La Constitucion Del Sujeto Infantil
La Constitucion Del Sujeto Infantil
La Constitucion Del Sujeto Infantil
Introducción
El presente trabajo se propone realizar un recorrido por los conceptos psicoanalíticos que
dan cuenta de la conformación del aparato psíquico en los inicios de la vida infantil. Aquí se
sitúan los primeros momentos en la estructuración del psiquismo, como las condiciones de
posibilidad que dan origen al despliegue subjetivo, es decir se analizan las operaciones
necesarias que interviene en el advenimiento de un sujeto. Aclaramos que si bien no se
homologan los términos aparato psíquico con el concepto de constitución subjetiva o del
sujeto, en algunos momentos se usa una como otra expresión indistintamente. A modo de
referencia se podría decir que la construcción del aparato psíquico es una idea freudiana que el
mismo Freud trabaja desde los primeros escritos. Cuando hablamos de sujeto o subjetividad lo
hacemos con la impronta de las lecturas posfrudianas (por eje las lecturas lacanianas) y con la
influencia de otras disciplinas que acuñan dicho término. Al finalizar este recorrido se trazan
unas breves reflexiones respecto de la puesta en marcha de esta matriz teórica, como
herramientas que aporta a las diferentes prácticas con niños.
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sociales culturales políticos y económicos por los que transcurren las vidas de los niños y las
de sus familias.
Desde diversos discursos se ha sostenido que los primeros años en la vida de los niños
tienen incidencia en la estructuración del psiquismo, en la constitución de su subjetividad, en su
“destino de ser sexuado”, tal como lo enuncia el propio Freud. Desde los inicios se inscriben las
primeras vivencias infantiles que quedarán articuladas en la historia de ese sujeto, las
complejas variables que hacen a la constitución de la singularidad psíquica y que dan lugar a
una particular posición subjetiva. “Del estado de desamparo inicial, el cachorro humano se
transforma paulatinamente en sujeto hablante, capaz de autonomía, se constituye otro, y uno
entre otros” (Ulriksen2005)
El psicoanálisis a partir de la fundamentación freudiana de la existencia del inconsciente ha
sostenido una teoría del aparato psíquico compleja, siendo el inconsciente el que motoriza a
dicho aparato. El descubrimiento del inconsciente perfora ciertos supuestos respecto del sujeto
que la modernidad exaltó como verdaderos. Freud critica esta subjetividad transparente,
armoniosa, indivisa, única y en coincidencia con la realidad. El inconsciente pone en jaque el
estatuto mismo de la conciencia. La sexualidad, la pulsión, lo reprimido serán las nociones en las
que se asentará tal discernimiento. El inconsciente se presenta entonces como un lugar que se
constituye fuera del campo de la conciencia por medio de la intervención de la represión. Esta
división psíquica va a ser la división del sujeto. Para Lacan se trata de un sujeto barrado,
escindido, atravesado por el lenguaje, donde la falta en ser es lo más propio del sujeto.
Para pensar en la constitución del psiquismo hay que insistir en que dada la condición
de desamparo inicial, por la pre maduración propia del cachorro humano, el encuentro con el
Otro, el lugar del Otro, encarnando ese lugar la madre, cuidador/a primario o quien cumpla esa
función, es vital para su supervivencia, e imprime al aparato psíquico una marca estructural
El niño nace a la vida, pero para mantenerse en ella debe ser ratificado como
vivo, como sujeto, por los otros, por el deseo historizado de esos otros en el
interior de un ordenamiento simbólico, o en el campo del Otro. O bien
contemplándolo desde otra perspectiva, digamos que para mantenerse en la
vida el niño necesita que otro lo pulsione a vivir (de Lajonquier 1992).
Cabe señalar que para pensar estas cuestiones se toman en cuenta la dimensión de lo
histórico social ya que en el marco de las significantes que aporta la cultura es que el aparato
psíquico se constituye, el infans adviene a un mundo familiar y social que lo antecede.
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«Al nacer el niño es albergado en un lugar que lo espera antes de su nacimiento, lugar en la
serie familiar, lugar en los ideales, las fantasías y las identificaciones». (Beiga 2005).No es
posible pensar la subjetividad por fuera del encuentro con el otro, en tanto este otro es
fundamental para la vida, para la humanización. Lacan sostiene que el deseo no es anónimo,
expresión mediante la cual formula la idea de que el deseo de los padres marca una filiación.
En los tiempos de la constitución subjetiva, el Otro se encarna en los padres de la infancia y
hace su llamado al cachorro humano, para que sea alcanzado por las leyes del lenguaje y del
sentido. Esta es la función que cumple el deseo de la madre al investir al hijo. Al otorgarle una
interpretación a ese grito o a ese llanto, y pasarlo por el tamiz del lenguaje, la madre le aporta
una significación. A esto Piera Aulagnier (1977) va a denominar violencia de la interpretación o
violencia primaria en tanto ella se anticipa a las posibilidades de entendimiento del niño
significando sus necesidades y transmitiendo sentidos, afecto y cultura. La madre será el
primer portavoz transmite de forma ya metabolizado, por el trabajo de su propia psiquis, las
representaciones del orden exterior. El aparato psíquico se constituye para Piera Aulagnier, a
partir del intercambio que el niño establece con el adulto que lo asiste. La madre o quien pueda
ejercer esta función familiar, a través de un vínculo de amor y dependencia, establece los
modos de acceso a las experiencias que tendrán las cualidades de placer-displacer, alrededor
del cual el aparato psíquico puede desplegarse. Al respecto señala:
“La sombra hablada es una instancia que tiene una relación directa con el
discurso materno; a través del cual la madre anticipa a ese niño que va a nacer.
No sólo lo anticipa, sino que lo pre inviste durante la espera. De ahí que yo
insista, pues si no se comprendería muy mal lo que voy a decir, en que esta
relación que describo entre los primeros enunciados del discurso materno que
tienen carácter identificante, o sea que son promotores de identificación, y que
promueven el advenimiento del yo en la escena psíquica, no suponen en
absoluto pasividad por parte de ese sujeto que adviene…. La madre descubre
que a partir de las referencias identificatorias que ella da al niño y que le
permiten al yo advenir ya no está sola para decidir el lugar en donde la ubica el
hijo en la relación que los vincula. Esto es importante no olvidarlo para evitar
Es decir el yo del niño significa también ese material que le aporta la madre y produce en
ella también efectos.
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Tener la capacidad de alojar al otro, al niño, implica posicionarse de un modo tal que
permita el advenimiento de ese sujeto. Alojar supone asumir una posición que dependerá
entre otras cosas, de su singularidad, de su particular mirada a ese niño, de su realidad
psíquica. Este Otro sin dudas dejará marcas que faciliten al pequeño sujeto anudamientos
simbólicos, a través de los que podrá disponer de la capacidad de circulación e intercambio
con sus semejantes, permitiendo el lazo al otro, la adquisición de los objetos y
representaciones propias de la cultura. Es decir de esa particular posición en el deseo el
Otro se podrá construir la trama simbólica que dará lugar a los afectos, a las palabras y
también a las legalidades que sostienen prescripciones y prohibiciones, enmarcando
lugares, funciones y anhelos posibles. Estas legalidades alcanzan tanto a los padres (en
tanto función) como al niño, poniendo límite al cuerpo del niño como objeto de deseos
eróticos y agresivos. Como objeto de caprichos y arbitrariedades. En este sentido dichas
legalidades suponen la renuncia pulsional y la perspectiva de una separación como
condición de posibilidad del despliegue subjetivo. Pero, algunas madres dice Ulriksen no
pueden suponer ni descubrir en el niño pequeño su capacidad de respuesta propia.
Muchas veces y por diferentes motivos ese Otro cuenta con poca disponibilidad para
reconocer en el recién nacido una capacidad de respuesta y de intencionalidad. En estas
situaciones se organizaran las patologías mas graves en el niño, quedando en ocasiones
interferidas las operaciones necesarias para la constitución del sujeto.
Y luego continúa
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satisfacción, que tiene las más hondas consecuencias para el desarrollo de
las funciones en el individuo”.
En este momento de su enseñanza planteará Freud la necesidad del auxilio exterior para
ordenar las excitaciones y descargas de energía y dirá que este adulto experimentado permitirá
la realización de la vivencia de satisfacción. Momento mítico de encuentro con otro, motor
inaugural de un sujeto deseante. «El valor estructural que tiene la vivencia de satisfacción se
debe a que presta apoyatura a la sexualidad, permitiendo inaugurar la misma. Allí se originan el
“deseo”, la “pulsión”, el “llamado”, encontrando en ella el primer modelo de satisfacción»
(Canteros 1992). El infans, para cancelar la insatisfacción inaugurará un nuevo circuito
deseante buscando aquella mítica satisfacción inicial. Esta no será la misma y de esa
diferencia partirá el deseo, que motorizará una nueva búsqueda.
Este autor indica que la experiencia de satisfacción nos presenta a un sujeto en estado de
indefensión y desamparo: la Hilflosigkeit freudiana. A esta hilflosigkeit psíquica, Freud lo
menciona en la Conferencia 32 sobre “Angustia y vida pulsional” cuando dice «….la
incapacidad de ayudarse a si mismo psíquicamente…la psique en estado de desvalimiento».
Desvalimiento tanto motor, ya que no puede realizar la acción específica, como psíquico,
incapaz aún de ligar, de elaborar las excitaciones emergentes. Estas excitaciones constantes,
que emergen del interior del organismo y del cual el sujeto no puede sustraerse, son los
estímulos pulsionales3
El Otro (madre o quien ejerza esa función), entonces, aporta la “asistencia ajena”, para
realizar la acción eficaz. Se constituye así el lugar de un objeto asistente, de cuidado del niño.
Canteros señala: «Este es aquel capaz de responder a los signos inequívocos de las
necesidades del niño, es decir aquel que atravesó las experiencias que lo constituyeron y
conectado el mismo con el apremio de la vida» Es decir desvalido tanto frente a los peligros
externos reales como a los internos, los pulsionales. Esto permite unir el amor al niño con los
efectos de cuidado. Va a decir Freud que desde un comienzo entonces, la necesidad de
cuidado y asistencia queda asociada al amor.
La acción específica, que debe ser realizada con el auxilio o la intervención del otro, deja
inaugurada e instalada una huella mnémica, un recuerdo que estará asociado a la percepción
del objeto que a través de la satisfacción que produjo, canceló la tensión.
3 La pulsión, en cambio, no actúa nunca como una fuerza de choque momentáneo, sino siempre como una fuerza
constante, procediendo del interior del cuerpo, la fuga es ineficaz y tiende a la satisfacción. Freud define a la pulsión
como un concepto fronterizo entre lo psíquico y lo somático y sabemos de ella por sus representantes.
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Complejización del aparato. Las inscripciones
primarias o primeras inscripciones
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cualidad puede ser placentera o displacentera en tanto ausencia o presencia de placer. Lo que
recibe el bebe siempre tiene la impronta de lo libidinal. La experiencia del encuentro deja una
marca. El postulado básico de lo originario es el de autoengendramiento: todo lo representado
se va a vivenciar como creado por el sujeto
Estas conceptualizaciones dan cuenta que pese a la dependencia del infans con un Otro,
existe desde el inicio algo propio de ese sujeto.
A medida que el psiquismo inaugural se va complejizando, los modos de metabolización de
la experiencia incorporarán los procesos primario y secundario.
El proceso primario implicará un verdadero salto cualitativo a nivel de la representación: la
fantasía. Esta, a diferencia del pictograma, supone un proceso psíquico más complejo. En este
segundo momento de organización del psiquismo, la actividad representativa predominante es
la fantasía. Es una actividad psíquica que puede disponer de la realización imaginaria de
deseos para evitar el sufrimiento producido por la ausencia del objeto primordial. Comienza el
bebé a adquirir una diferenciación y una capacidad para separarse y reconocer el mundo
externo. Cuenta con la posibilidad de reconocer la representación del objeto
independientemente de su presencia o ausencia, lo que implica comprender la
extraterritorialidad del objeto, en este caso la madre. Para que dicha diferenciación opere y sea
posible la separación y el reconocimiento del mundo externo es necesario que la atención de la
madre, su mirada y también su deseo se dirijan a otro lugar, diferente al que se le otorgó al
niño. Si esto se produce el niño puede experimentar la existencia de otros espacios y objetos
diferentes a él, a los cuales su madre se dirige. Lo que prima aquí para el niño es el poder
omnímodo del deseo del Otro. Esto mismo inaugura en el psiquismo la dinámica de la
presencia y ausencia, lo que permite que paulatinamente se produzca el registro de lo
simbólico. Ahora el niño dispone de la fantasía para evocar aquellos objetos que están
ausentes y mediante la fantasía el niño se apropia de dichos espacios, los reproduce y
considera que los posee.
El tercer momento de la constitución del psiquismo del niño, Aulagnier lo denomina
proceso secundario. Supone un nivel mayor de metabolización, la representación que
caracteriza al psiquismo es la ideica o el enunciado. Aquí entra a tallar el discurso del
conjunto, en tanto enunciados que portan significaciones sobre los diversos
acontecimientos del mundo. A partir de esto es posible el desarrollo del pensamiento y del
lenguaje. El Yo será el espacio propio de las actividades del proceso secundario. El niño
podrá contarse como uno “yo soy…” y predicar respecto de ese yo. El niño investirá
libidinalmente los objetos del campo cultural y social. Dice P. Aulagnier:
“Tener que pensar, tener que dudar de lo pensado, tener que verificarlo: éstas son las
exigencias que el yo no puede esquivar, el precio con el cual paga su derecho de ciudadanía
en el campo social y su participación en la aventura cultural” (Construirse un pasado).
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El pasaje de un proceso a otro es gradual y está atravesado por las variables del contexto
de ese niño y de los otros. La mayor complejización psíquica y representacional integra, incluye
y re significa los estadios anteriores.
Hay un momento lógico y cronológico en que el pequeño sujeto de modo precario comienza
a asumirse como uno, es decir, teniendo un lugar en el otro se asume como sí mismo. Ese es
el momento de una operación constitutiva que Lacan, en 1936, denomina el estadio del espejo
para mostrar que esta identificación especular, matriz del Yo, permite la construcción del
cuerpo, a través de la unificación del mismo superando el momento de cuerpo fragmentado
anterior al espejo. En este sentido la identificación especular puede pensarse como ese acto
psíquico que permite la introducción al narcisismo a la vez que los efectos de esa identificación
darán origen al “yo” en tanto representación que el sujeto tiene de sí mismo.
A partir de los seis meses el bebe que aún no está en condiciones de sostenerse por sí
mismo y debe ser sostenido por otro (la madre o quien ocupe ese lugar), registra con júbilo el
reconocimiento que hace frente al espejo de su propia imagen. Juega con ella y pronto percibe
que detrás del espejo no hay nada, se trata de una imagen. Percibe además que se trata de la
gestalt de un humano, gestalt comparable y similar a la de otros. Quién lo sostiene, le confirma
que ese que se ve en el espejo es él (el bebé). El niño se identifica con esa imagen en tanto el
otro también. Lacan dice que en el estadio del espejo se produce una identificación, a la que
define como “la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen”. Se trata
entonces de un “nuevo acto psíquico”. El yo se constituye por esta nueva identificación en
una imagen unificada, es la transformación de un cuerpo fragmentado en una totalidad
unificada, representación del propio cuerpo (De Lajonquier, 1992).
Para Freud, el yo es el primer objeto del sujeto, y continuará siendo un objeto privilegiado
en su economía libidinal:
La libido toma como objeto al propio yo, momento de identificación y de conformación del
narcisismo en el niño. L. de Lajonquiere (1992) afirma que si el niño puede ver y reconocerse
en esa imagen es porque está presente la madre permitiendo y sosteniendo su mirada hacia el
niño, es decir da sustento a este acontecimiento.
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“Pero lo importante no es la madre en su dimensión empírica sino el deseo de la
madre, que hace las veces de matriz simbólica sobre la cual se precipita el
infans. El niño desea ser deseado por la madre y, por lo tanto, no puede menos
que identificarse con esa imagen, yo ideal, mirada por la madre”.
“El niño toma a ambos miembros de la pareja parental, y sobre todo a uno de
ellos, como objeto de los deseos eróticos. Por lo común obedece en ello una
incitación de los padres mismos, cuya ternura presenta los más nítidos
caracteres de un quehacer sexual, si bien inhibido en sus metas. El padre
prefiere por regla general a la hija y la madre al hijo varón; el niño reacciona a
eso deseando, el hijo, reemplazar al padre, y la hija a la madre .Los
sentimientos que despiertan en estos vínculos entre progenitores e hijos…..no
son sólo de naturaleza positiva y tierna, sino también negativa y hostil. El
complejo así formado está destinado a una pronta represión, pero sigue
ejerciendo desde lo inconsciente un efecto grandioso y duradero….El mito del
rey Edipo …es una revelación, muy poco modificada , todavía del deseo infantil,
al que se le contrapone luego el rechazo de la barrera del incesto”.
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Luego, en 1925, va explicitar la articulación de ambos conceptos: Mientras que el complejo
de Edipo del varón se va al fundamento debido al complejo de castración, el de la niña es
posibilitado e introducido por este último.
Lacan re trabaja al Complejo de Edipo para explicar en el sentido freudiano esta operación de
corte y separación. En esos tres tiempos del Edipo desarrollados por Lacan, se encuentra descripto
el desplazamiento que el infans realiza de la posición de objeto de deseo de la madre a la de sujeto
de deseo, y esto por añadidura explicará la diferencia sexual. Vía la “falta de ese Otro”. Según la
conceptualización lacaniana del Edipo este se articula en tres tiempos lógicos a saber:
En el primer momento del Edipo, afirma Lacan en el seminario V, el niño trata de
identificarse con lo que supone, es el objeto del deseo de la madre: es deseo del deseo de la
madre y no solamente de su contacto, de sus cuidados; pero hay en la madre el deseo de algo
más que la satisfacción del deseo del niño; detrás de ella se perfilan el orden simbólico del que
depende y ese objeto predominantemente en el orden simbólico: el falo. Este Falo explica de
Lajonquier (1992) es el significante de la falta, es aquello que lo designa, es decir hace las
veces del nombre de lo que le falta. Así el falo como significante, alude a lo que falta
colocándole un velo. El niño se identifica como falo imaginario de su madre, en un intento de
colmar el deseo de la madre. En este primer momento el niño esta alienado en la problemática
fálica de ser, ser o no ser el falo de la madre.
En el segundo momento comienza a derrumbarse la premisa del niño de estar satisfaciendo
a su madre, de ser quien la completa. Quién interpela esa certeza es el padre, al aparecer
como un cuarto elemento que se entromete en el triangulo madre-hijo-falo. El padre interviene
a titulo de mensajero para la madre y por lo tanto para el hijo a titulo de mensaje, sobre su
mensaje recae una prohibición, un no. Doble prohibición. Con relación al niño: “no te acostarás
con tu madre”. Y con relación a la madre: “no reintegrarás tu producto”. Aquí el padre se
manifiesta en tanto otro y el niño es profundamente sacudido en su posición de sujeción.
El padre aparece como padre interdictor, padre terrible, y constituye una suerte de rivalidad
respecto del deseo materno. Por lo que el niño comienza a percibir que esa mirada que era
exclusiva se direcciona hacia otro lado: mira al padre.
Así, niño-hijo se enfrenta con el enigma que le plantea el deseo materno: ¿Qué es eso que
satisface a su madre? Vía la pregunta por lo que causa a la madre, se produce el pasaje de ser
o no ser el falo de la madre, a la posibilidad de tenerlo o no tenerlo. A partir de aquí la
castración divide a los sujetos en castrados o no.
En el tercer tiempo comienza a finalizar la rivalidad fálica entre el padre y el hijo,
reconociendo el hijo los atributos fálicos con que el padre fue investido por la madre. Dice
Lacan en el seminario V: “El padre interviene como aquel que tiene el falo, no que es tal”. No ya
como padre omnipotente que puede privarlo, sino como portador de atributos fálicos y sometido
él a la ley que representa. De Lajonquier advierte que es en este movimiento en el que se
articula “la diferencia”. Luego refiere este mismo autor que además de la diferencia sexual
anatómica, se instala la diferencia entre orden del ser y del tener. A la vez que por medio de la
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castración se regula el deseo, al colocar al falo en su dimensión simbólica, inaugurando el
circuito del deseo en el sujeto.
Por lo tanto deseo de la madre, Nombre del Padre, significante fálico, unidos arrojan una
operación de combinatoria que se denomina la metáfora paterna. Todos estos elementos
están regidos por la lógica de la castración. Como se afirma en el Seminario V: “Les hablo de la
metáfora paterna. Espero que se hayan dado cuenta que les estoy hablando del complejo de
castración. No porque les hable de la metáfora paterna les estoy hablando del Edipo”.
Entonces, el complejo de castración es fundamental en la operación de subjetivación, para
la producción del falo como significante privilegiado, que ordenará la posición sexual del sujeto.
El agente de esa operación es el Nombre del Padre que opera sobre la madre y sobre el niño.
De Lajonquier aclara: “cualquiera puede sostener la función paterna (…)De este modo la
temática del padre queda independizada de la función paterna (…) el padre se desempiriza
para hacerse función paterna”.
Lacan entenderá entonces por Nombre del Padre a una estructura compuesta por la
función paterna, el deseo de la madre y un lugar de carencia, de falla en que un hijo puede
advenir. El Nombre del Padre, que en tanto representa la función paterna que instaura la ley, se
convierte en esencial para la conformación del sujeto. Si el padre vehiculiza la ley , produce un
ordenamiento, siempre en su dimensión simbólica prohibirá pero también habilitará al hijo, a
ese niño en tanto sujeto de deseo mas allá de la madre.
Se trata de una función reguladora sostiene Alejandra Eidelberg (2008):
“Porque ordena y pone diques a las pulsiones; porque permite nombrar y dar
significado a lo que si no se lo tiene, confunde y asusta, porque vehiculiza
ideales que orientan en la medida que los sujetos pueden identificarse a ellos,
porque instala una brecha, una separación, una mediación entre las demandas
de un sujeto y su satisfacción o descarga inmediata, dando lugar a la capacidad
El juego es una expresión propia de los niños. Freud observó en su nieto de 18 meses un
juego que se desarrollaba en el marco de la ausencia de la madre: arrojar un carretel, recogerlo
para reencontrarlo, Fort-Da. Una de los logros que dicho juego expresa es poder simbolizar la
ausencia de la madre, poder tolerar su ausencia, poder separase de ella y soportar la renuncia
pulsional que dicha ausencia enuncia. El juego era para el niño una posibilidad de elaboración
del alejamiento de su madre y el intento de traerla de acuerdo a su deseo, logrando transformar
dicho displacer en una situación lúdica y placentera. Esta alternancia del fort y del da
articulada a la presencia ausencia de la madre expresa el advenimiento del orden simbólico.
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Aída Dinerstein (1987) sostiene que el juego articula nuevos trayectos pulsionales y luego
agrega que esto es lo que el jugar reactualiza de la constitución subjetiva y lo piensa vinculado
a la sublimación, a esas posibilidades creadoras que, yendo más allá de los caminos marcados
por la represión primaria, implican la posibilidad de inscripción de algo nuevo. Un primer
rudimento de elaboración y de ligazón en esta pequeña escena. Así el juego introduce la
posibilidad de disponer de lo simbólico para vehiculizar algo de su deseo. La ocupación favorita
y más intensa del niño es el juego. Acaso sea lícito afirmar que todo niño que juega se conduce
como un poeta, creándose un mundo propio, o, más exactamente, situando las cosas de su
mundo en un orden nuevo, grato para él (Freud 1908).
Luterau (2014) destaca que la infancia es un momento de constitución de hábitos, en ese
momento se incorporar y constituyen los hábitos, es a través del juego afirma el autor que
nuestras costumbre se organiza.
Que un niño puede jugar y no tenga demasiado afectada su capacidad lúdica nos ubica
frente a un pequeño sujeto que frente a su sufrimiento o padecimiento subjetivo puede a través
del juego expresarse, elaborar situaciones, ser creativo, incorporar, explorar, disfrutar,
expresarse. Por lo que el valor del juego es sustantivo para cualquier intervención con niños.
Sostener, propiciar o acompañar las escenas y las actividades lúdicas son modos de favorecer
la elaboración de situaciones displacenteras o traumáticas, pero también de posibilitar lo
creativo y placentero. Luciano Louterau (2014) destaca el valor del juego en los niños:
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la pregunta que inquieta es en relación, justamente, a este otro adulto. Es decir: ¿de qué modo
y bajo qué condiciones los adultos pueden acompañar a los niños?
Si el siglo XX se caracterizó por ser el siglo del niño y el significante infancia quedo
articulado a aquello deseado, preciado, a quien hay que proteger, amparar y regular su goce,
las prácticas actuales dan cuenta contrariamente de los efectos del Otro discrecional y
arbitrario que se impone desconociendo o quedando por fuera de la regulación de la ley
Judith Miller y Beatriz Udenio (2009) refieren: ”Se trata de una paradoja, (…) allí donde se
apunta a la mayor protección, los chicos resultan más desprotegidos”, ubicando a los
padecimiento y los destinos de objeto que sufren muchos niños, objetos de goce diríamos,
tanto del Otro parental como de Otro social.
En nuestra práctica nos encontramos muchas veces con niños que a través de sus
diferentes presentaciones nos hablan de las vicisitudes en su conformación subjetiva. Las
actuaciones permanentes, ciertos modos de desorganización subjetiva, las imposibilidades de
armar lazos con los semejante, la exposición a situaciones de peligro dan cuenta de un Otro
que no estuvo a la altura de la circunstancia porque ese niño no fue objeto de deseo del otro o
por el contario porque fue en demasía ya no objeto de deseo sino de goce. Pero pensar el
padecimiento infantil también nos invita a reflexionar sobre el lazo social contemporáneo. Dice
A. Barcalá:”La fragilización de las instituciones, en especial en el ámbito de la familia en las
últimas décadas, generaron cada vez más niños; niñas y adolescentes en situación de
vulnerabilidad social y fragilidad psíquica. Situaciones en las que el niño no dispone entonces
del Otro parental, pero tampoco del Otro social que tome el relevo. Niños que presentan un
arrasamiento subjetivo, marcas, que lejos de ser portadoras de representaciones que ayuden a
instituir lo simbólico, portan rechazo o expulsión. Mercedes Minnicelli y Perla Zelmanovich
reflexionan al respecto:
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diversos modos de apropiaciones y privaciones, se nos presentan ”mostrando ese goce sin
restricciones, ese arreglo fallido, que deja al sujeto a la vez sin palabra” (Fuentes, Rivas 2012).
Pero hay otras aristas, otras variantes, en esta contemporaneidad, en la que también queda
cuestionada la vieja idea moderna de infancia. Cierta ilusión montada en un imperativo de
época ordena gozar, disfrutar casi sin límites (rayando lo mortífero) y rechaza de plano los
diversos modos de presentación del malestar. Es decir desaloja lo disruptivo, lo poco
normalizado, lo conflictivo y niega además el sufrimiento o la tristeza.
Podríamos pensar que se trata, en términos psicoanalíticos, de la negación de la
castración, el “no todo” es eludido como limite necesario.
A propósito Colette Soler sostiene que no se trata de cualquier discurso sino el del
capitalismo de la globalización. Globalización que comanda a un empuje de lo homogéneo,
según ciertos dominios del mercado, donde la diferencia y la singularidad no tienen asidero.
Como tampoco lo tiene la idea de lo que no anda, el desarreglo, el conflicto, lo imposible, la
división que fractura al sujeto. Allí está la ciencia como aquella capaz de “tapar” toda falta En
relación a esto y en la misma dirección Jorge Alemán (2013) señala
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Desde las instituciones se señala como problemática y se caracteriza como una cuestión
ligada a la enfermedad o a lo patológico la falta de tolerancia a la frustración. Luterau (2014) se
pregunta: “¿No es evidente que si la frustración fuese tolerable, no sería frustrante”. Y luego
agrega: ”la frustración se produce menos en relación con una tarea que a partir de un vínculo
con otra persona. Nunca nos frustramos solos, sino ante la mirada de alguien.”.
La elaboración de los conflictos propios de la infancia en general depende de ese Otro
dispuesto a tolerar y a acompañar. Modo privilegiado este de no dejar solos a los niños
sosteniendo los escenarios propicios en la que transcurre la infancia.
Es el deseo de que estas reflexiones que se transformen en herramientas de intervención
que colaboren en la tarea de hacer posible, de inventar o semblantear a un Otro capaz de
alojar y hacer lugar, favoreciendo el despliegue subjetivo.
Bibliografía
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