Monologos Drama

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La señorita Julia es una "tragedia naturalista" del escritor sueco August Strindberg.

En un único acto que condensa un lapso de unas pocas horas, la obra nos presenta a
la aristócrata que da nombre a la pieza y a Juan, el sirviente con el que mantiene
relaciones sexuales durante una confusa noche de San Juan de finales del siglo XIX.
A partir de ese momento, ambos personajes tendrán que decidir cómo lidiar con las
consecuencias de lo que han hecho.

La obra trata, a grandes rasgos, del poder. Y de la lucha por poseerlo. Trata también
de la necesidad de salirse de los límites que marca la clase social y, más aún, de
buscarse a sí mismo fuera de dichos límites. Y de la crueldad de utilizar al otro para
conseguirlo.

Como bien explica el propio Strindberg en el prólogo de la obra, ésta no es una obra
naturalista "al uso": los personajes no están únicamente marcados por la herencia, la
genética y el entorno, sino por sus propias aspiraciones, por la brumosa magia de la
noche de San Juan e incluso por factores físicos como la menstruación, en el caso de
la señorita Julia. Encontramos, pues, personajes de aplastante profundidad
psicológica, llenos de contradicciones y absurdeces que se nos van descubriendo en el
tira y afloja al que hacía referencia en el segundo párrafo.

Algunos de los diálogos son verdaderamente extraordinarios: más que crudos,


bestiales. Y para muestra, un botón; éste es un monólogo de la señorita Julia después
de que Juan haya matado a su pajarito.

¿Usted cree que no puedo ver la sangre? ¿Cree que soy tan débil? ¡Oh!
¡Me encantaría ver su sexo entero flotando sobre un lago como ése! Creo
que podría beber de su cráneo; ¡me encantaría bañar mis pies en su
pecho y comerme su corazón! Aún crees que soy débil: crees que te amo,
porque el fruto de mi vientre deseaba tu semilla; te crees que quiero
llevar tu linaje bajo mi corazón y por toda mi sangre; dar a luz a tus hijos
y tomar tu nombre. ¡Eh, tú! ¿Cómo te llamas? Nunca antes había oído tu
apellido; parece que en realidad no tienes ninguno. Yo sería la “Señora
Portera” o “Madame Basura”. ¡Tú, perro que llevas mi collar! ¡Tú te crees
que soy cobarde y que quiero huir! ¡No, ahora me quedo! Mi padre llega a
casa… se encuentra el escritorio abierto, su dinero desaparecido… envía
al sirviente a buscar a la policía… ¡y entonces lo cuento todo! ¡Todo! ¡Y le
da un ataque y muere! ¡Y es el final para todos! Y entonces todo queda en
silencio… en calma… descanso eterno: la dinastía del conde se ha
extinguido y el linaje del sirviente continúa en un orfanato… ¡Se gana el
laurel en suciedad y acaba en una prisión!
LA CASA DE BERNARDA ALBA

"No puede ser, mi madre es la peor bastarda que existe. Mató a Pepe el romano, la
persona que yo amaba, que yo amo. Nuestro amor era verdadero, no como el de
Angustias y él, eso si que no iba. Se sabía que Pepe se iba a casar con ella solo por el
dinero. Ella es rica, pero a mi no me importa, porque ahora no va a estar más mi
amado, se fue, para siempre. Que triste final ¿no? Mi madre siempre nos encarceló
en nuestra casa, ninguna se pudo casar y seguimos estando solteras, y lo estaremos
por todas nuestras vidas. La odio, no puede ser que no me deje ser feliz. A mi me
encantaba él y a él le gustaba yo. Siempre venía a la noche, más tarde de hablar con
Angustias y nos revolcábamos sin parar. Era tan lindo, qué lindos recuerdos. Pero
todo acabó por la inútil de Martirio que no deja de perseguirme. Ella siempre gustó
de Pepe, pero si él nunca le dio bola, ¿para qué seguir gustando de alguien que nunca
le iba a dar pelota? Pepe el romano era mío, es mío y siempre lo será. Pero esa tarada
arruinó todo, Martirio descubrió que yo me acostaba con él y por celos se lo contó a
Bernarda. Pues claro, y mi madre lo terminó matando por lo cuida que es. Yo no
puedo vivir sin él, él es mi vida. A nadie amé como a él. Yo voy a ir contigo Pepe, iré
contigo al cielo, y estaremos juntos otra vez y pasaremos los mejores momentos sin
que nadie nos separe ni nos moleste. Estaremos juntos allá arriba, juntos al fin.
¿Dónde está la soga? Me ahorcaré y moriré y juntos viviremos para siempre amor
mío."
«Doña Rosita, la
soltera» de F. García
Lorca
Rosita lleva veinticinco años esperando al prometido que marchó a buscar fortuna y que no
volvió. El monólogo a continuación no aparece tal cual en la obra, sino que es una adaptación
de textos del tercer acto. En él Rosita reconoce su situación, de la que nunca había hablado
antes.

DOÑA ROSITA.- Me he acostumbrado a vivir muchos años fuera de mí, pensando cosas que
estaban muy lejos, y ahora que estas cosas ya no existen sigo dando vueltas y más vueltas
por un sitio frío, buscando una salida que no he de encontrar nunca. Yo lo sabía todo. Sabía
que él se había casado; ya se encargó un alma caritativa de decírmelo, y todo este tiempo he
estado recibiendo sus cartas desde América, con una ilusión llena de sollozos que aún a mí
misma me asombraba. Si la gente no hubiera hablado; si vosotras no lo hubierais sabido; si
no lo hubiera sabido nadie más que yo, sus cartas y su mentira hubieran alimentado mi
ilusión como el primer año de su ausencia. Pero lo sabían todos y yo me encontraba señalada
por un dedo que hacía ridícula mi modestia de prometida y daba un aire grotesco a mi
abanico de soltera. Cada año que pasaba era como una prenda íntima que arrancaran de mi
cuerpo. Y hoy se casa una amiga y otra y otra, y mañana tiene un hijo y crece, y viene a
enseñarme sus notas de examen, y hacen casas nuevas y canciones nuevas, y yo igual, con
el mismo temblor, igual; yo, lo mismo que antes, cortando el mismo clavel, viendo las
mismas nubes; y un día bajo al paseo y me doy cuenta de que no conozco a nadie:
muchachos y muchachas me dejan atrás porque me canso, y uno dice: “ahí está la
solterona”; y otro, hermoso, con la cabeza rizada, que comenta: “a esa ya no hay quien le
clave el diente”. Y yo lo oigo y no puedo gritar, sino vamos adelante, con la boca llena de
veneno y con unas ganas enormes de huir, de quitarme los zapatos y no moverme más,
nunca más, de mi rincón.
Ya soy vieja. Ayer le oí decir al Ama que todavía podía yo casarme. De ningún
modo. Ya perdí la esperanza de hacerlo con quien quise con toda mi sangre,
con quien quise y… con quien quiero. Todo está acabado… y sin embargo, con
toda la ilusión perdida, me acuesto y me levanto con el más terrible de los
sentimientos, que es el sentimiento de tener la esperanza muerta. Quiero huir,
quiero no ver, quiero quedarme serena, vacía… ¿es que no tiene derecho una
pobre mujer a respirar con libertad?. Y sin embargo la esperanza me persigue,
me ronda, me muerde; como un lobo moribundo que apretara sus dientes por
última vez.
Soy como soy. Ahora lo único que me queda es mi dignidad. Lo que tengo por
dentro lo guardo para mí sola. ¿Qué os voy a decir? Hay cosas que no se
pueden decir porque no hay palabras para decirlas; y si las hubiera, nadie
entendería su significado. Me entendéis si pido pan y agua y hasta un beso,
pero nunca me podríais ni entender ni quitar esta mano oscura que no sé si me
hiela o me abrasa el corazón cada vez que me quedo sola. Sería el cuento de
nunca acabar. Yo sé que los ojos los tendré siempre jóvenes, y sé que la
espalda se me irá curvando cada día. Después de todo, lo que me ha pasado les
ha pasado a mil mujeres.

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soltera%C2%BB/
NINA.- ¿Por qué decía usted que besaba la tierra por donde he
pisado?... ¡Lo que se debería hacer conmigo es matarme!...
(Inclinándose sobre la mesa.) ¡Estoy tan cansada!... ¡Qué bueno
sería descansar!... ¡Descansar!... (Levantando la cabeza.) Soy una
gaviota... No..., no es eso... ¡Soy una artista! (Se oyen las risas de
ARKADINA y TRIGORIN. NINA escucha primero, corre luego a la
puerta de la izquierda y mira por la cerradura.) ¡También él está
aquí!... (Volviéndose hacia TREPLEV.) No es nada... ¡Sí!... ¡El no
tenía fe en el teatro!... ¡Se reía de mis sueños!... ¡Yo también,
poco a poco, dejé de creer en él y mi ánimo fue decayendo!...
¡A esto se unía la inquietud amorosa..., los celos..., un eterno
temor por el pequeño!... ¡Me volví mezquina..., nula!... ¡No
daba un sentido a mis papeles, no sabía que hacer con mis
manos ni tenerme en escena!... ¡Tampoco era dueña de mi
voz!... ¡Usted no sabe lo que es tener conciencia de que se
ejecuta un papel terriblemente mal!... ¡Soy una gaviota!...
¡No..., no es eso!... Un día..., ¿lo recuerda?..., mató usted una...
«¡El azar llevó allí a un hombre!... ¡El hombre vio a la gaviota y
la mató por hacer algo!»... ¡Argumento para una novela
corta!... No es eso... (Se frota la frente con la mano.) ¿De qué
estaba hablando?... ¡Ah, sí!... Hablaba de la escena... ¡Ahora
soy otra!... ¡Ahora soy una verdadera artista!... ¡Represento
mis papeles con fruición..., con entusiasmo!... ¡Se apodera de
mí como una embriaguez en el escenario, y me reconozco a mí
misma maravillosa!... ¡Aquí ando..., ando incesantemente y,
mientras ando y pienso, siento cómo crecen de día en día las
fuerzas de mi alma!... ¡Ahora, Kostia, sé y comprendo que en
nuestras profesiones -tanto escribiendo como representando-
lo principal no es la gloria, ni el brillo, ni la realización de los
sueños!... ¡Lo principal es saber sufrir!... ¡Lleva tu cruz y ten
fe!... ¡Yo la tengo, y por eso mi sufrimiento es menor!... Y
cuando pienso en mi vocación, no temo a la vida.

nina
roseta:
Konstantin
Hitchcock

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