Manual Inteligencia Emocional Modulo IV

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MÓDULO IV

Establecimiento de normas,
límites y consecuencias de un desarrollo
emocional inadecuado

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Límites, normas y consecuencias para una buena IE

Las rabietas, el comportamiento de confrontación o la desobediencia pueden


considerarse comportamientos normales si se cumplen dos criterios:

En parte, este es un comportamiento que desarrollan la mayoría de los niños


y, por otro lado, una de sus funciones en el desarrollo del comportamiento es
lograr la adaptación al medio en el que se encuentran. Ahora, es importante
que al establecer límites se consideren las características evolutivas del niño.

En cuanto a esto último, no es lo mismo la reacción que pueden tener a los tres
años, cuya capacidad de expresión es la de llorar, gritar o patalear, a cuando
vaya creciendo y desarrollándose, que será insultar o amenazar.

Además, hay que tener en cuenta que poner límites es una forma de afecto y,
al mismo, de preocupación hacia el menor.

Antes de seguir en este apartado, es importante preguntarnos y, sobre todo, en-


tender qué pretende comunicar el pequeño con este tipo de comportamientos.

Objetivo
Instrumental Comunicativo
El pequeño hace uso de este tipo de Transmitir sus estados ya sea de en-
comportamientos para conseguir fado, frustración o disconformidad.
algo, ya sea una recompensa o evi- Esto se acompaña de un intento por
tar alguna situación desagradable. rebelarse ante aquellas normas y lími-
tes que el adulto le va imponiendo.

Aspectos para tener en cuenta

Para que estos comportamientos mencionados al inicio no trasciendan, los pa-


dres necesitan implementar estrategias efectivas para enfrentarlos y que no se
generalicen en el estilo de vida del niño. Por tanto, ni ceder a lo que el pequeño
quiere ni reaccionar de forma agresiva es una solución, porque con ese com-
portamiento el progenitor envía mensajes muy contradictorios.

Hay que ser conscientes que, al igual que el comportamiento de los niños puede
influir y cambiar el comportamiento de los padres para que se adapten gradual-
mente a su desarrollo (pues el comportamiento del menor puede reforzarlos o
prevenirlos, según el tipo de comportamiento que muestre y sus consecuencias
posteriores), el comportamiento de los padres también puede tener un efecto
de la misma manera.

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No ceder ante la presión

En esto hay un aspecto importante a tener en cuenta, y es no ceder ante la pre-


sión. Pues cuando los padres finalmente ceden a los deseos de su hijo, le dan
lo que quiere o le quitan lo que quiere evitar, le están diciendo que ha hecho lo
correcto para lograr su objetivo, por lo que es más probable que este compor-
tamiento se repita en el futuro.

La alternativa más efectiva combina un conjunto de características esenciales.


Las más notables son las relacionadas con la calma, serenidad y fortaleza que
muestran los padres juntos.

Por otro lado, es importante señalar que puede ser útil darle la oportunidad de
arreglar lo estropeado. De esta forma, el niño será el encargado de reparar las
cosas o simplemente el desorden que haya causado con el comportamiento
negativo o rabieta.

Del mismo modo, se recomienda sacar del contexto, ambiente o situación


donde está teniendo lugar el enfado y llevar al pequeño a un lugar diferente,
donde no se encuentre con aquellos estímulos que han desencadenado este
tipo de comportamiento.

El castigo no es la mejor opción

Es de bien saber el papel del castigo en la infancia y su uso, en ocasiones, de


forma excesiva. Ahora, se ha de tener en cuenta que el castigo debe ser el últi-
mo recurso para cambiar el comportamiento de un niño.

El castigo es impuesto por una persona sancionando determinada conducta


en determinadas circunstancias y características. Por tanto, la liquidación de la
infracción se hará efectiva en presencia de esta persona y en las mismas con-
diciones y signos en que tuvo lugar la acción. Esto significa que en otras situa-
ciones y en ausencia del castigador, la probabilidad de mala conducta seguirá
siendo alta porque la conducta castigada no se olvida, por lo que el motivo de
la inacción del niño será evitar el castigo.

Con esta técnica, los padres no toman decisiones de comportamiento apropia-


das porque se les dice lo que está mal (en lugar de lo que está bien). A su vez,
aprenden que los problemas se pueden resolver con agresión, que es caracte-
rística del castigo.

De esta forma, el impacto en el castigado puede ser: el propio niño muestra


agresión y aprende que la agresión es una forma adecuada de relación, efectos
emocionales secundarios (ansiedad, miedo, aislamiento, pesadillas, tristeza) y
sacar conclusiones negativas. o sobre los demás. En el sistema familiar, el costo
del castigo es muy alto.

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Si el ambiente familiar se define como muy agresivo, muchas veces el niño
no solo evita el castigo, sino que el castigador también se vuelve temeroso
de sus propios familiares.

Ante un problema, preguntarse si se está actuando adecuadamente


para resolverlo:

• ¿He tratado de pensar en varias estrategias para resolver el problema?

• ¿He definido claramente el problema?

• ¿He permitido que todos aquellos involucrados en el problema ofrecieran al-


ternativas para solucionarlo?

• ¿He considerado los aspectos negativos y positivos de cada idea, también los
de aquellas propuestas por otros?

• ¿Mantuve la calma y te abstuviste de culpar a otros?

• ¿Hice un esfuerzo honesto para lograr que la solución resultara?

• ¿Reconocí los esfuerzos de los demás para llegar a la solución?

• ¿Hice un plan alternativo para el caso de que la solución no funcionara? (Sha-


piro, 1997, p. 84).

Pautas para establecer límites y normas de forma positiva

• Las personas en general, incluyendo a los padres y a los niños, suelen desear
lo que les gusta y lo que consideran importante. Sin embargo, en muchas oca-
siones no se obtiene lo deseado y se experimentan sentimientos de enojo,
decepción y frustración.

• En este sentido, resulta fundamental enseñar a los niños a cómo afrontar estas
situaciones. Para lograrlo, los padres de cada niño deben llegar a un acuerdo
sobre cómo actuar.

• Los padres deben tener en cuenta que los hijos suelen imitar su comporta-
miento, por lo que es importante que controlen sus propias emociones.

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• Asimismo, es fundamental establecer reglas claras en la familia, especi-
ficando cómo se deben comportar los miembros y qué acciones están
permitidas y cuáles no. Es necesario que las reglas sean comunicadas de
forma clara y que se discutan sus implicaciones. Pues los menores deben
conocer y entender lo que tienen que hacer y lo que no, y las conse-
cuencias directas de sus comportamientos. Los adultos tienen que velar
porque aprendan a interiorizar las normas y límites. Es decir, las técnicas se
orientarán a aumentar la aparición de conductas positivas y a debilitar la
ocurrencia de las negativas.

• Respecto a las consecuencias por romper las reglas, en el caso de los niños
pequeños, son los padres quienes suelen decidir qué medidas tomar, ya
sean castigos o recompensas. A medida que los niños crecen, los padres
pueden dialogar con ellos para que participen en la toma de decisiones,
aprendiendo así a ser responsables de sus actos.

• Es importante que las consecuencias sean proporcionales a la conducta


controlada y que el niño las sienta justificadas. La entrega de las conse-
cuencias debe ser segura y con gran respeto hacia el niño (Martínez Gon-
zález, 2009).

• Dar al niño advertencias y señales cuando comienza a comportarse mal,


pues es la mejor forma de enseñarle el autocontrol.

En definitiva:

• Reforzar los comportamientos adecuados. La efectividad de las técnicas


diseñadas para reducir o eliminar ciertos comportamientos aumenta cuan-
do se combinan con técnicas que aumentan la ocurrencia del comporta-
miento apropiado. De esta manera, los padres enseñan a sus hijos no solo
lo que no deben hacer, sino también lo que deben hacer.

• Potenciar conductas adecuadas alternativas e incompatibles con las que


lleva a práctica las rabietas o comportamientos negativos.

• Reconocer aquellos estímulos y situaciones donde ocurren con más fre-


cuencia las rabietas o comportamientos negativos para controlarlas. En
otras palabras, prevenir los problemas antes de que se produzcan (López
Agrelo, 2005).

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¿Qué ocurre cuando no se habla de las emociones?

Si no se trabaja e impulsa la IE en el contexto familiar, los niños pueden inferir


que sus emociones no son importantes y han de guardárselas para sí mismos.

Así pues, el ignorar, descartar o menospreciar los sentimientos de un niño


puede tener un impacto negativo en la salud mental de este. Ya sea con di-
námicas que incluyen no dar soluciones alternativas al problema, conside-
rando sus sentimientos como triviales o absurdos o prohibiéndoles que se
enfaden, por ejemplo.

De este modo, si los pequeños esperan reacciones negativas de sus cuidado-


res, pueden aprender a limitar su expresividad emocional, lo que dificultará su
desarrollo emocional puesto que no entenderán sus propias respuestas y no
podrán ubicarlas en la perspectiva adecuada.

Por ejemplo, los niños con bajo autocontrol emocional a menudo reaccionan
con mucha intensidad ante eventos aparentemente insignificantes en los que
los padres no pueden entender completamente lo que está sucediendo.

El llanto o la ira incontrolable a menudo es el resultado de una situación de


"baja comprensión" en la que el niño no puede expresarse y comunicarse, más
que el resultado del evento que percibimos como la causa de la frustración.
No pueden salir de esta situación sin que alguien les ayude a sentirse bien de
nuevo (Pérez-Alonso Jeta, 1998).

En cambio, cuando se anima a los niños a hablar sobre sus sentimientos, los
entienden y saben cómo afrontarlos. En consecuencia, será más probable
que vean sus reacciones como apropiadas, reconozcan las características si-
tuacionales que las produjeron o sabrán que los sentimientos pasarán (Keaten
y Kelly, 2008).

En definitiva, los padres deben comprender los sentimientos de los pequeños,


brindarles el apoyo emocional que necesitan para enfrentar situaciones difíci-
les, establecer límites claros y disciplina constructiva, y respetar sus sentimien-
tos para crear un ambiente emocionalmente saludable.

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La escucha activa como elemento clave

Ciertos métodos deben usarse de manera efectiva para que los progenitores
se comprometan adecuadamente con la escucha activa con sus hijos.

1. Primero, se ha de pasar tiempo todos los días escuchando al niño, pres-


tando atención a lo que dice, haciendo contacto visual y mostrando un
interés genuino en la conversación. Recordemos que el ingrediente fun-
damental para educar a un niño emocionalmente inteligente es el tiempo
que le dedique el cuidador.

2. Es importante permitir que los niños hablen sin interrupciones y evitar opi-
niones y críticas no solicitadas. Aquí, existe una gran diferencia entre hablar
"con" un niño y hablar "a" un niño. Cuando los padres hablan "con" el niño,
intercambian ideas, proyectos, planes o sentimientos. Sin embargo, cuando
los padres hablan "al" niño, este tipo de comunicación se suele restringir a
dar consejos, advertencias o recomendaciones (López Agrelo, 2005).

3. Finalmente, se recomienda usar un lenguaje de escucha activa para refle-


jar los sentimientos de su hijo y promover una comunicación más efectiva.

Estas estrategias ayudan a desarrollar un proceso de escucha de calidad y ha-


cen que los momentos de interacción entre padres e hijos sean más gratifican-
tes y motivadores para ambos.

Por el contrario, si la escucha activa no se hace correctamente, los niños pue-


den no estar dispuestos a compartir sus pensamientos y sentimientos, lo que
puede limitar la comunicación y el vínculo emocional entre padres e hijos en
el futuro.

Entre algunas pautas prácticas de escucha activa para los cuidadores que pue-
den incorporarse en cualquier interacción se encuentran:

• Volver a formular lo que dijo el niño (“Así que lo que me estás diciendo es...”).

• Aclarar lo que ha dicho (“Puedes decirme algo más acerca de...”).

• Mostrar interés por lo que el pequeño está diciendo (a través del gesto, el
tono de la voz, el contacto visual, y así sucesivamente).

• Calificar o describir lo que parece estar sintiendo (“Me parece que estás
enfadado porque...”) (Saphiro, 1997, p. 156).

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Una vez que escucho, ¿cómo puedo comunicarme correctamente?

Una comunicación clara significa que cuando los padres comunican informa-
ción, esta ha de ser única y evitar confusiones. Dependiendo de la edad del
niño, la conversación será sobre diferentes temas, pero la esencia es la misma.

Comunicación sana
Clara Congruente Directa
Mensaje único Verbal (qué se dice) Cara a cara,
sin ambigüedades y no verbal sin intermediarios
(cómo se dice)

• Es importante ayudar al niño a desarrollar la capacidad de comprender los


matices de la comunicación emocional enseñándole a leer el lenguaje no
verbal de las emociones. Y es que, la comunicación emocional no verbal
es más importante que las palabras. Se necesita, por ende, enseñar a re-
conocer los primeros signos físicos de sus reacciones emocionales para
que aprendan a controlarse. Por ejemplo, una formación satisfactoria en
el control de la ira es enseñar a los pequeños a tener conciencia de los
cambios de su cuerpo y a responder calmándose a sí mismos, respirando
profundamente o distrayéndose (por ejemplo, contando hacia atrás).

• La comunicación emocional incluye comprender el comportamiento no


verbal de los demás (gestos, lenguaje corporal, expresiones faciales, tono
de voz, etc.) así como la comunicación no verbal del pequeño.

• La comunicación emocional también se transmite a través de la forma de


hablar de las personas. Algunos niños necesitan más ayuda que otros para
comprender cómo se transmiten las emociones a través del tono de voz,
la velocidad del habla, etc (Shapiro, 1997).

Por tanto, es importante proporcionar un ambiente seguro, relajado y motiva-


dor, utilizar un lenguaje afectuoso, servirse de consignas y normas claras que
ayuden a que el comportamiento del alumnado se adecue a las demandas
del entorno, valorar al niño para que se sienta valioso ante los demás y esti-
mularlo para que exprese sus emociones (Macías, 2010).

La comunicación del padre influye en la del niño

Cuando hay una buena comunicación por parte del cuidador, los niños conse-
guirán incorporar a sus habilidades la capacidad de conversar adecuada a la
edad. De este modo, no tendrán problemas para transmitir sus necesidades a los
demás ni dificultades para comprender las necesidades y los deseos del resto.

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Algunas de las pautas que pueden favorecer una buena comunicación con una
persona de cualquier edad (sirviendo también para los niños) incluyen (Saphi-
ro, 1997, p. 102-103):

Capacidad Qué hacer


Expresar las necesidades y los de- Hacer afirmaciones en las que se
seos propios con claridad. exprese cómo se siente, por qué se
siente de esa manera y qué quiere.
Compartir información personal Hablar acerca de cosas que intere-
acerca de uno mismo. san y son importantes para uno.
Modular las respuestas propias a los Prestar atención a lo que la otra per-
indicios y palabras de los demás. sona dice y a cómo lo dice. Las con-
versaciones son como un subibaja:
son necesarias dos personas para
que funcionen.
Hacer preguntas sobre los demás. Ser curioso. Averiguar todo lo que se
pueda acerca de la persona con la
que se está hablando.

Ofrecer ayuda y sugerencias. Ser consciente de lo que la gente


quiere. Aunque, en general, siempre
se suela decir algo así como: “No sé
qué hacer”.
Invitar. Si disfrutas con la compañía de una
persona, házselo saber invitándola a
participar en actividades que ambos
puedan disfrutar.
Retroalimentación positiva. Comentar lo que te guste de lo que
dijo la otra persona (“¡Que buena
idea!”).
Mantenerse centrado en la conver- Evitar hacer otras actividades. No
sación. cambiar el tema ni ir por la tangente.
Mostrar que es bueno escuchando. Hacer preguntas acerca de lo que
están hablando. Pedir aclaraciones o
más detalles.
Mostrar que entiende los sentimien- Hacer de espejo a los sentimientos
tos de otra persona. de la otra persona diciendo: “Supon-
go que te habrás vuelto loco cuando
te diste cuenta de que te habían ro-
bado la bicicleta”.

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Expresar aceptación. Hacer preguntas pertinentes. Escu-
char las ideas de los demás. Tratar de
hacer las cosas de la manera sugeri-
da por la otra persona.
Expresar afecto y aprobación. Abrazar, tomar la mano, dar palma-
das de afecto en la espalda o los
hombros. Decir a los niños que te
gusta algo de ellos o algo que están
haciendo.
Expresar empatía. Describir cómo crees que otras per-
sonas se están sintiendo y mostrar
que te preocupan (“Pareces preocu-
pado. ¿Quieres contarme algo?”).

Ofrecer ayuda y sugerencias cuan- Sugerir diferentes maneras de hacer


do esto parece apropiado. algo. Ofrecer ayuda, aunque con eso
uno no gane nada.

Educación emocional en el aula

En la actualidad dejamos al azar la educación emocional de nuestros niños, con


consecuencias poco esperadas. Como ya se ha dicho, una posible solución
consistiría en forjar una nueva visión acerca del papel que deben desempeñar
las escuelas en la educación integral del estudiante, reconciliando en las aulas
a la mente y al corazón (Goleman, 1996, p. 6).

Si bien la familia es la primera escuela de aprendizaje emocional, el colegio tam-


bién proporciona un progreso para que los niños sean más maduros emocio-
nalmente. Así pues, la escuela es un entorno muy importante para ellos, cuyo
funcionamiento conductual y socioemocional es clave en esta fase de la vida.

Al fin y al cabo, la educación no es solo cuestión de impulsar el desarrollo cog-


nitivo-académico, sino que debe estar dirigida al desarrollo integral, es decir, al
desarrollo físico, cognitivo, social, afectivo y emocional de los menores.

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Pirskanen et al. (2019) diferencian dos conceptos emocionales claves relaciona-
dos con la educación:

• La competencia emocional: Consiste en el conocimiento de las emociones,


pudiendo diferenciar las emociones de otras personas según señales con-
textuales y expresivas. Asimismo, hace referencia a la capacidad de modifi-
car las propias emociones y expresiones en base a las situaciones sociales.

• Trabajo emocional y manejo de emociones: Incluye las habilidades emo-


cionales y las estrategias de gestión de las mismas. Es fundamental primero
la identificación de estas para su posterior trabajo.

Los padres han de tener en cuenta que las escuelas deben:

• Ser vistas como comunidades de aprendizaje que integran el aprendizaje


emocional y académico. Esto significa aplicar principios como el consen-
so, la cooperación y la integridad para promover un clima escolar positivo
que se centre en las relaciones y los procesos sociales.

• Los maestros y administradores han de estar capacitados para desarrollar


en los estudiantes sus habilidades sociales y emocionales. Un formador
de formadores puede presentar la importancia de la inteligencia emocio-
nal, mostrar cómo desarrollar estas habilidades a través del plan de estu-
dios y cómo los equipos escolares pueden modelar comportamientos de
inteligencia emocional.

• Los padres han de participar activamente en el desarrollo emocional de


sus hijos, por lo que las escuelas pueden contribuir a su preparación a tra-
vés de iniciativas como las escuelas de padres u otras actividades similares.

• En general, el aprendizaje social y emocional en las escuelas requiere una


perspectiva integrada y colaborativa que involucre a todos los participan-
tes en el sistema educativo (García, 2003).

Ahora, la implementación de la educación de las emociones en la práctica no


está relacionada con el desarrollo de actividades, sino con la formación de
actitudes y expresiones, donde el educador o adulto tenga en cuenta los mo-
delos que se le ofrecen al menor día a día para vivir plenamente, respetar y
aceptar las emociones.

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