Klimovsky Lógica y Ciencia

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Lógica y ciencia

SteopMrfha

La lógica aristotélica fue


considerada, durante la
Edad Media, uno de los
pilares fundamentales para
acceder al conocimiento. En
el grabado, armado de tales
recursos y siguiendo el rastro
que le indican los perros de
la verdad y la falsedad,
el estudiante se apresta a
ingresar al bosque de las
diversas opiniones y escuelas
de pensamiento. El problema
a resolver está representado
por un conejo.

81
La lógica

E
n los dos capítulos anteriores hemos prestado especial atención al lenguaje,
puesto que éste es el instrumento inevitable con que el conocimiento cientí-
fico puede ser comunicado. Pero el lenguaje no es el único instrumento cu-
I ya presencia en la actividad científica parece ineludible. Es por ello que debemos
ocupamos también de la lógica, pues esta disciplina trata acerca de ciertos medios
a través de los cuales puede propagarse y articularse el conocimiento. Como señala
Nagel en su libro La estructura de la ciencia, puede definirse el conocimiento cien-
| tífico como conocimiento sistemático y controlado. Acerca del control ya nos hem os
ocupado de la base empírica, por cuánto lo observable, lo experimentable, es lo que
| permite comparar las creaciones científicas con la realidad o al menos con el sector
I de la realidad accesible a la observación. Pero la mención de la palabra sistemático
indica que la ciencia no es un conjunto de conocimientos simplemente agrupados,
sino que hay ciertas conexiones entre unos y otros. Esto es particularmente eviden-
te cuando se advierte que, una vez admitidos algunos conocimientos como ya pro-
| bados o aceptables, hay otros que parecen requerir una aceptación forzosa por cuan-
| to se deducen de los anteriores.
f El mecanismo de deducción y, en general, el denominado razonamiento hace de-
pender la verdad de ciertas afirmaciones de la verdad de otras que se toman como
¡ punto de partida. Cuando se construye una ciencia, es posible apoyarse en algunas
| verdades simples, convenientes o supuestas, con el fin de m ostrar que las otras se
| obtienen como resultado forzoso de la actividad del razonamiento. Esto es altamen-
| te ventajoso. Nos permite, por ejemplo, obtener nuevos conocimientos a partir de los
| que ya se disponen. También sirve a los efectos de justificar ciertas verdades si se
muestra que ellas son la consecuencia forzosa de razonamientos que parten de prin-
| cipios o conocimientos previamente aceptados. Finalmente, permite jerarquizar las
| verdades científicas, mostrando que los razonamientos son precisamente la conexión
| que otorga sentido a una de ellas con relación a otras. Por eso para Aristóteles, a
| quien inevitablemente asociamos con el surgimiento de la lógica, la ciencia llega
Ü a su máximo nivel sistemático y explicativo cuando adopta la forma que él denomi-
g, na demostrativa: a partir de ciertas verdades obvias o quizá convencionales, debe ser
t posible extraer todas las restantes mediante cadenas de razonamientos. A grandes
f rasgos, esta idea es todavía hoy perfectamente válida aunque reemplazando a ve-
| ces “verdades” por “hipótesis” y, por ello, para com prender cómo se halla articulada
| la ciencia (y especialmente la ciencia actual) describiremos en qué consiste un razo-
namiento y qué papel desempeña en la labor científica.
| Debemos aclarar, sin embargo, que la lógica no se ocupa únicamente de operacio-
t nes del pensamiento o efectuadas a través del lenguaje, como el razonamiento o la de-
| ducción. Hay otro tipo de operaciones que atañen a esta disciplina, taíes como la
f definición, que son igualmente importantes. Sin embargo, preferimos posponer hasta
un momento oportuno la discusión de este tipo de problemática, ya que no tiene in-
t mediata aplicación para los tem as epistemológicos que abordarem os en la primera
f parte de este libro.

r
83
Los orígenes de la lógica
Desde luego, aun antes de que Aristóteles analizara estos problemas y creara la dis-
áplina que denominamos “lógica”, a la que llamaba “dialéctica”, sin duda los científi-
:os, filósofos y “amigos de la sabiduría” en general empleaban razonamientos y dis-
ronían de pericia para realizarlos. (Todos nosotros lo hacemos, aunque no conozca-
nos nada de lógica.) Pero ciertos tipos de discurso parecen haber favorecido la apa-
rición de la lógica como disciplina. En primer lugar, el nacimiento de la matemática,
nuy en especial vinculado a la obra de Eudoxio y Teetetos, en el siglo V a.C. Si bien
íubo grandes matemáticos antes que ellos, como Tales y Pitágoras, la forma deduc-
iva y sistemática a la que nos hemos referido parece tener su origen en la obra de
;stos dos investigadores. En esta etapa, el ideal de la matemática es demostrar las
verdades como teoremas establecidos a partir de ciertos principios, y ello debió favo-
■ecer la aparición de un discurso en el que el razonamiento y la deducción, tal como
inseguida los definiremos, desempeñaban un papel esencial. Una segunda clase de
liscurso en que los razonamientos cumplen un papel muy importante es el jurídico,
il de los pleitos y los problemas legales, por los que los griegos sentían gran afición:
a profesión de abogado debió haber sido muy bien rem unerada y prestigiosa en
iquellos tiempos. También aquí tendríamos otra fuente para el nacimiento de la lógi-
:a. La tercera se vincularía con la actividad de los sofistas, filósofos que florecieron
:n el siglo V a.C. y quizás en parte anteriormente. Hay opiniones encontradas acerca
leí papel que desempeñaron tales filósofos en la cultura griega. Por un lado se los
icusa de haber sido amigos de la paradoja y la confusión; su interés principal habría
ido sorprender a los incautos por las fallas del lenguaje y los razonamientos incorrec-
os que aparentan ser lo contrario. Habrían querido entonces legitimizar lo que en
ealidad es falso. Hoy en día denominamos falacias a los razonamientos defectuosos
no bien justificados, de modo que la acusación de que han sido víctimas los sofis-
as es la de haber empleado falacias en su discurso. Pero desde otro punto de vista,
ts ejemplos a los cuales se referían estos filósofos para ejercitar sus paradojas obli-
;ó a otros, más responsables, a analizar sus argumentos y el modo de rebatirlos, de
t cual surgió la necesidad de construir la distinción, no conocida hasta entonces, en-
re el razonamiento correcto y el incorrecto, y los criterios para reconocer uno y otro,
in cierto sentido, muchas disciplinas contemporáneas como la metalógica, la semán-
ca formal o el análisis del discurso científico estaban ya latentes en aquellas discu-
iones. Por tanto se puede pensar con toda justicia que, debido a la influencia de los
ofistas, se inauguró una tradición en cuanto al análisis del lenguaje, a la necesidad
e la definición de los conceptos y de los procedimientos rigurosos del pensamiento,
malmente, hay una cuarta motivación para el surgimiento de la lógica en aquella
poca, sorprendente pero importante. Se practicaba un curioso deporte, especialmen-
; en Atenas, que consistía en el encuentro en la plaza pública de dos contendores
ue sostenían tesis opuestas. En tiempos en que no existían la radio, la televisión, el
ine, el periódico o las conferencias públicas, el desafío despertaba un interés masivo
los asistentes se volcaban en favor de uno u otro participante. Rodeados de una
mltitud, los contendores acordaban previamente qué tesis habría de adoptar cada
no. “Defenderé que la justicia es lo mismo que la valentía.” “De acuerdo, yo sosten-

t
dré lo contrario.” Lo que estaba en juego no era por cierto el “amor a la verdad”,
pues bien podrían haber convenido sostener cada uno la tesis opuesta, sino decidir
quién era capaz de dar una suerte de “jaque mate lógico” al adversario. Comenzada
la discusión, cada contendor trataba de pescar in fraganti al rival en un error o de
hacerlo caer en una trampa lógica o lingüística, y el juego terminaba con el triunfo
de aquel participante que lograba llevar al otro a una contradicción. Para poder desa-
rrollar este debate se requerían talento argumentativo, criterios para detectar errores
en la discusión y habilidad para reconocer dónde se presentaban las contradicciones.
Según algunos historiadores, aunque estos certámenes servían a un propósito pura-
mente lúdico, su práctica influyó poderosamente en el surgimiento de la lógica.
El propio Aristóteles tuvo que remitirse a esta tradición, pues en el que fue qui-
zá su primer libro de lógica, Tópicos, ofrece reglas para la discusión y señala los
puntos en los que se puede caer en falacias o abusos de lenguaje. Tal vez sea el
análisis de este tipo de diálogo lo que llevó a Aristóteles a llamar dialéctica a la dis-
ciplina que, como ya dijimos, hoy llamamos lógica. Tópicos es un libro muy distinto
a los Primeros analíticos, en el cual un Aristóteles más maduro no se preocupa ya
por el arte de ganar una discusión sino por los criterios rigurosos para distinguir los
razonamiento correctos de los incorrectos. A propósito de los sofistas debemos re-
conocer también que uno de los libros tempranos de Aristóteles, Refutación a los so-
fistas, está dedicado a la sana labor de poder distinguir las falacias de los razona-
mientos correctos, y muchos de los tratamientos de esta cuestión aún vigentes en la
actualidad son una prolongación o bien un completo calco de las ideas aristotélicas.
El hecho es que el Aristóteles de la madurez, en varios de los libros de la serie lla-
mada Organon (instrumento), se ocupa del razonar correcto cualquiera sea la finali-
dad del razonamiento, pero en particular con el propósito de fundam entar una cien-
cia rigurosa y justificable. En uno de esos libros, los Primeros analíticos, que ya
hemos citado, presenta la teoría del razonamiento correcto; en otro, los Segundos
analíticos, se ocupa de la teoría de la fundamentación de la ciencia, en la cual los
razonamientos desempeñan un papel esencial.

Razonamiento y deducción
En algunos casos el conocimiento científico puede obtenerse mediante conexiones
lógicas, según hemos dicho, a partir de otros conocimientos. Los conocimientos se
expresan mediante proposiciones o enunciados, aunque conviene hacer la salvedad
de que “proposición” no es una palabra hoy utilizada por los lógicos en conexión
con lo lingüístico, pues está más bien relacionada con la teoría del significado. En
cambio “enunciado” sí tiene una acepción lingüística, referida a la oración junto con
el acto con el cual se adhiere a lo que ella afirma. En la historia de la lógica el én-
fasis siempre fue puesto en el pensamiento y en la forma en que podemos juzgar
como es o no es la realidad. Puesto que ya hemos convenido en que la expresión
de nuestro pensamiento se realiza a través de enunciados, cuando hablemos de ra-
zonamiento entenderem os un encadenamiento de enunciados, todos los cuales, sal-
vo el último, expresan o comunican conocimiento en principio ya obtenido o al me-

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nos propuesto como aceptable. Éstos constituyen las premisas del razonamiento,
mientras que el último enunciado, obtenido mediante un “salto lógico” a partir de
aquéllas, es la denominada conclusión del razonamiento. Las premisas describen co-
nocimientos ya existentes o conjeturados, mientras que de la conclusión, general-
mente, surge un conocimiento nuevo.
La importancia de los razonamientos en ciencia la advierte cualquier estudiante de
matemática, física o jurisprudencia. Se dispone de enunciados que, al m enos transito-
riamente, no se discuten: los postulados de la geometría, los principios de la mecáni-
ca, las leyes de un código civil o penal, a partir de los cuales, considerados como pre-
misas, realizamos razonamientos y obtenemos conclusiones que proporcionan nuevos
conocimientos. Por ello, para comprender la metodología del desarrollo de una cien-
cia es necesario previamente convenir una serie de conceptos y procedimientos
vinculados a la lógica, o sea, a la teoría que nos perm ite discriminar entre razona-
mientos correctos o válidos y razonamientos incorrectos o inválidos. (No se deben
aplicar las palabras “verdadero” o “falso” a los razonamientos sino a los enunciados,
porque los razonamientos no describen ni informan.)
¿Qué significa que un razonamiento es correcto o válido? De una manera un tan-
to vaga, diremos que un razonamiento es correcto si la manera en que está construi-
do garantiza la conservación de la verdad. Esto debe entenderse de la siguiente for-
ma: si las premisas son verdaderas, entonces la conclusión obtenida por medio del
“salto lógico” debe ser, necesariamente, también verdadera. ¿Y qué sucede si alguna
prem isa es falsa o lo son incluso todas ellas? En tal caso ya no importa lo que ocu-
rre. La corrección o incorrección del razonamiento se decide a partir de la suposi-
ción de que las premisas son verdaderas y no falsas. Los términos que aparecen en
las premisas y en la conclusión presentan un determinado orden y ciertas repeticio-
nes, que definen el modo en que está construido el razonamiento. Los lógicos siem-
pre han pensado que ia corrección de un razonamiento está estrecham ente vincula-
da con la manera en que está construido, es decir, con el orden en que se ubican
los términos en los enunciados y con las repeticiones de términos que aparecen en
distintos enunciados. A esa particular construcción que presenta un razonamiento se
la llama su forma. Cuando la forma de un razonamiento es de tal naturaleza que
garantiza la conservación de la verdad, el razonamiento es correcto. Pero si dicha
forma es defectuosa no hay garantía ninguna de que la verdad se conserve. Es ob-
vio que el científico debe emplear razonamientos correctos, pues si parte de premi-
sas que acepta como verdaderas y emplea razonamientos que no le garanticen la
conservación de la verdad podría obtener una conclusión falsa.
Para distinguir los razonamientos correctos de los incorrectos es aconsejable no
recurrir meramente a la intuición o al pàlpito sino también a la fundamentación que
ofrece la lógica a propósito de esta importantísima cuestión. Los lógicos simplemente
llaman deducción a un razonamiento correcto. Por abuso de lenguaje se habla a veces
de “deducción incorrecta” como sinónimo de razonamiento incorrecto, pero en reali-
dad es una expresión contradictoria, porque realizar una deducción, deducir, es por
definición emplear un razonamiento correcto. La lógica proporciona criterios para re-
conocer deducciones y separarlas sistemáticamente de construcciones que no lo son,
tarea que emprendió por primera vez Aristóteles. Por razones que no discutiremos

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aquí, el problema resultó ser más complicado de lo que creía el gran filósofo griego.
Para él los razonamientos correctos son aquellos que tienen unas pocas formas pecu-
liares, que denominó formas silogísticas válidas. En griego silogismo significa razona-
miento, pero en la actualidad se entiende por silogismo a cualquiera de aquellos tipos
peculiares de razonamiento cuyas formas, para Aristóteles, eran las únicas correctas.
La lógica actual difiere mucho de la aristotélica, y la teoría silogística se convirtió en
un pequeño capítulo de un campo hoy muy complicado y extenso. Por supuesto, na-
da de esto resta méritos a Aristóteles, quien fue el prim er lógico sistemático y el pri-
mero en diseñar una metodología, en parte acertada, para distinguir entre razona-
mientos correctos e incorrectos.
No es nuestra intención ahondar en los criterios que emplean actualmente los ló-
gicos para distinguir los razonamientos correctos de los incorrectos, pues supone-
mos que han sido ya provistos por tales especialistas y se los puede encontrar en
cualquier manual que trate sobre el tema. Pero algunos ejemplos que emplearemos
en el transcurso de nuestras discusiones permitirán aclarar todavía más la distinción
entre ambos tipos de razonamiento.

Corrección de un razonamiento
y valores de verdad
Por el momento deseamos dirigir nuestra atención al problema de la relación que
existe entre los valores de verdad (verdad o falsedad) de las premisas y de la con-
clusión con la corrección o incorrección del razonamiento. Distinguiremos cuatro ca-
sos, que analizaremos por separado.

• Caso 1. Las premisas son verdaderas y la conclusión también es verdadera. En


homenaje a Aristóteles, mencionemos su famoso ejemplo (Según el lógico polaco Ian
Lukasiewicz, este ejemplo en realidad no aparece en los escritos de Aristóteles;
parece haber sido introducido por estudiosos muy posteriores):

Todos los hombres son mortales


Todos los griegos son hombres

Todos los griegos son mortales

La raya horizontal debe leerse por consiguiente, e indica el “salto lógico” que per-
mite acceder a la conclusión, el enunciado que aparece debajo de la raya, a partir
de las premisas, ubicadas por encima de la misma. En nuestro ejemplo, supondre-
mos que las dos prem isas son verdaderas y la conclusión también. Ante un ejemplo
como éste, Aristóteles hubiera reconocido una peculiar forma de razonar, un silogis-
mo que tiene la siguiente forma:

Todo B es C
Todo A es B

Todo A es C
La forma está a la vista. Las palabras lógicas ocupan la misma posición que en
el ejemplo inicial, pero “griego”, “hombre” y “mortal” han sido reemplazados por las
letras mayúsculas A, B y C, para indicar que en esos lugares se pueden colocar tér-
minos genéricos, es decir, nombres de clases o expresiones que aluden a propieda-
des y características en el lenguaje ordinario. Podría tratarse de sustantivos genéri-
cos o adjetivos. Si en lugar de A, B y C escribiésemos “flautista”, “músico” y “artis-
ta”, obtendríamos el siguiente razonamiento:

Todos los músicos son artistas


Todos los flautistas son músicos

Todos los flautistas son artistas

que en modo alguno es el que teníamos anteriormente, pues el tema ha cambiado


y ahora estamos hablando de otro tipo de personas o individuos. Sin embargo, el
lector advertirá que los dos ejemplos tienen en común: a) las palabras lógicas que
se utilizan; b) la posición que ocupan estas palabras; c) la posición que ocupan las
palabras temáticas, es decir, las que corresponden a aquello de lo que estamos ha-
blando. Por ello decimos que los dos razonamientos tienen la misma forma.
Tal forma de razonamiento es correcta o válida, es decir, garantiza la conserva-
ción de la verdad: en todo ejemplo particular que tenga esta forma, si las premisas
son verdaderas entonces la conclusión necesariamente lo será. El lector podría creer
que, a la inversa, si un razonamiento tiene premisas verdaderas y conclusión verda-
dera debe necesariamente ser correcto. Pero esto no es cierto. Este es un ejemplo:

Montevideo es la capital del Uruguay


Dos m ás dos es igual a cuatro

El azúcar es dulce

Como el lector puede advertir, las premisas y la conclusión son verdaderas, pe-
ro no hay, en la forma de este razonamiento, ningún tipo de disposición o vínculo
entre los términos que garanticen que si las premisas son verdaderas la conclusión
debe serlo también. La verdad de las premisas y de la conclusión es aquí una me-
ra casualidad. Claro que no siempre la incorrección es tan evidente como en el bur-
do ejemplo que hemos propuesto. Aunque más adelante aclararemos este punto,
proponemos por ahora al lector analizar este razonamiento incorrecto:

Todos los mendocinos son americanos


Todos los argentinos son americanos

Todos los mendocinos son argentinos

Es importante señalar que una forma de razonamiento correcta puede dar lugar
a ejemplos que son correctos (por tener esa forma) y sin embargo no tener premi-
sas ni conclusión verdaderas. Tómese este ejemplo:
Todos los africanos son asiáticos
Todos los argentinos son africanos

Todos los argentinos son asiáticos

El lector puede comprobar que tiene aquella forma que Aristóteles ya había re-
conocido como correcta y, sin embargo, las premisas son falsas y la conclusión tam-
bién lo es. Esta discusión m uestra que la corrección de un razonamiento no depen-
de de que las prem isas y la conclusión sean o no verdaderas, sino de su forma. La
corrección de la forma solamente garantiza que si las premisas son verdaderas en-
tonces lo será también ¡a conclusión.

• Caso 2. Algunas de las premisas son falsas y la conclusión también es falsa.


En prim era instancia, la intuición nos inclinaría a declarar que los razonamientos
de este tipo son incorrectos, pero no es así. El ejemplo al cual nos hem os referido
anteriormente

Todos los africanos son asiáticos


Todos los argentinos son africanos

Todos los argentinos son asiáticos

es un silogismo que tiene sus dos premisas falsas y sti conclusión también falsa.
Aquí estamos ante una forma correcta de razonar y, sin embargo, todos los enun-
ciados del razonamiento son falsos. Debido a las aplicaciones metodológicas que im-
plica este caso, es necesario llamar la atención del lector: en una investigación cien-
tífica en la que aparezcan hipótesis o conjeturas podemos no saber si estamos ante
verdades o falsedades, pese a lo cual quisiéram os averiguar qué se deducirá de
ellas empleando, desde luego, un razonamiento correcto. Ahora bien, podría ocurrir
a la postre, como ocurrió más de una vez en la historia de la ciencia, que se pue-
da mostrar por caminos independientes que las conjeturas estaban erradas y que
la conclusión obtenida también lo era. No debemos descartar, entonces, que en cier-
tas oportunidades el científico, sin saberlo, esté empleando un razonamiento correc-
to con premisas falsas y conclusión también falsa. No hace falta insistir ante el lec-
tor que un razonamiento con prem isas falsas y conclusión falsa también puede ser
incorrecto:

Montevideo es la capital de la Argentina


Dos más dos es igual a cinco

El azúcar es salado

La forma del razonamiento es totalmente estrafalaria. Tanto las premisas como la


conclusión son falsas pero, a diferencia del caso anterior, se trata de un razonamien-
to incorrecto porque su forma lo es.
• Caso 3. Algunas de las premisas son falsas y la conclusión es verdadera. El lec-
tor no prevenido puede suponer en este caso que el razonamiento no es correcto,
pues hemos partido de falsedades. ¿Cómo podría ser verdadera la conclusión? Pero
también aquí la intuición se equivoca. Como en el segundo caso, la corrección pue-
de deparar sorpresas en cuanto a lo que ocurre con los valores de verdad de las
premisas y la conclusión. Recordemos la forma correcta de razonamiento a la que
ya nos hem os referido al considerar el primer caso:

Todo B es C
Todo A es B

Todo A es C

y construyamos el siguiente ejemplo:

Todos los africanos son americanos


Todos los argentinos son africanos

Todos los argentinos son americanos

En este ejemplo las dos premisas son falsas y la- conclusión es verdadera, lo cual
resulta un tanto sorprendente. Lo que sucede es que la corrección del razonamiento,
como ya hemos visto, solamente conserva la verdad. Si se parte de falsedades hay
que atenerse a las consecuencias, porque “puede pasar cualquier cosa”. Como ya vi-
mos en el segundo caso, puede ser que se obtenga una conclusión falsa; ahora vemos
que la conclusión también puede ser verdadera. Si el punto de partida del razona-
miento está desacertado, nada podemos saber acerca de la conclusión. Como esto no
es del todo obvio, consideremos otro tipo de ejemplo, haciendo referencia a la llama-
da ley euclidea de la identidad: dos cosas idénticas a una tercera son idénticas entre
sí. Semejante principio tradicional puede ponerse bajo la forma de este razonamiento:

A es idéntico a C
B es idéntico a C

A es idéntico a B

Un ejemplo de esta forma de razonar es la siguiente:

10 es idéntico a 7
4 + 6 es idéntico a 7

10 es idéntico a 4 + 6

Las dos premisas son falsas y, sin embargo, la conclusión es verdadera. Una vez
más comprobamos que la corrección del razonamiento y la falsedad de algunas o to-
das las premisas no nos permite saber qué sucederá con la conclusión. Puede ocu-

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rrir, como en este ejemplo, que la conclusión sea verdadera. Por supuesto, es posi-
ble imaginar ejemplos estrafalarios de nuestro tercer caso en los cuales la forma del
razonamiento sea incorrecta:

Montevideo es la capital de la Argentina


Dos más dos es igual a cinco

El azúcar es dulce

Este tercer caso tiene una gran importancia desde el punto de vista metodológi-
co, hasta tal punto que casi puede decirse que debido a él se presentan algunas di-
ficultades insalvables en el método científico. Observemos que un investigador pue-
de proponerse un conjunto de hipótesis de las que, precisamente por tener ese ca-
rácter, ignora si son verdaderas o falsas. Al científico le puede interesar desarrollar
las consecuencias de sus hipótesis, en particular las que se pueden vincular con ob-
servaciones. Entonces razona (correctamente) y obtiene cierta conclusión. Esta con-
clusión afirma, por ejemplo, que la aguja de cierto dial debe coincidir con la raya
diez de la escala. El científico comprueba entonces que eso es precisam ente lo que
se observa, y así puede asegurar que la conclusión del razonamiento es verdadera.
Por tanto, nos dice, a partir de aquellas hipótesis ha deducido una verdad. ¿Qué se
puede afirmar entonces acerca de la verdad o falsedad de las hipótesis? Un lector no
prevenido podría contestar que sin duda las conjeturas estaban acertadas y necesa-
riamente han de ser verdaderas. De otro modo: ¿cómo podríamos obtener una con-
clusión verdadera a partir de premisas' falsas? Pero en este caso, nada se puede afir-
mar con certeza acerca de las premisas. La verdad de la conclusión no nos informa
nada acerca del valor de verdad de las premisas: éstas podrían ser verdaderas o bien
falsas. Quizá sean verdaderas y nuestras conjeturas sean acertadas, pero podría ha-
ber ocurrido la situación que describe este tercer caso: las conjeturas (todas o algu-
nas) podrían ser desacertadas. Esto es grave para la metodología científica. Un cien-
tífico puede construir una teoría, deducir correctam ente de ella una conclusión y
comprobar por medios independientes (por observación o experimentación) que la
conclusión es verdadera. Pero aun así no tiene garantías de que las hipótesis de su
teoría sean acertadas. Todo ello implica ciertas limitaciones para el método científi-
co y para los procedimientos de puesta a prueba de nuestras conjeturas.

• Caso 4. Las premisas son verdaderas y la conclusión es falsa. Estaríam os en


presencia de un razonamiento como éste:

Todos los mendocinos son argentinos


Todos los cordobeses son argentinos

Todos los mendocinos son cordobeses

Es evidente que en este caso el razonamiento es incorrecto, porque no sé ha


conservado la verdad. De haber sido correcta la forma del razonamiento, hubiese

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bastado la verdad de las premisas para garantizar la verdad de la conclusión. En el
ejemplo se está empleando la forma siguiente, que es incorrecta:

Todo A es C
Todo B es C

Todo A es B

De un razonamiento que tiene prem isas verdaderas y conclusión falsa diremos


que es directamente incorrecto, porque está mostrando de modo flagrante que no ga-
rantiza la conservación de la verdad. Pero ya hem os visto, al analizar los casos an-
teriores, que hay otros tipos de razonam ientos incorrectos. Habíamos propuesto
reflexionar acerca del siguiente ejemplo:

Todos los mendocinos son americanos


Todos los argentinos son americanos

Todos los mendocinos son argentinos

Aquí las premisas y la conclusión son verdaderas y habíamos dejado como ejer-
cicio al lector que descubriera las razones por lá's cuales el razonamiento es inco-
rrecto. Lo que ocurre es que tiene la misma forma que el razonamiento directamen-
te incorrecto anterior; la única diferencia entre ambos es que “argentinos” sustituye
ahora a “cordobeses". La forma es la misma, pero el segundo razonamiento mues-
tra directamente su incorrección en tanto que el primero no lo hacía de manera ex-
plícita y sólo queda desenmascarado por el análisis de su forma.
Todo esto nos permite ofrecer una definición más rigurosa de lo que entendemos
por razonamiento incorrecto, aunque por cierto, desde un punto de vista más exigen-
te, sería m enester perfeccionarla. Diremos que un razonamiento es incorrecto si es
directamente incorrecto (tiene premisas verdaderas y conclusión falsa) o bien tiene la
misma forma que un razonamiento directamente incorrecto. Recapitulando nuestros
ejemplos decimos que

Todos los mendocinos son argentinos


Todos los cordobeses son argentinos

Todos los mendocinos son cordobeses

es incorrecto porque es directam ente incorrecto, mientras que

Todos los mendocinos son americanos


Todos los argentinos son americanos

Todos los mendocinos son argentinos

es incorrecto porque tiene la misma forma que el anterior, es decir

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Todo A es C
Todo B es C

Todo A es B

Algunas aclaraciones
En este punto será conveniente hacer algunas aclaraciones. La primera es de carác-
ter lógico. Tradicionalmente, muchos filósofos o cultores de la lógica sostenían que
esta disciplina se ocupa de la forma de nuestro pensamiento pero no de su conteni-
do. Ya hemos dicho que lo que podemos conocer acerca del pensamiento está siem-
pre revestido por el lenguaje, pero hay algo de aceptable en la formulación anterior.
Los ejemplos que tienen la misma forma son justamente aquellos en que la única di-
ferencia radica en los términos designativos o expresivos de propiedades y relaciones,
los que tienen cierto tipo de contenido. Pueden ser incluso partes preposicionales que
afirman algo de la realidad; por ejemplo, en el sencillo razonamiento

Truena y llueve

Truena

el término “truena” en la premisa es una parte proposicional. Tener la misma forma


implica precisamente que la única diferencia radica en el contenido, pero éste que-
da excluido cuando se describe la forma mediante letras tales como A, B y C. Lo
que se obtiene es una suerte de esqueleto gramatical o lógico que indica cómo es-
tán vinculados los términos, en qué orden y con qué repeticiones.
La segunda observación es que en principio es más fácil saber cuándo un razo-
namiento es incorrecto que saber cuándo es correcto. Para saber si un razonamien-
to es incorrecto bastaría encontrar un ejemplo con la misma forma que fuera direc-
tamente incorrecto, y esto es una cuestión que sólo tiene buen final si se tropieza
con el ejemplo. Pero saber que un razonamiento es correcto implicaría recorrer la
colección infinita de todos los ejemplos que tienen la misma forma y esto en princi-
pio n o ;es posible. Afortunadamente los lógicos tienen ciertos modos de reducir el
problema a estrategias finitas. Por ejemplo el llamado “método de las tablas de ver-
dad” permite reducir el análisis de todas las posibilidades que hay en materia de
ejemplos de un razonamiento a un número finito y pequeño de casos que ofrecen la
solución debida.
Agreguemos otra observación, esta vez de carácter metodológico. Si un científi-
co es cuidadoso en cuanto a las formas de razonamiento que emplea y no usa razo-
namientos incorrectos, y si a partir de sus hipótesis iniciales llega a obtener una fal-
sedad, no cabe la m enor duda de que alguna de las premisas de las que partió de-
be ser falsa. Por tanto, debe haber fallas en aquellas hipótesis. La razón es muy sim-
ple: no es posible que las premisas (hipótesis) sean todas verdaderas, que se haya
razonado correctamente con garantías de conservación de la verdad y que se haya sin

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embargo obtenido una falsedad. Por consiguiente, cuando en una investigación cien-
tífica se liega a una conclusión cuya falsedad queda establecida mediante observacio-
nes o algún otro procedimiento, no hay más remedio que admitir que algunas de las
hipótesis de partida (o quizá todas) han fallado. A primera vista éste seria el proce-
dimiento tajante por el cual se podrían eliminar las teorías e hipótesis defectuosas y
buscar otras distintas para explicar los hechos que intrigan. Pero como veremos
más adelante, esta concepción del método científico es un tanto simplista. Las estra-
tegias de investigación son realmente complejas y por ello tendremos que volver a
analizar esta problemática. Por el momento señalemos que una razón por la cual se
puede abandonar una creencia o un presunto conocimiento es que a partir de ellos
se pueden deducir falsedades.
Finalmente, no es inoportuno referirse en este punto a las llamadas “demostra-
ciones por el absurdo”. A veces se quiere dem ostrar que un enunciado es verdade-
ro, pero no hay medio directo de hacerlo y entonces se lo niega y se deducen con-
secuencias de su negación. Supongamos que el enunciado es cierta hipótesis H. Se
considera su negación, no-H, y entonces puede suceder que a partir de ella se de-
duzca un enunciado cuya falsedad (el “absurdo”) ha quedado establecida indepen-
dientemente (por ejemplo, por implicar una contradicción lógica). Si esto sucede, en-
tonces no-H ha de ser falsa y por consiguiente H debe ser verdadera. (Esto ha de
ser así por el llamado “principio de tercero excluido”, una de cuyas formulaciones
es la siguiente: si la negación de un enunciado es falsa, el enunciado debe ser ver-
dadero.) De modo que hay un procedimiento de verificación de hipótesis, el llama-
do procedimiento indirecto o de demostración por el absurdo, que permite m ostrar
la verdad de un enunciado por el recurso a negarlo y deducir de esta negación una
falsedad. Se trata de un recurso habitual en matemática, aunque también se emplea
a veces en el ámbito de las ciencias fácticas, como tendremos ocasión de analizar a
propósito de las llamadas experiencias cruciales.

La lógica formal
La llamada lógica formal utiliza simbolismos similares a los de la matemática y, en
lugar de ejemplos concretos de razonamiento y su análisis acerca de la corrección,
examina esquemas que ponen en evidencia su forma, como en él caso ya citado

Todo B es C
Todo A es B

Todo A es C

Aquí se han empleado los símbolos A, B y C en lugar de ejemplos. Pero la ló-


gica formal utiliza también signos lógicos que permiten construir enunciados y razo-
namientos (del mismo modo en que la matemática utiliza signos tales como “+ ” o
“X” para operaciones como la adición o la multiplicación), lo cual permite tratar los
problemas lógicos de manera similar a la empleada por los matemáticos en álgebra.

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De este modo se derivan leyes y reglas de razonamiento cuyo empleo recuerda el
modo de proceder de quien demuestra un teorema. Se suele denominar lógica de-
ductiva al estudio, tanto de manera formal como en todas sus características gene-
rales, del problema de la deducción. Sin embargo, como ya hemos señalado, la ló-
gica actual presenta una gran cantidad de otros capítulos en los que se abordan te-
mas muy diferentes.

La lógica inductiva
La llamada lógica inductiva estudia aquellos razonamientos que, si bien son incorrec-
tos desde el punto de vista de la lógica formal, resultan sin embargo útiles en el si-
guiente sentido: garantizan cierto éxito en cuanto a la conservación de la verdad, o
bien, aunque no permitan arribar a la verdad, permiten obtener números probabilís-
ticos a partir de las premisas. Estos núm eros indican que hay una determinada pro-
babilidad, por ejemplo, de que acontezca cierto evento o que acaezca cierto estado
de cosas. Se trata de un capítulo de la lógica que es motivo de enorme controversia,
e incluso se pueden clasificar a los epistemólogos entre los que tienen una gran ad-
hesión por este tipo de estrategias y los que lo repudian enérgicamente. En el pri-
mer caso se cuenta, por ejemplo, Rudolf Camap, quien creía realmente en la posibi-
lidad de crear una fundamentación sólida de la lógica inductiva (véase su libro Logi-
cal foundation o f probability). En la vereda opuesta se halla Popper, quien por el con-
trario cree que la fundamentación del conocimiento debe recurrir exclusivamente a
la vía deductiva a partir de cuerpos de hipótesis o de teorías conjeturadas.
Es necesario reconocer que algunas de las críticas y recomendaciones de Popper
son atendibles. Un argumento que emplea este epistemólogo es que no se conoce
realmente ninguna fundamentación de la teoría matemática de las probabilidades o
de la estadística que sea umversalmente aceptada por la comunidad científica, y que
en ese campo hay notables problemas aún no resueltos. Sin embargo, también es
verdad que una disciplina puede ser empleada con éxito aunque no haya alcanzado
todavía una fundamentación rigurosa. El cálculo infinitesimal de Newton y Leibniz
fue empleado desde fines del siglo XVII hasta mediados del siglo pasado sin que se
hubiese logrado en ese lapso ofrecer una fundamentación rigurosa del mismo. Este
capítulo de la matemática, pese a sus éxitos en mecánica y astronomía, parecía un
tanto fantástico, metafísico y hasta intolerable. Así pensaban ciertos filósofos como el
obispo Berkeley, quien escribió un libro en contra del cálculo infinitesimal denun-
ciando en él una serie de abusos conceptuales. Sin embargo hoy no podríamos ima-
ginar las ciencias físicas sin el auxilio de esta poderosa herram ienta matemática. Tal
vez los inductivistas tengan razón cuando afirman que no se puede imaginar una
ciencia sin una lógica inductiva que permita, si bien no obtener conocimientos a par-
tir de otros conocimientos, lograr sí nuevas hipótesis a partir de hipótesis ya formu-
ladas. Pero acerca de este tem a no entraremos en detalle.
Aclaremos finalmente un malentendido al que puede dar lugar la palabra induc-
ción. Esta tiene una acepción definida en la tradición aristotélica y en la de filósofos
inductivistas como John Stuart Mili: expuesto sin pretensiones de rigor, la inducción

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es un razonamiento que nos lleva del conocimiento de una m uestra, es decir, de un
número finito de casos, alllé^naTdaseTT^pqBlación muy numerosa o j n f in ita jín es-
te sentido, como se ha dicho muchas veces, la mducciótt'sígnificaría “él paso de lo
particular a j o general”, expresión que n q ja caracteriza con precisión péroquéPofré^
cé^ unaúdea apro x im iJajlel uso Jradicioiíál de. la palabra. Sin embargo, en la actua-
lidad la pákb ra iinducción 'se ém p leaT óífun significado jmás amglim indica el proce;
so intelectivo por el cual un científico, a partir"3í datos de la experiencia, accede a
teorías que permitan explicarla.^ (DIcEo~proceso podnáJierTIam add un “salixnñSuc-
üyo’% Comó T irem os más adelante, una etapa característica del conocimiento cien-
tífico es la producción de teorías con fines explicativos y predictivos, y en tal caso
estaríamos en presencia de una inducción en sentido amplio. Así concebida la induc-
ción, el método científico consistiría en pasos alternados de inducción y deducción,
de la experiencia a las teorías que la explican y de tales teorías a nuevas experien-
cias predichas por ellas. Estas experiencias, a su vez, plantearían nuevos problemas
que nos exigirían la formulación de nuevas teorías y así sucesivamente.
En el sentido amplio de la palabra inducción, cualquier procedimiento que per-
mita llegar no deductivamente desde los datos a las hipótesis y teorías tendría que
ser considerado inductivo. Por ejemplo, la analogía podría ser un método por el cual
se obtiene una teoría explicativa de determinados hechos. Aquí el “salto inductivo”
consiste en acceder a la teoría por una suerte de “imitación” (analogía), aunque la
inducción no nos permita justificar la verdad de nuestras hipótesis y haya que em-
plear para ello otros procedimientos. La lógica inductiva consistiría, en síntesis, en
todos los procedimientos por los cuales podemos sistemáticamente inventar hipóte-
sis explicativas de datos a partir de ellos.

¿Qué es una inferencia?


Se emplea el término inferencia para designar a cualquier clase d e j^ o n am ien to , in-
cluso a aquellos que sraTmcoiTCCtos. Hay por tanto inferenciás'válidas e Inválidas.
Los inductivistas, de acuerdo con sus cánones estadísticos 0" pfóbabilísticos, haElan
de inferencias estadísticas, pero es obvio que no se refieren a deducciones. También
éstas son inferencias, de una forma a la vez peculiar y rigurosa. En este sentido, se-
ría importante discriminar “gradaciones” de razonamientos, sean o no correctos. Un
razonamiento es todo “salto” desde ciertas premisas hacia una conclusión. Aunque a
veces se emplea el término inferencia como sinónimo de razonamiento, las que se
consideran realmente interesantes son aquellas en las que hay al menos cierta pro-
babilidad de que la verdad se conserve y, desde luego, las deducciones, el caso más
estrecho y riguroso de razonamiento en cuanto a conservación de la verdad.

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