Sesión 18 (La Tradición Semita)
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Sesión 18 (La Tradición Semita)
Sesión 18.
Unidad 5. El imaginario literario occidental: orígenes, temas y formas.
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Para esta sesión sigo preferentemente a TREBOLLE BARRERA, Julio (2008), Imagen y palabra de un
silencio. La Biblia en su mundo, Madrid, Trotta, con la inserción de otras referencias complementarias.
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Teorías del Imaginario y Psicocrítica. Grado en Literatura General y Comparada.
Luis Martínez-Falero. Facultad de Filología, UCM.
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Teorías del Imaginario y Psicocrítica. Grado en Literatura General y Comparada.
Luis Martínez-Falero. Facultad de Filología, UCM.
Solo la crisis de las ciudades con la caída del imperio romano y las invasiones bárbaras
en el alto Medievo hicieron del cristianismo una religión de “pagos” o aldeas. “Pagana”
era entonces la población agrícola todavía no cristianizada. Pero en sus primeras décadas
el cristianismo era ya “casi por completo una religión urbana”, que alcanzó su apogeo en
las grandes urbes de Antioquía, Alejandría, Corinto, Cartago o Roma y, durante la Edad
Media, en “burgos” que, para ser tales, precisaban disponer de una catedral, además de
murallas y juzgado.
El judaísmo tuvo sus primeros centros en Jerusalén, Babilonia, Alejandría o Bagdad. La
población y la sociedad del Israel antiguo estaba constituida por tres componentes que se
necesitaban mutuamente: el seminómada o caravanero, el agrícola y el urbano. Los
beduinos aseguraban el comercio y aportaban a los sedentarios su excedente de ganado
menor. Los estudios sobre el nomadismo en Mari han dado a conocer un tipo de “sociedad
dimorfa”, caracterizada por un régimen de vida a caballo entre el desierto y la tierra
cultivable, entre la vida nómada y la agrícola. Así, los patriarcas bíblicos aparecen
rodeados de rebaños de ovejas y de mulos de carga, pero se mueven entre aldeas y
ciudades. Abraham da muestras de estar habituado a la vida urbana cuando, en la plaza
pública a la entrada de Hebrón, compra un terreno para la tumba de su esposa Sara, con
evidente deseo de perpetuar su memoria en esa ciudad.
Las ciudades cananeas se extendían por la llanura cuando en la montaña no había todavía
población agrícola. Aunque las tradiciones patriarcales recibieron forma en una época
posterior y los relatos sobre Abrahán, Isaac y Jacob pueden ser retroproyecciones a un
pasado idealizado, no cabe duda de que Israel contaba con antecedentes nómadas, al igual
que los pueblos vecinos de los reinos arameos y de Transjordania. El asentamiento de
poblaciones seminómadas y su conversión en agricultores ha sido un fenómeno que ha
perdurado hasta la época moderna; es aquí quizá donde nacería el relato de Caín y Abel,
como el enfrentamiento entre agricultores y pastores que necesitan desplazarse con sus
rebaños en busca de pastos2.
Las de cananeos a la zona del Delta contribuyeron al dominio de los hicsos en Egipto,
como el ir y venir de hapiru (h-p-r) entre Canaán y Egipto fue el medio en el que
aparecieron los hebreos (h-b-r). El acento en lo autóctono que caracteriza a la
investigación actual no alcanza a explicar crisis tales como la del hundimiento de las
ciudades en Palestina a finales del Bronce Antiguo. Lo ocurrido entonces parece exigir la
2
FINKELSTEIN, Israel y Neil A. SILBERMAN (2001), La Biblia desenterrada, Madrid, Siglo XXI, 2003,
p. 49.
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hipótesis de una inmigración procedente del Norte, de la llanura costera del Líbano y de
Siria, que contribuyó a conformar la cultura material de la nueva época —Bronce Medio
II A—, la cual marca el inicio de la civilización cananea del segundo milenio. Al proceso
de abandono de las ciudades acompañaba una vuelta a formas de vida nómadas.
La transformación social en torno al año 1200 a.C. en la montaña de Judea en el Sur y de
Samaría en el Norte, escasamente pobladas hasta entonces y alejadas de las ciudades
cananeas de las zonas llanas, surgieron de pronto unas doscientas cincuenta comunidades
que fueron asentándose en las cumbres de las colinas. Allí estaban los primeros israelitas.
Constituían una población recientemente asentada, en parte autóctona y en parte venida
de zonas próximas. El grupo étnico dominante en Cisjordania no descendía de la
población cananea de las ciudades-estado del Bronce Reciente. Entre esta época y la del
Hierro se observa una ruptura en numerosos aspectos culturales y sociales: en la
arquitectura, la demografía, la organización política y social, y, en particular, en el tipo y
modelo de asentamiento, así como en las nuevas técnicas agrícolas de utilización de
cisternas y terrazas. Un nuevo grupo étnico se había instalado en la zona: los israelitas.
En la época del Hierro I, ca. 1200-1000, el sistema de ciudades-estado cananeas de la
época anterior fue sustituido por una nueva estructura étnico-política. Diferentes pueblos
habitaban las diversas zonas geográficas: israelitas, filisteos y otros pueblos del mar, junto
con restos de población cananea, se repartían por Palestina, mientras que edomitas,
moabitas, ammonitas y arameos se extendían por Transjordania.
La estructura tribal de la sociedad israelita supone una religiosidad que se caracteriza por
la relación personal que une al patriarca con el dios protector de la tribu. Las tradiciones
del Génesis hacen referencia a pequeños grupos nómadas que muestran practicar este tipo
de religiosidad familiar. Hasta los inicios del período premonárquico (ca. 1000 a.C.), la
familia era la base de una religión cuyo horizonte no desbordaba el de las necesidades y
condiciones de la vida en núcleos familiares. Las tribus y familias patriarcales rendían
culto a dioses de la tribu o de la familia, que representaban variantes locales del dios
’El/’Elohim. Incluso durante la época monárquica, cada israelita podía tener sus propios
dioses familiares, significados por estelas anicónicas. Sea cual fuere el nombre del dios,
éste respondía siempre a las necesidades vitales del grupo, que eran las de alcanzar
descendencia, poseer tierras e incrementar el ganado. El horizonte temporal de los relatos
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patriarcales no supera el período de un año o, a lo sumo, de los cuarenta años que eran el
promedio de un ciclo vital. En la sociedad patriarcal, la mujer ‒la matriarca‒ desempeña
un papel decisivo, como muestra su protagonismo en muchas de estas narraciones.
El dios del clan se ocupaba de la supervivencia de la familia, al margen incluso de toda
consideración sobre el comportamiento moral de sus componentes. La concepción de la
divinidad era muy funcional, no permitiendo por ello el desarrollo de una compleja
diferenciación de las funciones religiosas. No es posible hacerse una idea precisa de la
práctica del culto familiar, pero cabe pensar que tenía un carácter más o menos
monolátrico, dirigido en la práctica únicamente a un dios.
La religiosidad patriarcal y familiar llama la atención por su ausencia de elementos
guerreros. El dios familiar acompaña y “está con” el patriarca en los momentos de peligro,
pero su intervención nunca reviste aspecto militar. En el conflicto entre las familias de
Jacob y de Labán, los dioses no cumplen más función que la de garantizar el pacto
establecido entre los dos grupos (Génesis 31, 53). El culto se ajusta al ritmo de la vida del
grupo, sin alcanzar a constituir una actividad específica que precise personal
especializado, de modo que el patriarca es quien ejerce las funciones sacerdotales. No
está ligado a un lugar y tiempo precisos, destacando entre sus ritos el de la ofrenda de
animales. La familia es la que guarda en su poder los pequeños ídolos de sus dioses.
Las tribus israelitas estaban unidas por alianza, conforme a un modelo organizativo
opuesto al monárquico de las ciudades cananeas. En la sociedad tribal, las relaciones
sociales se basan en el parentesco entre sus miembros, real en el caso de la familia
exógama (bet ’ab) y del clan endógamo (mispajá), y en gran medida ficticio o “político”
en el de una tribu numerosa (sébeth, matté), o entre tribus como la israelita. La tribu estaba
formada por un conjunto de clanes, que habitaban una determinada región y se unían
ocasionalmente para acciones políticas concertadas. La pertenencia a una de ellas era algo
flexible, de modo que los diferentes clanes podían adscribirse según las circunstancias a
una tribu o a otra. Por otra parte, este grupo podía dividirse en dos o más, como la de
Manasés, asentada al Este y al Oeste del Jordán, o fusionarse con otra para formar una
sola, como la de Simeón, que fue absorbida por la de Judá. Las tribus se movían por lo
general en una zona geográfica determinada, por lo que solían recibir el nombre de la
región correspondiente, como la de Efraín, asentada en la montaña de Efraín. Las
instituciones de la sociedad tribal estaban integradas por “los ancianos” y “los hombres
de la ciudad”, dos gremios independientes que actuaban sin coordinación establecida. El
ámbito de actuación de estas instituciones políticas se limitaba al territorio de una o de
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3
RÖMER, Thomas (2013), “Le Baal d’Ougarit et le Yahveh biblique”, en P. Bordreuil et al. (ed.), Les
écritures mises au jour sur le site antique d’Ougarit (Syrie), Paris, AIBL, pp. 33-44; p. 34.
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entre la “religión de los padres” ‒la religión de ’El-’Elohim‒ y la “religión yahvista”, tal
como supone la misma tradición bíblica, aunque entre una y otra se haya producido un
salto cualitativo. Los mismos textos bíblicos ponen de relieve la novedad religiosa que el
yahvismo implica.
Las primeras referencias al dios Yahveh lo sitúan en el sur de Palestina. Es “el Dios del
Sinaí” (salmo 68, 9), que sale de Seír y avanza desde los campos de Edom (Jueces 5, 4-
5); que viene del Sinaí, desde Seír (Deuteronomio 33, 2) o Temán (Habacuc 3, 3). No
cabe pensar que israelitas de una época posterior localizaran a su Dios en un territorio
extranjero, alejado del espacio geográfico de Israel, si ello no respondía a un recuerdo
mínimamente histórico.
El encuentro de Moisés con Yahveh ocurrido en la montaña del Sinaí fundamentó el culto
yahvista practicado por el grupo mosaico y más tarde por los israelitas. La identificación
de Yahveh como el dios libertador de la esclavitud egipcia sólo pudo producirse gracias
al contacto con la montaña de este dios de los madianitas. La importancia de los
acontecimientos del Sinaí radica en que constituyen el punto de enlace necesario para la
identificación de Yahveh como el Dios del Éxodo.
Yahveh pudo haber adquirido con el tiempo caracteres del “dios de la tormenta”, similares
a los del dios Baal conocido por los textos ugaríticos. Semejantes trazos de su figura
pueden remontarse muy bien a época pre-israelita, pero lo característico de esta religión
yahvista es que, desde el primer momento, hace intervenir a este antiguo dios de la
tormenta en el marco de la historia política y social de su grupo de seguidores. Tal aspecto
cananeo de Yahveh conduce a la cuestión del origen politeísta de la religión de Israel.
Hasta los siglos IX-VIII a.C. no existió ni la idea ni la práctica de un culto exclusivo de
Yahveh, en cuyo proceso de formación a partir de esta época tuvo influjo decisivo el
“movimiento profético de solo Yahveh”. La corriente de investigación que tiene sus
orígenes en la “Escuela de historia de las religiones” de comienzos del siglo XX pone el
acento en los aspectos de la religión de Israel que muestran su carácter evolutivo,
insistiendo en los puntos de contacto que hacen de ella una más entre las del entorno
cananeo. El monoteísmo yahvista parte de un pasado politeísta, pasa por una fase
“henoteísta” con un dios supremo en un panteón politeísta, la reducción del panteón a una
dualidad masculina y femenina y alcanza, finalmente, el estadio monoteísta, de modo que
no cabe hablar de monoteísmo en sentido estricto, si no es sólo en referencia al estadio
final del proceso. De sus antecedentes cananeos Israel heredó el culto a Baal y a Ashera,
como consecuencia de un sincretismo de lo israelita con lo cananeo. Si se puede hablar
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4
LIPSCHITS, Oded, Thomas RÖMER y Hervé GONZÁLEZ (2917), “The Pre-Priestly Abraham
Narratives from Monarchic to Persian Times”, Semitica, 59, pp. 261-296.
5
I. Filkenstein y N. A. Silberman (2001), pp. 49-54.
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El Rito del Matrimonio Sagrado6 se celebró en todo el Próximo Oriente Antiguo a lo largo
de algo más dos mil años. La idea, en un contexto mágico-religioso, que la inspiraba era
la conexión entre la fertilidad humana y la fertilidad de la tierra, conectadas a través del
poder de fuerzas sobrenaturales: el rey de la ciudad-estado (en representación del dios,
fuera Dumuzi o fuera Tammuz, según las regiones de esa zona geográfica, que coincide
con el territorio de la península turca y parte de la arábiga) y una sacerdotisa virgen (en
representación de la diosa de la fertilidad) debían mantenerse en una caseta de madera en
el templo hasta que la sacerdotisa fuera fecundada, de tal manera que el hijo de ambos (el
niño divino, en representación de la cosecha) fuera ya una evidencia, procurando
precisamente que su nacimiento coincidiera con el tiempo de cosecha, de tal modo que se
presentara el niño en el templo al tiempo que se acompañaba de espigas o de otros
productos agrícolas recientemente cosechados.
Este tipo de ritual iba acompañado de cantos rituales, que se nos han conservado en forma
de tablillas cerámicas o de piedras escritas. En estos cantos se alaba la fertilidad de la
diosa, que permite la supervivencia de la comunidad, o se lamenta la muerte (ritual) del
esposo, cuando la vegetación se agosta por el sol y el calor (por la sequía estival), si bien
son dioses que mueren y resucitan cíclicamente en representación de los ciclos de la vida,
sea agrícola, sea humana, siguiendo el ciclo natural vida – muerte – regeneración.
Este tipo de ritos, añadimos nosotros, tiene su paralelo con otros rituales de la época
arcaica y que en muchos casos, alcanzan hasta época cercana al cristianismo: recordemos
el festival de Abidos en Egipto, donde se conmemora el triunfo de la fertilidad, tras ser
engendrada Isis por Osiris (muerto y resucitado cíclicamente); o los misterios eleusinos
en Grecia (Eleusis se encuentra a unos quince kilómetros de Atenas, con Deméter,
Perséfone y el niño divino con las espigas, en una unión simbólica de ambas fertilidades).
Se trata, por tanto, de ritos pertenecientes a comunidades agrícolas.
El caso del Matrimonio Sagrado sumerio, extendido al resto de comunidades próximo-
orientales, no es una excepción: en esas culturas existía una obsesión, justificada, por la
riqueza agrícola y la multiplicación de los rebaños, fuente de riqueza y prosperidad. Así,
6
En lo que sigue, me baso en SCHMÖKEL, Hartmut (1964), Sumer et la civilisation sumérienne, París,
Payot, pp. 145-166. KRAMER, Noah (1999), El Matrimonio Sagrado en la Antigua Súmer, Barcelona,
AUSA.
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Frente a estos himnos de fertilidad y gozo se encuentran aquellos fúnebres tras la muerte
del dios en la época estival, tras la cosecha, cuando se seca toda la vegetación y los
rebaños deben buscar los pastos realizando largos recorridos. Así, uno de los himnos
dedicados a Dumuzi:
7
N. Kramer (1999), p. 82.
8
LARA PEINADO, F. (ed.) (1988), Himnos sumerios, Madrid, Tecnos, 2006, p. 66.
9
F. Lara Peinado (ed.) (1988), p. 75.
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Este ritual y estos himnos tienen una doble de transmisión: por una parte, se va a integrar
en el yahvismo a través de la adaptación conocida como El cantar de los cantares (ca.
siglo IV a.C.), adaptación atribuida a Salomón; por otra, a través del comercio y la
influencia cultural, llega a la Grecia arcaica.
En el primero de estos casos, la influencia es evidente, si bien la teología yahvista (cuyos
fieles originariamente procedían de la religión cananea y de otras religiones próximo-
orientales, equivalentes todas ellas en las funciones de los dioses y en los ritos, como este
del Matrimonio Sagrado). Así, encontramos varios paralelismos entre los himnos a
Inanna y varios pasajes de este texto atribuido a Salomón (rey de una de esas ciudades-
estado, pero ya de religión yahvista):
¡Oh, si él me besara con besos de su boca!
Porque mejores son tus amores que el vino.
A más del olor de tus suaves ungüentos,
tu nombre es como ungüento derramado;
por eso las doncellas te aman.
atráeme; en pos de ti correremos.
el rey me ha metido en sus cámaras;
nos gozaremos y alegraremos en ti;
nos acordaremos de tus amores más que del vino;
con razón te aman. [1, 2-4]
He aquí que tú eres hermosa, amiga mía; he aquí que tú eres hermosa;
tus ojos entre tus guedejas como de paloma;
tus cabellos como manada de cabras
que se recuestan en las laderas de Galaad.
Tus dientes como manadas de ovejas trasquiladas,
que suben del lavadero,
todas con crías gemelas,
y ninguna entre ellas estéril.
Tus labios como hilo de grana,
y tu habla hermosa;
tus mejillas, como cachos de granada detrás de tu velo.
Tu cuello, como la torre de David, edificada para armería;
mil escudos están colgados en ella,
todos escudos de valientes.
Tus dos pechos, como gemelos de gacela,
que se apacientan entre lirios.
Hasta que apunte el día y huyan las sombras,
me iré al monte de la mirra,
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10
Biblia de Jerusalén, Bilbao, Descles de Brouwer, 1982, pp. 884, 887-888 y 890, respectivamente.
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...
11
-¡Ay, pobre Adonis!
En ese mismo siglo VII a.C. en que escribió Safo estos versos, Hesíodo nos habla
de los matrimonios entre dioses en su Teogonía (945-962):
A Aglaya, Hefesto, el muy ilustre patizambo, siendo la más joven de las Gracias, la hizo su
floreciente esposa. Dioniso, el de dorados cabellos, a la rubia Ariadna hija de Minos la hizo
12
su floreciente esposa; y la convirtió en inmortal y exenta de vejez el Cronión. […]
De todos los matrimonios entre dioses que enumera Hesíodo (y son más de los
reproducidos aquí), el que realmente responde al antiguo Matrimonio Sagrado
(hierosgamos en griego) es el de Dioniso y Ariadna: el primero, dios de la vid
(procedente, como indica su nombre [‘dion’ – ‘issos’, es decir “señor de la ciudad fenicia
de Issos); la segunda, diosa de la floración primaveral antes de la koiné religiosa griega a
través de Homero y de Hesíodo; no obstante, Hesíodo parece guardar cierta memoria de
Ariadna como diosa, pues se refiere a ella como “su floreciente esposa”. Y no ha sido un
adjetivo puesto al azar.
Sin embargo, en época clásica, ya no quedaban restos de estos Matrimonios Sagrados,
excepto en los llamados “jardines de Adonis”13, que parecen responder a un ritual anual
en Atenas. Durante el periodo que duraban unas plantas sembradas a tal efecto en macetas
que se colocaban en las azoteas, las mujeres atenienses podían mantener relaciones
sexuales con sus amantes, terminando este periodo de libertad sexual cuando la planta se
secaba por el calor estival. Pero ya se había perdido la conciencia del rito de donde
procedía (adaptado culturalmente, perdido ya el contacto con el pensamiento mágico-
religioso de sus orígenes semitas).
Otro tanto sucede en Roma, donde los matrimonios entre dioses o los cantos nupciales
aparecen con alguna frecuencia en los textos poéticos de la época imperial. Así, en Catulo
podemos encontrar sendos textos que nos ofrecen una visión de ello. Así, en el poema 61
de los Carmina encontramos un poema nupcial donde nos dice:
11
RODRÍGUEZ ADRADOS, Francisco (ed.) (1986), Lírica griega arcaica, Madrid, CSIC, 2002, p. 83.
12
HESÍODO, Obras y fragmentos, trad. de A. Pérez Jiménez y A. Martínez Díez, Madrid, Gredos, 1990,
p. 111.
13
DETIENNE, Marcel (1972), Los jardines de Adonis, Madrid, Akal, 1996, pp. 189-221. Adonis es otro
dios de la vegetación importado de Oriente Próximo (‘Adon’ = ‘señor), que perdió su función con esa koiné
religiosa de los siglos VIII-VII a. C.
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Oh habitante de la colina del Helicón, hijo de Urania, que arrastras hacia su esposo a la
tierna virgen, oh Himeneo Himen, oh Himen Himeneo,
ciñe tus sienes con flores de olorosa mejorana, toma el velo de color de llama y ven aquí
alegremente, ven, llevando en tus pies de nieve el amarillento borceguí;
excitado por el gozo de este día, cantando el himno nupcial con tu voz argentina, golpea
el suelo con tus pies, agita con tu mano la tea de pino […] [vv. 1-15]
Oh lecho nupcial, que a todos… el pie blanco de la cama, ¡qué goces se preparan para tu
dueño, de qué dichas va a gozar en la rápida noche y en la mitad del día! Pero el día se va;
14
sal, nueva esposa […] [vv. 115-120]
Como vemos, tanto en la Grecia clásica como en Roma quedan restos o del rito o de la
forma poética del canto, aunque en ambos casos ha perdido ya su sentido primigenio, es
decir, se ha producido una desmitificación semántica y también pragmática.
Con la llegada del cristianismo, se retoma la vertiente yahvista, aunque modificada por la
nueva doctrina que se ha desarrollado en esa vertiente.
El cristianismo asume la vertiente yahvista, aunque modificada. La variación es más de
interpretación del Cantar de los Cantares: si para el yahvismo este texto atribuido a
Salomón suponía una alegoría que representaría la relación de Yahveh con su pueblo (con
el pueblo judío), para el cristianismo representa la relación de Cristo (amado) con su
Iglesia (amada), con carácter universal. Este concepto alegórico se va a ver modificado
en la Edad Media por Jan van Ruisbroeck al introducir lo que se denomina la devotio
moderna: Dios está en el interior de cada creyente. Este teólogo holandés fue considerado
hereje por la jerarquía eclesial. No obstante, sus doctrinas se mantuvieron en grupos
reducidos de teólogos, hasta que, en el siglo XV, Tomás de Kempis amplió esa doctrina
e influyó decisivamente en Erasmo de Rotterdam y en el luteranismo. También influyó
en las ideas reformistas carmelitas, en Teresa de Jesús y en Juan de la Cruz, quien
reescribió en, al menos dos de sus poemas, algunos pasajes del Cantar de los Cantares.
Ya no se trata de una alegoría referida a la relación de Cristo con su Iglesia, sino, a partir
del Dios interior (Deus intus) de la devotio moderna, de la relación del alma con Dios.
Así, San Juan de la Cruz reintroducirá unos materiales intertextuales que remiten al texto
atribuido a Salomón y, desde una perspectiva histórica más profunda, al Matrimonio
Sagrado mesopotámico:
14
CATULO, G. V., Carmina / Poesías, ed. y trad. de Miguel Dolç, Madrid, CSIC, 1997, pp. 48-49y 54,
respectivamente.
15
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Estas dos concepciones (la oficial de la Iglesia y la mística de San Juan de la Cruz)
convivieron hasta terminar imponiéndose esta última, por cuanto los cambios sociales y
culturales modificaron la percepción de Dios por parte de los creyentes.
A finales del siglo XIX la filosofía de F. Nietzsche supuso la ruptura con el sistema
anterior: la caída de los ídolos o la muerte de Dios supusieron un cambio en la concepción
del ser humano y, por tanto, del arte (por ejemplo, el intento de S. Mallamé por sustituir
el Libro ‒la Biblia‒ sobre Dios por otro Libro donde el lenguaje del ser humano (la
poesía) mostrara las cuestiones profundamente humanas. Ello nos conduce a una nueva
mística, la de la palabra poética y visionaria, la del poema que deja traslucir la existencia
y el lenguaje mismo como medio de construcción del ser. En la vertiente amorosa, la
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imaginería erótica de San Juan de la Cruz (heredera de la imaginería erótica del Cantar
de los Cantares, y esta ‒a su vez‒ de la hímnica del Matrimonio Sagrado) se reescribe en
la poesía de José Agustín Goytisolo. En el libro La noche le es propicia, el encuentro de
dos desconocidos comienza con claras referencias al “Cántico espiritual”:
De este modo completamos las reescrituras que se han llevado a cabo desde el III milenio
a.C. hasta finales del siglo XX. Al tratarse de unos textos pertenecientes al imaginario
etno-religioso, los cambios de interpretación e incluso en la imaginería (motivos
simbólicos) han sido lentos, pero han terminado por desembocar en la desacralización de
ese imaginario y su reutilización en nuevos contextos.
15
GOYTISOLO, José Agustín (1992), La noche le es propicia, Barcelona, Lumen, p. 16.
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