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—¿Qué quieres?

Agarro con fuerza el teléfono. De pronto, estoy completamente tenso.


—¿Podemos hablar? —inquiere vacilante.
—No tengo nada que hablar contigo.
—No entiendo por qué estás tan enfadado. Me dejaste en directo frente a
miles de personas. Creo que lo mínimo que me merezco es una explicación.
Ahí está de nuevo ese tono de superioridad. Me entran ganas de
contestar de malas maneras, pero me obligo a guardar la calma porque una
parte de mí sabe que tiene razón.
—No necesitas más explicaciones. Estaba harto de la situación. Por eso
lo hice.
—Podrías habérmelo dicho —responde con voz suave pero tono
acusatorio, y me sienta como una patada en el estómago. ¿Es que acaso
nunca me escuchó?
No tiene sentido seguir perdiendo el tiempo con ella.
—Está bien. Lo que tú digas. Buenas noches.
—Espera —se apresura a decir antes de que pueda colgar. Me armo de
paciencia y la dejo hablar—. Estoy en Mánchester. Adam me contó que
ahora vives aquí. ¿Podemos vernos? He venido a hablar contigo.
—¿Estás en la ciudad?
Se me revuelve el estómago. Debería habérmelo imaginado. Adam sabía
que venir hasta aquí habría sido inútil. Por eso ha enviado a Michelle. Sabe
lo mucho que me costará decirle que no a ella.
—Solo quiero arreglar las cosas, Liam —insiste con delicadeza—. No
me gusta que estemos peleados. Por favor.
—No será en público —me adelanto. Ya no me fío de sus intenciones.
—Dame la dirección de tu apartamento e iré.
—Está bien. Nos vemos dentro de treinta minutos.
—Seré puntual —responde, y entonces cuelga la llamada.
La pantalla del teléfono se queda en negro y me paso una mano por el
pelo, frustrado. Joder.
Dudo, pero termino enviándole un mensaje con la dirección. Iré allí y
escucharé lo que sea que tenga que decirme. Nada más. Le di explicaciones
en su día, pero las repetiré si es necesario. Hemos sido amigos durante
mucho tiempo y tiene razón cuando dice que la he perjudicado
profesionalmente. Esto es lo mínimo que puedo hacer.
Camino hacia la casa como un autómata. Justo cuando llamo al timbre,
mi móvil vibra porque Michelle ha contestado. No me da tiempo a leerlo.
La puerta se abre y veo a Maia.
—Menos mal que estás aquí. Lisa nos matará como lleguemos tarde.
Se me cae el alma a los pies. Mierda.
La fiesta.
Antes de que pueda decir nada, Maia se gira y entra en el recibidor. Se
detiene frente al espejo. Cuando mis ojos se clavan en su silueta, me doy
cuenta de que está diferente. Parece más ella. Lleva un vestido negro corto
y ajustado que deja entrever las curvas que se esconden debajo. Es de
manga larga, pero deja los hombros al descubierto. Aunque estoy seguro de
que Maia estaría increíble llevando cualquier cosa, no puedo negar que me
gusta verla así. No es por la ropa ni por el maquillaje, sino porque, por
primera vez en mucho tiempo, por fin se ha tomado un tiempo para ella.
—¿Quieres una foto? —se burla al notar que la observo—. Te duraría
más.
—Depende. ¿Saldrías con o sin el vestido?
Me mira de reojo y sonríe. Decido que tengo vía libre para darle un
repaso. Joder, sí que le sienta bien. Sus piernas parecen infinitas. Continúo
bajando y esbozo una sonrisa burlona. Nunca pensé que la vería con
tacones.
—Vas a matarte con eso —comento para hacerla enfadar.

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