Un Acercamiento Al Problema Del Mal Desde La Teodicea
Un Acercamiento Al Problema Del Mal Desde La Teodicea
Un Acercamiento Al Problema Del Mal Desde La Teodicea
Resumen
El artículo refleja un acercamiento al problema del mal, desde la teodi-
cea, aseverando con rigor el fracaso de esta última. Además, se pone de
manifiesto cómo el mal ha pervertido el corazón humano y ha situado al
hombre como uno de sus más perfectos cómplices y aliados. Al mismo
tiempo, analiza el punitivismo y la falta de responsabilidad por las caren-
cias que presentan los hombres ante la deliberación y elección de sus
acciones, que particularmente delimitadas en el marco de la teodicea,
tienden a producir sufrimiento y dolor en niveles degradantes.
* Profesional en Filosofía y Letras, Universidad de La Salle; Magíster en Filosofía, Universidad de La Salle; doctoran-
do en Filosofía, Pontificia Universidad Javeriana. Docente, Facultad de Ciencias de la Educación, Universidad de
La Salle. Correo electrónico: hfrodriguez@unisalle.edu.co
Iniciar un acercamiento sobre el problema del mal supone de entrada una di-
ficultad que limita la comprensión, animada, sobre todo, por lo inenarrable de
ciertos sucesos. Esta situación enfrenta tanto al investigador como al lector ante
una intraducibilidad comunicativa que oscurece las facultades propias del enten-
dimiento, dado el conflicto que suponen las acciones cuando son ejercidas por
unos en contra de otros. Ante tal complejidad, resulta necesario esclarecer o
traducir las atrocidades en un lenguaje más llano, a través del uso de narrativas
que permiten dilucidar el horizonte en el que se inscribe el problema. Cierta-
mente, como sostiene Safranski: “[...] no hace falta recurrir al diablo para en-
tender el mal. El mal pertenece al drama de la libertad humana” (2014, p. 15).
Una de las respuestas del hombre al problema del mal ha sido la teodicea. Se
sitúa esta como una orientación necesaria del pensar para dar cuenta de una
justificación de Dios desde el pensamiento, ante el problema del mal en el
mundo. Allí, una de las confrontaciones iniciales trata de acentuar una pregunta
en la cual el mal ocupa un último lugar: ¿qué pasaría si pudiera aludirse a una po-
sibilidad de vida exenta en su existencia del sufrimiento y del dolor? El problema
con ello es que no determina, ni mucho menos dictamina, una respuesta sobria
acerca de la relación de responsabilidad que debe existir entre el hombre y sus
acciones. Porque, de entrada, esto aseguraría que sin el mal o sin su posibilidad
no habría razón alguna para que existiera la moral o la ética, y menos los estu-
dios que estas convocan acerca del quehacer y el cuidado humano.
Allí sucedió algo que hasta el día de hoy nadie consideró siquiera posible. Allí se tocó
algo que representa un profundo sustrato de solidaridad entre todo lo que tiene
forma humana: a pesar de todos los habituales actos de bestialidad de la historia
humana, la integridad de ese sustrato común se daba siempre por sentada […].
Auschwitz ha cambiado la bases para la continuidad de las condiciones de la vida en
la historia. (2006a, p. 244)
Pero este fin de la teodicea, que se interpone ante el desmesurado desastre de este
siglo, ¿no revela a la vez, de forma más genérica, el carácter injustificable del sufri-
miento de otra persona, el escándalo que tendría lugar si yo justificara el sufrimiento
de mi prójimo? De modo que el fenómeno en sí del sufrimiento en su inutilidad es,
en principio, el dolor del Otro. Para una sensibilidad ética, que en la inhumanidad
actual se confirma a sí misma contra esta misma inhumanidad, justificar el dolor del
prójimo es sin duda la fuente de toda inmoralidad. (2006a, p. 255)
La ley común de Hitler exigía que la voz de la conciencia dijera a todos “debes
matar”, pese a que los organizadores de las matanzas sabían muy bien que matar
era algo que va contra los normales deseos e inclinaciones de la mayoría de los
humanos; el mal, en el tercer Reich, había perdido aquella característica por lo que
generalmente se le distingue, es decir, la característica de construir una tentación.
(Arendt, 2006, p. 219)
[...] ningún ser humano puede imaginarse los acontecimientos tan exactamente
como se produjeron y de hecho es inimaginable que nuestras experiencias puedan
ser restituidas tan exactamente como ocurrieron… nosotros, un grupo de gente
oscura que no dará que hacer a los historiadores. (2009, p. 8)
Con esas palabras, Agamben dice que hablar de un mal con intención supon-
dría una manera fácil al entendimiento. Sin embargo, según el testigo, esta
simple manera de aprehender el concepto del mal es inocente y al mismo
tiempo vacía. Esta afirmación también recuerda que el mal no es cuestión de
intencionalidades, sino de facticidad, que se deja llevar en el dominio de la
supervivencia, de nuevas maneras de organizarse y subyugar a otros. No obs-
tante, qué se piensa cuando aparece en la boca de los hombres lo referente
al mal. Para Cardona, “el mal es realmente un problema sin medida ni meta,
que tiene su punto más álgido en el hecho de que amenaza al hombre en su
existencia” (2013, p. 93).
Está claro que hay mal. El agente del mal resulta ser el hombre. La creatura sería
la causa del mal. El asunto de la teodicea es Dios. Por eso, si hay mal hay una ne-
cesidad clara de poderlo explicar. Este debe ser explicado en la lógica de la razón
Un acercamiento al problema del mal desde la teodicea
Con el problema del mal, dirá Arendt (2010), no solo nos jugamos la super-
vivencia animal, sino también la humana. Esta autora tiene razón, porque si
se recuerda “en Auschwitz y en otros campos de exterminio, Hitler asesinó e
incineró a millones de judíos, gitanos y otras elites extranjeras. Este fue sin duda
el genocidio masivo mejor organizado y más frío de la historia” (Amery, 2002,
p. 9). Y la historia da cuenta extensa del mal. Para entenderlo basta con tomar
en cuenta las palabras de Forero, Rivera y Silveira, refiriéndose al tratamiento
que le da Benjamin en una de sus tesis acerca de la interpretación de la historia
al Angelous Novus de Paul Klee: se pone en evidencia cómo el progreso se
asienta sobre cadáveres, exterminio, sufrimientos, desperdicios y proyectos
malogrados (2012, p. 9).
Esto porque las sociedades, desde los primeros siglos, han buscado erigir una
forma de regulación para mantener un orden en el que se elimine cualquier
muestra de violencia en contra de la soberanía; sin embargo, para ello han uti-
lizado, raramente, más violencia. Es decir, la lucha por la supervivencia de unos
implica la muerte de otros o autodestruirse en ese juego. ¿La razón? Según
Lara (2009), parece repetirse: perdimos la noción del juicio en la forma como
contemplamos la crueldad en lo colectivo, y solo participamos de un modo
de comprensión sesgado, es decir, buscamos siempre el beneficio propio, sin
pensar en el daño que le es causado a los demás. Esto supone una desconexión
Un acercamiento al problema del mal desde la teodicea
Por ello y con respecto a todo lo dicho hasta aquí, los problemas que plantea
la teodicea están en esclarecer, si hay Dios, ¿de dónde el mal? Para Leibniz
(2013), el mal está en la imperfección del hombre, dado que un ser que elige
el mal, no elige lo mejor. Para Kant (1992a), debe iniciarse una analítica del
ser humano que ayude a indagar el mal en nosotros mismos, debido a que
el hombre es libre, en tanto que hace de la libertad un problema moral, y la
libertad es el principio de la moralidad. En Kant (1992b), el análisis del proble-
ma del mal debe iniciar una investigación en la intimidad; una exploración de
la intimidad que no se basta con un examen únicamente empírico. ¿Qué es el
mal? Kant sostiene que el mal es la corrupción del corazón humano; el mal es
una enfermedad mortal que se sigue de otros motivos que no atienden la ley
moral: el corazón persigue la perversidad. El mal, en últimas, consiste en esa
transformación que está ocurriendo en el corazón. Vale aclarar que cuando la
intención es perversa, es cercana al mal.
¿Sería entonces sabio dejar que la teodicea sea la que juzgue a Eichmann por
las acciones cometidas, o las leyes de la sociedad debieran hacerlo sin atender
dicha teodicea? Más allá de la respuesta, habría que mencionar, además, otra
dificultad: no saber el alcance de las mismas leyes, tal y como lo repudiaba
Casement al protestar como cónsul en el África contra los abusos de la Fórce
Publique sobre el poblado de los wallas. Para sorpresa de muchos, la respuesta
que recibió a su denuncia no fue la esperada: “—Como usted sin duda sabe,
señor cónsul, nosotros, quiero decir la Fórce Publique, no dictamos las leyes.
Nos limitamos a hacer que se cumplan. Tenía una mirada clara y directa, sin
asomo de incomodidad ni irritación” (Vargas, 2010, p. 100).
—Esas pobres gentes azotadas, mutiladas, esos niños con las manos y los pies cor-
tados, muriéndose de hambre y de enfermedades —recitó Roger—. Esos seres
exprimidos hasta la extinción y encima asesinados. Miles, decenas, cientos de miles.
Por hombres que recibieron una educación cristiana. Yo los he visto ir a la misa,
rezar, comulgar, antes y después de cometer esos crímenes (Vargas, 2010, p. 132)
Sin embargo, todos saben, al igual que lo sabía Roger Casement que el mal está
entre los hombres, que ya no se puede creer en que en otros Reinos se pagará
con justicia por las acciones cometidas en esta tierra, porque: “La plaga que había
volatilizado a buena parte de los congoleses del Medio y Alto Congo eran la codicia,
la crueldad, el caucho, la inhumanidad de un sistema, la implacable explotación de
los africanos por los colonos europeos”. (p. 82)
Referencias