Declaracion Doctrinal IBC
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Declaración de Fe
La Palabra de Dios
Creemos que la Biblia es la revelación escrita de Dios al hombre y que, por tanto,
los sesenta y seis libros de la Biblia que nos ha dado el Espíritu Santo constituyen
la Palabra de Dios plenaria (inspirada por igual en todas sus partes) (1 Corintios
2:7–14; 2 Pedro 1:20–21).
Creemos que Dios habló en su Palabra escrita mediante un proceso dual de autores.
El Espíritu Santo guio de tal manera a los autores humanos que, a través de sus
personalidades individuales y diferentes estilos de escritura, compusieron y
escribieron la Palabra de Dios para el hombre (2 Pedro 1:20–21) sin error en el
todo o en la parte (Mateo 5:18; 2 Timoteo 3:16). Creemos que, mientras que puede
haber varias aplicaciones de algún pasaje en particular de la Escritura, no hay más
que una interpretación verdadera. El significado de la Escritura debe ser
encontrado al aplicar de manera diligente el método de interpretación literal
gramático-histórico bajo la iluminación del Espíritu Santo (Juan 7:17; 16:12–15; 1
Corintios 2:7–15; 1 Juan 2:20). La responsabilidad de los creyentes consiste en
estudiar para llegar a la verdadera intención y significado de la Escritura,
reconociendo que la aplicación apropiada es obligatoria para todas las
generaciones. Sin embargo, la verdad de la Escritura está en una posición en la que
juzga a los hombres; quienes nunca están en una posición de juzgarla.
Dios
Creemos que no hay más que un Dios vivo y verdadero (Deuteronomio 6:4; Isaías 45:5–7; 1
Corintios 8:4), un Espíritu infinito, que todo lo sabe (Juan 4:24), perfecto en todos sus atributos,
uno en esencia, existiendo eternamente en tres personas—Padre, Hijo, y Espíritu Santo (Mateo
28:19; 2 Corintios 13:14)—mereciendo adoración y obediencia cada uno por igual.
Dios el Padre
Creemos que Dios el Padre, la primera persona de la Trinidad, ordena y dispone
todas las cosas de acuerdo con su propósito y gracia (Salmo 145:8–9; 1 Corintios
8:6). Él es el creador de todas las cosas (Génesis 1:1–31; Efesios 3:9). Como el
único gobernante absoluto y omnipotente en el universo, Él es soberano en la
creación, providencia, y redención (Salmo 103:19; Romanos 11:36). Su paternidad
involucra tanto su designación dentro de la Trinidad como su relación con la
humanidad. Como el creador, Él es Padre de todos los hombres (Efesios 4:6), pe-ro
Él únicamente es el Padre espiritual de los creyentes (Romanos 8:14; 2 Corintios
6:18). Él ha decretado para su propia gloria todas las cosas que suceden (Efesios
1:11).
Creemos que fue concebido por el Espíritu Santo en el vientre de la virgen María
(Lucas 1:35) y, por lo tanto, nació de una mujer (Gálatas 4:4–5), de modo que dos
naturalezas completas, perfectas y distintas, la divina y la humana, se unieron en
una sola persona, sin confusión, cambio, división o separación. Por lo tanto, es
todo Dios y todo hombre, pero un solo Cristo, el único mediador entre Dios y los
hombres.
Creemos que nuestro Señor Jesucristo llevó a cabo nuestra redención por medio
del derramamiento de su sangre y de su muerte sacrificial en la cruz y que su
muerte fue voluntaria, vicaria, sustitutiva, propiciatoria, y redentora (Juan 10:15;
Romanos 3:24–25; 5:8; 1 Pedro 2:24).
Creemos que debido a que la muerte de nuestro Señor Jesucristo fue eficaz, el
pecador que cree es liberado del castigo, la paga, el poder, y un día de la presencia
misma del pecado; y que él es declarado justo, se le otorga vida eterna, y es
adoptado en la familia de Dios (Romanos 3:25; 5:8–9; 2 Corintios 5:14–15; 1
Pedro 2:24; 3:18).
Creemos que Jesucristo regresará para recibir a la Iglesia, la cual es su cuerpo, en el rapto, y al
regresar con su Iglesia en gloria, establecerá su reino milenial en la tierra (Hechos 1:9–11; 1
Tesalonicenses 4:13–18; Apocalipsis 20).
Creemos que el Señor Jesucristo es aquel a través de quien Dios juzgará a toda la humanidad
(Juan 5:22–23):
Como el mediador entre Dios y el hombre (1 Timoteo 2:5), la cabeza de su cuerpo que es la
Iglesia (Efesios 1:22; 5:23; Colosenses 1:18), y el rey universal venidero, quien reinará en el
trono de David (Isaías 9:6; Lucas 1:31–33), Él es el juez que tiene la última palabra de todos
aquellos que no confían en Él como Señor y Salvador (Mateo 25:14–46; Hechos 17:30–31).
Creemos que la obra del Espíritu Santo en esta época comenzó en Pentecostés
cuando Él descendió del Padre como fue prometido por Cristo (Juan 14:16–17;
15:26) para iniciar y completar la edificación del Cuerpo de Cristo, el cual es su
Iglesia (1 Corintios 12:13). El amplio espectro de su actividad divina incluye
convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio; glorificando al Señor
Jesucristo y transformando a los creyentes a la imagen de Cristo (Juan 16:7–9;
Hechos 1:5; 2:4; Romanos 8:9; 2 Corintios 3:18; Efesios 2:22).
Creemos que el Espíritu Santo es el maestro divino, quien guio a los apóstoles y
profetas en toda la verdad conforme ellos se entregaban a escribir la revelación de
Dios, la Biblia. Todo creyente posee la presencia del Espíritu Santo quien mora en
Él, desde el momento de la salvación, y el deber de todos aquellos que han nacido
del Espíritu consiste en ser llenos del (controlados por) Espíritu (Juan 16:13;
Romanos 8:9; Efesios 5:18; 2 Pedro 1:19–21; 1 Juan 2:20,27).
Creemos, con respecto a esto, que Dios el Espíritu Santo es soberano en otorgar
todos sus dones para el perfeccionamiento de los santos en el día de hoy y que
hablar en lenguas y la operación de los milagros de señales en los primeros días de
la Iglesia, fueron con el propósito de apuntar hacia y certificar a los apóstoles como
reveladores de verdad divina, y su propósito nunca fue el de ser característicos de
las vidas de creyentes (1 Corintios 12:4–11; 13:8–10; 2 Corintios 12:12; Efesios 4:
7–12; Hebreos 2:1–4).
El hombre
Creemos que el hombre fue creado directa e inmediatamente por Dios a su imagen
y semejanza. El hombre fue creado libre de pecado, con una naturaleza racional,
inteligencia, volición, autodeterminación y responsabilidad moral ante Dios
(Génesis 2:7, 15–25; Santiago 3:9).
El hombre también fue creado por Dios como varón o mujer, sexos biológicamente
definidos y distintos (Génesis 1:27; 2:5–23; 1 Corintios 11:11– 15; Romanos 1:26–
27) establecidos por Dios para cada individuo (Salmo 139:13–14). La confusión
entre ambos es una abominación para Él (Levítico 18:22; Deuteronomio 22:5;
Romanos 1:26–27; 1 Corintios 6:9).
Creemos que la intención de Dios en la creación del hombre fue que el hombre
glorificara a Dios, disfrutara de la comunión con Dios, viviera su vida en la
voluntad de Dios, y de esta manera cumpliera el propósito de Dios para el hombre
en el mundo (Isaías 43:7; Colosenses 1:16; Apocalipsis 4:11).
Creemos que debido a que todos los hombres de todas las épocas de la historia
estaban en Adán, se les ha transmitido una naturaleza corrompida por el pecado de
Adán, siendo Jesucristo la única excepción. Por lo tanto, todos los hombres son
pecadores por naturaleza, por decisión personal y por declaración divina (Salmo
14:1–3; Jeremías 17:9; Romanos 3:9–18, 23; 5:10–12).
La salvación
Creemos que la salvación es totalmente de Dios por gracia basada en la redención
de Jesucristo, el mérito de su sangre derramada, y que no está basada en méritos
humanos u obras (Juan 1:12; Efesios 1:7; 2:8–10; 1 Pedro 1:18–19).
Regeneración
Creemos que la regeneración es una obra sobrenatural del Espíritu Santo mediante
la cual la naturaleza y vida divinas son dadas (Juan 3:3–7; Tito 3:5). Es instantánea
y llevada a cabo únicamente por el poder del Espíritu Santo a través de la Palabra
de Dios (Juan 5:24), cuando el pecador en arrepentimiento, al ser capacitado por el
Espíritu Santo, responde en fe a la provisión divina de la salvación.
Elección
Santificación
Creemos que todo creyente es santificado (apartado) para Dios por medio de la
justificación y por lo tanto declarado santo e identificado como un santo. Esta
santificación es posicional e instantánea y no debe ser con- fundida con la
santificación progresiva. Esta santificación tiene que ver con la posición del
creyente, no con su vida práctica actual o condición (Hechos 20:32; 1 Corintios
1:2, 30; 6:11; 2 Tesalonicenses 2:13; Hebreos 2:11; 3:1; 10:10, 14; 13:12; 1 Pedro
1:2).
Creemos que por la obra del Espíritu Santo también hay una santificación
progresiva mediante la cual el estado del creyente es traído a un punto más cercano
a la posición que disfruta por medio de la justificación. A través de la obediencia a
la Palabra de Dios y la capacidad dada por el Espíritu Santo, el creyente es capaz
de vivir una vida de mayor santidad en conformidad a la voluntad de Dios,
volviéndose más y más como nuestro Señor Jesucristo (Juan 17:17, 19; Romanos
6:1–22; 2 Corintios 3:18; 1 Tesalonicenses 4:3–4; 5:23).
Con respecto a esto, Creemos que toda persona salva está involucrada en un
conflicto diario—la nueva naturaleza en Cristo batallando en contra de la carne—
pero hay provisión adecuada para la victoria por medio del poder del Espíritu
Santo quien mora en el creyente. No obstante, la batalla permanece en el creyente a
lo largo de esta vida terrenal y nunca termina por completo. Toda afirmación de
que un creyente puede erradicar el pecado en su vida en esta vida no es bíblica. La
erradicación del pecado no es posible, pero el Espíritu Santo provee lo necesario
para la victoria sobre el pecado (Gálatas 5:16–25; Efesios 4:22–24; Filipenses
3:12; Colosenses 3:9–10; 1 Pedro 1:14–16; 1 Juan 3:5–9).
Seguridad
Creemos que todos los redimidos, una vez que han sido salvos, son guardados por
el poder de Dios y de esta manera están seguros en Cristo para siempre (Juan 5:24;
6:37–40; 10:27–30; Romanos 5:9–10; 8:1, 31–39;
1 Corintios 1:4–8; Efesios 4:30; Hebreos 7:25; 13:5; 1 Pedro 1:5; Judas 24).
Separación
Creemos que a partir de una profunda gratitud por la gracia inmerecida de Dios
que se nos ha sido otorgada y debido a que nuestro Dios glorioso es tan digno de
nuestra consagración total, todos los salvos deben de vivir de tal manera que
demostremos nuestro amor reverente a Dios y de esta manera no traer deshonra a
nuestro Señor y Salvador. También Creemos que Dios nos manda a que nos
separemos de toda apostasía religiosa, prácticas mundanas y pecaminosas
(Romanos 12:1–2; 1 Corintios 5:9–13; 2 Corintios 6:14–7:1; 1 Juan 2:15–17; 2
Juan 9–11).
Creemos que los creyentes deben de estar separados para nuestro Señor Jesucristo
(2 Tesalonicenses 1:11–12; Hebreos 12:1–2) y afirmar que la vida cristiana es una
vida de justicia obediente que refleja la enseñanza de las bienaventuranzas (Mateo
5:2–12), así como una búsqueda continua de santidad (Romanos 12:1–2; 2
Corintios 7:1; Hebreos 12:14; Tito 2:11–14;
1 Juan 3:1–10).
La Iglesia
Creemos que todos los que confían en Jesucristo son inmediata- mente colocados por el Espíritu
Santo en un cuerpo espiritual unido, la Iglesia (1 Corintios 12:12–13), la novia de Cristo (2
Corintios 11:2; Efesios 5:23–32; Apocalipsis 19:7–8), de la cual Cristo es la cabeza (Efesios
1:22; 4:15; Colosenses 1:18).
Creemos que la Iglesia es un organismo espiritual único diseñado por Cristo, constituido por
todos los creyentes que han nacido de nuevo en la época actual (Efesios 2:11–3:6). La Iglesia es
distinta a Israel (1 Corintios 10:32), un misterio no revelado hasta esta época (Efesios 3:1–6;
5:32). Creemos que el establecimiento y la continuidad de las iglesias locales está claramente
enseñado y definido en las Escrituras del Nuevo Testamento (Hechos 14:23, 27; 20:17, 28;
Gálatas 1:2; Filipenses 1:1; 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:1) y que a los miembros del
único cuerpo espiritual se les indica que se asocien en asambleas locales (1 Corintios 11:18–20;
Hebreos 10:25).
Creemos que la autoridad suprema de la Iglesia es Cristo (1 Corintios 11:3; Efesios 1:22;
Colosenses 1:18) y que el liderazgo, dones, orden, disciplina, y adoración son determinados por
medio de su soberanía como se encuentra en las Escrituras. Las personas bíblicamente
designadas que sirven a Cristo a cargo de la asamblea son los ancianos (también llama- dos
obispos, pastores, y pastores-maestros; Hechos 20:28; Efesios 4:11) y diáconos. Tanto ancianos
como diáconos deben de cumplir con los requisitos bíblicos (1 Timoteo 3:1–13; Tito 1:5–9; 1
Pedro 5:1–5).
Creemos que estos líderes guían o gobiernan como siervos de Cristo (1 Timoteo 5:17–22) y
tienen su autoridad al dirigir la Iglesia. La congregación debe someterse a su liderazgo (Hebreos
13:7, 17).
Creemos que el propósito de la Iglesia es glorificar a Dios (Efesios 3:21) al edificarse a sí misma
en la fe (Efesios 4:13–16), al ser instruida en la Palabra (2 Timoteo 2:2, 15; 3:16–17), al tener
comunión (Hechos 2:47; 1 Juan 1:3), al guardar las ordenanzas (Lucas 22:19; Hechos 2:38–42) y
al extender y comunicar el evangelio al mundo entero (Mateo 28:19; Hechos 1:8; 2:42).
Creemos el llamado de todos los santos a la obra del servicio (1 Corintios 15:58; Efesios 4:12;
Apocalipsis 22:12).
Creemos la necesidad de que la Iglesia coopere con Dios conforme Él lleva a cabo sus propósitos
en el mundo. Para ese fin, Él da a la Iglesia dones espirituales. En primer lugar, Él da hombres
escogidos con el propósito de equipar a los santos para la obra del ministerio (Efesios 4:7– 12), y
Él también da capacidades únicas y especiales a cada miembro del cuerpo de Cristo (Romanos
12:5–8; 1 Corintios 12:4–31; 1 Pedro 4:10–11).
Creemos que hubo dos clases de dones que se dieron en la Iglesia primitiva: dones milagrosos de
revelación divina y sanidad, dados temporalmente en la era apostólica con el propósito de
confirmar la autenticidad del mensaje de los apóstoles (Hebreos 2:3–4; 2 Corintios 12:12); y
dones de ministerio, dados para equipar a los creyentes para edificarse los unos a los otros. Con
la revelación del Nuevo Testamento ya terminada, la Escritura se vuelve la única prueba de
autenticidad del mensaje de un hombre, y los dones de confirmación de naturaleza milagrosa ya
no son necesarios para certificar a un hombre o a su mensaje (1 Corintios 13:8–12). Los dones
milagrosos pueden llegar a ser falsificados por Satanás al punto de engañar aún a creyentes (1
Corintios 13:13–14:12; Apocalipsis 13:13–14). Los únicos dones en operación en el día de hoy
son aquellos dones no revela- torios para equipar y edificar (Romanos 12:6–8).
Creemos que nadie posee el don de sanidad en el día de hoy, pero que Dios oye y responde a la
oración de fe, y responderá de acuerdo con su propia voluntad perfecta, por los enfermos, los que
están sufriendo, y que están afligidos (Lucas 18:1–6; Juan 5:7–9; 2 Corintios 12:6–10; Santiago
5:13–16; 1 Juan 5:14–15).
Creemos que a la iglesia local se le han dado dos ordenanzas: El bautismo y la mesa del Señor
(Hechos 2:38–42). El bautismo cristiano por inmersión (Hechos 8:36–39) es el testimonio
solemne y hermoso de un creyente mostrando su fe en el Salvador crucificado, sepultado, y
resucitado, y su unión con Él en su muerte al pecado y resurrección a una nueva vida (Romanos
6:1–11). También es una señal de comunión e identificación con el cuerpo visible de Cristo
(Hechos 2:41–42).
Creemos que la mesa del Señor es la conmemoración y proclamación de su muerte hasta que Él
venga, y siempre debe ser precedida por una solemne evaluación personal (1 Corintios 11:28–
32). También en- señamos que mientras que los elementos de la comunión únicamente
representan la carne y la sangre de Cristo, la mesa del Señor es de hecho una comunión con el
Cristo resucitado quien está presente de una manera única en cada creyente, teniendo comunión
con su pueblo (1 Corintios 10:16).
Ángeles
Ángeles santos
Creemos que los ángeles son seres creados y por lo tanto no deben ser adorados. Aunque son un
orden más alto de creación que el hombre, han sido creados para servir a Dios y para adorarlo
(Lucas 2:9–14; Hebreos 1:6–7, 14; 2:6–7; Apocalipsis 5:11–14; 19:10; 22:9).
Ángeles caídos
Creemos que Satanás es un ángel creado y el autor del pecado. El incurrió en el juicio de Dios al
rebelarse en contra de su creador (Isaías 14:12–17; Ezequiel 28:11–19), al llevar a varios ángeles
con él en su caída (Mateo 25:41; Apocalipsis 12:1–14), y al introducir el pecado en la raza
humana por su tentación a Eva (Génesis 3:1–15).
Creemos que Satanás es el enemigo abierto y declarado de Dios y el hombre (Isaías 14:13–14;
Mateo 4:1–11; Apocalipsis 12:9–10), el príncipe de este mundo, quien ha sido derrotado a través
de la muerte y resurrección de Jesucristo (Romanos 16:20); y que será eternamente castigado en
el lago de fuego (Isaías 14:12–17; Ezequiel 28:11–19; Mateo 25:41; Apocalipsis 20:10).
Creemos la resurrección corporal de todos los hombres, los salvos a vida eterna
(Juan 6:39; Romanos 8:10–11, 19–23; 2 Corintios 4:14), y los in- conversos a
juicio y castigo eterno (Daniel 12:2; Juan 5:29; Apocalipsis 20:13–15).
Creemos que las almas de los que no son salvos en la muerte son guardadas bajo
castigo hasta la segunda resurrección (Lucas 16:19–26; Apocalipsis 20:13–15),
cuando el alma y el cuerpo de resurrección serán unidos (Juan 5:28–29). Entonces
ellos aparecerán en el juicio del gran trono blanco (Apocalipsis 20:11–15) y serán
arrojados al infierno, al lago de fuego (Mateo 25:41–46), separados de la vida de
Dios para siempre (Daniel 12:2; Mateo 25:41–46; 2 Tesalonicenses 1:7–9).
El rapto de la Iglesia
El periodo de tribulación
Creemos que inmediatamente después de sacar a la Iglesia de la tierra (Juan 14:1–3; 1
Tesalonicenses 4:13–18) los justos juicios de Dios serán derramados sobre el mundo incrédulo
(Jeremías 30:7; Daniel 9:27; 12:1; 2 Tesalonicenses 2:7–12; Apocalipsis 16), y que estos juicios
llegarán a su clímax para el tiempo del regreso de Cristo en gloria a la tierra (Mateo 24:27–31;
25:31–46; 2 Tesalonicenses 2:7–12). En ese momento los santos del Antiguo Testamento y de la
tribulación serán resucitados y los vivos serán juzgados (Daniel 12:2–3; Apocalipsis 20:4–6).
Este periodo incluye la semana setenta de la profecía de Daniel (Daniel 9:24–27; Mateo 24:15–
31; 25:31–46).
La segunda venida y el reino milenial
Creemos que después del periodo de tribulación, Cristo vendrá a la tierra a ocupar el trono de
David (Mateo 25:31; Lucas 1:31–33; Hechos 1:10– 11; 2:29–30) y establecerá su reino
mesiánico por mil años sobre la tierra (Apocalipsis 20:1–7). Durante este tiempo los santos
resucitados reinarán con Él sobre Israel y todas las naciones de la tierra (Ezequiel 37:21–28;
Daniel 7:17–22; Apocalipsis 19:11–16). Este reinado será precedido por el derrocamiento del
Anticristo y el Falso Profeta, y la deposición de Satanás del mundo (Daniel 7:17–27; Apocalipsis
20:1–7).
Creemos que el reino mismo va a ser el cumplimiento de la promesa de Dios a Israel (Isaías 65:
17–25; Ezequiel 37: 21–28; Zacarías 8:1–17) de restaurarlos a la tierra que ellos perdieron por su
desobediencia (Deuteronomio 28:15–68). El resultado de su desobediencia fue que Israel fue
temporalmente hecho a un lado (Mateo 21:43; Romanos 11:1–26) pero volverá a ser despertado
a través del arrepentimiento para entrar en la tierra de bendición (Jeremías 31:31–34; Ezequiel
36:22–32; Romanos 11:25–29).
Creemos que este tiempo del reinado de nuestro Señor estará caracterizado por armonía, justicia,
paz, rectitud, y larga vida (Isaías 11; 65:17– 25; Ezequiel 36:33–38), y llegará a un fin con la
liberación de Satanás (Apocalipsis 20:7).
Creemos que después de que Satanás sea soltado después del reinado de Cristo por mil años
(Apocalipsis 20:7), Satanás engañará a las naciones de la tierra y las reunirá para combatir a los
santos y a la ciudad amada, y en ese momento Satanás y su armada serán devorados por el fuego
del cielo (Apocalipsis 20:9). Después de esto, Satanás será arrojado al lago de fuego y azufre
(Mateo 25:41; Apocalipsis 20:10) y entonces Cristo, quien es el juez de todos los hombres (Juan
5:22), resucitará y juzgará a los grandes y pequeños en el juicio del gran trono blanco.
Creemos que esta resurrección de los muertos no salvos a juicio será una resurrección física, y
después de recibir su juicio (Romanos 14:10– 13), serán entregados a un castigo eterno
consciente en el lago de fuego (Mateo 25:41; Apocalipsis 20:11–15).
Eternidad
Creemos que después de la conclusión del milenio, la libertad temporal de Satanás, y el juicio de
los incrédulos (2 Tesalonicenses 1:9; Apocalipsis 20:7–15), los salvos entrarán al estado eterno
de gloria con Dios, después del cual los elementos de esta tierra se disolverán (2 Pedro 3:10) y
serán reemplazados con una tierra nueva en donde sólo mora la justicia (Efesios 5:5; Apocalipsis
20:15; 21–22). Después de esto, la ciudad celestial descenderá del cielo (Apocalipsis 21:2) y será
el lugar en el que moren los santos, en donde disfrutarán de la comunión con Dios y de la
comunión mutua para siempre (Juan 17:3; Apocalipsis 21–22). Nuestro Señor Jesucristo,
habiendo cumplido su misión redentora, entonces entregará el reino a Dios el Padre (1 Corintios
15:24–28) para que en todas las esferas el Dios trino reine para siempre (1 Corintios 15:28).
Dios es santo
Dios es absoluta y perfectamente santo (Isaías 6:3), por lo tanto, Él no puede
cometer o aprobar el mal (Santiago 1:13). Dios también requiere santidad de
nosotros. 1 Pedro 1:16 dice, «Sed santos, porque yo soy santo».
La humanidad es pecaminosa
La santidad y justicia de Dios demandan que todo pecado se castigue con la muerte: «El alma
que pecare, esa morirá» (Ezequiel 18:4). Esa es la razón por la que cambiar únicamente nuestros
patrones de conducta, no puede resolver nuestro problema de pecado o eliminar sus
consecuencias.
El Nuevo Testamento revela que Jesús mismo fue quien creó todo (Colosenses 1:16). Por lo
tanto, Él también es dueño y tiene autoridad sobre todo (Salmo 103:19). Eso quiere decir que
tiene autoridad sobre nuestras vidas y le debemos devoción absoluta, obediencia, y adoración.
Romanos 10:9 dice, «Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón
que Dios le levantó de los muertos, serás salvo». Aunque la justicia de Dios demanda la muerte
por el pecado, su amor ha provisto un Salvador, quien pagó el precio y murió por los pecadores:
«…Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios»
(1 Pedro 3:18). La muerte de Cristo cumplió el requisito que la justicia de Dios demanda y de
esta manera, hizo posible que Dios perdonara y sal- vara a aquellos que creen en Él (Romanos
3:26).
La naturaleza de la fe salvadora
Creemos que la verdadera fe siempre está acompañada de arrepentimiento del pecado. El
arrepentimiento es más que simplemente sentirnos mal por el pecado. Es estar de acuerdo con
Dios en que eres pecador, confesar tus pecados a Él, y tomar una decisión consciente de dejar el
pecado (Lucas 13:3,5) y seguir a Cristo (Mateo 11:28–30; Juan 17:3) y la obediencia a Él (1 Juan
2:3). No es suficiente creer ciertos hechos de Cristo. Hasta Satanás y sus demonios creen en el
Dios verdadero (Santiago 2:19), pero no lo aman ni lo obedecen. La verdadera fe salvadora
siempre responde en obediencia (Efesios 2:10).