Metáforas Terapeúticas

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ALGUNAS METÁFORAS

No esperar a tener ganas

Cuando nos deprimimos, sentimos que no podemos hacer nada porque no tenemos ganas; cualquier esfuerzo
nos parece imposible y nos provoca un dolor tremendo. Si no empezamos a hacer aquello que hacíamos
siempre y que nos gustaba, seremos como la persona que después de la rotura de un brazo tiene que
empezar a hacer rehabilitación y no la hace. El brazo le va a doler cuando lo mueva y no va a querer realizar la
rehabilitación. Pero no puede esperar a tener ganas, empezará con dolor y esfuerzo para recuperar la función
que ha perdido, porque si espera a sentirse igual que antes de romperse el brazo no se moverá o acabará
perdiendo la movilidad del brazo.

EL HOYO

Imagina que estás en el campo, que llevas un antifaz puesto y tienes una pequeña bolsa con herramientas. Te
dicen que tu tarea consiste en correr alrededor del campo con el antifaz puesto. Se supone que es así como
debes vivir tu vida. Así que haces lo que te han dicho. Pero, sin que lo sepas, en ese campo hay números
hoyos, muy profundos. No lo sabes, eres ingenuo. Así que empiezas a correr y tarde o temprano caes en un
hoyo. No hay forma de escalar ni encuentras ninguna vía de escape. Lo más probable es que en una situación
como esa cojas la bolsa de herramientas, tal vez encuentres algo que te sirva para salir del hoyo. Supón que la
única herramienta en la bolsa sea una pala. Empiezas a cavar pero pronto te das cuenta de que sigues en el
hoyo. Cavar más y más rápido. Pero sigues en el hoyo. Lo intentas a grandes paladas y a pequeñas, poniendo
la tierra cerca o lejos. Pero sigues en el hoyo. Tanto esfuerzo y tanto trabajo y paradójicamente el hoyo es
cada vez más grande. ¿No es eso lo que sientes? Así que preguntas a un psicólogo, tal vez tenga una pala
gigante. Pero no. Y es más, aunque la tuviera, tal vez no la usara porque cavar no te sacará del hoyo., eso solo
te hundiría aún más.

EL POLIGRAFO

Imagínate enchufado al más moderno y sensible polígrafo del mundo. Es imposible estar enchufado y sentir la
más mínima activación o ansiedad sin que la máquina lo detecte. En estas circunstancias te piden que hagas
una tarea muy simple. Que te quedes ahí, relajado. La más mínima ansiedad será detectada. Para motivarte
un poco más ponemos una pistola Magnum 44 en tu sien. Si permaneces relajado no se disparará pero si te
pones nervioso lo más mínimo, la máquina lo detectará, y morirás. Así que, relájate… ¿Qué crees que pasará?
… La mínima gotita de ansiedad será terrorífica. Te dirás “Dios, me estoy poniendo nervioso. Aquí viene”
¡BANG!

EL TABLERO DE AJEDREZ

Imagina un tablero de ajedrez infinito. Está cubierto de piezas blancas y negras. Trabajan juntas, en grupos,
como en el ajedrez, las blancas contra las negras. Imagina a pensamientos, emociones y creencias como esas
piezas. Observa como van en grupos también, ansiedad, depresión, angustia junto a “malos” pensamientos y
recuerdos. Lo mismo ocurre con los “buenos”. Parece que para jugar hay que elegir que equipo queremos que
gane. Ponemos a los “buenos” en un lado y a los “malos” en otro. Nos subimos a lomos del caballo negro y a
luchar contra la ansiedad, la depresión… Es un juego de guerra. Pero hay un problema, y es que muchas partes
de ti son tu propio enemigo y además como estás en el mismo plano que las piezas, pueden tan grandes o
mayores que tú mismo. Y además, cuanto más luchas, más grandes se hacen. Cuanto más luchas contra ellas
más espacio ocupan en tu vida, más habituales, más dominantes… Parece lógico pensar que si consigues echar
a un número suficiente de ellas conseguirás dominarlas, solo que tu experiencia te dice lo contrario. No
consigues echar a las blancas del tablero y la lucha continúa. Te sientes desesperanzado, no puedes ganar y no
puedes parar de luchar. A lomos del caballo negro luchar es tu única opción ya que las piezas blancas parecen
temibles. Sin embargo vivir en zona de guerra no es forma de vivir.

LOS PASAJEROS DEL AUTOBUS

Imagina que hay un autobús y tú eres el conductor. Dentro de este autobús tenemos a un grupo de pasajeros.
Los pasajeros son pensamientos, sentimientos, sensaciones corporales y otros aspectos de tu experiencia.
Están vestidos de negro y llevan navajas en sus manos. Lo que ocurre es que los pasajeros están
continuamente diciéndote donde tienes que ir: “Tuerce a la izquierda, tuerce a la derecha…”. la amenaza que
te hacen es que si tu no vas por donde ellos te mandan ellos se presentan en la parte delantera del autobús.
Es un trato el que has hecho con ellos “Sentaros en la parte de atrás del autobús de manera que yo no os vea
muy a menudo, y haré lo que me mandéis”. Un día te enfadas y dices “No me gusta esto, voy a arrojar a esta
gente del autobús. Paras el autobús y vas hacia atrás para tratar con ellos. Pero nota que lo primero que has
hecho fue parar. Nota que conduces a ninguna parte. Sólo estás tratando con estos pasajeros y son muy
fuertes.

No tienen pensado abandonar. De vez en cuando tratas de calmarlos, intentando que se sienten atrás donde
no los veas. Muy pronto no hace falta que te digan nada, tan pronto como los veas tuerces hacia la izquierda.
Incluso crees que es la dirección que has elegido. Sin embargo hoy día todavía siguen presentándose por el
pacto que hiciste en el pasado con ellos. Ahora el truco que ellos tienen es que el poder de los pasajeros está
basado 100% en esto: “si no haces lo que te decimos, venimos y hacemos que nos mires”. Cuando vienen a la
parte delantera es como si pudieran hacer mucho más. En otras palabras, intentando llevar el control
abandonas el control. Date cuenta que aunque los pasajeros han amenazado con destruirte sino torcías a la
izquierda nunca lo han hecho. Ellos no pueden hacer nada contra tu voluntad.

LA METAFORA DE LAS ARENAS MOVEDIZAS.

Se trata de una metáfora breve que frecuentemente compartimos con el cliente en esta fase del tratamiento.
Le decimos: “sería como si usted estuviera atrapado en arenas movedizas. Por supuesto, intentaría hacer lo
que pudiera para salir de ellas, aunque lo que supiera e hiciera, solo lo llevara a enterrarse mas profundo. Lo
único que se puede hacer con las arenas movedizas, es extender el cuerpo y tratar de entrar en contacto, lo
más posible con ellas. Quizá lo que a usted le pasa es parecido. No es muy lógico al principio, pero puede ser
que lo que usted deba hacer, es parar de batallar y en lugar de ello, entrar en contacto total con lo que ha
estado tratando de evitar”.

LA METAFORA SOBRE ESTAR ALIMENTANDO A UN TIGRE.

Imagínese que usted vive con un pequeño tigre que está hambriento. Da la impresión de que se lo quisiera
comer o al menos es lo que usted piensa. Es un tigre pequeño, pero atemorizante. Así que, usted le arroja algo
de carne para que no se lo coma y es casi seguro que esto lo mantendrá calmado mientras come. Por un
momento lo deja en paz. Solo por un momento. Pero también, al comer crece un poco mas de tamaño. De
manera que, cuando tenga hambre otra vez, será más grande y más peligroso. Usted le arroja mas alimento.
El pequeño tigre, crece más y más. Muy pronto se ha convertido en un tremendo tigre, aquel pequeño que
usted quería controlar.
Usted experimenta ansiedad (urgencia, disconford): son tigres que están ahí queriendo devorárselo. Si usted
se esfuerza en ser mas flexible en su criterio, llegará el momento en que estos tigres dejen de perturbarlo.
Aunque tenga que aceptar que no se retirarán inmediatamente.

LA METAFORA DE LAS DOS ESCALAS.

Imagínese dos escalas, como si fueran los volúmenes de un estéreo. Una está justo frente a usted y se llama
“Ansiedad” (coraje, culpa, preocupación, dependiendo de la situación del cliente. También es recomendable
mover las manos arriba y abajo, como si estuviéramos moviendo unos controles). Puede variar en valores de 0
a 10. Usted llegó hasta aquí debido a que “Su ansiedad era muy alta”. En otras palabras, usted ha
estado tratando de reducir el marcador de esta escala. Pero ahora tiene acceso a otra escala. Esta se mantenía
escondida y era difícil verla. Esta otra escala también varía de 0 a 10 y se llama “Disposición” y se refiere a qué
tanto usted puede experimentar lo que le sucede sin tratar de manipularlo, escapar o evitarlo.

Lo que necesitamos hacer en esta terapia es cambiar nuestro enfoque desde la escala de ansiedad a la escala
de disposición.

LA METAFORA DE LA CASA Y LOS MUEBLES.

“Imagínese que usted es una casa llena de muebles. Los muebles no son y nunca serán la casa. Los muebles
son lo que contiene la casa o lo que está dentro de ella. La casa solo da cabida o contiene a los muebles y les
da el contexto para que puedan funcionar como muebles.

Ahora, si consideráramos a los muebles como buenos o como malos, esto no diría nada respecto al valor casa,
porque una cosa son los muebles y otra la casa.

De la misma manera, lo que usted piensa o siente no conforma su identidad: no es usted.

LA METAFORA DEL PANTANO.

Imagínese que usted empieza un viaje hacia una hermosa montaña, que puede divisar claramente a lo lejos.
Pero casi de inmediato se percata que tiene frente a sí un enorme pantano. Y usted piensa: “No sabía que
tendría que atravesar este pantano. Es apestoso y el lodo se pegostea en mis zapatos. No puedo sacar mis pies
del fango. Estoy mojado y me siento cansado. Porqué nadie me dijo que había este pantano”.

En esta situación usted puede elegir entre abandonar el viaje o entrar en el pantano. Así es la terapia... ¡Así es
la vida!
Vamos a través del pantano, no porque queramos enlodarnos, sino porque es lo que se atraviesa entre
nosotros y ahí donde queremos llegar.

LA METAFORA DE LAS DOS MONTAÑAS.

El Terapeuta dice: Imagínese que usted y yo somos unos escaladores que estamos trepando nuestra propia
montaña de la vida. Es posible que, mientras yo subo en mi terreno, pueda divisar desde mi perspectiva y
verlo a usted ascendiendo en su montaña. Lo que yo puedo ofrecerle como terapeuta es solo lo que puedo
comentarle desde mi perspectiva. Ofrecerle mi punto de vista externo o independiente. No es que usted esté
equivocado y yo esté en lo correcto. Los dos somos unos seres humanos enfrentándonos al mismo reto de
escalar nuestras respectivas montañas. No es que uno esté “arriba” y otro esté “abajo”. Desde la montaña en
que estoy yo, tengo una perspectiva del camino que usted está tomando. Mi trabajo consiste en
proporcionarle dicha perspectiva, de tal forma que esto le ayude a que usted llegue a donde quiere ir.

La metáfora del granjero y el asno

Había una vez un granjero que tenía un asno muy, muy viejo. Un día, mientras el asno estaba caminando por
un prado, pisó sobre unas tablas que estaban en el suelo, se rompieron y el asno cayó al fondo de un pozo
abandonado. Atrapado en el fondo del pozo el asno comenzó a rebuznar muy alto. Casualmente, el granjero
oyó los rebuznos y se dirigió al prado para ver qué pasaba. Pensó mucho cuando encontró al asno allí abajo. El
asno era excesivamente viejo y ya no podía realizar ningún trabajo en la granja. Por otro lado, el pozo se había
secado hacía muchos años y, por tanto, tampoco tenía utilidad alguna. El granjero decidió que simplemente
enterraría al viejo asno en el fondo del pozo. Una vez tomada esta decisión, se dirigió a sus vecinos para
pedirles que vinieran al prado con sus palas. Cuando empezaron a palear tierra encima del asno, éste se puso
aún más inquieto de lo que ya estaba. No sólo estaba atrapado, sino que, además, lo estaban enterrando en el
mismo agujero que le había atrapado. Al estremecerse en llanto, se sacudió y la tierra cayó de su lomo de
modo que empezó a cubrir sus patas. Entonces, el asno levantó sus cascos, los agitó, y cuando los volvió a
poner sobre el suelo, estaban un poquito más altos de lo que habían estado momentos antes. Los vecinos
echaron tierra, tierra y más tierra, y cada vez que una palada caía sobre los lomos del asno, éste se estremecía,
sacudía y pisoteaba. Para sorpresa de todos, antes de que el día hubiese acabado, el asno apisonó la última
palada de tierra y salió del agujero a disfrutar del último resplandor de sol.

Cuando nuestros clientes llegan a la terapia, a menudo sienten como si llevaran el peso de sus problemas
sobre sus espaldas. Si tan sólo pudieran desembarazarse del peso de esos problemas, podrían seguir con sus
vidas. En ocasiones, al narrarles la historia del asno y el granjero, les decimos:
-Me pregunto si no siente usted que los problemas de su vida lo están enterrando literalmente. ¿Y si hubiera
alguna forma en la que usted, como el asno de la historia, pudiera encontrar la manera de pisotear sus
dificultades? Si hubiera un modo por el cual las mismas cosas que ahora parecen estar amenazando su
existencia pudieran en realidad usarse para elevarle, ¿podría entonces alcanzar esa vida que tanto anhela? Me
gustaría hacerle ver que en esta historia el asno no podría haber salido del pozo de no ser por la misma tierra
que amenazaba con enterrarlo.

Metáfora del funeral

Para empezar, busca un lugar tranquilo. Ponte cómodo y respira hondo. Tómate tu tiempo. Ahora imagínate
que estás en una sala. Una luz tenue ilumina la estancia repleta de personas que conoces, familiares, amigos,
compañeros de trabajo. Puedes adivinar una gran tristeza en todos ellos. Al fondo de la habitación puedes ver
un ataúd. Intrigado, decides acercarte y al llegar a su altura te inclinas ligeramente sobre él. Al ver al difunto
no puedes evitar estremecerte y emitir un pequeño grito. ¡El difunto eres tú! Es tu funeral y todos están aquí
para despedirte por última vez. En tu homenaje, varias personas subirán al estrada y te recordarán como
padre, marido, hijo y amigo. Detente en cada una de las personas y escúchalas. ¿Qué dicen de ti? ¿Cómo te
recuerdan? ¿Qué sientes al oírlos hablar? ¿Desearías poder expresarles algo en estos momentos? ¿Te
arrepientes de algo respecto a ellos? ¿Qué se llevan de ti?

Para que de verdad sea efectivo es muy importante que logres identificarte con la situación. Debes
visualizarte allí, porque si hay algo seguro en todo esto, es que ese momento llegará. Reflexiona sobre esas
preguntas y muchas otras que se te ocurran. De este ejercicio deberían brotar muchos de tus principios y de
tus valores. Una vez que haya reflexionado pregúntate si vives de acuerdo a ellos. Y recuérdalos porque
guiarán tu vida.

Cada cual tiene sus propias preguntas, sus propias conclusiones, pero en general la gran mayoría coincide en
muchos aspectos.

Uno de los primeros pensamientos que suelen acudir a nuestra mente es relativo a la familia. ¿He hecho
todo lo que podía hacer? ¿Habré pasado el suficiente tiempo con ellos? Cierto es que hay que trabajar y que
tu empleo puede aportarte grandes satisfacciones, pero en el lecho de tu muerte pocos empleados o jefes
tuyos estarán ahí para despedirte. Quizás no haya ninguno y todos sean familiares y amigos. Dale la
importancia que tienen, ahora. Mañana será tarde.

Otro de los aspectos que mas me preocuparon fue saber si había aprovechado lo suficiente mi tiempo en
este mundo. ¿Hice lo que realmente quería hacer? Afortunadamente muchas cosas han cambiado desde ese
día y ahora intento crearme mi futuro. Encuentra que es lo realmente te gusta hacer, y hazlo. Aunque sea
poco a poco. ¡Y no temas el que dirán, es tu vida! Porque no importa si lograste todas tus metas, importa si
lo intentaste.

Otra gran pregunta que nos hacemos es saber si fuimos feliz. Y es que siempre andamos detrás de un objetivo
que nos dé esa felicidad. Aunque todos nosotros, a la altura en la que estamos, ya sabemos que más y
mejores logros materiales no son la solución a este problema. Una vez pasada la emoción del premio todo
vuelve a la normalidad. En realidad, cuando cierro los ojos y echo la vista hacia atrás sólo me llegan
momentos simples de felicidad. No hay espacio para el trabajo, el dinero, la casa o el coche. Pero sí me
alcanzan ese olor a tierra mojada después de una tormenta de verano, el sonido del cortacésped que se cuela
en clase por un ventanal del liceo o ese primer trago amargo al vaso de cerveza que le robé a mi padre. Esos
son algunos de los recuerdos que quiero llevarme…

METÁFORA DE LAS CALLES CON TIENDAS

Piensa en tu vida como ir por las calles de la ciudad. Vas por unas calles y no por otras por las razones que
quiera. Las calles están repletas de tiendas, escaparates, sonidos y luminosos que invitan a pararse, a entrar
en ellas y comprar sus productos. Sin embargo, no es lo mismo caminar por las calles en dirección a lo que uno
quiera, que ir por las calles y no llegar a ningún sitio porque constantemente paramos en los escaparates y
entramos a comprar lo que allí se ofrece. Al cabo del tiempo, uno ve que su vida está al arbitrio de lo que se
ofrece en las tiendas, y parece que hemos perdido la dirección y no se sabe por dónde uno camina ni qué
dirección tomar al llegar a una encrucijada... Excepto que la elección fuera salir a comprar, comprar
constantemente hace que la vida esté entrecortada frecuentemente.

¿Cuáles son tus calles, dónde conducen, qué tiendas y productos te atrapan, te hacen parar o cambiar la
dirección en la que quiere ir?

EJERCICIO “DE NADA IMPORTA”

Objetivo: Movilizar al cliente a buscar valores (o cosas importantes para él). Clarificar el hecho de que dar
importancia a algo siempre implica dos cosas: algo que se da importancia y la persona que da importancia.
El terapeuta sugiere al cliente que el fanatismo no tiene importancia, la pobreza no tiene importancia, la
guerra no tiene importancia. Cada cierto tiempo, el terapeuta resume esta postura afirmando “nada tiene
importancia”. Cuando el cliente comienza a hacer objeciones, el terapeuta le pregunta acerca de las razones
por las que algo importa. Cuando el cliente aporta razones (por ejemplo porque mucha gente sufre en la
guerra), el terapeuta pregunta por qué eso importa. De este modo, el terapeuta continúa rebatiendo cualquier
razón con la respuesta: “¿y por qué importa eso?”. Por lo general, si el terapeuta persiste, el cliente llega
finalmente a la razón última: “Bueno, a mí me importa”. En ese momento, el terapeuta pregunta al cliente
dónde quedaría esa importancia si ellos dejaran de existir.

METÁFORA DE LA LUCHA CON EL MONSTRUO (basada en Hayes et al., 1999)

Objetivo: Plantear el problema del control.

El contenido de esta metáfora puede hacerse a modo de diálogo socrático. El contenido tiene como objetivo
que el cliente lo relacione con su experiencia de lucha. Se le pregunta al cliente si su problema (ansiedad,
preocupación, recuerdos, culpabilidad, pensamientos negativos...o el problema que plantee) se parece a una
persona que estuviese unida a un monstruo por una cuerda y con un foso entre ambos. Mientras el monstruo
está tranquilo, dormido, tumbado, esa persona puede verlo, pero en cuanto despierta se hace insoportable,
insufrible, y esa persona tira de la cuerda para conseguir tirar al monstruo al foso. A veces parece que se calma
al tirar de la cuerda, como si se diera por vencido, pero lo que ocurre a la larga es que cuanto más tira esa
persona, más próxima está del filo del foso y, por el contrario, más grande, fuerte y amenazante está
haciéndose el monstruo. Así la situación es que esa persona tiene que estar pendiente constantemente de si el
monstruo se levanta para tirar de la cuerda, y además, cuando ella tira el monstruo también lo hace, lo que a
veces lleva a que ella esté al borde del abismo. Y mientras, su vida se limita a estar pendiente de la cuerda. A
esa persona le gustaría no estar atado al monstruo, pero eso no es algo que pueda cambiarse, de manera que
se plantea qué puede hacer basado en su experiencia. Una posibilidad para hacer su vida es soltar la cuerda y
ver al monstruo. Otra que su vida se limite a estar pendiente de la cuerda.

Dirigir nuestra vida o ser esclavos de las opiniones de los demás

“Había una vez un matrimonio con un hijo de doce años y un burro. Decidieron viajar, trabajar y

conocer mundo. Así, se fueron los tres con su burro y pasaron por 5 pueblos.

Pero al pasar por el primer pueblo, oyeron que la gente comentaba: ‘¡Mira ese chico mal educado!
Él, arriba del burro y los pobres padres, ya mayores, llevándolo de las riendas!’ Entonces, la mujer le

dijo a su esposo: ‘No permitamos que la gente hable mal del niño.’ El esposo lo bajó y se subió él.

Al llegar al segundo pueblo, la gente murmuraba: ‘¡Mira que sin vergüenza ese tipo! Deja que la

criatura y la pobre mujer tiren del burro, mientras él va muy cómodo encima’. Entonces, tomaron

la decisión de subir a la mujer al burro mientras padre e hijo tiraban de las riendas.

Al pasar por el tercer pueblo, la gente comentaba: ‘¡Pobre hombre! Después de trabajar todo el

día, debe llevar a la mujer sobre el burro.Y pobre hijo... ¡qué le espera con esa madre!’ Se

pusieron de acuerdo y decidieron subir al burro los tres para comenzar nuevamente su

peregrinaje.Al llegar al pueblo siguiente, escucharon que sus pobladores decían: ‘¡Son unas bestias,

más bestias que el burro que los lleva, van a partirle la columna!’

Por último, decidieron bajarse los tres y caminar junto al burro. Pero al pasar por el pueblo

siguiente no podían creer lo que las voces decían sonrientes: ‘¡Mira a esos tres idiotas: caminan

cuando tienen un burro que podría llevarlos!"

Cuando los fallos y errores nos atormentan y nos amargan la vida

Una señora acudía a una cita con

bastante retraso. Por el camino,

iba muy nerviosa pensando que

"debería" haber salido antes:

"¡madre mía, qué horror!, ¡qué

tarde!, ¡pero qué imbécil soy!,

¡debería haberlo previsto!,..."

Llega al andén del metro, se

abren las puertas de un vagón,

accede a su interior y, en esto, un

señor que iba sentado se levanta

y muy amablemente le dice: "por


favor, siéntese usted"... La señora

sin pensárselo mucho le

responde: "no gracias, llevo prisa".

Enredarse en los “¿y si…?” y desenredarse con la aceptación

“Había una vez un ermitaño sabio al que la gente del lugar acudía a contarle sus problemas y a

pedirle consejo. Un hombre del pueblo tenía una yegua; un día se le escapó y fue llorando al

ermitaño a contarle lo que le había pasado:

–¡mira qué desgracia me ha ocurrido, mi yegua se ha escapado!.

–¿y eso es bueno o malo? –respondió el sabio.

El hombre de la yegua no entendía nada y pensó: “este sabio es un poco raro; pues claro que es

malo, qué pregunta más absurda”. Al cabo de las pocas semanas la yegua apareció.Y lo hizo

acompañada de un robusto semental salvaje de pura sangre y además se encontraba preñada. El

dueño de la yegua se puso muy contento, ahora tenía tres caballos en vez de uno, así que fue

corriendo a contarle sus alegrías al ermitaño:

–¿te acuerdas de mi yegua? ¡pues ha regresado! Y además está preñada y ha vuelto en compañía de un
caballo formidable.–¿y eso es bueno o malo?– volvió a responder el sabio.

Ahora sí que el hombre de la yegua no entendía nada de nada, estaba empezando a pensar que

el ermitaño no era tan sabio como la gente pensaba. Estaba claro que era una noticia estupenda

y así se lo hizo saber mientras el sabio le miraba en silencio.

Al cabo del tiempo el potro nació. El hijo del dueño de los caballos se hizo inseparable del potrillo

y le gustaba mucho montar en su lomo. Hasta que un día el chico se cayó del caballo y se rompió

una pierna. Entonces el dueño de los caballos decidió volver a visitar al ermitaño para contarle de

nuevo sus desventuras.

–¡no sabes qué tragedia ha ocurrido! ¿te acuerdas de la yegua que se escapó y regresó

preñada? Pues a mi hijo le gustaba mucho montar en el potrillo y ahora se ha caído y se

ha roto la pierna. Estoy empezando a pensar que tal vez hubiera sido mejor que la yegua

no regresara nunca.
El ermitaño le miró sonriendo con un brillo algo burlón en los ojos y volvió a repetir su respuesta:

–¿Y crees que eso es bueno o malo?

El hombre se fue algo enfadado no sabiendo qué pensar, creía que esa respuesta era absurda y

que el ermitaño tal vez fuera un poco tonto, porque era verdad que el que volviera la yegua, que

al principio le pareció una buena noticia, había sido la causa de que su hijo se rompiera la pierna,

por lo que tal vez no fue tan bueno su regreso, pero; ¡¿qué podía tener de bueno que su hijo se

hubiera caído?!.

Al poco tiempo se declaró una guerra contra el país vecino y vinieron por todos los pueblos reclutando

hombres y chicos. Sin embargo, el hijo del dueño del caballo pudo librarse del reclutamiento y de

ir a la guerra gracias a que estaba herido y tenía la pierna rota por lo que no sería de ayuda en

el frente de batalla. Cuando se disponía a ir de nuevo a consultar al sabio, se paró a meditar y

pudo apreciar qué razón tenía el sabio al preguntar si lo que sucedía era bueno o malo”

El enfado y el ambiente que creamos

“Un hombre quiere colgar un cuadro.

El clavo ya lo tiene pero le falta un

martillo. El vecino tiene uno. Así pues,

nuestro hombre decide pedir al vecino

que le preste el martillo. Pero le asalta

una duda: “¿Y si no quiere prestármelo?

Ayer casi ni me saludó, seguro que está

enfadado conmigo... pero ¿yo qué le he

hecho? Desde luego, si alguien me

pidiese prestada alguna herramienta,

yo se la dejaría enseguida. ¿Cómo

puede uno negarse a hacer un favor

tan sencillo? Tipos como éste le


amargan a uno la vida.Y encima se

imaginará que dependo de él. Sólo

porque tiene un martillo. ¡Es el colmo!”

Así, nuestro hombre sale precipitado a

casa del vecino, toca el timbre, se abre

la puerta y, antes de que el vecino

tenga tiempo de decir “buenos días”,

nuestro hombre le grita furioso: “¡¿Sabe

lo que le digo?, que no necesito para

nada su martillo!”. El vecino le responde

con gesto entre sorprendido e irritado:

“¡Y a mí qué me cuenta! ¡déjeme en

paz!”; y de un portazo, cierra la

puerta. Después, hace un comentario a su mujer: ‘A este vecino, ni agua, ¡vaya imbécil!”.

Detenernos y esperar a que escampe.-

Imagínese que va conduciendo por una carretera, estrecha, de curvas pronunciadas y bordeada por

profundos acantilados, una carretera difícil y peligrosa y, de repente, se desata una fuerte tormenta.

El cielo se oscurece y la lluvia es tan intensa que el limpiaparabrisas no da abasto para poder

quitar el agua y ver con claridad lo que tiene delante. ¿Que haría usted, pisar el acelerador o apartarse

del camino, pisar el freno y esperar a que escampe?. Probablemente se apartaría del camino

y pisaría el freno porque estima el objetivo de sobrevivir”.

Cuando evitamos situaciones que nos importan

En una ocasión, un león se aproximó hasta

un lago de aguas espejadas y cristalinas

para calmar su sed. Al acercarse a las


mismas vio su rostro reflejado en ellas y

pensó:”¡Vaya, este lago debe ser de este

león.Tengo que tener mucho cuidado con

él!”. Atemorizado se retiró de las aguas,

pero tenía tanta sed que regresó a las

mismas. Allí estaba otra vez “el león”. ¿Qué

hacer? La sed lo devoraba y no había otro

lago cercano. Retrocedió, volvió a intentarlo

y, al ver al “león”, abrió las fauces

amenazadoras pero, al comprobar que el

otro “león” hacía lo mismo, sintió terror.

Salió corriendo, pero ¡era tanta la sed!.

Varias veces lo intentó de nuevo y siempre

huía espantado. Pero como la sed era cada

vez más intensa, tomó finalmente la

decisión de beber el agua del lago

sucediera lo que sucediera. Así lo hizo.Y, al

meter la cabeza en las aguas, ¡el león

desapareció!”

La gran trampa de la depresión: esperar a estar bien

A Conchita, que lleva una temporada

mal, triste y abrumada por sus

problemas, le llama una amiga

proponiéndole ir al cine, como tantas

veces. Esta es la respuesta de


Conchita: “mira es que me encuentro

fatal, no puedo salir porque no estoy

con ánimo, hasta que no me

encuentre bien no cuentes conmigo.

Me tendría que arreglar y eso me

resulta imposible con el ánimo que

tengo. No disfrutaré de la película y

tendré que contar como estoy.

No, decididamente, no puedo”.

Buscarse un amante

“Muchas personas tienen un amante y otras quisieran tenerlo. También están las que no lo tienen y las que lo
tenían y lo perdieron. Generalmente, las dos últimas son las que vienen a mi consultorio para decirme que
están tristes o que tienen distintos síntomas como insomnio, falta de voluntad, pesimismo, crisis de llanto o
los más diversos dolores.

Me cuentan que sus vidas transcurren de manera monótona y sin expectativas, que trabajan nada más que
para subsistir y que no saben en qué ocupar su tiempo libre. En fin, palabras más, palabras menos, están
verdaderamente desesperanzadas.

Antes de contarme esto ya habían visitado otros consultorios en los que recibieron un diagnóstico seguro:
"Depresión", y la infaltable receta del antidepresivo de moda. Si yo he llegado a conocer a éstas personas es
porque no mejoraron y vinieron a verme buscando soluciones a su rosario de dolencias. Después de
escucharlas atentamente, les digo que no necesitan un antidepresivo; que lo que realmente necesitan, es un
amante. Es increíble ver la expresión de sus ojos cuando reciben mi veredicto. Están las que piensan: "¿Cómo
es posible que un profesional se despache alegremente con una sugerencia tan poco científica!" Y también
están las que se despiden escandalizadas y no vuelven nunca más.

A las que deciden quedarse y no salen espantadas por el consejo, les doy la siguiente definición: "Amante es lo
que nos apasiona. Lo que ocupa nuestro pensamiento antes de quedarnos dormidos, y es también quien a
veces, no nos deja dormir. Nuestro amante es lo que nos vuelve distraídos frente al entorno. Lo que nos deja
saber que la vida tiene motivación y sentido.

A veces, a nuestro amante lo encontramos en nuestra pareja, en otros casos solemos hallarlo en la
investigación científica, en la literatura, en la música, en la fotografía, en el deporte, en el trabajo cuando es
vocacional, en la amistad, en la buena mesa, en el placer de un hobby... En fin, es "alguien" o "algo" que nos
pone de "novio/a con la vida" y nos aparta del triste destino de durar.

¿Y qué es durar? Durar es tener miedo de vivir. Es dedicarse a espiar cómo viven los demás, es tomarse la
tensión constantemente, deambular por consultorios médicos, tomar pastillas multicolores, alejarse de las
gratificaciones, observar con decepción cada nueva arruga que nos devuelve el espejo, cuidarnos del frío, del
calor, de la humedad, del sol y de la lluvia. Durar es postergar la posibilidad de disfrutar hoy, esgrimiendo el
incierto y frágil razonamiento de que quizás podamos hacerlo mañana. Termino este relato con una
sugerencia, en realidad, es una súplica: "Por favor, no se empeñen en durar, búsquense un amante, sean
ustedes también un amante y un protagonista .... de la vida". Piensen que lo trágico no es morir, al fin y al
cabo la muerte tiene buena memoria y nunca se ha olvidado de nadie. Lo trágico, es no animarse a vivir;
mientras tanto y sin dudar, búsquense un amante...”

Rompiendo cadenas: atreverse a experimentar

“Cuando yo era chico me encantaban los circos y lo que más me gustaba de los circos

eran los elefantes. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño

y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al

escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de

sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo. La estaca era solo un minúsculo

pedazo de madera, apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Me parecía obvio que

ese animal, capaz de arrancar un árbol de cuajo, podría, con facilidad, tirar de la estaca y

huir. ¿Qué lo mantenía entonces atado? ¿Por qué no huía? Pregunté por el misterio de

elefante y me explicaron: “el elefante del circo

no escapa porque ha estado atado a una

estaca parecida desde que era muy, muy

pequeño.” Me imaginé al pequeño recién

nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro

de que en aquel momento el elefantito

empujó, tiró y sudó tratando de soltarse.

Y, a pesar de todo su esfuerzo, no


pudo. La estaca era ciertamente muy

fuerte para él. Juraría que se durmió

agotado y que, al día siguiente, volvió

a probar y también al otro y al que le

seguía... Hasta que un día, un terrible

día para su historia, el animal aceptó

su impotencia y se resignó a su destino.

Este elefante enorme y poderoso, que

vemos en el circo, no escapa porque

cree -pobre- que no puede.Y lo peor: Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez”.

La gran ayuda: el ambiente social que fabricamos

Después de haber atravesado un camino largo y difícil, un viajero llegó a la entrada del

pueblo en el que pasaría los próximos años de su vida. Inquieto sobre la forma de ser de

la gente en ese lugar, vio a un viejo que descansaba recostado bajo la sombra de un

frondoso árbol y preguntó al viejo, sin saludarlo: –¿Cómo es la gente en este lugar? Es que

vengo a vivir aquí y donde yo vivía las personas eran complicadas y agresivas. La

arrogancia y la insensibilidad eran el pan de cada día.” El anciano, sin mirarlo, respondió:

–“ Aquí la gente es igual.” El viejo siguió reposando. El caminante, entonces, prosiguió su

camino. Horas después, otro viajero que también llegaba al pueblo, se acercó al anciano y

le dijo:- “Buenas tardes, señor, disculpe la molestia, yo vengo a vivir a este pueblo y me

gustaría saber cómo es la gente, porque donde yo vivía las personas eran atentas,

generosas y sencillas.” El anciano levantó la cabeza, sonrió y le contestó: –“Aquí la gente

es igual”. Un hombre que había escuchado ambas conversaciones le preguntó al viejo:

“¿Cómo es posible dar dos respuestas iguales a preguntas tan diferentes?” A lo cual el

viejo contestó: –“En vez de preguntarte cómo te tratan los que te rodean, mejor pregúntate

cómo los tratas tú a ellos. A la larga la gente se termina comportando contigo como tú te
comportes con ellos.”

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