Maravillas de Salacat

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INTRODUCCION

Quien ha escrito esta novela, jamás ha escrito otra antes, lo


que de importancia tiene esta obra, es pura realidad,
conocerá y vivirá el lector, sin necesidad de ir al lugar o al
momento, estará ahí, trabajando, comiendo, disfrutando,
jugando, viviendo la vida del aquel antaño.

Lo escribí en unas horas de inspiración, timando mis


recuerdos profundos y reales, de vivencias propias y
autónomas.

Este libro nos presenta los recuerdos de muchas personas,


lugares bonitos, anécdotas, etc. historias que solo la muerte
nos harán olvidar, pero los que lean ésta obra se
identificaran con cada personaje y cada lugar quedará
inmortalizado en la mente de los que lo leyeron.

Presenta un boceto de gracia, alegría, tristeza, sarcasmo,


narrativa, realidad, maravilla, etc. Y de exactitud panorámica,
si así se puede decir, de lo que es mi SALACAT MARAVILLOSO
Y ROMANTICO.

Los salacatinos que no conocieron nuestro pueblo en su


plenitud, olvidando sus costumbres, sus raíces y la cambiaron
por la pituquería y dizque por el buen vivir, desterrando la
autonomía y lo oriundo de nuestra zona, con estas narraciones
revivirán todo lo olvidado en aquel lugar de esos tiempos.

La maravilla, sin duda quedó atrás, el mechón de las noches se


reemplazó con la Luz del Mantaro, que también me alumbra y
nos trae el Internet y la Tv. digital.

La obra es brillante, como todo lo que brota de aquel flamante


cerebro, y la ayuda de la computadora, si es verdad que tienen
errores, pero los errores te enseñan, y las aprendes.

El autor: isper
DEDICO ESTA HISTORIA CON MUCHO AMOR Y CARIÑO
A MIS PADRES
DEDICO ESTA

ESTA HISTORIA DEDICO A

MIS PADRES Y MIS

TRES AMORES QUE SON

LA FUERZA DE MÍ

CORAZON Y SON LA

FUENTE DE MI VIDA
DOS PERLAS SIN CONOCER

El recuerdo que tengo en la mente, es cuando tenía apenas

unos tres años y medio, la visión que llevo es la de mi abuela; una

mujer, de unos ojos color del cielo, blanca y de buena estirpe, de

unas trenzas castañas y con rulos, ensortijados natural, era una

mujer muy alta, buena moza, y refinada, una imagen que parecía una

actriz de Hollywood, vestía con un fondo (falda de lana de oveja) color

rosado, una blusa color carmesí, y unos zapatos que no recuerdo el

color, pero eran de taco cinco, traídos de la provincia de

Bambamarca, para la fiesta patronal del quince de agosto.

La fiesta es en honor a la “Virgen del Arco”, la Patrona de

todos los devotos y católicos salacatinos, en esta fecha los

mayordomos y procuradores se encargan de presentar la contradanza


y las pallas, dando alegría a todos los que llegaba de distintos lugares

del Perú.

Mi abuela, paraba su chingana (levantaba un toldo) y preparaba

los ricos potajes, como los que saboreas a la distancia y al tiempo

pasado, ricos platos, pero te digo bastante sabrosos, que de seguro

te caerían un poco de baba si tú lo hubieras probado. El caldo de

carnero a veinte reales, picante de cuy a cincuenta reales,

chicharrones con cancha a cuarenta reales, chicharrones con mote a

treinta reales, segundo con carne de gallina a quince reales, segundo

de carne de carnero a veinte reales, encima ella te daba un vaso con

chicha de jora para que te vayas contento y vuelvas para el siguiente

día. Para matar los calderos después de tomar tu aguardiente y bailar

en las cuatro esquinas de la plaza; con ese bombo hecho de cuero de

carnero, un redoblante, que más parecía el sonido de una sacra vieja

(Caparazón de calabaza) y dos quenas tocadas por el jovencito de ese

entonces cashquin y su orquesta autóctona de Combayo.

La mirada de mi abuela era llena de tesón, firmeza y coraje;

cuando ella reía, se notaba lo angelical, amable, cariñosa, tierna, sus

palabras al escucharlas, ayudaban a ser más firme, en la

personalidad inigualable en su genio. Ña (Doña) Amalla, como la

llamaban, era la dama preferida y muy querida de todo el caserío y

anexos de Salacat (del distrito de Sorochuco, provincia de Celendín –

Cajamarca, Este caserío es muy hermoso, de un colorido paisaje y


serpenteantes caminos construidos desde la época de los Incas, donde

abunda la producción de cereales, tubérculos frutas, flora y fauna que

actualmente se encuentra en extinción, rodeado de dos ríos, el

Chugurmayo, afluente del Toste y este del Marañón) . La querían mucho

los aledaños y eso que ella no era nativa del lugar; era de la Provincia

de Bambamarca. Tenía la costumbre de celebrar todos los años la

fiesta, y en el frontis de la casa de mi abuela se requebraba la

danza, las pallas, el procurador no se quedaba atrás, con su copa en

la boca y su lenguaje florido que decía “lisura” cholos, “lisura”; la

gente interminable para recibir su plato de comida, la danza

(danzantes) comían una buena lapa de zanahorias, un buen mate de

trigo, un buen mate de picante de papas con su tortilla, y su

cucharada de zarza hecha de cebolla china, y ni hablar tremendos

trozos de carne. La gente por su parte se sentaba como si fuera

obligatorio darles de comer, comían hasta de gula, y hacían su

“chane” (envolver la comida) en la punta del poncho, las mujeres en la

punta de su chal, o en su pañuelo después de haberse secado el

sudor de su frente, correteando a las danzas, tomaban la chicha, el

cañazo, hasta quedar borrachos, y mal olientes, algunos se quedaban

hasta el segundo y tercer día. Eso era de todos los años.

En la casa, habían varias mujeres como: ña Ermiña, sus hijas

unas regordetas de tanto que se alimentaban en la casa de mi

abuela, estaba la Simona, ña Antoña, ña Juana Cushi, ña María de ñu


Huaccho, su mujer del Socota, y otras que no las recuerdo, con

frecuencia ayudaban en la cocina y a tejer las frazadas, los cintones

para los ponchos, los pullos (mantas coloridas), las alforjas, los chales,

ayudaban a escarmenar la lana de las wishas (ovejas) hilaban, otras

torcían los hilos, había otra que rajaba la leña, otras mamachas que

llevaban la merienda hasta el sitio llamado: el Plan, los Quengos, el

Aluche, el Idulo, la Cruz, la Pauca, etc., Estas mamachas estaban

bajo el mando de mi abuela, desde el alba hasta el ocaso.

Cuando yo la miraba, era como si David miraba a Goliat, en

cada paso que daba, hacia estremecer el piso, era tan grande, que

los nietos que en ese entonces vivíamos a su lado nos quedábamos

boca abiertos, pero el más enorme era el que estaba a su lado; su

esposo, también gringo con los rulos en la cabeza, de ojos verdes

como si lo estuvieras viendo a un cachascanista de xxx,

lamentablemente, todo está en el recuerdo, a esas dos perlas

quisiera tenerlos estampadas en una foto para que mis hijas también

los vean con ese asombro que yo lo hacía. Y decirles les amo abuelos

ustedes son la fuente de mis inspiraciones: ¡así eran mis abuelos!

Aquel día, estaban desayunando en la cocina, todos sentados

alrededor de la mesa, habían ollas con tremendos trozos de carne,

cancha en una lapa (tazón de madera) y una batea de choclos, vi

también un pote de ají molido en batán y chungo, la que molía era la

Simona, también se encargaba de tostar la cebada para la harina,


surcachar (pelar) el trigo en el batán, pelar el trigo con ceniza y agua

en una paila, pelar el maíz para el mote, etc. Ese día estaban

desayunando varios potajes, consistía en un plato de caldo de mote

con unas cuantas papas, si tenías apetito agregabas un poco de

harina que estaba en una lapa, como para hacerse una manea o

sango (caldo más harina mezclado) así decían los antiguos, que cuando

comían harina eran más fuertes y mi abuelo predicaba así: ¡come

cholo! ¡Come cholo come! para que aguantes todo el día, como él era

el patrón todos escuchaban con atención y respeto, terminaba el

verso diciendo Puluchos (adefesios) de mierda a si traguen lo que

traguen jamás me igualaran. Sentado estaba mi abuelo, en el lugar

principal de la mesa, rodeado de los peones, mi abuelo era un señor

alto, en su mirada se notaba, que era el patrón de todos esos

paisanos que se ganaban el jornal, hasta por un almud (un lado lleno

de la alforja) de papas un sombrero de maíz, o de lo contrario por dos

almudes de cebada, eso era el pago de un día de jornal. El viejo

colorado medio zambo tenía como cincuenta ovejas, unas quince

mulas, dos caballos, cuarenta reses, cientos de chivos, veinte coches

(cerdos) y muchas yuntas de toros, es decir, era un tipo que vivía

holgadamente, dentro del anexo de la hierba Santa.

Yo estaba paradito cerca de la puerta esperando que me

llamen, y como no lo hacían, pensé que quizás mi abuela no se dio

cuenta que estaba ahí, mis manos ya estaban en la cancha para


llenarme a los bolsillos, mis dientes estaban cashcando el choclo más

granoso, mi mate yacía lleno de sango, todo eso pasaba por mi

mente.

En mi tierra acostumbran primero servir a los varones, si sobra

le dan a los chicos, es mas si alcanza comen las mujeres, muchas

veces éstas se quedaban rascando la olla, y muchas no alcanzaban al

medio plato; y cuando mi abuela le dijo a la Simona tráeme el

quesillo del shingue (malla tejida de fibra de maguey colgada en la viga

de la cocina), éste estaba cerca de la puerta, apenas completó la

palabra se dio cuenta que yo estaba paradito debajo del umbral.

-¿Qué?

-¿Estás ahí gringo?- dijo

pero, ella no demoró ni un segundo, y llamó:

-¡Simona! ¡Dame un mate limpio!

la Simona contestó:

-está muy arriba en la parilla (repisa larga)

-súbete en el banco de maguey y jálalo-

La Simona era más chata, que parecía una chapacuete, en

noche de novena del quince de agosto.

Mi abuela se levantaba a las cuatro de la mañana todos los días

para preparar la comida de los peones; Simona vivía en casa de mi

abuela, era la cocinera de los peones, también se levantaba de

madrugaba y desde las cuatro de la mañana pelaba las papas del

caldo verde y tostaba la cebada,


Simona jaló el mate y de pronto cayó un pedazo de quishil

(telas de araña cubiertas de humo negro) en el hombro del cojo Alberto

y al limpiarse el hombro, este lo botó al mate del mono (Antonio el

peón), este pensó que estaba jugando y le echó un poco de harina y

cancha al plato del cojo, el cojo contestó con lo mismo, saliendo

afuera a terminar de jugar, hasta que terminaron peleando de

manos, salimos todos a ver como jugaban, ya no era juego, estaban

que se sacaban la mierda a puñetazos, estaban enfurecidos, los

separaron con un poco de agua, como si fueran dos perros eufóricos,

-en la chacra nos vemos, dijeron-

-a ver quien de los dos levanta más pechada (el que avanza más

rápido en la chacra)

-¡cojudo!- ¡maricón!- gritó el mono, y continuó diciéndole -

¡danza mallua! (insignificante)- -solo por tragar zanahorias, trigo,

tomar chicha y trago te vistes para bailar de danza, ¡carajooo!

-el cojo achicó, desmenuzó su ira y se sentó mas tranquilo en la

otra esquina.

-que calladito estás, le seguía buscando la bulla el mono, todo

bullicioso, como un charlatán, como si fuera el más más de los

peones, todo un faite, todos se reían, murmuraban, las graciosidades

que cometieron esa mañana, y como no se afeitaban la cara parecían

dos nómades, sin chistar yo ya estaba comiendo y dije:


-como no se atora este cojudo, abusivo todo por que es cojo a

ver que se agarre con mi abuelo, de un dos por tres lo hace orinar en

su pantalón como a un niño-

Todos comieron hasta de gula, que me quedé atónito, eran

hombres fuertes, gruesos, robustos y recios; en sus caras se notaba

el sufrimiento, el cansancio, y en sus manos grabadas los callos del

zapapico, la lampa y el cuñuluju (instrumento para sacar las papas, ocas

y ollucos) que usaban durante las diez horas de trabajo.


MI PRIMER CAMINO

Después del suculento desayuno, los peones salieron de la

cocina, unos detrás de otros y se sentaron en las piedras frente de la

casa para recibir su puñau de coca (Porción de coca), cada uno recibió

en su milca de su poncho (doblar como una bolsa).

El tiempo estaba triste, la niebla empezó a subir por Aluchuco,

(anexo de Salacat) la peña blanca se tapó de nubes, por la Pauca,

empezó a caer la lluvia. Los peones, cada uno tenía su función que

desempeñar, el mudo Vishe era el que llevaba el arado, el yugo era

cargado por ñu (don) Santos Cagalera, la yunta de bueyes ya estaba

pasteada desde los tres cantos del gallo (tres de la mañana).

-Vamos dijo mi abuelo.


Todos se levantaron, como cual mujeres sumisas obedeciendo

las órdenes de sus maridos, metieron su talega (bolsa de lana) a su

alforja, apretaron sus fajas en su cintura, arreglaron sus machetes

mogosos (oxidados) y se echaron a caminar, unos ya llevaban la coca

en la boca, no desperdiciaban el tiempo, no sé si era por vicio,

costumbre o el miedo de trabajar todo el día como bestias de carga.

-¿Quieres ir a la banda (Chacra lugar del Trabajo) cholito?- dijo

mi abuelo,

-¡si claro! no me canso- contesté alegremente.

De prisa mi abuelo, busco debajo del horno y saco una lampilla,

-acá está tu lampita cholito- pensaría que me iba a engañar

pero yo sabía que esa herramienta eran para niños y yo quería

herramientas de grandes.

-bueno- dije entre dientes

-algo es algo- refunfuñé, al rato me di cuenta y respondí:

-¡Carajo! que linda está


sube cholito a mi espalda- recalcó.

Mi abuelo me llevó cargado en su poncho color granate, como si yo

fuera un muñeco de trapo, conforme íbamos caminando, le hacía

muchas preguntas; pasamos por la quebrada, un riachuelo de regular

caudal, donde la gente de este pequeño paraje de la Hierba Santa,

lavaban sus trapos y fondos viejos, camisas rachapas (rotas) también

lavaban cabuya (fibra de maguey) para hacer sogas que usaban para

amarrar las wuishas, a orillas del camino de aquellos vecinos que no

tenían pasto ni chacra. Caminando más allá le pregunte a mi abuelo:

-¿que lugar estamos pasando?,

-estamos por la casa de ña (doña) Juana Cushe, me contestó

-¿cómo es ella?- pregunté.

-Ella es una viuda, vieja y alta, de un metro ochenta,

- ¡ha!!!!!

¿Ella era la que vendía el pan? -me pregunté- ¡ha! esta es la

vieja cojuda que en su casa, mi padre se emborrachaba y hasta de

amanecidas, derrochando su tiempo y dinero, pero no le dije nada y

hasta que el me respondió,

-El pan lo tiene en una alforja y en costalillos-, -también vende

el trago, la coca y los cigarros-

-Acá en esta casa tu papá pierde su juventud, su sueño, y hasta

su tiempo y es más trae trigo, alverjas y papas pa cambiar con

cañazo y la coca pa coquear (masticar la coca), agregó;

La conversación se tornó un poco misteriosa,


-Tu papá es un poco borrachito y coqueador, pero es el más

chamba de todos mis hijos, uno de los más machos de sus hermanos

y del pueblo de Salacat-

Era yo un preguntón que hoy en día nadie me tuviera paciencia si

fuera niño,

-¿donde estamos?- dije,

-estamos por Ña Pera- me contestó

Ella una vieja viuda de unos cincuenta años, su casa era chiquita, con

un solo cuarto, donde vivía con su segundo marido pera granputa ya

me empeoré (apodo que le pusieron porque era ocioso y decía estar

enfermo siempre llamándola pera ya me empeoré para no trabajar), su

yerno el Quequera, la Elena su hija que tenía nueve hijos: Rufino, la

empalagosa Cristina, el amado, el zorro, el marciano, cuatro más

cuyos nombres no me acuerdo y el cojo uno de los más pendejos de

todos, también vivía el mate grande, (apodo que le pusieron, cuando era

pequeño quería que le sirvan en plato muy grande, porque pensaba no

llenar su pancita) era su criache de la vieja pera, que hoy es un señor

muy acomodado, por la ciudad de Moyobamba,

Cuando me di cuenta ya habíamos desaparecido de la vista de

la casa, entramos al hueco (hondonada) y empezamos a subir,

llegamos a don Martín (difunto), desde ese sitio se podía mirar casi

todo Salacat, agarramos el chaquiñan (camino corto), y al fondo divisé

una casa grande (Una de las casas más grandes de Salacat), decían

que en esa casa guardaban todos los robos de vacas, caballos,


ovejas, burros etc. por los abigeos, conocidos nuestros (Anselmo

Rojas, el cojo vishino el José Huecro y otros ladronzuelos).

El viejo robusto y colorado de tanto cargarme, note que estaba

cansado, claro que era una larga travesía, pampas y pampas, a orillas

de este camino habían dos hileras de pencas, que parecían la entrada

a un castillo, o estar en una de mis revelaciones, era de maravilla el

caminar por el campo, empecé a correr y llegamos a un lugar llamado

“el descanso”. Más adelante en el camino encontramos al mudo

jushti, este tenía una hija bonita, pero la cara llena de mocos, era

chiquita, cochinita y de fondos anaranjados, en los pies llevaba unas

uñas largas que parecían garras de gallina; saludaron a mi abuelo

con reverencia y temor. Seguimos la travesía bajando un poco y

pasamos cerca de una casa hecha de piedra y paja, que parecía la

casa de aquellos nómades sin destino, le pregunté

-¿que casa para vieja?, ¿no?-

-se parece a la dueña- me contestó.

-Papá meshe ¿quien vive en esa casa?-

-¡no hagas bulla!- dijo

-en esa casa vive una bruja ña nativa pique, tiene un perro muy

malo y bravo-

-Hay que pasar calladito y con el menor ruido posible, no

hables, porque si nos oye el perro nos arranca las trolas-

(testículos);
creo que mucho le preguntaba y ya se estaba cansando, pero de

todos modos me tenía paciencia, seguro era un barajo, para que no

le pregunte más. Me quede calladito.

-ya estamos por la era- comentó

Un tiempo después en aquel lugar, mi papá nos haría trillar la

cebada, el trigo, que lo traeríamos del idulo, (lugar o cueva de

brujería) del aluche, del monte grande, de la Cruz, etc,


Mientras él me hablaba levanté la mirada, y pude ver su dedo

apuntando a un lugar, sin embargo, yo estaba ausente, porque

contemplaba con asombro una enorme peña (quinientos metros de

altura, de donde estábamos parados) que a cualquiera le daría miedo;

en ella se dibujaba una yegua blanca, perfectamente delineada. De

pronto me di cuenta que mi abuelo seguía hablando y capté solo la

última parte:

-en este sitio trillamos la cebada y el trigo, con las mulas y los

caballos,

-ya llegamos al río- comentó

-se llama Chugurmayo- estaba de abote, (lleno de agua) con

agua sucia, traía monte, palos, se me escarapeló el cuerpo, porque

teníamos que pasar el puente de madera (construido a base de chamisa

montes pequeños y tierra), cuando pasamos empezó a moverse por el

peso del grandulón, ya al otro lado del río, noté una casita chiquita

bien abajo, pregunté

-¿quién vive en es esa casita?-

-¡no es una casa! es mi molino- dijo

-¿y qué es un molino?- pregunté.

-este molino esta hecho a base de piedra, debajo lleva una

rueda de madera que es empujada y movida por el agua,

-¿ves esa toma de agua?- apuntó con el dedo

-si claro- respondí


-es por donde va el agua para mover la rueda, ahí es donde

esta el Ántero, tu tío- me dijo.

-En ese molino es donde se muelen los granos, la cebada, la

chochoca (maíz seco), el trigo para hacer el pan en el día de todos los

santos (primero de noviembre celebración de los difuntos)

-falta mucho todavía- comentó

-¿Y ahí esta mi tío?-

-Sí, él está ahí trabajando en la molienda-

Avanzamos un poco más y divisé el río y el abismo, además me

quedé sorprendido de la belleza del paisaje de todo Salacat, la

grandeza, lo inmenso que era, sus caminos, sus faldas y laderas, sus

casas unas distantes de otras, los maíces estaban para choclear

(sacar choclos), comer las cañas y shinguirlos (pelarlos con los dientes),

todo esto estremecían mi corazón. En cada casa se notaba el humo

de la leña verde con la que cocinaban las mujeres salacatinas, con

techos azules y blancos producto del humo; la gente almorzaba tarde

será porque no tenían leña o talvez porque cocinaban con poñas

(leña menuda).

Me orienté y noté donde quedaba mi casa, estaba por el medio

de todo el panorama, también observé el camino por donde habíamos

caminado, parecía una serpiente durmiendo.

Llegamos a la banda cerca de la peña la “yegua blanca” en el

sitio: “el Plan”, que le llamaban todos los peones y respiré tranquilo

porque ya estaba cansado.


LA GRAN COQUEADA

Se sentaron como era de costumbre para comenzar a trabajar,

tenían que coquear, echar coca, cal y ajos a la boca, a la derecha

estaba el mono Antonio, era un gran coqueador, al bolo le agregaba

unos dientes de ajos ñugñis (ajos secos); cuando no tenía ajos, de la

manera más vulgar y asquerosa se metía los dedos a la nariz, según

él, sacaba los ajos y se llevaba el dedo a la boca asegurando que

ahí tenía su almacén.

-mira cholito acá están los ajos-

-además soy mago, te desaparezco en un dos por tres si me

sigues mirando-

Todo temeroso y asqueado di un brinco al lado de mi abuelo


-mono cojudo no asustes a mi nieto- le regañó

Todos tenían una talega de coca para todo el día, un calabazo

(recipiente tipo pera para almacenar la cal) bien adornados con figuras y

dibujos antropomorfos y de colores, hoy me doy cuenta que estos

eran parientes directos y sobrinos de los súbditos de Huayna Cápac;

ese calabazo en su interior llevaba una agujilla, que servía para

meter al calabazo y extraer la cal, lo metían a la boca y mezclaban la

coca con la saliva, y de tanto mover la boca cual rumiante vaca,

hacían una bola en ella, diciendo:

– ¡me esta armando!-

-¡me está endulzando cholo!-

Pero no parecía que les armaba, más bien, que les amargaba el bolo,

porque a cada rato.

-agrrr, agrr, agrr- botaban un jugo verde de la boca, como

carnero que esta con diarrea.

Se suponía que la jornada iba a ser ardua todo el día, eran las

nueve de la mañana, el día se estaba poniendo triste, parecía que iba

a llover, las nubes taparon la peña de la Yegua blanca, se cubrió de

niebla por la conga (anexo) empezó a caer la garúa, un poco que tuve

miedo por la altura del cerro, mi cuerpo se escarapeló; empezaron a

gritar y volar las águilas los gallinazos, los halcones, los chuquiacs;

(zorzal) gritaban, los wuicucos, en el interior del monte los pelos se

ponían de punta, las guayanitas volaban y repasaban el vuelo, los

indio pighgos, (gorrión) cantaban tristes, se cruzaban vez tras vez, los
pugos (palomas silvestres) cantaban desentonados, las ranas parecían

que iban a salir debajo de las pircas, (fortalezas de piedra) pero lo que

me tranquilizaba eran los Huanchacos pechos colorados, se elevaban

bien arriba, daban un canto encantador y bajaban, que ponían la paz

en el alma, con razón el conjunto nube Blanca le cantan: Así

Huanchaco pecho colorado,

no cantes tu melancolía,

mientras tú cantas

yo lloro,

mientras tú silvas,

yo sufro.
Todo ello era otro mundo para mi, nunca había salido de la

casa, cuando pasaban las nubes por encima de nosotros, parecía que

la tierra estaba dando vueltas y el cerro se caía sobre nosotros, pero

era, que ya estaba por llover, las nubes nos cubrieron todo, no se

veía nada, ni un par de metros, cada vez más oscuro, nubes a

nuestro alrededor, había bastante monte, selva como una montaña,

también tenía miedo de ella. La lluvia había cercado el cielo

salacatino a eso de las diez de la mañana, cayó una infernal lluvia,

cada vez más gritaban los sapos y los Wicucos.

Algunos peones corrieron a la choza que años más tarde, fue

quemada, por “el soberana” en el 89 jugando como mitayo, este mi

primo pasteaba un par de toros flacos, una mula blanca muy vieja y

un par de wishas chuscas que eran de su papá, mi tío Jorge (QEPD),

este mi tío era hijo de mi abuelo. Soberana era el hijo mayor de los

varones, un cholito, chiquito, raquítico, negrito pero obediente y

carismático, todos los días se quedaba dormido, por que este no

llevaba su fiambre, a veces llegaba el a la 6 de la tarde a su casa y

las wishas ya habían llegado a eso de la cuatro de la tarde, llevaba

fiambre de harinita envuelto en una joijona (mantel); ordeñaba a las

wishas para hacer su sango, después de comer feliz y contento

estaba, hasta se ponía a cantar, cuando las wishas no se dejaban

ordeñar, recogía agua del río en su sombrero, lo usaba como tazón y

preparaba su almuerzo, el que comúnmente le llaman sango frío.


Nosotros corrimos a la cueva, yo estaba sentado en una piedra,

mi culito se estaba adormeciendo del frío, la punta de mis pies no lo

sentía, parecía congelado, empezaron a caer gotas de agua por la

pared de la cueva sobre mi sombrero lapacho (sombrero viejo y

maltratado), las gotas empezaron a pasar por los huequitos que tenía

el sombrero, por mi nuca ya estaba el agua, ya había mojado todo

mi espalda y mi pecho y los peones estaban felices en “la gran

coqueada”

-¿Qué? ¿Los peones no van a trabajar? me pregunté,

-¿Van a comer y van a sentarse? -¿todo el día?-

No entendía nada, lo que pasaba.

Por un ratito logré entrar en su pensamiento y me puse a leerlos,

-¡como no llueve todo el día para sentarme!- fue lo que dijo el

mono

-ayer la chamba estaba dura, quisiera descansar- al final logró

su intensión.

La lluvia duró como tres horas, nadie trabajó y yo ya tenía hambre,

pero estos que estaban coqueando no tenían hambre, ya estaban

acabando la coca, creo que ya cambiaron como tres bolos, y el

calabazo se estaba quedando sin cal, y la nariz del mono, ya estaba

roja de tanto meter los dedos para sacar sus ajos como él decía, el

mono me miró, como queriéndome dar miedo y con la cara de cojudo

me preguntó:

-oye espedito viejo- -¿donde esta tu papá?-


-¿mi papá?- -él está en la casa- contesté

-Seguro a noche se fue a la Juana cushe- me dijo

-¿no sé?- de miedo conteste, pero en mi mente, le dije

-espera que me haga grande, y te saco la mierda, por cojudo

huevón, y preguntón.

La merienda no llegaba, estaba que me moría de hambre, era la una

de la tarde y yo quería regresar a casa a ver a mi mamá, pero tenía

fuerza de voluntad y me mostraba macho, y además mi abuelo me

decía:

-aaaah, -aaaah, -aaaah, -hambre?- -sueño o pereza-

Yo abría la boca a cada rato,

-los hombres no se corren ni tienen hambre-

-tengo hambre- dije entre dientes, parece que leyó mi

pensamiento

-¿hambre?- -¡acaso no has tragado cholito!-

En mi mente, tenía ganas de echar un poco de hojas de coca a la

boca, y hacerles la competencia, miraba de un sitio a otro, y

conversaban entre ellos, cosas que nunca,…. y ahora si lo entiendo

mucho mejor.
Pasó el aguacero y todos a trabajar, la yunta de toros estaban

todo el rato con el rabo en la espalda que se golpeaban: pun, pun,

pun, eran por las moscas, las que hacían su agosto porque los pobres

estaban recontra uncidos, (amarrados de los cuernos) por un yugo y un

par de coyuntas, que jamás se desatarían sin la ayuda del gañan

(operador del la yunta). La chacra estaba lleno de barro, las yerbas no

se podían ni coger, me puse a tiritar de frío, estábamos entumidos

por la lluvia, mis dientes se daban unos contra otros y mis manos no

las podía llevar al bolsillo y menos sacar el pájaro para orinar.

De pronto levanté la cabeza y la merienda llegó, me alegré un

poco, pensé que mi mamá venía, pero no fue así, eran las vecinas,

hijas de ña Ermiña: la Matilde y la mena, dos sirvientas de mi abuela,

dos señoritas feas y panzonas de facciones gruesas, andaban a pata

cala (descalzas) cargando la comida asomaron en la espalda traían

los quipis (bulto) y los baldes windiuu (agarrados) llenos de Chiclayo

(calabaza), llegaron sudaditas, coloradas, las chinas maldisiadas, con

la nariz shulaleando (goteando) del aguacero y el cansancio.


Ese día trabajaron poco porque nuevamente la lluvia no los dejó

trabajar; pero de todas maneras los peones siguían ganando su

jornal, cuando regresamos a la cueva el mono Antonio, el cojo

Alberto, el mudo vishe, y otros más se dedicaron a la coqueada,

mueve y mueve, el calabazo, chac, chac, chac, chac, golpe y golpe

en la mano y en la rodilla, así se pasaron el resto del día

-Estos solo están sentados y -¿van a comer?- -¿Sin trabajar?-

no pensaba en la fuerza de la naturaleza, pero a mi también me

preocupaba mi pansita, estaba: cau, cau, cau, que sonaba pidiendo la

canchita y los choclitos y hacer un sanguito con harta harina en el

juguito del Chiclayo.

Aquel día almorzamos bien rico, los peones estaban que

comentan sus chistes, cuentos y chismes, el más pendejo era el

mono Antonio.

Por la tarde regresamos a la casa ya no me cargó el viejo

colorado, caminé hasta la casa, unos cinco kilómetros de distancia, el

camino era duro, lleno de piedras y de barro debido a la lluvia, yo

tenía unas hojotas que cuando caminaba se volteaban a cada rato,

así llegamos a la casa, ya eran las seis de la tarde, mi papá estaba en

casa, preguntó si estaba bien y le contesté con una sonrisa y me

cargó, estaba cansado, que apenas cené y me fui a la cama a dormir

sin lavarme los pies.


INOLVIDABLE LUNA LLENA

Me gustó ir a ese lugar, “la banda” iba casi a diario, meses

después ya me había acostumbrado, pero esta vez era con las ovejas

y la vaca pinta que tenía mi mamá, ya me habían dado

responsabilidades, como si fuera el sirviente de la casa, bien decían

en mi pueblo, hay que tener hijos varones para que nos sirvan, y no

pagar peones, por eso mi papá tuvo cuatro peones; años después

uno se escapó por que no aguantó el sufrimiento, el trabajo, el

madrugar desde las tres de la mañana. Cuando huyó el chato mino,

quien ponía la garra era yo, hasta que crezcan el flaco y el Ghute.

Por las mañanas mi mamá me recalcaba que si perdía una

oveja o si la vaca se rodaba por la peña, en la tarde, ya no llegaba a

la casa, tenía que huir muy lejos donde nadie me encuentre, porque

sino mi viejo me chilquía (arrancar) las orejas, o talvez me daba una


paliza de padre y señor mío, o simplemente no me daban de tragar

una semana.

La vaca tenía su cría, un becerro medio plomo, que saltaba todo

el día de un sitio a otro y no comía nada y me preguntaba:

-¿por qué no llora este becerrito si no come?, quise darle mis

choclos que llevaba envueltos en mi joyjona con tal de verlo comer,

cortaba hierba, le daba en la boca y solo la olía, movía el rabo y la

cabeza, pensaba que no le gustaba el suculento menú.

Pasteaba (pastar) todos los días a estos animalitos, tanto que se

convirtieron en mi compañía cotidiana por meses y años.

Por la tarde, cuando regresaba a casa, traía en mi ponchito un

tercio de leña, a veces la leñita se caía, me ponía a llorar y renegaba,

botaba la leña y llegaba sin nada.

Donde yo pasteaba era un sitio muy accidentado, una falda de

gran pendiente que daba miedo, (el río se veía muy abajo, al pie de

la pendiente se notaba el recorrido sinuoso como el de una serpiente;

con agua cristalina, iniciando su recorrido en la cumbre de la

cordillera central del norte, hoy en esta cordillera se excavan las

minas de los perolitos – conocido como las posadas). Cuando un toro

o una mula se rodaban, ya no podíamos sacarlos porque el abismo

era muy profundo.

Me subía sobre la lomita, me ponía a silbar y cantaba mi

huaynito hasta que se haga tarde, recién ahí pude ver, el panorama

completo de Salacat.
Un día no llevé fiambre, en mi mente estaba otra cosa

-Mamá- le dije

-no me mandes fiambre- -solo dame un poco de harina-

Recibí la joyjona y salí corriendo muy apurado, a soltar las wishas y

cungachar (amarrar la soga en los cuernos de la vaca) la vaca; mi

intención era ordeñar la vaca y hacer un sanguito con bastante leche,

sin que nadie se diera cuenta. Mi mamá ordeñaba la vaca y casi no

probábamos la leche porque la usaba en otras cosas: hacía su api

(mazamorra) dulce, o la cuajaba para hacer quesillo y venderlo en la

feria dominical de Sorochuco.


Fui a ordeñar la vaca, primero amarré las patas con la soga,

hasta ahí todo estaba bien, es seguro que no amarré bien y de una

patada desató la soga, lo intente varias veces y no pude ordeñar, me

puse muy triste porque la vaca no se dejó; la palmoteaba para que se

ponga mansita, pero no pude, el tiro me salió por la culata, la vaca se

enfurecía y hasta que logre una patada en la bolas, que me hizo ver a

judas calato, me puse a llorar como a un niño que le quitan sus

canicas; había ordeñado uno diez milímetros de leche como para un

par de lamidas de gato, ese día tuve más hambre que nunca y

cuando llegué a casa para colmo no encontré cena.

Mi mamá estaba tejiendo unas frazadas de una señora de la

conga, (anexo) ella tejía por un saco de papas; fui a buscar en las

ollas y no encontré nada, otra vez lloré, recuerdo que mi mamá me

correteo con un palo para pegarme, pero no pudo alcanzarme, de

cólera wicapeo (lanzó) el palo y pasó rozando mi cunga, (nuca) que

casi me deja mocho las orejas, cuando me di cuenta ya estaba fuera


de la casa, a orillas de la chacra, cerca de un portillo (pase estrecho a

otra chacra) como para poder escapar si en caso me perseguía. Me

senté debajo de un eucalipto, me recosté, como estaba con hambre y

cansado me había vencido el sueño, cuando desperté la luna llena

estaba en la mitad del cielo; no tuve miedo, quise dormir más, pero

estaba que me congelaba de frío, fui calladito a mi cama, entré y

encontré a los cholos durmiendo, estaban ahí el flaco perico, el mino

y el ghute que dormía con papá y mamá, todos estaban durmiendo,

pero ni siquiera se habían percatado si estaba vivo o muerto; lo sentí

mucho, que hasta ahora no puedo borrarlo de mi mente.

Al día siguiente desperté, y fui corriendo a la casa de mi abuela,

ya estaba hirviendo el caldo verde, casi listo para tomar; mi abuela

me dijo:

-¿tan temprano Hijito?

Le conté lo que había pasado, inmediatamente calentó la comida que

había sobrado el día anterior, papas con augana (adrezo) y un pedazo

de carme, del shingue jaló el quesillo y me dio un pedazo en el mate.

Me quede lelo, que rico habían comido anoche, mejor no me

hubiera ido a pastear, creo que voy a venir a vivir aquí; hay bastante

comida, cancha como para llenarme los bolsillos, harina para hacer

un sango, y muchos choclos. Después que terminé mi calentadito,

esperé un ratito; entraron dos chinas altas, grandazas, blancas,

gringas y bonitas con vestidos floreados y fustanes blancos, una de

chompita verde y la otra de chompita rosada, entraron a tomar su


caldo, se sentaron, una en la tulpia (Piedra donde descansa la olla) y la

otra en un banquito al costado de la olla, seguramente para abrigarse

del frío que hacía por las mañanas, esas dos chicas eran mis tías: una

la gringa y la otra mi tía Mary.

-¡Y este cholito!, -¿que hace aquí?- dijo una de ellas, -que ¿no

tiene casa?- -se rieron las dos a carcajadas- echando un poco de

harina a su mate.

Estas estaban en la escuela, ya se hacían tarde, y lo peor es

que todavía no se habían lavado la cara, ni se habían peinado. Mary

era la más haragana, traviesa y la más jodida no se quería peinar,

parece que ese día se fue así toda pagpuma (despeinada) tal como se

había levantado de la cama.

Agradecí a mama Amalia y salí de la cocina corriendo, entré al

cuarto donde estaba Meshe Chico (Alfonso el hijo menor de todos los

hermanos, pequeño rubio, que me llevaba por siete años, ya estaba en la

escuela cursando el tercer año de primaria, seguro que ya sabía la tabla de

multiplicar, la resta y la suma, pero no creo que la tabla de la división,

porque cuando yo ya fui a la escuela era un poco tranca) lo quería despertar

para jugar a los trompos y a los chano-canicas silvestres). Él Meshe

estaba durmiendo plácidamente, y tenía que ir a la escuela, mientras

se vestía y comía el caldo verde se haría tarde, ese día no fue a la

escuela, no se quería levantar y ya el sol estaba arriba, logré

despertarlo, se puso su pantalón, su camisa y su casaca, en eso,


escuché tocar la campana, seguramente las chinas ya estaban

llegando a la escuela.

Meshe chico, era el engreído de mi abuela, no le dijo nada,

comió, salió de la cocina y agarró su trompo, nos pusimos a jugar en

el corredor de la casa (de color blanco), al costado yacía el horno

donde mi abuela hacía los panes, para vender los domingos en la

feria de Sorochuco y en su tienda bien surtida, donde podías

encontrar: caramelos, sodas, (Gaseosas), galletas, chancona,

aguardiente, azúcar, fideos, kerosene, cigarros, velas, sal, pan,

biscochos, coca, etc.

Mi abuela era bien chamba, trabajaba como hormiga, tenía de

todo, la carne no le faltaba, en la quincena mataba un carnero o un

chancho, en la cocina rondaban los cuyes y los conejos estaban

detrás de la casa, no faltaba la carne.


EL GRAN DESFILE

Más allá de mi casa, a lado derecho, no sabía si había pueblos

o casas solo veía un camino que desaparecía, nunca me imaginé,

hasta que un día mi hermano el chato mino fue a la escuela, al igual

que mi hermana la negra Olga.

El chato y la negra entraron a transición (aprestamiento), a eso

de las doce del medio día llegaron trayendo varias noticias de sus

primeras experiencias, contaban sobre sus profesores que venían

de Celendín, de algunos niños mugrosos que nunca se lavaban la

cara y las manos, tampoco se sacaban la mugre de las uñas y ni que

hablar de las mangas tiesas adornadas con mocos, los pies sucios,

el pantalón shil perejil (roto por todos lados), las mangas de las

chompitas les quedaban por los codos y ya no les daban porque

habían crecido y en el cuellito de la camisa se notaba que las pulgas

tenían su madriguera; las niñas llevaban un chal de color negro,


fonditos de varios colores, andaban descalzas, mugrositas y

carpachas (sin ropa interior) las chinas maldisiadas. Además, estos

niños llevaban sus alforjas, en unos de sus lados cargaban sus

cuadernos y un lápiz tajado con cuchillo mogozo, no conocían el

tajador, en el otro lado de la alforja llevaban sus choclos, cancha,

harina, trigo tostado, habas, etc. según su condición y otros no

llevaban nada, a veces, llevaban un huevo de gallina que habían

robado por ahí y lo cambiaban con unos cuantos panes.

El Rojas era el profesor del de los dos mis hermanos, según

ellos era el mejor de todos, porque pegaba a todo el mundo, les

jalaba las orejas, las patillas, les pateaba el trasero a los cholos que

se portaban mal, a las chinas les jalaba la Shimba (cabello trenzado de

las mujeres), les metía la mano y nadie decía nada porque el era el

maestro bueno y el más antiguo de todos. (Versiones recientes después

de algunos años). Rebeca la otra maestra, tenía un hijo llamado

Walter, era bien abusivo, pateaba a todos, les quitaba sus trompitos

a los varones, les jalaba las shimbas a las chinas, y nadie lo

cuadraba, porque era el hijo de la maestra.

Así estaban un buen tiempo, que iban y venían, hasta que

cierto día llegaron con la noticia que iban a marchar, le pregunté al

chato Mino.

-¿que significa marchar?-

–Así- dijo…. -un dos- -un dos- -un dos- estiró la pierna y

derecha y la izquierda sin estilo, pero tenía esas ganas de hacer


quedar bien a su escuelita y a su maestro, se mostró cual militar de

Chavin de Huantar, con sus pasos hacía estremecer el piso, me

quedé asombrado, tenía envidia, yo también quería estar en la

escuela, pero apenas tenía solo cuatro añitos, seguro que si yo

estaba ahí, también marchaba y jalaba la pierna cual escolta del

presidente García, en 28 de Julio.

Pregunté a mi mamá.

¿-que significa marchar?-

-¡marchar!- - significa desfilar por fiestas patrias- pero seguro

no sabía el significado de este desfile por eso no me dio más detalles.

Para este evento del 28 de Julio, la mayoría compraban su

uniforme, también alistaban sus faroles, sus zapatos, todos los

alumnos concurrían a marchar y los aficionados a mirar el desfile en

la plazuelita de Salacat,

Al día siguiente, después que llegó el chato mino de la escuela,

comentó que en la tarde no tenían clases, porque tenían que preparar

sus faroles para el sábado por la noche.

Mamá llamó a almorzar, el chato mino comió rápidamente,

creo que ni masticó bien, terminó su segundo plato de caldo, se

levantó y emprendió la carrera, salí detrás de él corriendo.

¿-a dónde vas?- le dije

-al tío Antero- contestó

¿Y para que?-

-a decirle que me haga mi farol- replicó


-¿solo a ti te hará?-

-sí- contestó,

Tío Antero estaba sentado en la piedra, al frente de la casa de

mi abuela, como era de costumbre después de llegar del molino,

estaba echando unas cuantas hojas de coca a la boca, dizque

adivinando la suerte, si le va bien con la seca Ularia (mujer del

panadero sin truza los comentarios de las chismosas de Salacat, era que tío

Antero estaba con la seca Ularia calladito de su marido)

-¿que cosa quieren cholitos?-

-no me engañan, quieren algo-

-¡Tío!- -¡tío!-

-hazme mi farolito tío-

-ya sobrino- -pero no hay carrizos-

-no importa tío- -voy donde Ña Sarela- -ella tiene un montón,

seguro me da unos cuantos-.

Emprendió la carrera cual chasqui con mensaje del Inca, cruzó

el cerco de Ñu Modesto, entró por el rastrojo del maíz y se perdió,

estuve mirando si llegaba, hasta que llamó:

-¡ña Sarela!-

-¡ña sarela!, al ver que nadie le contestaba, entró calladito a

jalar los carrizos, hasta que el perro escuchó la bulla, y de un salto

en la espalda lo tumbó al piso, el perro chilpió (rasgó) el pantalón,

pero el chato mino ya tenía como cinco carrizos en las manos, logró

escapar del perro saltando y saltando de alegría llegó; pero no le


pasaba el susto del perro, tenía el pantalón como de un manghache

(espantapájaros)

-aquí están los carrizos tío-

-¡están buenos!- comentó

cogió el carrizo, lo miró y movió la cabeza, como diciendo saldrán

tres o cuatro faroles. Empezó a cortarlos.

-Que tu abuela te regale el hilo- el chato fue corriendo a mi

abuela,

¡-mama Amalla quiero hilos para mi farol!-

-mis hijitos- dijo

-claro que sí- saco de su costal un montón de hilos de

diferentes colores, y le dio al chato un ovillo,

-si es para tu farol toma- -pero para jugar no-

-ni menos para cometa- agregó,

El chato mino recibió el hilo, y se lo dio al tío, este no sabía que

hacer, hasta que me vino a la idea.

-tío hazle un águila-

-no dijo el chato-

-Entonces un avión- le dije

-claro, un avión- respondió el chato todo sonriente, después

del gran susto que se había llevado del perro, poco después lo vi

triste, se dio una vuelta todo pensativo, seguro estaba carburando

algo, pero no me imaginaba cual era el motivo, hasta que se

manifestó:
-tío no hay papel-

-¡bueno le encargaremos a ña Ermiña el domingo!-

-¿el domingo?- contesté, como si conmigo estuviera

conversando,

-¡tú cállate!- -estoy hablando con tu hermano-.

-solo el día domingo encontraremos el papel- aclaró-

el chato se puso más triste, dije en mi mente

-pero van a marchar el sábado por la noche- yo estaba tan

seguro y preocupado como si yo fuese el que estudiaba.

Fue corriendo donde mi mamá y le dijo:

-mamá tendré que ir a Sorochuco, (a unos 13 kilómetros y a unas

tres horas entre ida y vuelta) a comprar cinco pliegos de papel.

-si claro- -jala cinco huevos del nido y llévalos-

-lo cambias con papel en la tienda del viejo Marcos-

-De mi se olvidaron- comenté en silencio.

-bueno, si sobra papel le diré que me hagan mi farolito.

De pronto recordé algo que se estaban olvidando, agitado le pregunte

a mi tío:

-Y de Olga- -¿que será su farol?-

-de la negra será una casa- me contestó como burlándose,

-¿casa?- -¡no tío! ¡Eso no!- era yo un preguntón y contestón

-mejor hazle un sombrero- me mate de la risa porque pensaba

que no lo haría, pero este chato Antero era muy hábil y sin

contestarme cortó el carrizo y empezó a hacer tres círculos uno


grande y dos chicos; mientras yo jugaba ya le había dado forma al

sombrero.

-¡tío!- -y para mí ¿que harás?-

-¿el tuyo? que lo haga tu papá, ya me estás cansando a cada

rato estás que jodes, y lárgate de aquí que te doy un shapraso

(golpe con una rama pequeña) por las costillas-

calladito escapé de su presencia y me fui a mi papá.

– ¡Papá!- – ¡Papá!-

-hazme mi farol- tuve miedo, pensaba que mi papá me

rechazaría, pero él me contestó contento:

–te haré un tamborcito hijo para que marches a lado de tu

hermano-

estuve muy contento, calladito fui y le robé un carrizo a mi tío

Antero, lo traje donde mi papá.

Cuando vi que mi farol ya tenía forma salté de emoción, mi

corazón empezó a latir al triple de lo que latía, me sudaron las

manos, no veía las horas de ir al paseo de antorchas.

Pero no tengo uniforme pal desfile dije, mi mamá estaba

escuchando seguramente,

-rayel- dijo mi mamá -¿Dónde estás? Quise contestarle

aquí, pero no me dio tiempo para hacerlo

–ven te mido-
jaló el centímetro, midió mi cintura, agarró la silla y la llevó cerca de

la máquina y de los retazos empezó a coser mi pantalón del

uniforme, el color tanto del pantalón y de la camisa fue beige.

Estaba desesperado, ansioso de ponerme mi pantalón y mis zapatitos

de plásticos que me compraron para ese día; los zapatos solo nos

poníamos para fiestas y seguro que ésta era una de ellas, por eso mi

mamá dijo:

-cholo aquí están tus zapatos, cuidadito que te tropieces y los

rompas- agarré y me los puse con cuidadito, en la punta del zapato le

puse un poco de lana de wisha, me quedaban grandes (así

acostumbran a comprarle a sus hijos dizque para que dure más tiempo)

pero así no podíamos ni andar, caminábamos como si fuéramos unos

robots mal fabricados.

Mamá no me compró las medias, según ella no alcanzaba la

platita solo había para la sal, el Kerosene y para unos cuantos

azafranes, jamás alcanzaba para golosinas como: los pancitos, los

plátanos, ni pensar en caramelos, era remota la posibilidad de comer

una galleta,

Cogí mi farol y corrí detrás de ellos, me interesaba el paseo de

antorchas, tenía tanta curiosidad de ver los faroles por la noche,

cuando por fin logré verlos, eran luces multicolores con diferentes

formas; esa noche estuve muy feliz, estaba maravillado, quería que

todos los días se repitiera la misma escena.


Por primera vez había llegado al pueblo de salacat, no vi el

camino porque era de noche, sin embargo con los faroles parecía un

pueblo en movimiento, pregunté a mi papá:

-¿Qué esta pasando aquí?-

-es 28 de julio- -todos los años marchan- -yo también

marchaba cuando era alumno de esta escuela- me contestó.

Después que terminó el desfile era tranca para regresar a casa,

las velas de los faroles se estaban acabando y la noche estaba muy

oscura, no se veía nada, estuve preocupado por volver a casa, mamá

fue en busca de un mechero (botella de vidrio llena de kerosene con un

pedazo de trapo en la boca de la botella) para iluminar el camino.

-¿a dónde vamos mamá?- le dije

-a prestar un mechón- me contestó

-¿de quién?- nuevamente le pregunté

-de la señora Ruma-

-¿de la señora Ruma?- y no encontré respuesta alguna.

Esta señora no estaba, fuimos a la señora Justina que vivía al

lado de la plazuela, ella nos prestó un mechero. En el trayecto

comentábamos lo que habíamos visto, mi papá me cargó porque

tenía bastante sueño, no me acuerdo como llegué, puesto que de la

plazuela a mi casa hay más o menos dos kilómetros de distancia.

Al día siguiente era el desfile, recién pude ver como llegábamos

al pueblito de salacat, un camino real de cuatro metros de ancho,


muchas piedras, altibajos, acequias, huecos y subidas, había muchas

casas para llegar hasta la plazuela.

-mamá- le dije

-¿en esa casa blanca quien vive?-

-¡la tía Lourdes y el tío lucho!- aquí empezaba la calle del

pueblo, era ancha y empedrada.

-sigue la casa de tu tío casacho y tu tía nativa- dijo

-y la ¿otra mamá?- nuevamente le pregunté,

-es la casa de don Gerardo (su hija fue unas de mis

tantas) seguidamente la casa del señor Luciano (también su hija fue

mi flaca años después). En una esquina de la plazuela estaba la casa de

la señora Rumalda, (su hija fue mi enamorada por muchos años), una

casa muy bonita, con unas rejas que jamás había visto, me quedé

mirando asombrado, de pronto; salió una niña bonita con pelo negro

azabache, estaba bien arregladita y la quedé mirando, ella cruzó la

calle al otro lado de la vereda, también era su casa la del frente, no

la volví a ver, hasta cuando entré a la escuela.

Ña Rumalda, vendía panes en una canasta, gaseosas y

caramelos, mirando estuve por la reja porque quería coger un pan,

pero me dio miedo y seguí corriendo a lado de mi mamá, le pedí

-¿me compras un pan?

-solo tengo para comprar la sal y el kerosene- ya te lo dije

-acaso no has tragado en la casa- -has comido dos platos de

caldo- y ¿pides pan?- me contestó.


Mamá no entendía lo que un niño ansía comer golosinas de la

tienda como: los caramelos, los pancitos u otras cositas.

-otro día no te traigo al pueblo- me recalcó

-sino compro la sal ¿que le hecho al caldo?- -y sin kerosene no

arde el lamparin - (tarro de leche y vacío le echan a su interior kerosene,

lleva una tapita de la misma lata con un huequito por donde sale el

mecherito, éste era nuestra luz eléctrica de todos los días, meses y años,

con ésta luz hacíamos nuestras tareas cuando éramos estudiantes.)

Tuve que aceptar lo que ella me decía, en mi mente se

dibujaba la niña de pelo negro, pero más se dibujaban los panes de la

canasta, éste era el deleite de los que pasábamos por ahí, se me

caían las babas, no aguante más y regresé corriendo a robarle uno,

pero me di con la sorpresa que ahí estaba sentada la vieja Ruma, se

truncaron mis ganas, me agarré de la reja como quien disimulando la

cosa, quise meter la mano y ella se dio cuenta.

-quisiera ser el dueño de estos panes y comerlos toditos con

un poco de quesillo y miel- emprendí la carrera y a mis padres les

encontré por el centro de la plazuela,

-casi me dejan mamá-

-oye- -¿donde te has metido?-

-estaba queriendo comprar un pan-

-¿comprar?-

-no tienes ni un centavo, menos vas ha tener para un pan-. En

ese momento renegué de nuestra situación, pero las ganas no me


pasaban, quería regresar otra vez a la canasta, pero como no

conocía me perdería, entonces inquirí:

-¿donde los encuentro?

Eran las nueve de la mañana, llegaba la hora del desfile, todos

estaban formados y listos, veía tocar unas cornetas por alumnos que

cursaban el quinto de primaria, eran grandazos y cholazos, otro

tocaba los platillos, otros los tambores y uno el bombo y esa era

toda la banda, no sé si tenían compás pero tocaban, lo cierto es que

todos alzaban las piernas unos tras otros, al mando de un ex soldado

de la guerra del 41 apodado (pata plana) y el viudo Lucas. Yo estaba

al último, porque no estaba convocado para este desfile, era un

aficionado más y que mi padre lo diga,

-¡eso!- -¡eso!- -¡ese es mi cholo!- para hacerme sentir el

más valiente del mundo salacatino. Cuando me acerqué a la tribuna,

todos centraban las miradas en mí, pensaba que yo era el que

marchaba mejor que todos los alumnos, y no era así, sino; que era el

más chiquito y estaba al último, además era blanquito y bonito que

llamaba la atención a todos los mirones de ese día.

El palco estaba lleno, el Director Rojas, el teniente gobernador

Lucas Chávez, el síndico Sergio silva, el juez de paz no letrado Noe

Tacilla y otros que nos los veo tan de cerca, cuando pasábamos ellos

se paraban y aplaudían la barra de padres se enloquecía. Era un

delirio el estar en el gramado, porque pista de desfile no había, pero

existía esas ganas de tener a la Patria en el corazon.


Se acabó el desfile, pensé que mi mamá compraría siquiera

unos diez panes y me daría dos como premio por el desfile, apenas

compró seis panes y caramelos uno para cada uno, no fue como yo

pensaba, me molesté y dije

- no marcharé nunca más- nadie me prestó atención.

Cuando regresamos a casa, mi abuela nos llamó a comer,

había preparado un picante de papas con cuy por fiestas patrias.

Estaba contenta porque había desfilado, me cargó llena de orgullo y

al chato mino le sobó la cabeza, levantando la voz

-mis nietos- dijo

-no los voy a gozar- -de repente ya estaré bajo tierra- se puso

triste, quise hacerla reír y llenarla de alegría, le dije:

-cuando yo sea grande te voy a comprar tu vestido verde

abuela- se alegró bastante por la promesa y me abrazó.

La promesa nunca se cumplió, parece que ella presentía lo que

sucedería años más tarde.


LA OTRA CARA DE LA MONEDA

Mi papá tenía que viajar, no sé a donde pero se fue, no

aprovechó lo que mi abuelo tenía, al cabo de un tiempo escuché a mi

mamá decir:

-nos tenemos que ir de viaje donde está tu papá-

-¿A donde mamá?-

-a Chiclayo-

-¿que es eso?- dije -¿Chiclayo?- -¿ese que comemos mezclado

con leche, y hacemos nuestro sango?-

-¡No!- contestó

-Chiclayo es un lugar bonito, una ciudad muy grande, allá hay

carros, casas, tiendas y ropa muy bonita-

Mi papá trabajaba en un hospital en la ciudad de Chiclayo. Ya lo

habían decidido, teníamos que ir todos para allá, así que nos
alistamos rápidamente y en una semana estábamos viajando; no

había maletas, la ropa y los pellejos donde íbamos a dormir los

llenamos en costales, como si fuéramos ropavejeros.

Ese día, para el viaje mi mamá y mi abuela prepararon

bastante fiambre, mataron las gallinas, los cuyes, frieron las cecinas,

y los envolvieron en las joyjonas.

Esa noche no pude dormir de emoción, no veía la hora que

amaneciera,

-¡amaneció cholos!

escuché una voz toda triste y meditabunda, era Antero Pérez, salí

corriendo de la cama en calzoncillo a pata cala y de pronto me di un

tropezón cerca de la puerta, me fui de cara a la acequia donde caía la

gotera, mi tío Alfredo, el negro, (hermano menor de mi mamá) corrió a

levantarme, nos estaba ayudando a ensillar los caballos, enjalmar los

mulos; la ropa estaba ya en los costales, yo cuidaba de mi ponchito

colorado y de mis llanques que no se quedaran, nos alistamos todos

los hermanos, en total éramos seis: Olga, el chato mino, el flaco

perico, el ghute, Betty y yo.

¿Qué será?, ¿donde será?, ¿Cuándo llegaremos?, ese era mi

pensamiento, segundo a segundo, mi emoción aumentaba, de tanto

pensar en el viaje me olvide mi ponchito y mi trompo, mis dos

cositas que tanto quería.

Las cosas las ataron en los mulos, mi tío Alfredo agarró una

alforja grande lo puso en el anca del caballo y nos llamó:


-¡cholos vengan aquí!- -que los voy a subir-

Corrimos lo más rápido que pudimos, me cogió y me metió en

un lado de la alforja y al otro lado al flaco perico, así comenzó la

travesía de nuestro viaje. Primero iríamos a Celendín, que nos tomó

más o menos unas ocho horas de viaje, después tomaríamos un

camión con destino a Chiclayo. Íbamos en caravana y fila india

camino a Celendín; los caminos eran angostos y de grandes

pendientes pasamos: Pishan, Los carafshos, Los blancos y Alanya.

Mi tío Alfredo iba con nosotros (él tenía que regresar los mulos

y caballos de Celendín). Seguíamos bajando hasta Alanya, (anexo)

este lugar muy cálido, lleno de frutas, y chirimoyas, cada vez más

abajo hasta el río Toste, éste me hacía recordar al río chugurmayo

de aguas cristalinas, el puente también hecho de chamizas.

Estábamos en el lugar más profundo y después empezamos a subir la

cuesta a lo largo de unas dos horas; que larga y cansada era este

recorrido, veía a los caballos y mulos como si lo hubieran echado un

poco agua, era el sudor de tanto trajinar.

Yo ya tenía hambre, el ghute el más tragón, lloraba mucho en

la espalda de mi tía Lucila (que lo llevaba cargado y caminando todo

el camino). Tanto sería la emoción, que no percaté si mi abuela iba

con nosotros, o se quedaba en casa, ya estando en este lugar, me

di cuenta que ella también bajaba del caballo y sentándose en el

campo empezó a desatar las joyjonas diciendo:


-Yo también he traído el fiambre- al desatar la joyjona me

percaté que había en la lapa: papas, cuyes y gallina igual que mi

mamá- sonreí. Mi abuela agregó diciendo:

-canchita por si acaso, porque los cholos comen como peones-

sonriendo amorosamente.

-¿Dónde estamos?- le pregunté a mi tío Alfredo,

-en el Lanche- (lugar: mitad del camino en este lugar se

acostumbra a comer el fiambre) comentó -aquí se come el fiambre-

Nos bajaron del caballo, estábamos cansados, las piernas se

sacudían, la alforja no era tan cómoda, como el estar caminando o

montado en el caballo; nos sentamos todos, era la hora de comer el

fiambre, me alegre por los cuyes, que estaban a los costados,

aquellas ricas papas con augana (aderezo: azafrán, zanahoria y ají bien

fritos en una pequeña ollita)

Después de comer el rico fiambre emprendimos de nuevo el

viaje, pasamos por Molino Pampa, (caserío) una pampa inmensa que

nunca había imaginado, las lagunas (lugar de la rica chica), tiendas

repletas de botellas de chicha y pan en las canastas. Todos los

mayores se instalaron como media hora para tomar su rica chicha,

noté que estaban zombis y colorados por la sazonada que se habían

dado; ya eran las cuatro de la tarde, iba preguntando por donde ya

estábamos, nadie me contestaba, parecía que estaban cansados y

agotados de tanto caminar todo el día, no era para menos, después


de unos minutos, mi abuela me contestó, porque había escuchado mi

pregunta.

-ya estamos llegando a la cruz verde- empezamos a bajar de

nuevo, -cholito casi ya llegamos no más falta una hora- noté que los

arrieros empezaron a alegrarse,

-¡so!- -¡so!- -¡so!, mula, ya llegamos les hablaban a las bestias,

vez de consolarnos a nosotros,

-¡Llegamos!- dijo el más grande de todos, era mi abuelo el que

vio primero la provincia de Celendín, como si nunca hubiese ido se

emocionó tanto. Por el tamaño que yo tenía no divisé nada, al chato

mino lo noté agonizante porque había caminado casi todo el trayecto,

-todavía estoy vivo- se dirigió al grupo.

Cuando nos acercamos un poco más, recién pude divisar dos

torres muy grandes que parecían dos mamaderas y miles de casas

que me quedé asombrado, entramos por el Cumbe, empezó una

calle inmensa, volteamos en la primera esquina a la izquierda, y de

ahí media cuadra y a la derecha, bajamos por una calle muy bonita

con cemento y con veredas y bastantes tiendas ya no había barro, ni

polvo, ni monte, era “la otra cara de moneda”. Gente que vestiía:

zapatos, zapatillas y casacas; los niños me miraban como a bicho

raro, o será porque estábamos en la alforja; y así llegamos a una

casa, era la posada donde se alojaban mis abuelos, ellos siempre

venían a Celendín; una hora más tarde nos instalamos a dormir en el

suelo sobre las caronas (frazadas o mantas viejas que se les pone a las
mulas y caballos debajo del enjalme o montura) y salimos a divisar de la

esquinita ya eran las siete de la noche, observe que algo raro corría,

pero no tenía patas y atrás llevaban una luz roja parecía una bola y

tenía un sonido, ya tenia miedo preguntar, porque te mandaban por

un tubo, estaban renegando de lo que tanto habían caminado, pero

mi abuela nos dijo:

-Cholos,- -estos son carros- -son sapitos-

Yo pensaba que los sapos que había en mi tierra nos habían

seguido, aquellos que estaban debajo de las piedras habían crecido y

que los chiquitos se quedaban hasta que crecieran.

Se trataba de unos escarabajos, autos de diferentes colores.

Sin comer dormimos porque algunos estábamos con el

estómago lleno y solo algunos comieron el fiambre de lo que había

quedado, pasamos la noche de frío acostados en el suelo. Las mulas

y caballos estaban dándose su banquete de su exquisita alfalfa.

Cuando amaneció, mi abuela Amalia, el viejo Meshe Pérez y

mi mamá fueron a buscar el camión para el viaje, apurados llegaron

-todos al camión- dijeron en coro

Nos embarcamos, queríamos subir como sea, pensábamos que

nos dejaría, ansiosos no veíamos la hora de subir, por fin subieron las

cosas, los costales, papas, etc. El camionero llevaba wishas,

chanchos, pavos, gallinas, etc, el ayudante dijo:

-Cholitos a la caseta del camión- llegó la hora de partir rumbo

a Cajamarca, no había avanzado ni dos kilómetros empecé a


vomitar, todo lo que había comido en el día anterior. Pasamos por el

lugar “agua Colorada” recién supe a donde venía mi papá, donde

recogía el cargamento para llevarlo a Sorochuco era un lugar muy

atractivo, lleno de pinos, paja, cipreses, etc

En este sitio había un hermoso restaurante, a 3500 m.s.n.m no

bajamos a comer porque mi mamá llevaba bastante fiambre, en el

trayecto hacía bastante frío, la cama estaba en los costales, solo

estábamos puestos unos ponchitos como fuéramos a pastear nuestra

wishas y así llegamos a Cajamarca a eso de las dos de la madrugada,

al lugar denominado la Recoleta,

El carro demoro unas horas para luego seguir con el viaje con

destino a Chiclayo, de tanta ansiedad nos había ganado el sueño,

recordamos ya casi por llegar.

Así al cabo de dieciséis horas llegamos a Chiclayo a la casa de

unos tíos primos de mi papá. Verdaderamente “era la otra cara de la

moneda”.

-mamá quiero agua de mi pozo gritaba el Ghute, yo reclamaba

mis choclos, el flaco pedía la canchita, el chato mino pedía las papas,

la negra Olga estaba callada, La Bety lloraba por su tete, mi mamá no

sabía que hacer, lo veía con desesperación, no tenía ollas, ni tazas, ni

mates, etc, no era nuestra casa, se puso a un costado de la sala y la

vi derramar sus lágrimas.


El viaje fue en verano, estábamos mojaditos del sudor, papá

no estaba había ido a trabajar, llego como a las cinco de la tarde y

todo fue alegría para mi y mis hermanos.

Mis tíos y primos al cabo de unos días se estaban aburriendo de

nosotros, por la cantidad que éramos y las travesuras que hacíamos,

hasta que un día escuché a mis tíos decir:

-Prima Otilia, -la casa es pequeña tienen que alquilar un

cuarto- -son bastantes y comen mucho- mi mamá acato su pedido y

nos fuimos de su casa.

En Chiclayo estuvimos aproximadamente dos años y debido a

la enfermedad de mí papá tuvimos que regresar a salacat.

Cuando regresamos creo fue el peor momento de mi vida que

no logro borrar de mi mente, pensé encontrar a mi abuela, (ella había

regresado antes que nosotros)

No entendía lo que había pasado, mi mamá trató de decirme

algo sobre el caso de mi abuela, cuando llegamos mama amalla ya no

estaba, había fallecido víctima de cáncer. Desde ese momento cambio

mi mundo y mi vida, mis esperanzas se frustraron y cambió también

la vida de todos mis hermanos padres, vecinos, peones, mamachas,

etc.
LOS VIAJES Y MÁS VIAJES

Después de un año de regresar de Chiclayo, mi papá se iba de

viaje en reiteradas oportunidades a Lima, a Tumbes, Jaén, San

Ignacio etc. con un tal Santos Rojas (capataz por muchos años en las

carreteras QEPD) y nos quedamos con mamá, ese día me quedé triste

y muy acongojado, fui detrás de la casa y me puse a llorar, pensaba

que nos había abandonado-

-¿cuándo vendrá mi papá? sollozaba, mis lágrimas daban

vueltas en mis ojitos pardos, yo quería mucho a mi papá, mi

pensamiento era solo él. Solamente dijo:

-hasta luego- Hechó al hombro su costalillo, su sombrero a la

pedrada, y se retiró.

Todos estábamos tristes, a mamá ese día no le dieron ganas de

preparar la cena, en la tarde nos dio un cafecito con un par de


humitas saladitas y calientitas, como yapa un choclito a cada uno y a

la cama.

Para consolarnos de la tristeza; en las noches nos contaba

cuentos como: Juan amansa burritos, Juan Tutupe, Juan osito, Juan

sin Miedo el conejo el Cóndor etc., y siempre nos quedábamos

dormidos y cuando nos levantábamos al día siguiente el caldito verde

(hecho con papas, muña, ruda y huevitos) ya estaba listo, cuando mi

mamá tenía mucho que hacer, la negra se levantaba renegando para

prepararlo.

Tomando el caldo verde a veces no nos llenábamos porque

éramos varios hermanos, el yute comía mucho, a pesar que era el

más chiquito; comía tres mates y se echaba casi todo la lapa de

harina, no pensaba en los demás, si comíamos o no (hasta ahora es

así); talvez no se daba cuenta por que era pequeño, donde

estábamos aliviados, era cuando el flaco perico comía un solo mate;

veía que mi mamá a veces no comía ¿será porque no tenía hambre

o tenía pena de su esposo que estaba de viaje? o porque no

alcanzaba el caldito, si era así entonces comíamos mucho.

El yute, a veces por las mañanas no se quería levantar de la

cama, mamá lo dejaba durmiendo porque era su bebé, si por algún

motivo se despertaba temprano, hacía un tremendo berrinche y para

eso no era bebe, era preferible que se quedara durmiendo; era bien

astuto y mañoso, cuando se quedaba en la cama, mamá a veces se

olvidaba de él y después recordaba y corría a verlo lo encontraba


sentado y con la sorpresa, estaba en medio de la cama, mamá lo

cargaba para bajarlo y ya estaba pesando más de su peso, se había

hecho el dos, mamá tenía que bañarlo calatito con agua fría en la

pampa (frente de la casa había un área de gras que servía para jugar)

muchas veces estaba lloviendo y aprovechaban el agua de la lluvia,

otras veces mamá nos hacía acarrear agua del pozo, aunque estaba

fría y así lo bañaban, pero nunca escarmentaba, en esos momentos

mamá tenía que lavar la cama. Esta rutina se repetía casi siempre.

Mi mamá se levantaba tempranito a tejer las frazadas o coser

las camisas, pantalones, sacos, mortajas, gorros, pañales de colores,

fondos, etc. Obras de un viejo medio magnate en Sorochuco. Los

trabajos quedaban listos para hacer la entrega los días sábados en el

distrito de Sorochuco; mamá nos llevaba para ayudarle a cargar, nos

bañaba, nos cambiaba, y alistábamos en nuestra alforjita lo que

había cocido y emprendíamos el viaje; sudando y sudando

caminábamos con ella. Con el dinero que le pagaban, nos compraba

los cuadernos, lapiceros y lápices.

Cuando regresó mi papá después de tres meses, me alegró

bastante. Empezamos a buscar en su costalillo, hasta que

encontramos unas bolsitas chiquitas; le di mucha importancia a esas

cositas.

-¿dulces?- recuerdo que dije; como quien disimula la cosa

agarré un caramelo
-nadie me vio- dije. La negra había visto lo que estaba

haciendo, me dio un pellizco en el brazo como diciendo estamos a

medias, quiso hablar pero se calló; estaba esperando que mamá

repartiera, rápidamente lo llevé a la boca ¿sería la emoción o el

miedo? lo pase entero, casi me atoro, recién papá se dio cuenta, y

me dio un puñete en la espalda para hacerlo regresar, el caramelo ya

estaba en mi panza.

Mi mamá se dio cuenta de lo que había hecho, contó los

caramelos y faltaba uno, no dijo nada, al momento de repartir a mis

hermanos les dio tres y a mi dos.

El susto pasó, mientras mi papá conversaba, mi mamá sacó un

paquete cuadrado del fondo del costalillo, era como una galleta

grande y en su interior contenía miel, no le di mucha importancia,

me hubiese importado más si nos traería un pantalón, una chompa,

o un par de llanques de la ciudad. Los pantalones que teníamos eran

demasiados viejitos, chiquitos, rotos y con tremendos parches en la

rodilla de lo que jugábamos y trabajábamos, la chompita y la camisita

también nos quedaba chiquito, pero como éramos bastantes

hermanos, seguro que a mi papá no le alcanzaba la plata para

comprarnos ropita nueva.

Ya nos habíamos olvidado de la tristeza que nos causó el viaje

de mi padre, todo había vuelto a su normalidad, cuando

repentinamente papá se despidió y viajo de nuevo, desde ahí en

adelante se vendrían viajes y más viajes.


PEONCITOS

Los viajes que mi papá realizaba se hicieron costumbre, pero

cuando él estaba en casa, nosotros le ayudábamos a trabajar en la

chacra o a pastear los toros para ir a trabajar en el arado y alistar

las mulas para ir a Celendín, llevábamos papas para venderlo en el

mercado de abastos a cincuenta intis la arroba; y de regreso traíamos

arroz, azúcar, fideos, cajas de aceite, etc. Esta mercadería teníamos

que llevarla con las mulas hasta Coñicorgue (antiguamente era

desierto, un lugar a unos 3700 msnm, donde hoy en día se fabrica bastante

queso y quesillo; es un centro poblado y un mercado donde se vende de

todo desde un salchipollo hasta droga. Continuamente llegan los camiones,

combis repletas de pasajeros, pasando cerca de las minas de Yanacocha,

aquí ya se puede llamar por celular, ver las mejores películas por cable
mágico, utilizar un USB etc.). Allí vendíamos todo lo que llevábamos, la

jornada de trabajo y el trajinar era fuerte porque todavía éramos

pequeños, rogábamos que la lluvia no nos alcanzara porque el

camino era lleno de barro y charcos, además, algunas veces

aumentaba el caudal del río y se llevaba el puente; la carga era

pesada y teníamos que rodear hasta por Chugurmayo , (anexo) nos

habíamos convertido en “peoncitos” de mi papá; esta rutina

empezaba cuando yo ya tenía siete años y el chato nueve.

El nos levantaba de la cama, desde los tres cantos del gallo (no

teníamos reloj ni radio, para ver o escuchar la hora) ; los lugares donde

íbamos eran distantes de la casa, llevábamos los toros a pastear al

sitio “El Plan”, a veces a “El aluche”, “la cruz” o a “la Pauca”; para

colmo no teníamos linterna ni mechón, la luna aparecía de vez en

cuando y caminábamos en oscuras al instinto y guía de los animales.

Por las mañanas el desayuno (en Salacat se acostumbra a comer por

mañanas denominándolo almuerzo) nos llevaban a la chacra, esto era

cuando no íbamos a la escuela y por la tarde después de salir de

estudiar; dejábamos nuestra bolsa de cuadernos he íbamos corriendo

a repetir la jornada ( a veces regresábamos montados en un caballo y

arreando los toro, los amarrarlos en la huaylla para luego el día siguiente

hacer los mismo)

Muchas veces regresábamos a la casa a eso de las ocho, nueve o

diez de la noche, silbando y cantando alegremente, algunas veces

tristes, a esas horas los vecinos de la rivera del camino ya estaban


durmiendo (se acostumbra a dormir temprano a las 6 0 7 de la noche, por

eso los rumores de llenarse de hijos) ; a veces llovía en la mañana, en la

tarde o en la noche, este ponchito se humedecía tanto que pasaba

y nos mojaba todo el cuerpo, estaba hecho de lana de wisha; no

teníamos botas solo llanques; éstos se volteaban por el barro,

llegábamos sacudiéndonos de frío, ni siquiera usábamos calzoncillo, el

pantalón roto de las rodillas, de las cuatro letras ni hablar.

¡Como deseaba dormir! gozar de mi sueño y de mi niñez, como lo

hacen los aristócratas y niños de la ciudad. Pero hoy no me

arrepiento, soy un hombre y un papá responsable.

Cuando llegábamos mamá nos servía la sopita y un plato de

papas sancochadas, que rico saboreábamos con su ajicito, la comidita

todavía estaba calientita en el fogón (cocina artesanal con tres piedras

que servían de soporte para las ollas de barro) y sobre las tulpias.

(Piedras de soporte para la olla).

Los trabajos que hacíamos con mi papá o sin él, era la siembra de

trigo, papas, maíz, cebada, alverjas o lentejas, arar la chacra, o hacer

los tarpuches (arar en terreno eriazo exclusivo para las papas) etc.

Éramos tan trabajadores que fuimos los primeros en sembrar y

cosechar los alimentos de la zona. Esto nos daba orgullo.

Cuando regresábamos, acostumbrábamos a hacerlo calladito para

escuchar lo que estaba conversando la negra Olga quien dirigía la

conversación, el flaco perico pedía los cuentos, el yute solo

escuchaba porque no sabía pronunciar bien las palabras y Betty, en el


seno de mamá. Cuando abrí la puerta estaban acostados en las

camas empezando a contar cuentos: -¿alguien sabe uno?- dijo la

negra

-Yooo- dije

-¡ohhhh!- ya llegaron dijeron en coro-

–Si- respondí-

-¿sabes el cuento “del Zorro y el conejo”?-

Cuando no queríamos ir a pastear los animales, mi papá nos

regañaba diciendo:

-aprendan de mi, cuando ustedes sean grandes no les será

nada difícil-

-yo he sacado adelante a mi padre- -he sufrido sirviendo en las

arrierías, viajando día y noche con siete mulas y un caballo

completamente solo, iba por semanas a traer la carga del lugar

“Agua colorada”, (lugar donde dejaban el cargamento porque a

Sorchuco ni Salacat no llegaban los carros ) a un día de ida y otro

de regreso bien lejos de aquí y caminando- -yo dormía en el


campo, llevaba mi fiambre, comía muchas veces

completamente frío; iba dos o tres veces por semana no llegaba

a la casa, los viajes eran a traer el cargamento de muchos

señores Sorochuquinos, estos me pagaban bien, con este

dinero, tu abuelo compró muchos terrenos.

-También yo viajaba con mis mulos y caballos hasta balsas

(lugar a tres días de viaje de ida y tres de regreso mas allá de

Celendín) antes no había carro, también traía cargamento de

ahí como: paltas y naranjas y otros productos de la zona;

regresando me iba a la Bajería (lugar de la sogas y los caballos

finos y bonitos) a traer sogas, esto era a unas seis días de viaje

a caballo- –y nunca me he quejado a nadie- dijo todo

machazo.

Esas palabras de mi padre me animaron a ser más valiente y

aguerrido de todos mis hermanos.

Por eso cuando yo salía de la casa a cualquier hora de la noche

yo nunca tenía miedo a nadie ni a nada.

Cuando estábamos más grandecitos, con todo nuestro trabajo

habíamos logrado tener muchos toros, vacas, wishas, mulas, caballos

y amplios terrenos. Entonces teníamos que cuidar los animales de los

abigeos (ladrones de ganado), papá construyó una chocita donde

solamente cabía una cama (imaginaria), pero dormíamos en el suelo

con bastantes pellejos de wisha y unas tremendas frazadas de lana,

que verdaderamente si nos abrigaban el cuerpito. La choza lo hizo a


base de palitos lliulliqueros (palitos rectos) y shitas (palos tubulares); la

cubrió con bastante paja de cebada y en el interior de la chocita

colgaban las pajitas; éstas nos molestaban cuando entrábamos, esto

me vino a la mente y comencé a quemarlas con la luz del lamparín y

rápidamente las apagaba, así lo repetía en varias oportunidades,

hasta que hubo un momento que ya no las pude apagar y se incendió

toda la choza incluyendo las frazadas y los pellejos, ese día no

dormimos, nos quedamos a la intemperie, el chato me pegó duro con

la correa, meshe chico me dio un coscorrón (el vivía con nosotros desde

que murió mi abuela y nos acompañaba en la choza) no sabíamos que

hacer, si avisarle a papá o escaparnos del lugar, hasta que meshe

fue hablar con mi abuelo para que no nos dieran la maja (pegar)

como a burros cansados, este fue inmediatamente a interceder por

nosotros. Después papá meshe (abuelo) fue a traer una carpa que

era de mama amalla de sus tiempos de chingana para cubrirnos del

frío; ésta nos sirvió por mucho tiempo, ya que mi papá de cólera no

la reconstruyó por muchos meses.

La choza era nuestro dormitorio por muchísimo tiempo alli, por las

noches contábamos cuentos y cantábamos Huainitos propios de la

zona como:

-“Huayanita de la banda, no tomes agua del río, porque tu mamá

hay decir que estas preñada de mi”-

-“de esta banda a la otra banda me corrieron como al oso no es

por ladrón sino por amoroso”


HUELLA IMBORRABLE

Cuando mamá no estaba, la negra Olga aunque pequeña

asumía esa función; yo ya tenía ocho años. La negra trataba de

imitar en los quehaceres de la casa, para ella todos siempre

estábamos cochinos y a como de lugar, ella nos quería bañar, pero

como no tenía tanta experiencia y era un poco ociosa, no calentaba

el agua para bañarnos, aprovechaba la lluvia poniendo la batea

donde cae la gotera. Empezaba con el flaco perico este era como

rueca (palo donde va la lana para hilar) nunca le gustaba ir al campo

con las ovejas o a la chacra, se quedaba a ayudar en la cocina, tejía

gorros y chompitas para cambiar con huevos, era un aniñado, le


gustaba jugar con muñecas y hasta se vestía de palla (chicas

danzantes) cuando jugábamos a la fiesta del quince de agosto.

Ahora es profesor de primaria en su tierra de Huangashanga, (a

3500 msnm lugar de las ricas papas y la abundante leche, distrito de

Huasmín, provincia de Celendín) este corría como corre caminos, la

negra no lograba agarrarlo, entonces, calmaba su furia, con el

panzón yute, era gringuito y blanquito como leche sin nata, un

panzón que no podía correr (comía de gula hasta pedía mash, mash)

hoy es el más grande de todos los hermanos; lo cogía de los pelos,

lo metía a la batea, donde caía la gotera, le lavaba la cabeza con

bastante detergente ña pancha y jabón San Martín (hoy no tiene pelos

por el jabón y el detergente), lo sobaba con un pedazo de teja, que

después del baño salía como un camarón.

Cuando mamá fue de viaje y nos dejó solos en la casa, todos

dormíamos juntos en una sola cama y como yute comía de gula, una

de las noches, como era pequeño, seguramente no controló sus

esfínteres y se cagó en la cabeza de la negra Olga, fue tanto la cólera

de la negra, que a media noche se levanto y justo estaba lloviendo

lo metió con todo ropa a la gotera, el yute lloraba como una muñeca

con pilas, la amenazaba que cuando sea grande, no le compraría

ningún vestido ni chompas de color rojo.

El chato, un niño inquieto burlón y haragán, un día mí mamá le

sirvió su comida en el mate, la tenía que acompañar a la jalca a traer

la papa, mamá se llevó una tremenda sorpresa, el chato comió rico


salió de la cocina y se escapó escondiéndose detrás de las yerbas,

ella no tuvo otra alternativa que llevarme.

Mi mamá era muy trabajadora, tejía frazadas para el trueque

(una frazada por un saco de papas), mamá nos hacía ovillar hasta las

doce de la noche, para no quedarnos dormidos, nos contaba los

cuentos, heredados de su padre Pedro (QEPD), el viejo cachaco

(apodo), que era un gran narrador de cuentos, tanto que en cada

relato me ubicaba en el lugar y en el tiempote de los hechos.

Mamá era como Penélope… tejía de día y de noche cosía,

también se había dedicado a la venta aguardiente y coca.

La coca, la traíamos desde la plaza de Coñicorgue (un mercado

solo los días viernes a dos horas de Salacat, hoy a esta plaza ya

llegan los carros desde Cajamarca a solo tres horas de viaje) o de la

provincia de Celendín.

Íbamos a Celendín a las tres de la mañana, montado en una

mula blanca alquilado de mi tía la doctora (apodo). Nos demoramos

en la provincia haciendo las compras, de regreso en el camino nos dio

la noche, era luna llena, parecía que el sol todavía no se ocultaba,

cuando llegamos a casa todos estaban durmiendo, yo estaba cansado

me acosté en la cama a lado de los otros cholos, caí profundamente

dormido e inmóvil como un madero. En la mañana dizque llegó un

vecino llamado Alfonso Valdivia llamando y hablando alteradamente.

-señora Otilia- -señora Otilia- (ni siquiera saludó) -ayer sus

cholos se han metido a mi huerta y han arrancado toda mis plantas


de habas, rocotos, col, culantro, destrozándolo todo- mi mamá no lo

pensó dos veces, agarró la reata, (soga larga de cuero de toro) y

descargo su ira sobre mis costillas, (hoy me cuenta mi mamá, yo estaba

durmiendo) el golpe logró despertarme, yo no sabía porque me

pegaba, traté de decirle:

-yo te acompañé a Celendín- pero era en vano no entendía

nada, mientras me castigaba los cholos escaparon de mi lado,

corrieron, se burlaron y se rieron satíricamente de mi. Me castigó

tanto que estos golpes dejaron “huellas imborrables” en mi mente,

que hasta ahora no los puedo olvidar.

Después que me pegó, llorando le explique que yo no fui el de

la habas, fueron ellos, ayer yo no estaba acá, viajé contigo, recién se

dio cuenta de su error pero ya me había dado una tremenda tanda.


MIS PRIMERAS LUCES

En el pueblecito de Salacat ( a dos mil ochocientos metros sobre el

nivel del mar, cubierto de un espléndido cielo azul, de hermosas peñas

como: La Peña de la yegua Blanca , la del Carirpo, la Conga, la peña del

Horno de la Quillimsha y las faldas de la pampa conformando por una

exorbitante vegetación de eucaliptos, shitas, yerbasantas, zarzas y pencas

etc. que nos llenaban y llenan de orgullo el ser Salacatino); donde la letra

no llegaba en su plenitud, solo unos cuantos letrados que atinaban a

decir, unas frases muy antiguas de su época de tortura, maltrato y

resistencia al abecedario, la tabla de multiplicar, los 14 incas, etc.

En mis tiempos de escuela, la letra entraba con sangre o al

rincón quita calzón decían unos cuantos por ahí, cuando regresé de

Lima, después de algunos años a la fiesta del quince de agosto; al


escuchar esa frase, me vino a la mente la Jesusa, una maestra que

por el paso de los años, tenía los cabellos blancos, la cara añeja llena

de arrugas, las manos arrugadas como pellejo mojado, y hasta

andaba encorvada como una viuda en sufrimiento. Era mi maestra,

que cuando llegué por primera vez a la escuela (transición) me dio

tanto miedo

-¿esto es la escuela?- me pregunté.

Un lugar donde todos los niños por temor estaban calladitos,

porque el primero que hacía bulla, seguro les arrancaban unos

cuantos pelos, y sin querer les mataban las liendres y los piojos,

inquilinos que llevaban en la cabeza, o el Director Rojas, les chilquía

(jalaba) la oreja, o talvez les daba una patada en las cuatro letras, les

hacia regar toda su canchita que llevaban en su bolsillitos. Nadie

llevaba lonchera pituca (sándwich, hamburguesas, galletas, frugos,

doritos, chizitos, gaseosa, etc.) No teníamos ni la menor idea que

existía, pero algunos llevaban dentro de su alforja una talega, con

unos cuantos choclos, y el bolsillo del pantalón lleno de canchita,

otros llevaban trigo tostado, cachangas, harina con azúcar, unos que

otros panes, y la gran mayoría no llevaba nada.

La Jesusa, con sus gritos nos ponía los cabellos de punta, que

hasta la Dominga y la Celia (mis compañeras) dos chinas robustas,

negras, fondadas (falda larga) y carpachas (sin calzón), se orinaban del

miedo en su carpeta; dos chinas con un par de neuronas en la

cabeza. No me acuerdo que hizo esta anciana, antes de salir al


recreo, pero llegó la hora de salir. La Jesusa, con más de setenta

años tenía ganas de jugar o talvez quería retroceder unos cincuenta o

cuarenta años, y así; bien formaditos, agarraditos de la mano

salimos.

-¡con cuidado!- dijo,

La noté cansada, por el trajinar de la vida,

-¡esta vieja!- Comenté rápidamente, -seguro nos lleva al lado

de los cagaderos (letrinas)-

al poco rato ella dijo:

-Vamos al centro de la plazuelita. No había otro sitio para jugar

a las rondas.

Jesusa, como le decía Hernán (hijo de Ña ruma) el más gordo y

panzón del salón, ya la conocía por que vivía cerca de la plazuela y de

la escuela, este ya correteaba con algunos niños desde la infancia, y

le tenia confianza, repetía Jesusa, Jesusa, Jesusa y se callaba.

Esta maestra nos hizo jugar, mata tiru, tirulá, con su voz de

mando y feminista, nos separó en dos grupos, mientras me unía al

grupo de los machitos, me llamó la atención una mocosa blanquita,

de apenas seis años, tenía la cara como de un ángel y brillaba como

el sol en medio de los árboles; yo quería estar a su lado, y ella se

corría al otro lado, no podía escapar porque era el primer día de

clases, después me di cuenta que no debía cansarla, porque si esto

pasaba, al día siguiente seguro que no venía, como mi acoso era

tanto se puso a llorar y me alejé, luego me agarré de la mano de


Marta, esta si se derretía por mi y yo nunca me di cuenta, hasta el

colmo que casi pierde el ojo en una bronca con Estela por este

pechito; pero esto ya era en el cuarto grado de primaria.

Mi inquietud fue tanto, que ese día no comí, ni pude dormir esa

noche, al día siguiente en la formación, me acerque calladito al lado

de Shute (mi primo) y le pregunté por ella, la describí como era, ni

siquiera sabía cual era su nombre, pero cuando le pregunté por ella

resulta que era su vecina.

-¿Elsa?- -¡no! ¡Ella! ¡no!-dijo con bastante énfasis:

-Tas cojudo, será paque su papá te saque la mierda-

-mejor jugamos a los chanos o al trompo y me dio un lapo en

el hombro-

-Te voy a contar, ella es tu prima guevón-

-¡no!- -tú estarás templado- le regañé

-¿Como?- -también es mi prima- me contestó

Agache la cabeza y me di la media vuelta y sentí como si me

hubiera dado un piquete en el corazón, ella era la hija del primo de

mi mamá, se me pasó las ganas; fue como si estuviera para alargar

la mano y arrancar un pedazo de quesillo y comerlo calladito, pero

cuando mamá te ve, se pasan las ganas.

Estudiábamos mañana y tarde, ella no vino el día siguiente,

seguro que se quejó en su papá, eso más que seguro, porque cuando

yo iba con mis ovejas a pastear, el día sábado me encontré con él, en

el camino cerca del río.


El papá de aquella bonita niñita, un hombre alto, vestía su

pantalón de lana de color negro, una leva marrón, una alforja, llevaba

un machete y algo que parecía una soga; todo gruñón lo noté

diciéndome:

-tú eres el que estabas jodiendo a mi hija, la próxima vez que lo

hagas te capare las bolas-

Me imaginé que me quedaría sin bolas como un carnero chiclón

(sin testículos) o como un buey que solo servía para jalar el arado.

En la escuela todo era tristeza para mí, porque la mocosa logró

retirarse, pues mi corazón no estaba contento.

Pasaron dos años, y yo ya estaba en segundo grado, nos

cambiaron de profesor (un tal llamado Barbarán) en este grado conocí a

Marisol una niña limeñita blanquiñosita de cabello castaño, estaba

con un vestidito blanco y fondito anaranjado, así la vi llegar al patio

donde formábamos todos los días a las ocho de la mañana, después

de la formación pasamos a nuestras aulas, no la perdía de vista,

estaba detrás de ella, parece que se dio cuenta que la estaba

mirando, apenas me miró le mandé un guiño, me contestó con una

sonrisa, me puse contento salte de alegría, fui corriendo al shute

para contarle lo que había pasado, La chiquilla se sentó en la última

carpeta cerca de la puerta, era la más bonita del salón y de la

escuela, cada día me acercaba a ella, le conversaba, le sonreía y ella

también me devolvía la sonrisa, no tenía competencia mas que uno,

mi primo shute, que también estaba templado de ella, pero no le


daba bola porque era negro y chato, además no me preocupaba,

porque yo era el brigadier del salón y sabía mas que todos mis

compañeros es por ello que todos me respetaban, siempre salía a la

pizarra, daba buenos exámenes orales; era el primero en presentar

mis tareas; ella me miraba siempre, le caía como anillo al dedo.

Este shute me quería serruchar el piso, buscó el momento oportuno

para contarle que yo estaba con Estela y con Marta a la vez, que

éstas se habían peleado por mí unos días antes; con razón él ya

estaba con ella en el recreo paseando y le invitaba sus choclos, yo

me sentía celoso, hasta que un día tome fuerza y le dije que quería

conversar con ella, no se negó, hasta que me declare y me aceptó,

me acerque y la becé en al mejilla.

En nuestra inocencia despertó el amor y así estuvimos hasta

terminar la primaria. Al siguiente año nos separamos, yo fui a

estudiar al colegio secundario (en salacat no había colegio) al distrito de

Sorochuco y ella viajó a Lima a vivir con sus familiares de su papá,

hoy vive en EE. UU, donde tiene un condominio y está muy bien

casada.

Fin

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