Ars Moriendi - Michel Onfray
Ars Moriendi - Michel Onfray
Ars Moriendi - Michel Onfray
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Michel Onfray
Ars Moriendi
Cien pequeños fragmentos sobre las ventajas y los
inconvenientes de la muerte
ePub r1.0
Titivillus 23-05-2024
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Michel Onfray, 2018
Traducción: Javier Vela
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En memoria de Jeannette Ruel
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Nota editor digital: edición basada en la edición-papel
(cualquier modificación/corrección realizada sobre la edición-papel se indica
con fuente roja sobre fondo amarillo)
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Cuando alguien muere, los tahitianos dicen que ha ido a
contar estrellas y que regresará cuando las tenga todas
numeradas
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I
LA CABRIOLA DE CHAUSSON
Sea cual sea la carrera que uno prevea desarrollar, llamarse Ernest
Chausson[1] siempre lo complica todo. Pero, a lo que vamos, este digno
alumno de Massenet que adoraba a César Franck fue a pesar de todo un
músico estimable. Su música de cámara combina la elegancia con la pasión,
lo que no está nada mal. ¿Por qué hubo de rebajarse también a la práctica de
las artes velocipédicas? Pésima idea la suya, porque, al perder el control de su
bicicleta mientras descendía por una cuesta, efectuó una cabriola al cabo de la
cual halló la muerte.
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II
EL ABRIGO DE ARTAUD
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III. LOS MANES[2] DE GÉNOVA
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IV
EL TRANSI, INSTRUCCIONES DE USO
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V
EL SABOR DE LOS GUSANOS
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VI
LA TUMBA DE PAPEL
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VII
AMISTADES ESTELARES
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VIII
LOS ALIMENTOS CELESTES
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IX
UNA HERMOSA TARDE
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X MOTHER
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XI
EL SEXO DEL DESOLLADO
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XII
LA TAPA DEL ATAÚD
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XIII
PERFUMES CADAVÉRICOS
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XIV
SUICIDAS ACUÁTICOS
Los filósofos rara vez se suicidan; prefieren hablar largo y tendido acerca de
la muerte voluntaria, lo que de alguna forma les exime de llevarla a la
práctica. Su primera presa es Empédocles, quien se arrojó al Etna —volcán
que, por otra parte, lo aceptaría todo del presocrático, excepción hecha de su
sandalia—. En adelante, escasearán los suicidas. En Bretaña, sin embargo, en
la ensenada de Yffiniac, Jules Lequier emprende una experiencia metafísica,
digamos místico-teológica: decide nadar mar adentro confiándose
enteramente a Dios, quien, si alberga en sí la bondad que se le supone, le
salvará de la muerte. ¿Es Dios un ser benévolo o cruel? Cuanto menos, se
muestra negligente, al permitir que el desgraciado se ahogue el 11 de febrero
de 1862. Es el año en que nace, en el norte de Francia, otro filósofo: Georges
Palante. Y no será lejos del lugar en el que fue encontrado el cuerpo de
Lequier donde Palante se suicidará, un 5 de agosto de 1925, cansado de las
miserias de la vida.
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XV
EL OLOR EN LA PINTURA
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XVI
SANTOS CADÁVERES
Si por casualidad, lector, buscas un método para distinguir a los santos de los
pobres pecadores, olfatea sus cadáveres: los santos huelen bien, mientras que
el resto emana un fuerte olor a humedad. Si huele a violeta o jazmín, rosa o
reseda, y no a orina y heces, se trata sin duda de la carne bienoliente de un
justo. San Juan y san Gervasio, por ejemplo, exhalan como un aroma de
ramillete de hierbas que hace pensar en la conjunción de varias especias —
artemisa y canela, pimienta y jengibre, comino y azafrán, hinojo y chile—.
Por lo que respecta a Teresa de Lisieux, su cuerpo no dejó de oler a rosas
mientras estuvo en vida, lo que a priori sería una buena señal. Sin embargo,
los químicos aseguran que en el olor a rosas se encuentra, bien que en
pequeña concentración, el escatol, una fragancia habitual en los excrementos.
Los científicos no respetan nada. Decididamente, la fe y la razón nunca
podrán reconciliarse. Pobre Teresa y sus olores sospechosos.
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XVII
UNA SOLA CARNE
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XVIII
LA RELIGIÓN DEL PUÑAL
Siento una pasión especial por Charlotte Corday, quien con tanta
determinación practicase lo que Michelet llama la «religión del puñal». Por
otra parte, los girondinos me resultan más simpáticos que los montañeses,
demasiado místicos, demasiado religiosos todavía y no lo suficientemente
desencantados. Charlotte conduce su tiranicidio como si se tratase de una
tragedia romana, y lo cierto es que todas las mujeres que practican esta virtud
político-estética se me antojan magníficas: Cécile Renault contra Robespierre
—aunque la policía revolucionaria impidiera su paso al acto—; Vera Figner
contra Alejandro II; Fanny Kaplan disparando a Lenin. Dar muerte a quienes
la dispensan sin vergüenza no deja de tener gracia.
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XIX
ANATOMÍAS EXPRESIONISTAS
Herbert Boeckl pinta a sus cadáveres sobre mesas de disección. Sus cuerpos
de color cetrino, crudos bajo la luz, son hurgados por médicos demiurgos o
demoníacos. Para describir estas carnes enfurecidas, pienso en otro médico,
Gottfried Benn, cuyos poemas expresionistas se encuentran entre los más
bellos de la lengua alemana. No lejos de las pinturas de Boeckl aparecen las
acuarelas de Adolf Hitler. La exposición revisita la Viena de fin de siglo.
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XX
EL CRÁNEO DE MI INFANCIA
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XXI
EL ONANISTA Y LA DIFUNTA
Cada vez que paso por el número 85 de la parisina rue de Rennes, recuerdo
que, con toda probabilidad, Georges Bataille llegó a masturbarse ante el
cadáver de su madre. Ella descansaba entre dos velas y su hijo alternaba las
lágrimas y los gritos, apareciendo en la noche, descalzo, y deshaciéndose de
su pijama antes de inundar el cadáver materno. Cinco meses después, Georges
Bataille fue padre de familia.
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XXII
EL ORIENTALISTA Y EL CARDENAL
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XXIII
EL CUERPO DE CRISTO
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XXIV
EL CERDO METAFÍSICO
Cuando era niño me encantaba el río Dives, que pasa por mi pueblo natal. Iba
hasta él para alterar el flujo constante y mesurado de sus corrientes,
construyendo con los pies en el agua pequeñas cascadas y presas de
contención. Para llegar allí, tenía que pasar por la trastienda del charcutero,
donde, cada semana, solía llevarse a cabo la matanza de un cerdo a menudo
reticente, siempre sacrificado. El hijo del comerciante, el matarife, era
boxeador en sus ratos libres —afición esta sin vinculación alguna con la
matanza, a mi entender—. Con expresión de júbilo manifiesto (sus ojos
brillaban como debían de hacerlo los de Sansón), levantaba la maza sobre la
cabeza del animal y asestaba el golpe con una violencia no contenida. En el
mejor de los casos, una erupción de sangre brotaba del cráneo quebrantado
del animal, que se desplomaba entre alaridos, agitándose en un charco
púrpura. En el peor, el golpe no bastaba y el cerdo emprendía la huida,
atravesaba una estancia de olores desabridos y en la que colgaban ganchos
amenazantes, salía enfurecido y, ebrio de dolor, se lanzaba de cabeza contra la
alambrada de púas que separaba el vecindario de un terreno aledaño sembrado
de manzanos. Allí, enmarañado entre alambres que seguían desgarrándolo,
continuaba chillando antes de que el carnicero le diese alcance a la carrera,
soltando improperios y con el delantal manchado de sangre. La maza volvía al
ataque: dos o tres golpes de una brutalidad absoluta terminaban por derrotarlo
y el cerdo caía muerto. Faltaba un Blaise Pascal en las inmediaciones para
elaborar con ello una hermosa imagen destinada a mostrar la miseria del
hombre sin Dios —o la felicidad del cerdo en un mundo en el que no
existiesen los charcuteros.
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XXV
EL DEDO DE MI PADRE
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XXVI
EL SEXO COLGADO ALREDEDOR DEL CUELLO
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XXVII
EL CANICHE Y EL TESTAMENTO
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XXVIII
EL CUERPO DE LA AMADA
Con las primeras luces del amanecer, aquellas que retienen el asombro tras las
noches de insomnio y sacrificio, demasiado proclives al despliegue de los
bajos instintos, se impone de inmediato pensar en «Una carroña» —medicina
pesada, psicología eficaz—, el poema de Baudelaire. La masa ahora
putrefacta fue en su día una forma hermosa y seductora; hoy, tiene el vientre
lleno de exhalaciones y desprende un hedor que hace perder la conciencia:
«Las moscas zumbaban sobre ese vientre podrido,/ Del que salían negros
batallones/ De larvas, que corrían como un espeso líquido/ A lo largo de
aquellos vivos harapos.// Todo lo cual descendía, subía como una ola/ O se
precipitaba burbujeando;/ Se hubiera dicho que el cuerpo, hinchado por un
soplo incierto,/ Vivía multiplicándose». Las formas se desvanecen, la
podredumbre hace chisporrotear la carne. Una belleza extinta no es más que
un sueño, y todo entonces se antoja vano. De aquella noche destinada a los
abrazos, a ese día venidero consagrado a la repulsión (si no al
remordimiento).
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XXIX
LA NARIZ DEL PRÍNCIPE
Para las páginas que había de escribir sobre la historia de mi pueblo natal,
tuve que leer un día varios documentos relativos al cerco de Falaise en
Chambois, en agosto de 1944. Los combates de las fuerzas aliadas contra los
nazis, decididos aunque desesperados, dejaron cientos de cadáveres. En un
lugar denominado «el corredor de la muerte», la carroña de hombres y
caballos llegaba a amontonarse, en según qué zonas, hasta en tres capas de
espesor. Mi padre me refirió cierta vez el calor excepcional de aquel mes
estival y el hedor que se expandía por todo el pueblo. Se sabe que el príncipe
Juan de Luxemburgo, que sobrevolaba el terreno, se vio obligado a tomar
altura para zafarse de los miasmas que ascendían hasta abrumarle.
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XXX
EL CAFÉ DEL INSTITUTO
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XXXI
UÑAS Y PELOS
Platón ya se excitaba con la cuestión de las uñas y los pelos. ¿Poseen una
existencia inteligible? ¿Pertenecen al mundo ideal de las esencias puras?
¿Fragmentos de uña y cabello lindando bajo formas ideales con lo Bello, lo
Justo y lo Verdadero? Si ese fuera el caso, más valdría perder la esperanza en
la metafísica. Bien que ignorándolo todo sobre Platón, el pueblo humilde se
ha preocupado también por el asunto. Como materialistas superficiales que
son, los filodoxos[6] afirman que la uña y el pelo poseen sin lugar a dudas una
naturaleza autónoma dado que siguen creciendo después de la muerte. ¡Ni
hablar! Platónicos y filodoxos se equivocan. Es la piel la que,
deshidratándose, se encoge, pierde su elasticidad, deja al descubierto la lúnula
y se hunde en dirección al folículo.
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XXXII
SEMILLA DE MANDRÁGORA
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XXXIII
POMPAS FÚNEBRES
Del Réquiem de Jean Gilles, me gustan sobre todo sus primeros compases
confiados a la piel de los instrumentos de percusión. Solemnes, secos,
rítmicos, debían de acompañar de forma espléndida la llegada del ataúd antes
de dar inicio a las pompas fúnebres. A los mecenas no les gustó la obra. El
compositor se reservó para sí el disfrute, si se puede decir así, y el usufructo.
La misa fue ofrecida por vez primera con motivo de su entierro.
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XXXIV
¿MOMIA O CELLINI?
Pude visitar «Moscú la chocha»[7] cuando aún era soviética y estaba sumida
en el culto a Lenin, ese sileno con cara de fauno que no tenía ningún otro
aspecto en común con Sócrates. El centro de la URSS era entonces Rusia,
cuyo centro era Moscú, cuyo centro era la Plaza Roja. Y en medio de todos
esos centros había un mausoleo, una cripta. Hermoso símbolo. En el centro de
este epicentro está el cuerpo embalsamado del bolchevique. Guardia de
honor, con la dosis de pompa correspondiente, quintaesencia del arte marcial:
el cementerio privado permanecía bajo una fuerte vigilancia. Nos
apresurábamos desde todas partes del mundo para visitar el cadáver
embalsamado: el ataúd de cristal era el objetivo ideal de un viaje de bodas, o
de una escapada del comité de empresa. Yo tenía el tiempo justo, así que opté
por acudir al museo y me salté el almuerzo aún más heroicamente si cabe.
Quería ver las pinturas de Matisse. Pero me enamoré de un bronce de
Benvenuto Cellini. Y el viaje a Florencia que realicé más tarde en modo
alguno fue ajeno a aquella decisión. ¿Qué habría ocurrido en caso de haberme
inclinado por la momia?
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XXXV
ATAÚDES DE BARRO Y HIELO
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XXXVI
CULTURA DE RELIQUIAS
Era yo monaguillo cuando el obispo vino, con sus disfraces más escogidos y
sus mejores galas, digamos, a consagrar el nuevo altar. Reparé entonces en
que todas esas superficies destinadas a la celebración de la Última Cena
tienen, en su espesor, una reliquia incrustada. Cada altar es un sarcófago, un
cementerio, un osario. Allí donde es posible, el cristianismo venera la muerte,
le da sustento, la ama. Al menos, tanto como odia la vida.
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XXXVII
LOS DOS VIOLONCHELOS
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XXXVIII
EL FILÓSOFO CRIMINAL
La obra entera de Sade es una variación sobre el tema del sufrimiento y más
particularmente del crimen: mil y una maneras de matar refinando los
placeres y los suplicios —pese a que, a la postre, el marqués no hiciese daño a
una mosca, dejando al margen algunas pocas fustigaciones en connivencia
con mujeres de vida alegre—; Georges Bataille hace girar toda su existencia
en torno al sacrificio humano, a una comunidad fundada en la sangre de una
ejecución —pero cuando, según se rumorea, Colette Peignot se le ofrece para
consumar el acto sacrificial, termina por recular, contentándose con el
concurso de un mono—; Artaud y Genet se conformaron asimismo con
transgresiones de andar por casa —hasta el punto de que el último obtuvo la
medalla de las Artes y las Letras—; fue Louis Althusser quien asombró y
tomó a todo el mundo por sorpresa estrangulando a Hélène, su esposa, sin
haber dado aviso en ninguna de sus obras previas —ya que se contentaba con
repetir que la Historia no era más que un proceso sin sujeto ni fines—.
Después de este trance homicida, el filósofo se convertiría en un sujeto sin
juicio.[8]
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XXXIX
EL ASESINATO POR PODERES
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XL
LA INDUSTRIA NAZI DE LA MUERTE
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XLI
LA MÁSCARA MORTUORIA
De viaje en Sils Maria, en la Alta Engadina suiza, adonde había acudido, una
vez más, en pos de la sombra de Nietzsche, creí ausentarme del mundo al
contemplar su máscara mortuoria. Alto, delgado, imbuido de esa extraña
quietud que moldea el rostro después de años de nomadismo geográfico e
intelectual, el filósofo de Röcken absorbía el tiempo y se alimentaba de
expectación. Pude observarlo en una fotografía. La luz se apoderaba de la
cámara oscura, como en una suerte de incesto mitológico, a fin de restituir en
el papel impreso un tono anaranjado que recordaba a las llamas que
consumieron al padre de Zaratustra, quien tuvo en aquel lugar la revelación
del eterno retorno.
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XLII
EL FILÓSOFO APLASTADO
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XLIII
LOS RESTOS DEL ZAR
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XLIV
MARTE EN SUIZA
Siendo consciente del cáncer que lo carcome, Fritz Zorn escribirá un único
libro titulado Bajo el signo de Marte para escupir su odio a la higiene suiza, a
la familia suiza, a los buenos sentimientos suizos, a la culpa suiza, a la moral
suiza. Y luego morirá, en Suiza.
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XLV
LA ESCENA OPERISTICA
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XLVI
EL CEMENTERIO DANÉS
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XLVII
MORIR SOLO
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XLVIII
EL HOMBRE DECAPITADO
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XLIX
EL CRÁNEO DE MI MADRE
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L
LA DURACIÓN DEL MILENIO
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LI
UN BRINDIS POR EL DIFUNTO
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LII
EL HUECO EN EL ALMA
A raíz de su muerte, descubrí que ésta podría definirse como una suerte de
ausencia siempre presente; huecos en el alma.
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LIII
LISTAS FÚNEBRES
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LIV
AL FINAL DE LA ESCALERA
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LV
NATURALEZA MUERTA
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LVI
MAUSOLEO DE CENIZAS
Inusual espectáculo el que refiere Plinio: las cenizas del Vesubio capturando
la vida en una suerte de imágenes instantáneas; el perro en su caseta, los
hombres en el burdel, los niños en la escuela, los transeúntes en la calle —y
los muertos en el cementerio, viejas cenizas fecundadas por cenizas nuevas.
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LVII
SOLIPSISMOS
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LVIII
LA NOTA COMO TUMBA
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LIX
VANIDADES BARROCAS
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LX
SIDA
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LXI
PROVERBIO YIDDISH
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LXII
LA PARCELA DE MI PADRE
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LXIII
LA DENTADURA POSTIZA DEL MISÁNTROPO
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LXIV
CONVERSIONES POR TÁNATOS
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LXV
EL AUTÓMATA Y LA NIÑA
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LXVI
ANATOMÍA DE UN COMPOSITOR
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conservatorio. Poniendo fin a la osteología, el compositor consumó su
conversión a la música.
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LXVII
CAMBIO DE MONEDA
Nací el 1 de enero de 1959, con el nuevo franco. ¿Cuándo voy a morir? Y ¿de
qué nuevo hallazgo monetario seré contemporáneo?
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LXVIII
EL ATAÚD DE LOS LIBROS
Una anciana oriunda del pueblo de mi infancia, una mujer sin par, se me
había presentado siempre como una loca un poco peligrosa, si no maníaca e
impredecible. Vivía sola en una casa grande. En su fachada, el inmueble —
que había servido también como cuartel general de la Gestapo durante la
última guerra— exhibía un hermoso friso de esmaltes policromados. Para
mostrar lo trastornada que estaba, solía contarse de ella que, a la muerte de su
marido, había depositado algunos libros en el ataúd del difunto para suavizar
las secuelas de su muerte. Por esa misma razón, aquella anciana me resulta
hoy simpática —y su gesto de amor aún me conmueve.
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LXIX
LA CULATA DE UN FUSIL
Todos mis insomnios, y son muchos, principian con una imagen recurrente,
obsesiva y excéntrica: veo el gesto de una mano que rearma la culata de un
fusil y oigo el chasquido seco que acompaña a tal movimiento. Con la
intención de disparar ¿contra qué? Seguramente contra lo que agranda la
brecha entre el sueño y yo —fantasmas, recuerdos, tristezas, añoranzas.
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LXX
DESTRUIR A LOS IRAQUÍES
Destruir, dice, hay que destruir a Sadam Husein, es decir, Irak, es decir, a los
iraquíes: niños, yacimientos arqueológicos, paisajes fantásticos, personas
inocentes, condenados a muerte. Pienso a menudo en los muertos de esta
guerra: diez o veinte mil. Luego en el cinismo de los que nos gobiernan, en su
desvergüenza. Peor aún, en los intelectuales que han llevado las maletas del
Pentágono. Recuerdo que uno de ellos, uno de los que cuentan, uno de los
diez o veinte elegidos que dan forma al espíritu de la época, ponderó ante mí
las ventajas de una bomba atómica sobre Bagdad. No olvidaré durante mucho
tiempo el odio dibujado en sus ojos. Hubo decenas de miles de cadáveres, y ni
una palabra de arrepentimiento. La cópula entre el Príncipe[16] y el intelectual
es siempre teratológica.
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LXXI
LAS LÁGRIMAS DE STALIN
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LXXII
MI LECTOR
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LXXIII
EL APELLIDO DESOLLADO
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LXXIV
EL CEMENTERIO DE MI PUEBLO
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LXXV
EL LIMBO
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LXXVI
MORTALIDAD DE LOS SOLTEROS
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LXXVII
LA VÍSPERA DEL DUELO
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LXXVIII
FLORES DE CAMPOSANTO
El ramo ideal para una tumba: el que está hecho de helenium. Perenne,
amarillo y áspero. Es decir: llanto, memoria y luto. En su absoluto mutismo,
las flores hablan.
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LXXIX
LOS MUERTOS VOLUNTARIOS
Entre burdeos y champán, una noche, Jude Stéfan me confió que estaba
escribiendo un breve texto sobre los suicidas, un catálogo de los que él sabe
hacer tan bien sobre quienes deciden morir voluntariamente. Acompañó su
frase con un hermoso gesto y una sonrisa acorde a la ocasión.
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LXXX
DEL CANIBALISMO POLÍTICO
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LXXXI
LOS ZOMBIS
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LXXXII
AGUARDIENTE
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LXXXIII
SEGURO DE VIDA
Se sabe que ciertos pueblos han practicado el holocausto como una suerte de
privilegio que permitía acompañar al difunto en su viaje: con el finado, se
sacrificaban mujeres, esclavos, caballos y riquezas. ¿No era esa la genealogía
de los seguros de vida? La certeza de que la muerte del marido suponía una
tragedia para su esposa y sus criados, cuyo bien radicaba, así pues, si no en la
inmortalidad del amo, al menos sí en su subsistencia, en una vida larga y
feliz: he ahí la persuasión en estado puro.
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LXXXIV
MÁQUINAS DE MATAR
Extraño caso el de Leonardo da Vinci, ese hombre un poco dandy, con sus
túnicas rosas, su barba y su cabello bien cuidados, que planeaba no obstante,
igual que un fanático, desarrollar o fabricar armas de guerra, máquinas de
matar: la falárica, máquina de manivela que proyecta una jabalina con púas; la
ronfea, una mezcla de espada y pica; el escorpión, propulsor de todos los
proyectiles posibles e imaginables; el múrice, especie de metralla compuesta
por clavos y cuchillas que vuelan por el aire. Cuando no estaba diseñando
objetos, Da Vinci empleaba su inventiva en pergeñar otros proyectos, como el
de ahogar en masa a los turcos atacando el casco de sus barcos. Imagino hoy a
un hombre en cuya figura se congregasen el poeta de talento, el músico
avezado, el pintor de genio, el singular arquitecto, el anatomista intrépido y el
astrónomo brillante, perfeccionando la bomba termobárica que mató tanto y
tan rápidamente en Irak.
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LXXXV
DEL COCHE FÚNEBRE A LA ESCUELA
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LXXXVI
EL DESTINO DE UN FETO
¿Adonde iría a parar el feto de ese niño muerto, abortado, por haber sido
engendrado bajo el fervor de inocencias e ingenuidades confusas, y de partes
malditas[19] trufadas de inconsciencia?
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LXXXVII SIGNOS POST MORTEM
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LXXXVIII
LA TUMBA DE LOS AMANTES
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LXXXIX
HOSPITALIZACIÓN
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XC
CÁLCULOS
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XCI
LA ISLA DE LOS MUERTOS
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XCII
MIS OJOS
Cierto proverbio dice que el pez comienza a pudrirse por la cabeza; lo mismo
le ocurre al hombre. Y la muerte tendrá mis ojos…[20]
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XCIII
LA MUERTE EN MÍ
Antes incluso de haber nacido, todos tenemos edad suficiente para morir:
basta con ser un feto. Ahí comienza una lenta desintegración. Siento y
conozco la muerte en mí: mi esqueleto a la espera de aparecer en todo su
esplendor; mis arterias que se endurecen poco a poco; la grasa que se acumula
y luego asfixia mis células; la piel que se distiende, se fatiga y se arruga; la
dentadura que se deteriora y que es preciso arreglar. Una parte de mi corazón
que ya ha muerto viaja en mi interior; ahí el cansancio avanza más rápido. La
muerte progresa. Buena señal.
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XCIV
EL JUBÓN DEL NIGROMANTE
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XCV
EL ESPERMA DEL MUERTO
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XCVI
EL CEREBRO DE LA AMADA
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XCVII
ANDREA DE LOS AHORCADOS
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XCVIII
MÚSICA NEGRA
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XCIX
LA VOZ AUSENTE
«Me gustaría oír su voz», me dijo ella dos meses después de la muerte de su
madre.
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C
MI CADÁVER
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preocuparse de lo que ocurre antes de que esta sobrevenga, y no después.
Después, nada. Antes, todo; lo esencial.
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ESTA PRIMERA EDICIÓN DE
Ars moriendi
SE ACABÓ DE IMPRIMIR EN SALAMANCA POR CUENTA DE
FIRMAMENTO EN OCTUBRE DE 2022
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Michel Onfray (Argentan, Francia, 1959) es doctor en filosofía. Ha
desarrollado su trabajo teórico en torno al hedonismo, el ateísmo y la
construcción de la identidad. Autor de más de un centenar de obras traducidas
a numerosos idiomas, es fundador asimismo de la Universidad Popular de
Caen y de los medios independientes michelonfray.com y Front populaire.
Entre sus libros publicados en español, cabe destacar El vientre de los
filósofos, Antimanual de filosofía, Cinismos, La escultura de sí, Tratado de
ateología, La fuerza de existir, Política del rebelde, Teoría del cuerpo
enamorado, Contrahistoria de la filosofía, compuesta por varios tomos,
Cosmos. Una antología materialista, o Thoreau, el salvaje.
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Notas
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[1]Onfray propone un juego de homonimia a partir del significado literal de
chausson, que puede traducirse como «zapatilla» o «pantufla». (Todas las
notas son del traductor). <<
[2]Sombras o almas de los difuntos a las que los antiguos romanos rendían
culto. <<
[3] En veneciano en el original. <<
[4] Capital del distrito, según la división administrativa francesa. <<
[5] Locución latina que podría traducirse como: «a la manera de un cadáver».
<<
[6]Sustantivo derivado del griego philo (amor) y doxa (opinión o creencia), y
que podría traducirse como «el que ama opinar» o «el que ama la opinión».
<<
[7]Así (la gáteuse) la apodaría Louis Aragon en un panfleto difundido en
octubre de 1924 y dirigido contra Anatole France. Algún tiempo después, en
enero de 1925, el poeta francés se vio obligado a explicar con más detalle
aquella frase inocente, deslizada en tono de broma, pero que reflejaba la
«poca simpatía» que el grupo surrealista sentía por el gobierno bolchevique,
«y con él por todo el comunismo». <<
[8]El mismo día en que Althusser fue procesado, de hecho, el juez archivó las
diligencias siguiendo los dictámenes de tres expertos, quienes argumentaron
que había cometido el asesinato en un acto de locura. <<
[9] Miembro de la Checa, la policía secreta bolchevique, responsable de
instaurar el Terror Rojo en Rusia. <<
[10] Vino blanco característico de la región del Valle del Loira. <<
[11]
El texto original versificado, de timbre moralizante, es obra del teólogo y
poeta francés Antoine de la Roche Candieu (1534-1591), situado en la
encrucijada del Renacimiento y el Barroco. <<
[12] Fábulas de Esopo y La Fontaine, respectivamente. <<
[13]«Junto a un muerto», publicado por vez primera en Gil Blas el 30 de enero
de 1883. <<
Página 113
[14]
Memorias, Héctor Berlioz. Traducción de Enrique García Revilla.
Madrid: Akal, 2017. <<
[15] Racine, Athalie, acto 11, escena VII. <<
[16]
Referencia indisimulada al célebre tratado de Maquiavelo, según el cual la
consecución de los fines de los poderosos, así como su gloria o su
supervivencia, pueden justificar el empleo de medios inmorales. <<
[17]Fue popular el caso de Clairvius Narcisse, un ciudadano haitiano cuya
presunta «zombificación» alcanzó cierto impacto mediático a principios de
los años 80, atrayendo asimismo el interés de la comunidad científica.
Narcisse falleció en 1994, el mismo año en que apareció la edición original de
Ars moriendi. <<
[18]Juega el autor con el sentido original de eau-de-vie, «agua de vida», según
la fórmula coloquial empleada en francés para designar el aguardiente de
frutas. <<
[19]
Apunta aquí Onfray al libro homónimo de Georges Bataille La parte
maldita, y a su continuación, Historia del erotismo, que quedaría inacabada.
<<
[20]
Alusión cómplice al célebre poema del escritor italiano Cesare Pavese:
«Verrà la morte e avrà i tuoi occhi». <<
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