Sermones de La Carta A Los Romanos
Sermones de La Carta A Los Romanos
Sermones de La Carta A Los Romanos
EL PODER INCOMPARABLE
(Romanos 1:1-17)
INTRODUCCION: ¿Ha leído usted la carta a los romanos? ¿Sabía usted que esta fue la
carta que encendió un fuego en el corazón de Martín Lutero, convirtiéndose al Señor al
leerla, dando origen con esto a la reforma protestante? ¿Sabía usted que esta carta fue la
que conmovió profundamente a John Wesley cuando estando sentado en una pequeña
capilla de Londres oyó el preludio de la carta de Romanos de Lutero? ¿Sabía usted que la
Epístola a los Romanos es el documento humano más poderoso que jamás se ha escrito y es
“oro puro de principio a fin” como alguien lo describió? La importancia de estudiar esta
carta y extraer de ella los próximos mensajes ha quedado registrado por el testimonio de los
hombres de Dios que experimentaron un cambio. Martín Lutero dijo: “Es la mejor parte del
Nuevo Testamento y el evangelio perfecto … es el absoluto ejemplo perfecto del
evangelio.” Philip Melancthon llamó a los Romanos, “El compendio de la doctrina
Cristiana.” John Calvin dijo de Romanos, “Cuando cualquiera entiende esta Epístola, él
tiene un pasaje abierto delante de él al entendimiento de toda la Escritura.”. Samuel
Coleridge, poeta Inglés y crítico literario dijo que la carta de Pablo a los Romanos es “La
obra más profunda que existe.”. Frederick Godet, teólogo Suizo del siglo XIX llamó al
libro de los Romanos “La catedral de la fe Cristiana.”. G. Campbell Morgan dijo que
Romanos era “La página más pesimista sobre donde tus ojos hayan descansado”, y al
mismo tiempo, “el poema más optimista a los cuales tus oídos hayan escuchado.”. Y así
pudiéramos seguir citando a otros que han ponderado la excelencias de esta carta. Nos toca
hablar de ella a partir de hoy. Será muy grato excavar las verdades teológicas de la carta
para aplicarla a nuestra vida cotidiana. Nos ayudará saber que desde el principio Pablo nos
presenta el poder del evangelio lo cual es el tema central de nuestra salvación. De eso
hablaremos en este inicio de sermones. Comenzamos hoy con el tema: EL
INCOMPARABLE PODER. ¿Por qué el evangelio es un i poder incomparable?
4. El evangelio de la gracia v. 5. ¿Ha visto usted alguna vez un cuadro de Jesús donde él
aparezca sonriendo? La mayoría de las pinturas que tenemos de él permanecen en nuestra
imaginación como un hombre serio, sufrido o de un rostro como un personaje de
Hollywood. Pero mis hermano si Cristo es la expresión máxima de la gracia de Dios, no
podemos sino pensar que él es la mayor revelación de la alegría divina. Me llama la
atención como Pablo nos presenta en un solo capítulo el evangelio, no solo de poder, sino el
evangelio completo. Es el evangelio “cuadrangular”, sin que esto tenga que ver con algún
grupo religioso. Nos habla del evangelio de Dios, de su Hijo Cristo, del Espíritu de santidad
y ahora nos habla del evangelio de la gracia. ¿Podía pensar en algo más grande que esto?
¿Qué había, pues, en Jesús que lo hacía tan atrayente? La gracia es ver que Cristo le dio
permiso a los hombres para que disfrutaran la verdadera vida. El evangelio de la gracia es
el regalo del cielo para el hombre pecador. Es a través de ella que se nos ha dicho “por
gracia soy salvos”. Pablo era el más acérrimo de los fariseos que vivía bajo la ley, pero
llego a ser el predicar de la gracia.
2. Es el mensaje del doble llamamiento (vv. 6, 7). Hay muchos llamados en la vida que
cuentan con hombres apasionados quienes se entregan incondicionalmente a ellos. Léase
para esto, por ejemplo, el llamado que hacen los grupos radicales del Estado Islámico (ES).
El llamamiento de esas organizaciones terroristas a sus seguidores contempla un “paraíso”
donde irán después que mueran por defender el llamado. Pero observe la diferencia del
llamado que hace el mensaje del evangelio. Pablo afirma la verdad más sublime que el
hombre pueda conocer cuando nos dice que fuimos “llamados para ser de Jesucristo” v. 6.
El poder del evangelio hace posible que yo cambie de dueño. Antes mi vida le pertenecía al
mundo, al pecado y a Satanás, pero ahora le pertenezco a Cristo. Bueno, tener a Cristo
como dueño de mi vida es tenerlo todo. Pablo después nos dijo nosotros estamos completos
en él (Col. 2:10). Pero además de tener a Cristo como nuestro dueño, somos llamados a ser
santos v. 7. El llamado a ser santo no es una opción, es el más grande imperativo de la
salvación. Si pertenecemos a Cristo el deseo continuo tiene que ser de santidad. Esta es
nuestra meta final.
3. Es un mensaje que no avergüenza v. 16. Ningún seguidor de Cristo desde el inicio del
cristianismo optó por avergonzarse de él. Hay cosas de las que pudiéramos avergonzarnos
en esta vida aún como creyentes, pero jamás del evangelio. Y la razón la ha dejado Pablo:
“porque es poder de Dios para salvación”. Se dice que sentir vergüenza del evangelio es
sentir temor de hablar de él o identificarnos con él. Es pensar que haré el ridículo y que los
demás se mofarán de mí al hacerlo. Esto le ha dado buen resultado al enemigo porque
algunos creyentes les da terror testificar te Cristo donde se mueven y llegan a la conclusión
que es mejor testificar con el ejemplo, aunque no hablen del Señor. Pero mis amados el
Señor no necesita de creyentes secretos, como si fueran agentes encubiertos, él siempre ha
usado a hombres débiles que se han hecho valientes cuando han perdido la vergüenza y
testifican de lo que él ha hecho por nosotros. No debemos avergonzarnos del evangelio para
que el Señor no se avergüence de nosotros en el día final (Mr. 8:38). Jesucristo no se
avergüenza de llamarnos sus hermanos (He. 2:11). ¿Por qué he de avergonzarme de él?
4. Es un mensaje que solo es recibido por fe v. 17. Este fue el texto que cambió el corazón
de Martín Lutero y ha sido el texto que ha cambiado el corazón de muchos hombres y
mujeres que buscan en la intimidad y en un quebrantado corazón, una vida nueva, alejada
del pecado. Esto dijo el biógrafo de Lutero acerca del encuentro que tuvo con este texto:
“Antes de comprender estas palabras, yo odiaba a Dios, porque él nos asustaba a nosotros
pecadores por la ley y por la miseria de nuestra vida; y no suficiente con esto, todavía
empeoraba nuestros tormentos por el evangelio. Pero entonces comprendí por el Espíritu de
Dios las palabras: 'Mas el justo por la fe vivirá.' Entonces me sentí como nacido de nuevo,
como un hombre nuevo. ¡Entré por puertas abiertas directamente al paraíso de Dios!". Lo
único que nos hace justo es nuestra fe, no nuestras obras. Es la fe la que activará todo el
poder del evangelio. Usted podrá ponderar los beneficios del evangelio, podrá elogiar a los
que así viven, pero si usted no pone su fe en el Señor no podrá ser salvo y llegar a ser justo.
La justicia de Dios solo se revela por fe. Nadie podrá entrar al cielo por su propia justicia.
CONCLUSIÓN: Cuando uno busca un ejemplo del incomparable poder que tiene el
evangelio, se remite al autor de esta misma carta, el apóstol Pablo. Su biógrafo, el doctor
Lucas, nos dejó este incomparable testimonio en Hechos 9:1-19. ¿Qué contiene el
evangelio que puede cambiar a un hombre en un instante que viene persiguiendo a los
cristianos en nombre de Dios y luego se encuentra con el poder de Dios revelado en su Hijo
Cristo? A raíz de tan dramática conversión Pablo escribió su gran obra de Romanos donde
dice finalmente que no se avergüenza del evangelio porque es poder de Dios para
salvación, pero también que en el evangelio “la justicia se revela por fe”, y eso fue lo que
Pablo entendió porque él buscaba la justicia de Dios por las obras de la ley. Desde entonces
el hombre solo es justificado por la fe en Cristo. En esto consiste el incomparable poder
del evangelio. Jesucristo es la persona central de este evangelio, cuando le conocemos
somos “amados por Dios” y somos “llamados para ser de Cristo”. ¿Ha sido cambiado por
este poder? Ninguna justicia propia que no se la nuestra fe nos hará salvo. Venga a Cristo
poniendo su fe en él.
1. Esto hace la impiedad del corazón v. 18. Este pasaje pareciera desnudar dos caracteres
totalmente opuesto, el de Dios que es santo y puro, y el del hombre que es corrupto e impío.
De esta manera podemos que ver que la ira de Dios se revela contra la maldad del corazón
del hombre. Pablo pareciera conectarse con Isaías 1 donde el profeta ha descubierto una
llaga putrefacta cuando le toca hablar de la condición del hombre, pero no cualquier
hombre, sino la de su propio pueblo. Observe los versículos 23, 25, 26, 2, 29-31. La razón
por la cual la ira de Dios se revela es porque la maldad tiene como fin impedir que la
verdad se manifieste. Y la razón de esto es precisamente para que la humanidad no se
vuelva a él quien desea su propia salvación. ¿Qué es lo que estaba pasando con la
generación que Pablo describe aquí? Que su corazón se había atestado de corrupción y por
lo tanto estaba alejado del Señor. Era una sociedad como la de ahora que le dio la espalda a
Dios por las apetencias del mundo. Preferir la gloria de Dios por la del mundo es un pecado
de rebeldía.
2. Esto hace la falta de gratitud v. 21. Pablo ahora introduce un texto que es muy revelador
en este asunto y con ello explica las razones de la ira revelada desde el cielo. Lo primero
que nos dice es que la gente a quienes se dirige habían “conocido” al Creador pero no le
dieron la gloria. Cuando un hombre dice haber conocido a Dios y no le da la gloria debida a
su nombre, ni tampoco le da gracias, lo que finalmente sucederá es que él mismo se
debatirá en sus propios razonamientos. Por un lado se nos dice que cuando el hombre no le
da la gloria a Dios tiende a pensar que la gloria suya es la que más vale, y por lo tanto se
envanece. Hay una vana gloria y esa es la del hombre. Cuando se exalta el alma por encima
del espíritu, el corazón se llena de tinieblas y esto hace más difícil comprender y
experimentar la gloria de Dios. Esto no ha sido nuevo. Nuestros padres Adán y Eva se
extraviaron de la gloria de Dios cuando Satanás les puso en duda lo que Dios les había
dicho que no hicieran. Cada vez que los hombres ignoran a Dios en sus vidas se convierten
en ciegos en sus razonamientos con el resultado que Dios los deja en su condición siendo su
estado peor que el primero.
3. Esto hace la idolatría v. 23. Si bien es cierto que a Dios nadie lo vio jamás, Pablo hace
una magnifica revelación de él en dos textos de este capítulo (vv. 19, 20). Nos dice que su
eterno poder y deidad se han hecho manifiesto a través de la creación por un lado, pero
también a través de la encarnación de Jesucristo por el otro lado. Tal consideración nos
hace ver que el Dios invisible se ha hecho presente para que se le reconozca y se le adora.
¿Qué fue lo que pasó entonces? Bueno, que los hombres cambiaron la gloria incorruptible
de Dios por una representación de hombres y animales. Pablo tiene en su mente la figura de
un cuadro moralmente descompuesto. A quienes dirige la carta les advierte de su desvío.
Los tales comenzaron a poner su confianza en lo que podían ver. Las más grotescas figuras
comenzaron a ser objeto de culto. La idolatría llega a ser algo sin sentido, porque quien
esto hace tiene que tomar de lo que ya Dios ha creado, una imagen, para tratar de
representarle. Pero quien esto hace no solo cambia la gloria del creador sino que se expone
a su ira santa.
1. La mentira de una adoración sin Dios v. 25. A pesar de haber conocido la verdad acerca
de Dios los hombres se han empeñado en ignorarla. Esto es lo que se conoce como una
descarada falta de sometimiento a la autoridad de Dios, rechazando con esto su palabra y
tratando de evitar las consecuencias que trae conocerla. Una traducción más cercana de
este versículo sería que ellos “mudaron la verdad de Dios en mentira”. El asunto es que
cuando los hombres descubren otra manera para acercarse a Dios cambian su adoración.
Este es un punto muy peligroso para el hombre que ha sido creado a imagen y semejanza de
Dios. Nada produce más gozo que una adoración centrada en Dios, cuyo efecto y resultado
se experimenta en nuestro ser interno. Pero la mentira de una adoración sin él es aquella
que solo toca la carne, las emociones del momento, pero luego sigues igual. La manera
cómo Pablo desnuda aquella generación calificada como apóstata y luego entregada al
culto que gratifica la carne pero no el espíritu, es un ejemplo de la mentira en la que viven
los hombres. Todo lo que cambie la verdad de Dios desemboca en la corrupción del alma y
del espíritu.
3. La mentira que Dios no juzgará lo que hago v. 32. Ciertamente mucha gente que vive
en su estado de descomposición moral encuentran en este texto una justificación para seguir
haciendo lo malo. Es más, la aberración a la que conduce el pecado ha encontrado en este
pasaje una perfecta justificación para hacerlo. Note este detalle para entender lo que estoy
diciendo. En este texto aparece tres veces la expresión “Dios los entregó a la inmundicia…
Dios los entregó a las pasiones vergonzosas… Dios los entregó a una mente reprobada…”.
Los que justifican los pecados como de la homosexualidad, el lesbianismo o cualquier otra
desviación de la santidad del sexo, han llegado a la conclusión que Dios les ha dado
“licencia” en este texto para vivir según su preferencia sexual. Sin embargo, lo que este
pasaje está diciendo es todo lo contrario. Ya Dios ha juzgado esta desviación porque es
contra la naturaleza y lo establecido por él. Pablo nos dice que es mentira esta posición
porque es la obra del pecado pero no la suya. Para los que esto hacen sin arrepentirse, la ira
de Dios vendrá con su juicio de condenación que será la muerte eterna. Esto es un asunto
serio.
1. Una mente entenebrecida v. 21. Dios creo al hombre con una mente pura, pero el pecado
trajo corrupción a ella y aquella mente que una vez estuvo llena de luz ahora es una mente
entenebrecida. La buena noticia es que cuando conocemos a Cristo se alumbra nuestro
entendimiento. El presente texto es muy difícil de digerir porque nos habla de alguien que
supuestamente conoció al Señor. No se nos dice que tipo de conocimiento era, a lo mejor
el que tenían los judíos de Dios, y no tanto de una conversión en Jesucristo, y al entrar en
el proceso reflexivo del hombre comenzó a perder lo que de él sabía y su tendencia fue
alejarse más de él. Esto no es extraño. El pecado está a la puerta y al acecho para
desviarnos del carácter santo de Dios. Cuando la mente tiene la ausencia de la santidad de
Dios reaviva la actividad del viejo hombre, logrando que el corazón sea entenebrecido. Un
corazón entenebrecido nos revela una confusión existente en la vida interior. Lo que Pablo
nos está diciendo es que cuando no tomamos a Dios en serio la oscuridad invade nuestro ser
interior y andamos como el ciego, a tientas. Un corazón necio llega a ser entenebrecido.
2. Una mente reprobada v. 28. Pablo ha descarnado en este texto la naturaleza corrompida
del hombre para mostrarnos una horrible llaga que ha llegado a un estado de putrefacción.
Las palabras “ toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de
envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores,
aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a
los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia…” (vv. 29-
31). Alguien ha dicho que tu mente puede ser el taller de Dios o el taller de Satanás, todo
depende de quién trabaje más tiempo en ella. Esta máxima pudiera aplicarse a lo que Pablo
nos ha dicho en este pasaje. Cuando los hombres no toman en cuenta a Dios el resultado es
que él mismo los deja en su condición y nada puede ser peor que esto. Lo que siempre
hemos sabido de la palabra “reprobada” es de alguien que no sale bien en un examen o en
cualquier prueba donde se demande su capacidad. Tener una mente reprobada es no haber
calificado delante de Dios para agradarle. Es quedar aplazado cuando la demanda es por la
santidad de Dios. En esta parte, y para que este mensaje no quede con una nota frustrada, el
mismo Pablo nos da la recomendación de renovar nuestra mente (Ro. 12:1, 2). Que seamos
hallados con una mente renovada y no reprobada. Recordemos que el creyente tiene la
mente de Cristo.
CONCLUSIÓN. La ira de Dios es un atributo divino como y lo hemos dicho acá. Porque
la ira, como alguien la definió: “Es su repudio eterno a todo lo que no es recto… es la
santidad de Dios que se ve convulsionada hacia el pecado…Dios se enoja con el pecado,
porque éste se rebela en contra su autoridad, un mal que hace a su soberanía inviolable…
no significa que la ira de Dios sea una venganza maligna y maliciosa…aun cuando Dios
vengará su dominio como gobernador del universo, él no será un vengador” (Pink). Pablo
nos ha puesto al descubierto las razones por las que la ira de Dios se revela desde el cielo
contra toda impiedad. La primera es cuando el hombre cambia Su gloria por la corrupción
del corazón, cuando los hombres cambian la verdad de Dios por la mentira del mundo, y
sobre todo, cuando los hombres cambian la santidad de Dios por la corrupción de la mente.
Frente a esto no podemos sino esperar el contundente juicio Dios a través de su ira
revelada. Pero la paciencia de Dios sigue siendo para la salvación. La única manera de
escapar de la ira de Dios es regresando a él y poner sólo en el nuestra mirada. No seamos
como la mujer de Lot que miró hacia atrás y se convirtió en estatua de sal para siempre
como testimonio de ignorar el juicio de Dios. Miremos a Cristo y escapemos de su ira santa
y de su juicio venidero.
INTRODUCCIÓN: ¿Ha oído usted la frase “Dios no es justo” cuando las cosas no van
bien o no funcionan según lo que algunos piensan? En la historia de Inglaterra hay un
incidente que ilustra el ideal de la justicia imparcial. Un siervo del Príncipe de Gales
cometió un delito, y a pesar de la influencia del príncipe el siervo fue sentenciado. Enojado,
el príncipe entró en el tribunal y demandó al magistrado que librara al prisionero. El
magistrado en jefe, Gascoigne, aconsejó que el príncipe llevara su petición a su padre, el
Rey Enrique IV, quién quizás perdonaría al prisionero. El joven príncipe, furioso porque el
magistrado no le obedecía trató de quitarle el prisionero al alcalde y llevárselo. El
magistrado en ese momento se puso en pie y con voz severa demandó que el príncipe
obedeciera la ley y que pusiera mejor ejemplo a sus súbditos. Luego sentenció al príncipe
por contumacia. El joven príncipe reconoció la afrenta que había cometido contra la corte y
sumiso fue a la prisión. Cuando las noticias llegaron al Rey Enrique IV, éste exclamó
"Bienaventurado el rey que tiene a un magistrado poseído del valor para administrar
imparcialmente las leyes; y aún más feliz es el rey cuyo hijo se somete a su justo castigo
por haberlas ofendido". Esto es justicia real, justicia verdadera. Mis amados hermanos,
hablar de la justicia de Dios aplicada en su juicio contra el pecado y los pecadores no
parece que suene bien para algunos. Pero si creemos que Dios es amor también debemos
creer en su justicia porque ella también forma parte de los atributos divinos. La justicia de
Dios es lo que prevalecerá en su juicio. De eso se trata el mensaje de hoy. Consideremos
cómo Dios aplica su justicia a través de su juicio.
1. Nadie es moralmente bueno ante Dios v. 1. Todos somos pecadores, esta ha sido la
declaración bíblica más expuesta desde que el hombre cayó de su estado de gracia. En este
pasaje Pablo nos habla de otro grupo de pecadores que a lo mejor no estaban haciendo las
cosas que aparecen en el capítulo 1, pero que ser muy moralistas, muy “espirituales”,
pensaban que estaban lejos de aquellos que cometen esos pecados contra la naturaleza, pero
el propósito de Pablo es hacernos ver los pecados de los “santos”. No se nos da una
revelación inmediata de quiénes podrían ser este grupo, pero al ver la palabra “juzgar” tres
veces, seguramente ese grupo pertenecía a los judíos que condenaban a los gentiles por sus
prácticas, los moralistas de su tiempo. La esencia del juicio de Dios contra el pecado
consiste en que él es el único que tiene la capacidad santa y moral de juzgar al pecador.
Nadie puede atribuirse el derecho de juzgar el pecado en los demás si primero no se mira la
viga que hay en su ojo, por lo menos eso fue lo que dijo el Señor. Pablo nos hace que ver
que todos los hombres están bajo el escrutinio divino. Nadie es moralmente bueno para no
ser juzgado por Dios.
2. Dios mira lo que hay dentro del corazón v. 3. Esto es lo que establece la diferencia entre
el juicio de Dios y el juicio del hombre. La pregunta de este texto pone al descubierto que
los moralistas lanzan sus juicios contra el pecado como si Dios no mirara sus propios
corazones. La expresión “…tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo…”
desnuda la verdad universal que nadie puede abrogarse el derecho sobre el juicio al pecado.
Todos los hombres se equivocan a este respecto porque mientras ellos miran la apariencia,
Dios mira el corazón. Dios no tiene hijos favoritos a la hora de juzgar el pecado. ¿Por qué
Dios juzga de acuerdo a lo que hay en el corazón? Porque ese es el lugar más apreciado por
el hombre, y es allí donde él tiene o sus más negros pecados o sus más encumbradas
virtudes. Dios no puede juzgarnos según la apariencia porque su juicio va más allá de lo
que hacemos; Dios nos juzga por lo que somos. Pablo nos dice que el juicio de Dios es
según verdad. Eso significa que la sentencia de Dios se basa en los hechos no en los
cuentos. En su juicio no tendrá importancia nacionalidad o privilegio, sino hechos que nos
condenan o los hechos que nos levantan.
2. Juicio por las obras que cada uno hizo v. 6. A todos nos gusta que llegue el día de pago,
por lo general es un día de alegría porque se trata de obtener el dinero para mi sustento y el
de la familia. El presente texto también nos habla de un “día de pago”, pero observe quién
es el Patrón que pagará. El texto nos revela que Dios “pagará a cada uno conforme a sus
obras”. Esto plantea un pago distinto a cada persona. La verdad es que ese día de pago será
toda una expectativa pues se trata de recibir según lo que haya hecho. Esto nos indica que
será un día de gozo para algunos y de profunda tristeza para otros. Lo primero que vemos
acá es que nadie será juzgado por lo que otro haya hecho o haya dejado de hacer. Y si bien
es cierto que nos hacemos muchas conjeturas respecto a lo que Dios estará juzgando en
nuestras vidas aquel día, el juicio que Dios traerá sobre las obras malas o buenas será más
por lo que el hombre hizo respecto a la obra de la cruz. Dios conoce la condición de cada
hombre y por eso ha enviado a un salvador. El hombre será juzgado por lo que haya hecho
con Jesucristo.
3. Juicio que sentencia el destino eterno vv. 7-11. Vea primero la recompensa que trae el
tener la vida eterna a través del v. 7. Y esto será el cumplimiento en el día del juicio para
todos los que perseveran haciendo el bien. Pablo destaca a los que serán recompensados
con esa vida, diciéndonos que son los que buscan “gloria y honra e inmortalidad”. Pero
además son los que buscan “honra y paz” (v. 10). La palabra clave acá es “perseverancia”.
Esto es la consigna del hijo de Dios. Aquí será bueno recordarnos lo que dijo el autor de
Hebreos que “nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que
tienen fe para preservación del alma” (He. 10:39). Pero para el otro grupo que
menosprecia la bondad de Dios, esto es lo que les espera también (vv. 8, 9). Las palabras
“ira y enojo, tribulación y angustia” hablan de lo que será una eternidad separa de ese Dios
de amor y de gracia. El juicio a través del cual cumple su justicia vendrá sobre todos los
hombres. Esta aseveración aterradora o de gozo queda confirmada por el versículo 11.
CONCLUSIÓN: Una de las cosas que tenemos que decir respecto a la justicia de Dios es
que ella actúa independientemente de alguna exigencia nuestra. Dios es justo y su justicia
se aplica según la visión de su santidad. Por lo tanto, el juicio que él trae sobre el pecado y
el pecador es lo correcto porque eso es lo que merecen nuestros actos. En este tema de la
justicia divina, Dios aplicará su juicio a través de su Hijo Cristo por cuanto es el hombre
justo y perfecto. Uno de los ladrones que morían en la cruz nos dio la mejor definición
acerca de por qué el Padre aplica su justicia a través de su Hijo: “Nosotros estamos
sufriendo con toda razón, porque estamos pagando el justo castigo de lo que hemos hecho;
pero este hombre no hizo nada malo” (Mt. 23:41 DHH). Por lo tanto, su juicio será justo
y también imparcial. Será para los que sin ley han pecado y para los que viven bajo la ley.
No hay excusa, como dice Pablo al principio v 1, 3. La justicia de Dios plantea la necesidad
de juzgar al hombre según lo que haya hecho. Para el Hijo de Dios será de acuerdo al
versículo 7 y 8. El Hijo de Dios traerá su juicio de acuerdo al versículo 7 y 8. La única
justicia que Dios acepta es por medio de su Hijo (Ro. 5:1). Es a través de él que seremos
justificados y escaparemos del juicio que condena al pecador a un estado de separación
eterna. Vengamos hoy a él.
INTRODUCCIÓN: Cuando Dios creo Adán le dio el soplo de vida y lo llamó “un alma
viviente”. Por un tiempo antes de la caída Adán vivió en el paraíso en un estado perfecto,
pues no tenía pecado. Pero cuando el pecado se hizo presente en el paraíso el hombre
manchó su alma y desde entonces “el cuadro clínico” que tenemos es la de un alma
enferma, sufriente, con muchas dolencias, urgida de una intervención que sane su
condición. El apóstol Pablo nos presenta en este capítulo 3 de Romanos una radiografía del
alma en su más crítico estado. El tema que ha venido tocando es de los judíos moralistas
quienes justificándose por las obras de la ley pretendía una salvación por obras sin tomar en
cuenta el sacrificio de Cristo. Frente a tales pretensiones Pablo hace una dramática y
profunda descripción del estado del alma dejando claro que no hay nada bueno en el
hombre que lo declare justo ante los ojos de Dios. El cuadro clínico del alma que Pablo nos
revela acá es tan parecido al que muchos años atrás nos presentó el profeta Isaías cuando
dijo: “ ¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está
enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa
sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas
con aceite. Vuestra tierra está destruida, vuestras ciudades puestas a fuego, vuestra tierra
delante de vosotros comida por extranjeros, y asolada como asolamiento de extraños” (Is.
1:5-7). El asunto es que el alma está muy enferma. Los profetas una y otra vez hablaron de
aquel cuadro clínico y así ha seguido hasta hoy. El alma, lo más preciado que Dios puso en
el hombre, necesita ser sanada. Pero toda sanidad implica un diagnóstico preciso para
aplicar la medicina correcta. De eso se trata este mensaje. Veamos, pues, cómo Pablo nos
muestra este cuadro y su propuesta para ser sanada.
1. Gentiles y judíos están bajo pecado v. 9. Cuando los gentiles escucharon lo que Pablo
dijo de los judíos pudieran haber pensado que no eran tan malos y que un sentido eran
hasta superiores que los judíos. Pero frente a esas pretensiones Pablo hace dos preguntas
interesantes que tienen el propósito de poner las cosas en su lugar: “¿Qué, pues? ¿Somos
nosotros mejores que ellos?”. Obviamente la respuesta es no. Pablo ha puesto en evidencia
desde el capítulo dos que no importa el abolengo, la nacionalidad, el origen o el prestigio
social y religioso que se tenga, todos están bajo pecado. Para poner esto en perspectiva
Pablo dice en otra de sus cartas que “ni la circuncisión es nada, ni la incircuncisión, sino
una nueva creación” (Gá. 6:15). La condición de estar bajo pecado plantea en primer
lugar un estado de maldición. Eso no cambia a menos que la persona quede libre de esa
sentencia. Vivir bajo pecado también significa estar lejos de la ciudad de Dios. Vivir bajo
pecado significa también estar muertos en nuestros propios delitos, bajo la ira de Dios y
bajo el príncipe de la potestad del aire. Todos estamos bajo pecado por lo tanto nadie puede
heredar el cielo
2. Los síntomas negativos de esta enfermedad vv. 10, 11. Si bien es cierto que desde los
versículos 10 al 18 aparecen 4 veces la palabra “no”, todo el pasaje parece haberse escrito
bajo una nota negativa cuando se refiere a los síntomas con pronóstico reservado de este
enfermo con las probabilidades de muerte eterna. Hay una escritura antigua que nos dice
“que no hay justo ni aun uno”. Esto pone en igual condición a todos los hombres. El
hombre justo del cual habla este texto es de alguien que no peca, y el único hombre que ha
pisado esta tierra sin pecado se llama Jesús. “No hay quien entienda” es una frase que
indica que los hombres por su misma pecaminosidad tienen su mente y corazón cegados
para que no les resplandezca la luz del Señor. “No hay quien haga lo bueno” es otra manera
de decir que toda la humanidad está bajo la culpa del pecado, como una enfermedad
mortal, por lo tanto nada bueno puede salir de una llaga infectada. “No hay quien busque a
Dios” es una forma de reconocer que los hombres por sí mismos no buscan a Dios y la
razón de esto es porque “no hay temor de Dios delante de su ojos”. Esto revela la
gravedad del enfermo.
1. La justicia que viene por la ley v. 19. Estamos describiendo a un enfermo que está en un
estado terminal, algo así como en terapia intensiva con vida artificial. ¿Por qué este
paciente está en esta condición? Porque es aquel que depende del cumplimiento de los
requerimientos de la ley para vivir. Este es el hombre que solo cree en la justicia que viene
por la ley la cual supone que tú la cumplas en todo. Es el esfuerzo humano por querer
agradar todos los mandamientos que demanda la ley, sabiendo que al fallo de uno ya te
conviertes en transgresor. Esta justicia de la ley te mantendrá siempre culpable porque al
ver que no la puedes cumplir en tus propios esfuerzos terminas siendo esclavo de ella
porque siempre te va a exigir su cumplimiento total para que pueda ser efectiva. Note la
forma como Pablo aborda el asunto. Por un lado todo lo que la ley nos dice es para aquellos
que están bajo esa ley, eso es el pueblo judío. ¿Y cuál es la demanda de esa justicia? Que
todo el mundo queda bajo el juicio de Dios. ¿Para qué sirve entonces la ley? Para hacernos
responsables ante Dios y para revelar nuestro pecado. La ley sólo sirve para afirmarnos
que somos pecadores. Por lo tanto el hombre que confía en la ley para salvarse queda
expuesto a su condenación.
2. Nadie podrá ser justificado por la ley v. 20. Cuando Pablo habla que nadie puede ser
justificado por las obras de la ley, las palabras griegas que usa van más allá de la referencia
a la ley dejaba por Moisés de modo que sepamos que ninguna ley podrá servir para
salvarnos. Por lo tanto queda excluida todo sistema de leyes para acercarnos a Dios y
pretender ser salvos por su cumplimiento. Así, pues, el enfermo que está en terapia
intensiva, debido a la enfermedad llamada “pecado”, no podrá salvarse ni siquiera por los
“cables” de la ley que le puedan suministrar alguna esperanza. ¿Por qué ningún hombre
podrá ser justificado por la ley? Porque cuando la ley le fue dado puso en él una mayor
carga de pecado (Ro. 5:20). Bien podemos decir que el pecado fue aumentado cuando
apareció la ley. La ley despertó la conciencia dormida acerca del pecado. De esta manera
Pablo habla cuando se refiere que a través del mandamiento el pecado llegó a ser
extremadamente pecaminoso (Ro. 7:13). Pero además que fue la ley la que dio a conocer al
pecado según Romanos 7:8. Cuando el hombre enfermo quiere justificarse por las obras de
la ley sigue confinado a una “cama” esperando el desenlace final. Quien se justifica por la
ley apresura más rápido su muerte.
1. A través de la justicia de Dios v. 21. Si bien es cierto que la justicia de la ley no justifica
a nadie, la justicia de Dios tiene la propiedad de justificar al hombre. Así, pues, la justicia
de Dios llega a ser su propio tribunal donde el sentencia, más allá de lo que la ley estable
como inalterable, su decisión acerca del destino final del pecador. Estamos en presencia de
lo que se ha llamado una justicia justificadora, no una justicia condenatoria, como lo ha
establecido la de la ley. La justicia de Dios es el último recurso que le queda al paciente
terminal. Para él es la última esperanza después de haber pasado por todos los tratamientos
y medicinas del hombre para curar su cáncer espiritual. Por un lado debemos decir que si
Dios es justo debe condenar al pecador. Esa verdad se revela de todo lo anterior expuesto
en el sentido que no hay nada bueno en el hombre por el que Dios tenga la obligación de
salvarlo o perdonarlo. Pero por otro lado, si Dios es justo también puede perdonar al
pecador. Eso no es una contradicción. Esta es la diferencia entre lo que declara la ley frente
al Dios justo, pero también lleno de amor y misericordia para el pecador terminal. Hay
una justicia que salva.
2. A través de la justicia de Cristo v. 22. El pecado como una enfermedad del alma ha
dejado a toda la humanidad en la más espantosa condición, quedando toda ella destituida
de la gloria de Dios vv. 22, 23. ¿Puede pensar en un cuadro peor que este? Esto ha hecho
que cada hombre esté perdido irremediablemente. Pero cuando al enfermo terminal por
causa del pecado se le iba a quitar lo que le mantenía con señales de vida, apareció Cristo
para levantarlo. Cuando su sentencia era ya condenatoria, apareció su única esperanza para
ser sanado. Mis amados, la justicia de Cristo es el acto mediante cual el Dios Padre escogió
a su Hijo Cristo como el único que pudo cumplir con la norma divina a través de sus
méritos de su inmaculada vida, satisfaciendo así la justicia de Dios y aplacando su ira
contra el pecado. De esta manera, la justificación es la declaración legal de que alguien es
justo (aunque merezca el castigo eterno) al momento cuando Dios aplica al creyente la
justicia de Cristo que la adquiere a través de su fe puesta en el sacrificio de su muerte
redentora. De esta manera el hombre no tendrá que morir eternamente. Cristo es su única
esperanza. Su fe en él lo salva de la muerte.
LAS PISADAS DE LA FE
(Romanos 4:11-25)
INTRODUCCIÓN: Las pisadas de la fe serán siempre invisibles pero dejarán sus huellas
en el tiempo con una repercusión eterna. No son pisadas tan largas que no podamos
alcanzar ni tampoco tan cortas que no podamos avanzar. Son pisadas hechas a la medida
para que a través de ellas podamos conocer la persona de Dios, el poder de Dios, las
promesas de Dios y al pueblo de Dios. Pablo nos presenta en este pasaje al hombre que nos
dejó esas pisadas, nos referimos a Abraham. Un estudio de todo este texto nos revelará la
mejor forma de entender la fe, no como un concepto abstracto sino bajo una acción
dinámica. Es como ver la fe en movimiento. El nombre que obtuvo Abraham como el
“padre de la fe” no fue puesto al azar. En todo caso fue el resultado de su creer y su
caminar con el Dios que le llamó, quien bendijo su fe. Con la vida de Abraham
conoceremos por qué la fe es contada por justicia. A través de su vida y obra conocemos
que ningún hombre es justificado por las obras de la ley, sino por la fe puesta en Cristo. De
modo, pues, que Abraham será por siempre la más grande referencia en todos los tiempos
para hablar de la fe real. Nuestra fe no puede ser en otra cosa sino en el Dios de Abraham.
No puede ser en otro poder no que no sea el de Dios. No puede ser en otra promesa que no
sean las suyas. Y sobre todo, no podía ser para más nadie sino para todo el pueblo de Dios.
Esta es la esencia de este capítulo. Sigamos a Pablo en su más grande presentación de la fe
y por qué somos justificados por ella. Conozcamos, pues, las pisadas de la fe. Sigamos
estas huellas para nuestro crecimiento.
1. El Dios en quien creyó v. 11, 17. En este pasaje tenemos que hablar de la fe
extraordinaria de Abraham en la persona de Dios. ¿Por qué decimos esto? Porque Abraham
era un hombre pagano. Él venía de Ur de los caldeos y les aseguro que ellos no conocían a
un Dios personal como se les va a revelar ahora. Esto es lo que lo va a calificar como el
padre de todos nosotros v. 11, 17. Este calificativo será muy importante para el desarrollo
de la humanidad. Hoy día tanto los judíos como los árabes ven en Abraham su propio
padre. ¿Pero cuál es ese Dios personal en quien Abraham puso su confianza? ¿Cómo se
define según la palabra de Dios? El texto añade una frase muy significativa: “da vida a los
muertos...”. Abraham conoció muchos dioses pero todos eran de fabricación casera. Ahora
ha oído de Dios que da vida a los muertos. En su mente todavía tendría la imagen que uno
de sus dioses en lugar de dar vida, producía muerte, pues a uno de sus dios se le
sacrificaban niños. Y por otro lado, ese Dios le había dicho lo que él sería después. Este es
el Dios en quien creemos. Nadie ha revelado sus sentimientos como él. El Dios de
Abraham y el nuestro habla y se comunica.
1. Creer en esperanza contra esperanza v. 18. Esta pudiera ser la parte más difícil para la
fe de Abraham. Hasta ahora él había sido obediente al llamado de Dios, pero creer en su
poder para hacer algo que era imposible para el hombre como tener un hijo en la vejez era
un asunto que requería de mayor fe. De allí que la frase “esperanza contra esperanza” pone
a Abraham en la cúspide de la fe para creer porque desde el punto de vista terrenal ya se
había cerrado toda esperanza para estos dos ancianos esposos. Creer en el poder de Dios es
el más grande desafío de la fe. Hay asuntos que son imposibles bajo la visión humana. Pero
como el hombre ve las cosas no siempre corresponde a la visión celestial. Dios había
determinado una descendencia para Abraham y esto requería que él pasara por la primera
gran prueba de su fe en el poder de Dios. Ninguna expectativa pudo ser mayor. Creo que
hasta ahora no hemos descubierto la grandeza del poder de Dios para esperar y hacer
grandes cosas, hablamos de esas cosas que nos parecen imposibles. La oración “esperanza
contra esperanza” es una manera de decir: Mi esperanza está muerta, pero la de Dios está
viva.
1. Sin dudar en las promesas divinas vv. 16, 20. Sigamos a Abraham en las “pisadas de la
fe”. Veamos cómo él no solo ha depositado su fe en la persona de Dios, en su poder, sino
también en sus promesas. Esta parte corona toda su vida de fe para que nosotros sigamos
también sus pisadas. Lo primero que nos dice el texto es que Abraham no “dudó” porque
haya sido incrédulo. Al contrario, nos dice el mismo texto que en lugar de dudar se
fortaleció en la fe. Consideremos este texto. Nuestra naturaleza humana nos hace una y
otra vez dudar en las promesas de Dios. A veces dependemos de cómo amanece el día, de
cómo está la economía o de cómo están las noticias en orden políticas para ver en qué
dirección nos enfilamos. Pero si entendemos lo que dijo Pablo que por fe andamos, no por
vista, debiéramos tomar de los hombres que ya caminaron por fe la resolución de no dudar
sino de creer en las promesas divinas, fortalecerse en la fe y terminar dándole gloria a Dios.
Esto es lo que hará de nosotros hombres y mujeres que sigamos las pisadas de esa fe
victoriosa.
2. Convencidos del poderoso Dios de la promesa v. 21. Contrario a otros hombres que
vinieron después de él, Abraham fue un hombre que nunca dudó en las promesas de Dios y
por eso su fe tuvo la característica de la obediencia. Cuando analizamos la vida de Abraham
no lo vemos en ningún momento quejándose o protestando contra Dios. El presente texto
nos confirma este testimonio. Note las palabras que Pablo usa con las que describe esa
actitud: “Plenamente convencido”. Eso significa “sin ninguna sombra de duda”. El Dios de
Abraham no solo era personal sino poderoso. ¡Qué gran confianza en el Señor tenía ese
padre espiritual! Por un lado “creyó en esperanza” (Ro. 4:18); por otro lado no se debilitó
en su fe a pesar de las condiciones sumamente adversas (v. 19); ni se dividió su pensar
porque le haya dado cabida a la incredulidad (v. 20a). Pero el pensar en la promesa y en el
Prometedor se fortalecido en su fe (v. 20b). Y cuando se fortaleció en la fe, también se
fortaleció físicamente. Al llegar a esa condición se convenció que sólo Dios tenía la
capacidad de cumplir lo que había prometido (v. 21). Sigamos las pisadas de la fe en las
promesas de Dios.
1. La fe que es contada por justicia vv. 22-24. Así se concluye que lo que Abraham hizo
en torno a su fe, no en sus obras, le fue contado por justicia. Es algo así como que le fue
agregado a su cuenta. Los hombres tienen su propia justicia basada en lo que son o en lo
que hacen. Así, pues, mientras más “buenos” parezcan concluyen que eso será lo que al
final Dios considerará para salvarles. Abraham nos muestra que es su fe e en la persona de
Dios, en su poder y su promesa que lo hace justo. Esta palabra es muy importante que la
consideremos, porque esto pone distancia entre una justificación por obras en lugar de la fe
que es la que Dios acepta. Esto es también para nosotros. Es interesante que Pablo nos diga
que nuestra fe será contada por justicia también. Pablo no está tan interesando en
hablarnos de hechos que pasaron y que nos hace admirar la fe de un hombre como Abram,
sino que es traída para que nosotros consideremos su aplicación personal. Con esto se
comprueba que esta declaración universal es para todos los hombres y es la única manera
que Dios acepta para conceder la vida eterna y con ello la entrada al reino de Dios. No hay
otra fe que cuente para la justicia.
2. La fe a través de Cristo que nos justifica v. 25. Pablo cierra este capítulo con la
afirmación más grande, solemne y poderosa de todo lo que ha venido diciendo desde los
primeros capítulos de la carta. No hubo hasta ese tiempo nadie que pudiera satisfacer la
justicia divina en relación al pecado. Nadie tuvo los méritos que calificara para satisfacer a
Dios en el asunto del perdón de los pecados. Así, pues, fue Cristo quien reunió en sí mismo
todos los méritos a través de su vida sin pecados poniéndola como ofrenda por ellos, para
nuestra justificación y salvación. Esta justificación fue lograda por Cristo y nadie más. Las
palabras más significativas de este texto son: “el cual fue entregado por nuestras
transgresiones…”. ¿Sabe usted quien entregó a Cristo? Pues su propio Padre. Fue el mismo
Dios quien tomó esa decisión en acuerdo con su Hijo, porque no hubo otra forma de salvar
al hombre de su pecado. Ya sabemos que Abraham entregó a su hijo para que muriera, pero
justo cuando eso iba a suceder Dios lo detuvo y proveyó de un sustituto. ¿Qué voz escuchó
Dios para detener la muerte de su Hijo? ¿Por qué no oyó la voz de su Hijo en la cruz que
detuviera su muerte? De esta manera, tanto su muerte como su resurrección hace posible
nuestra justificación.
INTRODUCCIÓN: El hombre que escribió este pasaje dista mucho de aquel que un día
iba camino de Damasco, respirando amenazas de muerte contra los humildes seguidores de
Cristo. Este hombre, en nombre de Dios y la ley, estaba justificando sus actos,
justificándose así mismo, y por cuanto era fariseo, declarando que la única manera de
conocer a Dios era a través de las obras de la ley. Pero ahora ese hombre que un día cayó a
los pies de Cristo, confesándolo como su salvador, es que quien escribe este extraordinario
pasaje. Mis amados, la deuda por nuestros pecados era muy grande y jamás podíamos
pagarla. Y es aquí donde entra la grandeza de la justificación. Así que la única manera de
quedar libre de esa deuda sería irnos a la “banca rota”, pero ni siquiera eso podíamos hacer.
Nadie podía pagar la deuda de pecado, de allí que era necesario que el mismo Dios tomara
la iniciativa y eso fue lo que hizo a través de su Hijo Cristo. Mírelo de esta forma. Dios
atribuyó a nuestra cuenta todas las riquezas de la justicia perfecta de Cristo para que
nosotros seamos ricos ahora en esa justicia, la positiva, la verdadera. Esa justicia perfecta
será conocida como la justicia de Dios; no podía ser de otra forma. ¿Ha notado que en este
pasaje la palabra “gloriarnos” y “gloria” aparece cuatro veces (vv. 2, 3, 11)? Sin duda
que esta es una de las palabras favoritas de Pablo. La gloria que el siempre buscó no fue la
suya propia, sino la que pertenece a “la esperanza de la gloria de Dios”, al “gloriarnos en
las tribulaciones” y finalmente “nos gloriamos en Dios por el Señor. La gloria del cual se
habla en este pasaje tenemos que asignarla a la justificación de Dios por medio de la sangre
de Cristo. ¿En qué consiste?
1. La muerte de Cristo muestra lo que somos v. 6. En este texto nos llama la atención nos
cosas de mucha importancia. Uno es la frase “cuando éramos débiles” lo cual nos habla de
una condición desvalida, sin defensa y sin posibilidades de salvarse de una condenación
eterna. La debilidad forma parte de esa condición con la que nos dejó el pecado después de
la caída. Pablo asigna una calificación que profundiza más esa condición cuando habla que
éramos “impíos”. Ninguna palabra describe tanto al pecador como esta. Esa debilidad de la
que aquí se habla tiene que ver con la impiedad en las que no has dejado el pecado. No fue
una condición nada deseable, de allí que la presencia de un salvador era necesario para que
esto cambiara. La otra frase es “a su tiempo”. Cristo no vino ni antes ni después. Y si bien
es cierto que la historia se va dividir así después que Cristo murió, aquí nos referimos que
Cristo vino cuando el Padre lo había determinado. El escenario mundial tenía que ser
propicio. El reloj divino dio su hora exacta cuando Cristo nació. Él vino para morir por los
débiles de manera que ahora seamos fuertes. Su muerte justifica a ese hombre débil.
3. La muerte de Cristo nos reconcilia con Dios v. 10. La palabra “reconciliación” es una
de las más poderosas de nuestro diccionario. Nada le hace más bien a la vida que
restablecer una relación rota, reconciliar dos bandos en pugna, romper los muros de
separación. La reconciliación no es sino tirar un puente para unir un vacío. Es traer a la paz
lo que nos separaba. En el contexto de lo que hablamos, la muerte de Cristo hizo posible lo
que parecía imposible: reconciliar al hombre con Dios. Vamos verlo a mayor profundidad.
Como nuestro tema tiene que ver con la justificación, lo que primero tenemos que ver es
que la justificación hace que un pecador, que es considerado culpable y condenado delante
de Dios, ahora sea declarado justo. Luego mediante la redención ese mismo pecador que
delante de Dios aparece como un esclavo, recibe una total libertad de manera gratuita. Esto
fue lo que hizo Cristo con nosotros. La reconciliación es el acto de traer al pecador sin
ninguna posibilidad de salvación al seno de los brazos divinos. Esto explica porque ahora
somos herederos junto con Cristo.
2. El resultado de la paz con Dios v. 1. Otra de las cosas que hace la justificación por la
sangre es llevarnos a “la paz con Dios”. Esto plantea que antes de llegar a disfrutar de
nuestra salvación hemos estado enemistado con Dios. De esto se deduce que si cualquier
enemistad con el hombre es una posición que rompe una relación, trayendo muchos
sentimientos encontrados, cuanto más será estar enemistado con Dios. Pero, ¿qué significa
estar enemistado con Dios? En esto tenemos que admitir que el hombre natural es un
enemigo de Dios cuando hace las cosas que son propias de su naturaleza caída, viviendo en
sus delitos y pecados, llegando a vivir en la más fragrante condición de espaldas al temor
de Dios. Esa condición lo mantiene fuera de su presencia como Adán. Pero la mente
carnal, incluyendo la de un creyente, puede llegar a ser enemiga de Dios. Eso fue lo que nos
dijo Pablo en Romanos 8:7. Vea esto. Cuando usted no tiene deseo de amar y adorar Dios
pudiera ser que otras cosas han ocupado su mente y eso ahora es enemigo de Dios. Así que
usted debe disfrutar de Romanos 5:1, porque la justificación elimina la culpa, llevándonos
a la paz.
1. La sangre que salva de la ira v. 9. Hemos oído desde la antigüedad que “sin
derramamiento de sangre no hay remisión de pecados”. Eso significa que hasta que llegó
Cristo, la sangre de todos los sacrificios cruentos fue necesario para aplacar la ira de Dios
contra el pecado. Sin embargo eso siempre fue temporal, pues los sacrificios no se detenían
todos los días. La nota que distingue todo esto es que fue necesario la sangre de una víctima
para aplacar la ira de Dios. Mis amados ninguna cosa puede ser más temida para el ser
humano que la ira de Dios. Los teólogos coinciden en señalar que la ira de Dios en relación
al pecado fue aplacada cuando él mismo aceptó los sacrificios cruentos de su Hijo en la
cruz del calvario. Pero es en relación al pecado y la única cosa que hizo posible su ofrenda
perfecta fue la muerte expiatoria de Cristo. Pero debe recordarse que la ira de Dios sigue
allí para el hombre pecador y sólo si se reconcilia con él en arrepentimiento, será limpiado
por la sangre que derramó su Hijo en la cruz. Cuando el hombre conoce a Cristo como el
salvador es justificado por la fe, y es esa fe que justifica la que le salvara de la ira venidera.
2. Enemigos salvados por su vida v. 10. No siempre entre dos enemigos se da una
reconciliación. No siempre el enemigo perdona a la otra persona cuando se la encuentra.
Hay un caso que resulta para nosotros simplemente asombroso. Nosotros antes de ser
salvos somos enemigos de Dios, y como dice Pablo: enemigos de la cruz de Cristo. He
dicho que no es lo mismo tener al hombre por enemigo, que tener a Dios, sobre todo si al
final no se busca la reconciliación con él. El hombre en su condición natural no podía venir
por si sólo a encontrarse con Dios. Es por eso que este texto tiene una de las más grandes e
incomprensibles verdades de la palabra. Note que todo es una iniciativa divina. La
reconciliación viene de parte de Dios, nunca es iniciativa del hombre. Ahora este texto nos
deja ver dos aspectos de esta reconciliación como para que no haya duda en lo que hace
Dios. Pablo dice que si fuimos reconciliados con su muerte, lo cual implicó un terrible
castigo de nuestros pecados, cuanto más será ahora que él ha resucitado. En esta última
condición ya no se hará con enemigos, sino con amigos que han sido reconciliados. Bendita
sea esa obra que nuestro Dios ha hecho por nosotros. Es así, y por eso, que seremos
salvados de su ira. Amén.
INTRODUCCÓN: ¿Sabía usted que la Biblia nos habla de dos Adanes? Sí, así como lo
oye. Que todos sepamos en todo el Antiguo Testamento solo se conoce un solo Adán. Pero
cuando vamos al Nuevo Testamento nos encontramos con “el postrer Adán”. Romanos
5:12-21 nos muestra como en ninguna otra parte de las Escrituras las diferencias tan
marcadas entre los dos Adán a los que la Biblia hace alusión. ¿Quiénes son estos Adanes?.
El primer Adán fue creado a la imagen y semejanza de Dios, el segundo es la imagen y
semejanza de Dios. El que fue creado murió, el otro no fue creado vive para siempre. El
primer Adán fue creado perfecto e inocente, pero pecó, el segundo es perfecto, santo e
inocente y sin pecado. Con Adán tenemos al padre de la raza humana, pero en Cristo
tenemos al Señor de la humanidad redimida. Adán le dio vida a la humanidad, pero esa vida
se acaba, el segundo Adán le dio vida, pero vida eterna. Al primer Adán se le dio dominio
sobre lo que había en la tierra, el segundo Adán es dueño del universo. Del sueño profundo
de Adán, Dios le sacó su novia, del segundo Adán, Dios extrajo a través del sueño de su
muerte la novia del Cordero. El primer Adán fue tentado y desobedeció, el segundo Adán
fue tentado y salió victorioso. Mientras que con el primer Adán abundó el pecado, el
segundo nació y murió por el pecado. Todo esto, pues, nos lleva a considerar el presente
texto de Romanos bajo las tres comparaciones y consideraciones entre el primer Adán y el
postrer Adán. Veámoslas.
1. “El pecado entró en el mundo por un hombre…” v. 12. El origen del pecado sigue
siendo un misterio y uno de los temas donde se debate mucha gente incrédula y los
enemigos de la causa del Señor. La pregunta que para algunos suena como racional es por
qué Dios permitió el pecado para que ahora nos condiremos pecadores. ¿Pero será cierto
este razonamiento humano? Una cosa debe decirse en este texto, Dios no tiene nada que
ver con el pecado. Considere lo siguiente. Cuando el pecado se hizo presente en el cielo,
Dios hizo una limpieza de su santo lugar. Cuando el pecado se hizo presente e el Paraíso,
Dios sacó de allí a los que pecaron. En ambos lugares Dios expulsó a los desobedientes. El
pecado no habita en su presencia. Por lo tanto, y atención a el presente texto, el pecado
estuvo fuera del mundo hasta que el hombre lo introdujo. Sin embargo, el postrer Adán
entró al mundo manchado por el pecado para destruirlo y quitarle su poder y su dominio.
La Biblia nos dice que cuando Cristo nació vino lleno de gracia y de verdad. La muerte de
Cristo nos llevó a la gracia como el más grande don del cielo con el cual Dios respondió a
los estragos del pecado.
3. “Porque así como por la desobediencia de un hombre… v.19. Una de las palabras que
mejor define al pecado se llama “desobediencia”. En su estado original Adán no conocía
esta tendencia del corazón. Lo que este hombre hacía era obedecer a su creador. Este es el
más grande contraste en este paralelismo con el primer Adán y el postrer Adán. El texto
ahora nos habla directamente al decirnos que por la desobediencia de “Adán fuimos hechos
pecadores…”. La raíz del pecado tiene que ver con la desobediencia. El escenario mundial
no podía presentar un cuadro más real que pone de manifiesto el resultado de lo que Adán
hizo como el que ahora vemos. La oración “los muchos fueron constituidos pecadores…”
indica que a partir de allí el hombre cambió de naturaleza. “Constituidos” habla de un
nuevo estado, una nueva condición, una nueva vida totalmente distinta a la original. Por
otro lado, al hablar del postrer Adán se nos dice que “por la obediencia de uno, los muchos
serán constituidos justos”. De esta manera tenemos que a través de la muerte de Cristo
ahora nos ha “constituidos” con la naturaleza celestial. He allí la gran diferencia.
1. “Así la muerte pasó a todos los hombres…” v. 12. Si hubo algo que Adán y Eva
escucharon nítidamente en el Paraíso fueron las palabras de Dios acerca del árbol
prohibido que decía “el día que de él comiereis ciertamente morirás”. El pecado trajo dos
consecuencias terribles: muerte física y muerte espiritual. En esto concuerdan las palabras
que el mismo Pablo dijo más adelante al referirse que la paga del pecado es la muerte (Ro.
6:23). Por otro lado, la sentencia que siguió esto nos dirá también que queda establecido
para los hombres que mueran una sola vez y después el juicio (He. 9:27). La muerte sigue
siendo una gran incógnita, un gran temor para algunos y un motivo de gozo para otros. Pero
si el primer Adán introdujo la muerte al pecar, el postrer Adán trajo la vida cuando murió.
El contraste entre estos dos Adán es que si con el primero apareció la muerte por
consecuencia del pecado, con el postrer Adán se vuelve otra vez a la vida y a la esperanza
que no habrá más muerte sino vida eterna. En el pesebre de Belén nació la esperanza de la
vida. Esta fue una de sus grandes palabras: “Yo he venido para que tengan vida y para que
la tengan en abundancia”.
2. “Reinó la muerte… reinará la vida” v. 17. Mis amados si algo tenemos que comentar es
que desde que se introdujo la muerte en el mundo conocimos que ella es tirana, gobierna a
todos y sujeta a la humanidad en sus garras con su miedo. Hebreos 2:15 hace referencia a
ese temor. Solo los hombres que han conocido al salvador podrán decir como Pablo: “…el
morir es ganancia”. Así tenemos que una cosa es morir en plena vejez, lleno de días como
nuestros antepasados, y otra muy distinta es morir anticipadamente o violentamente. El
reinado de la muerte se instauró y desde entonces los hombres sabemos que vamos a morir
como lo dijo el sabio de antaño. Pero frente al reinado de la muerte que vino con el primer
Adán, ahora reinará la vida con el postrer Adán. La Biblia nos dice que la muerte fue el
postrer enemigo que Jesús venció. El versículo 17 nos dice que a través de Cristo ahora
reina la vida. Cristo le quitó el reinado a la muerte. De modo, pues, que cuando Satanás y
la muerte pensaron que habían vencido a Cristo, éste resucitó al tercer día, y ahora
pregunta: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1Cor.
15:55).
3. El reinado de la gracia libra de la condenación vv. 20, 21. Este capítulo no podía
terminar mejor. Con el primer Adán comenzó el reino del pecado, de la muerte y el reino de
condenación. Pero con el postrer Adán, nuestro amado Cristo, comenzó el reino de la vida,
el reino de la libertad, pero sobre todo el reino de la gracia. Note lo que distingue el
versículo 20 de este tema de la gracia. La caída del primer Adán trajo abundancia de
pecado, pero con la entrega del postrer Adán “sobreabundó la gracia”. ¿Sabe usted lo que
significa abundancia de pecado? Pecar sin límites. ¿Sabe usted lo que significa
“sobreabundó la gracia?”. Salvación sin límites. Todo lo que viene de Dios es
sobreabundante, pero la gracia es el atributo que explica su infinitud. De allí que frente al
reinado de la maldad, nada es más poderoso y seguro que el hombre conozca el reinado de
la gracia. Note como termina el texto cuando se habla de esta gracia: “así también la gracia
reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro”. El primer Adán
dio origen a la muerte eterna, el segundo Adán la vida eterna a través del don de la gracia.
Bendita sea esta diferencia.
CONCLUSIÓN: El presente pasaje nos muestra la diferencia entre el primer Adán y el
postrer Adán. Mientras uno introdujo la maldad manifestadas a través del pecado, la
transgresión y la desobediencia, el postrer Adán nos trajo su bendita gracia. Mientras el
primer Adán trajo la muerte, el segundo trajo la vida y mientras el primer Adán trajo la
condenación, el postrer Adán trajo la justificación. Del primer Adán se nos dice“ llegó a
ser un alma viviente” el postrero llegó a ser “espíritu vivificante” (1 Cor. 15:45). Mis
amados el primer Adán nos conduce a tener un cuerpo que se deteriora, se pone viejo, se
arruga y se convierte en polvo. El postrer Adán, por poseer un “espíritu vivificante” que
logró con su resurrección, nos dará el cuerpo más hermoso que jamás nos hemos
imaginado. De manera, pues, que mientras el postrer Adán nos conduce a la condenación
eterna, el postrer Adán nos conduce a la vida eterna. Un día usted y yo conoceremos al
primer Adán redimido y perdonado, pero un día conoceremos al postrer Adán por quien
vino la salvación. En esto consiste la Navidad que celebremos ahora. Venga a recibir al
postrer Adán y sea salvo.
LIBRES DE UN REINADO MORTAL
(Romanos 6:1-14)
1. Crucificados con él v. 6. Todos nosotros sabemos por las Escrituras que nuestro Señor
Jesucristo tuvo la elección de no morir en la forma tan vergonzosa que ya todos sabemos.
Sin embargo, cuando él se levantó de su oración en el Getsemaní, después de una terrible
agonía por la obediencia al Padre, pero también su lucha como hombre frente al horror de
la ira divina, tomó la decisión de entregarse voluntariamente para morir única y
exclusivamente por nuestros pecados. Pablo al tratar el tema de los dolores y los triunfos de
la cruz nos ha dicho que los clavos de la cruz fueron también para clavar allí nuestro viejo
hombre. ¿Qué fue lo que pasó entonces? Antes de recibir a Cristo como Salvador,
estábamos gobernados por la naturaleza del pecado. Pero cuando recibimos a Cristo, la
autoridad del pecado sobre nosotros fue destruida. Es en ese momento cuando se hace
efectiva la crucifixión de Cristo en nosotros. El viejo hombre fue crucificado, y si bien es
cierto que sigue en ese estado moribundo, el creyente tiene que saber y vivir en esta nueva
realidad . Cada vez que nuestro viejo hombre se rebele debemos recordarle que ya está
crucificado (Ga. 2:20).
2. Sepultados juntamente con él v. 4. En el presente pasaje Pablo hace una de las más
magistrales presentaciones acerca del real sacrificio de Cristo y nuestro propio sacrificio en
relación al pecado. Su énfasis es acerca de la muerte del pecado. En relación a esto hace
mención de la palabra “muerte” o “muerto” unas once veces. De allí que ahora haga alusión
a la sepultura de Cristo, pero también nuestra sepultura. Se decía que dejar un cadáver sin
enterrar era considerado por los autores paganos, así como en las Escrituras, como la mayor
vergüenza. En Apocalipsis 11:8, 9 tenemos una referencia de lo que pasará en el futuro se
encontrarán cadáveres sin ser sepultados. En el caso de Cristo él no sólo murió por nuestros
pecados según las Escrituras, sino que también fue sepultado “y que descendiese hasta las
partes más bajas de la tierra” (Ef. 4:9). De esta manera, el entierro de Jesús también fue
nuestro entierro. La mejor manera de representar la sepultura del cuerpo de Cristo y el
nuestro es a través del bautismo. Cuando esto hacemos, decimos que también nosotros
enterramos nuestros pecados. Un cadáver enterrado describe un estado sin vida y sin
acción.
1. Andamos en vida nueva v. 4c. ¿En qué consiste esta “novedad”? Bueno en saber que
nuestra vida vieja, la muerta y enterrada con Cristo, fue del todo pecaminosa. Pero que
ahora la nueva, a la que hemos resucitado con nuestro Señor, debe tener como característica
una vida santa. Esto plantea el reto personal de andar en esa nueva vida y cada vez que
regresamos a la anterior estamos desmintiendo el acto de lo que ahora somos en Cristo;
hombres y mujeres “resucitados” para no caer en lo que Pedro dijo más adelante que “nos
olvidamos de que fuimos purificados de nuestros pecados antiguos” (2 Pedro 1:9). Andar
en novedad de vida es como andar estrenando siempre algo nuevo. ¿Qué es lo nuevo que
debe poseer el creyente? ¡Pues todo! Si esto es una de las bendiciones eternas que vino
después de la muerte de mis pecados, entonces mi andar en vida nueva significa: nuevo
vestido, como escogidos de Dios (Col. 3:12); mis palabras debieran ser nuevas (Ef. 4:29);
mis pensamientos deben ser nuevos (Fil. 4:8). Y sobre todas las cosas, mi cuerpo ( a pesar
de su pecaminosidad) debe ser presentado en sacrificio vivo y santo (Ro. 12:1). Esta es la
novedad en la que debemos andar.
3. Viviremos con él v. 8. Lo primero que debemos decir es que desde el mismo momento
que conocimos a Cristo (regeneración) llegamos a tener una participación con él en su vida
resucitada y que se extenderá hasta lo que será nuestra eternidad con él. La esencia de esta
oración es que si el pecado fue crucificado cuando Cristo murió y fue sepultado, entonces
ahora, por su resurrección, tenemos la garantía de aquella vida abundancia de la que nos
había hablado. La resurrección de Cristo nos ha abierto las puertas a sus más inagotables
bendiciones. Esto significa vivir con él ahora y vivir por siempre. De esta manera cuando
Cristo experimentó la muerte física una vez y habiendo sido trasladado de sus dominios
por la vida resucitada, ahora ya no muere. Al resucitar, Jesús obtuvo la victoria sobre la
muerte (Hch. 2:24), por lo tanto la muerte no se enseñorea más de v. 14. Esta es la garantía
también del creyente. La conclusión a la que llega Pablo es que, en virtud de la vida en
Cristo “consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor
nuestro”.
1. Gracia que no debe ser abusada v. 1. El mismo apóstol Pablo previamente había dicho:
“Cuando abundó el pecado, sobre abundó la gracia” (Ro. 5:20). Sin duda que el corazón
de la enseñanza de Pablo en este pasaje tiene que ver con el tema de la gracia; ella corre por
las líneas de esta palabra. Se nos ha dicho que por gracia soy salvos por medio de la fe (Ef.
2:8), pero el llamado de esta palabra es a ver que no abusemos de la gracia. La pregunta del
texto nos invita a decir un categórico “No”. La invitación es a perseverar en la gracia y el
conocimiento de Señor, no en el pecado que una vez fue crucificado y sepultado. Lo que
acá debe entenderse es el pensamiento de seguir pecando para que la gracia abunde, debe
ser aborrecido. El sentido de todo este texto es que los creyentes verdaderos saben que han
muerto a sus pecados, por lo tanto no lo siguen. La gracia que vive en él lo ha llevado a
una nivel tan grande que debe considerarse muerto al pecado. ¿Por qué razón? Porque nadie
puede considerarse muerto y vivo al mismo tiempo. Esa pareciera ser la realidad del
hombre viejo en nosotros. Pero el poder de la gracia es superior a cualquier otro poder
dominador.
2. Gracia que supera a la ley v. 14. Hemos dicho que este texto nos habla de la muerte,
sobre todo del pecado. En su contenido podemos ver el gran triunfo de nuestro amado
Cristo sobre el pecado, la muerte y ahora el cumplimiento de la ley. El hijo de Dios ha
quedado libre del reinado mortal a través de la intervención de la gracia. La conclusión a la
que llega Pablo en esta parte final no podía ser más extraordinaria. El señorío que el pecado
ejercía sobre nosotros ha sido quebrantado. Las cadenas que nos ataron a él fueron rotas por
el poder la cruz y el poder de la resurrección. Y lo más significativo de la gracia es que nos
libró de la condenación de la ley. Antes que Cristo muriera, la ley se enseñoreaba de
nosotros pues ella vino para mostrar nuestra pecaminosidad. Hasta la muerte en la cruz,
nadie podía cumplir la ley. Cristo fue el único hombre que pudo hacerlo. Pero venida la
gracia ya no estamos bajo su poder ni su dominio. Así que ni el pecado, ni la muerte, ni la
ley se enseñoreará más de nosotros. Ahora tenemos un solo Señor y se llama Cristo. Ahora
tenemos una sola manera de vivir y es por su gracia salvadora. Esa gracia nos da la libertad.
CONCLUSIÓN: Mis amados hermanos, Pablo nos presenta en este pasaje el asunto más
serio que debe ser considerado por cada verdadero creyente. Nos ha hecho una exposición
doctrinal y teológica respecto a la muerte del pecado que no ha dejado ni un lugar para que
sigamos en él. Observe el proceso de su muerte. Hemos sido crucificados con Cristo,
sepultados con Cristo y resucitado con Cristo. Todo esto para afirmar que estamos
plantados (sembrados) en Cristo. Pero Pablo nos sigue diciendo que ahora estamos
escondidos en Cristo y caminando en lugares celestiales con Cristo. Esta es lo que Cristo
hizo en relación a nuestros pecados y sus bendiciones temporales y eternas. En
consecuencia, ¿qué es lo que se nos pide que nosotros debiéramos hacer con respecto el
pecado? No perseverar en el pecado v.1. No servir más al pecado v. 6. Considerados
muertos al pecado v. 11. No presentar nuestros miembros al pecado para la iniquidad v. 13.
Hay un reinado en nuestras vidas al que se le ha puesto fin, el del pecado y de la muerte.
Estamos libres de ellos. Por lo tanto, vivamos ahora para el reinado de la vida en Cristo a
través de del reinado de la gracia. Amen.
INTRODUCCIÓN: Una de las más importantes bienaventuranzas que dijo Jesús no fue
registrada por ninguno de sus discípulos sino por el apóstol Pablo. Por revelación del
Espíritu supo que Jesús había dicho: “Mas bienaventurado es dar que recibir”. Eso es la
esencia de la gracia. La ley condenatoria habla de lo que usted tendría que hacer para
salvarse, la gracia salvadora habla de lo que usted ha recibido para salvarse. Alguien ha
puesto el siguiente ejemplo que nos ayudará a entender el gran mensaje de vivir bajo la
gracia del Señor, bajo este nuevo estado. Cuando una persona trabaja ocho horas al día y
recibe un pago justo por su tiempo, eso se llama salario. Cuando una persona compite con
otra y recibe un trofeo por su desempeño, eso es un premio. Cuando una persona recibe un
reconocimiento apropiado por sus muchos años de servicio y sus altos logros,
entregándosele una placa, eso es un reconocimiento. Pero cuando una persona no es capaz
de ganarse un salario, ni de ganar un premio, y ni merece reconocimiento allí vemos un
cuadro del favor no merecido de Dios. Eso significa gracia. Esto es lo que estamos tratando
de decir cuando hablamos de la gracia de Dios. Qué es lo que Pablo nos quiere decir de
vivir bajo la gracia.
1. Libres para no seguir pecando v. 15. En el mensaje anterior hicimos una larga
exposición respecto a qué pasó con nuestros pecados cuando nuestro Señor murió por
nosotros. Pablo ahora aborda el tema de vivir en la libertad de la esclavitud del pecado y
para ello se enfoca en el cambio de dueño al que ahora nos sometemos. Hay una verdad
que fue confirmada por la división de las clases sociales a través de los tiempos. Y es que
“todo hombre es el siervo del amo a cuyos mandamientos se rinde”. En la época de la
esclavitud esto era lo normal. Un esclavo había perdido la identidad, su nombre y su
familia. Ahora él sería el esclavo del señor tal. En el caso espiritual, este principio se da en
las llamadas disposiciones pecaminosas del corazón cuyo resultado final era conducirnos
hasta la muerte. Pero ahora una vez que estamos libres de él en el sentido que no se
enseñorea más de nosotros, entramos en la nueva obediencia espiritual implantada por la
regeneración cuyo propósito principal será el de agradar a nuestro nuevo amo. Eso
responde a la pregunta de Pablo.
2. Esclavos de la justicia v. 16, 18. Una cosa es ser esclavo del pecado y otra muy distinta
es ser esclavo de la justicia divina. Lo que hacíamos en la anterior esclavitud complacía a la
carne, aunque después teníamos una conciencia acusadora. La obediencia a ese amo
mantenía feliz a la carne pero no al espíritu. El pecado como amo del hombre es cruel pues
ofrece muchos goces temporales y al final trae destrucción. Pero que distinto es ser esclavo
de la justicia de Dios. Lo primero que vemos es que la justicia divina trabaja con la gracia
del Señor. El propósito de ella es traer el mayor bien a la vida del creyente. Su fin es
deleitar al espíritu en lugar de la carne. La justicia nos ayuda a ver que nuestra deuda no es
con la carne sino con en el Espíritu. El asunto es que ningún placer será mayor que
considerarse un esclavo de Cristo. Pablo nos dice que si antes obedecíamos al pecado,
porque a través de Satanás había cegado nuestro entendimiento, ahora con nuestros ojos
abiertos que logró la luz de Cristo, obedecemos de corazón a nuestro nuevo amo. Esto es el
trabajo de la gracia. Bendita esclavitud a la que nos ha llamado el Señor.
3. Obedientes a la doctrina que hemos tomado v. 17. Pablo es un hombre agradecido. Aquí
lo hace cuando piensa en los hermanos de Roma porque si bien es cierto que hubo el
tiempo de la esclavitud, donde ellos obedecían al pecado con todas sus demandas y
ofrecimientos, ahora él reconoce que cuando ellos recibieron a Cristo también recibieron la
doctrina en la que ahora caminan. Hemos dicho que Pablo no había ido a Roma, por lo
tanto él no fue el fundador de la iglesia. Pero quien haya sido su fundador había dejado su
huella en la vida de los creyentes, tanto que Pablo reconoce con gratitud a esos hombres
que se invirtieron en ellos y que con una especial obediencia han seguido la doctrina. Es
hermoso pensar que haya hombres y mujeres que se inviertan en la vida de otros para
sacarlos de la esclavitud del pecado y traerlos a la gracia salvadora de Dios. El propósito de
aprender la doctrina “una vez dada a los santos” es la obediencia a ella. De la obediencia a
lo recibido depende el crecimiento cristiano. En esto consiste el secreto de la clase de
creyente que soy. Pablo habla que los hermanos de Roma habían obedecido de corazón.
¿Cómo ha sido su obediencia?
1. Libres para la santificación v. 22. Pablo hace un especial énfasis en este capítulo acerca
de la esclavitud y la libertad. Él destaca que antes de conocer a Cristo éramos esclavos del
pecado y su final era la muerte. En esa esclavitud en la que vivíamos hace referencia al
estilo de vida que produce el pecado, signada por una extrema debilidad de la carne (v. 19).
Es un hecho notorio que nadie tendrá orgullo de esa vida de pecado sino que más bien
sentirá vergüenza de las cosas que practicaba. Pablo le recuerda al creyente que en esa
época de esclavitud sus miembros estaban al servicio de dos cosas terribles: la inmundicia y
la iniquidad. Ya nosotros sabemos cuáles son los frutos de esa vida. Pero ahora Pablo,
sabiendo que no estamos bajo la ley sino bajo la gracia, que ya no somos esclavos del
pecado sino de la justicia, y que una vez hechos libres del pecado somos siervos de Dios,
nos dice que el fruto inmediato que ahora tenemos es la santificación. Esta santificación
contrasta diametralmente con la vida pecaminosa que realmente no brinda ningún
beneficio (21), pero la salvación de la que ahora disfrutamos es para una vida santa y limpia
(v. 22).
1. Libres de la muerte eterna v. 23. Este es uno de los grandes textos de este libro. Hay una
verdad universal en su contenido. Hay una connotación eterna entre la paga y el regalo.
Vamos a verlo de esta manera. El hombre fue puesto en el huerto del Edén para vivir para
siempre. Dios lo creo para su comunión y para ser eternos como lo son los ángeles. ¿Se ha
dado cuenta que los ángeles nunca mueren? ¿No nos dice la palabra que seremos como
ángeles? Entonces el propósito de la creación del hombre tuvo que ver con la eternidad. No
fue el plan de Dios que el hombre muriera, lamentablemente esto fue la obra del pecado. El
pecado ha traído una muerte física. Esto es lo que vemos y oímos todos los días. Pero
también hay una sentencia bíblica y esto tiene que ver con la muerte eterna. La Biblia dice
que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después el juicio (He.
9:27). El contenido de este texto nos plantea dos eternidades como destino final del
hombre. Observe que ese destino no fue establecido por Dios sino por el pecado. Dios creo
a sus ángeles para vivir con él eternamente, pero pecaron y ahora tienen muerte eterna.
Dios creo al hombre para su eternidad, pero pecó y ahora morirá eternamente sino se
arrepiente.
2. Tener como fruto vida la eternidad v. 22. Pablo ha hecho mención a los grandes frutos
que vienen después que somos libres del pecado: la santidad y la vida eterna. Lo primero es
la antesala de lo otro. Ya sabemos que sin santidad nadie verá al Señor. Pablo cambia del
fruto de la carne al fruto del Espíritu. Mientras uno trae muerte el otro trae vida. Ahora
somos herederos de una vida, pero no cualquier vida; no la que nos ofrece el mundo que es
banal y pasajera. La nueva vida en Cristo es también vida eterna. ¿Cuándo comenzó esa
vida? Pues al momento mismo del nuevo nacimiento (Jn. 3:16). Este texto lo citamos con
mucha frecuencia y no sé si hemos logrado captar la magnitud de su promesa. La vida
eterna no comienza en el cielo sino en el momento que usted y yo traemos el reino de Dios
a nuestro corazón. Cuánto tiempo durará la eternidad, exactamente una eternidad, ni más ni
menos. Mis amados, el plan de Dios es estar acompañados no solo de los ángeles que le
alaban día y noche, pero también de la iglesia redimida representada por los “veinticuatro
ancianos”. Recordemos que la vida eterna tendrá su fin en el cielo pero ha comenzado acá
en la tierra.
3. El regalo de Dios es vida eterna v. 23. Vea usted el gran contraste entre lo que hace el
pecado y lo que hace el Señor. La “paga del pecado” o el “salario del pecado” no es de vida
sino de muerte. Llama la atención que la palabra griega es opsōnia para este tipo de
“paga”, originalmente se aplicó para el salario de un soldado. Esto indica que no era
mucho. Y esto es lo que hace el pecado. Por lo general promete grandes satisfacciones pero
termina pagando muy mal. ¿Cuál es la diferencia con la “paga divina”? Bueno lo que este
texto afirma es que Dios nunca paga como si nosotros le debiéramos algo, en todo caso lo
que siempre él ha hecho es dar. Desde que tenemos conocimiento nuestro Dios se ha
revelado como el dador, sobre todo el dador de la vida. De allí que este texto contrasta con
el resultado del pecado y la dádiva de Dios. La vida eterna es un don, un regalo, que no se
gana por esfuerzo propio. Ninguno merece la salvación, por esto hablamos de estar bajo la
gracia. Efesios 2:8, 9 es el corazón final del propósito eterno. Nadie podía salvarse por sí
mismo. Fue necesario que el Cordero de Dios muriera para hacer realidad el regalo de Dios
de la vida eterna.
CONCLUSIÓN: Un hombre estaba perdido en el desierto, destinado a morir de sed. Por
suerte, llegó a una cabaña vieja, desmoronada sin ventanas, sin techo. El hombre anduvo
por ahí y se encontró con una pequeña sombra donde acomodarse para protegerse del calor
y el sol del desierto. Mirando a su alrededor, vio una vieja bomba de agua, toda oxidada. Se
arrastró hacia allí, tomó la manivela y comenzó a bombear, a bombear y a bombear sin
parar, pero nada sucedía. Desilusionado, cayó postrado hacia atrás, y entonces notó que a
su lado había una botella vieja. La miró, la limpió de todo el polvo que la cubría, y pudo
leer que decía: "Usted necesita primero preparar la bomba con toda el agua que contiene
esta botella mi amigo, después, por favor tenga la gentileza de llenarla nuevamente antes de
marchar". El hombre desenroscó la tapa de la botella, y vio que estaba llena de agua...
¡llena de agua! De pronto, se vio en un dilema: si bebía aquella agua, él podría sobrevivir,
pero si la vertía en esa bomba vieja y oxidada, tal vez obtendría agua fresca, bien fría, del
fondo del pozo, y podría tomar toda el agua que quisiese, o tal vez no, tal vez, la bomba no
funcionaría y el agua de la botella sería desperdiciada. ¿Qué debiera hacer? ¿Derramar el
agua en la bomba y esperar a que saliese agua fresca... o beber el agua vieja de la botella e
ignorar el mensaje? ¿Debía perder toda aquella agua en la esperanza de aquellas
instrucciones poco confiables escritas no sé cuánto tiempo atrás? Al final, derramó toda el
agua en la bomba, agarró la manivela y comenzó a bombear, y la bomba comenzó a
rechinar, pero ¡nada pasaba! La bomba continuaba con sus ruidos y entonces de pronto
surgió un hilo de agua, después un pequeño flujo y finalmente, el agua corrió con
abundancia... Agua fresca, cristalina. Llenó la botella y bebió ansiosamente, la llenó otra
vez y tomó aún más de su contenido refrescante. Enseguida, la llenó de nuevo para el
próximo viajante, la llenó hasta arriba, tomó la pequeña nota y añadió otra frase: "Créame
que funciona, usted tiene que dar toda el agua, antes de obtenerla nuevamente"
(Ilustraciones bíblicas Sígueme net). En esto consiste la gracia.
INTRODUCCIÓN: Por los general pensamos que las guerras más difíciles son las que se
ganan en un campo de batalla de las que ya tenemos conocimiento. Sin embargo, y según
el pasaje que traemos hoy, las guerras más difíciles son las que se dan internamente. ¿Por
qué una pareja termina en divorcio? Porque hubo una batalla interna donde todo fue
insalvable. Las guerras externas no son comparadas con la guerra que se da en nuestro
interior. Todos los días tenemos un campo de batalla donde se inicia un gran combate. Esta
situación de guerra intestina es la que Pablo nos presenta en este pasaje. Usted no
encontrará en la Biblia otro pasaje como este. Algunos “santos inmaculados” se halan los
pelos cuando leen este pasaje y anteponen su juicio para decir que cuando Pablo escribió
este pasaje no era cristiano. Pero lo que nos va a presentar no es sino la radiografía de un
creyente que se enfrenta a una lucha interna de sus miembros tocados por el pecado y la
presencia del Señor por su Espíritu Santo que lo invita a vivir en la santidad del Señor. Es
la invitación del pecado y la invitación del Espíritu. Por otro lado, usted no encontrará en
ninguna otra parte de las Escrituras tantas leyes concentradas en una sola persona como este
pasaje. De allí el tema de hoy. Si bien es cierto que el presente texto nos causa una gran
frustración, más lo sería si no aparece después el capítulo ocho. De esta manera, se hará
necesario que tan pronto estudiemos este pasaje nos movamos para el próximo capítulo,
porque el grito desesperado de este texto es: “!Miserable de mí! ¿quién me librará de este
cuerpo de muerte?”. Conozcamos, pues, cuáles son estas leyes que batallan en nuestro ser
interno. Abordemos este tema con mucha responsabilidad.
1. La ley de la mente v. 23. Cuando Pablo nos revela estas leyes que combaten en nuestro
ser uno no puede imaginarse sino los estragos que ha hecho el pecado en nuestras vidas.
Aunque ya somos hijos de Dios y tenemos por él asegurada la salvación; aunque ya ante los
ojos de Dios hemos sido lavados, santificados y justificados (1 Cor. 6:11) seguimos todavía
en este cuerpo de muerte y mientras tanto la lucha es continua. En toda esta operación de
“corazón abierto” a la que Pablo se expone, nos deja ver que entre esa lucha interna de las
leyes que hacen guerra en su interior, aparece aquella que ataca directamente sus miembros
rebelándose contra la ley de su mente. Debo pensar que la “ley de la mente” a la que Pablo
hace referencia es la que más trabaja en él, junto con “la ley de Dios”, para sobre ponerse y
presentar resistencia a lo que también él va a llamar “la ley del pecado” que mora de igual
manera en él. La ley de la mente es la que está controlada por el Espíritu Santo. Va a ser el
mismo Pablo que nos dirá que nosotros tenemos la mente de Cristo. Por lo tanto, será esta
ley la que al final triunfará en esta batalla porque ella es controlada por el Espíritu.
2. La ley del pecado v. 23b. La ley del pecado a la que Pablo va hacer tantas referencias es
como el centro de su batalla. En efecto, es ese pecado interno que se mantiene en una
constante campaña militar contra la nueva naturaleza, tratando de obtener la victoria y el
control. Pablo hace referencia a él desde el mismo comienzo del capítulo diciendo que el
conocimiento del pecado vino por la ley (v. 7); que fue el pecado el que produjo en él toda
codicia (v. 8); que fue el pecado quien lo engañó a través del mandamiento (v. 11); que el
pecado para mostrarse como es trajo la muerte por lo que es bueno (v. 13); que aun cuando
él es espiritual, de igual manera está vendido al pecado, como si todavía fuera su esclavo
(v. 14); que las cosas que hace, las malas, lo hace por el pecado que mora en él (vv. 17, 20).
¿Qué era lo que Pablo y el creyente en general enfrenta con el pecado? Pues que todavía
hay una raíz de pecado dentro de nosotros, a la que alguna vez hemos pertenecido como
esclavo pero que todavía se expresaba haciendo cosas que al final no queremos, impidiendo
las cosas que realmente deseamos. Esto es lo Pablo llama “la ley del pecado” trayendo
frustración.
1. Deleitándose en la ley de Dios v. 22. Todo este pasaje nos podría causar más frustración
si Pablo no hablara de la intervención de Dios en medio de la batalla de sus miembros.
Todo creyente genuino sabe lo que Pablo dice acá cuando habla de deleitarse en la ley de
Dios. Ningún placer es mayor para el espíritu que este. Lo grande de este pasaje en medio
de esa lucha entre las leyes internas es que al final será la ley de Dios, en base a nuestra
obediencia, que se impondrá. Bien puede uno pasar por esas etapas donde sentimos todo el
peso del domino del pecado y de la carne, pero es esa misma ley de Dios que está en
nosotros que nos levanta para buscarlo, que despierta en nuestro corazón el deseo de
adorarlo, que nos mueve a hablarle a otros del amor divino, y sobre todo, es la ley de Dios
quien trabajando con la ley de mi mente que da la conciencia de pecado para que lo deje, lo
abandone y le sirva al Señor. Pablo habla del “hombre interior” como una clara referencia
que es él quien finalmente tiene una absoluta y clara conciencia de quien es con relación a
su salvador amado. Es el hombre interior quien presenta su más dura lucha para que no
sean las demás leyes que lo dominen.
2. El mal que no quiero eso hago v. 19. Este pasaje necesitamos “desnudarlo” más. Pablo
nos deja ver acá una situación tan personal que no es ajena a lo que todos nosotros
pasamos. En toda esta descripción él ha venido hablando que la lucha que se plantea entre
todas esas leyes que combaten en su fuero interno. Por un lado está en él el mal como otra
ley que desea imponerse sobre todo y en todo para doblegar la voluntad de su hombre
interior. ¿Y cómo responde Pablo a su conflicto interno? Lo primero que afirma es que la
ley no solo es buena sino también es espiritual, pero su condición es que él es “carnal,
vendido al pecado”. Esta es la dura confesión que hace un creyente cuando se enfrenta a ese
conflicto donde pierde una y otra batalla por esas leyes que se apoderan de él y dominan. Y
su frustración va más allá cuando descubre que lo que realmente quiere hacer no lo hace
sino lo que aborrece (v. 15). ¿Le parece familiar esto? Pablo pareciera llegar a un estado
donde nos dice “ya no puedo más” cuando al tocar lo que siente frente a estas leyes, dice:
“Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” v. 19.
1. Queriendo hacer el bien v. 21. Un creyente genuino jamás querrá hacer el mal. Un hijo
de Dios no se levanta desde bien temprano buscando la manera cómo pecar, en todo caso lo
que hace es buscar el rostro de Dios para no pecar. Entonces, ¿cuál es la situación que se le
presenta al que quiere hacer el bien? Que descubre las leyes que combaten dentro de él y lo
llevan involuntariamente a un amo muy odiado, llamado pecado; y la única manera de
quitarse la cadena humillante de este amo perverso es a través del rescate de su Amigo
poderoso y la gracia de lo alto. Y es en esa lucha cotidiana que él mismo descubre que hay
un terrible enemigo con el que no contaba, cuando dice: “hallo esta ley: que el mal está en
mí”. Esto es como cuando alguien dice que está muy bien, pero cuando va al médico para
un chequeo de rutina le descubren un cáncer agresivo. Es por esta condición, que aunque
Pablo habla de querer hacer el bien, que en su hombre interior se deleita en lo que él llama
“la ley de Dios”, también admite que en su carne no mora el bien. Semejante condición
pareciera ponerlo en un estado desesperante del cual anhela fervientemente salir.
2. “ !!Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” v. 24. ¿Alguna vez
se ha sentido miserable aun siendo cristiano? Si esto le ha pasado, bienvenido al club del
apóstol Pablo. Bienvenido al mundo de la realidad cristiana. Los hombres que jamás se
contristan o se arrepienten después de haber conocido a Cristo tienen un serio problema de
fariseísmo e hipocresía. Así, pues, Pablo frente a todo lo expuesto llega a esta parte final
con un grito desesperado; con una pregunta o audible o silenciosa a la que muchos
creyentes también han pronunciado. La batalla de todas estas leyes internas lo llevan a
pedir liberación pues es como si dos hombres están en él combatiendo para ver quien saldrá
victorioso. Esta pregunta de Pablo no es porque él no sepa quién lo puede liberar de su
cuerpo de muerte, sino que frente a lo que ha expuesto reconoce que hay algo en su
naturaleza caída que es esclavisante y cautivador. Lo bueno de todo esto es que Pablo no
pregunta qué puedo hacer, sino quién me libra de esta condición: “Gracias doy a Dios, por
Jesucristo Señor nuestro”.
2. Una ley que libra de otra ley v. 2. Cuando Pablo dio su grito de angustia en el capítulo
anterior, refiriéndose a quien le libraría de su “cuerpo de muerte”, dio por sentado la
necesidad que alguien superior a él mismo y a las leyes que combatían en su ser pudiera
librarle de semejante esclavitud. Y esto es lo que ahora está sucediendo. Como si se tratara
de su declaración de fe y de victoria ahora nos dice que hay una ley superior a la del
pecado, la encargada de emancipar al apóstol de lo que parecía imposible que sucediera.
Tenía que venir otra ley, muy distinta a las anteriores, que pusiera en libertad al hombre de
Dios que estaba cautivo. Así nos dice: “ Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús
me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” v. 2. Note que el texto no dice me
librará sino “me ha librado”. Esta es una acción pasada. Este es un asunto concluido. Es
verdad que hay batallas que se libran en nuestra naturaleza irredenta todavía. Nuestra carne
está activa hasta el día que sea reemplazada por un cuerpo nuevo. Sin embargo el creyente
ha sido salvado e irá de triunfo en triunfo por medio de “la ley del Espíritu” que le ha sido
dada.
1. Lo que era débil por la carne v. 3. Pablo ha dejado claro que era imposible ser libertado
del pecado por la ley mosaica. Lo que ella hacía era condenarnos siempre. Se nos dice que
ella era muy débil para hacerle frente a un poder tan grande como el pecado. ¿Qué sucedió
entonces? Pues que Cristo vino en semejanza de carne de pecado y por causa del pecado,
pero no en la semejanza nuestra que está contaminada, sino en el poder de Dios para
acabar con el poder del pecado. Esta es una expresión notable y significativa. Cristo se
hizo carne como nosotros, eso explica que él fue un hombre sujeto a nuestros
padecimientos, pero sólo a semejanza de nuestra condición pecaminosa. Él tomó nuestra
naturaleza tal como está en nosotros, rodeada de enfermedades, sin nada que le distinguiese
como hombre de entre los hombres pecadores, salvo el que era sin pecado. La ley del
Espíritu ha tomado en cuenta la obra de Cristo por su naturaleza sin pecado para combatir
en nosotros el dominio de la carne. Y Pablo da una respuesta a esto diciendo que solo así se
podrá cumplir toda justicia, y la razón es porque ya no andamos según la carne sino según
el Espíritu v. 4.
2. Los designios de la carne son enemigos de Dios v. 7. El presente texto nos presenta una
poderosa razón para que la ley del Espíritu sea la que nos gobierne. La carne es enemiga de
Dios. Romanos 5:10 nos habla del tiempo cuando todos éramos enemigos de Dios, pero
que al conocer a Cristo fuimos reconciliados con él a través de su sacrificio en la cruz. Y
esto es algo que necesitamos saber siempre. Ahora somos amigos de Dios por medio de la
obra en la cruz que hizo su Hijo. Pero debemos recordar que cada vez que dejamos que la
carne tome control de nosotros, en ese momento volvemos a ser enemigos de Dios. ¿Cuál
es la razón para esto? Porque de acuerdo al texto la carne jamás se sujeta a la ley de Dios ni
a la ley del Espíritu. Los designios de la carne no son buenos. Simplemente haga un
ejercicio mental de esto y piense qué es lo que le agrada a la carne y verá que siempre
choca con los designios de Dios. La carne querrá llevarle en otra dirección que no sea sino
su propia satisfacción. Piense cómo trabaja la carne en su relación con Dios. Sabe usted
cuánto cuesta mantener una comunión con Dios por la actuación de la carne. El versículo 8
y 13 nos advierten sobre esto.
1. El Espíritu de poder vive en nosotros v. 11. ¿Por qué debemos dejar que sea la ley del
Espíritu la que gobierne nuestro cuerpo mortal? La respuesta la tenemos en este versículo
11. Hay dos asuntos supremos y sublimes acerca del Espíritu Santo y Jesucristo. Uno fue el
nacimiento virginal de Cristo. La Biblia nos dice que eso fue la obra del Espíritu Santo y no
del hombre. De esta manera la sangre y vida que Jesús tuvo vino por la acción del Espíritu.
Pero la otra acción del Espíritu Santo en relación con Cristo fue el de levantar a Jesús
dentro de los muertos. Esto significa un extraordinario poder, pues se trata de traer al Hijo
de Dios desde las profundidades de la tierra donde estuvo durante tres días. Esto es muy
alentador porque Pablo nos va a decir que de la misma manera que el Espíritu Santo trajo a
Cristo a la vida, de igual manera nos dará a nosotros vida. La única condición para que esto
suceda es que el Espíritu Santo more en nosotros. Este texto debemos digerirlo y aplicarlo.
El apóstol habla aquí mismo de la garantía de la presencia del Espíritu Santo en nuestras
vidas de acuerdo a los versículos 9 y 16. Ese poder vivifica nuestro cuerpo mortal.
2. El Espíritu trae vida v. 13. En la medida que Pablo va desarrollando este extraordinario
capítulo toca elementos que nos van dando mucha seguridad en lo que ahora somos en
Cristo. Previamente nos ha dicho que ahora todos somos deudores no a la carne (v. 12) sino
al Espíritu por toda la obra a favor de nuestra salvación. Por lo tanto debemos dejar de
luchar la vida cristiana en nuestras propias fuerzas. La clase de vida que produce la carne es
muerte. (8:12–13a). Así que en lugar de lo anterior expuesto, debemos permitir al Espíritu
de Dios que elimine las obras de la carne y produzca Su fruto en nosotros (8:13b). Esta
nueva forma de vivir sólo se manifiesta en quienes han encontrado la salvación. El nuevo
desafío para un hijo de Dios es no seguir viviendo en la carne sino bajo la obra del Espíritu.
Esta es la nueva vida que nos trae el estar dominados por la ley del Espíritu. Al fin de todo
esto Pablo nos recuerda que la razón por la que debemos vivir conforme al Espíritu en lugar
de la carne, es porque el ser guiados por el Espíritu Santo es una señal que somos hijos de
Dios. Amen.
CONCLUSIÓN: No sé si usted se ha dado cuenta que uno de los mejores inventos que
tenemos en este tiempo es el llamado GPS (Sistema de Posicionamiento Global). Es un
sistema de navegación por satélite. Se dice que hay por los menos 24 satélites integrados y
puestos en órbita en toda la tierra de donde viene todo un sistema para ser guiados en la
tierra. Todos sabemos de su gran utilidad y nos ayuda para evitar el congestionamiento del
tráfico, los peajes, sitios de interés en la vía, nos dicen si vamos a exceso de velocidad, si
hay peligros en la vía y hasta si hay un policía por allí listo para medir la velocidad.
Algunos dicen que el GPS “les salvó la vida”. Ahora hay algo interesante en esto, este
sistema viene desde el cielo para guiarnos en la tierra, pero como es un invento humano, no
siempre es perfecto. Algunas veces el sentido común nos dice otra cosa y no le hacemos
caso si sabemos que podemos ir por una ruta distinta. Bueno, mis amados nosotros
tenemos a alguien mejor que el GPS para guiarnos en la tierra. Él jamás se equivoca. Su
ruta está mejor delineada que este invento humano. Él nos guía desde el cielo para vivir en
la tierra, pero su meta final es llevarnos de regreso Dios. Esto es lo que Pablo dice
finalmente en los vv. 16, 17.
INTRODUCCIÓN: El presente texto nos revela una realidad terrenal y otra celestial. Por
supuesto que son dos estados contrastados. El primero tiene que ver con los sufrimientos
del tiempo presente. Esto significa que las aflicciones forman parte de nuestra realidad
cotidiana. Sufrimos por las enfermedades que nos aquejan, nuestro cuerpo es testigo de
ellas y sus efectos. Sufrimos de soledades, decepciones o de incomprensión. El mundo
sufre de violencias, guerras, racismo, escasez e incertidumbre por los eventos económicos,
políticos, sociales y hasta religiosos. Esa es, como decía el predicador de Eclesiastés,
nuestra parte en este mundo. Pero otro lado, este texto está lleno de la más esperanzadora
promesa. Hablar de la “gloria venidera” es hablar de un tiempo ausente de todos los males
que vivimos acá. Los dos hombres que fueron al cielo y regresaron nos cuentan que esa
gloria venidera es el mejor estado al que será llevado el hijo de Dios. Pablo nos dice que
cuando fue arrebato hasta el tercer cielo, al que él llama el paraíso, “oyó palabras inefables
que no le es dado al hombre expresar” (2 Cor. 12:4). Y es que no se puede expresar en
palabras humanas lo que Pabló oyó concerniente a la gloria venidera. Por otro lado Juan
nos da su gran visión celestial en su Apocalipsis con el misterio revelado de la patria que
nos espera con sus nuevos cielos y la nueva tierra donde vamos a vivir. De esta manera las
aflicciones del tiempo presente no podrán ser comparadas con todo lo será la gloria
venidera que será manifestada a los hijos de Dios. Previo a esa gloria hay tres gemidos que
deben ser considerados. Veamos cuáles son.
1. Un creación con dolores de parto v. 22. Los gemidos de la creación están relacionados
con los llamados dolores de parto. Observe que es un gemido universal: “la creación gime
a una”. En esto debe entenderse lo que está arriba, en la tierra y debajo de la tierra. Pablo
utiliza una figura en forma de símil para hablar de la condición desesperada y dolorosa en
la que se encuentra nuestra bella creación. Cuando uno lee un texto como este tiene que
ponderar los terribles efectos que ha causado el pecado. Los terremotos, incendios,
huracanes, tornados, maremotos y el recalentamiento global forman parte de esos dolores
de parto. ¿Existían estos fenómenos climáticos antes que el hombre pecara? Nos parece que
no. Pero una madre sabe mejor que a pesar del dolor indescriptible que produce un parto,
el gozo de la llegada del hijo de sus entrañas hace olvidar esos sufrimientos. Jesús ya había
hablado de eso (Jn. 16:21). El ver que la creación esté en esa condición es el acto previo
porque ella también aguarda “la gloria venidera” donde será protagonista de todo lo
nuevo que viene. Esperamos cielos nuevos y tierra nueva donde vamos a vivir. Hay un
“hijo” nuevo que viene.
3. La creación será libertada de su corrupción v. 21. A veces pensamos que los únicos que
esperamos la venida de Cristo somos los cristianos. Bueno, Pablo nos habla que hay alguien
más que la espera, eso es, su creación. El presente texto nos da la razón. La creación fue
sometida a la corrupción como consecuencia del pecado. Dios maldijo a la tierra por causa
por el pecado de Adán (Gn. 3:17). Dios trajo esta maldición debido a la posición y
autoridad que tenía el hombre sobre la creación como representante divino (Gn. 1:26–30;
2:8, 15). Tristemente la creación corrompida por el pecado pasó a ser sometida esclavitud.
El versículo 20 nos ha dicho que la creación fue sujeta a vanidad por causa del mismo Dios
debido a la caída del hombre. Traer una maldición sobre aquello que “era bueno en gran
manera” tuvo que ser para Dios una decisión extrema y para la creación un sometimiento
involuntario. Pero lo bueno de este texto es saber que esa creación fue sujetada en
esperanza. Como quiera que haya sido vendrá el día de su liberación, y así, tanto los
creyentes como ella aguardan por esa libertad gloriosa. Del gemido a la gloria.
1. Nosotros que tenemos las primicias del Espíritu v. 23. Cuando hablamos de primicias
nos referimos a un término relacionado con los primeros y mejores frutos de la cosecha.
¿Cuál es la primicia que posee el creyente? Bueno Pablo nos dice que es la presencia del
Espíritu Santo como el anticipo de lo que será la “gloria venidera”. A diferencia de la
creación que está gimiendo con la sola esperanza que llegue el día de la manifestación
gloriosa de los hijos de Dios, el creyente también gime, pero tiene en su ser la poderosa
presencia del Espíritu Santo. Lo que hace gemir al creyente es la condición en la que está
su cuerpo. Dos cosas espera el creyente por la cual gime: la adopción y la redención de su
cuerpo. La “adopción” es la relación legal del creyente como resultado de la gracia a través
de la fe y la redención de su cuerpo que significa liberar, soltar o emancipar a cambio del
pago de un rescate. El creyente aguarda con un deseo ardiente también al igual que la
creación, por ese día cuando se manifiesten lo hijos de Dios en lo que será el rapto de la
iglesia y en la transformación que tendrá su cuerpo con el cual entrará a esa gloria
venidera. Pronto cesará nuestro gemir.
2. Porque en esperanza fuimos salvos v. 24. El creyente es la única persona que sabe que
al momento de su salvación entró en la dimensión de la esperanza viva como lo dijo Pedro
(1 Pe. 1:3). Nadie como él para saber de su sufrimiento acá mientras se prepara lo que será
su gloria venidera. Este tipo de esperanza debe destacarse. Por lo general la gente sin
Cristo tiene un tipo de esperanza pero no segura. Cuando usted le pregunta a un no creyente
si va a ir al cielo, por lo general hay en sus palabras un dejo de inseguridad, mientras
algunos pocos llegan a decir que “para el cielo vamos todos”. Ese estado de pasividad
respecto al destino eterno es el más peligroso en el que se encuentra el hombre sin Dios.
Eso tiene que ser motivo de oración y de dedicación de parte de nuestra para llevar a ese
hombre a una esperanza viva. Así que si bien es cierto que el creyente gime esperando
aquel momento de su destino final, también lo debe ser por los que están sin esa salvación,
los que deben tener también esa esperanza. Pablo nos dice que esta es una esperanza que no
se, y así debe ser para que se cumpla todo al final. Así que mientras esto sucede el hijo de
Dios gime en esta esperanza. Desea como Pablo estar con Cristo que es “muchísimo
mejor”.
3. Aguardando con paciencia lo que esperamos v. 25. ¿Qué es lo que necesitamos para
esperar lo que no vemos? Pues una especial paciencia. El cristiano fue dotado con el fruto
del Espíritu y entre sus manifestaciones aparece la paciencia. Es esta virtud la que nos
ayudará a mantenernos fieles hasta que veamos lo que esperamos. Con este texto se
levanta ligeramente el velo para que el cristiano vea uno de los propósitos en su presente
sufrimiento y gemido. Dios nos hace gemir sobre las condiciones actuales bajo las cuales
ahora vivimos para que nuestra esperanza esté dirigida hacia el reino venidero de Dios.
Nuestro presente sufrimiento y gemido se basa en nuestra propia experiencia, en nuestra
propia condición. La gloria futura se basa en la obra de Cristo en el Calvario y nos hace
anticipar ansiosamente su regreso para gobernar sobre la creación. Ya hemos dicho que el
ser cristiano no nos exime de nuestro propio gemido. Al contrario, es esto lo que define a
un real creyente. La diferencia de un creyente con un no creyente es la presencia del
Espíritu Santo. Si bien es cierto que ahora tiene un gran gemido, pero también es cierto
que él posee la fuente de su gran consuelo. Pablo explica este ministerio del Espíritu en
los versículos 26 y 27.
1. Un gemido a causa de nuestra debilidad v. 26. El salmista tiempo atrás le había dicho al
Señor que se acordara de él que era polvo (Sal. 103:14). Con esto manifestaba que su
naturaleza era débil y necesitaba de su creador para su sustento. Ahora encontramos otro
recordatorio de nuestra condición y esta vez la hace el Espíritu Santo. Este es un texto lleno
de esperanza y de gran consuelo. Me llama poderosamente la atención que nuestra
debilidad se manifieste en la vida de oración. ¿Había pensado que es en la oración donde
somos fuertes o débiles? Bueno, eso es lo que nos dice el texto. Nuestras oraciones son un
claro reflejo sobre el material del que somos hecho. Por qué muchas veces lloramos, nos
quebrantamos y hasta nos enojamos con Dios cuando oramos. Porque nos sentimos
impotentes frente a situaciones que las quisiéramos ver resueltas. Pero la buena noticia de
este texto dice: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad…”. Note
que el texto no dice que son mis conocimientos, mi escuela, mi iglesia o mi pastor. Es el
Espíritu Santo. Su ayuda es suficiente. Qué bendición saber que él gime también al conocer
que soy débil.
INTRODUCCION: Se dice que hay una cárcel en África donde se permite tener un solo
libro. Un creyente dijo: “Si yo tuviera que ir preso allí y me pidieran escoger un libro, ese
sería la Biblia. Y mi pidieran escoger uno de los 66 libros, yo escogería el libro de
Romanos. Y si de ese libro me dieran a escoger un capítulo, ese sería el 8. Y si de todos
esos versículos me dieran a escoger uno, yo escogería el v. 37”. Lo primero que nos
sorprende de la frase de Pablo es que no dice: “somos vencedores”, pues ya eso sería una
gran promesa. El texto dice que el creyente es “más que vencedor”. Pero siga leyendo la
frase. Note que Pablo no dijo “hay algunas cosas donde somos más que vencedores”. Él no
dijo eso. La frase completa dice: “En todas estas cosas somos más que vencedores”. ¿De
cuáles cosas? Vea versículo 35, todas ellas poderosas, pero ni siquiera estas pueden
derrotarnos. En el griego hay una sola palabra para el mensaje de hoy: “hupernikao”.
Cuando dividimos la palabra tenemos este resultado: huper “sobre y por encima de”, y
nikao “conquistar”. El sentido de esta palabra es de uno que es victorioso en grado sumo,
que gana una victoria más que ordinaria, porque está en condiciones de triunfar de forma
absoluta. Que no puede ser derrotado, aunque en algunos momentos se caiga o se sienta
debilitado. ¿Cuáles son las implicaciones de esta palabra? No significa que en todo lo haga
nunca será vencido. El creyente sabe que puede ser sometido a la más dura tentación, pero
él está señalado para ser un vencedor. Él sabe que no escapará a las tribulaciones y pruebas
que la vida le presenta, pero está persuadido que de todas ellas saldrá vencedor. El creyente
tendrá momentos de tristeza, soledad, temor, inseguridad, pero él es el único que sabe que
todo eso saldrá vencedor. Su lema será como el de Pablo (2 Cor. 4:8, 9). El creyente nació
para ser un vencedor aunque varias veces se caiga. Él está marcado para vencer. Veamos
por qué.
1. ¿Cuáles cosas? Los versículos 35 y 38 nos hablan de esa serie de cosas. Algunas de esas
tienen que ver con las angustias y los peligros. Son un total de 17 “cosas” mencionadas
por Pablo y ellas son potencialmente graves, cuyo propósito central es separarnos de Dios.
Vea que el creyente no está exento de ninguna de ellas, entre las que se cuentan las
acechanzas de poderes demoniacos muy graves y fuertes. Tampoco está exento de los
peligros de muerte. Si este año que ha comenzado fuéramos sometidos a algunas de estas
17 “cosas’, no debiéramos ser sorprendidos. Es Pedro, quien en no pocas ocasiones fue
sometido a pruebas adversas, que nos hace ver que ningún creyente evitará pasar por esas
“cosas” al decirnos: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha
sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese…” (1 Pe. 4:12). Las pruebas nos
confirman que somos hijos de Dios.
2. Como está escrito v. 36. En las profecías de las pruebas, Pablo hace referencia al Salmo
44:22 que tiene esta sentencia: “Pero por causa de ti nos matan cada día;
Somos contados como ovejas para el matadero”. La verdad es que nosotros no hemos
sufrido hasta la muerte por causa de Cristo, pero esta verdad se cumplió en el pasado y se
cumple en nuestros días a través de distintas formas de persecución. El asunto es que Dios
nunca nos promete que si somos cristianos no seremos insultados o maltratados; al
contrario, fue el mismo Cristo que nos dijo: “En el mundo tendréis aflicción…”. A todos
los creyentes se nos hablan de pruebas, necesidades, angustias, tribulaciones. Nosotros no
creemos en las tonterías del horóscopo que “profetiza” siempre cosas buenas para cada uno
de los que ha nacido en determinado mes. Pero si usted es un creyente genuino, yo le
aseguro que usted no será librado de alguna tribulación, pues eso es lo que nos dice el texto.
Pero en todas estas cosas “somos más que vencedores por aquel que nos amo”. Eso
significa que vamos a vencer en esas cosas grandes, pero también en las cosas pequeñas.
Durante este año
Esta promesa no es para todos. Note que esta es una promesa limitada. ¿Quiénes son los
que pueden decir somos más que vencedores? ¿Los súper cristianos? ¿Los hermanos que
tienen muchos dones? ¿Los hermanos de tiempo completo, como los predicadores, los
misioneros? ¡No! Somos todos. Por cierto, todos los hermanos somos de tiempo completo.
Usted no es mitad cristiano y mitad el mundo. Así que todos los cristianos podemos ser más
que vencedores en este en todas las cosas que enfrentamos. Pero, ¿quiénes pueden decir que
somos más que vencedores?
1. Aquellos que aman a Dios v. 28. Son aquellos que han sido llamados por él Aquellos
que han sido conocidos previamente por él. Todos aquellos que Dios amó con un amor
eterno. Es un hecho que aunque Dios creó a todos los hombres, no todos los hombres aman
a Dios, ni son amados por él. Los que aman a Dios son los que han alcanzado la gracia y la
bendición del cielo. Son aquellos que han tenido una experiencia de conversión y en
consecuencia toda su voluntad, dones, talentos y las demás cosas de su vida, la consagran a
Dios porque le aman. Son los que aman a Dios porque él “les amó primero”. Estos son los
destinados a ser vencedores.
2. Los que han sido predestinado v. 29. Note que estos que han sido predestinados es para
que sean parecidos a Cristo en lo que respecta a su fidelidad, obediencia, consagración y
entrega a Dios. Ellos mismos han sido justificados y a su vez glorificados. Como usted
puede ver ningún incrédulo puede estar en esta categoría si uno que ama a Dios. Es una
persona llamada, justifica y glorifica por Dios. Solo una persona cristiana podrá decir esto.
Solo él sabe que ha sido escogido de ante mano. Y vea que este “somos” tiene que ver con
todos los cristianos. Los pobres, los débiles, los pocos insignificantes. Todos somos
vencedores. Pero también “somos” significa ahora. No dice que seremos. Eso nos da una
certeza de victoria. El ejemplo de los israelitas cuando salieron de Egipto ayuda a entender
esto. Estaban en apuros mas no derrotados.
3. Los que pertenecemos a un grupo. Vea que el apóstol no dice soy más que vencedor.
El pudo decir eso, pero no lo dijo. Incluye a un grupo. Es cierto, Dios nos salva como
individuos, pero ahora habla de la iglesia. Somos salvados para ser parte de un grupo de
hermanos, de un grupo que somos más que vencedores. Si usted vive aislado, si no se
congrega, si no se involucra, usted no puede ver victorias. Nos necesitamos todos. Por eso,
todos somos vencedores, pero juntos como hermanos. La Biblia nos da estas promesas:
“Mas a Dios gracias, el cual hace que siempre triunfemos en Cristo, y manifiesta la
fragancia de su conocimiento por nosotros en todo lugar” (2 Cor. 2:14). Pertenecemos a la
familia de los vencedores no de los perdedores. Por supuesto que esto no significa que no
va a fracasar; ya eso lo sabemos. Pero la promesa es que aunque “muchas son las
aflicciones del justo, de todas ellas nos librará el Señor” (Sal. 34). Pablo tuvo una
enfermedad. Pero se gozaba en su debilidad. Porque cuando soy débil, soy fuerte. En todas
las cosas el cristiano puede decir que es más que vencedor y ve lo que le pasa como una
leve tribulación momentánea produce un eterno peso de gloria (2 Cor. 4:16).
1. Porque a los que aman a Dios todos las cosas ayudan a bien v. 28. Cualquier problema
que tengamos como cristiano, Dios lo guiará para bien. Para el bien de la persona misma, la
familia y la iglesia. Observe como en la historia de José él llega a la conclusión que todo
ayudó para bien (Gn. 50:22). Él fue un “tipo” de Cristo y las pruebas por las que pasó lo
confirmaron. Todas las cosas que te sucedan, Dios lo tornará para bien. Esa es una ley
universal cristiana.
2. Porque Dios cumple su propósito desde el principio hasta el final v. 29. Vea toda la
forma cómo Dios ha obrado antes que naciéramos, cuando nacimos y después de la muerte.
Dios cumplirá su propósito en mí no por mi fidelidad, sino por la fidelidad de Dios. Pase lo
que pase, Dios cumplirá su propósito en mí. Esta es la verdad del Salmo 138:8. Si no lo
sabía, entérese: Dios tiene ya determinado su propósito en su vida antes que naciera y
después que muriera.
3. Porque si Dios es con nosotros, ¿quién contra nosotros? V. 31. Él Dios soberano,
todopoderoso es por nosotros. El que creo los cielos de los cielos, lo visible y lo invisible.
Entonces si este Dios es con nosotros, ¿quién contra nosotros? ¿El jefe, el profesor, el
diablo, las enfermedades, la muerte…? Nadie puede contra Dios. Por esa razón somos
vencedores.
4. Porque Dios nos dará todas las cosas gratuitamente v. 32. Claro que seremos más que
vencedores. Por cuanto Dios ha hecho para nuestro bien lo más grande que es concebible,
el entregarnos a su propio Hijo, ¿no proporcionará acaso ese mismo Dios todas las otras
bendiciones que necesitamos? Amados, si Dios nos dio a su Hijo, ¿hay algo que no puede
darnos? Esta promesa nos garantiza que podemos ser “más que vencedores…”.
5. Porque no seremos acusados v.33. Esta pregunta tiene como respuesta un enfático
“nadie”. Nadie puede acusar a los hijos de Dios. Si partimos del hecho que cualquier
acusación que se haga a un creyente es en la corte celestial, el único lugar permitido, tal
acusación no prosperará porque el Juez Divino ya nos ha justificado. Quiere decir que nadie
puede hacer perdurar una acusación contra los elegidos de Dios en la corte del cielo. El que
se ha atrevido a hacer eso, Satanás, ya fue sentenciado (Apc. 20:10). Note que el mismo
capítulo comienza con esas palabras: “Ninguna condenación hay para los que están en
Cristo Jesús…” v. 1. El hecho de saber que nadie nos acusa es garantía que llegaremos a ser
“más que vencedores”.
6. Porque Cristo intercede por nosotros v. 34. Cuando el diablo nos ataca, Cristo intercede
por nosotros. Cuan el pecado nos asedia, Cristo intercede por nosotros. Cuando el mundo
nos invade, Cristo intercede por nosotros. No se sorprenda que eso suceda. El apóstol Pedro
fue seriamente atacado por Satanás. Pero observe que Cristo intercedió por él, y aunque
cayó en la negación, Dios lo restauró. Algunas veces el cristiano cae, y cae muy mal, pero
el Señor intercede por nosotros. Por cierto que no es la “santa muerte”, la virgen de
Guadalupe, la virgen del Socorro, la virgen de Coromoto o el patrono de cualquier oficio al
que se haga en la tierra. No, el único que puede interceder delante de Dios por nosotros se
llama Jesucristo.
CONCLUSION. En los versículos 38 y 39 tenemos diez potenciales cosas que nos podrán
separar del amor de Cristo. Cada una ellas es más poderosa que nuestra frágil vida. Pero
mire la promesa cierta de estas Escrituras. “Antes en todas estas cosas somos más que
vencedores”. ¿Qué es lo que le puede estar derrotando en este momento? ¿El decreto de
Trump? ¿La falta de recursos para cumplir sus compromisos? Usted tiene que convencerse
que nació para ser un vencedor. Tome en cuenta la forma cómo fue elegido por Dios. Pero
a su vez considere que sobre las 17 cosas posibles que pudieran derrotarlo o destruirle,
ninguna de ellas podrá “separarle del amor de Dios que es Cristo Jesús Señor nuestro”.
INTRODUCCIÓN: Pablo era un hombre con un corazón apasionado por la causa que
defendía. Obsérvelo antes de su conversión. Tenía un corazón ardiente cuando persiguió a
la iglesia. La manera cómo se entregó a ese propósito lo hacía respirar amenazas de muerte.
Pero ese mismo corazón lo tuvo después para fundar a la iglesia. Cómo deseamos tener un
corazón así por los perdidos. Cómo quisiéramos que nuestro corazón sea tan apasionado
por los perdidos como lo es para el trabajo que hacemos todos los días, por ese deporte que
nos lleva a consumir horas sin que nos sintamos aburridos, o por aquellas cosas que tanto
le apetece a la carne y que nuestro corazón siente su complacencia. La conversión de Pablo
fue tan radical que pasó de un extremo a otro. Pasó de ser un hombre que perseguía a la
iglesia a ser un perseguido por su propia gente. El evangelio estaría incompleto si no
hubiera aparecido Pablo. El mundo antiguo conoció de Jesucristo gracias al trabajo de este
hombre. Este hombre cambió su corazón lleno de odio hasta llegar a escribir 1 Corintios
13. El hombre que al principio perseguía ahora es perseguido, azotado y apedreado por su
propia gente, sin embargo su corazón no conservó ninguna raíz de amargura. Este hombre
que al principio parecía un león causando terror entre los cristianos, después llegó a ser un
cordero en su mansedumbre. El hombre que respiraba amenazas ahora exhalaba oraciones.
Un corazón cambiado por Cristo debe tener una nueva pasión por el perdido. Debe tener
una angustia espiritual por su salvación. Consideremos la naturaleza de la “angustia
espiritual”.
1. Los hombres sin Cristo están bajo maldición v. 3. Yo no sé si usted podrá percibir la
magnitud de esta declaración de Pablo. Este texto desgarra nuestra capacidad de ver lo que
es tener un corazón realmente entregado a Dios y a su vez sufriendo por los que no le
conocen. Pablo era 100% judío de allí que su amor por la conversión de su pueblo lo lleva a
considerarse en dos estados que hablan de alguien que prefería perderse él mismo con tal
que Israel se volviera a Dios. Lo primero que deseara ser es un anatema. Esta es una
palabra muy fuerte en la Biblia. Esto significa llegar a ser maldito con tal que ellos
reconozcan a Cristo como el salvador. La otra expresión es “separado de Cristo” de igual
manera con el propósito que Israel encuentre la salvación. Y la palabra clave en medio de
todo esto es “por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne”. Cuando
Pablo utiliza estas dos declaraciones está dando por sentado que esa es la condición de su
pueblo. Ellos están bajo maldición y separados del amor de Cristo. Ellos lo han rechazado y
van camino a un castigo eterno. Mis amados, esta es la angustia que debiéramos tener por
los perdidos.
2. Los hombres sin Cristo tropiezan en la misma piedra v. 30s. Este fue el caso de Israel y
el de los que constantemente rechazan el llamado del Señor. En otras palabras, Pablo
representa a Cristo como la justicia a la que la ley estaba apuntando. ¿Qué estaba
sucediendo? Pues que los gentiles se apropiaron del mensaje, creyeron y fueron justificados
por la fe. El resultado fue que Dios imputó la justicia de Cristo a ellos por medio de la fe.
¿Qué pasó entonces con Israel? Pues que tropezaron con Cristo. Por ninguna parte ellos
vieron a Jesús como su Mesías ni su justicia, ni a quien la ley estaba señalando todo el
tiempo. Ignoraron las profecías y el tiempo de la visitación que se dio cuando Cristo vino.
Ellos vieron el camino a la justicia de Dios como obras, no a través de la fe. Y así no
lograron alcanzar lo que la ley señalaba; por lo tanto tropezaron con el mismo Cristo. Esta
es la misma condición de todos los hombres sin Cristo. Saben de él, han oído acerca de él,
pero prefieren rechazarle. Es por eso que nuestra angustia por todos los que no conocen a
Cristo debe ser como la Pablo. Es pensar que ellos podrían estar en camino a la
condenación eterna.
1. Una gran tristeza v. 2ª. Mis amados, la condición de una persona sin Cristo no puede
producir en nosotros un estado de indiferencia, conformismo y hasta de menosprecio. ¿Por
qué la tristeza de Pablo? ¿Por qué debemos sentir también tristeza nosotros? Bueno, Pablo
está preocupado por aquellos que eran sus parientes según la carne. Y si bien es cierto que
Pablo no habla acá que todo Israel era su familia, tales como padres, tíos, hermanos,
sobrinos, etc., si es cierto que el amor verdadero entra por casa. El asunto es que quien no
se preocupa por su propia casa, dice la Biblia, es peor que un incrédulo. Nada tendrá que
ser más importante para cada creyente que ver la salvación de su más cercanos. El no ver la
salvación de nuestros hijos, esposos o esposas, mis vecinos o mis compañeros tiene que
producir tristeza en mi corazón porque ellos no disfrutan de los goces espirituales que ahora
tenemos, porque no son salvos y están en un eminente peligro de perdición eterna. Que
nuestra tristeza sea la del mismo Cristo cuando al entrar a Jerusalén y sabiendo lo que le
vendría en su destrucción, se entristeció y lloró por ella. Esta es la tristeza permitida en un
cristiano.
2. Continuo dolor v. 2b. Ya sabemos por el testimonio que Pablo nos ha dejado en 2
Corintios 12 que sufría de alguna enfermedad que la consideraba como el aguijón de su
carne. Al parecer era un dolor terrible. Pero note que el continuo dolor del cual nos habla
acá no es de su sufrimiento físico sino el que tenía que ver con la salvación de su gente. En
esto hay algo extraordinario. Por lo general pensamos más en nosotros mismos que en los
demás. Nuestras continuas penas, quejas y falta de madurez espiritual, nos mantiene en una
vida que gira todo el tiempo alrededor de mí que no me hace sentir otro dolor que no sea el
mío mismo. Pero Pablo nos demuestra que el dolor verdadero que debiera sentir mi
corazón es por otros, sobre todo los que están separados de Cristo. ¡Oh, que tengamos más
del espíritu que Pablo tuvo! ¿Vive con dolor en su corazón al saber que su propia familia,
su propia gente no conoce a Cristo? Si usted siente ese dolor déjeme felicitarle. Le aseguro
que ese dolor le conduce a orar por ellos, a interesarse por ellos, a buscar la manera cómo
alcanzarlos para Cristo. Tenga usted ese dolor acá porque cuando esté en el cielo ya todo
eso no sucederá.
1. Queriendo ser anatema v. 3ª. Esta declaración de Pablo es como la cúspide de toda su
angustia. Querer hacerse maldición así mismo con tal que su pueblo sea salvado es el gesto
más grande que sólo podía ser comparado con lo que hizo Cristo por nosotros, pues él si se
hizo maldición para que no muriéramos en ese estado. Pero, ¿qué significa en sí la palabra
“anatena?”. Según la definición de la Biblia significa todo aquello que es maldito y
condenado a extinguirse o aniquilarse, sobre todo si tiene que ver con el pecado de la
idolatría. El asunto es que esta es una palabra aborrecible. Cuando Israel estaba en la
conquista de Canaán se le dijo que no tomaran del anatema cuando tuvieran que enfrentar y
dominar a los pueblos vecinos. Pablo llega a pensar en este extremo si eso contribuye a la
salvación de su pueblo. Lo último que deseó es que su nación pereciera de donde también
vino la salvación por Jesucristo. Mis amados, esto habla también de la intensidad que
debemos sentir cuando pensamos en nuestra gente sin Cristo. No puede ser menos que
esto.
2. “Separados de Cristo, por amor a mis hermanos…” v. 3b. Fue el mismo Pablo que dijo
que estar con Cristo era muchísimo mejor. Sin embargo, escucharle decir que prefería estar
separado de Cristo por amor a sus hermanos es un asunto que eleva la más incomprensible
paradoja. Que todos sepamos, estar separados de Cristo es encaminarse a una eternidad sin
su presencia. Obviamente Pablo una vez más nos revela su corazón misionero y su pasión
evangelística. Cuál era ese pueblo por quien Pablo presenta una especie de extravagancia
de su amor. Por un lado considere el hecho que eran sus hermanos de acuerdo a la carne y
compañeros de religión. Pero esta gente eran los mismos que los persiguieron tan
severamente, perturbando su obra, inspirando a las multitudes para algún eventual
asesinato. ¿No le parece esto un amor realmente extraño? ¿Pero no fue ese acaso el mismo
amor que tuvo Cristo por quienes le crucificaron?
1. Se base en la verdad de Cristo v. 1ª. Así es como comienza Pablo este pasaje. Es como si
les dijera: “Si alguna vez yo les he dicho la verdad esta es una de las más fuertes”. Y es
como si les enfatizara, diciendo: “No tengo ningún razón para mentirles y que ustedes
duden de lo que siento por sus vidas”. Cuando Pablo se convirtió descubrió otra manera de
decir la verdad fuera de la ley, lo cual sabemos que en eso era estricto. Ahora su verdad la
dice en Cristo, porque toda su vida gira alrededor de él. Había mucha gente que no le creía.
Su propia nación lo odiaba e inventaban cualquier excusa para sacarlo de sus pretensiones
como si fuera un nuevo “mesías” que se había levantado en medio de ellos. Decir que no
hay mentira en su afirmación de lo que siente por ellos es un reflejo de la presión que sentía
por sus compatriotas. Bien se puede inferir que la lucha de Pablo con su propio pueblo era
de credibilidad. Al igual que lo hicieron con Cristo, lo hicieron también con él. De Jesús se
nos dice que “a lo suyo vino, pero los suyos no le recibieron” (Jn. 1:12). Pablo también
vino a los suyos con este mismo mensaje, pero tuvo su rechazo. La angustia espiritual por
el perdido parte del principio que ahora conocimos a Cristo. Esta es nuestra verdad a ahora.
CONCLUSIÓN: La angustia que no es espiritual suele ser causada por ciertos estados de
estrés, preocupación excesiva, lo cual no es otra cosa que una gran falta de fe. Hay
creyentes que sufren de angustias físicas y emocionales, pero no tienen en lo más mínimo
angustia espiritual. ¿De qué estamos hablando? Pues no todos los creyentes llegan a un
estado de preocupación por el perdido como lo tuvo Pablo en este pasaje. ¿Por qué Pablo
veía que su gente estaba en un gravísimo pecado? Véalo de esta manera. Algunos judíos
eran extremadamente morales y extremadamente religiosos, y sin embargo estaban
viviendo en un grave pecado. ¿Sabes cuál es el mayor de los pecados? Es estar en
enemistad con Dios. La iniquidad más grande es que el hombre rechace el amor de Cristo.
Dios envió a su Hijo unigénito para morir por los hombres, pero estos lo rechazaron. Ah,
esto es peor que rechazar la ley, peor que rechazar el evangelio porque es un insulto
personal directo al Dios amoroso; esto es rechazar al Hijo de Dios, Su Hijo único, Su Hijo
sangrante y moribundo. Aquí el pecado alcanza su máximo y se sobrepasa en la infamia.
1. Los que son hijos según la promesa v. 8. El contexto de este pasaje nos habla del papel
de Israel en la historia de la escogencia y el rechazo que ellos hicieron de Dios cuando llegó
el Mesías. Pero el fracaso en su respuesta al evangelio no significó que la palabra de Dios
había fallado. En todo caso el “repudio” de Israel al evangelio fue un ejemplo para ilustrar
la manera cómo actúa la elección soberana de Dios. En este sentido Pablo hace un
recordatorio por demás interesante cuando dice que “no todos los que descienden de Israel
son israelitas”, es decir, del Israel espiritual (2:28–29). ¿Cómo se explica esto? Bueno el
mismo apóstol va a decir que los auténticos descendientes israelitas son los hijos de la
promesa, eso es lo que vienen de Isaac. De esta manera comprobamos que ser un
descendiente físico de Abraham no es suficiente; por lo tanto tiene que haber una elección
por parte de Dios. Esto es lo que nos dice Romanos 8:33. Pero además de esto la persona
tiene que creer en él (Ro. 4:3, 22–24). Esto significa que el judío no es salvo por ser
israelita o porque alguien haya nacido en la religión de sus padres. Seremos salvos por la
elección divina a través de la fe en Cristo.
2. Escogidos antes de nacer v. 11. Uno de los atributos divinos que a veces desconocemos
es aquel que tiene que ver con la soberanía de Dios. Nuestra tendencia es mirar lo que está
delante de nosotros y lo que pasa ahora. La mirada de Dios es universal y él es el único que
ya sabe lo que vendrá en el futuro. Es así que en este pasaje se nos presentan dos mujeres y
cuatro hijos. La pregunta será ¿a quién escoger para los designios finales de Dios? De los
hijos de Abraham lo justo sería que Dios escogiera a Ismael, pero escogió a Isaac. De los
hijos de Rebeca e Isaac lo justo sería que Dios escogiera a Esaú, el hijo mayor, pero no fue
así. Dios escogió al segundo en ambas partes. La primera argumentación que se haría a este
respecto es que como Dios sabía lo que cada uno de estos hombres haría en el futuro,
entonces fue necesario hacer esta escogencia previa. Pero eso tampoco sería justo. El texto
nos dice que antes que hubieran nacido, cuando ni habían hecho aún ni bien ni mal, Dios
lo había escogido. La actuación de Dios no estaba basada en las obras venideras de estos
hombres, sino en su plan eterno de salvación (Ro. 8:28; 9:11). Dios sigue siendo justo.
3. “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” v. 13. Cualquier lector prejuiciado e incrédulo al
leer este texto va a concluir que Dios hace acepción de personas. Las preguntas serán muy
obvias. ¿Significa que Dios odia a unos y ama a otros sin razón ni motivo alguno?
¿Significa que es Dios quien determina desde el principio el destino final de cada uno?
Bueno al parecer esto es lo que Pablo está diciendo. Si le damos seguimiento a sus
argumentos, entenderemos que Dios, en efecto, escoge (ama) a unos y rechaza (odia) a
otros de antemano independientemente de lo que ellos vayan a hacer, sea bueno o sea malo.
Si entendimos otra cosa a lo mejor no hemos seguido a Pablo correctamente. Por supuesto
que lo que Pablo nos está diciendo no es fácil de digerir, de allí que necesitamos seguir
leyendo lo que el apóstol nos dice sobre este tema. En Génesis 18:25 anticipadamente ya se
había confirmado lo que Dios es respecto a este asunto de su justicia. Abraham dejó para
todos la pregunta que califica la soberanía de Dio: “El Juez de toda la tierra, ¿no ha de
hacer lo que es justo?”. El amor y el aborrecimiento de Dios va acorde con el llamado que
hace.
1. Entonces, ¿es Dios injusto? v. 14. Bueno esto era lo que pensaban algunos judíos
durante el tiempo de Pablo y lo sigue pensando mucha gente hoy. Todo tiene que ver con el
razonamiento “lógico” y humano acerca de por qué Dios amó a Jacob y odió a Esaú. Sin
embargo hay que enfatizar que el tema de la elección divina no está basado en lo que
hacemos, pensamos, sentimos o en lo que decidimos, sino que está basada en el Dios que
llama. De esta manera la respuesta a la pregunta del versículo 14 surge de la enseñanza de
Pablo acerca de la elección incondicional que Dios por su gracia elige a quien quiere antes
de que nazca. Esto plantea que el asunto de ser elegidos para vida eterna no depende de lo
que decidamos o de lo que hagamos. La elección es un acto absolutamente divino. Tiene
que ver con los que creerán en Cristo y se salvarán y quienes rechazarán a Cristo y se
perderán. Esta decisión al final pertenece a Dios. La pregunta que haremos no será si Dios
es injusto o no, sino si yo formo parte de la elección divina. La única manera de saber esto
es viniendo a Cristo y aceptándolo como mi salvador. Mi garantía está en mi decisión de
aceptar a Cristo.
2. Tendré misericordia del que tendré misericordia v. 15. El contexto de este pasaje nos
habla de lo que había pasado con Moisés en el Sinaí. Mientras él recibía las tablas de la ley,
y el pueblo esperaba, se desenfrenó adorando a un becerro de oro. La ira de Dios fue tan
grande que le propuso a Moisés acabar con ese pueblo y hacer otro, pero la intervención de
este hombre fue tal que Dios tomó otra decisión, aunque castigó a los culpables. Fue en ese
contexto que dijo: “Tendré misericordia del que tendré misericordia”. Mis hermanos,
ningún ser humano merece su misericordia. La elección de Isaac sobre Ismael y Jacob
sobre Esaú debe ser interpretada como un acto de misericordia. En otras palabras, lo
sorprendente para Pablo no fue que Dios rechazó a Ismael y a Esaú, sino que eligió a Isaac
ya Jacob, porque no merecían ser incluidos en sus propósitos misericordiosos y de su
infinita gracia. La elección divina significa que Dios se compadece de los hombres y aplica
su misericordia al salvarlos preordenadamente. En esto vemos que la justicia de Dios se
manifiesta en la elección.
3. “No depende del que quiere, ni del que corre…” v. 16. El asunto con la pregunta si
Dios es injusto o no está muy relacionado con el presente texto. Las personas juzgamos la
actuación de Dios basado en lo que nosotros somos o hacemos. Hay una justicia humana
que va a demandar de Dios un comportamiento hacia nosotros basados en nuestras
acciones. El “que quiere” según Pablo tiene que ver con los esfuerzos que la gente hace
como si fueran meritorios para que Dios los considere y en función de eso sean elegidos
para la salvación. La elección divina está diametralmente opuesta a la justicia humana,
porque no hay justo ni aun uno. Pero tampoco depende “del que corre”. Ciertamente estos
dos verbos (querer y correr) son indispensables para la salvación; sin embargo la salvación
no se debe ni a la una ni a la otra sino que depende “de Dios quien tiene misericordia”.
Nadie ha merecido la salvación, así pues, los que son salvos deben agradecer únicamente a
Dios; pero los que se pierden, deben sólo culparse a sí mismos. Jesús dijo: “El que a mi
viene no le echo fuera”.
1. Dios endurece el corazón del hombre también v. 17. ¿Es Dios injusto por esto? Todo
este pasaje se presta para que los que adversan la palabra revelada sigan pensando de esta
manera. Pero la verdad sigue siendo otra. El texto mismo nos da la razón porqué Dios
endureció el corazón del faraón. Dios sabía que este hombre no se iba a humillar como sí lo
hizo Nabucodonosor en los tiempos de Daniel. Al contrario arreció más su
comportamiento, aunque tuvo la más grande demostración del poder de Dios. Dios usó eso
con el fin de dar a conocer a las naciones posteriormente que él es el Dios verdadero y que
su gloria era manifiesta más allá de Israel. Vamos a verlo de otra manera. Dios pudo ser
misericordioso con Faraón y los egipcios suavizando sus corazones y que todos ellos
pusieran también la sangre en sus casas para que el destructor no matara a los primogénitos.
Pero Dios prefirió endurecer el corazón de Faraón con el propósito de mostrar la gloria de
Dios en poder y juicio, para que su fama se extendiera por toda la tierra. Dios puede
endurecer los corazones de los hombres que jamás se arrepentirán de sus acciones para
revelar toda su gloria en ellos.
2. “De manera que a quien quiere…” v. 18. Este texto es muy significativo para el tema
que tratamos ahora. Otra vez alguien pudiera ver que las decisiones de Dios son injustas
sobre todo cuando pareciera que él es selectivo y caprichoso. Sin embargo, nada podía estar
más lejos de la realidad. Si él es soberano no podemos esperar otra cosa que ver su
actuación como formando parte de sus propósitos eternos. Desde el punto de vista humano,
parece mal que Dios endurezca a una persona y después lo castigue endureciendo su
corazón. Pero qué nos dice la Biblia, pues que todos hemos pecado contra Dios (Ro. 3:23),
y el castigo justo por el pecado es la muerte (Ro. 6:23). Por lo tanto, el que Dios endurezca
y castigue a una persona no debe tomarse como algo injusto, de hecho es algo
misericordioso, comparado con lo que la persona merece. Si alguien conoce al Señor en
todo caso debe agradecerle porque él haya tenido de él misericordia. Dejemos a Dios hacer
su trabajo en este misterio de la elección. Lo que él hace será bueno. Creo que las preguntas
que comienzan con los versículos 20 hasta el 24 debieran ser consideras cuando pensamos
que Dios es injusto.
CONCLUSIÓN: Jesús ilustró lo que acá estamos tratando con una parábola (Mateo 20: 1-
16). En la misma podemos ver que hubo un grupo de trabajadores que fueron contratados
en distintos horarios durante el día (vv. 1, 2). Por seguro algunos fueron contratados para
trabajar en la mañana (6:00 am), otros a las 9:00 am, otros a las 3:00 am y finalmente otros
fueron contratados a las 5:00 am. Es claro que en la parábola vemos el acuerdo del pago
por parte de los obreros con el jefe de la familia. Como era de esperarse algunos vieron
que hubo una “injusta” paga entre los que comenzaron bien temprano y los que lo hicieron
ya en lo último, pero esta fue la respuesta: “Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste
conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como
a ti. ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy
bueno? Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros: porque muchos son
llamados, mas pocos escogidos” (Mateo 20:13-16). Las riquezas del Señor las reparte
como él quiere. Él es generoso y misericordioso para con todos. Esa es la clara moraleja
que aprendemos de esta parábola. Los “postreros”, aquellos que son llamados y escogidos
al final, tienen entrada al Reino de Dios tal como los que son llamados al comienzo del día.
La elección divina es un asunto exclusivo de la economía divina. Debemos asegurarnos
que él nos haya escogido.
1. Confesar con la boca v. 8. Se ha hecho muy popular entre los cristianos y aún no
cristianos el asunto de la confesión, pero no de los pecados, que ha traído la llamada
“corriente del nuevo pensamiento” que no es otra cosa que un movimiento filosófico que
comenzó en el siglo 19, que incluye la meta física de la Nueva Era, el yoga, positivismo
oriental con una gran incidencia en la fe cristiana. De modo, pues, que se ha popularizado
en grado extremo entre los creyentes de hoy el término “yo declaro”, “yo decreto”, “yo
ordeno” o “yo confieso”. Así que no es extraño que alguien le esté ordenando a su
enfermedad se le quita, que alguien le declara que tendrá una casa nueva, que alguien le
decrete amor y felicidad a granel o que alguien confiese que usted se casará este año si es
soltero. Pero la verdad es que nada de esto encontramos en la Biblia. Este texto ha sido mal
interpretado. Se supone que alguien ejerza su fe y agarre lo que Pablo está diciendo: “Cerca
de ti está palabra… la palabra de fe”. Así que los “confesadores” toman este texto fuera de
su contexto y lo usan muy mal.
2. Con la boca se confiesa para salvación v. 9, 13. He aquí un asunto muy importante en el
tema de nuestra salvación. Debemos confesar con nuestros labios lo que respecta a nuestra
salvación, más que la confesión de lo que nosotros podemos hacer por otros. De esta
manera, lo que este texto dice respecto a esa palabra que está cerca es la necesidad de
confesar a Jesucristo como el Señor. ¿Escucha usted con frecuencia esta confesión? ¡No!
Para los creyentes del primer siglo confesar a Cristo como el Señor era exponerse a una
muerte. La aparición de Jesucristo como un nuevo señor que sustituiría al Cesar planteada
un sacrificio que definiría quién era un auténtico cristianado. La confesión acá no era un
simple reconocimiento a Dios como soberano de todo lo que existe. Hemos de recordar que
hasta los demonios creen y tiemblan (Stg. 2:19). Cuando Cristo vino ellos lo confesaron al
reconocerlo como el Cristo. El asunto acá es confesarlo para salvación. Mucha gente utiliza
el nombre de Jesús en vano pero no lo confiesan para salvación.
1. Creer en el corazón v. 9b. Hay en este texto algo extraordinario. Cuando uno revisa las
creencias de la gente en sus ídolos, santos o vírgenes, pronto se da cuenta que allí lo que
hay es una creencia intelectual. Y si bien es cierto que hay una devoción hacia el objeto
inanimado, tal creencia no baja al corazón porque este ese lugar será el que responderá al
toque del Espíritu y dará como resultado una afirmación interna respecto a la salvación a la
que está haciendo llamado. ¿Por qué decimos esto? Porque el texto nos dice que yo debo
creer en Dios no como algo abstracto y como algo general como lo hace tanta gente. En
todo caso hablamos de creer en Dios como el único que hizo posible que su Hijo regresara
de la tumba y ahora viva para siempre. Creer en el corazón es también arrepentirse de los
pecados de modo que al confesar a Cristo también confieso lo malo que hay en mí y me
apropio por fe de lo que él hizo en la cruz para perdonarme y salvarme. Creer en el corazón
es poner sacar todo aquello donde él se ha inclinado y llenarlo con la presencia del
salvador. Esta es una condición inevitable que responde a la pregunta acerca del creer.
2. Todo aquel que en él creyere v. 11. La cita que hace Pablo nos viene de Isaías 28:16 y
49:23. Lo primero que nos presenta este texto es una invitación universal. Nadie está
exento de llegar a ser salvo. Y esto es bueno decirlo porque si bien es cierto que la elección
divina es parte de lo tiene que ver con su soberanía, lo cierto es que Dios extiende una
invitación a todos los hombres para que vengan al arrepentimiento y sean salvos. Este
pasaje como ningún otro nos muestra que tanto judíos como gentiles están dentro del plan
de Dios para la salvación. Dios es rico para con todos los que le invocan. El apóstol Juan
sugiere que la única manera de llegar a ser hijo de Dios es a través de la fe (Jn. 1:12), pero
además que en la universalidad del amor de Dios, él deja claro que la única manera de ser
salvo es que el hombre crea en Dios (Jn. 3:16). No hay otra condición sino esta. La gente
podrá creer en muchas cosas más, pero si no cree en el Señor no habrá salvación. He aquí el
asunto más importante respecto al tema de la salvación. Hay una condición inevitable para
la salvación y esa es creer. La incredulidad será lo que llevará a los hombres a la separación
eterna.
2. Los oídos del alma v. 14b. No podemos pretender que la gente crea sin que primero
haya escuchado. Una de las oraciones que con frecuencia hacemos es: “Señor salva al
perdido”. Pero el perdido no se salvará hasta que escuche con claridad cuál es el mensaje.
En este mismo texto el apóstol dice: “Así que la fe es por el oír, y el oír, la palabra de Dios”
v. 17. El asunto que despierta la fe en una persona es cuando oye una palabra de esperanza,
de cambio, de amor y de aceptación. Nadie será tan malo para rehusar una palabra
sazonada, cuyo meta es levantar, restaurar y dignificar en lugar de aquellas cuyo propósito
sería de criticar, juzgar y condenar. Para creer hay que oír. Hay que despertar la comezón
de oír. Una de las grandes barreras con la que se enfrenta la evangelización que urge ser
quebrantada es que la gente finalmente escuche la palabra de Dios. Pero hay un pánico al
pensar que no nos oirán cuando le hablemos. La pregunta es ¿y cómo creerán en aquel de
quien no han oído? Yo quiero pensar de este texto que el Espíritu Santo ya ha preparado
corazones para que oigan la palabra de Dios. Los oídos del alma son los únicos que podrán
escuchar a Cristo.
1. Tiene que haber alguien que les predique v. 14 d. Mis amados, el evangelio no podrá
llegar a los hombres a través de alguna operación sobrenatural. Somos nosotros los
responsables del mensaje. La gente no sabrá del Salvador a menos que se les hable de Él.
Nadie conocerá acerca del poder que tiene el evangelio para cambiar una vida a menos que
alguien le hable de él. La gente necesita oír del evangelio de una manera verbal, o que
regalen un folleto, algún libro, algún mensaje. Por la vía que sea la gente necesita que
alguien les predique. Pregúntese algo. ¿Qué tanto usamos las redes sociales para llevar el
mensaje a la gente que no lo conoce? ¿No le dice algo el hecho que usemos más el
Facebook o el WhatsApp para hablar de cosas tan triviales sin anunciar el evangelio? Así
que alguien debe dar a conocer al hombre el mensaje de Cristo, pues, ¿cómo creerá en
aquel de quien no ha oído, y cómo oirá sin haber quién le predique? Usted no necesita tener
el don de la evangelización para dar a conocer el mensaje. El Señor lo que nos ha dicho es
que seamos testigos. Pero el testigo tiene que decir que fue lo que pasó; tiene que hablar lo
que vio o le sucedió. Eso debemos hacer. Esta es una tarea de la iglesia del Senor.
2. Alguien que esté dispuesto sin muchos dones. No dice: "¿Y cómo oirán sin haber un
doctor de teología que les predique?" No dice: "¿Y cómo oirán sin un predicador popular
que les predique?" ¡Oh, amados!, algunos de nosotros habríamos estado perdidos si no
hubiéramos podido ser salvos sin oír a un hombre de grandes habilidades. Yo conocí del
Señor a través de un pastor humilde que predicaba acerca de Cristo y hacía con mucha
frecuencia el llamado a venir adelante. Una noche escuche uno de esos mensajes, no
recuerdo lo que dijo, pero algo en mí me impulsó a venir a Cristo y entregarle me vida.
Venía por mucho tiempo oyendo de él el mensaje pero no fue sino hasta aquella noche que
entendí la necesidad de un salvador. Alguien tiene que hablarle a la gente y tú no tienes
que ser un teólogo para hacerlo. Si no sabes cómo hacerlo, pregunta a alguien que lo sepa
hacer y conviértete en un auténtico testigo. Cada cristiano tiene que producir a otro
cristiano. Jesús dijo: “Me seréis testigos… hasta lo último de la tierra”. Es lo único que
debemos hacer.
INTRODUCCIÓN: Uno de los pensamientos que domina este texto es la importancia que
tiene la palabra de Dios y su cumplimiento. Así que cuando la Biblia ha dicho algo eso se
cumplirá. Y esto lo afirmamos primero porque, de acuerdo a lo que ella misma dice, Dios
no miente por lo tanto sus promesas las cumplirá (Tito 1:2). También el escritor a los
Hebreos nos recuerda que “fiel es el que prometió” (He. 10:23). En otras palabras lo que
Dios promete se cumplirá fielmente. Y para reafirmar esta promesa de modo de entender el
pasaje de hoy también vamos a recordar lo que nos dice Josué 23:24 quien después que
logró la conquista de la tierra prometida, les recuerda: "Ninguna cosa ha fallado de todas
las cosas buenas que el Señor tu Dios ha hablado acerca de ti". El énfasis, pues, es que
Dios dice la verdad y guarda su Palabra. El Espíritu Santo la inspiró y se asegura que ella
se cumpla. Todos estos textos nos ayudarán a confirmar que Dios ha hecho promesas muy
grandes, muy comprensivas, muy específicas a un pueblo conocido como Israel. Dios les
prometió ciertas cosas. De hecho el Antiguo Testamento está literalmente lleno de esas
promesas. Dios hizo promesas muy claras y específicas a Israel. Romanos 9: 4 nos dice:
“que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de
la ley, el culto y las promesas”. Los judíos del Antiguo Testamento y los del Nuevo
Testamento entendieron que esas promesas existían y que eran para ellos y que se
cumplirían literalmente. Sin embargo, cuando llegó el Mesías lo rechazaron y este es el
punto crucial donde estamos en Romanos 11. Por el rechazo de Israel algunos han
concluido que Dios canceló todas sus promesas contra ellos. Pero, ¿ha rechazado Dios a
su pueblo? Veamos las razones porque no.
1. El remante escogido por gracia v. 5. Los enemigos de Israel, especialmente sus vecinos
y los que se han unido en un mismo coro para desear lo mismo, han querido desde mucho
tiempo que este pueblo desaparezca. Sin embargo el único que tiene derecho de hacerlo es
Dios, su formador. Vea lo que dice en este texto. Si bien es cierto que la obstinación contra
el mismo Dios parece ser la nota que ha distinguido a Israel a través de la historia, tanto que
no pocas oportunidades tuvo la intención de raerlos de la tierra y formar otro pueblo, el
hecho que ha existido un remanente es una prueba de la gracia divina hacia su pueblo
escogido. Observe como Pablo habla en cinco ocasiones de haber escogido a Israel por
gracia. Por supuesto que no en base a las obras de la ley porque si así fuera el mismo Pablo
sería rechazado. Esto es lo que explica el versículo 6 que parece una especie de
trabalenguas. ¿Qué implicaciones tiene para las promesas y los pactos antiguos que Dios
haya mantenido un remanente de su pueblo? Que Dios no ha desechado a Israel porque él
y su palabra son fieles. Nada nos da más seguridad que esto. Esta es nuestra esperanza.
2. “Pero los escogidos sí lo han alcanzado…” v.7. Cuando Pablo aborda el tema si Dios ha
rechazado a Israel lo hace analizando su propia historia y las razones que Dios tuvo para
haberlo hecho desde muchos atrás. Y una de las posibles razones sería el endurecimiento
que ellos han tenido contra su Formador y Sustentador desde que él los creo como su
pueblo. ¿Pero endurecieron todos su corazón? Pues no, por eso se habla de un remante. El
pueblo que se endureció contra Dios buscó la justicia por si misma por medio de sus
propias obras. Pero los escogidos encontraron la justicia de Dios porque la buscaron por fe
y por la gracia de Dios. Esto también habla que la escogencia de Dios no es caprichosa sino
que responde a la fe que los hombres ponen en Dios, eso es la explicación de Pablo sobre
los siete mil profetas que no se postraron ante baal sino ante su Dios verdadero. El texto
que va desde el 8 al 10 pudiera sorprender a algunos. Se ve como una especie de
intervención judicial de Dios en contra de la nación de Israel. Pero la verdad es que Dios sí
endureció el corazón de su pueblo por su rebelión, de allí la existencia de un remanente
salvo por gracia.
2. Los desobedientes que alcanzarán misericordia vv. 31, 32. En estos textos finales Pablo
pareciera hacer un remate magistral de toda su presentación. Los argumentos esgrimidos
hasta acá lo llevan a decir algo como si fuera lo más paradójico que se pueda oír. Por un
lado dice a los gentiles que ellos deben dar gracias porque por la desobediencia de los
israelitas ahora ellos alcanzaron la gracia (v. 30). Pero también dice que el Israel
desobediente alcanzará misericordia por la misericordia que alcanzaron los gentiles cuando
ellos fueron obedientes (v. 31). ¡No es interesante toda esta paradoja! Pero al final lo que
cuenta no es si uno fue más desobediente que otro sino que Dios a los gentiles y a Israel
sujetó en desobediencia, con qué propósito; mis amados para tener de ambos misericordia
(v. 32). En esto vemos el gran principio de la salvación de todo el mundo. Antes de
conocer a Cristo los gentiles éramos “desobedientes” pero Dios mostró su “misericordia”
para salvarlos. Ahora Israel es el “desobediente” y necesita de la “misericordia” divina
otra vez. Quién puede negar que es por la misericordia de Dios la salvación de ambos
pueblos.
CONCLUSIÓN: Todo lo arriba expuesto nos lleva a la conclusión que ciertamente Dios
no ha desechado a su pueblo; al contrario, es a través de él que cumplirá su propósito
eterno. Observe lo que el apóstol ha dicho como contradictorio: “pero por su transgresión
vino la salvación a los gentiles” v. 11, “Y si su transgresión es la riqueza del mundo, y su
defección la riqueza de los gentiles ¿cuánto más su plena restauración?” v. 12. La
pregunta del apóstol lo lleva a pronunciar una de las más grandes doxologías que se
conozcan en la Biblia (vv. 33-36). Es como si el tema tratado llegó a ser una de las cosas
más grandes que pudo escribir y el haber “navegado” en sus aguas profundas lo llevó a
exclamar de esta manera. Bendito sea el Señor que escogió a Israel como su pueblo y a
través de él nosotros los gentiles hemos llegado a ser bendecidos. A través del judío Cristo
nos vino la salvación. Amén.
Nos encontramos con personas, aún creyentes que dicen no tener motivación para seguir
viviendo; mientras que otros parecieran estar buscando siempre una motivación para
sentirse bien. De allí que no es raro que algunos andan de eventos en eventos, de conciertos
en conciertos, de conferencias en conferencias, para sentirse motivados. Pero una vez
terminado aquello la motivación se fue y la persona vuelve otra vez a un estado de
desánimo y de falta de propósito. Pero, ¿cuál es la motivación a la que Pablo nos convoca
acá? ¿Tiene el creyente una razón mayor que le impulse vivir bien motivado? ¡Sí la tiene!
Su motivación está en “las misericordias de Dios”. En los primeros 11 capítulos Pablo nos
ha hablado de un vasto mundo teológico y doctrinal. Ahora él ruega, no manda, por esas
misericordias a vivir lo próximo que va a exponer. Las misericordias de Dios se condensan
en la persona y obra de Cristo. Su vida, su entrega, su muerte vergonzosa y la consumación
de su victoria, conforman las misericordias de Dios. En estos tiempos pareciera estarse
ofreciendo un “fuego extraño” en nuestros púlpitos. La motivación de mucha gente tiene
que ver con la oferta del predicador de turno. Lo que más se está oyendo es acerca de un
Cristo con mucho dinero para resolverle a la gente su situación con sus casas, sus
enfermedades, darle fama y declararse en una continua prosperidad. La motivación para
venir a él está muy lejos de la teología que Pablo enseñó. Cristo y su obra en la cruz son
suficiente motivación. Usted no necesita otra. Las misericordias de Dios son el mayor bien.
Para el tiempo de Pablo, el cuerpo era presentado para otros fines. La filosofía gnóstica lo
consideraba malo, de allí que se podía hacer lo que se quisiera con él. Pero el cristiano sabe
que su cuerpo debe presentárselo al Señor (1 Cor.6:19, 20). Desde que comenzó la
creación, el sacrificio que servía como holocausto de animales fue traído a Dios para ser
adorado. El olor grato que subía hasta su presencia confirmaba la aceptación divina. Pero
todos esos sacrificios eran de animales muertos. Después que Cristo murió, ofreciéndose
como el último y más grande de los sacrificios, ahora se nos ruega que nosotros mismos
nos presentemos como los nuevos sacrificios, pero vivos, santos y agradables a Dios. Como
sacrificio vivo implica que ahora nos ofrecemos en vida y en novedad de vida por haber
muerto al pecado y resucitado en Cristo (6:4, 11, 13). Si se ofrece vivo es porque ahora
posee la vida que le fue dada por Cristo. Como sacrificio santo quiere decir que él ahora
está dedicado y separado por y para Dios como la oveja que era revisada por el sacerdote.
De esto se desprende que la santidad no es una opción en la vida cristiana; ella, más bien, es
el centro de todas nuestras acciones. Pero sobre todas las cosas, ese sacrificio debe ser
“agradable a Dios”.
Hay gente que sigue cultos irracionales que llevan a sus devotos hasta morir por sus líderes,
aunque sus causas sean las menos dignas. En nombre de algún “dios” se comenten los más
insólitos crímenes. Algunos siguen cultos motivados por un sentido emocional donde
impera la pasión de los sentidos, más que la parte racional. Sin embargo, el planteamiento
de Pablo es que nuestro culto sea racional. ¿Qué significa esto para nosotros? El culto
racional involucra la mente e implica comprender el mensaje del evangelio y decidir
conscientemente adorar a Dios. Hay muchos cultos en el mundo que están muy lejos de
adorar a Dios. Observe las fiestas que el mundo celebra en nombre de Dios y notará cuán
lejos está de ser un culto racional. Cuando hablamos de una adoración diferente estamos
poniéndole a la emoción, la razón; a los movimientos del cuerpo, el entendimiento. Como
dijo Pablo: “Oraré con el espíritu, pero también oraré con el entendimiento; cantaré con el
espíritu, pero también cantaré con el entendimiento” (1 Cor. 14:15).
“… para que comprobéis cual sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
El énfasis de lo anterior recae sobre toda esta oración. Creo que cada creyente estará de
acuerdo en afirmar que el asunto que se le hace más difícil es conocer la voluntad de Dios.
Hay muchas preguntas a la hora de mudarnos de un sitio a otro, de escoger una carrera, del
trabajo a realizar, del compañero o compañero a elegir. Y si al tomar alguna de estas
decisiones algo sale mal debo descubrir que allí no estuvo presente la voluntad de Dios.
Para algunos la voluntad de Dios pareciera estar siempre en contra de lo que anhelamos o
buscamos. Pareciera que Dios siempre nos “echa a perder la fiesta”. Pero vea que la
realidad de este texto es otra. ¿Cómo saber entonces que lo que estoy haciendo es la
voluntad de Dios? ¿Cómo comprobar tal voluntad? Una verdad queda claro en este texto: si
no presento mi cuerpo con un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios no podré
comprobarla. La voluntad de Dios es buena porque él es la esencia de todo bien y, en
última instancia, es buena para nosotros mismos. Es agradable sobre todo cuando le
presentamos nuestros cuerpos en sacrificio vivo y santo; como los sacrificios de olor grato.
No hay nada que Dios haga que no le agrade. Y es perfecta porque Dios nunca se equivoca
en lo que él hace en nuestra vida y en lo que permite que ocurra en la vida de su hijo. Diga
como el salmista: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio
de mi corazón” (Sal. 40:8). ¿Sabe cuál es la voluntad de Dios? ¿Quiere usted comprobar
que la voluntad de Dios es buena?
CONCLUSIÓN: Hemos expuesto las razones por las que somos diferentes. La gran
pregunta a responder es, ¿soy diferente? ¿Me diferencio con el mundo en mi madera de
vestir, pensar, hablar o actuar? El llamado del apóstol es: “No os conforméis a este
siglo…”. ¿Cómo hacerlo? Siendo transformarnos “por medio de la renovación de vuestro
entendimiento”. ¿Cuál será el resultado? Para “que comprobéis la buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta”. Amado hermano, ¿puede usted pensar en algo mejor que esto? Y la
única manera de ser diferente, de no acoplarme al molde, es que el Espíritu Santo esté
continuamente renovando mi entendimiento. Si no es creyente venga a Cristo hoy para ser
diferente, si ya lo es, no se conforme a este mundo.