Discurso Del Método
Discurso Del Método
Discurso Del Método
De qué se trata
René Descartes contribuyó decisivamente a crear la imagen del mundo y del humano de
la era moderna. Llevó al pensamiento lejos de investigar la esencia de las cosas a la
manera en que funciona el pensamiento mismo. A partir de las matemáticas desarrolló
su método para analizar el conocimiento que tiene el humano sobre el mundo. En su
época predominaba en la filosofía la escolástica de la Edad Media, que proclamaba más
doctrinas de fe que conocimiento científico objetivamente comprensible. Después de
todo fue precisamente en esa época cuando Galileo tuvo que responder a la Inquisición
romana y fue sentenciado a cadena perpetua. Así que Descartes estaba advertido y, por
tanto, escribió su Discurso del método de manera anónima. Sin embargo, lo que
escribió, en primera persona y en francés en lugar de latín, fue lo suficientemente
herético a pesar de algunas “pruebas de Dios” en el texto. Descartes convirtió al
individuo en un ejemplo absoluto de verdad y lo retó a que planteara dudas sobre el
principio metodológico. De esta manera puso a la razón crítica en el lugar del
conocimiento aparente de carácter religioso transmitido durante siglos. Con el escrito
del Discurso del método provocó un cambio de paradigma en la filosofía de la era
moderna: a partir de entonces, están en primer plano las preguntas acerca de las
posibilidades y los límites de la conciencia humana y acerca del ser pensante.
Ideas fundamentales
Resumen
Todos los seres humanos poseen el don de distinguir entre lo verdadero y lo falso: el
sentido común. Esta es una buena premisa. Sin embargo, para que esta facultad se pueda
aplicar a la obtención de conocimientos, se necesita además un método que impida que
la verdad y la mentira, la autenticidad y la falsedad se conviertan en objetos de meras
opiniones. De hecho, la ciencia produjo solo resultados mediocres hasta mediados del
siglo XVI, y la filosofía tiene el defecto de conducir siempre a conclusiones que otros
niegan.
“El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, pues cada cual piensa que tiene
tan buena provisión de él que incluso aquel que es muy difícil de satisfacer en todas las
demás cosas, en general no suele desear más de lo que posee””.
Entre todas las ciencias, las matemáticas ofrecen el único modelo de metodología para
un conocimiento científico seguro de la verdad. Es un modelo cuya fuerza probatoria es
de tal evidencia y exactitud que el humano, sin importar en qué circunstancias de la vida
cotidiana esté, solo requiere la legitimidad de las matemáticas para encontrar la verdad.
Los que viajan o van a un lugar remoto para meditar pueden obtener en la soledad una
comprensión clara de lo que es importante en la vida. Eso hizo también René Descartes.
Participó en la Guerra de los Treinta Años en Alemania como joven oficial del lado de
la liga imperial y su pensamiento recibió en ese tiempo cierta inspiración debido al
aislamiento de su tierra natal. Se enriqueció por la experiencia de la guerra, pero aun
más por el descubrimiento –en forma de tres sueños– de que el mundo se basa en
principios racionales. En ese momento Descartes experimentó una conmoción mental y
emocional, y sometió todas sus opiniones –que hasta entonces había considerado
correctas– a un examen riguroso: ¿estas opiniones se basan en la fe o son compatibles
con los principios de la razón? Para probar esto desarrolló cuatro reglas básicas.
La certeza única
¿Cómo se ve, pues, esta moral? La primera máxima es la obediencia a las leyes de la
patria y de la religión cristiana. Esto incluye la obligación del individuo de no dejarse
guiar por opiniones que se caracterizan por la desmesura y la exageración. La segunda
máxima es la obligación de actuar siempre con decisión. La tercera requiere proceder de
tal modo que el cumplimiento de los deseos no ponga en peligro el orden del mundo.
“Al instituir reflexiones particulares en toda materia sobre aquello que pudiera hacerla
sospechosa y dar ocasión a equivocarnos, llegué a arrancar de mi espíritu todos los
errores que habrían podido deslizarse anteriormente””.
El humano está hecho nada más que para pensar. Es decir, puede incluso dudar de la
existencia de su propio cuerpo (este también podría ser una ilusión), pero lo que es
seguro es que, en este momento, es un escéptico, es decir, un ser que piensa. A
diferencia del cuerpo, el pensamiento, la sustancia espiritual, permanece indudable,
porque lo garantiza la certeza del “yo pienso”. Esta certeza es también la que ayuda a
identificar el alma del humano. Porque a diferencia de la existencia material del cuerpo
y su dependencia del mundo exterior, el alma posee su verdad precisamente en esta
calidad de indudable. Es más verdadera que el cuerpo. Incluso si el cuerpo no existiera,
el alma seguiría siendo lo que es.
El Dios perfecto existe
Según la primera regla, solo las cosas que pueden ser reconocidas clara y distintamente
son verdaderas. Sin embargo, la dificultad radica entonces en decidir qué cosas
reconocemos clara y distintamente. Porque hay muchos tipos de alucinaciones
conocidas. La duda justificada del ser humano permite concluir que el Yo pensante tiene
conciencia de sí mismo, lo que también incluye reconocer sus propios defectos.
“Y al darme cuenta de que esta verdad: yo pienso, luego yo soy’, era tan firme y segura
que las suposiciones más extravagantes de los escépticos no son capaces de
quebrantarla, decidí que podía considerarla, sin reparos, como el primer principio de
la filosofía que andaba buscando””.
De esta imperfección debe otra vez necesariamente deducirse la presencia de la
perfección. El Yo únicamente puede reconocer su propia imperfección, porque es capaz
de la idea de lo perfecto. Lo perfecto no es más que Dios. Dios representa la
omnisciencia y también la idea de lo eterno: todas las cualidades que el Yo imperfecto
no posee. ¡Esto aporta la prueba de que Dios existe! Entonces, ¿de dónde debería
provenir la idea de la perfección si no de Dios? Esta primera prueba de Dios, que surgió
del pensamiento, es seguida por una segunda: solo bajo el supuesto de que Dios existe,
puede el Yo pensante conocer en realidad la verdad. A diferencia de lo perfecto y lo
bueno, Dios es siempre impensable… así que Dios debe ser, de hecho, perfecto y bueno.
Pero un Dios bueno, ciertamente, no representaría el mundo como una quimera. Dios
nos prueba de esta manera la existencia de la verdad. La falsedad es, de hecho,
incompatible con la perfección de Dios, y si existen engaños y falsedades en la vida
humana, son causados por la imperfección del humano, pero no por Dios.
La dificultad que tienen muchas personas para reconocer a Dios radica en su inclinación
a permanecer en la imaginación sensorial de las cosas. Estas personas se quedan
bloqueadas en sus pensamientos, porque no pueden prescindir de la necesidad de
hacerse una imagen de todo. Así, la corporeidad se convierte en el vehículo de cada
imaginación. Estas personas tampoco pueden entender lo que no es gráficamente
imaginable. Incluso, algunos filósofos han dado prioridad a la percepción sensorial de
las cosas y afirmado que no es posible una capacidad de comprensión sin la percepción
sensorial. Pero tanto Dios como el alma se encierran en la imaginación sensorial. Quien
quiere entender a Dios y al alma con su poder de imaginación se asemeja a aquellos que
quieren escuchar los sonidos y percibir los olores con los ojos. Así que no es difícil
imaginar el cuerpo de una cabra que sobresale de la cabeza de un león, pero no se puede
concluir de ello que tal quimera realmente exista. Pero la imaginación gráfica
controlada por nuestros sentidos nunca nos brinda certeza si nuestro entendimiento no
nos ayuda.
Cuerpo y alma
Animales y humanos
A diferencia de los humanos, los animales no tienen alma. Son como máquinas. Por
consiguiente los animales no sienten ningún dolor, no tienen mente y no pueden pensar.
No participan en el mundo espiritual, ni siquiera cuando han sido adiestrados con ciertas
habilidades aparentemente humanas para estar a la voluntad del humano. Un loro, por
ejemplo, que nunca ha aprendido a hablar o ha olvidado las palabras ensayadas, no
pierde esta habilidad, en cambio, sí lo hace una persona sordomuda. Incluso si no puede
oír ni hablar desde el nacimiento, es posible que sea consciente de su deficiencia,
porque, a diferencia del animal, el humano –incluso uno con pocos dones espirituales–
tiene las condiciones previas necesarias para ello. Del hecho de que los animales a
menudo son más hábiles que los humanos en algunas de sus habilidades naturales,
tampoco se puede deducir que poseen entendimiento. Más bien, esta es precisamente la
prueba de que no tienen ninguno y que en ellos solo actúa la naturaleza. Los animales se
parecen a los mecanismos de relojería que, con su mecánica casi perfecta, cuentan las
horas y miden el tiempo con mucha mayor precisión que lo que alguna vez podrían
hacer los humanos.
¿Por qué se escribió en realidad esta obra del Discurso del método? Sucedió en años
anteriores a que ciertos resultados de investigación fueran prohibidos por los
representantes de la doctrina eclesiástica. Por ello, Descartes decidió volver a examinar
sus propios escritos antes de su publicación para determinar si también podían ser
acusados de contravenir las posiciones de la Iglesia o no estar elaborados con el
suficiente cuidado. El hecho de que Descartes decidiera publicar su obra se debe a su
esperanza de encontrar una base más amplia para la continuación de la investigación y
el debate. Por consiguiente se solicitan explícitamente críticas sobre la obra y se
promete un examen cuidadoso de los argumentos.
El Discurso del método está escrito en primera persona y contiene muchos elementos
autobiográficos que le proporcionan al texto una autenticidad y una fuerza persuasiva
extraordinarias. En particular, Descartes describe con todo detalle situaciones y
estaciones de la vida en las que realizó observaciones importantes, por ejemplo, su
participación en la Guerra de los Treinta Años. Aunque el autor muestra una y otra vez
que está consciente de los aspectos revolucionarios de sus reflexiones, renuncia a
cualquier gesto de triunfo o satisfacción. Llama la atención la relativa brevedad de la
obra –en comparación con otros tratados filosóficos de la época– y el hecho de que
estuviera escrita en francés, es decir, en el idioma del pueblo, y no en latín. Sin
embargo, el estilo académico latino todavía se nota en las oraciones largas e intrincadas,
de modo que la calidad literaria del escrito deja mucho que desear. El tratado consta de
seis partes en las que se pueden encontrar varias referencias a que la obra es solo un
informe preliminar que introduce en tres ensayos científicos sobre dióptrica,
meteorología y geometría. Como era bastante habitual en las décadas de los años 20 y
30 del siglo XVII, Descartes también intentó, en las dos secciones finales del tratado,
anticiparse a la posible crítica de la Iglesia. Asegura que, con su escrito, no quiere poner
en duda las doctrinas teológicas.
Planteamientos de interpretación
Descartes ofrece una epistemología que solo reconoce como correcto y bueno lo
que el pensamiento propio individual confirma como correcto y bueno. Se
niega la fe en la autoridad. El proceso del conocimiento comienza para el
humano con la duda, el cuestionamiento crítico del conocimiento anterior.
Si bien las pruebas de Dios se basan en la existencia de un Dios perfecto,
responsable de la creación, no le reconocen mucha importancia a la Iglesia como
institución. Desde el punto de vista actual, estas pruebas parecen artificiales. No
encajan con la radicalidad de la duda que, por lo demás, Descartes recorre sin
compromiso.
Descartes representa un racionalismo mecánico. El cuerpo animal es para él
una máquina sin alma que está organizada mecánicamente. Implícitamente,
Descartes repite el llamado bíblico al humano –que sí tiene alma– para someter a
la naturaleza. El humano gana una posición especial respecto a los animales, lo
que solo lo llevará a cuestionar nuevamente la teoría de la evolución.
El Discurso del método aumenta considerablemente la importancia del
análisis (de la palabra griega para “descomponer”) como método científico. De
esta manera prepara el terreno sobre el cual se desarrollará la ciencia a partir de
finales del siglo XVII.
Descartes separa radicalmente el cuerpo y la mente, por un lado, el
pensamiento puro sin corporeidad y, por el otro, la corporeidad sin pensamiento.
Sin embargo, la manera como ambos están relacionados es una pregunta que
hasta ahora preocupa a los filósofos y a los investigadores del cerebro. Si, por
ejemplo, alguien toma la decisión de mover su mano, esta se mueve. Así que el
pensamiento y el cuerpo deben estar conectados de alguna manera.
La estricta diferenciación entre pensamiento y cuerpo se denomina “dualismo
cartesiano”. El mundo corpóreo (piedras, plantas, animales, nuestro propio
cuerpo) no es penetrado por el alma. Por eso, a los esotéricos, el racionalista
Descartes los saca de sus cabales.
Antecedentes históricos
La primera mitad del siglo XVII fue para Europa una época rica en conmociones. Más
de la mitad de la población del continente se vio afectada por los disturbios de la Guerra
de los Treinta Años, que fue consecuencia de las divisiones religiosas. Esto condujo a
una marcada conciencia del carácter efímero de todas las cosas y puso un fin abrupto a
la visión optimista del mundo del Renacimiento. También la Europa espiritual se agitó
considerablemente. Unos 100 años antes, Nicolás Copérnico había reemplazado la
visión geocéntrica del mundo por la heliocéntrica, la cual fue confirmada a principios
del siglo XVII por Johannes Kepler y Galileo Galilei. La Iglesia católica reaccionó
con intolerancia, la Inquisición y la quema de herejes. La filosofía de esa época es
inseparable de las matemáticas. Estas últimas proporcionaron un método muy exitoso
para deducir muchos detalles a partir de muy pocos principios. Este método se aplicó
entonces en todas partes, incluso en la filosofía. Algunos grandes filósofos de ese
periodo, como Gottfried Wilhelm Leibniz o Blaise Pascal, fueron genios
matemáticos. El propio Descartes es también, por ejemplo, un pionero del cálculo
infinitesimal y el inventor de la geometría coordinada. Así que, en el siglo XVII, el
pensamiento matemático tenía (y todavía tiene hasta la fecha) carácter de modelo. El
objetivo era hacer de la filosofía una especie de matemática universal de la que podría
deducirse todo.
Origen
Aunque Descartes ya se había establecido en 1628 en los Países Bajos para vivir en un
clima más tolerante, el Discurso del método fue atacado inmediatamente después de su
publicación. Los teólogos de Utrecht argumentaron que la comprensión de Dios de
Descartes no estaba en consonancia con la teología oficial. Solo gracias a la
intervención del embajador francés en La Haya, Descartes no fue expulsado. El
diplomático también consiguió, finalmente, que el libro no fuera quemado. Sin
embargo, Descartes estaba muy consternado. Se consideraba como un católico sincero y
nunca había negado su educación jesuita en la juventud. Por consiguiente, y para
mostrar su buena voluntad, más tarde dedicó su obra Meditaciones metafísicas a la
Facultad de Teología de la Universidad de París. Sin éxito, en 1663, todas las obras de
Descartes fueron puestas en el Índice de la Iglesia. Hoy se atribuye a Descartes haber
emancipado a la filosofía de la teología.
Gracias a Descartes el siglo XVII entró en la historia de la filosofía como el siglo del
método. Poco después, filósofos de toda Europa se unieron a la corriente iniciada por él,
el cartesianismo. Descartes colocó el Yo pensante en el centro de la filosofía, comenzó
la conciencia metodológica científica y la filosofía de la razón y el sujeto. Immanuel
Kant se refirió explícitamente a él en su filosofía de la razón. G. W. F. Hegel y Karl
Marx observaron en Descartes el intento de liberar a las personas de las relaciones de
poder y dependencia.
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