Un Recuerdo

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Un recuerdo.

Cada 11 de diciembre en vísperas de la fiesta nacional (que no es oficial) mi


barrio se vestía de cuero y sombreros texanos, adornos y flores con veladoras
que alumbraban la capilla del barrio, centro neurálgico de mi barrio, lugar de
reunión para la cascarita o para las fiestas vecinales. Sabías que día era porque
desde temprano los tímpanos te retumbaban al escuchar a Alex Lora y su
Metro Balderas a todo lo que los viejos Estéreos daban.
Desde esas horas podías ver a las viejas polillas de mi barrio que una vez al
año dejaban su trabajo de obreros para ponerse las botas y el cuero, sentirse
"chavos", como ellos mismos se dicen y decían. colgados de escaleras
improvisadas y al son de los Bukis, la Sonora Santanera y algo más movido
podías verlos trepados colgando los adornos que durante días jinetean de casa
en casa.
Después de mediodía se escuchaba el rugir de los camiones del sonidero
arribando a la explanada de la capilla, bocina tras bocina volaban en los
tendederos improvisados en un lugar tan pequeño, la calle central del barrio.
Dos cuadras a la redonda el tránsito cortado por los vecinos que sabían ese día
seria de fiesta total, los camioneros y los de las combis mentando la madre
sabían que "El Plan" (así le puso mi abuelo don Pancho, disque porque es lo
plano del cerro que es mi colonia) ya comenzará con su desmadre como cada
año.
A los más jóvenes nos tocaba barrer las banquetas que hace años municipio
puso y cada vez que hay elecciones las manda a “componer”, al hojalatero y al
plomero les tocaba pintar la capilla y discurrían de quien era la pendejada de
dejar todo al último momento, todos sabíamos que la culpa era de los dos. Las
madres y abuelas apuradas preparaban los guisados y antojitos que venderían
en la noche, doña Bertha, dueña de la tienda más surtida del barrio, se
preparaba para primero rezar y tomar misa para salir corriendo a vender todas
las caguamas que se pudiera, con tal ese día la policía y las autoridades no
existían.
El panadero apurado terminaba los panes que cada año nos regala a todos los
vecinos, junto al café aguado y atoles de dudoso sabor, que preparaban mis
tías, que al final del día y con el frío al terminar la misa todos nos lo
tomábamos igual. Sabías que eran las 7 de la tarde por que el sonidero hacía
que todas las ventanas de las casa retumbaran del estruendoso "probando si,
probando si, uno, dos, tres, si" a esa hora llegaban las sillas rentadas para los
más viejos y pequeños del barrio, de las casas de los vecinos, incluida la mía,
salían en procesión vario pintas imágenes de la virgen, cristos suplicantes de
piedad y santos populares.
Aún recuerdo que cuando era más pequeño ayudaba a mi abuela Carmela, una
de las fundadoras del barrio, a acomodar las imágenes dentro y fuera de la
pequeña capilla que con tantas imágenes que la atiborran parecía más catedral
que capilla. Ese día la virgen y los santos también bailaban con nosotros, el
retumbar del sonidero era el que hacia bailar al son de la changa al san judas
de doña pancha, que descaradamente sacaba a bailar a la sanjuanera de don
Chava.
A las ocho de la tarde el sonidero con tremendo estruendo convoca a los más
pequeños para que partieran las piñatas que tal o cual vecino compró, aún eran
de barro y nunca faltó el niño descalabrado por la misma piñata o por un
palazo. Antes nuestra preocupación más grave era que alcanzaran las piñatas
para todos los niños, eso de cuidado con las descalabradas era un daño
colateral, la vecina conchita, enfermera, salía con los apósitos y vendas para
atender las heridas de la guerra.Terminando con la piñata había años en que
quien sabe de dónde o quien repartía dulces a los niños, cigarros a los adultos
y licor a los más ancianos.
A las 9 de la noche llegaba el párroco Salvador que todos en el barrio le
decíamos padre Chava, un tahúr profesional que se apostaba las limosnas en
peleas de gallo y baraja española, nunca perdió en mi colonia y con ese dinero
ayudo a construir la gran iglesia principal de mi colonia, envidia en sus
mejores años de cualquier iglesia moderna de gran ciudad. Una vez que
llegaba en el vocho viejo de mi tío salía disparado con sotana y copón lleno de
hostias para repartir, ese día era obligatorio comulgar para todos los viejos del
barrio y sus hijos mayores, cual ritual de pasar la antorcha a las nuevas
generaciones cuando los “chavos” ya se sentían viejos para la grilla. Las
señoras que no terminaban aun el rosario tenían que rezar a mil por hora por
que el padre tenía aun diez misas que dar y no tenía el tiempo para esperar. A
la velocidad que permite el laudes, los subastadores se quedan pendejos al
lado de las doñas que rezan en mi barrio.
Las misas más rápidas de mi vida siempre las he presenciado en mi barrio,
uno no terminaba de darse la paz cuando el padre ya te estaba bañando con el
agua bendita, el padre tomaba los crisantemos de la capilla y con un bote de
veinte litros a todos en el barrio nos bañaba con la helada agua, con las
señoras religiosas era más el baño que con los otros, a los niños nos bañaba y
si salíamos corriendo nos correteaba para jalarnos las orejas y bañarnos en
agua.
Una vez que comenzaban mis tías a repartir el café y el pan, el padre metía el
copón en su mochila, una bolsa de costal o una maleta de valía igual, se metía
a la fila y escogía el pan que ya sabíamos todo le encantaba, rechazaba el atole
de dudoso sabor porque sabía que terminaría siendo engrudo, en lugar de eso
se subía de nuevo al bocho y en lo que este comenzaba la marcha nunca falto
el que salía corriendo detrás de el para darle su respectiva caguama “bien
muerta” como le gustaban a él.
Una vez terminada la misa y la repartición del café comenzaba el baile,
primero las calmaditas, una que otra salsa, y mientras tanto de forma constante
el sonidero mandaba el saludo que el vecino Juan le mandaba a la vecina
María, “a ver si ahora si le prestas el ratito que te pidió hace años” ó “un
saludo del Miguel al clavo” y así constantemente, mi barrio es uno de los más
famosos en mi colonia y conforme la noche caía más y más personas de los
barrios vecinos llegaban.
Desde esas horas llegaban las bandas invitadas, algunas para hacerle a los
famosos llegaban en sus camiones, tan antiguos como algunos que vemos en
las fotos de los sesenta, otros en una camioneta apretados por sus instrumentos
y parafernalias, los más sencillos se venían trepados en la combi o el camión
que pasa por la esquina. Comenzaba de nuevo una pelea de sonidos, entre los
saludos de los vecinos y las guitarras desafinadas todos bailábamos o
simplemente reíamos de los desfiguros de algunos vecinos ya borrachos.
A las cinco para las doce de la noche el sonidero y los músicos callaban, y de
un susto brincaban al escuchar la voz de Pedro Infante comenzando a entonar
las mañanitas que todos los vecinos al unísono entonábamos con cariño. Una
vez que terminaban las mañanitas y las porras a la virgen, los más viejos y
más pequeños regresaban a sus casas con sus imágenes a cuestas, esperando el
próximo año para de nuevo salir en procesión. Es cuando comenzaba la
música “de barrio” las bandas tributos comenzaban con “Toda la noche”,
“Todo sea por el Rock and Roll”, con varias pintas canciones del Tri, Tex-Tex,
El Haragán (oriundo de mi municipio), Tres Vallejo, Sam Sam (que tiene una
canción de la tragedia que azoto San Juanico y a mi colonia).
Pero al final cuando la banda ya estaba bien encendida, algunos ya muy ebrios
y otros tantos ya con la mota o los más modernos con la mona, comenzaba el
“slam” y como no comenzaría cuando se escuchaba el “El Vaquero
Rokanrolero”, salían volando los sombreros y los paliacates, los anteojos se
guardaban con las madres, siempre y cuando ellas no le entraran al quite,
cuando ya te consideraban grande te arrastraban para que entraras a la rueda, a
los primerizos les daban sus “sapes”. Cuando sonaba “Tu mamá no me quiere”
todos se ponían a cantar como si fueran un solo ente, muchos matrimonios que
se dieron entre vecinos en mi barrio se identifican con esta canción, como
ejemplo el de mis padres es un claro ejemplo. Pasaban las del Mago de Oz,
pero las favoritas para el desmadre eran las de Montana, los más viejos de mi
barrio atestiguan que apenas cuando empezaba una vez toco en mi barrio (yo
no se si creerles o no pero esa es el mito), y desde entonces se volvió el
consentido en mi barrio. Todo el año mínimo una vez a la semana un vecino
pone sus canciones, que todos conocemos. Regresando a la fiesta, ya a las dos
de la mañana cuando todos fumigados ya no podían sostenerse en pie, la
banda se despedía con esta gran canción: “De que el amor apesta”. Confieso
que el Rock mexicano siempre me ha parecido un movimiento musical que
con muchos cantantes no tiene la esencia que como con sus inicios.
Pero los que es El Haragán y Charlie Montana siempre me han gustado
mucho, antes de conocer a los Beatles y toda su corte, Montana siempre me
engancho con sus canciones y voz áspera.
Mi primera novia marco mi gusto por Montana ya que a ella también le
gustaba y como buen chamaco de 13 años con el primer amor, Montana me
quedo de recuerdo de ella. Hasta hoy que me enteré de la muerte de dicho
cantante recordé todo lo que paso en mi secundaria y lo que pasaba en mi
barrio cada 11 de diciembre, este escrito es solo una memoria más que cada
canción y cantante me trae a recuerdo de mi joven vida.

CONSEJOS PARA NO MORIR EN EL INTENTO.


1. Como se darán cuenta, el lenguaje. Si bien es muy importante tener
coherencia, sintaxis y praxis, sea lo que sea eso, a la hora de escribir
una crónica, a la hora de hablar de ella, el lenguaje que escojamos es de
gran importancia, no es lo mismo una crónica histórica, con la rigurosa
investigación que se necesita para misma, a una crónica de la llamada
vida cotidiana de un chilango.
2. La investigación. Como mencione, no es bueno tenerle miedo a las
fuentes, sean primarias, libros, mapas, archivos, estos últimos no los
recomiendo mucho si no te gustaría morir por culpa de un hongo. O
secundarias ya sean entrevistas o documentales. El deber de un buen
cronista es, considero, no solo fundarse en el mito, en el mi vecino me
conto. De ahí que muchos cronistas o seudocronistas no les guste
documentarse y conocer el pasado histórico en donde se funda su
crónica.
3. El ser cronista no es una tarea, cuando decides ser cronista no importa
tu nivel de estudio, en muchos casos la crónica histórica que es a la que
me dedico más si lleva una documentación, pero en realidad cualquiera
de nosotros, cumpliendo un buen lenguaje y escritura, podemos llegar a
escribir sobre la vida a describirla, que es lo fundamental de la crónica.
4.

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