El Dolor en Una Sonrisa

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El dolor de una sonrisa

Los hijos de los Bermont VIII

Sofía Durán
Derechos de autor © 2021 Sofía Durán

© El dolor de una sonrisa

Todos los derechos reservados


Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier
similitud con personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo
intencionado por parte del autor.
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema
de recuperación, ni transmitida de cualquier forma o por cualquier medio,
electrónico, o de fotocopia, grabación o de cualquier otro modo, sin el permiso
expreso del editor.

Editado: Sofía Durán.


Copyrigth 2021 ©Sofía Durán
Código de registro: 2112220095822
Fecha de registro: 22 de diciembre 2021
ISBN: 9798789047477
Sello: Independently published

Primera edición.
Para todas aquellas personas que han sido heridas
y por los verdaderos amores, quienes aman todas y
cada una de nuestras partes rotas.
Contenido

Página del título


Derechos de autor
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Epílogo
Prólogo

Ashlyn apretó sus ojos hasta que luces blancas se


mostraron en el interior de sus párpados, al mismo tiempo
sintió como mordía sus labios con tal intensidad, que incluso
creía que se los arrancaría con los dientes. Era terrible;
sentía como su estómago se revolvía una y otra vez, lloraba
sin emitir sonido alguno. Cerró con tal fuerza sus manos,
que incluso se hacía daño sobre su palma con sus uñas,
tratando de enfocarse en ese dolor.

En esos momentos, no podía pensar en nada, sólo era


consciente del gran odio que incrementaba en su interior,
del asco, del dolor, de la vergüenza, la frustración y de todo
aquel sentimiento negativo que existiera y ella jamás había
conocido… al menos, no hasta ese día.

Abrió los ojos lentamente, la oscuridad sólo estaba siendo


menguada por el ligero fulgor de la luna, quien fuera el
único testigo en tan atroz fechoría. Ella no era capaz de ver
mucho, tan sólo aquel collar que resplandecía con los rayos
que entraban por la ventana, aquella cadena plateada con
ese anillo colgado.

La petulante joya no hacía más que moverse ante sus


ojos, como un recordatorio permanente de su atacante, del
ser despreciable que la había reducido hasta lo más bajo,
denigrándola en todos los sentidos, haciéndola sentir débil,
sucia y desvalorizada. Aquel anillo se grabaría eternamente
en su cerebro, como parte de una herida marcada con fuego
sobre su corazón y también sobre su hombro derecho, como
última prueba de que la habían destrozado.
Capítulo 1
Ashlyn despertó de golpe, sentándose en la cama y
mirando hacia todas partes, dándose cuenta que se
encontraba en su casa de Londres, a salvo, bajo el techo de
sus padres. Cerró los ojos y tocó su pecho, tratando de
controlar su agitado corazón; sintió un escalofrío recorrerle
su cuerpo, viéndose en la necesidad de abrazarse a sí
misma para que el miedo saliera de su cuerpo.
—Estás bien Ashlyn, estás a salvo, tus padres jamás
dejarían que te pasara nada, tu hermano jamás dejaría que
te pasara nada, tú misma jamás dejarás que te vuelva a
pasar nada. —La chica se hablaba en voz alta, tratando de
relajarse.
Lentamente se tocó una herida en específico, aquella que
descansaba en su brazo derecho, justo a la altura de su
pecho, como para hacer más obvio la obscenidad en la
persona que se había atrevido a tanto con una mujer
inocente.
—¡Ashlyn! —Tocaron con insistencia la puerta, asustando
a la joven que dio un brinco sobre la cama y miró hacia la
puerta—. ¡Mamá dice que bajes ahora! El tío William ya está
esperándote.
La pelirroja miró hacia el reloj que se encontraba sobre la
chimenea de su habitación y saltó de la cama, dándose
cuenta que en verdad se le había hecho tarde. Cambió sus
ropas rápidamente y bajó corriendo las escaleras; debía
agradecer que, por lo menos, había dejado sus maletas
listas y dispuestas para cuando su tío diera la orden.
—¡Ya voy! ¡Lo siento!
—Ashlyn, es de mala educación dejar a las personas
esperando —regañó su madre rápidamente, viéndola bajar
las escaleras.
—Lo sé, me quedé dormida.
Adam Collingwood miró a su hija con una sonrisa; estaba
despeinada, con el vestido mal abrochado y una sonrisa
permanente que llegaba a iluminarle los ojos. Desde
pequeña, esa pelirroja había tenido una predilección por él,
lo seguía a todas partes e incluso se deshicieron de que
durmiera con ellos a una edad bastante avanzada.
—Ashlyn, ven aquí. —Pidió el padre, estirando el brazo
hacia ella, invitándola a que lo abrazara. La muchacha lo
hizo sin dudar y sonrió complacida—. Quiero que te portes
bien, nada de alterar a tus tíos, nada de escapadas para ir a
jugar póker, nada de…
—Sí, sí. Me comportaré —rodó los ojos la joven.
—Lo digo en serio señorita —la tomó de los hombros y la
miró acusadoramente, como si supiera que no cumpliría con
su palabra.
—Papá, ya dije que me portaría bien.
Adam sonrió de lado y le besó la frente, mirando a su
cuñado, quien simplemente asintió con una sonrisa e invitó
a que Ashlyn saliera primero mientras los hombres se
dirigían unas palabras. Katherine, comprendiendo esto,
tomó a su hija y la encaminó hacia el coche que los llevaría
hacia el puerto.
—Tranquilo Adam, cuidaré de ella.
—Gracias —suspiró el hombre—. Me preocupa, desde ese
día que… ella jamás nos ha hablado de ello, pero sé que
aún la pasa mal. Quisiera que volviera a integrarse a la
sociedad, que piense en casarse, estudiar o en lo que
quiera, pero que tenga aspiración.
—¿La crees deprimida? ¿Después de tantos años?
—Más bien, creo que está desilusionada de la vida. Es
como si nada le interesara en verdad, vive jugueteando por
un lado y otro.
—Es joven aún.
—Lo es, pero ni siquiera he escuchado que se haya
enamorado —Adam apretó los labios—. No me gusta eso.
—¿Preferirías casarla?
—Jamás la forzaría a algo así. Simplemente me parece
extraño que ni siquiera tenga una inclinación, ni el más
mínimo interés en una relación con alguien.
—Le hará bien estar con Alice —William tocó el hombro
de su cuñado con aprecio—. Ella se encargará de Ashlyn.
Adam asintió y lo miró agradecido.
—Lo dejo en sus manos.
William dio una palmada amistosa al hombro de su
cuñado y salió de la casa, despidiéndose de su hermana
menor con un beso y subiendo al coche, donde su
atolondrada sobrina lo esperaba con una sonrisa y un
entusiasmo contagioso mientras se despedía de sus padres
y hermanos por la ventana.
—¡Adiós! ¡Los veré pronto! —les gritaba mientras
lentamente se alejaban de la propiedad y ella se sentaba
correctamente, mirando a su tío con una sonrisa—. ¿Cómo
está la tía Alice, tío? ¿Los trillizos y Philip siguen siendo
desastrosos? ¿Qué tal le va a la pequeña Millie?
—Tranquila Ashlyn, estás por verlos a todos.
—¡Es que me da tanto entusiasmo volver a ir a París! Mis
papás me lo habían negado desde… —ella paralizó su
sonrisa y meneó la cabeza, acción que ella cometía cuando
intentaba reprimir algo—. ¡Estoy impaciente por verlos!
—Ashlyn, no tienes por qué guardarte las cosas, somos tu
familia, si quieres hablar de algo, estamos aquí para
escucharte.
—¿Hablar de qué, tío?
William suspiró. Comprendía perfectamente a su sobrina,
nadie sabía a ciencia cierta lo que había sucedido aquella
noche en París, pero fuese lo que fuese, Ashlyn se negaba a
contarlo y no había poder humano que lograra sacarle
siquiera una palabra.
La pelirroja se dedicó a hablar con la voz llena de
felicidad, era claro que regresar a París era algo que la
entusiasmaba, aunque William comprendía bien el porque
sus padres le habían negado el permiso por tanto tiempo. Ni
siquiera él sabía las reacciones que Ashlyn podría tener al
volver a pisar las calles que en algún momento la vieron
sufrir.
Ashlyn, sin embargo, se sabía lo suficientemente fuerte
como para poder volver a esa ciudad que amaba tanto sin
sentir lástima por ella misma. La verdad era que incluso lo
tomaba como una meta personal, no dejaría que un evento
caótico en su vida la marcara y amargara para siempre, de
hecho, se esforzaba día con día para demostrar que era
mucho más que un momento de tristeza y horror, quería
demostrar que, aunque a veces pasaran cosas malas, uno
debía superar aquello y decidir ser feliz, porque era una
decisión.
Llegaron a Dover después de unos días de viaje en
carroza y constantes paradas en posadas. Estarían en Calais
pronto y sería un pequeño recorrido por algunas ciudades
de Francia para llegar a París.
Ashlyn no podía contener su emoción, incluso creía que
su tío ya se había enfadado de su voz, pero si así era, él
jamás se quejó. Y pensar que aún les faltaba el viaje en el
barco.
La pelirroja miró al horizonte con una sonrisa, le
encantaba la sensación de la brisa marina sobre su rostro e
inundando sus fosas nasales. Para ella, el inicio de un viaje
siempre era cautivador y emocionante, amaba viajar,
aunque no lo hacía en exceso, solía ir de un lado a otro,
visitando a sus parientes regados por el mundo.
Menos a París, no visitaba Francia desde que ella tenía
diecisiete, y de eso hacía seis años. Demasiado tiempo para
no visitar una ciudad, incluso creía que ya no reconocería
nada del lugar que tanto adoraba.
—Tío… ¿Qué es el amor?
William regresó una mirada sorprendida hacia su sobrina
y elevó una ceja antes de adelantarse interesado.
—¿Por qué lo preguntas?
—No lo sé, supongo que porque no lo he sentido jamás.
—Lo creo imposible, ¿es acaso que no amas a tu familia?
—Sí. —Ella se sonrojó—. A lo que me refiero es al amor de
pareja… ¿Cómo te enamoraste de tía Alice?
—Bueno… —El hombre sonrió—. No de la manera
convencional.
—¿Acaso fue una historia extraña y muy única? —la joven
posó sus codos sobre sus propias piernas y colocó la barbilla
sobre sus manos, mostrando su interés—. Me encantan esas
historias.
—Es diferente leerlas a vivirlas, Ashlyn. Créeme cuando
te digo que no fue algo fácil, tu tía sufrió y yo lo hice
también.
—Pero la amabas, ¿Cierto? Por eso lo superaron.
—Claro, la amo. Pero no todo fue color de rosa en un
inicio.
—¿Es que no te casaste enamorado?
—Yo… —William en realidad no quería decir eso, no
quería contarle a su sobrina cómo dejaron plantada a Alice
en el altar y mucho menos todo lo que aconteció después—.
Creo que esto debes platicarlo con tu tía en mi lugar.
—¿Por qué? —ella ladeó la cara—. ¿Es que los hombres
no saben expresar lo que sienten?
—No es eso —sonrió William—. Lo que pasa es que así
ella contará lo que crea necesario y lo que no valga la pena,
lo evitará.
—Oh, pero si yo quiero saberlo todo.
—Hay cosas que a veces es mejor guardarse, Ashlyn.
—Mmm… —ella apretó los labios y lo miró divertida—. Al
menos dime algo tío: ¿Un hombre puede llegar a amar a
una mujer dañada?
William apretó sus labios por unos segundos y miró hacia
el mar, pensando en la respuesta correcta para dicho
cuestionamiento. Tenía que hacerla sentir segura, ella jamás
le había preguntado eso a nadie.
—Todos estamos dañados de alguna manera Ashlyn, te
aseguro que llegará una persona que incluso ame esas
pequeñas partes que estén heridas en tu interior.
—¿En verdad?
—Sí. Tu tía aprendió a querer mis defectos y errores, así
como yo aprendí a querer los de ella. Eso es una pareja y
eso es amor.
La joven pareció pensar detenidamente en las palabras
de su tío, asintiendo levemente cuando comprendió algo
que no externó.
—Creo que yo tengo demasiados defectos, no creo que
ningún hombre quiera lidiar con ellos, mucho menos
amarlos.
—Eso tú no lo sabes, no puedes pensar así y no quiero
que vuelvas a hablar de ti misma de esa manera.
—Tío, yo en realidad me aprecio mucho, en serio, me
amo… pero dudo que alguien más pueda amarme.
—Cariño, eres hermosa, inteligente, chispeante y
encantadora. No hay ningún hombre en la tierra que sea tan
estúpido como para no enamorarse de ti. —Le acarició la
mejilla—. Creo que el problema sería que tú sientes que
ellos no te querrán y eso habla de inseguridad.
—No tío, tú no lo entiendes.
William frunció el ceño.
—Entonces, explícamelo.
—No puedo. —Liberó el aire en un suspiro.
—No hay nada que digas que me sorprenda, Ashlyn, soy
un hombre adulto, cualquier cosa por la que estés pasando,
la entenderé.
—No. No lo harás.
William abrió la boca para replicar ante lo dicho, pero
entonces colocaron una mano sobre su hombro, llamándole
la atención y distrayéndolo del escape de su sobrina hacia
algún lugar desconocido en el barco. Seguramente no la
volvería a ver en un buen rato.
Ashlyn miró a lo lejos a su tío y sonrió. Seguro que lo
habrá dejado con la cabeza dándole mil vueltas; pero ella
sabía lo que hacía, aquella pregunta no había sido al azar,
sabía la razón por la cual sus padres le permitieron volver a
París y esa razón era su tío William y su tía Alice.
Desde que Ashlyn tenía memoria, recordaba la casa de
sus tíos como un refugio para ella, amaba a la familia
Charpentier, adoraba pasar tiempo con ellos y se había
hecho especialmente cercana a sus tíos. El que la mandaran
con ellos precisamente, hacía obvia la preocupación de sus
padres porque ella no mostrara signo alguno de tener una
inclinación amorosa… sobre todo si se tomaba en cuenta lo
romántica que era y lo mucho que le gustaba leer novelas.
Alguna vez escuchó que su madre le decía al resto de sus
tías que pensaba que Ashlyn se entusiasmaba tanto con ese
tipo de lecturas para no tener que afrontar la realidad. Ella
sabía perfectamente lo peligroso que era idealizar el
romance, el amor y a los hombres, los libros solían hacer
esa clase de cosas.
Pero consideraba que había tenido un pasado tan horrido
que, si no hacía algo para ennoblecer las cosas, jamás
podría casarse y eso era impensable para su familia, puesto
que era una jovencita noble, de un linaje intachable y
claramente era hermosa y tenía pretendientes que
intentaban cortejarla, pero ella los rechazaba a todos sin
pensarlo siquiera dos veces.
Era complicado, cuando un hombre se acercaba, ella
nunca sabía cómo sentirse, trataba de estar bien, trataba de
confiar en ellos, pero al final, siempre terminaba teniendo la
sensación de que la despreciarían, ¿Quién no lo haría? Ella
no era como las demás y jamás podría serlo.
Capítulo 2
No recordaba que sus tíos fueran personas tan sociables.
Prácticamente desde que llegó a París, no había noche o día
en el que no salieran a atender algún compromiso social.
Claro que Ashlyn sabía que su tío era un político importante
y rico, el cual siempre era invitado a incontables
festividades, pero él no era de los que asistía a todas y
mucho menos la tía, con cinco hijos, ella apenas y tenía
tiempo de respirar, o eso era lo que la pelirroja pensaba.
En ese momento, se encontraban en una velada, ya ni
siquiera se interesaba por saber quién era su anfitrión,
simplemente llegaba, saludaba y se perdía entre la gente;
sobre todo en la zona de caballeros, donde jugaba cartas
hasta que los hombres se quejaban y aventaban las fichas
con molestia de que una dama los dejara limpios.
—¿Qué te parece el señor Moreaud? —preguntó Alice con
dulzura.
Ashlyn volvió la vista hacia el hombre alto y pretencioso,
quien movía su copa constantemente y olía el vino cada vez
antes de tomar, lo cual era una locura, parecía no saber que
eso sólo se hacía en el primer sorbo, no en todos ellos.
—Es agradable, perdió más de cuarenta francos en la
velada del señor Malligret. —Sonrió la joven.
—Oh, por Dios Ashlyn, deberías dejar de hacer eso.
—Es verdad, me causa mala fama, para estos días ellos
ya me tienen tirria, me ven y corren —sonrió con orgullo.
—Así que él tampoco te interesa.
La pelirroja agitó la cabeza, provocando que los cabellos
pelirrojos se salieran de control del peinado y enmarcaran
su rostro pecoso.
—Ni un poquito.
—Tú tío me platicó sobre su charla de camino a París.
—Ah —sonrió la joven—. Tardaste mucho en sacarlo, llevo
más de dos semanas aquí y apenas has encontrado el
momento perfecto tía, me sorprende tu meticulosidad.
—No cambies el tema —la miró insistente.
—¿Sobre el amor? —la chica chasqueó la lengua y asintió
—. Sí, lo pregunté y me contó algo interesante sobre su
boda, ¿acaso me dirás que fue lo que pasó?
—No se trata sobre nuestra relación, sino sobre ti.
—Yo no tengo ninguna relación.
—Ese es el problema, creo que es normal que estemos
preocupados por ti, querida. Te he visto leyendo esas
novelas, te gusta el amor, incluso gritas y te revuelcas
cuando algo romántico sucede.
—No tengo nada en contra del romance tía.
—¿Por qué no buscarlo en la vida real?
Ashlyn suspiró y miró hacia el cúmulo de personas que
bailaban, bebían y charlaban con estrepitosas risas y ligeros
coqueteos.
—No es para mí.
—No sabía que fuera cosa de selección.
—Claro que lo es, además, yo estoy pasada, los hombres
buscan debutantes, muchachitas de dieciséis, no de mi
edad.
—Tampoco estás tan grande, recuerda que Giorgiana se
casó a los veintinueve y tu sólo tienes veintitrés.
—¡Es un caso excepcional! —Renegó de tal comparativa
—. La tía podría conquistar a un rey aún en su edad más
avanzada.
—¿Y por qué tú no?
Ashlyn mordió sus labios y buscó rápidamente una forma
de escaparse y la encontró; había un hombre tan apartado
de la fiesta como lo estaban ellas, parecía no sentirse del
todo cómodo entre la muchedumbre que lo había rodeado
cuando entró al salón hacía no tanto tiempo. Sí, claro que le
había llamado la atención a Ashlyn, tampoco era como si
fuera ciega, pero de eso, a tener una inclinación por
alguien… no, eso no.
La joven se acercó sinuosamente hacia el hombre que le
dirigió una mirada extrañada desde su asiento, donde bebía
en soledad y fumaba un cigarrillo que parecía estarlo
relajando. Ashlyn no habló con él directamente,
simplemente se posicionó a su lado y se aseguró que su tía
la viera ahí, seguro pensaría que estaban hablando, estaba
lo suficientemente lejos para no saber lo que hacían.
—¿Buscaba algo, madeimoselle?
—Sshh, no diga nada.
—¿Disculpe?
—Le digo que no diga nada —sonrió la joven, y después
fingió una risotada que lo dejó aún más perplejo.
—¿Se puede saber qué hace?
—Finjo, ¿qué más?
—¿Finge hablar conmigo?
—Sí, es la única forma de que pueda regresar al área de
juegos.
—¿Por qué no podría ir directamente al lugar?
—Mi tía está empeñada en que hable con caballeros para
algo más que pedir naipes o pagos de deudas.
El hombre la miró sorprendido.
—¿Se considera tan buena en las cartas?
Ashlyn lo miró con una cara burlesca, como si la pregunta
ni siquiera fuera necesaria. Claro que ella no recordaba
haber visto a ese hombre en los días anteriores, podía ser
una nueva víctima para ella; el resto de los hombres ya eran
bastante cautelosos con respecto a jugar contra ella.
—La verdad es que soy moderadamente buena, tan sólo
me gusta jugar para divertirme.
—Y estar rodeada de caballeros, claro está.
—No me interesa la parte que usted menciona, si tan sólo
no fuera mal visto que una dama juegue durante las
veladas, habría muchas más haciéndolo por mera diversión.
—Claro, ¿y a usted no le interesa ser vista como
maleducada?
—En lo más mínimo, ¿señor…? —dejó al aire la pregunta.
—Crowel. Carson Crowel.
—Señor Crowel, Carson Crowel —asintió—, sólo un
hombre demasiado narcisista, machista y egocéntrico,
pensaría que una mujer hace una u otra cosa por agradarle
a un hombre.
—Lamento que parezca eso, tengo experiencia lidiando
con esa clase de mujeres, no debí generalizar. Así como
usted no debería llamarme narcisista y egocéntrico sin
conocerme.
Ashlyn se tomó la molestia de verlo detenidamente ante
tales palabras llenas de seguridad y advertencia. El
caballero en cuestión era una visión agradable cuando se le
veía de lejos, pero estando tan cerca, lo era aún más; tenía
unos ojos grises tan claros, como el resplandor de la luna
llena, intensos y salvajes, como un felino que se sabía en la
cima de la cadena alimenticia.
Sin permiso alguno, el corazón de Ashlyn dio un vuelco
traicionero y su estómago le mandó una sensación extraña
que la recorría de los pies a la cabeza.
—Es verdad, no debo juzgar a las personas. Pero su
comentario dejaba mucho que desear.
El caballero asintió y volvió su mirada hacia la gente que
los veía discretamente, acercándose lentamente para lograr
captar algo de la conversación secreta entre esos dos.
—Dígame, señorita, ¿no es mal visto venir ante un
hombre sin una previa presentación? —preguntó sin mirarla.
—En lo que a mi concierne, no estamos hablando, señor.
Usted está ahí sentado, fumando y bebiendo, mientras yo
estoy parada a su lado, esperando a ser presentada.
—Ya veo, ¿lo hace a propósito? ¿Qué podría hacer que
una muchacha que se ve tan joven como usted, se acerque
a un hombre que claramente le gana con tantos años?
Ashlyn se volvió hacia él y frunció el ceño.
—No me parece tan mayor.
—A comparación de usted, creo que lo soy.
—¿Cuántos años tiene?
—Me parece maleducado que lo pregunte. —El hombre
parecía disfrutar de la conversación, pese a que ninguno se
miraba y seguían en sus posiciones separadas, Ashlyn pudo
ver como una leve y casi inexistente sonrisilla se escapó de
los labios del señor Crowel—. Aunque con lo que ha dicho de
las cartas, me deja en claro que usted no es de las que se
amedrenta o le interesa lo que pueda decir alguien.
—Bueno, lo que diga la gente no me importa mucho. —
Aceptó con seguridad—. Pero lo que diga mi padre sí.
—Es de esperarse, lord Wellington es un hombre
respetado.
La pelirroja volvió una mirada impresionada y se colocó
frente a él, mostrando perplejidad en su mirada y
preguntando en silencio con ambas cejas arqueadas.
—¿Creía que no conocía a su padre? —dijo divertido—.
Incluso la recuerdo bien a usted. Siendo tan revoltosa y
escandalosa como lo es ahora. Señorita, no ha cambiado
usted en nada.
—Pero… yo no lo recuerdo a usted.
—Era de esperarse, cuando me encontraba en su casa, la
acababan de castigar, creo recordar que era porque se
escapó de noche a un club de caballeros, donde estuvo
metida en una pelea porque les ganó a todos en la sala.
La cara de Ashlyn se puso del mismo color que su
cabello.
—Creo que más bien hablaban de mi hermano Adrien.
—Estoy seguro de que hablaban de usted.
—Bueno, quizá así fuera, ¿Qué tiene de malo?
—Considero impertinente que juegue contra hombres,
sobre todo si va usted en soledad y a deshoras.
—¿Por qué es inconveniente? —dijo enfadada.
—¿No es usted consiente del riesgo que corre? ¿A lo que
se expone? —le dijo extrañado.
—¿A ganar dinero?
—Con toda seguridad le digo que podría perder más de lo
que en algún momento ganó si es que sigue con esas
tendencias.
—No creo que puedan arrebatarme nada más de lo que
ya me han quitado en algún momento.
El señor Crowel frunció el ceño y la miró extrañado, el
cigarro en su mano se había consumido sin ser llevado a los
labios y la copa permanecía intacta en la mesa, parecía ser
que la conversación lo interesó lo suficiente como para dejar
de lado esos pequeños placeres que raramente podía darse
debido a lo pesado de su trabajo.
—¿Qué quiere decir?
—¡Ashlyn! —llegó de pronto una jovencita con una
sonrisa—. No sabía que conocías al señor Crowel.
La joven se sonrojó visiblemente al ser descubierta en
una fechoría como presentarse a sí misma ante un hombre,
abrió la boca para tratar de excusarse, pero nada salía.
Extraño, porque era realmente buena con las mentiras
improvisadas.
—La conocí en Londres, tengo negocios con el duque
desde hace dos años, por lo cual sería una locura pensar
que no conocía a la señorita Collingwood de antes.
—Claro —la muchacha golpeó su frente con delicadeza
—-, debí suponer que un hombre tan importante como
usted, tendría relación con alguien como el duque de
Wellington.
—Así es —el hombre se puso en pie, dejando salir un
suspiro cansado—. Si no les es inconveniente, damas, he de
retirarme.
—Oh, señor Crowel, no debería irse siempre tan pronto de
las veladas, apenas y nos permite deleitarnos con su
compañía —sonrió la jovencita colgada del brazo de Ashlyn.
—Le ofrezco disculpas, madeimoselle, he de trabajar
mañana.
—Claro, se entiende. —Decayó notablemente—. ¡Ya sé!
¡Debería dar usted una velada! Así no tendría que irse tan
temprano.
Ashlyn volvió una mirada sorprendida hacia la muchacha,
era terriblemente maleducado hacer algo como aquello,
pero la mujer parecía convencida en que era una buena
idea el pedirle algo por el estilo al señor Crowel.
La pelirroja lo miró de lado, tratando de no mostrarse
obvia con aquella acción. El hombre parecía igualmente
sorprendido y, si Ashlyn no se equivocaba, hasta con tales
modos, incluso había hecho una mueca de desagrado. Quizá
fuera un hombre educado y cordial, pero se notaba que no
era dado a cumplir con caprichos, ni tampoco a caer bajo
presiones sociales.
Sólo se vio comprobado cuando él se negó con
rotundidad.
—Lo lamento, no soy buen anfitrión, me despido. —Se
inclinó ante ellas y simplemente desapareció.
Ashlyn soltó aire entonces, dándose cuenta que lo retuvo
gran parte del tiempo en el que estuvo en presencia del
señor Crowel.
—¿A que es increíblemente guapo, Ashlyn?
La pelirroja la miró.
—Parecía bastante enojado cuando lo trató de obligar a
que diera la velada —Ashlyn miró a la muchacha de lado,
dándose cuenta que en realidad no la conocía.
—No importa, es fácil incordiarlo. Me han dicho que es
increíblemente rico, muchos nobles van a rogar a sus pies.
—Sigo pensando que una insinuación como tal no debería
salir de una dama como usted.
—Por favor lady Collingwood —dijo a la defensiva y con
una sonrisa burlesca—. ¿Cree que una ligera insinuación es
peor que una dama que se la pasa entre hombres, jugando
juegos de azar?
Ashlyn entrecerró los ojos y se deshizo de su agarre.
—A diferencia de usted, señorita, yo no busco
impresionarlo ni atraparlo —dijo como si hablara con un
cachorro—. Con su permiso.
La joven caminó segura por el salón, dejando con la boca
abierta a la señorita convenenciera número uno, sintiéndose
satisfecha con sus últimas palabras e intrigada con el
hombre que había conocido. Sin saber que, en ese
momento, mientras caminaba tan garbosa hacia la zona de
juegos de caballeros, los ojos grises del señor Crowel la
perseguían desde la oscuridad de un balcón.
—Seth. —Llamó de pronto, provocando que una sombra
se acercara a sus espaldas—. Quiero saber todo sobre ella.
—Es raro verte interesado en una dama Carson —se burló
el hombre—. Creí que la conocías.
—Sé su nombre y el de su familia, pero no sé nada sobre
ella. —Carson dio una calada a su cigarro—. Algo me dice
que tiene un secreto del cual estaré interesado en conocer.
—¿Crees que sea ella?
—No lo sé, pero dijo algo que me dejó la duda. —Calder
tiró el cigarro y asintió hacia su amigo, dándole la indicación
de que se fuera.
Capítulo 3
Ashlyn no había podido dejar de pensar en el señor
Crowel, a pesar de que dijeron que era un hombre ocupado
y que no solía salir a veladas con constancia, ella siempre
tuvo la esperanza de volverlo a encontrar en algún lugar, en
ocasiones, incluso lo había visto sin estar él en realidad
presente.
¿Era acaso que se estaba volviendo loca?
La muchacha suspiró como si quisiera que el aire se
llevara su alma y recostó su mejilla sobre su mano,
picoteando la comida que tenía enfrente sin muchas ganas
de llevarse nada a la boca.
—Mamá dice que está mal jugar con la comida Ashlyn. —
Advirtió Millie, la hija menor de los Charpentier.
La niña había sido una sorpresa, después de muchos
intentos fallidos, los tíos se habían dado por vencidos de
poder tener más hijos, cuando entonces, llegó Millie. Dicen
que cuando se deja de buscar las cosas, estas de pronto
llegan sin aviso, así había sido la llegada de Millie, quien era
cinco años menor que los trillizos y siete con su hermano
mayor, Philip.
—Mamá miente Millie, es muy divertido jugar con la
comida —dijo uno de los trillizos, tomando su cuchara y
colocando un pedazo de carne con salsa en ella, haciendo
una catapulta de comida que iría a declarar la guerra con
otro de los trillizos.
—Si te atreves a lanzar eso Nick, será tu muerte —
amenazó Thiago, preparando su propia munición.
Sin hacer mucho caso a la pelea de hermanos, Ashlyn
tomó la cuchara sin hacer mucho esfuerzo, manchándose la
mano de camino y dejándola lejos de las manos del travieso
Nick, ni siquiera había despegado la vista de su plato
durante toda la acción.
—Mamá, ¿Qué le pasa a Ashlyn? —inquirió Brand—. ¿Por
qué no come y sólo suspira?
William se había estado haciendo la misma pregunta que
su hijo, así que miró a su esposa con el mismo interés que el
resto de la mesa.
—Su prima está distraída de momento, nada sin remedio,
por supuesto —sonrió Alice y tomó la mano de su sobrina
para llamar su atención—. El señor Crowel irá a la velada de
hoy, querida, lo comprobé con tu tía Giorgiana.
—¡¿Qué?! —la joven se movió tan aprisa y de forma tan
errática, que la cuchara con munición salió volando,
aterrizando en el plato de Millie, quien resultó manchada en
la cara y claro, los ojos.
—¡Ay! ¡Mamá, me arde! —lloró sin más remedio, tratando
de limpiar su rostro de la salsa—. ¡Mami! ¡Me arde!
Ashlyn se puso en pie, tirando la silla en la que había
estado sentada y trató de acercarse a la niña para ayudarla,
pero le fue imposible debido a que sus cuatro hermanos ya
la rodeaban e intentaban ayudarla de la forma en la que les
fuera posible.
—¡Ashlyn! —la regañó Philip—. ¿Qué no sabes que Millie
es niña? Ella no sabe jugar, no debes hacerla llorar.
La pelirroja parpadeó sorprendida por el regaño.
—¡Sí! —los trillizos tenían el ceño tan fruncido, que
incluso parecían amenazadores, sin duda habían heredado a
su padre.
—No puedes meterte con Millie, es pequeña y es niña, la
has hecho llorar. —Brand la bajó de su silla y le tomó la
mano.
—Ven Millie, iremos a limpiarte la cara —dijo Nick con un
tono de voz dulcificado. Raro en él, porque era el mismo
diablo.
—Me duele —siguió la niña siendo llevada con los ojos
cerrados hacia algún lugar desconocido.
Ashlyn tenía los ojos tan abiertos, que incluso creía que
se le desprenderían, jamás había visto a los gemelos actuar
de tal manera, la última vez que los vio, Millie apenas
tendría dos años, y los trillizos le habían declarado la guerra
a la nueva integrante de la familia, no sabía en que
momento todo había cambiado. Miró a sus tíos con
impresión y estos simplemente sonrieron en contestación.
—Suelen sobreproteger a Millie y a ella le gusta que así
sea. Tiene ocho años, pero parece que sus hermanos la ven
de tres. —Sonrió una complacida Alice.
—Dios, va a sufrir mucho, cuatro hermanos
sobreprotectores y un padre celoso —negó la pelirroja—,
odiaría ser ella.
William sonrió con apertura y asintió.
—Debo confesar que las tendrá difíciles, pero eso no es
relevante, sigue siendo una niña, pero tú… —la miró
extrañado y a la vez feliz—. ¿El señor Crowel? ¿En verdad?
Ashlyn negó presurosamente y levantó la silla que había
tirado.
—No sé de qué habla la tía, yo jamás…
—Ah bueno, seguro lo malentendí. —Asintió Alice—.
Supongo que podremos faltar a la reunión de hoy, no es tan
importante después de todo, será un poco aburrida, creo
que…
—Creo que sería maleducado no asistir si ya has dicho
que sí, tía —Arremetió la joven con nerviosismo.
—Supongo que entenderán que tu tío está cansado y no
podemos asistir a todas las veladas, lo hemos hecho hasta
ahora, pero es cansado después de todo.
—Tía…
Alice rio con gracia y miró a su marido, quién no parecía
del todo complacido con la idea de que a Ashlyn le gustara
el señor Crowel. Era verdad que se alegraba de saber que
podía gustarle alguien, pero, ¿Por qué tenía que ser el señor
Crowel? Tampoco era que lo despreciara, pero era un
hombre tan… tan diferente a su sobrina, que no los podía
ver congeniando en ningún sentido.
Ashlyn era para él como una hija, antes de que Millie
llegara, la pelirroja había sido la niña de sus ojos y el cariño
no había desaparecido o disminuido, quería lo mejor para
ella.
—¿Tío? ¿Por qué me miras así?
—No lo sé, Ashlyn, no creo que el señor Crowel sea para
ti.
—¿Por qué? —Ashlyn lo miró con sincero interés marcado
en sus hermosos ojos azules, para después avergonzarse—.
No es que piense que sea para mí, tan sólo tengo interés en
saber porque piensas que no lo es, ya sabes, es simple y
llana curiosidad.
Alice elevó ambas cejas y se volvió hacia un frustrado
William, quien no parecía encontrar las palabras para
desalentar a su sobrina en aquel enamoramiento.
—Son diferentes, cariño —simplificó William.
—Tú y la tía son diferentes —se inclinó de hombros la
chica—. ¿Eso no es algo interesante entre parejas?
—Creo que tu tío sólo está celoso, querida —sonrió Alice
—. Ven, vayamos a dar un paseo por el jardín.
Ashlyn se acercó a la cabecera para dar un beso en la
mejilla a su tío y salir presurosa junto a su tía, a quien sí
podía confiarle sus sentimientos, ya que de todas formas los
había descubierto.
—¿Por qué al tío le desagrada el señor Crowel?
Alice negó rotundamente.
—No le cae mal, cariño, de hecho, me ha mencionado
que es un hombre inteligente y honorable. —Alice apretó los
labios—. Pero creo que le parece que tiene un carácter
taciturno y osco. Es brutal en opiniones y deseos, no suele
complacer a nadie y bueno, pocas personas lo han visto con
una sonrisa.
—Interesante.
—Quizá. Pero para tu tío, eres puras sonrisas, alegría y
risas, teme que al emparejarte con el señor Crowel, de
pronto te apagues.
—Dudo que algo pueda apagarme tía, he pasado por
cosas terribles y nada ha logrado desmoralizarme… al
menos, no por mucho tiempo.
—Es delicado escoger pareja, Ashlyn, me alegra que
estés enamorada, pero no tienes que casarte con el primer
caballero al que te sientas atraída.
—¿No te casaste tú con el hombre que amaste desde que
eras tan sólo una niña? —Ashlyn elevó una ceja hacia su
tía.
Alice entrecerró los ojos hacia ella y negó con una
sonrisa.
—Sí, me casé con él. Pero como has dicho, lo amaba y
por mucho tiempo intenté que mi corazón cambiara de
rumbo hasta que definitivamente quedé con tu tío.
—¿Por qué quisiste cambiar de rumbo? Creo que debiste
luchar por el amor que le tenías.
—No está bien que una mujer pelee por el amor de
nadie… además, aunque lo hubiese hecho, hay ocasiones
en las que por más que des batalla, la guerra está perdida.
—No en tu caso.
—Lo decidió él, al final de cuentas.
Ashlyn no parecía complacida con aquello, ella no era una
mujer que se dejara ganar, mucho menos que se diera por
vencida o esperara a que alguien más actuara. No, ahora
que tenía interés por el señor Crowel, pensaba dejarlo en
claro, quería ir tras él, quería que la notara y quizá con algo
de suerte, le correspondiera. Ya el tiempo diría si estaban
hechos el uno para el otro, pero definitivamente, mientras
viera la oportunidad, daría pelea y planeaba ganar la
guerra.
—Veo la mirada que tienes. —Alice sonrió y miró hacia el
cielo como si recordara algo divertido—. En verdad que eres
hija de tu madre, Ashlyn, no sólo en apariencia.
—Mamá… ¿Ella luchó por papá?
—Dios, creo que hizo todo lo contrario, luchó por no
casarse con él —la miró divertida—. Demos gracias al cielo
que tu padre siempre ha sido sensato y no dio su brazo a
torcer.
—¿Papá la quería cuando se casaron?
—Mmm… creo que la respetaba por su carácter.
—¿Qué nadie se casó enamorado de su pareja? —decayó
la chica.
—Bueno, tu tío James amaba sobremanera a Marinett y
creo que para el otro lado era lo mismo.
—¡Al fin! —elevó las manos.
—También Giorgiana y Asher se casaron muy
enamorados. Pero el punto no es ese.
—Ahora lo entiendo tía, no importa si se casan
enamorados o no, al final, siempre se terminan
enamorando.
—Eh, no era lo que quería decir.
—¿Pero no es lo que pasó?
—Es más complicado que eso, Ashlyn. Se conocían de
mucho tiempo y normalmente ya se sentían atraídos al
momento de casarse.
—¿Por qué no podría pasarme lo mismo?
—No digo eso. —Alice parecía atrapada.
—Bien tía, ¿a qué quieres llegar? ¿Qué es lo que el señor
Crowel tiene que esconder como para que te pongas tan
insistente en que persista de mi aparente cariño hacia él?
Alice intentó evitar el tema en todo lo que le fue posible,
pero al ver la determinación en su sobrina, se dio cuenta
que quizá la única manera de hacerla desistir, era
diciéndole la verdad.
—El señor Crowel es un hombre que no puede ser feliz
Ashlyn.
—¿Cómo es eso?
—Bueno, no quería contarte esto, pero dado a que estás
empecinada, tendré que hacerlo. —Alice tomó la mano de
su sobrina y la colocó sobre su brazo para que caminaran de
esa manera por los jardines—. Se dice que el señor Crowel
perdió a su hermana de una manera horrible en la que
estuvo presente y no pudo hacer nada. Dicen que ambos
estuvieron secuestrados por mucho tiempo y… él lo logró,
pero ella no, no pudo salvarla.
—Por Dios —Ashlyn sintió que el aire se iba de sus
pulmones—. Supongo que se ha de sentir culpable por ello.
—Jamás sonríe cariño, nunca se le ha visto con una
mujer, tampoco parece interesarse en nadie, tan sólo
trabaja, es duro, intolerante, frío, intransigente y en muchos
sentidos, malvado y demandante.
—Es un hombre de negocios, claro que tiene que ser de
esa forma.
—Sí cariño, en ese sentido se entendería, pero ¿Qué me
dices si es de la misma manera en su vida personal?
Ashlyn sonrió y se inclinó de hombros.
—Habrá que descubrirlo, ¿no? —Ashlyn dio una vuelta
sobre sí misma y miró a su tía aún más alegre—. Gracias por
decirme esto, me es revitalizante saber que es alguien que
puede que esté tan herido como lo estoy yo.
—Creo que no entiendes cariño, en una pareja, se tienen
que ayudar el uno al otro, ¿Qué pueden hacer dos personas
heridas para ayudarse? —negó—. Jamás funcionaría.
—O quizá entendamos ese dolor y sepamos como hacer
que el otro lo sobrelleve de una mejor manera.
Alice suspiró y se dio por vencida.
—Bien, si no puedo hacer que cambies de opinión,
entonces ten cuidado y trata de llevar las cosas con calma.
Ashlyn sonrió y caminó por el jardín con aún más alegría,
se sentía entusiasmada por volver a ver al señor Crowel esa
noche, nunca había experimentado algo parecido, quizá se
debiera a que ese hombre representaba todo lo que a ella le
interesaba; el saber que aparte era alguien que sufría la
hacía sentir extrañamente empática con él.

Carson entró a su casa de París, deshaciéndose de su
corbata y aventándola enojado hacia un lado, siendo
inmediatamente recogida por uno de los mozos que estaban
por ahí y mirando hacia un lado, donde otro de los hombres
le llevaba un vaso de coñac y un cigarro.
—¿Qué ha ocurrido?
—Maldita sea, nada que no vaya a arreglar en seguida —
dijo enojado, empinando el vaso y encendiendo el cigarro.
—Pareces enojado, no pensé que algo se te pudiera salir
de control a ti, Carson —sonrió Seth.
—Sigo siendo un hombre, claro que se me puede salir de
control, pero al mismo tiempo, puedo hacer que se
acomoden.
—No lo dudo, tú más que nadie puede resolverlo —Seth
asintió y vio a su amigo dar una calada al cigarro—.
¿Necesitas algo?
—Necesito que los reportes de la mina estén dispuestos
en el despacho, pienso resolver esto hoy mismo.
—¿No vas a asistir a la reunión? —Seth frunció el ceño,
siguiéndolo por el pasillo hacia el despacho—. Te estarán
esperando ahí, con el trabajo que me costó el hacerte un
espacio para que pudieras asistir.
—Lo sé, pero esto es más importante —dijo presuroso.
—La señorita Collingwood también estará ahí —le
recordó.
Carson detuvo sus pasos y curvó sus labios ligeramente.
—Ella asiste a todas las veladas, creo recordar.
—Sí, tengo entendido que sus tíos pretenden hacer que
se divierta durante su estadía en París, parece que no viene
desde hace años.
—Mmm… ¿Sabes por qué?
—No. Aún no.
—Sigo interesado Seth, enfócate en ello.
—Creo que podría ser más fácil que tú lo descubrieras,
parece interesada en ti, al menos, eso dicen los chismes.
—¿En mí? —el hombre juntó sus cejas—. ¿Por qué estaría
interesada en mí? Si acaso la vi una vez y durante media
hora.
—Parece que eres impresionante para una damita como
ella.
Carson dejó salir una risotada amarga.
—Tonterías.
—Quizá —se inclinó de hombros—. ¿Entonces?
—Supongo que puedo hacerme un espacio —dijo con
seriedad, asintiendo lentamente—. Tendré que apresurarme
con esos papeles.
—Dirás lo que quieras Carson, pero creo que a ti también
te interesa lo suficiente como para dejar tu trabajo.
—Digamos que puede tener algo que me interesa.
—¿De qué hablas?
—Tonterías. —Negó el hombre—. Vamos, tenemos que
resolver el problema de la mina cuanto antes, estoy harto
de trabajadores incompetentes ¡Estoy seguro que despediré
a alguien! ¡Maldición!
Capítulo 4
Unos pequeños pies, enfundados en zapatillas de baile,
estaban siendo elevados constantemente sobre las puntas
para crecer unos centímetros su altura, tratando de ver
sobre y entre las personas que se arremolinaban en el salón
de baile; mostrando sin remordimiento la impaciencia que
sentía por que dieran la indicación de que cierto caballero
llegaba a la velada a la que había prometido su presencia.
—Tranquilízate Ashlyn —Alice la tomó de la muñeca y la
hizo colocarse sobre sus pies correctamente—. Llegará.
—Pero es tarde, a lo que entiendo, él jamás es impuntual.
—Algo lo habrá retenido, pero estás siendo demasiado
obvia con tus intensiones, las personas comienzan a
murmurar.
—Oh, no importa —manoteó el aire—, mejor que sepan
ahora a quien busco; servirá para que nadie más se acerque
a incomodarme.
—Dios, dame paciencia. —Rodó los ojos la tía.
Ashlyn volvió a levantarse sobre sus puntas y no pudo
evitar sonreír y cubrir sus labios al ver la entrada del
hombre que había estado esperando durante toda la noche.
—¡Ha llegado tía! ¡Llegó! —dijo alegre, buscando con su
mano a su tía para que lo viera.
—Sí, cariño, lo puedo notar.
—Oh, Dios —la joven se agachó y sonrió de nuevo—. Me
ha visto.
—¿Cómo no verte si casi estás saltando? —sonrió Alice a
su lado.
—¿Qué debo hacer tía? ¿Me… me presento ante él? ¿Lo
ignoro? ¿Le derramo vino encima? ¡Qué hago!
—Nada. —Su tía la tomó de la mano y la alejó—.
Contrólate, en primer lugar. Se tiene que notar el interés del
hombre primero, no seas atrabancada y date a desear.
—Sí, sí. Creo que estoy perdiendo la cabeza, jamás había
sentido algo igual en mi vida.
Alice suspiró con cansancio y rodó los ojos.
—Trata de ser tu misma, lleva las cosas tranquila y
relajada. —Alice la miró con dudas—. ¿Qué harías si él no
hubiese asistido?
—¿Llorar?
—Ashlyn…
—Vale, bueno… no sé, habría ido a jugar cartas.
La mujer mayor rodó los ojos y asintió.
—Entonces haz eso.
—¿Me estás diciendo que por voluntad propia me dejas ir
a jugar cartas con otros caballeros?
—Ya qué, será mejor a que le saltes encima a ese
hombre.
Ashlyn asintió y volvió a concentrarse en su normal
actuar, su tía tenía razón, a pesar de que el hombre le
gustara, no podía dejárselo notar con esa facilidad, al
menos, no hasta ver si él tenía interés en ella, o que le
interesaba algo más aparte de su trabajo.
La pelirroja, con su hermoso vestido de fiesta y un
peinado que pretendía hacer un intento por retener su
cabello rebelde, fue a sentarse a las mesas junto a otros
caballeros, quienes sonrieron al verla y bromearon sobre su
suerte en esa ocasión.
Rápidamente notó que le era mucho más fácil sobrellevar
la velada cuando su cabeza estaba concentrada en otras
cosas, como lo era ganarles a todos esos caballeros una
buena fortuna que después terminaría en manos más
adecuadas que las de ricos nobles que dedicaban su vida al
placer y al ocio.
—¡Válgame Dios, muchacha! —se rio un hombre canoso
con lentes gruesos y grandes—. ¿Cómo es posible tener tan
buena suerte?
—Creo que debería preocuparse, señorita Collingwood, se
dice que cuando hay suerte en el juego, hay muy mala
suerte en el amor.
Ashlyn lo miró con preocupación, ¿en serio se decía algo
así?
—No debería asustar a una dama de esa manera, señor
Palmer, es sólo una superstición —anunció un caballero que
se había quedado rezagado pero muy al pendiente del
juego.
—Ah, pero si eres tú Seth, ¿Dónde está tu incontenible
dictador?
—Está siendo entretenido de momento.
—Seguro que Carson tiene muchas entretenciones —
bromeó otro caballero—. ¿Quién está persiguiéndolo en esta
ocasión?
—No recuerdo el nombre de la dama, pero es una muy
bella.
—¿Será Brunilda? —indagó otro.
—Creo que es poco delicado que hablen de conquistas
estando una dama sentada junto a ustedes —la voz
pragmática del señor Crowel hizo que la piel de Ashlyn se
encrespara—. Supongo que lo habrán olvidado al estar tan
interesados en mí.
—¡Crowel! —sonrieron—. ¡Vamos canalla, siéntate un
rato!
Ashlyn volvió sus ojos lentamente hacia los recién
llegados, notando que se parecían bastante, tanto en
complexión como en altura. Claro que no se parecían en
nada más, el señor Crowel tenía unos ojos grises
cautivadores, mientras que los del otro caballero, eran
oscuros como la noche; el señor Crowel tenía el cabello
negro y ligeramente crecido, al contrario del señor Seth,
quien fuera rubio y pulcramente recortado.
—¿Señorita?
La joven meneó la cabeza, dándose cuenta que se había
desenfocado de la conversación, avergonzándose al notar
que le estuvieron hablando directamente sin que lograra
contestar.
—¿Sí?
—El señor Crowel le preguntaba si le molestaba que se
sentara —explicó Seth, parado junto al señor Crowel.
—La mesa es libre para quien quiera perder —sonrió
confiada.
El resto de los caballeros dejó salir una ligera carcajada,
pero el señor Crowel la miraba con seriedad, como si no
terminara de comprender el chiste o la razón de haberlo
dicho.
—Parece confiada —dijo sin más.
—Hasta el momento, nadie ha logrado ganarle, señor —
dijo un caballero que se encontraba sentado en la mesa.
El señor Crowel elevó una ceja y curvó ligeramente los
labios.
—Seguro eso acarrea confianza —se sentó en la mesa—.
A mi parecer es de lo más peligroso que se puede hacer.
—¿Piensa que tener confianza es algo negativo?
—Sí —la miró fijamente, sintiéndose expuesta ante él—.
Te hace bajar la guardia, no hay nada peor que eso.
—No suelo bajar la guardia nunca, señor.
—Averigüémoslo —asintió, apuntando hacia la mesa con
las palmas abiertas y reclinándose en su asiento, esperando
a recibir las cartas.
Ashlyn se sentía nerviosa, la sola presencia de ese
hombre la hacía sentir vulnerable, parecía tener un aura
expansiva de poder y seguridad que hacía parecer a todos
los demás como pequeños pececillos frente a un mortal
tiburón.
Tenía que ganar, tenía que ganar a toda costa.
Lastimosamente, parecía ser que el señor Crowel tenía
tanta destreza y tanta suerte como la tenía Ashlyn, dejando
rápidamente fuera a los demás jugadores, quedando
siempre él y ella en las rondas finales, con las apuestas más
altas.
—¿Qué tiene? —invitó el señor Crowel.
—“Full house” —dijo segura, mostrando sus cartas.
El hombre frente a ella elevó ambas cejas y asintió
conforme.
—Nada mal —la miró con seguridad y bajó sus propias
cartas, sintiéndose satisfecho cuando ella abrió la boca—.
“Escalera real”.
Ashlyn no solía perder, mucho menos en cartas y, de
hecho, era una muy mala perdedora. Trató de contener su
ira y mordió fuertemente su lengua para no mostrar lo
insatisfecha que se encontraba con el resultado. Pero su
expresión era todo lo que Carson necesitaba para saber que
estaba furiosa, lo cual no dejaba de ser divertido para él,
quien dirigió una mirada presurosa a su amigo Seth que
aguantaba la risa en esos momentos, parado a unos metros
de la mesa donde habían estado jugando.
—Bien, pagaré —dijo en un todo irritado.
—No hace falta —Carson levantó una mano—. No
necesito su dinero señorita, ha sido una buena partida, con
eso me es suficiente.
—Puedo pagar mis deudas de juego señor, se lo aseguro.
—Y no lo dudo —asintió el señor Crowel—. Pero no lo
acepto.
—Pero…
—En cambio, podría aceptarme un baile.
Ella pestañeó un par de veces y ladeó la cabeza.
—Pensaba que no le gustaba bailar.
—¿Cómo lo sabe, señorita? —se puso en pie
galantemente—. Si apenas nos conocemos de unos días.
Ashlyn se sonrojó furiosamente, pero en ningún momento
apartó la mirada de él y contestó con seguridad.
—Se habla mucho de usted últimamente, señor —
admitió.
La risa del resto de los caballeros no tardó en hacerse oír
y el mismo señor Crowel parecía sorprendido por la
honestidad, pero no dejó de agradarle que lo dijera tan
directamente.
—Bueno, han dicho mentiras, me agrada bailar, pero no
bailo con cualquiera, ¿qué dice? —le estiró la mano.
—Sería un placer, señor —tomó la cortesía y lo siguió
hacia la pista.
Las personas en el salón se encendieron en murmullos y
abrieron paso para que Ashlyn y el señor Crowel se
posicionaran junto a las demás parejas que no podían más
que volver la cabeza de cuando en cuando para verificar
que estaban viendo correctamente.
—Parece que llama mucho la atención, señor Crowel.
—¿Le parece?
—Todos nos miran.
—Tiene usted el cabello rojo, señorita, bajo el candil en el
que estamos, casi pareciera que tiene fuego en lugar de
pelo.
—¿Le molesta mi cabello? —frunció el ceño la muchacha.
—Para nada, no tengo nada en contra de él.
—Tampoco a favor, parece ser.
Carson no contestó y simplemente comenzó a bailar al
sonar de la música, llevándosela lentamente por la pista
hasta alejarlos de las miradas penetrantes de la sociedad y
casi saliendo de la pista y hasta de la casa, en dirección a
un balcón.
—¿Señor…?
—Tranquila, no desapareceremos de la vista de su tía,
quien casi avienta al anciano señor Bloom con tal de no
perderla de vista.
Ashlyn dejó salir una pequeña risilla y asintió.
—Sería mejor que no escandalizara de esa manera a mi
tía.
Carson dio una vuelta rápida, pensando que Ashlyn
perdería el paso, pero la joven había demostrado ser una
excelente bailarina y eso no dejó de cautivarlo.
—Lamento haberla hecho perder en su juego.
—No es mío y esas cosas pasan.
—Claro, aunque no parece acostumbrada a que le pase a
usted —elevó ambas cejas—, era notoria su molestia.
Ella mordió sus labios ligeramente y sonrió.
—Es verdad, siempre he sido una mala perdedora.
—Ya veo. —El hombre se quedó callado y bailó sin sacar
otro tema de conversación.
Por su parte, Ashlyn tampoco se atrevía a agregar nada
más, el hombre parecía concentrado en lo que hacía y por el
momento, no placía en sacarle conversación. La joven
supuso que, si quisiera hablar, lo habría hecho, como hace
un momento lo hizo.
Se concentró en las sensaciones placenteras que no
dejaban de mandarle ráfagas de calor o frío a partes de su
cuerpo, volviéndola loca de un momento a otro al
comprender que todo derivaba del toque que él hacía con
su mano sobre la cintura y la forma segura con la que
entrelazaba su otra mano con la de ella. Todo en el señor
Crowel parecía demostrar poder, fortaleza y seguridad,
incluso algo de petulancia. Era un hombre admirable pero
extrañamente alejado, a pesar de que la estaba tocando y
de que en momentos la miraba directamente a los ojos,
Ashlyn sentía que no estaba plenamente en el lugar, no
estaba ahí junto a ella.
La joven dio un salto sorpresivo cuando sintió que la
mano del señor Crowel se deslizaba de su cintura hacia su
cadera, acercándola a su cuerpo con delicadeza para lograr
susurrar a sus oídos.
—¿Qué tanto me mira, señorita?
Ashlyn apartó su cabeza para lograr ver su rostro.
—Es usted apuesto, ¿no puedo acaso admirarlo un poco?
El hombre se sorprendió y elevó ambas cejas.
—¿Se lo parezco?
—Sólo un tonto diría lo contrario.
—Supongo que desea que le regrese el cumplido.
—No, no es necesario, sé que soy hermosa.
Carson permitió que una pequeña y gruesa risa saliera
desde el fondo de su garganta, no parecía muy
acostumbrado a ese sonido y mucho menos que saliera de
él.
—Me alegra ver que tenga tanta autoestima.
—Bueno, si uno no empieza por amarse a sí mismo, creo
que nadie más será capaz de amarlo después.
—¿Busca ser amada, señorita?
—¿No lo buscamos todos?
Carson entrecerró los ojos, parecía querer averiguar algo
con tan sólo mirarla de esa forma tan escandalosa y
penetrante.
—Me parece una persona muy feliz.
—Lo soy.
—No confío en las personas felices, me parecen falsas.
—¿Todos tenemos que vivir sufriendo?
—No es vivir sufriendo, pero pareciera que usted nunca
ha tenido un dolor en su vida.
Ashlyn bajó la mirada y asintió.
—Le sorprendería.
—Lo haría —aceptó—. Al menos me haría pensar que es
usted más real y más sincera.
—¿Quiere que llore aquí mismo para que piense que he
sufrido? ¿Por qué el dolor se debe asociar a la tristeza? Uno
supera cualquier cosa con el paso del tiempo y la dedicación
a uno mismo.
—No todos los dolores se pueden olvidar.
—Quizá olvidar no, pero al menos se aprende a ser feliz
con ello.
El señor Crowel la miró con interés y asintió sin decir
nada más.
Capítulo 5
Era común en las cálidas y fragantes tardes de
primavera en París que se dieran encantadoras fiestas en
las tardes, celebrando la entrada de la primavera, la salida
del invierno y las hermosas flores que crecían esplendorosas
en esa temporada del año.
En esa ocasión, se habían reunido en la casa de los
Duplont, las madres y mujeres mayores se encontraban
bebiendo té y comiendo postres debajo del gran toldo
blanco que ondeaba cortinas trasparentes. Lo caballeros
estaban cerca también, charlaban, fumaban y jugaban
cricket o tenis.
Las señoritas solteras y con edad suficiente de estar en
sociedad, por el contrario del comportamiento correcto de
sus madres, tías o abuelas, estaban todas sentadas en el
suelo, llenas de lodo hasta los cabellos, acompañadas de
sonrisas placenteras y risitas cómplices.
—Entonces, debemos guardar el deseo y cerrarlo muy
bien —indicó Ashlyn, limpiando el sudor que resbalaba de su
frente y metiendo la nota en el frasco de vidrio.
—¿Estás segura que funciona?
—Bueno, habrá que creer en ello, una tía conoce a
muchos gitanos y ellos tienen toda clase de rituales.
—¡¿Gitanos?! —se sorprendió una jovencita.
—No grites así —se tapó los oídos la pelirroja, mostrando
su enfado con una mueca—. No son malas personas, ¿vale?
—Tienen la peor de las famas.
—Créeme que hay personas que son mucho peores y no
tienen ninguna fama únicamente por ser “nobles” o de
“buena cuna”.
—¿Desprecias a tu propia clase?
—No. Desprecio que se hable a la ligera de lo que se
desconoce.
Ashlyn dio el tema por terminado y siguió recitando el
hechizo para cumplir los deseos de todas aquellas señoritas
que la seguían sin preguntar y se divertían con las
ocurrencias de la alocada pelirroja.
El señor Crowel las miraba desde lejos, le parecía extraña
aquella visión de señoritas de sociedad tiradas en el piso,
cavando con las manos y manchando sus elegantes
vestidos. Debía haber algún buen motivo por el que se
estuvieran atreviendo a hacer tales cosas en un lugar que
claramente podían ser descubiertas por cualquier caballero,
o peor aún, por sus madres.
—¿Qué se supone que hacen? —Seth dejó salir una risita
y se paró junto a su amigo, bebiendo de la copa de vino que
traía consigo.
—No tengo idea —sinceró Carson—. Supongo que es una
ocurrencia de la señorita Collingwood.
—Parece que esa mujer está llena de ideas locas —negó
el hombre, mirando con detenimiento y fascinación a la
pelirroja.
—Sí. Está llena de energía positiva, en ocasiones lo
considero abrumador —Carson descruzó sus brazos y se
marchó.
Seth miró unos segundos más a la señorita que parecía
tener cautivado a su amigo, no había duda que era
hermosa, pero lo que más llamaba la atención de Ashlyn
Collingwood no era su físico, sino la vibrante chispa que
yacía en su interior y era incontenible e inapagable. Por
alguna razón, a Seth se le hacía increíblemente conocida,
parecía traída de un recuerdo y sentía que Carson pensaba
lo mismo y era el motivo principal de que se mostrara tan
interesado.
Su amigo no solía olvidar nada, seguro que el no recordar
de dónde conocía a la señorita Collingwood lo estaría
volviendo verdaderamente loco, pero si Carson no se
acordaba, Seth jamás lo haría, a él poco le interesaban las
personas, mucho menos una mujer.
Dio media vuelta y caminó detrás de su amigo,
alcanzándolo a tiempo para que no se uniera a ningún
grupo social en específico.
—¿Por qué no vas y le preguntas por lo que hacían?
—¿Para qué haría algo así?
—No sé, ¿curiosidad? La chica te llama la atención, ¿o no?
—Sabes que no puede ser.
—Ahí vas con tu cantaleta de que no estás hecho para
tener parejas.
—Es la realidad y lo sabes.
—Te has hecho esa idea en la cabeza, pero te aseguro
que esa señorita estaría feliz de que la miraras de nuevo
como aquel día en el que bailaste con ella.
Carson lo miró con advertencia y siguió con su camino,
alejándose del resto de las personas y yendo hacia un árbol
grande y frondoso que proporcionaba una sombra
agradable. Los dos hombres se recostaron bajo este, Seth
yacía con la espalda sobre el suelo y Carson con la espalda
en el fuerte roble, ambos con ojos cerrados, disfrutando de
la briza y la calma.
—¡Vamos! ¡Dile, lo has prometido!
—No… ¡basta! ¡ya!
Carson abrió los ojos y Seth simplemente sonrió al darse
cuenta que habían sido rodeados por las damas que
anteriormente estaban enterrando cosas en el jardín.
—¿Se les ofrecía algo, damitas? —Seth se levantó sobre
sus codos.
—¡Señor Humbel! —se adelantó una de las chicas,
temerosa ante la mirada penetrante del señor Crowel—. Q-
Queríamos pedirle ayuda para que nos bajara la cometa que
se ha ido al árbol.
—¿Una cometa? ¿Tienen acaso trece años?
—Oh, vamos señor, ayúdenos.
Seth se quejó un poco mientras se levantaba y se limpió
el pantalón al momento de seguir a las mujeres.
—Vamos, no debemos perturbar al señor Crowel si no
quieren que les grite y probablemente las asesine en las
noches —sonrió Seth, notando que las damas se asustaban
de verdad y daban un paso hacia atrás para alejarse del
hombre que las aterraba.
Carson cerró los ojos y se relajó de nuevo, ignorando a las
mujeres y a su molesto amigo. Prefería que pensaran que se
las podía comer de un bocado a que fueran a molestarlo, tal
y como lo hizo la señorita Collingwood después de unos
momentos en los que las chiquillas se alejaron junto con
Seth.
—¿Puedo sentarme?
—No creo que sea adecuado —dijo sin abrir los ojos,
cruzando las piernas por los tobillos y poniendo ambas
manos detrás de su cabeza.
La señorita hizo caso omiso y se sentó junto a él, dando
ligeras palmadas para limpiar sus manos y después suspiró
tranquila, estirando las piernas y cruzándolas igual que el
señor Crowel, reclinándose hacia atrás y manteniéndose
elevada gracias a sus codos.
—Es un lindo día —suspiró complacida.
—Es una actitud muy insolente de su parte —dijo sin más
el hombre, quien apenas y se inmutó.
—No creo que usted me haga nada, estamos a la vista de
todos.
—Por eso mismo es desfachatada, ¿no piensa que se
puede malinterpretar su acercamiento?
—Mmm… cualquier cosa que digan, hará falta sólo
desmentirlo, ¿no cree? —Ella se relajó sólo un poco más.
Guardaron silencio por varios momentos hasta que
Carson volvió a hablar: —¿No irá por la cometa con las
demás?
—¿Me corre?
—Le pregunto.
—No. No me gusta volar cometas, me es aburrido.
—¿Le es más divertido estar en silencio sentada bajo un
árbol?
—Su compañía me es agradable.
—Apenas y hablo.
—Me gusta mirarlo —sonrió.
Carson abrió sus ojos y la observó con interés.
—¿No tiene pelos en la lengua?
—También me hace falta el filtro en la cabeza —se pegó
ligeramente con su puño— puedo ser muy impertinente.
—¿Por qué no me sorprende?
—Porque es usted muy listo —asintió la muchacha—.
Hablando de otras cosas, no sabía que a usted le gustaba
jugar cartas.
—No me gusta.
—Lo hizo la última vez en la velada de…
—No me gusta.
—¿Lo encuentra aburrido?
—Es un juego que no me gusta practicar, no tiene mucha
ciencia y depende demasiado del azar.
—¿Qué le gusta jugar entonces?
—Ajedrez. —Ella frunció la nariz. A su padre le encantaba
jugar ajedrez, pero ella siempre lo encontró sumamente
aburrido, jamás lo intentó y nunca lo entendió del todo.
Carson la miró y se rio—. Veo que no le agrada ese juego.
—¿Se considera bueno?
—Bastante.
—Bueno, tendré que aprender para destrozarlo por
completo.
Carson la miró.
—¿Revancha, señorita?
—Usted me venció en mi juego, lo justo es que le regrese
la moneda —se cruzó de brazos.
—Me parece bien si pretende aprender a jugarlo.
—Pero lo haré cuando regrese a Londres —dijo conforme
—. Tendrá que esperar por mí, pero regresaré a darle una
paliza.
Carson curvó sus labios y asintió.
—¿Por qué no empezar ahora?
—¿Cómo lo haría?
—Yo puedo enseñarla.
—¿En verdad? —ella sonrió abiertamente—. Me
encantaría.
—Entonces vamos —el hombre se puso en pie.
Ashlyn sentía que sus pies volaban ligeramente mientras
era escoltada por aquel hombre al interior de la casa.
—¿No está mal que estemos solos?
—No lo estaremos, algunos caballeros se han quedado
dentro, justo al lugar al que vamos.
Ashlyn suspiró aliviada cuando vio a más gente en el
lugar, no sólo caballeros, sino que también había damas
rezagadas que habían preferido quedarse en el interior de la
propiedad.
—Señor Crowel. —Una fina y hermosa dama se acercó a
ellos, Ashlyn sabía que era mayor que ella, quizá más
adecuado a la edad del señor Crowel, pero ella no lo
permitiría, así que se aferró con fuerza de aquel brazo,
esperando que el hombre no planeara deshacerse de ella—.
Me alegra ver que ha decidido entrar a casa, me encantaría
dar un paseo por el lugar mientras me cuenta algo sobre
sus múltiples viajes.
—Me encantaría hacerlo en otro momento, señorita
Lasdow, pero ahora me encuentro ocupado.
La mujer plantó sus hermosos ojos verdes sobre la figura
de Ashlyn, claramente se encontraba disgustada, pero de
alguna forma logro reprimir aquello y sonrió.
—Señorita Collingwood, ¿ha acabado de escarbar ya?
—Todo está en su lugar en este momento, señorita,
puedo decir que incluso algunas cosas están surtiendo
efecto —dijo con una ceja arqueada, dando un rápido
vistazo al hombre que la acompañaba.
—Ya veo —Ashlyn percibió la chispa de rabia en los ojos
de la mujer—. En muchos lugares eso sería llamado brujería,
señorita.
Carson arqueó una ceja en impresión y miró con
curiosidad a la mujer junto a él, quien seguía sonriendo con
soltura y su postura era relajada pese a estar siendo
acusada de tales cosas.
—Por favor, ¿en qué tiempo cree que estamos? ¿La
inquisición? —negó Ashlyn—. Eso ya pasó, así que ahórrese
comentarios tontos, mucha gente murió a causa de ese
fanatismo inspirado en falacias.
La mujer se mostró enojada y miró al hombre con
determinación.
—Debería tener cuidado, señor Crowel, estas muchachas
están dispuestas a todo con tal de lograr sus objetivos.
—¿Y cuales serían esos, señorita Lasdow? —inquirió
Ashlyn—. ¿Casarme con el señor Crowel? ¡Por favor! Si no
necesito ir persiguiendo a un hombre, él tan sólo va a
enseñarme a jugar ajedrez.
Ashlyn se sabía una gran mentirosa, puesto que claro que
estaba detrás de ese hombre, pero no lo diría en voz alta y
menos a la señorita Lasdow quien claramente le estaba
declarando la guerra.
—Por favor señorita, es más que obvio que le gusta, todo
el mundo dice que, desde ese extraño altercado con el que
usted hizo tanto drama, jamás quiso a un hombre cerca de
su vida.
—¡Es suficiente! —pidió Carson al ver lo afectada que
estaba la pelirroja a su lado.
Ashlyn sintió arder su estómago y apretar su corazón. Ella
sabía perfectamente que las personas pensaban que lo que
había pasado con ella era en mucha medida su culpa, que lo
había provocado o, por lo menos, planeado. No sabían de lo
que hablaban, no entendía como podían hablar tan
fácilmente de algo que desconocían, sin importar el daño
que hicieran.
Ashlyn quiso abrir la boca para replicar, pero rápidamente
la cerró al notar el nudo en su garganta y las imágenes
dolorosas pasando rápidamente ante sus ojos, como si se
tratara de fotografías que jamás lograría quemar, porque
estaban guardadas en su interior.
Una lágrima silenciosa salió disparada de sus ojos y de
esa, prosiguieron unas cuantas más, antes de que Ashlyn se
diera cuenta de que estaba llorando. Carson se sorprendió
al notar que ella no emitía sonido alguno, ni tampoco
cambiaba la expresión de su rostro, las lágrimas
simplemente resbalaban de sus ojos y, de un momento a
otro salió corriendo de la habitación.
—¡Agh! Sigue siendo una chiquilla.
—Puedo decir lo mismo de usted. Es obvio que la señorita
Collingwood es joven, pero usted no lo es tanto, debería ser
más consciente del daño que hacen las palabras dichas sin
pensar.
—¿Señor Crowel? —lo miró extrañada.
Carson caminó detrás del destello pelirrojo que trataba
de perderse de las miradas de las personas, saliendo al
jardín y yendo directa hacia el bosque, no mirando hacia
atrás y tampoco haciendo caso alguno de las personas que
buscaron detenerla.
Alice, su tía, había intentado detenerla, pero con profusa
preocupación se dio cuenta que se le había ido de las
manos. Comenzó a seguirla, pero rápidamente fue detenida
por las manos de su marido, quien en un silencio sepulcral
apuntó con la mirada el rápido andar del señor Crowel
detrás de la muchacha.
—¿Qué crees que haya pasado?
—Lo que sea que fuera, parece que lo ocasionó el señor
Crowel o piensa ir a consolarla.
—¿Es que piensas dejarlos solos?
William apretó sus labios con fuerza y cerró los ojos.
—Sí.
—¡Pero es mal visto!
—Estarán bien y estaré atento por cualquier
eventualidad. Hará falta sólo un grito por parte de Ashlyn
para que salga corriendo a matarlo. —William miró hacia
donde su sobrina se había detenido, era un tanto lejos, pero
aún podía verla—. No la pierdas de vista.
Ashlyn se desplomó sobre el suelo y comenzó a arrancar
el césped a su disposición de forma distraída, sintiendo el
cálido viento moverle el cabello, el sonido de las aves
susurrándole al oído y el aromo a las flores que crecían a
sus alrededores. Cerró los ojos lentamente y se concentró
en pensar en cosas que la reubicaran nuevamente en el
presente: pensó en su familia, sus amigos, sus primos, los
frascos bajo la tierra y en el señor Crowel…
—Lamento que la haya hecho llorar —alguien se sentó a
su lado.
—No tiene importancia.
—Si ha llorado, tiene importancia.
—Es sólo un chisme tonto —negó, limpiándose las
lágrimas—. Las personas son rápidas para sacar conjeturas.
—¿Quiere hablar sobre ello?
—No.
Carson asintió un par de veces y miró a lo lejos. Parecía
tranquilo y relajado, nada indicaba que estuviera incómodo
o afectado por verla llorar, sin embargo, la había seguido y
pretendía consolarla.
—¿Qué es eso de la brujería?
Ashlyn soltó una pequeña risita y lo miró con ojos
llorosos.
—No lo creerá de verdad, ¿o sí? —se limpió otras
lágrimas, pero al menos ya tenía una sonrisa en sus labios.
—Con usted, creo cualquier cosa.
—No es brujería, es sólo un ritual —lo miró divertida—.
Inofensivo y más divertido que funcional.
—Aún así, cree en ello, ¿O me equivoco?
—Tengo la esperanza de que se hará realidad —asintió.
—¿Qué es eso, exactamente?
Ashlyn sonrió con apertura y ojos pícaros y negó.
—No se lo diré.
—¿Por qué?
—Por incrédulo —Ella parecía estar bien y eso, de alguna
forma, lo alegraba a él también.
Capítulo 6
Ashlyn despertó junto con el alba, como era costumbre
de todos los Wellington, incluso su holgazán hermano
mayor, gustaba de despertar temprano por las mañanas
pese a sus constantes desveladas. Se lo debían a sus
padres, quienes desde niños los obligaron a despertar
temprano para comenzar el día.
Ahora era más un gusto compartido que una obligación;
algunos de los Wellington solían despertar sólo para lograr
ver salir el sol, mientras daban caminatas o montaban. Era
común en su familia hacer alguna de las dos actividades
justo antes del amanecer, por lo cual no le sorprendió
encontrarse con su tío William, quién era igualmente de
costumbres mañaneras.
—Tío, buenos días. —La pelirroja se acercó y le besó la
mejilla.
—Buen día, Ashlyn —le revolvió el cabello, tomó su
maletín y salió de la casa presuroso.
La pelirroja siguió su camino hacia los establos, pensando
en montar uno de los caballos de su tío para su paseo
matutino, disfrutando del solitario caminar en medio de la
fresca mañana y la pálida salida del sol. Saludó a algunos
empleados que se paseaban por el lugar y abrió la puerta
del establo, encontrándose de pronto con los ojos grises del
señor Crowel, lo cual la extrañó.
—Oh, buenos días, señor, ¿Qué hace aquí?
—Su tío me ha invitado, señorita, lamento interrumpir.
—No es molestia —sonrió, notando entonces que el
caballero no se encontraba de un humor que fuera amistoso
de momento—. ¿Sucede algo, señor Crowel?
—Con su permiso, señorita. —El hombre dio un cabeceo
hacia ella y subió al caballo que había tomado prestado
para salir a montar sin dirigirle ni una palabra más, ni
siquiera una mirada.
La chica frunció el ceño y se inclinó de hombros,
montando a su propio caballo y saliendo a dar su paseo sin
importarle el comportamiento o la dirección que el señor
Crowel había tomado. Debía admitir que el caballero en
cuestión era un hombre atractivo y tenía una personalidad a
la que ella no podía resistirse.
Pero ningún hombre le era tan interesante como para
seguirlo, ni siquiera el señor Crowel. Así que se fue por el
camino que acostumbraba, por las casas de los diversos
arrendatarios de su tío.
—¡Señorita Ashlyn! —sonrió una jovencita que meneaba
las manos con entusiasmo—. ¡Oh, señorita!
—¿Qué tal Lena? ¿Cómo te encuentras?
—¡Oh, muy bien señorita, me alegra verla!
Ashlyn bajó del caballo, dando unas fuertes palmadas en
el lomo del mismo, para después, mirar a la jovencita que
había tomado las cuerdas del corcel, llevándola hacia las
casas de los empleados. Antes de llegar a la ya conocida
choza, Ashlyn sacó de entre sus ropas, una pequeña bolsita
donde había monedas y billetes.
—¿Cómo se encuentra Margarita?
—Mejor, señorita —sonrió—. Es usted un ángel.
—No lo soy, pero es tierno que lo pienses —negó la
pelirroja y tocó un par de veces la puerta de una de las
casas.
—¡Oh! ¡Señorita Ashlyn!
—Hola, señora Magda —sonrió—. ¿Qué tal está?
—Mejor, señorita, le agradezco toda su ayuda —Ashlyn
siguió a la señora Magda por la casa, entrando a una
habitación pequeña dónde se encontraba una niña, la cual
sonrió al momento de verla.
—Hola Margarita —Ashlyn se acercó con una sonrisa.
—Oh… señorita… Ashlyn —dijo con esfuerzo, tratando de
incorporarse y dando grandes bocanadas de aire.
—No te levantes, recuéstate, debes estar tranquila.
—Me alegra mucho verla, en verdad.
—Ya lo veo, pero trata de no alterarte —sonrió la joven.
Ashlyn permaneció en la casa por un buen rato; haciendo
reír a la niña en la cama y jugando con otros menores.
Había repartido todo el dinero que ganó en el juego de la
velada pasada, la mayoría lo daba a los padres, pero
algunas monedas estaban destinadas sólo para los niños
que, sin dudas, lo gastarían en caramelos.
—Señorita Collingwood.
La voz grave y autoritaria frenó toda risa y júbilo que se
hubiese estado disfrutando hacía sólo unos momentos.
—Señor Crowel, ¿qué desea?
El hombre miró con frialdad a la pelirroja y al resto de los
niños y jóvenes que rápidamente se escondían detrás de
ella.
—No puedo dejarla aquí sola ahora que la he encontrado.
—¿Señor?
—Por favor, suba a su caballo y regrese a la propiedad
conmigo.
—No haré tal cosa, estoy bien.
—Señorita, quizá no comprenda, pero es prioritario que la
escolte de regreso a la mansión.
—¿Prioritario por qué razón, mi señor?
El hombre parecía enfurecer tras cada réplica, lo cual
divertía a Ashlyn, pero aterrorizaba al resto de las personas
a su alrededor, quienes la empujaban hacia el caballo sin
jinete que pastaba a unos pocos metros de ahí.
El señor Crowel elevó una ceja al momento de ver que
esas personas tocaban con tanta libertad a una mujer y
esperó a que subiera a su montura para acercarse a ella
majestuosamente, montado en aquel corcel de pelo
brillante.
—No debe confiar tanto en estas personas, cuando
menos piense, le pueden dar la espalda.
—¿Mi señor? —lo miró con una clara faz de extrañeza—.
Conozco bien a esta gente y no me harían daño.
—Haga favor de no ser ilusa —dijo con desprecio—.
Vamos.
—Y usted haga favor de no ser engreído, ¿Qué le ha
hecho esta pobre gente como para qué merezca su
desprecio?
La faz de aquel hombre era dura, fría e indescifrable;
parecía serlo aún más al momento de ser cuestionado por
Ashlyn.
—¿Regresará ahora?
—Mi señor, es obvio, ha arruinado la diversión y parece
que su presencia hela los corazones de estas personas.
Sería una maldad de mi parte no alejarlo de ellos.
La joven espoleó su caballo y dejó atrás al caballero que
no pudo evitar lanzar una mirada seria y terrorífica a los
aldeanos que rápidamente gritaron en medio de una corrida
hacia sus casas. El señor Crowel dio por terminado el asunto
y se dirigió de regreso a la propiedad, sin ánimos de
alcanzar a la mujer que había salvado.
—¿Quién se cree que es ese hombre? —negó Ashlyn,
quitándose los guantes con los que había protegido sus
manos—. Por Dios, apenas los ve una vez y ya los juzga,
¡qué le pasa!
En ese momento tres gritos le sacaron un susto de
muerte a la pelirroja, quien se volvió a tiempo para esquivar
una espada de madera que volaba directo hacia su cabeza.
Los terroríficos trillizos de su tío habían despertado y
jugaban a los mosqueteros, cuento que los traía locos por el
momento.
—¡Ey! ¡Diablos! —les gritó ella cuando los niños
comenzaron a golpearla con las espadas—. ¡Fuera de aquí
moscas!
—¡Es el dragón que tiene custodiado el tesoro! —gritó
Nick.
—¡Está escupiendo fuego! ¡Miren allá! —gritó Brand.
—¡Mátenlo! —arremetió Thiago.
—¡Agh! ¡Basta ya! —gritó la joven, comenzando a
perseguir a los niños qué rápidamente corrieron por el
lugar, lanzando frases defensivas contra el dragón escupe
fuego.
—¡Corran! ¡Corran! —gritaba Nick—. ¡Si nos toca nos hará
de piedra! ¡Corran!
—¡No los haré piedra! ¡Los haré papilla! —gritaba la
chica, pero era tan difícil alcanzarlos como inmovilizarlos,
¡Eran tres, por todos los cielos! Si atrapaba a uno, el otro lo
ayudaba.
—Chicos, dejen en paz a Ashlyn —pedía Philip, el mayor
de los hijos, siendo este adoptivo de la familia y quien
bajaba en ese momento las escaleras—. Mamá los va a
regañar.
—¡Matadla! —gritó Thiago, haciendo caso omiso de Philip.
Ashlyn seguía corriendo detrás de sus primos,
persiguiendo a uno hasta la salida hacia el jardín y
chocando ambos con el cuerpo fuerte del señor Crowel,
quien permaneció de pie y sin inmutarse mientras lanzaba
al suelo a Ashlyn y a Brand.
—¡Demonios, es como un gigante! —admiró el trillizo.
La pelirroja dejó salir una carcajada, pero rápidamente
tapó su boca y la de Brand.
—Admirable comportamiento —dijo el hombre, elevando
su pierna para pasar entre ellos y no golpearlos.
—Uy, se ve que es estirado y aburrido —susurró Thiago,
mirando pasar al gigante.
—¿Le hacemos bromas? —sugirió Nick.
—¡No! —gritaron a la vez Philip y Ashlyn.
—Niños, es un invitado de su papá, no pueden
deshonrarlo.
—Agh, es tarde, la gente dice que al ser tres, nosotros
somos una maldición para la familia —le quitó importancia
Thiago.
—Son una maldición en verdad —aceptó Philip,
frotándose las sienes, como si le doliera la cabeza.
—Vamos Philip, antes siempre nos ayudabas —se
entristeció Brand—. Ya nunca quieres jugar con nosotros.
—Eso es porque Philip cumplirá quince el año que viene,
ya es un hombrecito y ustedes —les dio un zape a los
trillizos—. ¿Cómo que un dragón escupe fuego y convierte
en piedra?
—¿A que está genial?
—¡No! —les dio otro zape—. Para la próxima eligen un
mito u otro, no tiene ningún sentido que combinen así.
Sus cuatro primos menores la siguieron con quejas hacia
el comedor, donde el señor Crowel ya estaba tomando una
taza de café, pero no ingería alimentos, parecía esperar por
el resto de la familia. Sin embargo, pese a su respeto por los
Charpentier y su invitada, la familia pasó por alto su acto
considerado y siguió discutiendo sobre dragones y medusa,
al menos lo hicieron hasta que la dueña de la casa hizo
aparición con una sonrisa tranquila y se hija tomada de la
mano, envuelta en un hermoso vestido rosado y una sonrisa
perfecta.
—Buenos días.
—¡Buenos días mamá! —saludaron los cuatro niños,
tomando sus respectivos lugares en medio de empujones y
griterío.
—Buenos días tía —sonrió Ashlyn, tomando asiento junto
al invitado de la casa, quien parecía un poco desconcertado.
—Señor Crowel, espero que encontrara sus habitaciones
acogedoras y reconfortantes.
—Lo son, señora, gracias por sus consideraciones.
—¿Habitaciones? —Ashlyn frunció el ceño y miró al señor
Crowel.
—¿Es que no lo sabes? —Millie se introdujo con una
sonrisa—. ¡El príncipe se va a quedar aquí un tiempo!
—No tenía ni la menor idea —dijo sin aire, mirando al
caballero que comenzaba a servir un poco de jugo en su
vaso.
—¡Señor Príncipe! —gritó Millie sobre el murmullo de la
mesa, llamando la atención del caballero, quien sonrió
abiertamente hacia ella, sorprendiendo notoriamente a
Ashlyn y a su tía—. ¿Será posible que me lleve a cabalgar
más tarde?
—Sería para mi un placer.
—Gracias señor Crowel —sonrió Alice—. Lamento esto.
—No es molestia alguna, sobre todo porque están
ofreciéndome su generosidad después de lo sucedido.
—¿Qué le ha sucedido? —inquirió Ashlyn.
—¿Es que no lees periódicos Ash? —preguntó Philip—. La
casa del señor Crowel fue incendiada a posta.
—¿En verdad? —se sorprendió la pelirroja, tenía que
comenzar a concentrarse más en el mundo y menos en
libros románticos.
—Ashlyn. —Advirtió su tía y sonrió de nuevo—. Comamos.
Dada la indicación por Alice, la familia y el invitado dieron
inicio al desayuno que rápidamente se tornó en desastre.
Era de esperarse teniendo a unos trillizos, un chico que
pretendía ser mayor con tendencia a ser un niño gracias a
sus hermanos y una niña enamorada.
Estaba por demás decir que era normal que se metieran
por debajo de la mesa a jalar la ropa, amarrar agujetas de
un zapato y otro, colocar animalejos en los bolsillos o poner
comida sobre los zapatos.
Pese a todo, el señor Crowel parecía hacer uso de toda la
paciencia que Dios le había brindado y no decía nada ante
los constantes escrutinios que los niños hacían a su
persona. Ashlyn los había visto medir los pies del hombre,
pararse junto a él y medirse a comparación y ponérsele en
frente a la cara, mirando fijamente a los ojos del hombre
mayor, quien simplemente dejaba de lado su comida y los
miraba con seriedad hasta que se cansaban de él.
—Niños, hagan favor de dejar en paz al señor Crowel. —
Pidió la madre cuando Millie desacomodó el cabello
perfectamente peinado del señor Crowel y lo comparaba
con el largo del suyo propio—. Es un invitado de esta casa y
esta casa no es un laboratorio.
—¡Lo siento mami! —los trillizos y Millie se sentaron en
sus lugares, pero comparaban los datos recopilados entre
ellos.
—Pueden ser un poco intensos con sus ideas. —Excusó
Ashlyn.
—No tengo problema con los niños.
—¿No? —lo miró sorprendida.
El hombre dejó de lado su café y la miró con una ceja
levantada y una mirada helada.
—¿Por qué la sorpresa?
—Nada, lo siento —ella se volvió hacia el plato que tenía
enfrente y dejó salir una risita que pareció fastidiarlo.
—Si tiene algo que decir, mejor dígalo.
—Bueno, siendo un hombre como lo es usted, no pensé
que los niños no llegaran a fastidiarlo.
—Me fastidian, pero puedo soportarlo —dijo sin más.
—Claro —pronunció con sarcasmo.
—Puedo comprender el comportamiento errático de un
niño, pero no el de un adulto —la miró con dureza—. Y, si no
lo ha notado, señorita, usted es una adulta.
—Pero ¡qué ofensa! —sonrió—. Si apenas soy una
chiquilla.
—Sí, en su comportamiento lo es —el hombre se puso en
pie y dejó de lado su café—. Gracias mi señora, por tan
delicioso desayuno, he de disculparme por mi pronta salida.
—No es problema, señor, comprendemos que es un
hombre ocupado, así como esperamos que comprenda la
ausencia de mi marido por las mismas razones.
—No hace falta una disculpa por ello, señora —se inclinó
y salió del comedor con aquel aire de superioridad que
parecía cargarse.
Ashlyn rodó los ojos e imitó algunas de sus palabras con
voz de burla y miró a su tía con fastidio.
—Entiendo lo que dicen las malas lenguas ahora.
—¡A nosotros nos agrada! —gritaron los trillizos.
—Es tan guapo… —sonrió Millie.
—En cuanto llegue su padre, hablaremos de su
comportamiento, los tres están castigados, Millie con la
señora Lockard y Philip, es hora de tus lecciones.
—Sí madre —el mayor besó la mejilla de su madre y salió
para atender sus labores del día.
—En cuanto a ustedes tres, arriba, rápido. Su tutor
también los está esperando y si le hacen otra jugarreta, les
juro que se quedarán encerrados en su habitación por el
resto de sus días.
—¡Mamá!
La madre los amenazó con la mirada y los niños se fueron
resignados y advertidos. Lo cual seguro no impediría sus
diabluras, pero era admirable que la tía de Ashlyn lo
siguiera intentando.
—Así que… ¿ahora no lo soportas?, pensé que el
enamoramiento duraría más tiempo —sonrió Alice hacia su
sobrina.
La pelirroja se resbaló en su asiento y negó molesta.
—¡Agh! Tan sólo hace un rato me separó de los aldeanos
con los que estaba jugando. —Chasqueó la lengua con
fuerza—. Fue tan… horrible con ellos. Jamás pensé que
fuera un hombre clasista, pero parece ser que sí.
—Oh —la mujer bajó su mirada—. Creo que en eso puedo
justificarlo, entiendo su preocupación.
—¿Preocupación?
—Bueno, cariño, ¿Qué no te he dicho lo de su hermana?
—¿Sobre que la perdió y se siente culpable por
sobrevivir?
—Sí. —Su tía negó tristemente—. Se dice que su hermana
menor fue secuestrada, abusada y asesinada por la gente
de su propia casa.
Ashlyn jaló aire, impresionándose por tal información y
sintiendo un revolcón poco placentero en su estomago,
provocándole náuseas.
—Yo… creo que ahora entiendo su actuar —susurró—.
¡Pero no puede juzgar así a todas las personas!
—Cariño, no puedes exigir eso, no hace mucho que todo
esto sucedió, es normal que tenga resentimientos.
—Creo que yo también puedo ser perjuiciosa. —La joven
se reprochó y miró a su tía—. ¿Tengo que disculparme?
—Sólo si lo deseas.
—¿Y si no?
—Bueno, no puedo obligarte.
Ashlyn amaba a su tía por las libertades que le daba,
pero sabía lo que su padre le diría si acaso estuviera ahí con
ella. Más bien, le exigiría que pidiera una disculpa al señor
Crowel, quien parecía haberse preocupado por ella al verla
en ese lugar y tan indefensa, al menos al parecer del
hombre.
Suspiró. No le gustaba para nada pedir disculpas, sobre
todo cuando se sentía molesta por algo que ella pensaba.
La reacción del hombre había estado justificada,
comprendía que no soportara la idea de que otra mujer
sufriera la misma suerte que su hermana estando él tan
cerca nuevamente.
Pero nada le daba derecho a tratar mal a las personas.
Tendría que encontrar la manera de decir: “lo siento, no
sabía, pero eres un idiota” sin decirlo en realidad.
Capítulo 7
Ashlyn no se había vuelto a topar con el señor Crowel en
unos días, incluso aunque era obvio que ambos salían a
montar a la misma hora y regresaban casi al mismo tiempo,
parecía ser que había una fuerza que los hacía no
encontrarse, a la cual Ashlyn le llamaba suerte, porque así
no había tenido qué disculparse.
El caso era que su tía seguía exigiéndoselo cada vez que
tenían una comida juntos, pero para ella, ese lugar no era el
más indicado para pedir disculpas, así que ambos se
dedicaban a ignorarse durante ese tiempo en el que debían
estar sentados uno junto al otro y, para cuando terminaban,
el señor Crowel agradecía la comida y se marchaba sin decir
más.
Pero esa noche, después de una cena en la que el tío
William supo disimular su falta de simpatía por el hombre al
entablar una larga conversación con él, hubo la necesidad
de pasar a un saloncito para atender a otros cuantos
invitados de la casa.
Ashlyn sabía que era en ese momento cuando debía pedir
las disculpas, pero por alguna razón, ella permanecía en el
extremo más alejado de aquel hombre. Si él se movía un
paso hacia ella, por el motivo que fuera, Ashlyn se alejaba.
—Querida, ¿Por qué no traes tus cartas y jugamos una
partida? —incitó la señora Moreau—. Quizá ahora tengamos
más suerte.
—Por supuesto, señora, será un placer.
Ashlyn agradeció la distracción y rápidamente fue hacia
una caja donde sus tíos guardaban las cartas y las llevó a la
mesa especial que había en aquel salón, donde la señora
Moreau esperaba junto con su tía, otra mujer y, deteniendo
sus pasos, vio como el señor Crowel tomaba asiento
también, dejándola petrificada en su lugar.
—Señor Crowel, había dicho que no era fanático de las
cartas.
—No lo soy —aseguró el hombre—, pero me pareció
interesante jugar en esta partida.
—¿En serio? —la insinuación en la voz de la señora
Dubois era más que obvia, sobre todo porque la dama había
regresado una mirada y una sonrisa hacia la joven que
seguía sin poderse mover—¿Y bien, señorita Collingwood?
¿No tiene ganas de jugar?
Ashlyn meneó la cabeza y sonrió, terminando de
acercarse y sacando las cartas para comenzar a barajarlas,
sabiéndose observada por el hombre que se había sentado
justo enfrente de su asiento, volviendo todo más incómodo.
Las apuestas y el juego comenzaron, Ashlyn no podía
concentrarse del todo, puesto que era más que obvio que el
señor Crowel buscaba ponerla nerviosa y las mujeres
sentadas en la mesa no le hacían ningún favor al sacar a
relucir dones que ciertamente Ashlyn no creía poseer, era
como si aquellas mujeres se hubiesen tomado la tarea de
emparejarla con ese hombre.
—¡No lo puedo creer! —gritó la señora Moreau—. ¡Jamás
había visto perder a la señorita Collingwood!
Ashlyn estaba furiosa, era verdad, nadie la había visto, al
menos hasta que ese hombre apareció en su vida, era una
completa humillación. Había jurado jamás perder contra un
hombre, había sido su deseo tener una racha impecable y
ganadora hasta dejar avergonzados a todos esos petulantes
del género masculino.
—Pero señor Crowel, en verdad es bueno en las cartas.
—Fue divertido compartir mesa con ustedes —asintió.
—Es usted afortunado, tiene tanta suerte como la
señorita Collingwood, al menos, antes así era —dijo la
señora Dubois.
—No lo dudo —el señor Crowel miró a Ashlyn con
satisfacción y elevó una ceja—. Aunque este juego también
se trata de habilidad, por si la suerte falla, claro.
—Ha sido una buena partida —aseguró la joven.
—Lamento decirlo querida, pero creo que hasta he
sentido satisfacción de que no seas tú quien se lleva mi
dinero esta noche.
Ashlyn se mostró ofendida, pero logró disimular una
sonrisa y fingió ir a guardar las cartas a la caja dónde sus
tíos las tenían. Debió tardar más de lo esperado, porque de
pronto sintió detrás de ella la presencia de alguien.
—Lamento ganarle en su propio juego de nuevo.
—La suerte jugó a su favor, señor, no hay problema
alguno con perder de vez en cuando.
—A lo que sé, usted nunca pierde.
—Perdí ahora y no hay más que decir.
—En verdad que es mala perdedora —asintió el hombre,
colocando su espalda sobre la pared cercana—. ¿Qué es lo
que le desagrada tanto? ¿Perder en el juego o contra mí?
Ashlyn lo miró con una sonrisa fingida y negó un par de
veces.
—En verdad que es engreído.
—Sí, lo soy.
—¿No le avergüenza? Es un defecto, ¿lo sabía?
—¿Lo es?
—Sí, suele caer mal a la gente debido a ello.
—Mejor, no me agrada mucho la gente —aceptó.
—¿En verdad? Bueno, se ha esforzado mucho para que
sea algo recíproco —dijo la joven, arrepintiéndose por
haberlo dicho.
—Si, me ha costado más trabajo del que debería, incluso
he sido grosero en ocasiones y aún así no se dan por
vencidos.
Ella lo miró con sorpresa, negando con la cabeza y
cruzándose de brazos, parecía molesta y quizá algo
desilusionada.
—¿Qué gana con ser así?
—¿Ganar? —sonrió—. No gano nada, son ellos los que
ganan cuando buscan mi condición. ¿Crees que los
aduladores vienen sólo porque les caigo bien? No, vienen
porque necesitan algo de mí y están dispuestos a soportar
cualquier cosa con tal de conseguirlo.
—¿Y no le parece deshonroso jugar con ello?
—Para nada, han fingido muchas veces ser mis amigos,
cuando en realidad sólo tienen un interés financiero —miró
hacia la sociedad aglomerada en la casa de los Charpentier
—. Prefiero la honestidad a una fingida cordialidad.
—¿Por qué ha decidido quedarse en esta casa entonces?
A lo que sé, puede pagar por una habitación en un hotel de
lujo.
—Puedo, pero me agrada tu tío.
—¿En verdad? A él no le agrada usted.
—Lo sé.
—¿Entonces por qué…?
—Él es educado, pero no finge que le agrado, no me
busca la condición, simplemente es un buen anfitrión y
aceptó que me quedara con él cuando se le sugirió por el
señor Asher Aigrefeullie.
—¿No piensa que incómoda?
—Quizá, pero me parece una bocanada de aire fresco.
—Ya veo, está usted amargado.
—No sabe cuanto —aceptó el hombre.
Ella lo miró con sorpresa y bajó la cabeza.
—Yo… le debo una disculpa, señor.
—¿En verdad? —la miró con su acostumbrada seriedad—.
¿Por qué razón debería pedirme disculpas?
—Mi tía me platicó sobre… sobre lo que sucedió con su
hermana y yo fui torpe el otro día.
—No lo sabía, por lo tanto, no me debía nada —el hombre
se separó de ella—. Si me disculpa, es momento de que me
retire.
Ella caminó detrás de él por unos pasos, para después
llamarlo.
—Señor —el hombre se detuvo, pero no se volvió—. ¿Por
qué fue a buscarme la condición ahora?
—Porque parecía que tenía algo qué decirme, se lo había
guardado por días —dijo él—. Le facilité las cosas.
Entonces el hombre se retiró. En verdad que era extraño,
pero en cuanto su presencia se esfumó del lugar, todos los
demás parecieron relajarse, incluso ella se sentía con un
peso menos. Miró a su tía y fue a sentarse junto a ella con
una sonrisa, contándole que ya había pedido disculpas y
todo estaba bien entre ellos.
Por alguna extraña razón, el hablar con él y dejar las
cosas claras le había traído tranquilidad y la hacía sentir
nuevamente atraída a él. Aunque quizá, jamás dejó de
sentirse así.
Capítulo 8
Carson Crowel entró a su habitación en la casa de los
Charpentier y cerró los ojos, colocando su espalda contra la
puerta y tratando de contener el grito que deseaba salir
desde su garganta. El hablar de su hermana siempre le
causaba la misma sensación de impotencia, las mismas
ganas de matar a alguien o de vomitar.
Se concentró en su respiración, tratando de calmarse y
buscando alejar los malos recuerdos de su cabeza. Abrió los
ojos, mirando hacia el techo con pinturas al fresco, su
mente se distrajo rápidamente en ello, relajándolo poco a
poco hasta que las náuseas pasaron y pudo respirar con
normalidad.
Se separó de aquella puerta y fue al balcón que tenía la
habitación, necesitaba aire fresco y algo de paz que le
brindaría la oscuridad de la noche. Pero en lugar de
encontrar silencio y claridad mental, escuchó las risas de
una mujer y vio cómo una conocida pelirroja salía de la
casa, internándose en la oscuridad en una completa
soledad.
—Maldición.
Ya era algo que no podía evitar, no podía dejar que
alguien le hiciera daño a esa mujer, no lo permitiría como lo
permitió con su hermana, su dulce hermana que había sido
llevada contra su voluntad y la había perdido, la perdió por
un descuido.
Su madre jamás se había recuperado y su padre se sumió
en un casi completo mutismo, del cual nadie pudo sacarlo,
ni siquiera él mismo. No quería ver sufrir a nadie de esa
manera, no quería que nadie compartiera los horrores que
era sufrir algo así y las secuelas que él conocía tan bien.
Bajó las escaleras de la casa prácticamente corriendo y
salió hacia el jardín, siguiendo la dirección que había visto
tomar a la joven Collingwood. Esperando encontrarla sana y
salva. No tenía idea lo que esa señorita tenía en la cabeza,
pero estaba rozando con lo que resultaba soportable, al
menos para él.
Carson rebuscó en la oscuridad del jardín, pensando en el
lugar dónde una mujer como Ashlyn podría esconderse.
Dudaba que fuera a buscar a sus amigos los aldeanos, así
que tenía que estar en otra parte y haciendo otra cosa.
Quizá estuviera encontrándose a escondidas con algún
enamorado, lo cual sería un escandalo y algo en lo que él no
debía meterse.
Repentinamente, el hombre tropezó, casi yendo a parar
al suelo si no fuera porque logró tomarse de un farol
cercano.
—¡Ay! ¡Qué distraído! —se escuchó la voz molesta de la
joven.
Carson volvió la mirada hacia la chica que se levantaba
del suelo con molestia y limpiaba sus ropas.
—Señorita, ¿me puede decir qué hacía?
—Yo… —ella se movió incómoda de un lado a otro—.
Nada.
—¿Esperaba a alguien?
—¡Claro que no! —dijo ofendida—. Yo no tengo nada que
ver con ningún hombre.
—No encuentro otra explicación a su comportamiento —
la miró de arriba hacia abajo—. Tendré que reportarlo a su
tío.
—¡No! —la joven tomó la mano de Carson y este la miró
con extrañeza y se soltó de inmediato—. Lo siento, pero
deje que le explique antes de que provoque que mi tío me
mande de regreso a Inglaterra y no me vuelva a invitar en
su vida.
El hombre la miró con una mueca de desgana y se cruzó
de brazos, tratando de impedir que ella lo volviese a tocar
de forma poco escrupulosa, como lo había hecho antes.
—Hable entonces.
Ella suspiró aliviada.
—¿Ve eso? —apuntó hacia el cielo.
—¿La luna? —el hombre frunció el ceño.
—Luna llena, señor, siendo específicos.
—Ajá, ¿Eso qué tiene?
—Bueno, sé que puede sonar un poco tonto, pero es el
día en el que… —ella bajó la cabeza y maldijo a lo bajo—. Es
el día en el que se deben hacer rituales.
—¿Qué? ¿Nuevamente? Pensé que era juego de un día. —
El ceño de Carson se frunció y la miró con extrañeza—. ¿Me
dice que cree en dioses paganos o algo así?
—No, no —ella levantó las manos—. Lo siento, se ha
malentendido completamente lo que trataba de explicar.
—Dese prisa en corregirse, cada vez me siento más
tentado en ir con su tío y dar aviso de estas locuras.
—¡Bien! —ella se exasperó—. Resulta que es en estos
momentos cuando se cree que se pueden pedir deseos y
eso era lo que yo hacía: pedía un deseo.
—Sigo sin comprenderla.
—No tiene por qué entenderlo, señor —lo miró suplicante
—. Tan sólo he de decir que debía salir a estas horas,
admirar la luna y pedir el deseo que ahonda mi corazón.
—Me sigue sonando a una extrañeza esotérica.
—¿Me haría favor de guardar el secreto de que he salido?
Carson la miró detenidamente, ella en verdad parecía
preocupada por que mantuviera sus labios cerrados, al
menos le alegraba saber que William Charpentier tenía esa
clase de reacción sobre ella, quería decir que lo respetaba o
al menos le tenía el suficiente miedo como para no volver a
cometer una estupidez como la que había hecho esa noche.
—Con una condición.
—Lo que sea, lo que usted quiera.
—No vuelva a salir de noche sola.
—Oh, señor, lo juro —dijo alegre—. Gracias, gracias.
Carson asintió y extendió un brazo con la palma hacia
arriba, apuntando hacia la propiedad, indicando a la mujer
que caminara por enfrente de él para introducirse a la
mansión. Notó la complicación de la joven y la observó
atento y curioso cuando ella volvía a agacharse, colocando
más tierra sobre lo que fuera que hubiese escondido en el
suelo, después, plantó una flor en su lugar y por último la
besó y se puso en pie.
—Será cruel que, cuando deseé sacar su secreto, la flor
sea destruida —observó el hombre.
—Oh, si se cumple mi deseo, no habrá razón de
destruirla.
—¿Quedará su secreto entre la tierra de la casa de su tío?
—Tengo la esperanza de que los minerales de la misma
deshagan todo atisbo de ella con el tiempo.
—Y si no se cumpliera su deseo, ¿para qué destruir la
planta? Si de todas formas lo que hay debajo de ella será
consumido.
—Sería un triste recordatorio para mí el verla crecer sobre
algo que jamás se cumplió.
El hombre asintió aún sin comprender aquella forma de
pensar, pero no la podía criticar, cada quién podía pensar lo
que quisiese y, si ella creía que saliendo en medio de la
noche a enterrar algo en la tierra ayudaría, ¿quién era él
para negárselo? Quizá hasta fuera mejor dejar todas las
esperanzas en manos de la naturaleza en lugar de la de un
ser supremo.
Si acaso existía tal ser, se había encargado de hacerle
muchísimo daño a él y a toda su familia, sobre todo a su
hermana. Cerró los ojos y miró hacia el cielo estrellado,
dejando que la luz de la luna ocultara la forma en la que sus
ojos se llenaban de lágrimas.
—¿Señor? —su voz suave lo regresó de golpe a la
realidad.
—Vamos, es hora de irnos.
Ella asintió y caminó por delante de él, no volvió el rostro
hacia él ni una sola vez, mantuvo sus manos juntas por
delante de su cuerpo y casi podía sentir que agachaba la
cabeza, como cuando era niña y su padre la regañaba.
Logró causarle un poco de risa, pero no dejó salir sonido,
aún pendía de un hilo de que ese hombre la delatara.
—Gracias por su preocupación, señor —se volvió hacia él
cuando subieron los escalones que los llevaban de regreso a
la propiedad—. Cumpliré mi promesa.
—Eso espero yo, por su propio bien.
Ella asintió un par de veces y subió corriendo las
escaleras. Carson se quedó parado por un buen rato en el
lugar y suspiró, volviéndose hacia la puerta que dirigía al
jardín y admirando la luna llena y su belleza. No recordaba
la última vez que él se hubiese puesto a admirar la
naturaleza, pero ahora que se tomaba el tiempo, era en
realidad hermosa; desde lo sucedido con su hermana, todo
color, todo sabor y todo atisbo de cariño, se había borrado
de sus sentidos y de su alma. Por primera vez volvía a sentir
la ráfaga del viento que traía consigo el olor primaveral.
Miró a lo lejos, admirando la pequeña flor que yacía en
medio de un tumulto de tierra que había sido puesta
presurosamente, estaba muy mal plantada, Carson sabía
que moriría si no tenía el adecuado trasplante y algo en la
actitud de la joven le hacía pensar que lo que fuese que
hubiese abajo, era algo de suma importancia.
—Maldición. Qué maldito estúpido soy.
El hombre caminó lentamente hacia el lugar donde había
encontrado a la señorita Ashlyn Collingwood plantando
aquella pequeña flor blanca. Miró sin expresión o
sentimiento hacia aquel lugar, la planta incluso había caído
desmayada, con la languidez suficiente cómo para morir esa
misma noche.
Carson levantó un poco su pantalón y se inclinó, quitando
aquella flor que salió sin renuencia de la tierra con todo y
sus raíces mal plantadas. La dejó de lado y cavó un poco
para que tuviera la profundidad adecuada para mantenerla
erguida, pero sin intentar encontrar lo que fuese que la
señorita Collingwood escondió debajo.
Cuando el trabajo estuvo bien hecho y la flor se erguía
con pomposidad y hasta con alegría, Carson dio el visto
bueno y se marchó, esperando que el deseo de la loca
señorita se cumpliera tras haber sido tomado en cuenta por
manos más cuidadosas en su ritual perpetrado por él
mismo.
Ashlyn sonrió desde el balcón que daba justo hacia su
flor, sorprendiéndose de que el señor Crowel tuviera el
cuidado y el corazón para volver y plantar adecuadamente
la flor de sus sueños, pero sin inmiscuirse en ellos.
Por una milésima de segundo, cuando ella había salido a
ver si todo estaba bien con su flor y notando que esta se
había caído sin fuerza suficiente para mantenerse en pie,
quiso romper su promesa e ir a revitalizarla, pero entonces,
el cuerpo grande y fuerte del hombre que la había obligado
a entrar se hizo presente, quitando la flor y dejándola de
lado.
Estuvo a punto de gritarle, de hecho, casi se cae del
balcón cuando lo vio cavar, por un momento pensó que
sería tan falto de honor y decoro que había ido a buscar lo
que ella escondió con el corazón puesto en ello. Sin
embargo, algo la detuvo, quizá Dios o el sentido común,
dándose cuenta que él no buscaba nada y en cambio
tomaba la flor y la colocaba adecuadamente en su lugar.
Su corazón dio un brinco en su pecho, provocando que
ella llevase una mano hacia la zona y colocara su palma
como impedimento para que su órgano se saliese de lugar.
Tomó una larga respiración que salió transformado en
suspiro.
—Peligro —se dijo con una sonrisa—. Esto ya es peligroso.
Capítulo 9
Ashlyn se encontraba en el balcón de su recámara,
mirando soñadoramente hacia la flor que el señor Crowel se
había encargado en colocar adecuadamente sobre la tierra.
Sonrió. No lo quería admitir, pero desde aquel día, ella salía
al balcón cada que tenía oportunidad para ver aquella flor
blanca pavonearse ante el aire primaveral de París. Podía
durar horas y horas haciéndolo, pero más que mirarla, en
realidad le traía el recuerdo de aquel hombre que la había
colocado adecuadamente en su posición.
La joven se volvió a su habitación y siguió empacando
vestidos, joyería y demás indumentaria necesaria para los
días que estarían fuera de París. Hacía unos días su tío les
había comunicado que tendrían que atender la invitación
hecha por los Parrel, la cual constaba de poco más de una
semana de festividades en su casa fuera de la ciudad,
ubicada en Reims. Habría que tomar un tren para llegar y
estaba por demás decir que eso sería difícil si se tomaba en
cuenta que había cinco niños de por medio.
Dio su tarea por terminada y cerró ella misma todas las
valijas que se llevaría, según lo que su tía tenía previsto,
saldrían antes de las doce del día para tomar el tren y
llegarían en unas horas a Reims.
—Buenos días señorita Collingwood —la asustó de pronto
el señor Crowel, quien caminaba a su lado para ir al
comedor.
—Buenos días —sonrió la joven—. ¿Está listo para toda
una semana de interacción social?
—Supongo que se burla de mí —la miró sin un atisbo de
sonrisa o gesticulación en su rostro, pero Ashlyn sabía que
se encontraba divertido, por alguna razón lo intuía—. Le
aseguro que sé estar en sociedad, señorita.
—No lo dudo, pero estoy casi segura que le disgusta.
—En realidad no, me agrada la charlatanería de una
buena velada, ciertamente no soy dado a hablar, pero lo
disfruto.
—¿Le gusta ver el deterioro de la sociedad mientras
lentamente cae en la desgracia venida de la mano por los
excedentes de alcohol?
—Bueno, es una de las cosas que me gustan.
Ella dejó salir una ligera risotada y lo miró con diversión.
—Supongo que otra de las cosas que le gustan es ver a
todas esas doncellas que discretamente le lanzan miradas
llenas de coquetería.
—¿Coquetería? No, no lo creo, al menos no conmigo —
abrió la puerta del comedor para ella—. Creo que las
doncellas suelen tenerme más miedo que cariño.
—Eso es porque tiene una mirada de espanto, señor, pero
si gusta, puedo hacerlo entrar en el juego.
—No, gracias. Prefiero seguir en mi anonimato.
Ella asintió, elevando sus comisuras sólo de un lado,
dibujando una sonrisa sin dientes. Más como una burla.
—Entonces se aburrirá muchísimo, he escuchado decir
que usted ni siquiera toma alcohol.
—Ha escuchado mentiras, en ese caso.
—¿En verdad? —tomó asiento en la silla que él había
apartado caballerosamente para ella—. Me alegra saber que
al menos tiene ese vicio, señor, no puede usted ser tan
respetable en todos los aspectos.
—No diría que es un vicio, pero bebo lo suficiente.
Ambos callaron cuando el resto de la familia llegó al
comedor en medio del desastre usual y prosiguieron con un
desayuno en el que apenas cruzaban palabra. No era que
fuera de ese comedor ellos tuvieran largas conversaciones,
pero al menos podían charlar livianamente, como lo habían
hecho hace unos momentos.
Pese a que el señor Crowel no era especialmente afecto a
estar con nadie, Alice Charpentier podía decir que lograba
ver al hombre en un estado de tranquilidad y hasta cierta
comodidad con su sobrina, la cual relucía cada vez que el
caballero en cuestión le ponía atención suficiente como para
que fuera notorio que tenía una preferencia poco común en
ella.
—Señor Crowel, supongo que usted irá en el mismo tren
que nosotros esta tarde —inicio Alice—. ¿Sería para usted
una molestia hacerle compañía en el trayecto a mi querida
Ashlyn?
—Iré en el mismo tren, señora y para mí sería un placer
tener compañía en el viaje.
—Gracias, sucede que no podremos ponerles la atención
que se merecen al llevar a los niños. Usted comprende
¿Verdad, señor?
—Por supuesto.
Ashlyn dirigió una mirada de advertencia hacia su tía, era
más que obvio lo que había hecho y sólo lograba
avergonzarla.
—Bien, chicos —llegó de pronto William Charpentier
mirando su reloj de bolsillo—. Necesito que bajen sus valijas
en menos de diez minutos. ¡Ahora! ¡Ya! ¡Corran!
Los niños sonrieron y corrieron hacia la salida,
comprendiendo la jugarreta de su padre y atendiéndola con
gusto.
—Querido, mira el desastre que has desatado —se puso
en pie Alice, yendo por las escaleras por donde los niños se
jaloneaban.
—Ashlyn, maleta de mano abajo en cinco minutos, ya
están subiendo tus cosas —indicó su tío.
—Sí, tío.
—Señor Crowel —asintió William—. Dejo a su disposición
a mis mozos por si gusta que hagan algo.
—Gracias señor, he de tomarle la palabra.
Ashlyn vio salir a su tío y se puso en pie, cuando su tío
decía que en diez minutos los quería abajo, no mentía, era
un hombre puntual y no aceptaba tardanzas de nadie.
—Debería tomar en cuenta lo del tiempo —indicó Ashlyn
al notar que el señor Crowel se quedaba atrás para terminar
su café.
—Estaré listo, señorita, no ha de preocuparse, tendrá mi
compañía en el camino.
Ashlyn se sonrojó visiblemente y por ello salió huyendo
del lugar. Ella sólo quería ser amable y le salía con tonterías
¡Dios!
A eso de las doce, la familia Charpentier más sus dos
visitantes estaban en la estación del tren, intentando que
los niños no corrieran hacia las vías del tren o hacia las
personas que intentaban abordar. Para ese momento cada
uno de los adultos había logrado capturar la mano de uno
de los niños y se esforzaba por no dejarlo libre.
Incluso el señor Crowel había ayudado en la tarea y
mantenía entretenido a Nick y Millie con algún truco que
parecía mantener al niño impresionado y sin quererse
mover de su lado.
—Parece que le agradan los niños, ¿verdad querida?
Ashlyn dio un salto y miró a su tía.
—Oh, por favor, tía, deja de hacerme renegar con el
tema.
—Has sido tú la que no ha podido quitarle la vista de
encima.
—¡Yo quiero ir con el señor Crowel! —se quejó Brand,
quien estaba tomado de la mano de Ashlyn.
—El señor Crowel está con Nick y Millie, tú te quedas
conmigo —ordenó la joven pelirroja.
—¡Pero ellos se ven tan divertidos! —se quejó Thiago que
era sostenido por su madre.
—¡Vamos allá Ashlyn! —lloriqueó Brand.
—Tranquilos, su padre y Philip estarán por volver con los
pases de abordar —sonrió con calma la madre.
Pasaron unos minutos más en lo que todos tuvieron sus
pases y subieron al tren. Ashlyn miró detenidamente el
largo pasillo alfombrado de azul rey, parecía una alfombra
vieja pero limpia; las ventanas estaban flanqueadas por
cortinas del mismo color que de momento se encontraban
abiertas; los asientos eran de piel y estaban hechos para
que dos personas pudieran sentarse una junto a otra, sin
ningún tipo de separación y con un asiento enfrente,
haciendo que los espacios estuvieran designados para
cuatro personas con una única mesa como separación.
La familia Charpentier se hizo con el primer
compartimiento de cuatro que se encontraron vacío,
sentándose los tíos de Ashlyn en un asiento, dejando a los
niños en el de enfrente, empujándose por quedar del lado
de la ventana.
Ashlyn miró a su tía pidiendo misericordia, sentía tantos
nervios al tener que viajar sentada junto al señor Crowel
que creía que vomitaría en cualquier momento.
—Aquí hay dos lugares. —El señor Crowel la tomó con
delicadeza del codo y la dirigió hacia los espacios vacíos,
cediéndole el lado de la ventana.
Ashlyn se sentó y removió en su asiento con
incomodidad, rezando por que nadie llegara y se sentara en
el asiento de enfrente para ser capaz de cambiarse.
Lastimosamente, justo cuando el señor Crowel terminaba de
subir las maletas de mano, una pareja joven y muy
enamorada tomó asiento en el espacio disponible frente a
ellos y sonrieron, esas sonrisas eran más incandescentes
que el mismo sol.
—Buen día —dijo la mujer en cuestión, adelantándose un
poco para quedar más cerca—. ¿También son recién
casados?
Carson y Ashlyn se miraron, pero fue ella quién contestó
negativamente a la pregunta, poniéndose inmediatamente
nerviosa, notando como el hombre a su lado no parecía
tomarle importancia a la pregunta de la mujer, ni tampoco a
la respuesta dada por ella.
—Oh, pero si hacen una pareja tan… no sé,
impresionante, tienen un porte que me parece increíble,
parecieran tallados a mano.
—Gina, por favor, no incordies —pidió el marido a su lado.
—No lo hago —susurró la joven con una sonrisa traviesa
—. Nosotros nos hemos escapado, mi padre no quería que
me casara con Darren, pero no he podido matar el amor que
siento por él.
Ashlyn sonrió ante la lengua suelta de la joven.
—Me parece muy romántico —aquella aportación logró
llamar la atención del señor Crowel, quien parecía reprobar
la conducta. Ashlyn ignoró aquella dura mirada y continuó
—. ¿Qué harán ahora con sus vidas?
—¡No tenemos ni la menor idea! —sonrió la joven—. ¿No
es acaso tonto? Creo que no lo pensamos bien.
—No me digan —susurró sarcásticamente el señor
Crowel, quien leía el periódico, escudándose de esa manera
de la pareja de melosos.
—Seguro algo saldrá.
Ashlyn le lanzó una mirada de advertencia que quedó
escondida tras el periódico y sonrió de nuevo a la mujer
enamorada. El señor Crowel había hablado lo
suficientemente bajo como para que ellos no lo escucharan,
pero no quería una indiscreción más.
—Hemos gastado nuestros ahorros en este viaje, justo
ahora no sabemos lo que haremos, pero creo que, si nos
tenemos el uno al otro, podremos salir adelante en lo que
sea que se…
—¡Oh, por favor! —negó el señor Crowel, bajando su
periódico—. No, las cosas no son románticas todo el tiempo,
bien por ustedes por tomar el valor de hacer lo que querían,
pero no pensaron las cosas correctamente.
—Señor Crowel, por favor —pidió Ashlyn.
—Ahora están atrapados en la vida real, por lo que veo,
eras alguien con dinero —apuntó a la jovencita y después
miró al asustado hombre— y tú has de ser un buen
empleado, pero te has quedado sin trabajo y
recomendaciones.
—¡Señor! —Ashlyn le tomó del brazo con fuerza,
llamándole la atención y pidiéndole que se detuviera.
Carson miró los ojos azules de la mujer frente a él,
parecía sumamente apenada y quizá algo furiosa por sus
palabras.
—Tiene razón —dijo el hombre, provocando que ambos
volviesen la mirada—. Señor, tiene razón, no he pensado las
cosas y ahora estoy atrapado sin saber qué hacer.
—Darren… —se asombró la joven a su lado.
Ahora el chico se veía realmente abatido, de hecho, quizá
desde que se sentaron tenía la misma actitud, pero con la
felicidad resuelta que portaba la hermosa mujer, su dolencia
había sido pasado a segundo plano para Ashlyn.
—¿Qué hacías antes en tu trabajo? —pidió Carson.
—El señor me estaba enseñando a llevar la contabilidad.
—Me sorprende —asintió el señor Crowel—. Quizá pueda
hacer algo por ti en París.
—¿Mi señor?
—¿Dices que sabes hacer cuentas?
—Sí, mi señor, él es maravilloso en verdad —se introdujo
Gina.
—Bien, estoy contratando gente y puede que tenga algo
para ti.
Ashlyn volvió una mirada impregnada en impresión.
—Mi señor, se lo agradecería, ¿Dónde he de
presentarme?
—Los bancos Crowel.
El hombre empalideció y abrió los ojos como platos.
—¿Los bancos Crowel, mi señor? —negó—. Tengo
entendido que el dueño de los bancos no permite que
cualquiera trabaje ahí, yo ni siquiera tengo ropas que sean
presentables para ese lugar.
—Es verdad, es un hombre exigente, pero sabe apreciar
la valía de las personas, no temas por ello.
El hombre parecía en verdad conmocionado y dubitativo.
—Lo harás, ¿Verdad Darren? Iras —pidió la joven—. Este
señor parece conocer el banco, seguro ayudará. ¿Lo hará mi
señor?
Carson simplemente cerró los ojos y asintió.
—Aún así —el hombre seguía en medio de sus
vacilaciones—. Sigo sin ser presentable para ello, ¡Dios!
Tiene razón, no pensé.
—Darren, todo saldará bien —la joven Gina tocó la mano
de su amado con cariño.
—¿Me disculpan un momento? —el hombre se puso en
pie y salió del lugar, siendo inmediatamente seguido por
Gina.
Ashlyn empatizó en demasía con la aflicción de aquel
hombre, habían hecho todo por amor y eso no se merecía
terminar mal. Sintió que su alma se calentaba al completo
al momento de sacar las cartas que traía en su bolso de
mano y miró al señor Crowel con la determinación plasmada
en su mirada.
—¿Jugaría conmigo, señor?
—¿En verdad, señorita?
—¿Tiene miedo de perder?
—No en esta vida —apuntó la baraja con la mirada—.
Reparta.
Se enfrascaron en un juego con las apuestas cada vez
más elevadas, Ashlyn sentía la sangre correr por sus venas,
si ganaba esa partida, seguro podría sacarle el dinero
suficiente al señor Crowel como para que la pareja tuviera
suficiente para regresar a París, rentar una habitación e
incluso comprar ropa presentable para el hombre recién
casado.
Ashlyn sabía que debía conservar la calma, pero le era
imposible no mover sus dedos con desesperación mientras
el hombre frente a ella se movía con plausible calma.
—Gané… —dijo la joven con impresión—. ¡Gané! ¡Le
gané! Oh Dios mío, ¡Le gané!
Carson asintió lentamente y sacó el dinero que le debía
de su billetera, tendiéndoselo con tranquilidad.
—¿Qué hará con el dinero de su victoria, señorita? —la
miró penetrantemente, él sabía perfectamente lo que haría.
—Yo… de hecho, tengo que ir al tocador.
—Me imagino que sí.
Ella lo miró con molestia y se puso en pie, pidiendo que
se moviera para que pudiera salir. El señor Crowel disimuló
una pequeñísima sonrisa y se puso en pie, viéndola dirigirse
hacia donde la pareja estaba discutiendo.
Cuando regresó, lo hizo sin el dinero y con una cara de
felicidad que Carson no pasó por alto, negó lentamente
mientras la dejaba pasar a su asiento y ambos se sentaron
de nuevo.
—Ahora comprobaremos algo, señorita.
—¿De qué habla?
—De la fe que le puede o no depositar a las personas —la
miró detenidamente—. Si ese hombre se presenta a trabajar
como se estableció, usted tendrá la razón, pero si no, la
tendré yo.
Ella entrecerró los ojos y se sorprendió al comprender
algo.
—Se dejó ganar, ¿verdad?
—Nunca lo sabremos.
—Incluso le ha ofrecido trabajo en el banco.
—Aún tiene que ganarse el puesto, no es como si se lo
estuviera regalando —se cruzó de brazos.
Ashlyn se volvió hacia la ventana y sonrió al camino que
pasaba con rapidez ante sus ojos. El señor Crowel tenía
mejor corazón de lo que ella había pensado, quizá fuera
algo duro al dar sus opiniones, pero estas eran acertadas y
sabía ser bondadoso, lo había demostrado al ofrecerle
trabajo; era caritativo, puesto que la había dejado ganar a
sabiendas que les daría el dinero a ellos; también era
humilde, puesto que nunca le dijo que era el mismísimo
señor Crowel, aunque también estaba la posibilidad de que
estaba apostando con ella.
Esperaba ganar, porque debía demostrarle que estaba
bien confiar en las personas. Ansiaba que el remordimiento,
el cansancio y la tristeza que veía a través de sus ojos, se
esfumara un poco y de alguna forma lo regresara a la vida,
que dejara de estar muerto.
De hecho, lo ansiaba. Quizá quería ayudar a alguien a
salir de la misma desolación en la que ella se encontró en
algún momento. O quizá, ya no tolerara una vida donde él
no pudiera amarla también.
Capítulo 10
—Señorita Collingwood —Ashlyn sintió como alguien
sacudía suavemente su hombro—. Señorita, no sé si sea de
mala educación despertar a una dama, pero hemos llegado.
La joven abrió los ojos con impresión, notando que se
había quedado dormida en el hombro de aquel hombre.
Sintió que sus mejillas ardían y se puso en pie tan
rápidamente que incluso se golpeó en la cabeza.
—¿Se encuentra bien? —se adelantó Gina.
—Sí, bien —Ashlyn sobaba su cabeza—. ¿Qué harán?
—Regresaremos a París inmediatamente —asintió la
joven.
Ashlyn sonrió segura y miró victoriosa hacia el señor
Crowel, quien en ese momento se enfocaba en cerrar una
carta con lacre dorado, la joven notó cuando el hombre
lentamente desabrochó un botón de su camisa para sacar
una alargada cadena plateada.
Aquello provocó que el estómago de la joven se viera
severamente comprometido, enfocó toda su atención en sus
movimientos, dándose cuenta que de la brillante cadena,
colgaba un anillo de oro blanco, y presionaba el sello sobre
el sobre. La joven sintió una revoltura nauseabunda en todo
su cuerpo y se inclinó ligeramente para observar el sello,
ansiosa y llena de desesperación de pensar que él…
Carson la miró confundido por uno segundos, guardó la
cadena con el anillo en el interior de sus ropas y cerró el
botón.
—Bien, si su esposo piensa presentarse en el trabajo,
necesitará esta carta de recomendación —le entregó el
sobre a la mujer, puesto que Darren había bajado para
comprar los boletos—. Por su bien, el sobre tiene que llegar
sellado hasta la persona a la cual está dirigida.
—Sí, mi señor.
—Suerte entonces —Carson levantó las manos y bajó la
maleta de mano de Ashlyn y la propia y salió con ambas.
La joven pelirroja se había quedado ligeramente
rezagada, con el ceño fruncido y la cabeza en otra parte.
Dio un paso para seguirlo, pero la mano de la joven Gina la
frenó.
—Es un buen hombre, señorita, al igual que usted —la
miró con una sonrisa—. Parece que la aprecia de alguna
manera, la ha dejado dormir en su hombro todo el camino a
pesar de que se le veía bastante incómodo con ello.
Aquello la regresó a la realidad.
—¡Dios! —ella se cubrió la cara ante la vergüenza.
—Creo que no debería dejarlo ir si también lo ama.
—¡Yo no lo amo!
Gina la miró con una cara de suficiencia.
—Es lo peor que una mujer puede hacer.
—¿Qué cosa?
—Negarse al amor —dijo como si fuera algo obvio—. No
saber lo que queremos en esta vida es lo que nos hace estar
por debajo de ellos en la sociedad.
—Enamorarse nos hace perdedoras.
—¿En verdad? —la joven frunció el ceño—. Yo no lo veo
así.
Ashlyn le sonrió y le deseó buena suerte, bajando del tren
y topándose de frente con el señor Crowel, quien la
esperaba pacientemente frente a la salida, aunque sin
maletas.
—¿Qué ha sucedido?
—Sus tíos se han adelantado —dijo sin más—. Nuestra
carroza está por allá.
Su tía en verdad que se estaba pasando, ¿ahora se creía
cupido? Miró al hombre que la seguía tranquilamente por el
camino hacia la carroza y la ayudó a subir a ella, dejándole
un hormigueo en la mano, quien no podía más que
sonrojarse con constancia.
—¿Qué decía la carta? —preguntó Ashlyn para cortar el
aplastante silencio que parecía sólo incomodarla a ella y
llevarla a conjeturas y pensamientos dolorosos.
—Ordena que se le contrate inmediatamente y se le de
sueldo por adelantado para solventar sus gastos.
Ella sonrió a la ventana.
—Espero que no sea tonto y vaya por el empleo.
—Veremos qué sucede.
—¿Quiere jugar? —sacó las cartas de su bolsito.
—¿Por qué no? —el hombre se inclinó de hombros, yendo
a sentarse junto a ella, pero dejando espacio para que
pudieran poner cartas en el asiento.
Ashlyn no quería seguir pensando en la cadena, no
porque él llevara una cadena significaba que tenía que ver
algo con su pasado. Pero debía admitir que era una gran
coincidencia que ambos hombres, el de su pasado y el
señor Crowel, llevaran un anillo en una cadena... era una
lástima que no hubiese alcanzado a ver el sello, ella no
podría olvidar la marca que debía dejar el anillo del
malvado, puesto que la seguía llevando sobre la piel.
Quizá si lo viera de cerca…
—¿Sucede algo? —inquirió el hombre, notando que ella
no terminaba de repartir las cartas.
—No. Lo siento. —Ella meneó la cabeza y se enfocó.
No tardarían mucho en llegar, pero pareció que fue el
tiempo suficiente para que el señor Crowel barriera el suelo
con el orgullo de Ashlyn, la cual había comprobado en
repetidas ocasiones que ese hombre no era de los que
perdía en las cartas y si lo había hecho, fue totalmente a
posta.
—¡Agh! ¡No puedo pagar más! —se dejó caer en el
asiento—. Me dejará desnuda si seguimos jugando.
—¿Disculpe?
—Dios —se cubrió la boca con una sonrisa—. Lo siento, lo
dije sin pensar. Nada, pero ya no quiero jugar.
—En realidad yo también estoy aburrido de jugar —juntó
las cartas—, no me parecen juegos con mucho sentido.
—Ah, ya recuerdo, a usted le gusta el ajedrez, ¿verdad?
—Nos vimos interrumpidos la última vez que quise
enseñarla.
—Creo que tendremos tiempo en esta ocasión —sonrió—.
¿Cree que pueda ganarle?
—Dependerá de usted —recostó su espalda en el asiento
—. Es un juego de pensar, de estrategia.
—Casi estoy segura de que le ganaré.
—Mmm… lo dudo.
Ella le golpeó con fuerza el hombro y él dejó salir un
quejido en medio de una pequeñísima risa. Ashlyn lo miró
impresionada.
—¿Ha reído? ¿Acaso ha reído?
—Fue más un quejido.
—Se rio, pude ver sus dientes. —Él frunció el ceño y negó
un poco, cruzando los brazos sobre su pecho—. Aunque lo
niegue, lo escuché.
—No tengo conflicto en que me escuche o me haga reír —
la miró con desconcierto—. Pero casi nada me provoca
gracia.
—Le he provocado gracia entonces.
El hombre rodó los ojos y entregó las cartas a su dueña,
las cuales guardó en su bolsito y comenzó a sacar dinero.
—Por favor —la detuvo en su hacer, colocando una mano
sobre las suyas—. No piense que le aceptaré dinero.
—Yo he aceptado dinero de usted cuando gané —dijo con
soltura—¿Por qué no aceptaría el mío cuando es obvio que
ganó?
—Bien, apostémoslo todo en el próximo juego.
—¿Para que me deje ganar? —negó—. Tome su dinero.
—No lo aceptaré, Ashlyn.
Los colores subieron rápidamente a las mejillas de la
joven y en realidad, a toda su cara, lo cual la convertía en
un dibujo de caricatura, puesto que su cabello era
igualmente rojizo.
—¿Está usted bien?
—Yo… ¡Claro que lo estoy! —parecía ser que él no se
había dado cuenta de lo que había hecho—. ¡Tome el
bendito dinero!
Ella tomó la mano del hombre y depositó su deuda ahí,
girándose rápidamente hacia la ventana, tratando de
respirar aire fresco para que el calor que sentía en su rostro
se esfumara.
Cuando llegaron, Carson bajó primero, regresando la
mirada para ayudarla a bajar, pero Ashlyn se había detenido
al ver en el asiento el dinero que le había dado. La joven
blasfemó a lo bajo, provocando que Carson se guardara una
sonrisa en el interior de su alma.
—Señor, recuérdeme jamás volver a jugar con usted —le
tomó la mano que le ofrecía para ayudarla a bajar—. Es un
muy mal ganador, no me gusta andar rogando por que
acepten el dinero.
—Entonces deje de hacerlo.
—He de pagar.
—Pensará entonces en otra cosa, porque no aceptaré
dinero.
—¿Qué acepta entonces?
Él regresó una mirada que ella no supo descifrar.
—Tendrá que averiguarlo, supongo.
—Injusto —lo siguió cuando comenzó a caminar—. ¿Sabe
lo angustioso que es deberle dinero a alguien?
—Sí, lo sé.
—¿Entonces por qué me hace esto?
—No aceptaré su dinero señorita Collingwood.
—¡Agh! ¡Es usted un pesado!
Ella pasó de largo, saludando rápidamente a sus
anfitriones y dejándolo perdido al admirarla caminar bajo el
sol que hacía brillar su cabello como si se tratara de una
fogata en apogeo.
—¡Señor Crowel! —gritó la señora Parrel para llamarle la
atención y provocar que se acercara lo suficiente a ella para
saludarlo—. Es un gusto verlo, el señor Parrel se pondrá
feliz.
—Ya me imagino que sí —suspiró Carson.
Capítulo 11
Los rumores habían corrido por toda la casa Parrel,
rumores en los que se decía que el señor Crowel al fin se
había enternecido ante una mujer y viceversa. La pareja era
totalmente controversial a la vista pública, puesto que el
señor Crowel carecía de alma y la señorita Ashlyn era más
una jugadora enviciada que una mujer anhelante de amor;
pero parecían llevarse bien.
Era normal verlos juntos a horas tempranas, siendo de los
únicos que lograban despertarse con el alba para salir a
pasear, pasatiempo que, según decía la misma señora
Charpentier, ya compartían antes.
Ashlyn sabía que su tía se encontraba extremadamente
feliz porque parecía ser que, después de tantos años de
dolor en su corazón y el quiebre de su alma, al fin había
podido sentir algo por un hombre, uno que graciosamente
estaba con el corazón dolorido y el alma destrozada.
—¿Puedo mover a la reina aquí?
—No, la comería un peón.
—¿Y si muevo mi caballo aquí? —apuntó la joven.
—Bueno, no está tan mal.
—¿Tan mal?
—Va mejorando, pero trate de pensar también en mis
movimientos, no sólo en los suyos.
—Por Dios —ella se dejó caer en el respaldo y suspiró—.
Parece que soy pésima.
—En realidad, eres buena.
—¿En verdad? —miró al tablero.
—Aprendiste rápido.
—Eso no quiere decir que sea buena —se desanimó
nuevamente.
Ashlyn de pronto se dio cuenta que estaban siendo
observados por no más que diez pares de ojos, por lo cual
se sentó erecta nuevamente y sonrió apenada.
—¿Qué sucede?
—No me di cuenta que había tanta gente a nuestro
alrededor.
—No la había, llegaron cuando nos vieron aquí.
—Oh —se sonrojó.
—¿Quieres salir a dar un paseo?
—¿Solos? —se alteró la joven, mirando de reojo a las
damas que murmuraban a lo bajo.
—Siempre vamos solos —frunció el ceño.
—Si bueno, pero… —ella se inclinó para susurrar—.
Parece que hoy demasiada gente se daría cuenta de ello.
—¿Prefieres que todo sea a escondidas? —elevó una ceja.
—Eso suena peor de lo que pensaba.
—Tranquiliza tu moral —dijo tranquilo—, siempre tenemos
ojos encima como para que piense en hacerte algo
imperdonable, de hecho, no haría nada que te hiriera,
aunque nadie nos vigilase.
Ella se sonrojó visiblemente y se frustró por ello; parecía
ser su normalidad de vida desde que conoció a ese hombre.
—Salgamos ahora —Ashlyn se puso en pie en cuanto
escuchó la primera risita cómplice a sus espaldas—. Vamos,
póngase en pie.
—Ahora me apresura —negó—. ¿Quién la entiende?
—Nadie en esta vida —le dijo segura y salió del salón.
Al momento de salir, ella logró relajarse al estar lejos de
las miradas de todas aquellas damas sin hacer. El aire puro
y el cielo despejado reconfortaron su alma y sonrió sin
poder evitarlo.
—¿Qué le da risa?
—No me da risa nada, sólo disfruto.
—¿Qué disfruta?
—De la vida —lo miró—. ¿De qué más?
El hombre la miró por largo rato y giró los ojos, sonriendo
un poco y sin atisbo de dientes. Ahora él sonreía así, más
como una gesticulación que como algo que sintiera en el
alma. Pero Ashlyn lo apreciaba, le gustaba como las
comisuras de sus labios se curveaban y formaban pequeños
hoyuelos en cada una de sus mejillas.
—Vives en la irrealidad del mundo, eso es lo que te hace
feliz.
—Lo invito a que venga a ese lugar irreal —le dijo
juguetona—, así al menos sonreiría de verdad.
—No se puede regresar ahí, falta un poco de candor para
poder vivir ahí —le dijo sin mirarla.
—Le fascina decir que soy ingenua.
—Sólo un poco, lo suficiente para ser feliz.
Ella caminó en silencio por un buen rato y lo miró de lado:
su mirada grave de ojos grises estaba clavada en el camino
por venir; su cabello castaño oscuro había crecido
demasiado y ahora sus ondas rebeldes lograban tocarle la
cara e incluso rosarle levemente la nuca; tenía un porte
atrayente, poderoso, garboso y moldeado; sus facciones
eran varoniles y serias. Sonrió. Era un hombre apuesto, pero
muy triste, eso era notorio.
—Yo también fui herida en el pasado —dijo de pronto la
joven, ganándose su mirada—. Mis ojos estaban tan vacíos
como los suyos están ahora. Pero uno se recupera, quizá
con esfuerzo, pero se puede, quizá con un poco de
ingenuidad, como usted dice, pero se logra.
—Dígame, señorita —Ashlyn percibía por el tono de su
voz, que se avecinaba algo malo—. ¿Acaso ha perdido a
algún hermano, padre o familiar cercano?
Ella cerró los ojos.
—No.
—¿Acaso tuvo que soportar oír a alguien gritar en agonía?
—No… —susurró, bajando la cabeza.
—¿Acaso tuvo que lidiar con la culpa de salir ileso y llevar
el cuerpo inerte de alguien a quien no pudo defender?
—No —dijo a lo bajo y con los ojos llenos de lágrimas.
—Entonces, señorita, su dolor y el mío son diferentes —le
dijo con aspereza—. Quizá no puedo decir si su dolor y el
mío son comparables, o si el mío es más grande o pequeño
que el suyo, cada quién siente como quiere, pero no me
diga que lo superaré con ingenuidad que ya no existe en mí.
Ella tenía la cabeza agachada, tratando de controlarse,
pero al notar que le sería imposible, lo miró rápidamente a
los ojos y murmuró una disculpa antes de salir corriendo del
lugar.
Ashlyn corrió y corrió hasta que encontró un pequeño
lago que se extendía hermoso en la propiedad, se limpió las
lágrimas y abordó la barca que estaba amarrada en el
pequeño muelle y se contrajo hasta hacer que sus rodillas
se pegaran a su cuerpo y pudiera esconder su cara entre
ellas.
No supo cuanto tiempo duró en la misma posición, ni
tampoco si se podía deshidratar por llorar tanto, pero la
forma en la que la decidieron regresar a la realidad,
definitivamente fue cruel. Ella prácticamente había dado un
grito atronador al notar que la barca había sido
desamarrada del muelle y ahora estaba en medio del lago,
navegando sin remos, ni nada con lo que salvarse.
Miró a su alrededor, reparando a un montón de niños en
la orilla, estaban incluso a los trillizos, los cuales parecían
pelearse a golpes con alguien, mientras Philip trataba de
calmarlos.
«Al menos no han sido ellos» pensó la joven y miró hacia
el lago, agachándose para tocar el agua, la cual estaba
helada. «Genial, agua congelada. Barca sin remos. Y yo sin
saber nadar ¡Estupendo! ¡En verdad estupendo!»
De pronto escuchó como gritaban su nombre y ella volvió
la cara hacia la orilla; podía distinguir a la muchedumbre
que no le interesaba, no veía por ningún lado a sus tíos,
pero al que sí veía, era al señor Crowel. Las cosas sólo
parecían mejorar para ella.
—Muy bien —se habló en voz alta—. Veamos, ¿Qué
probabilidades hay de que el agua me llegue a los tobillos?
Ella metió su mano al agua, notando que no era capaz de
tocar fondo a pesar de que casi se había hundido hasta el
hombro, desequilibrando la barca y haciéndola gritar de
susto.
—Todo bien, todo bien —se dijo—. ¿Ahora qué?
Ella miró hacia sus tíos y le dieron ganas de volver a
llorar. Mataría a quién fuese que le hiciera esa travesura,
esperaba que los trillizos le hubiesen propinado una buena
paliza de iniciación, porque cuando ella tocara esa orilla,
sería incontenible.
¿Dónde había dejado su pistola?
—¡Ashlyn! —le gritaron desde la orilla—. ¡Tienes que
nadar!
—¡Yo no sé nadar! —contestó—. ¡Pero puedo intentarlo!
—¡NO! —le gritaron de regreso.
Bien si era la única opción aceptable, tendría qué hacerlo,
no podía ser tan difícil, era sólo agua, claro que, al no saber
nadar, era lo mismo que aventarse a un volcán en erupción,
ella simplemente moriría. Tomó una fuerte respiración y
miró el agua, en realidad parecía tentadora, al menos para
refrescarse.
«¡Al demonio!»
Ella comenzó a quitar el pesado vestido, sabiendo que
estaría dando un buen espectáculo, pero era lo único que
podía hacer, así que se dejó en la camisola que le llegaba
por debajo de las rodillas, incluso había quitado el corsé y
las medias, de nada le servirían.
—¡Ashlyn! ¿¡Qué demonios haces!?
—¡Nadar!
Ella miró el agua y cerró los ojos al momento de bajar una
pierna e internarla en el agua helada, sintió un escalofrío
recorrerle el cuerpo entero, pero siguió, dio un brinco e
internó medio cuerpo en el agua, sosteniendo su cuerpo en
la barca y comenzó a patalear, dándose cuenta de que no
era tan mala idea, veía cada vez más cerca a las personas
de la orilla, de hecho, ahora podía distinguirlas con claridad,
podía ver la preocupación de todos.
Pero había dos situaciones: la primera, estaba
cansándose y la segunda, estaba congelándose.
No supo bien qué fue lo que hizo o como fue qué pasó,
pero de pronto su pequeña barca la traicionó y se volteó,
dejándola a ella sin protección contra el agua y comenzó a
ahogarse. Luchó por un buen rato hasta que de pronto sintió
como era sostenida por alguien qué rápidamente la elevaba
hacia la barca volteada, poniéndola a salvo.
Ashlyn tosió y escupió agua, para después comenzar a
llorar, entre asustada y aliviada.
—Tranquila, respira —le apartaban el cabello de la cara—.
Vamos Ashlyn todo está bien.
—¡Dios! —lloró y miró a su salvador—. ¿Señor Crowel?
—Vas a estar bien, vamos, tenemos que voltear esto.
—No, no puedo bajar de nuevo, no me obligue —negó.
—Tememos qué voltearla si queremos llegar al otro lado
—le tocó la mejilla—. Vamos, ayúdame.
—¡No puedo ayudarlo! ¿Qué no hay otra barca o algo?
—Parece que los Parrel ni siquiera sabían que existía en la
que estamos ahora, por eso no tiene remos.
—Señor Crowel, no puedo bajar.
—¡Bien! No llores, por favor —le pidió como si lo
estuvieran lastimando a él—. Súbete bien y… no tengo idea,
sujétate o algo.
Ella se subió a la parte plana de la barca que supuso que
sería de pesca en algún tiempo y miró al hombre que
comenzaba a nadar empujando la barca hacia la orilla.
En cuanto estuvieron lo suficientemente cerca, la gente
se aglomeró a sus alrededores, tendiéndole una toalla al
señor Crowel y ayudando a la señorita Collingwood a salir
de ahí, el tío de la muchacha la había tomado en brazos
para llevarla hasta un lugar seguro, cubierta hasta la cara
por toallas y abrazándola asustado.
—¡Señor Crowel! —gritó la joven, extendiendo una mano
para que dejaran pasar al hombre que estaba tan
empapado como ella. Él se adelantó y la miró de cerca—.
Gracias, señor.
—Le debo la vida de mi sobrina, señor Crowel —dijo
William Charpentier—. No sé como pagaré por ello.
—No debe nada, señor. —El señor Crowel miraba
intensamente a la joven que temblaba de frío y se limpiaba
la cara con la toalla—. Será mejor que la lleven a que se de
un baño, enfermará.
—Dios santo, cariño —lloraba su tía—. ¿Cómo has llegado
ahí? Mi cielo si el señor Crowel… no quiero ni pensarlo.
—Estoy bien tía —sonrió Ashlyn, poniéndose de pie—. En
cuanto a la otra pregunta…
—¡Fueron ellos! —gritaron los trillizos, quienes estaban
tan golpeados como los otros vándalos que la habían
lanzado a la deriva de un lago—. ¡Se reían de ella cuando
llegamos!
Los acusados salieron corriendo a todas prisas, siendo
seguidos por sus padres, quienes seguro les pondrían una
reprimenda más suave de lo que a Ashlyn le gustaría.
—Que bueno que Philip pensó en ir por mí —dijo el señor
Crowel, despeinado al niño que sonreía—. Fuiste muy
inteligente.
—¡Mis valientes salvadores! —sonrió Ashlyn dando besos
a sus primos—. Gracias por su ayuda.
—¡Estás helada Ashlyn! —se quejaron.
Los tíos de la muchacha se la llevaron con prisas para
meterla en agua caliente, pero sin dejar de agradecer al
señor Crowel por su hazaña, recomendándole que hiciera lo
mismo y se metiera en agua caliente, para después
desaparecer, llevándose a sus hijos con ellos.
Carson suspiró aliviado cuando se metió en aquella tina
caliente y recostó su cabeza sobre la porcelana de la
misma, sintiendo como lentamente su cuerpo se
descongelaba y la tensión en sus músculos se dispersaba.
Recordar a Ashlyn varada en medio de aquel lago, sin
poderla ayudar por tanto tiempo, lo hizo recordar
demasiado.
Pero cuando la rescató y vio en sus ojos aquel
agradecimiento y alivio, algo en él se alegró, sintiendo una
calidez que hacía demasiado no sentía. Quería ver cómo
estaba, había sido increíblemente valiente al haber
intentado nadar por su cuenta, pero no sabía si eso debía
preocuparlo más, era insensata.
Salió de la tina y colocó ropas sobre su cuerpo, ni siquiera
sabía lo que hacía hasta que se vio parado a las afueras de
la habitación que ella ocupaba. Titubeó un poco, pero al
final levantó la mano para tocar la puerta, cuando de pronto
ésta se abrió precisamente por la dueña de sus
pensamientos y sus actuales preocupaciones.
—Oh, iba a buscarlo.
—¿A mí? ¿Para qué?
—Bueno, me llevaron tan aprisa que apenas pude darle
las gracias —bajó la cabeza—. También quisiera disculparme
por mi indiscreción de antes, no debí…
—Eso ya no importa —la detuvo—. Quería saber si se
encontraba bien, pero ahora que la veo, parece perfecta.
—No debió preocuparse.
—Supongo que todo el delito se pudo cometer gracias a
la distracción que yo le brindé. —Ella levantó la mirada—. La
hice llorar y eso no me lo perdono, así que, el que se
disculpa soy yo.
—Oh, creo que me lo merecía por tonta.
—No diga eso.
Ashlyn sonrió y lo miró con la cabeza ladeada, pero
entonces reparó en el anillo que colgaba sobre su pecho, en
esos momentos en los que no llevaba camisa abotonada,
chaleco y saco, era mucho más fácil verlo. La joven lo tomó
entre sus manos, todo bajo la atenta mirada de Carson y
admiró con detenimiento el símbolo impreso.
—¿Qué quiere decir? —dijo relajada, al fin pudiendo
sonreír.
—Carson Crowel Company —explicó.
—Es muy ingenioso —acarició la marca con cariño…
¿Cómo había podido dudar de él? Jamás le dio una razón
para que dudara de su persona, sin embargo, había
aprendido a ser precavida. —Creo que no le he agradecido
como lo hice con mis primos.
—¿Disculpe?
—Sí. —Ella se acercó y se paró de puntas, enredando sus
brazos alrededor del cuello del hombre y besando sus labios
de forma casta y rápida—. Gracias por salvarme.
Cuando ella le cerró la puerta en la cara, Carson pudo
reaccionar, frunciendo el ceño de forma que casi le deformó
toda la cara, parecía realmente confundido con la acción de
la señorita Collingwood.
Meneó la cabeza y se alejó de ahí, ¿qué la había llevado a
querer besarlo? No había hecho nada para merecerlo ¿o sí?
Capítulo 12
Ashlyn había notado que el señor Crowel le rehuía desde
que lo había besado. Quizá había sido demasiado, pero en
ese momento se sintió bien hacerlo, pero ahora, él ni
siquiera la miraba, ya no jugaban juntos y mucho menos
paseaban en soledad.
Temía haber arruinado una bonita amistad.
—Ashlyn —la llamó una joven de su edad, sentándose a
su lado bajo el árbol donde se encontraba—. ¿Ya no eres la
prometida del señor Crowel?
—Jamás he sido su prometida, Martha.
—¿No? Bueno, todos pensábamos que eventualmente así
sería.
—Se equivocaron —Ashlyn mordió sus labios y dejó su
barbilla caer sobre sus rodillas.
—No lo entiendo, era obvio que te quería.
—Martha, tienes muchas ilusiones de niña, éramos
amigos.
—¿Por qué ya no?
—Ojalá lo supiera —se inclinó de hombros—. A veces
pasa.
—¿Lo hechas de menos?
—Bueno, me gustaba jugar con él a las cartas y también
ajedrez.
—Yo soy mala para ambas cosas.
Ashlyn la miró con diversión y negó.
—Necesitas práctica, eso es todo.
—¿Quieres caminar?
—Sí —la pelirroja se puso en pie—. ¿Vamos por el
laberinto?
—Vale, pero si me vuelvo a quedar atascada, me sacarás.
—No entiendo por qué no te llevas el lazo para que no te
pase.
—Me divierte tu frustración cuando me pierdo.
—¡Lleva el lazo!
Las dos jóvenes se acercaron al laberinto de arbustos y
se despidieron con una sonrisa, gritándose la una a la otra,
siguiendo indicaciones para ver si se encontraban. Pero
Ashlyn no se encontró con su amiga Martha, sino con el
hombre que la evitaba.
—Señor Crowel.
El hombre levantó la cabeza del césped lentamente,
apartando de su cara el libro que mantenía en lo alto y
frunció el ceño al toparse con el sol cayendo justo en su
rostro.
—¿Señorita Collingwood?
—Lamento molestarlo.
La joven dio media vuelta y se alejó unos pasos, mirando
por las esquinas para decidir hacia donde girar.
—Señorita —Carson la tomó de la muñeca y la hizo
girarse hacia él, teniéndola de frente, sintió que sus
entrañas se removían, así que la soltó—. Lamento no haber
tenido tiempo de pasear o jugar cartas con usted en los días
anteriores.
—No me debe ninguna explicación, señor —sonrió y se
alzó en sus puntas, escudriñando antes de gritar—:
¿Martha?
—¡Ashlyn! ¿Dónde estás?
—¡Voy!
—Señorita Collingwood —la volvió a llamar y ella se
volvió con lentitud para mirarlo.
Parecía dubitativo en cuanto a qué decir, cosa extraña en
él, puesto que normalmente era un hombre reservado, pero
cuando hablaba, siempre tenía las palabras que necesitaba.
—¿Sí? —lo animó a proseguir.
—Quisiera pedirle un favor.
—Bueno, debido a que salvó mi vida, creo que puedo
hacerle un favor —asintió la joven.
—¿Podría anunciar a sus tíos que tendré que irme antes?
—el hombre miró hacia su reloj de bolsillo—. En realidad,
tengo que irme justo ahora para alcanzar el tren, me alegra
haberla encontrado para poder despedirme de una forma
más adecuada.
—Señor, ¿Es que algo pasó? —frunció el ceño—. ¿Debe
dejar París acaso?
—No, señorita, la situación está en París y no es nada que
no se pueda resolver con mi presencia.
—Diré a mis tíos su mensaje —asintió gravedad.
—Se lo agradezco.
El hombre se quedó mirando intensamente a la jovencita
que se había quedado impasible frente a él. No pudo evitar
recorrer aquel rostro bello y orgulloso, deteniéndose sin
querer en los labios rosados y traviesos que lo habían
besado desprovistamente después de salvarle la vida.
—Siento no haber podido seguir con nuestro usual actuar,
lastimosamente me he visto ocupado.
—No debe preocuparse por ello —dijo ella sin emoción
alguna.
—En realidad, me he acostumbrado.
Ella sonrió dulcemente.
—¿A ganarme en todo juego que desee enseñarme?
—Debería seguir practicando su ajedrez, me parece que
puede ser toda una prodigio en el juego.
—Está usted adulándome para que deje el vicio de las
cartas, señor, pero he de recordarle que es la forma en la
que gano dinero para darlo a los necesitados.
—Sé bien de sus buenos propósitos, pero me parece un
juego que puede llevarla a tener problemas.
—Sé solucionar mis problemas, señor —tocó levemente la
pistola guardada entre los pliegues de su vestido.
—Aún así, preferiría que no tuviera que recurrir a ello.
—¿Es usual en usted querer proteger a toda mujer que se
vea desvalida de alguna manera?
El rostro del hombre se ensombreció.
—Supongo que son conductas que me ha dejado la vida
después de una feroz herida.
Ella bajó la cabeza, apenada.
—Siento mi indiscreción.
—No se preocupe.
—¡Ah! ¡Señor Crowel! —gritaron de pronto los trillizos.
—Hemos pensado en una idea —se adelantó Thiago.
—¿La cual sería…? —el hombre aceptó las demandas sin
siquiera pedir una explicación de ellas.
—Queremos ser banqueros también —dijo Nick.
—¿Cree qué podría enseñarnos su banco, señor? —pidió
Brand.
—¿Desde cuando cambiaron de profesión? El día de ayer
querían ser piratas, si más no recuerdo —inquirió Ashlyn.
—¡Ashlyn! —le gritaron los tres niños con molestia.
—¡Uy! —levantó las manos—. Lamento mi indiscreción.
—¡Chst! ¡Mujer, intentamos hacer negocios por aquí! —
pidió uno de los trillizos, para ese momento Ashlyn no sabía
cual de ellos.
El hombre parecía divertido, incluso asomaba una
pequeña sonrisa en su adusta faz, liberada por la
inconsciencia del mismo hombre. Ashlyn tenía dos
resoluciones a tales formas de actuar: la primera era que él
había perdido toda práctica de sonreír y la segunda sería
que tal vez se sintiera culpable por ello.
En cualquier caso, era lamentable.
—Entonces, los espero a ustedes y a la señorita Ashlyn a
su regreso —asintió el hombre, llamando la atención de la
perdida mujer—. Espero que su inspección por el banco
Crowel les sea lo suficientemente inspiradora para seguir en
el oficio.
—Esperamos lo mismo, señor —sonrió uno de los niños
antes de tirarse a correr.
—Aguarden, ¿Qué? —Los niños habían salido corriendo
sin dar explicaciones, entonces miró al señor Crowel—.
¿Señor?
—Creo que la han comprometido a que los llevará al
banco —dijo el hombre, acomodando sus ropas
adecuadamente y tomando su libro del césped—. Será un
placer recibirlos.
—Pero… ¡No me di cuenta!
—Seguro que los trillizos no olvidarán su promesa
afirmativa dicha en medio de sus pensamientos —elevó
ambas cejas. La había atrapado sus divagaciones mentales
—. Con su permiso.
Ashlyn lo miró partir y rápidamente cubrió su rostro en
vergüenza, agachándose hasta convertirse en un ovillo en el
suelo, parecía ser que ella no podía tener una conversación
con ese hombre sin terminar totalmente sonrojada.
Definitivamente, estaba enamorada de él y tenía tanto
miedo de ello, que deseaba alejarse, pero al mismo tiempo,
no podía hacerlo, de hecho, se percataba en ese momento
que se la pasaba haciendo justo lo contrario: quería
encontrarse con él todo el tiempo.
—¿Ashlyn? ¿Te encuentras bien?
—¡Martha! —la joven se puso en pie—. ¡Me has
encontrado primero! Estoy orgullosa de ti.
—Pareces… febril —le tocó la cara—. ¡Dios santo! ¿Te
estarás resfriando o algo parecido?
—No, no, me encuentro perfectamente.
—He visto salir a los trillizos, ¿Es que te han hecho alguna
travesura? Mira que el otro día colocaron un pequeño ratón
en mi habitación —sonrió—. La señora Parrel casi se cae de
vergüenza, afirmando que hacía años que no se veía un
animalejo como ese.
Ashlyn dejó salir una suave risita.
—Los trillizos son así.
Ahora que lo pensaba, quizá si le habían jugado una
travesura, mira que comprometerla a que los llevara a ver
al señor Crowel a su banco era lo suficientemente
estremecedor que incluso lo compararía con un ratón en la
habitación o incluso en la cama.
—¿Regresamos a la casa Ashlyn?
—Sí, de hecho, tengo que entregar un mensaje a mis tíos.
—¿Un mensaje?
—Me he encontrado con el señor Crowel hace unos
momentos.
—Oh, no lo vi salir.
—Parece que llevaba prisa, tenía que tomar un tren.
—Oh, es una lástima que se vaya a perder el baile final.
—Casi podría jurar que lo hizo para evitarlo —sonrió la
pelirroja—. Aunque creo que aguantó bastante bien estos
días.
—Es una persona que parece desapegada, pero cuando
uno habla con él, parece atento y buena persona.
—¿Hablaste con él, Martha?
—Sí, en una ocasión en la que estabas bailando, me
encontraba sola y… la verdad es que estaba un poco triste,
quizá llorando.
—Oh Martha, ¿Por qué no me hablaste?
—Estabas con el señor Blost, es apuesto y merecías su
atención.
—No sobre mi amiga.
—Bueno, al menos salió algo bueno —sonrió con ternura
—. El señor Crowel, al verme abatida, se acercó a mí y me
invitó a bailar, después se quedó hablando conmigo por
mucho rato. Aunque debo de aceptar que la que hablaba sin
parar era yo, pero él no parecía enojado o disgustado por
ello.
Ashlyn sonrió, sintiendo una calidez que venía de un
orgullo que no sabía justificar ¿Acaso se sentía orgullosa por
las acciones de otra persona? ¿Le agradaba que el señor
Crowel fuera amable con su amiga en su momento de
desolación?
—Se piensa muy mal de él, pero no es tan perverso como
se cree. —Justificó la chica—. Aunque es duro y taciturno.
—Eso sí —ambas chicas rieron y regresaron a la
propiedad en medio de una charla agradable—. Es una
lástima que haya tenido qué marcharse.
—Lo volverás a ver Martha, no te preocupes.
—¡Oh! No, no malpienses las cosas, no quiero quitártelo
ni nada.
—Martha —Ashlyn la tomó de los hombros—. Ese hombre
no es mío ni nada por el estilo.
La joven Martha bajó la cabeza y negó.
—No, se ve que hay algo entre ustedes, no pienso
meterme en ello, te aprecio como amiga —le tomó las
manos—. En realidad, eres la primera amiga que tengo
¿Cómo es que puedes soportarme?
—No digas tonterías.
—En serio, soy fastidiosa y hablo en demasía según
muchas personas —dijo la joven con tristeza.
—Conozco a alguien que te dobla en palabras en una
conversación y es la mujer más inteligente que conozco.
La joven sonrío y enredó su brazo en el de Ashlyn.
—Quizá el señor Crowel regresó para ver a un socio
importante —cambió el tema—. Hay uno en especial del
cual es muy amigo.
—No tenía ni idea.
—Bueno, lo sabremos cuando regresemos pasado
mañana.
Ashlyn asintió y miró a su amiga, era obvio que estaba
enamorada del señor Crowel, aunque Ashlyn creía imposible
que alguien no se sintiera atraído por un hombre como él.
Incluso su seriedad y parquedad lo hacían interesante, al
menos para ella, y ahora sabía que para Martha era igual.
La joven pelirroja se vio perdida en sus pensamientos,
recordando el último encuentro. Le había parecido
sumamente extraño ver al señor Crowel tan desalineado,
tirado en el suelo leyendo, era como si en su imagen de
perfección no diera lugar a la desfachatez o a verlo relajado.
Se dio cuenta que había registrado más detalles de los
que había esperado. Recordaba bien la forma en la que sus
brazos se alzaban sobre su cara, sosteniendo el libro con
manos de largos dedos y uñas limpias, la forma en la que
sus tendones delineaban la fortaleza de sus músculos; la
manera en la que su rostro lucía relajado pero sumamente
concentrado; los ojos grises que pasaban de una línea a otra
con rapidez; los labios fruncidos al leer algo interesante
para él y la forma en la que había deshecho su corbata y
abierto los primeros botones de su camisa, dejando ver la
cadena que la volvía loca, pero también permitiéndole ver el
pecho formado y el rastro de vello castaño que se asomaba
desde su acompasada respiración…
Se sonrojó, pero también recordaba la forma como la
miró y la manera en la que sus ojos grises se desviaron
hasta sus labios… en definitiva pensó en el beso, pero no se
lo había dicho. Quizá para no avergonzarla o quizá porque
deseaba ignorarlo.
«¡Maldición!» gritó la cabeza de la joven.
Capítulo 13
Habían regresado a casa de los tíos Charpentier hacía
apenas tres días, lo cual en su momento había sido causa
de alegría por parte de la pelirroja, pero al notar que el
señor Crowel estaba tan ausente como cuando estaban en
la casa de los Parrel, cayó en la desilusión para después
quitarle importancia y seguir con su vida.
Esa mañana, la joven pelirroja salió temprano de su
habitación para comenzar su día sobre el lomo de su
caballo, ayudándola a desperezarse y hacer un poco de
ejercicio. Era usual que saludara a su tío William -quien
bajaba temprano y solía meterse a su despacho o salir de la
casa-, pero esa mañana en especial, no se topó con él, ni
con nadie, parecía que la casa se había sumido a un pasible
silencio y una tranquilidad que era bien aceptada a esas
horas.
—Buenos días señorita —sonrió una de las empleadas—.
¿Debo tener el desayuno preparado para usted y el señor
Crowel?
—¿El señor Crowel sigue en la propiedad?
—Esta mañana ha ido a montar —asintió la señora—.
Parece que los días de constante trabajo han terminado o se
vieron retrasados al menos por este día.
La sonrisa de Ashlyn se ensanchó sin notarlo y asintió.
—Sí, Magnolia, posiblemente sea lo mejor que tenga
dispuesto el desayuno para el señor Crowel y para mí.
—Muy bien señorita.
Ashlyn no debería sentirse tan feliz por ello, era verdad
que últimamente era sumamente inusual toparse con el
señor Crowel fuera de horario, pero sí que se veían en las
comidas, donde ella no podía apartarle la vista de encima,
aunque él apenas lo notase debido al constante escrutinio
en el que lo sometían los trillizos, Millie e incluso Philip,
quién más que medir sus extremidades como hacían sus
hermanos, le preguntaba sobre asuntos económicos que
sacaban disimulados gestos de agrado del señor Crowel.
No albergaba muchas esperanzas de topárselo en las
caballerizas, pero cuando lo vio ensillando su propio caballo,
la joven no pudo evitar sonreír disimuladamente y pasar por
su lado con todo el orgullo que pudo acumular.
—Buenos días, señor Crowel.
—Señorita Collingwood —asintió hacia ella y siguió
haciendo su trabajo, mimando al semental antes de que le
colocara la silla.
Ella lo miró por un buen rato mientras golpeaba la
espalda del caballo con animosidad y hablaba bajo,
tomando su cara y acariciando lentamente desde la
separación de sus ojos hasta el hocico, mientras sonreía.
—¿Qué hace, señor? —preguntó ya sin poder resistirlo.
—No quiero que me tire —le dijo sin más—. El animal no
me conoce, así que trato de que al menos me respete.
—¿Hablando con él?
—Mostrándole el mismo respeto —dijo, colocándole las
almohadillas y le echó una mirada—. ¿Irá a hacer alguna
tontería?
—No, señor, hoy pienso sólo recorrer la propiedad, no
tengo nada qué entregar el día de hoy.
—¿Entregar? —el hombre elevó una ceja, continuando
con el trabajo de ensillar a su caballo.
—El dinero que gano ¿Recuerda? —dijo la joven—. Se los
doy.
—Ah, ya, pensé que ahora era mandadera o algo por el
estilo —bromeó—. Sigo pensando que debería desechar esa
costumbre.
—No podría, al menos hago algo bueno con el dinero.
—¿Ayudando a esos pobres indefensos? —dijo con
dureza.
Ashlyn parpadeó varias veces, mostrando su
incomodidad con el tema. Era más que obvio que no
podrían ponerse de acuerdo, ella confiaba en esas personas,
sabía lo que sufrían y lo que carecían. Pero para el señor
Crowel era diferente, esas personas a las que ella les tenía
compasión, habían sido quienes le arrebataron a su
hermana de la forma más cruel.
—Lamento que le desagrade.
—No me desagrada —el señor Crowel abrochó con fuerza
al caballo, mostrando su enojo—. Cada quién decide qué
hacer con su dinero, no es asunto mío.
—Es verdad —lo miró, tratando de hacer lo mismo que él,
pero estaba lo suficientemente nerviosa para no lograrlo.
—Le ayudo.
Carson quitó la pesada silla y las almohadillas mal
colocadas y cepilló al caballo un poco antes de volver a
hacer el proceso de forma rápida y eficiente, entregándole a
Ashlyn el resto para que terminara por sí misma el trabajo.
—Gracias.
—Es un placer.
El hombre subió a su montura y salió primero del establo,
dejándola embelesada por unos momentos. Requirió de
menear su cabeza para enfocarse de nuevo y terminar
rápidamente de ensillar y seguirlo por la salida. Pero para
ese momento, ella no logró ver hacia dónde se había ido y
simplemente tomó su camino usual por los prados de la
propiedad de su tío.
Vagó por largos momentos, trotó en otros y fue al tope de
una corrida vertiginosa sobre su caballo que parecía
aceptarla de maravilla, pero entonces, el amanecer dio de
llano en su cara y ella tuvo la necesidad de tomar una
fuerte respiración, absorbiendo la energía de los primeros
rayos del sol y la hermosura que representaba para su vista.
Aquel amanecer la ponía a soñar y le calentaba
agradablemente el corazón.
—En serio disfruta de esto, ¿verdad?
—Señor Crowel —se sorprendió la joven, mirando hacia el
hombre que lentamente se acercaba a ella, aún en su
montura. Ashlyn sonrió y miró de nuevo hacia el amanecer
—. Debo admitir que sí, ¿no le parece a usted qué es
hermoso?
Ashlyn notó en la mirada grisácea del hombre, la frialdad
y el vacío más profundo, era como mirar hacia una piedra,
no había atisbo de sentimientos, de calidez o de reconforte.
Estaba seco o quizá simplemente endurecido por la vida,
Ashlyn pensó que nadie debía sufrir tanto, ¿Qué sería todo
lo que ese hombre guardaba tras esa muralla de hierro que
había formado? ¿Dolor? ¿Odio? O quizá nada, quizá fuera
tanto lo que había sufrido, que había quedado vacío del
todo.
Ashlyn recordó un momento en especial en el que se
sintió de la misma manera. En el que se sentía tan
desmoralizada y cansada, que hubiese preferido morir,
sintió lo que era la muerte en vida y creía que era justo lo
que estaba sufriendo ese hombre frente a ella.
De pronto aquellos ojos grises se separaron del amanecer
y se posaron en ella, equiparándose a dos balas
atravesándola. No pudo resistir su mirada y bajó la cabeza,
sintiendo que su piel se erizaba ante el escrutinio en el que
la sometía el señor Crowel.
—¿Señorita?
—¿Sí? —contestó presurosa, sin notar que él había hecho
una pregunta antes de esa.
—Preguntaba si pensaba regresar ya al comedor.
—Claro —sonrió y lo miró por un segundo—. Sí, es
momento de desayunar, creo yo.
El hombre asintió y cabalgó junto a ella hasta la casa,
donde dos mozos salieron a recibir a los caballos, uno de
ellos pretendiendo ayudarla a bajar del animal, pero Carson
se adelantó y lo apartó con una simple mirada, tomando él
la cintura de la joven y colocándola en el suelo.
—¿No tienen escaleras de apoyo para esto? —se quejó el
hombre—. Es ridículo que un mozo tenga que ayudarla.
—Normalmente lo rechazo, señor, no necesito de nadie
para bajar de un caballo —ella lo miró de lado—. Además,
conozco bastante bien al mozo en cuestión.
—No sea ilusa y no diga esas tonterías delante de mí.
—¿Es que no confía en la gente? ¿En nadie? —ella lo miró
—. Ahora que lo recuerdo, habíamos tenido esta discusión
antes, ¿Recuerda? ¿Qué pasó con Darren? ¿Fue al trabajo?
Él se detuvo y la enfrentó, sus ojos grises estaban
encajados en los azules de ella, intimidándola al notar
tantos sentimientos descontrolados en sus orbes
normalmente distantes y vacíos, parecía que algo había
removido heridas, puesto que él nunca se había comportado
de esa manera.
—Haría bien en hacer lo mismo y ser un poco
desconfiada.
—No lo creo.
—Se enfrentará a una posible desilusión.
—Lo prefiero —dijo segura—. ¿Ha ido el señor Darren o no
ha ido a la entrevista?
—Está trabajando actualmente.
—¿Ve? ¿Qué no eso me daría la razón en confiar en la
gente?
El hombre elevó una de sus comisuras, parecía una
sonrisa sarcástica, pero no estaba segura, porque le parecía
imposible que ese hombre pudiese sonreír de otra forma.
—Es desafortunado que sea tan ingenua.
—Quiero creer en la gente —Ashlyn se adelantó cuando
Carson le dio la espalda para entrar a la propiedad—.
Porque lo necesito, también he sido dañada, pero tengo la
esperanza de que no todos sean iguales, de que haya más…
Carson se había detenido, pero cuando ella no concluyó
aquella frase, siguió con su camino, dejándola parada en la
entrada.
—¡Ashlyn! ¡Ashlyn! —gritaron los trillizos, bajando
estrepitosamente las escaleras—. ¡Dile a Philip! ¡Dile que
nos llevarás al banco del señor Crowel como prometiste!
Ella se horrorizó. Pensaba que para ese momento ya lo
habrían olvidado, esa promesa fue sacada en medio de una
ensoñación, así que quiso menear la cabeza para dar su
negativa, pero los niños la miraron de forma reprobatoria,
una promesa era una promesa.
—No sé si sea buena idea llevar niños ahí —trató la chica.
—No somos niños, ya tenemos trece —dijo Brand.
—Es verdad, pero se comportan como si tuvieran tres.
—Yo ya soy más grande, ¿puedo ir? —pidió Philip.
—Ah, no, si él va, todos vamos —se impuso Nick.
Ashlyn comenzaba a sentirse acorralada.
—Bien, lo veremos después del desayuno, ¿vale?
—¡Vale!
Los cuatro monstruos pasaron al comedor, dejándola con
el horror impreso en su faz. El señor Crowel le dio una
rápida mirada, sonrió a lo bajo y siguió a los pequeños hacia
el comedor.
—¿Por qué la cara de espanto, querida? —sonrío su tía
Alice, bajando las escaleras—. Parece que has visto a un
fantasma.
—Siento que devolveré el estómago.
—¿Algo te ha caído mal?
—Sí —Ashlyn la miró con una sonrisa—. El señor Crowel.
Alice sonrió de lado y la tomó de los hombros para
dirigirla hacia el comedor, donde todos esperaban por ellas,
incluido su tío William que debió regresar en algún
momento o quizá nunca se marchó.
—Buenos días tío —Ashlyn le besó la mejilla.
—Buenos días, Ashlyn, ¿Ha sido una buena mañana?
—Es una lástima que ya no compartas conmigo esas
cabalgatas tío —Ashlyn miró a la hija de la pareja—. Millie,
deberías decirle a tu papá que te lleve a dar una vuelta
algún día.
La niña se volvió inmediatamente hacia su padre y
suplicó:
—¿Podemos papi? ¿Podemos?
—Claro mi amor —sonrió el hombre—, en cuanto le dejes
de tener miedo a los caballos lo haremos.
Ashlyn dejó salir una bonita risilla ante la sonrisa de su tío
y dulce trato de su tía hacia su hija, se notaba que se
amaban muchísimo.
—Señor Crowel —uno de los trillizos susurró desde debajo
de la mesa, sacando un buen susto a Ashlyn.
Carson se mostró sorprendido al comprender que fue
sacado bruscamente de sus pensamientos, no había podido
evitar mirar la bonita sonrisa que la señorita Ashlyn ponía
cada vez que escuchaba algo romántico salido de los labios
de sus tíos.
—Eh… ¿Sí?
—¿Puede nuestra prima llevarnos hoy a su banco?
Carson levantó la mirada y la posó sobre una enrojecida
mujer que aventaba ligeramente el cuerpo del niño con un
pie para provocar que se alejara. Era obvio que la señorita
no quería hacerlo.
—Si es en verdad el deseo de su prima y el de ustedes,
yo no tengo inconveniente.
—Oh, eso es genial —sonrió otra cabecita, igual a la otra
que estaba asomada—. ¿Podremos ir a su oficina?
—Sí, ¿por qué no?
—Te dije Thiago que nos dejaría subir —murmuró uno.
—Yo jamás dije que no —empujó otro.
—Basta, quítate de encima —pidió Brand.
—Los tres —se inclinó Ashlyn—. ¿Y así quieren ir a un
banco?
Los niños pelaron los ojos y gatearon de regreso hasta
sus lugares, comportándose de la mejor manera el resto del
desayuno. Ashlyn notó la mirada de Carson sobre ella, pero
decidió no darle el placer de burlarse y no se volvió, siguió
con su desayuno e incluso terminó antes que los demás y
trató de subir a su habitación.
—Señorita Collingwood.
—¿Sí? —se detuvo, cerrando los ojos, pero sin volverse.
—Me parece que a las doce sería un buen horario si
desea llevar a los niños —indicó—. Es el momento en el que
estoy más desocupado y podré atenderlos.
—Oh, bueno, gracias —ella volvió a subir las escaleras.
—Señorita Collingwood.
—¿Sí? —la joven ya estaba frustrada para ese momento.
—Si no es su deseo llevarlos, no tiene por qué hacerlo,
pero hágamelo saber para no esperarlos.
—No —bajó la cabeza—. Los llevaré, lo prometí, así que lo
haré.
—Bien, entonces.
Ella se quedó parada en el lugar todavía unos momentos
más y regresó la cabeza un poco para verificar que él se
hubiese marchado y así era. Se relajó y terminó de subir,
encerrándose en su habitación.
—Maldición, ¿Qué debe ponerse uno para ir a un banco?
Ashlyn comenzó a sacar cosas de sus baúles y demás
valijas, no encontrando nada que pareciera adecuado, ¡ni
siquiera sabía de lo que hablaba! Miró hacia el reloj que
había colgado en una de las paredes y suspiró. Bien, todavía
tenía tiempo.
—¿Ashlyn? —la detuvo su tía—. ¿A dónde vas querida?
Me han dicho los niños que accediste a llevarlos al banco
del señor Crowel.
—Sí, a las doce partiremos, pero tengo que hacer algunas
cosas.
—Pero querida…
—¡Regresaré a tiempo! —trató de bajar las escaleras.
—¡Ashlyn! ¡Pero si vas en bata!
La muchacha se miró a sí misma y se quejó, regresando a
sus habitaciones y cambiándose rápidamente. La tía sonrió
en todo momento, sabía hacia donde se dirigía y esperaba
que al menos Giorgiana supiera enfocar a esa chiquilla que
parecía consumida por un sentimiento que le era
desconocido.
Ashlyn entró a la tienda GICH con presura, siendo centro
de atención de todas las damas que compraban en el lugar.
Era de esperarse, las mujeres normalmente iban en sus
mejores galas al visitar una tienda como la de su tía, pero
Ashlyn no tenía tiempo para ello y no le importaba estar
desarreglada, mal vestida y con el pelo rojizo hecho una
maraña.
—¡Dios! —sonrió su prima menor—. ¿Qué ha pasado
contigo?
—Agh, lo sé, soy un desastre —la chica miró a su
alrededor en busca de su tía—. Delaila, ¿Dónde está tu
mamá?
—En su oficina.
—Vale, gracias.
—¿Cuándo irán mis primos al banco? Me lo han dicho el
otro día, quiero ir con ustedes también.
—Deli, no puedo llevarte así sin más, el señor… ¿sabes
qué? Arréglate para ir, ¿Qué más da?
Ashlyn subió hasta la oficina de su tía y abrió la puerta,
llamando la atención de la imponente mujer y haciéndola
sonreír al ver a su sobrina en tal estado de desastre.
—¿Se te ofrecía algo, Ashlyn?
—Tía —dijo con suplica—. Componme.
La sonrisa de Giorgiana se engrandeció y se puso de pie.
—No te preocupes, quedarás perfecta —miró hacia una
de sus asistentes—. Vamos Ivana, es hora de trabajar.
La mujer se puso en pie y comenzó a sacarle medidas a
Ashlyn. La pobre pelirroja no pudo más que suspirar y
quedarse pensando en por qué le interesaba tanto estar
perfecta para ir a un estúpido banco.
Capítulo 14
Ashlyn tenía de la mano a su prima Delaila, quien no
paraba de parlotear sobre algo que la pelirroja no alcanzaba
a comprender, sobre todo porque no le estaba poniendo
atención alguna. En ese momento, iban en la carroza que su
tía Giorgiana les había prestado para ir a recoger a los
engendros del mal y llevarlos a todos juntos a que
conocieran el banco del señor Crowel.
—¡Brand, Thiago, Nick! —gritó la niña por la ventana,
saludándolos animosamente—. ¡Mamá me ha dejado ir!
—¡Genial! —gritaron los chicos, siendo todos de la edad,
solían llevarse de maravilla, por no decir que juntos eran
una pesadilla.
—Ashlyn —la tía Alice se asomó por la ventana mientras
los niños subían y se amontonaban en el lugar—. Ten
cuidado, suelen correr por todas partes, no los dejes tocar
nada, tampoco los dejes hablar de más y…
—Estaremos bien tía —sonrió Ashlyn.
Alice pasó la mirada por el cuerpo de su sobrina y sonrió
de oreja a oreja. Definitivamente Giorgiana había hecho un
buen trabajo.
—Cielo, pero si te ves hermosa.
—Oh —se avergonzó—. Gracias tía.
—Niños, quiero que se porten bien o verán las
consecuencias.
—Sí mamá.
—Philip, estás a cargo de ellos —sonrió Alice, dándole un
beso a su hijo mayor y despidiéndolos, manteniendo a una
llorosa Millie a su lado, parecía ser que no le habían
concedido el permiso de ir.
Ashlyn no pudo concentrarse en nada, ni siquiera le
molestaba que sus intensos primos estuvieran saltando de
un lado a otro, gritando y jugando en un espacio tan
pequeño como lo era la carroza. Pero estaba nerviosa y lo
estuvo aún más cuando de pronto se detuvieron y el
cochero anunció que habían llegado.
—¡Vamos! ¡Vamos! —se excitaron los niños, abriendo la
puerta y brincando hacia la banqueta.
—¡Momento todos! —bajó Ashlyn—. De las manos, no
quiero que nadie se pierda.
—No somos niños.
—Bueno, si no quieren hacer caso, en este momento los
regreso con el señor Orlando a casa.
—¡No! —los niños se tomaron de las manos y miraron con
impresión el establecimiento.
Tenía por lo menos tres pisos y la estructura era tan
hermosa como cualquier otro monumento importante de la
ciudad. Al entrar, se encontraron con lo normal, gente
retirando dinero, muebles preciosos, secretarias vestidas
igual y perfectamente peinadas, trabajadores en trajes
elegantes caminando de un lado a otro, hermosos suelos
con diseños, candiles en los techos y el aroma al dinero y
las monedas.
A lo lejos se podían ver unas grandes escaleras, por las
que hombres elegantes y mujeres pomposas subían o
bajaban, el segundo piso era el de las inversiones, los
préstamos, la apertura de cuenta y servicio al cliente.
—¡Es enorme! ¡Vamos a la oficina del señor Crowel!
La seguridad del banco y diversos funcionarios se
acercaron para detener el acceso de la peculiar familia al
piso superior, siendo este el más exclusivo y de uso único
de los altos mandos del banco, así como los socios, los
gerentes de alto rango y claro, la oficina del señor Crowel.
—¿Señorita? —un hombre elegante se interpuso en medio
de la escalera que ya subían—. Disculpe, ¿tiene una cita?
—El señor Crowel nos espera.
—Señorita —sonrió con tranquilidad—. El señor Crowel
está en una reunión de momento, si gusta puedo pasarle su
mensaje.
—Claro, él dijo que estaría desocupado a esta hora, así
que venimos, espero que tenga una excusa más grande que
el que esté en junta —se cruzó de brazos, quitándose el
sombrero del peinado.
—¿Está usted segura que el señor Crowel los espera?
—Más que segura.
El hombre parecía no creerle, pero asintió y subió las
escaleras, dejando indicaciones de que los atendieran o,
más bien, que los vigilaran, puesto que era una mujer con
cinco niños desastrosos. Aunque al parecer de Ashlyn, se
estaban portando mejor que nunca.
—Oye Ashlyn, ¿Eso es de oro? —apuntó Delaila.
—No lo creo, es demasiado —sonrió al ver el brocado en
las paredes y se burló—: chapa de oro, quizá.
La niña cubrió su boca y sostuvo una risotada.
—¿Crees que el señor Crowel tenga un castillo como
papá? —preguntó Brand.
—Quizá tenga dos —dijo Thiago.
—Papá tiene más —negó Nick.
—¡Chst! eso no se dice, ni se pregunta, ¿Entendido?
Los niños asintieron justo en el momento en el que el
señor elegante regresaba hasta ellos con su sonrisa
permanente.
—El señor Crowel los espera, lamento la confusión.
—Dijo que estaba en una reunión —Delaila parecía
confundida—. ¿Es que acaso nos mintió?
—Deli, sin preguntas —pidió Ashlyn.
—Pero…
—¡Zip! —ella hizo como si acabara de cerrar la boca de
Delaila.
La niña se molesto y cruzó de brazos, pero siguió a los
demás escaleras arriba, dando brincos y sonidos de
impresión y emoción. Ashlyn debía admitir que era un lugar
portentoso, sobre todo por el ambiente ejecutivo y de alta
gama en el que se manejaban todos los presentes, era
como si cada persona en el lugar tuviera una idea millonaria
en la que se debía invertir.
—Señor Crowel, la señorita Collingwood —anunció el
señor sonriente, Ashlyn se preguntó cómo habrá
descubierto su nombre, pero supuso que el mismo señor
Crowel se lo habría dicho.
Los niños pasaron a trompicones en el lugar,
dispersándose en la enorme oficina y dejando a Ashlyn en
medio de una situación incómoda al ser observada por el
señor Crowel con la intensidad de su mirada grisácea.
—Gracias por recibirnos, señor, nos informaron que
estaba en una reunión importante.
—Lo estaba —asintió—. He salido de ella para atenderlos.
—No debió —se sorprendió Ashlyn—. Pensé que sería
mentira.
—Eso no suele manejarse por aquí —se puso en pie
después de firmar algunos papeles y extendió su palma
hacia una salita en el lugar, pidiéndole que tomara asiento
—. Me di cuenta que zafarme con mentiras de una persona
sólo ocasiona que se empeñen con la idea. Prefiero
deshacerme de ellos con la verdad.
—Es usted un ser cruel en su totalidad.
—Desalmado suele quedar mejor para un banquero —
asintió.
Justo en ese momento una hermosa recepcionista llegaba
con una bandeja de plata, dejando en la mesa dos tazas,
una tetera y galletas.
—¿Desea algo más señor Crowel? —sonrió coqueta.
—Nada más Norma, puedes retirarte —el señor Crowel se
adelantó y sirvió el café—. ¿Azúcar?
—Dos —dijo ella sin aliento, no tenía idea por qué le
quitaba el aliento, justo en ese momento se veía más
imponente que nunca.
—¡Señor Crowel! ¡Es increíble! ¡Puedo ver todo desde
aquí!
El hombre se volvió hacia la voz de Philip, quien admiraba
por la ventana con impresión. El resto de los niños lo
siguieron, pegando sus manos al cristal y subiendo a las
sillas para ver mejor.
—¡Dios! ¡Niños, bajen de ahí y quiten las manos del
cristal!
—Tranquila, está bien.
Ashlyn regresó la mirada hacia el señor Crowel y notó que
este parecía en realidad relajado con la idea de zapatos
sucios sobre terciopelo fino y manos mugrosas en los
impecables cristales.
—Es una oficina que parece salida del mismo Versalles.
—Quería que fuera lo más francés posible.
—¿Por qué?
—Lo hago en cada lugar en el que coloco un banco, me
parece adecuado, supongo.
—¿Adecuado? —sonrió la joven—. ¿Adapta su despacho
dependiendo de la ciudad?
—Claro, así como yo lo hago.
—Es usted un camaleón entonces —sonrió—. Criaturas
asombrosas en verdad, los he estudiado un poco debido a
mi primo Archie, él es amante de la vida.
—Conozco a esos animales —asintió—. Extraños a mi
parecer.
—Sí, también lo creo.
—Ashlyn —llegó de pronto Delaila, susurrando en su oído
—. ¿Puedo casarme con el señor Crowel?
—¿Qué? —Ashlyn reprimió una risilla y la miró divertida—.
¿Qué dije de ser impertinente, Delaila?
—No se lo estoy diciendo a él —la niña miró con mejillas
sonrojadas hacia el hombre en cuestión.
—Lo estás diciendo lo suficientemente fuerte como para
que te escuche —la regañó y la despidió con una mirada.
—Niña interesante —dijo el hombre—. Supongo que no
podía esperar menos de una hija de Giorgiana Charpentier.
—¿Cómo lo supo?
—Bueno, al no ser Millie, supongo que sólo podría ser la
otra hija de Giorgiana, ya que la más grande está casada en
Alemania.
—¿Sabe la información de todo el mundo, señor?
—De los importantes.
Ashlyn hizo una mueca de complacencia y tomó de su
taza, poniéndose en pie y revisando el esplendoroso lugar
en el que estaba. En verdad que parecía parte de un
castillo, pulcramente decorado, pero sin rozar con lo
exuberante o pretencioso, simplemente era adecuado y
francés.
De pronto la puerta se volvió a abrir, Ashlyn no se volvió
en seguida, pensando que sería nuevamente la hermosa
mujer en un elegante vestido negro muy profesional.
—Maldito seas por dejarme ahí Carson Crowel, ¿Quién te
crees que eres? —dijo la voz de un hombre.
—Soy el dueño, puedo hacerlo.
—¡JA! ¿Y por qué me dejas? Por atender a un montón de…
—Ashlyn se había dado la vuelta y miraba con impresión al
hombre que repentinamente se quedó sin palabras—. Oh,
señorita Collingwood, no la vi ahí parada.
La joven abrió los ojos al límite de las posibilidades,
dando pasos hacia atrás mientras veía al hombre que
ciertamente ya había visto en otras ocasiones, pero sólo
entonces notó aquella cadena que traía colocada
elegantemente de un botón de su chaleco hacia su saco,
con aquel anillo que ella recordaba de sus pesadillas.
—¿Señorita Collingwood? —Preguntó el señor Crowel.
—Está pálida. —Seth regresó una mirada extrañada hacia
su amigo por unos segundos, para después regresar a una
petrificada Ashlyn—. Señorita, ¿necesita algo?
Ashlyn seguía sin encontrar las palabras adecuadas, pero
comenzó a sentirse realmente enferma, respiraba
rápidamente e incluso creía que sus extremidades se habían
congelado.
—¿Señorita Collingwood? —se puso en pie el señor
Crowel—. ¿Se encuentra bien?
Ella negó un par de veces.
—¿Ash? —se acercaron sus primos menores—. ¿Ashlyn?
Momentáneamente sintió que algo la golpeaba en la
cabeza y su mirada se volvió borrosa, estiró ambas manos,
tomándose con fuerza de las mangas del traje del señor
Crowel, queriendo mantenerse en pie, pero fue un intento
inútil y cayó inconsciente en sus brazos.
Aquella frase, todo su malestar se había desatado por
una pequeña frase dicha por el señor Humbel: “¿Quién te
crees que eres?”. Ciertamente no era que jamás la hubiera
vuelto a escuchar, pero algo en la voz de aquel hombre la
había hecho recordar el episodio más doloroso de su vida y
esa cadena con el dije… era el mismo, ella sabía que era el
mismo que el de aquel hombre.
Todo se estaba complicando en su cabeza, borrosos
recuerdos que ella había tratado de olvidar volvieron a su
cabeza y trataron de formarse adecuadamente. No lo quería
traer a su mente de nuevo, pero al mismo tiempo, sentía
que debía hacerlo.
Capítulo 15
Ashlyn apartó las fuertes sales que ponían sobre su nariz
y abrió los ojos de golpe, topándose con la mirada
preocupada de demasiadas personas, algunas de las cuales
no reconocía, seguro eran empleados. Le dolía la cabeza,
había perdido la noción del tiempo y no sabía con certeza
en dónde estaba.
—¿Señorita Collingwood?
—¿Señor Crowel? —preguntó confundida, mirando hacia
arriba para toparse con su barbilla—. ¿Qué…?
En ese momento se dio cuenta que se su espalda
chocaba contra su pecho, podía sentir su respiración fuerte
y tranquila, así como sus brazos rodeándola para
mantenerla en su lugar. La habían colocado en el sillón y le
acercaron agua, pero Ashlyn hubiera querido volver a
desmayarse sólo para evitarse la vergüenza. Se separó
lentamente de él y cerró los ojos con dolor, resintiendo
nuevamente la cabeza.
—Tómelo con calma —pidió el señor Crowel al momento
de tenderle un vaso de agua.
—Gracias —Ashlyn miró a su alrededor y se puso
rápidamente de pie al darse cuenta que no había niños en el
despacho—. ¡Dónde…! ¿Mis primos?
—Están bien cuidados, no se preocupe. —Ashlyn sintió un
mareo que la llevó a sentarse de nuevo en el sofá junto al
señor Crowel—. Venga, recuéstese por un momento.
—¿Qué fue lo que…? —entonces ella recordó—. No…
¿Dónde está ahora ese hombre?
—¿Habla de Seth Humbel? —elevó una ceja el señor
Crowel, despidiendo al resto del personal que se encontraba
en el lugar—. Está con los niños.
—¡¿Qué?! —se incorporó nuevamente.
—Con calma —la recostó—. Necesita relajarse, parece
que sufrió una fuerte impresión al verlo.
—¿Quién es él? ¿Qué es lo que hace aquí? —dijo con
molestia.
—Es socio mío en algunas empresas.
—¿Su socio? —lo miró con perplejidad.
—Y un antiguo amigo.
—¡Ja! —sonrió con incredulidad, negando repetidas veces
con la cabeza, como si apenas pudiera dar crédito de lo que
le decía—. Pensé que era usted un hombre inteligente.
—¿Puedo preguntar por qué su odio hacia él? Raramente
los recuerdo charlando, por no decir que en realidad no se
conocen.
—Él… —ella negó—. Nada, no es nada, ni nadie.
Carson elevó una ceja y la miró sin creerle ni una palabra.
—¿Acaso es un antiguo amor?
La cara de Ashlyn se desfiguró en asocial el amor con lo
que le había pasado, ¡Era despreciable! Jamás podría
aceptar algo así.
—Será mejor que me vaya —Ashlyn se incorporó
lentamente y dejó el vaso del cual había estado bebiendo—.
¿Dónde puedo encontrar a mis primos?
—Los mandaré llamar. —El señor Crowel se puso en pie.
Ashlyn asintió y lo miró, ahora era ella la que tenía una
mirada cargada de rabia y desolación.
—Pensé que usted no confiaba en nadie y parece ser que
ha decidido depositar aquello tan valioso en alguien que no
me parece de confianza —le dijo con resentimiento.
Carson detuvo sus pasos y la miró extrañado.
—No sé lo que haya pasado entre ustedes, quizá Seth no
sea el mejor hombre para una mujer —la miró con
tranquilidad—. Pero tiene la cabeza fría y no se tienta el
corazón, eso lo hace un buen hombre de negocios.
—Pues felicidades —le dijo enojada—. Supongo que las
amistades se forman a partir de aspectos en común.
—¿Por qué pretende ofenderme a mí? —elevó ambas
cejas—. Qué sepa no he hecho nada para recibir su enojo.
Ella lo miró furiosa, pero dejó salir el aire almacenado en
sus pulmones con una exhalación desesperada y caminó por
la habitación, tratando de controlar el dolor de cabeza y con
aún más ganas, el dolor de su corazón y alma.
—Es verdad, no me ha hecho nada, me disculpo.
—Mandaré llamar a sus primos.
—Por favor, señor Crowel, si es usted piadoso, no me
hará volverlo a ver, al menos en estos momentos en los que
me encuentro tan afectada —lo miró suplicante.
—Pensé que había dicho que no era nada ni nadie.
—Está claro que no es verdad y sé bien que usted
tampoco me ha creído cuando se lo dije. Es sólo… me trajo
un mal recuerdo.
—Lo lamento, pero ha sido él quién se ha llevado a los
niños.
—Créame señor, que le estoy pidiendo que lo mantenga
alejado no porque mi fragilidad vaya a ser notoria
nuevamente —se adelantó hasta él—, sino porque si lo
vuelvo a ver, quizá le dispare.
La comisura de los labios del señor Crowel se alzaron
ligeramente de su lado derecho, formando disimuladamente
el hoyuelo que ella ya había notado con anterioridad. Él
estaba reprimiendo una posible sonrisa de satisfacción.
—Los traeré en ese caso.
—Se lo agradecería, al menos para no convertirme en
asesina.
Carson miró detenidamente los ojos de aquella mujer,
notando lo turbados que se encontraban en ese momento,
parecían almacenar tantas emociones que incluso le eran
insondables. Ashlyn no era esa clase de persona, ella
siempre sonreía y nunca se dejaba llevar por el dolor,
incluso cuando lloraba, la muchacha fácilmente podía
tirarse a reír al segundo siguiente si alguien se lo proponía.
Le era extraño, encontrarla tan indescifrable, sobre todo
porque se consideraba bueno leyendo a las personas aún
sin conocerlas.
Sin siquiera notarlo, Carson había levantado una mano a
la mejilla rosada y suave de la joven, haciéndola brincar de
la impresión al momento de sentir cómo sus largos dedos la
rosaban sutilmente, provocando que sus ojos tuvieran otro
revolcón extraño de sentimientos nuevos.
El calor de las mejillas de la dama fue a parar en las
yemas de los dedos de Carson, que lentamente se
deslizaban hasta las comisuras de los labios de la joven; fue
su pulgar inquieto el que entreabrió aquellos labios,
sintiendo la sedosidad y calidez de su interior.
Carson regresó la mirada a los ojos de Ashlyn, notando
que los tenía cerrados al experimentar tantas sensaciones.
No lo pudo resistir más y, sintiéndose preso de una
sensación desconocida, se adelantó y tomó cautivos los
labios rosados entre los suyos.
Ashlyn dejó salir un suspiro y se adelantó para alinear su
cuerpo al de él, posando sus blancas manos en los brazos
fuertes que le rodeaban la cintura; acarició aquellas
extremidades hasta rodear sus hombros y posteriormente
enredar sus dedos en el cabello sedoso y crecido de ese
hombre.
—Oh, lo siento. —se escuchó decir a una voz varonil que
claramente se burlaba—. Vamos niños, su prima aún está
recuperándose de su desmayo.
—Maldito idiota. —Negó Carson con una media sonrisa,
para después mirar a la joven que tenía entre sus brazos, la
cual no había despegado sus ojos de él. La soltó
rápidamente y negó—. Lo siento.
—Me besó —dijo sorprendida.
—Sí… —cerró los ojos, tratando de reprimir el recuerdo—.
No fue lo más astuto que he hecho.
—¿Por qué lo hizo?
—¿Por qué? —sonrió ligeramente y frunció el ceño—.
Supongo que porque lo deseaba.
—¿Y qué quiere que signifique? —ladeó la cabeza—.
¿Compasión? ¿Ternura? ¿Cariño? ¿Deseo?
—Quizá un poco de todo.
Ella recorrió con sus ojos el rostro masculino, deseando
obtener más que esa lacónica respuesta.
—Un poco de todo —repitió, tratando de entender—.
¿Qué he de hacer ahora?
—Eh… no lo sé, lo que le plazca, supongo.
—No sabe ni siquiera por qué me ha besado, ¿verdad?
—Creí decirle que por todo lo que había mencionado
anteriormente —obvió.
—No, esa fue la forma en la que escapó de la respuesta
que le estaba pidiendo, estoy segura que no recuerda lo que
he dicho.
Carson se dio cuenta que llevaba razón.
—Lo siento —se reprochó a si mismo—. Quizá no debí
besarla.
Ella se mostró desilusionada y dio un paso hacia atrás,
tomando la manija de la puerta.
—Sí —le dijo herida—. No debió hacerlo.
—¡Toc, toc! —gritaron desde afuera de la puerta,
abriéndola antes de que Ashlyn pudiera hacerlo y
provocando que diera pasos hacia atrás para evitar ser
golpeada—. ¡No estoy viendo! ¿Puedo destaparme los ojos?
—No seas infantil, Seth —pidió Carson.
Ashlyn miró con odio a ambos hombres y salió del lugar,
capturando las manos de los niños y llevándolos con todo y
replicas. Seth arqueó ambas cejas y miró a su amigo con
una sonrisa deslumbrante que bien podía iluminar toda la
habitación.
—¿Qué le has hecho? ¿Por qué demonios está tan
enojada?
—¿Acaso la conocías de antes?
—Jamás la había visto, al menos no hasta que jugaste
póker con ella la primera vez —se dejó caer en el sofá
donde Ashlyn había estado recostada, tomando uno de los
cojines oliéndolo por un buen rato—. ¡Ah! ¡Todavía huele a
ella!
—No seas idiota.
—¿Te dan celos?
—No —Carson regresó a su asiento detrás de su
escritorio.
—Debo aceptar que cuando te vi besándola, yo sí que
sentí celos —sonrió tranquilo—. Mira que la muchacha es
guapa… y tiene un carácter delicioso e incontrolable.
Carson lo miró con desprecio y bajó la mirada a sus
papeles.
—Ella parece detestarte por alguna razón —dijo sin más.
Seth frunció el ceño y miró hacia el techo, tratando de
recordar si la conocía de antes, pero nada venía a su
memoria.
—Juro que no la conozco, al menos, no la recuerdo.
—Eso da apertura a muchas cosas, dudo que recuerdes al
diez porciento de las mujeres con las que te acuestas.
—¿Crees que me acosté con ella? —dijo impresionado—.
Creo que lo recordaría de ser así, tiene un cuerpo de locura,
no es flacucha y remilgada como todas las mujeres quieren
ser. No ella tiene deliciosas curvas que estoy seguro que no
olvidaría.
—¿Puedes dejar de fantasear con mujeres y ponerte a
trabajar?
—¿Con mujeres o con tú mujer? —Carson posó sus fríos
ojos en su amigo, el cual rápidamente levantó las manos en
rendición—. No me conviertas en piedra por favor.
—Idiota.
—Sí —se levantó de un brinco y se acercó a él—. ¿Qué
dices? ¿A dónde iremos a festejar el trato con los Dambart?
—No iré a festejar nada.
—¿Hacer enojar a tu mujer te ha quitado todos los
ánimos?
—Simplemente carezco de ganas de salir contigo.
—Mmm-hm —sonrió—. Vamos, será divertido. Te llevaré a
un buen lugar, con buen vino y buenas mujeres… si es lo
que quieres.
—¿Te pondrás a trabajar? ¿O debo correrte de mi oficina?
—Vale señor magnate, pero luego iremos a festejar.
Carson miró fastidiado a su amigo para después
enfocarse de llano en su trabajo, en números, en dinero. Le
encantaba su trabajo y apreciaba a su amigo, pero
francamente lo estaba volviendo loco con el tema de Ashlyn
Collingwood, de la cual no había dejado de hablar como si
de pronto se sintiera flechado por ella. Aunque quizá sólo lo
hiciera porque era notorio que lo fastidiaba y a Seth le
encantaba sacarlo de sus casillas.
—Seth —lo interrumpió en su constante hablar—. Si te
has enamorado de esa mujer, deberías ir tras ella, pero
cállate y deja de fastidiarme el día.
—No te enojes —rodó los ojos—. No puedo ir tras ella, ¿no
has visto su reacción? En esta ocasión me vi con suerte
porque se desmayó, pero la próxima siento que moriré.
—No te matará —le quitó importancia, firmando unos
papeles en su escritorio—. Seguro logras enamorarla en
unos días y quitarle ese recuerdo que dice tener.
—Parecía tan furiosa… ¿Acaso te dijo por qué me odia?
—No.
—Por Dios, no le encuentro ningún sentido, ¿Qué pude
haberle hecho? Si acaso me acosté con ella, tendría que
estár feliz.
Carson aprontó su quijada y lo miró sin paciencia.
—Bueno, ese es tu problema, no el mío, así que deja de
hablar.
—¿Es que no te interesa saber?
—Ni en lo más mínimo.
—No puedes ser tan desinteresado, sé que en algo te
llama la atención, no la pudiste besar por nada.
Carson bajó la pluma con la que firmaba los papeles y lo
miró desesperado ante su parloteo.
—Muy bien, hagamos un trato.
—Vaya, me agrada esto —se adelantó curioso.
—Si te callas ahora y trabajas, prometo escuchar todas
tus suposiciones sobre esa mujer. —Ofreció—. ¿Trato?
—Claro, pero sólo si festejamos.
Carson rodó los ojos y suspiró.
—Está bien.
—Genial, es un trato.
Carson pensó que su amigo no lograría resistir tanto rato
sin hablar, menos sin hablar del tema que lo había dejado
tan… impactado. Pero lo logró, el maldito cerró el pico el
resto del día y trabajó como jamás lo había hecho, parecía
necesitar en demasía que lo escucharan parlotear sobre la
señorita Collingwood.
Era una lástima porque Carson creía no tener la paciencia
suficiente, mucho menos en ese día.
—¿Qué demonios es este lugar? —Dijo Carson cuando
estuvieron fuera del edificio a donde Seth lo había llevado a
celebrar.
—No seas alzado, es un buen lugar, vamos.
Seth prácticamente se colgó de los hombros de su amigo
y lo hizo introducirse al lugar abarrotado de gente que
cantaba, bailaba y comía, en ocasiones, todo al mismo
tiempo. Carson suspiró y caminó hasta una mesa vacía, a la
cual rápidamente llegaron dos jarras de cerveza que
ninguno había pedido.
—¿Ves? ¡Es el mejor lugar! —Seth empinó su bebida, pero
Carson la tomó con calma, quizá si dejaba que su amigo se
emborrachara, se ahorraría la plática que le había
prometido—. Bien, ¿por dónde empiezo?
—Agh, ¿seguro que quieres hablar de esto?
—Lo prometiste, es un trato —apuntó—. No puedes
retractarte.
—Vale, pero resumido.
—Lo diré como yo quiera, de todas formas, el que me
mandó a investigarla fuiste tú —sonrió y pidió otra jarra de
cerveza—. Veamos, a lo que sé, la chica es una rebelde
empedernida y por alguna razón, sus padres tampoco le
ponen muchos limites.
—Eso se nota.
—Ahora, a lo que se dice, la señorita Collingwood tuvo un
altercado aquí en París hace algunos años, algo como un
secuestro, nadie sabe bien lo que pasó. —Seth miró a su
amigo con empatía al notar el malestar en su semblante—.
¿Quieres que pare?
—No. Continua. —Pidió con una autoridad a la que Seth
estaba acostumbrado—. Quiero saberlo.
—Vale, de todas formas, lo siento. —Suspiró y continuó—.
Como decía, parece que no duró mucho tiempo en el tal
“secuestro” por lo que muchos dicen que en realidad se
escapó con alguien, ella tenía tenencia a enamorarse de las
personas que no tenían títulos, ni mucho dinero, así que los
movimientos de su familia fueron rápidos al traerla de
regreso a casa.
—Vale, era una chica revoltosa que no le gustaba estar
en sociedad —concluyó—. ¿Y eso qué? Creo que lo sigue
siendo y, si acaso fuera verdad lo de su escape con un
muchacho, ¿no serían sus padres más restrictivos con ella?
—¿Y para qué hacerlo? En teoría ella ya no puede
casarse, está menospreciada por ello, ¿tú por qué crees que
sigue soltera siendo hija de los Wellington, sin mencionar
que es muy guapa.
—No lo sé. No tiene que ser por eso.
—Seguro que lo que ocurre es que ya no es virgen y por
eso los padres ya no le toman importancia a lo que haga o
deje de hacer.
Carson apretó los labios y frunció el ceño. En realidad, él
notaba que sus tíos eran cuidadosos con ella, pero Seth
tenía razón, le daban muchas libertades, incluso con él.
¿Sería acaso que era verdad? Con el carácter rebelde de
Ashlyn, no lo dudaría; pero algo en su mirada enervada y
herida cuando vio a Seth hizo pensar a Carson que tal vez,
si ya no era virgen, no había sido por voluntad propia.
—No me parece ella —Carson parecía confundido—.
Parecía perturbada cuando te vio, como si en verdad te
repudiara. No encuentro explicación a ello.
—¡Ni yo tampoco! —elevó los brazos—. ¿Cómo voy a
saber por qué me odia si ni siquiera me dijo nada?
Carson dejó salir una buena cantidad de aire por su nariz
y lo miró intrigado, algo faltaba en aquel rompecabezas.
—¿Qué está escondiendo esa mujer? —dijo Carson,
pensando más en voz alta que hablando con su amigo.
—¿Por qué te interesaste en ella en primer lugar? Dijiste
que podía ser ella, pero no tengo idea de por qué lo dijiste
—el muchacho sonrió burlesco—. ¿Acaso la has elegido para
ser tu esposa?
—No digas tonterías.
—No creo que sean tonterías, eres un hombre que se
hace viejo y a ella pareces gustarle ¿qué tiene de malo
tener una esposa bonita?
—Sabes que no estoy hecho para el matrimonio.
—Mm-hm, si tu lo dices… ¿Entonces puedo ir tras ella?
Carson lo miró con una fría mirada, tan profunda y
enervada que el hombre sentado frente a él sintió un
escalofrío recorrerle el cuerpo.
—Vale, hombre, no lo haré —dijo aburrido—. Si ya no es
virgen, no me estaría metiendo en tantos problemas como
piensas.
—Es hija de un duque y sobrina de la persona con la que
me estoy quedando en estos momentos.
—Claro, ahora que lo pienso, ¿Por qué te sigues
quedando ahí?
—No es asunto tuyo.
—Claro que no —dijo con una voz que molestó a Carson
—. Aunque sólo de imaginarme poderla ver todos los días,
incluso sería capaz de meterme en su habitación una que
otra vez para verla en su lindo camisón, sonrojada del
mismo color que su cabello…
—Guárdate tus comentarios depravados.
—No le hice nada y no soy un depravado.
Carson dejó que su amigo continuara hablando de sus
ilusiones por la pelirroja, pero en realidad ya no lo estaba
escuchando, algo le decía que faltaban piezas esenciales en
la historia de Ashlyn, piezas que lo harían entender el
comportamiento tan fuera de lo normal de aquella señorita.
—¿Crees que pueda morir si acaso la meto en mi cama?
Me da algo de recelo al saber de quién es hija.
—Vaya cobarde que saliste ser —se burló Carson—.
Deberías dejarla tranquila, en serio creo que le desagradas.
—¿No harías un intento si acaso te gustara?
—Creo que no, si desde el principio me desprecian.
—Claro, el perfecto Carson Crowel —rodó los ojos y sonrió
—. ¿Jamás te has equivocado en tu vida?
Carson encajó su mirada en la de Seth, pero lo disculpó
por estar tomado y bastante afectado por ser despreciado
por una persona que le gustaba. No era normal que las
mujeres no quisieran estar con Seth, mucho menos que le
tuvieran tal rabia y hasta desprecio, seguro era un golpe
duro para su ego masculino.
Dejó que siguiera hablando de ella, para ese momento,
Carson estaba completamente aburrido, estaba haciendo
cuentas en su servilleta, cuando de pronto, Seth se puso en
pie de un brinco y miró a la distancia.
—Está aquí —dijo—. Está aquí, amigo, tiene que ser ella.
—¿Qué? —contestó fastidiado.
—¡Mira allá! Ve la gente que se remolinea en aquella
mesa.
—No creo que sea tan tonta para venir aquí sola.
—Claro que no es tonta, ¿no has dicho que está furiosa?
Creo que por eso ha venido.
—¿Qué tiene que ver?
—Me han dicho que cuando esa señorita se fastidia, tiene
que desquitarse con alguien, normalmente aquí hay peleas.
—No creo que ella pueda pelear contra un hombre.
—Con los puños quizá no —Seth caminó hacia la multitud,
siendo seguido por un desinteresado Carson.
Seth prácticamente empujó a la gente para quedar hasta
el frente y Carson sólo tuvo que seguirlo, comprobando que
su amigo había dicho la verdad, la señorita Collingwood
estaba ahí, parecía tranquila a pesar de que la
muchedumbre gritaba y se entusiasmaba, no estaban
jugando cartas, sino cubilete, otro juego de azar peligroso.
La hermosa mujer pelirroja iba ganando las apuestas y,
alrededor de la mesa, no había más que hombres, los cuales
parecían cada vez más enojados y miraban con menor
estima a la mujer.
—¡Maldición! —gritó un hombre cuando se dio cuenta que
volvía a perder—. Eres una maldita bruja, ¡Algo haces!
Ashlyn no decía nada, simplemente tomaba el dinero de
la mesa y lo guardaba, para después volver a jugar con
quien fuese que se atreviera a seguir o sentarse en la mesa.
No se había percatado de las nuevas personas que la
miraban…
Carson notó que, conforme ella ganaba, los hombres
gritaban más injurias y golpeaban cada vez más cerca del
lugar en dónde la mujer se encontraba sentada sin
inmutarse o hacer nada ante las risas de los alrededores
que parecían enfurecer más a los perdedores.
—Tenemos que sacarla de aquí —Carson tomó el brazo de
Seth.
—Pero, ¿qué dices? ¡Va ganando! —apuntó la mesa—. ¡Es
aún más sorprendente! Mírala, tan arrogante y garbosa, dan
ganas de arrancarle el vestido y hacerle el amor.
—Eres un completo imbécil —negó Carson, apartando a
un idiota que iba a sentarse a la mesa y tomó su lugar.
Ashlyn se sorprendió de ver al señor Crowel en ese tipo
de bar, pero ver quién se sentaba instantes después en su
mesa, comprendió por qué estaba ahí una personalidad tan
importante y refinada como un banquero rico, obviamente
se debía a Seth Humbel. Ashlyn respiró profundamente y
configuró su mirada para que se mostrara completamente
vacía.
—Bien, comencemos el juego —sonrió la joven.
Capítulo 16
Ashlyn tomó el vaso cubierto en cuero que almacenaba
los dados, pero en ese instante una mano fuerte y cálida se
posó sobre la de ella, deteniendo sus movimientos y
obligándola a levantar la mirada.
—Basta. —Los ojos grises de Carson suplicaban—.
Déjeme llevarla a casa, señorita Collingwood.
—Si no quiere jugar, señor, entonces se ha de levantar.
—Estos hombres están a punto de salirse de control,
pueden lastimarla, ¿qué no ve?
—No sería algo nuevo en los de su genero —su voz era
dulce cuando contestó y le apartó la mano con delicadeza—.
¿Juega?
—Bien, pero si gano, te llevaré de regreso a la mansión
Charpentier —apostó y el brillo en la mirada de Ashlyn le
dijo que ella no sabía negar un reto.
—¿Y si yo gano?
—Usted dirá.
Ella sonrió ampliamente y se adelantó.
—Tendrá que ir conmigo para entregar el dinero que he
recaudado aquí —elevó una ceja.
Carson se alejó y la miró gravemente, parecía que ella se
había empeñado en aquella petición, porque sabía que era
algo que él detestaría hacer con toda su alma.
—Bien —dijo con molestia—. Empiece entonces.
—¿Qué tanto están murmurando ahí? —se acercó Seth.
—Aléjese de mí —pidió Ashlyn, dando un brinco lejos del
hombre que se le había aproximado tanto—. Si se me
vuelve a acercar de esa manera, le dispararé sin pensarlo.
—Lo sé primor, se que lo harías, aunque la razón no la sé.
—Seth respiró el aroma de los cabellos rojizos, haciéndola
enfadar aún más.
Ella se puso en pie y Carson lo hizo también, tomándole
la mano con la que pensaba sacar una pistola y
posiblemente dispararle a su embrutecido amigo.
—Está ebrio.
—¿Es mi problema?
—¿Quiere que nos vayamos? De esa forma no tendrá que
soportar las palabras de un borracho.
Ella se dejó caer en la silla con brutalidad y tomó el
cubilete, comenzando a agitarlo con molestia, mirando
fijamente los ojos grises de Carson Crowel. Si las miradas
pudiesen matar a alguien, seguro que las de Ashlyn y
Carson lo harían justo en ese momento.
—Pero qué tensión se siente, ¿A que sí? —preguntó Seth
a unas personas que se encontraban a sus espaldas.
—¿Va a jugar o a hacerse el tonto? —pidió Ashlyn con
rabia.
—Lo que tú quieras primor, seré lo que gustes.
—Mire señor Humbel, si piensa que esto es una broma...
—¡No! ¿Cómo podría pensar eso? Sobre todo, cuando
usted se lo toma tan apecho —sonrió con ojos entrecerrados
por el alcohol y una cara enrojecida—. Claro que hablando
de pechos…
—¡Basta ya! —gritó ella, poniéndose en pie y
apuntándolo con una pistola y ojos llenos de lágrimas.
—¿Qué hará, señorita? ¿Me matará? —Seth elevó una
ceja—. ¡Hazlo, vamos! Sólo Dios sabe por qué me odias,
pero debe de ser una muy buena razón como para cargar
con un muerto.
—¡Eh! ¡Contengan a esta loca! —gritó uno de los
perdedores, envalentonado por el alcohol y el resentimiento
hacia la joven.
Varios hombres ya habían brincado de sus mesas y el
caos comenzó cuando alguien disparó. Ashlyn se mostró
sorprendida y miró a los lados, tratando de encontrar al
culpable, pero fue pasado a segundo plano cuando sintió de
pronto que la tomaban del cuello y la golpeaban al
momento de recostarla boca abajo en la mesa.
—Hola preciosa —le susurraron en el oído, presionándola
contra la mesa—. ¿Me recuerdas preciosa? ¿Cuánto dinero
mío tienes en este bolsillo?
—¡Suélteme! —gritó cuando el hombre levantó su
vestido.
El lugar se había transformado rápidamente en un campo
de pelea, se golpeaban con puños, vidrio y lo que fuese que
tuvieran al alcance, nadie hacía mucho caso de nadie. Pero
Ashlyn bendijo que el señor Crowel si estuviera al pendiente
de ella y llegara en el momento justo para quitarle a ese
bandido de encima y levantarla.
—¿Estás bien? —la tomó de los hombros.
—Sí —dijo ella en medio de un suspiro de alivio, pero aún
con el terror en sus ojos.
—Bien, vámonos —tomó la pistola del suelo y se la
entregó—. ¡Seth! ¡Maldito bastardo! ¡Vámonos!
—¡Crowel! ¡Te estás llevando a mi mujer! —dijo el
borracho con una sonrisa, estrellando un vaso en la cabeza
de alguien.
Carson se acercó a él y lo puso en pie tomándolo de la
camisa y los sacó de ahí como si fuera el padre de ambos.
Fastidiado por verse envuelto en una pelea cantinera y
furioso de casi ver como violaban a Ashlyn en su cara.
—¡Suéltame! —pidió Seth, deshaciéndose del agarre y
yendo a vomitar a un lugar cercano.
—Agh, ¡Maldición! —Carson estaba a nada de salirse de
control.
—¡Ojalá se te salga el mismo estomago por la boca!
Y… listo, la gota que derramó el vaso llegó con las
palabras de la señorita Collingwood. Estaba harto de ambos,
pero no podía contener la ira que sentía contra ella.
—¿Qué demonios pensabas allá adentro? —le gritó, ella
jamás lo había escuchado gritar—. ¿No te lo dije? ¡Te dije
que te meterías en problemas si seguías de esta forma!
—Lo qué pasó fue culpa de…
—¡No me respondas! ¡No digas ni una maldita palabra! —
Ella cerró los labios y lo miró impresionada—. ¿Sabes lo que
iba a pasarte? ¿Sabes lo que estaban a punto de hacerte
allá adentro? ¿De qué te sirvió la maldita pistola? Dime,
¿cómo hubieras disparado si se te escapó de la mano? ¡Te
habrían violado por turnos!
El rostro de ella se deformó en una mueca al venir el
llanto que intentaba reprimir ante sus palabras, pero
entonces, sin poder contenerlo más, dejó salir un gemido
que abrió el paso al llanto y cubrió su rostro con las manos.
—Lo siento, cuanto lo siento…
Carson cerró los ojos y volvió el rostro hacia otra parte.
—¡Maldición! —se acercó y la abrazó, levantándola del
suelo al ser ella mucho más pequeña de lo que él era—. No
llores.
—Lo siento, Carson —lo abrazó con fuerza, enterrando la
cara en el hueco que quedaba entre el cuello y el hombro
varonil.
—¡Woah! Me voy unos segundos y te abalanzas sobre ella
Carson, ¿Qué te ocurre? Tú eres más de los que no tienes
emociones.
—Cállate ya Seth —Carson colocó sobre sus pies a la
mujer y la dejó limpiarse las lágrimas—. Este desastre lo has
ocasionado tú en muchos sentidos.
—La hice enojar de nuevo, ¿cierto?
—¡Deja de sonreír, maldito! —gritó ella, volviéndose y
casi abalanzándose sobre él, siendo detenida por Carson.
—Muy bien los dos —Carson se interpuso entre el avance
de Seth hacia ellos y las ganas de matar de Ashlyn—. Hora
de separase.
—¡No quiero volver a verte en mi vida! —gritó ella.
—Tendrás problemas con eso —le dijo alegre el muchacho
—, ¡Porque estás enamorada de mi mejor amigo!
—¡Te odio! ¡Lo hiciste tú! ¡Fuiste tú! —intentó zafarse de
Carson—. ¡Te detesto! ¡Lo descubriré y te mataré!
—Largo de aquí Seth, ya basta.
—Está bien —levantó las manos, ya mucho más sobrio—.
Dejo a la fiera en tus manos.
Ella volvió a gritar, pero en ese momento Seth se alejó y
ella se volvió rápidamente hacia el hombre que la contenía
y lo abrazó con fuerza, llorando amargamente en sus
brazos. Volver a ver a ese hombre la había quebrado de
nuevo, era como si todo acabase de suceder, como si la
herida jamás hubiese dejado de sangrar.
—Tranquila… —le acarició el cabello—. Tranquila, vamos,
te llevaré de regreso a tu casa.
—Quiero quedarme aquí.
—¿Está de broma?
—No en este lugar —se explicó—. Aquí, en tus brazos.
Carson miró hacia la joven que lo aprisionaba en un
abrazo.
—Creo que estás demasiado afectada, ¿Con quién he de
llevarte para que te haga sentir mejor?
Ella se separó lentamente, sus ojos estaban rojizos e
hinchados por llorar, su nariz parecía estar congestionada y
toda ella temblaba.
—Lamento incordiarlo, sé llegar a casa desde aquí.
—Te llevaré yo mismo, quiero asegurarme de que estarás
bien.
—Estaré bien.
—De todas formas, vamos hacia el mismo lugar Ashlyn,
no veo razón de ir por diferentes caminos.
Ella pasó su dorso por su nariz y limpió nuevas lágrimas.
—Bien.
—Vamos —la condujo hacia la renta de carrozas y pagó
una para poder llegar hasta la casa de los Charpentier.
Cuando llegaron a la mansión, los problemas se dejaron
venir como oleadas de preguntas por parte de unos
desesperados Charpentier, quienes al notar que su sobrina
no regresaba, entraron en la agonía de pensar que algo le
había sucedido.
—El señor Crowel me salvó —terminó la joven—. Si no
fuera por él ese hombre se hubiese propasado conmigo.
—Por Dios Ashlyn —la abrazó su tía—. No vuelvas a hacer
algo así, casi nos sacas un infarto.
—Está por demás decir que estás castigada, ¿Verdad?
—Sí, tío, lo sé —se limpió las lágrimas que salían sin
control—. ¿Puedo ir a mi habitación?
—Sí —concedió el hombre de la casa, no mostrando
piedad ante las lágrimas que bien sabía por experiencia que
una mujer podía fingir a placer—. Sube, pediré que te lleven
algo para los nervios.
La joven asintió y tomó la mano de su tía para subir
juntas. Los dos hombres se quedaron en silencio, esperando
a que las damas subieran a sus habitaciones y se alejaran
de la conversación que tomaría lugar en el recibidor.
—Parece que siempre está en el lugar adecuado para
salvarla.
—Eso parece.
—Señor Crowel, le agradezco sus acciones, pero temo las
posibles repercusiones que tenga todo esto.
—Las tengo en mente, señor Charpentier, no debe
preocuparse.
—Lamento que mi sobrina le esté causando tantos
problemas.
Carson cerró los ojos y asintió levemente, quitándole
importancia al asunto y mirando hacia las escaleras, por
donde la joven había desaparecido con su tía.
—Parece bastante afectada —dijo William, siguiendo la
mirada del hombre con el que hablaba.
—Me temo que no es por lo que cree, señor —los ojos
grises de Carson regresaron lentamente hasta posarse en
los de su interlocutor—. Creo que es una herida pasada la
que la hace estar de esa manera.
—¿Herida pasada? Ella jamás…
—No sabría decirle de qué índole —se explicó—. Pero me
temo que jamás ha hablado de ello. Tiene la teoría que la
culpa es de mi amigo Seth Humbel, quien afirma no
conocerla.
William apretó los labios y lo miró sin expresión.
—No sabría decirle qué es lo que le sucede.
—Por supuesto —Carson sabía que el hombre mentía, lo
cual incrementaba las sospechas principales que había
tenido.
Desde que la conoció, supuso que algo extraño le había
pasado, tan sólo en su primera conversación ella dijo algo
que lo hizo pensar que ocultaba un dolor que quizá pudiera
rivalizar con el suyo propio. Pero con el tiempo y
conociéndola mejor, creyó haberse equivocado, sólo ese día
se dio cuenta que no se equivocó y su percepción fue cierta
desde un inicio.
—No debe preocuparse con ella, lo resolveremos.
—Estoy seguro que sí.
William miró al señor Crowel subir las escaleras para
dirigirse a sus propias habitaciones, dejándolo con la cabeza
llena de preguntas sobre su normalmente sonriente sobrina.
En las habitaciones de Ashlyn, su tía se ocupaba de
terminar de cambiarla después de su baño y meterla a su
cama, limpiándole las lágrimas que seguían cayendo sin
control por sus mejillas.
—Cariño, no puedo entenderte si no me dices qué
sucede… ¿Es que acaso el señor Crowel se ha portado mal
contigo?
—No, él jamás es malo conmigo. —Ashlyn se limpió la
nariz con un pañuelo—. Pero creo que eso es lo peor, él no
me quiere, me ve como una niña revoltosa que sólo causa
problemas.
—No creo que piense eso, se nota que se preocupa por ti
—pasó un mechón de cabello detrás de su oreja.
La joven asintió pesadamente y la miró con una sonrisa
triste.
—Creo que actuaría igual con cualquier mujer.
—Oh, cariño, eso no lo sabes, ¿por qué herirte de esa
forma?
—¡Soy una tonta! Su amigo ese ha notado que estoy
enamorada de él, incluso me lo echó en cara —le dijo
negando y pasando su lengua para humedecerse los labios
—. Y estoy segura de que el señor Crowel también lo sabe
para este momento.
—¿Por qué le tienes tanta tirria a ese hombre? ¿Qué te ha
hecho?
La pelirroja miró a su tía por largos segundos, para
después negar con la cabeza y recostarse en la cama.
—Nada. Sólo no me cae bien, me recuerda algo horrible…
lo peor es que me dijo que sería imposible que lo dejara de
ver porque estaba enamorada de su mejor amigo —pasó el
pañuelo por sus ojos—. Tía, ¿Será que el señor Crowel ha
escuchado esos chismes de mí? ¿Todos aquellos en los que
dicen que escapé con un hombre?
—Sabrá una versión y no creo que sea tan corto de
mente como para hacer caso a sólo una parte de la historia.
—El señor Seth incluso blasfemó contra mí, como si fuera
yo una cualquiera, habló de mi cuerpo y...
—¡Agh! Pero qué despreciable caballero.
Ashlyn hizo un puchero y volvió a soltar lágrimas llenas
de dolor, se sentía tan patética que no podía contenerse.
Ambas mujeres volvieron la cabeza hacia la puerta después
de escuchar dos toques.
—¿Sí? —habló la tía.
—Lo lamento, señora Charpentier, pero quería saber
cómo se encuentra la señorita Collingwood.
La mujer mayor regresó una mirada sorpresiva y
sonriente hacia su sobrina, quién había quedado sin
palabras. Sin embargo, Alice sabía perfectamente qué
hacer, se puso en pie, pasó una bata a su sobrina y abrió la
puerta al señor Crowel.
—Es muy amable por preocuparse, señor —sonrió
dulcemente la tía Alice, sonrojando a la joven. Aunque para
ese momento a ella no se le notaba, puesto que estaba tan
roja por llorar, que no se percibía cambio alguno en ella—.
¿Me haría favor de hacer compañía por unos momentos en
lo que voy a pedir algo para ella a la cocina?
—Sería un placer, señora, pero… —Alice simplemente
salió de la habitación, dejando abierta la puerta, no era tan
falta de decoro como para cerrarla… por ella misma.
Ashlyn se limpió la nariz y dejó salir una carcajada entre
el llanto.
—Quizá pudo ser más discreta con esa salida —dijo la
joven.
—Sí —Carson miró hacia el pasillo por donde la mujer
había desaparecido y dio algunos pasos al interior—. ¿Cómo
se siente?
—Bueno, parece ser que aún soy un manojo de nervios —
se apuntó y sonrió—. Estaré bien.
—Lamento que Seth te haya herido al punto de hacerte
llorar.
—Usted no tiene la culpa —cerró los ojos, disparando
lágrimas de vergüenza que llegaron de pronto al tener el
pensamiento de que quizá el señor Crowel supiera de su
pasado.
—Supongo —se acercó a una silla y la tomó para
colocarla junto a uno de los bordes de la cama—. ¿Qué
puedo hacer para que se sienta mejor?
—Nada. Dígame señor Crowel, ¿Usted ha escuchado
cosas sobre mí? —Ashlyn supo la respuesta cuando él no
contestó y simplemente la miró con intensidad—. Me siento
sumamente avergonzada de las conjeturas que pudo
haberse formado de mí.
—No suelo ser prejuicioso y no conozco su versión de los
hechos —se inclinó de hombros—. Así que puede
despreocuparse de que piense diferente de usted.
Ella lo miró agradecida y alargó una mano para que él la
tomara, sorprendentemente, el señor Crowel la tomó y la
llevó hasta sus labios, besándole suavemente los nudillos
blancos.
—Quiero que me haga una promesa.
—¿Sobre qué? —le dijo ensoñada.
—Creo que puede adivinarlo —ella asintió levemente y
bajó la cabeza—. Quiero que prometa que no volverá a ir a
un lugar tan peligroso, menos a tener partidas de azar con
maleantes.
Ella dejó salir una pequeña sonrisa y lo miró.
—Lo prometo.
Él negó continuamente y soltó su mano, no creyendo ni
una palabra de esa promesa.
—Dígame la verdad, señor Crowel —le dijo con seriedad.
Carson pensó por un momento que le preguntaría el
significado de sus atenciones hacia ella, pero entonces, la
mujer sonrió y se tomó la cara—. ¿Qué tan lamentable es mi
aspecto?
El dejó escapar una suave risa que quedó atrapada en
sus labios cerrados, saliendo por su nariz más como un
resoplido.
—Me parece que luce bastante hermosa a pesar de estar
llorando.
—Es un buen mentiroso señor Crowel, muy efectivo para
hacer negocios, supongo yo.
—No, en realidad la gente prefiere la honestidad y yo
también.
—Gracias por venir a verme.
—Recuerdo que pidió permanecer en mis brazos, es una
lástima, no creo que sea correcto que haga algo así, pero al
menos puedo venir y ver como está.
Ella se sonrojó fuertemente y bajó la cabeza.
—Fue… en ese momento yo… no estaba…
—Entiendo la situación, no se preocupe.
—No creo que lo entienda —susurró suavemente, para
después encajar una mirada determinada en él—. No dije
aquello por un momento de debilidad, es lo que en verdad
siento, aunque me apena haberlo dicho en voz alta,
logrando que se incomodara.
Carson se removió en su silla; la orgullosa y fiera mirada
de la señorita Collingwood había logrado traspasar la
impenetrabilidad de su alma, haciéndolo sentir a su total
merced por un momento. Pero le fue fácil reconstruir su
compostura y se calmó.
—No sé cómo corresponder a tales sentires, señorita —le
dijo en total serenidad, con voz pausada y llena de
seguridad. Recordando lo que su amigo le había dicho para
herirla, algo sobre que estaba enamorada de él y ahora lo
comprobaba—. Lamento no poder corresponder de una
forma que la haga feliz, resulta ser que soy alguien
acostumbrado a la soledad, encontrándola un tanto
agradable para ser sincero y siento que, si alguien estuviera
a mi lado, posiblemente la haría sumamente infeliz.
Ella bajó la cabeza y asintió.
—Entiendo.
—¿Se encuentra bien?
—Ha sido honesto conmigo, me gustaría que me dejara
sola ahora.
El interior de Carson dio un vuelco al comprender que lo
estaba alejando, quería que se marchara justo cuando él
quería hacer lo contrario, deseaba quedarse a su lado.
—Su tía…
—Ella entenderá, es tarde y usted trabaja —suplicó con
los ojos cristalizados nuevamente, se esforzaba por no llorar
—. Vaya, por favor, no se detenga por tonterías de mi tía.
Carson se puso en pie y la miró por unos segundos, ella
conservaba una sonrisa, pero sus ojos estaban tan llenos de
tristeza, que incluso logró sobrecogerlo, pero finalmente
salió, cerrando la puerta y colocando su frente en ella.
Entonces, después de unos minutos, la escuchó llorar,
haciéndolo sentir un patán.
—¿Señor Crowel? —le tocó el hombro la señora
Charpentier.
—No puedo hacerla feliz, señora —le dijo como toda
respuesta, volviéndose hacia ella—. Sé que no puedo.
Dicho eso, el hombre caminó por el pasillo y se encerró
en su habitación, dejando a la señora Charpentier sola en el
lugar.
—Estos chicos son cada vez más torpes —negó Alice,
abriendo la puerta que la separaba de una llorosa jovencita
que ella quería como si fuera su propia hija.
Carson se dejó caer en la cama y miró hacia el techo,
tratando de convencerse de que hacía lo correcto, sabía que
esa decisión era lo mejor para ella, para que no sufriera y
no llorara como lo hacía en esos momentos. Pero, ¿Por qué
no lograba sentirse mejor con aquel pensamiento? De
hecho, sentía todo lo contrario.
Capítulo 17
Carson no había visto a la señorita Collingwood en días,
era como si repentinamente hubiese desaparecido, sabía
que él pasaba gran parte del día fuera de aquella casa, pero
era normal verla en las comidas, en las mañanas cuando
montaba o incluso en las noches, cuando salía a mirar el
cielo estrellado.
Por un tiempo pensó que se habría marchado de París,
pero sus recámaras quedaban a dos puertas, prácticamente
podía ver el balcón de Ashlyn desde el suyo y, en ocasiones,
era capaz de verla salir y mirar por horas la hermosa flor
que había plantado.
Pero ya ni siquiera en el balcón la había visto, el único
indicio que le hacía saber que seguía ahí, era la luz
encendida de la habitación, la cual solía reflejarse en el
jardín hasta altas horas de la madrugada, parecía ser que le
era imposible dormir.
—¿Carson? ¿Me estás escuchando?
—No —elevó las cejas y frotó sus ojos—. ¿Me decías?
—Oye ¿por qué estás tan distraído? —sonrió Seth—.
Desde hace días que apenas puedes concentrarte en algo.
—Nada, me encuentro bien.
—¿Es acaso un problema con Ashlyn? —sonrió Seth—.
¿Necesitas un concejo de cómo controlar mujeres?
—Dudo que lo sepas y tampoco me interesa.
—Tranquilo —levantó las manos—. Sólo decía.
—En ese caso, no digas tonterías.
—Bien, malhumorado, si te gusta tanto la chica, ve por
ella y ya.
Carson levantó la vista y suspiró.
—¿Piensas seguir con tonterías o te pondrás a trabajar?
—Como mi socio no está del todo presente en los
negocios, creo que es pertinente que hablemos de lo que te
preocupa.
El hombre suspiró y tomó el puente de su nariz con sus
dedos.
—No la he visto desde ese día. —Aceptó entonces—. Creo
que se encuentra verdaderamente mal.
—¿Le rompiste el corazón en mil pedazos?
—No sé si fuiste tú o si fui yo.
—Si alguien le rompió el corazón, fuiste tú —sonrió—. A
mi me odia y no sé por qué, pero a ti te ama.
—Le ha enfurecido tu sola presencia, le removiste algo en
el interior, nadie se enoja de esa manera si ha logrado
olvidar.
—Ella sólo quiere ponerme una bala en la ingle, nada
más.
—No la viste llorar, no podía parar.
—¿Estás celoso? —se sorprendió—. Tú no sabes por qué
pudiera estar llorando Carson, una mujer es compleja y una
enamorada es un completo enigma. Incluso lo veo más
complicado con la mujer de la que te has enamorado.
—No estoy celoso —se recostó en su asiento—. Como
sea, he decidido que no puedo hacerla feliz, lo mejor es que
me aleje.
—Ah claro, ¿Tú sabes eso por qué…?
—Me conoces, me has visto Seth, yo… no puedo
entregarle lo que ella ansía, he olvidado incluso como se
siente amar a alguien.
—Me lastimas en serio, pensaba que me amabas —
jugueteó. Carson lo miró fastidiado—. Sólo bromeo. Vamos,
¿Cómo vas a recordar lo que es amar si no te lo permites?
—Ese es el punto, creo que no quiero recordar.
—Carson, ¿Te he dicho lo idiota que puedes llegar a ser?
—Seth tomó los papeles que su amigo había estado
revisando y suspiró—. Será mejor que vayas a verla.
—¿Y decirle qué?
—Pues nada —elevó las cejas—. Qué te enamoraste de
ella, quizá. No estaría mal decir la verdad para variar.
—No estoy enamorado de ella.
—Claro que lo estás.
—Creí que estabas enamorado de ella.
—A mi me gustan todas las mujeres —sonrió.
—¿No te molesta?
—Me honras con tanta lealtad —rodó los ojos y le quitó
los papeles—. Ve con ella, yo terminaré esto.
Carson se puso en pie y lo miró sorprendido.
—¿Estás seguro?
—Sí, puedo sobrellevar unos cuantos papeleos.
—Bien, gracias.
El hombre tomó sus cosas y rápidamente bajó las
escaleras, siendo capturado por sus trabajadores que
necesitaban firmas, atención o tenían cuestionamientos,
pero Carson se sentía apresurado, cómo si supiera que
Ashlyn estaba por irse para siempre.
Subió a su carroza y sintió eterno el camino hacia la casa
de los Charpentier, sorprendiendo al mayordomo cuando le
abrió la puerta, puesto que no era normal verlo llegar a esa
hora del día.
—¡Señor Crowel! ¡Ha llegado temprano! —gritaron los
trillizos—. ¿Va a jugar con nosotros?
—Lo siento, niños, tengo prisa en este momento —dijo
distraído, acariciando el cabello de uno de ellos, pero
mirando hacia todas partes con aparente desesperación.
—Pero señor Crowel, usted dijo el otro día que nos llevaría
a contar monedas al banco —dijo otro de los trillizos.
—Niños, vengan por favor. —La voz tranquila de Alice se
escuchó a las espaldas de Carson, quien se volvió aprisa
hacia ella, viéndola sonreír y responder a su pregunta
silenciosa—: en el jardín.
Carson caminó hasta el lugar indicado, sabía
perfectamente dónde estaría esa mujer, y aunque no lo
supiera, era complicado no ver el hermoso y largo cabello
pelirrojo que caía suelto por la espalda de la joven que
estaba apaciblemente sentada junto a la flor blanca que
ondeaba ante el viento, tenía la mejilla recostada sobre sus
rodillas y se denotaba que estaba metida en sus
pensamientos.
El hombre sintió un vuelco en su corazón al verla y
avanzó en silencio, tratando de no advertirla de su
presencia hasta que se acuclilló y le tocó suavemente la
espalda, haciéndola suspirar asustada, volcando su azulada
mirada sobre él.
—Señor Crowel —su voz sonaba tan distante que la piel
de Carson se encrespó—. ¿Ya es tan tarde?
—¿Pensaba esconderse de mí?
Ella hizo un atisbo de sonrisa.
—¿Me culparía? —volvió a recostar su mejilla en sus
propias rodillas flexionadas—. Me siento un tanto ridícula en
estos momentos, no quiero ser vista por nadie.
—No eres ridícula, más bien pienso que eres increíble por
ser tan franca y trasparente con lo que sientes.
—Justo ahora también soy cristalina para usted, ¿cierto?
—su risa sonaba más bien a una expresión de tristeza—.
“Pobre chica” ha de pensar usted, “es tan fácil saber que
está sufriendo”.
—Es verdad —Carson se inclinó y le tomó la barbilla,
levantando suavemente su rostro—. Y me siento fatal de
que sea mi culpa.
—Me enamoro de los hombres equivocados, hombres que
no me pueden corresponder —elevó una ceja—. No es error
de ustedes sino de la seleccionadora. No tomo buenas
decisiones.
—No es tú culpa.
—¿Qué otra explicación le da? —lo miró con tristeza—.
Todos los hombres de los que me he enamorado me han
dicho lo mismo: “No puedo amarte como tú quieres” “No
puedo darte lo que quieres”. No tengo idea de qué es lo que
les exijo, pero lo que sea que es, parece ser excesivo para
todos ustedes.
—Nada, Ashlyn, eres tan pura y tu cariño es tan cálido,
que más bien no nos creemos merecedores de ello —le
acarició la mejilla, limpiando una lágrima que salía
disparada.
—Me iré mañana —asintió—. Es lo mejor.
—No puedes irte.
—Tengo mi boleto —le dijo sin más—. Me iré en el primer
tren de mañana, regreso a Londres.
—Iré tras de ti.
Ella ladeó la cabeza y sonrió mientras negaba.
—¿Por qué haría algo así?
—¡Porque no puedo dejarte ir! —la tomó de los hombros y
se mostró complicado consigo mismo—. Pero pienso que
mientras más cerca te tenga, más daño te haré, por eso
intenté alejarte de mí.
—No parece estar haciendo un buen trabajo ahora —sus
ojos azules se paseaban escudriñadores por el rostro
varonil, con el ceño fruncido en confusión—. ¿Qué quiere de
mí?
Carson se quedó callado por varios minutos, aquella
pregunta era válida, pero era tan complicada de entender
para ella como lo era para él. Ni siquiera lograba
responderla para sí mismo.
—Quiero casarme contigo —le dijo bastante más inseguro
de lo que debería—. Pero…
Ashlyn colocó sus delgados dedos sobre los labios del
señor Crowel y sonrió de lado, mirándolo con ojos brillantes
en un sinfín de emociones que Carson no se molestó en
descubrir.
—Creo que me quiere, señor Crowel —sonrió complacida.
—En estos momentos creo que sabes más que yo —
aceptó.
—¿Tiene miedo de volver a abrir su corazón?
—Estoy aterrado.
—¿Lo intentará conmigo?
—Haría lo que fuera con tal de que no te marcharas.
Ashlyn reprimió una sonrisa y cerró los ojos.
—Señor… ¿Está usted seguro de lo que está pidiendo?
—Sí —Carson la tomó de la cintura, provocando que se
colocara de rodillas, al igual que él y la abrazó—. No podría
no verte, el que me dijeras que tenías tu boleto para
regresar… no, simplemente no.
La joven presionó su mejilla contra la del hombre y lo
abrazó.
—Tampoco me gustaría dejar de verlo, señor Crowel.
—Entonces, no lo hagas, no te vayas —la separó de sí—.
Al menos, no mañana, iré contigo, iré a pedir tu mano.
Ella parecía alegre, pequeñas sonrisas salían sin permiso
de sus labios, pero al mismo tiempo, estaba aterrada, lo
sentía tan voluble con el tema, que temía que fuera a
lastimarla más si cambiaba de opinión a última hora.
—Señor Crowel… quizá debería pensarlo, no sólo hable
por el impulso del momento —levantó la mirada—. No me
iré, pero no hable de boda si no está seguro de ello.
—Tienes miedo —la tomó de las mejillas y negó—.
¿Tienes miedo de que te lastime?
—Tanto como usted lo tiene.
—Estoy seguro, jamás me he retractado de algo en lo que
doy mi palabra —su voz era indudable, sin forma de que
flaqueara o se desdijera—. Así que te estoy pidiendo casarte
conmigo ahora, ¿Cuál es tú respuesta?
Ella miró detenidamente los ojos grises claros que la
hacían sentir tan vulnerable, sus cabellos rizados tratando
de ser peinados, sus hombros anchos y su postura siempre
segura a pesar de estar hincado en la hierva, mirándola con
una ceja levantada en espera de respuesta.
—Sí —dijo ella suavemente—. Sí quiero.
—Bien —se acercó un poco a ella y besó su frente
suavemente.
Ella cerró los ojos, sintiendo con más intensidad que
nunca el beso plantado en su rostro. Se alejó y lo notó
mirándola. Su mirada siempre fue astuta, del tipo de
hombre que puede evaluar a una persona al darle un
vistazo, lo cual la hace sentir incómoda de vez en cuando,
puesto que sentía que él era capaz de ver todo su interior,
de ver su dolor, sus dudas, el llanto y las profundidades
oscuras y heridas de su propio corazón.
—Creo que la tía nos vigila desde la ventana —susurró la
joven.
—Sí. —Carson negó con una pequeña sonrisa—. Seguro
que es la más entusiasmada con la idea de verme aquí
arrodillado ante ti.
—Siempre tuvo la esperanza.
—Creo que sabe leer bien a las personas —asintió él.
—Una cualidad que comparten las personas serias,
supongo.
—¿Es una acusación?
—Algo así —asintió la joven, dejando salir una risita.
—Tengo otra pregunta.
—¿En serio señor? Creo que la que ha hecho hace unos
momentos ha de ser “la pregunta” —dijo a broma—. ¿Qué
otro cuestionamiento tiene qué hacerme?
—¿Qué fue lo que pediste a tu flor?
Ella se volvió hacia la planta floreada y sonrió.
—Es mi secreto.
—Seré tu esposo, no debes tener secretos conmigo.
Ashlyn casi sintió ganas de gritar de felicidad al escuchar
eso.
—Hasta entonces, no lo revelaré, es de mala suerte decir
en voz alta los deseos ¿es que no lo sabía?
—No soy de los que pide deseos.
—Me imaginé.
—¿Tiene qué ver conmigo?
—Oh, señor, pero qué engreído es usted —negó la joven.
—Quizá no directamente, pero indirectamente seguro que
pidió por mí o que yo llegara —elevó ambas cejas
galantemente.
Ella se mordió los labios y negó, llena de alegría.
—Jamás se lo diré.
—Muy bien —le acarició la mejilla—. ¿Qué cree que haga
su tía si la beso ahora?
—Seguro que me regañará.
—Entonces, lamento su regaño.
Carson se acercó y la besó con ternura, saboreando la
calidez y los movimientos dulces con los que ella le
correspondía. No podía creerlo, se casaría con esa mujer,
esperaba que las cosas salieran bien, lo último que quería
era volver a hacerla sufrir.
Capítulo 18
Carson había entrado a trabajar especialmente
temprano ese día, tenía varios asuntos qué resolver y le
apetecía estar a solas y sin interrupciones mientras lo hacía.
Lastimosamente, no sospechó o siquiera imaginó que su
amigo llegaría a la misma hora, con un aspecto descuidado
y seguramente sin dormir mucho.
—Parece que te levantaste de la basura —se burló,
pasando de un lado a otro los papeles firmados—. Me
sorprende que te presentes a trabajar, después de tantos
días de vagancia.
—Bueno, debo trabajar en algún momento —sonrió y se
dejó caer en el sillón frente al escritorio de Carson—. ¿Qué
tal te ha ido con la pelirroja?
—Me casaré con ella.
—¿Qué? —Seth incluso se atragantó con su propia saliva
y comenzó a toser, llamando la atención de Carson que
había dejado de hacer sus cosas para mirarlo con seriedad.
—¿Problema con ello?
—No, claro que no.
—Pareces tenerlos.
—No los tengo… así que, te casarás con ella —se
sorprendió Seth, dejando salir una risilla traviesa—. Vaya
que eres de los que gustan en saltarse pasos, cuando te dije
que fueras tras ella, no creí que fueras a ir tan… en serio.
—¿Qué pensaste qué haría entonces?
—Bueno, no sé, quizá algo de cortejo.
—Hemos estado juntos por meses, bien se podría decir
que la cortejé durante todo ese tiempo.
—Claro —meneó la cabeza—. Bueno, así que boda. Vaya,
felicidades, es una noticia enorme, habrá que festejarlo, ¿No
crees? ¿Qué tienes planeado hacer hoy?
—Iré con Ashlyn y los Charpentier al ballet.
—¿Te gustan esas cosas?
—No especialmente, pero a ella le encanta.
—Así que serás de esa clase de hombre —bromeó.
—¿De qué clase sería?
—De los que gusta de acatar y complacer a su esposa en
todo lo que pida o diga —lo miró con gracia.
—Si puedo cumplírselo, no veo por qué negárselo.
—Claro, claro —meneó la cabeza—. No me hagas caso, es
que no puedo imaginarte casado ¡A ti! Por Dios, parece
antinatural.
—Supongo que es entendible —siguió trabajando—. El
desalmado Crowel tiene la capacidad de casarse. Incluso yo
lo dudaría, lo dudo ahora mismo.
—¿No quieres casarte?
—Quiero, pero no sé si seré un buen esposo.
—Creo que podrás complacerla.
—No me refería como amante.
—Sé a lo que te referías —sonrió Seth—. No enloquezcas
con ello, seguro que puedes con una mujer.
—Nunca he sido especialmente cariñoso, ni siquiera
con…
—Sabes expresarte de otras formas, ella lo aprenderá —
dijo conciliador ante la expresión apesadumbrada de su
amigo—. Y… ¿les pondrás sobre aviso? ¿O dejarás que les
caiga todo de sorpresa?
—Por supuesto que les informaré, no hay forma de
ocultarlo.
—Quizá no les agrade.
—Es tarde para tomarlo en cuenta.
Seth asintió levemente y comenzó a tomar papeles para
leerlos detenidamente y hacer anotaciones o firmarlos él
mismo si le correspondía hacerlo. Sin embargo, le era
imposible pensar en otra cosa que no fuera la futura boda
de su amigo, como había dicho, era un hombre al cual no
podía imaginarse casado y ahora… se casaría con esa mujer
que parecía odiarlo.
—¿Cuándo irás a Inglaterra?
—En dos semanas.
—¿Ella ya les avisó a sus padres?
—Tengo entendido que mandó una carta a su madre.
—Por Dios, la duquesa de Wellington —sonrió—. Seguro
que te parecerá una mujer única.
—El día que conocí al duque, la duquesa no estaba, pero
me han dicho que es parecida a Ashlyn.
—Físicamente, sí —asintió—, se parecen algo.
Carson asintió como toda contestación, no estaba
especialmente interesado en saber nada de la familia de su
prometida con tanta antelación, tenía otras cosas en su
cabeza y en esos momentos los Collingwood no eran
prioridad.
—Y el padre… el padre es terrorífico.
—Mm-hm, el duque y yo tenemos negocios. —Contestó
distraído.
—Es un hombre muy respetado en Inglaterra, de hecho.
—Sí. Lo sé. —Asintió Carson.
—¡No puedo creer que te interese tan poco lo que te
digo! —dijo sorprendido Seth—. ¡Prácticamente te estoy
dando la forma de sobrevivir en su familia y me ignoras!
—Seth, simplemente no me interesa en estos momentos,
¿Podríamos posponer el árbol genealógico de Ashlyn para
dentro de dos semanas? Será para cuando me comenzará a
interesar.
—Eres un desastre como futuro marido.
—Lo sé —dijo tranquilo con el tema—. ¿Cómo es que
conoces tan bien a la familia Wellington?
—Bueno, ¿Cómo no interesarse? Incluso nosotros
buscábamos tener negocios con ellos, ¿recuerdas?
Los ojos grises de Carson se dispararon hacia la faz de su
amigo, dudando que fuera por esos motivos que conocía a
esa familia.
—¿Qué hiciste, Seth?
—Nada de lo que me arrepienta —se inclinó de hombros
—. No del todo, quizá un poco arrepentido nada más.
—No sé por qué no te creo —Carson se puso en pie y
caminó hacia la puerta del despacho y la abrió—. Darren,
manda a corregir estos documentos, por favor.
—Sí señor.
—Y dile a tu esposa que traiga algo para el dolor de
cabeza del señor Humbel.
El hombre desapareció inmediatamente y en su lugar
llegó la hermosa presencia de Gina, su esposa. Era la pareja
que Ashlyn había decidido ayudar en el tren y ahora ambos
eran empleados que se habían ganado la confianza y el
asenso debido a su dedicación.
Carson sonrió. Seguro que a su prometida le encantaría
saber de esos dos y sus logros, pero Ashlyn no se había
vuelto a presentar en el banco y él creía saber la razón.
—Señor Humbel —habló dulcemente la joven—. He traído
esto, ayudará para su resaca.
—¿Quién lo ha pedido?
—El señor Crowel.
Seth miró con una sonrisa a Gina y ladeó la cabeza.
—¿Desde hace mucho que trabajas aquí?
—No tanto, mi señor, anteriormente estaba en el segundo
piso, he sido trasferida aquí hace poco.
—Eres muy hermosa.
—Y casada —dijo Carson—. Gracias Gina, puedes
retirarte.
—Mi señor —se inclinó la joven, pero regresó una mirada
coqueta hacia Seth, quién rápidamente se la contestó.
—Es guapa —dijo el hombre en cuanto Gina salió.
—Como dije, es casada.
—Nunca ha sido impedimento para una aventura.
—Está casada con un trabajador del banco, lo último que
quiero es tener esa clase de problemas —lo advirtió con una
penetrante mirada—. No pienso repetirlo, Seth.
Sonaron dos toques en la puerta qué posteriormente fue
abierta, dando paso a Darren con los papeles y nuevas
carpetas para ser autorizadas por el dueño del lugar.
—Señor Darren, espero que su vida esté siendo más fácil
ahora que están instalados ¿Su esposa está contenta? —dijo
Carson para hacer énfasis en la advertencia hacia su amigo.
—Gracias, mi señor, le debemos mucho y a la señorita
Ashlyn.
—No ha de agradecerlo, son buenos trabajadores.
Seth rodó los ojos al sentirse amonestado como si Carson
fuera su padre y sonrió tranquilo cuando la charla pasó a ser
de trabajo. Los hombres se habían enfocado en ello hasta
que algo a las afueras de la oficina llamó la atención por el
revuelo que se formaba.
—¡Oh! ¡Ashlyn, que bueno verte! —escuchó la voz de
Gina en un tono alto y agudo—. ¿Por qué no habías venido?
—¿Está el señor Crowel?
—Sí señorita, la anunciaré.
Seth inmediatamente se sentó adecuadamente e irguió la
espalda al escuchar el nombre de aquella mujer; siendo
incapaz de notar que Carson lo miraba de una forma
extraña, sin agresión alguna, quizá simplemente analizando
de qué iba ese comportamiento.
—Señor Crowel —se introdujo Gina—. La señorita
Collingwood está aquí, ¿Gusta que la deje pasar?
—Hazla pasar, Gina.
La joven salió presurosa, con una sonrisa en los labios.
Ashlyn se tardó todavía unos minutos más en entrar,
tiempo en el cual Seth no podía apartar la mirada de la
puerta y, a su vez, Carson se mantenía tranquilo, enfocado
en sus papeles y, de cuando en cuando, en su amigo.
—¿Señor Crowel? —se escuchó la voz de Ashlyn, quien
abría la puerta lentamente, tratando de no irrumpir.
—Adelante.
Ella se introdujo en el lugar, sonriendo instantáneamente
al momento de ver a su prometido, pero frenándose de llano
al ver que no se encontraba solo. La joven maldijo a lo bajo,
se había atrevido a ir ese día porque le informaron que el
señor Humbel no asistía a trabajar desde hacía dos
semanas; parecía ser que le había tocado la mala suerte de
ir cuando ese hombre decidía regresar a trabajar.
—Señorita Collingwood —se levantó Seth, inclinándose
respetuosamente—. He de felicitarla por su compromiso.
—Lo agradezco —contestó con tosquedad y miró
sonriente al hombre que permanecía impasible en su
asiento, aún inclinado leyendo y firmando cosas.
Seth miró como la hermosa dama pasaba de largo su
presencia y se acercaba al hombre que parecía más
enfocado en un trozo de papel que en una mujer hermosa
de carne y hueso. Sin embargo, a ella no parecía molestarle
en lo absoluto, se había inclinado hasta depositar un beso
en la mejilla de su amigo, dejando muy a la vista su mano
izquierda, dónde una sortija especialmente llamativa
adornaba su dedo anular y anunciaba su compromiso.
Carson levantó la vista y tomó la mano que ella había
dejado sobre su hombro, llevándosela a los labios, pero
soltándola rápidamente, más no apartó la mirada de los de
ella. Para Seth había sido un acto bastante frío, puesto que
en la cara de su amigo no hubo atisbo de sonrisa, pero en la
de Ashlyn no era posible quitársela.
—¿Qué te trae por aquí? —preguntó Carson.
—Visita. Quería ver a Gina.
—¿Quién es el chismoso que te pasa todos los sucesos de
este banco? —la miró intrigado—. A veces estás más al día
que yo.
—La misma Gina —dijo alegre y cambió su semblante
cuando de pronto este se volvió al señor Humbel—. También
me dijo que usted se había ausentado en los últimos días,
señor.
—Supongo que no te habrá complacido verme aquí, en
ese caso.
—Todo lo contrario, me alegra verlo —sonrió forzada—. Es
mejor que nos llevemos bien desde ahora, supongo.
—No estaría mal —Seth no podía apartar la mirada de los
ojos preciosos de aquella mujer, pero fue ella quién los
despegó primero, volviéndose a su amigo.
—Señor Crowel, quería hablar con usted de algo
importante, ¿Es posible que sea en soledad?
—No se preocupen, de todas formas, tengo que pedir
unos papeles en el segundo piso. —Seth levantó las manos
y salió de ahí.
—Ahora sí. —Carson tomó la cintura de su prometida y la
acercó—¿Cuál es la verdad de tu visita?
—En verdad sólo quería visitarte —lo miró—. Pero no
pensé que él estaría aquí.
—Como te he dicho, es un socio importante y un amigo
cercano, me será difícil deshacerme de él.
—No lo estoy pidiendo —se apresuró a decir la joven—.
Tan sólo que… no es lo más sencillo que haya hecho.
—Entiendo eso.
Ella meneó la cabeza y se sentó en el escritorio de su
prometido, sonriendo divertida al verlo elevar una ceja y
mostrarse sorprendido ante una actitud tan despreocupada
de su parte.
—¿Te molesta?
—No, tan sólo no me lo esperaba.
—¿Qué quisiera sentarme?
—No sobre mi escritorio.
Ella dejó salir una risa armoniosa.
—A veces eres tan estirado.
—Un poco —aceptó y tomó unos papeles en sus manos.
—¿Podrías darme un beso al menos?
—Sería problemático si alguien nos viera —la miró—. Sin
mencionar que estás aquí, sola y atravesaste todo el banco,
así que sabrán cual era tu destino.
Ella soltó entonces una carcajada y asintió, acercándose
al rostro de su prometido, mirándolo alejarse ante su sonrisa
burlesca.
—Estirado —le dijo, besando rápidamente sus labios para
después ponerse en pie—. En realidad, estaba de paso, voy
a la tienda de tía Giorgiana y se me ocurrió venir a decirte
que recibí carta de Londres, de parte de mi madre.
—¿Qué te ha dicho?
—Vendrá.
—¿Vendrá?
—Sí, probablemente llegará en una semana.
—No me esperaba eso —dijo divertido, recostándose en
su asiento—. ¿Tú madre suele ser así de…?
—¿Atrabancada? —sonrió—. Sí, así es ella.
—Bien, entonces la esperaré ansioso.
—Mmm… dudo que pienses eso cuando la conozcas. Mi
madre es genial, pero puede ser una pesadilla.
—Sabré lidiar con ella.
—Eso lo sé —colocó su sombrero nuevamente en su
cabeza y se miró en el reflejo de un vidrio de una estantería
—. ¿Cómo me veo?
—Hermosa —asintió Carson.
—Bueno, te dejo trabajar —elevó ambas cejas—. ¿Quieres
un beso de despedida o me lo ahorro?
El hombre rodó los ojos y la vio acercarse para
depositarle un casto beso en los labios a modo de
despedida.
—Te veré a las siete para ir al ballet. —La informó.
—¿Es qué no llegarás a comer y cenar?
—Dudo que pueda ir en estos días, estoy tratando de
dejar todo en orden para cuando nos tengamos que ir a
Londres.
—Entiendo, bueno, avisaré a mis tíos.
Ashlyn dio una última mirada a su prometido, pero él ya
estaba volcado plenamente en su trabajo, así que cerró la
puerta y sin pensarlo, sus labios se curvearon un poco.
—Pareces muy enamorada —se acercó Gina dando
brincos—. Enséñame esa joya de nuevo.
—¡Me avergüenzas!
—Oh, por favor —la chica tomó la mano de aquella mujer
y miró el anillo en su dedo, asintiendo conforme—. Es
hermoso en verdad.
—Lo ha escogido él mismo, me parece interesante que
sea una persona tan exuberante en joyas cuando es tan
sobrio en lo general.
—Un lado oculto, quizá —sonrió Gina.
Ambas chicas rieron y charlaron por un rato más antes de
despedirse. Ashlyn salió de los bancos Crowel a la una, hora
perfecta para la cita que había agendado con su tía para ver
su ajuar y el vestido de novia, sabía que quizá era un poco
presuroso su actuar, pero estaba tan emocionada que no
había podido contenerse y le había revelado a su tía
Giorgiana sobre su boda.
—¡Señorita! —Aquella voz provocó un escalofrío a lo largo
de la espalda de la joven—. ¡Señorita Collingwood!
—¿Qué deseaba señor Humbel? —preguntó cuando él
estuvo lo suficientemente cerca de ella.
—Por favor, quiero hablar con usted.
—Es lo que hacemos, señor —siguió caminando.
—¿Podría detenerse un segundo? —Seth la tomó del
brazo, pero ella rápidamente se soltó, mirándolo a la
defensiva.
—¿Qué quiere?
—Sólo… —negó confundido—. No lo sé.
—Si no lo sabe, haga favor de no irrumpir en mi caminar.
—Señorita —se interpuso en su camino—. Quisiera
entender de dónde proviene tanto odio, se casará con uno
de mis mejores amigos y no quisiera que la relación se viera
afectada por ello.
—No se preocupe, se actuar cortés.
—Entiendo, pero aún así me agradaría saberlo.
Ashlyn lo miró con odio, ¿Cómo era posible que actuara
con tal desfachatez? ¿Cómo había podido olvidarla? Quizá a
él no le hubiese importado, no tomaba en cuenta a las
mujeres y esa era la razón por la cual las dañaba y después
las olvidaba. Miró hacia la cadena con anillo que el señor
Humbel portaba nuevamente y se sintió mareada.
—¿De dónde sacó eso? —apuntó la alhaja.
—¿Esto? —Seth tomó entre sus manos la cadena,
haciendo que el anillo se elevara y diera vueltas ante los
ojos de la joven—. Todos los socios del banco tenemos una.
Sólo Carson tiene el anillo para sellar las cartas, como ve,
esto no tiene borde para…
—¿Todos los socios?
—Así es, Carson se los da a los socios o a los empleados
leales.
—Por Dios… —Ashlyn tocó su cabeza y negó—. No puede
ser.
—¿Qué le sucede?
—Nada. —La joven cerró los ojos con fuerza—. Creo que
le debo una disculpa.
—¿En serio? —el hombre sonrió—. ¿Por qué?
—Porque me apresuré a deducir —se recargó en una
pared cercana—. Al final de cuentas, podía ser cualquiera…
¿Cuántos socios tiene el señor Carson?
—¿Se refiere a los del banco o a sus otros negocios?
La cabeza de Ashlyn estaba por explotar, sintiéndose
acorralada y, al mismo tiempo, apenada con el hombre al
que había acusado sin siquiera investigar a fondo si era el
responsable de su agravio o no. Era una tortura ser sobrina
de Thomas Hamilton y no poder pedirle ayuda para que
investigara.
Nadie podía saber lo que en realidad pasó hace seis años.
—¿Se encuentra bien? ¿Quiere que mande llamar a
Carson?
Los ojos de Ashlyn se fijaron en aquel hombre, quien
parecía preocupado y considerado a pesar de que ella se
había portado de la manera más terrible para con él.
—No —sonrió—. Me encuentro bien, tan sólo es un dolor
de cabeza, pasará pronto.
—Bien. —Seth presionó sus labios, pensativo—. ¿Por qué
preguntó lo del dije? ¿Es que conoce a alguien que lo porta?
—Sí. Para mi desgracia así es.
—¿Desgracia? ¿Es que le hizo algo?
—No, no —la joven lo miró con tranquilidad—. Todo está
perfectamente, no debe preocuparse y, por favor, no le diga
a Carson.
Seth apretó sus labios y la miró dudoso, aquel
comportamiento lo hacía pensar en muchas cosas.
—¿Oculta algo, señorita? Porque si es así, le aseguro que
Carson lo terminará descubriendo y será peor.
—¡No! —ella meneó la cabeza, buscando tranquilizarse—.
Le aseguro que no tiene de qué preocuparse.
—Espero, porque Carson es… intransigente en muchas
cosas.
—¿Es que dice que es malo?
—¡No! Es un hombre increíble, aunque muy diferente a
usted —la miró con ojos entrecerrados—. Él place de su
soledad.
—Le aseguro que fue él quien pidió mi mano, no al
contrario.
—Sé que fue él quien pidió su mano —le dijo obvio—.
Pero no puedo evitar pensar si está haciendo todo esto por
esconder alguna fechoría de su juventud.
Ella lo miró con enojo.
—¿De qué habla? —frunció el ceño.
—Bueno, he escuchado cosas —él la miró dudoso, sobre
todo cuando Ashlyn deformó su cara en una mueca de
incredulidad—. La gente no deja de decir que usted… tuvo
un amante.
—¿Y Carson lo cree?
—¿Cree que estaría casándose con usted si lo creyera?
—En ese caso, esta conversación no tiene sentido.
La joven quiso seguir con su camino, pero entonces sintió
la mano fuerte y posesiva del señor Humbel sobre su brazo,
frenando su avance por la calle.
—Él es casi como un hermano para mí, señorita, no
permitiré que nadie ensucie su nombre o lo haga pasar un
mal rato.
—Suélteme —la joven arrancó su brazo y lo miró molesta.
Seth apretó su quijada y entrecerró los ojos.
—¿Lo amas?
—Sí, muchísimo.
—Me alegro —encajó en ella sus ojos azules—. Porque te
será necesario recordarlo cuando te cases con él.
—¿Cómo podría olvidarlo? —se cruzó de brazos.
—Cuando lo conozcas en una vida ordinaria, lejos de toda
la melosidad del noviazgo —le dijo—. Tal vez ya no te
parezca el hombre espectacular.
—¿Le tiene celos a su amigo? —le dijo tranquila.
—Por supuesto que no.
—Espero que así sea, señor, suena bastante mezquino lo
que dice.
El hombre sonrió y asintió.
—Intento hacer que comprenda lo que viene y se resigne
a ello.
Ella se cruzó de brazos y sonrió con soltura.
—No hace falta que se preocupe, seguro que el señor
Crowel y yo podremos resolver los problemas que surjan en
nuestra relación.
La joven tomó sus faldas y se alejó de él con un caminar
resuelto que le sacó una sonrisa al señor Humbel. En verdad
que no podía creer que se fueran a casar, eran como agua y
aceite, no había forma de que Carson repentinamente
cambiara su actitud hacia la vida.
Lo único que haría sería arruinar a esa muchacha y,
además, estaba el tema de su familia, no quería ni pensar la
sorpresa que se llevaría la señorita Collingwood al conocer a
los Crowel, porque, aunque Carson lo quisiera evadir de
momento, eventualmente tendría que darles la cara y
presentarla como su mujer.
Capítulo 19
Ashlyn despertó en medio de la madrugada, sintiéndose
un tanto nerviosa, su madre estaría por llegar, la esperaban
para ese mismo día, claro que unas horas más tarde, no a
las dos de la mañana. Se dejó caer en la almohada y miró
hacia el techo.
¿Qué pasaba si el señor Crowel no era del agrado de su
madre? O quizá la situación fuera al revés y él jamás
quisiese relacionarse con su familia que ella amaba sin
medida. Su corazón latió con fuerza, ¿qué tal si su madre
negaba el permiso de que se casaran? ¿Qué haría el señor
Crowel? ¿Se daría por vencido o se escaparían?
Se sentó en la cama y gritó exasperada. También le daba
vueltas una y otra vez a la conversación que había tenido
con el señor Humbel, debía admitir que la logró asustar un
poco en cuanto a su futuro se refería, ¿Qué pasaba si tenía
razón y el señor Crowel fuera frío o incluso malvado con
ella? No… eso no, ese hombre sólo quería asustarla, ponerla
nerviosa.
Lastimosamente lo logró.
Se quitó las sábanas de encima y colocó su bata y
pantuflas para podre salir de su habitación. Necesitaba
comer algo, quizá un vaso de leche caliente la ayudaría a
recuperar el sueño.
Iba bajando las escaleras cuando se topó de frente con el
dueño de sus pensamientos, de sus ilusiones y también de
sus terrores. El señor Crowel subía en esos momentos a su
recámara.
—¿Qué sucede? —la tomó de los hombros—. ¿Por qué
estás despierta a estas horas?
—Me desperté —se sonrojó al notar que la estaba
tuteando.
El señor Crowel jamás lo hacia cuando estaban en
público, en la calle o en realidad bastaba con que fuera de
día.
—¿A dónde te dirigías?
—La cocina, quería ver si un vaso de leche me ayudaría a
recuperar el sueño.
—¿Tuviste pesadillas?
—Más bien me encuentro nerviosa.
—¿Por la llegada de tu madre?
—Sí —ella se sentó en las escaleras y se hizo a un lado al
notar que él hacía lo mismo—. Tengo miedo de que algo
salga mal.
—¿Qué puede salir mal?
—No sé, qué no le caiga en gracia o viceversa. Que no
quiera que nos casemos o usted jamás desee volver a verla.
Que…
—Vaya, son demasiadas cosas malas —le cubrió la boca
con una mano—. No creo que haya problema con nada de lo
que te preocupa, no te alejaría de tú familia, incluso si yo
tuviera un inconveniente.
—¿En verdad?
—Es tu familia —asintió.
—¿Pero y si fuera al revés?
—No pasará nada, Ashlyn, relájate.
Ella asintió un par de veces y lo miró.
—He de parecer una niña tonta en estos momentos.
—No, de hecho, me parecen nervios normales de una
novia —elevó una ceja—. Quieres que todo salga bien y es
normal.
—¿Tú también quieres que todo salga bien?
—Quiero que estés tranquila y feliz.
Ella sonrió y se acercó para acariciarle la mejilla.
—Para ser un desalmado, me pareces un hombre
bastante comprensivo con todo lo que me pasa a mí.
—Es diferente —se acercó hasta estar a centímetros de
sus labios, sintiendo su respiración muy cerca—. Tú vas a
ser mi esposa.
—¿Privilegios? —susurró, aún sin tocar besarse.
—Podemos decir que sí.
Carson juntó los labios con los de su prometida en una
caricia dulce que ella intensificó, acercando su cuerpo al de
él, manteniendo sus suaves manos sobre las mejillas
rasposas por la barba incipiente.
—Ashlyn… —intentó separarla.
—Espera… sólo quiero estar así un poco más.
Carson interrumpió el beso con una risa contenida,
agachó la cabeza un poco, poniendo distancias y, por
primera vez, ella lo vio sonreír de verdad, con todo y sus
dientes.
—Si no me detengo, no lo haré jamás.
—Carson —le tomó con fuerza la cara—. ¿En verdad te
gusto?
—¿No estoy comprometido contigo acaso?
—Sí —sonrió—. ¿Podrías hacerme un favor?
—¿Qué deseas? —le apartó un mechón de cabello de la
cara.
—Sólo quiero estar contigo por unos momentos —bajó su
mano hasta su pecho y lo miró—. Podrás marcharte en
cuanto me duerma.
—Ashlyn…
—Sé —lo interrumpió—, qué no es una conducta que
apruebes, pero por una vez, ¿podrías no hacer lo correcto?
—¿Te parece que lo que hacemos ahora es correcto? —
negó—. Son las tres de la mañana, estás en bata y yo en
ropas de dormir, y te besaba y no de la forma más inocente
que se me ocurre.
—¿Entonces aceptarás?
Carson suspiró y la miró.
—Bien, tan sólo unos momentos.
Ashlyn se puso en pie, mostrándose alegre y
deslumbrante por haber conseguido su objetivo, claro que
debió prever que nada era tan sencillo con el hombre que se
convertiría en su marido, con él se debían leer las letras
pequeñas o al menos pedirlas; porque cuando ambos
entraron a su recámara y ella se metió a la cama, él ya
tenía entre las manos una silla y la colocó junto al lecho,
cerca de ella.
—Injusto.
—Jamás dije cómo te haría la compañía.
—Desalmado.
—Vamos, recuéstate y cierra los ojos.
Ella hizo un puchero, pero se acercó todo lo posible al
borde de la cama, quedando lo más cerca posible de él y
observó como se trataba de poner cómodo en el mueble.
Carson apoyó un codo y recostó su mejilla en su puño,
mirando atentamente a su prometida que sonreía con
encanto.
—¿Me dejarías tomar una de tus manos?
—A dormir.
—Vamos, eso no es nada. —Carson suspiró y tomó la
mano que ella tenía contra el colchón—. Gracias. Creo que
vas a ser mejor esposo de lo que piensas…
Los ojos de la joven se cerraban lentamente, aunque ella
trataba de abrirlos para seguir despierta, irremediablemente
cayó en el mundo desconocido de los sueños, pegando su
cara lo más posible a la mano varonil que mantenía
aprisionada.
Carson miró sin emoción el rostro pacifico y el cuerpo
curvilíneo de la que sería su mujer. Seguramente a ella le
dolería saber que él era un hombre tan controlado, que
aquello no causaba mella alguna en su cuerpo o en su
mente, ni siquiera cuando la estaba besando se sentía
descontrolado o apunto de perder el control.
Le gustaban las mujeres y definitivamente le gustaba la
que se convertiría en la suya, pero nunca fue para él una
necesidad que le quitara la concentración para hacer
cualquier otra cosa. Era un hombre sereno, controlado y no
veía comprometida su hombría por no acostarse con
mujeres todo el tiempo.
Retiró lentamente su mano, pero se quedó sentado junto
a la cama por mucho rato, simplemente observándola
dormir. Ella aseguraba que sería un buen marido, pero
Carson seguía teniendo sus dudas, no sabía por cuanto
tiempo podría tener esa actitud en la que la complacía en
todo, definitivamente Ashlyn se lo provocaba, pero si surgía
una eventualidad, ¿Ashlyn en qué posición quedaría?
¿Seguiría siendo su prioridad o la delegaría? Al menos, ese
era su normal proceder hasta el momento.
—Supuse que en algún momento lo convencería para que
hiciera esto —se escuchó el susurro amable de Alice
Charpentier.
—Señora —se puso en pie con tranquilidad pasmosa y la
miró sin incomodidad alguna por haber sido atrapado—. Le
costó trabajo, pero digamos que me acorraló.
Ella sonrió.
—Dudo que Ashlyn pensara en esto cuando se lo pidió.
—No permitiría que se viera deshonrada de ninguna
manera.
—Es usted un caballero.
—Creo que ella piensa que soy algo anticuado, manejado
a la antigua pese a que soy joven… aunque no tanto como
lo es ella.
—Le hará bien, Ashlyn siempre fue un tanto
descontrolada, un hombre como usted será un
complemento perfecto.
Carson asintió y miró a la mujer que sonreía mientras
dormía.
—Está preocupada —expuso el hombre—. Piensa que su
familia y yo no nos llevaremos.
—¿Y usted qué piensa?
—Haré lo posible para que no exista conflicto alguno.
—Creo que con eso bastará para que todo salga bien.
—Lo espero también —el hombre se volvió hacia la
hermosa mujer durmiente y se inclinó para besarle la mejilla
con cariño—. Gracias por mantenerla aquí hasta que
reaccioné.
—Tampoco quería irse, algo la detenía, creo que su
destino.
—Me retiro señora Charpentier.
—Que pase buena noche, señor Crowel.
Alice miró a su sobrina y se acercó a ella para colocarle
un beso en la mejilla y apartó el cabello de su cara.
—Parece que has dominado alguien importante, pequeña.
La joven pelirroja se removió en su cama y suspiró,
sacando una bella sonrisa de parte de su tía, quien la arropó
y se marchó de la habitación, dejándola tranquila y feliz.
El día comenzaba su curso en París, el sol apenas estaría
dando sus primeros rayos hacia el horizonte e iluminando
las largas y hermosas calles de la capital de Francia.
Reinaba la paz y la tranquilidad, hasta que de pronto,
Ashlyn despertó de golpe tras el fuerte sonido de la puerta
azotándose contra un mueble.
—Ashlyn Collingwood, ¿Estás acaso loca? ¿Cómo te
atreves a avisarle a tu madre sobre tu aparente compromiso
por una nota?
—Mamá —se frotó los ojos y trató de alizar su cabello—.
Es demasiado temprano.
—No, me parece que es la hora en la que sueles
despertar, pero ¿por qué te has quedado dormida ahora? Sé
que él está aquí también.
—Agh, mamá, por favor —se cubrió el rostro con la
sábana—. ¡Ojalá hiciera algo tan indecoroso como lo que
piensas! Pero él no es de ese estilo de hombre.
—¡Ashlyn Collingwood! —Katherine la destapó con una
sonrisa de oreja a oreja—. Pero qué descarada hija tengo.
—No tanto como mi madre.
—Es verdad —se sentó en el borde y le palmeó una mano
—. Bien, canta como ruiseñor, necesito toda la información.
—Mamá, no vayas a tratar de incordiarlo a propósito.
—Pero si para eso he venido.
—Tienes razón —asintió la menor y se estiró hasta su otra
mesa de noche, alcanzando un papel—. Toma, te he puesto
lo esencial del señor Crowel aquí.
—Mmm… —suspiró la madre al comenzar a leer la
escritura de su hija—. ¿Es un banquero?
—Si, muy rico —la muchacha miró sobre el hombro de su
madre.
—¿Qué más me tienes?
—Guapo, muy guapo, tiene un pasado difícil, así que
mejor que no lo menciones, se cierra como si fuera una caja
fuerte.
—Mm-hm, bien entiendo lo esencial —la miró—. Me han
dicho que no es clasificado como un hombre muy… abierto,
poco cariñoso.
—Es bueno y amable conmigo.
—¿Estás segura?
—Claro que lo estoy mamá —rodó los ojos la joven—. El
siempre es cordial y atento, se preocupa por mí.
—No puedo decir que no me alegra. Por mucho tiempo
pensé que no podías volver a amar a nadie, que tendrías
demasiado miedo…
—Aún lo tengo —suspiró y miró a su madre
cautelosamente—. Mamá, ¿Conoces los bancos Crowel?
—Por supuesto querida —su madre la miró—. ¿Por qué?
—¿Papá ha recibido algún regalo de ese banco?
—No, mi amor, ¿por qué?
—Nada. —Decayó notablemente—. Tenía curiosidad.
—Me parece extraña la pregunta.
—Bueno, resulta que el señor Crowel da a sus socios y
mejores empleados un anillo especial, como el broche de tía
Gigi.
—Los bancos suelen hacer eso, incluso con clientes.
—Sí, lo sé… bueno, ahora lo sé. —Ella meneó la cabeza—.
La cosa es, que recuerdo es el mismo anillo que el de mi
secuestrador.
Ashlyn notó como su madre empalidecía y jalaba aire con
fuerza. Cada vez que ella osaba en sacar el tema a relucir,
sus padres reaccionaban igual: con dolor y frustración, era
una de las razones por las cuales ella no hablaba de ese
pasado que todos querían olvidar.
—¿Le has preguntado?
—¿Qué voy a preguntar? —negó deslucida—. Son cientos
de posibles personas que seguro tendrán el anillo. El señor
Crowel es el único que tiene la capacidad de sellar con él,
los demás sólo deben ser conmemorativos, algo que los
hace parte del banco.
—Hija… ¿Estás segura?
—Jamás podría olvidarlo, era lo único que era capaz de
ver, el resto de ese malnacido estaba cubierto.
Katherine mordió sus labios y asintió.
—Hija, ahora que hablamos de esto, creo que sería
importante tocar un tema que ambas conocemos, pero no
hablamos entre nosotras —dijo avergonzada la madre.
Ashlyn suspiró.
—Sí, mamá, sé a lo que te refieres.
—Cariño, sé que no quieres hablar de ello, es horrible,
pero si acaso ese hombre te hizo más daño del que nos has
contado…
—¡No! —dijo enojada, poniéndose de pie.
—Esas cosas se notan Ashlyn…
—¡Dije que no!
—Mi vida, los hombres son celosos, no sabes cómo puede
reaccionar si acaso tú eres incapaz de cumplir con tus
deberes maritales —la miró en advertencia.
—Puedo cumplir con ellos —dijo segura—. ¿Acaso tú
tuviste problemas con papá? Sé que tuvieron problemas al
inicio.
—Sí. Los tuve. —Ashlyn la miró con cautela y elevó una
ceja—. Los hombres pueden ser unos brutos y no piensan
racionalmente, mucho menos cuando una mujer dice “no”.
—Lo sé bien, no creería que papá sería de los que se
molestan porque no quieres intimar con él.
—¡Ashlyn! ¡Por favor! —la mujer negó con molestia—.
Claro que no estoy hablando de tu padre.
La joven se sorprendió.
—Entonces…
—Te estoy diciendo que a todas nos puede pasar que
hayamos sido forzadas a hacer algo con lo que no
estábamos de acuerdo.
Los ojos de Ashlyn contuvieron las lágrimas, no dejó salir
ni una de ellas, mostrándose dura y orgullosa frente a su
madre, la cual no terminaba de sorprenderse al comprender
que algo mucho más grave le había pasado a su hija.
—Hija…
—Mamá, no quiero que lo vayas a atiborrar con preguntas
—cambió el tema rápidamente—. Lo último que quiero es
incomodarlo.
—¿Se puso nervioso?
—Dudo que algo lo ponga nervioso.
—Yo lo pondré.
—Mamá —rodó los ojos la joven, jugueteando con su
madre—. No quiero que lo intimides.
—Cariño, soy tu madre, ese es mi trabajo.
Katherine salió de la habitación para dejar que su hija se
cambiara para comenzar su día. Pero siendo honesta,
también había deseado irse para poder dejar salir un
lamento desde el fondo de su pecho; colocó su espalda
contra la puerta de Ashlyn y lloró por su hija. En definitiva,
tendría que hablar seriamente con el señor Crowel.
Ashlyn tardó un buen rato en estar lista, así que se vio en
la necesidad de bajar corriendo las escaleras. Se le había
hecho tarde para ir a montar, pero aún tenía tiempo de
capturar al señor Crowel antes del desayuno. Prácticamente
corrió hasta los establos y los abrió, encontrándose con su
prometido, quién quitaba la silla de montar del caballo que
había utilizado esa mañana.
—Señor Crowel —el hombre volvió despacio la cabeza y
sonrió.
—Buenos días, ¿Al final pudo descansar?
—Creo que descansé de más, ni siquiera me pude
despertar para salir a montar como siempre.
—Me alegra saberlo.
—Señor Crowel, mi madre llegó.
—Me lo dijeron los mozos, sin mencionar que la escuché,
es una mujer que se hace notar.
—Lo es —se acercó a él—. Más de lo que piensa.
—Sé que estás preocupada, pero estoy acostumbrado a
lidiar con gente difícil, mi trabajo me ha formado bien.
—No la conoce.
—Ni usted me conoce mucho a mí.
Ashlyn bajó la cabeza, dándose cuenta que él tenía razón,
¿Qué tanto lo conocía? En realidad, muy poco. Él era tan
impenetrable en la normalidad de su vida, que era difícil
para Ashlyn descifrar lo que era, lo que quería, lo que
soñaba o incluso lo que le molestaba.
—Ashlyn, mírame —se acercó a ella y levantó su rostro—.
No hay prisa, yo tampoco puedo saberlo todo de ti ahora,
pero con el tiempo lo haremos, ¿de acuerdo?
—Sí —la joven tomó la mano que él mantenía sobre su
barbilla y se levantó en sus puntas para alcanzar los labios
de su prometido.
—Vamos. —Él le acomodó el cabello detrás de la oreja.
Los prometidos entraron al comedor que, para ese
momento, parecía más bien un jurado. Ashlyn miró a su
madre con molestia, pero ella simplemente sonrió y se puso
en pie.
—¿Señor Crowel?
—Lady Wellington —Carson miró a su futura suegra y,
después, a su prometida—. Era verdad lo que decían, tienen
un parecido asombroso entre ustedes.
—Creo que es la única de mis hijos que se parece a mí —
Katherine observó por largo y tendido al señor Crowel,
intentando descifrar algo de su personalidad, pero los ojos
de aquel hombre eran tan duros, tan fríos e incorruptibles,
que se sintió asombrada—. ¿Tomamos asiento para
desayunar?
El hombre asintió levemente y levantó su brazo,
apuntando la mesa para las dos damas y separando la silla
de su prometida, quien estaría sentada junto a él.
—Lo siento tanto —susurró Ashlyn al oído de su
prometido.
—Está bien, no ha hecho nada.
—Es una disculpa por adelantado, de hecho.
—Díganos, señor Crowel, ¿Cómo está su familia?
Ashlyn se sorprendió, le había advertido a su madre que
no le preguntara sobre ello.
—Bien, señora, gracias.
—Estarán presentes en la boda, espero.
—Lo más probable es que así sea, pero viven lejos y son
personas grandes y en condiciones no tan optimas.
—Lamento escucharlo.
—Se encuentran bien, dentro de lo que cabe, no hay de
qué lamentarse —le quitó importancia al asunto.
—¿Es hijo único? —inquirió Kathe.
—Ahora lo soy —asintió el hombre.
—Oh, siento mi indiscreción.
—Son las preguntas normales de una madre preocupada,
creo yo. No debe sentir pena por ello —concedió.
—Veo que tiene todas las contestaciones a punta de
lengua.
—Cuando se saben las respuestas, es fácil contestar.
Katherine sonrió de lado y asintió.
—Eso creo también.
Prosiguieron en un desayuno meramente normal, aunque
los nervios nunca abandonaron a Ashlyn, quién creía haber
cometido un error al haber hablado con su madre, parecía
que todo lo que le había pedido que no hiciese, era justo lo
que pensaba hacer.
—Tranquilízate, no está pasando nada. —Susurró su
prometido.
—Por ahora —bebió jugo la joven—, esto no es nada, ella
no ha terminado contigo.
—Hubiera sido demasiado fácil que así fuera.
Ashlyn sonrió hacia él y se sonrojó al tener aquella
mirada penetrante sobre ella; inmediatamente sintió
escalofríos recorrer lo largo de su espalda hasta hacerla
retorcerse en un inevitable movimiento involuntario.
—Señor Crowel —la voz cantarina de Katherine
Collingwood resonó en toda la habitación.
—¿Lady Wellington?
—¿Sería tan amable de tomar un paseo conmigo?
—Sería un placer.
—¿Tendrá tiempo después del desayuno o se irá a
trabajar?
—Puedo posponer mis juntas.
—Es atento en verdad, sabe perfectamente como tratar a
las personas, ¿Verdad?
—Soy un banquero, es lo que se espera de mí.
Katherine seguía tratando de indagar en el alma de aquel
hombre, pero le era imposible, sin embargo, parecía estar
dando todo de sí para que las cosas funcionaran y eso era
algo positivo, al menos para su hija, se notaba que estaba
esforzándose por ella.
Pero seguía existiendo algo en aquellos ojos duros, vacíos
de toda emoción y ese aire solitario que rodeaba al señor
Crowel, eso era lo que lograba hacerla dudar. Su hija era
una mujer fuerte, decidida y nada endeble; pero
enamoradiza, los hombres fueron su fascinación desde que
tuvo consciencia de sus diferencias y ese caballero en
particular, había capturado incluso la atención de Katherine,
quizá como persona era un ser espectacular, pero no sabía
si tenía lo necesario para ser un marido.
Cuando el desayuno hubo concluido, Ashlyn se apresuró
hacia su madre, tomándola de la mano con fuerza y
poniendo en sus ojos una mirada suplicante.
—Por favor, mamá, no hagas nada para molestarlo.
—¿Por qué razón? ¿Qué haría él?
—Nada por lo que ella o usted deba preocuparse —dijo el
señor Crowel. Ambas mujeres saltaron y sonrieron—. Con
temor a parecer maleducado lady Wellington, he de
apresurarla. A pesar de que he dicho que puedo tardar en
retirarme, me sería de ayuda que procediéramos rápido al
interrogatorio y poder marcharme.
—¿Me cree capaz de algo así?
—No esperaría menos de una madre que está dejando ir
a su hija.
Katherine asintió y aceptó el brazo que le tendía para
escoltarla hacia el jardín, caminaron por buen rato sin decir
palabra, simplemente evaluando el comportamiento del
otro.
—Puede empezar, lady Wellington, sospecho que su hija
no podrá seguirnos de forma oculta hasta estos jardines.
—Es usted un hombre listo, señor ¿Cómo sabía que nos
seguía?
—Soy capaz de oír su respiración nerviosa, puedo notar
que su familia es verdaderamente importante para ella.
—Así fue educada.
—Me alegro, puesto que será la madre de mis hijos.
Katherine lo miró fieramente, pero el hombre ni regresó la
mirada, ni se volvió para enfrentarla.
—¿Por qué la ha elegido a ella? —Katherine miró hacia el
frente—. Investigué un poco sobre usted y nada me indica
que haya tenido intensiones amorosas para con nadie, lo
cual es sorprendente.
—Soy un hombre ocupado, no tengo mucho tiempo libre,
pero debo admitir que su hija me ha impresionado, tengo un
extraño sentimiento de protección hacia ella.
—Protección. No cariño.
—Para mí podría venir a ser lo mismo.
—Puede ser que para mi hija no sea suficiente.
—He expuesto mis sentires hacia ella, he puesto mi
personalidad, mi carácter en bandeja de plata para que ella
las inspeccione y me ha aceptado aún así —Carson soltó la
mano de su futura suegra para poder enfrentarla—. No diré
que no, sus preocupaciones también son las mías, los
sentimientos que Ashlyn espera, puede que no le sean
fáciles de obtener de mí.
—¿Dice que es incapaz de amar?
—Dudo que alguien sea incapaz de tal cosa.
—No quiero que mi hija sufra.
—Es lo último que yo desearía para ella.
—Si acaso lograra que… —Kathe bajó la cabeza—. Qué
ella se retractará, usted… ¿Lo aceptaría?
—Sin una queja —le dijo con tranquilidad—. Me dolería,
no quisiera perderla, pero si es su decisión, no me
interpondré.
—Es usted un hombre hábil, se lo habrán dicho antes,
tiene el don de palabra y parece que tiene respuesta para
todo —le dijo—, como hombre de negocios me parece más
que competente…
—Pero no como pareja de su hija.
—Tampoco sé si eso sería cierto, ella parece convencida y
no tengo una hija tonta, tiene mis genes y los de su padre.
Una leve sonrisa se escapó de los labios de Carson.
—Ashlyn es una mujer impresionante —aceptó.
—Usted también me parece un caballero notable, creo
que tiene madera para ser el hombre exitoso y de familia, al
menos eso espero.
—Lo espero también.
Siguieron caminando por varios momentos, se parecía
haber instalado una pequeña tregua, pero Kathe aún tenía
una artillería que ambos sabían que debía sacar en algún
momento.
—Con respecto a su amigo…
—El señor Humbel —asintió Carson—. Sé el conflicto que
hubo entre ellos, pero a lo que me informó Humbel, todo ha
quedado como un malentendido, Ashlyn incluso se disculpó,
parece que simplemente se equivocó de persona. Sin
embargo, quisiera que me hablara sobre ello, porque no
encuentro lógico el comportamiento que ella tuvo mientras
pensó que Humbel era el culpable de lo que fuese que le
haya sucedido.
Katherine apretó los labios y asintió, sabía que ese
hombre no se quedaría con esa pregunta. Era más que
normal, pero ella era la última persona que quería hacer
que su hija fuera menospreciada.
—No puedo decirle nada con seguridad, me temo —bajó
la cabeza—. Ella no habla de ello, pero supongo que sabrá
que fue secuestrada durante un tiempo, hace seis años.
—Lo escuché.
—Sobre lo que sucedió ahí dentro… nosotros no sabemos
nada, ella jamás ha hablado sobre ello —lo miró con temor
—. Pero lastimosamente puedo hacerme una idea.
Carson la miró seriamente, sin dejar que sus facciones se
movieran ni un milímetro fuera de su posición original en su
rostro.
—¿Qué quiere decir?
—Quiero decir, que, si un hombre tiene capturada a una
mujer hermosa, entonces no sólo la mantendrá viva, sino
que… verá todos los beneficios que puede brindarle.
—¿Está hablando usted de que ella fue abusada?
—No lo sé —bajó la cabeza—. Eventualmente lo sabrá y
no quiero que ella sufra, prefiero que todo termine ahora a
que ella se ilusione.
—Pese a lo que se piense de mí, señora, jamás
despreciaría a Ashlyn porque un hombre abusó de su
inocencia.
Katherine notó que el hombre repentinamente había
enfurecido, su lenguaje corporal era agresivo y al mismo
tiempo alejado. Algo en su mirada le hacía creer a la madre
que estaba preso de recuerdos que le causaban alguna
clase de dolor.
—No lo conozco lo suficiente como para saber lo que
piensa ahora o lo que desea hacer, pero prefiero que me lo
informe a mí primero.
—¿De qué habla? —los ojos grises parecieron volver al
presente.
—Sobre… mi hija, claro.
—Su hija será mi esposa, a menos que ella decida lo
contrario.
—Pero señor, ¿qué pasará si mis sospechas son realidad?
—No pasará nada en lo absoluto.
—¿Está usted seguro? Le digo que…
—No sé la versión de los hechos por parte de ella —
interrumpió—, pero tampoco me gustaría escucharla de
usted.
—¿Disculpe?
—Su hija ha decidido no tocar el tema y pienso respetarla
hasta que encuentre el momento pertinente para exponerlo
ante mí.
—¿Pospone algo tan importante para después?
—De hecho, no soy yo quien lo hace —elevó ambas cejas.
Katherine dictaminó que era un hombre intrigante,
orgulloso, difícil de manejar y de conocer; pero al menos era
honesto y franco, de algo debían servir esas dos virtudes a
su hija.
Capítulo 20
Los tres hijos de Charpentier y sus respectivas parejas
estaban juntos en una misma habitación, a excepción de
Adam, el esposo de Katherine, estaban reunidos los jueces
necesarios para el próximo miembro de su familia: el señor
Carson Crowel.
—¿Qué me dicen? —dijo una nerviosa Kathe, caminando
de un lado a otro frente a una ventana mientras bebía una
copa de vino.
—Es un hombre honorable, tengo negocios con él y su
banco es prestigioso y sigue en expansión —dijo Asher.
—Debo admitir que no es el tipo de persona con el que
me guste relacionarme, claro que para mí es un muchacho,
es orgulloso y en cierto punto engreído —dijo William—,
pero creo que es un buen hombre dentro de su retorcida
personalidad.
—Eso es lo que no me gusta, lo de retorcida personalidad
—apuntó Katherine.
—No me parece que la tenga “retorcida” —dijo Giorgiana
—. Quizá sea mejor decir: complicada.
—Pero a Ashlyn le gusta —se introdujo Alice—, siempre
que está con él sonríe y es feliz, ¡Mírenlos!
Los hermanos y Asher se asomaron por la misma ventana
que Alice, observando cómo la pareja paseaba por los
jardines, en compañía de los hijos de Giorgiana y William.
—Le agradan los niños, eso se lo he de aceptar —asintió
William, y le dio una calada a su cigarro—. Nadie aguanta a
los trillizos como lo ha hecho él.
—Bueno, pongamos en el lado positivo “buen padre” —
dijo Kathe—. Pero necesito más, no sé si a Adam le guste
esto.
—Aceptó a Calder —elevó ambas cejas Giorgiana.
—Circunstancias completamente diferentes, no es como
si hubiésemos tenido oportunidad de opinar en aquella
ocasión.
—¿Y ahora la tienen? —negó Asher—. Si le dieran un no a
Ashlyn, ¿creen que ella se quedaría quieta y aceptaría?
—Quizá ella no, pero el señor Crowel me dio su palabra
de que, si ella decía que no, lo respetaría.
—Exacto —apuntó William—. Ella no estaría diciendo que
no, lo estarían diciendo ustedes. Tácticas de negociador
hábil.
—Maldito —negó Kathe—, tienes razón.
—Pero se quieren, sé que se quieren —dijo Alice—. Los vi
desde que comenzaron y los veo mejor a cada momento.
—Él tiene miedo —dijo Katherine—. Lo aceptó, piensa que
puede lastimarla y no quiere hacerlo.
—Eso habla bien de él —defendió Alice—. Quiere decir
que le importa, que la quiere.
—O que se conoce —dijo Giorgiana.
—Habrá qué esperar lo mejor —se inclinó de hombros
Asher.
—¿Cuándo se marchan? —William volvió la cara hacia
Katherine.
—Mañana —ella bebió de su copa—. A las doce.
—Por Dios, pagaría por estar ahí —dijo Giorgiana.
—No ayudas —se quejó Katherine.
Ashlyn miró hacia la ventana y sonrió al notar cómo todos
sus tíos y madre se escondían para no ser vistos. Eran tan
obvios que incluso daban risa. La joven tomó con más
fuerza el brazo del cual se sostenía y pegó su mejilla en el
hombro de su prometido.
—Parece que nuestra boda ha causado revuelo en tú
familia.
—Creo que les causa cierta… desconfianza.
—No he hecho nada para que desconfíen de mí —Carson
volvió una mirada hacia ella—. ¿O sí?
—No, pero eres alguien… que da algo de terror.
—¿Terror?
—Sí, bueno. Eres más como, no sé, indescifrable y eso da
algo de miedo a veces —se inclinó de hombros.
—¿Hay una conspiración ahí dentro para separarnos?
—Creo que saben que yo no lo aceptaría.
Carson bajó la cabeza para ver a su prometida, tratando
inspeccionarla, pero ella sólo parecía feliz.
—¿Por qué?
—Porque ¿qué?
—Parece que no soy la persona adecuada para ti, tu
madre, tus tíos y cualquier persona diría lo mismo. Entonces
no entiendo.
—¿Por qué me quiero casar con usted? —sonrió con ironía
—. ¿Por qué más?
—En realidad, no lo sé.
—Señor Crowel… —se burló de él—. Mejor creo que no lo
diré.
—¿Debido a qué?
—A que no deseo decirlo —negó sonrojada.
El señor Crowel frunció el ceño y disimuló una sonrisa,
continuando con su caminata en medio del jardín, siguiendo
a los niños que correteaban de un lado a otro.
—¡Ashlyn! ¡Señor Crowel! —gritó Nick—. ¡Vamos a jugar a
las escondidas y Brand cuenta primero!
—¡Esperen niños! —gritó Ashlyn siendo llevada de la
mano por uno de sus primos y mirando al señor Crowel
dejándose llevar por Millie y Delaila—. ¡Nosotros no estamos
jugando! ¡Niños!
—¡Agh! —rodó los ojos la joven, corriendo junto a su
primo.
Por in instante sintió que los niños habían arruinado su
momento a solas con su prometido, pero rápidamente se
dio cuenta que les estaban brindando un tiempo fuera de la
supervisión de sus padres, al menos eso fue lo que pensó,
hasta que se dio cuenta que su prometido hacía caso a todo
lo que decían los niños.
Pero tenía una cierta predilección a hacer aún más caso
de todo lo que decía Delaila y Millie. Sabía que no debía
tener celos de unas niñas, pero le parecía complicado
entender cómo un par de niñas lograba sacar sonrisas y
hasta risas fáciles del hombre frío y taciturno que era su
prometido.
—¿Qué sucede? —el señor Crowel se acercó a su
prometida.
—¿De qué habla?
—Parece molesta.
—No, no hay problema alguno.
—¿Es que acaso se siente mal? —la siguió en su caminar
—. No podría creer que este sol hace daño en usted, la he
visto montar por mucho más tiempo en las mismas
condiciones.
—No, estoy perfecta.
El señor Crowel se interpuso en su camino y elevó una
ceja.
—No sabe mentir. Al menos no a mí.
—¿Qué? —ella dio un paso hacia atrás, nerviosa y
apenada—. La verdad es que no lo comprendo.
—¿Con respecto a qué?
—Bueno, usted parece encontrar adorables a mis primas.
—¿Delaila y Millie? —miró a las niñas que sonreían
encantadas hacia él—. Creo que son pequeñas interesantes.
—¿Interesantes?
—Son decididas y demasiado voluntariosas. —Carson
volvió la vista hacia su prometida—. La verdad es que me
recuerdan un poco a mi hermana, ella era igual de…
obstinada.
—Oh —Ashlyn bajó la cabeza, sintiéndose una villana—.
¿Te encuentras bien con ello?
—Sí —la miró tranquilo—. ¿Por qué no lo estaría?
—Bueno, pensé que… —ella meneó la cabeza—. Me
alegra que la recuerdes de una forma tan agradable.
—Era una chica sonriente, siempre riendo y feliz —rodó
los ojos—. Lograba desquiciarme a veces.
—Parece que era encantadora.
—Lo era.
Ashlyn no sabía la edad en la que él había perdido, pero
tampoco se atrevía a preguntarlo, a lo que sabía, no hacía
mucho desde que la todo había sucedido y no quería
cometer un error que lo hiciera caer en la tristeza de su
pasado.
—¡Señor Crowel! ¡La tiene! ¡Tiene que atraparla! —le
gritó Thiago—. ¡Ganaremos!
Ashlyn sonrió de oreja a oreja y salió corriendo lejos de su
prometido, a sabiendas de que él iba tras ella camino abajo
de una colina, pero entonces tropezó y rodó sin
miramientos, quedando recostada boca arriba, riendo por su
torpeza mientras el señor Crowel se acercaba con
preocupación.
—¿Estás bien? —se dejó caer junto a ella—. ¿Te duele
algo?
Ashlyn no podía dejar de reír, la verdad era que sí le dolía
un poco el cuerpo por los golpes, pero nada que un poco de
risas no pudieran curar. Aunque parecía que al señor Crowel
no se le hacía tan divertido como a ella.
—¡Pero qué torpe soy! —se sentó, tocándose su espalda
—. Me he pegado en todos lados.
—Venga, nuestra hora de juegos terminó.
—Oh, se está preocupando demasiado, sólo he caído,
debo agradecer que era gran parte de césped y pocas de
piedras.
—Muy bien, basta ya —la tomó en brazos y la acomodó
contra su pecho, sonrojándola visiblemente.
—¡Señor Crowel! —lo tomó de los hombros—. ¿Qué hace?
—La llevo a la casa.
—Me encuentro bien para caminar.
—Hasta que no la revise un médico, no dará ni un paso.
—¡Oh! ¡Señor Crowel! —gritó embelesada Delaila—. ¡Es
usted un caballero! ¡Y tan apuesto!
—¡Deli! —la empujaron los trillizos.
—¡Ay! ¡Philip! ¡Mira lo que hacen tus hermanos!
—Todos calmados —pidió el mayor—. Vamos a ver como
está Ashlyn, ¡Sin empujar!
—Señor Crowel, me matará de vergüenza si me hace
entrar a la casa de esta manera, en serio lo hará.
—Lo lamento —le acarició la mejilla con su nariz—, suelo
ser así, soy sobreprotector.
—Señor, espere —Carson se detuvo—. ¿No quisiera tener
un beso de agradecimiento?
Los labios de Carson se curvearon ligeramente hacia
arriba, provocando sus hoyuelos, quizá no era la
esplendorosa sonrisa abierta y llena de risas que se
mostraba ante los niños cuando estaban jugando. Pero algo
en esa sonrisa en específico parecía ser sólo para ella, en
esa dulce mueca él dejaba entrever las muchas emociones
que Ashlyn le provocaba y, por ese momento, ella sonrió de
la misma forma y lo besó.
—¡Qué asco! —gritó Nick—. ¡No se besen!
—¡Asco! —gritaron los otros dos trillizos.
—A mi me parece muy lindo —sonrió Delaila, con ambas
manos juntas y una mirada ilusionada.
—¡Y a mí también! —se adelantó Millie, quien parecía
mentir porque en realidad fruncía la nariz.
—Bien, enamoradas, vámonos de aquí —las jaló Philip.
—¡Por Dios! ¿Qué le ha pasado a mi hija?
—Tranquila mamá, todo está bien.
—¿Por qué te traerían cargando entonces? —recriminó su
madre.
—Me caí y rodé un poquitín.
—Por no decir que por toda la colina —dijo Carson—.
Quisiera que la revisara un médico.
—Gracias señor Crowel.
Carson llevó a su prometida hasta su habitación y la dejó
recostada en una cama, mirando cómo rápidamente la
familia Bermont la rodeaba y la llenaba de regaños y
preocupaciones. Él no pudo evitar tratar de salir del cuadro
y mirar todo desde la seguridad del umbral de la puerta.
Era extraño, al menos para él lo era, no recordaba la
última vez en la que alguien se hubiese preocupado de esa
manera por él; sin embargo, para su prometida era algo
normal, incluso parecía ser que llegaba a molestarla o
hacerla reír, no podía creer a lo que se podía acostumbrar la
gente y no agradecerlo, aunque quizá ya lo diera por hecho,
no se daba cuenta de la suerte que tenía.
—Señor Crowel, ¿Por qué se aleja? —sonrió Alice,
acercándose a él—. ¿No es ella su prometida y su
preocupación por ella no lo llevó a traerla en brazos hasta la
casa?
El señor Crowel cerró los ojos y asintió una vez con la
cabeza.
—Iré a buscar al médico, señora.
Ashlyn se volvió a tiempo para ver como su prometido
literalmente huía de ahí, provocando que frunciera el ceño,
pero siendo distraída inmediatamente por su revoltosa
familia que no le provocaba más risas por su inmensa
preocupación por una caída.
Capítulo 21
Ashlyn observaba con fascinación la cara escudriñadora
de su prometido, parecía en verdad interesado en sus
alrededores, más bien era notorio que estaba evaluando las
cosas, quizá un negocio importante. Definitivamente su
futuro esposo era un hombre interesante e inteligente, veía
en todas partes una oportunidad, su mirada era vibrante,
profunda y llena de visión.
—¿Le gusta, señor Crowel?
—Ya había visitado Londres antes, Ashlyn —le susurró.
—Era más que obvio, pero se nota que ahora que viene
conmigo lo está viendo con otros ojos.
—Puede ser —elevó una ceja sardónica—. Quién sabe qué
beneficios puedan darme al casarme contigo, ¿eres una
noble, cierto?
—¡Ja! Qué gracioso es.
—Vamos, vamos —pidió su madre, parecía nerviosa—. Tu
padre nos estará esperando.
—Mamá, ¿puedes calmarte? —la tomó de los hombros—.
Todo estará bien, a papá le caerá en gracia el señor Crowel.
—Sí, sí. —Ella parecía aún más nerviosa—. Vamos, ahí
está la carroza que envió tu padre.
—Qué generoso —rodó los ojos la joven.
—Vamos, no te quejes —pidió Carson.
Los tres subieron a la carroza, las dos mujeres podían
sentir que intercambiaban sus nervios con miradas
silenciosas y cómplices, muy diferente al señor Carson
Crowel, quien parecía sumamente tranquilo, más interesado
en lo que había afuera de la carroza que lo que ocurriría en
media hora.
—Señor Crowel, ¿no se siente algo nervioso de ver a mi
padre?
Carson volvió la mirada a su novia y elevó una ceja.
—¿Debería?
—Bueno —ella se removió incómoda—. Se supone que
debería… no sé, estar al menos algo…
—Lo siento —colocó una mano sobre la suya con
delicadeza—. Estoy acostumbrado a reuniones importantes,
no es fácil que me ponga nervioso.
—Claro, lo entiendo.
—Señor Crowel, intente no alterar la presión arterial de
mi esposo —pidió Katherine—. No deja de ser un hombre
mayor.
—¿Es que papá se encuentra mal?
—Precauciones —negó la pelirroja de mayor edad.
Ashlyn sonrió y se volvió a su prometido, quien
nuevamente estaba enfocado en ver por la ventana.
Lastimosamente para él, la propiedad de sus padres se
alejaba bastante del centro de Londres, dejándolo en el
aburrimiento hasta que se vislumbró la propiedad.
—Dios mío, llegamos —se asomó Katherine.
Ashlyn sonrió y miró por la ventana, no se había dado
cuenta de lo mucho que extrañó su propia casa, a su padre
y hermanos, apenas pudo esperar para dar un brinco fuera
de la carroza y correr en dirección a su padre, quién ya salía
para recibirlos.
—¡Papá! —sonrió la joven, rodeándolo con sus brazos—.
¡Te eché tanto de menos!
—Parece que no tanto —Adam le besó la mejilla a su hija
y miró al hombre que se acercaba tranquilo, caminando
detrás de Katherine.
—Cariño —la mujer besó ligeramente en la mejilla de su
marido y se colocó a su lado, dejando a la vista a Carson
Crowel, quien planeaba pedir la mano de su hija.
—Debo suponer que es usted el señor Crowel —se
adelantó Adam, dejando a su esposa e hija detrás de él.
—El mismo, Lord Wellington —estiró la mano hasta
alcanzar la de su futuro suegro—. Es un placer conocerlo.
Adam miró con detenimiento al caballero que lo saludaba
con un firme apretón, no había vacilación alguna, era un
hombre seguro de sí, orgulloso y quizá algo arrogante. Tenía
unos ojos helados, vacíos en muchos sentidos, lo clasificaría
como una persona que no se tienta el corazón a menudo,
supuso que mucho menos en los negocios, dónde seguro
sería un hombre duro, sagaz y visionario.
Adam no sabía como había hecho para enamorar a su
hija, aunque si lo pensaba detenidamente, Ashlyn tenía la
fama de enamorarse de las personas equivocadas. Pero, en
definitiva, alguien que parecía estar tan vacío no, eso no lo
permitiría, no con su hija. Adoraba a esa niña desde que
nació y ella lo amaba a él, tanto, que de pequeña no podían
hacerla dormir en su recámara, puesto que siempre quería
dormir con su padre.
—¿Papá? —se adelantó la joven—. ¿Sucede algo?
—No —sonrió Adam, dejando de inspeccionar al caballero
—. Por favor, señor Crowel, supongo que tenemos cosas de
las qué hablar en privado.
—Papá, por favor —se interpuso Ashlyn—. No me trates
como si fuera una pieza de tu colección de arte.
—No lo hago, Ashlyn.
—Me haces sentir justo eso. Estás enjuiciándolo ahora, lo
sé, pero date la oportunidad de conocerlo.
—Está bien —se adelantó el señor Crowel, tocando
ligeramente la mano de Ashlyn al momento de pararse
junto a ella—. Comprendo que tu padre quiera hablar
conmigo, no está enjuiciándome, trata de saber si soy
bueno para ti.
Adam entonces notó un cambio considerable, cuando ese
hombre hablaba con su hija, algo en él parecía ablandarse,
sus ojos brillaban un poco y hasta podría decir que sonreía
un poco.
—Papá —lo miró suplicante—. Por favor.
—Ve con tu madre, Ashlyn, saluda a tus hermanos.
La joven rodó los ojos y asintió, subiendo las escaleras de
dos en dos para saludar a su hermano mayor y la menor.
—¿Vamos?
—Usted dirá, lord Wellington.
Ambos hombres avanzaron por un prolongado y hermoso
pasillo que el señor Crowel no admiró en ningún momento.
No parecía interesado y mucho menos impresionado por
nada de lo que lo rodeaba, era como si estuviese
acostumbrado a esa exuberancia.
—Tome asiento —pidió Adam, apuntando hacia un sofá—.
¿Le puedo ofrecer coñac?
—Gracias señor.
Adam tomó los vasos y vació el liquido oscuro en él.
—Entiendo que conoció a mi hija en París.
—Así es señor, en una velada y posteriormente en casa
de sus parientes, quienes amablemente me acogieron en un
momento de necesidad —informó el hombre.
—¿Un hombre como usted con una necesidad?
—Pese a que el dinero me sobra, señor, no puedo tenerlo
todo. Afortunadamente, tras un incendio que devoró mi
casa, el señor Charpentier ofreció que me quedara en su
hogar.
Adam entrecerró los ojos.
—Supe que se quedó durante bastante tiempo, ¿acaso
había otra razón que lo retuviera en la casa?
—No había una en lo particular al inicio, aunque debo
admitir que la presencia de su hija comenzó a serme
reconfortante.
Adam casi se atraganta con tal honestidad, pero la
aceptó con agrado, al final de cuentas, el señor Crowel
había entendido sus indirectas y simplemente las esclareció
ante él.
—¿Piensa adquirir otra propiedad en París?
—No. La verdad es que no me agradan las visitas que
llegan sin invitación, con una casa ahí es fácil recibirlas.
—¿Se considera un amante de permanecer en casa,
señor Crowel? —Adam bebió un poco de su vino.
—No podría decirlo, mi trabajo me exige estar en
constantes encuentros sociales, algunas veces en más de
los que me agradaría, pero se cierran negocios en esos
lugares, así que, aunque me agrade estar en casa,
normalmente no lo estoy.
Adam asintió.
—¿Por qué mi hija? Tengo entendido que usted no es un
hombre que haya sido visto con parejas anteriormente,
algunos dicen que ni siquiera la buscaba.
—No era mi prioridad, pero su hija, ella… no tengo idea
de qué ve en mí, pero parece ser la única que lo nota.
—Y yo noto cómo la mira, señor Crowel, es por la única
razón que aceptaré que se casen.
Carson levantó la mirada y vio en ese hombre la
inteligencia de un hombre analizador. Desde que había
entrado a esa casa notó la forma en la que era observado
por el padre de su prometida, pero jamás pensó haber sido
estudiado de esa forma.
—Ella es alguien especial.
—Sí que lo es —aceptó Adam—. ¿Dónde piensa vivir con
ella? A lo que dice, usted viaja bastante.
—Iría conmigo, pero en la mayoría del tiempo vivo en
Suiza.
—¿Suiza?
—De allá soy.
—Tiene un acento perfecto.
—Viajo más de lo que estoy en casa.
—¿Qué sucederá cuando se casen?
—Pienso darle a su hija la vida más cómoda y normal que
pueda imaginarse, trataré de hacerla feliz.
—¿Se asentará?
—En lo que me sea posible.
—¿Qué opina de los hijos?
—Me fascinan los niños, no tengo problemas con que mi
esposa salga embarazada.
Adam lo miró largamente y suspiró con pesadez al saber
que tenía que tocar otro tema de suma importancia. Bebió
otro trago de su vaso, notando que el señor Crowel era
medido y hasta cuidadoso con el que ingería. Parecía que
era de la clase de hombres que tomaba lo suficiente como
para nunca perder la razón o siquiera los sentidos.
—Habrá hablado mi esposa con usted sobre el pasado de
mi hija.
—Mencionó algo.
—¿Qué piensa de ello?
—La quiero a ella.
—Tiene alguna duda que quiera hacerme, sé que los
chismes no dicen precisamente que ella fue secuestrada.
—Sí es lo que ella dice que es verdad, entonces le creo.
—Esa es la verdad, Ashlyn jamás se habría escapado con
nadie.
Carson entrecerró los ojos, quizá esos nobles creyeran
que podían tapar el mundo con un dedo, pero él sabía bien
que su hija mayor se había escapado con su actual esposo
y, aunque el hombre en cuestión era un duque y parecían
ser felices, no dejaba de ser un escandalo la forma en la que
se casaron.
—Ella será quien me diga las cosas cuando se sienta lista.
Adam sonrió y asintió levemente.
—Bien, ¿Cuándo piensa casarse con mi hija?
—Tan pronto como lo permita, lord Wellington.
—¿Tiene prisa, señor?
—No quisiera sonar pretencioso, mi lord, pero tengo
negocios que atender fuera de Inglaterra, aunque siendo
sincero, Londres está llamando mi atención lo suficiente
cómo para quedarme más tiempo.
—¿Piensa hacer negocios aquí?
—Creo que algo podría hacer, su hija ama Londres y tener
un negocio le proporcionaría unos días aquí cuando
vengamos.
—Creo que me agradaría tanto como a ella —asintió
Adam y se puso en pie—. Señor Crowel, creo que no tengo
ninguna oposición contra su boda, si mi hija quiere seguir
con ello, entonces… bienvenido a la familia.
Carson Crowel se puso en pie y tomó la mano de su
futuro suegro.
—Gracias señor —inclinó un poco la cabeza—, me retiro.
Adam miró el salir de aquel caballero y frunció el ceño,
esperando la segura venida de su esposa, quien apareció
cinco minutos después, parecía conmocionada y algo
furiosa.
—¿Obtuvo tu permiso? —negó—. ¿Es que acaso nuestras
hijas están destinadas a casarse con malvados?
—Blake es feliz, mi amor, tienes varios nietos a causa de
ello.
—¡Lo sé! —le dijo histérica—. Pero pensé que ahora que
tenías el poder de decir que no, lo harías.
—¿Crees que funcionaría?
—¡Es mi hija!
—Es mi hija también —le recordó—. La quiero tanto como
tú.
—No me lo parece —caminó por el lugar y lo miró—. ¿Es
que no lo ves? Ese hombre está vacío por dentro y si hay
algo, es dolor. La mirada de Calder era fuego puro, lleno de
miles de emociones, al menos sabía que había algo. Pero los
ojos de ese hombre son tan…
—No cuando ve a Ashlyn, la quiere, es fácil darse cuenta.
—Pero si no sabe controlarse, la lastimará el resto de sus
días.
—Ashlyn sabe lo que hace, no es una niña.
—Por favor Adam, dime que lo vas a pensar.
—No, he dado mi permiso.
—Por Dios —ella se dejó caer en una silla—. ¿Por qué?
—Kathe —se acuclilló frente a ella—. Es un buen hombre;
inteligente, instruido, con posición y quiere a tu hija, ¿Eso es
malo?
—No lo sé —ella dejó salir una lágrima—. Siento que hay
algo mal con él. Tengo miedo por ella.
—Cariño, desde que Blake se fue de esa forma tan
dolorosa, tú jamás has vuelto a ver a nadie con buenos ojos,
al menos no cuando son prospectos para nuestros hijos.
—Lo sé, pero tengo mis motivos, Blake perdió a su hijo de
una forma brutal, ¿lo olvidas?
—No a manos de su marido, que yo sepa.
—La dejó sola y le pasó eso.
—Yo te he dejado sola, mi amor. —suspiró—. Lo que le
pasó a Blake fue horrible, pero estoy seguro que no era algo
que Calder deseara que pasara.
—Supongo que no… —bajó la mirada.
—Tendrás que confiar en ellos de ahora en más, están
tomando sus propias decisiones, no podemos interponernos
en ellas.
—¿Por qué eres siempre tan racional? —le sonrió.
—No lo sé, pero supongo que por eso te enamoraste de
mí.
Katherine sonrió de lado y miró hacia la ventana, el señor
Crowel había salido de la propiedad y caminaba con
decisión hacia su hija, su Ashlyn, quien estaba sentada en
una banca, mirando hacia los arboles que se movían con el
viento.
Era fácil saber lo que le había informado, porque su hija
prácticamente le brincó encima y lo abrazó con fuerza,
parecía infinitamente feliz; incluso pudo ver a ese hombre
sonreír antes de esconder sus labios en el hombro de su
hija, a quien hacía girar.
—¿Lo ves?
—Sí, lo veo —Kathe se volvió hacia su marido—. Pero él
no sabe lo que ocurrió con ella. La última conversación que
tuve con Ashlyn sobre eso… no sé, algo me sonó
terriblemente mal.
—¿A qué te refieres?
—Adam —Kathe le tocó la mejilla a su esposo—. Creo que
pudieron haber abusado de Ashlyn cuando estuvo
secuestrada.
—¿Qué? —el hombre sintió una rabia profunda subir de
su estomago hasta su garganta—. No. No puede ser.
—Oh, Adam —Kathe lo abrazó—. Creo que así es.
Adam abrazó a su esposa y miró hacia su hija, no le
parecía posible que ella hubiese sido abusada. Ashlyn
siempre le parecía tan feliz, tan radiante y sonriente que la
posibilidad de que algo tan espantoso le hubiera pasado
rozaba con lo imposible.
Pero su hija era fuerte y si era su caso, no le sorprendería
que hubiera podido superarlo sola, sin decir una palabra
sobre ello a nadie, guardándose todo ese dolor para sí
misma, seguramente para no hacerlos sufrir a ellos.
Debía pensar que el hombre que había seleccionado para
compartir su vida fuera el indicado, según entendía Adam,
su esposa ya había hecho una insinuación al hombre sobre
la situación de Ashlyn y, si no se había retractado hasta el
momento, hablaba increíblemente bien de él.
Tan sólo esperaba que lo siguiera siendo por el resto de
sus días y jamás le reprochara el hecho de que no fuera
pura al momento de llegar el matrimonio.
Pero… ¿Quién le habría hecho algo como eso a su hija?
Tendría que hablar con Thomas sobre el asunto, aquel
malnacido que se atrevió a tocar a su hija no podía seguir
libre por la vida, debía pagar lo que hizo y lo haría caro.
Capítulo 22
Ashlyn regresaba a la casa de sus padres dando
pequeños saltos de alegría, mirando a su prometido con una
hermosa sonrisa y jalándolo para fundirse en un abrazo que
él no impedía.
—Así que el bastardo de Crowel es el hombre con el que
se casará mi pequeña hermana —dijo la voz seria de Adrien.
—¿Adrien? —frunció el ceño Carson—. No puede ser,
¿eres familiar de los Wellington?
—Y su heredero —asintió el hombre, bajando las
escaleras.
—¿Son hermanos? —miró a su prometida—. La verdad es
que no se parecen mucho.
—Adrien y Blake son gemelos, idénticos a papá —
contestó la pelirroja, mirando de uno a otro—. ¿De dónde se
conocen?
—¿Este bastardo y yo? —se adelantó Adrien hasta quedar
frente a Carson, mirándolo con seriedad por unos segundos,
para después sonreír—. Somos buenos amigos.
—Maldición Adrien, jamás me dijiste tu apellido —Carson
aceptó un abrazo poderoso con el hijo de los Wellington.
—¿Cómo querías que te lo dijera? Eran unos locos contra
los nobles para ese tiempo —le recordó—. Pero ahora
mírate, te vas a casar con mi hermana.
—Sí —Carson miró a Ashlyn, quien parecía totalmente
confundida—. En unos cuantos meses, al menos. Aunque
creo que tu madre no está del todo de acuerdo.
—Mi madre no estará de acuerdo con ninguna de
nuestras elecciones, al menos para el matrimonio —le
golpeó la espalda con camaradería y lo volteó para hacerlo
caminar hacia una de las habitaciones—. ¿Cómo va el
banco? ¿Qué me cuentas de Suiza?
—No he ido a Suiza últimamente, pero el negocio va muy
bien.
—Así que mi hermanita sale de casa de duques y se
muda a la de un banquero rico —negó—. Afortunadas que
son estas chicas.
—¡Ey! —gritó la pelirroja con los brazos cruzados—.
¿Interrumpo su reencuentro de amor?
—No seas celosa, hace años que no lo veo y tú lo tendrás
para toda la vida Ashlyn —le revolvió la cabellera pelirroja.
Adrien siguió su camino hacia el salón, seguía hablando
directamente con Carson, sin darse cuenta que su amigo se
había detenido y se acercó a su prometida para susurrarle
una disculpa.
—Quisiera celebrar contigo justo ahora —pasó los dedos
por su mejilla sonrojada y sonrió—. Pero supongo que
tendremos tiempo.
Ashlyn sonrió.
—Sí, tendremos tiempo.
—¡Carson! ¿Qué demonios? —le gritó Adrien desde el
salón en donde se había metido—. ¡No me dejes hablando
como loco!
—Señor Crowel —le tomó la mano cuando él estuvo a
punto de separarse de ella—. Me alegra que se lleve bien
con mi familia.
Carson la miró por varios segundos, curveando un poco
sus labios del lado derecho de su rostro, para después
inclinarse y besarle la mejilla, deteniéndose en el lugar más
tiempo del esperado.
—¡Ey! ¡Sigo siendo su hermano Crowel!
—Deberías estar agradecido de que vaya contigo Adrien
—sonrió el señor Crowel—, debería estar con mi prometida
en estos momentos, sin embargo, hablaré contigo.
—¡Me debes respetos a mí también!
—¿En qué mundo pensaste eso Adrien? —se adelantó
Ashlyn.
—Mira rojita, no vengas a pelear conmigo.
—¡No me digas así!
—Ashlyn —interrumpió la voz de su madre—. Cámbiate
querida, debemos ir con Micaela, no has visto a la nueva
bebé.
—¡Dios mío! ¡Debiste decirme eso antes, madre!
—¿En qué momento creíste que era más indicado decirlo?
—rodó los ojos la madre y miró al señor Crowel con recelo—.
Señor Crowel, supongo que estará buscando un lugar dónde
quedarse, le aseguro que alguien de la familia…
—No, señora, no debe preocuparse por ello.
—Mi marido me ha dicho que le disgusta dormir en
hoteles.
—Lo considero pertinente en esta ocasión.
—Ni hablar —se adelantó Adrien—. Es verdad, a Crowel
no le gustan los hoteles, así que puede ir a mi casa, iré con
él.
—Adrien, creía que en esta ocasión te quedarías más días
—recriminó su madre.
—Lo lamento madre, pero creo que es la mejor decisión.
—No lo digo por usted señor Crowel —aseguró Katherine
—. No se me había ocurrido ofrecerle esa casa.
—Tampoco sería bien visto que se la ofrecieras a él en
soledad, ya sabes, no vaya a ser que cometa una
indiscreción ahí dentro, es una casa de soltero al final de
cuentas. —Las dos pelirrojas miraron con desagrado hacia él
—. Estoy bromeando, ¡Por favor! No tienen sentido del
humor, ¿Verdad Crowel? Diles.
—Tampoco es que te lo agradezca —Carson lo miró mal.
—Como sea —rodó los ojos Katherine—. Se puede quedar
en casa de mi hijo, señor Crowel.
—Gracias lady Wellington, pero prefiero quedarme en un
hotel debido a la relación que pienso formar con su familia.
—Como usted guste. —Se inclinó la madre y miró a su
hija—. Anda Ashlyn, date prisa, ya sabes como es de
extraño el señor Rinaldi, preferiría que fuéramos cuando él
no estuviera en casa.
—¿Rinaldi? —inquirió Carson.
—Sí, Matteo Rinaldi es el esposo de mi prima —sonrió
Ashlyn a sabiendas de que eso capturaría a su prometido—.
¿Lo conoce?
—Lo conozco muy bien, no sabía que viviera en Londres
ahora, me gustaría saludarlo y felicitarlo.
—¿Debo entender que gusta acompañarnos? —sonrió
Ashlyn.
—Si su madre no tiene inconveniente con ello.
—Por supuesto que no —asintió Katherine—. Quizá su
compañía sirva para atraer la de mi hijo, quien se ha
reusado a ir.
—No me gustan los niños, gritan y enloquecen de
cualquier cosa.
—Tienen que llorar, son bebés —rodó los ojos Ashlyn.
—Tú no eres un bebé y lloras todo el tiempo —echó en
cara el hermano, recibiendo el golpe bien merecido de su
hermana.
—¡Mamá! ¡Estoy lista, vamos a ver a la bebé! —sonrió
Briseida, quedándose paralizada en la puerta al ver a otro
hombre.
—Bri, él es mi prometido: Carson Crowel.
—Oh —se sonrojó la chiquilla—. Un placer señor Crowel.
—El placer es todo mío, lady Collingwood —se inclinó
Carson.
Ashlyn miró a su prometido y rio un poco cuando Briseida
se le había colgado del otro brazo y caminaba oronda hacía
la salida, impidiendo que alguien la quitara de su lugar
privilegiado.
Después de un rato de felicitaciones y sonrisas, Ashlyn
caminaba con Micaela por los jardines de la casa Rinaldi. No
podía creer que su más querida prima había dado a luz hace
más de un mes, mientras ella se encontraba en París, ni
siquiera le había mandado una nota para avisarle que había
llegado a sus vidas una segunda nenita, otra preciosa niña
que ponía a Antonella con los pelos de punta, puesto que se
deshacía en celos.
—No sé qué decirte Ash, él parece… no sé, de tu estilo de
hombre. Es raro y a ti siempre te ha gustado lo raro y
también las personas difíciles, los que tienen problemas,
Dios sabe que te gustan esas cosas, pero ¿Casarte con él?
¿En verdad?
—¿Qué puedo decirte? Él volvió a sembrar mi flor.
—¿De qué hablas?
—Bueno, hacía el ritual que leí, ese para encontrar el
amor.
—Estás demente, esas cosas son mera superstición.
—Funcionó.
—Según tú —Micaela negó—. Matteo dice que es un
hombre formidable, siempre había querido hacer negocios
con él, ¿Viste la forma en la que se le iluminaron los ojos
cuando lo vio llegar? Casi se cae de gusto al saber que
ustedes se casarían.
—Sí, lo he notado —sonrió Ashlyn.
—Pero bueno, era de esperarse en mi marido —Micaela
se inclinó de hombros—. El señor Crowel me parece… no sé,
triste, sin vida.
—Tiene una historia triste, una que apenas conozco —se
mordió los labios—. No lo sé, él es tan… reservado.
—Bueno, yo sé de algo que tú te estás reservando.
—¿Hablas París? —dejó salir un bufido—. ¿Qué puedo
decir? No es más que una piedra en mi zapato.
—Claro, ¿Le has dicho a tu prometido?
—Bueno, no esperarías que le dijera todo lo que me
ocurrió ahí.
—Creo que sería lo mas adecuado.
—Lo sé, pero no puedo hablarlo ahora… me da pena.
—Pero si no ha sido tu culpa, seguro que él lo entenderá
—negó Micaela—. Si acaso él lo supiera…
—No quiero decirlo, al menos no ahora.
—¿Si sabes que seguro se dará cuenta en la noche de
bodas?
—Lo sé, pero seguro que le han advertido.
—¿En verdad lo crees?
—Digamos que se lo insinué a mi madre el otro día, la vi
bastante afectada y después habló con el señor Crowel,
seguro que le dijo algo sobre ello —Ashlyn se inclinó de
hombros—. Si no ha roto el compromiso, quiere decir que no
le importa o que me comprende.
—O que no lo sabe —Micaela colgó su mano del brazo de
su prima y la advirtió—. Debes hablar con él.
—¿Qué tal si él me ve diferente? Y si…
—Entonces no será el indicado.
Ashlyn bajó la cabeza y asintió. Micaela apretó los labios
y miró a su prima con tristeza, no quería ni pensar en cómo
se debía sentir.
—¿Cómo van los arreglos para la boda?
—Es un desastre, ni a mi madre ni a mi nos agrada
mucho el tema, así que está quedando varado en el olvido.
—Deberías decirle a tía Annabella.
—Quizá, pero ellos tienen los suficientes problemas como
familia, no podría pedirle algo así —suspiró—. Creo que
tendré que ponerme manos a la obra después de todo.
—Se casan relativamente pronto, ¿Alguna razón?
—El señor Crowel tiene que seguir atendiendo sus
negocios, no todos están en Londres, pero me parece que
está interesado en hacer algo más aquí —sonrió Ashlyn.
—Me alegraría tenerte de visita de vez en cuando.
—A mí también me gustaría volver —se mordió el labio—.
Nunca he ido a Suiza ¿y tú?
—No, la verdad es que no, pero he escuchado que es
hermoso.
—Claro, hermoso.
—¿Nervios?
—Bueno, la verdad es que sí, él jamás habla de sus
padres y, a lo que sé, ahí viven ellos.
—Estarás bien, seguro te amarán.
—Esperemos que así sea.
Capítulo 23
Carson Crowel había pedido permiso para sacar a su
prometida a pasear por las calles de Londres. Desde hacía
dos meses que la gente sospechaba de su compromiso, los
veían pasear por los parques, bailaban juntos en las veladas
y el hombre la visitaba con constancia en la casa de sus
padres.
Londres daba por hecho que la joven Ashlyn Collingwood
se casaría con el rico banquero Carson Crowel, quien estaba
pensando expandir su imperio hacia Londres, siendo
aceptado con rapidez y entusiasmo por los nuevos y viejos
inversionistas.
—Parece que se ha hecho amigo de todos en cuestión de
meses —sonrió Ashlyn, mirando a su prometido de soslayo.
—No diría que son mis amigos, son gente interesada en
mi dinero, en lo que puedo proporcionarles —colocó su
mano sobre la de ella y miró hacia el frente—. Las personas
como yo no solemos tener verdaderos amigos.
—¿Y el señor Humbel?
—Bueno, a él lo conocía de antes de tener dinero.
—Claro, amigo en las buenas y en las malas.
—Algo por el estilo.
—¿Y mi hermano? —frunció el ceño—. Jamás me ha dicho
cómo es que se conocieron.
—Adrien era un pillo que se encargaba en hacer rabiar a
las personas, una vez tuvimos que defenderlo de un grupo
de malvivientes y de ahí, nos hicimos amigos.
—¿Adrien y el señor Humbel?
—Eran amigos, aunque supongo que se han perdido de
vista —Carson la miró de soslayo y suspiró—. Me ha
informado que te disculpaste con él porque lo habías
confundido, ¿me quieres explicar qué fue lo que te pasó?
Ashlyn bajó la mirada y suspiró.
—Estoy segura que mis padres ya le han dicho algo.
—Tienen suposiciones, pero no saben lo que pasó en
verdad, ni tampoco lo que sentiste.
Ashlyn bajó la mirada y se puso nerviosa casi de
inmediato.
—Usted… ¿Tiene miedo de que pueda ser verdad?
—Quiero que me lo expliques Ashlyn.
Ella apretó los ojos con fuerza y suspiró, dándose por
vencida. Había evadido el tema durante demasiado tiempo,
pese a que Micaela le dijera una y otra vez que debía
decírselo, Ashlyn tenía miedo de perderlo, lo amaba
sobremanera, el saber que había una posibilidad de
alejarlo… le daba terror.
—Está bien, pero no puedo contárselo ahora —lo miró con
ojos llenos de dolor—. Prométame que si no le es posible
seguir con el matrimonio después de lo que le diga… me lo
dirá en seguida, no me tenga lástima, porque lo odiaré, en
serio lo haré.
—Jamás podría tenerle lástima.
—Eso dice ahora —suspiró y miró a los lados—.
Regresemos a casa de mis padres. Le diré todo.
La mirada de la joven parecía perdida, llena de
emociones encontradas y un temblor invadió todo su
cuerpo. No le dijo nada, le había costado mucho trabajo
hacerla hablar y, ahora que parecía dispuesta a hacerlo, no
sería él quien le quitara los ánimos.
Llegaron a la propiedad de los Wellington en medio de un
mutismo que sorprendió a todos cuanto los vieron pasar. El
señor Crowel podía ser todo lo serio que él quisiera, pero
definitivamente no era normal ver a Ashlyn en ese estado,
mucho menos cuando estaba con su prometido.
Caminaron por buen rato en el jardín hasta que Ashlyn se
metió a lo que parecía ser un jardín privado, donde
convenientemente había una mesa y varias sillas para
disfrutar de una tarde agradable. Ashlyn tomó asiento y
colocó sus manos sobre la mesa, moviéndolas
incesantemente, haciendo evidente su nerviosismo.
Carson se sentó en una silla cercana a la de ella y le tomó
las manos con delicadeza, provocando que se detuviera y lo
mirara con una mezcla de vergüenza y miedo.
—¿Y bien?
—Señor Crowel, ¿usted me quiere?
—Ashlyn…
—No, es importante que me lo diga, ¿me quiere?
—Sí, por supuesto que lo hago.
La joven dejó salir una pequeña sonrisa y asintió.
—Seguro escuchó sobre mi secuestro, a lo que algunos le
llaman que escapé con un pretendiente que al final me dejó
botada.
—Me lo dijeron —aceptó.
—Bueno, la realidad es que… —ella sintió una opresión
en su corazón y prosiguió—. La verdad es que no fue ni una
ni otra cosa.
—¿De qué habla?
—Yo… estaba de visita en París, me estaba quedado con
la tía Giorgiana, pero esa noche pedí permiso para
quedarme con una amiga a dormir después de una velada.
—Ashlyn bajó la mirada—. Nosotras no escuchamos nada,
había demasiada gente abajo, supongo que los padres de
Melinda se distrajeron y…
—Ashlyn —le tomaron la mano—. Tranquila.
—Jamás me di cuenta, Melinda ya no estaba a mi lado
cuando de pronto ese hombre estaba sobre mí y él… —La
joven no se dio cuenta cuando de pronto comenzó a
derramar las primeras lágrimas.
Carson levantó la mano y la acercó para plantarle un
beso profundo y lleno de cariño, acercándola lentamente
hasta hacer que se pusiera de pie para poder abrazarla y
besarla aún más
—No llores Ashlyn… no por esto, no tiene nada que ver
contigo, ni tampoco tiene nada que ver conmigo.
—Tú… ¿no me odias? —lo miró esperanzada.
—Claro que no te odio. —La abrazó y colocó suaves besos
en su rostro, tomándole la barbilla para que lo mirara—.
Gracias por decírmelo Ashlyn, sé que no ha sido sencillo.
—Apenas y dije algo —se limpió las lágrimas que no
dejaban de fluir—. ¿No quiere dar por terminado el
compromiso?
—Creo que lo quiero aún más —buscó su mirada—. Eres
la mujer más valiente y hermosa que conozco, sin
mencionar que a pesar de todo lo que has tenido que vivir,
siempre tienes una sonrisa en tu rostro… es una buena
cachetada para alguien como yo.
Ashlyn dejó salir una risita llorosa y lo abrazó con fuerza
para besarlo desesperadamente, agradeciendo que fuera él
a quien su corazón seleccionara para enamorarse. No
cualquier hombre aceptaría a una mujer manchada como lo
estaba ella, lo amaba aún más, si es que eso era posible.
—¿Te encuentras bien? —le besó la mejilla.
—Sí —limpió unas lágrimas que se escaparon sin permiso,
pero su sonrisa ya se había vuelto a formar en sus labios—.
¿Podemos caminar un rato por el jardín?
—Claro que sí, vamos.
Ashlyn lentamente comenzó a relajarse, tomándose
fuertemente del brazo de su prometido y sonriendo feliz al
sentirse liberada de ese terrible secreto que la había
acompañado durante tanto tiempo.
—¿Cómo son sus padres? ¿Debo sentirme preocupada?
—No tienes por qué, te estás casando conmigo, no con
ellos.
—Lo sé, pero siguen siendo tus padres.
—No debes preocuparte tanto. Ahora, me gustaría
invitarte a un lugar, si es que se me permite.
—No creo que haya problema.
—Entonces, vamos, no queda muy lejos de aquí.
—¿En verdad? La casa de mis padres está lejos de todo,
dudo que encuentre algo cerca, a menos que se refiera a un
pequeño valle en…
—¿Se dejaría sorprender?
Ashlyn dejó salir una armoniosa carcajada y asintió.
—Está bien, pero tendré que llamar a Briseida para que
sea nuestra escolta, dudo que madre me deje ir sin nadie a
mi lado.
—Esperaré en el frente.
—Gracias mi lord.
Estuvieron de camino por tan sólo unos cuantos minutos,
hasta que de pronto llegaron a una hermosa mansión.
Ashlyn miró con extrañeza la casa y después a su prometido
con interés.
—¿A quién vamos a visitar?
—A nadie, es la que será nuestra casa, ¿Qué te parece?
Ashlyn se volvió hacia dónde él caminaba y sonrió
abiertamente, viendo aquel lugar con ensoñación y
excitación.
—¿En verdad? ¿Has comprado una propiedad aquí? —le
dijo impresionada y feliz—. ¡Está tan cerca de la de mis
padres!
—Lo sé, esperé bastante para poder comprarla, pero al
final es tuya ¿Qué dices? ¿Quieres verla por dentro?
—¡Sí! —gritó Briseida, corriendo al interior.
—Oh, por favor, esto debe ser una broma —le tomó la
mano cuando él la estiró hacia ella—. Pensé que no le
gustaba comprar casas en los lugares en los que hacías
negocios.
—Es verdad —le abrió la puerta—. Pero amas Londres y
creo que podrías venirte de vez en cuando si extrañas
demasiado.
—¡Es usted un encanto! ¡Gracias señor Crowel!
—Sí, hablando de eso —Carson pasó una mano por la
cintura de su prometida y la acercó lentamente hacia él—.
¿Cuándo comenzarás a tutearme? Estamos comprometidos
y en menos de un mes casados.
—Lo sé —se sonrojó la joven, pero no apartó su azulada
mirada de la de él—. Pero creía que a usted le gustaba
seguir los protocolos y eso es lo que hago.
—Traerte a la casa donde tengo pensado vivir contigo no
es seguir los protocolos, sobre todo si estamos solos.
—Mi hermana está ahí dentro —dejó salir una linda risilla.
—Y también me encuentro yo, señorita Collingwood —
habló una voz diligente a las espaldas de la joven,
extendiendo una mano cuando Ashlyn se volvió—. Rita
Smith, ama de llaves.
—Oh, un placer —Ashlyn tomó la mano y dio un apretón.
—Nada mal para ser una palomita de casa —sonrió Rita
—. Señor Crowel, ¿puede darme la autorización para
comprar las cortinas?
—Con ese tono de voz parece que te estuviera dando la
autorización para que mataras personas, ¿por qué no te
relajas Rita?
—Claro, con un mes para tener todo listo, me sorprende
que usted esté tan calmado —Rita los miró y asintió—. Me
retiro.
Ashlyn entrecerró los ojos con diversión y miró a su
prometido.
—¿Y eso qué fue?
—Es la mejor decisión que he tomado, prácticamente
dirige mi vida desde hace más de cinco años.
—Vaya, ¿Dirige tu vida?
—En muchos sentidos —sonrió—. Aunque no en los que
estás mal pensando.
—¡No estoy mal pensando nada!
—Vamos, te enseñaré el resto de la casa.
Carson tomó la mano de su prometida, notando como los
ojos de Ashlyn se desviaban hacia donde Rita estaba
ordenando a unos empleados para que colocaran
adecuadamente un sofá.
—Me da algo de miedo —aceptó la pelirroja.
—Entonces eres inteligente, Rita es alguien de respeto.
—No lo dudaría, parece salida del ejercito.
—Su padre era militar, falleció en una guerra y ahora Rita
se encarga de mandar dinero a su familia.
—Es una desgracia.
—Sí, pero Rita ama su trabajo, al menos es lo que me
dice —se inclinó de hombros—. También podría ser que le
endulza el oído a la persona que firma sus cheques, ¿cómo
saberlo?
Carson abrió unas puertas dobles, dando entrada a su
prometida al área especial que había hecho para ella.
—Dios mío…
—Así es, todo lo necesario para que tengas tus noches de
juegos, pero sólo con personas que ambos conozcamos y
que no te puedan hacer daño ¿comprendido?
—¡Oh! ¡Carson! —se le echó encima—. ¡Gracias! ¡Te amo!
—¿Qué? —el hombre la separó de sí y arqueó una ceja—.
¿Te doy una sala de juegos y me dices que me amas y hasta
me tuteas?
—Sí —lo miró sonriente—. Esta habitación quiere decir
que me quieres tal y como soy.
—Bueno, no me queda otra opción ¿o sí? Lo último que
quiero es volver a estar presente en una situación como la
de París —la abrazó—. Lo prometiste ¿recuerdas?
—Lo recuerdo bien —envolvió sus brazos a su alrededor
—. Gracias por esto, es un hombre muy bueno, más de lo
que pensé.
—Esto me ayuda bastante a saber qué darte en las
fechas especiales, parece que soy muy bien retribuido por
ello.
Ashlyn soltó una dulce risita y asintió, elevándose en sus
puntas para darle un dulce beso en sus labios; ella regresó a
su posición normal, pero Carson, intensificó aquella caricia.
La joven se sorprendió cuando sintió las manos de su
prometido recorrer desde sus hombros hasta su cintura e
hizo una presión que la acercó aun más. Ashlyn suspiró y
pasó sus brazos alrededor del cuello de aquel hombre,
haciendo que su corazón palpitara con rapidez y
trastabillara, pero los brazos fuertes de su prometido la
mantuvieron en pie hasta colocarla contra una pared
cercana, besándola con intensidad y bajando por el
perfilado cuello hasta sus hombros, apartando un poco el
vestido para tener acceso.
—Carson… —suspiró entre besos.
—No hagas eso —soltó sus labios y besó su cuello—. No
suspires mi nombre de esa manera, al menos aún no.
—¿Aún no? —sonrió—. ¿Puedo hacerlo después?
La mirada de Carson Crowel se intensificó y provocó un
escalofrío en todo el cuerpo de Ashlyn, era una advertencia
de lo que podía ocurrir si seguía tocando ese tema.
—Sí —dijo con voz enronquecida y la besó una vez más—.
Podrás hacer todo lo que quieras.
—Señor Crowel —llamó la voz altiva de Rita, quien
parecía buscarlo por la casa—. ¿Señor Crowel?
Carson cerró los ojos por unos momentos y la besó una
ultima vez, soltándola y recuperando su normal postura
moderada y perfecta, totalmente imperturbable. Ashlyn no
estaba tan segura de poderse recuperar con aquella
facilidad, así que caminó hacia una ventana cercana y se
quedó ahí.
—Sí, Rita, estamos en la sala de juegos.
—Ah —los pasos rápidos de la mujer caminaron en su
dirección y se hicieron presentes—. Lamento interrumpir el
momento señor, pero me es necesario apartarlo de la
señorita.
—No te preocupes —asintió Carson y miró a su novia,
quien seguía volteada hacia la ventana, escondiendo su
vergüenza—. Mi prometida quiere seguir explorando la casa.
Ashlyn escuchó las pisadas firmes alejarse, momento en
el cual pudo suspirar de alivio y se volvió hacia un espejo,
mirando su rostro totalmente enrojecido y sus labios
hinchados por aquellos besos. Llevó ambas manos hasta sus
mejillas, sintiéndolas arder, ¿es que acaso él estaba hecho
de piedra? ¿Cómo era posible que…?
La joven frunció el ceño y se miró al espejo. ¿Acaso él no
había sentido todo lo que ella sintió? Tal vez para Carson no
fue tan excitante y placentero como lo fue para ella, no le
había costado trabajo alguno en volver a la normalidad,
quizá fuera que nunca salió de ella… pero se lo parecía, por
un momento parecía que él…
—¿Señorita? —entró de pronto un señor que parecía
trabajar en la remodelación de la casa—. ¿Está usted
perdida?
—No —sonrió ella y se adelantó con una mano estirada—.
Soy la futura esposa del señor Crowel, un placer, ¿Cuál es
su nombre?
—Jacob, señorita —sonrió—. Soy un fiel empleado de su
marido, llevo sirviéndolo desde hace más de seis años.
—Aún no es mi marido, señor, pero me agrada que tenga
gente fiel a su lado —sonrió—. ¿Puedo seguir explorando?
—Por supuesto señorita, el señor Crowel se ha esforzado
en que todo sea de su agrado en esta casa.
Ashlyn sintió que su corazón palpitaba con rapidez,
¿acaso su prometido estaba arreglando y esforzándose
tanto en esa casa debido a que pensaba dejarla ahí? ¿Por
qué dudaba tanto de él?
—Gracias señor Jacob —sonrió y siguió con su camino.
La joven no sabía hacia donde ir, simplemente caminó
por la casa y, sin darse cuenta, había llegado a las
habitaciones, casi todas estaban vacías, pero una estaba
siendo amueblada en ese momento. Ella asomó su cabeza y
suspiró, mirando el interior.
—Hola —le besaron la mejilla y la abrazaron por detrás—.
¿Te encuentras bien?
—Sí —sonrió y volvió su cara hacia él—. ¿Acabaste con
tus asuntos pendientes?
—Por el momento —asintió—. ¿Te agrada como va
quedando?
—Parece que te hayas metido en mi cabeza.
—Me alegra conocerte hasta ese punto.
—Es impresionante —lo miró—. ¿Cómo lo lograste?
—Bueno, no es tan difícil.
—¿En serio? ¿Te parezco así de simple? —se cruzó de
brazos.
Carson arqueó una ceja y ladeó la cara.
—¿Por qué te has molestado? Te dejé tranquila.
—No, no —bajó la mirada—. Claro que no, lo siento.
Carson frunció el ceño, pero asintió, no queriendo
preguntar más sobre el asunto, no comprendía bien a las
mujeres, pero la pelirroja con la que se casaría era aún más
compleja y eso era por las muchas emociones que era
capaz de sentir en segundos.
—¿Quieres seguir viendo la casa?
—No, preferiría que fuera una sorpresa de aquí en más.
—Bien, entonces…
—Señor Crowel —él la miró—. ¿Yo en serio le agrado?
—¿Por qué lo preguntas tan seguido?
—Lo siento, tan sólo quiero saber si está seguro.
—Siempre estoy seguro de lo que hago.
—¿Y le gusto también para… ya sabe, para…?
—¿Qué se te metió en la cabeza en esta media hora que
te dejé?
—Es que…
—No seas tan insegura —frunció el ceño—. ¿Es que algo
en mí te causa ese conflicto? ¿Qué se supone que hice?
—¡Nada! Tan sólo es un sentimiento.
—¿Cuál sentimiento? —él parecía confundido y quizá algo
enojado—. He tratado de no hacerte dudar.
—Carson…
—¡Ey! ¡Crowel! ¿Dónde demonios estás?
Ashlyn se volvió hacia la voz y aprovechó aquello para
limpiarse una lágrima silenciosa que había salido sin su
control, Carson no lo pasó inadvertido, pero se volvió hacia
su amigo que subía las escaleras de dos en dos.
—Pensé que había dicho que estábamos solos —le dijo
enojada.
—Chst, ven aquí —la acercó, colocando una mano en su
cintura y besando su frente, siendo esto captado por Seth
Humbel.
—No sabía que estarían aquí ambos —sonrió el hombre—.
¿Esta es la que será su habitación? ¿No se están
adelantando a la fecha?
Ashlyn se molestó, eso era más que obvio por la forma en
la que sus mejillas se encendieron y sus ojos llamearon.
—Seth, haz favor de no molestar a mi prometida.
—Señor Humbel, no sabe la alegría que siento de verlo de
nuevo —dijo con sarcasmo, cruzándose de brazos.
—¿Es que pensaste que faltaría a la boda de mi amigo? —
sonrió de lado—. Pensé que todo había quedado en un
malentendido.
Ashlyn ya no le disgustaba por el malentendido, sino
porque veía en él algo extraño, la hacía dudar de él, sobre
todo por la forma en la que se había expresado de Carson,
la forma en la que “la advirtió” de su futuro. Incluso
pensaba que estaba celoso de él.
—Fue un malentendido, pero no por que eso se resolvió
me cae mejor —dijo altiva—. Algo me dice que no está aquí
para desearnos una feliz boda, no apoya el matrimonio.
—Es verdad, no creo que esté usted al nivel de Carson
Crowel.
—¿Disculpe? —dijo ofendida—. ¿En qué no estoy a su
nivel?
—Iniciemos por lo intelectual.
Ella abrió la boca para replicar, pero se vio interrumpida
por la voz de Carson, el cual no parecía nada contento:
—Bien, ya basta —Carson advirtió con la mirada a su
amigo y alejó a su novia—. No sé qué demonios se traigan
entre ustedes, pero ya fueros suficientes insinuaciones y
coqueteos.
—Eh, amigo, por favor, no hay nada de eso —se acercó
Seth, sintiéndose un traidor.
—¿En serio? ¿Se supone que todo este intercambio de
palabras es normal? —dijo molesto—. Será mejor que lo
resuelvan solos.
—No, Carson —Ashlyn se adelantó un poco, tratando de
detenerlo, al menos de seguirlo, pero fue detenida—.
¡Carson!
—Déjalo —suspiró Seth—, es mejor que nadie esté cerca
cuando está molesto, te lo juro, no es algo bonito de
presenciar.
—¿Busca arruinarme? ¿Es eso lo que pretende? —lo miró
fastidiada—. ¿Por qué quiere que no me case con él?
—Sólo no quiero que sufra, señorita, ¿Es eso tan malo? —
la miró con devoción y deseo, Ashlyn reconocía el deseo.
La joven respiró con dificultad y le plantó una firme
bofetada en la mejilla, disfrutando del escozor que sintió en
su propia palma y la impresión en la mirada de ese hombre.
—No me vuelva a mirar así —le dijo con odio—. Márchese.
Ashlyn bajó las escaleras, buscando al hombre que
prácticamente había desaparecido de la propiedad.
—¿Dónde está el señor Crowel? —preguntó a uno de los
sirvientes que pasaban por el lugar.
—Ha tenido una emergencia —contestó Rita, saliendo de
una habitación con notas en sus manos—. ¿No se lo ha
dicho?
—No —respiró tranquila—. ¿Dijo a dónde iría?
—Creo que mencionó una reunión —dijo la joven,
caminando de un lado a otro en la habitación, levantando
cosas y colocándolas en otro lugar—. Parece ser que un
duque importante le dio una respuesta que le agradó. Salió
en seguida.
—¿Duque?
—Sí, Lord… —la mujer revisó sus notas—. Westminster.
—¿John?
—Sí, es el nombre de mi lord —asintió la joven y miró a
Ashlyn con detenimiento—. El señor Crowel dejó a su
disposición una carroza por si desea volver a su casa, se
disculpa con usted por no poder despedirse como era
debido y manda avisar que posiblemente la vea hasta
dentro de una o dos semanas.
—¿Dos semanas? —frunció el ceño y negó con firmeza—.
¿Es que piensa ir hasta Eaton Hall?
—Eso creo mi lady.
Ashlyn mordió su labio para después asentir conforme.
—¿Podrías hacerme un favor, Rita?
—El que guste, mi lady.
—¿Llevaría a mi hermana de regreso a casa?
—Por supuesto —frunció el ceño—, pero si piensa seguir
al señor Crowel, creo que será una acción que no le
agradará.
—Bueno, no voy a verlo a él nada más —sonrió la joven
—. Tengo la excusa perfecta para ir.
—Mi lady, el camino a Cheshire es peligroso.
—Lo conozco bien, Rita, gracias por su preocupación —le
tocó un hombro con dulzura—. ¿Podría pedirme la carroza?
—Por supuesto, mi lady.
—Gracias.
En verdad que era una persona eficiente, trataría de no
olvidar su nombre de ahí en más, parecía ser que era una
de las personas de confianza de su marido, pero no había
rechazado ayudarla a ella. Quería decir que le tenía alguna
clase de respeto.
Ashlyn sonrió y dio media vuelta para salir, siendo
detenida por una mano firme sobre su brazo.
—¿Qué está pensando?
—Señor Humbel, le pido que me suelte.
—No irá allá sola.
—Suélteme —apartó su brazo y se alejó unos pasos de
aquel hombre que le ponía los pelos en punta—. Le recuerdo
que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas,
¿Qué no le enseñaron nada en su casa?
—Está loca si piensa que dejaré que viaje sola hasta
Cheshire.
—¿Quién está pidiendo su permiso? Qué el señor Crowel
se fuera sin aviso es culpa de usted.
—Carson se hubiese marchado pese a todo, aun si
ustedes hubiesen estado a la mitad del acto amoroso,
hubiera tomado sus cosas y se habría ido. Así es él —le dijo
enojado—. Deberías comenzar a comprenderlo desde ahora,
esa será tu vida.
—Usted no sabe nada.
—¿No? —sonrió—. Lo conozco lo suficiente, para él lo más
importante es su negocio, lo ve como si fuera su propio hijo,
no lo descuidaría por nada… ni tampoco por nadie.
—No puedo creer que hable mal de su propio amigo, me
parece un acto traicionero y desagradable.
—No estoy hablando mal de él, si lo conociera un poco
más, podrías saber que esa es la realidad, una que a él no le
molesta.
—Me parece que no tiene nada de malo que cuide de su
economía y la de su familia.
—Espero que pienses igual después de un tiempo —elevó
una ceja—. Carson no es dado a los sentimentalismos, es un
hombre de negocios, no uno de familia.
Capítulo 24
Ashlyn bajó de la carroza, encontrándose con un séquito
de bienvenida totalmente deplorable, por no decir que todos
la estaban incriminando con la mirada, parecía ser que
había sido un movimiento de lo más estúpido de su parte. Al
menos era lo que ella sentía, ni siquiera su loca prima
parecía contenta de verla.
—¿Estás loca? —le gritó Sophia—. ¿Sabes lo riesgoso que
es?
—¿Tú? ¿Actuando preocupada por una tontería como
esta?
—Sshh —pidió a lo bajo la mujer—. Si no lo hago, todos
comenzarán a gritarme a mí, prefiero que la cosa recaiga en
ti.
—Traicionera.
—Se llama supervivencia.
—Señorita Collingwood —se acercó lord Westminster—.
Espero que esté bien, su padre mandó sus disculpas y está
más que ansioso por volverla a ver en su retorno.
—¿Está muy enojado? —hizo una mueca de susto fingido.
—¿Usted qué cree, Ashlyn? —John rodó los ojos, pasando
una mano por la cintura de su esposa—. Si una de mis hijas
hiciera algo así, me volvería loco por el temor de que algo
les ocurriera.
—Te gritará cuando regreses, de eso seguro —sonrió
Sophia.
Ella suspiró y se inclinó de hombros.
—Bueno, ¿Qué más puedo hacer? —sonrió, rebuscando a
su prometido—. ¿Dónde está el señor Crowel?
—Así que has venido hasta acá por un hombre —negó
Sophia, cruzándose de brazos—. ¿Por qué no me sorprende
de ti?
—Bueno, que yo recuerde, tu también viniste hasta acá
por un hombre Sophia, y tampoco estabas casada con él ¿lo
recuerdas?
—Sí —le colocó una mano en el pecho a su esposo—. Lo
recuerdo, fue una de mis mejores decisiones.
—Entonces, ¿Por qué hacer tanto escándalo? —rodó los
ojos la pelirroja y pasó de la pareja.
—Está en el jardín con las niñas. —Informó John.
—Debí suponerlo.
Ashlyn levantó sus faldas y corrió hacia el jardín, donde
las gemelas de su prima se divertían en caerle encima al
cuerpo de su futuro esposo. ¿Cómo podían decir que no era
un hombre de familia? ¿Es que acaso nadie lo había visto
frente a un niño? Él era el hombre más feliz, jamás se le
veía sonreír de esa manera.
—¡Ash! —gritaron las niñas, quienes salieron corriendo a
su dirección—. ¡Ash! ¡Ash!
La joven se inclinó y las abrazó a ambas, besando sus
mejillas y viendo como su prometido se levantaba del suelo
y acomodaba su traje, mostrando la misma cara seria y
enojada que el resto de su comité de bienvenida.
—¡Tía! ¡Tío Cason!
—¿Sí? —sonrió la pelirroja—. ¿Les agrada?
—¡Sí! —gritaron a la vez.
—¡Niñas! —Sophia estaba en las escaleras de la casa—.
¡Vengan ahora mismo! ¿Quién tiró el jarrón del salón?
Ambas pequeñas se mostraron sorprendidas y asustadas.
—De todas formas, el jarrón era horrible —calmó Ashlyn
—. Su madre lo detestaba con el alma.
Las gemelas sonrieron y salieron corriendo en dirección a
su madre, quien lanzaba una mirada inconfundible de
complicidad con Ashlyn. La pelirroja asintió con
agradecimiento y se volvió hacia su prometido, quien se
acercaba a ella con autoridad.
—¿Se puede saber por qué hiciste algo tan tonto como
esto?
—¿Venir a visitar a mi prima?
—Por favor Ashlyn —negó con la cabeza—. Esto es todo
menos una visita para tu prima.
—Lo siento, se marchó tan molesto que… —bajó la
mirada y tomó el anillo de compromiso entre sus dedos—.
¿Así será siempre que se molestes o alguien lo llame de
improviso?
—Es mi trabajo, Ashlyn, pese a que te moleste, tengo que
ponerle toda mi atención si me es requerida.
—Lo sé, pero…
—No quiero discutir contigo.
—Tampoco lo quiero —se adelantó.
—Bien —se volvió—. Has venido hasta aquí para decirme
algo, ¿cierto? Dudo que sea sólo esto.
—No, no es sólo eso —lo miró determinada—. Me insultó
lo que dijo de mí y el señor Humbel.
—Es lo que me pareció.
—Fue perverso, puesto que ha visto mis reacciones, lo
último que yo estaría haciendo es coquetearle o insinuarme
a ese hombre.
—Quizá estaba enfadado en ese momento, me canso con
facilidad de peleas que considero estúpidas y más aún de
las personas involucradas. —Ashlyn bajó la cabeza,
provocando que su hermoso cabello pelirrojo fuera hacia su
rostro y la cubriera. Carson cerró los ojos y se acercó,
colocando una mano sobre su barbilla y levantándola—. Eh,
lo siento, no debí decir eso, fue rudo y tonto.
Ella quiso marcharse en cuanto sintió la amenaza de sus
lágrimas, pero las manos de Carson la alcanzaron,
reteniéndola en el lugar.
—Suélteme… —dijo ella con la voz atorada en su
garganta.
—No llores, no quise hacerte llorar.
—Bueno, es lo que consiguió —bajó su mirada, sintiendo
cómo las lágrimas se resbalaban por sus mejillas.
Carson trató de alcanzar su mirada, no planeaba soltarla
porque seguro se iría corriendo, así que con su nariz
rebuscó entre los rasgos hermosos de su novia hasta lograr
que ella levantara un poco su rostro, lo necesario para
tomar sus labios y enterrarse en ellos, apretándola contra sí
ante el placer que sentía de sentirla tan suya.
—¿Por qué es tan cambiante?
—Quizá porque estaba celoso.
—¿Celoso?
—Sí —suspiró—. No puedo evitarlo.
—No tiene nada por lo que sentirse así —ella levantó una
mano y rozó con miedo el rostro serio de su prometido—.
Me enamoré de usted… aunque aún no sé la razón.
—Supongo que tampoco se la dejo fácil.
—Siempre me ha gustado jugar cuando es más difícil.
—Aún puedes arrepentirte Ashlyn —se separó un poco
para mirarla mejor, pero no la soltó—. Puede que lo esté
intentando, pero mi personalidad es aquella de la que te
quejas, ¿Podrás soportarlo?
—Tampoco mi personalidad es sencilla de llevar —elevó
una ceja—. ¿Podrá soportarlo?
—Sé manejar clientes difíciles.
—Mmm… yo sé manejar personas difíciles.
—Entonces… ¿Boda?
Ella asintió con determinación.
—Boda.
La pareja comenzó a caminar por el enorme jardín de
Eaton Hall, ambos parecían más relajados, pero no
entablaban conversación.
—¿Señor Crowel? —él se volvió hacia su prometida—.
¿Por qué le agradan tanto los niños?
—Bueno, creo que, por su inocencia, por sus sonrisas
abiertas y porque no mienten. Si le caes mal a un niño, no lo
va a fingir, no tienen interés, no ven el provecho que
pueden sacarle a las personas.
—No se confíe con los niños de mi familia, ellos ven el
provecho que su altura les brinda para alcanzar las galletas.
Carson dejó salir una apagada risa y asintió.
—Supongo que en eso sí, pero sigue siendo un pensar
inocente.
—¿Le recuerdan a su hermana?
—Sí, muchísimo —asintió—. Era una chica feliz, muy feliz.
—Y… ¿Quiere tener muchos hijos? —lo miró espantada.
Eso provocó una verdadera carcajada en Carson.
—Seré feliz con uno, pero si tenemos más, tampoco
habría problema alguno —elevó ambas cejas—. ¿Tú qué
dices? Veo que le agradas a todos los niños.
—Tengo un verdadero don con ellos, claro que nunca han
sido míos y tampoco es que los cuide todo el tiempo, me
dan algo de terror, pero creo que quiero tener alguno por mi
cuenta.
—Está bien —Carson le colocó las manos sobre los
hombros—. No tenemos prisa en tenerlos, ¿vale? Cálmate.
—Claro, calmarme —asintió—. ¡Uf! Hace calor, entremos
a la casa antes de que me desmaye.
Carson sonrió y siguió a su prometida al interior del
castillo de los Westminster, dónde una conmoción tenía
lugar y parecía ser cosa de varias personas que no sabía en
qué momento habían llegado hasta esa casa o por qué
razón.
—¡Ah! Señor Crowel, supongo —se adelantó una mujer
hermosa, de cabellos negros y ojos verdes—. Es un placer.
—El placer es todo mío —frunció el ceño.
—Señor Crowel, ella es mi hermana Blake —sonrió Ashlyn
—, nos ha sorprendido para la boda.
—En realidad, vengo a organizar su boda, mamá me
mandó una carta desesperada por ello, así que heme aquí.
—Oh, es bueno al fin tener algo de ayuda —asintió la
pelirroja y miró a su prometido—. Sinceramente me estaba
volviendo loca.
—Le decía a Blake la idea de hacer la boda en Eaton Hall,
de todas formas, los novios están aquí y la fecha se acerca
—sonrió Sophia—. Mi marido ha estado de acuerdo, por
supuesto y están todos invitados a quedarse aquí.
—Me parece bien —asintió Blake—. Calder y John tienen
asuntos qué resolver y supongo que el señor Crowel no
quedará fuera de la ecuación, a lo que me dijo mi esposo.
—¿Qué dicen? —las dos mujeres miraron a los novios,
quienes parecían complicados y algo saturados.
—Bien, dejaremos que lo procesen, mientras tanto,
Sophia, ¿podrías enseñarme el gran salón?
Las dos mujeres se fueron seguidos de un séquito de
pequeñuelos que fueran sus hijos. Ashlyn soltó una
carcajada en cuanto las voces se alejaron lo suficiente y
miró a su prometido.
—Lo siento, ellas siempre son así, están locas, pero
ayudarán.
—Me sorprende la variedad de personalidades que tiene
tu familia —negó Carson—. ¿Más de los que deba saber?
—¿Los Hamilton, tal vez?
—Los conozco, no sabía que eran parientes.
—Mi tía es prima hermana de mi madre.
—¿Algo más?
—Mmm… ¿Los Donovan?
—¿Irlanda?
—Sí, los mismos.
—Vaya, ahora que lo pienso, sí que me conviene estar
casado contigo —movió las cejas juguetonamente.
—Ajá, casi se creería que es un matrimonio por
conveniencia.
—Es la cereza del pastel, creo yo.
—¿Y qué dices? ¿Nos casamos aquí?
—Es antes de lo previsto y faltaría avisar a tus padres.
—Lo sé, no creo que vayan a estar del todo de acuerdo.
—¡Ash! —le jalaron las faldas—. ¿Podrías llevarme con mi
mamá?
La joven asintió y tomó la manita de su sobrina Kenia. Al
regresar la mirada hacia su prometido, notó el impacto que
tenía al ver a una niña de piel morena entre los hijos de su
hermana.
—Supongo que no la había visto.
—Es… —la miró detenidamente—. Preciosa.
Kenia sonrió ampliamente y soltó la mano de Ashlyn para
tomar al hombre que la alabó sin más.
—¿Quién eres?
—Me llamo Carson Crowel.
—¿Tío? —frunció el ceño la pequeña.
—Pronto —asintió el hombre.
La niña mostró su blanca sonrisa y los ojos azules
brillaron como dos estrellas caídas del mismo cielo.
—¡Qué feliz que soy! —brincó la niña y estiró los brazos
para ser cargada por él.
—Creo, señor, que el que tiene encanto con los niños es
usted.
—¿Qué puedo decir? Creo que sobre todo lo tengo con las
mujeres ¿tú qué dices? —elevó una ceja.
—Creo que es usted un engreído —lo empujó un poco y
tocó la mejilla de la pequeña, quien sonrió y se recostó en el
hombro fuerte del señor Crowel.
Capítulo 25
La boda entre el señor Crowel y la hija de los
Collingwood al final de cuentas se celebró en la casa de los
padres de la joven, como era de esperarse de los duques de
Wellington, quienes apreciaban sobre todas las cosas la
tradición. Había sido una recepción preciosa, los novios
parecían felices y por alguna extraña razón que nadie se
podía explicar, estaban rodeados de niños, los cuales se
peleaban su asiento por estar con Ashlyn o con el señor
Crowel.
—Creo que es hora de irnos, Ashlyn —susurró Carson al
oído de su esposa—. Lastimosamente, tengo cosas que
hacer mañana.
—¿Tendrás que trabajar?
—Sí —apretó sus labios hasta formar una fina línea—.
Pero no esta noche, ni tampoco temprano en la mañana.
Ashlyn se sonrojó y asintió.
—Supongo que está bien.
—¿Vamos?
—Será difícil marcharnos con todos mis primos aquí.
La pareja miró a su alrededor, no habían invitado a
demasiadas personas, pese a que el señor Crowel era un
hombre importante y conocido, había limitado sus
invitaciones, sin mencionar que ni siquiera sus padres
habían logrado asistir al evento y Ashlyn no se atrevió a
preguntar la razón tras aquella ausencia.
Se pusieron en pie y caminaron por el salón, haciendo
notorio que estaban por despedirse. Los integrantes de
Bermont fueron los primeros en acercarse, besando a su
prima y dándole la mano al nuevo integrante de la extensa
familia.
Ashlyn sonreía nerviosa, se había negado a que nadie le
intentara explicar lo que sería su vida de casada, puesto
que ella ya lo sabía y no quería escuchar de los labios de su
madre, tías o primas lo que era tan espantoso para ella.
Además, no quería que jamás descubrieran la verdad de su
pasado, pese a que se lo había insinuado a su madre para
que hablara con su actual marido y le aligerara el camino,
definitivamente no quería contarla ni hacerla participe de su
dolor.
Se había mentalizado con la idea y llegó a la conclusión
de que, si era con Carson, valdría la pena, aunque fuera un
acto doloroso y el cual ella detestaba, con tal de que él
fuera feliz y su matrimonio se viera validado ante las leyes,
entonces, haría lo que fuera necesario.
—Hija —su madre llegó hasta ella y la abrazó con fuerza
—. Cualquier cosa, lo que sea, sabes que puedes venir aquí.
—Mamá —sonrió la joven—, estaré bien.
—Seguro, pero de todas formas es necesario que lo
sepas.
—Bien —le besó la mejilla a su madre—. Lo prometo.
La joven elevó la vista hasta la figura de su padre, el
hombre al que amó antes que nadie. De niña eran
inseparables, lo veía como su héroe personal, el hombre
perfecto y lo seguiría siendo hasta el final de sus días.
Caminó segura hasta él y lo abrazó, enterrando su nariz
en el pecho que conocía tan bien, absorbiendo el aroma que
reconocería en cualquier parte del mundo.
—Te amo papá.
—Yo también te amo princesa —le susurró.
—¿Confías en mí? —ella levantó su azulada mirada.
—Claro que lo hago —sonrió Adam, acariciando el rostro
de su hija—. No entregaría mi tesoro si no estuviera seguro
de que se sabe cuidar solo, pero, si necesitas ayuda…
siempre seré tu padre.
—Lo sé —sonrió—. Trata de controlar a mamá.
—Haré lo mejor que pueda. —El señor Crowel se acercó
por detrás y colocó una mano sobre la cintura de su esposa
y alargó la otra para tomar la de su suegro—. Cuídala bien,
Crowel.
—Por supuesto, señor.
—Ash —llamaron entonces sus hermanos.
La pelirroja abrazó a los gemelos con una sonrisa y al
último se despidió de Briseida, quien lloraba incontrolable.
—¿Podré ir a visitarte? —se limpió la menor.
—Claro que sí, Bri, no nos separaremos por siempre.
—No lo diría así —sonrió Adrien—. Te vas para no volver.
—No la hagas llorar más —amenazó la pelirroja y después
sonrió—. Te echaré de menos salvaje.
—Y yo a ti rojita —Adrien levantó la mirada e inclinó
levemente la cabeza hacia su amigo, quien se llevaría a su
hermana—: suerte.
—Estarás bien Ash —Blake le arregló el cabello—.
Perfecta.
Ashlyn dio pasos hacia atrás, colocándose junto a su
marido, pero sin dejar de mirar a su antigua familia.
—¿Vamos a casa? —susurró Carson en el oído de su
esposa, sintiendo bajo su mano cómo ella se tensaba y un
escalofrío recorría su cuerpo—. ¿Estás bien?
—Bien —dijo con rapidez—, más que bien.
Caminaron en la oscuridad para llegar a la carroza del
señor Crowel, ella se había sumido en un inquebrantable
mutismo que hacía dudar a Carson sobre su integridad
mental; Ashlyn nunca estaba callada, mucho menos cuando
estaba con él.
—Pareces algo nerviosa —la ayudó a subir a la carroza.
—No… —ella habló sin aliento—. Me pone triste irme de
casa.
—Mañana mismo podrás venir a visitar a tus parientes,
incluso creo que ellos serán los primeros en pisar la casa
para saber cómo estás.
—Conociéndolos, es posible.
Ashlyn sintió que el aire le faltaba y se volvió hacia la
ventana, tratando de concentrarse en el camino, alejando
su mente de los recuerdos y del dolor que volvería a sentir.
Incluso podía escucharse a sí misma gritar desesperada,
forcejeando, luchando contra ese hombre que no parecía
mostrarse siquiera perturbado con sus intentos de que se
alejara.
—Ashlyn —ella brincó cuando de pronto sintió la mano
cálida de Carson sobre la de ella—, vamos, tranquila, casi
hemos llegado.
La carroza se zarandeó al momento de detenerse,
provocando que ambos se movieran hacia la puerta para
poder bajar a lo que sería su nuevo hogar. Carson sonrió y le
dio la mano para ayudarla, le causaba dolor ver a Ashlyn
tan nerviosa, sabía por qué se encontraba de esa manera,
seguro estaría muriendo de miedo.
A pesar de que él lo llevaba esperando prácticamente
desde que la conoció, trataría de hacerla sentir tranquila, no
quería presionarla en ningún sentido, no quería ni imaginar
por lo que ella estaría pasando en esos momentos.
—Vamos —presionó un beso en su sien—. Confía en mí.
—Confío en ti, sé que esto tiene que pasar, me he
preparado para ello —dijo segura, pero caminaba como si
fuera al matadero.
—No hables con pesar o como si te estuviera obligando
Ashlyn, si no quieres hacerlo esta noche, no lo haremos —
dijo tranquilizador.
—¿Para qué alargarlo, si de todas formas ha de llegar?
Carson apretó los labios y suspiró, tendría que ser muy
cuidadoso en su proceder, debía hacerla ver que el dolor no
tenía nada que ver con intimar con tu pareja.
Ashlyn se detuvo cuando de pronto sintió que una mano
se posaba sobre su muñeca, deteniendo su andar. La joven
elevó los ojos lentamente hasta toparse con la mirada
intensa de su esposo, parecía no saber cómo iniciar la
conversación, así que lo esperó con paciencia, seguro que
para él tampoco era fácil ese momento.
—Escúchame —le tomó las mejillas y se acercó—. Sé que
estás pasando por un mal momento ahora y entiendo que
tengas miedo, pero esto será diferente, jamás haría algo
para hacerte daño.
—Lo sé —susurró suavemente.
Ashlyn permitió que le tomara la mano y la condujera
hasta una habitación que seguía con las luces encendidas,
esperando por su llegada, o más bien, por ella, puesto que
Carson besó su mano y la entregó a la doncella que
aguardaba en silencio y con una sonrisa.
—¿Qué sucede? —la pelirroja frunció el ceño al ver a su
esposo seguir su camino por el pasillo.
—Señora Crowel —sonrió la muchacha—. Mi nombre es
Beck, su doncella personal a partir de este momento.
—Un placer.
—Venga, tengo todo preparado para adecentarla.
Ashlyn permitió que la mujer hiciera lo pertinente para
arreglarla para su noche de bodas; todo se hizo en un
completo silencio, ninguna dirigía ni una mirada hacia la
otra, ambas parecían concentradas en sus propias
cavilaciones y, cuando Beck terminó, se marchó sin más.
Ashlyn tuvo el tiempo de inspeccionar la femenina
recámara, dónde había ropas nuevas para ella, perfumes,
cremas, libros y flores; todo de acuerdo a su gusto. El
decorado era pulcro, todo en tonos claros, con sábanas en
azul plumbago, al igual que los sillones y sillas; los tapetes
eran suaves y hermosos, no podía ponerle ni una oposición
a un lugar como ese.
Miró hacia el reloj que se encontraba sobre la chimenea y
suspiró, parecía que su esposo pensaba tardarse un poco
más, así que fue hasta los libros apilados en la estantería y
tomó uno que despertó su interés.

Carson entregó el vaso de coñac y se sentó frente al
hombre que parecía haberlo estado esperando durante todo
el día.
—Así que, te has casado.
—Interesante observación —dijo irónico.
—Con la mismísima Ashlyn Collingwood —sonrió Seth—,
sin dudas un matrimonio interesante.
—¿Por qué lo dices?
—Bueno, eres tú tomando esposa.
—No entiendo la sorpresa, me casaría tarde o temprano y
ella me agrada más de lo que pensé al conocerla.
—Es encantadora, Carson, felicidades, en serio.
—No creo que lo digas en verdad.
—En verdad me alegro por ti, pero lo siento muchísimo
por la muchacha, quien supongo que ha de sufrir de ahora
en más. —El hombre bebió de su vaso—. ¿Cuándo piensas
decirle?
—Seth, se lo diré cuando lo encuentre pertinente, no
necesito que me ayudes a manejar mi matrimonio. —los
ojos grises se clavaron con intensidad en Seth Humbel—.
¿Desde cuando tanto interés por ella? Pensaba que no te
importaba ninguna mujer.
—Lo hago por ti, eres mi amigo y espero que recapacites.
—Carson mantuvo su penetrante mirada sobre su amigo,
esperando a que se rindiera ante él y le dijera sus
verdaderas razones—. Es en serio Carson, aunque me veas
de esa forma, tú eres mí amigo.
—Bien —suspiró—. Si te quieres engañar a ti mismo, no
puedo hacer nada, tan sólo no hagas una estupidez y antes
de hacer cualquier movimiento, tendrás que enfrentarme
cara a cara.
—¿Qué estás diciendo?
—Recuérdalo.
Carson empinó su vaso y lo dejó en la mesa antes de
ponerse en pie y regresar a la habitación de su esposa,
esperaba que para ese momento se encontrara menos
nerviosa que cuando llegaron.
No hubiese querido dejarla, pero había logrado ver a Seth
justo antes de que terminaran de subir las escaleras, era
necesario que Ashlyn no lo notara, no quería alterarla,
menos en esa noche.
Tocó a la puerta y la abrió al no escuchar respuesta. Por
un momento pensó que se habría quedado dormida, pero se
vio descartado al escuchar el característico pasar de hojas.
Leía y parecía bastante entretenida y absorta en ello, ni
siquiera lo había escuchado.
Avanzó hasta el sofá donde estaba sentada, dándole la
espalda a la puerta, con ambos pies sobre la mesa de
enfrente y la trenza pelirroja cayendo sobre el respaldo del
sillón. Todavía fue capaz de pasar otra hoja antes de dar un
pequeño salto al momento de sentir los labios de su esposo
presionándose en su cuello, sacándole un escalofrío que la
recorrió hasta la punta de los pies.
—Pensé que tardaría más —suspiró, volviendo la cabeza.
—No hubiera querido posponerlo ni un segundo, pero era
algo inevitable —le besó la parte detrás de su oreja—. ¿Qué
leías?
—¿Lo escogió para mí? —le enseñó el título.
—Yo escogí todo en este lugar —le estiró la mano para
ponerla en pie y abrazarla—. ¿Qué te parece?
—Es bueno metiéndose en la cabeza de los demás.
—Es un don —curveó los labios y levantó una mano,
tocando con sus dedos la suave mejilla de su esposa—.
¿Sigues asustada?
—Estoy mejor.
Ashlyn lo rodeó con los brazos y suspiró cuando sintió los
labios de su marido; tomó sus comisuras de forma que
sentía que le estaba entregando su alma en ese mismo
momento. Ella trató de moldear su cuerpo para acoplarse al
de él, quién no había desaprovechado el momento de
fragilidad de su esposa y la había hecho caer sobre el sillón
en el cual había estado leyendo, haciéndola recibir de la
mejor forma los besos vehementes que le daba no sólo en
sus labios, sino en toda su piel expuesta.
—Carson… —suspiró entre sus labios.
—Me agrada como dices mi nombre —la besó de nuevo y
se levantó con ella en brazos—. Sobretodo ahora.
Ella rio y se sostuvo de los hombros de su esposo,
inclinándose para besar el cuello y las mejillas de Carson,
quien sonreía un poco y la miraba con ojos brillantes. La
dejó lentamente en la cama y se colocó sobre ella,
quedando arrodillado para quitarse la chaqueta y camisa
ante la atenta mirada de su amante, después, se inclinó y la
besó, apartando los tirantes que sostenían el vestido.
—Carson —se levantó un poco, sosteniendo su camisón
contra su cuerpo, impidiendo que sus pechos fueran
descubiertos—. ¿Podríamos hacerlo con las luces apagadas?
—¿Por qué? —la besó en los labios, susurrando contra ella
con voz grave—: deseo verte, eres mi esposa, ¿Qué podría
avergonzarte?
—No, yo… creo… bueno… —se apartó de él, tratando de
cubrirse con las sábanas.
Carson la dejó cubrirse y se sentó en la cama.
—¿Qué ocurre? —dijo con paciencia.
—No soy lo que piensas, no soy lo que esperas.
—¿De qué hablas? —se acercó y trató de tocarla, pero
ella se puso en pie y negó—. Ashlyn, no importa lo que haya
pasado, estoy aquí ahora, confía en mí.
Ella se cubrió el rostro y negó, comenzando a llorar.
—No, esto no.
—¿Qué es “esto”? —la tomó de los hombros y frunció el
ceño, tratando de mirarla—. Ashlyn, ¿Hay algo más que no
me hayas contado aún?
—Carson… —limpió sus lágrimas—, yo…
—Vamos Ashlyn, sea lo que sea, puedo entenderlo.
Ella se separó de él y caminó de un lado a otro, se sentía
cada vez más nerviosa por el hecho de lo que tenía que
decir. Ashlyn lo miró y comenzó a subir su camisón,
descubriendo sus piernas, mostrando la ropa intima y
dejando a la vista algunas cicatrices en su abdomen.
—¿Lo ves? —las lágrimas caían por sus mejillas—. No es
muy hermoso ¿verdad?
—¿Cómo te hiciste eso? —la miró sorprendido.
—Yo… —se limpió las lágrimas, dejando caer el camisón
en su lugar—. No me lo hice a mí misma, eso se lo aseguro.
—¿Fue…? —Carson apretó sus puños con fuerza.
—Sí.
Carson se acercó, la tomó de la mano y la sentó sobre la
cama mientras ella lloraba, cubriendo su cara con las manos
temblorosas, parecía a punto de un ataque.
—No les diga a mis padres —sollozó—. Me odiaba, por ser
hija de mi padre, me detestaba. Buscaba ser lo más cruel
posible.
—¿Por qué sigues exponiéndote de esa forma? Vas a
lugares donde te podrían hacer daño, donde te podría
volver a encontrar.
—Lo sé —dijo enojada—. Aquella vez yo no supe que
hacer, no me pude defender, pero quiero que sepan que no
tengo miedo. Sólo puedo odiarlo, detesto que me hizo,
porque estas marcas jamás se irán y siempre lo voy a
recordar, junto con sus palabras y ese maldito collar que
ondeaba ante mis ojos.
—¿Qué te decía?
Ella soltó un bufido y sonrió de lado, caminando hacia
una ventana cercana, abriéndola para tomar aire fresco.
—Asquerosidades, cosas hirientes, tonterías —dijo
asqueada—. Me preguntaba si acaso me agradaba cómo se
sentía lo que les tocaba sufrir a los menos afortunados, si
tenía hambre como ellos la tenían, si tenía sed, si me sentía
desesperada, asqueada, degradada.
—Sus padres…
—Ellos no lo saben.
—¿Cómo has podido lidiar con esto tú sola? —negó—.
¿Cómo puedes ser esta persona? ¿Cómo puedes ayudar sin
preguntar? Sabes de qué clase social era ese maldito como
para odiar a un noble y te la pasas ayudándolos todo el
tiempo.
—Sí —lo miró con ojos cristalizados y mordió su labio con
intensidad que seguro le hacía daño—. Lo hago porque
quiero pensar que no todo el mundo busca hacerme daño,
porque deseo sentirme fuerte, saber que dominé mi vida,
que pude encontrar el amor pese a que se encargaron de
hacerme las cosas más difíciles posible.
Ashlyn presionó su espalda contra una pared y se resbaló
por ella hasta quedar sentada en el suelo, llorando y
escondiéndose entre sus rodillas. Parecía incontrolable,
como si nunca fuese a parar.
—Agradezco la persona que eres —se acuclilló frente a
ella—. Y sigo queriendo estar casado contigo, nada de lo
que te haya pasado hace que te vea diferente, quizá sólo
mejor de lo que ya pensaba. Si yo te rechazara, sería como
rechazar a mi propia hermana. Jamás haría algo así… y creo
que tú lo sabías.
Ella levantó la mirada.
—Me enamoré de usted en verdad, no es por mi pasado
que quise casarme con usted señor Crowel, se lo aseguro.
—Lo sé, aunque creo que si influyó en su decisión.
—No —ella tomó ambas manos del hombre y negó—. No,
eso no influye en mi vida, es pasado, lo dejé atrás. Tuve
miedo ahora, pero no lo tendré más cuando sea usted quien
remplace las memorias por algo diferente.
—Haremos lo que tú quieras Ashlyn, no te sientas
presionada.
Ashlyn sonrió.
—Es el hombre que soñé, lo deseé toda mi vida. ¿Sabe?
La rosa… aquella rosa que usted colocó adecuadamente
esconde mi deseo y se me concedió por primera vez en
años.
—¿Yo?
—Sí —bajó la cabeza—. Usted, a pesar de que me veía
como si estuviera loca, fue y volvió a plantar mi flor.
—¿Eso fue?
—Al menos, ahí comenzó.
Carson asintió levemente y se sentó junto a ella, con la
espalda recostada en la pared, mirando hacia un punto en la
habitación, pensando en su proceder, en sus movimientos,
no quería asustarla, quería que se sintiera cómoda en su
presencia.
—¿Qué quieres hacer?
Ella lo miró de lado y sonrió.
—Quiero hacer el amor, lo que en realidad debe ser
entregarse a un hombre por voluntad, ¿Podría hacerlo?
—Claro que sí —le tomó la mano—. No volverás a pensar
en ello jamás Ashlyn, haré que olvides todo el pasado.
Ella sonrió con encanto.
—Lo sé.
Capítulo 26
Carson se puso en pie lentamente y estiró una mano
para que su esposa la tomara. Ashlyn sonrió y se puso en
pie, quedando parada frente a él, sus ojos brillaban y sus
mejillas se habían sonrojado, pero estaba firme y dispuesta
a proseguir.
—¿Estás segura?
—No soy frágil, señor, se lo aseguro —le dijo con
tranquilidad y se acercó—. Tenía miedo de su rechazo, pero
ahora que me ha dicho que mi pasado no le interesa,
entonces, no tengo miedo.
—Me alegra —colocó una mano sobre su mejilla—. Pero
puedes ser frágil conmigo siempre que lo quieras, no
necesito que te escondas, lo hiciste durante años, pero no
más.
—Estoy bien Carson —le tomó la cara con ambas manos
—, te has casado con la mujer más fuerte que te pudiste
encontrar.
—Lo sé —le tomó la cintura—. De hecho, lo sabía desde
antes.
—Entonces, ¿Qué debo hacer?
—Dejar que te lleve a la cama y te quite este camisón del
cuerpo —elevó una ceja—. Quiero verte Ashlyn, no quiero
que sientas vergüenza por ello jamás. Tú no tuviste la culpa.
Los ojos azules de la joven se cristalizaron ante lo último,
incitando que se lanzara a él y lo besara con ímpetu. Carson
la abrazó y moderó aquel beso, logrando convertirlo a una
caricia dulce que compartieron mientras caminaban hacia la
cama, donde lentamente la recostó, pero no la presionó,
sino que se recostó a su lado, acariciándola, haciéndola
suspirar, estimulando a que sintiera más, a que pidiera más.
Ella arqueaba su cuerpo contra él, buscaba sus labios con
intensidad, parecía que no le agradaba que se despegara de
ella, así que la complació y no dejó de besarla mientras
bajaba su mano hasta el tobillo blanco de su esposa,
subiendo el camisón lentamente mientras recorría su pierna
suave.
Carson soltó los labios de su esposa y regó suaves besos
alrededor de su rostro, escuchándola suspirar y sintiendo las
manos de ella trazar los músculos de su espalda,
acariciándolo dulcemente.
—¿Te molesta? —le besó detrás de la oreja—. ¿Te disgusta
que bese algo más que tus labios?
—No… —suspiró, sintiendo como la mano de su marido
se movía por su pierna, quitando la prenda intima con
cuidado y metiendo la mano por debajo del camisón hasta
tocar su cintura.
—¿Puedo quitártelo?
Ella lo miró a los ojos y asintió, levantándose un poco
para que él pudiera sacar la prenda, dejándola
completamente desnuda sobre la cama de sábanas de seda.
—¿Te… disgusta?
—No —la admiró detenidamente—. Tienes un cuerpo
precioso Ashlyn, el más hermoso que jamás hubiese visto.
Ella sonrío con encanto.
—Mentiroso.
—Para mí lo es —se acostó sobre ella, haciéndola sentir el
peso de su cuerpo grande y el fino vello sobre su pecho—.
¿Te incomoda?
—No, de hecho, me agrada —acarició lo largo de su
espalda con dedos sedosos que después se pasaron hacia el
pecho, acariciando cada valle bien formado hasta llegar a su
cuello, incitándolo a bajar para que la besara nuevamente.
Carson la besó por prolongados momentos, pero en esa
ocasión, no se detuvo sólo en sus labios y bajó, besando el
cuello, los hombros y cada parte lastimada del cuerpo de su
esposa. Eran pequeñas heridas hechas por lo que parecía
ser una navaja afilada y delgada, parecían rasguños hechos
por un arbusto de espinas, pero sabía que había sido algo
peor que eso.
Sin embargo, la mujer bajo su cuerpo era una guerrera,
no se veía intimidada o azorada por lo que estaban
compartiendo, por lo contrario, parecía disfrutar de cada
momento. Era dulce, entregada, complaciente y
demandante. Una mujer para volarse la cabeza.
Ashlyn se removió cuando reconoció el movimiento que
él estaba por hacer, sintió su corazón palpitar con fuerza y
una sensación desagradable se instaló en su estómago.
Levantó la mirada hasta toparse con los ojos calmos de su
marido, tan grises y despampanantes como el primer día
que los vio.
—¿Puedo hacerlo?
—Sí, pero abrázame Carson, abrázame y bésame, por
que él nunca lo hacía —pidió—. No me quería, sólo me
usaba.
Carson se acercó a sus labios y los besó.
—Yo te quiero —le susurró y prosiguió, mirando la
aceptación que ella le daba con sus facciones, expresando
placer—. ¿Estás bien?
—Sí, sí —lo abrazó—. Bésame.
Aquella noche, mientras sus cuerpos se conectaban y se
entregaban el uno al otro, Ashlyn sintió por primera vez que
podía perdonar su pasado y dejarlo atrás, muy en el olvido.
Su marido había sido cordial, dulce y bueno en cada
momento, jamás la hizo sentir incómoda, preguntaba todo
el tiempo sobre su proseguir y nunca apartaba la mirada de
la de ella, esperando una mala expresión para detenerse al
completo.
Pero eso no había sido necesario, se habían aceptado y el
acto había acabado e iniciado en más de una ocasión,
dejándolos agotados, tranquilos y en los brazos del otro,
listos para dormir, sabiéndose uno con el corazón del otro
palpitando a la par.
Carson sostuvo el cuerpo de su mujer contra su pecho
por un prolongado momento, esperando a que se durmiera,
cosa que le fue sencilla, puesto que estaba exhausta, al
igual que lo estaba él. Pero a diferencia de su esposa, él no
podía seguirla en la tranquilidad de los sueños. El pasado de
Ashlyn lo había dejado perplejo y ofendido ante quién pudo
hacerle tanto daño. No se quedaría de brazos cruzados y no
quería hacerlo de nuevo.
Ashlyn despertó con el canto mañanero de las aves, sabía
bien qué sería temprano, pero esa era otra de las muchas
cosas que compartía con su marido, él también solía iniciar
su día montando o en alguna otra actividad de trabajo que
requiriera su atención.
Sin embargo, aquel día no parecía ser uno de los que
Carson utilizaría para desperezarse temprano, Ashlyn podía
verlo dormido a su lado, apacible como nadie se lo
imaginaría jamás. Estaba recostado boca arriba, con una
mano sobre su propio pecho y otra estirada hacia ella,
tapada por las sábanas que a él le faltaban.
La joven pelirroja sonrió y lo tapó, pensando que
seguramente tendría frío al estar transcurriendo la alborada,
sin embargo, aquellos movimientos sólo lograron
despertarlo, teniendo unos peligrosos ojos grises sobre su
figura desnuda que intentaba arroparlo como si se tratase
de un niño.
—Hola —dijo apenada—, lo siento, no quise despertarte.
—Está bien. —Carson pasó un brazo alrededor de ella,
acariciándole la espalda—. ¿Cómo te encuentras?
—Bien —sonrió—. Más que bien.
—Me alegra oírlo —se sentó en la cama, destapándose
sin pena alguna y poniéndose de pie—. ¿Qué hora es?
—Temprano —ella miró hacia la ventana—. ¿Tienes que
irte?
—Sí, lo lamento.
—Pensé que habías dicho que tendríamos la noche y la
mañana.
—Volveré temprano a casa —se colocó un pantalón—.
¿Quieres que llame a alguien para que te ayude a cambiar?
—No, no me gusta que nadie… me ayude.
—Ashlyn, te lo he dicho, eso debe quedar en tu pasado.
—Puedo ponerme el camisón yo sola, quizá necesite
ayuda con el vestido, pero de ahí en más, puedo hacerlo.
—Bien, como gustes —colocó entonces su camisa y la
metió en sus pantalones, dispuesto a salir de la habitación.
—¿A dónde vas? —la joven frunció el ceño—. ¿No te vas a
bañar o a cambiarte de ropas?
—Sí, eso es lo que estoy por hacer.
—Pero… —ella frunció el ceño por unos segundos antes
de comprender la situación—. Esta no es tu recámara,
¿Cierto?
—Creo que es demasiado femenina como para que fuera
mi recámara, ¿no crees? —bromeó—. En todo caso, si algo
te disgusta, lo puedes cambiar sin preocupaciones, Rita
estará al pendiente.
—Oh, gracias —miró a su alrededor, sosteniendo la
sábana contra su cuerpo—. Supongo que era de esperarse.
—Pensé que con todo lo que dijiste ayer, te había
gustado.
—Me gusta —aceptó.
Aunque a Ashlyn le hubiese gustado mucho más que
fuera la recámara de ambos, como lo hacían sus padres y
cualquier pareja que estuviera enamorada. Apenas ayer
pensó que él en realidad la quería, parecía ser sólo un
sueño, otra de sus pantallas imaginarias para soportar el
dolor, ¿lo había inventado todo?
—¿Te encuentras bien?
—Sí —meneó la cabeza—. Bien.
—Volveré a las diez para el desayuno —se acercó a la
cama y le besó los labios—, pero si no llego, comienza tú
¿de acuerdo?
—De acuerdo.
—¿Estás segura qué te encuentras bien?
—Segura —curveó sus labios—. Vete, se te hará tarde.
—Bien, nos vemos en un rato.
En cuanto Carson salió de la habitación, la joven se dejó
caer sobre la cama y miró el techo por lo que le parecieron
horas, sólo estaba haciendo tiempo para que su marido
saliera de la casa y no tener que topárselo cuando ella
saliera unos momentos después.
Así que, cuando lo creyó pertinente, la joven se levantó,
se bañó y colocó el camisón sola, como lo había hecho el
día anterior, cuando impidió que Beck se metiera a su baño
para ayudarla. Sólo le había permitido a esa pobre doncella
que le peinara el cabello y pusiera el agua caliente en la
tina.
—¡Señora! —sonrió Beck cuando la vio salir del baño—. El
señor Carson me ha dicho que esperara aquí para que la
ayudara a cambiarse, ¿Le gusta el vestido que seleccioné?
—Sí, es hermoso —asintió la joven sin mirar en realidad,
puesto que había notado que las sábanas de la cama habían
desaparecido.
—El señor ha pedido que las retiráramos —dijo la
doncella con una sonrisilla—. Es lo normal, no se les suele
quitar la mancha de sangre de cualquier forma.
Ashlyn se volvió hacia la mujer con el ceño fruncido.
—¿Sangre?
—Claro señora, la que da muestra de su pureza —sonrió
la joven.
—Oh —ella se sonrojó—. ¿Y… la tenían?
—Sí, mi señora, de lo contrario seguro que el señor
Crowel no estaría tan contento como en esta mañana.
—¿Parecía contento?
—Mi señora, él jamás le dice buenos días a nadie hasta
después de las diez, el día de hoy nos saludó a todos, casi
podía imaginarlo sonriendo en su interior.
—¿Jamás lo han visto sonreír?
—Es un amo serio en su normalidad, pero lo apreciamos
mucho, es bueno con sus empleados fieles.
—Supongo que los recompensa bien.
—Es generoso —asintió la joven, acomodando el corsé y
las medias que le colocaría a su ama—. ¿Está lista mi
señora?
—Gracias Beck, pero me gustaría que no me llamaras tan
formalmente, eres mi doncella y puede ser que mi dama de
compañía entre los viajes de mi esposo.
—¿El señor Carson piensa llevarla a sus viajes? —se
sorprendió la joven—. Pero si será agotador para usted,
¿Qué pasaría si encarga en el camino?
—Lo veremos cuando pase Beck.
—Como usted diga, señora, es un privilegio que me
escoja.
—Ashlyn, sólo llámame Ashlyn.
—Puedo llamarla señora Ashlyn, si gusta.
—Bueno, está mejor.

Carson entró al restaurante Le Rouse en busca de Seth
Humbel, el hombre que su mujer detestaba, pero no sabía
del todo por qué. Le había dicho la noche anterior que no
había sido él quien la dañó de esa forma tan aberrante, pero
algo en ella le hacía creer que tenía que ver, al menos algo
la hizo dudar de él.
—Seth —lo llamó seriamente.
—Vaya, es temprano para que un recién casado deje su
cama.
—Déjate de juegos —se sentó en la misma mesa y ordenó
un coñac pese a la hora.
—¿Bebiendo en el desayuno?
—¿Qué fue lo que le hiciste? ¿Por qué pensaba que eras
el culpable de lo que le sucedió?
Seth frunció el ceño y chasqueó la lengua.
—No pensé que eso saldría entre su charla de cama. —El
hombre cambió su expresión a una de curiosidad y se
acercó—. ¿Qué fue lo que le pasó? ¿Te contó?
—Es más que obvio que no te lo diré —contestó
seriamente y se adelantó en la mesa—. Quiero que me
digas por lo que estaba molesta contigo, ¿por qué se
confundió?
Los ojos de Carson eran intransigentes, quizás más fríos y
duros que de costumbre, Seth sonrío al darse cuenta que
estaba furioso.
—¿Acaso la princesita lloró mientras le hacías el amor?
—Déjate de bromas Seth, al menos que quieras que te
rompa la cara en un restaurante de alta categoría como
este —amenazó.
—¿Por qué demonios estás tan molesto?
—Porque sí lloró, pero no por tus estúpidas insinuaciones,
sino porque algo terrible le pasó.
—¿Qué? —Seth frunció el ceño—. ¿Qué le pasó?
—Responde mi pregunta.
—¿Ella está bien?
—Lo estará.
Seth estaba confundido, no quería pensar que algo malo
le hubiese pasado a Ashlyn, pero por la mirada de Carson,
casi podía asegurar que eso era lo que le echaba en cara,
como si él tuviese la culpa de alguna manera.
—¿Qué fue lo que te dijo? —negó—. No tengo nada qué
ver.
—Sólo dime qué pasó cuando te reclamó.
—Ella mencionó el anillo honorifico de los bancos Crowel
—se inclinó de hombros—. Parece ser que la recuerda muy
bien y, al vérmela, pensó que era el único portador.
—¿El anillo? —Carson recargó su espalda en la silla,
mostrándose abatido—. ¿Sólo eso? ¿El anillo de los Crowel?
—Parece que así es, lo cual da un amplio repertorio a
buscar —elevó las cejas—. Tendríamos que buscar entre
cientos de personas.
—Sería una locura preguntarlo —descartó Carson—.
Cualquiera se ofendería de tal acusación.
—Dímelo a mí. —Carson lo miró con ojos entrecerrados
en reclamación y siguió pensando en una forma de descifrar
al culpable.
—Fue hace seis años —concluyó Carson—. No tenía
tantos socios en ese entonces.
—Entiendo, podría ser un buen inicio —aceptó Seth—. Por
cierto, ¿dónde se encontraba cuando ocurrió? Quizá pueda
ser de ayuda conocer ese dato también.
—Mencionó el nombre de su amiga, pero no el apellido.
—Tendrás que conseguirlo si quieres hacer más rápido
todo el asunto, seguro que me lo pedirán.
Carson asintió un par de veces y suspiró.
—Dudo que quiera hablar de ello, suprime el recuerdo
constantemente y la entiendo, es doloroso.
—Puedo imaginarme la índole de lo que le sucedió
Carson, pero si quieres que te ayude, tendrás que sacar el
tema.
—Lo sé. Por el momento investiga los socios que tenía en
ese tiempo —ordenó—. Quiero los nombres lo antes posible.
—Iré a París a buscar información en el banco, no sé que
tanto pueda encontrar ahí, sino tendré que ir a Suiza. —
Finalizó Seth.
—Creo que en Suiza habrá más que sacar que aquí.
—Haré el intento de todas formas, se supone que eso le
pasó en París ¿o no? —Carson asintió—. Entonces algo tiene
que haber en el banco si se dice que era un socio.
—Gracias Seth. —El importante hombre entrecerró los
ojos hacia su amigo—. ¿Por qué pareces tan solicito? Ni
siquiera te has quejado una sola vez.
—¿Eres el jefe o no? —sonrió—. Mi deber es obedecer.
—Jamás lo has hecho.
—Ahora sí.
Al ver como Carson Crowel, el impenetrable empresario
que no mostraba sentimiento alguno, parecía claramente
derrotado, Seth frunció el ceño y suspiró.
—Carson, ¿qué fue lo que le pasó?
Los ojos grises de aquel hombre se elevaron hasta
posarlos en los de su amigo. Parecía nervioso, frustrado y a
punto de tener un ataque, no sabía si le correspondía
decírselo.
—La violaron en esa casa —dijo al final—. Parece ser que
había una fiesta y la amiga “desapareció” dando paso al
hombre.
—¿Qué? —Seth se puso en pie—. Me estás mintiendo.
—No mentiría con algo tan delicado como esto.
—Lo sé —se dejó caer en la silla al notar que llamaba la
atención de los demás comensales—. ¿Estás seguro?
—¿Crees que lo inventó? —le dijo enojado—. Te aseguro
que ella no actuaba el terror ni tampoco la vergüenza que
sentía ayer.
—¿Está bien? ¿Ella está bien?
—Está bien —asintió Carson y empinó su vaso—. Quiero
encontrar a ese bastardo y hacerlo pagar.
—Te ayudaré en todo lo que pueda.
—¿En serio? —lo miró divertido—. ¿Por qué?
—Creo que me siento mal por ella… el que piense que
tiene relación conmigo me provoca náuseas —negó—.
Jamás estaría de acuerdo en que algo así le pasara a una
mujer, Carson, lo sabes.
Carson miraba con semblante imperturbable el
sufrimiento y aparente preocupación en el rostro de su
amigo. Seth se sorprendió, parecía que ni siquiera hablar de
la violación de su esposa podía alterarlo. Pero Seth sabía
que esa pasmosa calma era la cubierta de su tormentoso
interior que ardía por venganza.
—Entonces hazlo, averigua a la mujer esa y a los socios.
—Carson… deja que hable con ella —pidió desesperado
—. Sé que es tu esposa y que no tengo nada que ver con
ello, pero no puedo vivir sabiendo que ella puede creer que
he sido yo.
—De nada le servirá que hables con ella —Carson sacó su
cartera—. Además, no estoy seguro de si le gustaría que lo
sepas.
—Está bien.
—¿Cuándo partes a París?
—Mañana mismo.
Carson asintió.
—Te veré allá en una semana o dos.
—¿Volverás a París? Pensé que viajarías a Roma.
—Iré para allá después.
—No sé si conseguiré algo en dos semanas, Carson.
—Ojalá puedas actuar con rapidez —el hombre se puso
en pie y acomodó correctamente su saco sobre sus hombros
para marcharse.
—Carson —lo detuvo Seth, atrayendo su mirada—. Lo
resolveré.
—Eso espero también.
Seth vio la partida de su amigo y se apuró a partir,
Carson tenía razón de estar nervioso, pero no tanto como lo
estaba Seth.
Capítulo 27
Ashlyn regresó a casa de su esposo pasadas las diez de
la mañana, tenía la esperanza de que Carson tuviera entre
sus defectos el ser impuntual, pero parecía ser que era cosa
sólo de ella. Debió imaginar que alguien con la personalidad
como la de su marido no podía permitirse ni un minuto de
retraso.
—¿Dónde estabas? —le preguntó en cuanto pasó el
umbral del comedor, donde la esperaba tranquilo.
—Fui con Micaela —sonrió—. ¿Hubo algún problema?
—No, pensé que descansarías un rato hasta que volviera,
no que saldrías corriendo en cuanto yo cerrara la puerta de
la casa.
—Bueno, soy inquieta, al igual que tú —sonrió tomando
asiento—. ¿Qué sucedió con tu reunión? ¿Todo salió como
querías?
—No lo diría así, pero al menos comenzarán a moverse
como deseo que lo hagan —asintió.
—Uy, pero qué miedo me das —bromeó, tomando su vaso
de jugo y empinando un poco.
—¿Qué quieres hacer el día de hoy?
—¿Tendrás desocupado el resto del día?
—No, pero puedo concederte algo que desees.
—Mmm… bueno, mis primas hablaron de una obra
fabulosa, todo Londres dice que es grandiosa. —Lo miró—.
¿Qué dices?
—¿Teatro? —suspiró y se inclinó de hombros—. Si es tu
deseo.
—Lo es —sonrió abiertamente—. Lamento escoger cosas
que parecen disgustarle tanto.
—No me disgustan, tan sólo no las encuentro muy
atractivas.
—Bien, entonces escoge tú —le dijo divertida—. Dígame,
señor ¿Qué le gustaría hacer a usted? ¿Qué le divierte?
—Escuché que abrió una galería por aquí, me gustaría
verla.
—¿Arte? —ladeó la cabeza—. ¿Le gusta el arte?
—Me fascina.
—Bien, cancelemos el teatro y vayamos a la inauguración
de esa galería —asintió—. Veamos que tan buen gusto
tiene.
Carson asintió y disimuló una sonrisa tras su taza de café,
le agradaba ver a su esposa tan feliz, de hecho, parecía que
no la acosaba ninguna preocupación o sentimiento de
tristeza.
La pareja decidió dar una caminata por los jardines
cuidados de la propiedad que acababan de adquirir,
parecían tranquilos y felices uno al lado del otro, siendo la
mujer quien iniciaba la mayoría de las conversaciones, pero
siendo atendidas diligentemente por su marido, quien
contestaba cualquier cosa que le preguntara.
—Así que… ¿El señor Humbel es socio de su empresa
joyera?
—Sí —dijo a secas, no quería hablar de Seth en ese
momento.
—Bueno, habrá que invitarlo a cenar ahora que está aquí.
—Partirá para París mañana mismo —la miró—. No tienes
que esforzarte tanto, si no quieres verlo, lo comprenderé.
—Creo que sería un poco tonto si me comportara así, es
un socio importante, dudo que no vaya a verlo en
beneficencias o eventos que involucren al banco o el resto
de sus negocios.
—Tampoco te forzaría a ello.
—Ya se lo he dicho, no soy una flor que se desojará con el
primer viento otoñal, estoy bien desde antes de casarme —
elevó ambas cejas—. Sé que lo que revelé ayer ha de serle
de impacto, pero para mí no tiene más importancia.
—¿Nunca pensaste en hablar con tus familiares? ¿Los
Hamilton?
—No, claro que no, ellos le dirían a mi padre en seguida.
—¿Por qué tiene que ser un secreto?
—Porque odio que la gente me tenga lástima, como la
tiene usted en este momento —dijo enojada, separándose
de él.
—Ashlyn —la tomó del brazo para detenerla—. No te
tengo lástima, pero debes comprender que no me es fácil
actuar normalmente. Estoy enojado, quisiera matar a ese
idiota con mis propias manos.
—Pero no es necesario, ni siquiera quiero que lo intente.
—¿Por qué no?
—No quisiera que algo saliera mal y fuera usted el herido
—negó y le tomó la cara—. ¿No lo entiende? Esa persona es
un bandido, un criminal que buscan sentirse mejor al
sobajar y maltratar a otras personas. Pasó hace años, es
imposible que lo encuentre.
—Nada es imposible.
—Por Dios —negó con la cabeza—. Lo está haciendo
¿cierto? Lo está buscando.
—No lo diría así.
—Por favor, debe detenerse, no quiero saber de ello, no
quiero volver a verlo, ni siquiera pensar en que puedo verlo
—se alteró.
—No tendrás que verlo.
—No —ella caminó hacia atrás—. No, no quiero, ¡No se lo
he pedido! ¿Cómo se atreve a actuar a mis espaldas?
—Actúo como mejor me lo parece.
—¿Sin consultarme? ¿Sin siquiera tomarme en cuenta?
—Merece morir por lo que te ha hecho.
—¿Quién dice eso? ¿Es usted un dios para dictaminarlo?
—No creerás en esas tonterías.
—Es lo único por lo que no perdí la cabeza, señor.
Carson caminó de un lado a otro y se acercó de nuevo a
ella.
—¿Qué quieres que haga con ello, Ashlyn? ¿Qué me
quede tranquilo después de saber lo que sucedió?
—¡Sí! Sólo quería ser escuchada, no vengada.
Carson cerró los ojos y negó con fuerza.
—No puedo hacerlo.
—Por favor —se adelantó—. Hágalo por mí, me crea más
tensión pensar que está buscándolo, siento que vendrá por
mí de nuevo, tendría terror nuevamente, no quiero volver a
sentirme así.
—Mandé a Humbel a investigar.
—Entonces cancele eso e invítelo a cenar.
—Pensé que no lo tolerabas.
—Él no me hizo nada, no fue quien me violó o maltrató. —
Lo miró—. Salió esta mañana para encontrarse con él
¿Verdad?
—Sí —suspiró.
—Señor, tratar de buscar y matar a la persona que me
dañó no me hará sentir mejor y tampoco expiará la culpa
que siente por lo que sucedió con su hermana.
Carson regresó una mirada furiosa hacia su esposa.
—¿Qué dijiste?
—Lo siento —bajó la cabeza—. Sé que he despertado esa
herida y quisiera que la sanara, pero eso no pasará
matando personas.
—No te atrevas a hablar de mi hermana, no sabes lo que
pasó.
—Explícamelo —pidió suplicante.
—Será mejor que me vaya.
—¡Espere! —le tomó la mano—. ¿Por qué yo le debo de
tener la confianza para decirle lo que me sucedió, pero
usted no?
—Tengo que irme.
—Carson…
—Ashlyn, suelta mi mano, si me quedo, no te gustará lo
que verás —advirtió, sintiendo cómo el agarre de su esposa
se aflojaba—. Te veré a las ocho para ir a la inauguración de
la galería.
Ella asintió levemente, sin mirarlo, con la cabeza
agachada. Carson suspiró, besó la coronilla de su esposa y
se marchó de ahí antes de que otra cosa pasara.
Ashlyn suspiró con fuerza y levantó la cabeza, su mirada
llena de determinación y molestia. Odiaba que sintieran
lástima por ella y era justo lo que había conseguido al
contarle su infierno a su marido. Aunque algo le decía que
no era todo sobre ella, él en realidad no le tenía tanto cariño
como para sentir aquella sed de venganza, no, eso lo hacía
por su hermana, por su pasado que resultaba parecido, por
no decir que igual. Suspiró. Así como él podía mover piezas,
ella también sabía cómo moverlas.
—Toma Beck, debes llevar esto a casa de Publio Hamilton
—extendió la carta a su doncella—. Nadie debe verte
hacerlo.
—Sí, mi señora.
—Tampoco debes decirle al señor.
—Por supuesto, señora Ashlyn.
—Gracias Beck —sonrió—. Corre, ve.
La doncella dio un salto y salió corriendo de la casa en
dirección a la de su primo. Lo necesitaba, quería saber la
dirección de los padres de Carson para ponerse en contacto
con ellos, tenía muchas cosas qué preguntar sobre el
accidente de la hermana y la razón por la que no habían
asistido a la boda. Debía ser cuidadosa con el tema, seguro
que si su esposo se enteraba no estaría más contento que
ella cuando le dijo que quería encontrar a su violador.
Su doncella volvió con una carta en respuesta,
sorprendiendo notoriamente a Ashlyn quién rompió el sello
y leyó con prontitud. Era obvio que su primo no tendría una
respuesta inmediata, pero parecía ser que irían al mismo
lugar esa noche, Publio la había citado en la galería que
Carson quería visitar. No tenía idea de por qué Publio
querría ir a un lugar así, pero si la estaba mandando llamar,
era por una buena razón.
Ashlyn pasó el resto del día investigando la casa, leyendo
el libro que había dejado a la mitad y en general,
aburriéndose sobremanera. Definitivamente debía encontrar
una actividad que no le ocasionara salir de casa, ella
normalmente salía para divertirse al quitarle dinero a
malnacidos o nobles, para después repartirlo a la gente
necesitada de los alrededores, actividad que dudaba que
fuera del agrado de Carson, mucho menos en esos
momentos.
—¡Por Dios! ¡Me moriré de aburrimiento! —se quejó
Ashlyn, mirando a su alrededor y teniendo una idea
brillante.
No había visitado las cámaras de su marido, quizá ahí
hubiera alguna carta de sus padres, no necesitaría la ayuda
de Publio si ella encontraba antes la respuesta. Se puso de
pie de un brinco y subió las escaleras, siendo observada por
Rita, la fiel dama que su marido había dejado en casa para
no permitirle meterse en problemas. A donde quiera que
fuera, la mirada oscura de Rita la perseguía, o más bien,
vigilaba.
¿Acaso Carson se lo había encomendado?
Ashlyn trató de abrir la puerta, notando que esta tenía
llave, ¿Por qué alguien cerraría con llave su propia
habitación? Esa era su casa, nadie debía dudar de las
personas que habitaban su propia casa, aunque había sido
particularmente listo, puesto que ella había querido
husmear en cuanto tuvo la oportunidad. ¿Qué le escondía?
—¿Necesitaba algo, señora?
—Rita —se volvió hacia la mujer con una sonrisa—. ¿Qué
hay aquí? ¿Por qué está cerrado?
—Son las habitaciones del señor Crowel, señora, no le
agrada que nadie entre a ese lugar.
—Entiendo, pero yo soy su esposa.
—Lamento decepcionarla, señora, pero no tengo la llave,
nadie a excepción del señor Crowel la tiene.
—Mmm… pareciera que esconde algo enorme ahí dentro.
—No lo diría así, señora, el señor Crowel es un hombre
cuidadoso en su proceder, no le gusta que la gente husmé
sus cosas.
—¿Está insinuando algo Rita?
—No me atrevería, señora —sonrió—. ¿Gusta algo más?
—Estoy bien —suspiró—. Saldré.
—El señor Crowel dejó indicaciones para que usted no
saliera sola de ahora en más.
—Parece que no le gusta que fisgoneen en sus cosas,
pero a él si le gusta husmear en las de los demás —negó—.
Saldré sola.
—Señora…
—Lo siento Rita, yo tampoco acepto que me den la
contraria.
Ashlyn tomó sus cosas y partió hacia la casa de su
hermana mayor, quien estaba quedándose en casa de
Bermont por un tiempo, o al menos hasta que su esposo lo
dictaminara diferente.
—Buen día, ¿mi hermana? —sonrió la pelirroja,
entregando su sombrero y abrigo.
—En el salón, señorita.
—Ahora soy señora, Firzt —corrigió la joven—, me he
casado.
—Oh, es verdad —sonrió—. Mis felicitaciones mi lady.
—Gracias —sonrío la joven, caminando segura hacia el
lugar indicado por el mayordomo de la casa.
Hubiese querido salir corriendo cuando escuchó la voz de
su marido venir desde ese mismo lugar, pero los gritos de
sus sobrinos la delataron con todos los adultos en el interior.
—Maldición —susurró la joven, abrazando las cabecitas
que se pegaban a sus piernas con alegría.
—¡Tía Ash! ¡Te extrañe! —sonrió su sobrino.
—Y yo a ti —miró con una sonrisa a su hermana, quien se
acercaba con los brazos abiertos y le daba un abrazo fuerte.
—Hablemos en el jardín —le advirtió y se separó de ella
para incriminarla con los ojos—. Ahora.
—Tengo que…
—¡Qué tal pelirroja! —se puso en pie Calder—. Qué bueno
verte por aquí, los niños prácticamente berrearon por tu
presencia.
—Hola Calder —sonrió en contestación, ella siempre se
había llevado particularmente bien con su cuñado—. Es
bueno verte de buen humor para variar.
—Se lo debo a tu marido —asintió Calder—. Este bastardo
al fin ha aceptado a trabajar conmigo.
Carson se había puesto en pie y la miraba con una
seriedad que helaría las venas de cualquier ser viviente.
—Estaremos en el jardín por si nos necesitan —excusó
Blake—. Niños, vengan, vamos afuera.
—¡Sí! —gritó Kenia—. Tía, ¿Podrías jugar a las volteretas
con nosotros? Mamá no puede por el bebé.
—¿Bebé? —frunció el ceño Ashlyn.
—¡Kenia! —regañó su madre y sonrió—. Lo lamento,
queríamos estar más seguros antes de hacerlo una noticia.
—¡Me alegro tanto! —la abrazó Ashlyn—. Habían tenido
problemas en volver a quedar en cinta.
—Al fin sucedió de nuevo —asintió la joven, esperemos
que no lo pierda… como las otras veces.
—Blake —le tomó los hombros la menor—. Ya has tenido
un hijo sano y fuerte, podrás tener más.
—Gracias —sonrió la mayor—. Vamos, tengo cosas de
qué hablar contigo.
—Supongo que son sobre mi marido.
—¿Y lo preguntas?
—En realidad lo afirmé.
Caminaron por el jardín de la casa de Bermont, la casa
que perteneciera a su familia por generaciones hasta que
llegó Calder y se convirtió en su heredero. Ahora todos
encontraban tranquilizador el hecho de que tan amada casa
estaría bajo el cuidado de Blake.
—¿Cómo fue? —dejó salir de pronto la mayor.
—¿Acostarme con él?
—Por Dios, Ashlyn, no seas malhablada.
—¿Se considera malhablado?
—Al menos no muy educado —la regañó con la mirada—.
Pero sí, ¿Cómo se comportó contigo?
—Él fue… muy amable.
—Amable —negó Blake—. Pensé que se quedaría a tu
lado, por lo menos en el primer día.
—Así como Calder, él es incontrolable en otras cosas, su
trabajo es su pasión y lo entiendo.
—Tú deberías estar sobre cualquier otra cosa.
—¿Lo eras tú cuando tu relación comenzó?
—No —aceptó.
—Entonces dame tiempo a mí también —la incitó a
caminar y sonrió—. Sabes que siempre obtengo lo que
quiero de los hombres.
—No siempre.
—Es verdad, pero con él aprendí a hacerlo —elevó una
ceja—. Tranquila Blake, voy a lograr que mi marido me ame.
—¿No crees que ahora te ame? Mamá dijo que al menos
te apreciaba, que incluso padre decía que te quería.
Ashlyn mordió sus labios y miró a sus sobrinos
corretearse entre sí, tirándose al suelo y rodando sobre el
césped.
—Creo que es lo que ellos esperaban, pero lo dudo, está
muy enfrascado en su pasado, dudo que pueda disfrutar
algo de su presente —se inclinó de hombros.
—¿Cómo harás para que él mire al presente?
—Aún no lo sé —dijo divertida—, pero me metí sola en el
problema y sola sabré salir.
—Siempre has pensado que puedes con todo sola —negó
Blake—. ¿Por qué eres así?
Ashlyn sonrío de lado.
—Porque he tenido que hacerlo de esa forma para no
dañar a nadie con mis tonterías.
—No creo que nada de lo que te suceda pueda ser
tomado como una tontería por parte de tu familia.
—Pero qué linda eres —le pellizcó la mejilla a su
hermana.
—Déjate de juegos Ashlyn —le apartó la mano de un
golpe y la miró escrutiñadora—. ¿Qué nos escondes?
—Mmm… un montón de cosas ¿Qué puedo decir? Quizá
debí ser una Hamilton en lugar de una Collingwood.
—Qué graciosa.
—Estoy bien Blake, relájate.
—Ashlyn.
La pelirroja cerró los ojos y suspiró al momento de
volverse hacia el hombre que le pedía que se marcharan
juntos.
Capítulo 28
Ashlyn bajó de un brinco de la carroza y prácticamente
corrió camino arriba, encerrándose en su recámara a
sabiendas que no era la misma que la de su esposo, eso
quería decir que Carson debía respetar sus aposentos tanto
como él pedía que se respetaran los suyos, que incluso
estaba cerrada con llave.
Ella mantenía la frente pegada a la puerta de su
habitación cuando alguien tocó directamente a la madera,
haciéndola dar un paso hacia atrás y mirar dudosa la perilla,
vigilando que no fuera a ser abierta.
—Ashlyn, abre la puerta.
—Me estoy cambiando, señor —le gritó para ser
escuchada—. ¿Puede esperar su conversación?
—No, abre.
—Estoy desnuda justo ahora.
—Nada que no haya visto ayer. —Ella miró enojada hacia
la puerta y quitó el seguro, dejándolo pasar—. No me
pareces desnuda.
—Estaba a punto de meterme a la tina.
—¿Qué estás haciendo?
—Ya le dije, me daré un baño.
—No, me refiero a qué demonios haces saliendo sola y
aparentemente persiguiéndome a donde quiera que voy.
—En estas ocasiones ha sido una casualidad que no me
esperaba.
—¿Planeas volverme loco? ¿Qué no sabes que podrían
quererte hacer daño de nuevo?
—No, señor —ella lo miró con los brazos cruzados—. ¿He
de recordarle que eso pasó hace algunos años? He salido y
hecho lo que he querido durante todo este tiempo y nada
más me ha pasado.
—Has tenido suerte —negó, caminando por la habitación.
—No, me aprendí a defender —lo siguió.
—Claro, ¿Cómo lo hiciste en París? —la incriminó con la
mirada—. ¿He de recordarte que perdiste tu arma y que te
tenían sobre la mesa, levantándote el vestido?
—¡Basta!
—Sí, basta —la apuntó—. Quizá cuando estuviste con tus
padres pudiste hacer lo que te vino en gana, pero ya no
será así.
—¿Piensa mantenerme en una jaula? —negó—. Eso no
servirá.
—Te pienso mantener segura.
—Es una prisión.
—No permitiré que nadie más sufra por un descuido mío
—amenazó, sus ojos cargados en ira y reproche hacia ella,
pero también hacia sí mismo.
Ashlyn lo miró fijamente por un largo momento, pero no
aguantó la fuerte mirada grisácea de su esposo, viéndose
obligada a apartarla.
—No soy una niña, tampoco soy alguien a quien defender
—apretó los puños—. Soy su esposa, no su hija o su
hermana.
—Dije que no hablaras más de ella.
—Se comporta como si me tratara de ella —reprochó.
Carson apartó la mirada con fiereza y miró por la
ventana, quedándose en silencio por varios minutos que
lograron poner a la joven cada vez más nerviosa.
—Lo siento —suspiró de pronto, sorprendiendo a su
esposa—. Lo siento Ashlyn, tienes razón.
La mujer suspiró aliviada y se atrevió a caminar hasta él
para tomarle la barbilla, volviéndolo hacia ella.
—Carson… —sonrió de lado—. Tenemos cicatrices, ambos
las tenemos, pero no quiero que me trate como si fuera un
ser débil al que tiene que proteger, porque no lo soy y me
rebelaré siempre.
El hombre la miró con intensidad, pero asintió, tomando
la mano que ella presionaba contra su mejilla para
llevársela a los labios y depositar un suave beso en sus
dedos.
—Entiende también que no puedo evitarlo.
—Lo sé —sonrió Ashlyn—, trabajaremos en ello.
Carson asintió y miró a la doncella que se mantenía en el
umbral de la puerta, silenciosa y respetuosa, sin levantar la
mirada, pero sin poder marcharse puesto que la habían
enviado a servir.
—¿Qué sucede Beck? —preguntó Carson.
—La señorita Rita me ha mandado a atender el baño de
la señora Crowel —dijo con la cara dirigida hacia el suelo.
—Ah, sí —Carson volvió la mirada a su esposa, mostrando
una sonrisa de diversión—. Así que no todo era mentira.
—Tengo que estar presentable para la galería.
—Bien. —La miró con ojos imperturbables, pero muy en el
fondo, detrás de esa capa de acero que tenía para enfrentar
a las personas, Ashlyn pudo notar el brillo del deseo—.
Beck, pon la tina y sal, yo me encargaré a partir de ahí.
—Sí, mi señor —la doncella pasó presurosa e hizo lo
mandado.
—Nada sutil —Ashlyn lo rodeó con los brazos.
—¿Por qué serlo? —se inclinó y la cargó—. Técnicamente
es nuestro primer día casados.
Ella rio un poco y se dejó llevar en medio de besos que la
hacían suspirar, a sabiendas de lo que pasaría después, de
cómo la sacaría de sí, al punto de encontrarlo insoportable.
Carson la dejó sobre sus pies y comenzó a desabrocharle
el vestido, al mismo tiempo que ella se agachaba para sacar
sus botines, estaba por quitarse las medias, cuando de
pronto él la hizo volverse con rapidez y reclamó sus labios
con afán de robarle hasta el último suspiro que pudiese salir
de ella.
Ashlyn se quitó las prendas que le faltaban para quedar
completamente desnuda y, cuando hubo terminado, no se
quedó sin hacer nada y desabrochó el pantalón de su
esposo y sacó la camisa para comenzar a desabotonarla
hasta dejar al descubierto el pecho formado y tapizado con
un suave y castaño vello que recordaba bien, cuando había
sentido su peso sobre ella.
La pelirroja se elevó en las puntas de sus pies y trató de
rodearlo con sus delgados brazos, ansiosa por volver a
sentir su cuerpo excitante contra el de ella, como la noche
anterior.
—Espera, te caerás —la sostuvo su esposo, levantándola
un poco y metiéndola en el agua caliente.
—Ven —sonrió la joven, lanzándole un poco de agua
mientras lo veía terminar de desvestirse.
Carson se introdujo en la tina y la atrajo hasta él,
compartiendo besos sedantes, llenos de emoción y risas
que salían de la garganta de su esposa, quién parecía
complacida con ese nuevo método para hacer el amor.
Ashlyn estaba sentada sobre el regazo de su marido,
presionándose contra él, ansiosa por la posición, por el agua
y en general, por el hombre que la besaba.
La joven no pudo con tantos sentimientos y se vio en la
necesidad de cerrar sus ojos, de morder sus labios y de
aferrarse con fuerza a los hombros varoniles que le
recordaban que seguía viva, que estaba conectada con otra
persona y no podía morir en sus brazos, al menos, no
realmente, porque sintió que la había llevado al borde de un
precipicio y sin miramientos la tiró al vacío.
Carson cerró los ojos y sonrió cuando ella se desplomó
sobre él, acomodando su cabeza sobre su hombro y
esperando a que las ráfagas de goce pasaran y regresara a
la realidad junto a él.
—Ashlyn —le susurró cerca del oído, mordiéndolo un poco
—. Tenemos que salir.
—No… sólo un poco más.
—Se nos hará tarde.
—Ya no quiero hacer otra cosa.
El pecho de Carson retumbó cuando no pudo resistir una
pequeña risa, le tomó la cara a su esposa y la separó lo
necesario para verla a los ojos, los cuales seguían brillantes
y en un mundo completamente diferente al real. La besó,
pegándola a su cuerpo nuevamente, pero comenzando a
levantarse.
—No —reclamó caprichosa—. No vayamos a ningún lado,
quedémonos aquí.
—Si eso es lo que quieres, puedo complacerte.
Ashlyn lo pensó por unos momentos, pero recordó que
Publio estaría esperándola en esa misma inauguración, así
que rechazó la tentadora oferta y salió del baño, aceptando
la toalla que él extendía para taparla en cuanto pusiera un
pie fuera de la tina.
—¡Vamos increíblemente retrasados! —se quejó la joven
al ver el reloj de la habitación, volviendo la mirada hacia su
marido, quien abría la puerta de la habitación—. ¿Piensas
salir así?
—¿Qué quieres que haga? —elevó las cejas en burla—.
¿Qué me ponga ropa de mujer?
—No, supongo que no.
Ella lo miró salir de la habitación y se volvió en seguida
hacia el armario, de dónde comenzó a sacar vestidos que le
parecían adecuados para la noche, debía al menos
colocarse el camisón para que su doncella no viera las
heridas de su cuerpo y lo pensó a tiempo, porque justo
cuando la tela caía por sus piernas, Beck llegó con una
sonrisa.
—¿Ha sido un baño agradable, mi señora?
—Pero qué indiscreta, Beck —la miró con ojos
desorbitados y una sonrisa—. Pero sí, muy agradable.
—El señor Crowel parece contento también —asintió la
jovencita—. ¿Quiere que le ponga este vestido?
—Sí —apuntó al vestido azul—. Este es el adecuado.
—Tiene usted una figura preciosa, señora —sonrió la
joven, apretando el corsé de la dama.
—Soy bastante criticada, querida Beck, porque una
belleza cortesana no debe tener tanto aquí —se tocó el
busto y las caderas.
—Me parece una mujer más saludable que esas delgadas
mujeres o las infladas en exceso.
—Oh, Beck, qué lengua tan larga tienes —rio la pelirroja.
—Claro que la señorita Agatha era hermosa, una belleza
a pesar de ser delgada como el tallo de una flor.
—¿Agatha? —se volvió—. ¿La hermana de mi marido?
—Oh, sí, yo la quería mucho, éramos amigas, de la edad.
—¿Cuántos años tienes, Beck?
—Diecinueve, señora, ¿Por qué?
—Curiosidad —sonrío y negó con la cabeza, mordiendo
sus labios para intentar frenar la curiosidad que le calentaba
el alma—. ¿Cuándo sucedió el accidente con la señorita
Agatha?
—Hace cuatro años, teníamos quince.
—Es horrible.
—Sí, fue espantoso —aseguró Beck—. Todos en la familia
se pusieron muy mal, incluso nosotros, sus sirvientes.
—Me imagino que sí. —Esa era una de las razones por las
cuales ella jamás quiso decir nada, no quería que nadie más
sufriera.
—Pero nadie estaba peor que el señor Crowel —Ashlyn
levantó la mirada—. Cambió mucho.
—¿En qué sentido?
—Ashlyn —se abrió la puerta de la recámara, silenciando
instantáneamente a la doncella, quién seguía colocando
adornos en el cabello peinado de su señora. Era una lástima
que Carson fuera un hombre perspicaz, notó el cambio de
atmósfera en seguida—. ¿Interrumpo algo?
—Nada —Ashlyn se puso en pie y dio una vuelta—. ¿Te
gusta?
Él asintió levemente, permaneciendo con el ceño
fruncido.
—Te ves preciosa.
—Tampoco estás nada mal —le guiñó el ojo—. Gracias
Beck, puedes retirarte ahora y no me esperes.
—Gracias señora —la doncella salió despavorida del
lugar.
—¿Qué le ocurre? —Carson señaló con un cabeceo.
—La espanta, ¿Qué más?
—Beck jamás me ha tenido miedo —dijo seriamente.
—Entonces, no lo sé, la conoce más que yo.
—Ashlyn —la tomó del brazo cuando quiso pasar por
enfrente de él—. No hagas esto.
—¿Qué cosa?
—Beck es una chica habladora, harías bien en no
preguntarle cosas a ella —elevó una ceja—. ¿Entendido?
—¿Qué se supone que hago mal ahora? —apartó con
delicadeza su brazo y salió de la habitación, sintiendo su
corazón desbocarse.
—No sé que tratas de descubrir, pero preferiría que me lo
preguntaras directamente.
—Muy bien —se detuvo y se giró para mirarlo—. ¿Por qué
tiene llave su recámara?
—¿Trataste de abrir mi recámara?
—Simplemente quise entrar a buscar papel para escribir
una carta y noté que estaba cerrada, ¿Debo hacer lo
mismo? ¿Roban aquí?
Carson curveó el lado derecho de sus labios y enarcó una
ceja.
—Tienes papel aquí, en el escritorio, supongo que lo
habrás encontrado después de usar una excusa tan mala
para abrir mi recámara —se cruzó de brazos.
—No me ha contestado la pregunta.
—Son cosas personales.
—¿Personales? —frunció el ceño—. Estamos casados.
—Pero seguimos siendo personas diferentes,
independientes.
—Entiendo, entonces, usted puede meterse en mi vida
todo lo que le plazca, pero yo en la suya no.
—No dije eso.
—Lo dejó muy claro ahora, señor.
—Espera —la tomó de la cintura—. Es difícil, Ashlyn, no
puedo abrirme tan fácilmente a las personas.
—¿A pesar de que te casaste conmigo? —ella colocó las
manos en el pecho de su marido como defensa.
—Sigo queriendo que tú me conozcas.
—¿Seguro Carson? —negó—. No me lo parece.
—Lo estoy intentando lo mejor que puedo.
Ella cerró los ojos y asintió.
—Lo sé —suspiró—. Es hora de irnos.
Él la siguió por el pasillo, notándola distante y a la
defensiva.
—¿Sigues enfadada?
—Jamás lo estuve —contestó, bajando las escaleras—.
Quizá un poco decepcionada, ¿qué secreto quiere
esconderme?
—Algo que llevo conmigo desde hace mucho.
—Ojalá pudiera ayudar.
—Lo haces, te juro que has ayudado.
Ashlyn terminó de bajar las escaleras y dejó que su
doncella le colocara el abrigo que llevaría para protegerse
del frío. Ambos subieron a la carroza y se mantuvieron en
silencio mientras avanzaban en dirección a la galería de
arte, ella ni siquiera se había interesado en los expositores,
le hubiese podido preguntar, pero ya no era relevante algo
como aquello.
Lo único que había en su cabeza, era encontrar a Publio.
La joven pelirroja se sorprendió ante aquel hermoso lugar
lleno de personas importantes y garbosas, conocedoras del
arte y de la excentricidad de los artistas, era un mundo
completamente nuevo para Ashlyn, quien nunca fue
fanática, pero las personas conocían bien a su marido y
posiblemente la fortuna que solía gastar en lugares del
estilo, así que eran especialmente atentos.
—Señor Crowel, es bueno verlo —sonrió un caballero
vestido extrañamente—. Espero que alguno de mis cuadros
sea de su agrado.
—Lo espero también Ricoletti —asintió Carson—. Le
presento a mi esposa Ashlyn.
—No tenía el placer —el artista se adelantó y tomó la
mano de Ashlyn, depositando un beso en el lugar—, pero es
un deleite.
—Es un placer conocerlo —sonrió la pelirroja, notando
que el artista había paralizado su sonrisa y tenía sus ojos
extrañamente abiertos mientras la recorría lentamente,
poniéndola incómoda.
—Es usted una dama de una beldad poco común, señora
Crowel. —Siguió recorriéndola, sin notar la forma casi
agresiva con la que el señor Crowel lo miraba—. ¿Sería
posible que alguna vez posara para una de mis siguientes
obras de arte?
—Sería para mí un place…
—No. —Interrumpió Carson—. Lo lamento Ricoletti, pero
soy un hombre celoso, más de lo que se pudiera pensar.
—¡Pero claro! —meneó la cabeza el hombre—. Lo lamento
señor Crowel, no quise insultarlo al pasarme su autoridad.
—¿Autoridad? —frunció el ceño la pelirroja.
Carson miró a su esposa con seriedad por unos segundos
y regresó la mirada hacia el artista que parecía mortalmente
apenado.
—No se preocupe, entiendo que mi esposa le parezca
hermosa.
—No quise insultarlo.
—Pero si no es insulto —se introdujo Ashlyn—, gracias por
el ofrecimiento, me ha hecho sentir verdaderamente
especial.
—Lo es, señora —bajó la cabeza al sentir la potente
mirada del señor Crowel sobre él—. Con su permiso.
Ashlyn esperó a que el pobre hombre se marchara para
volverse con una mirada incriminatoria hacia su marido.
—¿Tenías que matarlo de miedo?
—A nadie le parecería el ofrecimiento que hizo —se
justificó—. Sería una locura que alguien aceptara.
—No me dejaste decir que no.
—Estabas diciendo que sí.
—Me pareció un honor.
—A mi no me parece y no dejaré que alguien vea
semidesnuda a mi mujer —elevó una ceja—. ¿Algún
problema con ello?
—¿Por qué habría de estar semidesnuda?
—Se nota que no conoces el arte de Ricoletti.
—¿Y tú sí? ¿Es que siempre compras cuadros de mujeres
semidesnudas? —le echó en cara.
—Basta de peleas. —Carson le besó la sien en frente de
todas esas personas, quienes rápidamente se volvieron y
sonrieron, acercándose para charlar con ellos.
Ashlyn logró separarse del agarre de Carson después de
una hora completa de escucharlo hablar de arte con
personas que obviamente intentaban convencerlo de
comprar esculturas y cuadros, como si fuese el único
comprador factible de la galería.
—¿Me buscabas primita?
—¡Agh! —se tocó el pecho—. Eres un tonto, ¿dónde
estabas?
—¿Yo? Siempre estuve aquí, eras tú la que estaba en
medio de todas las miradas —echó en cara con una sonrisa.
—Mi marido…
—Sí, famoso por estos lugares, tiene un gusto impecable
según mis informantes —recostó su hombro en una pared—.
¿Y bien?
—Esa era mi pregunta, ¿Qué tienes para mí?
—La dirección —Publio sacó un papel de entre su
chaqueta de gala, posándolo frente a su cara de forma
petulante.
—Si no me la entregas de inmediato, es porque quieres
algo a cambio —se cruzó de brazos—. Escupe.
—Sólo te pido que no te metas en problemas, el señor
Crowel suele estar bajo control, pero no es así todo el
tiempo.
—¿Debo tenerle miedo?
—No diría eso.
—¿Entonces?
—Bueno, a nadie le gusta que se metan en su pasado y
tú eres una intensa que lo quiere hacer a marchas forzadas.
Ashlyn le arrebató el papel y lo miró con detenimiento.
—¿Por qué no se llevan bien?
—No tengo idea, tampoco iba a hacer que un águila
investigara los problemas interfamiliares de un banquero.
—¿Qué me dices de su hermana?
—Agatha. —Asintió Publio—. Poco se sabe qué sucedió.
—No me estás ayudando mucho que digamos.
—En mi defensa, me pediste una dirección, no una
investigación focalizada en descubrir la vida de tu marido,
aunque veo que tampoco estás tan desinformada, ¿ves? Te
ha contado algo.
Ella lo miró con desagrado.
—No me ha contado nada, las he descubierto sola.
—Cuidado guapa —le tocó la frente con un dedo,
haciéndola trastabillar un poco—. Te lo digo por experiencia,
la gente se enoja.
—Lo sé, pero si yo no lo investigo, él no me lo dirá.
—Podría doler lo que encuentres.
—¿Por qué dolería?
Publio se inclinó de hombros.
—No lo sé, tan solo hablo por hablar.
—Tú nunca hablas por hablar.
—Es verdad. —Entornó los ojos y se acercó un poco más
a ella, hasta casi susurrarle—. Te diré algo que puede que te
ayude a comprender: el señor Crowel es un hombre
meticuloso y calculador, nada ocurre en su vida por
casualidad, nada es un accidente.
—¿Qué quieres decir?
—Sólo diré eso —se inclinó de hombros—. Suerte primita.
—¡Eres un malvado por dejarme así! —recriminó cuando
lo vio darse la vuelta y marcharse.
—¿Dejarte cómo? —Ashlyn se volvió hacia su marido con
una cara de impresión, notando que los ojos grises seguían
a su primo.
—Nada, es Publio —lo apuntó con una mano temblorosa
que denotaba nerviosismo—. Es sólo un tonto.
—Ese hombre no tiene nada de tonto —Ashlyn se inclinó
de hombros y se dio vuelta para alejarse lo antes posible de
él.
—¿Eso crees? Bueno, seguro porque no creciste con él…
bueno, sigamos divirtiéndonos, ¿quieres? —ella intentó huir,
pero la mano de su marido la detuvo casi al instante.
—¿Qué le preguntaste?
—Nada en particular, ya sabes: ¿Cuál cuadro te gustó
más? ¿Por qué has venido aquí? De hecho, a Publio no le
gustan mucho las interacciones sociales y el arte no es de
su agrado, seguro que está aquí por Kayla, ella…
—Deja de tratar de desviar el tema.
—¿Por qué se molesta? Tan sólo he hablado con mi primo,
eso es normal, ¿acaso no puedo?
—Ese hombre no tiene nada de normal —entrecerró los
ojos—. Basta Ashlyn, sea lo que sea que estés pensando,
basta.
La determinación en ambas miradas era inquebrantable.
Carson supo que ella no se detendría, así que como él
mismo no lo haría, eran testarudos y voluntariosos, nada los
haría moverse de la postura que habían adoptado.
Capítulo 29
“El señor Crowel es un hombre meticuloso y calculador,
nada ocurre en su vida por casualidad, nada es un
accidente.” Aquellas palabras no habían logrado salir de la
cabeza de Ashlyn desde que su primo se las había dicho esa
noche en la galería.
Conforme avanzaban sus días de casada con Carson,
podía darse cuenta de las murallas que él tenía fortificadas
especialmente para ella, para que no pasara y para que no
lo conociera. Era verdad que no la trataba mal, en general
era un hombre complaciente y amable, no podría ponerle
queja alguna si tan sólo durmiera con ella todas las noches
y no tuviera esa maldita habitación con seguro.
Pero Ashlyn tenía algo entre sus manos, desde hacía
semanas que estaba a la espera de una contestación por
parte de la madre de su marido, entendía que no era un
mensaje que llegaría de la noche a la mañana, pero sentía
que llevaba una eternidad esperando por ello.
Esa mañana, despertó justo cuando estaba por
amanecer, su hora acostumbrada. Miró a su lado,
percatándose de que había dormido sola, como en muchas
otras ocasiones, Ashlyn estiró la mano y tocó la almohada
donde se supondría que su marido debía dormir. Ya ni
siquiera pedía que la abrazara, tan sólo le gustaría que
estuviera ahí junto a ella, ¿le era eso tan difícil?
—Buenos días, mi señora —abrió la puerta Beck.
—Hola —la joven se sentó y estiró.
—¿El señor Crowel ha salido temprano esta mañana?
Ashlyn se sonrojó, dejando de lado la indiscreción de la
pregunta, sentía más una zozobra que vergüenza.
—No —dijo segura—. Mi esposo no ha venido anoche.
—Oh… —la joven mordió el interior de su mejilla y sonrió
—. Se ve que la quiere mucho, señora.
—Gracias Beck —Ashlyn sabía que mentía, pero
agradecía su interés en hacerla sentir bien—. ¿Tienes mi
traje de montar?
—Sí —ella alzó el gancho para mostrar el hermoso traje
que su tía Giorgiana había confeccionado bajo sus estrictas
especificaciones—. Es bonito, lo planché ayer en la noche.
—Vamos, si no nos apuramos, el amanecer nos alcanzará.
La joven se puso en obra, y colocó la indumentaria que
parecía entremezclar las prendas de una dama y las de un
caballero, formando un traje de montar muy particular.
—¿Y el sombrero, señora? —la joven parecía no saber
dónde colocarlo en el peinado sencillo que le había hecho—.
¿Aquí?
—Justo encima, ahí está bien.
Ashlyn se puso en pie y se miró en el espejo, ajustando la
pequeña corbata y la chaqueta ceñida.
—¿Cómo me veo?
—Hermosa, mi señora.
—Bien, pide que traigan a mi caballo, iré al parque en
esta ocasión —sonrió la pelirroja, acomodando su peinado.
—Pero señora… sabe que no le permiten ir sola.
—Por favor, Beck, no me repliques.
—Como ordene.
Ashlyn dio un potente suspiro y salió de la habitación con
energía en su caminar, no pensando que se toparía de
frente a su esposo al querer bajar las escaleras. Carson
parecía no haber dormido en toda la noche, estaba
desalineado y tenía ojeras, la barba estaba sin arreglar y
sus hombros parecían menguar ante el cansancio.
—¿A dónde vas? —la detuvo al ver que ella no pensaba
dirigirle ni siquiera un saludo.
—Creo que es obvio por como voy vestida.
—No saldrás sola.
—Sólo iré a montar un rato al parque.
—De todas formas.
—Está bien, pediré que alguien me acompañe —ella no se
volvió en ningún momento, tomó sus faldas y planeó bajar
las escaleras.
—Ashlyn.
Se detuvo tan sólo haber bajado dos escalones
—¿Qué sucede? —dijo sin volverse.
—Lamento no haber llegado anoche.
Ella mordió el interior de su mejilla y trató de respirar
tranquila.
—Espero que se haya divertido.
—Trabajar la noche entera no es lo que yo llamaría
diversión.
—Noté que Rita tampoco estaba —dijo seriamente.
Carson pestañó una sola vez y frunció el ceño.
—¿Qué insinúas?
—Nada —bajó más escalones, pero él hizo lo mimo y se
interpuso en su camino, quedando unos escalones por
debajo de ella.
—¿Piensas que me acosté con ella?
—Yo no he dicho nada —lo trató de esquivar, pero él
volvió a interponerse en su camino—. ¿Me dará permiso?
—He tenido una noche larga y pesada Ashlyn, lo último
que espero es que me lancen acusaciones sin sentido
cuando llego a casa.
—Yo no he dicho nada en lo absoluto —le dijo con
detenimiento, acercándose al rostro de su marido para
marcar su amenaza, tomó sus faldas y volvió a intentar
bajar, pero Carson la tomó por la cintura y la acercó a él—.
En serio me está haciendo enfadar, señor.
—Y tú a mí.
—Entonces, la solución es que deje que me vaya.
—No lo creo.
—¿No ha dicho que ha sido una noche larga y pesada? —
elevó ambas cejas—. La recomendación del médico es que
se vaya a recuperar las horas perdidas.
—Sí, creo que me hace falta recuperar demasiadas horas
en tu cama, ahora que lo pienso.
—No te atrevas Carson.
—¿Ahora me tuteas? —curveó sus labios—. Mejor para
mí.
—No quiero ir —se alejó cuando él intentó cargarla.
—¿Por qué estás tan molesta?
—Por Dios, en serio que vive demasiado ensimismado —
negó y lo apartó—. Con su permiso.
Carson miró el presuroso escape de su esposa y se dejó
caer en las escaleras, recostando su cabeza en el barandal,
tomando el anillo que lucía en su mano izquierda. Había
cometido un error, no debió casarse con ella, había sido
estúpido al pensar que podría cambiar y hacerla realmente
feliz, era claro que no era feliz ahora.
—¿Señor Crowel? —se acercó Beck—. ¿Se encuentra
bien?
—Sí —la miró con una sonrisa y se volvió nuevamente
hacia la puerta de la casa—. ¿Cómo se encuentra mi
esposa?
—Lo echa de menos, mi señor.
—¿Cómo lo sabes?
La joven ladeó la cabeza y sonrió con dulzura.
—Bueno, es obvio, siempre que despierta, la señora está
viendo el lado vacío de la cama, a veces acaricia su
almohada. —Se inclinó de hombros—. Supongo que quiere
decir que lo echa de menos.
—Así que una niña sabe más que yo ahora.
—No soy una niña, mi señor, tengo diecinueve —corrigió.
—Una niña de diecinueve sabe más que yo —elevó una
ceja.
—Sí, si lo dice así, entonces es verdad —la jovencita dejó
salir una risita y siguió con su camino.
Carson se tomó del barandal y se puso en pie,
terminando de subir la escalera y abriendo su habitación,
donde había pasado gran parte de sus noches y muchas
horas de desesperación desde que Ashlyn le había
confesado su ataque por esos sinvergüenzas.
Encendió las luces, mostrando la extensa investigación
que había hecho desde el día que su hermana sufrió el
ataque, la forma en la que lentamente lo guio hasta París y
hasta Ashlyn. Estaba casi seguro que el violador podría ser
el mismo; pensó que su esposa podría contarle algo que
recordara sobre sus captores, pero ella se había mostrado
tan rejega con el tema que… lo había enfadado.
Se dejó caer en la cama y cubrió sus ojos con una mano,
¿Acaso la estaba castigando por no querer recordar su
pasado doloroso? Si eso era verdad, se sabía un cretino,
porque él no podía ni siquiera mencionar el nombre de su
hermana sin sentir que se desgarraría por dentro, no podía
obligar a su esposa a recordar todo un evento doloroso
como el que había sufrido sólo por... sólo por su venganza.
¿Cómo podría ella perdonarlo si se enteraba de las
razones por las que llegó hasta las puertas de sus tíos? Era
verdad que no pensaba enamorarse de ella, ni tampoco
planeó casarse; pero cuando la conoció, cuando la vio reír y
vivir la vida al límite de la felicidad… no pudo resistirlo y
cayó preso en el deseo de poder ser igual, de absorber un
poco de sus ganas de vivir, porque él no tenía ninguna.
Parecía estar tan cerca de la verdad que casi podía sentir
el cuello de ese depravado debajo de sus dedos…
—¿Señor Crowel? —Rita llamó a la puerta.
—¿Sí? —no quería indicarle que pasara, estaba cansado y
en mucho sentido, Rita había sido la causa del enojo de su
esposa.
—Una carta para la señora Ashlyn. —dijo desde el otro
lado.
—Déjenla en su recámara —contestó enfadado por haber
sido interrumpido por tales minucias.
—Pero señor, es de parte de la señora Elein Crowel.
Carson frunció el ceño y se sentó en la cama.
—¿Mi madre?
—Sí, mi señor, ¿qué he de hacer?
—¿Cómo supo mi madre sobre ella…? —y entonces, la
iluminación llegó a la faz del hombre—. Los Hamilton.
Carson se puso en pie y abrió la puerta, tomando la carta
de manos de Rita y viendo la fina escritura de su madre con
ojos vacíos y llenos de rencor.
Capítulo 30
Ashlyn llegó a casa pasadas las diez de la noche, había
evitado la casa en todo lo que le fue posible, se mantuvo
entretenida en cualquier lugar y con cualquier cosa,
evitando por completo el tema de su marido o su
matrimonio.
La joven subió las escaleras de dos en dos y entró a su
recámara, quitándose la ropa rápidamente para tomar un
baño antes de ir a la cama, había tenido un día agotador y
no tenía cabeza para nada más.
—Es bastante tarde para estar en la calle Ashlyn —ella
gritó y se volvió rápidamente hacia la cama, donde su
esposo la esperaba debajo de las mantas, leyendo un libro
—. ¿Te sorprende verme?
—Claro que sí —ella buscó su bata y se la colocó—. No
había estado llegando a casa en estos días, no pensé
encontrarlo aquí.
—Mucho trabajo —se excusó—. Terminé temprano.
—Me alegro, ojalá duermas bien, pero supongo que, para
dormir, tiene su propia recámara.
—La tengo, pero dormiré en la de mi esposa —quitó las
sábanas y elevó una ceja—. ¿Dónde estabas?
—Visitando a mi familia.
—¿Segura?
—¿Por qué habría de mentir?
La mirada grisácea de Carson se clavó directamente en la
de su mujer, quien parecía determinada en no apartarla.
—¿Fuiste a casa de los Hamilton?
—Sí —Ashlyn observó los movimientos de su marido por
la habitación, pero ella no se movió—. ¿Por qué?
—Supongo que te hizo falta información.
—No lo entiendo.
—¿Qué fuiste a preguntarle a Publio Hamilton?
—Nada —frunció el ceño—. ¿De qué me acusas?
—Sólo hablo contigo.
—Parece un interrogatorio —Ashlyn buscó su mirada y
siguió con su molestia—. En todo caso de que preguntara
algo a mi primo, ¿Qué tendría de malo? ¿Es que acaso tiene
algo que esconder?
—Puedes preguntármelo a mí, Ashlyn, ¡con un demonio!
—¿En serio? —ella se acercó—. Puedo preguntar, pero
dudo que usted me vaya a responder.
—¿Y qué es esto? —enseñó la carta dirigida a ella.
—No creo que necesite que se lo diga —dijo tranquila,
mirando el sobre sellado—, es una carta ¿o no?
—De mi madre, dirigida hacia ti.
—¿En serio? —Ashlyn sonrió y fingió inocencia—.
Supongo que son sus disculpas por no haber asistido a la
boda, ¿Cierto?
Carson entrecerró los ojos y se acercó a su esposa, quien
hacía una escena bastante aceptable sobre el proceder de
esa carta.
—¿No le mandaste una antes?
—No.
—Por favor, Ashlyn… —pidió con poca paciencia.
—He dicho que no.
—Mi madre no sabía de la boda, ni tampoco sabría dónde
encontrarme —le dijo seriamente—. ¿Cómo se enteró sino
es por ti?
—¿No le dijo de la boda? —la joven sintió que su corazón
era aplastado fuertemente—. ¿Por qué…? ¿Por qué te
casaste conmigo si planeabas mantenerme en secreto? Si
planeaba dejarme sola.
—¡Me casé contigo porque te amo! —le dijo enojado—.
Pero lo demás… te lo advertí, te dije que podría hacerte
infeliz, te lo dije miles de veces y decidiste casarte conmigo
aún así.
—Pensé que trabajarías en ello, que me querrías lo
suficiente como para cambiar.
Carson la miró con tristeza y remordimiento.
—Estoy haciendo mi mejor esfuerzo —le dijo con pesar—.
Aún así, no es suficiente, puedo verlo.
—Quiero entenderte, pero cada vez que intento
acercarme, me alejas como si fuera contagiosa de alguna
enfermedad.
—Estoy acostumbrado a hacer las cosas solo —la miró
con un brillo en su mirada—. Aunque me alegra escuchar
que me tuteas.
—Ya no estás solo —ella lo miró recostarse en la cama y
lo siguió, sentándose junto a él, acariciando su mejilla—.
¿Por qué no le dijiste a tu madre sobre la boda?
—No hablo con mis padres hace años.
—¿Por qué?
Él la miró aún recostado sobre la cama y dibujó una triste
sonrisa.
—Porque ellos me culpan por lo que le pasó a Agatha.
—¿Qué? —se puso en pie—. Eso no puede ser.
—Pero así es.
—No, claro que no lo eres, lo sabes ¿verdad, Carson? ¿Lo
sabes?
—Soy culpable —asintió—. Ellos tenían razón.
—No —ella le tomó la cara y lo hizo mirarla—. Nadie tiene
la culpa de esto, nadie ¿me escuchas?
—Yo estuve ahí, Ashlyn. —Sus ojos se cristalizaron—. Lo
presencié todo sin poder hacer nada.
—Agatha no puede haberte deseado ser infeliz, jamás
habría querido que vivieras lleno de dolor y remordimiento.
—Por eso mi obsesión por encontrarlos, quiero vengarla,
quiero saber si de esa forma me sentiré libre de culpas —
Carson elevó la mano y tocó la mejilla de su esposa—. El
seguimiento del caso me guío hasta ti, de hecho.
—¿De qué hablas?
—Le llevo siguiendo la pista durante años, prácticamente
desde que ocurrió, nosotros estábamos en visita en París
por el quinceavo cumpleaños de Agatha —Carson remojó
sus labios y suspiró—. Y después me enteré de ti, de alguien
que podría saber sobre él porque había sufrido a sus manos
también.
—¿Sabías que fui violada desde antes que te lo dijera?
—No sabía lo que te había ocurrido, pero tenía el
conocimiento de que estuviste entre sus manos —asintió—.
Por mucho tiempo lo dudé, pensé que no podías ser tú, era
imposible.
—¿Porque no estoy muriendo de tristeza o de rencor?
—Jamás pensé que alguien pudiera perdonar de esa
forma —aceptó—. Creí que me había equivocado.
—¿Por qué no te fuiste?
—Porque me enamoré de ti —se inclinó de hombros—. De
la manera en la que vives. Me hacías sentir… con ganas de
sonreír y de disfrutar de nuevo. A tu lado parecía sencillo,
era como si mi dolor no fuera más que una tontería que
podía olvidar.
—Y entonces te confesé lo que me pasó.
—Fue como si todo tomara sentido, tú eras la persona
que había buscado, eras alguien al que podría proteger, al
que debía vengar junto con mi hermana —la miró—. Pero te
lastimé.
—Carson… no me lastimaste, simplemente no hablaste
conmigo y tuve que encontrar la forma de averiguar sobre
ti.
—¿Por eso la carta para mi madre?
—Creí que podría ayudarme.
Carson negó repetidamente y suspiró.
—Ven aquí —la invitó a su pecho y ella obedeció—. Lo
lamento.
—Está bien, lo entiendo.
—No lo haré más, lo dejaré, acabé con esto.
—¿En verdad? —se levantó para mirarlo.
—Creo que no puedo hacerlo, es demasiado para mí, no
puedo dividirme entre todos los pedazos de hombre que
debo ser.
—Creo que sé de alguien especializado en este tipo de
tareas.
—¿Los Hamilton?
—Sí, puedo poner tu caso en su mesa, no te aseguro que
lo tomen inmediatamente, pero pondrán a alguien.
—Me sería de ayuda.
—Sólo debes prometer algo, Carson —ella se levantó del
pecho de su marido para advertirlo con la mirada.
—Lo que sea.
—Si ellos descubren quienes son… tú no harás nada, se
los dejarás a las águilas y cómo decidan resolverlo.
El hombre tomó una larga respiración, pero asintió con la
cabeza, aceptando que su esposa se volviera a recostar en
su pecho.
—¿Puedo dormir contigo?
—Sí —ella lo abrazó—. Quédate conmigo Carson, si miras
hacia el pasado, jamás estaremos juntos.
—Estoy contigo —la abrazó y besó su cabeza—. Te amo.
—Y yo a ti —cerró los ojos y lo apretó con fuerza.
—Vamos, ve a tomar tu baño, es tarde y debemos dormir.
Ashlyn asintió y se puso en pie, pero antes de hacer
cualquier otra cosa, regresó sobre sus pies y miró el sobre
sin abrir.
—¿No te interesa saber qué es lo que tiene por decir? —
elevó una ceja la joven.
—No.
—La leeré de todas formas.
—Ashlyn, nada de lo que diga hará que vuelva.
—¿Es que acaso lo intentó en el pasado?
—Algunas veces.
—¿Por qué no fuiste?
Carson la miró por un prolongado momento antes de
meterse adecuadamente en la cama.
—Te esperaré despierto.
—¿Te has vuelto a cerrar?
—Dije que te esperaría, la abriremos juntos.
Ella sonrió y corrió al cuarto del baño, jamás se había
lavado tan aprisa, incluso había salido con el cabello
estilando de agua, mojándose el camisón que había
dispuesto para dormir, pero saltó a la cama como si volviera
a ser una niña y fuera la mañana de navidad.
—Estás empapada Ashlyn —se quejó Carson.
—Lo siento —ella tomó la toalla y la enredó sobre su
cabello, acomodándola a lo alto, escabulléndose bajo las
mantas y entre los brazos de su marido, en medio de sus
piernas—. Listo.
—Tu camisón sigue estando empapado —le dijo cerca de
su oído, abrazándola y dejando sus manos entrelazadas
sobre su vientre.
Ella lo silenció mientras abría el sobre.
— “Mi querida Ashlyn” —comenzó la joven.
—Vaya, ya eres querida para ella, me parece
impresionante.
—No interrumpas —pidió la joven, quitando la toalla de su
cabello y dejándolo caer sobre su hombro hecho una
maraña—. “Me es una agradable sorpresa saber que mi hijo
ha logrado casarse con una mujer que parece hacerlo feliz.
Me haría mucha ilusión conocerte en persona y, de paso,
volver a ver a mi testarudo y amado hijo, estaré agradecida
si puedes traerlo de regreso a casa, estaré atenta a tu
respuesta, esperando que esta sea positiva. Tuya, Elein.
—¿Testarudo?
—Te está diciendo que te ama.
—Claro, algo debe de querer.
—Sí, me imagino que a ti.
—Claro —la apretó contra sí y le besó el cuello—.
¿Quieres dejar que yo te ame a ti?
—Mmm… tendría que meditarlo porque el día de hoy me
has hecho enojar de muchas formas.
—¿En serio? Se murmura por ahí que la mejor forma de
reconciliarse después de un día de molestia, es haciendo el
amor, ¿Quisieras comprobarlo? —el volteó sus posiciones y
la recostó lentamente en la cama.
—Me parece que tengo pocas opciones en esto.
—Puedes decir que no Ashlyn, siempre puedes decir que
no.
—Muy bien —sonrió ella, permitiéndole recostarse sobre
ella y sintiendo la agradable caricia de sus manos al
momento de subir su camisón—. Guardaré este no para otra
ocasión.
—Qué alivio —le besó el cuello—. Te eché de menos.
—Entonces no vuelvas a alejarte por tanto tiempo.
—Si acaso fue una semana —le besó los labios.
—Soy una recién casada, no deberías dejarme tranquila
ni siquiera por una noche.
—Bien, te lo concederé —sonrió malévolo y comenzó a
besarla por todo el cuerpo, sintiéndose derretirse contra
ella, absorbiendo el amor y la felicidad que emanaban de
Ashlyn y recostándose contra ella, sintiéndola tranquila
después de hacer el amor.
Capítulo 31
La pareja Crowel había viajado hasta París nuevamente
sólo para marcharse un mes después con dirección a Suiza,
hogar de los padres de Carson y la razón por la cual estaban
tomando un tren en una de las horas más concurridas.
Durante ese periodo de tiempo Seth Humbel se había
hecho un invitado constante de la casa Crowel y aunque
Ashlyn ya lo toleraba y lo había dejado de culpar por lo
sucedido en su pasado y con lo que aparentemente no tenía
nada que ver, no podían llevarse del todo bien y ninguno de
los dos sabía la razón.
—Espero que sepas que esto es una mala idea, Ashlyn —
le dijo Seth—. Crowel no se reúne con su familia por una
razón.
—¿Cómo hago para que cierres la boca? —lo miró
pesarosa, dándole los boletos al hombre del tren—. Ya de
por si me estoy portando verdaderamente bondadosa al
dejarte venir con nosotros.
—Viajaría con o sin ustedes —dijo el hombre, siguiendo a
la esposa de su amigo por el tren—. De hecho, lo creo más
una casualidad el habérmelos encontrado.
—Claro, ¿Viajas a Suiza seguido?
—Por si no lo sabías, soy de allá, al igual que Crowel —
elevó ambas cejas—. Y voy más seguido de lo que va tu
marido.
—Eso sí te lo creo —sonrió hacia él y siguió evadiendo
gente.
—Por cierto, ¿Dónde está él?
—Entreteniéndose con uno de los comerciantes de
algodón en el vagón comedor —explicó Ashlyn—. Quiere
mantener su mente ocupada en cualquier cosa excepto en
el lugar a donde vamos.
—¿Cómo lograste convencerlo?
—Digamos que puedo ser persuasiva.
—¿En la cama?
Ella abrió uno de los espacios privados del tren y sonrió.
—Es algo que tú jamás sabrás —jugueteó con sus cejas y
cerró la puerta justo en sus narices.
—¡Es una mala idea Ashlyn! —le gritó desde fuera.
—¡Vete!
Seth sonrió y dio un paso hacia atrás; debía admitir que
cuando los vio de nuevo en París, sintió que su corazón se
paralizaría, parecían en verdad felices, había vuelto a ver a
su amigo sonreír después de mucho tiempo de una cara de
dolor y seriedad profunda. Ashlyn le hacía bien, pero
seguramente ella le haría bien a cualquier persona. Por
alguna razón no parecía una victima de lo que le había
pasado, no buscaba venganza ni tampoco la tristeza de
nadie, ella era feliz y gustaba que todo el mundo lo fuera
también.
—Seth —lo capturó Carson de pronto—. ¿Dónde está mi
esposa?
—La dejé en su habitación —apunto con el pulgar—. Ella
parece decidida a llevarte hasta Suiza y a tus padres.
—Son varias horas —sonrió—. Quizá la convenza de
desviarse.
—Lo dudo, se le ha metido la idea a la cabeza.
—Piensa que de alguna forma eso me ayudará —rodó los
ojos y sonrió de lado—. Lo que pasa es que no conoce a mi
madre.
—En eso tienes razón. —Seth quitó su sonrisa—. ¿Acaso
ya le dijiste sobre lo otro?
Carson suspiró con fuerza y negó.
—Ojalá no fuera tan terca.
—Eventualmente lo sabrá Carson, lo mejor es que lo
digas antes de que ella se de cuenta por sí misma. Estas
cosas se dicen, ella piensa algo diferente.
—Lo veré a su tiempo, por el momento no quiero pensar
en ello, ya es lo suficientemente conflictivo el tener que
volver.
—Lo sé. —Seth le tomó el hombro—. Pero esto te
ocasionará problemas con ella.
—No te preocupes por mi. Sé manejar mi vida.
Carson golpeó amistosamente la espalda de su amigo y
siguió su camino por el tren hasta la habitación que habían
rentado, tocando la puerta antes de entrar para que su
mujer tuviera aviso.
—¡Juro qué si es nuevamente usted, señor Humbel,
romperé algo en su cabeza! —gritó la chica desde el interior.
—No soy Humbel, pero me siento igualmente amenazado.
—Oh, Carson —sonrió la joven y fue a besarlo—. ¿Has
notado lo pequeño que es este lugar?
—No podías esperar nada más, es un tren.
—Bueno, supongo, al menos habrá donde dormir.
—Ven —la hizo sentarse junto a él y la miró—. ¿Estás
segura de querer ir allá?
—Tu madre lo ha pedido Carson, creo que sería una falta
de respeto no asistir, yo también tengo que quedar bien con
tu familia.
—No en realidad.
—Sí —lo miró con advertencia—, así que será mejor que
descanses bien para lo que se avecina.
—Tú no tienes idea.
Ella sonrió con gracia y cerró los ojos, mirando por la
ventana que mostraba con rapidez los paisajes que
recorrían para llegar a Suiza. Su marido le había dicho que
en esos días hacía buen tiempo y no tendría demasiado frío,
ni tampoco demasiado calor, lo cual era una buena noticia,
un augurio positivo para su llegada.
La joven pelirroja acomodó su cabeza en el hombro de su
marido, quien pasaba paginas de su libro sin prestarle
mucha atención a nada más, ella no podía hacer lo mismo,
porque si leía en movimiento se mareaba y hasta llegaba a
vomitar. Así que se entretenía en los paisajes, en contar a
las personas que pasaban por enfrente de su puerta, o en
intentar escuchar conversaciones de quienes viajaban en
los vagones vecinos.
Llevaba más de media hora escuchando a una pareja
pelear o hacer el amor de forma muy ruda, cuando de
pronto la mano de Carson dejó caer el libro al quedarse
dormido. Ashlyn se levantó y lo recostó sobre el asiento,
sabía que intentaba ocultarlo, pero se encontraba nervioso
de volver, quizá algo conflictuado, no había dormido mucho
en los días previos y eso que ella había intentado cansarlo
en todas las formas que le fueron posibles.
—¿Carson? —la figura del señor Humbel se dibujó del otro
lado de la puerta—. ¿Estás ahí?
—¡Sshh! —Ashlyn se había puesto de pie de un salto y
abrió la puerta con un dedo en sus labios, pidiendo silencio
—. Al fin ha caído dormido ¿Qué sucede?
—Quería hablar de negocios —miró al interior—. ¿Quién
puede dormir en un lugar como este?
—Alguien muy cansado.
—Bueno, ahora que no puedo hablar de negocios, al
menos podré hablar contigo.
—No lo creo —ella intentó cerrar la puerta, pero Seth lo
impidió.
—Vamos, necesito hablar contigo sólo unos segundos,
Carson no me lo permitirá jamás.
Ella miró al interior, escuchando a su marido comenzar a
roncar ligeramente, debía estar agotado.
—Bien, sólo cinco minutos.
—Con eso me basta —asintió.
Ashlyn cerró la puerta corrediza y se cruzó de brazos,
viendo directamente al hombre que le sacaba canas verdes.
—¿Qué sucede?
—Sólo quería saber cómo estás.
—Bien —frunció el ceño—. Más que bien, ¿Eso era todo?
—No —se rascó la cabeza—. La verdad es que no sé
como comenzar con esto.
—¿De qué hablas?
—Supongo que podría comenzar con una disculpa.
—¿Disculpa?
—Por ser tan insensible con lo que te sucedió, jamás
pensé… dije cosas que seguro te hirieron, lo lamento.
—¿Carson te lo dijo? —lo miró impactada.
—No me dijo la naturaleza del agravio, pero estaba
furioso y puedo imaginármelo —tocó el puente de su nariz
—. Lo siento Ashlyn, intentaré hacer todo lo que pueda para
que vivas en paz.
—Yo ya vivo en paz, por favor, quiero que ambos dejen de
tomarse atribuciones con ello y dejen mi pasado para mí.
—Pero Carson…
—No, él y yo ya hablamos, quedemos en que no haría
más movimientos para encontrar a ese hombre,
simplemente déjelo.
—No sé si pueda.
Ashlyn frunció el ceño y lo miró extrañada.
—¿Por qué dices eso?
—Porque… me preocupo por ti y por si puede estarle
pasando a otras mujeres también.
Ashlyn se quedó callada por varios momentos, meditando
las palabras de Seth. Parecía nervioso y lleno de
arrepentimiento, no lo acababa de comprender, pero no
pudo detenerse a sí misma y comenzó a reír. Seth no podía
estar más confundido.
—Gracias por tu preocupación —le dijo honestamente—,
pero eso ya no importa. Pasó hace demasiado tiempo y si
ese criminal sigue libre, entonces, no hay forma de que lo
encuentren.
—Quizá podríamos.
—De todas formas, Carson y yo tomamos manos en el
asunto, hay gente más capacitada en el caso. Estaba tan
preocupada por que él no me rechazara, que traté de
encubrir muchas cosas —sonrió dulcemente—. Pero él me
quiere tal y como soy, con todo y pasado, así que no te
preocupes más por ello.
—¿E-En verdad? ¿A quién involucraron?
—Gente que sabe lo que hace —Ashlyn le tocó el hombro
—. No debe preocuparse más por ello, lo resolverán.
—Por todos los dioses —pegó su espalda la pared del tren
y suspiró—. ¿Los Hamilton? ¿Hablas de los Hamilton?
—Sí. —Ella notó como lentamente el señor Humbel perdía
color—. ¿Se encuentra bien? Está pálido.
—Estoy bien —se apartó—, me alegra que te animaras a
decirlo.
—No fue fácil —se inclinó de hombros—, pero Carson está
determinado en no dejar el asunto al aire. Al menos
conseguí que no fuera él en persona quien hiciera las
locuras.
—Y… ¿Recuerdas algo sobre el hombre que te atacó? —la
miró intrigado—. ¿Nombre, rostro, forma de hablar?
—Creo que lo reprimí en el fondo de mi corazón —se
inclinó de hombros—. Lo único de lo que estoy segura es de
que también usaba esa medalla que usted lleva puesta…
por lo demás, no lograría reconocerlo, llevaba algo en el
rostro y no habló mucho.
—Sí, Carson me puso a investigar sobre ello —suspiró—.
Temo decir que había más inversionistas y socios de los que
creíamos.
—Quizá sean señales de que me dejen tranquila.
—Lo siento, es imposible tratar de no tomar venganza.
—Sí, los hombres y sus tonterías —Ashlyn dejó salir una
carcajada—. En verdad que son insoportables.
Seth levantó la mirada y observó detenidamente el rostro
calmado, alegre y lleno de vida de Ashlyn. Por unos
segundos agradeció que ella hubiera tenido la suerte de
salir con vida.
—Bien, nos vemos luego —Ashlyn abrió la puerta y
desapareció.
Seth de pronto sintió unas irresistibles ganas de abrir la
puerta y besar a la mujer que acababa de cerrarla, era un
deseo tonto y un impulso que podía ser reprimido. Ahora
entendía la amenaza de Carson, tendría que enfrentarlo
cara a cara para decirle que se había enamorado de su
esposa. Cerró los ojos. Él lo sabía, desde esa mañana en la
que lo amenazó, sabía perfectamente que estaba
enamorado de su esposa.
Debía ser una broma, había sido él mismo quién incentivó
a Carson para que fuera tras Ashlyn y ahora estaba
enamorado de ella, parecía una broma de mal gusto.
Tendría que hablar con Carson, decirlo todo y ver cómo
reaccionaría. Las cosas eran complicadas, eran socios y
tendrían que verse siempre, no sería fácil para su amigo
saber que él estaba enamorado de su mujer. Era una de las
peores traiciones, al menos si ella le correspondía.
¡Pero qué decía! Ella jamás le correspondería, estaba
enamorada de su marido y eso debía respetarlo.
Capítulo 32
El aire levantaba ligeramente el vestido verde olivo que
Ashlyn traía puesto para esos climas otoñales, el fresco
viento, el suave aroma a pan recién orneado y los hermosos
colores de la temporada, ponían a Ashlyn de buen humor. A
pesar de que el clima era mucho más frío de lo que hubiera
esperado, el poderse aferrar del brazo de su esposo le era
más reconfortante que tener más grados en el clima.
—¿Te agrada? —Carson la miró con diversión al notar que
temblaba ligeramente.
—Hace frío, pero nada que no pueda soportar.
—Si esto te parece frío, deja que llegue el invierno, te
será insoportable —se quejó Seth encogiéndose sobre sí
mismo—. Me imaginaré en España o en Grecia.
—No es tan malo —Ashlyn miró a su esposo con una ceja
arqueada—. ¿Tú no tienes nada de frío?
—Carson es un tempano de hielo, ¿cómo podría tener frío
—se quejó Seth, corriendo hacia la carroza.
—Él tiene rezón —asintió Carson.
La pareja fue detrás de él y subió presurosa para
protegerse del frío que amenazaba hasta sus huesos.
Avanzaron rápidamente por las calles de la capital,
deslumbrando a la joven que no se detenía en sacar la
cabeza y sonreír a las personas que miraban impresionadas
hacia el emblema que se mostraba en las puertas del
transporte.
—Ashlyn, ven aquí y cierra esa ventana —pidió Carson.
—¡Pero quiero verlo todo!
—Tendrás tiempo —le tomó la mano y la hizo sentarse a
su lado.
—¡Claro! Tiempo hasta que todo se llene de nieve —se
quejó Humbel, quien estaba cada vez más irritable.
—¿Qué le sucede, señor? ¿Acaso no le gusta su tierra
natal?
—La detesto, es helada.
—Seth detesta todo clima frío, en cuanto una ciudad
comienza a bajar su temperatura, se marcha.
—¡Nadie debería soportar el frío!
—¿Falta mucho para llegar? —preguntó la joven,
acurrucándose en la calidez que le ofrecían los brazos de su
marido.
—Un poco —asintió Carson, envolviéndola y besando su
frente—. Trata de descansar.
Ashlyn cerró los ojos y pasados quince minutos, había
caído completamente dormida en los brazos de Carson,
quien se entretenía en leer mientras llegaban a la casa de
sus padres.
—¿Nervioso Crowel?
—No, fue ella quien solicitó verme —Carson no despegó
los ojos de su libro—. Pienso irme lo más pronto posible.
—Me imagino que sí, pero ahora que ambos estamos
aquí, deberíamos revisar las finanzas de este banco y los
otros negocios.
—Pienso aprovechar al máximo mi tiempo —asintió.
—Parece incontenible —Seth apuntó a Ashlyn con la
mirada.
—Está ansiosa por conocer a mi madre.
—Esperemos que eso salga bien —Seth se acomodó en
su asiento—, sería cruel que Elein fuera una bruja con ella.
—Dudo que lo sea, tratará de fingir para que ella me pida
quedarnos más tiempo.
—Si te extraña tanto, ¿por qué no le concedes unos
momentos de tu año? Tan sólo una semana o tres días.
—No.
—Carson, dudo que ella hubiese querido perder dos hijos
aquel día —elevó una ceja.
—Es lo que obtuvo al final de cuentas.
Seth no dijo nada, podía notar como su amigo se cerraba
un poco más conforme la conversación avanzaba, no quería
que formara toda una barrera de hielo antes de ver a su
madre.
Llegaron a la mansión de los Crowel pasadas unas tres
horas, Ashlyn había dormido durante todo el camino,
permitiéndoles a los hombres discutir sobre negocios y
futuras inversiones; pero sólo hacía falta que ella abriera los
ojos para obtener toda la atención.
—¡Me encanta! —sonrió e inhaló con fuerza el aire puro.
—¡Me congelo, deja de admirar y entra a la casa ya! —
gritó Seth.
—Nadie te está pidiendo que te quedes conmigo —le
echó en cara la joven—. Sólo me hace falta mi marido.
—Bien los dos —los separó Carson—. ¿En qué momento
tuve dos hijos y perdí a mi mujer y a mi amigo?
La joven se acercó a su marido y entrelazó su mano con
la de él, lanzando una mirada enojada hacia Seth Humbel,
para después pasar sus ojos extasiados por el lugar,
admirando el buen gusto de la mansión de los padres de su
marido. Subieron la escalera de la fachada y antes siquiera
de tocar las puertas, estas se abrieron de par en par,
mostrando a una hermosa mujer que rápidamente se lanzó
a los brazos de Carson.
—Mi hijo —se aferró al cuerpo grande de Carson mientras
él levantaba las manos, como si estuvieran apuntándole con
un arma, parecía ni siquiera querer tocarla—. ¡Al fin vuelves
a casa, cariño!
—Elein —la separó Seth al notar el creciente odio en la
mirada de Carson Crowel—. Será mejor que no lo presiones.
—Pero… —la madre lloraba—. Es mi hijo.
—Sí, pero ya sabes como es Elein, no le gustan los
abrazos.
—Claro —se limpió los ojos y la nariz con el dorso de su
mano, mirando hacia su hijo quien esquivaba su mirada a
toda costa—. Sí, lo siento, lo olvidaba.
—¿Carson? —se adelantó Ashlyn—. ¿Te encuentras bien?
—Tú debes ser Ashlyn —sonrió la hermosa mujer—.
Gracias por traerlo de vuelta a casa y bienvenida.
—Gracias señora Crowel.
—Elein, sólo llámame Elein.
—Claro, como sea —Carson tomó a su esposa de la
cintura y la introdujo a la casa, pasando por alto la
presencia de su madre, ni siquiera permitiéndole a su
esposa regresar la cortesía.
—Carson… ¡espera! —le susurró—. No me has dejado
decirle mi nombre a tu madre.
—Ella ya lo sabe, te lo ha dicho cuando te vio.
—Carson…
—Por favor Ashlyn, no me presiones en esto.
—Él tiene razón —susurró Seth—. Está a punto de
reventar y ni siquiera ha visto a su padre.
—Estoy tratando de hablar con él —le dijo la joven con
fastidio.
—Y yo intento advertirte, lo conozco más.
—¡Basta!
Los dos se irguieron y miraron hacia el frente, caminando
hacia donde Carson los dirigía sin pedir permiso de nadie.
Ashlyn volvió la cabeza, dándose cuenta que la mujer, la
madre de Carson, los seguía en silencio, a unos pasos de
ellos, como si fuese ella una doncella, lo cual era una
tontería.
—Me parece inadecuado que tu madre vaya atrás de
nosotros.
—Ella es la que está tomando esa decisión —contestó
Carson.
Ashlyn giró los ojos y se soltó del agarre de su esposo,
yendo directamente hacia la mujer que era su suegra.
—¿Señora? —la mujer levantó su mirada—. ¿Sería tan
amable de mostrarme el camino a mis habitaciones?
—Claro linda, te llevaré.
Carson se volvió hacia ellas, parecía no tener palabras
para hacer que eso no sucediera, así que miró a su esposa
de forma que ella entendiera que no era lo que quería que
se hiciera. Sin embargo, Ashlyn sonrió y se fue con la mujer
que era la madre de su esposo.
—Es voluntariosa —apuntó Seth.
—Ni que lo digas —contestó fastidiado Carson—. Vamos.
Ashlyn siguió a la mujer en un completo silencio, ahora
comprendía de dónde venía la forma de ser de su marido,
era extraño que incluso tuviesen los mismos ojos y la
actitud distante.
—Es una casa preciosa, señora Crowel.
—Sólo Elein, querida, ¿lo recuerdas?
—Lo lamento —sonrió la joven y acomodó su cabello—.
Sólo me encuentro algo nerviosa.
—No deberías —dijo tranquila—. Estas son las
habitaciones que ocupaba Carson cuando vivía aquí.
—Es… bonito.
—Sí, lo dejé justo como cuando él se marchó. —Ashlyn se
volvió hacia ella con impresión. La mujer sonrió y se explicó
—: Escapó. No supimos de él por mucho tiempo, fue gracias
a Seth que nos enteramos que le estaba yendo bien.
—Él puede ser muy duro, lo sé.
—En esta ocasión creo que me lo merecía, querida.
—Oh… —bajó la cabeza sin saber qué más decirle.
—Ven, te llevaré a tu habitación.
La joven levantó la mirada y entendió la razón por la cual
Carson y ella tenían habitaciones separadas, era como lo
habían criado, era lo que había visto durante toda su vida y
le parecía un comportamiento normal. Por supuesto, para
ella era casi doloroso que necesitara una habitación
diferente a la que tenía ella, pero eso era porque sus padres
compartían recámara y jamás utilizaban la que correspondía
a la de la duquesa, que vendría a ser su madre.
—¿Es que el señor Crowel y usted tienen habitaciones
separadas también, Elein?
—Como debe ser querida —ella se detuvo en seco y se
volvió para mirar a su nuera—. ¿Es que acaso Carson hace
algo diferente?
—No. —Bajó la cabeza, sintiéndose avergonzada—.
Dormimos en habitaciones separadas también.
—Oh —se tocó el pecho con alivio—, por unos momentos
me hiciste dudar de su educación. Pensé que incluso eso
había perdido en su constante intento de alejarse de
nosotros.
—Creo que dormir lejos de la pareja hace que sean más
unos extraños que un matrimonio.
—Por Dios, querida —la miró con una sonrisa burlesca—.
¿En donde creciste para pensar así?
—En realidad, soy una noble de Londres. —Ashlyn frunció
el ceño ante el pensamiento tan cerrado y categórico de la
mujer, era como si sólo su opinión y creencias fueran lo
correcto—. Mis padres siempre han compartido cámaras.
—¡Barbárico! —negó—. La mujer y el hombre necesitan
su tiempo, su espacio, se debe de tener distancias para
poder estar juntos durante toda la vida.
—Mis padres están juntos en todos los aspectos y veo
mucho amor entre ellos, no creo que haya disminuido ni un
poco.
Elein se detuvo, miró a su nuera y curveó los labios hacía
arriba, tal y como lo hacía Carson, con la única diferencia
que la sonrisa de aquella mujer era más como una mueca
que alguien daba hacia un ser inferior, como si tuviera
lástima.
—Esta es tu habitación, querida —abrió una puerta—.
Espero que te sientas cómoda.
—Gracias Elein, seguro lo estaré.
Los ojos grises de la mujer la inspeccionaron al momento
de dejarla pasar a la habitación.
—La cena se sirve a las ocho en punto, ni un minuto
tarde, querida, solemos ser estrictos con el tiempo.
—Comprendo.
—Cualquier cosa, usa el cordón, vendrá alguien a
atenderte.
La mujer cerró la puerta, dejando a Ashlyn con la vaga
sensación de haberse sentido amenazada por esa fiera
mirada, estaba claro que acababa de conocer a una persona
sumamente intransigente e impenetrable. Era más que
obvio que Elein tenía un orden al cual se apegaba y no
estaba dispuesta a que nadie se saliera de su control.
Ashlyn recorrió aquella habitación, notando que en ella
había camisones, perfumes y cremas dispuestas para el
uso, a menos que fueran de otra persona, parecían haberse
tomado las atenciones para que ella se sintiera cómoda al
llegar.
—Me sorprende que no te haya dado unas habitaciones
más alejadas de las mías —dijo de pronto Carson, quien
estaba recostado en el marco de la puerta—. ¿Te diviertes?
—Tu madre es…
—Sí, todo lo que piensas, lo es —asintió—. Has sido tú
quien quiso venir, ahora tendrás que enfrentarte a las
consecuencias.
—Jamás pensé que fuera a ser tan…
—¿Pensabas que yo era difícil? —negó con una sonrisa—.
Es por que no la conocías a ella.
—Carson, parece quererte en verdad. Quizá sea
anticuada y piense de forma estricta en las reglas, pero no
la hace mala persona.
—No he dicho lo contrario.
—Quizá… lo que te dijo —intentó ir con tiento—… no fue
racionalmente, tal vez lo dijo sin pensar, por el dolor.
—Por lo que fuera, es algo que no puedo olvidar. —Ashlyn
asintió levemente—. Vamos, no puedo estar aquí.
—¿De qué hablas? —lo miró con el ceño fruncido.
—Madre no hace nada al azar, esta habitación era la de
Agatha —negó y pasó una mano por sus labios—. No sé que
es lo que intenta, pero me provoca náuseas. Vamos.
Ashlyn no podía creer lo que acababa de escuchar, ¿Qué
razones podría tener Elein para ponerla en la habitación de
su hija fallecida? Era más que obvio que Carson se resistiría
y, en todo caso de que acudiera a ella a pesar de todo, sería
para hacerle el amor, no para perpetuar una habitación.
—¿A dónde iremos?
—Tomaremos cámaras conectadas —sentenció—. Hay
otra además de las de mis padres. Parece una broma, te
puso en una habitación de soltera, como si no supiera que
estamos casados.
—O quizá no lo acepta.
Carson se volvió hacia ella y asintió.
—Es una posibilidad.
—¿Me odia sin conocerme siquiera?
—Ella tenía sus ideas de la mujer con la que me debía
casar.
—¿Una pelirroja no entraba en sus planes?
—Las pelirrojas tienen mala fama —sonrió de lado y la
acercó lentamente a él, tomándola de la cintura y
depositando un beso suave en sus labios—. Dicen que son
criaturas del mal, iracundas y descontroladas, ¿tu qué
dices?
—Digo que si sigues insultándome, tendrás a una
pelirroja iracunda —le tomó las solapas del traje y lo atrajo
para besarlo de nuevo, lo cual él intensificó.
—Tenemos unas horas antes de la cena —Carson regaba
besos por el cuello de su esposa.
—No he conocido a tu padre —susurró, divertida y
extasiada.
—Ya habrá tiempo —la tomó en brazos y la llevó hasta
una habitación que no era la indicada de su madre para él,
puesto que Ashlyn recordaba la distancia que pensó que
tendría que recorrer para estar a su lado.
—¿Te infiltrarás a otra recámara?
—Jamás me quedaría en la que tuve cuando niño —negó
—. Sería una pesadilla constante para mí.
Carson cerró la puerta y atrajo a su esposa para besarla
sin control alguno mientras caminaban hacia la cama,
dejando prendas en el camino y sonriéndose ante el
arrebato apasionado que estaba teniendo lugar en esa
habitación.
Ella sintió el frescor de las sabanas contra su espalda
descubierta y sonrió cuando tuvo el peso de su marido
sobre ella. No se había dado cuenta de lo conocido que
resultaba su cuerpo ahora, le era fácil reconocer sus valles
fuertes, sus senderos trabajados y sus labios firmes, pero a
la vez bondadosos con ella.
Ashlyn se levantó para comenzar a quitarle la camisa,
desabrochándola con desesperación y apartándola de sus
hombros rápidamente, besando el pecho expuesto ante ella.
Carson gruñó y la abrazó nuevamente, pegándola contra su
cuerpo y girándose para dejarla sobre él. La joven sonrió y
se inclinó para seguir besándolo desde su posición, hasta
que de pronto escuchó la puerta de la habitación, parecía
que alguien quería entrar.
—Carson… —se levantó la joven, cubriéndose con los
brazos y mirando hacia la puerta—. Alguien…
—No ahora —la tomo de la cintura y rodó, posicionándose
sobre ella y volviéndola a besar.
—Pero… Carson, lo escuché.
—Estás conmigo ahora, no pienses en nada más.
Ella asintió y levantó la cabeza para alcanzar los labios de
su marido, abrazándolo para sentir la reconfortante
sensación de tener su protección. Las manos de Carson
acariciaban suavemente sus bordes y sus cicatrices, parecía
que se había memorizado los lugares y solía acariciarlas
tanto con las manos como con los labios.
Pero nuevamente, unos toques insistentes en la puerta
interrumpieron los suspiros por parte de la joven y la
hicieron volverse nuevamente hacia la puerta.
—Carson…
—Sí, ya lo oí —dijo con molestia—. ¡¿Qué sucede?!
—Cariño, ¿qué estás haciendo en estas alcobas? Creí
darte…
—Creo que no quieres que conteste a esa pregunta,
madre.
Ashlyn abrió los ojos con impresión y negó con
vergüenza, sintiendo como él volvía a enfocarse en besarle
el cuello sin prestar más atención de las quejas de su
madre.
—Carson… por favor, no —le dijo ella entre risas—. Nos
escuchará, ella sigue hablando.
—Lo sé, ya se irá.
Ella le golpeó el hombro y frunció el ceño.
—No haré el amor contigo cuando tu madre está justo
afuera de la habitación —se quejó.
—¿Esperas que le abra?
—¡No!
—Entonces no te entiendo —elevó ambas cejas de forma
juguetona—. Vamos, olvídala, sigamos con esto.
La joven quería negarse, pero Carson insistió y el toque a
la puerta desistió, así que pudo entregarse con tranquilidad
a las caricias de su marido, sin darle importancia a nada
más que los sentimientos que la enloquecían al límite de lo
razonable.
Ashlyn abrazó, besó y gritó hacia el hombre que se cernía
sobre ella, a lo largo de su corta vida de casada había
entendido que su esposo era un hombre pasional, cuidadoso
y amoroso; pero en esa ocasión, aquella ternura con la que
siempre se manejaba con ella había cambiado a un
encuentro mucho más intenso que la había dejado
totalmente exhausta.
Carson respiró pesadamente y se apartó del cuerpo de su
esposa, atrayéndola para colocarla sobre él y acariciarle
lánguidamente la espalda suave. Ashlyn mantenía los ojos
cerrados, acariciando con sus dedos el pecho de su marido.
Pasaron varios minutos en los que se concentraron en
relajar sus cuerpos y regresar a los brazos del otro en plena
consciencia. Fue hasta esos momentos de calma que Ashlyn
pudo conectar pensamientos y no logró sacarse de la
cabeza a Elein Crowel, pero dudaba que fuera un tema hábil
con el cual empezar una conversación con su esposo.
—¿Has visto a tu padre?
—Sí, seguro lo verás en la cena.
—¿Cómo es él?
—Es... como mi madre, pero callado y sin entrometerse
en la vida de los demás —se acomodó en la cama,
acercándola de nuevo.
—¿Crees que lo hizo a propósito?
—Seguro que sí.
—¿Crees que haya sido por algo en particular?
—Seguro nada, habrá descubierto que nos encerramos
aquí para hacer algo que ella piensa que sólo debe hacerse
de noche.
—¡Dios! —Se cubrió la cara con una mano—. Es tan
vergonzoso, seguro que me mirará con desaprobación.
—¡Por favor! —La abrazó más a sí y miró hacia el techo—.
Ella siempre desaprueba algo, no es nada nuevo.
—¿Tan mala es?
Carson guardó silencio, mirando hacia el techo y, por
largos momentos, se dedicó a acariciar los hombros y
espalda de su esposa, adormeciéndola hasta dejarla
dormida, habiendo olvidado la pregunta que él logró evitar
con maestría.
A diferencia de su esposa, Carson no tenía sueño, por el
contrario, se sentía más activo que nunca, quizá fuera
porque sabía que estaba en casa de sus padres y su madre
era dada a querer cometer indiscreciones con tal de dejar
en vergüenza a quien ella se propusiera. Definitivamente no
lo permitiría con Ashlyn, era su esposa, no una cortesana
que había traído a casa. Aunque seguro que para su madre
no habría diferencia alguna.
El hombre miró hacia su esposa cuando se dio cuenta que
ella se despegaba de su pecho e iba en busca de su propia
almohada, Carson sonrió y colocó la sábana sobre sus
hombros, notando cómo se relajaba y se volvía hacia él para
colocar una mano sobre su pecho.
En definitiva, era una mujer encantadora.
Capítulo 33
Ashlyn despertó de golpe en la recámara que Carson
había indicado que sería para ella, se sabía sola, no sólo por
el hecho de que su marido contaba con su propia
habitación, sino porque ya era de su conocimiento que él
intentaba evitar la casa en todo lo que le fuera posible.
Usualmente se iba a trabajar muy temprano por la mañana
y regresaba mortalmente tarde en las madrugadas,
enfureciéndola y dejándola a merced de una casa que
parecía detenida en el dolor ocasionado por el accidente de
Agatha.
La joven pelirroja miró hacia la ventana, notando que
seguía siendo de noche y la casa estaba en silencio,
dándole la sensación de que casi podía escuchar la madera
suspirar, como si se tratara de una casa embrujada. Llevaba
tan sólo dos semanas ahí y su mayor deseo era irse cuanto
antes. El señor Humbel había llevado razón en esa ocasión,
jamás debió empeñarse en ir a ese lugar.
Ashlyn colocó sus zapatillas de noche y miró a su
alrededor, casi estaba segura que había escuchado que
alguien la nombraba, así que caminó hacia la habitación de
su marido, notando que este se encontraba dormido en el
sofá de su habitación, parecía incómodo y cansado, aún
tenía papeles en sus manos y la ropa del día estaba
colocada en su cuerpo, por lo cual no interrumpió y regresó
sobre sus pasos. Sí a él no le importaba estar lejos de ella,
no se molestaría mover un dedo para que algo fuera
diferente, no tenía por qué buscarlo y no lo haría.
Se enfocó nuevamente en el susto que le habían dado,
quizá sólo habría sido un sueño.
Abrió las mantas de su cama e iba a sentarse en ella,
cuando de pronto escuchó de nuevo la voz, lejana y
extraña. Ashlyn sintió como se le erizaba la piel y se
petrificó en su lugar, siendo muy consiente de la forma en la
que su respiración se aceleraba y buscaba calmar su
corazón que también se descontrolaba en su temor.
—No seas tonta Ashlyn, los fantasmas no existen —se
dijo en voz alta y se volvió hacia la puerta que conectaba
con el pasillo.
La casa de los Crowel era enorme y sombría, con
pasadizos oscuros que ella no se atrevía inspeccionar,
mucho menos en las noches cuando se apagaban todas las
luces. Ashlyn regresó a su mesa de noche y sacó una vela
del cajón, encendiéndola con manos temblorosas y
volviendo hacia el pasillo.
Inspeccionó el lugar con cautela, incluso siendo
inconsciente de como la cera se resbalaba por la longitud de
la vela y le quemaba la mano con la que la sostenía. Algo la
llevó hasta las escaleras que dirigían a la tercera planta de
la casa, donde las doncellas decían que asustaban y sólo los
patrones podían ir, el acceso para cualquier otro ser viviente
estaba completamente prohibido.
Ashlyn ya había visto en varias ocasiones como su
taciturno suegro y molesta suegra subían con constancia,
aunque ninguno de los dos durmiera en ese piso, parecía
ser que se encontraban allá con constancia. Lo peor era la
música que de la nada sonaba en tonadas lúgubres y llenas
de tristeza, causando escalofríos a los sirvientes y claro a
Ashlyn, quien sentía que el corazón se le paralizaba.
¿Qué habría allá arriba? ¿Sería que los señores Crowel
iban a llorar su pérdida por Agatha? ¿Tendrían los retratos
de Agatha allá arriba? ¿Sus pertenencias? Porque en los
pisos inferiores no había nada, ni siquiera un indicio de que
hubiese existido otro hijo además de Carson, lo cual era aún
más extraño y escalofriante.
Tocó el barandal de las escaleras, queriendo tomar valor
para subir y ver qué era lo que había allá arriba, pero
entonces, un fuerte trueno la hizo dar un brinco y mirar a su
alrededor. Detestaba las tormentas, aquel día… cuando ella
fue abusada por ese depravado, los cielos se habían cerrado
y todo París sufrió de una fuerte lluvia, otra de las razones
por las que nadie la había escuchado gritar de dolor.
Deseó que Carson estuviese con ella, quizá no dependía
de un hombre, pero si amaba a uno; le hubiese gustado que
fuera alguien más cariñoso, quizá más expresivo. Pero era
un buen hombre, uno honorable, que la quería pese a su
pasado espantoso, no cualquiera aceptaría la falta de
castidad en su cama, pero Carson no era como todos, había
sufrido como ella.
Quiso dar un paso para regresar a su habitación, pero
nuevamente un trueno azotó la tranquilidad y un relámpago
iluminó la casa de forma siniestra, revelando ante los ojos
de Ashlyn una sombra oscura que estaba parada a escasos
metros de ella, mirándola.
Por varios segundos Ashlyn miró la sombra aterrorizada,
no era capaz de moverse y tampoco podía darle una
explicación lógica a lo que veía. Saltó cuando otro trueno
azotó la tierra como un látigo hambriento de terror,
momento en el cual la sombra dio un paso hacia ella,
logrando que Ashlyn gritara de terror y saliera corriendo en
dirección a la recámara de su marido.
Regresó la mirada mientras corría, dándose cuenta que
ya no había nadie, la vela en sus manos se había apagado y
estaba a oscuras, en esos momentos sí que agradecía que
los relámpagos iluminaran las habitaciones, corrió y tomó
un hermoso florero de cristal y trató de ver a través de la
oscuridad.
—No lo mereces.
—¿Quién está ahí? —se giró con rapidez hacia donde
escuchó la voz—. No le tengo miedo, ¡Salga!
Otro trueno la hizo saltar en su lugar.
—Lárgate, ¡Lárgate!
—¿¡Quién está ahí!?
—Ashlyn… —ella se volvió con rapidez y estuvo a punto
de romper el florero contra el hombre que se había parado
justo detrás de ella—. ¿Qué demonios, Ashlyn? ¿Qué haces?
La luz de la vela que traía su marido le iluminaba la cara,
dándole una paz inmediata, era con el único que Ashlyn
bajaría sus defensas. Estaba a salvo, la defendería, no
permitiría que le hicieran daño.
—Carson… —susurró y tiró el jarrón, produciendo un
estruendoso sonido y se lanzó a sus brazos, enterrando la
cabeza en su hombro.
—Maldición Ashlyn, la vela —se apuró a verificar que se
hubiese apagado y abrazó a su mujer—. ¿Qué sucede? ¿Qué
tienes?
—¡Hay alguien aquí! ¡Me quiere fuera!
—Tranquila, ¿qué haces afuera? Te buscaba —la apretó—.
Lo siento, me quedé dormido, ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?
—No, no estoy bien. —Se limpió las lágrimas—. Escuché
una voz, alguien… Carson, ¿alguien tiene acceso a la casa a
estas horas?
—Todos, los empleados duermen unos pisos abajo —le
tomó la cara con una mano—. ¿Qué escuchaste?
—Alguien dijo que… —Ashlyn soltó lágrimas silenciosas—.
Dijo que no te merecía y que me largara.
—¿Qué?
—Te lo juro Carson, lo escuché.
—Ashlyn… —suspiró—. ¿No me habías platicado que no
te gustan las tormentas porque llovía cuando pasó el
incidente?
—Sí —dijo sin entender.
—Creo que te trajo malos recuerdos.
—Pero… —más lágrimas cayeron de sus ojos—. Lo
escuché, créeme, tienes que creerme.
—Te creo —se acercó a ella y pasó su pulgar por los labios
de su esposa—. Te creo, no lo dudes. Sólo… estás asustada
y puede ser que tu cabeza haya jugado contigo.
—No me crees. —Lloró más.
—Por favor Ashlyn, no llores. —Suplicó, tratado de retener
las lágrimas que ella derramaba.
—Carson, me dijeron que me fuera, que no te merecía…
vi una sombra, la vi. No es por el susto, la vi.
—Eres mía —colocó su frente en la de ella—. Y soy tuyo.
Nadie puede decir si me mereces o no.
—Pero ¿y si la sombra es de alguien que quiere hacerme
daño? ¿Y si saben de mi pasado?
—No lo he dicho a nadie Ashlyn, nadie puede saberlo y
jamás permitiré que alguien te haga daño, nunca.
—No estás conmigo todo el tiempo, no podrías saberlo si
acaso…
—Sé que he estado ausente estos días, pero tengo más
tiempo, lo hice para lograr desocuparme, te lo prometo, no
me iré más, regresaré a tiempo para cuando tengas que irte
a dormir, no tienes por qué temer más.
Ella dejó caer nuevas lágrimas y se abrazó con más
fuerza a él.
—Hay algo raro aquí —sollozó—. ¿Qué hay en el tercer
piso? ¿Qué es lo que me ocultan allá?
—Muy bien señora. —La tomó en brazos—. Vamos a la
cama, estás demasiado alterada.
Ashlyn se dejó llevar por su marido, mirando a los
alrededores con miedo. Quizá lo que le había dicho Carson
tuviera algo de realidad, las tormentas despertaban terrores
guardados en su corazón, pero aquello que escuchó había
sido tan nítido que no podía contarse el cuento de que lo
había imaginado, tampoco creía que se podía engañar a los
ojos. Alguien tenía conocimiento de lo ocurrido en París y la
única otra persona que lo sabía y estaba cerca, era Seth
Humbel.
Carson la recostó sobre su pecho y la abrazó hasta que
cayó profundamente dormida, quería que se sintiera segura,
pero con sus constantes ausencias, la estaba dejando a
merced de sus padres, quienes seguro no le estaban dando
la más cordial bienvenida.
Era una buena broma que justo cuando llegaban ahí, se
le presentasen tantos problemas en el banco y varios
negocios.
Sin mencionar que Ashlyn había notado lo del tercer piso.
Cerró los ojos. No podría ocultárselo por siempre, debía
decirle la verdad de una vez por todas… ¿Qué sería lo que
ella vio esa noche? Mencionó una sombra y que le hablaban
para correrla. No lo creía posible, pero ella estaba tan
segura, que no cabía a discusión.
Tendría que hablar con sus padres.
Capítulo 34
Carson despertó temprano esa mañana, tan temprano
como lo hacía siempre, era normal que su esposa estuviera
igualmente despierta o apunto de hacerlo, pero dudaba que
ese día fuera a seguirlo en su rutina matutina, había tenido
una noche terrible y lo que debía hacer era descansar y él
quedarse a su lado.
Así que trató de volverse hacia ella, quien estaba pegada
a su espalda, parecía querer enterrar su nariz en él, no lo
soltaba por ninguna razón. Seguro que había despertado
más veces en la noche y no se atrevió a decírselo.
Suspiró.
—Ashlyn —susurró, tocando el brazo con el que lo
abrazaba y lo mantenía en su lugar—. Ash, despierta.
—Por favor, quédate un rato más —suplicó.
—Me quedaré, mi amor, pero necesito respirar.
—¿Mmm…?
—Respirar —se rio—. Vamos, no me iré.
Ella lo soltó y se volvió, dándole la espalda, debía estar
en verdad muy dormida, apenas y habría entendido algo de
la conversación. Pero al menos lo había soltado y ya era
capaz de abrazarla, depositando suaves besos en sus
hombros y cuello, notando como se erizaba la piel de la
zona y se acercaba a él.
Pasó todavía un buen rato hasta que ella hizo
movimientos de despertar, al igual que suaves suspiros que
la iban alejando del sueño.
—¿Carson? —ella se volvió un poco, con ojos cerrados y
una sonrisa dulce en sus labios—. ¿Sigues aquí, mi amor?
—Hola —le besó la mejilla—. Jamás me habías llamado
así.
—¿De qué hablas?
—Justo ahora, me llamaste amor.
—Oh —se sonrojó—. Supongo qué si me despierto de
buenas y estás cerca, podría decirte así.
—Debiste decirme eso antes —sonrió, recostándola boca
arriba para alcanzar sus labios.
—Debiste quedarte más veces para comprobarlo.
—No eres justa —le besó la nariz—. Sabes que me
gustaría.
Ella sonrió de lado y acarició su mejilla.
—Lo sé, pero a veces te extraño.
—¿Sólo a veces?
—Sí, no eres tan importante como para que te extrañe
siempre.
—Entonces debo hacer algo para que así sea.
Ella soltó una carcajada cuando él comenzó a besarla por
doquier, subiendo el camisón y sacándoselo de un momento
a otro. Ashlyn se rio y trató de huir, pero Carson la atrapó
con facilidad, jalándola hacia él y le besó la cara, los
hombros, brazos y pechos.
—¡Me rindo, ya! —gritó ella en una carcajada—. ¡Basta!
—Sshh, despertarás a toda la casa.
—Es tú culpa —Ashlyn le susurró, jalándolo para besarlo
con detenimiento que le sacó un suspiro a su marido—.
Carson, ¿Qué tanto tiempo tienes?
—¿Para lo que estás pensando? —sus ojos se llenaron de
un brillo que Ashlyn conocía muy bien—. Todo el que
quieras.
—Ah, de haberlo sabido antes, te habría mantenido en
casa mucho tiempo —sonrió y elevó las cejas.
—Ven aquí —se acercó y la besó.
Ashlyn sentía que se derretiría de un momento a otro
bajo los brazos de su marido, aquella noche horrible no era
más que un vago recuerdo de otro pasado que ella se
esforzaría por reprimir. En ese momento, lo único que le
interesaba y en lo que se concentraría sería en las manos,
las caricias y los movimientos de su esposo.
Sentirlo moverse sobre ella, escucharlo pronunciar
palabras sin sentido, ver sus expresiones cambiantes y
llenas de desenfreno, sus manos que se movían por todo su
cuerpo, tocando sus heridas, tocando su alma y su goce,
todo él era perfecto, todo lo que hacía demostraba maestría
y autoridad.
Todo en él le gustaba, así que buscaba demostrárselo de
las formas que se le ocurrían, ya fuese mordiéndolo un
poco, besando su cuerpo, o diciéndole que lo amaba, había
notado que, cuando ella pronunciaba esas palabras, algo en
Carson se relajaba, era más dulce, más cálido y se llenaba
de nuevas energías para seguirla complaciendo, era su
forma de corresponderle.
—¿Qué es lo que está sucediendo? ¿Por qué has estado
tan ocupado en estos días?
Ella se había vuelto a colocar el camisón y regresaba a la
cama para acomodarse con él por otro buen rato. Carson se
acercó y acomodó su cabeza sobre el pecho de su esposa,
concentrándose en su tranquilo respirar y el latido
constante de su corazón.
—Problemas, discusiones con socios, embargues. De todo
un poco —suspiró—. Son días malos.
—¿Embargues? —ella le acariciaba el cabello—. No me
digas… para personas de pocos recursos.
—Es una lástima, llegan en momentos de desesperación
para pedir ayuda a los bancos y sale contraproducente.
Normalmente los intereses los devoran.
—No pensé que te importara —se agachó para mirarlo.
Carson dejó salir un suspiro, se abrazó con más fuerza del
pequeño cuerpo y besó el pecho en el que estaba
recostado.
—Quizá me estás ablandando.
—Sería una victoria para mí —asintió contenta—. ¿Qué
puedes hacer para ayudar?
—Nada, me temo —negó—, son sumas millonarias,
incluso si yo absolviera algunas deudas sería injusticia para
los demás, no se salvarían con ello, aunque podría…
—¿Qué tal si les das la forma de sobrevivir para que
paguen?
—Exacto —se levantó y la miró—. Eso es, no puedo
condonar la deuda, pero sí que puedo ayudar para que la
paguen.
—Carson, eso sería maravilloso —le tomó la cara y asintió
—. ¿Cómo puedo ayudarte?
—No creo que sea buena idea —Ashlyn quitó la sonrisa de
sus labios—. No me hagas esa cara Ash, escucha.
—No quieres que te ayude —reprochó con la mirada—.
¿Por qué me dejas fuera de todo siempre?
La joven iba a ponerse en pie, pero Carson la logró
atrapar, abrazándola por la cintura y sentándola entre sus
piernas, presionando su espalda contra su pecho.
—Escúchame.
—¿Qué quieres que escuche? —le dijo molesta—.
¡Suéltame!
—No te puedo llevar conmigo porque creo que podrías
estar embarazada de nuestro primer hijo.
Ashlyn dejó de moverse y pestañeó impresionada.
—¿Cómo?
—Sí —aligeró el agarre—. Podría ser… te noto distinta.
—¿Distinta cómo?
—En tu humor, tienes más sueño y mucha más hambre.
—Pero… no, no tengo señales.
—Cariño, en serio lo creo, es una posibilidad grande.
—Es que… —se volvió hacia él—. ¿Tú crees?
—Habrá que esperar, ¿hace cuanto no tienes tus ciclos?
—Bueno, siempre he sido muy sensible, me atraso o me
adelanto todo el tiempo.
—Eres irregular.
—Sí, bastante desde que… bueno, desde eso.
—Impresiones fuertes —le besó la mejilla—. ¿Podrás
perdonar que no te lleve conmigo?
—No —se volvió un poco—. Carson, tu mamá no me
quiere aquí y tu padre es distante. No creo que les agrade.
—Cariño, nos iremos de aquí en cuanto los caminos se
descongelen, eso te lo prometo.
—¿De verdad?
Carson la soltó y dejó que se arrodillara frente a él con
una mirada suplicante y una leve sonrisa.
—Sí, sabía que no era buena idea venir —se restregó los
ojos—. Aunque debo admitir que fue bueno que pusiera
atención en este lugar, estaban haciendo lo que se les venía
en gana.
—¿Ves? No todo ha sido malo.
—No quieras cantar victoria.
—Jamás —se mordió los labios—. Sé que ha sido culpa
mía.
—Lo hiciste por una buena razón, estabas preocupada.
—Tus padres… no creo que estén muy bien —frunció los
labios y se lamentó—. Creo que no lo han podido superar.
—No, jamás lo harán, era su hija, su única hija.
—Pero tú eres su hijo.
—Eso no importa —se inclinó de hombros—. En cierta
forma los entiendo, creo que el dolor de perder un hijo ha de
ser insoportable, más que perder a una hermana.
—Pero tú viviste todo eso solo, cargaste con el peso de su
muerte por mucho tiempo —. Ella estiró su mano y le tomó
la barbilla—. Si no me equivoco, lo sigues cargando.
Carson tomó la mano que ella descansaba en su mejilla y
depositó un beso en su palma, mirándola intensamente.
—Eres lo mejor que me ha pasado, no creo merecerte.
—Es verdad —subió las cejas—. Soy demasiado buena
para ti.
—Ni que lo digas.
—¡Ashlyn! —se escuchó la voz dura de la señora Crowel
—. Hora de levantarse, mi hijo se ha marchado ya y tú no
puedes despertar, ¡Pero qué niña!
La pelirroja volvió una mirada divertida hacia su marido,
quién rodó los ojos ante la voz de su madre y se dejó caer
en las almohadas.
—¡Bajaré en seguida, señora Crowel!
—¡Elein, niña, Elein! —le gritó de regreso y se marchó.
Ashlyn se volvió hacia su marido con una simpática
expresión.
—Como me hubiera gustado abrir la puerta y que te viera
desnudo en mi cama —elevó una ceja—, seguro se
atraganta.
—¿Te has convertido en asesina de un día para otro?
—Sólo sería un buen susto.
—Graciosa, ve a cambiarte.
Ella dio dos pasos fuera de la cama, para después volver
y mirar a su marido mientras se colocaba las ropas que se
había sacado ayer por la noche al llegar a la habitación que
le perteneciese a ella.
Ashlyn mordió sus labios y lo miró.
—¿Por qué no tenemos la misma habitación?
—¿Mmm…? —la pelirroja rodó los ojos al comprender que
no le había puesto atención, era muy típico en él por las
mañanas.
—Dije, ¿Qué por qué no tenemos la misma habitación?
Carson se volvió hacia ella.
—¿Es lo que quieres?
—¿Es que tú no?
—No tengo problemas en compartir contigo habitación —
dijo tranquilo y, en apariencia, sincero—. Pensé que con
todo lo ocurrido en tu pasado, te sería más cómodo no tener
a un hombre rondándote siempre y a todo momento.
—No eres cualquier hombre, eres aquel que me da
seguridad.
Ashlyn vio como las comisuras de Carson se elevaban
levemente del lado derecho de su mejilla y la miraba con
ojos cautivadores.
—¿Te doy seguridad?
—Sí —dijo en un susurro—. Te necesito Carson. Más de lo
que me gustaría admitir.
—¿Desde cuando has pensado en esto?
—Creo que desde el primer día que no fuiste a dormir
conmigo.
—¿Y esperaste hasta ahora para decírmelo?
—Puedes ser bastante intimidante.
—Al menos esperaba que tú no sintieras eso.
—¿En verdad? Y yo que pensaba que te parecía divertido
verme como un conejo asustado.
—Nada más alejado de la realidad —se puso en pie
después de ponerse las botas y la acercó lentamente—.
Bien, entonces, la misma habitación. ¿Qué dices? Te mudas
tú o me mudo yo.
—Eso ya no me importa —ella se le echó encima y lo
besó—. ¡Esto me hace tan feliz!
Carson sonrió y recibió los besos desesperados que su
esposa regaba por todo su rostro, era muy sencillo hacerla
feliz.
Ashlyn se cambió presurosa y con una sonrisa en sus
labios, corriendo a la otra habitación para ver como Seth
Humbel le entregaba papeles y pasaba reportes urgentes.
Carson parecía meditabundo y no había notado la nueva
presencia en la habitación.
—Supongo que he de ir —suspiró Carson.
—Creo que sería lo indicado —asintió Seth, mirando hacia
donde se encontraba la figura resplandeciente de Ashlyn—.
Creo que tienes problemas, amigo.
Carso levantó entonces la mirada y suspiró al ver a su
esposa, quien ya había quitado la sonrisa y se mostraba
decaída.
—Dos horas. —Pidió Carson—. Sólo dos horas.
—Se convertirán en cinco, ¿o no? —dijo con tristeza.
—Ashlyn…
—Lo entiendo —meneó la cabeza y miró al señor Humbel
—. Sólo no me gustaría quedarme sola en esta ocasión.
Carson siguió la mirada de su esposa y elevó una ceja.
—¿Humbel? ¿Quieres a Humbel?
—¿Es que lo necesitas?
Carson aprontó su quijada.
—No.
—Entonces… me gustaría que se quedara conmigo.
Para Ashlyn, era prioritario poder hablar con Seth a solas.
—Ashlyn, no creo que sea prudente que se queden solos,
mis padres lo verán con malos ojos y admito que yo
también.
—Mi amor, somos amigos, el señor Humbel y yo apenas
nos toleramos la mayor parte del tiempo, sólo quisiera tener
con quien hablar —se inclinó de hombros.
—No. —Carson cerró los ojos y miró incriminatorio hacia
su amigo—. De ninguna manera.
—¡Eh! —levantó las manos el señor Humbel—. Yo no
tengo nada que ver con esto.
—Está bien —Ashlyn rodó los ojos—. Ya veré qué hacer.
Carson asintió más conforme y fue a besarle los labios
antes de salir de la recámara, tomando a Seth de una forma
poco amistosa para que lo siguiera hacia la salida.
—¡Adiós preciosa! —dijo divertido el señor Humbel—. ¡Me
llevo a tu celoso marido!
Ashlyn dejó salir una ligera carcajada y meditó sobre las
palabras del señor Humbel, ¿en serio Carson podía estar
celoso? ¡Lo creía imposible! De hecho, si era necesario
hablar de Seth Humbel, lo creía más un amigo que otra
cosa, era divertido y la hacía reír sobre manera.
—Ashlyn…
La joven se volvió de pronto ante aquel susurro,
pensando que alguien le estaba tomando el pelo, ¿por qué
escuchaba eso cuando Carson no estaba? Cuando no había
nadie para que le dijera que su salud mental seguía intacta.
Los ojos azules de la mujer recorrieron el lugar,
enfrentándose de pronto a una fuerte ráfaga de aire que
entró por una ventana abierta que le levantó el vestido
hasta enseñar sus rodillas.
—Ashlyn…
—¿Quién es? —dijo asustada, mirando de un lado a otro.
La joven no lo pensó y salió corriendo hacia el pasillo,
sintiendo como si alguien viniese tras de ella, era una
sensación conocida, puesto que eso había pasado cuando la
violaron, intentó correr, pero eso no le sirvió de nada contra
la fuerza de ese hombre.
—¿Ashlyn? —la pelirroja gritó y se volvió con prisas hacia
Elein.
—Lo siento —se tocó el pecho y sonrió—. No la escuché,
Elein.
—Me doy cuenta —asintió—. ¿Quieres tomar un poco de
té? El señor Crowel nos espera en el despacho.
Ashlyn, más movida por la curiosidad que por las ganas
de acompañar a esas personas, asintió entusiasmada y
siguió a la garbosa mujer por los largos y silenciosos pasillos
de paredes altas y llenas de retratos de la familia.
Estaba pensando en actuar lo más recatada y
adecuadamente posible, cuando de pronto tropezó y cayó al
suelo sin miramientos, haciendo un gran estruendo y siendo
ayudada por una de las doncellas que pasaba por el lugar.
—¿Se encuentra bien señora Crowel?
—Sí, sí —la pelirroja movió el vestido para ver con lo que
había tropezado y le sorprendió encontrar una pila de libros.
—Lo lamento querida, con el tiempo te acostumbrarás a
saber los lugares que debes evitar —le dijo la madre,
siguiendo con su camino.
—Espero que no —susurró Ashlyn, cubriendo de nuevo
sus tobillos y levantándose con ayuda de la doncella.
Ashlyn tuvo que correr para alcanzar a la señora Crowel y
cuando lo hizo, hubiese querido dar macha atrás, pero era
demasiado tarde, se había metido a la habitación del padre
de su marido y él, a su vez, la había visto ahí, con ojos
llenos de una ilusión que Ashlyn no logró entender hasta
que el hombre la abrazó y le besó la mejilla con ternura y
hasta lágrimas.
—Mi Agatha, mi niña ha vuelto.
—¿Disculpe?
—No, no Finn —lo separó Elein—. Esta no es tu hija, es la
esposa de Carson, ¿recuerdas? Ya la has visto, están de
visita.
—¿Esposa? —frunció el ceño el hombre y enfocó bien a
una perturbada Ashlyn—. Ah… ya veo, sí. Es diferente, mi
Agatha no tenía el cabello rojo como ella.
—Ashlyn, señor —dijo la joven con poco entusiasmo—. Un
placer conocerlo al fin.
—¿Llevas mucho tiempo aquí, querida?
—Algunas semanas —asintió la joven.
—Y nuestro hijo ya te abandonó —dejó salir una risita—.
¿Es que vino hasta aquí sólo para dejarnos la carga?
—¡Finn! —regañó su esposa.
—No, señor —Ashlyn lo miró con dureza—. Fui yo quien lo
convenció de venir.
—¡Ah! Otra oportunista, ¿querías ver qué tan cuantiosa
es la riqueza de los Crowel?
—No hubo ningún interés económico en mi matrimonio,
señor.
—Claro —ironizó—. Se nota que escatimó en gastos con
el anillo que rodea tu dedo en estos momentos.
Ashlyn apartó la mano de la vista del viejo y se mostró
enojada.
—Fue decisión de él comprarme algo así, no se lo pedí.
—Por supuesto que no —sonrió de lado y siguió con su
marcada ironía—: pero mira que buscar una belleza exótica
de cabello colorado ha sido una muy buena decisión.
Siempre pensé que a Carson le gustaban las cosas que
parecían más finas, como su hermana.
—Creo, señor, que yo me preocuparía si a Carson le
gustaran las mujeres justo como su hermana.
—¿Cómo te atreves? —se adelantó Elein.
—Está bien, querida, deja que se desahogue.
—No tengo nada más que decir sobre eso —aseveró la
joven—. Pero parece que se han quedado estancados en el
pasado, olvidándose que su hijo sigue con vida, creciendo,
sintiendo y odiándolos. Olvidar a Carson no es la forma de
guardar el recuerdo de otra persona.
—¡Eres una habladora y una cualquiera! —gritó la madre
—. ¡No sabes lo que dices!
—Creo que va siendo hora de que reaccionen y se den
cuenta que están perdiendo a Carson también y… y yo no
debí insistir en venir ¡En verdad que son unas terribles
personas!
Ashlyn respiraba con dificultad al haber dicho todo
aquello de forma estrepitosa, no era dada a soportar
insultos y no los recibiría de un hombre que parecía
carcomido por el dolor al punto de dejarlo completamente
loco.
—Tienes el carácter fuerte —sonrió el hombre.
—¿Qué? —Ashlyn frunció el ceño.
—Sabía que mi hijo no podía haber escogido a una
blandengue, eres fuerte y determinada, tienes mucha
emoción en tus ojos.
—Finn, por favor.
—Calla Elein, estoy hablando con ella.
—Pero… no entiendo yo… —Ashlyn frunció el ceño.
—Bueno, no estoy loco, así que no te preocupes.
—Jamás diría algo así.
—Pero lo pensaste.
Ella mordió su labio inferior y sonrió.
—Pero usted me lo provocó.
—Quería ver tu reacción —asintió—. Pareces querer
mucho a mi hijo, te lo agradezco sobremanera.
—Entonces, ¿usted…?
—Sí, vivo consumido por el dolor de perder dos hijos.
—Sabe que Carson… no es feliz estando aquí, ¿Verdad?
—Por supuesto que lo sé, soy su padre.
—Finn, pensaba que por una vez en la vida estabas
siendo racional —negó Elein—. ¿Qué haces?
—Querida, ¿por qué no vas a pedir el té? Tengo algunas
cosas qué discutir con la dama. —La señora Crowel se
mostró ofendida, pero salió del despacho con un aire
despreocupado y gallardo—. Debes disculpar a mi esposa,
no es una mala mujer, pero el dolor la hace actuar de
formas que pueden herir.
—No se preocupe.
—Vamos, siéntate —señaló una pequeña sala—. Tenemos
mucho de lo qué conversar.
La joven tomó asiento y miró con detenimiento al hombre
que sonreía amistosamente, pero algo la hacía estar atenta
y manejarse con tiento ante él. No sabía que era, pero no le
daba confianza, quizá fuera por la forma en la que fue
recibida o porque le daba una mala espina, pero no se fiaba
de él.
Sin embargo y temiendo tener que comerse sus palabras
prejuiciosas, había pasado una agradable tarde con el señor
Crowel, sus conversaciones pasaron de la cotidianidad a lo
interesante, logrando que Ashlyn se sintiera contenta y
distraída por primera vez en días. Incluso le había pedido
que tocara una melodía en el piano y la joven pelirroja los
deleitó con una tonada alegre… muy diferente a la que se
escuchaba cuando sus suegros estaban en el último piso.
Ashlyn había esperado todo el día la aparición de su
esposo, pero este nunca llegó y tuvo que retirarse a sus
cámaras presurosamente después de que la señora Elein lo
aconsejara con un nerviosismo que ella no logró entender,
era como si la quisieran esconder de algo o.… de alguien,
porque incluso pidió que se asegurara de poner el pasador,
para que nadie la molestara.
Ashlyn lo hizo, al menos, fingió hacerlo. Sólo hizo falta
que su suegra se fuera del lugar para que ella saliera de la
habitación y la siguiera, tomando una distancia prudencial
para no ser vista por ella. Escuchó detrás de una cortina
como los padres de su marido hablaban con presuroso
proceder y después, se les unía la voz de otro hombre, uno
que le heló la sangre a Ashlyn por lo perverso que sonaba,
pero de la conversación no escuchaba ni un poco.
Lo último que fue capaz de ver, fueron las espaldas de las
tres personas que subían las escaleras hacia el tercer piso
de la casa, aquel lugar que estaba prohibido para todos y
los sirvientes temían por estar aparentemente embrujado.
Capítulo 35
Lo decidió esa noche, esperaba que Carson no tardara
mucho en regresar, porque necesitaría quien la salvara por
lo que estaba a punto de hacer, seguro que sus suegros la
querrían matar si es que se daban cuanta de que los
seguiría hacia el tercer piso, el piso prohibido.
Ashlyn tomó sus faldas y las levantó para quitarse los
zapatos y correr en medias hacia las escaleras, buscando no
hacer ruidos mientras subía y miraba todo con extrañeza. El
tercer piso era igual que el segundo, en donde la familia
habitaba, pasillos, hermosos decorados, candiles y retratos,
nada fuera de lo normal.
Las puertas de las habitaciones, sin embargo, estaban
todas abiertas, a excepción de una al fondo del pasillo, las
más grandes y llamativas de todas, supuso que serían las
principales, así que se acercó y colocó un oído para
escuchar del otro lado, notando que alguien gritaba y
parecía retorcerse.
—¡Por favor, señor haga caso! —gritaba Elein—. ¿Es que
no tiene corazón en el pecho? ¡Por favor!
Ashlyn sintió que su corazón latía desbocado y tomó el
arma que había llevado como precaución, sobre todo al ver
al hombre que ella no conocía en la habitación. Quizá había
sido una estupidez, pero abrió la puerta con el arma en
resiste, topándose de cara con las miradas asombradas de
cuatro personas… sí, cuatro. Sus suegros, el hombre
desconocido y… ella debía ser Agatha, más bien, era ella.
Ashlyn la miró con impresión, creyendo por un momento
que se trataba de un fantasma, para después darse cuenta
de que en realidad estaba viva, aunque se podía considerar
que estaba casi muerta por la palidez de su rostro y la
delgadez de su cuerpo.
—¿Qué…?
—¿Qué demonios haces aquí? —gritó el padre de su
esposo—. ¡Como te has atrevido!
—No…, yo —Ashlyn dio pasos hacia atrás.
—¡Sal de aquí ahora! —gritó Elein, mirando hacia el
hombre que tenía los brazos cruzados y miraba con el ceño
fruncido hacia Ashlyn.
—¿Quién es ella? —preguntó tranquilo, permitiendo que
Agatha se abrazara a su cuerpo con aprensión.
—No Dan, no te vayas, por favor quédate, haré lo que
quieras —rogaba la joven que aprisionaba las piernas del
hombre sin lograr captar en lo más mínimo su interés.
—Basta ya Agatha —pidió el caballero con tranquilidad—.
Ponte de pie y vuelve a la cama.
—¡No! ¡No te vayas por favor! Quédate… quédate…
—Me quedaré Agatha, he regresado de mi viaje.
—¿En verdad? ¡Oh, mi dulce amor! ¡Gracias mi dulce
amor!
Ashlyn frunció el ceño y decidió que lo mejor que podía
hacer era salir corriendo lo más rápido posible de ahí, no
entendía nada, no se estaba volviendo loca ¿Verdad?
Agatha estaba ahí, parecía fuera de sus cabales, pero
estaba viva, jamás murió y Carson siempre le mintió ¡Todos
le habían mentido! ¿La tenían encerrada ahí siempre? ¿Era
una prisionera en su propia casa? ¿Quién era ese hombre?
Ashlyn fue a su recámara y se encerró con seguro, incluso
puso algunas cosas más contra la puerta para impedir la
entrada. Cerró también la puerta que conectaba con la
habitación de su marido y retrocedió lentamente hasta
quedar en medio de la habitación, sintiéndose fuera de la
realidad y dejándose caer en el suelo, llorando desesperada
al estar viviendo en una casa donde tenían a alguien
prisionera y en un estado lamentable.
¿Acaso la mantenían oculta por vergüenza? ¿Serían como
esas familias que cuando uno de sus hijos tiene una
deficiencia o un problema de salud mental o física los
escondían para siempre? ¿Cómo si no existieran?
Levantó la cabeza cuando de pronto escuchó que alguien
intentaba abrir la puerta de su habitación.
—¿Ashlyn? —Era Carson—. Ashlyn ¿qué sucede?
—¡Déjame!
—¿Qué ocurre? —Volvió a intentar abrir la puerta—.
Ashlyn, déjame entrar, abre la puerta.
Ella se puso en pie, movió los muebles pertinentes y le
abrió la puerta con el enojo marcado en su mirada y en todo
su semblante.
—¡Eres un mentiroso! ¡Me mentiste todo el tiempo! —le
gritó—. ¿Te burlabas de mí al decir que a tu hermana le
pasó lo mismo? ¿Qué murió cuando la atacaron?
—Ashlyn…
—¡Está viva! ¡La vi! —siguió arremetiendo y empujándolo
para que no se acercara a ella—. ¡Me mentiste! ¡Usaste mi
recuerdo más doloroso para acercarte a mí!
—No es verdad. —Intentó tomarla por los brazos, pero
ella lo empujó de nuevo, caminando para atrás.
—¡No! ¡Mentiroso!
—¡Basta! —la tomó por los hombros—. No te mentí,
jamás te dije que estaba muerta y en cierta manera, creo
que lo está.
—Dijiste que la habías perdido.
—Y así fue, si la has visto te darás cuenta que está
perdida.
—No uses juegos de palabras conmigo.
—No lo hago, soy sincero, debí decirte que estaba aquí,
pero no quería afectarte de nuevo, no quería revivir tu
pasado cuando la vieras a ella —cerró los ojos—. Traté de
protegerte.
Ashlyn negó mientras más lágrimas salían de sus ojos.
—Dime la verdad.
—Te la estoy diciendo —suspiró—. Mi hermana fue
abusada al igual que tú y mis padres me echaron la culpa a
mí porque no la cuidé, porque jamás me di cuenta cuando
ella salió del hotel y le pasó… lo que le pasó… el hombre
que la rescató es ahora su marido, pero dudo mucho que la
quiera, él… es obvio que quería el dinero de la herencia de
mi hermana, tuve que aceptar porque Agatha no quiere que
nadie además de él se le acerque, parece que cuando él la
salvó, no tengo idea, formó un lazo que no soy capaz de
quebrar.
—¿Lo odias?
—Sí. —Aceptó—. Sé que se aprovechó de la situación,
ahora es un hombre rico, casado con una mujer distinguida
que casi no ve porque sus facultades mentales no son las
mejores.
—¿Por qué Agatha lo quiere si dices que la maltrata de
esa forma?
—A saber —dijo molesto—. Lo único que sé es que no
quiere dejarlo, él viene de vez en cuando y ella brilla en
felicidad, incluso parece retomar la cordura un poco. Pero
cuando él se va… deja de comer, no habla, no se levanta de
la cama.
—Sólo toca el piano.
Carson miró a su esposa.
—Sí, sólo eso.
—¿Y la dejaste a la deriva? ¿A tus padres?
—¿Qué más puedo hacer? Ellos me desprecian porque
dejé a Agatha y ella misma me odia porque los escuchó
toda la vida diciendo que era mi culpa. Mi propia hermana ni
siquiera me puede ver a la cara sin gritar y llorar —dijo con
dolor.
—Pero si no tuviste la culpa.
—Ellos no piensan eso.
—Lo siento tanto —Ashlyn frunció el ceño—. Pensé…
—Debí decírtelo, Humbel me lo dijo, pero tenía tanto
miedo de lo que pudieras sentir… de perderte en la locura
como la perdía a ella…
—No me perderás —Ashlyn se acercó y le tocó la mejilla
—. Somos diferentes y tú… tú eres mi salvador.
Carson cerró los ojos y la aprisionó en sus brazos.
—Estás temblando.
—Sí —aceptó la joven—. Sentí que todo lo que creía de ti
era una mentira y me asusté.
—Nos iremos lo antes posible, sólo debemos esperar a
que se despejen las calles de la nieve y te llevaré de regreso
a casa.
Ashlyn sonrió y lo miró.
—No sabía que teníamos casa.
—Descubriremos donde es —dijo divertido—. Con que
estemos juntos me será suficiente.
—Vamos a la cama —pidió ella—. Seguro que tus padres
querrán matarme mañana por haber subido al tercer piso.
—Seguro que sí.
Carson la recostó sobre él, abrazándola tan fuerte que
Ashlyn pujó un poco y se acomodó en su pecho,
acariciándolo y llevándolo lentamente a un sueño profundo
que ambos compartieron.

—¿Qué demonios haces aquí?
—Vaya, vaya Seth, no pensé que estarías tan molesto en
volver a verme, ¿te la pasaste bien en el tiempo en el que
me evitaste?
—Me gustaría jamás volverte a ver en mi vida.
—Sin embargo, sigues pegado a las enaguas de Crowel —
dijo con lástima—. Si en serio quisieras dejar de verme,
dejarías de codearte con mi querido cuñado.
—Déjate de bromas Dan y lárgate de una vez.
—¿Y dejar a mi afectada esposa? —negó—. ¿No has visto
lo contenta que se ha puesto esa loca al verme?
Seth apretó sus manos en puños y lo miró con odio.
—No mereces estar vivo.
—Quizá no, pero no puedes hacer nada para remediarlo
sin perderlo todo. —Dan caminó alrededor de Seth Humbel,
actuando cínico y divertido—. Dime Seth, ¿Aún amas a mi
querida Agatha? O ya has pasado tu corazón a alguien más.
—Imbécil.
—Ah… así que la esposa de Crowel llama tu atención. —
Las cejas de Dan se curvearon hacia arriba—. Tal parece que
te encantan las mujeres que hayan pasado por mi cama.
Seth tomó al hombre por las solapas de su traje y lo alzó
ligeramente para amenazarlo no sólo con la agresión
corporal, sino con sus ojos llenos de fuego.
—Si Crowel no te ha descubierto es por mí, me debes la
vida —escupió Seth—. Te digo que te largues.
—No. —Le apartó las manos—. Ahora que he vuelto a ver
a esa pelirrojita, mi mente trae muchos recuerdos
placenteros. Sí tú la hubieras escuchado suplicar y gemir de
dolor, no podrías resistirte tampoco a tus instintos.
—Aléjate de ella Dan, si haces alguna estupidez, Carson
te matará.
—Debió hacerlo hace años —dejó salir una carcajada—.
Pero claro, Humbel, como tú eras mi amigo en ese entonces
te conté y no pudiste hacer nada, porque te presenté a
Carson para que fueras lo que eres ahora, me la debías,
tuviste que guardar el sucio secretito.
—No debí hacerlo, debí decirlo —dijo pesaroso.
—Eres tan culpable como yo, Seth y lo sabes.
—Sí —Seth cerró los ojos y apretó los puños—. Pero no
permitiré que les hagas daño de nuevo.
—Mmm… ¿Qué harás para evitarlo?
—Lo que sea necesario.
—Qué miedo —sonrió—. ¿Sabes? Habrá que estar al
pendiente de ahora en más. Mis instintos son incontrolables
y la pequeña pelirroja los ha despertado… claro que por el
momento tendré que conformarme con Agatha, que no está
nada mal, pero me repudia un poco que me quiera tanto,
jamás pensé que alguien podría amar así a la persona que
abusó de ella. —echó la cabeza para atrás y se carcajeó un
poco—. Claro que no lo sabe, ella en serio pensó que llegué
en el momento adecuado, justo para salvarla después de
que ese malvado se marchara.
—Muérete de una vez Dan.
—No lo creo y si lo hago, he dejado todo listo para
hundirte a mi lado —se inclinó de hombros—. Estás
arruinado y siempre lo estuviste.
Seth Humbel cerró los ojos y pasó sus manos por sus
cabellos de forma desesperada mientras escuchaba a ese
lunático alejarse del lugar, dejándolo solo con sus lamentos,
con sus culpas y con sus inmensas ganas de morir.
Era la razón por la que sentía culpa con lo relacionado a
Ashlyn, inmediatamente supo quien había abusado de ella,
porque lo podía ver prácticamente todos los días. El idiota
de Dan siempre dejaba una marca característica en sus
victimas, las marcaba con su anillo en su brazo derecho. Era
una forma primitiva en la cual Dan sentía que le pertenecían
las personas a las que marcara.
El anillo que Crowel les daba a sus socios o clientes
frecuentes era personalizado con la primera letra de la
persona que lo portaba, además de un pequeño símbolo
que se agregaba al escudo de armas como distintivo de la
persona que lo portaba, haciendo el anillo único e
inigualable, la marca de un depravado.
Capítulo 36
Ashlyn ahogó un grito y levantó la cabeza del pecho de
su marido, dónde él la mantenía sujeta en un cálido abrazo.
La joven miró de un lado a otro, acariciando a su esposo,
sintiendo su calidez y el fuerte palpitar de su corazón. Por
un momento trató de ver u oír algo, pero al no tener ningún
cambio, volvió a recostarse y se abrazó al cuerpo fuerte,
sintiendo como Carson intensificaba el agarre.
Cerró los ojos, pero en cuanto lo hizo, escuchó un fuerte
grito que parecía desgarrar la garganta de la persona que lo
lanzaba. Ashlyn levantó la cabeza al igual que lo hizo
Carson.
—¿Qué demonios…?
—Carson, están atacando a alguien —dijo asustada,
separándose de él y mirando hacia todos lados.
—Quédate aquí —se quitó las sábanas y salió de la cama.
—No, no —trató de frenarlo, pero él se zafó del agarre y
salió de la habitación—. ¡Carson!
El hombre silenció a su esposa con una expresión de su
rostro y frunció el ceño al escuchar otro gemido, por lo cual
corrió hacia las escaleras y logró ver a una mujer enredada
en una sábana que caminaba desorientada con dirección al
exterior nevado.
—¡Espere!
La chica gritó y corrió con más prisas hacia el exterior de
la casa, enfrentándose a un clima helado en una condición
casi desnuda. Carson la siguió y logró atraparla, resintiendo
un poco los golpes que ella le daba al intentar liberarse.
—Tranquila, no le haré daño, soy el dueño, no le haré
daño.
—¡No! ¡No! —gritó la mujer—. ¡Suélteme! ¡Déjeme en
paz!
—¿Qué te sucedió? —le dijo preocupado—. ¿Quién te
lastimó?
—¡Ese hombre! —gritó desesperada—. ¡Él me lo hizo!
—¿Quién? —dijo exasperado, tratando de que entrara a la
casa para que recuperara el calor.
—¡Ese hombre! ¡Lo hizo y me dejó aquí! —lloró la joven,
cubriéndose con las mantas.
—Entiendo, lo entiendo —dijo Carson, manteniendo las
manos en alto—, vamos, deja que te lleve a la casa, estás
congelándote.
—¡Regresará por mí!
—No dejaré que nadie te haga daño —le dijo con firmeza
—. Confía en mí, vamos adentro.
La chica lo miró con ojos llorosos y asintió sin saber qué
más hacer, no le permitió que la tocara, pero lo siguió de
cerca, como si fuera la única salvación que tendría. Carson
la introdujo en uno de los salones inferiores y pidió que
prendieran un fuego y trajeran comida y algo caliente para
la espantada muchacha. Momento en el que llegó Ashlyn,
cubriendo sus labios con una mano al ver el estado de la
mujer que no dejaba de temblar.
Ashlyn miró a todos los presentes, los cuales incluían a su
marido, sus suegros, el señor Humbel y claro, la victima, a
la cual ella no dudó en acercarse.
—¿Qué te sucedió? ¿Te encuentras bien? —la pelirroja se
agachó e intentó tocarle la mejilla morada a la joven.
—Ashlyn… —intentó su marido.
—¡No me toqué! —gritó la mujer y no reparó en abofetear
a Ashlyn, quien resintió el golpe—. ¡No se atreva a tocarme!
—¿Qué demonios? —gritó Carson, adelantándose unos
pasos.
Los demás también habían acudido en ayuda de la mujer,
pero igualmente frenaron sus pasos al notar que Ashlyn
levantaba una mano, pidiendo que todos se detuvieran.
—Está bien —los miró ella—. No debí hacerlo, está bien.
—Ashlyn, ven aquí, ahora —Carson la levantó del suelo y
la sacó de la habitación—. ¿Estás bien? ¿Te hizo daño?
—Es sólo un golpe, estoy bien, está asustada.
—No quiero que vuelva a suceder —la miró en
advertencia—. ¿Qué no te dije que te quedaras en la
habitación?
—Lo vi desde la ventana, pensé que ella no querría a otro
hombre cerca dadas las circunstancias —bajó la mirada—.
Pensé que podría hablar con ella.
—Ya ves que es igual con hombres y mujeres.
—Sí, lo veo ahora —rodó los ojos.
—¿No habíamos quedado que tendrías cuidado a partir de
ahora? —le recordó, pasando su mano por el vientre de su
esposa.
—Lo sé —colocó una mano sobre la de él—, pero no te
hagas tantas ilusiones, ¿Qué tal si es una falsa alarma?
—No lo es, estoy seguro que estás esperando.
Ella negó con una sonrisa y aceptó el beso que su marido
le dio.
—Carson —se abrió la puerta de pronto, interrumpiendo
la caricia entre la pareja—. Ella se rehúsa a estarse quieta si
no estás a su lado, no sé qué le pasa.
—Confía en ti —susurró Ashlyn—. La salvaste y confía en
ti.
—Bien, iré con ella, la convenceré de lavarse.
—Te ayudaré con eso.
—Ash…
—Sé que no quieres que me involucre, pero aún si
estuviese embarazada, no me deja incapacitada de ayudar
a una pobre chica que sufrió lo mismo que yo.
Carson cerró los ojos y suspiró.
—Está bien —la miró—. Pero no te alejarás de mí.
—Ni un segundo —dijo alegre de que le permitiera hacer.
Ambos regresaron a la habitación, viendo como esa mujer
entraba en un estado de nerviosismo total y, al momento de
ver a Carson, ella corrió hasta él y se desplomó a sus pies.
—No me deje, por favor, no me dejé.
—Tranquila, no lo hará —dijo Ashlyn con una voz dulce—.
Yo soy Ashlyn y él es mi marido, Carson.
—Carson… —asintió—. Sí, quiero estar con Carson.
—Él estará presente, pero tienes que dejar que te ayude.
La perturbada mujer miró desesperada hacia el hombre
que permanecía junto a la pelirroja, así que asintió y se puso
de pie, tomando las manos de la bonita mujer que parecía el
ser más amable con el que se hubiese topado.
—Martha… —susurró—. Soy Martha.
—Bien Martha —la abrazó Ashlyn—. Te llevaré a darte un
baño, ¿Estás bien con eso?
—Sí, sí —asintió un par de veces—. ¿Estará Carson ahí?
—No creo que sea adecuado —dijo Ashlyn—, pero puede
estar del otro lado, en la recámara.
—Bien, sí, vamos —asintió con nerviosismo—. Vamos,
vamos.
Carson suspiró con fuerza y caminó detrás de las dos
mujeres, pero fue detenido momentáneamente por la mano
de Seth, quien lo miraba con una faz poco amistosa.
—Esto no es bueno para ella.
—Lo sé, pero no lo permitiría de otra manera.
—Impídelo, Carson ¿no viste como la golpeó?
—Por favor Seth, sé cuidar de lo que es mío.
—Carson, no se trata de eso —lo detuvo nuevamente—.
Me preocupo por ella, ha estado demasiado nerviosa.
—Lo sé, Seth —le dijo enojado—. Sé lo que le sucede,
duermo con ella, despierto con ella, me cuenta sus miedos.
—No te pongas celoso.
Carson se acercó y lo tomó de la camisa, amenazándolo.
—¡Carson, por favor! —se alteró Elein.
—Deja de meterte conmigo, Seth —lo advirtió.
Carson salió de prisa y siguió a su esposa hasta la
habitación que ambos compartían. Encontrándola afuera de
la recámara, inclinada sobre si misma, temblando y llorando
desesperada.
—Mi amor, ¿qué ocurre? ¿Qué pasa? —se inclinó a su
lado.
—La marca… ella tiene la marca, Carson.
—Cálmate cariño, cálmate.
—No, Carson, tiene la marca, la dejó aquí para que yo
sepa que viene por mí —le tomó los brazos—. Viene por mí,
Carson.
—Nadie te llevará, mi amor —la abrazó— y si viniera, no
dejaría que se acercaran a ti.
—¿Hijo? —se acercó Elein—. ¿Qué ocurre?
—Tengo que llevarla lejos de aquí.
—Me encargaré de la chica.
—¿Qué es lo que le ocurre a Ashlyn? —se acercó el padre.
—No lo sé —Carson la puso en pie y la abrazó—. Háganse
cargo de la chica, por favor.
—¿Cómo? —se quejó la madre—. Esa chica no deja que
nadie a excepción de ti y tu esposa se acerquen.
—¡Demonios! —lo miró—. Por favor, ayúdame en esto.
La mujer mayor asintió hacia su hijo y entró a la
recámara, se escuchaba una apacible calma a pesar del
cambio de persona que interactuaba con la chica
asustadiza, parecía ser que Martha aceptaba bastante bien
a la señora Crowel.
Carson introdujo a Ashlyn en una recámara diferente, ella
se separó de su marido inmediatamente y caminó por la
habitación, soltando lágrimas sin producir sonido alguno.
Estaba asustada y parecía no encontrar su lugar.
—Por favor Ashlyn —Carson se acercó a su esposa y la
tomó de los hombros—. Dime lo que está pasando.
—Carson —se aferró a su camisa—. Entiende, por favor,
tiene su marca, vendrá por mí.
—Si no me explicas, no voy a entenderte.
—¡Mira! —ella levantó su brazo y mostró a su marido lo
que parecía ser una quemadura.
—¿Qué tiene eso?
—La marca de un anillo, su anillo —le dijo—, lo quemó en
mi piel como si estuvieran sellando una carta, ella lo tiene
también.
Carson se acercó a la pequeña marca que estaba situada
justo en el hombro derecho de su esposa. La había visto
antes, pero por alguna razón, pensó que había sido algo que
Ashlyn podría hacer junto con sus primas, era obvio que el
grabado era de un anillo, seguramente uno de oro.
—Todo estará bien —la abrazó—. Estoy contigo, mi amor.
—No quiero ser vista débil ante esto… pero recordarlo —
negó y ocultó su rostro—. No puedo parar de llorar, todo
vuelve a mi cabeza.
—Nadie diría que eres débil, tuviste que soportar todo
esto tú sola, pero ya no tienes por qué hacerlo —le besó la
cabeza—. Esa niña se irá mañana mismo si no te sientes
cómoda con ella aquí.
—¡No! —se aferró a su camisa, pero no levantó su rostro
—. No. No podría hacerle algo así, nos necesita.
—Entonces, ¿Qué quieres que haga?
—Quiero —levantó la cara y lo miró—. Quiero que me
hagas el amor, Carson, ahora.
—¿Ahora? —negó—. Estás conmocionada, aterrorizada
y…
—Justo ahora están viniendo a mi mente todos esos
momentos dolorosos, todo aquello que me hizo sentir
menos que nada —le tomó la cara—. Pero tú no crees que
yo sea nada, ¿o sí?
—Eres todo para mí.
—Entonces… hazlo, por favor, quiero estar con alguien
del que esté segura que se preocupa por mí.
—Ashlyn… —cerró los ojos y colocó su frente sobre la de
ella, tomando una profunda respiración—. ¿Estás segura
que es lo que necesitas en estos momentos? ¿No quieres
hablar?
—No tengo nada que decir —ella movió su cara, rosando
la piel de Carson con su nariz, buscando sus labios—. Por
favor, no me hagas suplicar por ello.
—Jamás lo haría.
Carson la tomó de la cintura y la hizo dar un brinco para
que enredara sus extremidades en él. La besó, lo hizo con
tanta intensidad que sacó un suspiro profundo de la
garganta de su esposa, quién lo rodeaba con fuerza
mientras trataba de abrir la bata que su marido se había
puesto sobre su cuerpo al momento de salir de la habitación
a mitad de la noche.
Las ropas cayeron de sus cuerpos y se recostaron en la
cama que no era la suya, pero funcionaba para lo que
estaban planeando hacer. Era ella quien se mostraba más
entusiasmada, lo buscaba con desesperación, lo abrazaba o
le indicaba lo que necesitaba que hiciese para hacerla sentir
querida; eran más que nada peticiones sobre besarla,
abrazarla o simplemente mirarla.
—Aquí hace más frío —sonrió Ashlyn, abrazándose al
cuerpo que se cernía sobre ella.
—Ni siquiera lo siento en estos momentos —la besó de
nuevo.
Ella se arqueó contra él y sonrió cuando la besó
profundamente al mismo tiempo que provocaba que todo
en ellos estuviera unido. El corazón de Ashlyn latía a todas
prisas y sus labios permanecían separados cada vez que él
no se preocupaba en besarlos. En cambio, la miraba, ella
sabía que Carson estaría grabando en su cabeza cada
expresión que saliera de su rostro, los ojos grises de su
esposo eran tan cálidos cuando se encontraba con ella, tan
profundamente unido a ella que les era imposible
comprender que había más gente a su alrededor, puesto
que cuando estaban de esa forma, sólo eran ellos dos y lo
que sentían por el otro.
—Carson —gimió despacio—. Di que me amas… dilo.
—Te amo —besó sus labios—. Te amo, Ashlyn.
Ella entonces cerró los ojos y lo abrazó con fuerza,
sintiendo las fuertes oleadas de placer recorrer su cuerpo
entero al mismo tiempo que sentía los labios de su marido
presionando los de ella en repetidos y suaves besos que
también vagaban por su rostro y su cuello, incluso hasta el
inicio de sus pechos.
Pasó un buen rato en el cual Carson se dedicó a besarla y
acariciarla, para después girar lejos de ella, recibiéndola en
su pecho segundos después. Ashlyn lo besaba y abrazaba
con fuerza, queriendo sentir que estaba ahí, que se
pertenecían el uno al otro y que no permitirían que ninguno
se hiciera daño.
—¿Carson?
—¿Mmm…?
—Cuando te obligué a que dijeras que me amabas… lo
siento.
Carson abrió los ojos y bajó la cabeza para enfocarla.
—No me obligaste a nada.
—Lo sentí así —sonrió—. Fue tan… humillante.
—Ey —le tocó la barbilla y la hizo mirarlo—. Jamás digas
eso, no me pediste nada que no estuviera sintiendo en ese
momento, ni tampoco que no sienta ahora. Te amo Ashlyn,
de eso no hay dudas.
—¿En verdad? —lo abrazó—. Pensaría que estás
realmente enfadado por tener una esposa que… que no
soporta su pasado.
—Yo no soporto mi pasado y tú siempre has estado ahí.
—Pero jamás lloras o te haces un pequeño ovillo en el
piso, siempre eres fuerte y mantienes tu postura.
—Es porque no he revivido en carne propia mi pasado —
la abrazó y besó su coronilla—. No puedo calcular las formas
en la que me quebrantaría de tener que revivirlo.
—Jamás lo harás.
—Si te pasara algo a ti… creo que no lo soportaría.
—No digas eso.
—Te lo digo como una advertencia, te amo tanto que… no
sabría de lo que podría ser capaz con tal de mantenerte a
salvo.
—Me siento a salvo —se abrazó a él y lo besó.
Carson suspiró fuertemente y la colocó aún más cerca,
sintiendo las curvas de su esposa pegadas a él de forma
que podía sentir el latido de su corazón contra su costado.
—¿Cómo te sientes?
—Mejor —sonrió—. Creo que lo necesitaba.
—¿Crees que…? —bajó su mano hasta el vientre de
Ashlyn.
—No lo sé —sonrió—. Pero en realidad anhelas un hijo,
¿cierto?
—Me encantaría verte transformándote lentamente en
madre —la miró—. Sentir cómo tu vientre crece bajo mis
manos.
—¿Aquí?
—No, por favor —negó—. Quiero irme de aquí lo antes
posible.
—Gracias a Dios —suspiró aliviada.
—¿Lo has odiado tanto?
—Quisiera escapar justo ahora, pero no podemos dejar a
Martha y creo que es riesgoso en los primeros meses de
embarazo.
—Tampoco es como si fuera el mejor momento para
viajar.
—Tengo miedo —sinceró—. Parece que desde que llegué
aquí el infierno se desató de nuevo.
—Quizá haya sido porque Seth lo estuvo buscando.
—Lo pensé también —asintió la joven—. Es una
posibilidad.
—Por ahora duerme —le besó la cabeza—, trata de
descansar un poco y no pienses más.
—Me será imposible.
—Inténtalo.
Ashlyn cerró los ojos y trató de concentrarse en las cosas
que la hacían sentir feliz y le recordaban que estaba junto a
Carson, quien la amaba y la protegería de cualquier cosa.
Se fue relajando y, poco a poco, fue quedándose dormida,
pasando a la relajación del mundo de los sueños, donde
permaneció tranquila.
Carson, por su parte, no podía seguirla en esa
tranquilidad, para él las cosas nunca ocurrían por
casualidad, debía haber una conexión en todo aquello. Sin
pensarlo tocó aquella marca de la que su esposa le había
hablado y se preguntó si acaso su hermana también la
tenía.
Le encantaría encontrar una forma de borrarla al menos
de la cabeza de su esposa, pero era un evento lo
suficientemente traumático como para que ella fuera capaz
de olvidarlo.
Y esa chica…
¿Por qué llegaría a la casa? Y no por fuera, sino adentro,
haciendo alarde de que podía infiltrarse cuando quisiera,
atormentando a todo cuanto los conociera, como en ese
caso su mujer y él mismo.
Capítulo 37
Ashlyn miró extrañamente al esposo de su cuñada, por
primera vez lo estaba viendo frente a frente mientras todos
desayunaban en un sepulcral silencio que parecía no
poderse romper por más intentos que se hicieran. Ni
siquiera el señor Humbel parecía interesado en menguar la
incomodidad del momento, lo que era más, parecía tan
enojado y ensimismado como todos los demás.
—Escuché que llegó una muchachita de la nada el día de
ayer —dijo de pronto el hombre—. No escuché nada ya que
las habitaciones con mi esposa están alejadas, pero ¿Qué
fue lo que pasó?
—Nada. Ya lo resolvimos —dijo Seth con la mandíbula
apretada.
—¿Nada? Es que llegó de la nada y se fue sin más.
—La señorita Martha sigue aquí. —La voz de la señora
Crowel sonaba distante y dura.
—No me digan… ¿qué le pasó?
—Parece ser que alguien abusó de ella —dijo Carson— y
el muy cobarde la vino a dejar aquí como símbolo de su
proeza.
—Es un desgraciado, poco hombre que tiene que tomar a
las mujeres a la fuerza —escupió Ashlyn—. Seguro lo hace
porque no puede cortejar a una dama y que esta lo acepte.
Los ojos de Dan Durnet se encendieron con una chispa
peligrosa que Seth logró percibir con facilidad. Ashlyn no
podía hablar tan descuidadamente, era increíblemente
peligroso, si la señorita Martha había llegado ayer y
casualmente Dan no se hizo presente en el lugar, sería
porque fue él mismo quien abusó de ella y la dejó ahí.
—¿En serio? —Dan se mostró sorprendido—. Seguro ha
de ser horrible para la señorita en cuestión, me causa un
gran dolor debido a que mi propia esposa sufrió por ello.
Carson lo miró con advertencia.
—Seguro que Agatha lo necesita más de lo que piensa
señor, debería estar más tiempo con ella —sugirió Ashlyn.
—Claro, eso me encantaría, pero como sabrá, señora, a
veces no es fácil equilibrar la vida personal y la laboral.
—¿Qué se supone que hace usted? —Ashlyn frunció el
ceño.
—Trabajo con Crowel —apuntó al susodicho—. Desde
hace años que estamos juntos en esto, ¿Verdad Humbel?
Ashlyn entrecerró los ojos, algo le decía que ese hombre
quería decir mucho más con esas palabras.
—No tengo idea, ustedes se conocían antes de que yo
conociera a Crowel —se zafó Seth.
—Claro, claro. Lo había olvidado. —Dan dejó salir una
risotada—. Si el que te lo presentó fui yo ¿cierto?
—Así es.
Ashlyn dejó sus cubiertos sobre su plato y miró
intensamente a Dan Durnet.
—¿Es que era socio de mi marido desde hace mucho?
—Demasiado tiempo, señora, casi desde que inició todo.
—Ah… —Ashlyn asintió, sintiendo la mirada intensa de
Carson sobre ella, aparentemente interesado en sus
insinuaciones.
—¿Por qué parece que tiene pensamientos atorados en la
cabeza, señora? Por favor, somos de confianza, tan sólo
dígalos.
—No. Sólo intento conocerlo.
—Bueno, niña —la sonrisa de Elein era forzosa—. Será
mejor que terminemos esta conversación antes de que pase
a los pleitos.
—¿Por qué pasaría a eso, madre? —la miró Carson.
—Simplemente paren, tratemos de tener una comida
armoniosa, Dios sabe que nos hace falta por la noche de
ayer.
Ashlyn no podía apartar la mirada de ese hombre, de
alguna forma le parecía familiar, pero ya antes se había
equivocado. Miró a Seth Humbel, quien tenía una actitud
agresiva desde que ese hombre había llegado, pero no era
nada particular, Carson e incluso su padre tenían la misma
postura, todos parecían sentir desagrado por el hombre.
Cuando el desayuno hubo terminado, Carson tuvo que
excusarse por trabajo, llevándose con él a Dan y de alguna
forma logró convencer a Seth, quien se mostró reacio hasta
que recibió la orden directa de Carson para que los
acompañara.
La pelirroja aprovecharía que no estarían para ir
directamente con Agatha, tenía mucho que preguntarle, así
que cuando los padres de su marido se distrajeron, ella
corrió escaleras arriba y abrió la puerta de la hermana
menor de su marido, quien estaba sentada enfrente de la
ventana que daba hacia el jardín nevado.
—¿Agatha?
—Ah… eres tú —dijo con desprecio—. ¿Te vas a ir en
algún momento? ¿O piensas quedarte aquí por siempre?
—Eras tú las de las voces… —Ella sonrió lacónicamente y
apuntó los tubos acústicos que había por toda la casa—.
¿Por qué quieres que me vaya? ¿Por qué dices que no
merezco a tu hermano?
—Nunca dije eso.
La voz de Agatha era distante, monótona y apagada,
escucharla le causó un escalofrío profundo a Ashlyn.
—Pero si eso es lo que dijiste.
—Dije que te fueras y que no lo merecías.
—Es lo que dije.
—Nunca dije qué era lo que no merecías.
Ashlyn pestañeó varias veces, comprendiendo que la
habilidad con el habla era de familia, así que se acercó a la
melancólica mujer y se acuclilló frente a ella.
—¿A qué te referías entonces?
—El dolor… tienes que irte pronto —la miró por unos
segundos y después volvió la vista a la ventana.
—No estoy sufriendo.
—Lo harás si te quedas, sobre todo ahora.
—Agatha, ¿a qué te refieres? Acaso… ¿tus padres te
maltratan?
La chica cerró los ojos y respiró profundamente, tal
parecía que se había desesperado con esa simple frase.
—No.
—¿Alguien más te maltrata?
—Tienes que irte.
—Puedo ayudarte Agatha, puedo hacerlo.
—No, no puedes, yo puedo ayudarte a ti.
Ashlyn no entendía cómo era que podía decir eso, si
estaba sumida en una depresión que la estaba llevando
lentamente hasta la muerte. No parecía comer, ni dormir
bien, pero algo en ella irradiaba espíritu, irradiaba fortaleza
que no cuadraba con su cuerpo.
—Bien, entonces ayúdame. Dime Agatha, ¿tienes esta
marca?
Los ojos grises de la mujer cayeron lentamente en el
hombro derecho de su cuñada y asintió levemente.
—Claro que lo tengo.
—Sabes entonces quién atacó a Martha.
Aquello pareció impresionar a Agatha, quién regresó una
mirada pesarosa hacia Ashlyn e inesperadamente comenzó
a llorar desesperada, gritando a todo pulmón y llamando la
atención de sus padres, quienes subieron corriendo y
alejaron a Ashlyn de su hija.
—¿Qué le has hecho? —urgió el señor Crowel—. ¿Qué le
dijiste?
—¡Nada! —se asustó Ashlyn, viendo el deterioro de
Agatha.
—¡Sal de aquí! —pidió la señora Crowel—. ¡Ahora, sal de
aquí!
Ashlyn tapó sus labios y corrió hacia su habitación, había
sido todo tan sorpresivo que no pudo pensar correctamente,
¿Qué fue lo que había provocado ese ataque en Agatha? El
hecho de recordar que fue marcada como ella… o que había
otra chica herida.
La joven se sintió conmocionada por mucho rato, incluso
cuando su esposo regresó y la abrazó, Ashlyn no podía dejar
de temblar y sentirse culpable por lo que le había hecho a
Agatha.
—No es sano, le hará daño al bebé —negó Carson—.
Tenemos que irnos de aquí lo antes posible.
—Agatha… —pronunció la joven—. Ella dijo que quería
ayudarme, dijo que tenía que irme.
—Estoy de acuerdo con ella, tenemos que irnos.
—Creo que está en peligro Carson, no podemos dejarla, ni
tampoco a Martha, algo ocurre.
—Lo sé y sea lo que sea, no quiero que estés cerca. —
Ashlyn abrió la boca, pero Carson la detuvo nuevamente y
la cargó—. No quiero replicas Ashlyn. No en esto.
Ella se dejó llevar y se recostó en la cama, esperando a
que él se escurriera junto a ella y la abrazara, esperando a
que se durmiera, lo cual parecía imposible cuando se tenían
tantas conjeturas en la cabeza.

Había pasado una semana entera desde que Martha
había llegado a la casa con la marca que evidenciaba que el
abusador era el mismo hombre que marcó a Ashlyn y a
Agatha.
Desde entonces, cada uno de los integrantes de la familia
había intentado hablar con ella, saber lo que sucedió, que
dijera nombres, descripciones o algo que ayudase a dar con
su familia o con el malnacido que le había hecho daño.
Pero resultó inútil, Martha ni siquiera hablaba, se
mantenía distante, con la mirada perdida y lloraba sin dejar
salir ni un lamento, como lo hacía Ashlyn y como lo hacía
Agatha, quienes se habían unido gracias a la insistencia de
la pelirroja que, aunque su cuñada no le contestara y si le
hablaba era sólo para correrla, se mantenía a su lado, la
alimentaba y le leía.
Carson no había puesto replica a ello, puesto que parecía
feliz a su mujer, pero tampoco era que le agradara, pero si
de desconformidades se trataba, sin dudas el ganador sería
Seth, quien no encontraba productivo que las mujeres se
hicieran amigas, mucho menos que Ashlyn subiera a una
habitación que, como el decía, era de personas casadas.
Tal parecía que mientras pasaban los días y Dan
permanecía en la casa, Seth se enojaba más y más,
llamando la atención de Carson, pero cada vez que este
indagaba en el tema, Seth lo cambiaba rápidamente y se
enfocaban en trabajo o en cualquier cosa que distrajera a
Carson efectivamente.
Esa noche, después de hacer el amor, Ashlyn suspiró
fuertemente y se abrazó al cuerpo de su marido, la retenía
en un fuerte agarre que la mantenía recostada sobre su
pecho firme y cálido, el palpitar de su corazón la relajaba al
punto de casi caer dormida.
Pero no podía, seguía despierta, como si esperara que
pasara algo, quizá lo deseaba, muy en el fondo siempre
quiso atrapar al maldito que le hizo daño y poderlo hacer
sufrir con sus propias manos.
Por mucho tiempo los buscó, pero después de dos años,
se había rendido, era otra de las razones por la cual le
gustaba jugar con apuestas en los pubs, era una forma fácil
de incitar a que esos hombres hablaran y ella pudiera
identificarlos.
Ashlyn se removió incómoda una vez más, acariciando el
pecho de su esposo y besándolo al no encontrar nada más
que hacer. Cuando entonces escuchó que la puerta de la
habitación se abría, los sentidos de la joven se encendieron
y trató de no moverse, pero su corazón la delataba, estaba
nerviosa, así que trató de mover a su marido; pero este,
acostumbrado a que Ashlyn se moviera, simplemente la
abrazó con mas fuerza y recostó su cabeza sobre ella.
—Carson —Ashlyn identificó la voz—. Carson, por favor
despierta, por favor, quiero estar aquí.
—¿Martha? —Ashlyn levantó la cabeza del pecho de su
marido—. ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?
—No —lloró—. Necesito a Carson.
—Claro —la pelirroja removió a su esposo—. Mi amor.
—Ashlyn, por favor —la apretó contra sí, parecía
demasiado adormilado como para hacer otra cosa—.
Duerme.
—No, Carson —lo movió un poco más—. Martha está aquí.
—¿Qué? —levantó la cabeza.
—Carson —sonrió Martha—. Te necesito.
—Por Dios —se separó de su esposa y se sentó en la
cama—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—No puedo dormir, simplemente no puedo.
—Ashlyn… —se quejó Carson, pero su esposa se mostró
intransigente con ello.
—Por favor, mi amor, por favor —lo miró suplicante.
—Muy bien —suspiró y se puso en pie, tomando su bata
para colocarla sobre su pantalón de dormir y se cruzó de
brazos—. Vamos, ¿Por qué no puedes dormir?
—Vendrá por mí y por ella —apuntó a Ashlyn.
—No apuntes a mi esposa, Martha.
—¡Pero es su culpa! ¡Me lo ha dicho!
—¿De qué hablas? —Ashlyn se puso de pie, pero su
esposo la colocó detrás de él—. ¿Por qué dices eso?
—Lo dijo —escupió sus palabras—. Dijo que me estaban
haciendo eso debido a una maldita pelirroja como tú. Una
Ashlyn.
—¿Cómo era? —trató de enfrentarla, pero su esposo la
regresó a su lugar—. Martha, ¿cómo era? ¿Dijo algo más?
—No —ella lloró y se limpió las lágrimas—. ¡Pero es tú
culpa!
—Ey —Carson la apuntó—. Cuida tu boca, niña, ella es mi
esposa y que sepa, ella no abusó de ti.
Martha la miró con espanto y más lágrimas salieron de
sus ojos.
—Lo siento —cubrió sus oídos—. Lo siento, no debí, lo
siento.
—Tranquila —Ashlyn se escapó del resguardo de su
marido y se puso frente a la muchacha—. Entiendo tu odio,
pero no es culpa de nadie más que del maldito que te
lastimó.
—¿Te lo hizo a ti también?
Ashlyn guardó silencio por varios momentos, pero asintió.
—Sí, lo hizo.
—¿Por qué van contra nosotras? No hacemos nada para
lastimarlos, ¿Es porque somos ricas?
—¿Eres rica? —se adelantó Carson con el ceño fruncido—.
¿Quién eres? Antes no hablabas, no nos decías nada.
—Lo siento —bajó la cabeza—, me sentía…
—Nadie te está culpando cariño —sonrió Ashlyn—. Dinos
quién eres, por favor, te llevaremos con tus padres.
—Yo… me escapé —apretó los labios—. No me querrán de
regreso, lo sé, me despreciarán.
—¿Escapaste? —Ashlyn negó con la cabeza—. ¿Por qué?
—Estaba enamorada —se cubrió el rostro—. Fui una
tonta.
—¿Te lo propusieron, linda? —le acomodó el cabello—.
¿Quién? ¿Quién era la persona con la que salías?
—Yo… —ella negó y salió de la habitación corriendo.
—¡Martha!
—Eh —Carson la cargó y la regresó a su lugar antes de
que pudiera dar tres pasos—. ¿A dónde crees que vas?
—Has oído Carson, vienen por mí —lo miró—. Ella al fin
está hablando, sabe más ¡Tenemos que encontrarla!
—Fueron cosas diferentes Ashlyn.
—No, no, es el mismo patrón Carson y también se lo
hicieron a tu hermana.
—¿Qué?
—Carson —le tocó la cara—, sé lo que hago, apóyame en
esto.
—No, no entiendo —la tomó de la cintura—. ¿Qué tiene
que ver mi hermana con todo esto?
Ashlyn se sentía conflictuada, no quería hablar de más,
pero parecía ser el momento, Martha había dicho algo
importante, algo que relacionaba a dos de los casos, tenían
la misma forma de operar, hacía que mujeres jóvenes se
enamoraran para obligarlas a salir de casa y ponerse en
bandeja de plata para ser sometidas y se aprovecharan de
ellas. Martha tenía las respuestas a todas las preguntas.
—¡Ashlyn! —la zarandeó un poco para enfocarla.
—No la lastimes —dijo la voz tranquila de Seth.
—Humbel —Carson lo miró—. No planeaba hacerlo.
—Lo sé. —suspiró—. Pero el que tiene que hablar sobre lo
que pasó soy yo, no ella.
Carson miró recriminatoriamente a su esposa como si la
acabase de encontrar en la cama con ese hombre. Ashlyn
negó repetidamente al notar que su marido la soltaba y se
alejaba unos pasos de ella, parecía herido y demasiado
ofendido.
—No, Carson —se adelantó—. Lo estás malinterpretando.
—¿Entonces de qué habla?
—Primero encontremos a Martha —se adelantó Humbel.
—¿Quién te crees para dar ordenes en esta casa? —dijo
molesto Carson—. Te lo dije, que cuando descifraras lo que
te dije, tendrías que venir a enfrentarme a la cara.
—No quiero hacerlo —dijo tranquilo—. No voy a ir tras tu
esposa, es tuya y mereces estar a su lado, sin mencionar
que no es la persona de la cual estoy enamorado.
—Carson —Ashlyn se puso frente a él—. Jamás te haría
algo así.
Su esposo cerró los ojos y volvió la cara hacia un lado.
—Lo sé —la pelirroja suspiró aliviada y sonrió—.
Encontremos a esa mujer antes de que alguien más lo haga.
Seth asintió y salió de la habitación, Ashlyn iba a seguirle
los pasos, pero Carson la frenó.
—¿Qué sucede? —ladeó la cabeza.
—Ten cuidado, recuerda que puede ser que estés
esperando.
—Lo sé —se tocó el vientre—. Estaremos bien.
—Al menor signo de peligro, Ashlyn, quiero que te
marches.
—Sí.
—Espero que sepas que si por mi fuera, te quedarías
aquí.
—Lo sé, pero sabes que me escaparía por donde fuera.
Carson asintió levemente y suspiró.
—Quédate a mi lado.
—Como digas —asintió y lo siguió hacia la salida.
Los señores Crowel habían despertado y estaban en
busca de la joven también. Ashlyn estaba igualmente
enfocada en ello, pero soltó un grito de espanto cuando de
pronto sintió la mano firme de Agatha, jalándola hacia un
lado con una fuerza de la cual no la creía capaz,
separándola de Carson sin remedio alguno.
—¿Qué sucede Agatha? ¿Qué haces aquí abajo?
—Tienes que irte.
—¿Qué? —Ashlyn se asustó ante la forma desesperada en
la que le hablaba su cuñada—. No te entiendo Agatha.
—Debes irte, jamás debiste venir aquí.
—Pero si tu madre me invitó a venir.
—No, no —negó con la cabeza—. No fue ella.
—Pero tengo la carta.
—No —la mujer la empujaba con desesperación hacia la
salida de la casa—. Vete, tienes que irte.
—Está nevando Agatha, y no puedo irme sin Carson.
—Carson —asintió—. Lo traeré, tienen que irse.
—¿Por qué Agatha? —la tomó de los brazos—. ¿Por qué
tengo que irme? ¿Por qué mantuviste a Carson lejos de casa
todo este tiempo? Tus padres te apoyaban en ello, ¿Por qué?
La mujer la miró con ojos desesperados y llenos de
frustración, parecía a punto de revelar el secreto de su vida,
pero en ese momento, Carson llegó hasta ellas y tomó a su
esposa de la cintura y la abrazó.
—¿Qué demonios te dije, Ashlyn?
—Carson, es Agatha…
—¿Qué es lo que tratas de hacerle, Agatha? —dijo con
molestia—. ¡No puedes lanzar a mi esposa embarazada a la
nieve!
—No era lo que hacía —defendió Ashlyn, pero al volverse,
la mujer no estaba en el lugar—. Carson, algo raro pasa
aquí.
—¿Eso piensas? —le dijo con ironía—. Si no lo has notado
mi amor, tenemos perdida a una mujer, no hay forma de
que pudiera escapar en medio de una nevada y mi hermana
quería matarte
—Carson, algo me dice que Agatha sabe más de lo que
pensamos, no te mantuvo lejos por nada.
—Me mantuvo lejos porque no me soporta —elevó una
ceja—. ¿Qué no te dije que me culpó a mí por todo? ¡Y mis
padres hicieron lo mismo! No hay más razones, mi amor, no
busques.
—¿Quién más estaba en la habitación cuando Agatha te
dijo eso?
—¿Qué?
—¿Estaban solos, Carson? ¿O había alguien más?
—Estaban mis padres —pestañeó—. Y su esposo, Dan.
—¡Dan! —chasqueó los dedos.
—Eh —la tomó del brazo—. ¿A dónde demonios vas?
—No, vamos, nosotros iremos, sé donde está Martha.
—¿Qué tiene que ver Dan en todo esto?
—¡Tiene la culpa, es su culpa!
—Ashlyn, cariño, creo que estás conmocionada.
—¿Por qué lo dudas?
—Porque lo investigué yo mismo —negó Carson—.
Humbel y yo nos deshicimos en buscar información sobre él,
que lo acusara, jamás le hubiera dado a mi hermana a ese
bastardo si…
—¿Humbel? —Ashlyn frunció el ceño, siguiendo su
camino por la casa—. Pero si él… Oh, no puede ser.
—¿Dices que Humbel es el violador? —la siguió.
—No. —Ashlyn se detuvo y giró un poco para mirarlo a la
mitad de las escaleras—. No creo que Humbel sea un
violador, pero creo que él también sabe más de lo que nos
dice.
Ashlyn se giró y siguió subiendo las escaleras
—Tendrás que explicarte mi amor —negó Carson.
—No hace falta —dijo ella con seguridad—. Creo que
alguien aquí podrá hacerlo fácilmente.
Ashlyn abrió la puerta y encontró a una subyugada
Martha, tratando de ser liberada por Agatha, quien estaba a
su lado, cortando las cuerdas de sus manos y pies.
Capítulo 38
Carson frunció el ceño ante la escena que le parecía
surreal y se acercó a su hermana, quien lo miraba con
impresión y temblaba con el cuchillo en la mano.
—Vamos Agatha, dame eso —pidió dulcemente.
—No le estoy haciendo daño —dijo claramente.
—Lo sé, tan sólo dámelo, lo haré yo, tú estás temblando.
—No. —Apretó el arma con firmeza—. Vete, tienes que
irte y llévate a esa mujer contigo.
—Lo haré, pero dame el cuchillo.
—¿Tienes miedo? —sonrió perversa—. ¿Crees que quiero
matarte por dejar que abusaran de mí?
Carson cerró los ojos y respiró profundamente.
—Creo que, si eso quisieras, ya lo hubieras hecho hace
mucho tiempo Agatha, dámelo ya.
—Te crees la gran cosa sólo por ser hombre —entrecerró
los ojos y lo amenazó con el cuchillo—. No vales nada, ni
siquiera la mereces a ella como tu esposa.
—Lo sé, ahora dámelo.
—¡Basta Agatha! —exclamó Ashlyn—. Dile la verdad, dile
por qué lo quieres mantener lejos… por qué haces todo
esto.
—Tú no sabes nada —escupió.
—Eres una buena persona, lo sé, por eso quieres que me
vaya, no quieres que me hagan daño… no quieres que Dan
me haga daño.
—¡Tú no conoces a Dan! —enfureció.
—Sí, sí lo conozco.
En un movimiento imperceptible para todos, Agatha se
puso en pie e hizo como si apuñalaba a Ashlyn en el vientre,
lo cual casi produjo un desmayo en la joven pelirroja al
pensar que su hijo… Se miró a si misma, dándose cuenta
que en realidad no le había hecho daño, pero, de todas
formas, la sangre comenzaba a manchar su vestido,
tiñéndolo de rojo y provocándole dolor.
—¡Dios mío! ¿Pero qué…? —Se asustó Agatha, cambiando
su actitud drásticamente a una preocupada—. ¡Carson!
No hacía falta el llamado, Carson se había agachado junto
a su esposa y sostenía su cabeza, comprendía para ese
momento que no la habían apuñalado, pero sufrió tanto
como su esposa al darse cuenta que estaba perdiendo al
bebé.
—Carson… —las lágrimas resbalaron por las mejillas de
Ashlyn.
—Sshh —le besó los labios—. Tranquila, te llevaré a la
habitación.
En ese momento llegó Seth Humbel, mirando la escena
con tristeza fue a terminar de desatar a Martha y tomó a
Agatha del brazo para sacarlas del lugar. La pareja no
necesitaba espectadores para lo que estaba sucediendo en
ese momento.
Ashlyn despertó en los brazos de su marido, estaba
cambiada y limpia, tal parecía que nada hubiese pasado,
pero un pequeño dolor en su abdomen la hacía comprender
que no había sido una pesadilla, había perdido al bebé que
apenas estaría queriendo tomar forma en su interior. Cerró
los ojos y dejó que las lágrimas resbalaran por sus mejillas,
despertando al hombre a su lado.
—¿Qué sucede? ¿Duele?
—No… —susurró—. Lo siento Carson.
—Mi amor —la abrazó—. Yo lo siento, no debí dejarte
estar presente en medio de toda esa basura.
—No es eso —se limpió las lágrimas con las manos—.
Carson… perdí al bebé.
—Cariño, todo estará bien —le tomó la cara y la besó.
—No lo entiendes —lloró—. Cuando pasó todo eso…
pensé en la posibilidad de que quedara embarazada y a
pesar de que soy una creyente y sé que es pecado… desee
con todo mi corazón no estar embarazada y en caso de que
lo estuviera, no dudé ni un momento en querer sacarlo de
mí.
—Mi vida, eso es normal, lo entiendo, nadie podría
obligarte a tener un niño que provino de esa forma.
—Quizá me estén castigando por desear matar a un
inocente.
—Claro que no cariño —la abrazó—. Claro que no, fuiste
atormentada, no tienen por qué querer castigarte, ni
siquiera lo hiciste.
—Pero si lo hubiera estado…
—Ya no pienses en eso, no estás siendo castigada y
cuando sea el momento de que te embaraces, lo harás.
—¿Y si no te pudiera dar hijos?
—Es irse al extremo.
—¿Qué si así fuera?
—Entonces me serías suficiente —le tomó la cara—. Eres
lo mejor que me ha pasado, me sacaste del hoyo oscuro en
el que estuve por muchos años.
—Es mentira —negó en medio de un susurro—. Amas a
los niños más que a nada.
—No, te amo a ti más que a nada.
—¿Qué haríamos en ese caso?
—Ya lo veremos, ¿sí? Por ahora, eso no es seguro.
Ella simplemente asintió y lo abrazó con fuerza.
—Te amo.
—Y yo a ti —le besó la cabeza.
Se quedaron por varios momentos en aquel abrazo, hasta
que la joven decidió hablar de nuevo.
—Carson… ¿dónde está Agatha?
—Con Humbel. —Suspiró—. Me admitió que ha estado
enamorado de ella desde que la vio por primera vez.
—¿Y qué opinas?
—Qué todo esto está jodidamente mal.
—Lo sé —se abrazó a él—. Creo que Dan la tiene
amenazada.
Carson negó.
—Ella lo ama.
—No, no lo creo. Agatha está siendo más valiente de lo
que se podía pensar —dijo admirada—. Tiene que haber
algo por lo que tiene ese comportamiento errático.
—Sí… está trastornada, Ashlyn quiso matarte.
—No, sabes bien que no, sólo fingía.
—Carece de sentido.
—Quiere que me alejes y creo que lo ha conseguido, nos
quiere lejos de la casa, pero no pienso dejarla en medio de
la tormenta.
—Hizo que perdieras a nuestro hijo —dijo molesto.
Ashlyn mordió sus labios con fuerza y lo abrazó.
—Lo sé, pero creo que ella ha perdido su vida entera. —
Ashlyn tomó aire y se levantó para ver a su marido—.
¿Dónde está Dan?
—No tengo ni la menor idea.
—Creo que entonces deberíamos… ¡Ay! —se tocó el
vientre.
—Mandaré traer tu medicamento.
—¡No! —sonrió—. Estoy bien.
—Por favor Ashlyn, no digas tonterías.
—Quiero que vayas por Agatha, quiero hablar con ella.
—No.
—Carson, sé lo que hago.
—No.
—Por Dios Carson, ¡no soy un alma desvalida! —se quejó
e inmediatamente sintió un profundo dolor, pujando un poco
y encorvándose para menguar un poco el escozor dentro de
ella.
Carson se acercó a ella y colocó una mano sobre su
vientre, indicándole que respirara y que se volviera a
recostar en la cama para que descansara y no se agitara
más. Estaban en medio de aquello, cuando la puerta se
volvió a abrir, mostrando a Dan con un arma en la mano y
Agatha tomada del brazo.
—Mi pelirroja —sonrió de lado—. Siempre fuiste tan
hermosa, de hecho, he de agradecer a mi esposa que
matara a tu hijo, odiaría la transformación que sufriría tu
cuerpo con el embarazo.
—Dan —Carson apretó los puños y posicionó a su esposa
detrás de él, escondiéndola de la mira del arma—. ¿Qué
demonios haces?
—¿Qué hago? —dejó salir una carcajada—. Bueno, debido
a que tu querida hermana rompió el trato, creo que puedo
hacer lo que quiera.
—¿Trato? —Carson miró a Agatha, quien lloraba en
silencio.
—Sí, trato —elevó una ceja—. Claro que las cosas no
pueden salir tan bien sin ayuda, ¿verdad Humbel? ¡Vamos!
¡Ven aquí!
—Seth… —suspiró Ashlyn con impresión.
—Al fin se ha decidido nuestro querido amigo en común
—sonrió Dan—. Traté de convencerlo por años y años, lo
amenacé infinidad de veces con la muerte o el maltrato de
Agatha para que no dijera nada, pero al fin comprendió
algo.
Ashlyn negó repetidas veces.
—Seth, ¿qué haces?
—Me entregará a Agatha si lo ayudo con esto —dijo sin
más el hombre—. Será libre después de años, al fin será
feliz. Carson lo entiende, haría lo mismo por ti.
Ashlyn miró a su esposo, quien a su vez no apartaba la
mirada de Seth, el hombre que había fingido ser su amigo.
—Siempre lo encubriste —comprendió entonces—. Por
eso jamás sospeché de él. Me hiciste creer que era un
oportunista, pero no un violador, jamás un violado.
—Sí, lo siento.
—Humbel al principio que se entró quiso decírtelo, pero
como estaba enamorado de tu hermana, pensó tener una
oportunidad, sólo que la tonta de Agatha se enamoró de mí.
—No sabía que habías sido tú —dijo la joven con voz llena
de odio y repulsión—. Pensé que eras mi salvador.
—Y fue mi momento de aprovechar ¿no? Casarme con
una rica heredera siempre fue mi meta —miró a Ashlyn—.
Claro que la primera vez no salió tan bien.
—¡Maldito! —gritó la pelirroja, siendo detenida por el
brazo de su esposo y vuelta a colocar detrás de él.
—Bien Dan, ya tienes lo que querías, el dinero de mi
hermana y tu libertad, ahora vete.
—¿Irme? —negó—. No, eso no. Todo estaba
perfectamente hasta que ustedes dos se metieron en mis
asuntos, me había comportado bien, Agatha y yo teníamos
un trato, cuando nos casamos y ella lo descubrió quiso
decirlo y eso habría salido muy mal, ¿verdad amor?
—¡No me toques! —gritó la joven.
—Sí, eso era parte del trato, yo me comportaría, no la
tocaba y no violaba a nadie más. Y ella se callaba y
mantenía alejado a Carson de aquí y de mis asuntos.
—¿Por qué lo hiciste? —Carson miró a su hermana.
—Para protegerte y a tu familia y claro, pensando que era
una salvadora de las mujeres, pensó que podía retenerme y
lo hizo por mucho tiempo. —El hombre miró a Ashlyn—. Pero
tenías que meterte de nuevo ¿Verdad? Tenías que meter a
tus familiares.
Ashlyn sonrió.
—Tienes miedo —le dijo con una sensación de placer muy
diferente a la que sentía con su marido—. Estás aterrado de
lo que te puedan hacer las águilas.
—¡Me persiguieron por todas partes!
—Saben que eres tú —dijo Ashlyn con satisfacción—. Te
encontrarán y querrá morir antes de caer en sus manos, te
lo juro, sé de lo que son capaces.
—Y yo también —escupió—. Por eso mismo, me los
llevaré a todos a la tumba, le entregaré a Agatha a Humbel
y ustedes dos se apartarán de mi camino.
—¿Crees que si muero no sospecharán más? —Ashlyn
elevó una ceja y negó—. Te buscarán con más intensidad,
incluso mi padre pondrá esfuerzo en ello.
—Maldita zorra —sonrió—. ¿Lo recuerdas preciosa?
¿Recuerdas lo que sentiste cuando no pudiste hacer nada
para defenderte? Gritabas desde el fondo de tu alma que yo
sabía que destrozaba, tomé todo de ti y eso siempre será
mío y nadie me lo quitará jamás.
—¡Cállate! —gritó Carson.
—Tus celos vienen sobrando, cuñado, porque esa mujer
es tan mía como tuya y siempre será así.
Ashlyn se sintió conmocionada nuevamente, pero decidió
que esa era su oportunidad, tenía la oportunidad de
vengarse, de defenderse, de actuar diferente, de ser lo
suficientemente capaz para hacerle frente a ese hombre.
Quiso moverse para buscar su arma, quizá lograría sacarla a
tiempo… pero ¿y si lastimaba a Carson? ¿O a Agatha?
—No te muevas —susurró Carson.
—¿Qué?
—No te muevas Ashlyn.
—¿Qué tanto se murmuran parejita? —dijo cínicamente el
hombre, tomando todo con diversión, pensando que tenía el
control de la situación—. Veamos, entonces, tengo que
tomar a Ashlyn una vez más antes de irme y matar a
Carson… aunque sería satisfactorio que me vieras tomando
a tu mujer, si sabes de lo que hablo.
Carson dejó salir una carcajada y negó.
—Estás loco si crees que te permitiré tocarla.
—No es como que puedas hacer algo para que no lo
haga.
Ashlyn pensaba que su marido estaba volviéndose loco,
pero cuando reparó en la forma que Humbel se acercaba a
Dan y Agatha esperaba indicaciones de él, supo que ellos
tres estaban completamente conectados, todos sabían lo
que debían de hacer y usaron la soltura de lengua de Dan
para organizarse.
—¡Ya Agatha! ¡Hazlo! —pidió Seth.
Carson en ese momento tomó a su esposa y la presionó
contra la cama, cubriéndola con su cuerpo, evitando que la
bala que salió del arma de Dan fuera a arremeter contra
ella.
Ashlyn mantuvo los ojos cerrados y gritó cuando la locura
se desató, pero Carson no la dejaba moverse y ella no
encontró manera de moverlo, jamás pensó que su marido
pudiese estar tan pesado.
—¡Agatha! ¿Estás bien? —se escuchó la voz de Humbel.
En ese momento, Carson se levantó del cuerpo de su
mujer y miró hacia su hermana, quien se apartaba
lentamente del cuerpo tembloroso de Dan. El hombre se
convulsionaba al estar perdiendo una copiosa cantidad de
sangre en tan corto tiempo.
Ashlyn miró con impresión aquello, parecía que Agatha
practicó durante años aquella puñalada en el cuello, puesto
que fue tan certera y medida, que incluso disfrutó
sacándosela para que la sangre fluyera aún más aprisa. Se
quedó inclinada frente a él, mirándolo a los ojos
detenidamente mientras temblaba y trataba de hablar.
—Maldita —esa fue su última palabra y murió con una
sonrisa en los labios.
—Por años lo deseé —dijo Agatha, aún mirando los ojos
sin vida de su marido—, pero jamás me atreví porque me
quedaría sola.
—Agatha… —Seth la tomó de los hombros y la alejó del
cuerpo.
—¡Seth! —la chica se abrazó a él y lloró desconsolada.
Ashlyn sintió como su marido lentamente le pasaba las
manos por la cintura y la acercaba a él para fundirla en un
abrazo. Estaba conmocionada, no podía decir nada y era
incapaz de cerrar los ojos aún estando recostada en el
hombro de su marido.
Definitivamente hubiera perdido a su pobre bebé tarde o
temprano ese día, no podía creer lo que había pasado.
Capítulo 39
Carson besó a su esposa en la frente y se puso en pie,
mirando a su hermana y a su amigo abrazados como si se
trataran de dos amantes. Ni siquiera quería pensar si ya lo
eran.
—Humbel.
—Carson. —Seth se separó de la joven a quien amaba y
se paró frente a su amigo—. Lo siento.
—Siempre lo supiste.
—Sí.
—¿Y ahora crees que te quedarás con mi hermana y
seguirás siendo parte de mis negocios? —negó—. ¿Eres
estúpido?
—No —suspiró—. Se bien que no querrás nada de eso,
pero amo a tu hermana y te soy fiel.
—Permitiste que un perpetrador estuviera casado con
Agatha, ¿Cómo puedes pensar…?
—El señor Humbel siempre estuvo al pendiente de mí —
dijo entonces la menor—. Lo amo también.
Carson desvió la mirada hacia su hermana y negó.
—¿Cómo puedes pensar que te creeré? Ya antes pensaste
estar enamorada y ahora no creo que estés seleccionando a
alguien mejor.
Ashlyn se puso en pie con dificultad y tomó el brazo de
Carson, tratando de que no fuera tan duro con la situación.
—Es verdad, elegí mal, pero traté de proteger a las
mujeres de él, traté de ayudar a tu esposa también.
—Me hiciste creer que fue mi culpa.
—Lo siento —bajó la cabeza—. Tenía que alejarte, era el
trato.
—¿No se te hizo mejor decirme la verdad? —la miró
frustrado—. ¡Lo habría arreglado!
—¡Era tarde! ¡no lo descubrí en seguida ya estaba casada
con él!
—Carson —recriminó Ashlyn, arrodillándose junto a
Agatha.
—No, no me hagan eso —las apuntó—. No cederé, no
puedo comprenderlo y no lo aceptaré Humbel.
—Lo entiendo Carson, pero siempre la quise y jamás…
nunca quise lastimarla, tampoco quería que Ashlyn saliera
lastimada. Cuando me lo dijiste, inmediatamente pensé en
Dan y quise contactarlo, incluso di información a las águilas
para que lo encontraran.
—¿Debo aplaudirte?
—No. —Bajó la cabeza—. Sólo quiero que entiendas que
no soy un traidor y también quiero que sepas que amo a tu
hermana.
—Tenías una inclinación por mi esposa, creo recordar.
—¡Me sentía culpable! —gritó—. No soportaba saber algo
como eso y no poderlo decir, fui un cobarde.
—Carson —habló la voz clara de Elein, quien estaba junto
a su marido y una asustada Martha—. Al final de cuentas, no
es tu decisión, sino la de tu padre.
Carson los miró furioso.
—Yo soy el que mantengo a esta familia.
—Pero no eres el padre de Agatha. —Replicó el señor
Crowel.
—Bien —dijo ofendido—. De todas formas, nunca fui parte
de esta maldita familia.
—Carson —Elein tomó la mano de su hijo—. Te alejamos
por una buena razón, mi vida, te amamos, queríamos que tu
corazón no se deshiciera de tristeza.
—¿Es que sabían lo de este bastardo? —apuntó Carson
hacia el lugar donde había estado el cuerpo de Dan, el cual
ya había sido llevado por los empleados del lugar.
—No, de haberlo sabido lo hubiéramos resuelto antes —
dijo el padre y ambos miraron a su hija con ternura—. Pero
al fin ha vuelto a hablar y dice estar enamorada, entonces…
la apoyaremos.
—Por favor Carson —se adelantó Elein—. No volveremos
a hablar contigo, no sabrás de nosotros nunca más. Yo
cuidaré de Martha y de tu hermana sin replica alguna.
—Yo me encargaré de mantenerlas a salvo —dijo Seth—.
Me quedaré a cuidar los negocios de aquí Carson.
—¿Cómo podré confiar en ti? —negó el hombre.
—Sabes que lo que dije es cierto —se inclinó de hombros
—. Sabes que amo a tu hermana y jamás quise que algo le
pasara a Ashlyn. Estoy arrepentido de todo lo que tuvo que
pasar.
—Al final, parece ser que no es mi maldita decisión —
finalizó Carson—, hagan lo que se les venga en gana, yo ya
no tengo nada que ver con esta familia. Iré a resolver lo del
cuerpo de Dan.
—Te acompaño —asintió Seth.
—No necesito tu ayuda.
—De todas formas, iré.
—Iré con ustedes —dijo entonces el señor Crowel.
—¡Maldita sea! ¡Déjenme en paz!
Los hombres salieron presos de una conversación que se
alzaba y se moderaba a momentos, era claro que tenían
varias cosas de qué hablar y aún más qué resolver.
Ashlyn miró a su suegra, quien no apartaba la vista de su
hija, no tenía expresión alguna, parecía perdida en el limbo,
quizá hubiese cedido a la locura por fin. Pero entonces y de
la nada, Elein elevó la mirada y la fijó en su nuera,
estirándole una mano para que la tomara.
—Vengan las tres, tenemos que lavarlas.
Las tres jóvenes siguieron a la mujer mayor en un total
silencio y prácticamente hicieron todo lo que les ordenó,
incluso meterse todas juntas en una cama y tratar de
dormir. Pero Ashlyn no era una niña perturbada y era capaz
de manejar la angustia y enfrentar los problemas del
momento y también los que se avecinaban.
—¿Está segura que puede cuidar de Martha, señora
Crowel? Carson y yo…
—Formarán su propia familia —aseguró Elein—. Martha y
Agatha se convertirán en la de nosotros. Estoy segura que
después de esto, Carson jamás querrá regresar aquí.
—No tiene que ser así.
—Es lo mejor —aseguró la madre—. Quiero ver a mi hijo
feliz después de hacerle tanto daño.
—Usted no quería herirlo —la enfrentó—. Sé que lo dijo
en un momento de dolor.
Elein sonrió y asintió.
—De todas formas, esas cosas no se perdonan nunca.
—¿Por qué no se disculpó?
—Porque lo quería lejos de aquí, lejos de toda la locura en
la que se había sumido esta familia. Interiormente sospeché
de Dan, pero jamás pude comprobar nada en su contra. Por
un tiempo mi Agatha parecía feliz, pero de pronto, se sumió
en esa profunda depresión en la que acusaba a Carson por
todo… no quería que mi hijo sufriera más, así que le permití
creer que era odiado aquí.
—¿Y cree que ahora lo llevará mejor? —frunció el ceño.
—Te encontró a ti —elevó ambas cejas—. Ahora te tiene a
ti y eso es todo lo que importa.
Ashlyn pensó en lo difícil que debió ser la vida de Elein
Crowel. Sabiendo la verdad detrás de su cuñado, el
deterioro de su hija, alejando a su propio hijo para tratar de
salvarlo, para salvar su corazón.
En definitiva, el amor de una madre podía con muchas
cosas, estaba dispuesto a sangrar y sacrificarse por
salvaguardar el de sus hijos. Le parecía cruel dejarla en el
olvido, pero no podía pensar en los padres de otros cuando
estaría a punto de revelarles la verdad a los suyos propios.
Porque hablaría con los Hamilton y, por ende, tendría que
hablarlo con sus padres. Decirles la verdad que ella tuvo
que soportar y esconder en una fachada de felicidad, en
medio de jugarretas, de mentiras y de escapadas que
ocultaban su tristeza y miedo.
Y lo hizo hasta que de pronto llegó un hombre tan roto
como ella, tan herido y tan preso del dolor que no hizo más
que permitirle externar sus heridas y lentamente sanarlas
juntos. Agradecería toda la vida que su marido fuera
buscando al culpable de lo ocurrido con su hermana, porque
así había llegado hasta ella, haciéndola feliz.
Quien podría decir que dos corazones quebrantados
encontrarían las piezas suficientes para al menos completar
uno para los dos.
Epílogo

Los Crowel tomaron su tan esperado viaje de regreso


hacia Londres, donde se vieron en la horrible situación de
hablar con sus padres e informar a sus familiares Hamilton
para que dejasen de buscar al culpable de tan horrorosas
acciones.

Carson decidió que lo mejor sería que ellos se


establecieran en París, el lugar dónde se conocieron y donde
tenían una buena amistad con los Charpentier, quienes
parecían tolerar mejor al señor Crowel ahora que se había
casado con una de sus sobrinas.

Y mientras caminaban por el hermoso jardín de la casa


del tío de la joven, Carson se vio en la necesidad de
detenerse y mirar aquella flor que se había multiplicado y
ahora crecía fuerte y sana en medio de un hermoso prado
lleno de compañeras parecidas a ella.

—¿Me dirás algún día lo que decía en verdad aquella


nota?

Ella sonrió de lado.

—Ya te lo dije, pedí por encontrarme contigo.

—Eso no es verdad.

Ashlyn dejó salir una pequeña risita y lo jaló para alejarlo


de la flor que ya jamás sería desenterrada, puesto que
guardaba el secreto de una creyente los rituales, seguía
siendo un deseo que poco a poco se iba tornando cada vez
más real, puesto que, bajo esa pequeña rosa, tan sólo se
pedía que su dueña dejara de fingir felicidad y al fin la
encontrara de verdad.

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