siempre sobre campos de posibilidades que ellos
mismos suscitan por su extensibilidad. En relación a las objetividades efectivas estos campos
tienen el estatuto de horizontes” (ibid., p. 14). Vale la pena señalar que este artículo es la
traducción al español, con algunas ampliaciones, de una conferencia que fue dada con otro título,
con el que fue también publicada en francés: “Peut-on penser philosophiquement une
espérance?” (en Ladrière, J., L’espérance de la raison, op. cit., pp. 267-284). Cfr. Natale, M.R.,
“Ipotesi di metafisica: modello matematico, creazione, eschaton. Una lettura dell’opera di Jean
Ladrière”, en: Rivista di Filosofia Neo-Scolastica, 84 (1992), pp. 632-656.
477
Ladrière, J., “Razón y escatología”, op. cit., p. 322.
174
nuevo. Esto no quiere decir que todo sea nuevo, pero abre la posibilidad —
esencial para el avance de la ciencia y de la filosofía— a que se diga lo no dicho,
a que se explique de un modo nuevo lo que no había podido ser explicado antes.
Es interesante ver en la vida y en la reflexión de Paul Ricoeur (como también
probablemente en la de Ladrière) un cierto entusiasmo por la posibilidad de decir
“de otro modo” lo que no ha podido ser dicho todavía de manera adecuada.
Tercero: “la aparición de esta novedad es dirigida por un momento que se halla
delante de nosotros, en un lugar no identificable”478. Este “momento” o “lugar no
identificable” rector del itinerario de la razón es lo que podemos propiamente
llamar, como lo hace Ricoeur en La memoria, la historia, el olvido, “un lugar que
no es un lugar, mejor designado con el término de horizonte”479. Este horizonte,
según Ladrière, verdaderamente dirige el emerger de un sentido nuevo en el
avance de la razón480.
Cuarto: “este momento no actúa como causa final, sino como acontecimiento
que ha de venir, como peripecia discontinua respecto de lo que le habrá
precedido”481. El horizonte de la razón no la dirige en el sentido de una
causalidad final (telos), que debería mantener una cierta homogeneidad con
aquello que dirige. Más bien, el horizonte pertenece al orden de lo que acontece,
es un “acontecimiento” (événement). Afirma Ladrière en otro texto:
478
Ibid.
479
Ricoeur, P., La memoria, la historia, el olvido, op. cit., p. 539.
480
“Aunque actuando en el presente, esta realidad por venir permanece indeterminada. Funda
una exigencia, pero no a la manera de un plan que hay que realizar. Si tiene eficacia sobre lo
actual, es solamente en tanto que intención. Y en tanto que tal no está asegurada como lo están
las obras, en las cuales se refracta la virtud del «telos». Estas obras, por sí mismas, no son
suficientes para garantizar el movimiento efectivo hacia un cumplimiento. Este cumplimiento
puede ser concebido como una manifestación sin reserva, apoyándonos en el modelo de una
manifestación que permanece enigmática” (Ladrière, J., “La esperanza de la razón”, op. cit., p.
16).
481
Ladrière, J., “Razón y escatología”, op. cit., p. 322.
175
El campo escatológico se constituye por la introducción, en la estructura de la
anticipación, de un término que modifica profundamente su alcance sustituyendo
a lo indeterminado de lo que es solamente el lugar, en sí mismo sin contenido,
de eventos posibles, la determinación de una acontecionalidad (événementialité)
que refluye sobre la totalidad de la dimensión de la historicidad y le da como el
cumplimiento y la concreción de una efectividad en vías de instauración.482
Sexto: “todo acontecimiento que hace su aparición a lo largo del proceso se halla
él mismo constituido como acontecimiento por su relación con el acontecimiento
último”485. Hay una circularidad entre el proceso de la emergencia del sentido y
el destino mismo de la razón (su eschaton), en cuanto espacio o lugar que hace
posible el acontecimiento de esta emergencia. “Así pues, —afirma Ladrière—
sentido y razón se entrecruzan: la razón es el lugar en que emerge el sentido, y
482
Ladrière, J., “La esperanza de la razón”, op. cit., p. 10. Sobre esta temática en Ricoeur, se
puede ver: Delacroix, Ch., “Paul Ricœur et la question de la singularité et de l’unicité de
l’événement à l’épreuve de la Shoah”, en: Études Ricoeuriennes, 8 (2017), pp. 32-44; Dosse, F.,
“Le moment Ricoeur”, en: Vingtième Siècle. Revue d’histoire, 69 (2001), pp. 137-152.
483
Ladrière, J., “Razón y escatología”, op. cit., p. 322.
484
“De este modo, por un lado, el horizonte de la razón está presente como cualidad, visible en
las obras y las instituciones, por el otro, está presente como sobrepasando toda realización y
únicamente siempre como por venir. Pero aún en tanto que está solamente por venir, de todos
modos, es por mediación de las objetividades en las que se refracta, que ese horizonte se
anuncia” (Ladrière, J., “La esperanza de la razón”, op. cit., p. 16).
485
Ladrière, J., “Razón y escatología”, op. cit., p. 322.
176
la emergencia misma del sentido es aquello en razón de lo cual este lugar se
constituye”486.
Séptimo: “esta relación con el eschaton abre, en cada momento del proceso, una
suerte de espacio de confianza que da sentido a la acción y permite a la razón
el poder esperar”487. Llegamos aquí al corazón de la cuestión: lo último como
presente de algún modo en cada momento del proceso y la esperanza como
capacidad que surge de esta modalidad particular de presencia.
Dos rasgos caracterizan esta historicidad escatológica. Por una parte, está
atravesada por una tensión que orienta todo su desarrollo hacia un término
último, un momento de cumplimiento: los últimos tiempos, el éschaton. Y por otra
parte, hay un reflujo del por-venir sobre el presente, y por eso una cierta
contemporaneidad del éschaton y de lo actual. Esto sugiere que el éschaton no
es pura y simplemente un “después”, sino una especie de presente que
acompaña el devenir.488
486
Ibid., p. 300.
487
Ibid., p. 322.
488
Ladrière, J., “La esperanza de la razón”, op. cit., p. 10.
489
Ibid., p. 17.
177
3.2. La libertad desde la esperanza
Vouloir n’est pas créer: “querer no es crear”490. Con estas palabras cierra
Ricoeur, en 1948, el primer volumen de su filosofía de la voluntad. Su conclusión
es clara: la libertad del ser humano es “solamente humana”491, en el sentido de
que se encuentra constantemente limitada por las distintas formas de lo
involuntario. Esta limitación se va acentuando en la medida en que nos alejamos
de una “libertad que inaugura el ser” (en la decisión) y nos acercamos a “una
libertad que recorre la necesidad, que se subordina a la iniciativa de las cosas”
(en el consentimiento)492.
490
Ricoeur, P., Lo voluntario y lo involuntario, op. cit., p. 532. Se trata de una contraposición
directa a la expresión triunfante del Zaratustra nietzscheano: “El querer hace libres: pues querer
es crear: así enseño yo” (Nietzsche, F., Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie.
Madrid: Alianza Editorial, 1997, p. 290).
491
Ricoeur, P., Lo voluntario y lo involuntario, op. cit., p. 528.
492
Cfr. ibid.
493
Ibid., p. 529.
178
comprendemos en vacío, como ocurre con las ideas kantianas, reguladoras y no
constitutivas.494
494
Ibid., p. 530. “Paul Ricoeur ha desarrollado continua y consistentemente su filosofía dentro de
la profunda conciencia y sintonía con la filosofía kantiana de los límites, pero sin reducir su
filosofía a la de Kant. Este es el contexto de su reinterpretación creativa de la idea kantiana de
límite que, como tal, no ofrece un objeto de experiencia y no es constitutivo del conocimiento,
pero que puede cumplir un papel regulador en dirigir la razón hacia la totalidad y la culminación
con respecto a lo incondicionado” (Bourgeois, P.L. – Schalow, F., “Freedom, Finitude, and
Totality: Ricoeur and Heidegger”, en: Journal of the British Society for Phenomenology, 18 (1987),
p. 263).
495
Ricoeur, P., Lo voluntario y lo involuntario, op. cit., p. 121.
179
La imagen de lo ausente se nutre de esa extraña presencia que vale por una
ausencia pero que es una suerte de emisario adelantado de la misma; la imagen
en cuestión vale por ese afecto sensible, de carácter paradojal, en el vaivén de
la tensión y la posesión, necesitado y satisfecho, militante y triunfante; ella
“presentifica” su enigmática ambigüedad. […] Partiendo de esta función de
anticipación afectiva y de evaluación latente, es indispensable comprender el
poder de fascinar, de engañar, de decepcionar, que tiene la imaginación, y al
que ya hemos aludido. Esa imaginación donde se anuda el pacto de nuestra
libertad con nuestro cuerpo es asimismo el instrumento de nuestra esclavitud y
la ocasión de la falta.496
Nuestra libertad muestra, así, desde sus primeros momentos, ese carácter “sólo
humano” que le pertenece, al enfrentarse con la posibilidad de su fracaso en el
seguimiento de un deseo fruto de una imaginación engañosa.
496
Ibid., pp. 119-120.
497
Ibid., p. 227.
180
Esto se realiza a través de la mediación de nuestro cuerpo, que adquiere, así,
un papel fundamental en la “génesis de nuestros proyectos”498, en la medida en
que hace posible que seamos seres encarnados y situados en el mundo. Ya en
este punto tan inicial de la obra de Ricoeur vemos la importancia de mantener el
equilibrio entre un idealismo utópico desencarnado y una aceptación ideológica
de la realidad tal como se encuentra en el presente:
Las perspectivas más proféticas, las utopías más anticipantes, reclaman gestos
que al menos sean simbólicos, esbozos en miniatura, en suma una consagración
práctica por la cual el cuerpo las atraiga hacia su realización. Esos esbozos
reales son los que, brotando de una idea naciente, protegen constantemente la
juventud de la misma y hacen que la conciencia continúe su tarea inventiva.499
498
Ibid.
499
Ibid., p. 226. Con respecto a este camino de la voluntad y la libertad en relación con las
posibilidades de la persona humana que vive y actúa, son muy interesantes las reflexiones de
Roger Savage, que destaca el papel fundamental de la imaginación como “apuesta” por superar
los límites de la realidad: “La apuesta inherente a una escatología para la cual el proceso de
actualización de la libertad es la figura expresa del impulso liberador de la antropología filosófica
tiene, por tanto, sus anclajes prácticos en la capacidad de superar lo real desde dentro. […] Esta
trascendencia de lo real a través de las obras y acciones que abren nuevos caminos es la cifra
de una libertad distintivamente humana” (Savage, R.W.H., Paul Ricoeur’s Philosophical
Anthropology as Hermeneutics of Liberation. Freedom, Justice, and the Power of Imagination.
New York: Routledge, 2021, p. 96).
500
Ricoeur, P., Lo voluntario y lo involuntario, op. cit., p. 525.
181
En la conclusión de Lo voluntario y lo involuntario, nuestro autor insiste sobre el
carácter encarnado y contingente de nuestra libertad, que sería “a imagen del
absoluto por su indeterminación idéntica a su poder de determinarse a sí misma,
pero es distinta de lo absoluto por su receptividad”501. Esta contingencia y
limitación, según Ricoeur, están determinadas por la temporalidad propia de
nuestra humanidad:
501
Ibid., p. 530.
502
Ibid., p. 531.
503
Ibid., p. 489.
182
el “acto humano de existir”504, y que divide nuestra unidad. Aquí se trata de la
incompatibilidad radical entre la necesidad y nuestra libertad. Damos nuestro
consentimiento a aquello que se opone a la apertura infinita de nuestro ser: el
carácter, lo inconsciente, el fondo vital, y es una negación que se refiere a dos
polos, a saber, aquello que se opone a la libertad y la libertad misma como fuente
de negación:
504
Ibid., p. 487.
505
Ibid., p. 488.
506
Ibid., p. 511.
183
A pesar de esta ausencia —que ya hemos señalado antes—, encontramos
algunas pocas líneas que anticipan su proyecto, y que, con todo, nos permiten
profundizar un poco más en lo que nuestro autor concibe como libertad humana:
“Consentir no es en absoluto capitular si a pesar de las apariencias el mundo es
el teatro posible de la libertad. Afirmo: he aquí mi lugar, yo lo adopto; no cedo,
asiento [j’acquiesce]; está bien así; pues ‘todas las cosas concurren al bien de
aquellos que aman a Dios, de aquellos que son amados según su designio’”507.
La invocación de lo divino en este punto marca un claro paso más allá de la
psicología para Ricoeur, pero no un paso más allá de la filosofía: este “horizonte”
constituye más bien la condición de posibilidad de pensar reflexivamente una
libertad que diga que sí a pesar de todo lo que se opone a ella. Así —continúa
nuestro autor— “el consentimiento tendría su raíz ‘poética’ en la esperanza,
como la decisión la tiene en el amor y el esfuerzo en el don de la fuerza”508.
507
Ibid., p. 512.
508
Ibid.
509
Ibid., p. 525.
184
3.2.3. Unidad y separación en la voluntad según Kant
Durante los meses de setiembre y octubre del año 1967, Ricoeur dicta un curso
en la Universidad de Montreal, y lo dedica al “concepto filosófico de voluntad”510.
Allí realiza un recorrido histórico y especulativo del concepto, destacando el
pensamiento de algunos filósofos como Aristóteles, Agustín de Hipona,
Descartes, Kant y Hegel. Para los fines de nuestra investigación, es interesante
detenernos brevemente en algunos elementos que Ricoeur destaca de la
filosofía de Kant, y que parecen relevantes para la comprensión de la posición
misma de nuestro autor.
510
Cfr. Ricoeur, P., Le concept philosophique de volonté, 1967, CL10, Fonds Ricoeur
(https://bibnum.explore.psl.eu/s/psl/ark:/18469/6jqr).
511
Cfr. ibid., p. 54.
512
Ibid., p. 65.
185
colocado en el orden de los objetos, y por eso mismo “permite ver la unidad de
los elementos previamente escindidos”513:
513
Ibid., pp. 65-66.
514
Ibid., p. 66. “El horizonte de la unidad nunca se convierte en un tema filosófico en Kant. Todo
lo que escribe Kant sobre la unidad refuerza la escisión entre libertad y naturaleza. ¿Por qué?
Esta función arquitectónica sigue siendo una tarea (la unidad implica una idea límite), una ilusión
(se puede transformar esta tensión en un objeto) y una esperanza (que ni siquiera comienza la
constitución propia de la razón práctica)” (ibid.).
515
Cfr. Hall, W.D., Paul Ricoeur and the Poetic Imperative: The Creative Tension between Love
and Justice. New York: State University of New York Press, 2008, p. 25; Bourgeois, P.L. –
Schalow, F., “Freedom, Finitude, and Totality: Ricoeur and Heidegger”, op. cit., pp. 263-266.
516
Cfr. Ricoeur, P., Del texto a la acción. Ensayos de hermenéutica II, op. cit., pp. 230-231. A
esta “idea peligrosa” opone Ricoeur otra “tentación”, esta vez de cariz hegeliano: “en lugar de
buscar en la idea vacía de ley en general la contrapartida de una voluntad que, de otro modo,
sería arbitraria, Hegel busca en las estructuras sucesivas del orden familiar, luego económico,
finalmente político, las mediaciones concretas que faltaban en la idea vacía de ley” (Ibid., p. 234).
Según Ricoeur, a su vez, el problema con la idea hegeliana es que —por una hipostatización del
Estado— se pretende un “saber” en el orden ético y político: “todos los fanatismos poshegelianos
están contenidos in nuce en la idea de que el individuo se sabe en el Estado, que se sabe a sí
mismo en el Espíritu objetivo” (ibid., p. 237).
186
filosofía de los límites, que es al mismo tiempo una exigencia de totalización:
éste es, a mi entender, el garante filosófico del kerigma de la esperanza, la más
rigurosa aproximación filosófica de la libertad según la esperanza”517.
517
Ricoeur, P., El conflicto de las interpretaciones. Ensayos de hermenéutica, op. cit., p. 370.
518
Ibid.
519
Ibid., p. 371.
187
3.2.4. Libertad e iniciativa
520
Ricoeur, P., Del texto a la acción. Ensayos de hermenéutica II, op. cit., p. 246.
521
Ibid., p. 245. El elemento de las retenciones y protenciones del presente lo toma Ricoeur de
su lectura de las Lecciones sobre la conciencia interna del tiempo de Husserl. Si bien nuestro
autor no cita la obra de Husserl, la menciona al inicio de su ensayo —junto con otras referencias
a san Agustín, Kant, Bergson y Heidegger— como una de las obras que ha seguido al plantear
una “reflexión pura sobre el presente” (Ibid., p. 241). Un interesante resumen de este desarrollo
de Ricoeur “entre Husserl y Heidegger”, lo encontramos en Díez Fischer, F., “El tiempo según
Paul Ricoeur”, en: Escritos, 26 (2018), pp. 291-292.
522
“Al tomar como paradigma de la iniciativa el momento axial y fundador de hechos y sucesos,
Ricoeur reúne no sólo los diferentes tiempos ya observados sino también los elementos prácticos
que desencadenarán reales novedades en el curso del mundo. La palabra ‘comenzar’ expresa
bien este contexto de una resolución anticipativa acerca de algo que está orientado hacia el
porvenir tal como se da en el ámbito del obrar y del sufrir. ‘Comenzar’ significa dar a las cosas
un curso nuevo, o sea, producir una novedad, que anuncia una seguidilla de hechos o situaciones
y se abre a una nueva duración [durée] de tiempo determinada por la acción iniciada” (Begué,
M.-F., Paul Ricoeur: la poética del sí-mismo, op. cit., p. 108).
188
En primer lugar, es la iniciativa libre de una voluntad encarnada. Ya lo vimos
antes: nuestra libertad “solamente” humana se encuentra dentro de los límites
de un cuerpo que nos sitúa y que al mismo tiempo hace posible nuestro actuar
humano en el mundo. El “lugar propio” de la iniciativa, afirma Ricoeur, es la
carne: “El cuerpo propio, en este sentido, es el conjunto coherente de mis
poderes y de mis no poderes; a partir de este sistema de los posibles de carne,
el mundo se despliega como conjunto de utensilios rebeldes o dóciles, de
facilidades y de obstáculos”523. Cada vez que el ser humano dice yo puedo, está
poniendo en juego su cuerpo propio como el “mediador más originario entre el
orden del mundo y el curso de lo vivido”524.
En segundo lugar, la iniciativa humana es del orden del hacer, no del ver. Puede
ser comprendida solamente desde una teoría de la acción, no de la visión o
contemplación. Es más, afirma Ricoeur, “hacer suceder no es, en tanto tal, objeto
de observación; como agente de nuestra acción producimos algo que,
estrictamente hablando, no vemos”525. Aquí se muestra la resistencia de nuestro
autor ante la tentación de una “totalización” de la experiencia del mundo. En su
opinión, es imposible abarcar la acción y su horizonte de realización en un golpe
de vista: “el hacer hace que la realidad no sea totalizable”526.
523
Ricoeur, P., Del texto a la acción. Ensayos de hermenéutica II, op. cit., p. 249.
524
Ibid., p. 248.
525
Ibid., p. 249. “Es necesario invertir resueltamente el orden de prioridad entre ver y hacer, y
pensar el comienzo como acto de comenzar. Ya no lo que sucede, sino lo que hacemos suceder”
(ibid., p. 248).
526
Ibid., p. 249. “Entre la actitud de la observación y la actitud de agente, hay una continua
oscilación de cerrazón y apertura, que viene a sanear la tentación de detener el mundo en la
contemplación teórica de un sistema global. La iniciativa, precisamente, exige esta oscilación
entre una lectura interpretativa de las circunstancias que constituyen un mundo y la actitud
poiética que deriva del ‘yo puedo’ en tanto que agente de transformación de ese mismo mundo,
cerrado sólo provisoriamente. La acción rompe por exceso la concepción del mundo como visión
totalizada. Contemplar y transformar exigen dos momentos diferentes que se complementan. El
uno apunta a la detención en la teoría; el otro, al dinamismo de una poética” (Begué, M.-F., Paul
Ricoeur: la poética del sí-mismo, op. cit., p. 112).
189
En tercer lugar, como señala Ricoeur, “a menudo se ha examinado el interior de
las intenciones, de los motivos, olvidando que actuar significa ante todo operar
un cambio en el mundo”527. Esta especie de confianza en las posibilidades del
ser humano concreto es muy propia de nuestro autor. Como precisa Grondin,
“en Ricoeur la determinación histórica de la conciencia no viene solamente a
marcar el límite de la filosofía de la reflexión; viene a recordar la iniciativa que le
sigue siendo impartida al sujeto pese a todo”528. A diferencia de lo que ocurre en
el caso de Gadamer, Ricoeur
527
Ricoeur, P., Del texto a la acción. Ensayos de hermenéutica II, op. cit. p. 159.
528
Grondin, J., “De Gadamer a Ricoeur. ¿Es posible hablar de una concepción común de la
hermenéutica?”, en: Fiasse, G. (coord.), Paul Ricoeur. Del hombre falible al hombre capaz.
Buenos Aires: Nueva Visión, 2009, p. 51.
529
Ibid.
530
Begué, M.-F., Paul Ricoeur: la poética del sí-mismo, op. cit., p. 109.
190
precisamente por ciertos actos de habla, las enunciaciones (speech acts). No
hay allí un desvío artificial, sino una mediación legítima. [...] El actuar humano
está íntimamente ligado por reglas, normas, apreciaciones y en general por un
orden simbólico que ubica la acción en la región del sentido. Es necesario
considerar entonces la iniciativa desde el ángulo de la acción con sentido, lo cual
pasa por el lenguaje.531
531
Ricoeur, P., Del texto a la acción. Ensayos de hermenéutica II, op. cit., p. 250.
532
Ibid., p. 254.
533
Ibid., p. 256.
534
Ibid. “Por un lado, el presente histórico es, en cada época, el término último de una historia
acabada, a su vez hecho acabado y fin de la historia. Por otra, en cada época también el presente
es, —o, al menos, puede ser— la fuerza inaugural de una historia por hacer. El presente, en el
primer sentido, dice el envejecimiento de la historia y hace de nosotros personas que han llegado
tarde; en el segundo sentido, nos califica como los primeros que han llegado. Nietzsche hace así
inclinar la noción del presente histórico de lo negativo a lo positivo, procediendo de la simple
suspensión de lo histórico —por el olvido y la reivindicación de lo histórico— a la afirmación de
la ‘fuerza del presente’. Al mismo tiempo, inscribe en esta fuerza del presente el ‘impulso de la
esperanza’ —el hoffendes Streben—, lo que le permite proteger de la vituperación contra las
desventajas de la historia lo que sigue siendo ‘la utilidad de la historia para la vida’” (Ricoeur, P.,
Tiempo y narración. III: El tiempo narrado, op. cit., pp. 987-988).
191
más allá de la rudeza del propósito, es necesario escuchar una voz más baja
que celebra en la fuerza del presente el impulso de la esperanza”535.
535
Ricoeur, P., Del texto a la acción. Ensayos de hermenéutica II, op. cit., p. 256. Cfr. Cragnolini,
M.B., “El lugar de la historia en el pensamiento de Nietzsche”, en: Brauer, D. (ed.), La historia
desde la teoría. Volumen 2: Una guía de campo por el pensamiento filosófico acerca del sentido
de la historia y del conocimiento del pasado. Buenos Aires: Prometeo, 2009, pp. 139-154.
536
Ricoeur, P., El conflicto de las interpretaciones. Ensayos de hermenéutica, op. cit., pp. 373-
374.
537
Ibid., p. 374.
192
En estas reflexiones se vislumbra el motivo que impulsará la ética de Ricoeur
como continuación de su proyecto de una filosofía de la voluntad. Ya hablamos
—describiendo las distintas categorías de la esperanza— acerca de una lógica
de la “excedencia” y de la “sobreabundancia”: vemos esta misma perspectiva
aplicada a la libertad humana en acción, en cuanto apunta a una felicidad que
“no es obra nuestra”, sino que “se logra por añadidura”538 y se alcanza superando
la realidad misma del mal que amenaza.
El “reino de los fines” —que Kant usa como imagen de esa libertad realizada en
sus Fundamentos de la metafísica de las costumbres— es, para Ricoeur, un
ejemplo del modo como puede plantearse ese soberano bien de nuestra
libertad539. Se mantiene, como tal, en el orden del horizonte último, tal y como ya
lo venimos señalando: “he aquí lo que queremos de modo supremo, pero que lo
podamos tanto como lo queremos, que existamos según el deseo supremo, he
aquí algo que únicamente puede ser postulado. La libertad postulada es esta
manera de existir entre las libertades”540.
538
Ibid.
539
“A lo que Kant se refiere como el reino de Dios en su Religión [dentro de los límites de la mera
razón] está estrechamente relacionado (si no es idéntico) con lo que normalmente se refiere en
otros lugares como un ‘reino de los fines’. Explica que el término ‘reino’ se refiere a ‘la unión
sistemática de diferentes seres racionales [es decir, almas] a través de leyes comunes’. Un reino
de fines, por lo tanto, es una imagen de todas las almas humanas trabajando juntas por el bien
común, a través de su obediencia mutua a la ley moral. Aunque es ‘sólo un ideal’, es ‘un concepto
muy fructífero’, ya que puede impulsarnos hacia una realización más completa del bien supremo,
al igual que el ideal análogo de un ‘reino de la naturaleza’ puede conducirnos hacia una
comprensión científica más completa del mundo” (Palmquist, S., “‘The Kingdom of God Is at
Hand!’ (Did Kant Really Say That?)”, op. cit., p. 426).
540
Ricoeur, P., El conflicto de las interpretaciones. Ensayos de hermenéutica, op. cit., p. 376.
193
desplegar el aspecto temporal existencial del postulado de la libertad; diré: es la
dimensión de esperanza de la libertad misma.541
Como siempre, sin embargo, junto con la consideración de esta exigencia última
de nuestra libertad, nuestro autor insiste en la realidad del mal, realidad con la
que nuestra voluntad libre se confronta en su finitud. Siguiendo todavía a Kant
—ahora en su ensayo Sobre el mal radical—, Ricoeur introduce esta variable tan
determinante:
541
Ibid., p. 377.
542
Ricoeur, P., Finitud y culpabilidad, op. cit., p. 85.
543
Ibid., pp. 85-86.
194
del mal radical. La libertad real sólo puede surgir como esperanza más allá de
ese Viernes Santo especulativo y práctico.544
544
Ricoeur, P., El conflicto de las interpretaciones. Ensayos de hermenéutica, op. cit., p. 379.
Podemos leer aquí también una continuación de aquellas reflexiones acerca del “totalitarismo”
clerical y político, que aquí manifiestan no solamente su mentira sino su carácter de mal esencial:
“El mal verdadero, el mal del mal, no es la violación de una prohibición, la subversión de la ley,
la desobediencia, sino el fraude en la obra de totalización. En ese sentido, el mal verdadero sólo
puede aparecer en el campo mismo en el que se produce la religión, a saber, ese campo de
contradicciones y de conflictos determinado, por un lado, por la exigencia de totalización que
constituye la razón, a la vez teórica y práctica, y, por otro lado, por la ilusión que confunde al
saber, por el hedonismo sutil que vicia la motivación moral y, finalmente, por la malicia que
corrompe las grandes empresas humanas de totalización. La demanda de un objeto total de la
voluntad es, en el fondo, antinómica. El mal del mal nace en el lugar de esa antinomia. [...] Para
decirlo brevemente, la verdadera malicia del hombre aparece en el Estado y en la Iglesia, en
tanto instituciones de la reunión, de la recapitulación, de la totalización” (ibid., pp. 379-380).
545
Ricoeur, P., Finitud y culpabilidad, op. cit., p. 15. Aquí nuestro autor reconoce su deuda con
Jean Nabert sobre este punto en especial: “Ya en los Eléments pour une Éthique, la reflexión
sobre la culpa se incorporó a un proceso orientado hacia la toma de conciencia de «la afirmación
originaria» que me constituye más allá de todas mis elecciones y de todos mis actos singulares.
Ya se veía entonces que la confesión de la culpa es al mismo tiempo el descubrimiento de la
libertad” (ibid).
546
Ibid., p. 16.
547
Ibid.
195
Resumiendo: la libertad humana puede ser comprendida desde la esperanza
sólo al final de un itinerario en el que se muestra la dialéctica entre lo voluntario
y lo involuntario, que sitúa en la realidad nuestra capacidad de ser libres (la
libertad que “ya” somos), y a lo largo del cual también se pone en evidencia la
dinámica de tensión entre esa capacidad de nuestro ser y el horizonte de
realización última de nuestra libertad (su “todavía no”) en el que accedemos a
un bien supremo que viene a nosotros desde más allá de la precariedad del bien,
desde más allá del mal que hoy nos acucia: la felicidad misma548.
¿Será que en este punto crucial de la meditación de Ricoeur acerca del sentido
de la existencia humana encontraremos también algún índice de la perspectiva
que venimos llamando “escatológica”? Busquemos —en primer lugar— colocar
este planteamiento en su contexto metodológico y veamos si ya ahí podemos
encontrar alguna indicación para nuestra investigación.
548
Ya lo señalamos de pasada en el capítulo anterior al considerar la escatología de Ricoeur
presente en Finitud y culpabilidad: “considerada desde el punto de vista de las cosas últimas, [la
libertad] no es el poder de vacilar y de elegir entre los contrarios; tampoco es el esfuerzo, la
buena voluntad, la responsabilidad: tanto para san Pablo como para Hegel, es estar en casa, en
la totalidad, en la recapitulación de Cristo” (ibid., p. 301).
549
Para un desarrollo pormenorizado de esta temática en la obra de Ricoeur, analizada y vista
en el contexto de la propuesta antropológica de nuestro autor, se puede ver Quiceno Osorio,
J.D., La identidad narrativa según Paul Ricoeur. Hacia una hermenéutica de la persona humana.
Madrid: Dykinson, 2021.
196
3.3.1. Mediaciones y condición humana
Esta “abolición” de la reflexión por la reflexión misma no es, según Ricoeur, sino
“el desarrollo de una arqueología, una teleología y una escatología”552, es decir,
la opción metodológica de negar una autotransparencia radical del cogito para
recuperarlo a través de sus mediaciones y sus símbolos.
550
“Hay dos maneras de fundar la hermenéutica en la fenomenología. Hay una vía corta, de la
cual hablaré primero, y una vía larga, que propondré recorrer. La vía corta es la de una ontología
de la comprensión, a la manera de Heidegger. Llamo ‘vía corta’ a esta ontología de la
comprensión porque, al romper con los debates de método, se inscribe de entrada en el plano
de una ontología del ser finito, y reconoce en él el comprender no ya como un modo de
conocimiento, sino como un modo de ser. No se ingresa de a poco en esta ontología de la
comprensión; no se accede a ella gradualmente, profundizando las exigencias metodológicas de
la exégesis, de la historia o del psicoanálisis: nos transportamos en ella por una súbita inversión
de la problemática. La pregunta: ¿cuáles son las condiciones necesarias para que un sujeto
cognoscente pueda comprender un texto, o la historia misma?, se sustituye por esta otra
pregunta: ¿qué es un ser cuyo ser consiste en comprender? El problema hermenéutico se
convierte así en una región de la Analítica de ese ser, el Dasein, que existe al comprender”
(Ricoeur, P., El conflicto de las interpretaciones. Ensayos de hermenéutica, op. cit., p. 11).
551
Ibid., p. 16. Cfr. Ricoeur, P., Escritos y conferencias 2: Hermenéutica. México: Siglo XXI, 2012,
pp. 90-97.
552
Ricoeur, P., El conflicto de las interpretaciones. Ensayos de hermenéutica, op. cit., p. 27.
197
Como ya vimos en el capítulo anterior, Ricoeur no deja fuera la pregunta de si
es posible alcanzar, por esta vía, “una figura unitaria” o “una figura coherente del
ser que somos”553. Es explícito en dejar esta pregunta sin respuesta, señalando,
sin embargo, elementos que son indicativos de lo que podríamos llamar un cierto
carácter escatológico de la hermenéutica misma554.
553
Ibid.
554
Según Van Leeuwen, insistiendo en la terminología escatológica, Ricoeur “enfatiza la alteridad
radical de esta dimensión. No nos podemos aproximar por ningún ‘ensanchamiento gradual del
pensamiento reflexivo’, sino que a veces el ser humano puede experimentar que una Palabra,
Verdad, lo Sagrado, lo Totalmente Otro llega hacia él a través de los símbolos del lenguaje. Aquí
las dos palabras clave de la hermenéutica de Ricoeur obtienen todo su peso: pertenencia y
distanciamiento. En los símbolos de lo sagrado el ser humano experimenta que pertenece a una
dimensión de significado que es ‘el horizonte de [su] arqueología y el horizonte de [su] teleología’,
el horizonte de significado en el que la vida fue, es y será. Pero, como un horizonte, se mantiene
a distancia, más allá del alcance humano. Es el horizonte que ‘dona’ significado y que ‘invita’ a
siempre nuevas exploraciones y creaciones de significado” (Van Leeuwen, T.M., The Surplus of
Meaning: Ontology and Eschatology in the Philosophy of Paul Ricoeur. Amsterdam: Rodopi,
1981, p. 133).
555
Ricoeur, P., El conflicto de las interpretaciones. Ensayos de hermenéutica, op. cit., p. 27.
556
Evink, E., “Horizons of Expectation. Ricoeur, Derrida, Patočka”, op. cit., p. 306.
557
Ibid.
198
En segundo lugar, la referencia a la fragilidad de la meta misma: esta figura “en
la que se implantarían las interpretaciones rivales, no se da fuera del contexto
de la dialéctica de las interpretaciones”, ya que “la hermenéutica es insuperable
[indépassable]”558. Es aquí que encontramos la famosa imagen en la que nuestro
autor compara la ontología de la persona con la “tierra prometida” a Israel por
Dios, tierra que el mismo Moisés, sin embargo, nunca llego a tocar, sino
solamente pudo ver de lejos —en el horizonte— antes de abandonar este
mundo: “la ontología es la tierra prometida para una filosofía que comienza por
el lenguaje y por la reflexión; pero, como Moisés, el sujeto que habla y reflexiona
sólo puede percibirla antes de morir”559.
Allí nuestro autor recorre los tres ámbitos de la teoría del texto, la teoría de la
acción, y la teoría de la historia, señalando las problemáticas de una articulación
entre explicación y comprensión, y buscando “la idea de una dialéctica general
entre comprender y explicar”560, e intentando mostrar que no constituyen “los
558
Ricoeur, P., El conflicto de las interpretaciones. Ensayos de hermenéutica, op. cit., p. 27.
559
Ibid., p. 27. “Testigo privilegiado de nuestro tiempo, de sus sufrimientos y angustias, así como
de sus difíciles esperanzas, Ricoeur, en un famoso ensayo, ha caracterizado su reflexión
filosófica con la imagen de la «vía larga» que hay que recorrer con paciencia hasta el final,
enfrentando todos los obstáculos y todas las asperezas del camino, sacando partido de todas
las ocasiones de encuentro y debate. Él ha permanecido constantemente fiel a este estilo de
pensamiento, y nosotros quisiéramos seguirlo en este recorrido, al final del cual se entrevé la
«tierra prometida» de una ontología ya no «triunfante» sino más bien «militante y quebrada» que,
como Moisés, puede ser divisada desde lejos antes de morir por el sujeto que habla y reflexiona”
(Jervolino, D., Introduzione a Ricoeur. Brescia: Morcelliana, 2003, pp. 11-12).
560
Ricoeur, P., Del texto a la acción. Ensayos de hermenéutica II, op. cit., p. 151.
199
polos de una relación de exclusión, sino los momentos relativos de un proceso
complejo que se puede llamar interpretación”561.
561
Ibid., p. 150.
562
Ibid., p. 168.
563
Ibid.
564
Ibid. “De este triple análisis [del análisis textual, el conocimiento histórico y la teoría de la
acción] resulta que comprensión y explicación no se oponen como dos métodos. Estrictamente
hablando, la explicación, ella sola, es metódica. La comprensión es el momento no-metódico que
precede, acompaña y clausura la explicación. En ese sentido, la comprensión envuelve a la
explicación. En recompensa, la explicación desarrolla analíticamente la comprensión. Tal es la
proyección en el plano epistemológico de una implicación más profunda, en el plano ontológico
entre la pertenencia de nuestro ser a los seres y al ser, y el distanciamiento que vuelve posible
toda objetivación, toda explicación y toda crítica” (Ricoeur, P. Escritos y conferencias 2:
Hermenéutica, op. cit., p. 127).
200
Si la palabra “comprensión” tiene tal densidad es porque designa el polo no
metodológico, dialécticamente opuesto al polo de la explicación en toda ciencia
interpretativa y constituye al mismo tiempo el índice ya no metodológico sino
propiamente de verdad [veritatif] de la relación ontológica de pertenencia de
nuestro ser a los seres y al Ser. Esa es la rica ambigüedad de la palabra
“comprender”, que designa un momento en la teoría del método, lo que hemos
llamado el polo no metodológico, y también la aprehensión, en otro nivel
diferente del científico, de nuestra pertenencia al conjunto de lo que es.565
“¿Hacia qué ontología?” (Vers quelle ontologie?), es el título del último estudio
de Sí mismo como otro. En la formulación se evidencia ese carácter de horizonte
565
Ricoeur, P., Del texto a la acción. Ensayos de hermenéutica II, op. cit., p. 168.
566
No podemos dejar de encontrar una gran semejanza entre este concepto de “pertenencia” en
Ricoeur y el de “participación” en Marcel. Ambos conceptos buscan colocar la realidad última del
ser humano y del mundo más allá de cualquier explicación científica.
567
Es algo que Ladrière captó bastante bien cuando afirma que, para Ricoeur, la cuestión de la
hermenéutica es “el índice de una doble preocupación, por un lado la de no separar la
investigación interpretativa de la investigación explicativa, integrando en el arco hermenéutico
los métodos que producen la inteligibilidad de la práctica científica (en el sentido estricto del
término) y , por otro, la preocupación por colocar de nuevo la dinámica de la explicación, puesta
en juego por las ciencias, en el marco más amplio de una práctica hermenéutica capaz de sacar
el sentido de las prácticas operativas que subyacen a la investigación científica” (Ladrière, J.,
“Expliquer et comprendre”, en: Revault D’Allonnes, M. – Azouvi, F. (ed.), Cahiers de L’Herne.
Paul Ricoeur. Vol. 1. Paris: Points, 2007, pp. 75-76).
201
del que venimos hablando568 y que el mismo Ricoeur tenía muy claro desde que
se plantea el vínculo entre ontología y hermenéutica:
568
“Llevaría a una grave confusión pensar que el entrelazamiento de hermenéutica y ontología
consiste en que un buen día la hermenéutica, ya de cuerpo entero, se abre o gira a la ontología,
ya de cuerpo entero también (aunque por lo arcaico y ajado de su compostura más justo sería
hablar de cuerpo descompuesto, casi de cuerpo presente), para encontrar en ella un
«fundamento» en que descansar y reposar sus correrías efectuales de unos mundos a otros.
Como si al genuino y definitorio carácter metodológico y epistemológico (erkenntnistheoretisch)
de la hermenéutica se le añadiese o adjuntase un respaldo ontológico. Lo que sucede es justo
lo contrario: la hermenéutica (y en rigor lo hermenéutico) viene requerida e impuesta desde la
exigencia de lo real por mor de su menesterosa estructura ontológica” (Navarro Cordón, J.M.,
“Sentido y estatuto de la ontología hermenéutica”, en: Aranzueque, G., Horizontes del relato.
Lecturas y conversaciones con Paul Ricoeur. Madrid: Cuaderno Gris, 1997, pp. 241-242).
569
Ricoeur, P., El conflicto de las interpretaciones. Ensayos de hermenéutica, op. cit., p. 23.
570
Ibid.
571
Ricoeur, P., Escritos y conferencias 2: Hermenéutica, op. cit., p. 101.
202
Pero no es solamente una cuestión de método. Este aspecto, más bien, está en
correspondencia con el carácter propio de la realidad —del ser-interpretado—
como se va mostrando en las diversas etapas y regiones de la investigación572.
Así, para Ricoeur, “que haya un ámbito abierto, un espacio de promesa, que
pudiera constituir el sentido de lo real, no niega ni impide, antes bien exige, que
el territorio de la ontología lo constituya la realidad que somos como ser en el
mundo”573, realidad que —por su estructura y por las capacidades del discurso
especulativo— “no instituye ninguna de las referidas totalizaciones”574.
En este trabajo hemos vuelto, una y otra vez, sobre la noción de “apertura”
cuando nos referimos a la condición del existir humano, es decir, al modo
humano de estar en el mundo. Esta condición se revela —según Ricoeur— en
el lenguaje y en la acción, y muy especialmente en la capacidad humana de
narrarse575.
572
“Así, la teoría hermenéutica de Ricoeur llega finalmente al punto al que habían apuntado todos
sus rodeos. El poder del lenguaje para abrir un mundo (demostrado en el paradigma del texto),
el poder de revelar las estructuras profundas de la realidad (demostrado en la poética), está, en
última instancia, fundado en el poder del ser para revelarse a sí mismo al hombre” (Van Leeuwen,
T.M., The Surplus of Meaning: Ontology and Eschatology in the Philosophy of Paul Ricoeur, op.
cit., p. 132).
573
Navarro Cordón, J.M., “Sentido y estatuto de la ontología hermenéutica”, op. cit., p. 246.
574
Ibid. Las “totalizaciones” a las que hace referencia el autor son dos: la hegeliana y la
heideggeriana.
575
“La obra de Ricoeur, considerada en su conjunto, permanece marcada por el injerto de la
hermenéutica sobre la fenomenología y se nos presenta como una «fenomenología
hermenéutica», cuyo principio basilar está en esa palabra de Aristóteles que Ricoeur ama citar:
to on léghetai pollachós. En el darse del fenómeno gracias al poder revelador del lenguaje,
nosotros captamos los múltiples aspectos de la humanidad que es propia a los hombres que
actúan y que sufren” (Jervolino, D., Introduzione a Ricoeur, op. cit., p. 78).
203
3.3.3. La narración como paradigma de comprensión de la persona
576
Cfr. Dosse, F., Paul Ricoeur. Los sentidos de una vida (1913-2005), op. cit., pp. 549-558.
577
Ricoeur, P., Amor y Justicia. Madrid: Caparrós, 1993, p. 100. “¿Cómo hablar de la persona
sin el apoyo del personalismo? Por mi parte sólo veo una respuesta: consiste en dar un estatuto
epistemológico apropiado a lo que llamo, con Éric Weil, una «actitud»” (ibid., p. 99).
578
Cfr. ibid., pp. 99-100. Siguiendo en este punto a Paul-Ludwig Landsberg, Ricoeur señala los
siguientes elementos: “percibir mi situación como crisis, es no saber ya cuál es mi puesto en el
universo [...]. Percibirse como persona desplazada es el primer momento constitutivo de la
actitud-persona. Añadamos todavía más: ya no sé qué jerarquía estable de valores puede guiar
mis preferencias; el cielo de las estrellas fijas se desvanece. Diría más: no distingo claramente a
mis amigos de mis adversarios” (ibid., p. 100). Nuestro autor retomará esta idea de la crisis como
“factor permanente de la noción de persona”, vinculado a la condición histórica de un presente
desgarrado, al final del tercer volumen de Temps et récit (cfr. Ricoeur, P., Tiempo y narración.
III: El tiempo narrado, op. cit., p. 980).
579
Ricoeur, P., Amor y Justicia, op. cit., p. 101.
204
respecto al tiempo”580, un comportamiento de duración (opuesta al instante), y
más precisamente de “fidelidad a una dirección elegida”581. Es así como “la
intimidad, la interioridad, vuelve a adquirir sentido en la medida en que las
implicaciones espirituales están vinculadas a la capacidad de suspensión, de
retirada, de silencio, por la que hago balance de las fidelidades que me unifican
[rassemblent] y me confieren, como por añadidura, una identidad”582.
580
Ibid.
581
Ibid.
582
Ibid., pp. 101-102.
583
Ibid., p. 102. Será justamente siguiendo la línea de esta relación dialéctica entre identidad y
diferencia que Ricoeur articulará su filosofía del reconocimiento (cfr. Ricoeur, P., Caminos del
reconocimiento, op. cit.). “La filosofía de Paul Ricoeur se presta a la construcción de un concepto
de reconocimiento que sea capaz de gestionar y articular estas vastas experiencias entre sí, a
través de un movimiento en espiral que se eleva, siempre llevando la huella de los pasos dados
previamente hacia la apuesta real del reconocimiento: la persona. De hecho, con el gesto
ricoeuriano, el tema social y el tema político dentro del cual surgieron los estudios sobre el
reconocimiento de la contemporaneidad se reubican bajo el signo de la pregunta más antigua de
la filosofía reflexiva, al menos a partir de Sócrates: ‘¿quién soy yo?’” (Furia, P., Rifiuto, altrove,
utopia. Una fenomenologia estetica del riconoscimento nell’opera di Paul Ricoeur. Milano:
Mimesis, 2019, p. 353).
205
interioridad” como por “el reconocimiento y el amor de las diferencias”584. Y es
muy interesante que este horizonte, que invita a un compromiso en favor de
todos los hombres, sea planteado por nuestro autor sólo como una apuesta: “la
apuesta de que los avances del bien se acumulen, pero que las interrupciones
del mal no constituyan sistema”585. “Esto —concluye nuestro autor—, no puedo
probarlo. No puedo verificarlo; no lo puedo atestiguar si no es porque la crisis de
la historia se ha convertido en mi intolerable y si la paz —tranquilidad del orden—
se ha convertido en mi convicción”586.
En este texto, que es indicativo de las reflexiones que irán madurando en la obra
del filósofo francés en años posteriores, podemos observar la preocupación por
recuperar de un modo diverso la meditación sobre la persona y su identidad.
Diverso, por un lado, respecto a posturas que no tengan en consideración la
fragilidad, la falibilidad, y la situación de crisis, no sólo de la sociedad en sus
avatares históricos, sino sobre todo del ser humano en su existencia misma.
Diverso, por otro lado, respecto a quienes pretenden afirmar a la persona y a su
identidad como instancias ya dadas, confundiéndolas con la naturaleza humana
y sus facultades más altas, o dejando de lado la temporalidad y la alteridad como
determinantes de la constitución de esa identidad personal.
584
Ricoeur, P., Amor y Justicia, op. cit., p. 102.
585
Ibid., p. 103.
586
Ibid.
206
“formidable apuesta”587, es decir, como la realización concreta de un compromiso
fielmente mantenido, donde se irá revelando quién es ese ser humano que se
está comprometiendo, en un contexto de crisis y en medio de la pluralidad de las
diferencias.
Años más tarde, y siempre escribiendo para la revista Esprit, Ricoeur desarrolla
su conocida distinción entre la identidad idem, o “mismidad”, y la identidad ipse,
o “ipseidad”, cuya dialéctica constituye la respuesta a esa pregunta por el quién
(del lenguaje, de la acción, de la historia, de la ética), pero introduciendo “los
problemas vinculados a la consideración del tiempo en la constitución de la
persona”588.
587
Ibid.
588
Ibid., p. 120. El título del artículo es Approches de la personne, y fue publicado en el año 1990,
justo antes de la edición de Sí mismo como otro, obra de la que anticipa elementos esenciales.
Es importante destacar, sin embargo, que en 1986 Ricoeur dio una conferencia en la Facultad
de Teología de la Universidad de Neuchâtel, titulada “La identidad narrativa”, en la que ya
proponía su distinción entre los dos sentidos de la palabra “identidad”. Aquí encontramos el
reconocimiento de “las aporías que se encuentran vinculadas a una reflexión presuntamente
inmediata sobre lo que acabamos de llamar «historia de una vida»” (Ricoeur, P., Historia y
narratividad, op. cit., p. 217), así como exploraciones muy interesantes sobre la mediación que
puede ofrecer la configuración de la trama de un relato para la autocomprensión de la persona
humana.
589
Ricoeur, P., Amor y Justicia, op. cit., p. 121.
590
Ibid.
207
necesidad de llegar a decir “quiénes somos” a través de una dialéctica entre las
dos dimensiones ya señaladas de la identidad.
591
Ibid. “Podemos decir que la hermenéutica ricoeuriana de la identidad personal se origina
justamente a partir de la consideración de la ipséité, es decir, a partir del carácter reflexivo e
indirecto a través del cual el sujeto se comprende a sí mismo como agens” (Valentini, T., “I
concetti di persona ed homo capax nella prospettiva ermeneutica di Paul Ricoeur”, en: Id. (ed.),
Soggetto e persona nel pensiero francese del Novecento. Roma: Riuniti, 2011, p. 171).
592
Ricoeur, P., Amor y Justicia, op. cit., p. 121. Según Ricoeur —que sigue aquí a Aristóteles—,
“la narración imita a la acción y organiza los elementos del relato en una intriga que permite dar
una identidad al personaje de la narración por transferencia a este último de la identidad de la
historia. La dialéctica entre identidad y mismidad resulta viva en este punto, puesto que la
narración permite pensar las variaciones en el propio seno de la identidad, que impide asimilarla
con la mismidad” (Thomasset, A., “En el centro de la tensión ética: narratividad, teleología,
teonomía”, en: Fiasse, G. (coord.), Paul Ricoeur. Del hombre falible al hombre capaz, op. cit., p.
93).
208
en el mismo sentido que la acción contada”593. Ya varios años antes, Ricoeur
había indicado este camino de aproximación a la propia identidad por la vía
narrativa, siguiendo de cerca el pensamiento de Hanna Arendt:
593
Ricoeur, P., Amor y Justicia, op. cit., p. 121. En esto nuestro autor se acerca bastante a las
ideas que desarrolló antes que él Hannah Arendt en The Human Condition, obra que Ricoeur
traduce al francés. Allí, Arendt señala la dimensión narrativa como el lugar de la revelación del
“quién” de la acción en medio del entramado (web) de las relaciones humanas: “Sólo podemos
saber quién es o era alguien conociendo la historia de la que es su héroe, su biografía, en otras
palabras; todo lo demás que sabemos de él, incluyendo el trabajo que pudo haber realizado y
dejado tras de sí, sólo nos dice qué es o era. Así, aunque sabemos mucho menos de Sócrates,
que no escribió una sola línea, que de Platón o Aristóteles, conocemos mucho mejor y más
íntimamente quién era, debido a que nos es familiar su historia (story), que Aristóteles, por
ejemplo, sobre cuyas opiniones estamos mucho mejor informados” (Arendt, H., La condición
humana. Buenos Aires: Paidós, 2003, p. 210). Cfr. Di Pego, A., Política y filosofía en Hannah
Arendt. Buenos Aires: Biblos, 2016; Bragantini, A., “Identité personnelle et narration chez Paul
Ricoeur et Hanna Arendt”, en: Lo Sguardo – Rivista di filosofia, 12 (2013), pp. 135-149.
594
Ricoeur, P., Tiempo y narración. III: El tiempo narrado, op. cit., p. 997. “El concepto de
‘identidad narrativa’ es quizás el principal resultado de la teoría narrativa del tiempo de Ricoeur;
es nuestra ruta alternativa para alcanzar la autonomía (y, quizás, la única ruta, si consideramos
que el sustancialismo metafísico es imposible). Esta ‘autonomía’, la autonomía para narrar la
propia historia de vida, realiza una mezcla de ficción histórica y de historia ficcional. Conecta el
acto hermenéutico de interpretación con nuestra experiencia de temporalidad existencial. De ese
modo, nuestro conocimiento del mundo y nuestro conocimiento de nosotros mismos coinciden”
(De Leeuw, M., Paul Ricoeur’s Renewal of Philosophical Anthropology, op. cit., p. 56).
209
Algo sobre lo que quizás se insiste demasiado poco —y que sin embargo nos
coloca en la línea de la presente investigación—, es que esta propuesta de
Ricoeur está en perfecta consonancia con una recuperación de la temática
antropológica, tan presente en sus primeros escritos relativos a la voluntad, a
partir de la consideración del ser humano como “ser capaz de”, coordinando
además esta capacidad con el sentido eminentemente “productivo” que tiene la
noción de conatus de Spinoza.
595
Ricoeur, P., Sí mismo como otro, op. cit., p. 349.
596
Ibid., p. 350, cursivas nuestras.
597
Ibid., p. 340. En esta obra Ricoeur explicita que encuentra en la noción spinoziana de conatus
ese “enlace entre la fenomenología del sí que actúa y que sufre, y el fondo efectivo y poderoso
sobre el que se destaca la ipseidad” (ibid., p. 349).
210
Esta condición es escatológica en el sentido que le venimos dando a esta
palabra, de modo coherente con el planteamiento de Ricoeur, sobre todo según
lo que ya analizamos en el epílogo de La memoria, la historia, el olvido. Nos
permitimos hacer aquí una síntesis, que nos conduce a un punto conclusivo de
la presente investigación.
598
Ibid., p. 350.
599
Anderson, P.S., “From Ricoeur to Life: ‘Living Up to Death’ with Spinoza, but also with
Deleuze”, en: Mei, T.S. – Lewin D. (ed.), From Ricoeur to Action: Socio-Political Significance of
Ricoeur’s Thinking. London – New York: Continuum, 2012, p. 22.
600
Ricoeur, P., Sí mismo como otro, op. cit., p. 351.
211
Ya hemos expuesto antes el debate que nuestro autor instaura con Heidegger
acerca del fin del Dasein y su “destino al acabamiento”601. Insistimos ahora en la
solución que ofrece al problema: “El júbilo fomentado por el deseo —que yo
asumo— de permanecer vivo hasta… y no para la muerte, ¿no hace resaltar,
por contraste, el lado existencial, parcial e inevitablemente parcial, de la
resolución heideggeriana ante el morir?”602. Se trata de un comentario a la
famosa proposición 67 de la Ética de Spinoza, donde afirma que “el hombre libre
en ninguna cosa piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es meditación
de la muerte, sino de la vida”603.
Esa vida humana es también objeto de una filosofía que tenga la capacidad de
permanecer abierta a un sentido que la excede. Sabemos que Paul Ricoeur no
llegó nunca a escribir el tercer volumen de su “filosofía de la voluntad”, el cual
601
Ricoeur, P., La memoria, la historia, el olvido, op. cit., p. 468.
602
Ibid., p. 469.
603
Spinoza, B., Ética demostrada según el orden geométrico. Madrid: Trotta, 2000, p. 228.
604
La regla de este vivir, en la medida en que se dirige al bien, la especifica Ricoeur cuando
enriquece desde la dimensión narrativa su propuesta ética, es decir, la articulación de la acción
de la persona desde su ethos: “estima de sí, solicitud por el otro, deseo de vivir en instituciones
justas” (Ricoeur, P., Amor y Justicia, op. cit., p. 124).
212
debía ser dedicado a una “poética de la voluntad”. Ahora quizás podamos, en
cierta manera, entender por qué esa obra debía permanecer inconclusa:
605
Brezzi, F., Introduzione a Ricoeur. Roma-Bari: Laterza, 2006, p. 70.
213
CONCLUSIONES
Estas líneas del poema Ítaca, de Constatino Cavafis, evocan una realidad que
cada uno puede reconocer en la propia experiencia: nos sabemos siempre en
camino hacia algún “lugar” que conocemos como nuestro hogar, un destino final
de paz y reposo, que es al mismo tiempo aquello que da sentido a todas esas
“aventuras”, llenas de dificultades y fragilidades, que configuran nuestra vida.
Nos parece que se trata de una hermosa metáfora de ese eschaton al que le
hemos seguido el rastro en la filosofía de Paul Ricoeur: realidad última y distante,
pero siempre presente y actuante como horizonte de nuestra vida y acción.
Al final de nuestro recorrido por la obra del filósofo francés en busca de aquellos
elementos que puedan poner de manifiesto esta aproximación “escatológica” en
su reflexión filosófica, nos parece que ya estamos en la capacidad de reunir en
algunos pensamientos conclusivos y sintéticos los resultados más importantes
de nuestra investigación.
214
Ricoeur se coloca, así, en una extendida línea de pensamiento —a la que hemos
hecho referencia en nuestro primer capítulo— que no excluye de su reflexión lo
que podría constituir un “sentido último” de la vida y la existencia humanas. En
esa primera fase de nuestra investigación hemos tratado de poner en evidencia
que la preocupación por comprender al ser humano desde lo que se encuentra
“más allá” de su vida terrena ha sido una constante. La hemos encontrado —con
distintas formas y acentos— tanto en la reflexión bíblica judeocristiana como en
el pensamiento griego antiguo, así como también en la filosofía contemporánea,
en autores tan cercanos a Ricoeur como Heidegger y Levinas.
215
Otra conclusión de nuestra investigación es la imagen de la racionalidad humana
y de su tensión hacia la verdad que emerge del conjunto de la obra ricoeuriana.
El planteamiento del filósofo francés articula diversas instancias para mostrar de
modo coherente cómo el pensamiento humano se despliega: en la fragilidad de
la polémica, pero apuntando hacia una unidad que permanece siempre presente
como horizonte. Según Ricoeur, todos los intentos fecundos del pensamiento se
mantienen siempre en esta dialéctica escatológica: la verdad no puede ser
aferrada por nadie —no es posible decir que “la tenemos” en algún momento,
sino que más bien somos nosotros los que esperamos encontrarnos “en ella”—,
pero, al mismo tiempo, el camino sincero de la razón conduce a la búsqueda de
una unidad válida para todos. Esto tiene consecuencias en la concepción de la
filosofía y de su historia, así como en el ámbito de la formación de las personas,
de la reflexión sobre las culturas y sus posibles encuentros, e incluso en el
desarrollo de las ciencias, como testimonia la obra de Jean Ladrière.
216
en cada una de las acciones en las que la voluntad personal se hace concreta,
e incluso hace posible la dinamización de estas acciones mismas. Según Paul
Ricoeur, el sentido de una acción no está solamente en su finalidad (mediata o
inmediata), sino que se revela en la fidelidad de una vida a aquella dicha última
que se mantiene en el horizonte y que sería la fuente de toda posibilidad abierta
para la persona.
217
Se abre aquí un camino de reflexión antropológica que —a nuestro entender—
permanece todavía bastante inexplorado y que la obra de Ricoeur podría alentar
de modo fecundo, a saber, la de una meditación sobre la persona humana y sus
dinámicas fundamentales en la que se le busque comprender a partir de aquello
que hemos llamado aquí “lo último”: la realización de la persona humana no sólo
como “naturaleza acabada” (teleológicamente) sino sobre todo como ser que se
encuentra más allá de esa misma naturaleza (escatológicamente), ser personal
nunca acabado del todo, siempre en tensión hacia una plenitud de vida propia
que permanece en el horizonte, pero que modela dinámicamente esa misma
existencia actual.
Como hemos podido mostrar analizando sus reflexiones sobre la verdad y sobre
la libertad, así como profundizando su propuesta interpretativa de la identidad
humana a través de una mediación narrativa, lo que hace Ricoeur va más allá
de una propuesta de “tensiones” dialécticas. Lo interesante es que busca un
camino para permanecer fiel a esa polaridad propia de la realidad, que muchas
veces llega a auténticas aporías sin solución, pero mostrando al mismo tiempo
que la vida humana y sus distintas facetas excede esos límites. Y esto porque la
vida de la persona es así: exige una unidad, una plenitud, una realización, una
afirmación de su ser, todo esto a pesar de su fragilidad y precariedad. Pero esas
exigencias permanecen en calidad de horizonte, en esperanza, como eschaton
que llegará al final de todo, pero cuyos “signos” deben ser acogidos e integrados
en la vida. Parte fundamental de la tarea hermenéutica de la filosofía —según
Ricoeur— será justamente la búsqueda de comprensión del sentido de dichos
signos en medio del acontecer histórico que conforma nuestro mundo de la vida
personal y comunitario.
218
Esto no significa, sin embargo, que esta dimensión escatológica no sea actuante
y real, como ya lo hemos evidenciado. Es más, podemos decir que el horizonte
último de la verdad, de la libertad, de la identidad de la persona, constituye para
nuestro autor aquello que hace posible una vida auténticamente humana, en
cuanto moviliza las fuerzas éticas (racionales y libres) del ser que somos para
proponer una vida que valga la pena ser vivida con los demás, una vida justa y
feliz.
219
BIBLIOGRAFÍA
Bibliografía primaria
Ricoeur, P., “Le concept philosophique de volonté”, 1967, CL10, Fonds Ricoeur
(https://bibnum.explore.psl.eu/s/psl/ark:/18469/6jqr).
Ricoeur, P., Freud: una interpretación de la cultura. México D.F.: 8a ed., Siglo
XXI, 1990.
Ricoeur, P., Del texto a la acción. Ensayos de hermenéutica II. México D.F.: 2a
ed., Fondo de Cultura Económica, 2002.
220
Ricoeur, P., Finitud y culpabilidad. Madrid: Trotta, 2004.
Ricoeur, P., Caminos del reconocimiento. Tres estudios. México D.F.: Fondo de
Cultura Económica, 2006.
Ricoeur, P., Vivo hasta la muerte. Seguido de Fragmentos. Buenos Aires: Fondo
de Cultura Económica, 2008.
Ricoeur, P., Tiempo y narración. III: El tiempo narrado. México D.F.: Siglo XXI,
2009.
Ricoeur, P., Ser, esencia y sustancia en Platón y Aristóteles. México D.F.: Siglo
XXI, 2013.
Ricoeur, P., Historia y verdad. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2015.
Ricoeur, P., Sí mismo como otro. México D.F.: Siglo XXI, 2020.
221
Ricoeur, P., Gabriel Marcel e Karl Jaspers. Filosofia del mistero e filosofia del
paradosso. Roma: TAB, 2021.
Ricoeur, P. – Marcel, G., Per un’etica dell’alteritá. Sei colloqui. Roma: Lavoro,
1998.
Bibliografía secundaria
Abel, O., “Prefacio”, en: Ricoeur, P., Vivo hasta la muerte. Seguido de
Fragmentos. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2008, pp. 9-23.
Agís Villaverde, M., “El sentido del ser interpretado”, en: Valdés, M.J. (coord.),
Con Paul Ricoeur. Indagaciones hermenéuticas. Barcelona: Azul Editorial, 2000,
pp. 91-114.
Albinus, L., The House of Hades. Studies in Ancient Greek Eschatology. Aarhus:
Aarhus University Press, 2000.
Ales Bello, A., “Teleology as «the form of all forms» and the inexhaustibility of
research”, en: Analecta Husserliana, 9 (1977), pp. 337-351.
Anderson, P.S., “From Ricoeur to Life: ‘Living Up to Death’ with Spinoza, but also
with Deleuze”, en: Mei, T.S. – Lewin D. (ed.), From Ricoeur to Action: Socio-
Political Significance of Ricoeur’s Thinking. London – New York: Continuum,
2012, pp. 19-32.
222
de Magíster en Filosofía. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, Escuela
de Posgrado, 2014.
Barth, K., Carta a los Romanos. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2022.
Begué, M.-F., Paul Ricoeur: la poética del sí-mismo. Buenos Aires: Biblos, 2002.
Blain, J., “Entrevista a Paul Ricoeur”, en: Historia, Antropología y Fuentes Orales,
30 (2003): pp. 53-60.
Bloch, E., Das Prinzip Hoffnung. Bände 1-3. Berlin: Aufbau Verlag, 1954-1959.
Bourgeois, P.L. – Schalow, F., “Freedom, Finitude, and Totality: Ricoeur and
Heidegger”, en: Journal of the British Society for Phenomenology, 18 (1987), pp.
263-271.
Bussanich, J., “Rebirth Eschatology in Plato and Plotinus”, en: Adluri, V. (ed.),
Philosophy and Salvation in Greek Religion. Berlin: De Gruyter, 2013, pp. 243-
288.
223
Calle Madrid, C.A., “El Hades en la filosofía antigua: el punto de vista de Platón”,
en: Id., El inconsciente y los sueños: correspondencia con el Hades griego.
Bogotá: Universidad Cooperativa de Colombia, 2016, pp. 41-58.
Cragnolini, M.B., “La vida ‘da que pensar’. El otro, la muerte, la vida”, en: Revista
Latinoamericana de Filosofía, 32 (2006), pp. 273-286.
Díez Fischer, F., “El tiempo según Paul Ricoeur”, en: Escritos, 26 (2018), pp.
283-318.
Di Pego, A., Política y filosofía en Hannah Arendt. Buenos Aires: Biblos, 2016.
224
Dosse, F., “Le moment Ricoeur”, en: Vingtième Siècle. Revue d’histoire, 69
(2001), pp. 137-152.
Dosse, F., Paul Ricoeur. Los sentidos de una vida (1913-2005). Buenos Aires:
Fondo de Cultura Económica, 2013.
225
Flynn, G. – Murray, P.D. (ed.), Ressourcement. A Movement for Renewal in
Twentieth-Century Catholic Theology. Oxford: Oxford University Press, 2012.
Furia, P., Rifiuto, altrove, utopia. Una fenomenologia estetica del riconoscimento
nell’opera di Paul Ricoeur. Milano: Mimesis, 2019.
Gazis, G.A., “Beyond the Stream of the Ocean. Hades, the Aethiopians and the
Homeric eschata”, en: Marlow, H. – Pollmann, K. – Van Noorden, H., Eschatology
in Antiquity. Forms and Functions. New York: Routledge, 2021, pp. 105-116.
Gibu Shimabukuro, R., “El Judaísmo de Levinas. Réplica a Jorge Medina”, en:
Open Insight, 4 (2013), pp. 99-113.
Gowan, D.E., Eschatology in the Old Testament. New York: 2a ed., T&T Clark,
2000.
Grondin, J., “De Gadamer a Ricoeur. ¿Es posible hablar de una concepción
común de la hermenéutica?”, en: Fiasse, G. (coord.), Paul Ricoeur. Del hombre
falible al hombre capaz. Buenos Aires: Nueva Visión, 2009, pp. 35-56.
Hall, W.D., Paul Ricoeur and the Poetic Imperative: The Creative Tension
between Love and Justice. New York: State University of New York Press, 2008.
226
Heidegger, M., Gesamtausgabe. Band 5: Holzwege. Frankfurt am Main:
Klostermann, 1977.
Jaeger, W., La teología de los primeros filósofos griegos. México D.F.: Fondo de
Cultura Económica, 1952.
Jean, G., “La croisée des temps et le paradoxe de l’espérance”, en: Leclercq, J.
– Lavigne, J.-F., Espérer: Études de phénoménologie. Louvain-la-Neuve:
Presses universitaires de Louvain, 2015, pp. 59-73.
227
Ladrière, J., “La esperanza de la razón”, en: Studium. Filosofía y Teología, 1
(1998), pp. 5-28.
Long, A., “Plato’s Myths, the Soul and its Intra-Cosmic Future”, en: Marlow, H. –
Pollmann, K. – Van Noorden, H., Eschatology in Antiquity. Forms and Functions.
New York: Routledge, 2021, pp. 144-155.
Magris, A., “Visioni escatologiche nel mondo greco e tardo-antico”, en: Ciancio,
C. – Pagano, M. – Gamba, E. (ed.), Filosofia ed escatologia. Milano: Mimesis,
2017, pp. 61-86.
228
Magris, A., “L’‘escatologia’ in Nietzsche e Heidegger”, en: Ciancio, C. – Pagano,
M. – Gamba, E. (ed.), Filosofia ed escatologia. Milano: Mimesis, 2017, pp. 371-
409.
Marshall, I.H. – Millard, A.R. – Packer, J.I. – Wiseman, D.J., Dizionario Biblico
GBU. Roma: Edizioni GBU, 2008.
Nietzsche, F., Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie. Madrid:
Alianza Editorial, 1997.
229
Nocke, F.-J., Escatologia. Brescia: 2a ed., Queriniana, 2013.
O’Callaghan, P., “Hope and Freedom in Gabriel Marcel and Ernst Bloch”, en: Irish
Theological Quarterly, 55 (1989), pp. 215-239.
Palmquist, S., “‘The Kingdom of God Is at Hand!’ (Did Kant Really Say That?)”,
en: History of Philosophy Quarterly, 11 (1994), pp. 421-437.
Pozo, C., Teología del más allá. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1968.
Purcell, S., “Hermeneutics and Truth: From Aletheia to Attestation”, en: Davidson,
S., – Vallée, M.-A., Hermeneutics and Phenomenology in Paul Ricoeur. Between
Text and Phenomenon. Switzerland: Springer, 2016, pp. 175-195.
Quiceno Osorio, J.D., La identidad narrativa según Paul Ricoeur. Hacia una
hermenéutica de la persona humana. Madrid: Dykinson, 2021.
Renzi, A., Pensare la soggetività pratica. Percorsi tra Ricoeur e Fiichte. Napoli:
Istituto Italiano per gli Studi Filosofici Press, 2020.
230
Ruiz de la Peña, J.L., La pascua de la creación. Escatología. Madrid: Biblioteca
de Autores Cristianos, 1996.
Spinoza, B., Ética demostrada según el orden geométrico. Madrid: Trotta, 2000.
231
Van Leeuwen, T.M., The Surplus of Meaning: Ontology and Eschatology in the
Philosophy of Paul Ricoeur. Amsterdam: Rodopi, 1981.
White, E., “Between Suspicion and Hope: Paul Ricoeur’s Vital Hermeneutic”, en:
Literature and Theology, 5 (1991), pp. 311-321.
232