TOMAS
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Hay algunos filósofos que, como diría LEO STRAUSS, nacieron como un sueño,
por ejemplo. SÓCRATES; y hay otros que nacieron como una pesadilla; MAÍJUIAVF.I ,()
y HOBBES pertenecen a esta última clase. Así pues, THOMAS HOBBES es un filé)-
sofo con fama de iconoclasta, impío, e incluso ateo, lo que ha provocado que se
vea en él una especie de demonio de la Modernidad. Por si fuera poco, se trata
de un pensador de drásticos contrastes, pues puede verse a la vez como absolu-
tista y liberal, como iusnaturalista y positivista, como fundador del derecho
natural y al mismo tiempo como el creador del primer sistema empírico del
derecho, etc. Pero se trata también de un personaje sumamente atrayente: edu-
cador del futuro REY CAREOS II y amigo del primer ministro de éste, el CONDE
DE CEARENDON; rival, amigo y corresponsal de DESCARTES, GASSENDI y
MERSENNE; discípulo predilecto de BACON y GALILLO. En fin, nos encontramos
en presencia del "monstruoso" autor de ese maravilloso libro titulado Diálogo
entre un filósofo y un estudiante de derecho consuetudinario inglés, que yo aconsejo
como modelo de la absoluta rigurosidad filosófica y de la claridad mental. Es-
critor que, además, fue capaz de traducir la obra completa de HOMERO a los 86
años y redactar su obra postuma, La Cyclometría, a los 91.
No cs de extrañar, pues, que, dado su autor, el Leviatán haya sido consi-
derado el libro más monstruoso que alguna vez pariera la filosofía. Ahora bien,
los escritos de HOBBES tienen también su propia y escabrosa historia. En 1640
12Í) Introducción al pensamiento político de Tilomas Hobbes
hay una escala de virtudes que no pueda ser reducida a una sola virtud, la de la
paz, que cs para HOBBES la que le da sentido a las demás virtudes.
En tercer lugar, frente al esquema de la polis griega y el mejor régimen
político, HOBBES unirá los conceptos depolestas y "potencia" en un solo núcleo
que se llamará soberanía. Lejos de buscar el mejor de los regímenes, la vida
perfecta o el ordenamiento ontológico absoluto en el que cada ser está asigna-
do, según una escala racional, al lugar que le corresponde por naturaleza, la
política ha de regirse, según HOBBES, por el principio fundamental según cl
cual todos los hombres nacen iguales, siendo esa igualdad natural lo que hace
que todos puedan aspirar a todo y deban temerse entre sí, porque cada cual cs
un enemigo potencial del otro, ya que cada uno puede matar y es, por lo tanto,
el asesino en potencia de cualquier otro.
Y en cuarto lugar, siguiendo a MAQUIAVELO, 1 IOBBES contradice el modelo
de la Antigüedad al decir que su método es el de la técnica y la praxis.
ARISTÓTELES, en la Etica mcomáquea, nos dice que el método de la política se
basa fundamentalmente en la phronesis (la sabiduría) y la tesis del justo medio.
HOBBES, rechazando esa idea, afirmará que, por el contrario, la política se basa
en la scieutia propter potentiam, la ciencia que crea más y más poder, y que lo
hace promoviendo el saber hacer y el saber poder.
Esos son, en resumen, los puntos en los que HOBBES se aleja radicalmente
de la Antigüedad. Algunos intérpretes han intentado hacer de esa discontinui-
dad hobbesiana una mera apariencia tras la cual se esconde cierta continuidad,
a través de conceptos tales como el de "ley natural" o el de "derecho natural".
Quiero demostrar ahora que esa es una falsa tesis, pues tal continuidad no exis-
te. Resulta imposible subsumir el derecho natural de HOBBES en el derecho
natural antiguo, sea el estoico, el epicúreo, cl tomista o cualquier otro, pues
nuestro pensador ha reconstruido tal derecho sobre la base de lo único que es
totalmente válido para él como fundamento, a saber, las pasiones humanas, y
éstas son irreductiblemente distintas a cualquier otro fundamento antes pro-
puesto. Ya veremos por qué.
II. PASIÓN ES , D I, R E C H O N AT U R AE
Y FIE O SO E í A P OLíT ICA
He creado una máquina artificial que llamamos el Estado, pero la he podido crear
porque el hombre que la crea es también un ente artificial. Y puedo deducir las leves cic-
la construcción del Estado, como puedo deducir las de las figuras geométricas; como
ha deducido G \ 1.11.1:0 de las figuras de los cuerpos, exactamente con la misma lógica,
que los cuerpos se atraen y se repelen, se unen y se dividen, se potencian o se
despotencian. Con esa misma lógica he creado el monstruo llamado Leviatán.
las leyes naturales, y de éstas a las leyes positivas, sin apelar a nada más que al
movimiento mismo de esos "átomos que chocan entre sí".
HOBBES ha sido constantemente acusado de amoralizar al hombre y sus
pasiones, en la medida en que aseguró que éstas no son ni buenas ni malas,
moralmente hablando. Vemos ahora que lo único que ha afirmado con esa tesis,
contrariando todo el modelo antiguo, es que las pasiones humanas no aspiran
más que a mantenerse en movimiento perpetuo. Lo único natural de la pasión
es, pues, no cesar en su deseo, persistir en su perenne movimiento. Y de entre
todas las pasiones I IOBBES enfoca su atención en las tres que se desarrollan con
más virulencia en el estado de naturaleza: el miedo, la desconfianza y lo que él
llama la competencia. L>sas tres pasiones, en choque permanente entre un indi-
viduo y otro, terminan por unirse a través de lo que les es común, configurán-
dose así la pasión fundamental del hombre: la conservación de sí mismo. Pero,
por supuesto, tal pasión solamente puede mantenerse si aspira a potenciarse
cada vez más, a costa del resto de pasiones, y en ese proceso surge el que para el
hombre cs el más fuerte de los motivos para la acción, a saber, el miedo a morir.
Este es la forma fundamental que ordena la vida de los hombres, de manera
que no debe resultarnos extraño que HOBBES diga que cl miedo a morir violen-
tamente es característico de lo propiamente humano.
Valga anotarlo, vivimos en un país en el que pareciera que dicho principio no
se cumple. En este sentido, HOBBES ha señalado que el miedo a morir puede no
funcionar como pulsión fundamental cuando existen ciertos "fantasmas" en los
que la gente cree; los "poderes invisibles" de la Iglesia. Sólo en las sociedades en
las que se cree que dichos fantasmas son más temibles que la muerte misma, el
miedo a la muerte no opera. Como tampoco opera en aquellas sociedades en las
que la muerte violenta es la norma y no la excepción; por ejemplo, en aquellas
comunidades sujetas a una absoluta descomposiciém de la legalidad, en las que ni
los jefes mismos de las hordas en conflicto son capaces de controlar a sus subor-
dinados. Es en este último tipo de casos, dice I IOBBES, en el que surgen diversos
cuerpos armados que le sirven al individuo como refugio para salvarse a sí mis-
mo, pero el miedo a la muerte ya ha sido contrariado, de modo que cada uno es
capaz de desobedecer aun al que le brinda seguridad. Algo se parece, por lo tanto,
el diagnóstico de HOBBES a nuestra situación actual.
Pero, volviendo al eje de nuestra exposición, lo primero que cabe preguntar
es cómo hace HOBBES para derivar el derecho natural, del cual es fundador, a
partir del ya mencionado principio del miedo a la muerte. Parece, en efecto,
subsistir aquí una ambivalencia, pues si el hombre es pura pasión y, al mismo
tiempo, pura necesidad de mantenerse a sí mismo, no resulta inmediatamente
evidente cómo es posible salir de ese estado de naturaleza hacia uno en el que
}0 Introducción al pensamiento político de Tilomas I tolda
impere la ley, dado que aquél no es otra cosa que la descomposición misma de
la legalidad. F,n otras palabras, la pregunta aquí es ¿cómo es posible salir del
estado de naturaleza, si éste cs de por sí el estado de guerra de todos contra
todos, esto es, del hellum omniun contra omnes? HOBBES, en una jugada maestra,
reconoce entonces que cl derecho de conservación de sí mismo solamente es
sostenible si se une a algo que lo mantenga y perpetúe como un principio real.
Es decir, resulta que ese principio llamado "instinto de conservación" sola-
mente puede permanecer vigente si hay algo que lo conserva a largo plazo
mediante un cálculo. Es aquí en donde HOBBES, en una especie de salto mortal
filosófico, reconoce que el derecho natural surge de la conjunciévn entre las
pasiones (en particular cl instinto de conservación), que pretenden perpetuar-
se a sí mismas fortaleciéndose cada vez más, y un cálculo que les pone freno
pero que, a la vez, garantiza su permanencia. Es como si las pasiones se dieran
cuenta de que para poder mantenerse como pasiones necesitan crear condicio-
nes que les permitan subsistir a largo plazo. Para eso necesitan de un instru-
mento que les indique hasta dónde pueden llegar sin causar su propia
destrucción; necesitan un "cálculo de las pasiones": la razón. Esta no es, pues,
más que un instrumento de las pasiones y, como tal, una esclava de ellas.
La razón, por sí misma, es impotente frente a la pasión, pues ésta mueve a
actuar, es un motivo para la acción, mientras que aquélla no; de tal modo que
una (la razón) no puede oponerse a los designios de la otra (la pasión), al menos
no por sí sola. Pero cuando la razón se pone al servicio de las pasiones la unión
surgida resulta "omnipotente" respecto al sujeto actuante, siendo así que dicha
unión se constituye en el fundamento de todo el contrato social de los seres
humanos. El derecho natural de todos a todo no podía ser ejercido porque se
neutralizaba a sí mismo en esa competencia infernal que culminaba con el des-
garramiento del tejido social. En ese estado de cosas la razón, en cuanto que
cálculo de las pasiones, aconseja entonces la primera lev natural que, por su-
puesto, no va a ser la de mantenerse a sí mismo individualmente, sino la de
hacerlo como parte de un todo. La primera ley natural, por lo tanto, no es otra
que la paz. En esa misma tónica, es el cálculo de la pasión, la decisión acerca de
lo que más le conviene a las pasiones, lo que hace posible la segunda ley natu-
ral, conocida como cl contraía social. Ser fiel a un contrato es lo que permite a
los hombres convivir entre sí. Por consiguiente, el contrato de todos los con-
tratos, aquel que hace posible cualquier tipo de eticidad y juridicidad, tiene
que desarrollarse a partir de la conveniencia y cl autointerés de cada uno de los
asociados, permitiendo así que todos acepten una misma ley. Esa ley es aquella
según la cual el Estado no existe más que para conservarse, para conservar la
paz v para mantener la vida; no existe ninguna otra legitimación del Estado:
Ciro Roldan Jaramillo
III. CASTIGO Y D E s O B I; D I E N C I A
La pregunta que debemos hacernos en este punto es, dado todo lo anterior,
¿cuál puede ser el fundamento del derecho del Estado a castigar y del subdito a
Ciro Roldan Jaramillo 133
¿Qué es lo que hace que un Estacio pueda deshacerse y que un Estado pueda debilitar-
se? .Aunque nada de lo que los hombres hacen puede ser inmortal, si tienen el uso de
razón de que presumen, sus Estados pueden ser asegurados en definitiva contra el
peligro de perecer por enfermedades internas. Lm efecto, por la naturaleza de su insti-
tución están destinados a vivir tanto como el género humano o como las leyes de natu-
raleza o como la misma justicia que les da vida. Por consiguiente, cuando llegan a
desintegrarse, no por la violencia externa sino por cl desorden intestino, la falta no está
en los hombres sino en la materia, pero ellos son quienes la modelan y quienes la
ordenan (Lev., xxix).
partidas consensuadamente por todos los que lo firman. Por tanto, cuando se
desintegra un Estado no es por culpa de los hombres, sino por culpa del mode-
lo bajo el cual está construido, y, más precisamente, porque dicho modelo no
está convenientemente basado en la ley natural.
Podemos volver, ahora sí, a la cuestión planteada. ¿De dónde deriva I IOBBES
el derecho absoluto y omnímodo del Estado a castigar y del subdito a defender-
se? Pues bien, nuestro filósofo sostiene que el derecho a castigar no procede de
una ley, porque si así fuera los mismos humanos habrían diseñado un tipo de
soberano que los protegiera y, al mismo tiempo, castigara. Se diría, entonces,
que la protección incluye el castigo o que una de las maneras de proteger a los
hombres es castigándolos. Esa lectura ha sido aceptada por autores tales como
NORBERTO BOBBIO, quien ha llegado a sostener que el derecho a castigar se
deriva por vía directa del derecho a proteger. Otra posibilidad es que el dere-
cho a castigar esté justificado por el hecho mismo de delegar en otro esa poten-
cia legal llamada potcstas. Esa es la respuesta que da L i o STRAUSS. Según el
análisis de éste, la potcstas supone, para quienes han suscrito el pacto que la
hace válida, hacer lo que está permitido y no hacer lo que está prohibido. Así,
un soberano tiene derecho a castigar en la medida en que puede censurar como
prohibido, y por lo tanto como punible, todo aquello que no está permitido.
Pero habría aún una tercera respuesta posible, que es la que propone el
propio HOBBES. Puede ser que el derecho a castigar no se derive ni del derecho
a proteger ni de las obligaciones que el contrato genera, sino de algo más bási-
co, inherente al contrato mismo. Hay, según HOBBES, algo en el hombre que es
imposible de enajenar o transferir, aquello que hace posible que el individuo se
convierta en contratante, en firmante autorizado del pacto social. Ese algo no
cs otra cosa que la seguridad individual'. Por lo tanto, cuando está amenazada
la vida misma de esa voluntad, la conservación o el crecimiento de ella, puede
considerarse legítimamente que la relación del individuo con el contrato se
debilita, porque éste ya no cumple con la función de proteger sus intereses más
básicos. Aquí es donde puede hallarse el fundamento del derecho a castigar: si
el soberano se debe a la potcstas o al derecho, con mayor razón se debe a lo que
está por encima de ellos, que no es otra cosa que la vida misma. El principal
deber del soberano es, pues, conservar y potenciar la vida de los individuos que
han delegado en él el poder. En consecuencia, cl uso de la potestad de castigar
se justifica si y sólo si tiene en la mira esa conservación y potenciación, objeti-
Cfr. T u . I IOBBES. Beliemof. "En cl m o m e n t o que la seguridad cesa, cesa todo vinculo", Tecnos, p. 36.
cit. por FERDINAND'EONNIES. Thomas Hobbes. Madrid, Alianza Editorial, inSS, p. 48,
Ciro Roldan Jaramillo 135
vos estos que constituyen, a la vez, sus límites. Pero, más importante aún, el
deber de obedecer persiste únicamente mientras que el poder garantice la pro-
tección de la vida, de modo que es justo rebelarse contra aquél si no cumple
con esa obligación. Y el deber de proteger la vida incluye, por supuesto, el
deber de promover la comodidad de la misma, la preservación y promoción de
condiciones dignas de vida.
Por ende, no solamente es lícito desobedecer cuando existe una amenaza
inminente de muerte - p o r ejemplo, en el caso de los soldados que desertan
cuando se encuentran en estado de indefensión durante una batalla-, esto es,
cuando el miedo a la muerte pesa más que cualquier otra pasión; no sólo puedo
desobedecer cuando se me obliga a declarar contra mis padres o mis hijos, o en
casos como los que ahora se acostumbra denominar "objeciones de concien-
cia". Es justo desobedecer, también, cuando el que se encarga de proteger mi
vida me la preserva en un estado de necesidad y no en uno de dignidad; cuan-
do, pese a que se consagran las libertades individuales, no se garantizan las
condiciones materiales para ejercerlas. Pero HOBBES es mucho más radical aún,
pues considera que en esos casos no solamente es lícito desobedecer, sino que
es válido rebelarse: puedo matar al juez que me obliga a declarar contra mí
mismo, puedo utilizar las armas contra aquél que amenaza mi vida o que no
cumple con su deber de protegerla.
CONCLUSIONES
natural y podría decirse también que el creador de los derechos humanos -el
derecho a la vida y a la dignidad de la vida particularmente—, siendo a la vez el
primero en hablar del derecho a la desobediencia civil. Desde cualquier punto
de vista puede decirse, sin duda, que nos encontramos ante uno de los máxi-
mos representantes de la revolución de la Modernidad.
BIBLIOGRAFÍA
BOBBIO, NORBERTO. La teoría de las formas de Gobierno, .México, Fondo de Cultura Econó-
mica, 1987.
STRAUSS, LEO. Historia de la filosofía política, México, Fondo de Cultura Económica, 1993.