El Que Todo Lo Sabe IV
El Que Todo Lo Sabe IV
El Que Todo Lo Sabe IV
recorrido, sintiendo como se erizaba la tez ante el cambio de presión sobre ésta, una
opresión apenas palpable por el cambio de temperatura en que disponía aquella ente
exterior. Abriendo los ojos cuando el recorrido pasó por el perfil de sus costados,
deslizándose hasta la cadera, donde el tacto suave de las pieles que le cubrían
comenzó a deslizarse de manera apenas notable.
Lo primero que sus ojos percibieron, fueron unos oscuros orbes que le observaban
con desespero en el brillo que destacaba aquellos nocturnos, aún cuando el Sol los
hacían reflejar, mismo que arropaba la espalda del alvis, éste al darle la vuelta. Su
cuerpo apenas se movió más que un parpadeo para despejar el aturdimiento del
sueño, el cual había desaparecido por completo, presenciando al nigérrimo a un
suspiro de su rostro, notó como la parte superior de su torso yacía a la intemperie, fue
consciente del tacto sutil de un dígito del contrario deslizándose por su piel a
voluntad propia, tampoco podría decir que aquello le molestase.
- ¿Qué significa? - el príncipe cabeceó hacia un lateral, en un susurró secreto de los
vientos, con el aliento afable acompañando sus palabras, impactando contra el rostro
dorado del alvis yacente en el lecho, dando todo de sí para mantener sus
pensamientos estables y tranquilos, sintiéndose bien y en paz consigo mismo, y con el
contrario. Sus ojos se movieron hasta dar con la vela apagada habiendo consumido
toda la cera que la había constituido, en el suelo junto al nigérrimo.
- He estado velando por su padre. - articuló raspando su voz en la garganta, un tono
grave y embaucador contrario a la voz que poseía el contrario.
- Así que lo sabes. - comentó alzando la mano que se había perdido en el arco que
formaba su cintura, disponiendo a acariciar los mechones dorados, peinándolos hacia
atrás, despejando el rostro del alvis. - Me alivia saber que lo has hecho.
El brazo que no se dedicaba a entrelazar su dedos con los mechones, se dobló
sobre el poco espacio que dejó el cuerpo alvis y el filo cuando se quedó dormido,
apoyando la barbilla en su brazo, se dedicó a detallar la dermis contraria, deslizando
el dedo por su mejilla, sien y cabello, repitiendo el mismo camino como si fuera el
que le llevase a casa, con pasividad y vehemencia.
- ¿Tan peligroso sería que te dejases llevar?
- No creo que su hermana le haya permitido hablarme con familiaridad. - habló en
el mismo tono, encarcelando sus ojos en los contrarios, sin voluntad ni fuerza para
apartarlos, aquel intenso azul trasluciéndose a un púrpura jamás visto antes.
Estaba... Tan... Cerca...
- ¿Tú crees? - alzándose sobre sus rodillas, se inclinó encorvándose sobre el alvis,
acercándose amenazadoramente sensual, con un ronroneo en su voz de satisfacción
pura, una señal divertida en sus rojizos labios. Deteniéndose con el corte de la
respiración en cuanto su nariz rozó la tibia piel de la mejilla dorada, la cual
comenzaba con un cambio ingenuo rosado de timidez y sofoco, que dilató las diluidas
pupilas negruzcas. - ¿No te basta con permitirme esta cercanía? - articuló apenas sin
dicción sobre los rosados pétalos castos y vírgenes.
- A la dama Jiyoo también se lo permito, debido a alguien que piensa que no puedo
hacer nada por mí mismo. - la risa resonante hizo vibrar su pecho en regocijo.
- Me encargaré de ella. - meloso, negó con la cabeza serpenteando su nariz en la
piel ajena.
- Necesitaría presenciar la prueba, de lo contrario, su hermana parece de carácter
fuerte.
En un encuentro de miradas perspicaz, pestañeó lento, el rostro del príncipe se
serenó en pensamientos que le impedían avanzar, inmerso en los ojos miel del alvis,
el nigérrimo pronunció su nombre como prohibido, con las palabras claves para en su
lengua.
- ¿Tan malo sería dejarse llevar? - repitió.
Aquello obró efecto en el dorado, cayendo en cuenta en la situación, en el
trasfondo de las palabras pronunciadas, el significado que contenían y el peso que
aquello conlleva. Una realidad que desearía, fuese diferente.
Apartando la mirada hacía los rayos del Sol, cegándolo por un segundo, acabando
con el perfil sobre el brazo ajeno, quien seguía abrazando y apreciando por el
costado. Los músculos en su cuello se tensó al ser acariciado por el aliento ajeno,
junto con las cándidas hundimientos de esos labios sobre la piel, cerró los ojos con
fuerza, apresando su labio inferior con los dientes, sintiendo como la dermis
respondía a aquellos inocuos y castos besos.
- Detente, por favor.
- Dime, ¿tan malo sería que fuese tu amor? - el alvis volvió el rostro de vuelta,
encarando.
- No puedo. - susurró sin credibilidad, con una lenta y temblorosa respiración,
sintió sus labio ser apresados por los contrarios. Maldito el momento en que cerró los
ojos, en el que dejó sus sentidos evaporarse en la calor ajena, y en el que su puño se
cerró con fuerza.
Con los labios del alvis entre los suyos se permitió saborearlos, morderlos y
tratarlos como suyos, en una boca ardiente difundió su fuego sobre el contrario, en un
desespero y anhelo que jamás pensó sentir sin antes haberlo sentido con anterioridad,
pero el alvis lo confundía de sobre manera, deseaba de él al mismo tiempo que temía
de su condición. En la oscuridad de sus ojos, percibió un hilo de púrpura que se teñía
con extensa plenitud, y quería, quería que ese color fuera el permanente,
transformarlo por completo, por lo que, con el peso de su músculo interior, saboreó
dejando su esencia en la boca ajena, con chasquidos y rehuyentes hebras de
transparente saliva entre beso y beso, su mano, que yacía sobre la cabeza dorada,
apresó los cabellos con suavidad, impulsándose sobre el alvis, asentando su peso
sobre sus rodillas junto a las piernas contrarias y entre ellas, torciendo su rostro en un
acceso ilimitado sobre Taehyung.
Cuando un jadeo ahogado sonó entre ambos, el puño que apresaba su ropa se estiró
en palma abierta e impuso la mínima fuerza para separarlo, deteniendo cualquier
movimiento, el nigérrimo separó sus labios con un último chasquido, denotando el
dolor por la distancia demandada. Deshizo el agarre en sus cabellos y descendió la
mano apresando su cadera desnuda, observó el rostro ajeno, las mejillas sonrojadas,
los ojos apresados con fuerza, lágrimas deslizándose silenciosamente por los
costados, y un instante después, sus miradas conectadas con una fuerza que impedía
el distanciamiento, los suaves movimiento de aquella mano sobre la piel despojada de
cualquier material innecesario. Un intento desesperado del nigérrimo por mantener al
alvis entre sus brazos, no permitiendo que la mente ajena traicionase aquello que su
ciego corazón deseaba y velaba por ello, volvió a arrimarse a la boca contraria, en la
mínima distancia, respiró el aire que evocaba el recuerdo del beso anterior y los
muchos futuros que el príncipe aplicaría.
- Te suplico que mantengas la paz que está revolucionando mi interior, mi alvis -
runruneó con un saber ofuscado. - Te suplico que sigas lo que tu corazón más desea.
Un movimiento rápido, donde la lengua salió de su escondite para, tan solo,
provocar al dorado en aquellos sentimientos reprimidos, con los que luchaba desde
pocos días atrás.
Enclaustrando su mirada en el oscuro abismo que sus párpados le condenaron, alzó
la cabeza terminando con el afán de la lujuria en la piel erizada a causa del contrario.
Una acción brusca que el contrario no dudó en corresponder en el mismo tono de
ansia, sus manos apresando la cintura arrastrando consigo el resto de piel que cubría
la parte inferior del alvis, despojándolo por completo de cualquier obstáculo que
pudiera tener su vista de tan apreciada imagen, aquella dermis acariciada, se revelaba
como una segunda piel en busca de más contacto cálido contrario.
Dejando atrás el frío que su cuerpo obtenía de aquel lugar extraño, se dejó llevar
por la explosión de colores que aquellos labios le provocaban, envolviendo su brazo
tras el cuello, viéndose cubierto por la mezcla de color más espectacular en su
interior, jamás pensó en poder sentir la suavidad con las que aquellas manos le
trataban, el olor áspero y penetrante, perfume natural de aquel hombre que
mermaban su control y labor mental a sus instintos primarios, de ver los nocturnos
dilatarse con entusiasmo por el cómo se presentaba ante él, el sabor único que le
pertenecía, el inconfundible que contenía su nombre, el oír la voz raspar entre sus
labios por la candente escena que presentaba, no queriendo dar por finalizada hasta
que la luna se haga testigo de aquello.
Descendiendo sus besos, el nigérrimo se movió hasta el cuello, lamiendo y
mordiendo lo suficiente como para marcar aquella piel que atestiguó como suya
desde aquel mismo instante. Los pétalos rosados e hinchados del dorado se abrieron
sin retener el aire que escapaba de sus insuficientes pulmones, con la poca capacidad
por retener aire que más necesitaba en ese instante, ojos cerrados y una de sus manos
apresaron el cabello oscuro, notando el mismo resplandor que el aire fresco del día se
ceñía en la saliva reciente que recorría el camino por su pecho, estremeciéndolo en
una pasión que sentía insuficiente, empuñó con fuerza el cabello ajeno a medida que
sus manos y rostro transcendían en trazos de piel que nunca se vieron saboreados por
el viento, dado la ropas que vestía.
El príncipe se alzó sobre sus rodillas recorriendo con sus iris al avergonzado
contrario, quien jadeó en la profundidad de su voz, aquellos ojos mieles se volvieron
livianos ante un pequeño y diminuto reflejo púrpura que parpadeó en estos como un
fantasma, relamiéndose los labios, llevó las yemas de sus dedos sobre su cadera,
deshaciendo el agarre en el que sus ropas se ceñían, liberándolas, las arrolló sin
piedad y las arrojó a cualquier parte de la estancia sin darle importancia, presionó sus
dedos en el muslo, alzando la pierna, la traspasó al otro lado de su cadera,
consiguiendo tenerlo a su merced, con sus extremidades inferiores rodeando su
cuerpo, comenzó a deslizar la parte inferior de sus ropas hasta que topó con la doblez
de sus rodillas sobre el lecho.
Volviendo a sumergirse sobre aquel cuerpo, atrapando los labios de nuevo, las
manos ajenas se dispersaron sobre su espalda atraiéndolo hacia sí, las piernas lo
abrazaron quedando bajo sus glúteos. El ínfimo contacto de piel contra piel les hizo
recorrer el más grande de los cielos en tan solo un parpadeo, la calidez de sus cuerpos
en el sutil roce les hizo desesperarse, el aire desistiendo en el recorrido en el interior
de sus cuerpos, salió volátil llevándose rastros apagados de voz que no lograba ser
coherente.
El alvis apretó más la presión de sus muslos en las caderas pálidas, sintiendo su
cuerpo transpirar poco a poco, la boca ajena se desprendió de la suya con desgracia,
hurtando la suavidad de la que poseía hasta el tintado mamelón oscuro, presionando
con los dientes en suma suavidad la dermis envolvente, repasando con su músculo
humedecido terminando por endurecerlo y exponerlo bajo su filosa vista. Los
pronunciados sonidos que excarcelaba sin aflicción, consiguiendo llevar al nigérrimo
a una lujuria que nunca antes había experimentado en las numerosas intervenciones
sexuales de su pasado.
Enardecidos, sin control alguno de sus propias acciones, el príncipe, aspirando a
aliviar el ardor de su cuerpo, la nube que mezclaba su mente y los sentidos pestilentes
que dilataba cada uno de sus poros en el ardiente momento, su cuerpo se movió sin
necesidad de conminar su organismo, rebelión que creó el exquisito placer de sentir la
piel ajena en su virilidad palpitante y desesperada, junto a ésta, la del dorado yacía en
exigencia de hacerse notar entre roces impares que provocaba estremecimiento en su
ser.
Abandonado los húmedos besos en la dorada dermis, alzó los ojos encontrando los
brillantes contrarios en respuesta a su deseo que sus voces no podían gesticular con
coherencia. Bañando sus labios con la lengua propia, recorrió una de sus manos a lo
largo del organismo, atravesando con prisa la partidura de la unión entre sus cuerpos,
prolongándose hasta la división de las piernas abiertas envolventes en su cuerpo, el
alvis alzó su rostro buscando unificar ambos labios, sin la previsión de un beso
parecido a los anteriores. La mano perdida del nigérrimo, tanteó encontrando la
obertura fruncida jamás vista, una sonrisa que escapó sin consentimiento
interrumpiendo el poco beso que aquello parecía, sin mucho que recapacitar, lo
introdujo detallando el ajuste del interior ahogando el dígito entre aquellas carnes
inexploradas, el rostro del alvis se contrajo en una mueca al sentir la intrusión, el
dolor apenas inexistente heló su cuerpo con una carrera que atravesó su espalda,
atrapando sus labios entre los blanquecinos dientes, fueron aliviados por los ajenos
con pequeños besos que cercaba sus rostros
- Lo haces bien. - sintió la voz delicada bajo sus ojos apresados con pena. - Te
tengo. - el susurro le hizo parpadear elevándose en aquellos nocturnos que se
encontraban oscurecidos con sensualidad y cierta diversión.
El dedo en su interior se envolvió dilatando la zona explorando la estrechez,
deleitándose con la vista bajo su cuerpo, aquellos labios, imposibles que estén más
tumefactos por las deliciosas torturas a las que fue sometidos, entreabiertos jadeantes
y sofocados, sus ojos se abrieron exponiendo la sencillez con la que su cuerpo se
entregaba, sus cejas fruncidas con pesadumbre, notando el interior revolucionarse
igual a un enjambre. Poco tiempo estuvo hurgando en el interior, robándole el aliento
al contrario, con impaciencia y desesperación gobernando su juicio racional, envolvió
la fina cintura del alvis con su brazo, tensando su musculatura al alzarlo ligeramente
de la superficie donde descansaba, consiguiendo dejar su cuerpo débilmente
arqueado, éste se aferró a los hombros al sentir elevarse, introduciendo sus dedos a
través de los cabellos desperdigados sin control alguno, oscuros y dibujando ondas
entre mechones como agua en una cascada, apresándolos evitando un escape, ambos
ojos se encontraron profundizaron en sentimientos alienados con el cielo y
naturaleza, embaucados en aquella solitaria y cómoda esfera que les aislaba del resto
del mundo, ambas bocas abiertas y separadas por un diminuto aliento que les unía en
alma y espíritu.
Una fuerte presión se hizo camino en su interior sintiéndolo pesado por momentos,
abriéndole sin piedad y con una lentitud que abordaba sus sentidos con dolor y
sufrimiento. Abrazando con vigor el cuerpo pálido del príncipe, obligándole a
descender su rostro hasta enterrarlo en su cuello, su tez se prensó en agonía, el grito
que surgió de su garganta dio fe de ello, sus manos y dedos aferrándose a la piel ajena
en un intento por aliviar aquel desgarre que se mantuvo estático en mitad del camino,
escuchando al poco la voz ajena gruñir sobre su dermis, al momento, suaves y
delicados besos se deslizaron por la extensión de su cuello, el brazo que le abrazaba
se apretó más en el agarre, a la vez que la otra se sostenía en el lecho evitando el que
el peso propio terminase fastidiando al delicado alvis. Un susurro que se negó a
entender se suavizó en su oído en una erótica melodía que le ayudó al alivio de tal
penetración, unos dientes se dedicaron a hacer su función sobre la tintada piel
aliviándola al poco con la extensa lengua y la fresca saliva. El impulso continuó
callando cualquier sonido que pudiera surgir de ambos, aún por sensaciones
diferentes, empero el mismo deseo y lujuria, el príncipe, apresado en las asfixiantes
paredes tanteadas por el viril recientemente entrometido, a la par que el contrario se
vio envuelto en la sensación de quemazón más áspera y sórdida que su cuerpo no se
vio preparado para ello, pero el alivio interior de sentir los labios contrarios sobre los
suyos, tirando del inferior y dentelleándolo como suyo propio, la contrariedad de lo
nervioso de su corazón, alzándose en gritos contra su pecho con expectativa, y la
tranquilidad que abarcaba en su pecho al pertenecer al nigérrimo aquel sentimiento.
Atreviéndose a abandonar la oscuridad que sus párpados le induce, observó como
el mimo en su piel por los suspiros contrarios, sus labios y deslizamiento sobre el
lecho, comenzaron flemático, apenas notando como vibraba en el interior sin
desplazarse con brusquedad, su frente siendo apresada por la contraria, el ondeo del
cuerpo ajeno hizo crujir la madera postrada bajo el lecho, la cual lo elevaba, al igual
que crujió su interior, iniciando una nueva sensación, apartando el dolor aislándolo en
segundo plano, una plenitud le abordó en una sensación sedienta por un alivio que
sabía, llegaría y deseaba alcanzar de manera exasperada y desesperada.
Detalló la mirada opaca y nebuloso con el que el nigérrimo analizaba la impropia,
aquellos orbes claros en tono miel, ahogados en un llanto que no distaba en
desaparecer, el crecimiento de la voz tuerta ajena, con palabras torpes inacabadas,
suspiros sonoros, labios entreabiertos por momentos y cerrados en empeño por
recuperar la humedad que el aire entrante y saliente le secaba el interior. Volviéndose
consciente, el brazo pilar de Jungkook se alzó sobre su palma elevando más su cuerpo
con el agarre que renunciaba a ceder en su cadera, cabeza cayó hacia atrás, al
momento que uno de sus brazos, lúcido del sonido que impregnaba aquella mañana
en la alcoba, de sus bocas pocos silenciadas, el lecho amenazando con caer por la
brusquedad del encuentro de ambas pieles encontrándose en la unión más baja, el
sonido chasqueante y arisco, el frenesí que agarró el nigérrimo en embestidas que
desesperaban al alvis, su interior comenzaba a quemar por el roce violento de entrada
y salida.
Doblando el brazo bajo su cuerpo, en ayuda por sostener la elevación, el alvis besó
la carente barba del joven príncipe, asió el cabello oscuro de éste, ambas miradas
envueltas en la contraria con la fogosidad latente en ellas, el escuálido cuerpo de
Taehyung continuó el vaivén en un flameo al son de las apagadas llamas,
entusiasmado, su cuerpo buscó la forma de alcanzar lo inalcanzable, dejándose llevar
por el encontronazo de todos sus sentidos sobreestimulados. Ambas respiraciones
contradiciéndose entre sí, los párpados difícilmente abiertos por el éxtasis que
estaban logrando alcanzar, el agarre que sus dedos ejercían se presionaban apretando
al ajeno, el par de movimientos en sincronía perfecta ante el encontronazo de los
cuerpos.
Los sentidos hundidos en el placer, Taehyung fundió sus ojos con el más claro de
los cielos, cerrándolos, dejó caer la cabeza hacia atrás, la garganta adolorida y el
cuello enrojecido, se llevó consigo el rostro del pálido enterrándolo en la curvatura de
su hombro, manifestando el deje de un grito poco agudo que su garganta derivó de la
sensación corredera que atravesó como rayo en el cielo por su cuerpo, acabando con
su consciencia, su corazón bombeando hasta fallecer y sus pulmones vacíos de aire,
bajo la tensión de su abdomen y el movimiento desenfrenado de su pelvis al liberarse
en las más gloriosas sensaciones que supo, jamás volvería a experimentar.
Encorvando sus hombros escondiendo imposiblemente su cuerpo del temblor que le
invadió, apresando el interior con determinación, su piel vibró el gruñido que se
escapó en el contrario, entorpeciendo el la intromisión, la sensación de
desbordamiento le asfixió el interior, matando cualquier inicio de vida que pudiera
atesorar.
Soltando un jadeo lento y falto de aire, perdió todas las fuerzas que en algún
momento pudo poseer, desfalleciendo en el lecho con el parpadear pesado, un cuerpo
entumecido que sufría la recaída del paraíso. El peso muerto del príncipe cayó sobre
él rendido, la respiración agitada volviendo a la normalidad con lentitud, al igual que
la propia. El tiempo pasaba en aquel silencio en el que sus mentes se encontraban
anonadadas, sin el saber de qué pensar en aquel instante, con la paz gobernando en
sus organismos, el nigérrimo se removió izándose con sus brazos, se despojó del
cálido abrigo que le brindaba el interior del dorado, percatándose de la mirada
cristalina que le caracterizaba, mirada que le enseñaba cierta esperanza en la
profundidad de aquel color dorado, esperanza que el mismo alvis no sabía qué era lo
que significaba, labios hinchados, y aquella piel tintada que usualmente se encontraba
fría por el clima de su tierra, marcada por su propios medios, tentándose de nuevo
con aquella imagen casi inalcanzable para él, posesor de un ser que no merecía,
acabando con corromperlo, por su egoísmo, avaricia..., igual a su padre.
El nigérrimo descendió el rostro con pasividad, al límite de rozar su nariz con la
ajena, deteniéndose en cuanto el dorado separó sus deliciosos labios para consentir al
próximo encuentro entre éstos, con pesar, el acercamiento no culminó. El príncipe se
irguió, sentándose en la vera del lecho, presionando sus pies contra el suelo, dirigió la
mirada perdida a la vela extinta, momentos antes de levantarse y cubrir su cuerpo con
las ropas que traía con anterioridad, sin dirigir apenas alguna mirada al dorado que
luchaba con el adormecimiento de su cuerpo hasta sostener la espalda contra la pared
donde se postraba el lecho, atento a los movimientos del contrario, percatándose de
finas hebras rojizas que se estiraban a lo largo de su espalda, aun parecía no
molestarle, viendo como cubría la piel expuesta.
- ¿Jungkook? - preguntó algo temeroso al no ver intención de observarle de vuelta.
- Necesita descansar. - escuchó de aquella voz escuálida a la par que se dirigía a la
puerta. El alvis buscó la voz en el interior y cogió aire listo para pronunciar, siendo
demasiado tarde cuando el estruendo de aquella madera se azotó cerrándose.
Taehyung tembló por un repentino miedo, invadiéndole en aquel instante, el frío
desgarrador erizó su piel agrietándola, el silencio repentino del lugar, después de lo
que ha pasado, de tanto ajetreo, sensaciones, sentimientos, deseo, lujuria y
desesperanza por encontrarse entre ellos lo máximo posible, sin embargo la soledad
que volvía a abrazarle, el abandono repentino de aquel que sabía sería el único en
hacerle sentir de nuevo, estaba rompiéndole, igual que la primera vez que lo vio
dispuesto a matar a su padre con tal de encontrarlo, sabiendo que acabaría de la
misma manera.
Lágrimas silenciosas desgarrando su rostro, incapaz de mover algún músculo, el
temblor de su respiración y la desolación que sombreaba su interior como un
demonio, se interrumpió con el chirrío de la puerta, donde la dama Jiyoo le miró con
suma tristeza, desviando la mirada, se acercó cubriendo el cuerpo desnudo del alvis
con una de las prendas más cercanas que pudo conseguir, quien apenas se atrevió a
mencionar nada.
- Señor, será mejor que descanse, yo..., iré preparando sus cosas. - con una
reverencia mínima, se encaminó hacia el mueble donde los diseños aguardaban, bajo
la atenta mirada de un desconcertado y desolado alvis que no lograba captar lo que
aquellas palabras querían decir.
- ¿Qu...qué? - mencionó quebrando la voz en el proceso, sintiendo la rabia
acentuando su interior mermando la angustia y el pesar. La mujer se giró con la
sorpresa en su rostro y algunas prendas en sus manos.
El dorado se movió en el lecho, con lentitud al notar el quemazón en su parte
inferior, ahogando suspiros y quejas que escapaban entre dientes consiguió sentarse
en la vera, apoyando la planta de sus pies en el frío suelo, pestañeando y frotándose
sus manos en sus ojos para eliminar el rastro de sus lágrimas, sintiendo la tormenta
crecer en su interior, fue ayudado por la dama a mantener el equilibro, tragándose una
mueca por la presión de sus propias carnes en el escozor, miró con ojos vacíos a la
mujer terminando de colocarse correctamente su ropa.
- ¿Señor? ¿Quiere irse ya? Espere que cojo sus cosas...
- Déjelas. - voz muerta es lo que surgió de aquella garganta, soltándose del agarre
firme de la dama, caminó a pasos cortos y respiraciones profundas hasta la puerta. -
No me pertenecen. - susurró más que comentó.
- ¿Señor? - Jiyoo se mostraba confusa por aquella reacción, sino bien que su
trabajo, asignado recientemente, era salvaguardar al alvis, y tuvo que mantenerse a
las puertas de la alcoba mientras sus oídos eran deleitados por aquellos sonidos que
envolvió su cuerpo en incomodidad mientras duró, recibiendo la orden del traslado de
un agitado príncipe al salir estrellando la puerta al cerrar.
- ¿Señor? - casi al unisono, los soldados que le protegían lo nombraron, la
determinación y la molestia en sus ojos, dirigieron una rápida mirada a la dama,
quién le seguía con temor de siquiera tocarlo, negando entre los cabellos azabaches y
lisos que colgaban a cada lado de su rostro, los hombres volvieron a llamar al alvis. -
Debería descansar señor, el príncipe pude llegar a ser... muy brusco si se lo propone.
Ignorando el consejo, el dorado siguió con los cortos pasos, entrelazando sus dedos
y apretándolos, intentando ignorar el resquemor de su cuerpo, ignorando los que
velan por su bienestar.
- Señor, ¿a dónde va? Por lo menos deje que recoja sus cosas. - intentó una vez
más la dama desde detrás de su cuerpo.
- A casa. - mencionó sin detener sus pasos, pocos duraron éstos al verse, el camino,
obstruido por los hombres que le acompañaban.
- Lo siento señor, pero no puedo permitir eso.
- Señor, en el ala blanca estará mucho mejor que aquí, hay más luz y más espacio,
alejado de todo bullicio, allí se mantendrá en paz. - Alagaba la dama cogiendo el
brazo del alvis, convenciéndolo.
- Me quiero ir a casa. - hubo suplica en la mirada, aquello atrofió a Jiyoo de
sobremanera, viéndose impedida de mencionar palabra. El alvis deslizó el agarre de
la dama hasta que cayó junto al cuerpo propio, pasándose entre los hombres,
sutilmente empujándolos caminó con más destreza y habilidad, obligándose a mitigar
el dolor, atravesó el pasillo con la única idea en su mente y por la naturaleza que la
cumpliría.
- Iré a por el príncipe. - susurró uno de ellos comenzando a correr sin esperar
respuesta.
Los demás siguieron el paso del alvis entorpeciendo el camino, pero éste no
distaba de su determinación, llegando incluso a impelerlos, desoyendo los intentos
ineptos de persuasión. Con lentitud que no contaba por las innumerables
intervenciones, pasillos largos y perdidos, consiguió llegar al gran portón de madera y
brillos amarillentos que la decoraban por la que una vez entró para no volver a salir,
no hasta ese mismo instante. Sus manos apresaron las dos argollas grandes y gruesas
que se unían a cada tallado de madera, tirando de ellas, presenciando el gran peso que
estás tenían, varios de los hombres que le acompañaba hicieron que las soltase, pero
ninguno ponía realmente empeño en detenerlo, no conociendo su sobrenombre de
alvis, los guardas que guardaban en la puerta se apartaron al intuir la acción de abrir,
mas no ayudaron, sabiendo la ira que obtendría de su alteza.
Jadeos en vano que soltó el dorado ante el inútil intento de abrirlas, pesaban
mucho, y no lo conseguiría sin ayuda, empero no desistió, siguió tirando de ellas,
usando el peso de su cuerpo, consiguiendo separarlas de entre sí, notando la brisa
externa que se cernía en la ranura impactando contra él, los rayos pocos rayos de sol
le daban la bienvenida de vuelta al mundo libre.
- ¿Tendría el favor de contarme a dónde se dirige? - deteniendo cualquier acción,
soltó las anillas amarillas y se volvió, observando con pesadumbre aquel cuerpo alto
y esbelto, pálido y oscuro como tan sólo él supo lucir después de haber conocido a
más de su propia calaña.
- ¿Realmente se interesa mi destino o tan sólo es porque no es el mismo que el
suyo? Obteniendo lo que deseaba, para qué seguir en guardia por un “ser casi
extinguido”. ¿Qué más podría ofrecerle a su alteza? - hizo el atisbo de reverencia
cuando la mano se aferró a su brazo, apresando lo suficiente como para que no le
doliera y no pudiese escapar de él, con el cuerpo del nigérrimo a escaso espacio del
suyo, encontró aquellos ojos que se mantenían opacos y secos, una noche tormentosa
desde luego, con los suyos, casi a la par diferenciando el color.
- No tienes derecho, me distes tu palabra... - optó por dejar atrás cualquier
formalidad.
- Mi palabra nunca faltó, y le aseguro que ha sido ejecutada, en caso de numerar lo
consumado he hecho más de lo que mi promesa contenía. ¿Qué es lo que me exige
ahora? - habló con tono tranquilo, desesperando al nigérrimo, quien endurecía sus
facciones por cada palabra mencionada.
- ¡No! No has realizado ninguna promesa, mi pueblo sigue pasando hambre y
falleciendo día tras día, tienes un deber y debes cumplir como alvis, estás hecho para
ello. - la exclusión a la que fue sometido bajo aquellas palabras, lo terminó de
quebrar, partiendo su pecho en grietas profundas y sangrientas, rompiendo por igual
el silencio que guardaba sus labios por la imparcialidad de sus actos, mismos que
prevalecían la verdad y sustentaban la paz entre las almas. Tragando la dureza en su
garganta, los orbes que poseía, claros y ahogados en su pena y pesar, apresaron la
mirada del contrario.
- Yo no puedo aliviar el pesar que yace en los hombros del líder del pueblo, si éste
no conoce el arte de priorizar lo importante, puedo poner paz pero no derrocar el mal,
por lo que le agradecería que no pusiera más deberes de lo que realmente poseo.
Vuestro padre se encuentra en un reino desconocido por su codicia y temo que lo
haya subestimado, gracias a su labia y elocuencia rehuyó la amenaza de los que
fueron sus aliados antaño. Le he proporcionado cuantiosas bendiciones que, sin
objetivar, no creo que sus actos sean dignos de tal perdón, entregando mi cuerpo,
alma y placer consentido, sin conocer su intención de desplazar mi encierro a la parte
más lejana del palacio. - removiéndose para desprenderse del agarre del nigérrimo, el
cual comenzaba a dañar su piel. - Siento discrepar, pero, no le debo nada, dando más
de mí de lo establecido, después de todo. Dime, ¿qué es lo que le debo?
-¡Todo! - el grito puso alerta a las personas que se esparcían por el lugar, crispando
la piel del dorado, siendo apresado por ambas manos ajenas sobre sus hombros
conteniendo cualquier movimiento que pudiera hacer para su libertad. - ¡Me lo debes
todo! No pienses que puedes irte así sin más, ¿acaso crees que lo voy a permitir?
Ahora eres mío, me perteneces. Eres alvis de este pueblo, ante mis ojos y ante las
miles de personas que habitan en aquellas calles, ¿creías que al “terminar” con este
asunto volverías a casa? Siento decirte que no puedes salir de aquí hasta que yo lo
permita, y déjame hacerte entender que puedo enviarte donde deseé, ya puedes estar
velando para que no ordene el meterte con los cerdos, o matarte por inane.
- Maldito el día en que te conocí, debiste dejarme ahogar en aquella tibia agua. -
mencionó sin alzar la voz, mas siendo escuchado por todos, tirando de su cuerpo
hacia atrás, se soltó del agarre del príncipe e impuso distancia entre ambos, con
desprecio en sus ojos. - Un símbolo que ningún otro ser poseé, un alvis bajo tu brazo,
dado que vuestro padre no tienen ninguno de condición pura, no me mira como
persona, ya dejó de hacerlo. - secó sus mejillas empapadas de manera violenta
enrojeciendo la zona, caminando marcha atrás con lentitud, sin apartar los ojos del
príncipe. - Comprendía su forma egoísta y avariciosa, pero jamás hube intuido esta
forma infame, inicuo y miserable que bien supo ocultar.
- Bien que te regocijabas con mi cuerpo y anhelabas más. - escupió con furor y
aspereza.
- Conozco bien mi error, no creas que no lamento el haber cedido ante vos, lo sé,
me afligiré más allá de la última luz que mis ojos presencien. - volteando hacia la
puerta, atrapó el filo de la madera en la franja abierta y tiró de una lo suficiente para
que su cuerpo cupiera y poder salir, sin dirigir mirada a su reverso.
- ¡¿Quieres irte?! Bien márchate. - gritó siguiendo los pasos del alvis atravesando
la puerta hasta el primer escalón de aquella escasa escalera. Comenzando el grito al
aire para ser escuchado por el dorado, quien caminaba despacio por la plaza del lugar.
- Realmente deseo que el camino de vuelta a mis nuevas tierras no te sean tediosas y
llegues bien a tu destino. Ten en cuenta que sigue siendo mis tierras, tú y tu gente está
bajo mi palabra, podría acabar con ellos. - se desesperó al verlo cada vez más y más
alejado.
- ¿En qué mejores manos que en la naturaleza, misma que nos da la vida? - se giró
por un momento para la mención de dichas palabras, siendo abrazado por el aire,
quien le extrajo parte de su esencia mismo aire que golpeó la tez pálida del nigérrimo
y la aspiró, observando como el alvis volvía a encaminarse entre las calles que
conformaban las casas de su pueblo.
Respiración agitada, y su mirada oscura nublándose por momentos hasta distinguir,
apenas, el brillo de los colores que le rodeaban, un suspiro tembloroso y alzado sonó
de entre sus labios muy a su pesar, perdiendo la figura esbelta del alvis en la lejanía,
con la gente que pasaba por la plaza en aquel momento en murmullos por lo ocurrido
previamente.
- Señor. - uno de sus hombres se dispuso junto a él llamando su atención, para
llevarlo de nuevo al interior, lejos de la habladuría de las personas.
- Síguelo. - encaró al soldado y le agarró de las ropas atraiéndolo hacia su rostro
dándole más ímpetu a su orden. - Que no sepa que lo haces, y procura que llegue bien
a su casa. - le soltó mirando una última vez el camino que emprendió el más pequeño.
- Compra un par de caballos por el camino, quédate allí y protégelo.
Terminando con la orden, volvió al interior perdiéndose por el castillo, sin rumbo
aparente mas que sus pensamientos.
El bosque se densaba por cada paso que recorría el corcel marrón que casualmente
le regaló un aldeano justo antes de salir, con un camino de tierra oscura, producto de
la vida que portaba aquel suelo base de cualquier ser vivo conocido. Guiándose por
los conocidos árboles con los que se había criado, había trepado y había jugado con,
se percató de unas telas amarillas que colgaban de las ramas cada tanto, supuso que
era el método para que los nuevos dueños, que se atribuyeron las tierras, no se
perdiesen en el bosque.
Un ligero tirón a las riendas del caballo, hizo que este se detuviera en mitad del
camino, suspirando, descendió del corcel sin soltar las riendas, evitando así la
escapada del animal. Girándose al camino recorrido, una calzada, a primera vista,
habitada solamente con los seres de aquel intenso bosque, el alvis tensó sus labios en
una sonrisa que no llegó a sus ojos, ató al animal a una rama baja de un árbol cercano
y volvió a presenciar la desolada vía recorrida.
- Gracias por su protección. - alzó la voz para ser escuchado, inclinó su cuerpo en
una profunda reverencia y retomó sus andares. El crispar de unas ramas bajo unas
pesadas botas indicó la salida del escondite de aquel hombre que le amparó en la
travesía, proporcionándole comida y el medio de transporte mediante aldeanos con
pobres excusas.
Caminó siguiendo las telas amarillentas, que falta no le hacía, hasta toparse con
una estructura de raíces y hiedra, decorado con pequeñas flores de diversos colores,
dos guardas, vestidos de igual forma que los que cohabitaban en el palacio,
resguardaban aquella entrada, éstos se les quedaron mirando de la misma manera en
la que el alvis vio su presencia allí, con sorpresa y cierta desconfianza, sin embargo,
no pusieron impedimento a su entrada.
El cambio era notorio, empero no sabría decir si para mejor o peor, sin rastro
alguno del fuego que en algún momento se alzaba con fiereza, las aldeas estaban
reconstruidas, pareciendo más fuertes que anteriormente, aún con la extensión de
aquel pequeño poblado, la tierra se veía seca y escasa del fresco y vivo pasto con el
que sus pies se relajaban, todo parecía como si nada hubiera pasado, como si ni
hubieran personas fallecidas por los mismo hombres que rondaban allí haciendo su
función, varias mujeres pasaron frente a él con unos cestos de ropa pesada y húmeda,
volviendo del río, mismas que detuvieron su caminar y su charla para observar bien al
alvis, creyendo por un momento la ilusión de tal.
El dorado cedió a sus músculos en un llanto de niño pequeño, asustado y perdido,
los recuerdos de antaño le azotaron como una vida lejana, como si aquella aldea no
fuera la suya propia, temeroso de las personas pacíficas que convivían allí sin el
fantasma del terror de lo que ocurrió en el ataque. Las mujeres mencionaron su
nombre, seguido de algunos gritos por su parte en dirección al resto de personas.
Manos cálidas abrazaron su espalda, consolando el llanto del joven cuando ellas
mismas lloraban a la par. Al poco, su cuerpo se vio envuelto en demasiadas personas,
tocándole, acariciándole, llamando su atención, llantos y gritos de alegría, niños que
jalaban de su ropa mientras abrazaban sus piernas y brazos, casi sin dejarle respirar,
entre el de sus propias lágrimas que le oprimían el el pecho y la multitud sobre él en
el más cálido y amoroso de los recibimientos.
De su garganta brotaba risas, entre lágrimas presenció los rostros conocidos, con
esfuerzo, se levantó y comenzó a corresponder a cada brazo, a cada voz que
pronunciaba su nombre, en uno de sus brazos, alzó a un pequeño que se aferró a su
cuello llorando, los más pequeños se negaban a soltarlo, con miedo de que dejase de
nuevo a su gente, pero no pudieron cuando el mejor amigo se hizo paso entre toda la
gente, con su nombre llenando sus pulmones, empujando a todos y cada uno, el alvis
soltó al pequeño momentos antes de que su cuerpo cayera al suelo por el salto que dio
sobre él, el llanto del más bajito estalló en sus oídos, ensordeciéndole, apretando el
agarre en su cuello, el dorado estalló en carcajadas por su estado, mas sus lágrimas no
cesaban, le acarició la espalda, en el fallido intento de consolarlo.
- A ver, a ver, dejarlo respirar, tiene que descansar. - la voz grave y rasposa sonó
acallando entre todos. Taehyung se pasó sus manos sobre los ojos aclarando su vista,
viendo al líder de la aldea y padre apoyado en un bastón grueso de madera, su cuerpo
seguía impedido por el peso de su amigo sobre él, negándole a soltarlo, por lo que le
dedicó una grandiosa sonrisa. - Jimin, venga, estará cansado y querrá ponerse al día. -
insistió.
El mencionado alzó el rostro para observar al ajeno, le sonrió y comenzó a limpiar
sus lágrimas.
- ¿Por qué lloras? ¿Acaso eres un crío?
- Podría decirte lo mismo, ¿no crees? - soltó el aire tembloroso.
En cuanto su amigo se levantó él le siguió, y antes de que volviera a abrazarle, el
más anciano se adelantó, rodeando sus brazos en los hombros del alvis, apretando el
agarre, siendo correspondido al instante.
- No te habrás escapado, ¿verdad? - le preguntó sin separarse.
- No, al final él me dejó ir. - con voz quebrada, habló, sin pasar por alto lo poco
animado que se había escuchado.
Soltando el abrazo, llevó sus manos a las mejillas del alvis y le miró con precisión
aquel rostro, disminuyendo la sonrisa, frunció la boca en un gesto particular suyo y
asintió comprendiendo la situación.
- Lo siento pequeño. - le susurró volviendo al abrazo.
Con el Sol descendiendo, escondiéndose entre las montañas que decoraban el
horizonte, se vio libre de todos, con la excusa del anciano de descansar, fue guiado
por éste, seguido de su amigo, hasta su aldea, dispuesta como la recordaba en el
pasado.
- ¿Entonces, os ayudaron? - cuestionó el alvis con un bol de barro, lleno de comida
caliente, agradecido por el cuerpo destemplado que cargaba el dorado. Con ambos
sentados frente a él, junto al fuego donde se cocinó previamente.
- Sí, después de que se marchasen vinieron un montón de hombres con
provisiones, telas, comida y demás, nos ayudaron a construir de nuevo los hogares, a
realizar cobijas y ropas, nos ayudaron a la caza y a tener alimentos suficientes para
los más pequeños, unas manos expertas atendieron a los heridos y enfermos, nos
ayudaron a velar las bajas, no fueron muchas, pero ha sido una pena para sus almas.
- Primero nos destruyen y ahora nos intentan recompensar. - replicó su amigo.
- Me hace pensar que tienes algo que ver. - el líder miró al alvis quien comía
apaciblemente.
- Me dijo que estarías a salvo y en buenas condiciones, sabía que decía la verdad,
pero no pensé que os ayudara a restableceros. - siguió comiendo.
- ¿Qué te obligaron a hacer allí? - se preocupó su amigo, cruzando los brazos sobre
sus rodillas.
- Nada que no pudiera hacer como alvis.
- ¿Seguro? - insistió, ante el asentimiento del dorado, su mano se dirigió a su
cuello, acariciando una rojiza marca que persistía en un lateral de éste.
El alvis, se estremeció ante lo que se refería, dejando el bol a un lado, rodeó con
sus manos el cuello tapando las marcas que después de días de camino, no habían
desparecido del todo.
- Confía en mí, no ha sido nada. - negó con voz queda.
- ¿Sigues teniendo la condición de alvis? ¿Seguro que estás bien? - una de sus
manos se posó sobre la rodilla del dorado dándole apoyo.
- No, no lo sé. - su mirada se perdió en las llamas del fuego bailando
desenfrenadamente, cuando siempre que estuvo junto al ardiente fuego, éste se
mostraba pasivo y manso.
- Jimin, vuelve a casa, mañana le ayudarás a volver al día, ¿de acuerdo? - pidió el
anciano.
- Creí que podría quedarme a dormir aquí, con él.
- Otro día, lo prometo, nuestro gran alvis tiene que descansar y tranquilizar sus
sentidos, evocar los pesados recuerdos que pudo tener de aquel lugar donde la hayan
llevado. - el más bajito asintió con pesar y se levantó abrazando al alvis con la
promesa de mañana pasar el día juntos incluso la noche, abandonó aquella cabaña
con un “buenas noches” perezoso.
- ¿Tiene miedo de que me marche de nuevo? - preguntó mas sabiendo la respuesta.
- Todos tenemos miedo de ello, Taehyung, aún si sabemos que volverás a
marcharte. - ojos incrédulos se posaron sobre su progenitor. - Dime, ¿Todo lo que
pasó allí, junto aquel hombre que te llevó, fue consensual? - el silencio se extendió, la
dermis del dorado se erizó ante el recuerdo del príncipe, sintiendo la respiración
tornarse pesada y los ojos, una vez más, enrojeciéndose en un llanto que no quería
volver a soltar, esta vez, con tristeza. Comenzó a negar con la cabeza, de apoco se
tornaron movimientos bruscos, alzando sus rodillas para apoyar su frente en ellas
ocultando su rostro.
- Es algo más que eso. - ahogó la voz en la tela que vestía, sin atreverse a mirar a
su progenitor de ninguna de las maneras, no después de lo que eso significaba. -
Tengo miedo, mucho miedo.
- La primera vez asusta, lo mismo me pasó con tu madre.
- Esto es otra cosa, es más complicado que eso. - alzó el rostro empapado, la
confusión en una mueca predecible del dorado. - No he podido evitarlo, quería
hacerlo, hasta sentía que necesitaba hacerlo, sé que no debía, no después de lo que ha
hecho, lo que os ha hecho, no se lo podía perdonar, y sabía que acabaría así, yo roto y
llorando como crío, pero...
- Taehyung, respira. - cortó el hombre, acercándose más al alvis, le agarró de la
mano comenzando a acariciarlo con delicadeza y suavidad. - Sabes que como alvis,
no está en tu mano el juzgar, ni perdonar, sólo tienes que hacer lo que mejor se te da,
seguir tus instintos, desobedecer las ordenes que te daban, al igual que cuando eras
pequeño.
- No puedo, no creo que ya pueda. No me siento yo, desde que le conozco algo se
remueve dentro de mí y me duele, y no dejó de discutir con él, ¿Cómo puedo
mantener la paz cuando no estoy en paz conmigo mismo?
- Te estás confundiendo.
- ¡Sí! - estuvo de acuerdo.
- Es cierto que para mantener tu condición de alvis debes estar en paz contigo
mismo, pero no es tu función pones paz, no es tu deber, ni tu trabajo, lo que destaca
de ti es tu condición, esa condición le proporciona a tu instinto sabiduría, eso quiere
decir la palabra Alvis, el que todo lo sabe. No debes poner paz, no debes mitigar
cualquier suceso, no debes evitar cualquier confrontación, el discutir y pelear forma
parte del ser humano, igual que no todos pensamos igual, o creamos en las mismas
cosas, no nos gusta las mismas cosas, o quizás sí y de ahí un conflicto, no debes
evitar una guerra si así tu interior te lo dicta. Sólo tienes que seguir tu instinto, hacer
lo que te dice, dejarte llevar por él, y él velará por le bienestar de los que te rodean,
de los que te necesiten y de los que te piden ayuda. Por eso no es tu deber el juzgar, ni
perdonar, eso lo hará la naturaleza cuando le toque. - Llevó una mano a la mejilla del
joven y le sonrió con orgullo.
- Cómo Mana decía, no importa el fin, sino los medios para llegar a ese fin.
- Exacto, que seas parte de ese camino, no debería ser un impedimento para tu
propio fin. - el alvis le miró con seriedad en sus ojos y asintió, las ideas apaciguando
lentamente en su mente, aún sintiendo pesar en su interior. - Descansa, y recomiendo
que alivies tu interior antes de hacer cualquier cosa con Jimin, te advierto que está
bastante molesto con los hombres de aquí, y con uno en especial que no le deja
tranquilo.
- Pensaré en ello. - asintió levantándose de su lugar en la cómoda manta en el
suelo.
- No, por ahora descansa, ya tendrás días para pensar, hasta que te vengan a buscar.
- el hombre se mantuvo en su lugar.
- ¿Cómo estás tan seguro de ello? - cuestionó, sabía de la tozudez del príncipe, no
creía que enviase a alguien a por él, mucho menos él mismo.
- Cuando convives con un alvis que vela por tu alma, es difícil dejarlo ir, mucho
menos si es con quien pasarás el resto de tus días. Nuestro pueblo ha llorado por ti
cada día desde que te llevaron, aunque aquí hay connotaciones exteriores, como que
te has criado aquí, has crecido entre nosotros.
- Esta bien, aunque dudo de ello. Buenas noches. - se inclinó proporcionándole un
beso en la frente al mayor.
- Vaya, si que está afectada tu condición. - dijo con diversión, viendo como el
joven le miraba con una sonrisa sarcástica, dirigiéndose a la que era su habitación. -
Buenas noches. - le deseó antes de verlo desaparecer entre la tela blanca que separaba
su alcoba con el resto de la vivienda.