La Edad Media

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La Edad Media

En el libro "El Mundo de Sofía" de Jostein Gaarden, la Edad Media es abordada como un
periodo histórico fundamental en el desarrollo del pensamiento filosófico y cultural de la
humanidad. Gaarden describe la Edad Media como una época caracterizada por una profunda
religiosidad, en la que la Iglesia desempeñaba un papel central en la vida de las personas y
en la configuración de la sociedad.

Durante la Edad Media, que abarcó aproximadamente desde el siglo V hasta el siglo XV,
Europa experimentó grandes cambios en todos los ámbitos de la vida, desde la economía
hasta la política, pasando por la cultura y la filosofía. La sociedad medieval estaba
estructurada en torno al sistema feudal, en el que los señores feudales gobernaban sobre sus
vasallos y campesinos, asegurando así su poder y control sobre la tierra y la producción.

En el ámbito cultural y filosófico, la Edad Media fue un periodo rico en pensadores y filósofos,
que se dedicaron a explorar cuestiones metafísicas, éticas y religiosas. La filosofía medieval
se desarrolló principalmente en el ámbito de la teología, con autores como Santo Tomás de
Aquino, quien intentó conciliar la filosofía aristotélica con la doctrina cristiana.

La Iglesia también desempeñó un papel importante en la educación durante la Edad Media,


con la fundación de las primeras universidades y la preservación de la cultura clásica a través
de la copia de manuscritos y la traducción de textos antiguos. La arquitectura gótica y las
grandes catedrales medievales son un testimonio de la importancia de la religión en la vida
cotidiana de la gente en esa época.

En resumen, la Edad Media es presentada como una época tumultuosa y fascinante, marcada
por la influencia de la Iglesia, la filosofía medieval y la cultura en general. La obra invita al
lector a reflexionar sobre este período histórico crucial en la formación del pensamiento
occidental y en la configuración de la sociedad moderna.

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El pensamiento en la Edad Media, como se describe en el libro "El Mundo de Sofía" de Jostein
Gaarder, se caracteriza por un profundo sentido religioso y la influencia dominante de la
Iglesia Católica en todos los aspectos de la vida.

Durante la Edad Media, la mayoría de la población europea era analfabeta y dependía en


gran medida de la Iglesia para la transmisión de conocimientos y creencias. La enseñanza se
centraba en la teología y en la interpretación de las Escrituras, lo que llevaba a una visión del
mundo basada en la fe y en la creencia en un Dios todopoderoso.
En este sentido, el pensamiento medieval se caracterizaba por una concepción del mundo en
la que Dios ocupaba el centro de todo, como el Creador y el sustentador de la existencia. La
fe era la guía principal para comprender la realidad, y la razón se subordinaba a la revelación
divina.

Además, la filosofía en la Edad Media estaba influenciada por la tradición platónica y


aristotélica, que se fusionaron con la doctrina cristiana para establecer un sistema de
pensamiento coherente. Los filósofos medievales se dedicaban a la filosofía natural, la ética y
la metafísica, siempre desde una perspectiva teocéntrica.

En resumen, el pensamiento en la Edad Media se caracterizaba por su profunda religiosidad,


su dependencia de la autoridad de la Iglesia y su concepción del mundo basada en la fe en
Dios. Este enfoque teocéntrico dominó la mentalidad de la época y marcó el desarrollo de la
filosofía y la ciencia medievales.

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Santo Tomás de Aquino

La influencia de los árabes en España comenzó a hacerse notar. Durante toda la Edad Media
los árabes tuvieron una viva tradición aristotélica, y desde finales del siglo XII, árabes eruditos
iban al norte de Italia, invitados por los príncipes de esa región. De esta manera muchos de
los escritos de Aristóteles fueron conocidos y poco a poco traducidos del griego y del árabe
al latín. Esto despertó un nuevo interés por cuestiones científicas, además de revivir la
antigua polémica sobre la relación entre las revelaciones cristianas y la filosofía griega. En los
asuntos de ciencias naturales ya no se podía pasar por alto a Aristóteles. ¿Pero en qué
ocasiones había que escuchar al filósofo y en cuales había que apoyarse exclusivamente en
la Biblia?

El filósofo más grande y más importante de la Alta Edad Media fue Tomás de Aquino, que
vivió de 1225 a 1274. Nació en la pequeña ciudad de Aquino, entre Roma y Nápoles, pero
también trabajó como profesor de filosofía en la universidad de París. Lo llamó “filósofo”, pero
también fue, en la misma medida, teólogo. En aquella época no había en realidad una
verdadera distinción entre “filosofía” y “teología”. Para resumir podemos decir que Tomás de
Aquino cristianizó a Aristóteles de la misma manera que San Agustín había cristianizado a
Platón al comienzo de la Edad Media.
Cuando hablamos de la «cristianización» de los dos grandes filósofos griegos queremos decir
que fueron interpretados y explicados de tal manera que no se considerarán una amenaza
contra la doctrina cristiana. De Tomás de Aquino se dice que “cogió el toro por los cuernos”.

Tomás de Aquino fue de los que intentaron unir la filosofía de Aristóteles y el cristianismo.
Decimos que creó la gran síntesis entre la fe y el saber. Y lo hizo precisamente entrando en la
filosofía de Aristóteles y tomándole sus palabras. Tomás de Aquino pensó que no tenía por
qué haber una contradicción entre lo que nos cuenta la filosofía o la razón y lo que nos revela
la fe. Muy a menudo el cristianismo y la filosofía nos dicen lo mismo. Por lo tanto podemos,
con la ayuda de la razón, llegar a las mismas verdades que las que nos cuenta la Biblia.

A esta clase de “dogmas de fe”, solo tenemos acceso a través de la fe y de la revelación


cristiana. Pero Tomás opinaba que también existen una serie de “verdades teológicas
naturales”. Con esto se refería a verdades a las que se puede llegar tanto a través de la
revelación cristiana como a través de nuestra razón innata o natural. Una verdad de ese tipo
es, por ejemplo, la que dice que hay un Dios. Tomás opinaba que hay dos caminos que
conducen a Dios. Un camino es a través de la fe y la revelación. El otro camino es a través de
la razón y las observaciones hechas con los sentidos. Bien es verdad que, de estos caminos,
el de la fe y la revelación es el más seguro, porque es fácil desorientarse si uno se fía
exclusivamente de la razón. Pero el punto clave de Tomas es que no tiene que haber
necesariamente una contradicción entre un filósofo como Aristóteles y la doctrina cristiana.

Aristóteles sólo llega hasta un punto en el camino porque no llegó a conocer la revelación
cristiana. Pero recorrer una parte del camino no significa equivocarse de camino. Por ejemplo,
no es incorrecto decir que Atenas está en Europa. Pero tampoco es muy preciso. Si un libro
sólo te dice que Atenas es una ciudad europea, quizás sea también conveniente consultar un
libro de geografía en el que se te proporcione toda la verdad: Atenas es la capital de Grecia,
que a su vez es un pequeño país en la parte sudeste de Europa. Si tienes suerte, a lo mejor
también te cuenta algo de la Acrópolis, por no decir de Sócrates, Platón y Aristóteles.

Lo que quiso mostrar Tomás es que solo existe una verdad. Cuando Aristóteles señala algo
que nuestra razón reconoce como verdad, entonces tampoco contradice la doctrina cristiana.
Podemos acercarnos plenamente a una parte de la verdad mediante nuestra razón y nuestras
observaciones hechas con los sentidos son precisamente esas verdades las que menciona
Aristóteles cuando describe el reino animal y el reino vegetal. Otra parte de la verdad nos la
ha revelado Dios a través de la Biblia. Pero las dos partes de la verdad se superponen la una
a la otra en muchos puntos importantes. También hay algunas cuestiones sobre las que la
Biblia y la razón nos dicen exactamente lo mismo.

También la filosofía de Aristóteles suponía que había un Dios, o una causa primera, que pone
en marcha todos los procesos de la naturaleza. Pero no nos proporciona ninguna descripción
más detallada de Dios. En este punto tenemos que apoyarnos exclusivamente en la Biblia y
en la palabra de Cristo.
Pero incluso hoy en día la mayor parte de la gente está de acuerdo en que al menos la razón
del ser humano no puede probar que no haya un Dios. Tomás fue más allá. Pensaba que
basándose en la filosofía de Aristóteles se podía probar la existencia de Dios.

También con la razón podemos reconocer que todo lo que hay a nuestro alrededor tiene que
tener una «causa original», decía. Dios se ha revelado ante los hombres tanto a través de la
Biblia como a través de la razón. De esta manera, existe una «teología revelada» y una
«teología natural». Lo mismo ocurre con la moral. En la Biblia podemos leer cómo quiere Dios
que vivamos. Pero a la vez Dios nos ha provisto de una conciencia que nos capacita para
distinguir entre el bien y el mal sobre una base natural. Hay pues «dos caminos» también
para la vida moral podemos saber qué está mal herir a otras personas, aunque no hayamos
leído en la Biblia: «Haz con tu prójimo lo que quieres que tu prójimo haga contigo». Pero
también en este punto lo más seguro es seguir los mandamientos de la Biblia.

Aunque seamos ciegos podemos oír que truena. Y aunque seamos sordos podemos ver los
relámpagos. Lo mejor es, claro está, ver y oír. Pero no hay ninguna «contradicción» entre lo
que vemos y lo que oímos. Al contrario, las dos impresiones se complementan.

Tomás de Aquino se quedó con la filosofía de Aristóteles en todos los puntos en los que ésta
no contradecía la teología de la Iglesia. Este es el caso de la lógica de Aristóteles, de su
filosofía del conocimiento así como la de la naturaleza. ¿Te acuerdas de la descripción de
Aristóteles de una cadena evolutiva desde plantas y animales a seres humanos?

Aristóteles pensaba que esta escala señalaba a un Dios que constituía una especie de
cumbre de existencia. Este esquema se adapta fácilmente a la teología cristiana. Según
Tomás hay un grado evolutivo de existencia, desde plantas y animales hasta seres humanos,
desde los seres humanos a los ángeles, y desde los ángeles a Dios. El hombre tiene, al igual
que los animales, un cuerpo con órganos sensoriales, pero el ser humano tiene también una
razón con «pensamientos profundos». Los ángeles no tienen tal cuerpo, por lo tanto tienen
también una inteligencia inmediata e instantánea. No necesitan “pensárselo» como los seres
humanos, no necesitan deducir algo de un punto a otro. Saben todo lo que pueden saber los
hombres sin tener que ir paso a paso cómo nosotros. Como los ángeles no tienen cuerpo,
tampoco morirán nunca. No son eternos como Dios, porque también ellos fueron creados por
Dios. Pero no tienen ningún cuerpo del que puedan separarse; por tanto, no morirán nunca.

Pero por encima de los ángeles domina Dios. Él puede verlo y saberlo todo en una sola y
continua visión. Para Dios no existe el tiempo como existe para nosotros. Nuestro «ahora» no
es el «ahora» de Dios. Aunque para nosotros pasen unas semanas, no necesariamente pasan
unas semanas para Dios.

Desgraciadamente Tomás de Aquino también se quedó con la visión que de la mujer tenía
Aristóteles. Te acordarás de que Aristóteles pensaba que la mujer era algo así como un
hombre imperfecto. Opinaba además que los hijos sólo heredaban las cualidades del padre.
Como la mujer era pasiva y receptiva, el hombre era el activo y el que daba la forma. Estos
pensamientos armonizaban, según Tomás de Aquino, con las palabras de la Biblia, donde se
dice, entre otras cosas, que la mujer fue creada de una costilla del hombre.

Conviene añadir que el que algún mamífero pone huevos no se supo hasta 1827. Por lo tanto
quizás no fuera tan extraño que se pensara que el hombre era el que daba la forma y la vida
en la procreación. Además debemos tener en cuenta que según Tomás la mujer es inferior al
hombre sólo físicamente. El alma de la mujer tiene el mismo valor que la del hombre. En el
cielo hay igualdad entre hombres y mujeres, simplemente porque dejan de existir todas las
diferencias físicas entre los sexos.

La Iglesia estuvo fuertemente dominada por los hombres, lo cual no significa que no hubiese
pensadoras. Una de ellas fue Hildegarda de Bingen… Hildegarda era una monja del valle del
Rhin que vivió de 1098 a 1179. A pesar de ser mujer era predicadora botánica y científica.
Podría simbolizar la idea de que a menudo las mujeres eran las más realistas, por no decir las
más científicas, en la Edad Media.

Entre los judíos y los cristianos había una creencia que decía que Dios no sólo era hombre.
También tenía un lado femenino o una «naturaleza materna». Porque también las mujeres
están creadas a imagen y semejanza de Dios. En griego este lado femenino de Dios se
llamaba Sophia. «Sophia» o «Sofía» significa «sabiduría».

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Santo Tomás de Aquino es uno de los filósofos y teólogos más importantes de la historia de
la filosofía. En el libro "El Mundo de Sofía" de Jostein Gaarder, se presenta su pensamiento de
una forma muy clara y didáctica para los lectores más jóvenes.

Santo Tomás de Aquino fue un filósofo y teólogo cristiano que vivió en el siglo XIII. Es
conocido por su intento de conciliar la fe cristiana con la razón filosófica, basándose
principalmente en la filosofía de Aristóteles. Según Tomás de Aquino, la razón y la fe no
están en conflicto, sino que son complementarias y se pueden usar juntas para llegar a la
verdad.

En el libro, se explica la importancia que Santo Tomás de Aquino dio a la razón como
instrumento para conocer a Dios y entender el mundo. Consideraba que la razón podía
conducirnos a la fe y que la fe enriquecía la razón, ya que la revelación divina aportaba una
verdad más profunda y completa que la que la razón por sí sola podía alcanzar.

Además, Santo Tomás de Aquino abordó cuestiones fundamentales como la existencia de


Dios, la naturaleza del alma, la relación entre fe y razón, y la ética. Su pensamiento ha tenido
una gran influencia en la filosofía cristiana y en la teología católica, y sigue siendo objeto de
estudio y debate en la actualidad.

En resumen, el pensamiento de Santo Tomás de Aquino se caracteriza por su intento de


integrar la fe y la razón, así como por su profunda reflexión sobre las cuestiones
fundamentales de la filosofía y la teología. Su legado filosófico sigue siendo relevante y ha
dejado una huella duradera en la historia del pensamiento occidental.

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San Agustín
Los filósofos de la Edad Media dieron más o menos por sentado que el cristianismo era lo
verdadero. La cuestión era si había que creer en los milagros cristianos o si también era
posible acercarse a las verdades cristianas mediante la razón. ¿Qué relación había entre los
filósofos griegos y lo que decía la Biblia? ¿Había una contradicción entre la Biblia y la razón, o
eran compatibles la fe y la razón? Casi toda la filosofía medieval versó sobre esta única
pregunta.

Veamos este planteamiento del problema en los dos filósofos más importantes de la Edad
Media. Podemos empezar con San Agustín, que vivió del 354 al 430. En la vida de esta
persona podemos estudiar la transición entre la Antigüedad tardía y el comienzo de la Edad
Media. San Agustín nació en la pequeña ciudad de Tagaste, en el norte de África, pero ya con
dieciséis años se fue a estudiar a Cartago. Más tarde viajó a Roma y a Milán, y vivió sus
últimos años como obispo en la ciudad de Hipona, situada a unas millas al oeste de Cartago.
Sin embargo no fue cristiano toda su vida. San Agustín pasó por muchas religiones y
corrientes filosóficas antes de convertirse al cristianismo.

Durante un período fue maniqueo. Los maniqueos eran una secta religiosa muy típica de la
Antigüedad tardía. Era una doctrina de salvación mitad religiosa, mitad filosófica. La idea era
que el mundo está dividido en bien y mal, en luz y oscuridad, espíritu y materia. Con su
espíritu las personas podían elevarse por encima del mundo de la materia y así poner las
bases para la salvación del alma. Pero esta fuerte diferenciación entre el bien y el mal no le
dio ninguna paz a San Agustín. De joven estaba muy interesado por lo que solemos llamar
“el problema del mal”, es decir, la cuestión del origen del mal. Durante otra época estuvo
influenciado por la filosofía estoica, y según los estoicos no existía esa fuerte separación
entre el bien y el mal. Pero sobre todo estuvo influido San Agustín por la otra tendencia
filosófica importante de la Antigüedad tardía, es decir; por el neoplatonismo, en el que se
encontró con la idea de que toda la existencia tiene una naturaleza divina.
Primero se volvió cristiano, pero el cristianismo de San Agustín tiene fuertes rasgos de la
manera de razonar del platonismo. Así comprenderás, que no se trata de ninguna ruptura
traumática con la filosofía griega, aunque estemos entrando en la Edad cristiana. Gran parte
de la filosofía griega fue llevada a la nueva época a través de los Padres de la Iglesia como
San Agustín.

Evidentemente él mismo opinaba que era cien por cien cristiano. Pero no veía una gran
distinción entre el cristianismo y la filosofía de Platón. Pensó que la coincidencia entre la
filosofía de Platón y la doctrina cristiana era tan clara que se preguntaba si Platón no habría
conocido partes del Antiguo Testamento. Esto es muy dudoso, claro está. Podríamos decir
que fue San Agustín el que “cristianizó” a Platón.

Señaló que, en cuestiones religiosas, la razón sólo puede llegar hasta unos límites. El
cristianismo también es un misterio divino al que sólo nos podemos acercar a través de la fe.
Pero si creemos en el cristianismo, Dios “iluminará” nuestra alma para que consigamos unos
conocimientos sobrenaturales de Dios. El mismo San Agustín había descubierto que la
filosofía sólo podía llegar hasta ciertos límites. Hasta que no se convirtió al cristianismo, su
alma no encontró la paz. “Nuestro corazón está intranquilo hasta encontrar descanso en Ti”,
escribe.

Es verdad que San Agustín piensa que Dios creó el mundo de la nada. Esta es una idea
bíblica. Los griegos tendían a pensar que el mundo había existido siempre. Pero él opinaba
que antes de crear Dios el mundo, las “ideas” existían en los pensamientos de Dios. Incorporó
de esta manera las ideas platónicas en Dios, salvando así el pensamiento platónico de las
ideas eternas.

Pero esto demuestra como San Agustín y otros Padres de la Iglesia se esforzaron al máximo
por unificar la manera de pensar judía con la griega. En cierta manera fueron ciudadanos de
dos culturas. También en la problemática del mal, San Agustín recurre al neoplatonismo.
Opina, como Plotino, que el mal es la “ausencia de Dios”. El mal no tiene una existencia
propia, es algo que no es. Porque la Creación de Dios es en realidad sólo buena. El mal se
debe a la desobediencia de los hombres, pensaba San Agustín. O, para decirlo con sus
propias palabras: “la buena voluntad es obra de Dios, la mala voluntad es desviarse de la
obra de Dios”.

San Agustín dice que hay un abismo infranqueable entre Dios y el mundo. En este punto se
apoya firmemente sobre cimientos bíblicos, y rechaza la idea de Plotino de que todo es Uno.
Pero también subraya que el ser humano es un ser espiritual. Tiene un cuerpo material, que
pertenece al mundo físico donde la polilla y el órice corroen, pero también tiene un alma que
puede reconocer a Dios.

Según San Agustín toda la humanidad entró en perdición después del pecado original. Y sin
embargo, Dios ha determinado que algunos seres humanos serán salvados de la perdición
eterna. Pero en este punto San Agustín rechaza cualquier derecho del hombre a criticar a
Dios. En este contexto se remite a algo que escribió San Pablo en su Carta a los romanos:

¿Pero quién eres tú, hombre, que protestas contra Dios? ¿Puede lo que está formado decir al
que lo formó: “¿Por qué me hiciste así?”. ¿No es el alfarero el señor de la arcilla para que del
mismo material pueda hacer una vasija fina y una vasija barata?

La idea de San Agustín es que ningún ser humano se merece la salvación de Dios. Y sin
embargo Dios ha elegido a algunos que se salvarán de la perdición. Para él, por lo tanto, no
existe ningún secreto sobre quién se salva y quién se pierde ya que está decidido de
antemano. Somos arcilla en la mano de Dios. Dependemos totalmente de su misericordia.

Pero San Agustín no les quita a los hombres la responsabilidad de sus propias vidas. Nos
aconsejó que viviésemos de manera que por nuestro ciclo vital pudiéramos darnos cuenta de
que pertenecemos a los elegidos. Porque no niega que tengamos un libre albedrío. Pero Dios
“ha visto de antemano” cómo vamos a vivir.

Con la teología de San Agustín nos hemos alejado ya un poco del humanismo de Atenas.
Pero no fue San Agustín el que dividió la humanidad en dos grupos. Se apoya en la doctrina
de la Biblia sobre la salvación y la perdición. En una gran obra llamada La ciudad de Dios,
profundiza sobre este pensamiento. La expresión “Ciudad de Dios” o “Reino de Dios”, procede
de la Biblia y de la predicación de Jesús. San Agustín piensa que la Historia trata de la lucha
que se libra entre la “Ciudad de Dios” y la “Ciudad terrena”. Las dos “ciudades, “ no son
ciudades políticas fuertemente separadas entre ellas. Luchan por el poder en cada persona.
No obstante, la Ciudad de Dios está presente de un modo más o menos claro en la Iglesia, y
la Ciudad terrena está presente en los Estados políticos, por ejemplo en el Imperio Romano,
que se desintegró precisamente en la época de San Agustín. Esta idea se iba haciendo cada
vez más clara conforme la Iglesia y el Estado luchaban por el poder a lo largo de la Edad
Media. “No existe ninguna salvación fuera de la Iglesia”, se había dicho ya. La Ciudad de Dios
de San Agustín se identificó por tanto, finalmente, con la Iglesia como organización. Hasta la
Reforma, en el siglo XVI, no se protestará contra la idea de que el hombre tuviera que pasar
por la Iglesia para recibir la gracia de Dios.

También debemos fijarnos en el hecho de que San Agustín fuera el primer filósofo, de los que
hemos estudiado, que introdujo la propia Historia en su filosofía. La lucha entre el bien y el
mal no era en absoluto algo nuevo. Lo nuevo es que esta lucha se libra dentro de la Historia.
En este sentido no hay mucho platonismo en San Agustín, sino que se encuentra firmemente
plantado en la visión lineal de la Historia, tal como la encontramos en el Antiguo Testamento.
La idea es que Dios necesita la Historia para realizar su “Ciudad de Dios”. La Historia es
necesaria para educar a los hombres y destruir el mal. O, como dice San Agustín: “La
providencia divina conduce la Historia de la humanidad desde Adán hasta el final de la
Historia, como si se tratara de la historia de un sólo individuo que se desarrolla gradualmente
desde la infancia hasta la vejez”.
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San Agustín es un personaje importante en la novela "El mundo de Sofía" escrita por Jostein
Gaarder, ya que su pensamiento filosófico influye de manera significativa en el desarrollo de
la trama y en la evolución de los personajes.

En la novela, se resalta la figura de San Agustín como uno de los principales representantes
del pensamiento filosófico en la historia de la humanidad. Su enfoque en la búsqueda de la
verdad y su lucha interna por comprender el mundo y la existencia humana son aspectos
claves que se exploran a lo largo de la historia.

San Agustín es conocido por sus reflexiones sobre la relación entre el bien y el mal, la
existencia de Dios y la naturaleza del alma. En la novela, se presentan sus ideas de manera
clara y se exploran a través de diálogos entre los personajes principales.

El pensamiento de San Agustín, en particular su concepto de la "iluminación divina" como


fuente de sabiduría y conocimiento, tiene un impacto profundo en Sofía y en su búsqueda de
respuestas sobre la realidad y la existencia. A través de las enseñanzas de San Agustín, Sofía
comienza a cuestionar sus propias creencias y a explorar nuevas perspectivas sobre la vida y
el mundo que la rodea.

En resumen, San Agustín desempeña un papel fundamental en la novela "El mundo de Sofía"
al introducir importantes conceptos filosóficos y estimular la reflexión de los personajes sobre
la naturaleza de la verdad, la existencia y la vida misma.

Eva Mª Heredia Quevedo — 1ºBach BB

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