Modulo 1
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Modelos de incorporación e integración tecnológica
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Modelos de incorporación e integración tecnológica
CONTENIDO
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o Competencias .............................................................................................................................. 05
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COMPETENCIAS
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Modelos de incorporación e integración tecnológica
Antes de entrar de lleno en la cuestión de los modelos de incorporación tecnológica, hagamos un pa-
réntesis para dejar sentadas las bases y los principios a los que nos ceñiremos a lo largo de este texto.
Por ejemplo, es muy común que no se distinga acabadamente entre "incorporar" e "integrar". En tanto la
incorporación puede limitarse a la mera instalación de artefactos o la puesta en disponibilidad de recursos
mediados por la tecnología, una integración supone la fusión de diversos elementos para producir una
síntesis novedosa; esto es, algo distinto, original y superador de lo que existía previamente.
Vistos de este modo, los términos no son sinónimos, sino que representan momentos sucesivos de un
proceso: primero se incorpora la tecnología, luego se la integra.
Pero no es sencillo especificar de antemano cómo se espera que sea esa integración. Es improbable que
alguien pueda predecir cómo será esa síntesis, constituida por elementos muy dinámicos, e inmersa en el
vertiginoso avance de la tecnología. A la hora de planificar estrategias para la integración entre tecnología
y currícula, por ejemplo, muchos docentes encuentran que la integración es como el horizonte, que siem-
pre está a la misma distancia del caminante.
De un modo análogo, suelen intentarse periódicos balances sobre los efectos de la computadora en el
aprendizaje, olvidando que "la computadora" es un objeto en continua evolución y que las percepciones,
expectativas y sentimientos que nos genera dependen invariablemente del "estado del arte" tecnológico,
que es efímero y hace difícil la repetición de experiencias y la comparación precisa de encuestas e inves-
tigaciones a medida que más se espacian en el tiempo.
Otra dificultad que suele enturbiar la integración tecnológica es el uso demasiado laxo del término "edu-
cación", cuando en muchas circunstancias ayudaría precisar de qué componente de la educación se trata.
En general, se acepta que la educación involucra profundos procesos de enculturación tanto como acti-
vidades instructivas o de entrenamiento. Pero hay una línea pedagógica que valora en demasía lo forma-
tivo en desmedro del saber práctico o procedimental, acentuando una dicotomía entre lo conceptual y lo
material, entre lo ideal y lo concreto, que choca de frente con el componente "duro" de las tecnologías de
la información, es decir, con la necesidad de utilizar en la escuela máquinas o artefactos que requieren
algún nivel de instrucción para su uso apropiado. A causa de esto, la introducción de dispositivos tecno-
lógicos en la escuela a menudo se traduce en un cisma entre quienes proponen didácticas holísticas, orien-
tadas hacia la comprensión general de los efectos de la tecnología sobre las personas, la sociedad y el
conocimiento, prescindiendo del saber técnico, y los que sostienen que esa comprensión general sólo se
alcanza plenamente cuando incluye el conocimiento técnico específico de los artefactos, su manejo y la
mecánica de sus procesos.
Asimismo, la educación puede contemplarse desde la vereda de la enseñanza o desde la del aprendizaje,
dos procesos complementarios pero bien diferenciados. En la construcción de modelos de integración
tecnológica muchas veces se pone demasiado énfasis en asegurar el acceso de los alumnos a los recursos,
y se priva a los maestros del tiempo necesario para experimentar mejores modos de enseñar con ellos.
Más aun, allí donde los recursos son muy escasos, siempre parecerá más sensato dedicarlos a ayudar al
docente a transformar su práctica que diluirlos entre muchos alumnos, atomizando sus efectos sobre el
aprendizaje.
Por otra parte, al proponer objetivos curriculares y métodos para alcanzarlos, ya sea que se incluyan
recursos tecnológicos o no, siempre debe tenerse en cuenta que el estudiante no es una abstracción ni
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un dato estadístico, y que dentro de cualquier sistema educativo los alumnos reales se presentan en for-
mas, edades y con capacidades diferentes.
Nada en pedagogía es aplicable a todos los individuos sin algún grado de personalización y, por otro
lado, no existiría la educación sistemática si la pedagogía fuese un continuo de variaciones infinitas entre
un individuo y otro.
Estas ideas, que en general están bien afianzadas en el colectivo docente y funcionan correctamente
para todas las disciplinas curriculares tradicionales, son dejadas de lado con alarmante frecuencia cuando
se trata de incorporar e integrar las nuevas tecnologías al medio ambiente escolar, al que desde la pers-
pectiva tecnológica suele verse como un todo homogéneo.
Cuando una propuesta integradora carece de tonalidades y se muestra inflexible frente a la diversidad
de situaciones y la heterogeneidad de sus destinatarios, su fracaso está poco menos que garantizado. Puede
aceptarse como razonable destinar la misma computadora para todos los alumnos. Pero... ¿las mismas
sillas, el mismo software, los mismos objetivos pedagógicos para un niño y para un púber?
Toda integración debe convocar a la variedad y garantizar la convivencia de lo diverso. El propio con-
cepto de integración es naturalmente adaptativo.
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2. HACIENDO HISTORIA
La historia que estamos por relatar trata sobre las diversas formas con que se ha buscado integrar la
tecnología a las tareas escolares durante las últimas tres décadas. Aunque se ha contado muchas veces
en el pasado, aquí intentaremos ser fieles a dos propósitos que le darán un nuevo sentido: actualizar el
registro con los avances más modernos echando una mirada crítica sobre los diferentes modelos de inte-
gración tecnológica para extraer lecciones que nos permitan resolver mejor los desafíos del presente, y
avanzar hacia las extraordinarias oportunidades educativas que nos ofrece el futuro.
A esta configuración se le han dado nombres tan pomposos como faltos de rigor explicativo, entre los
que sobresalen "aula, sala o gabinete de computación" y "laboratorio de informática".
Por supuesto, una vez más se comprobó aquello de que "la escuela
es un ámbito donde prima la variedad". Y en una escuela no hay
fuente de variedad más grande que los propios alumnos, que vienen, como ya hemos dicho, en diversas
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edades, tamaños, formas y colores, al punto que los de los primeros grados rápidamente comenzaron a
sufrir dolores de cuello y fatiga ocular, y los de los últimos fueron acosados por desplazamientos cervi-
cales y espaldas doloridas, todo a causa de asientos diseñados para el usuario promedio, o simplemente
mal diseñados.
Hubo, por cierto, muchas instituciones que tenían instalaciones más modernas, y allí la adaptación resultó
menos traumática. Pero por regla general, y al no existir experiencia previa ni estándares técnicos que
sirvieran de guía, las aulas de computación
devinieron en un popurrí de confusas solucio-
nes, plagadas de vicios y peligros, sobre todo
eléctricos.
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cuarenta minutos sepa radas por algunos recreos, resulta una disponibilidad semanal de veinte turnos de
acceso al aula, para catorce grupos con 25 estudiantes cada uno.
Esto nos lleva a fijar un horario donde cada grado o división asiste al aula de computación una vez a la
semana durante cuarenta minutos, reservando las seis horas restantes para uso de los maestros y los
directivos, y para el mantenimiento y soporte técnico de los recursos informáticos.
Ahora bien, en la mayoría de los sistemas educativos hispanoamericanos las clases se extienden durante
unos 180 días al año. Si los estudiantes concurren una vez por semana al aula de computación en turnos
de cuarenta minutos, y hay treinta y seis semanas efectivas de clase (180 días + 5 días/semana), es fácil
calcular que, en el mejor de los casos y descartando feriados, ausencias del profesor y otras eventualida-
des, cada puesto de trabajo será visitado durante un día al año.
Pero como en nuestro ejemplo cada computadora es compartida por tres alumnos, resulta que al cabo de
un año en la escuela cada uno de ellos tiene, idealmente, ocho escasas horas de exposición directa y
concreta al recurso informático.
Si hiciéramos lugar al tiempo que se pierde ingresando al aula o cerrando las actividades para retirarse
al concluir el turno, y si contásemos los días perdidos por efemérides, huelgas o ausencias por enferme-
dad u otros motivos, veríamos que todo el esfuerzo económico y logístico aplicado al modelo de labo-
ratorio de informática se traduce, finalmente, en unas magras seis o siete horas anuales efectivas frente a
la computadora, tiempo que cualquier niño o joven urbano es capaz de malgastar en uno o dos días frente
a su ordenador personal, o bien concurriendo a un cibercafé o a la casa de algún amigo.
Una situación similar se da en el nivel secundario, quizás aliviada, en parte, en las escuelas técnicas,
donde naturalmente hay mayor equipamiento informático y horas destinadas a la enseñanza de la materia,
pero en ningún caso la exposición de los alumnos secundarios a las TIC se acerca a los niveles necesarios
para que su uso se naturalice.
Otra crítica que suele hacérsele a este modelo es que concentra los recursos informáticos en un espacio
al que los alumnos y sus maestros concurren en horarios preestablecidos, y de este modo falla en dar un
ejemplo convincente de integración.
Puede argumentarse que en la escuela hay otro lugar similar: la biblioteca, que también concentra un
recurso -los libros- casi en exclusividad, y al que usualmente se accede por turnos.
Si bien es cierto que hoy en día es imprescindible volver a enculturar a los niños en el aprecio por los
libros y la lectura, ya no hace falta integrar al libro como producto tecnológico. Hace muchos siglos que
la tecnología del libro se ha vuelto transparente, y hoy nadie le presta atención, salvo los impresores.
En cambio sí hace falta integrar la computadora a los procesos educativos, en parte para que el alumno
y el maestro se habitúen a su presencia y no se sientan nerviosos ante ella o presionados para usarla, pero
sobre todo para que transformen creativamente su modo de enseñar y aprender.
Cuando no existían oportunidades para el acceso a los recursos informáticos en lugares públicos y las
computadoras eran una rareza en los hogares, el gabinete de computación ciertamente tuvo sentido como
mecanismo para popularizar las tecnologías de la información y familiarizar a los niños con su parafer-
nalia. Hoy en día este modelo sigue siendo útil en lugares donde hay gran escasez de recursos y la escuela
es el único ámbito donde los niños y jóvenes pueden tomar contacto con la tecnología, pero claramente
necesita ser reconvertido, como estudiaremos más adelante.
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desde sus comienzos seguramente recordarán las dudas y los interrogantes que se planteaban en torno al
modelo, y cómo se fue haciendo camino al andar.
Pero todavía no hemos dado respuesta a la pregunta más obvia de todas: ¿para qué se crearon los "labo-
ratorios de informática"? ¿Qué se procuraba enseñar en ellos, y cómo?
Por cierto, durante los primeros años no servían para acceder a Internet, un recurso al que todavía le
faltaba mucho para llegar. Tampoco para que los niños aprendieran a manejar los tradicionales paquetes
de ofimática desde que no existían como tales y cualquier software era carísimo y difícil de conseguir.
A duras penas podía disponerse
, en la escuela de primitivos procesadores de texto y hojas de cálculo, de
ardua operación y nada atractivos para alumnos de corta y mediana edad.
La pista sobre qué y cómo la dan esos términos que todavía conservamos de . aquellas épocas: compu-
tación, laboratorio, informática. Lo que se enseñaba en esos primeros años guardaba estrecha y exclusiva
relación con la tecnología misma: cómo funcionaba la computadora, de qué estaba hecha, y cómo se la
programaba.
Cuando se recuerdan esos tiempos suele culparse por estas limitaciones a la escasa disponibilidad de
verdaderos maestros con los conocimientos requeridos para operar las computadoras de entonces, y a la
urgencia que tuvo la escuela por recurrir a profesionales de la informática y analistas de sistemas para
conducir los "laboratorios" escolares. La pregunta que siempre se hace en este punto del relato, y que en
aquellos tiempos muy pocos se atrevían a formular en voz alta, es por qué la escuela avanzó en la
incorporación de una tecnología a la que se quiso dar sentido pedagógico, sin esperar a que surgiera una
masa crítica de docentes entrenados en sus particularidades y unos objetivos didácticos específicos a
alcanzar con su uso.
La realidad es que la escuela de entonces trató de dar respuesta a una fuerte presión social, industrial y
gubernamental, fundada en la percepción -pero no en la evidencia- de que aquellas novedosas compu-
tadoras personales, cuyo precio caía en picada mes a mes, iban a tener un enorme valor estratégico para
la economía, estaban destinadas a revolucionar el desarrollo en todas las áreas de la industria, la economía
y el trabajo, y eventualmente producirían un impacto de envergadura en la cultura y en la educación,
transformando por completo a las sociedades que se sumaran al proceso y relegando a las demás. Ya
bastante ventaja tenían los países centrales en el terreno tecnológico como para demorar por tiempo
indeterminado la entrada de la computadora a los sistemas educativos de nuestra región.
Por cierto, alguna de esas anticipaciones eran tan obvias que nadie se hubiera atrevido a apostar en su
contra. A lo sumo podía discutirse si llegarían en diez o en veinte años, no más que eso. Pero en lo que
respecta a la influencia de la computadora en el campo cultural, aun no estaba claro si el gran público iba
a aceptar esas máquinas con las que todavía no se podían hacer cosas verdaderamente interesantes, cuyos
sistemas operativos parecían diseñados para criptólogos, y que despertaban tanto grandes prejuicios
como exageradas expectativas.
•
Sin embargo, algunos indicios hacían pensar que el poder de las computadoras para almacenar increí-
bles cantidades de datos, y la constante mejora en las velocidades de procesamiento, iban a permitir con-
cretar, por lo menos en el mediano plazo, el antiguo sueño de "la biblioteca universal". Que el acceso a
semejante recurso llegaría a ser considerado un derecho humano, y que la información allí contenida
pudiese estar efectivamente al alcance de todos a un costo despreciable, como cualquier servicio público,
eso sí era un tema exclusivo de futurólogos optimistas y escritores de ciencia ficción.
En esa época, las críticas más serias contra las computadoras se planteaban en el ámbito de la educación.
El principal argumento tenía una sencilla contundencia: nadie había demostrado todavía que las compu-
tadoras fuesen capaces de producir una mejora en la enseñanza o el aprendizaje. La hipótesis del "in-
menso valor pedagógico" no había sido pasada aún por el filtro de la experimentación.
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la evaluación mediante cuestionarios cerrados y de selección múltiple. A esto se lo llamó software edu-
cativo.
,
No hizo falta mucho más para allanar la en-
trada de las computadoras al sistema educa-
tivo primario y secundario, niveles donde
con más fuerza estaban instalados ciertos
conceptos pedagógicos y teorías que, como el
constructivismo, se hallaban en las antípodas
del rígido instruccionismo conductista que
proponía el software llamado "educativo" y
la "instrucción asistida" por ordenador.
Cuando los primeros docentes comenzaron a notar que en ese ámbito les resultaba imposible representar
el mismo rol que en el aula, esto es, a estar de frente a sus alumnos dominándolos con un solo golpe de
vista, se justificó el nuevo formato de aula como un espacio ideal para expresar los viejos anhelos cons-
tructivistas de una educación "centrada en el alumno", en la que el profesor daba paso al "facilitador" -
casi un par del estudiante en un proceso donde enseñanza y aprendizaje eran intercambiables- y el do-
cente dejaba de ser dueño y señor de la información y el conocimiento.
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El aula de computación relegaba al docente a un plano menor. El alumno tenía el mando de su propia
computadora (aun compartiéndola con uno o dos compañeros) y no estaba obligado a seguir otro ritmo
que el propio en las tareas que se le encomendaban, si quería. El ambiente parecía propicio para cristalizar
el aprendizaje autogestionado y colabo-
rativo... pero en las pantallas titilaban los
incipientes ensayos del "software educa- ,
tivo" y el "edutainment" con personajes
de historieta que atajaban sandías para
acopiar unas monedas virtuales y así per-
mitir que el alumno juegue un poco más,
mientras de fondo aturdía una cacofonía
de musiquitas hipnóticas.
Por empezar, era políticamente inco- Los programas de "edu-entretenimiento" por lo general se apoyan en
una propuesta de actividades repetitivas en competencia contra lo má-
rrecto criticar a las computadoras; pocos
quina, que produce estímulos y penaliza los errores siguiendo un mo-
se atrevían a contradecir la verborragia delo de aprendizaje que quiere pasar por "interactivo, pero que termina
mediática y las exageraciones de los futu- constituyéndose en imparable generador de operadores condicionan-
rólogos. Y luego, ¿qué sabían ellos sobre tes. El niño aprende a "ganarle" a la máquina en lugar de aprender el
esas máquinas, sobre su funcionamiento, contenido en sí, y desde ya no construye conceptos ni reflexiona sobre
lo que está haciendo, presionado como está por responder contra reloj.
sobre la lógica que las movía? Para eso
estaban los "profesores de computación",
materia impresionante, si las hay.
Los maestros de grado y profesores podían opinar con autoridad sobre la dinámica del salón de clases,
la didáctica de cada especialidad y las teorías pedagógicas en boga, pero quedaban en franca desventaja
en cuanto la tecnología informática se colaba en la conversación. Tan es así que durante mucho tiempo
se estableció una suerte de pacto de no agresión entre los expertos informáticos y los docentes, merced
al cual cada uno dejaba al otro hacer lo suyo. Y cuando la interacción era inevitable, la tensión se volvía
evidente. Fue en este período que se afianzaron muchos malos hábitos metodológicos en torno de los
recursos informáticos, que al día de hoy sigue costando erradicar.
Algunos sistemas educativos comprendieron estos problemas “La "pareja pedagógica" fue un salto
y pergeñaron la figura de "pareja pedagógica", un equipo for-
de calidad en el funcionamiento de la
mado por el típico "profesor de computación" y la maestra
"sala de computación", y funcionó
de grado. La idea apuntaba en la dirección correcta, porque
en tal esquema cada una de las partes aporta el saber o la ex- bien allí donde, obviamente, había
periencia que le falta a la otra. disponibilidad de ambos personajes -
el técnico y el docente- y se daba la
La dificultad con esta estrategia de funcionamiento reside en condición de que la maestra poseía un
que, a falta de incentivos u ocasiones para que la mayoría de interés genuino en dictar los conteni-
los docentes de una escuela se involucre en proyectos educa- dos de su especialidad usando recur-
tivos con tecnología, sólo unos pocos acaban formando pa- sos informáticos.”
reja pedagógica con el encargado del "laboratorio", y el resto
se limita a dejarle los niños para que haga con ellos lo que quiera.
El laboratorio de informática es un ejemplo clásico. Adoptó la forma que le conocemos no por convic-
ción pedagógica, sino porque ubicar las computadoras en la misma disposición que tenían los pupitres
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del salón de clases convencional, y darle al docente el lugar de preeminencia en "el frente", es una solu-
ción técnicamente mucho más compleja que poner las máquinas en la periferia. Por otro lado, tal como
atestiguan los pocos ejemplos que conocemos de aulas en "E", la visión que tiene el profesor es la de un
muro de monitores vistos de atrás, que no le aporta nada en términos de información sobre sus alumnos
y las tareas que pudieran estar realizando.
Como ya dijimos, el clásico formato en "U", con los alumnos dando la espalda al profesor (que finalmente
resultó ser el más popular), fue interpretado como constructivista sólo para justificarlo. Si la interpretación
hubiese sido sincera, los mismos docentes tendrían que haber criticado agriamente los salones de clase
tradicionales en los que ejercían a diario, y cuya arquitectura es de típico cuño instruccionista y decimo-
nónico, reclamando que los pupitres se ubicara n en la peri-
“Es el educador quien debe poner a feria, como las computadoras (con la diferencia de que a na-
disposición de sus alumnos las herra- die se le ocurriría ubicar los escritorios de manera que los
mientas, los instrumentos, los saberes niños miren hacia la pared).
propedéuticos, las técnicas y el acceso
a los recursos necesarios para que Ninguna teoría pedagógica dice que maestro y alumno deben
cada uno de ellos descubra, aprenda, actuar disociados. Muy por el contrario, el maestro sigue
elabore conocimiento genuino y siendo un personaje crucial en la construcción del conoci-
pueda finalmente expresar todo su po- miento por parte del alumno. La "centralidad" del alumno
tencial. Él es quien orienta, guía y no implica que el docente deba quedar relegado a un lugar
mantiene al alumno en el rumbo co- secundario o prescindible. Lo conmina, por cierto, a hacer
rrecto.” lugar al protagonismo del estudiante como constructor de su
propio conocimiento, pero esto no lo desliga de su responsa-
bilidad primaria, que es garantizar que dicha construcción
suceda.
De otro modo, la práctica educativa equivaldría a una transferencia total de responsabilidades hacia el
estudiante, y el docente -cedido su protagonismo como "enseñante"- podría tranquilamente despreocu-
parse del éxito o del fracaso de los aprendices a su cargo.
No parece sólido sostener que la disposición de las personas y los muebles en un espacio responda a una
concepción pedagógica cuando se sabe que mucho antes influyeron en esa arquitectura las restricciones
propias del espacio y la escasez de recursos. Pero es cierto que hay ambientes que favorecen un tipo de
interacción más que otro, que son más propicios para cristalizar una metodología en particular. El aula
de computación convencional no es buen ejemplo de ello, porque tiene una dinámica que obstaculiza casi
cualquier interacción entre el docente y sus alumnos una vez que las máquinas han sido encendidas y
los estudiantes tomaron el control. Los docentes que han fatigado esas aulas saben muy bien de lo que
hablamos.
El aula de computación no ofrece un puesto de trabajo cada dos o tres alumnos como resultado de
profundas investigaciones pedagógicas, sino porque en el mundo real hay muy pocas escuelas que dis-
pongan de un salón libre tan grande como para acomodar veinticinco o treinta máquinas con sus
correspondientes accesorios y periféricos, y menos aún colegios que veinte años atrás estuvieran dispues-
tos a invertir dinero en una apuesta incierta. Las escuelas, en definitiva, adoptaron un modelo conservador
y ahorrativo, livianamente copiado del mundo de los negocios y la industria, que eran los únicos ejemplos
que por entonces se tenían a mano. Rara vez tomaron estas decisiones por razones pedagógicas.
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La dinámica escolar es muy dependiente de los horarios y la puntualidad, no sólo por la existencia de
horas de clase separadas por recreos, y los consiguientes movimientos de maestros y alumnos de un lugar
a otro de la escuela; además están las exigencias programáticas, fechas fijas de exámenes y otros plazos
-cortos, medianos y largos-que hay que respetar sin mucho margen de error. Una pesadilla recurrente de
cualquier educador, no importa la especialidad o el nivel en el que enseñe, es que falle la planificación.
Olvidar algo imprescindible para el normal desarrollo de la clase, que surja una interrupción imprevista,
o que el profesor de Educación Física reclame para sí a la mitad de los alumnos porque al día siguiente
hay competencia de atletismo y necesitan entrenarse, son eventos que sacan de quicio a cualquiera. Sin
embargo, estas situaciones no son muy habituales porque los maestros colaboran y se organizan para
minimizar su frecuencia. El arte de gestionar una escuela tiene muchos años y un largo camino recorrido.
Ahora, ponga uno diez o doce computadoras en una sala, entréguese el comando a los alumnos y espérese
unos días, y pronto empezarán las fallas, los apagones y la desaparición de directorios enteros donde se
guardan los trabajos que justo hoy había que completar. Si la escuela tiene la fortuna de contar con un
técnico residente (no es un lujo muy habitual, en nuestra experiencia) habrá que enviar a un niño para que
lo traiga, aunque eso no garantiza una rápida reparación. Es sabido que "la computación" no es un hueso
fácil de roer, y aunque el técnico diplomado haga su mejor esfuerzo, una clase de cuarenta minutos no
sobrevive a una interrupción de cinco. Los niños se alteran, la maestra o el profesor se ponen nerviosos,
y luego hay que repetir todo el proceso de motivación y explicación de consignas, con lo cual ya no es
posible completar nada de lo previsto. Ni qué hablar si el experto dictamina que "se ha caído el sistema",
frase temida si las hay, porque es sabido que esa falla es superior a todo lo imaginable.
Lidiar con computadoras y otros artefactos informáticos en la escuela es posible en principio porque se
trata de una tecnología madura y estable, pero la escuela es un ambiente difícil por la presencia de los
niños, que son inquietos, curiosos y a menudo traviesos. Pero, además, porque en todo ambiente de
aprendizaje el error está presente y del error también se aprende. La diferencia es que en otras circuns-
tancias los errores no interrumpen el proceso de enseñanza y aprendizaje. En cambio, cuando el error
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implica la falla de un aparato, ningún proceso que dependa de él puede continuar. La ausencia de un
soporte técnico con capacidad de dar rápida respuesta en situaciones de emergencia, o su relativa inefi-
ciencia, ha frustrado a muchos maestros y profesores que con entusiasmo y buena voluntad intentaron
aplicar sus mejores luces a la planificación de clases que integren la tecnología.
Para resumir, entonces, los primeros años de este popular modelo no se tradujeron en una genuina inte-
gración. Esto era previsible, ya que cuando las transformaciones se hacen en tiempo real y sin ensayos
previos, es absolutamente natural que surjan contratiempos y dificultades. Al fin y al cabo, acabamos de
decirlo: del error se aprende.
Así como los sistemas operativos dieron un salto de calidad con la aparición de la interfaz gráfica, un
proceso que comenzó hacia 1970 y que hizo eclosión con el Windows de Microsoft, las redes informáti-
cas recién estuvieron en posición de cautivar a las grandes audiencias cuando el concepto de página web
pudo volverse visible con la mediación de un web browser o navegador.
La función de un navegador consiste en descargar el código HTML en el que se almacenan todas las
páginas web, y traducir la información a un formato gráfico con el que el usuario puede interactuar
siguiendo "enlaces" a otras páginas o efectuando tareas tales como transferir archivos, visualizar imáge-
nes, etcétera.
Internet representó la concreción de lo que pronto se popularizó como "la autopista informática", una
intrincada red global por la que circula todo tipo de información. Con su apertura al gran público, otro
tipo de usuarios, distinto de los ingenieros y universitarios de los primeros tiempos, comenzó a generar
contenidos propios y a demandar recursos e información con un sentido más cultural que técnico.
Rápidamente comenzaron a aparecer páginas dedicadas a los más diversos tópicos, y enseguida se su-
maron los museos, las grandes bibliotecas, los periódicos y las revistas, volcando en el "ciberespacio"
todos sus registros y su producción.
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El correo electrónico -hasta ese entonces disponible únicamente para usuarios expertos por lo árido de
sus primeros mecanismos-se volvió un juego de niños con la llegada de Internet. Además, ¡por fin había
gente del otro lado con la cual comunicarse! De repente florecieron los foros de maestros, los clubes de
niños corresponsales, las páginas de escuelas... Todos querían estar en Internet para encontrar a otros con
sus mismos intereses, para compartir experiencias, para relacionarse.
El renovado interés de las autoridades educativas, sumado al ejemplo de varios países europeos y en
especial de los Estados Unidos y Canadá (donde las experiencias habían comenzado con algunos años de
anticipación y ahora se nos revelaban gracias, justamente, a Internet) se tradujo en las primeras directivas
más o menos coherentes sobre qué era lo que esperaba cada sistema educativo del parque informático
escolar y de sus docentes.
De a poco comenzaron a ponerse sobre el tapete aquellas cuestiones que apenas unos meses antes nadie
se molestaba en discutir. ¿Tenía sentido seguir enseñando las complejidades del sistema operativo y
rudimentos de programación, continuar abriendo las máquinas para que los estudiantes memoricen el
nombre de cada parte y componente, o estudiar con detenimiento ingenierillos intrincados mecanismos
del procesamiento digital? Los veteranos "profesores de computación", la mayoría de ellos con formación
estrictamente técnica, se aferraron por algún tiempo a la figura de Papert, tratando de convencer al resto
de los docentes de que la mejor manera de desarrollar un intelecto preciso, lógico y riguroso era aprender
acerca de la computadora y sus formas de procesar la información.
En la vereda opuesta, los pedagogos, que por fin reclamaban su propio lugar en el "aula de computación",
insistían con un concepto que de repente había adquirido una enorme contundencia argumentativa: el de
las computadoras como recurso didáctico al servicio del currículum.
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Tampoco era ésta una idea nueva, pero hasta ese momento su concreción había padecido tremendas limi-
taciones, por la dificultad de llenar los discos rígidos con información de interés curricular en cantidad
suficiente, y con una calidad que al menos igualase a la de los libros. Internet, en cambio, ponía al
alcance de la mano un vasto reservorio de información que podía usarse para dictar y complementar
cualquier materia escolar, que era de acceso libre y gratuito, y que además estaba a disposición las vein-
ticuatro horas del día durante todo el año. No en vano varios de los primeros emprendimientos que
capitalizaron grandes ganancias en Internet fueron motores de búsqueda, con los más exitosos convir-
tiéndose luego en megaempresas como Yahoo! y Google.
“Muchos educadores vieron, con ojo
Fue posible avizorar, con mayor claridad que nunca, cuáles clínico, que la enseñanza de procedi-
eran las habilidades y conocimientos que servirían a los mientos debía dar paso a la enseñanza
estudiantes en este ciberespacio al que ellos, más que nadie, de estrategias para el aprendizaje. En
ansiaban ingresar. Pronto se volvió evidente que ya no era todo caso, si los alumnos aprendían
necesario enseñarles a operar las computadoras, porque la por sí mismos a operar los recursos
creciente ubicuidad de las máquinas y la simpleza de manejo informáticos, lo más que necesitaban
hacia la que tendían los sistemas operativos (mucho más era que alguien pusiera un mínimo de
simples todavía para las mentes frescas y abiertas al cambio orden y sentido en el uso de los recur-
de los niños y los jóvenes) les permitían dominarlas casi sin sos para acercarse a los contenidos
ayuda y en muy poco tiempo. curriculares.”
También percibieron que Internet era un universo riquísimo
en diversidad informativa, aunque anárquico, complejo y peligroso. Había que ocuparse con urgencia
de inculcar sólidos códigos de conducta y lograr que los alumnos adhirieran a un sistema de valores tal
que les permitiera resistir las amenazas presentes en la Red.
Finalmente, el ciberespacio era un sitio donde cualquiera podía participar "subiendo" su propia informa-
ción, con lo cual se abrió otra puerta con enorme potencial educativo. Maestros y alumnos podrían ahora
ejercitar su creatividad motivados por la exposición pública que tenían las cada vez más abundantes
páginas web. Cierto es que al principio no era fácil tener un "sitio" propio, porque hacían falta algunos
conocimientos técnicos para operarlo. Pero rápidamente aparecieron programas para la publicación de
contenidos en la web tan sencillos de usar que se desató una verdadera fiebre editorial en las escuelas.
Hacia principios de 1996 comenzaron a hacerse presentes en Internet los primeros portales hispanoa-
mericanos dedicados a la educación, tanto oficiales como privados, y durante ese año muchas fueron las
escuelas que aparecieron en línea. Miles de educadores compraron un módem y cuadruplicaron el gasto
en su línea telefónica para poder estar "conectados".
Fue entonces cuando el modelo empezó a crujir bajo el peso de una nueva realidad. Con la llegada de
Internet, los gobiernos tuvieron que hacerse cargo de la creciente demanda popular y profesional por el
acceso. Pero además se vieron forzados a reconocer que había que dar urgente tratamiento a temas como
la capacitación docente, el diseño de políticas sustentables de equipamiento y manutención del parque
informático y, no menos importante, a definir de una vez por todas para qué se deseaba incorporar tecno-
logía en las escuelas, y cómo se la integraba eficaz y racionalmente a los procesos educativos.
Como todo hasta aquí es historia pasada, no sorprenderá a nadie si recordamos que las respuestas a estas
demandas fueron, a lo largo y a lo ancho de Hispanoamérica, muy heterogéneas, por decirlo de alguna
manera, y sus éxitos y sus fracasos resultaron previsibles en el marco de nuestras tradiciones políticas y
estilos de administración pública.
Quince años después de la aparición de Internet en el panorama educativo, todavía existen una profunda
brecha digital y enormes bolsones de desigualdad que afectan, como era de esperarse, a los más pobres y
a los más alejados de los grandes centros urbanos. Pero la deuda más grande probablemente está en el
mismo interior de casi todos nuestros sistemas educativos, que si bien con el paso de los años se han ido
acomodando a las nuevas condiciones que impone el avance tecnológico y reconocen cada vez más la
necesidad de integrar las nuevas tecnologías de la información y la comunicación para producir una pe-
dagogía innovadora, no han comprendido todavía que para participar del cambio hace falta cambiar.
En suma, el modelo tradicional de aula de computación entra en crisis en el preciso momento en que lo
interpela Internet, y por una razón muy sencilla: Internet no es un fenómeno puramente educativo, como
19
Modelos de incorporación e integración tecnológica
podían serlo una enciclopedia en CD o un software de ejerci- “Que quede claro: Internet no ame-
tación. Internet ni siquiera es un fenómeno tecnológico, aun- naza al libro, sino a la escuela que
que la tecnología que la hace posible es asombrosa. Internet hace depender el aprendizaje de un
es un fenómeno cultural, y tiene un inmenso valor educativo único libro, o de unos pocos. Y no por-
porque la información que ofrece sin limitaciones de horario que ahora sea sencillo acceder a nu-
ni espacio representa para los individuos (ya no solamente merosos textos a través de la "triple
para los escolares) la posibilidad de aprender en todo mo- w", sino porque eso es lo que las per-
mento y sobre cualquier cosa imaginable, permitiéndoles li- sonas que buscan información y cono-
mitar o profundizar su aprendizaje en cualquier dirección cimiento están haciendo ahora mismo,
que elijan. sobre todo si son jóvenes. Los usos so-
ciales de la tecnología no pueden ig-
Internet, en otras palabras, desnudó a la escuela y toda su norarse, y menos aún pueden ser im-
inflexibilidad quedó al descubierto. El modelo de acceso a pedidos.”
los recursos tecnológicos ahora debe convertirse en un mo-
delo de acceso a la información, y no puede imponerse un
horario para eso. La información que necesita un estudiante debe estar a su disposición en el instante en
que la necesite.
Pero a fin de cuentas siempre ha sido así. La escuela tradicional encontró un modo de dar respuesta a las
limitaciones de su tiempo con la única tecnología que tenía a mano: el libro. Hecha una selección de
disciplinas consideradas de interés educativo, y establecidos los temas que debían tratarse en el aula, los
especialistas efectuaban las correspondientes "transposiciones didácticas" y les daban forma de "libro de
texto" o "manual escolar". Una vez en el salón de clases, el alumno tenía todo lo necesario sobre el pupitre.
Lo que no estaba allí, no se enseñaba.
La mera existencia de Internet ha despojado de sentido a esta antigua institución escolar, y condena
irremediablemente a todos los sistemas educativos a reconsiderar los modos de organizarse y organizar
la práctica docente.
La escuela de hoy debe propiciar una relación dinámica entre el estudiante y la información, que con-
cuerde con los usos sociales de la tecnología, porque ése es el mismo ideal educativo que permitió in-
troducir la idea del manual escolar en los tiempos en que el estudiante sólo llevaba a clases una pequeña
pizarra, una tiza y un paño para borrar, y cuando el único libro que podía encontrarse en cada hogar era
la Biblia. El libro de texto, que en algunos países de nuestra región se entrega gratuitamente a todos los
alumnos para igualar sus oportunidades frente al conocimiento, hoy se enfrenta nada menos que a la
competencia de Internet.
Si la escuela fue capaz de incorporar la tecnología del libro, integrándola a los procesos educativos en
forma casi perfecta, ¿serán capaces nuestros políticos y funcionarios educativos de producir una reforma
de las estructuras escolares que permita que las tecnologías de la información se articulen y se integren
bajo nuevos programas de estudio, con una nueva dinámica de interacción entre docentes y alumnos, con
nuevas formas de estructurar las clases, con horarios más abiertos, y quizás sin tanta dependencia del
espacio físico del aula? La buena noticia es que algo de esto está empezando a suceder. Y una de las
causas es esta crisis del modelo de aula de computación tradicional, con la consiguiente aparición de
modelos superadores que, sin pretender destruir lo existente, apuntan a resignificarlo, mientras ponen a
la tecnología y a la información mucho más cerca de quienes las necesitan.
20
Modelos de incorporación e integración tecnológica
En primer término, es posible que a estas alturas haya una computadora en casi todas la bibliotecas esco-
lares, por la natural necesidad de catalogar los textos y registrar los préstamos y las devoluciones. Por
otra parte, la biblioteca escolar existía mucho antes de la entrada de las computadoras en la escuela, y no
es un lugar creado especialmente "para" la tecnología como el laboratorio de informática, sino uno donde
la tecnología realmente se ha vuelto necesaria.
Una biblioteca no es sólo un depósito de libros. Es un depósito de libros al que las personas acuden en
busca de información, noticias y entretenimiento. Cualquier parecido con Internet no es casual, porque
Internet fue concebida, en gran parte, bajo el paradigma de una biblioteca. Poner computadoras en una
biblioteca tiene mucho más sentido integrador que llevarlas a una sala propia. Si no se adoptó esta estra-
tegia desde el principio es porque las bibliotecas escolares tienen, por lo general, muy escasa superficie
y no pueden acomodar a una clase de veinticinco o treinta niños. No obstante, muchos colegios han
entendido el valor estratégico de informatizar su biblioteca, así como la importancia pedagógica de pro-
mover la concurrencia de los alumnos a ellas para que aprendan a acceder a la información a través de
fuentes diversas.
Además, si hay alguien en la escuela que está bien capacitado para ayudar en la búsqueda de datos e
información, ésas son las bibliotecarias. ¿Quién mejor que ellas podría enseñar a los estudiantes sobre
criterios de búsqueda y selección de materiales, recursos e información? Han sido preparadas para esto,
y con un mínimo de estímulo y capacitación estarían encantadas de asumir esa responsabilidad.
No hay bibliotecaria en este mundo que no se enamore de Internet a primera vista, y si no lo hace es
porque no se la han mostrado bien. En aquellas escuelas donde el presupuesto es muy bajo y la tecnología
debe ser incorporada con cuentagotas, nunca es mala idea privilegiar a la bibliotecaria como administra-
dora de los recursos informáticos. Como modelo de integración tecnológica, equipar a la biblioteca con
una o dos computadoras y otros pocos recursos adicionales es un modo natural de avanzar de una tecno-
logía tradicional de presentación y manejo de
la información basada en el libro hacia formas
más modernas, ricas y complejas donde la in-
formación cambia de soporte (se hace digital)
y se conjuga con las comunicaciones.
asistencia técnica y pedagógica que le ofrece la bibliotecaria, quien lo guiará hacia la información que
necesita. Periódicamente podrán organizarse encuentros en los que la bibliotecaria explicará a los alum-
nos la problemática de Internet y la información, les hablará sobre estrategias y métodos de investiga-
ción, los pondrá al día con noticias culturales y tecnológicas, etcétera. Este modelo funciona muy bien en
muchas escuelas secundarias, donde los alumnos reciben en primer año clases sobre el uso del recurso
informático y luego asisten en forma individual a buscar información para sus trabajos en las diversas
materias.
Si se piensa en la biblioteca escolar como en un centro neurálgico por donde pasa todo lo que guarda
relación con la información, y si se dispone de los recursos necesarios, pueden sumarse otras tecnologías
además de la computadora. Indispensable serían un televisor y un reproductor de DVD, o mejor aún un
ordenador con un cañón proyector y una pizarra digital interactiva. Con estos medios podrían hacerse
más cómodas e interesantes las disertaciones, con la ventaja de que el equipamiento podría trasladarse
a otros espacios escolares en casos de necesidad, para una reunión de padres, un acto patriótico, o sim-
plemente para una función de cine durante una tarde lluviosa, cuando el campo de deportes se ha vuelto
intransitable.
Por su carácter de espacio central y a la vez independiente de las áreas curriculares, la biblioteca puede
convertirse también en el portavoz institucional. Muchas bibliotecarias se encargan de mantener actua-
lizada la página web o el blog del colegio, y no pocas son editoras, correctoras e impresoras del periódico
escolar. Para ayudarlas a cumplir con estas tareas puede equiparse la biblioteca con una buena cámara
de fotos, una filmadora digital, micrófonos, altavoces, auriculares y software para publicaciones, edición
gráfica, de texto, de audio y video, que puede ser comercial o libre, a gusto de las autoridades y del
presupuesto disponible. De más está decir que muchos de estos recursos pueden ser usados fuera de la
biblioteca, organizando un sistema de préstamos similar al que aprovechan los alumnos para retirar libros.
Para concluir la descripción de este modelo de integración tecnológica, sugerimos al lector reflexionar
sobre el valor educativo que tienen las decisiones que toman las autoridades de cada escuela, o los
funcionarios públicos que comandan el sistema educativo, en tanto revelan los objetivos y los propósitos
que los mueven. Acercar recursos informáticos a la biblioteca escolar es toda una declaración de princi-
pios respecto del propósito integrador y su significado.
22
Modelos de incorporación e integración tecnológica
4. LA COMPUTADORA EN EL AULA
En casi todos los países de nuestra región, la limitación más importante en el camino hacia la integración
entre educación y tecnología ha sido, sin lugar a dudas, la presupuestaria, y la característica más notoria
del proceso, salvo excepciones, ha resultado ser la falta de uniformidad en la provisión de soluciones,
tanto de infraestructura como logísticas o pedagógicas, además del importante retraso respecto de los
países centrales. Esto ha provocado que convivan en nuestras aulas muchas y muy diversas estrategias,
cuando en realidad fueron, en otros lugares mejor organizados, etapas de una secuencia ordenada.
Allí donde efectivamente hubo planificación previa, la llegada de la computadora a las aulas individuales
fue la culminación de un proceso muy exigente. En la edad de oro del laboratorio de informática sólo
disponían de su propia computadora una selecta minoría de educadores, cuya característica común era
haber integrado profundamente la tecnología a sus propias vidas desde muy temprano, al punto de ha-
bérseles vuelto indispensable también en el salón de clases.
Este modelo de uso reconoce muchas variantes. La computadora puede ser el único artefacto tecnológico
del aula, quizás con el auxilio de una pequeña impresora para que la maestra produzca notas, exámenes
o reportes, o se la puede complementar con un cañón proyector para ofrecer a los alumnos presentaciones,
recursos visuales u otros tipos de información. Otra variedad, que puede incluir o no esa "estación de
trabajo" exclusiva del maestro, consiste en ubicar
• una, dos o más computadoras en un rincón del aula,
preparadas para que las usen los alumnos. Y se han conocido casos en los que el salón de clases fue
equipado como un "minilaboratorio de informática", con un número importante de puestos distribuidos
en la periferia de la habitación.
El modelo que propone llevar la computadora en el aula es muy sólido y eficiente. Representa un com-
promiso bien balanceado entre el costo y el rendimiento, y es sumamente flexible, ya que puede expan-
dirse o contraerse en función de las necesidades o las circunstancias. En otro capítulo exploraremos más
en detalle sus particularidades.
En muchos lugares, el modelo concentrado de aula de computación evolucionó como una entidad sepa-
rada de otros sectores informatizados de la escuela. Si bien pronto se reconoció la necesidad de interco-
nectar las computadoras del "laboratorio", no parecía necesario extender la red hacia las aulas (donde aun
no se anticipaba la posibilidad de ubicar recursos informáticos) ni sumar al sector administrativo, cuyas
tareas no tienen nada que ver con lo pedagógico. Recién al aparecer Internet se presentó el problema de
cómo compartir la conexión entre los diversos usuarios escolares, con lo cual cobró impulso la integra-
ción de todos ellos en una única red informática interna.
Así fue que en las instituciones más importantes obtuvieron su acceso a Internet no sólo los laboratorios
de informática y el área administrativa, sino que lentamente se fueron sumando las salas de profesores,
los talleres y las bibliotecas. Téngase en cuenta que todavía no estaban difundidas las conexiones inalám-
bricas, por lo que cualquier extensión de alguna magnitud que hiciera falta representaba un gasto consi-
derable, y en muchos casos un difícil problema técnico, ya que el tendido de cables para transmisión de
datos en edificios antiguos nunca ha sido sencillo.
En otros sistemas educativos más prósperos y ordenados, el paso hacia la plena conectividad fue firme y
constante. Canadá, por ejemplo,
.
tenía el 97% de sus escuelas conectadas a Internet en 2004, y la
conectividad llegaba a un 92% de las computadoras escolares, con un promedio de 72 computadoras por
escuela, y 1 computadora conectada a Internet cada 5,5 alumnos.
Con 72 máquinas en una escuela de 400 alumnos, es perfectamente posible que convivan un par de
laboratorios de informática con una muy bien equipada área académica y administrativa, y sobran re-
cursos para la biblioteca, los salones de arte y música, y finalmente para las aulas propiamente dichas.
Todos los modelos que hemos descrito hasta ahora pueden convivir saludablemente cuando los objetivos
de la incorporación tecnológica han sido planificados concienzudamente y los procesos se han, sostenido
en el tiempo con suficiente perseverancia.
Entre nosotros, desafortunadamente, no son comunes ejemplos como el de Canadá, que desde 1993 lleva
adelante un plan nacional de reciclado de computadoras para destinarlas a las escuelas.
La crónica escasez del recurso informático en gran parte de las escuelas de nuestra región, incluyendo
algunos grandes centros urbanos, ha retrasado la evolución que en otros lugares siguió un curso natural y
a la que se destinaron los fondos y el tiempo necesarios, transitando de un modelo muy concentrado
hacia uno cada vez más distribuido; de poner toda la tecnología en una sola aula, a repartirla entre todas
las aulas de la escuela.
“Cobra sentido intentar, aunque sea Con la computadora en el escritorio de la maestra o el profe-
tímidamente, complementar lo ense- sor, y el correo electrónico abierto, los exámenes que se pre-
ñanza presencial con actividades "a pararon en el hogar están disponibles en la escuela. Se abre
distancia", atreverse al e-learning, o un mundo de posibilidades al establecerse una vía de comu-
abrir un blog para socializar las expe-nicación desde el educador hacia los alumnos, cuando dis-
riencias y los proyectos.” ponen de un recurso similar en sus hogares o pueden visitar
un cibercafé. Desde ya, esto no representa nada que no pu-
diera haberse hecho antes desde la "sala de computación",
pero ahora es más entretenido y mucho menos engorroso.
Es seguro que con una computadora en el aula nunca podrá lograrse la práctica asidua por parte de los
estudiantes, habida cuenta de que el currículum exige prestar atención a otras cosas y demanda la
aplicación de otras técnicas al proceso de enseñanza y aprendizaje. Pero, ¿qué tan asidua debe ser la
práctica?, ¿y realmente es tan necesaria? Esto dependerá, sin duda, de la situación socioeconómica de los
24
Modelos de incorporación e integración tecnológica
alumnos. Allí donde la escuela representa para ellos la única posibilidad de acceso a la tecnología, habrá
que evaluar detenidamente qué régimen puede producir la máxima exposición posible a los recursos in-
formáticos, efectuando un cálculo como el que presentamos al hablar del aula de computación. El resul-
tado dependerá de la cantidad de máquinas disponibles, de la frecuencia de acceso, de su duración, y de
muchos otros factores a menudo imponderables, por lo que es recomendable ajustarla lo más precisa-
mente que sea posible a las circunstancias de cada institución.
Sin embargo, una comparación rápida entre el modelo de aula de computación y el de una computadora
en el aula puede deparar una sorpresa para muchos. Habíamos calculado que en el aula de computación
se podían asegurar, cuando mucho, unas 8 horas anuales de exposición por alumno, con una computadora
cada tres alumnos y clases de 25 estudiantes. Como ahora nos interesa trasladar el recurso a las aulas,
necesitaremos fijar como nuevo parámetro la cantidad de computadoras necesaria para equipar cada
salón de clases, que en nuestra escuela típica suman 14. Por ende, si en un año escolar hay 180 días de
clase, y equipamos cada sección de las 14 que hay en la escuela de nuestro ejemplo con una computadora,
y si asumimos que cada clase alberga unos 25 alumnos, entonces cada alumno podrá sentarse solo frente
a la máquina durante más de 7 jornadas al año, y si cada jornada escolar dura 4,5 horas, al cabo de un
ciclo lectivo todos los alumnos de todos los grados habrán pasado más de 32 horas practicando indivi-
dualmente sus habilidades informáticas.
Ahora repitamos los cálculos para la "sala de computación", donde pondremos 14 máquinas en lugar de
las 8 del ejemplo original. Decíamos que cada estación de trabajo se usaba
Si antes propusimos una relación de 3 alumnos por estación de trabajo (8 computadoras para 25 alum-
nos), y ahora tenemos 14 computadoras, la nueva relación es
Como vemos, esto todavía representa menos de la mitad de lo que se logra poniendo una computadora
en cada aula.
Desde ya, no hay casos ideales, y es difícil que en una escuela todos los maestros estén dispuestos y
capacitados para dar un uso tan intensivo a los recursos informáticos puestos sobre sus escritorios. Es
probable, además, que muchas escuelas no dispongan de los recursos suficientes para cubrir todas las
aulas, aunque vale consignar que estamos hablando de un parque informático muy conservador, holga-
damente superado en una mayoría de las escuelas urbanas de Hispanoamérica.
En cualquier caso, es deseable que una seria reflexión sobre estos números motive a muchos directores
y funcionarios a revisar sus estrategias de incorporación tecnológica, si lo que buscan es generar una
exposición asidua de los estudiantes a la tecnología.
25
Modelos de incorporación e integración tecnológica
Otra variante consiste en incorporar tecnología informática en los laboratorios de Química o Física, los
salones de Arte y Plástica o al aula de Música. En estos casos es común ver equipamiento adicional,
informático o no, para enriquecer las experiencias de aprendizaje. Hablamos de microscopios, balanzas
digitales y otros aparatos de medición, de equipos de audio, de instrumentos electrónicos de música,
etcétera. También hay muchas escuelas que equipan "salas multimedia" destinadas a la producción de
contenidos audiovisuales.
Por fin, los recursos informáticos pueden ser aprovechados también para organizar "islas de edición",
especializadas en la producción de revistas o periódicos escolares, anuarios, afiches y otros impresos. Y
no podemos dejar de mencionar a las radios escolares. Si bien una mayoría transmite en la banda de
frecuencia modulada con equipos especiales, cada vez se popularizan más las radios en Línea, y no son
pocas las escuelas que aprovechan su conexión a Internet para impulsar una actividad tan integradora
como lo es la producción radial, amén de su utilidad para difundir noticias y sucesos a la comunidad
educativa.
Sobre estas "aulas-taller", o "aulas temáticas", y sus aplicaciones, continuaremos hablando más adelante.
Baste decir por ahora que ninguna excluye a las demás; todas pueden convivir en una escuela, y de hecho,
cuantas más se pueda implementar mejor se integrará la tecnología a la currícula, no sólo por causa de
su ubicuidad, sino por la multiplicidad de oportunidades de experimentación y aprendizaje que se ofrecerá
a los alumnos.
En los EE.UU., ocho de cada diez niños en edad escolar accedían en 2003 a una computadora conectada
a Internet en el hogar, en tanto nueve de cada diez lo hacían desde el colegio. Su actividad más frecuente
(76% del total) estaba relacionada con las tareas escolares, siguiéndole de cerca el entretenimiento. Como
se ve, la brecha digital allí es muy estrecha, gracias a un sostenido esfuerzo de décadas y un generoso
financiamiento estatal. En efecto: en 1996 el Presidente William Clinton creó el "Fondo Desafío para la
Alfabetización Tecnológica", destinando dos mil millones de dólares durante los siguientes cinco años a
alcanzar estos fines:
26
Modelos de incorporación e integración tecnológica
1. Brindar a todos los docentes el entrenamiento y apoyo que necesiten para ayudar a los estudiantes a
aprender usando computadoras y la autopista informática.
2. Desarrollar software interesante y eficaz, y recursos para el aprendizaje en línea, como parte integral
del currículum.
3. Proveer acceso a las más modernas computadoras para todos los docentes y alumnos.
4. Conectar cada escuela y cada aula a la autopista informática.
El resultado queda a la vista cuando consideramos que también para 2003 había en los EE.UU. un 97%
de escuelas conectadas a Internet, mientras un 54,7% de hogares disponía del servicio. Claramente
estamos frente a un sistema educativo encaminado en el sentido correcto y convencido de que la escuela
pública es la institución igualadora por excelencia.
A consecuencia de políticas como las mencionadas, y acercándose en el presente a una ratio de una
computadora escolar cada 4 ó 5 alumnos, es natural que en los países centrales el próximo modelo de
integración tecnológica consista en acoplar la educación formal al acceso universal, cuando todos los
alumnos tengan una computadora en su hogar.
Por último, el modelo definitivo podrá alcanzarse cuando cada alumno disponga una computadora por-
tátil para uso personal, una netbook, y concurra a la escuela con ella, del mismo modo que ahora lleva
sus libros.
Esta parece ser la integración última. Con la computadora en el aula teníamos la información y los
medios de comunicación disponibles en el lugar de trabajo y estudio. Ya no debíamos ir en su búsqueda.
Con la computadora personal portátil la información y la comunicación van con nosotros a todas partes.
Cuesta imaginar una apropiación más estrecha de las tecnologías de la información que no pertenezca al
género de la ciencia ficción (aunque, habiendo visto cómo las gasta el avance tecnológico, todo es cues-
tión de esperar...).
Antecedentes y propuestas
La idea de dar a cada alumno una computadora portátil no es nueva, por cierto. En 1990, la Escuela
Metodista de Señoritas, un exclusivo colegio de Melbourne, Australia, fue la primera institución en el
mundo que entregó Laptops a cada una de sus estudiantes.
Más allá de estos sofisticados intentos, tuvieron que pasar muchos años para que surgieran iniciativas
realmente serias y orientadas hacia lo educativo en torno al modelo que finalmente todos conocemos
como "una computadora por alumno". Pero antes, una breve digresión en torno a la esencia de este
modelo de integración tecnológica.
Intentamos explicar más arriba que en sociedades altamente tecnificadas, en las que desde hace décadas
vienen inyectándose ingentes recursos financieros para equipar escuelas y universidades, y que son lo
suficientemente ricas como para que el público en general proceda en la misma dirección, ya se advierte
una clara convergencia hacia la mágica relación 1:1, tanto en el ámbito laboral como en el hogar y en la
escuela. Entonces, ¿cuál es la originalidad del modelo, y por qué no esperar a que la convergencia se
concrete por sí sola?
La respuesta está justamente en la necesidad de que los recursos sean portátiles. No se busca que haya
una computadora andada en cada pupitre, o que cada alumno tenga una PC en su cuarto, sino poner el
recurso Literalmente en Las manos de los estudiantes para que lo transporten consigo a toda hora. Éste
es el nuevo paradigma: el recurso informático ubicuo, y la verdadera convergencia que impone este mo-
delo a los sistemas educativos es la misma que desde hace ya bastante tiempo viene fusionando los telé-
fonos celulares con el ordenador personal, a ambos con Internet, y a Internet con los medios conven-
cionales de comunicación (prensa escrita, radio y televisión).
Pese a que este fenómeno es catalizado por la incondicional adhesión de las nuevas generaciones, el
proyecto más famoso e influyente creado bajo el concepto de "una computadora por alumno" no fue
pensado para escuelas urbanas ni para países donde la convergencia natural hacia el 1:1 está a punto
de concretarse, sino todo lo contrario. OLPC (One Laptop Per Child) es la sigla que identifica a la crea-
ción de Nicholas Negroponte, fundador y ex director del MIT Media Lab, quien en 2005 propuso, durante
el Foro Económico Mundial en Davos, crear un ordenador portátil con un costo de 100 dólares para
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Modelos de incorporación e integración tecnológica
distribuirlo entre los niños de los países menos desarrollados, con el fin de disminuir la brecha digital
allí donde era mayor. El propio Negroponte llama a su proyecto "educativo", aunque en realidad se
trata de una propuesta más orientada a lo social que a lo pedagógico.
Esto se ve confirmado en la difícil negociación que el programa entabla con los Ministerios de Educación
de los países que se interesan en la propuesta, ya que la filosofía de OLPC no contempla evaluación
alguna de los efectos educativos que resultarán de poner una computadora en manos de cada alumno, y
en general se rehúsa a admitir esos controles oficiales.
El programa tampoco está interesado en distribuir contenidos a través de su laptop, pero sí incluye
software de clara inclinación construccionista, y adhiere a otros paradigmas didácticos cuyos efectos
nunca han sido evaluados a esta escala.
En particular, y como es típico del construccionismo, los responsables de OLPC proponen algunas ideas
imprácticas, como cuando se les consulta sobre cómo se brindará soporte técnico a las laptops. Su idea
es ¡que cada niño aprenda por sí mismo a repararlas! Es impensable que la totalidad de los alumnos sienta
inclinación hacia la reparación de computadoras, que todos (o incluso que al menos uno en el aula) posean
la habilidad necesaria, o que existan maestras tan pacientes como para esperar a que el arreglo termine
para continuar con la clase.
En un orden más técnico, la "laptop de 100 dólares", o XO, fue testeada en 2007 por expertos de la
Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, quienes identificaron muchas limita-
ciones de hardware y software. Aunque los fabricantes afirman haber solucionado esos problemas en
modelos posteriores, la principal crítica que se le hace a la XO está dirigida a su interfaz, conocida como
"Sugar", que es poco convencional, lenta y de intrincado manejo. A causa de muchos informes negativos,
el programa OLPC decidió ofrecer una versión que corre bajo Windows, provocando un cisma entre
sus asociados y adherentes, algunos de los cuales desahogaron su furia en público y daña ron seriamente
la reputación del programa y sus mentores. En la actualidad, contradiciendo su idea inicial de introducir
la computadora en las regiones más castigadas del globo, OLPC pugna por intervenir en sistemas de
enseñanza pública que sirven a grandes concentraciones urbanas y sectores de clase media.
Como sea, el efecto más positivo que ha producido la idea de Negroponte fue desatar en los grandes
jugadores de la electrónica una fiebre por producir netbooks cada vez más poderosas y económicas, con
la clara intención de competir con su proyecto. Esto ha dado un fuerte impulso al concepto de "una
computadora por alumno", y por esa razón podría decirse que, después de todo, la propuesta de Negro-
ponte tuvo éxito y brindó un gran servicio a la educación.
Al margen de estas consideraciones, varios países de nuestra región se han interesado en el proyecto de
OLPC, aunque las previsiones iniciales de Negroponte de alcanzar una primera tanda de pedidos de
entre 7 y 10 millones de unidades jamás se concretaron, y finalmente los 100 dólares de costo a que
aspiraba subieron a más del doble. Según los últimos cálculos, OLPC ha distribuido hasta el momento
un millón y medio de laptops en todo el mundo. Uruguay es el país que puso el proyecto de Negroponte
en el mapa, y su "caso de éxito" más importante.
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Modelos de incorporación e integración tecnológica
Volviendo un poco sobre el carácter educativo del modelo "uno a uno", es importante reflexionar sobre
cómo a medida que la tecnología se integra a todos los espacios sociales, las fronteras entre ella y lo
social, lo cultural y lo educativo comienzan a difuminarse. Mucho se ha escrito sobre la manera en que
los nuevos medios de comunicación, tales como la mensajería instantánea (chat) y el correo electrónico
(email), han conseguido extender el horario de trabajo de muchas personas a prácticamente toda la vigilia.
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Modelos de incorporación e integración tecnológica
Con una netbook en manos de cada niño, un efecto potencialmente positivo será extender las oportuni-
dades de aprendizaje más allá del horario escolar, con el riesgo de que la inversa también sea cierta, que
la vida social y el entretenimiento interfieran con lo que se hace en la escuela.
Para orientar adecuadamente el uso de los dispositivos que se ponen al alcance de los niños mediante
los programas de "una computadora por alumno", es crucial la intervención de los maestros y de los
padres, porque este modelo, al diluir los límites entre el interior y el exterior de la escuela, acaba
involucrando a todos en el proceso educativo. En otros tiempos, la escuela era el ámbito donde se divul-
gaba el saber académico, y el hogar transmitía valores y principios que, en todo caso, la institución
escolar reforzaba y validaba. Con las nuevas estrategias de integración tecnológica en pleno funciona-
miento, el saber académico está disponible a toda hora, y es precisamente esa ubicuidad lo que hace que
ahora todo el entorno del niño o del joven deba preocuparse y ocuparse por los valores tanto como por
el conocimiento.
Estas nuevas responsabilidades son muy a menudo reducidas al viejo problema de "la capacitación", que
viene a ser lo más parecido al dilema del huevo y la gallina que pueda encontrarse en el ámbito de la
pedagogía. En cuanto introducimos un artefacto en la escuela no falta el docente que diga "¡Deben capa-
citarme si quieren que lo use!". Apenas se organiza una capacitación para docentes antes de incorporar el
artefacto, se escuchará: "Primero quiero ver que esa cosa esté en la escuela, porque no quiero capacitarme
en vano".
Pues bien, el modelo de "una computadora por alumno" lleva “En efecto, no alcanzo con lo capaci-
este dilema al extremo, porque la realidad es que no hay tación porque hace falta un cambio de
mucha experiencia acumulada, ni estudios que garanticen la actitud, una firme tomo de posición o
sustentabilidad, ni efectos lo suficientemente claros como favor del uso educativo de los recur-
para elaborar un plan de capacitación docente alrededor de sos, responsabilizarse frente al desa-
didácticas de probada eficacia. Nadie puede enseñar lo que fío, y en definitivo un compromiso con
no sabe, y es riesgoso invertir decenas de millones de dólares lo nueva realidad, porque cuando los
en un equipamiento de tanta masividad sin saber si será la tecnologías de lo información se uni-
pedagogía la que marque la diferencia (es decir, lo que el versalicen, lo educación de los nuevas
sistema escolar haga con la tecnología), o si ésta emergerá de generaciones ya no será una respon-
la inevitable integración de la tecnología al ambiente social sabilidad única de la escuela sino el
y familiar. Puesto en otros términos, se trata de ver quién dic- deber de todos.”
tará la agenda educativa cuando haya acceso universal. Lo
que sí puede anticiparse es que, más que una capacitación,
lo que el modelo demanda de sus actores principales (estudiantes, padres y docentes) es una profunda
enculturación en el uso proactivo y educativo de los dispositivos puestos a su alcance.
La realidad es que dar a cada niño una computadora, cuando hablamos de millones, es un gigantesco
experimento social que tiene el potencial de acelerar las transformaciones culturales a una velocidad im-
pensada, y - también es menester admitirlo-con resultados que se hace imposible anticipar. Que esas
consecuencias sean positivas depende de todos y de cada uno. Aunque a veces se nos antoje que el avance
tecnológico es imparable, y nos agobie el fatalismo de creer que no se le pueden imponer condiciones,
debemos obligarnos a recordar que la tecnología es obra humana, y que si hemos sido capaces de crearla
también podemos ser capaces de controlarla. Es cuestión de proponérnoslo.
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Modelos de incorporación e integración tecnológica
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Modelos de incorporación e integración tecnológica
Una tendencia interesante es que estos servicios han dado un nuevo giro al concepto de "tiempo real" en
las relaciones sociales mediadas por la tecnología, en parte por la ubicuidad de las computadoras perso-
nales, portátiles o de escritorio, y en particular porque la convergencia entre la web y la telefonía celular
hace posible que los usuarios estén conectados a Internet y a su red social favorita en forma permanente,
incluso mientras caminan por la calle. De esta manera las interacciones se vuelven inmediatas, las noti-
cias se propagan casi al instante, y ya es habitual que los medios de comunicación tradicionales -
periódicos, radio y televisión- reciban la información de su audiencia antes que de sus corresponsales.
Facebook, Twitter, y los casi 200 servicios de redes sociales que hay disponibles en Internet en este
momento, también han generado enormes controversias luego de sonados casos de "robo de identidad"
y "acoso en línea", y especialmente cuando, mediante la combinación de ambos, una mujer abrió una
cuenta en MySpace bajo una falsa identidad para molestar a una amiga de su hija, conduciéndola al
suicidio. Incidentes como éste han puesto en alerta a los educadores de todo el mundo, al punto que en
muchas escuelas se prohíbe el uso de redes sociales durante las horas de clase. Esto no ha sido impedi-
mento para que se produzcan situaciones que desafían al control adulto, como cuando alumnos argen-
tinos se confabularon a través de Facebook para que toda una ciudad falte a clases el mismo día.
La popularidad de las redes sociales y su interacción con los medios tradicionales han provocado peli-
grosos cambios culturales en muchos jóvenes, volviéndolos desaprensivos respecto de su intimidad, o
induciéndolos a buscar la notoriedad a cualquier precio. Pero en contraste con estos ejemplos, las redes
sociales son usadas con creciente intensidad por la comunidad académica para formar grupos de interés
y compartir conocimiento, con fines de enseñanza, investigación, y para brindar servicios de consultoría
profesional o asistencia al estudiante, por ejemplo.
En cuanto a la web 2.0, hay muchas formas de definirla, pero básicamente se trata de un nuevo para-
digma de participación de los usuarios en la generación y/o modificación de contenidos para la Web.
Mientras que en la Web 1.0 cualquier intervención en el contenido publicado en sitios o portales debía
ser autorizada o mediada por sus administradores, en la web 2.0 se ofrecen servicios de publicación para
que los usuarios los administren libremente. Un ejemplo clásico de la web 1.0 es la Enciclopedia Britá-
nica, que genera sus propios contenidos y no permite que el visitante común los modifique. Su análoga
en formato web 2.0 es Wikipedia, una enciclopedia escrita por sus
propios usuarios.
El paradigma participativo de los servicios web 2.0 incluye también la formación de redes sociales or-
ganizadas en como a contenidos. Por ejemplo Flickr, un sitio para almacenar, ordenar, buscar, vender y
compartir fotografías y videos en línea, permite que sus miembros se contacten entre sí, que comenten
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Modelos de incorporación e integración tecnológica
las fotos de otros usuarios, que las publiquen en sus propios espacios, y que conformen grupos de interés
o temáticos con fotos tomadas de otros miembros.
La versión 2.0 de las tradicionales "páginas web" son los populares blogs, tan ubicuos y abundantes
que la suma de sus comunidades virtuales ha merecido el nombre de "blogósfera".
Otro concepto 2.0 son las "aplicaciones web", que ofrecen gratuita y libremente editar texto, imágenes o
video, hojas de cálculo, administrar bases de datos, usar espacio para almacenar archivos, y mucho otras
prestaciones a las que se accede a través de Internet, a diferencia del software convencional que requiere
ser alojado en la computadora del usuario. Los ejemplos más populares son Google Docs y Windows
Live. Estos servicios interactivos también pueden incluir redes sociales internas para compartir la in-
formación y trabajar colaborativamente. El valor educativo de los servicios y aplicaciones que se ofrecen
bajo el paradigma de la web 2.0 es enorme, y recién empezamos a tomar conciencia de todas sus posibi-
lidades.
Por último, cabe enumerar aquí una serie de "nuevas tecnologías' que están sumándose a nuestros modelos
de integración tecnológica cada vez con mayor asiduidad, aunque en casi todos los casos la novedad no
es que hayan sido inventadas hace poco tiempo, sino que sus precios por fin las han puesto al alcance de
las escuelas de nuestra región.
Algunos ejemplos son las Pizarras Interactivas Digitales (PDI), los monitores sensibles al tacto (touch
screens), los "pico proyectores" (proyectores que caben en la palma de una mano), los data loggers
(ordenadares portátiles para adquisición de datos), los libros electrónicos (e-books), los PDA (Personal
Digital Assistant, o computadores de mano), las tablet PC (computadora portátil con teclado táctil), los
iPads y los iPhones (teléfonos inteligentes con algunas funciones de ordenador portátil), y la lista podría
extenderse mucho más.
Tampoco podemos dejar de mencionar otras tecnologías más modestas que hace rato se han vuelto co-
munes en casi todos los hogares, y que pueden encontrase también en muchas escuelas. Nos referimos a
las cámaras fotográficas digitales, a las videocámaras y a los reproductores y grabadores de DVD. Vir-
tualmente todas las escuelas cuentan con un televisor, de modo que estos artefactos son usados cada vez
con más frecuencia para la enseñanza visual y para la producción de material educativo multimedia.
Cada país tiene su propia realidad, y dentro de cada país hay regiones, provincias, municipios, distritos y
escuelas, todas con características propias, con sus historias de apropiación tecnológica, con sus éxitos y
fracasos en la implementación de las políticas públicas para la educación, con sus avatares económicos y
con sus maestros, siempre vocacionales, siempre entusiastas, pero muchas veces castigados con el olvido,
hasta que llega la tecnología y alguien descubre cuánto se los necesita para hacerla funcionar.
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ANEXO
EXAMEN
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